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La obsesión de Amorós por proclamar la desaparición de la clase obrera como sujeto histórico
Numerosas son las cuestiones en las que hurga Amorós en su conferencia[1], publicada después como artículo, sin que por ello, a nuestro juicio, penetre en lo fundamental de la autonomía obrera. Es un texto demasiado disperso, lleno de alegatos en los que después no ahonda, que no desarrolla ni razona con la misma rotundidad con la que sermonea, unas veces insinuando y otras diciéndolo abiertamente: La desaparición de la clase obrera como sujeto histórico, por lo menos en España, a partir de que no culminaron con éxito los llamados “años de la autonomía obrera” y, por lo tanto, de ahí y para siempre la imposibilidad de que el proletariado destruya el Estado capitalista y abra la perspectiva de la sociedad comunista (aunque tampoco sabemos si el fin consiste en esto último). Amorós, cosa que francamente es de agradecer, ni siquiera emplea las argucias de otros partidarios del llamado “antagonismo difuso”, que si bien reconocen formalmente que la clase obrera existe, sin embargo rechazan que sea ya la clase revolucionaria[2]. Sin embargo semejante teoría, la del final de la clase obrera, resulta desmentida por la innegable realidad en la que vivimos, que es la de la sociedad capitalista, a la que es inseparable, como el hueso a la carne, la existencia mundial de dos clases fundamentales, como es la burguesía y el proletariado y la explotación forzosa de este por aquella, a fin de apoderarse de la ganancia capitalista que resulta del plus trabajo obrero y que es la razón de ser del sistema; estas son viejas verdades que no han sido refutadas por la realidad y de las que tal vez ni siquiera deberíamos hacer referencia, pero la hipótesis de Amorós a pesar de ser tosca, la realidad inmediata que nos muestra la propaganda de la clase dominante con toda su cohorte de izquierda parece darle la razón, motivo por el que no tenemos mas remedio que ocuparnos de ella, aclarando que para nada nos interesa la discusión erudita sino que solo nos guía la pretensión de avivar el debate, que llegue y despierte el interés de la clase y sus elementos más avanzados.
Amorós padece una especie de obcecación significativa que le incapacita para ver lo que está ante nuestros ojos, de lo que cualquier obrero se percata o por lo menos intuye, y es que no cae en la cuenta, al abordar este problema, que parte precisamente de la tesis sociológica de la desaparición del proletariado[3] o, como otros dicen en forma más docta y pomposa, “el fin de la centralidad obrera”, al hablar de la autonomía del proletariado como clase, cuando en realidad el método debe ser exactamente el contrario, es decir, tomarse la molestia de asimilar primero lo que es el proletariado y su lucha histórica contra el sistema capitalista y a partir de ahí, llegar a las conclusiones que revelen la supuesta desaparición de la clase obrera como sujeto histórico, pero no partir de un axioma construido a partir de un vistazo superficial en un momento y en un país dado.
El desprecio de Amorós por el materialismo histórico
Como resultado de lo anterior, Amorós no quiere o no sabe entender lo que significa la aparición de la burguesía y el proletariado en la escena mundial y por esa razón invierte lo que son hechos indiscutibles: Que el capitalismo nació en un concreto país (Inglaterra) y que a partir de ahí se fue extendiendo por todo el mundo y proletarizando cada vez más sectores de la población; él cree que las situaciones nacionales predominan sobre las internacionales y que hay una historia de lucha de clases específica en cada país: “Ni el proceso de aparición ni el desarrollo de las clases es el mismo en todos los lugares y en cualquier periodo de tiempo, dada la disparidad de condiciones históricas, por lo que el ascenso o la decadencia de la clase tiene su propia historia en cada país”.[4] O sea que depende de que país tratemos hoy podríamos hallar sociedades precapitalistas, capitalistas propiamente dichas, de las cuales unas estarían en ascenso hacia el capitalismo, al mismo tiempo que otras estarían inmersas en plena decadencia. Pero desde que el capitalismo constituyó el mercado mundial y se generalizaron las relaciones capitalistas de producción e intercambio, el proletariado es de la misma manera una clase explotada mundial y su investigación, como tal clase, requiere situarla en esta perspectiva planetaria, sin por ello dejar de tener presente sus rasgos nacionales, pero dejando bien sentado que existe un indiscutible sometimiento de los particularismos nacionales a la correlación de fuerzas internacionales entre burguesía y proletariado. Así pertenece al ABC de la lucha de clase y de su análisis, situarla en el marco internacional para entenderla en cada país y no verla como una derivación inmediata de la situación nacional. El texto que criticamos se ciñe a un período concreto de la lucha del movimiento obrero, finales de los 60 principios de los 70 del siglo XX, en un determinado país, España, y sobre un asunto específico, la autonomía obrera.
