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Crisis financiera
De la crisis de liquidez a la liquidación del capitalismo...
El verano de 2007 ha confirmado el hundimiento del capitalismo en catástrofes cada día más frecuentes: el barrizal imperialista ilustrado por un baño permanente de sangre de civiles en Irak; los estragos causados por el cambio climático provocado por la búsqueda desenfrenada de beneficios; y un nuevo desplome en la crisis económica con la promesa de un mayor empobrecimiento de la población mundial. A la inversa, la clase obrera, la única fuerza capaz de salvar la sociedad humana, está cada vez más insatisfecha con este sistema capitalista en putrefacción. Es, sin embargo, sobre la crisis económica sobre lo que vamos a tratar aquí, debido a los acontecimientos dramáticos que comenzaron en el sector inmobiliario en Estados Unidos y que han zarandeado las finanzas internacionales y el sistema económico del mundo entero.
Estalla la burbuja
La crisis se desató con el desplome de los precios inmobiliarios en Estados Unidos y el freno de la actividad en el sector de la construcción y la incapacidad de muchos deudores, sin medios para hacer frente al alza de los tipos de interés, para reembolsar los créditos, famosos ahora con el nombre de subprime o hipotecas de alto riesgo. A partir de ese epicentro, las ondas de choque se fueron ampliando por todo el sistema financiero mundial. En agosto se desmoronaron o tuvieron que ser socorridos cantidad de fondos de inversión y bancos comerciales cuyos haberes se componían de miles de millones de dólares de esos créditos. Se hundieron dos hedge funds (fondos de inversión de alto riesgo o especulativos) del banco norteamericano Bear Sterns, costando a los inversores mil millones de dólares. El banco alemán ADF fue salvado in extremis y el francés BNP Paribas se vio fuertemente zarandeado. Han bajado considerablemente las acciones de organismos de crédito inmobiliario y otros bancos, lo cual desembocó en una caída vertiginosa de todas las principales plazas bursátiles del planeta, aniquilándose así miles de millones de dólares de "trabajo acumulado". Para atajar la pérdida de confianza y la reticencia de los bancos a otorgar préstamos, los bancos centrales (la Reserva Federal estadounidense, FED, y el Banco europeo, BE) intervinieron, inyectando miles de millones para préstamos menos caros. Ese dinero no se ha destinado, claro está, a los cientos de miles de personas que han perdido sus casas en la quiebra de las subprimes, ni a los miles de obreros desempleados a causa de la crisis de la construcción, sino a los propios mercados de crédito. De este modo, las instituciones financieras que dilapidaron cantidades enormes de activos, han sido recompensadas con más liquidez para seguir haciendo sus divertidas apuestas. Pero eso no ha puesto fin a la crisis, ni mucho menos. En Gran Bretaña, iba a acabar en farsa.
En septiembre, el Banco de Inglaterra criticó a los demás bancos centrales por haber avalado a los inversores peligrosos e imprudentes que desencadenaron la crisis, recomendando una política más severa que castigue a los malos agentes e impida que reaparezcan los mismos problemas de especulación. Pero al día siguiente, el presidente del Banco, Mervyn King, dio media vuelta al timón. El banco debía auxiliar al quinto abastecedor de créditos inmobiliarios del Reino Unido, el Northern Rock. La "estrategia de empresa" de este banco era pedir préstamos en el mercado crediticio para luego él, a su vez, prestar dinero a compradores de viviendas con un tipo de interés superior. Y cuando los mercados crediticios empezaron a desmoronarse, al Northern Rock le ocurrió lo mismo.
Después de que se anunciara el auxilio a ese banco se formaron colas interminables delante de sus agencias; los ahorradores venían a llevarse su dinero: en tres días se sacaron 2 mil millones de libras esterlinas. Era la primera desbandada de ese estilo que se producía en un banco inglés desde hacía 140 años (1866). Para prevenir los riesgos de contagio, el gobierno volvió a intervenir, garantizando el 100 % de sus haberes a los clientes del Northern Rock y a los ahorradores de otros bancos amenazados ([1]). Finalmente, "la vieja dama de Threadneedle Street" (el Banco de Inglaterra) se vio obligada, como todos los demás bancos centrales que acababa de criticar, a inyectar enormes cantidades de dinero en un sistema bancario resquebrajado. Resultado: el crédito de la propia dirección del centro financiero de Londres - que hoy representa la cuarta parte de la economía británica - estaba por los suelos.
