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Resolución del XIXo Congreso de la CCI sobre la situación internacional
1. La resolución adoptada por el precedente Congreso de la CCI ponía de entrada en evidencia, cómo la realidad asestaba un duro golpe y desmentía rotundamente las previsiones optimistas de los dirigentes de la clase burguesa a principios de la última década del siglo XX, particularmente tras el hundimiento de ese “Imperio del mal” constituido por el bloque imperialista supuestamente socialista. Citaba la declaración, ahora famosa, del presidente George Bush padre de marzo de 1991, anunciando el nacimiento de un “Nuevo Orden Mundial” basado en el “respecto del derecho internacional” y ponía en evidencia su carácter surrealista de frente al caos creciente en el que se está hundiendo hoy la sociedad capitalista. Veinte años después de ese “profético” discurso, y particularmente desde principios de esta nueva década, el mundo ha dado una imagen de caos como jamás la había dado desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Con unas semanas de intervalo, hemos asistido a una nueva guerra en Libia que se ha añadido a todos los conflictos sangrientos que han tocado el planeta durante el último periodo, hemos asistido a nuevas masacres en Costa de Marfil y también a la tragedia que ha afectado a Japón, uno de los países más potentes y modernos del mundo. El terremoto que asoló parte de ese país puso en evidencia, una vez más, que no existen “catástrofes naturales” sino consecuencias catastróficas a fenómenos naturales. Mostró que la sociedad dispone hoy de medios para construir edificios que resisten a los sismos y que permitirían evitar tragedias como la de Haití el año pasado, pero mostró también la falta de previsión de la que es capaz un Estado tan avanzado como Japón. En sí mismo, el sismo hizo pocas víctimas, pero el tsunami que lo siguió mató unas 30.000 personas en unos minutos. Más aun, al provocar un nuevo Chernobil, puso en evidencia no sólo la falta de previsión de la clase dominante, sino también su enfoque de aprendiz de brujo, incapaz de dominar las fuerzas que pone en movimiento. La empresa Tepco, que explota la central atómica de Fukushima, no es la primera, y menos aún, la única responsable de la catástrofe. Es el sistema capitalista en su conjunto –basado en la búsqueda desenfrenada de la ganancia, así como en la competencia entre sectores nacionales, y no sobre la satisfacción de las necesidades de la humanidad– el que es el responsable fundamental de las catástrofes presentes y futuras sufridas por la especie humana. A fin de cuentas, “el Chernobil japonés” es una nueva ilustración de la quiebra definitiva del modo de producción capitalista, cuya sobrevivencia es una amenaza creciente para la sobrevivencia de la misma humanidad.
2. Es evidentemente la crisis actual del capitalismo mundial la que expresa más directamente la quiebra histórica de este modo de producción. Hace dos años, la burguesía de todos los países fue invadida por un tremendo pánico ante la gravedad de la situación económica. La OCDE no vacilaba en escribir: “La economía mundial está presa de la recesión más profunda y sincronizada desde décadas” (Informe intermediario de marzo del 2009). Cuando se sabe con qué moderación se expresa habitualmente esta venerable institución, uno puede hacerse una idea del pavor sentido por la clase dominante frente a la quiebra potencial del sistema financiero internacional, la caída brutal del comercio mundial (más de 13 % en 2009), la brutalidad de la recesión de las principales economías, la oleada de quiebras que golpea o amenaza a empresas emblemáticas de la industria tales como General Motors o Chrysler. Ese pavor de la burguesía la condujo a convocar cumbres del G20, como la de marzo del 2009 en Londres, que decidió, en particular, duplicar las reservas del Fondo Monetario Internacional, y la inyección masiva de dinero por parte de los Estados en la economía, para salvar un sistema bancario moribundo y relanzar así, la producción. El fantasma de la “Gran Depresión de los años 30” aparecía en las mentes, lo que llevaba al mismo OCDE a conjurar esos demonios escribiendo: “A pesar de que se haya calificado a veces esta severa recesión mundial de “gran recesión”, estamos muy lejos de una nueva “gran depresión”, como la de los años 30, gracias a la calidad y la intensidad de las medidas que los gobiernos toman actualmente” (ídem). Pero como decía la resolución del XVIII Congreso de la CCI, “lo propio de los discursos de la clase dominante hoy, es olvidarse de sus discursos de ayer”, y el mismo informe intermediario de la OCDE de la primavera del 2011 expresa un verdadero alivio con la restauración de la situación del sistema bancario y la reanudación económica. La clase dominante