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En el número anterior de esta Revista internacional publicamos un resumen del primer volumen de nuestra serie de artículos sobre el comunismo, cuyo objetivo era el examen del desarrollo del programa comunista durante el período ascendente del capitalismo y de los trabajos de Marx y Engels en particular. El segundo volumen de la serie estaba centrado en las precisiones aportadas a ese programa por las experiencias prácticas y las reflexiones teóricas del movimiento proletario durante la oleada revolucionaria que sacudió el mundo capitalista en 1917 y durante los años siguientes. Presentamos el resumen de ese segundo volumen en dos partes: la primera, la de este número, trata de la fase heroica de la oleada revolucionaria, en el momento en que la perspectiva de una revolución mundial era perfectamente posible y real y en la que el programa comunista aparecía como algo muy concreto. La segunda parte se centrará en la fase de reflujo de la oleada revolucionaria y sobre los esfuerzos realizados por las minorías revolucionarias para comprender el avance inexorable de la contrarrevolución.
En el número anterior de esta Revista internacional publicamos un resumen del primer volumen de nuestra serie de artículos [1] sobre el comunismo, cuyo objetivo era el examen del desarrollo del programa comunista durante el período ascendente del capitalismo y de los trabajos de Marx y Engels en particular. El segundo volumen de la serie estaba centrado en las precisiones aportadas a ese programa por las experiencias prácticas y las reflexiones teóricas del movimiento proletario durante la oleada revolucionaria que sacudió el mundo capitalista en 1917 y durante los años siguientes. Presentamos el resumen de ese segundo volumen en dos partes: la primera, la de este número, trata de la fase heroica de la oleada revolucionaria, en el momento en que la perspectiva de una revolución mundial era perfectamente posible y real y en la que el programa comunista aparecía como algo muy concreto. La segunda parte se centrará en la fase de reflujo de la oleada revolucionaria y sobre los esfuerzos realizados por las minorías revolucionarias para comprender el avance inexorable de la contrarrevolución.
1905: La huelga de masas abre la vía a la revolución proletaria
(Revista internacional nº 90)
El objetivo del segundo volumen de la serie de artículos sobre el comunismo es mostrar cómo el programa comunista se fue desarrollando a través de la experiencia directa de la revolución proletaria. El contexto es la nueva época de guerra y de revolución que quedó inaugurada definitivamente con la Primera Guerra imperialista mundial y, en particular, con el desarrollo y la posterior extinción de la primera oleada revolucionaria de la clase obrera internacional, entre 1917 y finales de 1920. Por eso hemos modificado el título de la serie que abre este segundo volumen, para dejar claro que el comunismo ha dejado de ser una perspectiva que ha de esperar a que el capitalismo haya concluido su misión progresista, y que las nuevas condiciones de la decadencia del capitalismo, periodo en el que éste no solo se ha convertido en un obstáculo para el progreso sino que se muestra como una verdadera amenaza para la supervivencia de la propia sociedad, han puesto al comunismo “al orden del día de la historia”. Iniciamos sin embargo el volumen en 1905, un momento de transición en el curso del cual se perfilan ya las nuevas condiciones antes de ser definitivas, un periodo de ambigüedad que se refleja frecuentemente en lo impreciso de las propuestas y perspectivas trazadas por los mismos revolucionarios. La repentina explosión de la huelga de masas y las sucesivas sublevaciones que tuvieron lugar en Rusia en 1905 vinieron a clarificar una discusión que había comenzado ya en las filas del movimiento marxista y que concierne a una cuestión totalmente adaptada a las necesidades de esta serie: ¿cómo tomará el proletariado el poder cuando suene el momento de la revolución proletaria? Ese es el verdadero contenido del debate sobre la huelga de masas que animó particularmente el Partido socialdemócrata alemán
Este debate implicaba sustancialmente a tres protagonistas: Por una parte a la izquierda revolucionaria, agrupada en torno a figuras del calado como Rosa Luxemburg y Anton Pannekoek, que combatía tanto a las posiciones abiertamente revisionistas de Eduard Bernstein y de aquellos que querían explícitamente abandonar toda referencia a la destrucción revolucionaria del capitalismo, como a la burocracia sindical, la cual no deseaba reconocer otra lucha obrera que la que no fuese rígidamente controlada por los sindicatos y que quería que cualquier movimiento de huelga general quedase estrechamente limitado a sus reivindicaciones y a los límites temporales por ellos impuestos. Por otra parte al centro “ortodoxo” del Partido, el cual, aunque oficialmente apoyaba la idea de la huelga de masas, la consideraba, al mismo tiempo, como una táctica limitada, subordinada a una estrategia fundamentalmente parlamentaria. La izquierda, al contrario, consideraba la huelga de masas como el indicador de que el capitalismo había llegado al punto máximo de su curso ascendente y por tanto como una señal precursora de la revolución. Pese a que todas las fuerzas conservadoras en el seno del Partido lo habían rechazado generalmente como “anarquista”, el análisis que desarrollaron Luxemburg y Pannekoek no era un nuevo envoltorio de la vieja abstracción anarquista de la huelga general, sino que se esforzaba en resaltar las verdaderas características del movimiento de masas en el nuevo periodo. A saber:
– su tendencia a estallar espontáneamente, a surgir “desde abajo”, incluso a partir de cuestiones parciales y transitorias. Esta espontaneidad no estaba en contradicción con la organización. Al contrario, en el nuevo periodo la organización de la lucha es realizada por la lucha misma, que la impulsa a un nivel superior al que la hizo surgir.
– su tendencia a extenderse a capas cada vez más amplias de la clase, esencialmente sobre una base geográfica. Una tendencia fundamentada en la búsqueda de la solidaridad de clase.
– la interacción de las dimensiones económica y política hasta alcanzar la etapa de la insurrección armada.
