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Más de 10.000 muertos en un año. Cada día, durante meses y meses, la constante repetición de manifestaciones y de la represión; el país entero paralizado por la huelga casi general de los obreros petroleros; y además la de los hospitales y los bancos, los transportes y la prensa. Escuelas y Universidades cerradas. Advertencias amenazando con la intervención por parte de las grandes potencias. Evacuaciones de súbditos extranjeros. Vacilaciones y componendas del ejército y del Sha, de la oposición
Más de 10.000 muertos en un año. Cada día, durante meses y meses, la constante repetición de manifestaciones y de la represión; el país entero paralizado por la huelga casi general de los obreros petroleros; y además la de los hospitales y los bancos, los transportes y la prensa. Escuelas y Universidades cerradas. Advertencias amenazando con la intervención por parte de las grandes potencias. Evacuaciones de súbditos extranjeros. Vacilaciones y componendas del ejército y del Sha, de la oposición religiosa y del Frente Nacional. Estos son los acontecimientos que han revelado abiertamente la descomposición social, la crisis política y la parálisis del sistema, que no son sino la plasmación, en un país, de las características y las perspectivas de la situación actual del mundo capitalista en su conjunto.
LA CRISIS MUNDIAL
Empezando por lo económico, el mito del Irán, que se ha puesto como ejemplo, durante años, de nación en desarrollo, a la que el Sha prometía el 5° puesto mundial para finales de siglo, se ha desmoronado cual castillo de naipes.
En 1973, por vez primera, el déficit exterior crónico de Irán quedaba anulado, y en 1974, las exportaciones superaban a las importaciones en un 52 %. Este salto hizo entonces creer en un "despegue" económico, lo cual también se decía del Brasil. Por fin, se decía, se ve a un país del Tercer Mundo con posibilidades de salir del subdesarrollo. Pero pronto se disipó la ilusión con un excedente comercial rebajado al 23% desde 1975. De hecho, al depender en un 96% del petróleo en la exportación, Irán no había hecho sino beneficiarse de la coyuntural multiplicación por cuatro del precio del petróleo. Esto no era en absoluto el resultado de las ganancias sobre un producto que hubiera escaseado de repente en el mercado, como así intentaron hacer creer con lo de la "penuria" petrolera, sino que fue resultado de un alza de precios procurada por los Estados Unidos y sus grandes compañías para poner orden, en su provecho, en el mercado supersaturado del oro negro. Con este alza, en efecto, los Estados Unidos, al ser también uno de los principales productores petroleros, presionaban con el racionamiento a sus aliados y a la vez, contrincantes, Europa y Japón, volviendo la producción americana más competitiva en el mercado mundial a la vez que les hacían pagar el armamento de los países petroleros, o sea con los Eurodólares pagados a la OPEP por el petróleo.
La "nueva riqueza" de los países productores de petróleo pronto iba a ceder ante la agresividad de una competencia encarnizada resultante de la sobreproducción mundial en todos los sectores y en particular el del petróleo, obligando a Irán a rebajar sus ambiciones de grandeza y a concentrar esfuerzos en los sectores vitales de la economía nacional. El "despegue" iraní ha sido humo de pajas. No tuvo el impulso juvenil de un capital nacional en plena salud, sino que fue un sobresalto en los estertores agónicos del capitalismo mundial. Ya no se trata ahora en Irán de prosperidad. Lo que está en el horizonte es una deuda exterior en aumento por las compras masivas de armamento ultrasofisticado y por la entrega de fábricas "llave en mano", fábricas que la burguesía ha sido incapaz de hacer funcionar de verdad.
En lo político también, la burguesía iraní, cuyo poder descansa por completo en el ejército, única fuerza capaz en un país subdesarrollado de mantener mínimamente cohesionado el Estado, dispone de un margen de maniobra cada vez más limitado. La monarquía del todopoderoso sha ya no era un feudalismo atrasado y anacrónico que la burguesía podía quitarse de encima para ir hacia adelante, sino una ejemplar forma de capitalismo de Estado concentrado, originado por la debilidad histórica y estructural del capital nacional. La evolución de Irán, marcada por los intentos de "modernización" y la separación de los sectores arcaicos del aparato productivo, únicos sectores del "desarrollo" y la ganancia, es algo irreversible.
