Enviado por Revolucion Mundial el
El llamado "Bicentenario de la Revolución de
Independencia" en México no es una
celebración solamente de la burguesía "mexicana", sino de la burguesía mundial. No es la
conmemoración del triunfo de las masas revolucionarias que construyen la"
patria", la nación, sino el triunfo de la burguesía nativa en su incorporación
al capitalismo mundial, al mercado mundial, como nuevo Estado-Nación. Una revolución
de independencia que fue producto de la expansión del capital, del carácter
universal de las relaciones de producción capitalista que destruyó los
particularismos de manera acelerada a partir de la segunda mitad del siglo XVIII
con la revolución industrial y, en particular, una expansión que alcanzó a toda
la región latinoamericana. Es pues la consolidación del mercado mundial y cuyo
origen se remonta al siglo XVI. De ahí que Marx y Engels hayan planteado que "La
gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado con el descubrimiento
de América" (Manifiesto del Partido Comunista).
La nación: un producto histórico del capitalismo
Ideológicamente, el "nacimiento de la patria" es una forma de mantener al proletariado internacional dentro de los estrechos marcos del nacionalismo, común a todos los países del planeta y en México eso se expresa bajo la defensa de la "mexicanidad" burguesa, intentando socavar el carácter internacional de su lucha y de su existencia, encerrándolo en la falsa ideología nacionalista que hoy en día hasta el izquierdismo más radical festeja con tertulias pirotécnicas patrioteras. Seguramente, los representantes gubernamentales de todos los rincones del planeta lanzarán una carretada de felicitaciones al "pueblo mexicano" por su conmemoración: desde los seguidores del "socialismo" del siglo XXI y sus izquierdas oficiales, pasando por las democracias liberales hasta llegar a los salvadores de las democracias que invaden territorios en nombre del Dios de la ganancia: el capital.
Para la burguesía, aunque su dominación es internacional, la Nación es parte de sus mecanismos de dominación; mientras que, para el proletariado internacional, la Patria-Nación no es más que un lastre ideológico, una falsa idea de pertenencia. Ahora bien, históricamente y ubicándonos en el punto de quiebre que ahora nos ocupa y al que nos hemos referido anteriormente, desde el punto de vista económico, el periodo que se abre con la revolución industrial, cuyo nacimiento se registra en Inglaterra, significó ganar para el capital no sólo el mercado interno, sino el mercado internacional (Marx, El capital, Cap. XIII) a partir de la segunda mitad de siglo XVIII, y con ello la universalización de las relaciones sociales de producción capitalista en las diversas regiones del planeta. Desde el punto de vista político, dicen Marx-Engels "la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa" (Manifiesto Comunista). En esa lógica de imposición del Estado moderno se inscriben la revolución de independencia de las Trece Colonias de Norteamérica (1776-1789); la Revolución Francesa jacobina (1789-1794); el proceso de unificación de los Estados alemanes desde 1811 hasta su consolidación en el II Reich en 1871 bajo la conducción de Otto von Bismarck; y las revoluciones de independencia de las colonias hispanoamericanas desde 1808. Es decir, se abre el periodo de las revoluciones burguesas en las principales economías del mundo, con el fin de consolidar su mercado interno y, simultáneamente, entrar en el concierto de la competencia internacional capitalista. Es en este contexto en el que se inscribe la revolución burguesa de independencia de (la Nueva España) México como parte de un proceso histórico mundial en el que surge la clase obrera sin patria dentro de esta entelequia llamada patria creada por la burguesía.
El estallido de la revolución de independencia es parte de ese proceso y no como lo relatan los mitos de la historiografía burguesa sobre el que se monta la escenografía del festejo oficial del Estado mexicano: como la idea repentina de una conspiración descubierta y, ante ello, la vivacidad del futuro "padre de la patria" para empezar a coger gachupines una madrugada del 16 de septiembre de 1910.
1810: el inicio de una revolución burguesa en la periferia del capitalismo
En el periodo que va de mediados del siglo XVII a mediados del siglo XVIII, en las colonias hispanoamericanas se registró una crisis sistémica sin precedentes que se manifestó en la disminución del excedente económico que se trasladaba a España desde las colonias. No fue una crisis de la colonia sino la crisis de la dominación colonial lo que aceleró el proceso de independencia, una crisis del sistema colonial de dominación en su conjunto.