– la importancia del partido en ese proceso no quedaba reducida sino acentuada. No fue su tarea la organización técnica de la lucha sino que su papel fundamental de dirección política apareció, precisamente entonces y a causa de ella, en primer plano.
Si Luxemburg desarrolló esas características generales de la huelga de masas, la comprensión de las nuevas formas de organización de la lucha –los soviets– fue en gran parte elaborada por los revolucionarios en Rusia. Lev Trotski y Vladimir Ilich –Lenin– entendieron rápidamente el significado real de los soviets como instrumentos de organización de la huelga de masas, como forma flexible que permite a las masas debatir, decidir y desarrollar su conciencia de clase, como órganos de la insurrección y del poder político proletarios. Contra los “súper-leninistas” del Partido, cuya primera reacción fue llamar a los soviets a disolverse en el Partido, Lenin afirma que el partido, en tanto que organización de la vanguardia revolucionaria, y el soviet, en tanto que organización de la unificación de la clase en su conjunto, no son rivales si no perfectamente complementarios. Lenin revela así que la concepción bolchevique del partido expresa una verdadera ruptura con la vieja noción socialdemócrata del partido de masas y es un producto orgánico de la nueva época de luchas revolucionarias.
Los acontecimientos de 1905 dieron lugar a un vivo debate en torno a la perspectiva de la revolución en Rusia. Este debate implicó también a tres protagonistas:
– los Mencheviques que defienden que Rusia debe pasar por la fase de la revolución burguesa y que la principal tarea del movimiento obrero es la de apoyar a la burguesía liberal en su lucha contra la autocracia zarista. El contenido contrarrevolucionario de esta teoría se desveló plenamente en 1917.
– Lenin y los bolcheviques, sabiendo que la burguesía liberal rusa era demasiado débil para luchar contra el zarismo, dicen que las tareas de la revolución burguesa debían ser asumidas por la “dictadura democrática” puesta en marcha por un levantamiento popular en el que la clase obrera tendría el papel dirigente.
– Trotski, basándose en la noción que había desarrollado Marx en 1848 –“la revolución permanente”– razona primero y por encima de todo desde un punto de vista internacional y defiende que la revolución rusa impulsará necesariamente a la clase obrera al poder y que el movimiento podrá rápidamente evolucionar hacia una fase socialista si se liga a la revolución en Europa occidental. Esta manera de ver las cosas constituía un vínculo importante entre lo escrito por Marx, a finales de su vida, sobre Rusia, y la experiencia concreta de la revolución de 1917 en ese país. En gran medida esta posición fue retomada por Lenin quien, en 1917, abandona la noción de “dictadura democrática” y se opone de nuevo a los Bolcheviques “ortodoxos”.
Durante este tiempo, en el Partido socialdemócrata alemán la derrota de la insurrección de 1905 había reforzado los argumentos de Kautsky y de los que defendían que la huelga de masas debía únicamente ser contemplada como una táctica defensiva y que la mejor estrategia para la clase obrera era la “guerra de desgaste”, gradual, esencialmente legalista, en la que el parlamento y las elecciones constituían los instrumentos fundamentales para que el proletariado accediera al poder. La respuesta de la izquierda está incorporada en el trabajo de Pannekoek. Éste demuestra que el proletariado ha desarrollado nuevos órganos de lucha que corresponden a una nueva época de la vida del capital. Contra la idea de “guerra de desgaste” Pannekoek reafirma la posición marxista según la cual la revolución no tiene como objetivo tomar el Estado sino destruirlo y reemplazarlo por nuevos órganos de poder político.
“El Estado y la Revolución” (Lenin): una verificación incuestionable del marxismo
(Revista internacional nº 91)
Según la filosofía empirista burguesa el marxismo no es más que una seudo-ciencia cuyas hipótesis no se pueden probar. De hecho, en la decisión del marxismo de utilizar el método científico no entra la idea de someter sus hipótesis a las verificaciones realizadas entre los muros de cualquier laboratorio sino únicamente a las del gran laboratorio de la historia social. Los sucesos terribles de 1914 fueron una demostración patente de la perspectiva que ya había sido advertida en el Manifiesto comunista de 1848 –donde se anuncia la perspectiva general, socialismo o barbarie– y de la predicción asombrosamente precisa de Federico Engels, publicada en 1887, de una guerra devastadora en Europa. Igualmente, las convulsiones revolucionarias de 1917-19 confirmaron el segundo término de la alternativa: la capacidad de la clase obrera para ofrecer una alternativa a la barbarie del capitalismo en decadencia.
Esos movimientos plantearon el problema de la dictadura del proletariado de forma eminentemente práctica. Sin embargo, para el movimiento obrero no hay una separación rígida entre teoría y práctica. El Estado y la Revolución de Lenin, redactado durante el periodo dramático de febrero a octubre de 1917 en Rusia, obedece a la necesidad para el proletariado de elaborar una clara comprensión teórica de su movimiento práctico. Lo cual era tanto más necesario cuanto que el predominio del oportunismo en los partidos de la Segunda Internacional había hecho añicos el concepto de dictadura del proletariado teorizando una especie de vía gradual, parlamentaria para el proletariado en su camino hacia el poder. Contra estas distorsiones reformistas, aunque también contra las falsas respuestas dadas por el anarquismo, Lenin emprendió la recuperación de las enseñanzas fundamentales del marxismo sobre el problema del Estado y del periodo de transición al comunismo.
La primera tarea de Lenin fue pues la de demoler la noción de Estado como un instrumento neutro que puede ser utilizado, bien o mal, según la voluntad de los que lo dirigen. Era una necesidad elemental reafirmar la concepción marxista según la cual el Estado no puede ser más que un instrumento de opresión de una clase por otra realidad ocultada no solamente por los argumentos bien afirmados de Kautsky y otros apologistas sino, dentro de la misma Rusia, por los Mencheviques y sus aliados, quienes hablaban con grandes frases de la “democracia revolucionaria”, que sirvió de taparrabos al Gobierno provisional capitalista colocado en el poder tras la sublevación de febrero.