no puede hacer otra cosa. Incapaz de dotarse de una visión lúcida, de conjunto e histórica, de las dificultades de su sistema –puesto que esa visión la conduciría a descubrir el callejón sin salida definitivo en el que éste está metido– no puede sino comentar día a día las fluctuaciones de la situación inmediata intentando encontrar en ésta motivos de consuelo. Entretanto, está obligada a subestimar, a pesar que de cuando en cuando los medios masivos de información adoptan un tono algo alarmista sobre el tema, el significado del fenómeno mayor que ha salido a la luz desde hace dos años: la crisis de la deuda soberana de varios Estados europeos. De hecho, esta quiebra potencial de un número creciente de Estados, es una nueva etapa en el hundimiento del capitalismo en su crisis insalvable. Ésta pone de relieve los límites de las políticas con las cuales la burguesía logró frenar la evolución de la crisis capitalista durante varias décadas.
3. Son ahora más de cuarenta años que el capitalismo está confrontado a la crisis. Mayo del 68 en Francia y el conjunto de luchas proletarias que siguieron internacionalmente, no alcanzaron semejante amplitud sino porque estaban alimentadas por una agravación mundial de las condiciones de vida de la clase obrera, agravación resultante de los primeros perjuicios de la crisis capitalista, en particular, el aumento del desempleo. Esta crisis conoció una brutal aceleración en 1973-75 con la primera gran recesión internacional de posguerra. Desde entonces, nuevas recesiones, siempre más profundas y ampliadas, golpearon a la economía mundial hasta culminar con la del 2008-09 que rememoró en las mentes el fantasma de los años 30. Las medidas adoptadas por el G20 de marzo del 2009 para evitar una “Gran Depresión”, son significativas de la política de la clase dominante desde hace varias décadas: se pueden resumir en la inyección de masas considerables de créditos en las economías. Tales medidas no son nuevas. De hecho, desde hace más de 35 años, están en el corazón mismo de las políticas llevadas por la clase dominante para intentar escapar a la principal contradicción del modo de producción capitalista: su incapacidad para encontrar mercados solventes capaces de absorber su producción. La recesión de 1973-75 fue sobrepasada por los créditos masivos dedicados a los países del Tercer Mundo pero, desde principios de los años 80, con la crisis de la deuda de esos países, la burguesía de los países más desarrollados tuvo que renunciar a ese pulmón de su economía. Fueron entonces los Estados de los países más avanzados, y en primer lugar el de los Estados Unidos, que tomaron el relevo como “locomotoras” de la economía mundial. Los “reaganomics” (política neoliberal de la administración Reagan) de principios de los años 80, que habían permitido un relanzamiento significativo de la economía de ese país, se basaban en una erosión inédita y considerable de los déficits presupuestarios mientras que Ronald Reagan afirmaba que “el Estado no era la solución, sino el problema”. Al mismo tiempo, los déficits comerciales igualmente considerables de esa potencia, permitían que las mercancías producidas por otros países encontraran salidas. Durante los años 90, los “tigres” y “dragones” asiáticos (Singapur, Taiwán, Corea del Sur, etc.) acompañaron por un tiempo a los Estados Unidos en ese papel de “locomotora”: su tasa de crecimiento espectacular los convertía en destino importante para las mercancías de los países más industrializados. Pero esta “historia exitosa” se fabricó al precio de un endeudamiento considerable que condujo a esos países a mayores convulsiones en 1997 de la misma manera que la Rusia “nueva” y “democrática”, que estuvo en suspensión de pagos, decepcionó cruelmente a los que habían apostado sobre “el fin del comunismo” para relanzar durablemente la economía mundial. A principios de los años 2000, el endeudamiento conoció una nueva aceleración, en particular gracias al desarrollo asombroso de los préstamos hipotecarios a la construcción en varios países, en particular en Estados Unidos. Entonces este país acentuó su papel de “locomotora de la economía mundial” pero al precio de un crecimiento abismal de las deudas –particularmente en la población norteamericana– basadas sobre todo tipo de “productos financieros” supuestamente considerados para prevenir contra los riesgos de cese de pagos. En realidad, la dispersión de los créditos dudosos no suprimió en nada el carácter de espada de Damocles suspendida encima de la economía norteamericana y mundial. Muy por el contrario, esa dispersión no hizo sino acumular “activos tóxicos” en el capital de los bancos que estuvieron en el origen del hundimiento de éstos a partir del 2007 y estuvieron en el origen de la brutal recesión mundial de 2008-2009.
