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Crítica del libro Dynamiques, contradictions et crises du capitalisme - (Dinámicas, contradicciones y crisis del capitalismo)
¿Es el capitalismo un modo de producción decadente y, si lo es, por qué? (II)
La sobreproducción, contradicción de base del capitalismo, se debe a la propia existencia del salariado. En esta segunda parte del artículo intentaremos dejar clara su definición y consecuencias para así contestar a las grandes cuestiones objeto de desacuerdos importantes con lo expuesto en el libro de Marcel Roelandts, Dynamiques, contradictions et crises du capitalisme ([1]) (citados como MR y DCC en el resto de este artículo): ¿por qué aumentar los salarios no resuelve el problema de la sobreproducción? ¿Cuál es el origen de la demanda exterior a la de los obreros y cuál es su papel y sus límites? ¿Existe una solución a la sobreproducción dentro del capitalismo? ¿Cómo se han de caracterizar las corrientes que defienden que las crisis se resuelven aumentando los salarios? ¿Está condenado el capitalismo a un hundimiento catastrófico?
¿Existe una solución a la crisis dentro del capitalismo?
Las determinaciones de la sobreproducción
La sobreproducción es la característica de las crisis del capitalismo, oponiéndose en eso a los modos de producción que lo precedieron cuya característica era la penuria.
La sobreproducción viene, en primer lugar, de la naturaleza misma de la explotación de la fuerza de trabajo propia del modo de producción capitalista, el salariado, que hace que los obreros deban producir siempre por encima de sus necesidades. El siguiente pasaje de Marx lo expresa de manera meridiana: “La simple relación asalariado-capitalista implica que (…) la mayoría de los productores (los obreros) (…) para poder consumir o comprar en los límites de sus necesidades, (…) deben ser siempre sobreproductores, producir siempre por encima de sus necesidades” ([2]).
Eso supone por lo tanto que existe una demanda exterior a la de los obreros, pues ésta nunca será, por definición, capaz de absorber la producción capitalista: “Se olvida que, según Malthus, “la existencia misma de una ganancia sobre cualquier mercancía presupone una demanda exterior a la del obrero que la ha producido”, y que, por consiguiente “la demanda del propio obrero no podrá ser nunca una demanda adecuada” (Malthus, Principles… p. 405)” ([3]).
Y en cuanto la demanda exterior a la de los obreros es insuficiente, la sobreproducción se hace patente: “si la “demanda exterior a la de los obreros mismos” desaparece o se reduce, estalla la crisis” ([4]).
La contradicción es tanto más violenta porque, por un lado, para el capital es obligatorio que el salario de los obreros sea el mínimo social necesario para reproducir su fuerza de trabajo y, por otro, las fuerzas productivas del capitalismo tienden a desarrollarse al máximo: “La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad” ([5]).
¿Por qué aumentar el salario de los obreros no resuelve el problema de la sobreproducción?
Existen varios procedimientos que permiten a la burguesía ocultar la sobreproducción:
1) Destruir la producción excedentaria, para evitar así que su puesta en el mercado haga caer los precios de venta. Eso ocurrió por ejemplo en los años 1970 y 80 con la producción agrícola en los países de la Comunidad Económica Europea. Ese procedimiento tiene, para la burguesía, el inconveniente de sacar a plena luz las contradicciones del sistema con la consiguiente indignación al considerar cómo se destruyen productos de primera necesidad cuando hay tantas personas en el mundo a las que les faltan.
2) Reducir el uso de las capacidades productivas e incluso destruir una parte de ellas. Eso es lo que se hizo, por ejemplo, con la reducción drástica que significó el plan Davignon instaurado a partir de 1977 por la Comisión Europea para llevar a cabo la restructuración industrial (y sus decenas de miles de despidos) del sector siderúrgico, ante la sobreproducción mundial de acero. Se plasmó en la destrucción de una gran parte del equipamiento en altos hornos en varios países europeos y los despidos masivos de miles y miles de obreros siderúrgicos que acarrearon movimientos de lucha importantes, como en Francia, en 1978 y 1979.
3) Aumentar artificialmente la demanda, o sea generar una demanda no debida a las necesidades en inversiones que deberían ser rentabilizadas más tarde, sino directamente motivada por la necesidad de funcionamiento del aparato productivo. Así son las conocidas medidas keynesianas cuyo coste lo asume el Estado, lo cual repercute obligatoriamente en la competitividad de la economía nacional en la que se aplican. Por eso sólo pueden instaurarse en condiciones que permitan compensar, gracias a unas ganancias importantes en productividad, la pérdida de competitividad. Esas medidas pueden consistir tanto en aumentos de salarios como programas de obras públicas sin rentabilidad inmediata.
Esos tres procedimientos, aunque diferentes en la forma, son equivalentes en lo que al desarrollo del capitalismo se refiere y, en el fondo, pueden reducirse al primero de ellos, el más llamativo, la destrucción voluntaria de la producción. Puede parecer chocante, visto desde el punto de vista obrero, que se diga que un aumento de sueldo no justificado por las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo signifique despilfarro. Se trata evidentemente de despilfarro desde el punto de vista de la lógica capitalista (a la que le importa un bledo el bienestar del obrero), para la que pagar más caro el obrero no hará para nada aumentar su productividad.
MR piensa que el mecanismo usado durante los Treinta Gloriosos lo entendieron pocos marxistas ([6]), pero lo que seguro no ha entendido él en Marx, o no ha querido comprender, es que “la finalidad de la producción es la valorización del capital y no su consumo” ([7]) (citado explícitamente en el artículo), tanto si ese consumo lo es de la clase obrera o de burgueses.
Podrá llamarse a ese despilfarro “regulación”, como así hace MR sin reconocer que se trata de despilfarro; eso le permitirá sin duda hacer más presentables sus tesis, lo cual no quita que, en gran medida, la prosperidad de los Treinta Gloriosos es un despilfarro de una parte de las ganancias en productividad utilizadas para producir por producir.
¿De dónde procede la demanda exterior a la de los obreros?
Para MR, y contrariamente a Rosa Luxemburg cuya teoría de la acumulación MR critica, la demanda más allá de la del obrero puede proceder del propio capitalismo, y no necesariamente de sociedades basadas en relaciones de producción todavía no capitalistas y que han coexistido durante largo tiempo con el capitalismo.
Esta demanda, según Marx, no emana de los capitalistas mismos sino de los mercados que todavía no han accedido al modo de producción capitalista.
En su libro, MR menciona la opinión de Malthus al respecto: “Debe decirse que esa “demanda diferente de la que proviene del trabajador que la ha producido” recubre, en la pluma de Malthus, una demanda interna al capitalismo puro puesto que esta demanda se refiere a las capas sociales cuyo poder adquisitivo se deriva de la plusvalía y no de una demanda extracapitalista según la teoría luxemburguista de la acumulación” ([8]).
Marx, apoyando en eso a Malthus, es categórico en que esa demanda no puede proceder del obrero: “La demanda provocada por el trabajador productivo mismo no puede ser nunca una demanda adecuada, puesto que no corresponde en su cuantía total a lo que produce. Si fuese así, no habría ganancia alguna y no existiría, por tanto, motivo para emplear el trabajo de estos trabajadores” ([9]).
También es explícito en que, para Malthus, esa demanda procede de “capas sociales cuyo poder adquisitivo deriva de la plusvalía”, pero, al mismo tiempo, denuncia lo que motiva a Malthus que es la defensa de los intereses del “clero de la Iglesia y del Estado” : “Malthus no tiene interés en encubrir las contradicciones de la producción burguesa; por el contrario, está interesado en hacerlas resaltar, de una parte para poner de relieve como necesaria la miseria de la clases trabajadoras (dentro de ese modo de producción) y, de otra parte, para demostrar a los capitalistas de la necesidad de un clero de la Iglesia y del Estado bien cebado, para crear una demanda suficiente [adequate demand] con este fin. […] Por consiguiente, pone de relieve frente a los ricardianos la posibilidad de una sobreproducción general” ([10]).
