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Lucha de clases
La burguesía multiplica los obstáculos
En nuestro artículo «El proletariado no debe subestimar a su enemigo de clase» publicado en nuestra Revista internacional nº 86, afirmábamos en conclusión: «Es así, a escala internacional, como la burguesía organiza su estrategia contra la clase obrera. La historia nos ha enseñado que todas las oposiciones de intereses entre burguesías nacionales, las rivalidades comerciales, los antagonismos imperialistas que pueden acabar en guerra, quedan borrados momentáneamente cuando se trata para la clase dominante de enfrentarse a la única fuerza de la sociedad que representa un peligro mortal para ella, el proletariado. Contra éste, la burguesía prepara sus planes de manera coordinada. Hoy en día, frente a los combates obreros que se preparan, la clase dominante deberá desplegar mil trampas para intentar sabotearlos, agotarlos, derrotarlos, para evitar que sirvan para una toma de conciencia por el proletariado de las perspectivas finales de esos combates, la revolución comunista».
Debemos comprender la situación actual de la lucha de clases dentro de un curso hacia enfrentamientos de clase. El proletariado ha cedido, sin duda, terreno, pero no ha sido derrotado, a pesar del retroceso profundo que sufrió tras el hundimiento del estalinismo en 1989 y el consiguiente machaconeo ideológico intenso sobre la «muerte del comunismo» dirigido mundialmente por la burguesía, a pesar de las numerosas campañas que han seguido con el objetivo de crear un sentimiento de impotencia. Demostró que no está derrotado volviendo a la lucha ya en 1992 en Italia para defender sus condiciones de existencia contra los ataques redoblados que, por todas partes, la clase dominante sigue asestándole.
La estrategia de la burguesía
contra la reanudación de las luchas
Para de hacer frente a esa amenaza peligrosa para ella y su sistema, la burguesía, sobre todo la de los principales países europeos, no ha cesado de multiplicar las maniobras para sabotear la reanudación de las luchas, procurando reforzar, paralelamente, sus principales armas antiobreras.
La reanudación de la luchas ha puesto tanto más en alerta a la clase dominante porque ha hecho surgir, en un primer tiempo, los «demonios» que ella creía haber enterrado después de 1989. Así, los obreros en Italia expresaron con fuerza en 1992, en manifestaciones de masas, su desconfianza persistente hacia los sindicatos, recordando al conjunto de su clase lo que ésta ya había logrado inscribir cada vez más claramente en su conciencia, especialmente en los años 80, o sea que esos organismos no le pertenecen y que detrás de su careta y su lenguaje «proletarios», se esconden unos defensores redomados de los intereses del capital. Por otra parte, en 1993, durante las huelgas en las minas que se extendieron por el Rhur, los obreros de Alemania no sólo ignoraron e incluso rechazaron las consignas sindicales (actitud a la que no nos tenían acostumbrados hasta entonces) sino que expresaron, en sus manifestaciones callejeras, su unidad por encima del sector, de la corporación y de la empresa, uniéndose a sus hermanos de clase desempleados.
Así, dos tendencias fundamentales que se habían manifestado y desarrollado en las luchas obreras durante los años 80:
- la desconfianza creciente de los obreros hacia los sindicatos que los anima a separarse progresivamente de su control,
- y la dinámica hacia la unidad cada día más amplia, significativa de la confianza de la clase obrera en sí misma y del incremento de sus capacidades para asumir sus propias luchas,
han vuelto a expresarse en cuanto el proletariado volvió al camino de las luchas y ello a pesar del importante retroceso que acababa de sufrir.
Por eso la burguesía ha desarrollado desde entonces y a nivel internacional toda una estrategia cuyo objetivo central ha sido volver a dar prestigio a los sindicatos. Y el punto culminante de esa estrategia ha sido la gran maniobra que se ha montado en Francia a finales de 1995 con las «huelgas» en el sector público.