La reaparición del proletariado en 1968
Para entender lo que fue la autonomía obrera en España en esa época, hay que fijarse que al final de los años 60 y principios de los 70 aparece de nuevo el proletariado en la escena histórica después de la derrota que sufrió tras del fracaso de la oleada revolucionaria que se desató a partir de 1917, que tuvo sus puntos culminantes en la revolución rusa que derribó el estado capitalista ruso y su contagio al proletariado alemán, que obligó a los bloques enfrentados en la Primera Guerra mundial a poner fin a esta. La Revolución rusa se arruinó velozmente debido a su aislamiento y la alemana sucumbió por las causas que hemos analizado con profundidad otro lugar[5]. Este proletariado, vencido decisivamente a finales de los años 20, sufrirá las condiciones para que el capitalismo prepare la “salida” a su crisis de decadencia: La Segunda Guerra mundial en la que la clase obrera será reclutada bajo la bandera del fascismo-antifascismo. Todo esto expresado en forma muy breve ya que el análisis del desarrollo de la lucha de clases a escala internacional requeriría un trabajo por separado.
Los momentos más sobresalientes, hasta ahora, de esta nueva irrupción del proletariado como clase será el mayo francés de 1968, el otoño caliente de Italia de 1969, el Cordobazo argentino de 1969, Polonia 1970.
El proletariado español fue derrotado durante la guerra de 1936-1939, era el único baluarte combativo que quedaba después de la derrota internacional de la revolución para dejar vía libre a la II Guerra Mundial; pero del mismo modo su aparición a finales de los años 60, coincidió con la del proletariado mundial. Esto es fundamental para entender por qué la emergencia del proletariado español se produce de manera generalizada y no accidental justamente en estos años y no, por ejemplo, en los años 50 o 90. Ahora bien, si hablamos de manera especifica de las luchas de los obreros españoles en los 60 y 70 que duda cabe que no son un reproducción de las francesas, al igual que las de Argentina tuvieron característica de aquellas o de las italianas; pero el hilo conductor de todas era la tendencia hacia la unidad, la solidaridad, la asamblea como órgano decisorio y las tentativas en la búsqueda de la independencia de clase.
Sobre este particular hay que hacer una reseña específica a la organización de la burguesía española, el aparato estatal, y la configuración y lucha del proletariado: Al terminar la II Guerra Mundial y con la formación de los bloques, España por su posición geoestratégica quedó subordinada al bloque occidental y más especialmente bajo el paraguas directo del jefe de bloque, los EE.UU. A pesar de la famosa autarquía, que tenia un fuerte componente mistificador a favor del franquismo, en los quince años que van de 1940 a 1955 se duplicó la producción industrial; en los cinco años comprendidos entre 1955 y 1960 tornó a doblarse y lo mismo pasaría en el quinquenio siguiente.