4. Así, como lo decía la resolución adoptada por el precedente congreso de la CCI, “no es pues la crisis financiera lo que ha originado la recesión actual. Muy al contrario, lo que hace la crisis financiera es ilustrar que la huida hacia el endeudamiento, que permitió superar la sobreproducción, no puede proseguir eternamente. Tarde o temprano, la “economía real” se desquita; es decir, que lo que está en la base de las contradicciones del capitalismo –la sobreproducción, la incapacidad de los mercados de absorber la totalidad de las mercancías fabricadas– vuelve a la escena.” Y esta misma resolución precisaba, tras la cumbre del G20 de marzo del 2009, que: “la huida ciega en la deuda es uno de los ingredientes de la brutalidad de la recesión actual. La única “solución” que la burguesía es capaz de instaurar es... una nueva huida ciega en el endeudamiento. El G20 no ha podido inventar una solución a la crisis por la sencilla razón de que ésta no tiene solución.”
La crisis de las deudas soberanas que se está propagando hoy, el que los Estados sean incapaces de saldar sus deudas, constituye una ilustración espectacular de esa realidad. La quiebra potencial del sistema bancario y la recesión, obligaron a todos los Estados a inyectar sumas considerables en su economía mientras que las ganancias estaban en caída libre debido al retroceso de la producción. Por eso, los déficits públicos conocieron, en la mayoría de los países, un aumento considerable. Para los más expuestos de entre ellos, como Irlanda, Grecia o Portugal, esto significó una situación de quiebra potencial; la incapacidad de pagar a sus funcionarios y de rembolsar sus deudas. Los bancos ahora se niegan a concederles nuevos préstamos si no son a tasas exorbitantes, ya que no tienen ninguna garantía de que les sean rembolsados. Los “planes de salvación”, por parte de la Banca Europea y del Fondo Monetario Internacional, no son sino nuevas deudas cuyo rembolso se añade al de las deudas precedentes. Es algo más que un círculo vicioso; es una espiral infernal. La única “eficacia” de esos planes está en el ataque sin precedentes contra los trabajadores que éstos representan; contra los funcionarios cuyos sueldos y efectivo son drásticamente reducidos, pero también contra el conjunto de la clase obrera por intermedio de recortes tremendos en la educación, la salud y las pensiones de jubilación así como por aumentos mayores de los impuestos. Pero todos esos ataques anti-obreros, al reducir masivamente el poder de compra de los trabajadores, no podrán sino ser una contribución suplementaria para una nueva recesión.