Órgano adaptado a la dominación de clase de la burguesía, el aparato de Estado burgués existente no puede ser “transformado” en interés del proletariado. Lenin rememora el desarrollo de la idea marxista del Estado desde el Manifiesto comunista hasta ese momento y muestra cómo las experiencias sucesivas de la lucha del proletariado –las revoluciones de 1848 y sobre todo la Comuna de París de 1871– dejaron claro lo necesario que es para la clase obrera la destrucción del Estado existente y su sustitución por un nuevo tipo de poder político. Este nuevo poder debe basarse en una serie de medidas esenciales que permitan a la clase obrera mantener su autoridad política sobre todas las instituciones del periodo de transición: la disolución del ejército profesional, el armamento general de los obreros, la elección y revocabilidad de todos los funcionarios públicos –quienes recibirán una remuneración equivalente al salario medio de los obreros–, la fusión de todas las funciones ejecutivas y legislativas en un único cuerpo.
Esos fueron los principios del nuevo poder obrero que Lenin defendió contra el régimen burgués del Gobierno provisional. La necesidad de pasar a la acción en septiembre-octubre de 1917 impidió a Lenin desarrollar por qué soviets eran una forma de dictadura del proletariado superior a la Comuna de París. Pero el Estado y la Revolución tiene el inmenso mérito de enterrar ciertas ambigüedades contenidas en los escritos de Marx y Engels en las que estos se preguntaban si la clase obrera podría llegar al poder de manera pacífica en los países más democráticos, como Gran Bretaña, Holanda o los Estados Unidos. Lenin estableció claramente que en las condiciones de la nueva época imperialista, en la que, en todas partes, el Estado militarizado había puesto todo bajo el manto de su arbitrario poder, no podía haber ninguna excepción. Tanto en los países “democráticos” como en los países más autoritarios, el programa proletario es el mismo: la destrucción del aparato de Estado existente y la formación de un “Estado-comuna”.
Contra el anarquismo, el Estado y la Revolución señala que el Estado, como tal, no puede ser abolido en una noche. Después de derrocar el Estado burgués, las clases continúan existiendo y con ellas la realidad de la penuria material. Estas condiciones objetivas hacen necesario el semi-Estado del periodo de transición. No obstante, Lenin aclara que el objetivo del proletariado no es reforzar continuamente el Estado sino asegurar la disminución gradual de su papel en la vida social, hasta su completa desaparición. Eso requiere la participación constante de las mases obreras en la vida política y su control vigilante sobre todas las funciones estatales. Al mismo tiempo, eso requiere una transformación económica en una dirección comunista. Respecto a esto Lenin asume las indicaciones contenidas en la Crítica de Marx al Programa de Gotha que defiende un sistema de bonos de trabajo, como alternativa temporal a la forma salarial.
Lenin escribió el Estado y la Revolución en vísperas de una experiencia revolucionaria gigantesca. Era pues imposible para él hacer algo más que plantear los parámetros generales de los problemas del periodo de transición. Este libro contiene inevitables lagunas e insuficiencias que serán extraordinariamente clarificadas durante el transcurso de los años de victorias y de derrotas que siguieron. Veamos:
– su descripción de las medidas económicas que llevan al comunismo contiene serias confusiones sobre la posibilidad de que el proletariado pueda adueñarse pura y simplemente del aparato económico del capital, una vez que éste haya tomado una forma estatalizada –“capitalismo de Estado”–. Esta falta de comprensión de los peligros que representa el capitalismo de Estado se amplifica con la falsa idea según la cual el “socialismo” sería un modo de producción intermedio entre el capitalismo y el comunismo. Al mismo tiempo falta una insistencia sobre el hecho de que la transición al comunismo no puede emprenderse verdaderamente más que a escala internacional.
– el libro habla muy poco de las relaciones entre el Partido y el nuevo aparato de Estado y deja la puerta abierta a confusiones de tipo parlamentario sobre el partido que toma el poder y se identifica con el Estado.
– hay una tendencia a subestimar las competencias del aparato de Estado y reducirlas a “los obreros en armas”, en lugar de asumir plenamente la visión del Estado desarrollada por Engels según la cual el Estado emana de la sociedad de clases y –aunque continúa siendo un órgano de represión por excelencia– tiene la tarea de mantener la cohesión de la sociedad, tarea que resalta su naturaleza conservadora; lo que vale también para el semi-Estado del periodo de transición. Es más, la experiencia rusa permitía ir más lejos en la argumentación de Engels y poner de relieve el peligro, que comportaba el nuevo Estado, de acabar convertido en la clave de la burocratización y, finalmente, de la contrarrevolución burguesa.
A pesar de todo el Estado y la Revolución muestra mucha perspicacia sobre los aspectos negativos del Estado. Reconociendo que el Estado debe gestionar una situación de penuria material y por tanto mantener el derecho burgués en la distribución de la riqueza social, Lenin se refiere también al nuevo Estado como a “un Estado burgués sin burguesía”, fórmula provocadora que, aunque falta de precisión, expresa acertadamente la percepción de peligros potenciales propios del Estado de transición.
1918: el programa del Partido comunista alemán
(revista internacional nº 93)
El estallido de la revolución en Alemania en 1918 confirma la perspectiva que había guiado a los Bolcheviques hacia la insurrección de octubre: la de la revolución mundial. Dadas las tradiciones históricas de la clase obrera alemana y el lugar de Alemania en el corazón del capitalismo mundial, la revolución alemana era la piedra de toque del conjunto del proceso revolucionario mundial. Contribuyó en poner fin a la guerra y fue la esperanza para el poder proletario asediado en Rusia. De igual manera, su derrota definitiva en los años que siguieron decidió la suerte de la revolución en Rusia que sucumbió a una terrible contrarrevolución interna y, cuando la victoria de la revolución habría podido abrir la puerta a una etapa nueva y superior de la sociedad humana, su fracaso desembocó en un siglo de una tal barbarie que la humanidad jamás había conocido nada igual hasta entonces.