Esta elevada tasa de acumulación va a incentivar una oleada migratoria que cristalizará en la emergencia de una nueva y cuantiosa clase obrera que superará decisivamente la endémica debilidad numérica del proletariado industrial y la disminución análoga de la población campesina: Así “Entre 1950 y 1980 se produce un constante flujo migratorio de las regiones agrícolas hacia las regiones industriales. Cataluña pasa de tener 3.240.313 habitantes en el censo de 1950 a 5.959.208 en 1981; Madrid, que tenía en 1950 1.926.331 habitantes, contabiliza 4.726.986 en 1981. En ese mismo periodo, el País Vasco dobla su censo de población (de 1.061.240 pasa a 2.134.967 habitantes) y la Comunidad Valenciana eleva su cifra a 3.646.000 habitantes (contra poco más de 2.300.000 en 1950). Si atendemos a los saldos migratorios entre 1951 y 1970, resulta que de Andalucía emigraron en esos veinte años más de 1.400.000 personas; de Galicia emigraron 456.000; de Extremadura 553.000; de Castilla-León 815.000. De las regiones receptoras, Cataluña absorbió 1.190.000 personas; Madrid, 1.099.000, y Valencia 379.000”[6]
Este contexto de desarrollo capitalista que coincidía con lo que en la Europa occidental se dio en llamar los “treinta gloriosos”[7], chocaba frontalmente con la rigidez cuartelaría del franquismo de imponer los salarios mediante decreto y, al mismo tiempo, la necesidad burguesa de favorecer una elevada tasa de acumulación y beneficio; para superar estos límites fueron introducidos dos elementos: La Ley de Convenios Colectivos de 1958 y el Plan de estabilización de 1959. Ambas medidas políticas se combinaron con las primeras luchas sociales de donde brotarían las Comisiones Obreras, como expresión directa de las luchas obreras por mejorar sus condiciones de vida, que eran miserables en extremo. Estos conflictos provenían de un proletariado nuevo e inexperto, pero que tendió a hacer lo mismo que cualquier sector del proletariado en el periodo de decadencia: las luchas se organizaron en asambleas, que tenían como denominador común la unidad y la solidaridad entre los trabajadores, que tienden hacia su extensión y que sus delegados carecen de mandatos temporales siendo revocable en todo momento, además la brevedad de la representación obedecía, también, a la necesidad de protegerse contra la represión del régimen franquista. Estas son, pues, dos peculiaridades a tener en cuenta cuando se quiere hacer historia del movimiento obrero español de los años 60 y 70: Su juventud y su lucha en condiciones de falta de libertades formales y lo que estas representan: Mistificación parlamentaria, sindicalismo, que si se daba en otros países. Concretando aún más lo que fueron los mecanismos distintivos de España en esta época de resurgir del movimiento obrero internacional con respecto a los demás países habría que destacar tres elementos:
1) El impulso de las luchas obreras en España a finales de los años 60 principios de los 70, no es ninguna cosa exclusiva de este país, sino que es la expresión en España de la salida de del proletariado del túnel de la contrarrevolución que se inicia con el mayo francés del 68. Este resurgir internacional del proletariado se debe a la aparición de la crisis capitalista y al deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera. No hay ninguna particularidad nacional en lo que se refiere a las luchas obreras, salvo que la burguesía que tenía delante debía utilizar las fuerzas represivas frente a cualquier lucha.
2) No hay una explicación española para la crisis económica de los años de los años 70 basada en la rigidez del franquismo, sino que la crisis coincide con el final del auge económico habido tras la II Guerra mundial y afecta a la mayoría de los países. Los últimos años del franquismo y la muerte de Franco no son la causa ni el desencadenante de la crisis económica, esta tiene su propia lógica mundial y, eso sí, debido al atraso del capitalismo español tiene una repercusión mayor, agravada a su vez por la dureza de la organización política de la burguesía.