5. La crisis de la deuda soberana de los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia, España) no es sino una parte ínfima del sismo que amenaza la economía mundial. No es porque se benefician todavía, por el momento, de la nota AAA en el índice de confianza de las agencias de notación (esas mismas agencias que, hasta la víspera de la desbandada de los bancos en el 2008, les habían dado la nota máxima), que están mucho mejor las grandes potencias industriales. A finales de abril del 2011, la agencia Standard and Poor’s emitía una opinión negativa con respecto a la perspectiva de un Quantitative Easing no 3, o sea un tercer plan de relanzamiento del Estado federal norteamericano destinado a apoyar la economía. En otras palabras, la primera potencia mundial corre el riesgo de ver retirar la confianza “oficial” en cuanto a su capacidad a rembolsar sus deudas, si no es con un dólar fuertemente devaluado. De hecho, de forma oficiosa, esa confianza empieza a fallar con la decisión de China y Japón, desde el otoño pasado, de comprar masivamente oro y demás materias primas en lugar de bonos del Tesoro americano, lo que obliga hoy al Banco Federal Americano a comprar entre el 70 y 90 % de su emisión. Y ésta pérdida de confianza se justifica perfectamente cuando se constata el increíble nivel de endeudamiento de la economía norteamericana: en enero del 2010, el endeudamiento público (Estado federal, Estados, municipios, etc.) representa cerca del 100 % del PIB, lo que no es sino una parte del endeudamiento total del país (que comprende también las deudas de las familias y de las empresas no financieras) que alcanza un 300 % del PIB. Y la situación no es mejor para los demás grandes países en que la deuda total representa, en la misma fecha, importes del 280 % del PIB para Alemania, 320 % para Francia, 470 % para el Reino Unido y Japón. En este país, la deuda pública sola alcanza un 200 % del PIB. Y desde entonces, para todos los países, la situación no ha hecho sino agravarse con los diversos planes de relanzamiento.
Así, la quiebra de los PIIGS no es sino la punta saliente de la quiebra de una economía mundial que no puede sobrevivir, desde hace décadas, mas que por una huida desesperada en el endeudamiento. Los Estados que disponen de su propia moneda como el Reino-Unido, Japón y evidentemente los Estados Unidos, pudieron enmascarar esa quiebra haciendo funcionar la máquina de hacer billetes a todo vapor (contrariamente a los de la zona Euro, como Grecia, Irlanda o Portugal, que no disponen de semejante posibilidad). Pero ese trampeo permanente de los Estados, que se han convertido en verdaderos falsificadores tras su jefe de banda que es el Estado norteamericano, no podrá proseguir indefinidamente del mismo modo; así como no pudieron proseguirse las trampas al sistema financiero, como lo demostró su crisis en el 2008, que casi lo hizo estallar. Una de las manifestaciones visibles de esta realidad está en la aceleración actual de la inflación mundial. Al volcarse de la esfera de los bancos a la de los Estados, la crisis del endeudamiento no hace sino marcar la entrada del modo de producción capitalista en una nueva fase de su crisis aguda en la que se van a agravar, aún más considerablemente, la violencia y la extensión de sus convulsiones. No hay “salida del túnel” para el capitalismo. Este sistema no puede sino arrastrar a la sociedad hacia una barbarie siempre creciente.
6. La guerra imperialista sigue siendo la mayor manifestación de la barbarie hacia la que el capitalismo decadente está precipitando a la sociedad humana. La trágica historia del siglo xx constituye la manifestación más evidente: frente al callejón sin salida histórico en el que está su modo de producción, frente a la exacerbación de las rivalidades comerciales entre los Estados, la clase dominante está conducida a una huida ciega hacia las políticas guerreras, hacia los enfrentamientos militares.
Para la mayor parte de los historiadores, incluso para los que no se reivindican del marxismo, queda claro que la Segunda Guerra Mundial es hija de la Gran Depresión de los años 30. Del mismo modo, la agravación de las tensiones imperialistas a finales de los años 70 y principios de los 80, entre los dos bloques de entonces, el norteamericano y el ruso (invasión de Afganistán por la URSS en el 79, cruzada contra el Imperio del Mal de la administración Reagan), provenían en gran parte de la vuelta de la crisis abierta de la economía a finales de los 60. Sin embargo, la historia ha mostrado que ese lazo entre agravación de los enfrentamientos imperialistas y crisis económica del capitalismo no es directo o inmediato. La intensificación de la Guerra Fría se saldó finalmente por la victoria del bloque occidental y la implosión del bloque adverso, lo que a su vez generó la propia disgregación del primero. Aunque escapaba de la amenaza de una nueva guerra generalizada que podría haber desembocado en la desaparición de la especie humana, el mundo no ha podido salvarse del estallido de tensiones y enfrentamientos militares: el fin de los bloques rivales ha significado el fin de la disciplina que lograban imponer en sus territorios respectivos. Desde entonces, la arena imperialista planetaria está dominada por el intento de la primera potencia mundial de mantener su liderazgo en el mundo, y en primer lugar, mantener su liderazgo sobre sus antiguos aliados. En 1991, la primera guerra del Golfo ya había puesto en evidencia ese objetivo, pero la historia de los 90, particularmente la guerra en Yugoslavia, ha mostrado la quiebra de esa ambición. La “guerra contra el terrorismo mundial”, declarada por los Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, pretendía ser un nuevo intento para reafirmar su liderazgo, pero su hundimiento en Afganistán e Irak ha subrayado una vez más su incapacidad para lograrlo.