El acto siguiente del drama que prosigue cuando esto escribimos, trata del efecto de la crisis financiera en la economía en general. El primer descenso, desde hace cinco años, del tipo de interés de la FED para hacer más disponibles los créditos no ha sido, por ahora, muy exitoso que digamos. No ha acabado con el continuo desmoronamiento del mercado inmobiliario en Estados Unidos ni tampoco con el de los otros 40 países en los que se ha ido hinchando la misma burbuja especulativa. Tampoco ha impedido el aumento de restricciones en los créditos con sus efectos inevitables en las inversiones y los gastos de las familias en general. Lo que sí ha acarreado, en cambio, ha sido la caída acelerada del dólar (que ha llegado a su nivel más bajo respecto a las demás divisas desde que el presidente Nixon lo devaluara en 1971), la subida récord del euro y de las materias primas como el petróleo y el oro.
Son signos anunciadores tanto de la caída del crecimiento de la economía mundial, incluso de una posible recesión abierta, y de un aumento de la inflación para los tiempos venideros.
En una palabra, se acabó el período de crecimiento económico de los últimos seis años basado en el crédito hipotecario y el consumo y la gigantesca deuda externa y presupuestaria de EEUU.
Esos son los datos de la situación económica actual. La pregunta que cabe hacerse es: la recesión que se perfila y que todos consideran probable, ¿se integra en los altibajos inevitables de una economía capitalista básicamente sana, o es la señal de un proceso de desintegración, de avería interna del propio capitalismo asaltado por convulsiones cada vez más violentas?
Para contestar a esa pregunta, es necesario, primero, examinar la idea de que el desarrollo de la especulación y la crisis del crédito de ella resultante serían, en cierto modo, una aberración o una especie de extravío fuera del funcionamiento sano del sistema, que podrían, pues, corregirse mediante el control del Estado o una mejor regulación. O dicho de otra manera, ¿no se deberá la crisis actual a unos financieros que tienen a la economía de rehén?
El papel del crédito en el capitalismo
El desarrollo del sistema bancario, de la Bolsa y demás mecanismos de crédito forma parte íntegra del desarrollo del capitalismo desde el siglo xviii. Fueron necesarios para reunir y centralizar el capital financiero y permitir los niveles de inversión necesarios para una expansión industrial tan vasta que ningún capitalista individual, por muy rico que fuera, podía encarar. La idea del empresario industrial que se ganaría su capital ahorrando y arriesgando su propio dinero es pura ficción. La burguesía debe poder acceder a las cantidades de capital ya concentradas en los mercados crediticios. En las plazas financieras, no son sus propias fortunas personales lo que los representantes de la clase burguesa ponen en juego, sino la riqueza social en forma monetaria.
El crédito, enormes cantidades de crédito, ha desempeñado un papel importantísimo en la aceleración del gigantesco crecimiento de las fuerzas productivas -comparado con épocas anteriores- y en la formación del mercado mundial.
Por otra parte, a causa de las tendencias inherentes a la producción capitalista, el crédito también ha sido un poderoso factor de aceleración de la sobreproducción, de la supervaloración de la capacidad de los mercados para absorber los productos, concentrando así unas burbujas especulativas cuyas consecuencias son las crisis y el agotamiento del crédito. Al mismo tiempo que favorecían esas catástrofes sociales, las Bolsas y el sistema bancario han alentado todos los vicios como la codicia y la duplicidad, típicos de una clase explotadora que vive del trabajo ajeno; vicios que hoy vemos prosperar con la forma de "delito de iniciados" y pagos ficticios, "primas" de escándalo equivalentes a fortunas enormes, o los llamados "paracaídas dorados", fraudes en la contabilidad o robos notorios, etc.