Esa estrategia para volver a dar lustre a esos organismos de encuadramiento de la clase obrera no debía solo servir para atajar el desgaste que conocen desde hace décadas y que se estaba comprobando una vez más en las primeras luchas de la reanudación obrera; debía servir también para que los proletarios volvieran a otorgarles su confianza. Esto ya empezó a concretarse en el año 1994 en Alemania y en Italia sobre todo, con una nueva toma de control de las luchas por los sindicatos, que ha conocido un pleno éxito en Francia a finales del 95. A pesar del desprestigio importante de los sindicatos en ese país, éstos han conseguido, gracias a un «poderoso movimiento» en el sector público, movimiento provocado y manipulado, a volver a darse una imagen «obrera». Y esto, no sólo porque pudieron adoptar con facilidad una imagen «radical y combativa», sino también porque, aprovechándose de la debilidad momentánea de los obreros, consiguieron hacer creer que eran capaces de proponer todo lo que es verdaderamente necesario en una lucha obrera, algo que tantas veces habían saboteado, o sea, las asambleas generales soberanas, los comités de huelga elegidos y revocables, la extensión de la lucha con el envío de delegaciones masivas, etc. A través de ese «movimiento», presentado al mundo entero como «ejemplar», que bloqueó el país durante casi un mes y que, pretendidamente, habría hecho retroceder al gobierno, la burguesía también consiguió hacer creer a los obreros que habían recobrado todas sus fuerzas, sus capacidades de lucha y su confianza... gracias a los sindicatos.
Gracias a esa maniobra, con la que volvía a instalar a los sindicatos, la clase dominante contrarrestaba, por un lado, lo que se había producido en Italia violentamente (desbordamiento y rechazo por parte de los obreros de los órganos de encuadramiento del Estado burgués) y, por otro lado, lo que la clase obrera había expresado en la lucha de los mineros del Rhur (tendencia a la unificación que expresa su capacidad para concebirse como clase y asumir sus luchas de modo autónomo, pero también significativa de la confianza que en sí misma tiene). Se terminaba así el año 95 con una victoria incontestable de la burguesía sobre el proletariado, victoria que le ha permitido borrar por el momento de la conciencia obrera las principales lecciones heredadas de los combates de los años 80 especialmente.
La burguesía va a hacerlo todo por extender su victoria a otros países, a otras franjas del proletariado. En un primer tiempo, y casi simultáneamente, reprodujo estrictamente la misma maniobra en Bélgica con, por un lado, un gobierno que adoptaba el «método Juppé», asestando con brutalidad y arrogancia ataques violentos e incluso provocadores, contra las condiciones de vida de la clase obrera y, por otro lado, unos sindicatos que volvían a ser «combativos», llamando a una réplica «masiva», «unitaria», arrastrando a los obreros de varias empresas del sector público detrás de ellos. Como en Francia, la pantomima del retroceso del gobierno vino a rematar la maniobra, rubricando así una victoria de la burguesía de la que los sindicatos han sido los principales beneficiados.
En la primavera del 96, le tocó a la clase dominante alemana recoger la antorcha y atacar casi del mismo modo a los proletarios del país para reforzar a los sindicatos. La diferencia con lo de Francia y Bélgica estribaba sobre todo en el problema que debía resolver. En efecto, en Alemania, el objetivo de la burguesía no era tanto el de volver a dar a sus sindicatos una credibilidad perdida ante los obreros, sino más bien la de permitirles mejorar su imagen. Ante la perspectiva inevitable de un incremento de las luchas obreras, la imagen que tenían tradicionalmente de ser sindicatos del «consenso», especialistas de la negociación «en frío» ya no es suficiente. Por ello era necesaria una limpieza de fachada que les permitiera aparecer como sindicatos de «lucha». Ya habían empezado esa limpieza cuando sus principales dirigentes otorgaron «su mayor simpatía a los huelguistas franceses» en diciembre de 1995, limpieza reforzada cuando, en las luchas y manifestaciones por ellos convocadas y organizadas en la primavera de 1996, se mostraron de lo más «intransigente» en la defensa de los intereses obreros. Y no han cesado de dar más lustre a esa imagen desde entonces en todas y cada una de las «movilizaciones» por ellos montadas.
Durante la mayor parte de este año, en la mayoría de los países de Europa, la burguesía lo ha hecho todo por prepararse a los enfrentamientos futuros inevitables con el proletariado; ha multiplicado las «movilizaciones» para reforzar a sus sindicatos e incluso ampliar la influencia del sindicalismo en el medio obrero. El fortalecido retorno de las grandes centrales sindicales ha venido acompañado, sobre todo en algunos países como Francia e Italia, por el desarrollo de organizaciones sindicales de base (SUD, FSU, Cobas, etc.), animadas por izquierdistas, y cuyo papel esencial es el de servir de complemento, eso sí «crítico» respecto a las centrales, pero complemento indispensable para cubrir todo el terreno de la lucha obrera, para controlar a los obreros que tenderían, si no, a desbordar a los sindicatos clásicos, arreglándoselas, en fin de cuentas, para llevarlos al redil de éstos. La clase obrera ya se enfrentó, en los años 80, a organizaciones de ese tipo montadas por la burguesía, las llamadas coordinadoras. Pero, mientras que éstas se presentaban como «antisindicales» y tenían la sucia tarea que a los sindicatos les costaba cada vez más asumir a causa del profundo desprestigio que tenían ante los obreros, los sindicatos de «base» o de «combate» actuales, que no son otra cosa sino emanaciones directas (a menudo a causa de «escisiones») de las grandes centrales, no tienen más objetivo esencial que el reforzar e incrementar la influencia del sindicalismo y no el de «oponerse» a dichas centrales, pues esto no es, actualmente, una necesidad.