3) En la lucha del proletariado español frente a la crisis económica, la burguesía se vio obligada a emplear directamente la represión policial, con varios muertos y heridos, lo que acentuó todavía más el instinto de unidad y solidaridad de los obreros. Todos tuvieron que ponerse manos a la obra, los primeros de todo los estalinistas y los socialdemócratas, seguidos por toda una corte de grupos “izquierdistas” (maoístas, trotskistas) que se emplearon a fondo para debilitar el impulso de las luchas. Con el consejo y la tutela de la burguesía occidental se puso en marcha la formación de los aparatos mistificadores y amortiguadores que permitieran sobre todo engañar y dividir a la clase trabajadora, transformando sus reivindicaciones de mejores condiciones de vida en reivindicaciones de carácter burgués como elecciones, estatutos de autonomía, legalización de partidos y sindicatos y su encuadramiento en los mismos, en esa tarea todos se tuvieron que emplear a fondo y ahí, con cientos de trampas, terminaron con lo que había sido una verdadera lucha obrera.
Para ser objetivos hay que hablar también de las limitaciones de esta lucha y su organización que no adquirieron, ni de lejos, un carácter de embestida revolucionaria, ni siquiera fue conscientemente anticapitalista, no hubo consejos obreros ni partido revolucionario, etc. Solo una concepción superficial y deformadora de la historia como la que nos presenta Amorós en su panfleto, salida de una cabeza pequeño burguesa atiborrada de pesimismo proletario, de negación de la lucha de clases y sin método dialéctico de reflexión, puede decir cosas como estas:“Las asambleas, los piquetes y los comités de huelga eran los organismos unitarios adecuados. Lo que les faltaba para llegar a Consejos Obreros era una mayor y más estable coordinación y la conciencia de lo que estaban haciendo” [8]. A Amorós le aburre la lucha de clases, es cosa lenta, no es el mejor ambiente para el lucimiento personal, pero sobre todo carecen de la espectacularidad de los banlieu[9] franceses ¡¡ah, eso si que hace las delicias de Amorós!! que le ha dedicado un folleto[10] elogiándolo.
Se debe explicar en base a esta cita que los Consejos Obreros son órganos de doble poder, significa que se vive una crisis importante entre las dos clases principales de la sociedad la burguesía y el proletariado, y que se está frente a una situación revolucionaria. Esto no se dio en ningún país, incluida España, a finales de los años 60 ni durante los 70.
Por tanto es en este entorno histórico internacional y poniendo de relieve las circunstancias especificas de España, de donde hay que partir para hacerse una idea de lo que Amorós llama la autonomía obrera en España, o los años de la autonomía. Como hemos tratado de demostrar, y queremos insistir en ello, hay una coincidencia fundamental con la situación internacional tanto referida al desarrollo económico capitalista de posguerra como de la aparición del proletariado al final de los años 60 comienzo de los 70, con la peculiaridad, importante sin duda, del contexto histórico español, pero que con todo no deja de ser un hecho secundario en la nueva correlación de fuerzas internacionales entre proletariado y burguesía cuya palanca es la salida del proletariado del largo túnel de la contrarrevolución y que tiene su referente en el mayo francés del 68.
Con todo, lo más importante fue esa aparición del proletariado en la escena histórica. El signo más distintivo de esta aparición no fue tanto lo que se reivindicaba, sino como se manifestaba, precisamente, la tendencia del proletariado a organizarse en asambleas soberanas como clase independiente de la burguesía y de todos sus aparatos, tanto los característicos de la burguesía: la nación, el pueblo, los ciudadanos, la democracia, los sindicatos, etc como los de sus fracciones de izquierda, extrema izquierda, anarquistas y los de la autonomía obrera, estos dos últimos con su retórica individualista, antijerarquica, antiautoritaria, etc. Ahí, en esa tendencia a la unidad, la solidaridad, a focalizar la lucha en base en la asamblea y no en el mitin; pero se trató solo de una tendencia, que prueba la potencialidad del proletariado, pero que también nos enseña el peso de todos esos aparatos mistificadores de los que la “autonomía obrera”, según la entiende Amorós, es uno más.