En diciembre de 1918 –un mes después de la sublevación de noviembre y un mes antes de la derrota trágica de la sublevación de Berlín, en el curso de la cual fueron segadas las vidas de Rosa Luxemburg y de Karl Liebknecht– el Partido comunista de Alemania (KPD) tenía su Congreso fundacional. El Programa del nuevo partido (conocido por el título con el que se publicó por primera vez en Die Rote Fahne: “¿Qué quiere la Liga espartaquista?”) fue presentado por la propia Rosa Luxemburg situándolo en su contexto histórico. Aunque estaba inspirado en el Manifiesto comunista de 1848 el nuevo programa debía asentarse sobre bases muy diferentes. Así se hizo ya con el programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana, introduciendo la distinción entre programa mínimo y programa máximo, adaptándose al periodo en el que la revolución proletaria no estaba inmediatamente a la orden del día. La guerra mundial metió a la humanidad en una nueva época de su historia –la época del declive del capitalismo, la época de la revolución proletaria- y el nuevo programa debía contener la lucha directa por la dictadura del proletariado y la construcción del socialismo. Esto requirió una ruptura no únicamente con el programa formal de la socialdemocracia sino además con las ilusiones reformistas que habían infectado profundamente al Partido entre finales del siglo xix y el primer decenio del xx –ilusiones en una conquista gradual, parlamentaria, del poder que había afectado incluso a revolucionarios tan lúcidos como el propio Engels.
Defender que la revolución está a la orden del día de la historia no implica que el proletariado sea capaz de llevarla a cabo inmediatamente. De hecho los acontecimientos de la revolución de noviembre habían mostrado en particular que la clase obrera alemana tenía aun mucho camino que recorrer para librarse del peso muerto del pasado, peso del que la influencia desmesurada de los traidores socialdemócratas en el seno de los consejos obreros era la expresión. Luxemburg insistía en el hecho de que la clase obrera tenía necesidad de educarse a sí misma a través de un proceso de luchas económicas y políticas, defensivas y ofensivas que le aportarían la confianza y la conciencia que necesitaba para hacerse totalmente cargo de la sociedad. Una de las grandes tragedias de la revolución alemana fue que la burguesía lograse provocar al proletariado tras una insurrección prematura que paralizó el desarrollo de ese proceso, privándolo además de sus líderes políticos más clarividentes.
El documento del KPD comienza afirmando sus objetivos y fines generales. Afirma con fuerza la necesidad de suprimir violentamente el poder burgués, rechazando la idea de que la violencia proletaria sea una nueva forma de terror. El socialismo, señala, significa tal salto cualitativo en la evolución de la sociedad humana que es imposible implantarlo por una serie de decretos venidos desde arriba. No puede ser sino el producto de la acción creativa y productiva de millones de proletarios.
Este documento es también un verdadero programa, en el sentido de que instaura una serie de medidas prácticas dirigidas a establecer la dominación de la clase obrera y a dar los primeros pasos hacia la socialización de la producción. Veamos:
– desarme de la policía y de los oficiales del ejército, embargo por los consejos obreros de todas las armas y municiones y formación de una milicia obrera.
– disolución de la estructura de mando del ejército y generalización de los consejos de soldados.
– establecimiento de un congreso central de consejos de obreros y de soldados de todo el país y disolución simultánea de las antiguas asambleas municipales y parlamentarias.
– reducción, a seis horas, de la jornada de trabajo.
– confiscación de todos los medios necesarios para nutrir, vestir y alojar a la población.
– expropiación de tierras, bancos, minas y grandes empresas industriales y comerciales.
– establecimiento de consejos de empresas para asumir las tareas esenciales de administración de fábricas y de otros lugares de trabajo.
La mayoría de las medidas preconizadas por el programa del KPD son todavía hoy válidas aunque, al haber sido un documento producido al inicio de una inmensa experiencia revolucionaria, no era bastante claro en todos sus puntos. Habla de nacionalización de la economía como de una etapa hacia el socialismo y no se podía suponer entonces hasta qué punto el capital podía adaptarse fácilmente a esa fórmula. Aunque rechazaba cualquier forma de golpe de Estado mantenía la idea de que el partido debe presentarse como candidato al poder político. Es muy incompleto respecto a las tareas internacionales de la revolución. Son debilidades que podían haber sido superadas si la revolución alemana no hubiese sido asesinada antes de nacer.
La plataforma de la Internacional comunista
(Revista internacional nº 94)
La plataforma de la Internacional comunista (IC) fue establecida en su Primer congreso en marzo de 1919, apenas unos meses después del trágico desenlace de la insurrección de Berlín. Pero la oleada revolucionaria internacional estaba aun en su punto álgido: en el mismo momento en que la IC celebraba su Congreso llegaba la noticia de la proclamación de una República de los soviets en Hungría. La claridad de las posiciones políticas adoptadas por el Primer congreso refleja ese movimiento ascendente de la clase, de la misma manera que su evolución oportunista ulterior reflejará la fase descendente del movimiento.