La especulación, los créditos de alto riesgo, las estafas, las quiebras bursátiles resultantes de todo ello y la desaparición de cantidades enormes de plusvalía son, pues, una característica intrínseca de la anarquía de la producción capitalista.
En última instancia, la especulación es una consecuencia y no una causa de las crisis capitalistas. Si hoy la actividad especulativa de las finanzas parece dominar la economía entera, es porque desde hace unos 40 años la sobreproducción ha ido hundiéndose en una crisis continua en la que los mercados mundiales están saturados de productos, siendo cada día menos lucrativa la inversión en la producción; al capital financiero no le queda otro recurso que invertir en lo que ha acabado siendo una "economía de casino" ([2]).
Un capitalismo sin excesos financieros no es posible; estos forman parte intrínseca de la tendencia del capitalismo a producir como si el mercado no tuviera límites, de ahí la incapacidad incluso de un Alan Greenspan, antiguo presidente de la FED, para saber si "el mercado está sobrevalorado".
El reciente hundimiento del mercado inmobiliario en Estados Unidos y en otros países es una ilustración de la verdadera relación que hay entre la sobreproducción y la presión del crédito.
El sector inmobiliario ilustra el anacronismo
de la producción capitalista
Las características de la crisis del mercado inmobiliario recuerdan las descripciones de las crisis capitalistas de Karl Marx en el Manifiesto comunista: "En esas crisis se desata una epidemia social que en cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción (...) la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio"
No es a causa de una penuria de viviendas por lo que hay miles y miles de personas sin techo; paradójicamente, hay demasiadas, hay una verdadera sobreabundancia de casas vacías. La industria de la construcción ha trabajado sin descanso en los últimos cinco años. Y a la vez, en cambio, el poder adquisitivo de los obreros norteamericanos ha disminuido, pues lo que buscaba el capitalismo US era aumentar sus beneficios. Entre las nuevas viviendas en el mercado y quienes las necesitaban se fue abriendo un foso infranqueable. De ahí el invento de las hipotecas de alto riesgo -los créditos subprimes- para seducir a los nuevos compradores con escasos recursos. La cuadradura del círculo. Al final, el mercado ha acabado por hundirse. Y ahora que cada vez más propietarios de viviendas son expulsados y sus bienes embargados a causa de unos reembolsos hipotecarios aplastantes, el mercado inmobiliario estará cada día más saturado: en Estados Unidos se supone que habrá unos 3 millones de personas que perderán su vivienda por imposibilidad de reembolso de sus préstamos subprime. Cabe suponer que esa aceleración de la indigencia ocurra en otros países en los que ha estallado o está por estallar la burbuja inmobiliaria. De ese modo, el desarrollo de la actividad constructora y de los créditos hipotecarios durante la última década no va a reducir ni mucho menos el número de los sin techo, sino, al contrario, ha alejado de la gran masa de población la posibilidad de disfrutar de un alojamiento decente y ha puesto a los propietarios de viviendas en una situación precaria ([3]).
Evidentemente, lo que preocupa a los dirigentes del sistema capitalista - sus ejecutivos de hedge funds, sus ministros de Finanzas, sus banqueros de los bancos centrales, etc. - en la crisis actual, no son las tragedias humanas provocadas por el desastre de las subprimes, y las pequeñas aspiraciones a una vida mejor (salvo si crecieran esas aspiraciones y acabaran poniendo en entredicho la inhumanidad de este modo de producción), sino la imposibilidad de los consumidores de pagar los elevados precios de las viviendas y las hipotecas usureras.
El descalabro de las subprimes ilustra, pues, la crisis del capitalismo, su tendencia crónica, en su carrera por las ganancias, a la sobreproducción con relación a una demanda solvente, su incapacidad, a pesar de los recursos materiales, tecnológicos y humanos fenomenales a su disposición para satisfacer las necesidades humanas más elementales ([4]).