7. Esos fracasos de Estados Unidos no han desanimado a esta potencia para proseguir la política ofensiva que lleva desde principios de los 90 y que la convierte en el principal factor de inestabilidad de la escena mundial. Como decía la resolución del precedente congreso: “Ante esta situación, lo único que podrán hacer Obama y su administración es proseguir la política belicista de sus predecesores… Obama previó retirar las fuerzas norteamericanas de Irak, pero ha sido para reforzar su alistamiento en Afganistán y en Pakistán”. Es lo que ha sido ilustrado recientemente con la ejecución de Bin Laden por un comando norteamericano en territorio pakistaní. Es evidente que esa operación heroica tiene una vocación electoral a un año y medio de las elecciones norteamericanas. Desarma particularmente las críticas de los republicanos que reprochan a Obama su indolencia en la afirmación de la preeminencia de Estados Unidos en el plano militar; críticas que se radicalizaron con la intervención en Libia en donde el liderazgo de la operación había sido dejado a la coalición franco-británica. También significa que tras haber hecho desempeñar a Bin Laden el papel del “malo” de la historia durante 10 años, ya era tiempo de liquidarlo so pena de pasar por ser unos impotentes. Eso permitió también a la potencia norteamericana probar que ella era la única que tenía los medios militares, tecnológicos y logísticos para lograr ese tipo de operación, precisamente en el momento en que Francia y el Reino Unido tenían dificultades para llevar a cabo su operación anti-Gadafi. Mostraba al mundo que no vacilaría en violar la “soberanía nacional” de un “aliado”; que estaba dispuesta a establecer las reglas del juego en cualquier sitio donde lo considerase necesario. En fin, lograba obligar a la mayor parte de los gobiernos del mundo a saludar, a menudo de mala gana, el valor de esa proeza.
8. Dicho esto, el efecto logrado por Obama en Pakistán no le permitirá estabilizar la situación en la región, en particular en el mismo Pakistán en donde el desaire sufrido en el “orgullo nacional” puede atizar los antiguos conflictos entre diversos sectores de la burguesía y del aparato estatal. La muerte de Bin Laden tampoco permitirá a Estados Unidos, ni a otros países comprometidos en Afganistán, tomar el control del país y asegurar la autoridad de un gobierno Karzaï, totalmente minado por la corrupción y el tribalismo. Más generalmente, no permitirá, de ningún modo, poner un freno a las tendencias al “cada uno para sí” y a la contestación de la autoridad de la primera potencia mundial tal como sigue manifestándose, como se ha podido ver recientemente con la constitución de una serie de alianzas puntuales sorprendentes: acercamiento entre Turquía e Irán, alianza entre Brasil y Venezuela (estratégica y anti-EUA), entre India e Israel (militar y ruptura de aislamiento), entre China y Arabia Saudita (militar y estratégica), etcétera. En particular, no podría desanimar a China para hacer prevalecer sus ambiciones imperialistas que le permiten su estatuto reciente de gran potencia industrial. Es claro que ese país, a pesar de su importancia demográfica y económica, no tiene, absolutamente, los medios militares o tecnológicos, y no está cerca de tenerlos, para constituirse como una nueva cabeza de bloque. Sin embargo, tiene los medios de perturbar, aún más, las ambiciones norteamericanas –ya sea en África, en Irán, en Corea del Norte, o en Birmania– y aportar su piedra a la inestabilidad creciente que caracteriza a las relaciones imperialistas. El “nuevo orden mundial” previsto hace diez años por Georges Bush padre, y que éste soñaba bajo la égida de Estados Unidos, no puede sino presentarse cada vez más como un “caos mundial”, un caos que las convulsiones de la economía capitalista agravaran aún más.