Bujarin abrió la discusión del Congreso sobre el proyecto de plataforma y sus observaciones fueron fortalecidas por los considerables avances teóricos que hicieron los revolucionarios durante ese periodo. Bujarin insistía sobre el hecho de que el punto de partida de la plataforma era el reconocimiento de la bancarrota del sistema capitalista a escala global. Desde su inicio la IC entendió que la “mundialización” del capital era ya una realidad consumada y por tanto un factor fundamental de su declive y de su derrumbe. El discurso de Bujarin pone también de relieve una característica del Primer congreso: su apertura a los nuevos desarrollos aportados por la entrada en una nueva época inaugurada por la guerra. Reconoce pues que por lo menos en Alemania los sindicatos existentes habían dejado de desempeñar cualquier papel positivo y que por lo tanto debían ser sustituidos por nuevos órganos de la clase producidos por el movimiento de masas, en particular los comités de fábricas. Esto contrasta, de hecho, con los congresos posteriores, en los que la participación en los sindicatos oficiales acabó siendo obligatoria para todos los partidos de la Internacional. Lo que es sin embargo coherente con la visión que hay en la plataforma acerca del capitalismo de Estado según la cual, algo que por otra parte desarrolla Bujarin, la integración de los sindicatos en el sistema capitalista es precisamente una función del capitalismo de Estado.
La propia plataforma hace un breve estudio del nuevo periodo y de las tareas del proletariado. No persigue ofrecer un programa detallado de medidas para la revolución proletaria. Repetida y claramente afirma que con la guerra mundial “una nueva época ha nacido. La época de la decadencia del capitalismo de su desintegración interna, la época de la revolución comunista proletaria”. Insistiendo sobre el hecho de que la toma del poder por el proletariado es la única alternativa a la barbarie capitalista, apela a la destrucción revolucionaria de todas las instituciones del Estado burgués (parlamento, policía, tribunales, etc.) y a su reemplazo por los órganos del poder proletario fundamentados en los consejos obreros armados. También denuncia la vacuidad de la democracia burguesa y proclama que el sistema de consejos es el único que permite a las masas ejercer una verdadera autoridad. Traza las grandes líneas para la expropiación de la burguesía y la socialización de la producción. Estas incluyen la socialización inmediata de los principales centros industriales y agrícolas capitalistas, la integración gradual de los pequeños productores independientes al sector socializado, medidas radicales encaminadas a sustituir el mercado por la distribución equitativa de los productos,...
Refiriéndose a la lucha por la victoria, la plataforma insiste en la necesidad de una ruptura política completa con el ala derecha de la socialdemocracia –“despreciables lacayos del capital y verdugos de la revolución comunista”– y con el centro kautskysta. Esta posición –diametralmente opuesta a la política de Frente único que la IC adoptó apenas dos años más tarde– no tenía nada de sectaria, puesto que se correspondía con el llamamiento a la unidad de todas las auténticas fuerzas proletarias, incluidos los componentes del movimiento anarcosindicalista. Contra el frente unido de la contrarrevolución capitalista, que se había llevado ya las vidas de R. Luxemburg y K. Liebknecht, la plataforma llamaba al desarrollo de luchas masivas en todos los países, llevadas hasta la confrontación directa con el Estado burgués.
1919: El programa de la dictadura del proletariado
(Revista internacional nº 95)
La existencia de varios programas, de diferentes partidos nacionales, adosados a la plataforma de la IC testifica la persistencia de cierto federalismo, incluso en esta nueva internacional que se esfuerza por superar la autonomía nacional que contribuyó al fracaso de la vieja.
El programa del Partido ruso, establecido en su IX Congreso –1919–, tiene un interés particular: mientras que el programa del KPD era el producto de un partido confrontado a la tarea de dirigir a la clase obrera hacia un revolución inminente, el nuevo programa del Partido bolchevique era una toma de posición sobre los objetivos y los métodos del primer poder soviético, de la dictadura real del proletariado. Iba acompañado, a un nivel más concreto, de una serie de decretos que expresaban la política de la República soviética sobre toda clase de cuestiones concretas incluso si, como admitía Trotski, muchos de estos decretos tenían más de naturaleza propagandística que de carácter político inmediatamente realizable.
Como la plataforma de la IC, el programa se inicia certificando el comienzo de un nuevo periodo de decadencia del capitalismo y la necesidad de la revolución proletaria mundial y continúa insistiendo en la necesidad de una ruptura completa con los partidos socialdemócratas oficiales.
Seguidamente, el programa se estructura de acuerdo a los siguientes elementos:
• Política general: la superioridad del sistema de soviets sobre el democrático burgués está demostrada por su capacidad para llevar a la inmensa mayoría de los explotados y los oprimidos a dirigir el Estado. El programa resalta que los soviets obreros, organizándose en los lugares de trabajo, con preferencia a los lugares de residencia, muestran ser una expresión directa del proletariado como clase; que la necesidad para el proletariado de dirigir el proceso revolucionario se refleja en la superrepresentación de los soviets de las ciudades en relación con los del campo. No aparece en él ninguna teorización en torno a la idea de que el partido ejercería el poder a través de los soviets. De hecho, la preocupación dominante en el programa, redactado durante los rigores de la guerra civil, es encontrar los medios de contrarrestar las presiones crecientes de la burocracia en el seno del nuevo aparato de Estado, atribuyendo tareas de gestión estatal a cada vez mayor número de obreros. En las terribles condiciones con las que estaba enfrentado el proletariado ruso, estas medidas resultaban inadecuadas y conseguían transformar a obreros combativos en burócratas de Estado en lugar de imponer la voluntad de la clase obrera combativa sobre la burocracia. Esta parte del programa revela una conciencia precoz de los peligros que provienen del aparato estatal.
• El problema de las nacionalidades: aunque el punto de partida es correcto –la necesidad de superar las divisiones nacionales en el seno del proletariado y de las masas oprimidas y de desarrollar una lucha común contra el capital– el programa presenta aquí uno de sus aspectos más débiles, adoptando la noción de autodeterminación nacional. En el mejor de los casos esta consigna no podía significar más que la autodeterminación para la burguesía y, en la época del imperialismo desenfrenado, no podía sino llevar a los nacionalistas a ver cómo su antiguo jefe imperialista era suplantado por otro. Rosa Luxemburg y otros explicaron los efectos desastrosos de esta política y de qué manera todas las naciones que habían recibido de los bolcheviques su “independencia” acabaron sirviendo de cabeza de puente a la intervención imperialista contra el poder soviético.
