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Por supuesto es lo que siempre dicen de las elecciones presidenciales. Es el gran teatro y no tiene nada que ver con la realidad. Es difícil recordar la última vez que los medios de comunicación nos dijeron que la elección presidencial era sin importancia, que se ofrecía una elección entre adversarios no distinguidos, o que sin importar quien gane nada cambiará.
Y por supuesto este año es aún más histórico de lo usual - el primer candidato afroamericano nombrado para presidente por un partido importante y una mujer que se postula para la Vicepresidencia por el Partido Republicano por primera vez en la historia. Los medios de comunicación burgueses nos dicen que sin importar quien gane, ésta será una elección histórica.
Para la clase obrera, la realidad es muy diferente de la mitología mediática. Sin importar quién gane, sin importar quién habite la Casa Blanca, la situación de la clase será la misma;
- nuestros hijos e hijas serán llamados a derramar su sangre para el imperialismo estadounidense que será forzado a recurrir cada vez más a intervenciones militares en todo el mundo;
- la crisis económica continuará implacablemente atacando nuestros salarios, nuestro nivel de vida, nuestra atención médica, nuestras pensiones, nuestras condiciones de vivienda y servicios sociales;
- las divisiones sociales que existen en EUA continuarán empeorando; los ricos se harán más ricos y los pobres más pobres;
- el número de desempleados continuará creciendo;
- el futuro continuará sombrío.
Por supuesto la gran «noticia» en esta elección es Obama, un candidato a la presidencia afroamericano y con una retórica sobre el cambio que está atrayendo a millones de jóvenes a su candidatura. Sin embargo, ya sea negro o blanco o biracial, Obama es sólo otro político capitalista como cualquiera. A pesar de su oposición desde el inicio a la guerra en Irak, no significa que sea un candidato pacifista. Lo hizo evidente en su discurso de aceptación del compromiso a usar su poderío militar para defender los intereses imperialistas estadounidenses como cualquier otro político capitalista. No quiere regresar a casa a los soldados de Irak; quiere trasladar a soldados a la guerra en Afganistán y lanzar incursiones militares a Pakistán, y prepararse para desencadenar la guerra en otro lugar. Su crítica principal a la política de Bush es que el ejército americano esté tan disperso que es incapaz de responder a otras amenazas a su hegemonía, como en Georgia. Obama simplemente es tan belicista como McCain. En el aspecto económico, ninguna de sus políticas pueden enfrentar el hecho de que el problema con la economía no son los errores de la política de Bush, sino la crisis mundial del capitalismo, que es un sistema históricamente anacrónico, ante lo cual Obama es incapaz de hacer algo.
Para el capitalismo, la campaña electoral es un elemento crucial en la mistificación democrática, la estafa ideológica que extiende el mito de que en una democracia capitalista todos son iguales y tienen la oportunidad de decir lo que piensan, de que todos pueden participar para tomar la decisión de cómo dirigir la sociedad. La clase dominante inyecta cientos de millones de dólares en la campaña, y moviliza sus medios masivos de comunicación, sus sindicatos, sus instituciones de enseñanza, sus organizaciones políticas de izquierda y derecha para reforzar este mito y atraer a los trabajadores al circo electoral. Para la clase gobernante, las elecciones son una herramienta valiosa para el engaño de los trabajadores, atándolos al Estado, desviándolos de la lucha de clases, y engatusándolos para que crean que son «libres» - libres de elegir a sus opresores para los próximos cuatro años.
Las elecciones capitalistas no siempre fueron una farsa vacía. En el siglo XIX cuando el capitalismo todavía era un sistema en desarrollo e históricamente progresivo, capaz de desarrollar las fuerzas productivas, las elecciones constituían el lugar donde la clase capitalista decidía su «comité ejecutivo» para controlar el gobierno y controlar la sociedad. Diversas fracciones de la clase dominante, defendiendo tendencias programáticas diferentes, intereses económicos diferentes como el capital financiero, los ferrocarriles o la industria petrolera, competían entre sí por el control del Estado. En este período, cuando el capitalismo todavía estaba en expansión y era por tanto todavía posible conseguir a duras penas reformas importantes del sistema, tenía sentido para el movimiento obrero participar en las elecciones y aprovechar las disputas entre las fracciones de la clase dominante para obtener ganancias para la clase obrera, como la jornada de ocho horas y el fin del trabajo de los niños.
