Ataque terrorista en Morelia: la burguesía en su conjunto es la responsable de la barbarie

Printer-friendly version

El brutal y  sangriento ataque a cientos a personas con granadas de mortero en plena plaza principal de la ciudad de Morelia Michoacán[1], atestada con motivo del Grito de Independencia que la burguesía organiza religiosamente cada año, en todo el país, para reforzar la ideología nacionalista, fue precedido por actos de barbarie igualmente irracionales como las decenas de decapitados, los ejecutados y apilados en parques y colonias en prácticamente todos los estados del país. Hechos que se repercuten a cada minuto en todos los diarios escritos y los noticieros electrónicos contribuyendo a crear una atmósfera de inseguridad, angustia y miedo sin precedentes entre la población.  

 

La escalada de los enfrentamientos entre las diferentes bandas de la llamada «delincuencia organizada» no hace sino confirmar que el enfrentamiento del gobierno contra el narcotráfico y la delincuencia organizada esconde en realidad las pugnas al interior de la burguesía y de su Estado; por ejemplo, el ataque criminal en Morelia, según las investigaciones periodísticas de las revistas como Proceso o Zeta, fue perpetrado por aquellas fracciones de la burguesía inconformes por el trato preferencial que el Estado ha brindado a otros grupos desde hace ya varios años. Es esta la realidad cruda y descarnada del accionar faccioso y criminal del Estado capitalista, el mismo que dice «luchar contra la delincuencia para proteger a los ciudadanos».           

 

La aceleración de la descomposición y la barbarie capitalistas

Estamos ante una agravación de la tendencia generalizada de la descomposición social del capitalismo que está alcanzando, a saltos, cuotas de barbarie inusitadas; produciendo al por mayor a fracciones burguesas de lo más irresponsables e irracionales que son el vivero del que se nutren las bandas terroristas, los gángsteres regionales y locales ligados a tal o cual estructura del Estado donde encuentran poderosos «padrinos» y a quienes este tipo de actos les benefician sobremanera para sus fines; confirmando por enésima ocasión la tendencia irreversible del «sálvese quien pueda» y «del cada quien a lo suyo», que es ahora dominante en la dinámica del capitalismo. En México, asistimos a la inauguración[2] de un fenómeno que, al menos desde los 60, se ha evidenciado como un instrumento utilizado por alguna fracción de la burguesía ante sus rivales, llevando a cabo así  masacres indiscriminadas contra la población civil. Con esta actitud se nota un cambio cualitativo en la barbarie que hemos vivido en los últimos años, ensañándose principalmente contra la masa de explotados.

La intención muy clara de matar al mayor número de personas amplificando así los efectos grotescos del horror y del terror, tenía el cálculo (aparte del político y social, como lo veremos más adelante) de lograr la caída, al menos, del titular de la SSP a quien se ha señalado reiteradamente como el principal protector del Chapo Guzmán, o también del gobernador perredista de Michoacán, quien habría incumplido un trato...  Pero ¿y la vida de las familias enteras de explotados que alegraban la fiesta de la burguesía? Poco importan, ¡sólo son daños colaterales inevitables en sus disputas! Todas las evidencias recogidas en algunos medios de prensa y por testigos presenciales en el momento del atentado y en los días siguientes apuntan a que estuvieron involucrados directa o indirectamente corporaciones policiacas y militares, lo cual no es sorprendente si tenemos en cuenta la relación orgánica que existe entre la llamada delincuencia organizada y las estructuras policiacas y militares del Estado; en otras ocasiones hemos ya denunciado también por ejemplo, cómo los servicios secretos pueden desempeñar un papel directo en los conflictos y los ajustes de cuentas en el interior de la burguesía nacional[3].

 

La campaña burguesa de condena a la violencia genérica: una cínica mistificación en toda la línea

Por principio de cuentas negamos de nuevo a la burguesía el derecho de llorar a los trabajadores que caen muertos en medio de sus guerras internas, pues sus lágrimas hipócritas de cocodrilo quieren esconder cínicamente, su responsabilidad plena de sus crímenes. En efecto, después del asesinato masivo de niños, jóvenes, adultos y ancianos todas las fracciones de la burguesía se han empeñado en condenar la «violencia», pero la violencia la ejerce la clase dominante de forma cotidiana y ahora toma de rehenes a la población entera en su pugna interna. Esas almas impías que hoy lloran y condenan la violencia, jamás dirán que la característica esencial del sistema capitalista es que cuenta con el terror, para prolongar su sistema de explotación. Estos hechos que aparecen como actos de violencia episódicos o circunstanciales, provienen de las entrañas mismas de la vida interna de la burguesía y su sistema capitalista.