No se logró a escala internacional una perspectiva de clase consciente de su papel histórico o en todo caso fue muy incipiente, pero se dieron los primeros pasos en ese sentido tanto por el esfuerzo que surgía del proletariado por ganar su independencia, como por las reivindicaciones y métodos de lucha que empleaba y que expresaba que esa lucha iba en el camino de las huelgas de masas que como la historia el movimiento obrero ha verificado muchas veces (Rusia 1905, Francia 1968, etc.) es en lo que consiste la autonomía obrera.
Reaparición del proletariado no significa que entra inmediatamente en una lucha revolucionaria
Como ejemplos de las reivindicaciones y tácticas de lucha que se da el proletariado cuando se organiza en asambleas unitarias que son espoleadas por la solidaridad y avanzan trabajosamente, porque han de enfrentarse a mil trampas en el trayecto tortuoso que le lleva a la toma de conciencia, que es un proceso y no un acto voluntarista y fortuito de sumas de fabricas que puede darse en cualquier momento, como piensa el impaciente Amorós, tomemos, en primer lugar, el caso de la empresa Roca Radiadores en Gavá, en la comarca del Baix Llobregat de Barcelona que en 1976, a finales de octubre, sus 4700 trabajadores se ponen en huelga durante 95 días; la asamblea elaborará una Plataforma reivindicativa de 33 puntos, entre los que hay reivindicaciones de carácter político y ello en una comarca que por esas fechas ya empezaba a estar controlada por el sindicalismo de CC.OO y U.G.T. que boicotearon la lucha de Roca pues era una amenaza directa contra ellos; en la Plataforma a la que hacíamos referencia se incluían reivindicaciones que hoy, con todas las trampas democráticas, podrían parecer alucinantes, pero ocurrió hace 30 años: Así la asamblea de Roca con sus delegados revocables pedían cosas como la amnistía laboral total, IRTP (entonces Impuesto sobre el Rendimiento del Trabajo Personal) y Seguridad Social a cargo de la empresa (esto significaba un ataque directo contra el Estado); en segundo lugar mencionaremos la huelga de estibadores del puerto de Barcelona, también en 1976 que surgió en el proceso de la lucha reivindicativa y partiendo de la base de la asamblea, en la que también intervenían elementos de los nuevos sindicatos, mostró en que consiste la solidaridad obrera, cuando despidieron a seis trabajadores y entre ellos había alguno de CC.OO que fueron abandonados por su sindicato que no controlaba la huelga, la asamblea exigió la readmisión de todos los trabajadores, incluidos los de CC.OO como compañeros que eran con independencia de su afiliación sindical ¡eso es un ejemplo de solidaridad obrera! Mientras duró la lucha la asamblea de estibadores decidió y así se puso en práctica hacer una bolsa común con todos los jornales cobrados y repartirlo por cabeza tanto entre los trabajadores en activo como con los despedidos ¡otro ejemplo de solidaridad! Cuando las empresas contrataron esquiroles protegidos por la policía para romper la huelga, los trabajadores decidieron incorporarse al trabajo y hacer la huelga las horas pares y trabajar las impares, rompiendo así el esquirolaje patronal ¡un ejemplo de cómo la clase obrera, de forma colectiva, posee capacidad creativa en las luchas![11] Fueron momentos culminantes de las luchas proletarias pero también de sus límites y que nada tiene que ver con la idea de autonomía obrera de Amorós y sus incondicionales que la ven como una línea que parte de un punto y ha de progresar hasta llegar a su final, que fueron precisamente la características de las revoluciones burguesas, sin comprender que el proletariado por el lugar que ocupa en la sociedad capitalista actúa en constantes avances y retrocesos hasta que llega el momento en que no pueda ya dar marcha atrás y no tenga mas remedio que encarar el célebre: “Hic Rhodus,hic salta!”[12] de Marx. Desprecian con todas sus fuerzas, porque no lo conciben, todo lo que encarna el proceso de lenta maduración de la conciencia y el trabajo a medio y largo plazo de las minorías revolucionarias, su trabajo paciente y tenaz. Pero Amorós no contrapone independencia de clase burguesía- proletariado, sino autonomía contra todo lo que huela a organización, quiere homologar a todos los obreros por abajo, no quiere darse cuenta que es el propio movimiento obrero quien segrega necesariamente organizaciones revolucionarias, porque tal como hemos insistido cientos de veces el proletariado, en la sociedad capitalista, solo dispone de su conciencia y organización independiente de la burguesía. Sin embargo para Amorós lo fundamental estriba en que autonomía obrera, no lo es respecto a la burguesía sino en relación a cualquier tipo de organización avanzada, presente o futura del proletariado que como escribió Marx en el Manifiesto Comunista:”Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario”.. Amorós quiere que todo el proletariado marque el mismo paso al mismo tiempo.