Ninguna política de la burguesía puede hoy cuestionar el papel preponderante del ejército y la orientación de la economía nacional hacia el único y limitado recurso de que dispone en el marco de la economía mundial. En un régimen así, típico de los países subdesarrollados, todo tiene que importarse, y los "negocios" se hacen con el dinero de las exportaciones, con todo lo que eso acarrea: compadreos, malversaciones de fondos y tráficos diversos... De ahí surgen los enfrentamientos interburgueses, pero éstos no pueden realmente cuestionar la fuente de recursos y el funcionamiento del sistema. Ninguna política burguesa puede oponerse de verdad a la eliminación de los sectores no rentables del aparato productivo sin agudizar aún más la quiebra del sistema. Por estas razones, no hay ninguna alternativa estable real y a largo plazo, a la crisis que ha provocado el movimiento y revuelta de todas las capas y clases de la población. Lo único que es capaz de proponer la burguesía, en última instancia, es la metralla y las matanzas a repetición contra las masas pauperizadas y en revuelta. La oposición entre la Iglesia chiíta y el Frente Nacional sólo estriba en la manera cómo usar el Estado y el ejército para llevar a cabo lo único que les interesa en la situación actual, o sea, encontrar los medios adecuados para volver a poner en marcha al país.
La alternativa de una "Revolución de 1789" en Irán, planteada por toda una propaganda dispuesta a dar sus buenos consejos y su apoyo al poder burgués sacudido por la crisis no es más que patraña. En plena crisis mundial del sistema, ya no queda sitio para la prosperidad y el desarrollo en el marco del capitalismo. La historia de Irán de los 50 últimos años está totalmente marcada, no por el feudalismo al que podría oponerse la burguesía hoy con perspectivas progresistas, sino por la decadencia capitalista, por la contrarrevolución que siguió a la ola revolucionaria de los años 1917-23 y por el reparto del mundo surgido de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el general de cosacos Reza Jan, padre del Sha actual, tomó el poder en 1921 y se hizo coronar emperador en 1925, la era de revoluciones burgueses se había cerrado y el régimen se instauraba con la bendición de los "aliados" y sobre las ruinas de una guerra generalizada y la derrota del proletariado mundial. Tras haberse tambaleado durante la segunda carnicería mundial por su inclinación hacia las potencias del Eje, el régimen fue puesto en pie de nuevo por los vencedores occidentales tras el reparto de Yalta entre Este y Oeste, y más tarde el orden sería restaurado en provecho de aquéllos, apoyando al Sha contra Mosadegh, cuyo nacionalismo se adaptaba mal a sus intereses.
La crisis iraní queda totalmente enmarcada por sus características históricas, económicas y políticas, en la crisis mundial del sistema capitalista.
DESCOMPOSICIÓN SOCIAL, CRISIS POLÍTICA Y LUCHAS OBRERAS
La crisis del sistema, al minar todos los medios de subsistencia de capas y clases que componen la sociedad, provoca la quiebra y la descomposición social. Al replegarse cada vez más en lo esencial que asegura el mantenimiento de su poder, la burguesía se incapacita para dar soluciones materiales a la situación. Al contrario, los salarios y el número de obreros, los subsidios y los míseros recursos de supervivencia de parados y sin trabajo, las salidas para estudiantes, las ganancias del pequeño comercio, las inversiones no rentables, todo va siendo irremediablemente laminado por la burguesía. Entonces las contradicciones sociales acaban apareciendo a las claras. Y para empezar, en la misma clase dominante, en la cual los métodos chanchullescos, los apaños y la corrupción sistemática de los que tienen las riendas del poder van a provocar la ira de los que quedan fuera. Por otro lado, la miseria aumenta y con ella la masa de individuos pauperizados, se acumula el descontento que lleva a la revuelta. Frente al poder estatal reducido e identificado a una pandilla de hampones, cuando convergen todas esas condiciones, el levantamiento de la población surge aún más amplio y más decidido. Pues cuanto más débiles y debilitados por la crisis son los cimientos de la dominación de clase tanto más esa dominación aparece arrogante y descaradamente impuesta. Como en Nicaragua contra el dictador Somoza, en Irán la ira y la indignación se cristalizaron contra el Sha, su familia, su policía política. Igual que en Nicaragua, contra "todo el pueblo" agrupado en manifestaciones contra el tirano, el régimen contestaba sistemáticamente con la represión y el ejército, dejando cada vez un montón de muertos por las calles (en Septiembre, en Teherán, de 3000 a 5000 muertos en un día). Pero cuando surgieron las huelgas, primero en las plantas petrolíferas y luego en los demás sectores, la burguesía tuvo que ceder a las reivindicaciones salariales de los trabajadores (hasta el 50% de aumento) para que volviera a arrancar la producción. Y para asegurarse de esto, el ejército ocupó los centros petroleros, implantó la ley marcial, prohibió los agrupamientos, detuvo a los "cabecillas" de la huelga. Y las huelgas volvieron esta vez contra la represión y el ejército, parando de nuevo la producción, dando así un nuevo impulso vigoroso al movimiento.