A pesar de los obstáculos, la reanudación de las luchas se confirma
Paralelamente a las maniobras que no ha cesado de desarrollar, desde hace un año, en el terreno de las luchas, la burguesía ha desplegado toda una serie de campañas ideológicas contra la clase obrera. Atacar la conciencia del proletariado es un objetivo primordial y permanente de la clase dominante.
En estos últimos años, aquélla no ha ahorrado esfuerzos en ese aspecto. Ya hemos desarrollado en nuestras columnas esta cuestión, especialmente sobre las campañas ideológicas insistentes con el objetivo de confundir hundimiento del estalinismo con «muerte del comunismo» e incluso con «fin de la lucha de clases». Paralelamente, la burguesía no ha cesado de pregonar «la victoria histórica del capitalismo», aunque tenga muchas dificultades para hacer tragar esta segunda patraña al ser incapaz de ocultar la cruel realidad cotidiana de su sistema. En ese contexto, desde hace más de un año, la burguesía está desarrollando, por aquí y por allá, múltiples campañas en pro de «la defensa de la democracia».
Eso es lo que hace cuando, a base de campañas mediáticas, anima a la movilización contra el pretendido «auge del fascismo» en Europa. Eso es lo que también está haciendo en los último meses, en los principales países, con su cruzada contra «el negacionismo», mediante la cual intenta, por un lado, disculpar al llamado campo democrático de las matanzas monstruosas que también él, como el campo fascista, cometió durante la IIª Guerra mundial y, por otro lado, atacar a los únicos y verdaderos defensores del internacionalismo proletario, los grupos revolucionarios surgidos de la Izquierda comunista, intentando hacer de ellos algo así como cómplices ocultos de la extrema derecha del capital. En fin, eso es lo que hace cuando suscita y monta amplias movilizaciones para «mejorar el sistema democrático», «hacerlo más humano» y luchar contra sus «fallos». Esto es lo que acaban de servir a los proletarios en Bélgica cuando, a través de la ensordecedora campaña organizada con el caso Dutroux, han sido animados a reivindicar una «justicia limpia», «una justicia para el pueblo» en manifestaciones gigantescas (300 000 personas en Bruselas el 20 de octubre último), del brazo de demócratas burgueses de todo pelaje. Desde hace ya algunos años, los obreros italianos soportan un tratamiento parecido con la campaña «manos limpias».
Al multiplicar así las matracas ideológicas, la burguesía procura evidentemente desviar la reflexión de la clase obrera, separándola de sus preocupaciones de clase. Eso ha quedado muy patente en Bélgica, en donde todo el ruido en torno al caso Dutroux ha permitido desviar en gran parte la preocupación de los obreros de las medidas de austeridad draconiana que el gobierno ha anunciado para 1997. Todo ello en beneficio de la burguesía, la cual logra hacer pasar sus ataques antiobreros, aplazar los enfrentamientos con el proletariado, ganando así tiempo para preparar nuevos obstáculos, nuevas trampas.
Además, esa experiencia que la clase dominante ha practicado en Bélgica, con huelgas y paros en varias empresas -suscitados por sindicatos e izquierdistas- en las que las reivindicaciones obreras daban paso a la de «una justicia limpia», tenía evidentemente otro objetivo: el de llevar al proletariado en lucha hacia el terreno de aquélla. No sólo es la combatividad en aumento de los obreros lo que la clase dominante intenta desviar sino también su conciencia.