• Las cuestiones militares: el programa, tras haber reconocido la necesidad del Ejército rojo para defender el nuevo régimen soviético en una situación de guerra civil, propone una serie de medidas cuyo objetivo era asegurar que el nuevo ejército se mantuviera como un verdadero instrumento del proletariado: debía estar compuesto de proletarios y de semi-proletarios; sus métodos de entrenamiento debían corresponder a los principios socialistas; los comisarios políticos, elegidos entre los mejores comunistas, debían trabajar con el personal militar y asegurar que los antiguos expertos militares zaristas trabajasen plenamente en interés del régimen soviético; al mismo tiempo cada vez más oficiales debían proceder de las filas de los obreros conscientes. Pero la práctica de elegir a los oficiales, que había sido una reivindicación de los primeros soviets de soldados, no fue considerada como un principio y hubo un debate en el IXo Congreso, animado por el grupo Centralismo democrático, sobre la necesidad de mantener los principios de la Comuna incluso en el ejército y de oponerse a la tendencia en el ejército de volver a los viejos métodos y a la vieja organización jerárquica. Otra debilidad, puede que más importante, fue que la formación del Ejército rojo estuvo acompañada de la disolución de los Guardias rojos, privando así a los consejos obreros de su fuerza armada específica a favor de un órgano de tipo estatal y por lo tanto menos reactivo a las necesidades de la lucha de clases.
• La justicia proletaria: los tribunales burgueses fueron sustituidos por tribunales populares en los que los jueces eran elegidos en el seno de la clase obrera. La pena de muerte debía ser abolida y el sistema penal limpiado de toda actitud de revancha. Sin embargo en las condiciones de violencia de la guerra civil, la pena de muerte fue rápidamente restaurada y los tribunales revolucionarios, puestos en funcionamiento para tratar situaciones de urgencia, cometieron frecuentemente abusos; sin hablar de la Comisión especializada en la lucha contra la contrarrevolución –la Checa– que escapaba cada vez más al control de los soviets.
• La educación: a causa del gran retraso de Rusia, muchas de las reformas educativas acometidas por el estado soviético se limitaron a una recuperación de las prácticas educativas más avanzadas que estaban ya funcionado en las democracias burguesas (como la educación libre y mixta para todos los niños hasta los diecisiete años). Al mismo tiempo, el objetivo previsto a largo plazo era transformar la escuela a fin de que dejase de ser para siempre un órgano de adoctrinamiento burgués y se convirtiera en instrumento de la transformación comunista de la sociedad. Eso exigía la superación de los métodos coercitivos y jerárquicos, la eliminación de la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual y de, manera general, la educación de las nuevas generaciones en un mundo en el que el estudio y el trabajo fuesen un placer y no un infortunio.
• La religión: a la vez que se insistía en la necesidad de que el poder soviético llevase a cabo una propaganda inteligente y sensible encaminada a combatir los arcaicos prejuicios religiosos de las masas, hubo un total rechazo de cualquier intento de suprimir por la fuerza la religión, pues un método así el único efecto que tendría, necesariamente, sería el de reforzar la influencia de la religión, como lo demostró la experiencia del estalinismo.
• Los asuntos económicos: aun reconociendo que el comunismo no podía ser realizado más que a escala mundial, el programa contenía las líneas generales de una política económica del proletariado en aquellas áreas que estaban bajo su control: expropiación de la vieja clase dominante; centralización de las fuerzas productivas bajo el control de los soviets; utilización, basándose en los principios de solidaridad de clase, de toda la fuerza de trabajo disponible; integración gradual de los productores independientes en la producción colectiva… El programa reconocía también la necesidad para la clase obrera de ejercer la gestión colectiva del proceso productivo, pero no ve a los consejos ni a los comités de fábrica (que ni siquiera están mencionados en el programa) como los instrumentos de esa gestión sino a los sindicatos, órganos que por su naturaleza tienden a arrancar el control colectivo de la producción de las manos de los obreros y ponerlo en manos del Estado. Más decisivas aun fueron las condiciones de la guerra que empujaron a la dispersión, e incluso al desclasamiento, a las masas proletarias de las ciudades, haciendo cada vez más difícil para la clase obrera no sólo el control de las fábricas sino el del propio Estado.
En el ámbito de la agricultura el programa reconoce que la producción agrícola no podía ser colectivizada en una noche y que su integración en el sector socializado debía pasar por un proceso más o menos largo. El poder soviético debía, mientras tanto, animar la lucha de clases en el campo y aportar su apoyo a los campesinos pobres y a los semi-proletarios agrícolas.
• La distribución: El poder soviético se asignó la tarea grandiosa de reemplazar el comercio por una distribución de los bienes basada en la satisfacción de las necesidades, coordinándola a través de una red de comunas de consumidores. De hecho, si durante la guerra civil, el viejo sistema monetario, medio hundido, pudo ser reemplazado por un sistema de confiscaciones y de racionamiento, fue a consecuencia, directamente, de la penuria y de la necesidad y no porque se hubiesen establecido nuevas relaciones sociales comunistas, aunque lo ocurrido se haya teorizado como tal. Únicamente la abundancia permite el verdadero comunismo y tal estadio no puede lograrse dentro de un poder proletario aislado.
• Las finanzas: La visión optimista del Comunismo de guerra se reflejó también en otras áreas, en particular a través de la idea de que integrando simplemente los bancos existentes en un solo Banco estatal se daría un paso adelante hacia la desaparición de los bancos como tales bancos. El sistema monetario reapareció rápidamente en Rusia, únicamente había sido dejado de lado durante el periodo de Comunismo de guerra. La forma dinero y los medios de ahorro persistirán mientras no se superen las relaciones de cambio mediante la creación de una comunidad humana unificada.