Esta vez, y esto no ocurrió en Nicaragua, al asalto al símbolo del poder capitalista, el ejército, se le añadía una parálisis de las bases mismas de ese poder. La reivindicación contra el Sha, al principio puras buenas intenciones utilizadas en sus maniobras por las oposiciones de la Iglesia Chií y del Frente Nacional, a lo cual el gobierno podía responder con la represión, se volvió un problema vital para la burguesía desde el momento en que sus beneficios quedaban cuestionados por las huelgas. La clase obrera, que aparecía bien diferenciada del "pueblo", demostraba ser una fuerza capaz para resistir a los ataques de la burguesía. En medio de reivindicaciones de capas y clases con motivaciones e intereses tan divergentes como los de los burgueses medio arruinados de los Bazares o abrumados por los abusos de la camarilla del Sha, los vagabundos en la miseria total, los estudiantes sin posibilidades de carrera, la pequeña burguesía indecisa y fluctuante, la clase obrera, en cambio, defendía colectivamente, apoyada en bases materiales, sus intereses, plasmando al mismo tiempo las aspiraciones de las capas arruinadas y pauperizadas de la sociedad.
Al revés que la pequeña burguesía y capas intermedias, las cuales, al dispersarse en una multitud de intereses particulares, sólo pueden llevar el movimiento hacia la sumisión o la revuelta desesperada, la clase obrera, por el contrario, agrupada en un cuerpo colectivo, en el centro mismo de la producción capitalista, puede ofrecer resistencia antes de ir construyendo la única y real alternativa histórica, la destrucción del capitalismo. Esta es la realidad de lo que está ocurriendo en Irán, detrás de las cortinas de humo de los llamamientos a Alá y a su profeta Jomeini para que intervengan, o de los trazos más o menos dudosos del Frente Nacional.
"La clase obrera no tiene ideal por realizar, sino únicamente liberar lo que de la sociedad nueva lleva en sus flancos la vieja sociedad burguesa que se está hundiendo" ( Tercer saludo del Consejo General de la A.I.T a la Comuna de París en 1871, Marx ).
Con el movimiento se han agudizado la crisis política y la ruptura del frágil equilibrio del Estado Iraní. Ante las primeras dificultades, el Estado contestó sin miramientos con la represión pura y simple. El Sha seguía teniendo el apoyo de los Estados Unidos y el presidente Carter tras las matanzas de Septiembre, demostrando él mismo que lo de los "derechos humanos" es puro cuento y humo, volvía a confirmar el carácter "liberal" del régimen. La URSS, por su parte, mantenía una "positiva y respetuosa" neutralidad. El ministro británico de Exteriores aportaba al Sha un firme apoyo. China también, con la venida de Huaguofeng, daba todos sus apoyos. Para todos, la única posibilidad estaba en el Sha y su ejército. Nadie tenía a alguien diferente a quien proponer, u otra alternativa que presentar. Pero, la extensión del "caos" tenía que empujar a la burguesía a preparar posibilidades de relevo. Ya Francia, sin duda el mejor auxiliar de la política exterior de Occidente, había recuperado y puesto en reserva bajo su ala protectora, a la oposición religiosa acogiendo al "refugiado" ayatolah Jomeini, heraldo de la oposición, "expulsado" de Irak en donde estaba instalado. El Sha encarcelaba a elementos del Frente Nacional. Las vacilaciones constantes desatadas por la necesidad de poner orden no podían acabar sin otro apoyo que el ejército, lo cual se tradujo en la entrega formal del gobierno a esa institución, y por parte de la oposición, en llamamientos repetidos para que el ejército cambiara de campo. Mientras tanto, la burguesía se agitaba para encontrar justificaciones frente a la población, procurando atraer a las fracciones burguesas y pequeño burguesas neutrales, pasivas u opuestas a la corrupción, buscando "hombres íntegros" y "no comprometidos" con el régimen. El Ayatollah Jomeini y el Frente Nacional mantenían el radicalismo de fachada necesario para evitar desbordamientos exigiendo cada vez más alto la marcha del Sha. A su vez, el Frente Nacional proporcionaba la persona que podría dar un primer paso, Bajtiar ("el hombre de los franceses") y Jomeini mandaban crear una comisión del petróleo para pedir a los obreros que volvieran al trabajo con la excusa del "consumo popular".
Esa tarea ya no es fácil cuando el "pueblo" está en la calle. Y cuando los obreros están movilizados y organizados, semejantes llamamientos de la oposición, incluso la más creíble y decidida, se vuelven contra sus intereses. Los obreros organizaron bajo su propio control el abastecimiento. El ejército tuvo que intervenir para interrumpirlo y el Ayatollah no abrió la boca sobre esta operación. Porque el "pueblo" sólo es para esas momias del pasado una palabra vacía que puede servir a los intereses nacionales. Si esa palabra tiene un significado para el proletariado, sólo puede ser el de su fuerza autónoma capaz de verdadera solidaridad con las inmensas masas pauperizadas. Nunca podrá ser el de los "humanistas", los "demócratas" o los "populistas", quienes, cuando proponen sus soluciones para la defensa del capital nacional, ven en el "pueblo" a una masa de maniobra en apoyo de sus ambiciones.
Esta ilustración de la crisis política muestra a la burguesía en Irán, como así ocurrirá cada vez más en el mundo, sin ninguna salida verdadera a su crisis. Los "hombres políticos" de la burguesía son hoy y cada vez más "hombres de transición", "técnicos", que ocultan o no, según las necesidades de la burguesía, a los verdaderos "hombres" de ésta, el ejército, la policía y de todos los cuerpos de represión del Estado. En Irán, la alternativa para la clase dominante no es Jomeini o el Ejército, o Sandjabi o el Ejército: Mientras exista un estado capitalista, el ejército estará presente, con un Jomeini, un Sandjabi o un Sha. Los "relevos" sólo son una nueva careta para el ejército y sus funciones de encuadramiento, pues es éste la única fuerza en la que la burguesía puede asentar su poder. Históricamente, pues las únicas fuerzas que se enfrentaran de manera decisiva son la burguesía y el proletariado, el ejército y los obreros.
Por el momento, la burguesía, para encarar a la clase obrera, intenta disolver los intereses de ésta en el conjunto de la población para desmovilizarla y seguir manteniendo la dictadura del capital. Lo básico en las discusiones y maniobras políticas de la burguesía, del gobierno y de la oposición y dentro del ejército mismo es cómo aplastar la revuelta y/o separar, en la mente de la población y de los obreros sublevados, el Sha del Estado, para, si hace falta, darles la cabeza del Emperador sin que el Estado quede afectado.
"La revolución hasta la marcha del Sha", gritaban los manifestantes de Teherán. Si la marcha del Sha es la condición para que pare el proletariado, la burguesía hará lo que pueda para conseguirlo, de manera a dar ilusiones de que la meta de la lucha es la caída del Sha, el final del movimiento y de la movilización.
Para la burguesía, no hay hoy ninguna perspectiva ni a corto ni a largo plazo. La marcha del Sha y un nuevo gobierno no son más que el mantenimiento y la aceleración de las mismas condiciones de crisis, de miseria, de guerra y de represión.
Para el proletariado, a largo plazo, por la extensión y generalización de su combate al mundo entero y sobre todo en las grandes concentraciones industrializadas del capital, la perspectiva es la de la destrucción de ese sistema por la revolución comunista. El combate de la clase obrera en Irán es un momento de ese combate general. No está limitado a Irán, sino que ha abierto nuevas experiencias de posibilidades de extensión y de generalización, por su propia organización y respecto a las masas pauperizadas de la sociedad; ha demostrado, para el proletariado del mundo entero, en un país situado en la línea de enfrentamientos interimperialistas, que era capaz de resistir a los ataques de la burguesía.
Para la clase obrera en Irán, el peligro a corto plazo es el de dejar que sus intereses se diluyan en los de la población entera, si acepta una unión antinatural... entre capital y trabajo con cualquier fracción de la burguesía, el peligro de una explotación y de una represión reforzada. Su fuerza está en su capacidad para mantenerse movilizada en su terreno de clase.
M.G. (enero de 1979)