Pero esta situación cambió dramáticamente a principios del siglo XX con la terminación del mercado mundial, cuando el capitalismo alcanzó la cumbre de su desarrollo histórico y se convirtió en una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas. Con el sistema en decadencia, la posibilidad de conseguir reformas sociales duraderas del sistema capitalista ya no existía, y la orientación del movimiento obrero hacia las elecciones capitalistas se modificó básicamente. La determinación de la política recae definitivamente en las manos del poder ejecutivo, en particular, la burocracia permanente gobierna en interés del capital nacional.
Las elecciones capitalistas contra la clase obrera se preparan constantemente para la mortal competencia con sus naciones rivales.
Con la desaparición de las condiciones históricas que hicieron las elecciones relevantes para el movimiento obrero, el electoralismo se convirtió en un instrumento de la mistificación política inevitablemente, una estafa ideológica para perpetuar el mito democrático oscureciendo la verdadera naturaleza de la dictadura de la clase capitalista y promoviendo la ilusión de que los trabajadores pueden participar en la determinación de las políticas gubernamentales.
En este contexto, el circo electoral representa una gran maniobra ideológica de la burguesía. Gran parte del siglo pasado la burguesía estadounidense ha sido particularmente capaz de controlar las campañas presidenciales para colocar equipos políticos capaces de implementar sus tendencias estratégicas y promover la credibilidad en el circo electoral. El partido en el poder en la Casa Blanca generalmente fue determinado por una cuidadosa manipulación de los procesos electorales por los medios de comunicación para generar los resultados deseados. Bajo la disciplina política dentro de la clase gobernante, los principales partidos y sus candidatos podían ser convencidos a aceptar la división del trabajo determinada por las fracciones dominantes. Los factores en juego al determinar la división del trabajo izquierda-derecha al nivel del Estado nacional podían variar dependiendo de las circunstancias nacionales o internacionales predominantes. Esta habilidad para controlar los resultados de las elecciones y mantener la disciplina dentro de sus propias filas empezó a deteriorarse después del fracaso del sistema de bloque a nivel internacional, llevando a los resultados vergonzosos de la administración Bush en la elección robada del año 2000, que no sirvió a los intereses de la clase dominante.
Actualmente hay dos objetivos políticos fundamentales por las fracciones dominantes de la clase capitalista estadounidense en la elección presidencial próxima:
- una rectificación de las desastrosas metidas de pata de la política imperialista de la administración Bush para restituir la autoridad estadounidense significativamente sobre el nivel internacional y permitir que intervenga militarmente en otras partes del mundo;
- una renovación total de la mistificación democrática, que ha sido tremendamente golpeada desde el año 2000.
La clase dominante ya ha hecho grandes progresos al colocar el escenario para reparar el gran lío que la administración Bush ha provocado con su política imperialista. La propuesta de Obama de retirada de Irak durante los próximos dos años ya ha sido acordada entre el régimen iraquí y la Casa Blanca. Este trabajo preliminar prepara el terreno para una política imperialista más sofisticada y «multilateral», eso disminuirá el creciente aislamiento del imperialismo estadounidense y restablecerá su autoridad en la arena internacional.
En términos de resucitar la mistificación electoral, Obama evidentemente desempeña mejor los intereses de la clase dominante. Sus carismáticos pero vacíos discursos sobre el cambio han provocado un verdadero entusiasmo entre las jóvenes generaciones de votantes que han sido en gran parte apáticos a los procesos políticos capitalistas, implicándolos en la política electoral en gran número por primera vez en muchos años. Los expertos políticos capitalistas han promovido el fenómeno de Obama como «un movimiento social», una fuente de «esperanza» y un deseo de cambio.
Pero lo que estamos presenciando no es un movimiento social, sino una campaña ideológica sumamente exitosa que revive la mistificación electoral. Sin embargo, la candidatura de Obama arriesga con agravar los problemas que la burguesía busca solucionar. Si pierde las elecciones generales, la desilusión se dibujará en millones de jóvenes. Si gana la elección, le será imposible realizar cualquier cambio importante, lo cual extenderá igualmente la decepción y desilusión.
Para la clase obrera las elecciones son una desviación completa de su lucha. La única manera de defender nuestros intereses es la lucha de clases, en las calles y en los centros de trabajo - contra las reducciones de salario y despidos, contra los ataques sobre nuestras condiciones de vida, contra la guerra imperialista. Esta lucha diaria por defender los intereses de clase obrera contra el capitalismo lleva en sí las semillas del desarrollo de la conciencia de clase, de un movimiento de la clase obrera que será capaz de enfrentar al capitalismo y destituir este sistema social basado en la explotación del hombre por el hombre por un orden controlado por los mismos trabajadores, donde la satisfacción de las necesidades sociales sea la fuerza motriz.
CCI /septiembre del 2008.