Sin embargo, por muy absurdo, despilfarrador y anacrónico que aparezca el capitalismo a la luz de la crisis reciente, la burguesía siempre intenta calmarse tanto a sí misma como al resto de la población: al menos, las cosas no irán peor que en 1929, afirma.
La situación actual:
el mismo problema que en 1929
El crac de Wall Street en 1929 y la Gran depresión siguen obsesionando a la burguesía como lo demuestra el tratamiento que los medios han dado a los acontecimientos recientes. Editoriales, artículos de fondo, analogías históricas con las que procuran convencernos de que la crisis financiera actual no desembocará en una catástrofe semejante, que 1929 fue algo único que acabó en desastre a causa de decisiones erróneas.
Los "peritos" de la burguesía nos construyen la ilusión de que la crisis financiera actual sería como una especie de repetición de las quiebras financieras del siglo xix, limitadas en el tiempo y el espacio. En realidad, la situación actual tiene más que ver con 1929 que con aquel período de ascendencia del capitalismo, pues comparte muchas características con las crisis económicas y financieras catastróficas de sus decadencia, período abierto con la Iª Guerra mundial, de desintegración del modo de producción capitalista, une período de guerras et de revoluciones.
Les crisis económicas de la ascendencia capitalista y la actividad especulativa que a menudo las acompañó y precedió eran los latidos del corazón de un sistema sano que abrían el camino a una nueva expansión capitalista por continentes enteros, a unos avances tecnológicos de primera importancia, a la conquista de mercados coloniales, a la transformación de los artesanos y campesinos en ejércitos de trabajadores asalariados...
La quiebra de la Bolsa de Nueva York en 1929, que anunció la crisis más importante del capitalismo en declive, dejó en la sombra a todas las crisis especulativas del siglo xix. Durante "los años locos" de 1920, el valor de las acciones de la Bolsa neoyorquina, la más importante del mundo, se habían multiplicado por cinco. El capitalismo mundial no había superado la catástrofe de la Primera Guerra mundial y en el país que se había convertido en el más rico del mundo, la burguesía buscaba salidas en la especulación bursátil.
Pero el "jueves negro", 24 de octubre de 1929, fue el desplome total. Las ventas convulsivas prosiguieron el "martes negro" de la semana siguiente. Y la Bolsa siguió hundiéndose hasta 1932; entonces, los títulos habían perdido 89 % de lo que su valor máximo de 1929. Habían bajado a unos niveles nunca vistos desde el siglo xix. El nivel máximo del valor de las acciones de 1929 ¡no sería alcanzado hasta 1954!
Durante ese tiempo, el sistema bancario de EEUU que había prestado dinero para comprar títulos se desmoronó a su vez. Aquel desastre anunció la Gran Depresión de los años 1930, la crisis más profunda que jamás haya conocido el capitalismo. El PIB de EEUU se dividió por dos. Se echaron al desempleo a 13 millones de obreros con casi ningún auxilio. Un tercio de la población quedó sumida en la mayor pobreza. Los efectos se repercutieron por todo el planeta.
Y no hubo rebote económico como ocurría tras las crisis del siglo xix. La producción sólo se reanudó cuando la orientaron hacia la producción de armamento con vistas a preparar un nuevo reparto del mercado mundial en la riada de sangre imperialista de la Segunda Guerra mundial; en otras palabras, cuando los desempleados fueron transformados en carne de cañón.
La depresión de los años 1930 parece haber sido el resultado de 1929. En realidad, lo que hizo el crac de Wall Street fue precipitar la crisis, una crisis de sobreproducción crónica del capitalismo en su fase de decadencia: ahí radica la identidad entre la crisis de los 30 y la de hoy, iniciada a finales de los años 60.
La burguesía de los años 1950 y 1960 proclamó con suficiencia que había resuelto el problema de las crisis, reduciéndolas a una curiosidad histórica gracias a paliativos como la intervención del Estado en la economía en el plano nacional e internacional, mediante la financiación de los déficits y la imposición progresiva. La crisis mundial de sobreproducción, para desesperación de la clase dominante, volvió a aparecer a finales de los años 60.