En realidad, lo que estaba ocurriendo al interior de la Nueva España era la consolidación del mercado interno en el sentido capitalista (división del trabajo en general, en particular y en específico, como lo plantea Marx en El capital, en el capítulo sobre manufactura). Desarrollo agrícola y manufacturero en el Bajío, centros mineros en Guanajuato, Zacatecas y algunas otros puntos del norte de la Nueva España; ligado al desarrollo de los obrajes, la ganadería y articulados con el centro de comercio de la colonia, es decir, con el Consulado de la ciudad de México que junto a la iglesia desempeñaban el rol principal del sistema crediticio. Es decir, la articulación de las actividades minero-manufacturero-comercial-financiero, protegidos por los presidios pagados por los comerciantes.
Con la llegada de los Borbones al poder en España, en 1700, se plantea entonces retomar los hilos de dominación sobre la Nueva España, y para ello fue necesario emprender en diferentes órdenes las llamadas reformas borbónicas, sobre todo en el último tercio del siglo XVIII (desde 1776, justo cuando las 13 colonias de Norteamérica declaran su independencia respecto de Inglaterra). Es decir, la idea básica de los borbones era romper con el poder de la naciente clase burguesa, sin distinción entre criollos y peninsulares, que es otro de los mitos en torno a la revolución de independencia. Dice Luis Villoro: "Resultaba frecuente la figura del español inmigrante (peninsular) que después de trabajar unos años en el comercio, casaba con la hija de un criollo dueño de una mina, y se convertía, a su vez, en minero. La distinción entre europeo y criollo se resolvía así en una generación. En la industria textil (puebla, Tlaxcala, Querétaro, Celaya, Saltillo, entre las principales) no se podía establecer una distinción clara entre criollos y peninsulares". Es una falacia plantear que la lucha de clases fue inexistente y lo que se estableció fue la lucha de "razas".
De ahí que, la clase hegemónica en la Nueva España a mediados del siglo XVIII no buscara la independencia política formal, debido a que tanto la autonomía política real y la autonomía económica respecto de la metrópoli la habían alcanzado de facto con la conformación del mercado interno. Fue el intento de sujeción de la colonia a la Corona, valga decir las reformas borbónicas, lo que propició las tentativas de independencia política para liberar el proyecto burgués de esa camisa de fuerza.
Surge así la discusión sobre proyectos de "Nación" al interior de la clase dominante, sin distinción entre criollos y peninsulares, hijos de la misma patria, aunque los primeros se hicieran llamar americanos como signo de nacionalidad. Esa discusión se desarrolló con mayor fuerza en medio de un conflicto internacional: la invasión napoleónica a España en 1808 y la consecuente ausencia del monarca (Carlos IV) Fernando VII en el trono Español y que, al mismo tiempo, propiciaría las condiciones para la consolidación del Estado-nación español. Un factor externo que no fue la causa, sino la ocasión para el recrudecimiento de las diferencias al interior del poder si tenemos en cuenta que a principios del siglo XIX, la Nueva España suministraba a la metrópoli el 75 % del total de sus ingresos coloniales. El mercado interno de la Nueva España empezó a ser desestructurado con el despojo del que fue objeto por parte de los borbones.
Los desfavorecidos por las reformas fueron aquellos grupos que estaban interesados en continuar con la consolidación de un mercado interno en la colonia: hacendados, pequeños comerciantes de provincia y el incipiente grupo industrial, incluyendo a la iglesia. Como contraparte, los favorecidos fueron los grupos hegemónicos ligados y conformes con el sistema de dependencia colonial: mineros, comerciantes exportadores, y alta burocracia política.
De dichas diferencias se empezaron a conformar dos "partidos" con propuestas relativamente diferentes a partir de 1808. El primero, hegemónico, tiene su fuerza en la Real Audiencia y recibe el apoyo firme de los funcionarios y grandes comerciantes. Su propuesta: la sociedad debe quedar inamovible ante la falta del monarca español, mientras regresa de nuevo el trono. De esta manera, se prefigura, en líneas generales, una posición política conservadora. El segundo "partido" se manifiesta en una de las instituciones políticas de la Colonia donde los criollos propietarios tienen su principal fuente de poder: el ayuntamiento y, principalmente el ayuntamiento más poderoso, el de la Ciudad de México. En general, aquí se prefigura el partido de los liberales del siglo XIX en México, los reformistas por excelencia. Sin embargo, hasta ese momento, plantean reformas que no atentan contra el derecho del monarca a gobernar. Pretenden, a pesar de las reformas políticas, guardar la corona a Fernando VII. Esta posición reconoce dos poderes legítimos: el del soberano y el segundo el de los ayuntamientos, aprobados por aquél, ya que es en el cabildo donde se encuentra la verdadera representación popular, el órgano primigenio y más representativo en las colonias. Un elemento común que une a estos dos grupos es el temor a la participación de las masas explotadas en el proceso de cambio, es el temor a la radicalización de las masas. En el fondo ambos partidos son conservadores en este sentido. Este proceso conservador y la oposición a las reformas por una fracción de la clase dominante es lo que conduce a la fracción encabezada por Miguel Hidalgo y Costilla (y Morelos) al llamado a las masas para la insurrección aquel mítico 16 de septiembre de 1810.