Como el movimiento obrero en los “años de la autonomía” no triunfó, no destruyó el Estado capitalista particularmente en España, según Amorós, entonces “El movimiento Obrero se esfumó....”[13] o en otro texto suyo: “La clase obrera ha dejado de existir. La condición salarial se ha generalizado, pero no se puede constituir una comunidad de intereses por el simple hecho de cobrar un salario a cambio de su fuerza de trabajo”[14] . Aquí puede verse donde radica la base del martilleo sobre la desaparición de la clase obrera que no consiste en otra cosa que en la tosquedad de la concepción “marxista” de Amorós, que piensa que el salario pagado a cambio de la fuerza de trabajo es el elemento determinante de la revolución comunista, cuando tanto el uno como el otro son consecuencia de las relaciones capitalistas de producción y que la nueva sociedad que ha de alumbrar la revolución proletaria tiene como causa inmediata el papel que como clase tiene el proletariado en la sociedad y es que por primera vez en la historia nos encontramos frente a una clase explotada y revolucionaria a diferencia de las sociedades de clases que nos han precedido donde las revoluciones jamás tenían como objetivo, porque no podían tenerlo, la emancipación de la humanidad.
No solamente en el texto que criticamos sino en otros muchos artículos y folletos de Amorós, este despotrica contra la clase obrera como sujeto revolucionario y decreta su disolución, anda a la búsqueda de un nuevo sujeto; recojamos, por todos, una breve cita: “Y en consecuencia, la impropiamente llamada clase obrera dejaba de ser agente posible de la transformación histórica.” [15]. De lo que no habla para nada es que tipo de transformación histórica propone, de que programa se trata, es decir de que tipo de sociedad ha de organizarse que tras destruir el sistema de explotación capitalista y su Estado ¿tal vez el comunismo? Amorós siente aversión por este término y le repugnan los comunistas, lo asocia a lo que el llama “....el cadáver leninista...” eso sí se explaya en las denuncias de los males concretos que padece la sociedad, pero no ofrece alternativas, se queda en un vago anticapitalismo que lo suscriben toda la izquierda del capital y lo adereza todo con un lenguaje neosituacionista, que abarca la antijerarquia, la insubordinación imaginativa, etc. En todo esto lo que subyace en realidad es lo se llama “pesimismo antropológico”, puro nihilismo, porque es incapaz de establecer la relación dialéctica entre individuo y sociedad, quiere construir una nueva sociedad ¿cuál? a partir de los individuos alineados, atomizados, sin pasar por la toma de conciencia, la destrucción el Estado capitalista y la “Dictadura revolucionaria del proletariado”.
Como resultado del enfoque voluntarista y no histórico de Amorós es incapaz de ver las potencialidades de las situaciones, para el como la clase no existe, no puede entender que la nueva generación no parte de la nada, que posee cierta experiencia de generación que le precede, que vive en sus propias carnes los golpes de la crisis y de las mentiras, que tiene muy en cuenta, mas que nunca, la falta de perspectiva del capitalismo.