Sin embargo, Malthus podría haber pensado que la demanda suficiente procede de “capas cuyo poder adquisitivo se deriva de la plusvalía” pero eso no significa que para Marx sería lo mismo. Al contrario, Marx dejó claro que esa demanda suficiente no puede proceder ni de los obreros ni de los capitalistas: “La demanda de los obreros no podría ser suficiente, pues la ganancia procede precisamente de que la demanda de los obreros es inferior al valor de su producto y que es tanto más grande cuanto menor es relativamente esa demanda. La demanda de los capitalistas entre ellos tampoco podría ser suficiente” ([11]).
A ese respecto, hay que poner de relieve la mala voluntad evidente por parte de MR para dar a sus lectores los medios de profundizar su reflexión cuando se trata de referir la idea de Marx sobre la necesidad de una demanda diferente a la que procede de los obreros y los capitalistas. ¿Cómo explicar si no que MR no mencione el pasaje siguiente de Marx en la que explicita la necesidad de “demandas lejanas” de “mercados extranjeros” para vender las mercancías producidas: “¿Cómo, de otro modo, podría faltar la demanda de las mismas mercancías de que carece la masa del pueblo, y cómo sería posible tener que buscar esa demanda en el extranjero, en mercados más distantes, para poder pagar a los obreros del propio país el promedio de los medios de subsistencia imprescindibles? Porque sólo en este contexto específico, capitalista, el producto excedentario adquiere una forma en la cual su poseedor sólo puede ponerlo a disposición del consumo en tanto se reconvierta para él en capital. Por último, si se dice que, en última instancia, los capitalistas sólo tienen que intercambiar entre sí sus mercancías y comérselas, se olvida todo el carácter de la producción capitalista, y se olvida asimismo que se trata de la valorización del capital, y no de su consumo” ([12]).
Cierto es que esa cita no nos da más precisiones que permitan caracterizar mejor la naturaleza de esos “mercados extranjeros”, de esa “demanda” hecha “desde lejos”. Dicha naturaleza está, sin embargo, explicitada, puesto que tal demanda no puede proceder de los propios capitalistas, pues la finalidad de la producción es la valoración del capital y no su consumo. A partir de ahí sí que se puede reflexionar. Tal demanda tampoco puede emanar de cualquier otro agente económico en el seno del capitalismo que viva de la plusvalía extraída y redistribuida por la burguesía. ¿Quién queda en fin de cuentas en la sociedad capitalista? Nadie, y por eso es por lo que hay que dirigirse a los “mercados lejanos”, o sea a los todavía no conquistados por las relaciones de producción capitalista.
Eso es exactamente lo que nos dice El Manifiesto comunista cuando describe la conquista del planeta por la burguesía, aguijoneada por la necesidad de salidas mercantiles cada vez más importantes: “La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones. (…) La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza” ([13]).
Marx nos da una descripción más detallada de cómo se realiza el intercambio con las saciedades mercantiles no capitalistas, por muy variadas que sean, gracias al cual el capital se beneficia a la vez de una salida mercantil y de una fuente de aprovisionamiento necesarias para su desarrollo: “Dentro del proceso de circulación del capital industrial, en el que éste actúa como dinero o como mercancía, el ciclo del capital industrial se entrecruza, ya como capital dinerario, ya como capital mercantil, con la circulación de mercancías de los modos sociales de producción más diversos, en la medida en que éstos son al mismo tiempo producción de mercancías.
“Lo mismo da que la mercancía sea producto de la producción que se basa en la esclavitud, o que sea producida por campesinos (chinos, raiatesl de la India), o por entidades comunitarias (Indias orientales holandesas), o por la producción estatal (como la que se dio, basada en la servidumbre, en épocas anteriores de la historia rusa), o por pueblos semisalvajes de cazadores, etc.: como mercancías y dinero se enfrentan al dinero y a las mercancías en los cuales se presenta el capital industrial, e ingresan tanto en el ciclo de éste como en el del plusvalor [plusvalía en otras trad.] encerrado en el capital mercantil, si este plusvalor se gasta como rédito, es decir, entran en los dos ramos de circulación del capital mercantil. El carácter del proceso de producción del que provienen resulta indiferente; en cuanto mercancías actúan en el mercado, en cuanto mercancías entran en el ciclo del capital industrial, así como en la circulación del plusvalor del que él es portador. Como vemos, es el carácter universal del origen de las mercancías, la existencia del mercado como mercado mundial, lo que distingue el proceso de circulación del capital industrial” ([14]).
El final de la fase de acumulación primitiva ¿modificó las relaciones del capital con su esfera exterior?
MR reproduce también la segunda parte de esa cita de El Manifiesto comunista, pero poniendo cuidado en subrayar que: “todos los resortes y límites del capitalismo definidos por Marx en El Capital no los estableció sino haciendo abstracción de las relaciones con su ámbito exterior (no capitalista). Más precisamente, Marx analiza esos límites únicamente en el marco de la acumulación primitiva, pues dejó el estudio de otros aspectos de “la extensión del campo exterior de la producción” para dos volúmenes específicos dedicados, uno al comercio internacional y el otro al mercado mundial” ([15]).
Prosigue afirmando que, para él, los “mercados extranjeros” dejaron de desempeñar un papel importante para el desarrollo del capitalismo, una vez terminada la fase de acumulación primitiva: “Sin embargo, una vez cimentadas esas bases gracias a tres siglos de acumulación primitiva, el capitalismo se desplegó esencialmente sobre sus propias bases. Respecto a la importancia y al dinamismo tomado por la producción capitalista, la contribución de su entorno exterior se volvió relativamente marginal para su desarrollo” ([16]).
El razonamiento de Marx demuestra, como hemos visto, la necesidad de un mercado exterior. La descripción que hace de esa esfera exterior en El Manifiesto comunista es la de unas sociedades mercantiles que no habían entrado todavía en las relaciones de producción capitalistas. Marx no explica evidentemente en detalle por qué ese ámbito debe ser exterior a las relaciones de producción capitalistas, pero sí hace claramente derivar esa necesidad de las características mismas de la producción capitalista. Si, como MR, Marx o Engels hubieran pensado que, desde la primera publicación de El Manifiesto, habría habido modificaciones importantes en las relaciones del capital con su ámbito exterior, o sea que los “mercados lejanos” habrían dejado de desempeñar el papel que hasta entonces había tenido durante la acumulación primitiva, puede uno imaginarse que habrían sentido la necesidad de mencionarlo en los prefacios de las ediciones sucesivas de El Manifiesto ([17]), cuando en realidad tanto uno como el otro fueron testigos, en períodos diferentes, de la marcha triunfal del capitalismo tras la fase de acumulación primitiva. Y desde luego no fue ése el caso: el Libro III se inició en 1864 y se “terminó” en 1875. Puede uno imaginarse que en esta fecha, Marx tenía la suficiente distancia respecto a la fase de acumulación primitiva (de finales de la Edad Media hasta mediados del siglo xix) y, sin embargo, sigue en esa obra con la idea de El Manifiesto comunista mencionando “la demanda lejana”, “los mercados extranjeros”.
MR persiste en su tesis, pretendiendo que corresponde a la visión de Marx : “Por eso nosotros pensamos como Marx que “la tendencia a la sobreproducción” no viene de una insuficiencia de mercados extracapitalistas, sino de la “relación inmediata del capital” en el seno del capitalismo puro:
“Es evidente que no tenemos la intención de analizar aquí en detalle la naturaleza de la sobreproducción; simplemente ponemos de relieve la sobreproducción que existe en la relación inmediata del capital. No podemos aquí dejar de lado todo lo que se refiere a las demás clases poseedoras y consumidoras, etc., que no producen sino que viven de sus rentas, o sea que realizan un intercambio con el capital y constituyen otros tantos centros de intercambio para él. Sólo hablaremos de esas clases cuando tienen una verdadera importancia, o sea en la génesis del capital” (Grundrisse, chapitre sur le capital [capítulo sobre el capital, trad. de la versión francesa], Ediciones 10/18. p. 226)” ([18]).