Hidalgo y Morelos comparten las ideas de su clase y piensan en un Congreso compuesto de representantes de todos los ayuntamientos, y que guarde la soberanía para Fernando VII. Se encuentran en la lógica del partido de las reformas, con la diferencia en que se apoyan en las masas de trabajadoras, principalmente campesinas, y apelan directamente a la llamada soberanía popular burguesa que, a su vez, es delegada en el monarca. Presentan a las masas los intereses particulares de su clase como intereses generales de toda la sociedad porque necesitan el apoyo de los trabajadores. No es que esta ala popular de la revolución encabezada por Hidalgo y Morelos sean herejes desde el punto de vista religioso, sino que son herejes políticos porque van más allá de los cambios impulsados desde arriba por la clase dominante, por los dos partidos que se formaron desde 1808.
Esta postura se expresa de manera clara en el Plan de Paz (marzo 16 de 1812) firmado por José María Cos como portavoz de los insurgentes encabezados por Morelos, en el que se afirma "1º. La soberanía reside en la masa de la nación, 2º. España y América son partes integrantes de la monarquía sujetas al rey, pero iguales entre sí, y sin dependencia y subordinación de la una respecto de la otra" (Alvaro Matute, México en el siglo XIX, fuentes e interpretaciones históricas). Pero es rechazado por los dos partidos y, por lo tanto, no atrae a los grupos hegemónicos. Esa es la gran tragedia de la propuesta de Morelos: el no atraer ni a los representantes de su clase. Y lo que es peor, unifica a las mismas en torno a Félix María Calleja, representante de la monarquía. He ahí la debilidad del ejército insurgente de Morelos y que será, finalmente, lo que explicará su derrota. En este contexto, Morelos presenta al Congreso de Chilpancingo, el documento llamado Sentimientos de la Nación (14 de septiembre de 1813), donde se proclama la independencia de México y propone la República, en lo político, económico y social. Un año más tarde, el 22 de octubre de 1814, fue proclamada la primera Constitución burguesa de la nación mexicana por el ala popular de la revolución.
Mientras tanto, el ala conservadora de la revolución, había negociado en Cádiz (febrero-marzo de 1812) su incorporación al imperio pero como nación independiente: representación igualitaria en las Cortes, libertad de explotación agrícola, minera e industrial, libertad de comercio, supresión de monopolios regios, igualdad de distribución de empleos entre peninsulares y americanos (criollos), entre las principales.
Es esta última fracción de la burguesía la que finalmente triunfa (¡11 años después!) y que negociaría posteriormente la independencia de México bajo la forma de una Monarquía Constitucional con las diferentes grupos de insurgentes, ya diezmados pero de los cuales requería una legitimización de "unidad" (Guerrero, principalmente), y que se expresará con el Plan de Iguala el 24 de agosto de 1821 en la figura de Agustín de Iturbide.
Así, el nuevo Estado nación construido por la burguesía nace bajo la forma de una monarquía constitucional bendecida por la iglesia católica pero efímera al final de cuentas. La "lucha de independencia" es la máscara que esconde la lucha intestina de las fracciones del capital por imponer su poder político como burguesía "autóctona", la "liberación" planteada no era la del hombre sino la de arcaicas estructuras coloniales que impedían un desarrollo potente del capitalismo. Acabar con la encomienda (especie de esclavismo donde el poseedor de la Encomienda podía heredar en propiedad a sus trabajadores) significaba liberar e los trabajadores para que éstos se alquilaran "libremente" a los capitalistas y, con ello, se creaba una clase obrera; condición fundamental para la extracción de la plusvalía, la ganancia, capitalista. La nación tenía que reglamentar, justificar y proteger esa realidad económica.
El establecimiento en México del Estado moderno, del Estado real y político no se resolverá sino hasta 1867 con la república restaurada juarista. Volveremos sobre ello en nuestras siguientes publicaciones.
FDO/diciembre-2009