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En los artículos anteriores de esta serie, hemos examinado cómo, durante los años 20, 30 y 40, los más sombríos de la contrarrevolución, el movimiento comunista se esforzó por comprender qué había ocurrido con la primera dictadura del proletariado establecida a escala de un país entero, o sea, el poder de los soviets en Rusia. En artículos venideros trataremos sobre las lecciones que los revolucionarios sacaron de la desaparición de esa dictadura, lecciones que deberán aplicarse a todo futuro régimen proletario. Antes de ir por estos derroteros, sin embargo, debemos volver a aquellos días durante los cuales la Revolución rusa estaba todavía viva, y estudiar un problema fundamental, planteado pero no resuelto en aquel período decisivo de la transformación comunista de la sociedad. Nos referimos a la cuestión de la “cultura”.
Lo haremos no sin vacilar un tanto, pues el tema es vasto y el propio término se ha empleado muy abusivamente. Esto es todavía más cierto en los tiempos actuales, período de atomización al que llamamos nosotros fase de descomposición del capitalismo. Es cierto que en las fases anteriores del capitalismo, la cultura se identificaba generalmente con la de alto nivel correspondiente a la producción artística de la clase dominante únicamente, una visión que ignoraba o rechazaba sus expresiones más “marginales” (baste recordar, por ejemplo, el desdén de la burguesía por las expresiones culturales de las sociedades primitivas colonizadas). Hoy, al contrario, se nos dice que vivimos en un mundo “multicultural”, en el que todas las expresiones de la cultura tienen el mismo valor y en el que, de hecho, cada aspecto parcial de la vida social se ha vuelto ya en sí una “cultura” (“cultura de la violencia”, “cultura de asistido”, “cultura de la dependencia” y así…) Con semejantes simplificaciones, se hace imposible llegar a una noción general y unificada de la cultura como producto de una época de la historia humana o de la historia humana en general. Un uso especialmente pernicioso de esa manera de enfocar la cultura es el que hoy está exponiéndose con ocasión del conflicto imperialista en Afganistán: algunos no cesan de presentárnoslo como un conflicto entre dos culturas, entre dos civilizaciones, más concretamente la “civilización occidental” y la “civilización musulmana”. Y esto sin duda para ocultarnos la realidad: hoy no reina en planeta más civilización que la civilización decadente del capitalismo mundial.
En cambio, y fiel al enfoque monista del marxismo, Trotski define así la cultura: “Recordemos ante todo que en su origen, la palabra cultura designaba un campo cultivado, distinguiéndose así del monte o del erial. Cultura se oponía a Naturaleza, o sea a lo producido por el esfuerzo humano en oposición a lo que venía dado por la Naturaleza. Esta antítesis sigue siendo hoy básicamente válida.
La Cultura es todo lo que ha sido creado, construido, aprendido por el Hombre a lo largo de toda su historia, distinguiéndose de todo lo que la Naturaleza ha dado, incluida la historia natural del propio Hombre como especie animal que es. La ciencia que estudia al Hombre como producto de la evolución animal se llama antropología. Pero a partir del momento en que el hombre se separó del mundo animal, más o menos cuando echó mano de herramientas primitivas de piedra o madera para incrementar la fuerza de su propio cuerpo, se inició entonces la creación y la acumulación de la Cultura, o sea todo lo que constituye su saber y su habilidad en su lucha por dominar la naturaleza” (Cultura y socialismo, 1926, trad. por nosotros). Esta es en efecto una definición muy amplia, una defensa de la visión materialista de la emergencia del hombre, que muestra que la transición de la naturaleza hacia la cultura no es sino el producto de algo tan esencial y universal como el trabajo.