Lo que dice la cita de Marx es que para examinar la sobreproducción puede dejarse de lado el papel desempeñado por las clases pudientes en sus intercambios con el capitalismo, pues, desde ese punto de vista, sólo desempeñan un papel marginal. Ahora bien, las clases pudientes mencionadas en esa cita son las que subsisten del antiguo orden feudal. Lo que, en cambio, no dice la cita es lo que MR quiere que diga, o sea que los “mercados extranjeros”, las “demandas” llegadas “de lejos” ya sólo tienen un papel marginal frente a la sobreproducción. Y resulta que es eso lo que está en el centro de la polémica.
La teoría de la acumulación de Rosa Luxemburg puesta a prueba
Corresponde a Rosa Luxemburg el haber puesto de relieve que el enriquecimiento del capitalismo, como un todo, dependía de las mercancías producidas en su seno e intercambiadas con economías precapitalistas, o sea que vivían en un mundo de intercambio comercial pero sin que el modo de producción capitalista hubiera penetrado en ellos. Rosa Luxemburg no sólo desarrolló el análisis de Marx, también hizo su crítica en la acumulación del capital cuando era necesario, especialmente en lo que se refiere a los esquemas de la acumulación en los que hay algunos errores que según ella se deben a que en ellos no intervienen los mercados extra-capitalistas, indispensables, sin embargo, para la realización de la reproducción ampliada. Atribuye ella ese error a que El Capital fue una obra inacabada, pues Marx dejaba para trabajos posteriores el estudio del capital en relación con su entorno ([19]).
MR critica la teoría de la acumulación de Rosa Luxemburg. Para él, Marx, en su descripción de la acumulación por medio de esquemas, apartó deliberadamente y con razón desde un enfoque teórico, el ámbito de las relaciones extra-capitalistas: “Comprender el lugar que Marx atribuye a ese ámbito en el desarrollo histórico del capitalismo permite comprender por qué lo elimina de su análisis en El Capital: no sólo por hipótesis metodológica como lo piensa Luxemburg, sino porque representa una traba que el capitalismo tuvo que quitarse de en medio. Ignorando ese análisis, Luxemburg no entendió las razones profundas por las que Marx aparta ese ámbito en El Capital” ([20]).
¿En qué apoya MR tal afirmación? En el argumento que antes hemos rebatido, según el cual para él y Marx, los “mercados lejanos” sólo habrían tenido un papel marginal en el desarrollo del capitalismo tras su fase de acumulación primitiva. MR avanza tres argumentos más que según él van a apuntalar su crítica a la teoría de la acumulación de Luxemburg.
1) “Para Rosa Luxemburg, la fuerza del capital depende de la importancia del ámbito precapitalista, anunciando su muerte el agotamiento de dicho ámbito o esfera. Marx defiende una comprensión contraria: “Mientras el capital es débil, intenta apoyarse en las muletas de un modo de producción desaparecido o en vías de desaparición; en cuanto se siente fuerte, tira sus muletas y se mueve según sus propias leyes” (El Capital, p. 295, –en francés–, La Pléiade Économie II). Ese ámbito no es pues un medio del que debería nutrirse el capitalismo para poder ampliarse, sino de una muleta que lo debilita y que debe quitarse de encima para ser fuerte y moverse según sus propias leyes” ([21]).
Esta conclusión es, cuando menos, precipitada y descabellada ([22]). El Manifiesto contiene por lo demás, una idea muy cercana a la desarrollada en esa cita de Marx sacada de El Capital, pero expresada de tal manera que, contrariamente a lo que piensa MR, permite afirmar que el medio precapitalista fue un suelo nutriente para el capitalismo: “La gran industria ha instaurado el mercado mundial preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial ha dado origen a un desarrollo inconmensurable del comercio, la navegación, y las comunicaciones terrestres. A su vez este desarrollo ha repercutido sobre la expansión de la industria, y en la misma medida en que se expandían la industria, el comercio, la navegación, y los ferrocarriles, se desarrolló la burguesía, incrementó sus capitales y relegó a un plano secundario a todas las clases heredadas de la Edad Media” ([23]) (sub. nuestro).
Aquí puede verse que, mientras va creando el mercado mundial y se va desarrollando, lo que el capitalismo va relegando a un segundo plano no es el mercado mundial sino las clases heredadas de la Edad Media.
2) “Las mejores estimaciones de ventas con destino al Tercer mundo muestran que la reproducción ampliada del capitalismo no dependía de los mercados extra-capitalistas fuera de los países desarrollados: “Contrariamente a una opinión muy extendida, nunca hubo en la historia del mundo occidental desarrollado un período durante el cual las salidas ofrecidas por las colonias, ni tampoco el conjunto del Tercer mundo, hayan desempeñado un gran papel en el desarrollo de sus industrias. El Tercer mundo en su conjunto no es ni siquiera una salida mercantil importante [...] puede estimarse que el Tercer mundo sólo absorbía entre 1,3 % y 1,7 % del volumen total de la producción des países desarrollados, y de ese porcentaje sólo 0,6 a 0,9% para las colonias” (Paul Bairoch, Mythes et paradoxes de l’histoire économique, p.104-105). Ya muy débil, ese porcentaje lo es más todavía puesto que sólo una parte de las ventas al Tercer mundo está destinada al ámbito extra-capitalista” ([24]).
Trataremos esa objeción más globalmente teniendo en cuenta también esta otra: “Son los países que disponen de un vasto imperio colonial los que conocen tasas de crecimiento más débiles, mientras que los que venden en los mercados capitalistas ¡obtienen tasas muy superiores! Esto se verifica a todo lo largo de la historia del capitalismo, especialmente en los momentos en que las colonias desempeñan, o deberían hacerlo, su papel más importante. Así, en el siglo xix, que es cuando los mercados coloniales cuentan más, todos los países capitalistas no coloniales obtuvieron crecimientos mucho más rápidos que las potencias coloniales (71% más rápidos de media – media aritmética de tasas de crecimiento sin ponderarla con las poblaciones de los países). Basta con tomar las tasas de crecimiento del PIB por habitante durante los 25 años de imperialismo (1880-1913), que Rosa Luxemburg definía como el período más próspero y dinámico del capitalismo:
“Potencias coloniales: Gran Bretaña (1,06%), Francia (1,52%), Holanda (0,87%), España (0,68%), Portugal (0,84%);
“Países poco o no coloniales: EEUU (1,56%), Alemania (1,85%), Suecia (1,58%), Suiza (1,69%), Dinamarca (1,79%) (Tasas de crecimiento anual medio; fuente: www.rug.nl/ggdc)” ([25])
Bastan unas cuantas frases para dar una respuesta a lo anterior. Es erróneo identificar mercados extra-capitalistas y colonias, pues los mercados extra-capitalistas incluyen tanto los marcados internos como las colonias que todavía no han sido sometidas a las relaciones de producción capitalistas. Durante el período entre 1880-1913, todos los países citados arriba se aprovechan como mínimo del acceso a su propio mercado extra-capitalista interior, incluso al de otros países industrializados. Además, debido a la división internacional del trabajo, el comercio con el ámbito extra-capitalista puede también favorecer, indirectamente, a los países que no poseen colonias.
Estados Unidos, por su parte, es el ejemplo más patente del papel que desempeñan los mercados extra-capitalistas en el desarrollo económico e industrial. Con la destrucción de la economía esclavista de los estados del Sur tras la Guerra civil (1861-1865), el capitalismo se extendió durante los 30 años siguientes hacia el Oeste norteamericano según un proceso continuo que podría resumirse así: matanza y limpieza étnica de la población indígena; establecimiento de una economía extra-capitalista mediante la venta o concesión a colonos y pequeños ganaderos de territorios recién anexionados por el gobierno; destrucción de esta economía extra-capitalista mediante la deuda, el fraude y la violencia, y extensión de la economía capitalista. En 1898, un documento del Departamento de Estado de EEUU explicaba: “Aparece como algo cierto que cada año nos encontraremos ante una sobreproducción creciente de bienes que deberán depositarse en los mercados extranjeros si queremos que los trabajadores norteamericanos trabajen todo el año. El aumento del consumo extranjero de los bienes producidos en nuestras manufacturas y talleres se ha convertido ya en un problema crucial para las autoridades de este país así como para el comercio en general” ([26]).