Desde hace 40 años, la crisis ha ido dando tumbos de una depresión a otra, de una recesión abierta a otra más grave, de una quimérica mina de oro a otra. La crisis, desde los años 1968, no ha tenido la forma abrupta del crac de 1929.
En 1929, los expertos financieros de la burguesía tomaron medidas que no lograron contener la crisis financiera. Esas medidas no eran erróneas, pero los métodos que habían funcionado en las quiebras precedentes del sistema, como la de 1907 y el pánico que habían engendrado, ya no eran suficientes en el nuevo período. El Estado se negó a intervenir. Los tipos de interés aumentaron, se dejó que disminuyeran las reservas monetarias, que aumentaran las restricciones de créditos y que se desmoronara la confianza en el sistema bancario y crediticio. Las leyes arancelarias Smoot-Hawley, en EEUU, impusieron barreras a las importaciones, lo cual provocó la baja del comercio mundial, empeorando así la depresión.
En los últimos 40 años, la burguesía ha aprendido a usar los mecanismos estatales reduciendo los tipos de interés, inyectando liquidez en el sistema bancario para encarar las crisis financieras. Ha sido capaz de "acompañar" la crisis, pero a costa de una sobrecarga del sistema capitalista de una montaña de deudas. El declive ha sido mucho más gradual que en los años 1930; sin embargo, los paliativos acaban gastándose y el sistema financiero es cada día más frágil. El aumento fenomenal de la deuda en la economía mundial durante la última década se revela en el crecimiento descomunal, en los mercados crediticios, de los hedge funds hoy ya tan famosos. Se estima que el capital de esos fondos ha subido de 491 mil millones de dólares en 2000 a 1 billón 745 mil millones en 2007 ([5]). Las transacciones financieras complicadas de esos fondos, secretas y no reguladas la mayoría de ellas, utilizan la deuda como una seguridad negociable en busca de ganancias a corto plazo. Se considera que los hedge funds han extendido las malas deudas por todo el sistema financiero, acelerando rápidamente la crisis financiera actual.
Le keynesianismo, sistema de financiación del déficit por el Estado para así mantener el pleno empleo, fue desapareciendo con la inflación galopante de los años 1970 y las recesiones de 1975 y 1981. La "reaganomics" y el "thatcherismo" ([6]), medios para restaurar las ganancias mediante la reducción del salario social, la reducción de impuestos, dejando que quebraran las empresas no rentables, provocando un desempleo masivo, se extinguieron con el crac bursátil de 1987, el escándalo de las Savings and Loans (Cajas de ahorros para la vivienda social) y la recesión de de 1991. A los "dragones" asiáticos se les apagaron las llamaradas en 1997, con deudas enormes. La revolución Internet, la "nueva economía", quedó al desnudo sin ningún ingreso aparente y el boom de sus acciones se desinfló en 1999. Después le llegó el turno al boom inmobiliario y del crédito en los últimos cinco años, y el uso de la gigantesca deuda externa de Estados Unidos para fomentar una demanda para la economía mundial y la expansión "milagrosa" de la economía china. Y ahora todo eso también se está poniendo en entredicho.
No puede predecirse cómo va a ser el declive que va a seguir la economía mundial, pero lo que sí es inevitable son las convulsiones crecientes y una austeridad cada día peor.