• La vivienda y la sanidad pública: El poder proletario puso en marcha muchas iniciativas para encarar la falta de viviendas y la superpoblación, en concreto expropiando a la burguesía. Sin embargo sus amplias miras de construir un nuevo entorno urbano fueron bloqueadas por las ásperas condiciones de del periodo post-insurreccional. Lo mismo ocurrió con muchos otros decretos del poder soviético: la reducción de la jornada de trabajo, los subsidios para enfermos y desempleados, la mejora radical de la situación sanitaria… También en estas áreas el objetivo inmediato era alcanzar el nivel logrado ya por los países más desarrollados. En todas estas áreas, el nuevo poder no pudo generalmente aportar verdaderas mejoras debido a la enorme sangría de recursos que eran dedicados al esfuerzo de guerra.
1920: Bujarin y el periodo de transición
(Revista internacional nº 96)
Bujarin que redacta el programa del Partido ruso, escribe también un estudio teórico sobre los problemas del periodo de transición y aunque no faltan en él buen número de errores, este documento no solo es una seria contribución a la teoría marxista sino que además el examen de sus debilidades aclara también los problemas que intenta plantear.
Bujarin estuvo en la vanguardia del Partido bolchevique durante la guerra imperialista. Su libro el imperialismo y la economía mundial, estaba emparentado con las investigaciones de Rosa Luxemburg acerca de las condiciones económicas del nuevo periodo de declive del capitalismo –la Acumulación de capital. El libro de Bujarin fue uno de los primeros en mostrar que el cnuevo periodo había inaugurado una nueva etapa de la organización del capital –la etapa del capitalismo de Estado que él relacionaba en primer lugar a la lucha militar general entre Estados imperialistas. En su artículo “Hacia una teoría del Estado imperialista”, Bujarin adopta una posición muy avanzada sobre la cuestión nacional (desarrollando también ahí una visión similar a la de Rosa Luxemburg sobre la imposibilidad de la liberación nacional en la época imperialista) y sobre la cuestión del Estado, llegando más rápidamente que Lenin a la posición que éste defiende en el Estado y la Revolución, la necesidad de destruir el aparato de Estado burgués.
Estas concepciones son desarrolladas por Bujarin en su libro la Economía del periodo de transición, redactado en 1920. En él, Bujarin reitera la visión marxista del final inevitablemente violento y catastrófico de la clase capitalista y de la necesidad de la revolución proletaria como la única base para construir un modo de producción nuevo y superior. Al mismo tiempo va más lejos en el descubrimiento de las características de esta nueva fase de la decadencia capitalista. Prevé la tendencia creciente del capitalismo senil a dilapidar y destruir las fuerzas de producción acumuladas, encarnada sobre todo en la economía de guerra, pese al “crecimiento” cuantitativo que ésta haya podido ocasionar. Muestra igualmente cómo, en el capitalismo de Estado, los antiguos partidos y los sindicatos obreros son “nacionalizados” es decir, integrados en el aparato de Estado capitalista monstruosamente hipertrofiado.
En sus grandes líneas, la articulación entre la alternativa comunista y ese sistema mundial en declive está perfectamente clara: una revolución mundial fundamentada en la autoactividad de la clase obrera en sus órganos de lucha, los soviets; una revolución que tiene como objetivo unir a la humanidad en una comunidad mundial que sustituya las leyes ciegas de la producción de mercancías por la regulación consciente de la vida social. Pero los medios y los objetivos de la revolución proletaria deben concretarse y esa concreción no puede ser más que el resultado de la experiencia viva y de la reflexión sobre esa experiencia. Y en eso es en lo que el libro muestra sus flaquezas. Aunque Bujarin formó parte de la tendencia comunista de izquierda en el Partido bolchevique en 1918, fue sobre todo por lo de la cuestión de Brest-Litovsk. A diferencia de otros comunistas de izquierda, como Osinski, él no fue capaz de desarrollar una visión crítica frente a los primeros signos de burocratización del Estado soviético. Al contrario, su libro sirvió de alguna manera de apología del statu quo durante el proceso de guerra civil, puesto que constituyó, sobre todo, una justificación teórica de las medidas de comunismo de guerra como si fueran la expresión de un auténtico proceso de transformación comunista.
Así pues, para Bujarin la desaparición virtual del dinero y de los salarios durante la guerra civil –resultado directo del hundimiento de la economía capitalista– quería decir que la explotación estaba ya superada y que una forma de comunismo había sido alcanzada. Incluso, la horrible necesidad impuesta al bastión proletario en Rusia –una guerra de frentes dirigida por el Ejército rojo– se convierte en su libro no solamente en una “norma” del periodo de luchas revolucionarias sino también en modelo de extensión de la revolución que se presenta ahora como una batalla épica entre los Estados proletario y capitalistas. Sobre esta cuestión el Bujarin “de izquierda” está muy a la derecha de Lenin, quien no olvida jamás que la extensión de la revolución es ante todo una tarea política y no militar.
Una de las ironías del libro de Bujarin es que, a pesar de haber identificado el capitalismo de Estado en tanto que forma universal de la organización capitalista en la época de declive del sistema, el autor muestra una obstinada ceguera ente el peligro del capitalismo de Estado después de la revolución proletaria. Y se pueden concluir de su lectura cosas como que bajo “el Estado proletario”, en el sistema de “nacionalizaciones proletarias”, es imposible la explotación. Que incluso, puesto que el nuevo Estado es la expresión orgánica de los intereses históricos del proletariado, sería mucho más eficaz si se fusionan todos los órganos de clase de los obreros en el aparato de Estado, restaurando incluso las prácticas más jerárquicas en la gestión de la vida económica y social. No tiene conciencia ninguna del hecho de que el Estado de transición, en tanto que expresión de la necesidad de mantener cohesionada una formación social dispar y transitoria, puede desempeñar un papel conservador, llegando incluso a desgajarse de los intereses del proletariado.