9. Frente al caos que está afectando la sociedad burguesa en todos los planos –económico, guerrero y también medioambiental, como lo acabamos de ver en Japón– sólo el proletariado puede aportar una solución, SU solución: la revolución comunista. La crisis insoluble de la economía capitalista, las convulsiones cada vez mayores que va a conocer, constituyen condiciones objetivas para ésta. Por un lado, porque obliga a la clase obrera a desarrollar sus luchas de forma creciente frente a los ataques dramáticos que va a sufrir por parte de la clase explotadora. Por otro lado, permitiéndole comprender que esas luchas toman todo su significado como momentos de preparación de su enfrentamiento decisivo con un modo de producción –el capitalismo– condenado por la historia para ser sustituido por otro nuevo.
Sin embargo, como decía la resolución del precedente Congreso internacional: “El camino que conduce a los combates revolucionarios y al derrocamiento del capitalismo es todavía largo y difícil. (…) Para que la conciencia de la posibilidad de la revolución comunista pueda ganar un terreno significativo al seno de la clase obrera, es necesario que ésta pueda tomar confianza en sus propias fuerzas, y eso pasa por el desarrollo de sus luchas masivas”. De forma mucho más inmediata, la resolución precisaba que: “la forma principal que toma hoy este ataque, el de los despidos masivos, no favorece, en un primer tiempo, la emergencia de tales movimientos. (…) En una segunda etapa, cuando la clase trabajadora sea capaz de resistir a los chantajes de la burguesía, cuando se imponga la idea de que sólo la lucha unida y solidaria puede frenar la brutalidad de los ataques de la clase dominante, sobre todo cuando ésta intente hacer pagar a todos los trabajadores los colosales déficits presupuestarios que ya se están acumulando a causa de los planes de salvamento de los bancos y del “relanzamiento” de la economía, será entonces cuando combates obreros de gran amplitud podrán desarrollarse mucho más.”
10. Los dos años que nos separan del congreso precedente han confirmado ampliamente esta previsión. Ese período no ha conocido luchas de amplitud contra los despidos masivos y contra el auge sin precedentes del desempleo sufrido por la clase obrera en los países más desarrollados. En contrapartida, es a partir de los ataques hechos directamente por los gobiernos al aplicar planes “de saneamiento de las cuentas públicas” que empezaron a desarrollarse luchas significativas. Esta respuesta es aún muy tímida, particularmente ahí donde esos planes de austeridad han tomado las formas más violentas: países como Grecia o España, por ejemplo, en donde, por tanto, la clase obrera había mostrado, en un pasado reciente, una combatividad relativamente importante. De cierta forma, parece que la misma brutalidad de los ataques provoca un sentimiento de impotencia en las filas obreras, tanto más que son aplicados por gobiernos “de izquierda”. Paradójicamente, es ahí en donde los ataques parecen ser los menos violentos, en Francia por ejemplo, que la combatividad obrera se ha expresado lo más masivamente con el movimiento contra la reforma de las jubilaciones del otoño del 2010.