El capitalismo ha preparado
las condiciones del socialismo
En el volumen III de el Capital, Marx argumenta que el sistema del crédito desarrollado por el capitalismo reveló de manera embrionaria un nuevo modo de producción en el seno del antiguo. Al ampliar y socializar la riqueza, al quitársela de las manos a los miembros individuales de la burguesía, el capitalismo fue abriendo el camino para una sociedad en la que la producción podría centralizarse y ser controlada por los productores mismos y en el que la propiedad burguesa podría abolirse como anacronismo histórico:
"por consiguiente, el crédito acelera el desarrollo material de las fuerzas productivas y la instauración del mercado mundial, bases de la nueva forma de producción, que es misión histórica del régimen de producción capitalista implantar hasta cierto nivel. El crédito acelera al mismo tiempo las explosiones violentas de esta contradicción, que son las crisis, y con ellas los elementos para la disolución del régimen de producción vigente." ([7])
Ya hace ahora casi un siglo que las condiciones están maduras para que sean eliminados el reino de la burguesía y la explotación capitalista. Sin una respuesta radical del proletariado que lo lleve hacia el derrocamiento del capitalismo a escala mundial, las contradicciones de este sistema moribundo, la crisis económica en particular, se irán agravando más y más. El crédito sigue desempeñando un papel en la evolución de esas contradicciones, pero ya no lo es para la conquista del mercado mundial (ya hace mucho tiempo que el capitalismo y sus relaciones de producción dominan el mundo). Lo que, en cambio, sí ha permitido al capitalismo ese endeudamiento masivo de todos los Estados, es haber evitado caídas brutales de la actividad económica, pero no a cualquier precio. Y tras haber ocultado durante décadas el antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y unas relaciones de producción capitalistas ya caducas, el abuso masivo y general del crédito, ("expresiones violentas de esa contradicción"), va a seguir con sobredosis masivas que acabarán destruyendo el cuerpo social. Esos sobresaltos, sin embargo, no significarán, ni mucho menos, que vaya a destruirse por sí sola la sociedad de clases, pero sí serán un incentivo para que el proletariado se ponga en movimiento.
Ahora bien, los revolucionarios siempre han puesto de relieve que es la crisis la que va a acelerar el proceso, ya iniciado, de toma de conciencia del atolladero que es el mundo actual. La crisis hará lanzarse a la lucha, cada vez más masivamente, a cantidad de sectores de la clase obrera lo que le permitirá a ésta multiplicar sus experiencias. Lo que está en juego en las experiencias futuras es la capacidad de la clase obrera para defenderse y afirmarse frente a las fuerzas de la burguesía, para tomar confianza en sus propias fuerzas y adquirir progresivamente la conciencia de que solo ella es la fuerza capaz de derribar el capitalismo.
Como, 29/10/2007
[1]) Según la revista de negocios británica The Economist, esa garantía era, en realidad, un bluf.
[2]) "Y no serán las peroratas de los "altermundistas" y demás denunciadores de la "financiarización" de la economía las que van a cambiar nada. Esas corrientes políticas desearían un capitalismo "limpio", "equitativo" que dejara de lado la especulación. En realidad ésta no se debe ni mucho menos a un "mal capitalismo" que "se olvidaría" de su responsabilidad de invertir en sectores realmente productivos. Como Marx lo dejó claro desde el siglo xix, la especulación es resultado de que, en la perspectiva de una ausencia de salidas suficientes para las inversiones productivas, los poseedores de capitales prefieren rentabilizarlos a corto plazo en una gigantesca lotería, una lotería que está transformando hoy el capitalismo en un casino planetario. Pretender que el capitalismo renuncie a la especulación en el periodo actual es tan realista como pretender que los tigres se hagan vegetarianos" (Resolución sobre la situación internacional adoptada por el XVIIe congreso de la CCI - Ver la Revista internacional n° 130).
[3]) Benjamin Bernanke, presidente de la FED, habla de los atrasos en el pago de las hipotecas y alquileres como actos de "delincuencia", algo así como un pecado contra Mammon, el demonio de la riqueza. Y por lo tanto, se ha castigado a los "criminales"... ¡con tipos de interés todavía más elevados!
[4]) No podemos tratar aquí la situación de los sin techo en el mundo. Según la Comisión de la ONU para los Derechos humanos, mil millones de personas carecen de un alojamiento adecuado, y 100 millones carecen de alojamiento sin más.
[6]) "Reaganomics", neologismo inglés para nombrar la política económica durante la presidencia de Reagan en EEUU en los años 80. Thatcher fue la primera ministra británica en esos mismos años.
[7]) El Capital, libro III, c. XXVII "El papel del crédito en la producción capitalista". FCE, México.