En el periodo que siguió a 1921 la trayectoria de Bujarin en el partido pasó rápidamente de la izquierda a la derecha. Pero de hecho, había una continuidad en esa evolución: una tendencia a acomodarse con el statu quo. Como la economía del periodo de transición constituía ya un intento de presentar el régimen riguroso del Comunismo de guerra como el objetivo final de de los esfuerzos del proletariado, no tuvo que dar un gran salto para proclamar, pocos años después, que la Nueva política económica (NEP) que abrió las puertas a las leyes del mercado (que, en realidad, sólo habían quedado “arrinconadas” durante el periodo precedente) sería ya la antecámara del socialismo. Bujarin, incluso más que Stalin, fue el teórico del “socialismo en un solo país” y esta idea está ya presente en la proclamación absurda según la cual el bastión ruso aislado desde 1918-20, donde el proletariado fue diezmado por la guerra civil y progresivamente sometido al engorde del nuevo Leviatán burocrático, era ya la nueva sociedad comunista.
1920: El programa del KAPD
(Revista internacional nº 97)
El aislamiento de la Revolución rusa llegó a tener un impacto tan negativo sobre las posiciones políticas de la nueva Internacional comunista, que comenzó a perder la claridad que había demostrado en su Primer congreso y en particular frente a los partidos socialdemócratas. Denunciados con anterioridad como partidos de la burguesía, la IC comienza a formular la táctica del “frente único” con ellos, en parte porque buscaba ampliar el apoyo al devastado bastión ruso. El ascenso del oportunismo en la IC fue vigorosamente combatido por las corrientes de izquierda en algunos países, en particular en Alemania y en Italia.
Una de las primeras manifestaciones del ascenso del oportunismo en la IC fue el folleto de Lenin la Enfermedad infantil del comunismo. Este texto sirvió después de base a numerosas distorsiones a propósito de la izquierda comunista, en particular de la izquierda alemana y el KAPD –escisión del KPD en 1920. El KAPD fue acusado de ceder a una política “sectaria” que quería reemplazar los verdaderos sindicatos obreros por “uniones revolucionarias” artificiosas. Acusado sobre todo de caer en el anarquismo, debido a su punto de vista sobre cuestiones tan vitales como el parlamento y el papel del partido.
Es cierto que el KAPD –producto de una ruptura prematura y trágica con el partido alemán– no fue nunca una organización homogénea. Constaba de un cierto número de elementos verdaderamente influenciados por el anarquismo, influencia que, con el reflujo de la revolución, dio nacimiento a las ideas consejistas que se desarrollaron ampliamente en el movimiento comunista alemán. Sin embargo, un breve examen de su programa muestra que el KAPD, en su mejor momento, alcanzó un alto grado de claridad marxista:
– contrariamente al anarquismo, el programa se sitúa en las circunstancias históricas objetivas del capitalismo mundial: el nuevo periodo de decadencia del capitalismo abierto por la guerra mundial, que plantea la alternativa socialismo o barbarie.
– contrariamente al anarquismo el programa expresa sin reservas su solidaridad con la revolución rusa y afirma la necesidad de su extensión mundial. Alemania es específicamente identificada como la portadora de un papel central a desempeñar en esa perspectiva.
– la oposición del KAPD al parlamentarismo y a los sindicatos no está basada en no se sabe qué moralismo válido para todos los tiempos, ni en una obsesión acerca de las formas de organización, sino en la comprensión de las nuevas condiciones impuestas por la llegada de una nueva época de revolución proletaria en la que el parlamento y los sindicatos no podían, desde entonces, sino servir a la clase enemiga.
– lo mismo hay que decir de la defensa por el KAPD de las organizaciones de fábrica y de los consejos obreros. No se trataba de formas artificiosas con las que soñaban un puñado de revolucionarios sino expresiones organizativas concretas del movimiento real de la clase en el nuevo periodo. Incluso si no podía existir una claridad completa sobre las organizaciones de fábrica (a las que el KAPD consideró siempre como una especie de forma permanente, precursoras de los consejos, basadas en un programa político mínimo) no eran para nada artificiales sino que agrupaban a algunos de los obreros más combativos en Alemania.
– lejos de estar contra el partido, el programa (que iba acompañado de tesis sobre el papel del partido en la revolución) afirma claramente el papel indispensable del partido en tanto que núcleo de la intransigencia y de la claridad comunistas en el movimiento general de la clase.
– el programa defiende igualmente, sin dudar, la concepción marxista de la dictadura del proletariado.
Entre las medidas prácticas que propone el programa del KAPD –en continuidad directa con el del KPD– está en particular el llamamiento a disolver todos los cuerpos parlamentarios y municipales y a sustituirlos por un sistema centralizado de consejos obreros. El programa de 1920 es, sobre todo, más claro en lo referente a las tareas internacionales de la revolución. Llama, por ejemplo, a la fusión inmediata con otras repúblicas soviéticas. Va incluso más lejos sobre el problema del contenido económico de la revolución al insistir en la necesidad de dar pasos para orientar la producción hacia la satisfacción de las necesidades (incluso si es discutible la afirmación del programa según la cual la formación de “un bloque económico socialista” con Rusia sería obligatoriamente un paso positivo hacia el comunismo).
Para acabar: el programa plantea algunas “nuevas” cuestiones, no tratadas por el programa de 1918, por ejemplo: cómo aborda el proletariado la cuestión del arte, la ciencia, la educación, la juventud…, que muestran que el KAPD, lejos de ser una corriente puramente “obrerista” estaba interesada por todas las cuestiones planteadas por la transformación comunista de la vida social.
CDW
[1]) Revista internacional nos 68 a 88.