¿Y que propone Amorós ante la desaparición de la clase obrera y para que la nueva autonomía vuelva a campar por estos lares? Pues nos propone “...establecer líneas de resistencia....” [16] creando una especie de neoproletariado, formado por individuos antiautoritarios vengan de la clase que vengan y que formen grupos autónomos para acometer “....acciones concretas defensivas...” ¿Qué tipo de acciones? Amorós no tiene empacho en decirlo: “contra el TAV, los parque eólicos, las incineradoras, los campos de golf, los planes hidrológicos, los puertos deportivos, las autopistas, las líneas de alta tensión, las segundas residencias, las pistas de esquí, los centros comerciales, la especulación inmobiliaria, la precariedad, los productos transgénicos.” Por fin Amorós en la parte final de su trabajo dice con toda claridad cual es su programa de acción, pero suponemos que no debe estar informado que el mismo ya es practicado por la comunidad anabptista de los Amish, (eso si, pacíficamente) tal vez allí tendría un publico complaciente y ávido por conocer las denuncias medioambientales que hace la Encyclopédie des Nuisances.
Julio, 2007. Germán
[1] Charla dada en la nave ocupada La Rabia, el 23 de enero de 2005.
[2] A propósito de esta tendencia más refinada sobre que la clase obrera existe pero ya no es el sujeto revolucionario, ver el artículo publicado en Acción Proletaria, nº 182, “¿Quién puede acabar con el capitalismo?” que recoge la parte más importante de un debate que tuvo lugar en el foro www.alasbarricadas.org. Sobre la autonomía obrera.
[3] La tesis de la desaparición de la clase obrera como sujeto revolucionario y su sustitución por otros “sujetos”, no es ninguna originalidad de Amorós; se trata de un antiguo y manoseado discurso cuyo representante más conocido es H. Marcuse.
[4] Miguel Amorós, “Las armas de la critica.” Colección: muturreco burutazioak, página 42
[5] Para una explicación de las causas del fracaso de ambas revoluciones y de la derrota del proletariado ver las Revistas Internacionales números 71, 72, 75, 80, 87 a 104..
[6] Los datos relativos a los flujos migratorios proceden de: España. Anuario Estadístico. Siglo XIX y XX. Fundación Banco Exterior, recogidos en el libro “Asalto a la fábrica” editado por aliKornio ediciones
[7] Se refiere, más o menos, a los treinta años posteriores al final de la II Guerra Mundial.
[8] Miguel Amorós: Golpes y contragolpes, Pág. 184. [pepitas de calabazas ed. & oxigeno dis.]
[9] Jóvenes del extrarradio de Paris que a finales de octubre de 2005, a consecuencia de la muerte de dos estudiantes que se electrocutaron mientras la policía los perseguía, incendiaron vehículos, saquearon comercios, etc.
[10] “La cólera del suburbio” puede consultarse en: Portal por la autogestión editorial. WWW.KLINAMEN.ORG.
[11] Los datos sobre la huelga del puerto de Barcelona estan tomados de unas jornadas que tuvieron lugar en junio de 1999 en Barcelona denominadas “De la autonomía obrera al antagonismo difuso” en las que estuvieron unos estibadores que participaron en las luchas. Citado en el libro de la nota 6, al igual que las referencias de la empresa Roca.
[12] Palabras de una fábula de Esopo que trata de un fanfarrón que, invocando testigos, afirmaba que en Rodas había dado un salto prodigioso. Quienes le escuchaban, contestaron: “¿ para qué necesitamos testigos? ¡Aquí está Rodas, salta aquí. C. Marx: “el 18 brumario de Luis Bonaparte”
[13] Golpes y contragolpes, página 191
[14] Miguel Amorós, “Las armas de la critica.” Colección: muturreco burutazioak, Pág. 52
[15] Obra citada en la anterior nota 4, página 49
[16] Golpes y contragolpes, página 194