11. Al mismo tiempo, los movimientos más masivos que se han conocido en el curso del último período no vinieron de los países más industrializados, sino de países de la periferia del capitalismo, principalmente de varios países del mundo árabe y más precisamente de Túnez y Egipto en donde, finalmente, tras haber intentado acallarlos por una represión feroz, la burguesía ha tenido que despedir a los dictadores reinantes. Esos movimientos no eran luchas obreras clásicas como las que esos países ya habían conocido recientemente (por ejemplo las luchas en Gafsa, Túnez 2008, o las huelgas masivas en la industria textil en Egipto, durante el otoño de 2007, que encontraron la solidaridad activa por parte de muchos otros sectores). Esos movimientos han tomado a menudo la forma de revueltas sociales en las que se encontraban asociados todo tipo de sectores de la sociedad: trabajadores del sector público y del privado, desempleados, pero también pequeños comerciantes, artesanos, profesionistas liberales, la juventud escolarizada, etcétera. Es por eso que el proletariado, la mayor parte del tiempo, no apareció directamente identificado, (como de forma distinta lo estuvo, por ejemplo, en las huelgas en Egipto al terminarse las revueltas), menos aún asumiendo el papel de fuerza dirigente. Sin embargo, al origen de esos movimientos (lo que se reflejaba en muchas de las reivindicaciones planteadas) se encuentran fundamentalmente las mismas causas que están al origen de las luchas obreras en los demás países: la considerable agravación de la crisis, la miseria creciente que ella provoca en el conjunto de la población no explotadora. Y si, en general, el proletariado no apareció directamente como clase en esos movimientos, su huella estaba presente en los países en los que tiene una importancia significativa, en particular por la profunda solidaridad que manifestó durante las revueltas, por su capacidad de evitar lanzarse a actos de violencia ciega y desesperada a pesar de la terrible represión que tuvieron que enfrentar. A final de cuentas, si la burguesía en Túnez y en Egipto resolvió finalmente –siguiendo los buenos consejos de la burguesía norteamericana– despedir a los viejos dictadores, fue, en gran parte, debido a la presencia de la clase obrera en esos movimientos. Una de las pruebas, en negativo, de esa realidad, está en la salida que tuvieron los movimientos en Libia: no se logró el derrumbe del viejo dictador Gadafi, sino el enfrentamiento militar entre fracciones burguesas en el que los explotados son enrolados como carne de cañón. En ese país, una gran parte de la clase obrera estaba compuesta de trabajadores inmigrados (egipcios, tunecinos, chinos, subsaharianos, bengalíes) cuya reacción principal fue huir de la represión que se desencadenó ferozmente desde los primeros días.
12. La salida guerrera del movimiento en Libia, con la participación de los países de la OTAN, ha permitido a la burguesía promover campañas de mistificación en dirección de los obreros de los países avanzados cuya reacción espontánea fue de sentirse solidarios con los manifestantes de Túnez y el Cairo, saludando su valentía y determinación. En particular, la presencia masiva de las jóvenes generaciones en el movimiento, particularmente de la juventud escolarizada cuyo porvenir está hecho de desempleo y de miseria, hacía eco a los recientes movimientos que animaron a los estudiantes en varios países europeos en el periodo reciente: movimiento contra el CPE en Francia en la primavera del 2006, revueltas y huelgas en Grecia a finales del 2008, manifestaciones y huelgas de los desempleados y estudiantes en Gran Bretaña a finales del 2010, los movimientos estudiantiles en Italia en 2008 y en Estados Unidos en 2010, etc.). Esas campañas burguesas para desnaturalizar, ante los ojos de los obreros de otros países, el significado de las revueltas en Túnez y en Egipto, han sido evidentemente facilitadas por las ilusiones que siguen pesando fuertemente sobre la clase obrera de esos países: las ilusiones nacionalistas, democráticas y sindicalistas en particular, como fue el caso en el 80-81 con la lucha del proletariado polaco.
13. Ese movimiento de hace 30 años permitió a la CCI poner en evidencia su análisis crítico de la teoría de los “eslabones débiles” desarrollada en particular por Lenin al momento de la revolución en Rusia. La CCI puso en evidencia, basándose en las posiciones elaboradas por Marx y Engels, que será de los países centrales del capitalismo, y particularmente de los viejos países industriales de Europa, que vendrá la señal de la revolución proletaria mundial, debido a la concentración del proletariado de esos países y más aún debido a su experiencia histórica, que le dan las mejores armas para acabar deshaciendo las trampas ideológicas más sofisticadas elaboradas desde hace mucho tiempo por la burguesía. Así, una de las etapas fundamentales del movimiento de la clase obrera mundial en el porvenir está constituida no sólo por el desarrollo de las luchas masivas en los países centrales de Europa occidental, sino también por su capacidad para desmontar las trampas democrática y sindical, particularmente por la toma en manos de las luchas por los mismos trabajadores. Esos movimientos serán el faro para la clase obrera mundial, incluyendo la clase obrera de la principal potencia capitalista, Estados Unidos, cuyo hundimiento en la miseria creciente, una miseria que ya afecta a decenas de millones de trabajadores, va a transformar el “sueño americano” en verdadera pesadilla.
CCI (mayo del 2011)