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Las promesas de construir una sociedad mejor a través de las urnas electorales se están haciendo añicos. La realidad de ataques a las condiciones de vida (ver artículo en este mismo número) nos está recordando el verdadero rostro de la democracia. Todas las promesas sobre empleo, seguridad, calidad de vida y “futuro radiante” se están disolviendo como nieve al sol. ¿Qué balance entonces de las elecciones?
Las elecciones son una mistificación
Durante el siglo XIX los obreros llegaron hasta arriesgar la vida en la lucha por conseguir el derecho a votar. En ese momento histórico el capitalismo era un sistema en plena expansión y el parlamento era un terreno donde los obreros podían aprovechar las pugnas entre fracciones de la burguesía y la aristocracia para defender sus condiciones de vida. Hoy es la misma clase dominante la que moviliza una cantidad insultante de recursos para empujar a los trabajadores a que voten; la razón es simple: las elecciones y sus parlamentos ya no representan más un terreno donde los trabajadores podrían estar representados (la izquierda aún con su lenguaje obrerista esta del lado del capital). La razón de existir del entramado electoral es la mistificación, el seguir engañando a los trabajadores con la ilusión de que diluidos en la masa de “ciudadanos” se puede mejorar el mundo.
El objetivo central de la burguesía en las elecciones (federales, estatales, etc.) es siempre el de empujar a los trabajadores a que abandonen el terreno de la lucha colectiva, enturbiar su conciencia de pertenencia a una clase explotada para conducirlo al dócil redil del “ciudadano” atomizado e impotente.
Si la burguesía gasta cantidades enormes en el circo electoral es porque a través de esta cortina de humo pretende hacernos olvidar que la situación social sigue agravándose: desempleo en aumento, miseria galopante, aumentos de precios, etc. Se empieza a vivir una situación de campaña electoral casi permanente, se acaban unas elecciones y empiezan otras, incluso los escándalos de los partidos son utilizados para “mantener viva” la flama electoral, esta situación no es un error de manejo, por parte de la burguesía, es una política perfectamente orquestada para ocultarnos la realidad de una crisis económica que no tiene salida y cuyo único destino es la agravación cada vez más dramática de sus consecuencias para los trabajadores, todo ello independientemente de que este la derecha o la izquierda en el poder.
Para las clases dominantes del mundo entero las elecciones son un medio muy eficaz para asegurar el mantenimiento de su poder. Ninguna elección cuestiona al capitalismo, ninguna elección se propone como fin el acabar con la dictadura del capital sobre el trabajo asalariado, ningún candidato, sea del partido que sea, se propone como programa político hacer una revolución mundial para acabar con este sistema de explotación, guerras y miseria. Y no se trata de ceguera política o de una traición de los partidos que participan en ella (como se deduce de los lamentos del EZLN), se trata simplemente de una evidencia de lo que es el rostro real de las elecciones y sus parlamentos: una institución al servicio de la burguesía donde nos venden promesas de cambio para que la explotación capitalista siga reinando.
Las elecciones están siempre al servicio del capital
No ha sido una casualidad si todo el aparato estatal nos saturó de la “necesidad” de votar. Los intelectuales llamaron a la “responsabilidad ciudadana”, la iglesia apeló a “ejercer con libertad” el voto, los artistas usaron sus talentos para sumarse a las campañas de tal o cual candidato, todos los días nos decían: “¡vota, vota!”. Hay que sospechar inmediatamente de tanto interés. Nos han repetido hasta el cansancio: “¡El pueblo ganó!, ¡es un triunfo de la democracia!, ¡todos salimos ganando con elecciones pacíficas!”. ¡Cínicas mentiras de la clase dominante y sus acólitos! Los trabajadores no han ganado nada. Al contrario, han caído en la trampa, han abandonado su terreno de lucha para optar por un callejón sin salida. La clase dominante ha explotado muy bien las elecciones para atacar la conciencia obrera. En esa tarea ha sabido explotar muy bien las fuertes ilusiones que hay entre los trabajadores hacia la democracia, los partidos políticos y las elecciones.
La burguesía presentó las elecciones como un reto, como un momento donde habría que “decidir” el rumbo del país, incluso se atrevió a presentar los proyectos de los partidos y sus alianzas como “proyectos contrapuestos”. Hoy vemos a Felipe Calderón “realizar” postulados del programa de La Alianza por el bien de todos de López Obrador (austeridad en el sueldo de funcionarios, lucha contra la marginación, etc.).
No podemos dejar de denunciar a todos aquéllos que afirmaban que el “apoyo crítico” a López Obrador iba al menos a ayudar a “clarificar la conciencia” y a pasar luego a una fase más “crítica y radical”. Pero el terreno electoral no clarifica, ata a los trabajadores a las ilusiones de “reformas” y sólo refuerza la ideología democrática. Igualmente mal parado se encuentran todos aquéllos que como Marcos “rechazaban a todos, izquierda y derecha”, sin embargo, todo ese giro radical era sólo la envoltura de su defensa de la Constitución (una nueva desde luego!) y de su exigencia de elecciones “realmente limpias”…¡el lenguaje radical no oculta su defensa descarada del capital, su sistema y sus instituciones!
Como decíamos más arriba, el parlamento hace mucho tiempo que dejó de ser un lugar donde se toman decisiones. Es un sitio donde se registran esas decisiones y donde los partidos se reparten tareas para hacer creer que ahí hay una “lucha de intereses”, para hacer pasar el cuento de que los trabajadores, en tanto ciudadanos, estarían ahí “representados”. Si bien es cierto que a veces hay pleitos reales en las cámaras de diputados y senadores, esos pleitos no representan la lucha entre los intereses de los trabajadores y los de la burguesía, sino son la expresión de luchas terribles entre grupos de la misma clase dominante, pugnas por interese completamente ajenos al proletariado. Es por ello que hoy podemos afirmar tajantemente que las elecciones se mantienen simplemente como un instrumento de mistificación al servicio del capitalismo, su meta es hacer creer que la democracia es el “valor supremo”, que es la expresión de la “soberanía del pueblo”. Esa “libertad” que nos ofrece la democracia se reduce a la “libertad” de elegir a un nuevo equipo de los explotadores. Las elecciones es una forma eficaz para frenar la toma de conciencia de que el capitalismo está en quiebra, siempre la burguesía trata de hacernos creer que la crisis es obra de “acaparadores”, de funcionarios “deshonestos”, ladrones, corruptos, etc. mientras los trabajadores sigamos masticando esos cuentos se aleja la posibilidad de reflexionar sobre las verdaderas causas de la miseria y la explotación.
Un nuevo “equipo de gobierno” que se presenta como “producto de la voluntad popular” ha empezado a trabajar en el Estado, sus promesas aún están frescas y, sin embargo; los ataques a las condiciones de vida se han acelerado mostrándonos la verdadera naturaleza de esas campañas electorales.
La lección más importante que los trabajadores debemos sacar a 8 meses de esas “elecciones históricas” no es la de lamentarnos o pensar que tal vez el “otro candidato” hubiera hecho algo diferente. Frente a un futuro angustiante e incierto, la respuesta no esta en el terreno de las elecciones y la democracia, es solamente en el terreno de la lucha de clases, del combate colectivo de los trabajadores, donde se puede hacer frente a los ataques crecientes a nuestras condiciones de vida. Una vez más, las elecciones muestran su naturaleza: un medio eficaz de la burguesía para domesticar al proletariado.
Marsan 10-02-07