Esa evolución en la actitud de la burguesía es rica de enseñanzas y nos permite comprender:
– primero, que la combatividad obrera está desarrollándose y extendiéndose, contrariamente a la situación prevaleciente a finales del 95 y principios del 96. Fue, en efecto, la debilidad relativa de los obreros en ese aspecto lo que la clase dominante utilizó cuando inició y acabó con éxito la maniobra preventiva de la que hemos hablado. Fue esa debilidad lo que permitió a los sindicatos efectuar su retorno y organizar, sin riesgos de desbordamientos, sus «grandes luchas unitarias»;
– segundo, que la maniobra, iniciada en Francia y repetida en varios países de Europa, a pesar de su éxito en algunos aspectos (especialmente en el reforzamiento de los sindicatos), también deja aparecer sus propios límites. Aunque haya ocasionado cierto agotamiento entre los obreros, sobre todo en Francia en donde fue de gran amplitud, tampoco podrá aplazar las cosas durante mucho tiempo e impedir que el descontento se incremente y vuelva a expresarse. De igual modo, las pretendidas «concesiones» de Juppé o de otros gobiernos aparecen hoy como lo que son: puro cuento. En lo esencial, las medidas antiobreras contra las que los obreros fueron covocados a luchar, han entrado en vigor. De la pretendida «victoria» obtenida gracias a los sindicatos, a los obreros sólo les está quedando un doloroso recuerdo, un regusto amargo y el sentimiento difuso de que se les ha tomado el pelo.
Porque es consciente de esa situación, la burguesía ha modificado algo su estrategia:
– por un lado, sus sindicatos tienden a limitar la amplitud de sus «movilizaciones» cuando se sitúan en el terreno de la lucha reivindicativa, como se ha visto en Francia en 17 de octubre pasado y más todavía en la «semana de acción» del 12 al 16 de noviembre; y a la «unidad sindical» de la que tanto se enorgullecían ayer, ha dejado paso hoy a una política de división entre las diferentes covachuelas sindicaleras para que así se disperse una cólera y una combatividad que están madurando peligrosamente. En el caso de España, tomando otro ejemplo, la táctica sindical de división no se plasma por ahora en peleas entre las diferentes centrales. En ese país, casi todos los sindicatos, excepto la «radical» CNT, han convocado juntos a una «campaña de movilización» («marcha a Madrid» del 23 de noviembre, huelga general de la función pública el 11 de diciembre) contra la congelación de salarios de los funcionarios anunciada por el gobierno de la derecha (sindicatos que, en cambio, no habían hecho nada desde 1994 cuando esa política era regularmente impuesta por el PSOE). Aquí, «la unidad» que proclaman los sindicatos, necesaria para no acabar desprestigiados, lo que de verdad encubre es la división que manipulan entre trabajadores del sector público y los del sector privado, división completada por paros parciales, en diferentes fechas, según las provincias y las comunidades autónomas, reforzando así de paso los mitos nacionalistas.
– Por otra parte, la burguesía no sólo utiliza sus campañas ideológicas permanentes para enturbiar las conciencias obreras. Con ellas, lo que busca es sacar a los proletarios de su terreno de clase, para que liberen una combatividad ascendente, que aquélla no ha logrado ahogar, con reivindicaciones burguesas y movilizaciones interclasistas. Eso es lo que ha hecho en Bélgica e Italia con lo de la exigencia de una «justicia limpia». Eso es lo que hace también por ejemplo en España cuando intenta movilizar a los obreros contra los crímenes de ETA.
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Contrariamente a lo que pretenden algunos despechados, con peor o mejor intención, la CCI ni subestima ni, menos todavía, desprecia los esfuerzos actuales de la clase obrera para desarrollar su combate de resistencia contra los ataques a repetición, más o menos violentos y masivos que la clase dominante le está asestando. Al revés, nuestra insistencia en poner al descubierto las numerosas trampas que le tiende la burguesía, además de que es una responsabilidad fundamental de los revolucionarios cabales, se basa, ante todo, en un análisis del período actual, marcado, desde 1992, por una reanudación de las luchas obreras.
Para nosotros, la maniobra de 1995-96, orquestada a nivel internacional, no fue otra cosa sino un montaje de la clase dominante para atajar ese renacer. Y su política actual, con su multiplicación de obstáculos de todo tipo, es la prueba de que para ella el peligro proletario es algo presente que no hace además sino incrementarse. Cuando afirmamos esa realidad, no lo hacemos cediendo a la euforia, actitud que además de estúpida sólo serviría para debilitarse, ni desconsideramos al enemigo, ni negamos las dificultades y las derrotas o retrocesos parciales de nuestra clase.
Elfe, 16/12/1996