Luego siguió una expansión imperialista rápida: Cuba (1898), Hawai (1898 también), Filipinas (1899), la zona del canal de Panamá (1903). En 1900, Albert Beveridge (un de los principales partidarios de una política imperialista estadounidense) declaraba al Senado: “Filipinas es nuestra para siempre (...). Y detrás de Filipinas están los mercados ilimitados de China (...). El Pacifico es nuestro océano (...) ¿Dónde encontrar consumidores para nuestros excedentes? La geografía nos da la respuesta. China es nuestro cliente natural”.
No hace falta echar mano de las “mejores estadísticas” para probar que la baza que permitió a EEUU convertirse en primera potencia mundial antes del final del siglo xix fue que dispusieran de un acceso privilegiado a amplios mercados extra-capitalistas.
3) Otro último argumento presente en el libro que requiere un corto comentario es el siguiente: “La realidad es pues perfectamente conforme con la idea de Marx, y exactamente opuesta a la teoría de Rosa Luxemburg. Esto se explica fácilmente por varias razones sobre las cuales no podemos extendernos aquí. Señalemos rápidamente que por regla general, toda venta de mercancías en un mercado extra-capitalista sale del circuito de la acumulación, tendiendo pues a frenar dicha acumulación. La venta de mercancías al exterior del capitalismo puro sí que permite a los capitalistas individuales vender sus mercancías, pero, en cambio, frena la acumulación global del capitalismo, pues esta venta corresponde a una salida de medios materiales del circuito de la acumulación en el seno del capitalismo puro” ([27]).
En realidad, la venta a los sectores extra-capitalistas no es, ni mucho menos, una traba a la acumulación, sino un factor que la favorece. Lo que se vende al ámbito extra-capitalista no se pierde para la acumulación gracias al dinamismo de un modo de producción que, por naturaleza, tiende siempre a producir de manera excedentaria; pero, además, permite al ámbito de las relaciones de producción capitalista recibir medios de pago (el producto de la venta) que podrán, de un modo u otro, acrecentar el capital acumulado.
El examen de los “argumentos” de MR de que la existencia de un importante sector extra-capitalista no fue la condición del importante desarrollo del capitalismo, muestra que no tienen consistencia. Estamos evidentemente dispuestos a tener en cuenta toda crítica sobre el método que hemos utilizado en nuestra propia crítica.
Los limites del mercado exterior al capitalismo
La abundante existencia de mercados extra-capitalistas en las colonias permitió que, hasta la Primera Guerra mundial, el excedente de la producción de los países industrializados principales pudiera dársele salida. Pero en todos estos países seguía existiendo en esa época, en cantidades más o menos importantes, mercados extra-capitalistas (Gran Bretaña fue la primera potencia industrial en los que se agotaron) que también sirvieron de salida a la producción capitalista. Durante aquella fase de la vida del capitalismo fue cuando les crisis fueron menos violentas. “Por muy diferentes que fueran en muchos aspectos, todas esas crisis presentan, sin embargo, un rasgo común: aparecen como irrupciones relativamente breves en un gigantesco movimiento ascendente que una visión de conjunto podría considerar como continuo” ([28]).
Pero los mercados extra-capitalistas no eran ilimitados como lo subrayó Marx: “Desde un punto de vista geográfico, el mercado es limitado: el mercado interior es restringido en relación con un mercado interior y exterior, el cual lo es con relación al mercado mundial, el cual –aunque susceptible de extensión – también está limitado en el tiempo” ([29]).
Alemania fue el país al que, en primer lugar, se impuso esa realidad.
La fase de desarrollo industrial más rápido de ese país se sitúa en una época en la que el reparto de las riquezas del mundo estaba prácticamente terminado y en el que las posibilidades de nuevos avances imperialistas se hacían más escasos. En efecto, el Estado alemán llegaba a un mercado mundial en una época en que unos territorios libres antaño de todo domino europeo se habían repartido casi todos y sometido como colonias o semicolonias de esos mismos Estados industriales más antiguos y que eran, precisamente, sus competidores más temibles. La sobreproducción y la necesidad de exportar a toda costa fueron factores que orientaron la política exterior de Alemania ya desde el principio del siglo xx ([30]). Las grandes potencias coloniales restringieron el acceso a los mercados extra-capitalistas transformándolos en auténticos cotos de caza. De tal modo que el incremento de las tensiones internacionales causadas por la expansión imperialista marcaron el inicio del siglo xx, unas tensiones que acabarían desembocando en la conflagración mundial de 1914, cuando Alemania tomó la iniciativa de una guerra por el reparto del mundo y sus mercados.
MR señala al respecto la gran disparidad en los análisis en el seno de la vanguardia revolucionaria para explicar la entrada en decadencia marcada por el estallido del primer conflicto mundial: “Si bien esta sentencia histórica [el capitalismo arrastra a una espiral de crisis y guerras] era algo compartido por más o menos el movimiento comunista en su conjunto, los factores que debían explicarlo distaban mucho de serlo” ([31]).
Se olvida sin embargo de poner de relieve la gran convergencia de Rosa Luxemburg y Lenin sobre el análisis de una guerra por el reparto del mundo, expresándose así Lenin sobre ese tema: “… el rasgo característico del período que nos ocupa es el reparto definitivo de la Tierra, definitivo no en el sentido de que sea imposible repartirla de nuevo –al contrario, nuevos repartos son posibles e inevitables–, sino en el de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por vez primera, el mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un “amo” a otro, y no el paso de un territorio sin amo a un “dueño” ([32]).
Necesidad de nuevo reparto del mundo para los países peor dotados en colonias, no significa insuficiencia de los mercados extra-capitalistas en relación con las necesidades de la producción. Es ésa una identificación que se ha hecho a menudo. De hecho existen todavía, al principio del siglo xx, mercados extra-capitalistas en abundancia (en las colonias y dentro mismo de los países industrializados), cuya explotación es todavía capaz de grandes e importantes impulsos para el desarrollo del capitalismo. Eso es lo que plantea Rosa Luxemburg en 1907 en su Introducción a la economía política: “Irresistiblemente, en cada paso de su propio avance y desarrollo, la producción capitalista se aproxima al momento en que sólo podrá expandirse y desarrollarse cada vez más lenta y difícilmente. Claro está que el desarrollo capitalista tiene por delante todavía un buen trecho de camino, puesto que el modo de producción capitalista, como tal, representa todavía la menor proporción de la producción mundial total. Incluso en los más antiguos países industriales de Europa subsisten todavía, junto a grandes empresas industriales, numerosos pequeños establecimientos artesanales y, ante todo, la mayor parte de la producción agraria (especialmente la de tipo campesino) no se lleva a cabo a la manera capitalista. Además, en Europa hay países donde la gran industria apenas se ha desarrollado, donde la producción local presenta predominantemente carácter campesino y artesanal. Y, finalmente, en los restantes continentes, con la excepción de la parte norte de América, los lugares de producción capitalista representan sólo pequeños puntos dispersos, mientras enormes extensiones de tierra no han llegado siquiera, en parte, a la producción mercantil simple (…) el modo de producción capitalista en sí podría lograr todavía una poderosa expansión si desplazase en todas partes todas las formas de producción atrasadas. Por lo demás, como lo hemos mostrado anteriormente, la evolución se da, en general, en esta dirección” ([33]).
Fue la crisis de 1929 la que dará la señal de la insuficiencia de los mercados extra-capitalistas subsistentes, no de manera absoluta, sino respecto a la necesidad para el capitalismo de exportar mercancías en cantidades cada vez más importantes. Esos mercados no estaban sin embargo agotados. Los progresos de la industrialización y de los medios de transporte realizados en las metrópolis capitalistas hicieron posible una explotación mejor de los mercados existentes, hasta el punto de que pudieron todavía representar un papel hasta principios de los años 1950, como factor de la prosperidad de los Treinta Gloriosos.
Pero ya en esa fase se planteaba según Rosa Luxemburg, la cuestión de la imposibilidad misma del capitalismo: “Pero justamente en esta evolución se atasca el capitalismo en la contradicción fundamental siguiente: cuanto más reemplaza la producción capitalista producciones más atrasadas, tanto más estrechos se hacen los límites de mercado, engendrado por el interés por la ganancia, para las necesidades de expansión de las empresas capitalistas ya existentes. La cosa se aclara completamente si nos imaginamos, por un momento, que el desarrollo del capitalismo ha avanzado tanto que, en toda la Tierra, todo lo que producen los hombres se produce a la manera capitalista, es decir sólo por empresarios privados capitalistas en grandes empresas con obreros asalariados modernos. La imposibilidad del capitalismo se manifiesta entonces nítidamente” ([34]).
¿Cómo iba a superarse esa imposibilidad? Volveremos sobre esto más adelante, al examinar el problema del hundimiento catastrófico del capitalismo.
No hay solución para la sobreproducción en el seno del capitalismo
Del mismo modo que no es posible, bajo el capitalismo, resolver las crisis de sobreproducción aumentando el salario de los obreros, ni aumentando indefinidamente la demanda solvente exterior a la de los obreros, tampoco puede evitarse la sobreproducción en el seno del capitalismo. De hecho, no puede serlo sino por la abolición del salariado y por lo tanto mediante la sustitución del capitalismo por la sociedad de productores libremente asociados.
A MR le es imposible aceptar esa lógica implacable e irremediable para el capitalismo y sus reformadores. En realidad, por mucho que cite a Marx en torno al tema de que “el obrero no puede representar una demanda adecuada”, se olvida rápidamente de ello, metiéndose en una contradicción con la idea de base de que “si la “demanda exterior a la de los obreros mismos” desaparece o se reduce, la crisis estalla”. Y es así como MR acaba afirmando que la crisis de sobreproducción está causada por la disminución de la masa salarial, lo que no es sino un refrito de los temas maltusianos contra los que combatió Marx: “la masa salarial en los países desarrollados se eleva hoy como media a dos tercios de la renta total y siempre representó un componente muy importante en la demanda final. Su disminución restringe los mercados y desemboca en una venta deficiente que es la base de las crisis de sobreproducción. Esa reducción del consumo afecta directamente a los asalariados, pero también indirectamente a las empresas pues la demanda se restringe. En efecto, el aumento correspondiente de las ganancias y del consumo de los capitalistas no compensa sino muy parcialmente la reducción relativa de la demanda salarial. Y menos todavía porque las reinversiones de las ganancias están limitadas por la contracción general de los mercados” ([35]).
Es innegable que la disminución de los salarios al igual que el desarrollo del desempleo, tienen un impacto negativo en la actividad económica de las empresas del sector de producción de bienes de consumo, empezando por las que producen lo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero la causa de la crisis no es la reducción salarial. Es todo lo contrario. Si el Estado o los patronos despiden a la gente o bajan los salarios es porque hay crisis.
MR ha puesto patas arriba la realidad. Lo que él se plantea es que “si la demanda de los obreros mismos disminuye, entonces la crisis estalla”. De ahí que para él, la causa primera del crac bursátil que se produjo justo antes de que escribiera su libro (4o trimestre de 2010) estriba en que la compresión de la demanda salarial: “La mejor prueba es la configuración de lo que ha conducido al último crac bursátil: al haberse comprimido drásticamente la demanda salarial, el crecimiento sólo ha podido obtenerse estimulando el consumo (gráfico 6.6) mediante la subida explosiva del endeudamiento (que empieza precisamente en 1982: gráfico 6.5), una disminución del ahorro (que comienza también en 1982: gráfico 6.4) y un alza de las rentas patrimoniales” ([36]).
Eso es afirmar, ni más ni menos, que el tamaño actual del la deuda se debería a la compresión de los salarios.
De ahí a decir que la crisis es el resultado de la rapacidad de los capitalistas, sólo hay un paso.
Así, como acabamos de ponerlo de relieve y como debería quedar claro para cualquiera que aborde seria y lealmente este tema, MR defiende, sobre las causas fundamentales de las crisis económicas del capitalismo un análisis diferente del que defendieron Marx y Engels. Está en su perfecto derecho y es incluso su responsabilidad si estima necesario defenderlo. Pues por muy decisivas, valiosas y profundas que hayan sido sus aportes a la teoría del proletariado, Marx ni era infalible ni sus escritos deben considerarse como textos sagrados. Sería transformarlo en religión, algo totalmente ajeno al método marxista como de cualquier otro método científico por otra parte. Los propios escritos de Marx deben someterse a la crítica del método marxista. Así hizo Rosa Luxemburg en su trabajo La acumulación del capital (1913) cuando evidenció las contradicciones contenidas en el libro II de El capital. Dicho lo cual, cuando se pone en entredicho una parte de los escritos de Marx, la honradez política requiere que se asuma explícitamente y con la mayor claridad. Eso es lo que hizo Rosa Luxemburg en su libro, lo que le acarreó las andanadas de los “marxistas ortodoxos”, escandalizados porque alguien criticara abiertamente un escrito de Marx. No es eso lo que hace MR cuando se aparta del análisis de Marx aún pretendiendo permanecerle fiel. Nosotros, sobre este tema, retomamos los análisis de Marx, porque nos parecen justos, porque retratan bien la realidad de la vida del capitalismo.
Reivindicamos plenamente la visión revolucionaria que contienen, cerrando resueltamente la puerta a toda visión reformista. No ocurre lo mismo con MR, cuya afirmada fidelidad a los textos de Marx, al igual que sus juegos malabares, son el mejor medio para hacer pasar “con suavidad” una visión reformista. Es eso lo más lamentable de su libro.
¿Cómo caracterizar las corrientes políticas que preconizan la idea de que la crisis del capitalismo se resuelve aumentando los salarios?
Marx defendía la necesidad de la lucha por reformas, pero denunciaba con la mayor energía las tendencias reformistas que intentaban encerrar a la clase obrera, que “no veían en la lucha por los salarios más que unas luchas por los salarios” y no una escuela de lucha, en la que la clase se forja las armas de su emancipación definitiva. Marx criticaba a Proudhon que no veía “en la miseria sino la miseria” y a las tradeuniones que, “en general, fracasan por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación final de la clase obrera; es decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado” ([37]).
La decadencia del capitalismo hizo imposible cualquier política realmente duradera en el seno del sistema y puso al orden del día la revolución proletaria. Desde entonces, el mayor engaño para intentar desviar al proletariado de su tarea histórica ha consistido en hacerle creer que podía hacerse un lugar en el sistema llevando al poder, entre otras cosas, a los equipos o las personas idóneas, pertenecientes la mayoría de las veces a la izquierda o a la extrema izquierda del aparato político del capital. Por eso, desde que la revolución proletaria está históricamente al orden del día, la defensa de la lucha por reformas no es sólo un programa con tendencias oportunistas en el seno del movimiento obrero, sino que es abiertamente contrarrevolucionario. Por eso, una de las responsabilidades de los revolucionarios es luchar contra todas las ilusiones transmitidas por la izquierda del capital para hacer creer en la posibilidad de reformar el capitalismo, y, a la vez, animar las luchas de resistencia de la clase obrera contra la degradación de sus condiciones de vida bajo el capitalismo; esas luchas son la condición para no acabar machacado por los continuos ataques del capitalismo en crisis y son una preparación indispensable para el enfrentamiento con el Estado capitalista.
A este respecto, conviene señalar, como lo hemos hecho antes, las amplias aberturas que ofrece al reformismo la teoría de MR. Su libro menciona su compromiso político. Permítasenos dudarlo un poco cuando se observan sus coqueteos con representantes del “marxismo”, también ellos comprometidos políticamente, sí, pero en la defensa de las tesis reformistas. Por eso nos ha parecido necesario subrayar el enfatizado homenaje que rinde a “algunos economistas marxistas”: “hay pocas reflexiones sobre la evolución de las tasas de plusvalía, los problemas de reparto, el estado de la lucha de clases y la evolución de la parte salarial. Gracias a algunos economistas marxistas (Jacques Gouverneur, Michel Husson, Alain Bihr, etc.) esas preocupaciones han podido volver a discutirse algo. Las compartimos y esperamos que se manifiesten otras” ([38]) ([39]).
El primero, Jacques Gouverneur, que “ha proporcionado” a MR “muchas claves para profundizar El Capital” ([40]) es autor de un “documento de trabajo” ([41]) de título evocador “¿Qué políticas económicas contra la crisis y el desempleo?”, en el que se hace el defensor, en contra las políticas neoliberales, del retorno a políticas keynesianas combinadas con “políticas alternativas” (“aumento de impuestos públicos – sobre todo de las ganancias – para financiar producciones socialmente útiles”). De Michel Husson, miembro del Consejo científico de Attac, que “ha enseñado mucho” a MR “por el rigor y la gran riqueza de sus análisis” ([42]), escuchemos sus reflexiones para luchar contra el desempleo y la precariedad: “Es pues en el terreno del empleo donde hay que discutir los proyectos de izquierda. Sobre esto, el programa del Partido socialista es muy flojo, aunque sí contenga propuestas interesantes (como todos los programas) (…) más que querer aumentar la riqueza, lo que hay que hacer es cambiar su reparto. Dicho de otra manera: no contar con el crecimiento, y sobre todo cambiar su contenido, lo cual es rigurosamente imposible con el reparto actual de las rentas. Lo cual quiere decir, en primer lugar, desinflar las rentas financieras y refiscalizar seriamente las rentas del capital” ([43]).
Y, en fin, Alain Bihr, menos conocido que los reformistas antes mencionados, aunque menos marcado hacia la derecha que Husson, no por ello se olvida de aportar su apoyo a la campaña que consiste en echar las culpas al “liberalismo” de los estragos causados por el capitalismo: “La adopción de políticas neoliberales, su empecinada implantación y su continuación metódica desde hace casi treinta años ha acarreado el primer efecto de crear las condiciones de una crisis de sobreproducción al haber comprimido demasiado los salarios: en suma, una crisis de sobreproducción causada por el subconsumo relativo de los asalariados.”
Todas esas personas han enseñado a MR, si no es lo que ya pensaba él antes, que en la raíz de las crisis del capitalismo lo que se encuentra no son sus contradicciones insuperables, sino las políticas neoliberales, el mal reparto de las riquezas, de modo que lo que hay que hacer es requerir al Estado para que instaure políticas keynesianas, retenga rentas del capital, aumente los salarios, en una palabra, que intente regular la economía.
MR parece también tener querencia a la idea, siguiéndole los pasos a Alain Bihr, de que el proletariado estaría en crisis a causa de la crisis del capitalismo y que el desapego a la sindicalización sería una expresión de la tal crisis de la clase obrera ([44]) cuando escribe: “el miedo a perder su trabajo destruye las solidaridades obreras y el porcentaje de sindicalización se invierte e inicia un declive rápido a partir de 1978-79. El aislamiento de la larga lucha de los mineros ingleses en 1984-85 fue significativo de ese fenómeno” ([45]).
¡Qué mejor contribución al discurso de la burguesía, cuando se sabe que el factor principal del aislamiento y la derrota de los mineros ingleses fue el sindicato y las ilusiones persistentes en la clase obrera hacia sus versiones radicales, “de base”!.
¿Está condenado el capitalismo al hundimiento catastrófico?
Llegado a cierta etapa de su historia, el capitalismo no puede sino sumir a la sociedad en convulsiones cada día peores, destruyendo los progresos que le había aportado anteriormente. En este contexto se está desplegando la lucha de clase del proletariado en la perspectiva de derrocamiento del capitalismo y de advenimiento de una nueva sociedad. Si el proletariado no logra alzar sus luchas a los niveles de conciencia y organización necesarios, las contradicciones del capitalismo no permitirán que llegue una nueva sociedad, sino que llevarán a “la destrucción de las clases beligerantes”, como así ocurrió en ciertas sociedades de clases del pasado: “… opresores y oprimidos, siempre estuvieron opuestos entre sí, librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes” ([46]).
Una vez planteado ese marco, importa ahora comprender si, más allá de la barbarie creciente inherente a la decadencia del capitalismo, las imposiciones económicas de la crisis acabarán desembocando en un momento dado en la imposibilidad para el sistema a seguir funcionado según sus propias leyes, llegando así a ser imposible la acumulación ([47]). Esa es efectivamente la opinión de cierta cantidad de marxistas que nosotros compartimos ([48]). Así, para Rosa Luxemburg, “La imposibilidad del capitalismo aparecerá claramente” en cuanto “el desarrollo del capitalismo esté tan avanzado que por toda la superficie del globo todo se producirá de manera capitalista” (Cf. citas anteriores de Introducción a la economía política) ([49]). Pero Rosa Luxemburg aporta la precisión siguiente: “Con eso no se ha dicho que este término haya de ser alegremente alcanzado. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe” ([50]).
Paul Mattick ([51]), que piensa también que las contradicciones del sistema acabarán en hundimiento económico, aunque considera que esas contradicciones se plasman sobre todo en una baja de la cuota (o tasa) de ganancia y no en la saturación de los mercados, recuerda cómo se planteó históricamente el problema:
“De la discusión en torno a la teoría marxiana de la acumulación y de la crisis resultaron dos posiciones enfrentadas y dentro de éstas diversas modificaciones de cada una de las tendencias. Una de las posiciones afirmaba que la acumulación de capital se enfrenta con la existencia de límites absolutos en su desarrollo, por lo que puede contarse con un derrumbe económico del sistema, mientras que la otra afirmaba que esto carecía de sentido y que el sistema no desaparecería por causas de naturaleza económica. Es evidente que el reformismo, aunque sólo fuese por justificarse a sí mismo, hizo suya la segunda concepción. Pero también desde una perspectiva radical de izquierda, como por ejemplo la de Anton Pannekoek, se consideraba que el derrumbe en tanto que proceso “puramente económico” era una falsificación de la teoría del materialismo histórico. (…) Para él las disfuncionalidades del sistema capitalista expuestas por Marx, así como las manifestaciones concretas de la crisis que se derivaban de la anarquía de la economía bastaban para inducir un desarrollo revolucionario de la conciencia del proletariado y, con éste, la revolución” ([52]).
MR no comparte esa idea de un capitalismo condenado por contradicciones fundamentales (saturación de los mercados, baja de las tasas de ganancia) a una crisis catastrófica. A esa idea, le opone él la siguiente: “En efecto, no existe un punto material alfa en el que el capitalismo se desmoronaría, ya sea un porcentaje X de cuota de ganancia, ya sea una cantidad Y de salidas mercantiles extra-capitalistas. Como lo decía Lenin en El imperialismo fase superior…: “¡no hay situación de la que no pueda salir el capitalismo!” ([53])” ([54]).
MR precisa su idea: “Los límites de los modos de producción son ante todo sociales, producidas por sus contradicciones internas, y por la colisión entre esas relaciones vueltas caducas y las fuerzas productivas. Será el proletariado quien abolirá el capitalismo, y no morirá el capitalismo por su propia muerte a causa de sus límites “objetivos”. Ese es el método propuesto por Marx: “La producción capitalista tiende constantemente a superar esos límites [NDLR: la depreciación periódica del capital constante que viene acompañada de crisis en el proceso de producción] inherentes; sólo lo consigue con otros medios que vuelven a levantar las mismas barreras ante ella, pero a una escala mucho mayor, y una y otra vez vuelven a levantarse las mismas barreras a una escala más importante todavía” (El Capital, trad. del francés, p. 1032, Ed. La Pléiade Économie II). No se ve aquí ninguna idea catastrofista, sino el desarrollo creciente de las contradicciones del capitalismo que alza los problemas a una escala cada vez más elevada. Está claro, sin embargo, que aunque le capitalismo no se hundirá por sí solo, no por ello podrá evitar sus antagonismos destructivos” ([55]).
Mal puede entenderse cómo podría el proletariado echar abajo al capitalismo si, como MR no para de querer demostrarlo en su libro, toda la historia del sistema desde la segunda mitad del siglo xx desmintiera la existencia de trabas al desarrollo de las fuerzas productivas.
Dicho lo cual, es perfectamente cierto que sólo el proletariado podrá abolir el capitalismo, lo cual no significa que el capitalismo no puede acabar desmoronándose bajo sus contradicciones fundamentales, lo cual no equivale ni mucho menos a su superación revolucionaria por parte del proletariado. En ningún lugar de su texto, MR demuestra formalmente que ese desmoronamiento sea imposible. En su lugar, lo que hace es calcar sobre la crisis del periodo de decadencia unas características de las crisis como las que aparecían en tiempos de Marx. Además para describir estas últimas, no se apoya en citas de Marx relativas a la saturación de los mercados, como la siguiente: “en el ciclo de su reproducción –un ciclo durante el cual no sólo hay reproducción simple, sino ampliada–, el capital describe no un círculo sino una espiral: llega un momento en que el mercado parece ser demasiado estrecho para la producción. Eso es lo que ocurre al final del ciclo. Pero lo que eso significa es, sencillamente, que el mercado está supersaturado. La sobreproducción es patente. Si el mercado se hubiera ampliado a la par con el crecimiento de la producción, no habría ni saturación en el mercado ni sobreproducción” ([56]).
MR prefiere los pasajes en los que Marx trata únicamente del problema de la baja de la cuota de ganancia. Eso le permite proclamar, escudándose tras la autoridad de Marx, que el capitalismo siempre se recuperará de sus crisis. Es cierto que la desvalorización del capital ocasionado por la crisis suele ser la condición para recuperar una cuota de ganancia que permita volver a acumular a una escala superior. El problema estriba en que explicar la crisis actual sobre todo por la contradicción consistente en la “baja de la cuota de ganancia”, es dejar de lado una realidad que ha generado el enorme endeudamiento que hoy conocemos. Hay otro problema en ese método que encierra a MR en las contradicciones de sus montajes especulativos, y es cuando afirma que: “Es totalmente incongruente afirmar –como suele ocurrir muy a menudo– que la perpetuación de la crisis desde los años 1980 se debería a la tendencia decreciente de la cuota de ganancia” ([57]).
En realidad, la evolución misma del capitalismo, ya antes de la Primera Guerra mundial, ya no dejó caracterizar las crisis como un fenómeno cíclico. Engels señala esa evolución en una nota añadida a El Capital, en la que dice: “la forma aguda del proceso periódico con su ciclo de diez años que hasta entonces venía observándose parece haber cedido el puesto a una sucesión más bien crónica y larga (…) cada uno de los elementos con los que se hace frente a la repetición de las antiguas crisis lleva en sí el germen de une crisis futura mucho más violenta” ([58]).
Esta descripción de Engels del surgimiento de la crisis abierta prefigura la crisis de la decadencia del capitalismo, cuya expresión violenta, general y profunda no tiene nada de cíclica sino que viene preparada por una acumulación de contradicciones, como lo atestiguan las dos guerras mundiales, la crisis de 1929 y los años 1930, la fase actual de la crisis abierta a finales de los años 1960.
Decir, como lo hace MR, apoyándose en citas de Marx fuera de contexto, que se refieren todas a la baja de la cuota de ganancia “El mecanismo mismo de la producción capitalista elimina pues los obstáculos que tal mecanismo crea” ([59]), no hace sino minimizar la importancia de las contradicciones que socavan el capitalismo en su fase de decadencia. A lo único que eso lleva es a subestimar la gravedad de la fase actual de la crisis, pues poner en segundo plano esas contradicciones contándonos trolas de que el capitalismo puede regularse etc.
Se nos podría objetar que las previsiones de Rosa Luxemburg se revelaron inexactas puesto que el agotamiento de los últimos mercados extra-capitalistas importantes en los años 1950 no hizo que el capitalismo se volviera “imposible”. Es una evidencia que en aquella fecha el capitalismo no se desmoronó. Sin embargo, si bien pudo proseguir su desarrollo fue gracias a hipotecar su futuro mediante dosis cada vez más masivas de créditos imposibles de reembolsar. El problema insuperable al que está enfrentada la burguesía hoy, sean cuales fueren las curas de austeridad que imponga a la sociedad, en ningún caso podrán mejorar la situación de un endeudamiento descomunal. Además, las suspensiones de pagos y las quiebras de cantidad de agentes económicos, incluidos los Estados, acarrearán una situación equivalente en sus asociados, agravando más si cabe las condiciones para que acabe derrumbándose el castillo de naipes. Y al no poder relanzar la economía lo suficiente mediante nuevas deudas o la máquina de billetes, el capitalismo no puede evitar una caída en la recesión. Y, contrariamente a las fascinantes fórmulas que aparecen en ese libro, esa caída no preparará, gracias a la desvalorización del capital que la acompañará, una futura recuperación. Lo que sí prepara, en cambio, es el terreno de la revolución.
Silvio (diciembre 2011)
[1]) Ediciones Contradictions. Bruselas, 2010.
[2]) Marx, traducido de Matériaux pour l’Économie – “Les crises”, p. 484, Éd. La Pléiade Économie II.
[3]) Marx. Traducido de la versión francesa, Principes d’une critique de l’économie politique, p. 268. Éd. La Pléiade Économie II.
[4]) Íbidem.
[5]) Marx, El Capital. Vol. III, cap. XXIX, p. 455. FCE, México.
[6]) “El en campo marxista sólo escasas veces se ha comprendido este análisis de las bases de la regulación keynesiano-fordista. Por lo que nosotros sabemos, no será sino en 1959 cuando se enuncie, por primera vez, una comprensión coherente de los Treinta Gloriosos” (DCC p. 74). MR cita un extracto del artículo publicado en octubre 1959 en el Boletín interno del grupo Socialisme ou Barbarie. Resulta que el grupo Socialismo o Barbarie entendió tan bien los Treinta Gloriosos que acabó deslumbrado por el boom de los años 1950 y, como consecuencia de su ceguera, acabaría poniendo en entredicho las bases de la teoría marxista. Leer al respecto, para más explicaciones, el articulo "Decadencia del capitalismo (XI) - El boom de la posguerra no cambió el curso en el declive del capitalismo", en la Revista internacional, no 147. MR cita a Paul Mattick porque éste habría sabido también comprender el fenómeno de los Treinta Gloriosos. Dudamos que MR comparta realmente lo que Mattick dice en el pasaje siguiente: “Los economistas no distinguen entre economía a secas y economía capitalista, no son capaces de ver que la productividad y lo que es “productivo para el capital” son dos cosas diferentes, que los gastos tanto los públicos como los privados, sólo son productivos si generan plusvalía, y no sólo porque son bienes materiales u otros placeres de la vida”. (Crisis y teoría de las crisis, Paul Mattick, versión francesa de Éditions Champ Libre. Subrayado nuestro) En otras palabras, las medidas keynesianas, no productoras de plusvalía acaban esterilizando capital.
[7]) El Capital. Libro III, sección III.
[8]) DCC, p. 27.
[9]) Teorías sobre la plusvalía (o Tomo IV de El Capital), III, p. 46. FCE, México (1980) (Tomo 14 de Obras fundamentales de Marx y Engels).
[10]) ídem, p47.
[11]) Marx, trad. del francés de Le Capital livre IV, tome 2. p. 560. Éd sociales.
[12]) Marx, El Capital. Libro III, sec. III: “Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia” (en otras ediciones: Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia), cap. XV “Desarrollo de las contradicciones internas de la ley”, 3. Exceso de capital con exceso de población, https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital3/MRXC3615.htm
[13]) Marx. El Manifiesto comunista; “Burgueses y proletarios”, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm.
[14]) Marx, El Capital. L. II, “El proceso de circulación del capital”, Sec. I, “Las metamorfosis del capital…”, https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital2/MRXC2404.htm
[15]) DCC p. 36, subrayado nuestro
[16]) DCC p. 38.
[17]) Como así hicieron en el prefacio de la edición de 1872 señalando las insuficiencias reveladas por la experiencia de la Comuna de París, y lo que hizo Engels en la edición de 1890 señalando las evoluciones habidas en la clase obrera desde la primera edición de El Manifiesto.
[18]) DCC, p. 38.
[19]) Sobre estos temas, recomendamos la lectura de “Rosa Luxemburg y los límites de la expansión del capitalismo” y “La Comintern y el virus del “luxemburguismo” en 1924” en las Revista internacional nos 142 y 145.
[20]) DCC, p. 36
[21]) Ibídem.
[22]) Reproducimos in extenso el contexto de la cita de Marx, en la que, de hecho, éste trata de la relación entre el capitalismo y la libre competencia: “El reino del capital es la condición de la libre competencia, del mismo modo que el despotismo de los emperadores romanos era la condición del libre derecho de Roma. Mientras el capital es débil, intenta apoyarse en las muletas de un modo de producción desaparecido o en vías de desaparición; en cuanto se siente fuerte, tira sus muletas y se mueve según sus propias leyes. De igual modo, en cuanto empieza a notarse y a ser notado como una traba para el desarrollo, busca refugio en formas que, a la vez que parecen rematar el reino del capital, anuncian también, por el freno que imponen la disolución del capital y del modo de producción en que se basa la libre competencia”.
[23]) Marx y Engels, El Manifiesto comunista; “Burgueses y proletarios”, ed. bilingüe, Grijalbo, Barcelona.
[24]) DCC p. 39.
[25]) DCC p. 39 et 40.
[26]) Citado en Howard Zinn, Una historia popular de Estados Unidos.
[27]) DCC p. 40.
[28]) Fritz Sternberg, Le conflit du siècle (El conflicto del siglo), p. 75. Éditions du Seuil.
[29]) Marx. Traducido del francés, Matériaux pour l’Économie, p. 489. La Pléiade, Économie II.
[30]) Ver al respecto las explicaciones del libro le Conflit du siècle, pp. 51, 53 y 151.
[31]) DCC p. 47.
[32]) El imperialismo, fase superior del capitalismo.
[33]) Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política, “6. Las tendencias de la economía capitalista”.
[34]) Párrafo siguiente de la cita anterior.
[35]) DCC p. 14.
[36]) DCC p. 106.
[37]) Marx, Salario, precio y ganancia, “La lucha entre el capital y el trabajo, y sus resultados”.
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/65-salar.htm#xiv.
[38]) DCC p. 86.
[39]) Michel Husson es, según Wikipedia, un antiguo militante del Partido socialista unificado (PSU, socialdemócrata), de la Liga comunista revolucionaria (LCR, trotskista) de cuyo comité central ha formado parte. Es miembro del Consejo científico de Attac y apoyó la candidatura de José Bové (altermundista) a la elección presidencial francesa de 2007. Alain Bihr, también según la misma fuente, se reivindica del comunismo libertario y es conocido como especialista de la extrema derecha francesa (especialmente del Frente nacional) y del negacionismo.
[40]) DCC p. 8.
[41]) https://www.capitalisme-et-crise.info/telechargements/pdf/FR_JG_Quelles_politiques_économiques_contre_la_crise_et_le_chômage_1.pdf
[42]) DCC p. 8.
[43]) Cf. “Chronique du 6 mai 2001”. https://regards.fr/nos-regards/michel-husson/la-gauche-et-l-emploi
[44]) Ya criticamos esta idea en un artículo de la Revista internacional no 74, "El proletariado sigue siendo la clase revolucionaria".
[45]) DCC p. 84.
[46]) Marx y Engels, Manifiesto comunista; “Burgueses y proletarios”, Ed. Grijalbo.
[47]) Ver el artículo "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo", Revista internacional no 144. .
[48]) MR avanza la idea de que la imposibilidad económica objetiva del capitalismo que está en la visión luxemburguista habría sido responsable del inmediatismo que habría manifestado en el IIIer Congreso de la Internacional Comunista cuando “el KAPD (escisión opositora del Partido Comunista alemán) defiende una teoría de la ofensiva a toda costa, apoyándose en la visión luxemburguista de que el proletariado estaría ante “la imposibilidad económica objetiva del capitalismo” y ante “el hundimiento económico inevitable del capitalismo... “ (Rosa Luxemburg, La Acumulación del capital)” (DCC, p. 54).
Cuando Rosa Luxemburg defiende efectivamente la perspectiva de una imposibilidad del capitalismo, tal perspectiva no se aplica claramente al futuro inmediato. Y ocurre que, justamente, MR o sus allegados atribuyen fraudulentamente a Rosa Luxemburg semejante perspectiva como inmediata, habida cuenta de la insuficiencia de los mercados extra-capitalistas en relación con las necesidades de la producción. Eso lo que explicamos en la nota siguiente. Para una idea más exacta de las causas del inmediatismo que se manifestó en el movimiento obrero sobre la perspectiva, remitimos al lector al artículo: "Decadencia del capitalismo (VIII) - La edad de las catástrofes", Revista internacional no 143 (2010).
[49]) “Para una buena explicación y critica de la teoría de la acumulación de Rosa Luxemburg” (DCC p. 36), MR nos dirige hacia el articulo siguiente: “Teoría de las crisis: Marx-Luxemburg (I)” (https://www.leftcommunism.org/spip.php?article110).
En la página web recomendada, leemos el artículo “La acumulación del capital en el s. XX-I” (https://www.leftcommunism.org/spip.php?article223) y nos llevamos la sorpresa de que, según Rosa Luxemburg, citada à partir de su obra La acumulación del capital, “el capitalismo había alcanzado “la fase última de su carrera histórica: el imperialismo” pues “el campo de expansión que se le ofrece aparece mínimo en comparación con el alto nivel alcanzado por el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas…”.” Incrédulos, volvimos a abrir la obra citada y nos encontramos con algo muy diferente. Lo que para Rosa Luxemburg es mínimo (comparado con el alto nivel alcanzado por desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas), no es, como dice el artículo, el campo de expansión que se ofrece al capitalismo, sino los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados. La diferencia es importante pues en aquel entonces, las colonias poseían todavía una proporción importante de mercados extra-capitalistas vírgenes o no agotados, mientras que tales mercados eran efectivamente mucho más escasos fuera de las colonias y de los países industrializados. La restitución exacta de lo que realmente dice Rosa Luxemburg evidencia el truco realizado por los amigos de MR. En esa cita, subrayamos lo que está en el artículo que denunciamos y hemos puesto en negrita una idea importante dejada de lado por el autor de dicho artículo: “El imperialismo es la expresión política del proceso de la acumulación del capital en su lucha para conquistar los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados. Geográficamente, estos medios abarcan, aún hoy, los más amplios territorios de la Tierra. Pero (…) comparados con el grado elevado de las fuerzas productivas del capital, el campo parece todavía pequeño para la expansión de éste…”, La acumulación del capital, cap. XXXI : “Aranceles protectores y acumulación”, vol. II, Ed. Orbis, Barcelona, 1985.
[50]) La acumulación del capital, op. cit.
[51]) Para más información sobre las posiciones políticas de Paul Mattick leer el artículo "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo", Revista internacional no 146 (2011).
[52]) Paul Mattick. Crisis y teoría de la crisis, cap. 3 « Los epígonos », ediciones Península (1975).
[53]) NDLR : no hemos logrado encontrar esa cita en dicho libro. En cambio, hay otra parecida de Lenin en el Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la IC: “Situaciones absolutamente sin salida no existen”. Sin embargo, no se refiere a la crisis económica sino a la crisis revolucionaria.
[54]) DCC p. 117 et 118.
[55]) DCC p. 53.
[56]) Trad. de la ver. francesa: Matériaux pour l’Économie, “Les crises”. p. 489, La Pléiade, Économie II.
[57]) DCC p. 82.
[58]) Nota de Engels añadida a El Capital, vol. III, cap. XXX “Capital-dinero y capital efectivo”, p. 459 de la edición del F.C.E. (México)
[59]) La referencia que da MR es esta: Le Capital (vers. francesa), Livre I, 4e edición alemana; Éditions sociales 1983, p. 694. No hay más precisiones sobre qué sección del libro. No hemos encontrado una frase equivalente en marxists.org. Sí existe, en cambio, un pasaje de Marx que corresponde más o menos a la idea de la cita en el libro de El Capital. Es éste: “Es decir, que el propio mecanismo del proceso de de producción capitalista se encarga de vencer los obstáculos pasajeros que él mismo crea” (Libro I, s. VII, c. XXIII: “La ley general de la acumulación capitalista”, p. 523, El Capital, FCE, México).