Ello no quita que según esa definición, la política y la economía, en sus sentidos más amplios, son también la expresión de la cultura humana, de tal modo que podríamos acabar perdiendo de vista aquello de lo que queremos hablar. En otro ensayo, sin embargo, No sólo de política vive el hombre (1923), Trotski señalaba que para entender la relación real entre política y cultura, es necesario dar, junto a su definición más amplia, una más “restringida” de lo político como “una parte bien definida de la actividad humana, directamente movida por la lucha por el poder, en oposición al trabajo económico, al combate por la Cultura, etc.…” Puede decirse otro tanto de la palabra cultura, la cual en ese sentido se aplica a ámbitos como el arte, la educación y los Problemas de la vida de cada día (título de la serie de ensayos entre los que está el artículo citado antes). Desde este enfoque, los aspectos culturales de la revolución podrían aparecer como algo secundario, o, al menos, como algo dependiente de los ámbitos políticos y económicos. Y así es: como Trotski lo muestra en el texto que reproducimos aquí, es una insensatez esperar un renacimiento cultural mientras la burguesía no haya sido derrotada políticamente y las bases materiales de la sociedad socialista no se hayan implantado. De igual modo, incluso reduciendo el problema de la cultura únicamente a la esfera del arte, sigue planteándose la cuestión fundamental de la naturaleza de la sociedad que la revolución quiere edificar. No es casualidad si, por ejemplo, la contribución más elaborada de Trotski a la teoría marxista sobre el arte, Literatura y revolución, se concluye por una visión ampliada de la naturaleza humana en una sociedad comunista avanzada. Pues si el arte es la expresión por excelencia de la creatividad humana, nos proporciona entonces la clave para comprender lo que serán los seres humanos una vez que se hayan quebrado las cadenas de la explotación.
Para orientarnos en este amplio dominio, vamos a seguir de cerca los escritos de Trotski sobre el tema, escritos que, aunque no sean muy conocidos, nos proporcionan, hasta hoy, la trama más clara para abordar el problema ([1]). Para evitar hacer una paráfrasis de Trotski, publicaremos aquí y en el futuro amplios extractos de dos capítulos de Literatura y revolución. El segundo capítulo se concentra en un esbozo evocador de la sociedad futura. En esta Revista publicamos un extracto del capítulo “Cultura proletaria y arte proletario”, componente importante de la contribución de Trotski al debate sobre la cultura en el Partido bolchevique y en el movimiento revolucionario en Rusia. Para situar esta contribución, importa describir el contexto histórico.
El debate sobre la “cultura proletaria” en Rusia durante la Revolución
El debate sobre la cultura no fue nunca secundario y ello queda ilustrado por el hecho de que Lenin se comprometió a preparar la resolución siguiente, para ser presentada por la Fracción comunista en el congreso del movimiento Proletkult en 1920:
“1. En la República soviética obrera y campesina, toda la organización de la instrucción, tanto en el terreno de la instrucción política en general como especialmente en el del arte, debe estar impregnada del espíritu de la lucha de clase del proletariado por el feliz cumplimiento de los fines de su dictadura, es decir, por el derrocamiento de la burguesía, la supresión de las clases y la abolición de toda explotación del hombre por el hombre.
2. Por ello, el proletariado debe tomar la parte más activa y principal en todos los asuntos relacionados con la instrucción pública, personificado tanto por su vanguardia, el Partido comunista, como, en general, por toda la masa de organizaciones proletarias de todo género.
3. Toda la experiencia de la historia moderna y, en particular, más de medio siglo de lucha revolucionaria del proletariado de todos los países desde la publicación del Manifiesto comunista demuestran incontestablemente que sólo la concepción marxista del mundo expresa de modo correcto los intereses, el punto de vista y la cultura del proletariado revolucionario.
4. El marxismo ha conquistado su significación histórica universal como ideología del proletariado revolucionario porque no ha rechazado en modo alguno las más valiosas conquistas de la época burguesa, sino, por el contrario, ha asimilado y reelaborado todo lo que hubo de valioso en más de dos mil años de desarrollo del pensamiento y la cultura humanos. Sólo puede ser considerado desarrollo de la cultura verdaderamente proletaria el trabajo ulterior sobre esa base y en esa misma dirección, inspirado por la experiencia práctica de la dictadura del proletariado como lucha final de éste contra toda explotación.
5. Sustentando firmemente este punto de vista de principio, el Congreso de Proletkult de toda Rusia rechaza con la mayor energía, como inexacta teóricamente y perjudicial en la práctica, toda tentativa de inventar una cultura especial propia, de encerrarse en sus propias organizaciones aisladas, de delimitar las esferas de acción del Comisariado del pueblo de instrucción y del Proletkult o de implantar la “autonomía” de Proletkult dentro de las instituciones del Comisariado del pueblo de instrucción, etc. Por el contrario, el Congreso impone a todas las organizaciones de Proletkult la obligación inexcusable de considerarse enteramente órganos auxiliares de la red de instituciones del Comisariado del pueblo de instrucción y cumplir sus tareas, como parte de las tareas de la dictadura del proletariado, bajo la dirección general del poder soviético (especialmente del Comisariado del pueblo de instrucción) y del Partido comunista de Rusia” (8 de octubre de 1920, Lenin, “La cultura proletaria”, Obras escogidas, tomo 3, p.492, ed. Progreso).
El Movimiento de la cultura proletaria, abreviado en Proletkult, se formó en 1917 con el objetivo de dar una orientación política a la dimensión cultural de la revolución. Se asocia a menudo con A. Bogdánov, miembro de la fracción bolchevique desde el principio, pero que había entrado en conflicto con Lenin en muchos temas, no sólo sobre la formación del grupo de los Ultimalistas en 1905 ([2]), sino, y esto es más conocido, porque Bogdánov se había hecho defensor de las ideas de Mach y de Avenarius en filosofía y más generalmente a causa de sus esfuerzos por “completar” el marxismo mediante sistemas teóricos varios, tales como la noción de “tectología”. No podemos aquí entrar en los detalles del pensamiento de Bogdánov; por lo poco que de él sabemos (pocas obras se han traducido del ruso a otras lenguas), fue capaz, por defectos que tuviera, de desarrollar importantes perspectivas, especialmente sobre el capitalismo de Estado en el período de decadencia. Por eso debería llevarse a cabo un estudio crítico de sus ideas y eso desde un enfoque claramente proletario ([3]). Proletkult no se limitó, ni mucho menos, a Bogdánov. Bujarin y Lunacharski, por sólo nombrar a estos destacados bolcheviques, participaron también en el movimiento y no siempre compartieron la opinión que Lenin tenía sobre el asunto. Bujarin, quien debía presentar la resolución al Congreso de Proletkult, se opuso a algunos aspectos desarrollados por el proyecto de Lenin, proyecto que acabó siendo presentado con una forma algo modificada. La etapa heroica de la revolución fue un período floreciente para Proletkult, durante la cual la liberación de las energías revolucionarias hizo surgir un inmenso movimiento de expresión y de experimentación en lo artístico, identificado en gran parte a la revolución misma. Además, este fenómeno no se limitó a Rusia, y de ello es testimonio el desarrollo del movimientos como el dadaísmo o el expresionismo en el inicio de la revolución en Alemania, o, poco tiempo después, el surrealismo en Francia y en otros lugares. Entre 1917 y 1920, Proletkult se acercaba al medio millón de miembros, con más de 30 periódicos y cerca de 300 grupos. Para Proletkult el combate en el frente cultural era tan importante como el del frente político y económico. Se veía dirigiendo el combate cultural, de igual modo que el partido dirigía el político y los sindicatos el económico. Se pusieron muchos estudios a disposición de los obreros para las reuniones y la experimentación, entre otras cosas, en pintura, música, teatro y poesía, a la vez que eran animados a nuevas formas de vida en comunidad, en educación, etc. Hay que decir que, aunque el impulso en experimentaciones sociales y culturales no se limitó a Proletkult, fue este movimiento, especialmente, el que intentó situar esos fenómenos mediante una interpretación marxista. La idea conductora era que el proletariado, como el propio nombre Proletkult lo indica, tenía que emanciparse del yugo ideológico de la burguesía, debía desarrollar su propia cultura, basada en una ruptura radical con la cultura jerarquizada de las viejas clases dirigentes. La cultura proletaria sería igualitaria y colectiva, mientras que la cultura burguesa era elitista e individualista; por eso, hubo experiencias como conciertos sin director de orquesta y obras poéticas y pictóricas colectivas. De igual modo que en el movimiento futurista, con el cual Proletkult mantenía relaciones estrechas aunque críticas, había una fuerte tendencia a exaltar todo aquello que se relacionara con la modernidad, a la ciudad y a la máquina, en oposición a la cultura rural y medieval que había imperado en Rusia hasta entonces.
El debate sobre la cultura se volvió apasionado en el seno del Partido una vez ganada la guerra civil. Fue entonces cuando Lenin insistió en la importancia del combate cultural:
“…nos vemos obligados a reconocer el cambio radical producido en todo nuestro punto de vista sobre el socialismo. Ese cambio radical consiste en que antes poníamos y debíamos poner el centro de gravedad en la lucha política, en la revolución, en la conquista del poder, etc. Mientras que ahora el centro de gravedad cambia hasta desplazarse hacia la labor pacífica de organización “cultural”. Y estoy dispuesto a decir que el centro de gravedad se trasladaría en nuestro país a la obra de cultura, si no fuera por las relaciones internacionales, si no fuera a causa de tener que luchar por nuestras posiciones en escala internacional. Pero si dejamos esa cuestión a un lado y nos limitamos a nuestras relaciones económicas interiores, en realidad, el centro de gravedad del trabajo se reduce hoy a la obra cultural” (“Sobre cooperación”, Obras escogidas, t. 3, p. 784)
Para Lenin, sin embargo, ese combate cultural tenía un significado muy diferente que para Proletkult, pues estaba relacionado con el cambio de período: del final de la guerra civil hacia la reconstrucción y de la NEP. El problema que tenía que encarar el poder soviético en Rusia no era el de la construcción de una nueva cultura proletaria, lo cual parecía totalmente utópico habida cuenta del aislamiento internacional del estado ruso y el terrible atraso cultural de la sociedad rusa (analfabetismo, dominio de la religión, costumbres “asiáticas”, etc.) Para Lenin, las masas rusas debían primero aprender a andar antes de conseguir correr, lo cual significaba que debían todavía asimilar las realizaciones esenciales de la cultura burguesa antes de construir una nueva proletaria. Con un enfoque paralelo, pedía que el régimen soviético aprendiera a comerciar, o en otras palabras, tenía que aprender del capitalismo para sobrevivir en un entorno capitalista. Al mismo tiempo, Lenin estaba cada vez más preocupado por la burocracia creciente, consecuencia directa del atraso cultural de Rusia: el combate por el avance de la cultura se veía pues como parte del combate contra el incremento de la burocracia. Sólo un pueblo educado y cultivado puede esperar tomar la dirección del Estado, y, a la inversa, la nueva capa de burócratas es por lo tanto la consecuencia del conservadurismo campesino y de la ausencia de cultura moderna en Rusia.
La resolución presentada al congreso de Proletkult, aunque escrita antes de la adopción de la NEP, parece anticipar esas inquietudes. El punto más importante es que subraya que el marxismo no rechaza las realizaciones culturales del pasado, sino al contrario, debe asimilar de ellas lo mejor que poseen. Esto era un claro reproche al carácter “iconoclasta” de las tendencias de Proletkult a rechazar todas las riquezas culturales precedentes. Aunque el propio Bogdánov tenía un acercamiento al problema mucho más complejo, no hay duda de que Proletkult estaba muy impregnado de actitudes inmediatistas y obreristas. En su primera conferencia, por ejemplo, se dijo que “toda la cultura del pasado puede calificarse de burguesa, y dentro de ella –salvo en las ciencias naturales y la técnica- no hay nada que valga la pena conservarse; el proletariado debe empezar su trabajo de destrucción de la vieja cultura y de creación de una nueva inmediatamente después de la Revolución” (citado y traducido por nosotros en Revolutionary Dreams: Utopian Vision and Experimental Life in the Russian Revolution, OUP, 1089, p. 71, libro que contiene un panorama detallado de las numerosas experiencias culturales de los primeros años de la Revolución). En Tambov, en 1919, “los ‘proletkultistas’ locales habían previsto quemar todos los libros de las bibliotecas creyendo que sus estantes iban a llenarse desde principios de año con obras proletarias únicamente” (idem).
Contra esa visión sobre el pasado, Trotski insistió en Literatura y revolución: “Nosotros, marxistas, siempre hemos vivido en la tradición y no por eso hemos dejado de ser revolucionarios”. La exaltación del proletariado considerado en un momento aislado no fue nunca una posición marxista; el marxismo ve al proletariado en su dimensión histórica, incluyendo en ella el pasado más lejano, el presente y el futuro, cuando el proletariado se haya disuelto en la comunidad humana. Por una ironía del lenguaje, la palabra Proletkult se entendió a veces como “culto del proletariado”, noción radical sólo en apariencia y que puede perfectamente ser recuperada por el oportunismo, el cual se desarrolla basado en una visión restringida e inmediatista de la clase. Ese mismo obrerismo se expresaba en la tendencia de Proletkult a dar por sentado que la cultura proletaria sería el producto de los obreros solos. Pero como lo muestra Trotski en Literatura y revolución, los mejores artistas no son necesariamente obreros; la dialéctica social que produce las obras de arte más radicales es más compleja que la visión reductora según la cual sólo podrían venir de individuos pertenecientes a la clase revolucionaria. Podríamos decir lo mismo de la relación entre revolución social y política del proletariado y los nuevos avances artísticos: hay sin lugar a dudas un vínculo subyacente entre ambos, pero no es ni automático ni nacional. Por ejemplo, mientras Proletkult intentaba crear en Rusia una nueva música “proletaria”, una de las creaciones más radicales de la música contemporánea estaba surgiendo en la Norteamérica capitalista, el jazz.
La resolución de Lenin expresaba también su oposición a la tendencia de Proletkult a organizarse autónomamente, casi como un partido paralelo, con sus congresos, su comité central, etc. Y de hecho, ese modo de organización parecía basado en una confusión entre la esfera política y la cultural, una tendencia a darles la misma importancia, e, incluso, como en Bogdánov, la tentación de ver la esfera cultural como la primordial.
Desde un punto de vista más crítico, debemos recordar que era aquél un período en el que Lenin estaba desarrollando una hostilidad a todo tipo de disidencias dentro del Partido. Como ya se ha relatado en los artículos anteriores de esta serie, en 1921 se prohibieron las “fracciones” y los grupos o corrientes de izquierda en el seno del Partido sufrieron violentos ataques que acabaron culminando en la represión física de los grupos comunistas de izquierda en 1923. Y una de las razones de la hostilidad de Lenin hacia Proletkult era que éste tenía tendencia a convertirse en punto de convergencia de algunos disidentes de dentro o cercanos al Partido. La insistencia de Proletkult en el igualitarismo y la creatividad espontánea de los obreros se acercaba a las ideas de la Oposición obrera: en 1921, un grupo llamado de los “Colectivistas” hizo circular un texto durante el congreso de Proletkult en el que reivindicaba a la vez su pertenencia a la Oposición obrera y a Proletkult; defendía así las ideas de Bogdánov sobre la filosofía y su análisis sobre el capitalismo de Estado, que fue utilizado para criticar la NEP. Un año después, el grupo Verdad Obrera defendió un punto de vista idéntico; Bogdánov estuvo momentáneamente encarcelado por su participación en ese grupo, aunque él negó haberlo apoyado. Tras este episodio, Bogdánov se retiró de toda actividad política, dedicándose por completo a su labor científica. A la luz de estos hechos debemos comprender por qué Lenin insistió tanto para que Proletkult se fundiera más o menos en las instituciones “culturales” del Estado, o sea el Comisariado del pueblo para la instrucción.
A nuestro parecer, la subordinación de los movimientos artísticos al Estado de transición no es la respuesta correcta a la confusión entre los ámbitos artístico y político; en realidad no hace sino incrementar esa confusión. Según Zenovia Sochor en Revolución y cultura, Trotski se opuso a los esfuerzos de Lenin por disolver Proletkult en el Estado. aunque compartiera muchas de sus críticas. En Literatura y Revolución, Trotski propone una base clara para determinar la política comunista respecto al arte:
“¿Quiere esto decir que el partido, contrariamente a sus principios, tiene una posición ecléctica en el terreno artístico? Esta idea que parece tan convincente, es extraordinariamente pueril. El marxismo puede servir para valorar el desarrollo del arte nuevo, estudiar sus fuentes, favorecer a las tendencias progresistas por medio de la crítica, pero no se le puede pedir más. El arte debe abrirse su propio camino. Sus métodos no son los del marxismo. El partido dirige al proletariado, pero no dirige el proceso histórico. Hay terrenos en los que dirige de un modo directo e imperativo. Hay otros en los que vigila y fomenta. Y otros, finalmente, en los que se limita a dar directivas. El arte no es una materia en la que el partido deba dar órdenes. Puede protegerlo y estimularlo, pero sólo indirectamente puede dirigirlo. Puede y debe otorgar su confianza a los grupos que aspiren sinceramente a aproximarse a la revolución, y estimular así la expresión artística de ésta. Pero en ningún caso puede adoptar las posiciones de un círculo literario que esté combatiendo a otros. No puede y no debe hacerlo ([4]).
En 1938, en respuesta a los proyectos de los nazis y de Stalin de reducir el arte a un simple apéndice de la propaganda del Estado, Trotski fue todavía más explícito: “Si bien para un mejor desarrollo de la producción material, la revolución debe construir un régimen socialista con un control centralizado, para desarrollar la creación intelectual, un régimen de libertad individual de tipo anarquista deberá establecerse primero. ¡Ninguna autoridad, ningún diktat, ni la menor huella de órdenes que procedan de arriba!” (Leon Trotski, On Literature and Art, Nueva York, 1970, p. 119, trad. por nosotros).
Trotski analizó más profundamente que Lenin el problema general de la cultura proletaria; mientras que la resolución de Lenin deja la puerta abierta a esa idea de la intervención autoritaria del Estado, Trotski la rechaza de plano, basándose en la búsqueda y la reflexión sobre la naturaleza del proletariado: primera clase revolucionaria en la historia que nada posee, una clase explotada. Comprender esto, que es clave para captar cada aspecto del combate de clase del proletariado, está muy claramente desarrollado en el extracto que aquí publicamos de Literatura y revolución. La corta introducción al libro es ya un resumen de su tesis sobre la cultura proletaria:
“Es un error de base el oponer cultura y arte burgueses a cultura y arte proletarios. Estos no existirán jamás, al ser el régimen proletario transitorio y temporal. El significado histórico y la grandeza moral de la revolución proletaria consiste en que establece las bases de una cultura que está por encima de las clases y que será la primera cultura verdaderamente humana”.
Literatura y revolución fue escrito en el período 1923-24, o sea, en el período mismo en que se iniciaba plenamente la lucha contra la instalación de la burocracia estalinista. Trotski escribió el libro durante las vacaciones de verano. En cierto modo, le procuró un alivio contra las tensiones y obligaciones del combate “político” diario dentro del Partido. Pero fue, además, un arma en el combate contra el estalinismo. Aunque el Proletkult originario había decaído profundamente tras las controversias de 1920-21 en el Partido, a mediados de los años 20, una parte de él se reencarnó en un engañoso radicalismo que fue una de las apariencias del estalinismo. Y en 1925, uno de sus retoños, el grupo de Escritores proletarios alumbró una justificación “cultural” de la campaña contra Trotski: “Trotski niega la posibilidad de una cultura y un arte proletarios so pretexto de que nos dirigimos hacia una sociedad sin clases. Pero es en base a lo mismo que el menchevismo niega la posibilidad de la dictadura proletaria, del estado proletario, etc. Las ideas de Trotski y de Voronski citadas arriba son ‘el troskismo aplicado a temas ideológicos y artísticos’. Aquí, la fraseología ‘de izquierdas’ sobre un arte por encima de las clases sirve de disfraz, sirve para limitar las tareas culturales del proletariado”. Más lejos, ese texto proclama: “Ese éxito significativo de la literatura proletaria se ha hecho posible gracias al progreso político y económico de las masas laboriosas de la Unión Soviética” (“Resolución de la primera conferencia plenaria de escritores proletarios”, publicada en Bolchevick Visions: First Phase of the Cultural Revolution in Soviet Russia, 2ª parte, editada en inglés por W.G. Rosenberg, 1990). Pero ese “progreso político y económico” avanzaba ahora tras los lábaros del “socialismo en un solo país”. Esta monstruosa revisión ideológica perpetrada por Stalin, identificando dictadura del proletariado y socialismo con el fin de acabar con ambas cosas, permitió a ciertos apéndices de Proltkult pretender que una nueva cultura proletaria se estaba construyendo sobre los cimientos de una economía socialista.
El propio Bujarin rechazó la crítica de Trotski a la llamada cultura proletaria, diciendo que éste no podía comprender que el período de transición hacia la sociedad comunista pudiera ser un proceso largo, y, teniendo en cuenta el fenómeno del desarrollo desigual, el período de dictadura del proletariado podría durar el tiempo suficiente para que emergiera una cultura proletaria diferenciada. Esto era también un apoyo teórico para abandonar la perspectiva de la revolución mundial en beneficio de la construcción del “socialismo” en Rusia sola. ([5]).
Los testimonios sobre la bestial opresión de los Estados estalinistas tanto en lo económico como en lo político son una prueba más que suficiente de que lo que se estaba construyendo en aquellos países no tenía nada que ver con el socialismo. Y el vacío cultural completo de esos regímenes, la desaparición de una verdadera creatividad artística en favor de un kitch totalitario de lo más cutre demuestran una vez más que esos regímenes nunca representaron la más mínima expresión de un avance hacia una verdadera cultura humana, sino un producto especialmente brutal de este sistema senil y moribundo que se llama capitalismo. De esto, los ejemplos más patentes son, entre otros, la manera con la que el aparato estalinista, a partir de los años 30, rechazó cualquier experimento vanguardista en el ámbito artístico y educativo, al igual que la pretendida “revolución cultural” china de los años 60. La historia lamentable de los monstruos estalinista y maoísta no han ofrecido la menor enseñanza sobre los problemas culturales ante los que se encontrará la clase obrera en su futura revolución.
CDW
[1] Una de las consecuencias de la contrarrevolución es que la tradición de la Izquierda comunista, que preservó y desarrolló el marxismo durante ese período, no tuvo ni tiempo ni ocasión de interesarse por la esfera general del arte y la cultura, de modo que las contribuciones de Rühle, Bordiga y otros todavía están por recuperar y sintetizar
[2] Los “ultimalistas” fueron, junto con los “otzovistas”, una tendencia en el seno del bolchevismo que no estaban de acuerdo con la táctica parlamentaria del Partido tras la derrota del levantamiento de 1905. La controversia con Lenin sobre las innovaciones filosóficas de Bogdánov llegó a ser muy intensa cuando a ella se mezclaron divergencias
[3] más directamente políticas, acabando en la expulsión de Bogdánov del grupo bolchevique en 1909. El grupo de Bogdánov permaneció en el Partido socialdemócrata ruso, publicó el periódico Vperiod (Adelante) durante los años siguientes. También en esto sigue pendiente la escritura de una historia crítica de esas primeras tendencias de “izquierda” dentro del bolchevismo.
3) Existe en inglés: Revolution and Culture, the Bogdanov-Lenin Controversy, de Zenovia Sochor, Cornell Universitry, 1988. Sirve de reseña informativa de las principales diferencias entre Lenin y Bogdánov. El enfoque del autor es, sin embargo, más académico que revolucionario. Sobre el capitalismo de Estado, Bogdánov criticaba la tendencia de Lenin a verlo como una especie de antesala del socialismo. Bogdánov veía en ese capitalismo una expresión de la decadencia del capitalismo (cap. IV de la obra citada).
[4] “La posición del partido ante el arte”, Literatura y revolución, t. 1, ed. Ruedo Ibérico
[5] Cf. Isaac Deutcher, El profeta armado, Trotski 1921-29, cap. III. Este capítulo que trata de los escritos de Trotski sobre la cultura, es tan brillante como el resto de la biografía que hemos utilizado ampliamente. Pero también revela el destino trágico del trotskismo. Deutcher está en el 99 % de acuerdo con Trotski sobre la “cultura proletaria”, pero hace una concesión muy significativa a las ideas de Bujarin según las cuales un “régimen transitorio” aislado podría durar décadas. Según Deutcher y los trotkistas de la posguerra, los regímenes estalinistas establecidos fuera de la URSS, al igual que ésta, eran todos “Estados obreros” atrapados entre una revolución proletaria y la siguiente, de modo que Trotski: “sin la menor duda, subestimó la duración del período de dictadura del proletariado y, por consiguiente la tendencia de esta dictadura a tomar un carácter burocrático”. En realidad, esto no es más que una defensa del capitalismo de Estado estalinista