 

Frente al chantaje estatal, no a la unidad nacional

No hay que dejarnos engañar por los medios de difusión de la burguesía, sus intelectuales, «especialistas», políticos profesionales, sindicalistas, etc., pues aprovechan los efectos reales que tiene la descomposición social generalizada del capitalismo para lanzarlos contra su enemigo de clase (p. ej. el sospechoso interés del Estado en que se conozcan de manera tan amplia cada detalle de las ejecuciones diarias por todo el país); así, la justa indignación del proletariado contra el abominable atentado y su solidaridad con las víctimas se ha manipulado por el Estado capitalista para desviarla hacia sus intereses y objetivos políticos presentándose precisamente como el baluarte contra la «violencia irracional». Los tintes bestiales que hoy toma la pelea presente entre las mismas filas de la burguesía, permite percibir de forma descarnada el avance de la  descomposición del sistema capitalista. La evidente multiplicación y disgregación en bandas armadas que luchan entre sí, hace que el Estado tenga cada vez más dificultad para retomar el control.

Por eso, los cínicos y criminales llamados a cerrar filas en torno al «Estado», aprovechándose del sentimiento de inseguridad permanente, de miedo e impotencia inducidos por este tipo de actos de barbarie en la inmensa mayoría de los trabajadores, no son más que un asqueroso chantaje para que los explotados y oprimidos sigan resignados y atados a la maquinaria estatal y acepten -casi exigiendo- las únicas medidas concretas que el Gobierno puede tomar contra el «terrorismo y la inseguridad»: un brutal reforzamiento del aparato represivo que está destinado ante todo y, sobre todo, al aumento y el perfeccionamiento de los medios de control y vigilancia de cualquier expresión de cuestionamiento real proveniente de las filas de la clase obrera, es decir a militarizar las ciudades. Vale resaltar el caso de la represión al sector magisterial de Morelos, en el que se utiliza todo el aparato de «seguridad» (incluyendo al ejército), con lo cual la burguesía manda un mensaje disuasivo a toda los trabajadores del país en el sentido de que cualquier movilización contra los designios del capital y sus órganos de encuadramiento sindicales y políticos será reprimido sin miramientos, sobre todo ahora que se hace cada vez más necesario luchar ante los ataques a sus condiciones de vida cada vez más insoportables.

 

 

 

La verdadera alternativa es la lucha de clases

El proletariado ante la abundancia de hechos empíricos, cada vez más intuye que efectivamente hay una relación orgánica entre el Estado y la delincuencia organizada, sin embargo, todavía tiene que elevar esta constatación a una toma de conciencia de clase acerca de la alternativa histórica ante esta barbarie, acerca de la necesidad de su lucha por la abolición de este sistema que se haya gangrenado desde sus cimientos; una comprensión radical de que si no logra esto último la barbarie capitalista como se conoce hasta ahora, degenerará aún más de manera dramática y brutal. Efectivamente, la verdadera amenaza al orden burgués proviene de la lucha de la clase obrera y sobre todo de la posibilidad de  su toma de conciencia de la relación que existe entre la penuria diaria de su existencia y la barbarie de este tipo que son en realidad una unidad dentro del capitalismo, de la posibilidad muy concreta de que pueda tomar conciencia de la necesidad de cuestionar al mismo sistema capitalista y plantearse seriamente la necesidad de su destrucción revolucionaria.

 

RR/octubre del 2008

 


Notas:



[1] Sobre los cuales, por cierto, la TV no informó inmediatamente, ejemplo del control democrático

del Estado sobre los medios de comunicación

[2] Es cierto que hasta hace poco más de un año grupos arma

dos como el EPR habían puesto bombas en algunas instalaciones de PEMEX sin embargo, no pasaban de la pretensión de un efectismo mediático en abono de sus aspiraciones políticas.

[3] Los casos son muy conocidos en la historia reciente: asesinatos políticos de Estado de mediados de los 90

Situación nacional: