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El debate sobre la “cultura proletaria” Cultura proletaria y arte proletario
Trotski: Literatura y Revolución
TOda clase dominante crea su propia cultura y, por consiguiente, su propio arte. La historia ha conocido las culturas esclavistas de Oriente, la cultura feudal de la Europa medieval y la cultura burguesa que domina actualmente el mundo. De ahí parece deducirse que el proletariado tiene que crear también su cultura y arte propios.
Sin embargo, la cuestión no es tan simple como parece a primera vista. La sociedad en la que los propietarios de esclavos formaban la clase dirigente ha existido durante muchos siglos. Lo mismo ocurrió con el feudalismo. La cultura burguesa, incluso si contamos sólo a partir de su primera manifestación abierta y turbulenta, es decir desde la época del Renacimiento, existe desde hace cinco siglos, aunque no alcanzó su pleno esplendor hasta el siglo xix, y más exactamente en su segunda mitad. La historia muestra que la formación de una cultura nueva alrededor de una clase dominante exige un periodo considerable de tiempo y no alcanza su plena realización hasta el momento precedente a la decadencia política de dicha clase.
¿Tendrá el proletariado tiempo suficiente para crear una cultura “proletaria”? Al revés que el régimen de los propietarios de esclavos y que el de los señores feudales y el de la burguesía, el proletariado considera su dictadura como breve periodo de transición. Cuando queremos rebatir las concepciones demasiado optimistas sobre la transición al socialismo, señalamos que el periodo de la revolución social a escala mundial no durará meses, sino años y décadas ; décadas, pero no siglos, y menos aún milenios. ¿ Puede el proletariado crear una nueva cultura en este lapso de tiempo ? Es lícito dudarlo, tanto más cuanto que los años de la revolución social serán años de una cruel lucha de clases, en que la destrucción requerirá más atención que la actividad constructiva. En todo caso, la energía del proletariado se empleará principalmente en la conquista del poder, su conservación y fortalecimiento y su utilización para las necesidades más urgentes de la existencia y de la lucha ulterior. No obstante, será durante este periodo revolucionario, que encierra en límites tan estrechos la posibilidad de una construcción cultural, cuando el proletariado alcanzará su tensión máxima y la manifestación más completa de su carácter de clase. Por otra parte, cuanto más protegido esté el nuevo régimen contra los trastornos políticos y militares y cuanto más favorables sean las condiciones para la creación cultural, más se disolverá el proletariado en la comunidad socialista, se liberará más de sus características de clase y dejará de existir como proletariado. En otras palabras, durante el periodo de dictadura no cabe pensar seriamente en crear una nueva cultura, es decir no cabe edificar a nivel histórico superior. Por el contrario, cuando la mano de hierro de la dictadura desaparezca, comenzará una época de creación cultural sin precedente en la historia, pero sin carácter de clase. De donde hay que concluir la consecuencia general de que no sólo no hay una cultura proletaria sino que nunca la habrá y que en realidad no hay motivos para sentirlo. El proletariado ha conquistado el poder precisamente para acabar para siempre con la cultura de clase y para abrir paso a una cultura humana. Muchas veces parece que olvidamos esto.
Las referencias inconcretas a la cultura proletaria, por oposición a la cultura burguesa, se basan en una comparación superficial entre los destinos históricos del proletariado y los de la burguesía. El método fácil, puramente liberal, de las analogías históricas formales, no tiene nada en común con el marxismo. No hay ninguna analogía real entre el ciclo histórico de la burguesía y el del proletariado.
El desarrollo de la cultura burguesa comenzó varios siglos antes de que la burguesía se apoderase del Estado tras una serie de revoluciones. Cuando la burguesía no era más que el tercer estado, privada casi por completo de sus derechos, desempeñaba ya un papel importante y creciente en todos los campos de la cultura. Esto se puede ver muy claramente en la evolución de la arquitectura. Las iglesias góticas no fueron edificadas de repente, bajo el impulso de una inspiración religiosa. La construcción de la catedral de Colonia, su arquitectura y su escultura, resumen toda la experiencia arquitectónica de la humanidad desde los tiempos de las cavernas, y todos los elementos de esta experiencia se hallan combinados en un estilo nuevo que expresa la cultura de su época, es decir, en definitiva la estructura social y la técnica del momento. La antigua preburguesía de los gremios y corporaciones fue la verdadera creadora del gótico. Al desarrollarse y fortalecerse, es decir al enriquecerse, la burguesía superó intelectual y prácticamente el gótico y comenzó a crear su propio estilo arquitectónico, ya no para iglesias sino para sus palacios. Apoyándose en los adelantos del gótico, se volvió hacia la antigüedad, especialmente la romana, aprovechó la arquitectura árabe, lo subordinó todo a las condiciones y necesidades de la nueva vida urbana y creó así el Renacimiento (Italia al final del primer cuarto del siglo xv). Los especialistas pueden contar, y de hecho cuentan, los elementos que el Renacimiento debe a la antigüedad y los que debe al gótico, y pueden discutir sobre cuál es el predominante. Pero el Renacimiento comienza, en cualquier caso, cuando la nueva clase social, saciada ya culturalmente, se siente lo suficientemente fuerte como para sacudirse el yugo del arco gótico, para considerar el gótico y todo lo anterior como materiales a su disposición y para someter la técnica del pasado a sus propios objetivos artísticos. Esto se aplica también a todas las demás artes, con la diferencia de que debido a su mayor flexibilidad, o sea a que dependen menos de los fines prácticos y de la técnica, las artes “libres” no revelan de un modo tan convincente la evolución dialéctica de los sucesivos estilos.
Entre el Renacimiento y la Reforma, por una parte, que crearon unas condiciones de existencia intelectual y política más favorables para la burguesía dentro de la sociedad feudal, y la revolución, que transfirió el poder a la burguesía (en Francia), transcurrieron tres o cuatro siglos de crecimiento de la fuerza material e intelectual de la burguesía. La época de la gran revolución francesa y de las guerras subsiguientes hizo descender momentáneamente el nivel material de la cultura. Pero poco después, el régimen capitalista se afirmó como “natural” y “eterno”.
Así, el proceso fundamental de acumulación de elementos de la cultura burguesa y su cristalización en un estilo específico estuvo determinado por las características sociales de la burguesía como clase poseedora y explotadora; la burguesía no sólo se desarrolló materialmente en el seno de la sociedad feudal, uniéndose a ésta de mil maneras y apoderándose de la riqueza, sino que además se atrajo a los intelectuales, creándose así puntos de apoyo culturales (escuelas, universidades, academias, periódicos, revistas), mucho antes de apoderarse abiertamente del Estado. Basta recordar aquí que la burguesía alemana, con su incomparable cultura técnica, filosófica, científica y artística, dejó el poder en manos de una casta feudal y burocrática hasta 1918, y se decidió, o más exactamente se vio obligada a hacerse cargo del poder sólo cuando la base material de la cultura alemana comenzó a romperse en pedazos.
Pero se puede objetar: fueron precisos milenios para crear el arte de la sociedad esclavista y sólo siglos para el arte burgués; ¿por qué, entonces, no habrían de bastar unas décadas para el arte proletario? Las bases técnicas de la vida son completamente diferentes hoy día y por consiguiente el ritmo ha cambiado también. Esta objeción, que a primera vista parece convincente, en realidad elude el verdadero problema.
Indudablemente, llegará un momento en el desarrollo de la nueva sociedad en que la economía, la vida cultural y el arte lograrán la máxima libertad de acción para su avance. El ritmo de ese avance no podemos ni soñarlo hoy. En una sociedad en la que habrá desaparecido la molesta y embrutecedora preocupación por el pan de cada día, en la que los comedores comunitarios prepararán a gusto de cada uno una buena comida, sana y apetitosa; en la que las lavanderías comunitarias lavarán bien ropa de calidad para todos, en la que los niños, todos los niños, estarán bien alimentados, fuertes y alegres, y absorberán los elementos fundamentales de la ciencia igual que absorben la albúmina, el aire y el calor solar; en la que la electricidad y la radio no serán esas técnicas primitivas que son hoy, sino que bastará con apretar un botón para que se pongan en acción reservas inagotables de energía; en la que no habrá « bocas inútiles », en la que el egoísmo liberado del hombre – ¡una fuerza enorme! – se dirigirá totalmente hacia el conocimiento, la transformación y el perfeccionamiento del universo..., en una sociedad como ésta, la dinámica del desarrollo de la cultura será incomparable con nada de lo anteriormente conocido. Pero todo esto no vendrá sino después de un largo y difícil periodo de transición, que todavía está ante nosotros. Y de lo que hablamos ahora es precisamente de ese periodo de transición.
Pero, ¿ no es dinámica la época actual ? Sí, lo es, y en el más alto grado. Pero su dinamismo se centra en la política. La guerra y la revolución fueron dinámicas, pero en su mayor parte a costa de la cultura y de la técnica. Es cierto que la guerra ha dado lugar a una larga serie de inventos técnicos. Pero la miseria general que ha producido ha imposibilitado durante bastante tiempo la aplicación práctica de estos inventos, que podían haber significado una revolución en el modo de vida. Así ocurre con la radio, la aviación y muchos descubrimientos químicos y mecánicos. Por otra parte, la revolución crea las bases de una nueva sociedad. Pero lo hace con los métodos de la vieja sociedad, con la lucha de clases, la violencia, la destrucción y la aniquilación. Si la revolución proletaria no hubiese ocurrido, la humanidad se habría asfixiado en sus propias contradicciones. La revolución salvó la sociedad y la cultura, pero por medio de la cirugía más cruel. Todas las fuerzas activas se concentran en la política, en la lucha revolucionaria; lo demás queda relegado a segundo término, y todo lo que constituye un obstáculo es pisoteado sin compasión. Este proceso tiene, naturalmente, sus flujos y reflujos parciales : el comunismo de guerra deja paso a la NEP que, a su vez, recorre diversos estadios. Pero esencialmente, la dictadura del proletariado no es la organización económica y cultural de una nueva sociedad, sino un régimen militar revolucionario en lucha para instaurar esa organización. No hay que olvidar esto. El historiador futuro situará probablemente el cenit de la sociedad antigua en el 2 de agosto de 1914, en que el poder exacerbado de la cultura burguesa sumió al mundo en el fuego y la sangre de la guerra imperialista. El comienzo de la nueva historia de la humanidad se fijará probablemente en el 7 de noviembre de 1917. Las etapas fundamentales del desarrollo de la humanidad se establecerán poco más o menos de la siguiente manera: la “historia” prehistórica del hombre primitivo; la historia de la antigüedad, cuyo progreso se basó en la esclavitud; la Edad Media, basada en la servidumbre; el capitalismo, con la explotación del trabajo asalariado; y finalmente la sociedad socialista, con su transición, esperemos que no dolorosa, a una comuna en la que habrá desaparecido el poder. En cualquier caso, los veinte, treinta o cincuenta años que exigirá la revolución proletaria mundial pasarán a la historia como la transición más dolorosa de un sistema a otro, y en ningún caso como una época independiente de cultura proletaria.
En estos años de respiro por los que pasamos actualmente, pueden nacer algunas ilusiones respecto a esto en nuestra república soviética. Nos hemos preocupado por los problemas culturales. Al proyectar nuestras preocupaciones actuales sobre un futuro lejano se puede llegar a imaginar una cultura proletaria de larga duración. Pero por importante y por vital que sea nuestra tarea cultural, está totalmente subordinada a la suerte de la revolución europea y mundial. Seguimos siendo meros soldados en acción. Tenemos de momento un día de descanso, que hay que aprovechar para lavarnos la camisa, cortarnos el pelo y ante todo limpiar y engrasar el fusil. Toda nuestra actividad económica y cultural actual no es más que una reorganización de nuestro equipo entre dos batallas y dos campañas. Los combates decisivos están aún ante nosotros y hay otros en el horizonte. Los días que vivimos no son todavía la época de una nueva cultura, son todo lo más el umbral de esa época. Debemos, en primer lugar, tomar posesión oficialmente de los elementos más importantes de la cultura antigua, de modo que nos sirvan al menos como base sobre la que apoyarnos para avanzar hacia la cultura nueva.
Esto se ve con gran claridad si se enfoca el problema, como se debe hacer, a escala internacional. El proletariado era, y sigue siendo, una clase no poseedora. Por esta misma razón, sus posibilidades de participar en los elementos de la cultura burguesa que han pasado a ser patrimonio de la humanidad eran extraordinariamente restringidas. En cierto sentido, se puede decir con justicia que el proletariado, al menos el proletariado europeo, ha tenido también su Reforma, sobre todo en la segunda mitad del siglo xix, en que, sin alcanzar aún directamente el poder del Estado, logró unas condiciones jurídicas más favorables a su desarrollo dentro del régimen burgués. Pero, en primer lugar, para este periodo de Reforma (parlamentarismo y reformas sociales), que coincide esencialmente con el periodo de la Segunda internacional, la historia asignó a la clase obrera aproximadamente tantos decenios como siglos había asignado a la burguesía. En segundo lugar, durante este periodo preparatorio, el proletariado no se enriqueció ni reunió en sus manos poder material alguno; al contrario, desde el punto de vista social y cultural se encontró cada vez más desposeído. La burguesía llegó al poder habiendo dominado plenamente la cultura de su tiempo. El proletariado, por su parte, llega al poder poseyendo sólo una aguda necesidad de dominar la cultura. El problema del proletariado que ha conquistado el poder consiste en primer lugar en tomar en sus manos el aparato cultural -industrias, escuelas, publicaciones, prensa, teatros, etc. – que antes estaba al servicio de otros, y abrir con él el camino hacia la cultura para sí mismo.
En Rusia la tarea se complica por la pobreza de toda nuestra tradición cultural y por los destrozos materiales producidos por los acontecimientos de los últimos años. Después de haber conquistado el poder y de haber luchado durante casi seis años por su conservación y consolidación, nuestro proletariado se ve obligado a emplear todas sus energías en la creación de las condiciones materiales de existencia más elementales y en iniciarse a sí mismo en el ABC de la cultura -ABC en el sentido auténtico y literal de la expresión. No en vano nos hemos fijado como objetivo la eliminación total del analfabetismo para el décimo aniversario del régimen soviético.
Alguien, quizás, puede objetar que yo doy al concepto de cultura proletaria un sentido demasiado amplio. Que si no puede existir una cultura proletaria total, plenamente desarrollada, la clase obrera podrá imponer al menos su sello a la cultura antes de disolverse en la sociedad comunista. Una objeción de este tipo debe considerarse en primer lugar como un serio alejamiento del concepto de cultura proletaria. Es indiscutible que el proletariado, durante la época de su dictadura, impondrá su sello a la cultura. Sin embargo, de ahí a una cultura proletaria, si se entiende por ésta un sistema desarrollado e internamente coherente de conocimientos y técnicas en todos los terrenos de la creación material y espiritual, hay mucha distancia. El hecho mismo de que, por primera vez, decenas de millones de hombres sepan leer y escribir y conozcan las cuatro operaciones aritméticas, será ya un acontecimiento cultural de la mayor importancia. La esencia de la nueva cultura reside en que no será aristocrática, para una minoría privilegiada, sino que será una cultura de masas, universal, popular. La cantidad se transformará en calidad: con el aumento del carácter masivo de la cultura se elevará también su nivel y cambiarán sus características. Pero esta evolución se operará a través de una serie de etapas históricas. Con cada nuevo éxito en esta dirección, se debilitarán los rasgos que hacen del proletariado una clase y de este modo desaparecerá la base necesaria para una cultura proletaria.
¿Y qué ocurre con los estratos superiores de la clase trabajadora, qué ocurre con su vanguardia ideológica? ¿No se puede decir que en estos círculos, por reducidos que sean, se está produciendo ya hoy el desarrollo de una cultura proletaria? ¿Es que no tenemos una academia socialista, es que no tenemos profesores rojos? Muchos cometen el error de plantearse el problema de este modo tan abstracto. Se piensa que es posible crear una cultura proletaria por métodos de laboratorio. Pero en realidad el tejido cultural básico se forma por las relaciones e interacciones que existen entre la intelligentsia de una clase y la clase misma. La cultura burguesa -técnica, política, filosófica y artística se formó por la interacción de la burguesía y sus inventores, dirigentes, pensadores y poetas. El lector creaba al escritor y el escritor al lector. Esto es cierto en una medida incomparablemente mayor tratándose del proletariado, pues su economía, su política y su cultura sólo pueden basarse en la iniciativa creadora de las masas. En un futuro inmediato, sin embargo, la tarea principal de la intelligentsia proletaria no reside en la abstracción de una nueva cultura – carente aún de base –, sino en una política cultural concreta: la asimilación sistemática, planificada y por supuesto crítica, de los elementos indispensables de la cultura ya existente, por parte de las masas atrasadas. Es imposible crear una cultura de clase a espaldas de esa clase. Luego para edificar la cultura de la clase obrera colaborando con ella y de acuerdo con su sentido histórico general, es preciso organizar el socialismo, al menos en sus líneas básicas. En este proceso, las características de clase de la sociedad no se irán acentuando, sino, al contrario, debilitándose poco a poco hasta desaparecer, en relación directa con el éxito de la revolución. La dictadura del proletariado es liberadora, precisamente en el sentido de que es un medio transitorio –muy transitorio– de despejar el camino y sentar las bases.
Para explicar más concretamente la idea del “periodo de edificación cultural” en el desarrollo de la clase trabajadora, consideremos la sucesión histórica, no de las clases sino de las generaciones. Decir que éstas se suceden y se continúan unas a otras, suponiendo una sociedad en ascenso y no en decadencia, significa que cada una añade su aportación a lo que la cultura ha acumulado hasta entonces. Pero antes de poder hacerlo, cada generación nueva debe atravesar un periodo de aprendizaje: se apropia entonces de la cultura existente y la transforma a su manera, haciéndola más o menos diferente a la de la generación anterior. Esta apropiación no es aún creadora, es decir no supone la creación de nuevos valores culturales, sino sólo la de sus premisas. En cierta medida, todo esto puede aplicarse al destino de las masas trabajadoras que se elevan al nivel de la creación histórica. Sólo es preciso añadir que antes de superar la etapa de aprendizaje cultural el proletariado habrá dejado de ser proletariado. Recordemos una vez más que la capa superior del tercer estado, la burguesía, hizo su aprendizaje cultural bajo el techo de la sociedad feudal; que mientras estaba todavía en el seno de ésta, había superado, desde el punto de vista cultural, a los viejos estamentos dirigentes y que había llegado a ser el motor de la cultura antes de llegar al poder. Todo es muy diferente tratándose del proletariado en general, y del proletariado ruso en particular; éste se ha visto forzado a tomar el poder antes de haberse apoderado de los elementos fundamentales de la cultura burguesa; se ha visto forzado a derribar la sociedad burguesa por la violencia revolucionaria precisamente porque esta sociedad le impedía el acceso a la cultura. La clase trabajadora se esfuerza por transformar el aparato estatal en una potente bomba para apagar la sed de cultura de las masas. Es una tarea de un significado histórico inmenso. Pero hablando con exactitud, no es todavía la creación de una cultura proletaria especial. “Cultura proletaria”, “arte proletario”, etc., son expresiones que en tres de cada diez casos se usan sin el menor sentido crítico para designar la cultura y el arte de la sociedad comunista futura; en dos de cada diez casos, para referirse al hecho de que grupos particulares del proletariado se apoderan de elementos aislados de la cultura preproletaria; y finalmente, en cinco de cada diez casos, es un conjunto confuso de ideas y palabras sin pies ni cabeza.
He aquí un ejemplo reciente, de entre los cien posibles, de empleo claramente negligente, erróneo y peligroso, de la expresión “cultura proletaria” : “La base económica y el sistema de superestructuras correspondiente – escribe el camarada Sisov – forman la cultura característica de una época (feudal, burguesa, proletaria)”. Así, la época cultural proletaria se coloca aquí en el mismo plano que la época burguesa. Sin embargo, lo que se denomina aquí cultura proletaria es sólo el breve periodo de transición de un sistema sociocultural a otro, del capitalismo al socialismo. La instauración del régimen burgués estuvo también precedida por una época de transición. Pero la revolución burguesa tenía como objetivo perpetuar el dominio de la burguesía, y ha tenido éxito, mientras que la revolución proletaria pretende acabar con la existencia del proletariado como clase en el plazo más breve posible. La longitud de este plazo depende totalmente del éxito de la revolución. ¿No es increíble que se pueda olvidar esto y que se coloque la época de la cultura proletaria en el mismo plano que la de la cultura feudal o burguesa?
Si esto es así, ¿Puede deducirse que no tenemos ciencia proletaria? ¿No podemos decir que la concepción materialista de la historia y la crítica marxista de la economía política son elementos científicos inestimables de una cultura proletaria? ¿No hay aquí una contradicción?
Desde luego, la concepción materialista de la historia y la teoría del valor tienen una inmensa importancia, tanto como arma de lucha de la clase proletaria como para la ciencia en general. Hay más verdadera ciencia en el Manifiesto comunista solo que en bibliotecas enteras llenas de compilaciones, especulaciones y falsificaciones profesorales sobre filosofía e historia. ¿Pero se puede decir que el marxismo constituye un producto de la cultura proletaria? ¿Y se puede decir que ya hoy estamos utilizando el marxismo, no sólo en las luchas políticas sino también en los problemas científicos generales?
Marx y Engels salieron de las filas de la democracia pequeñoburguesa y, naturalmente, se educaron en esta cultura y no en la cultura proletaria. Si no hubiese existido la clase obrera, con sus huelgas, sus luchas, sus sufrimientos y sus rebeldías, tampoco hubiese habido, por supuesto, comunismo científico, por no ser históricamente necesario. La teoría del comunismo científico se edificó totalmente sobre la base de la cultura científica y política de la burguesía, aunque declaró a esta última una guerra a muerte. Bajo los golpes de las contradicciones capitalistas, el pensamiento universalizador de la democracia burguesa se elevó, en sus representantes más audaces, más honrados y más clarividentes, hasta una genial negación de sí mismo, armado con todo el arsenal crítico de la ciencia burguesa. Así se originó el marxismo. El proletariado encontró en el marxismo su método, pero no inmediatamente, y ni siquiera hoy completamente. Hoy, este método sirve principalmente, casi exclusivamente, a objetivos políticos. El desarrollo metodológico del materialismo dialéctico y su aplicación sistemática al conocimiento, son cosas que pertenecen aun totalmente al futuro. Sólo en una sociedad socialista dejará el marxismo de ser únicamente un instrumento de lucha política, para convertirse en un método de creación científica, elemento e instrumento importantísimo de la cultura espiritual.
Es indiscutible que toda ciencia refleja en mayor o menor grado las tendencias de la clase dominante. Cuando más estrechamente se vincule una ciencia a los problemas prácticos de la conquista de la naturaleza (física, química, ciencias naturales en general), mayor será su valor humano, no clasista. Cuanto más profundamente se relacione con el mecanismo social de la explotación (economía política) o generalice abstractamente la experiencia humana (como la sicología, no en su sentido experimental y fisiológico sino en su llamado sentido « filosófico »), más se subordinará al egoísmo de clase de la burguesía y menor será su contribución al acervo general de conocimientos humanos. En el terreno de las ciencias experimentales existen diferentes grados de integridad y objetividad científica, según la amplitud de las generalizaciones hechas. Por regla general, las tendencias burguesas se desarrollan mucho más libremente en las altas esferas de la filosofía metodológica, de la «concepción del mundo». Por eso es necesario limpiar el edificio científico de pies a cabeza o, mejor dicho, desde la cabeza hasta los pies, pues es preciso comenzar por los pisos de arriba. Sin embargo, sería muy inocente creer que el proletariado debe revisar críticamente toda la ciencia heredada de la burguesía antes de aplicarla a la edificación socialista. Esto equivaldría a decir, como los moralistas utópicos: antes de construir una sociedad nueva, el proletariado debe elevarse a la altura de la moral comunista. De hecho, el proletariado transformará la moral, al igual que la ciencia, sólo después de que haya construido la sociedad nueva, aunque sea únicamente en sus líneas generales. Pero, e no estamos cayendo en un círculo vicioso? ¿Cómo se puede crear una sociedad nueva por medio de la ciencia y la moral antiguas? Aquí hay que recurrir a la dialéctica, a esa misma dialéctica que derrochamos en la poesía lírica, la administración, la sopa de verduras o el puré. Para comenzar a actuar, la vanguardia proletaria tiene absoluta necesidad de ciertos puntos de apoyo, ciertos métodos científicos que puedan liberar la mente del yugo ideológico de la burguesía; en parte los tiene ya, y en parte tiene que conquistarlos todavía.
El método fundamental ha sido ya puesto a prueba en muchas batallas y en las condiciones más variadas. Pero de esto a la ciencia proletaria hay una gran distancia. La clase revolucionaria no puede interrumpir su lucha porque el partido no haya decidido aún si debe aceptar la hipótesis de los electrones y los iones, la teoría sicoanalítica de Freud, la genética, los nuevos descubrimientos matemáticos de la relatividad, etc. Después de conquistar el poder, el proletariado tendrá muchas más posibilidades de asimilar y revisar la ciencia. Pero también ahí es más fácil decirlo que hacerlo. El proletariado no puede aplazar la construcción del socialismo hasta que sus nuevos científicos, muchos de los cuales tienen hoy pantalones cortos, hayan comprobado y depurado todos los instrumentos y todos los métodos de conocimiento. El proletariado rechaza lo que es manifiestamente inútil, falso y reaccionario, y usa, en los diferentes campos de su labor constructiva, los métodos y resultados de la ciencia actual, tomándolos necesariamente con el porcentaje de elementos clasistas y reaccionarios que contienen. El resultado práctico se justificará en conjunto, porque la práctica, sometida al control de los principios socialistas, irá revisando y seleccionando gradualmente los métodos y conclusiones de la teoría. Entre tanto habrán crecido científicos educados en las condiciones nuevas. En cualquier caso, el proletariado tendrá que realizar su obra de edificación socialista hasta un nivel bastante avanzado, es decir hasta lograr una verdadera seguridad material y la satisfacción de las necesidades culturales de la sociedad, antes de que pueda llevar a cabo una purificación general de la ciencia, de pies a cabeza. Con esto no quiero combatir el trabajo de crítica marxista que actualmente se esfuerzan por realizar muchos pequeños círculos y seminarios en diferentes terrenos. Este trabajo es necesario y útil. Debe ampliarse y profundizarse por todos los medios. Sin embargo, hay que conservar el sentido práctico marxista de la medida para apreciar el peso específico actual de tales experimentos y esfuerzos en relación con las dimensiones generales de nuestra tarea histórica.
¿Significa todo esto que hay que excluir la posibilidad de que puedan surgir de las filas del proletariado, mientras esté en el periodo de la dictadura revolucionaria, científicos eminentes, inventores, dramaturgos y poetas? De ningún modo. Pero sería extraordinariamente superficial dar el nombre de cultura proletaria ni siquiera a los éxitos más valiosos de los representantes individuales de la clase trabajadora. No se puede cambiar el concepto de cultura en monedas pequeñas para el gasto diario personal, ni se pueden determinar los progresos culturales de una clase por los pasaportes proletarios de inventores o poetas aislados. La cultura es el conjunto orgánico de conocimientos y técnicas que caracteriza a toda la sociedad, o al menos a su clase dirigente. Comprende y penetra en todos los terrenos de la creación humana y los unifica en un sistema. Las realizaciones individuales se desarrollan a partir de este nivel y lo van elevando poco a poco.
¿Existe esta relación orgánica entre nuestra poesía proletaria actual y la actividad cultural de la clase obrera en su conjunto? Es evidente que no. Individualmente o por grupos, los obreros se inician en el arte creado por la intelligentsia burguesa y usan su técnica, por el momento de un modo bastante ecléctico. ¿ Se hace con la intención de expresar su propio mundo interior, proletario ? La realidad es que no, todo lo contrario. La obra de los poetas proletarios está falta de esa calidad orgánica que no puede surgir más que de una unión íntima entre el arte y el desarrollo general de la cultura. Tenemos obras literarias de proletarios dotados e inteligentes, pero esto no es literatura proletaria. Puede, sin embargo, que llegue a ser una de sus fuentes.
El camarada Dubrovskoy ofendió gravemente a los poetas gérmenes, raíces y fuentes a los que se remontará algún investigador futuro como antecedentes de los diversos sectores de la cultura del porvenir, igual que los historiadores actuales del arte parten del teatro de Ibsen para remontarse a los misterios religiosos o del impresionismo y cubismo a la pintura de los monjes. En la economía del arte, como en la de la naturaleza, nada se pierde y todo está unido. Pero de hecho, concretamente, en la vida, la producción actual de los poetas surgidos del proletariado está aún lejos de desarrollarse al mismo ritmo que el proceso de preparación de las condiciones de la futura cultura socialista, es decir el proceso de elevación de las masas. (…)
León Trotski
Trotski, Literatura y revolución; otros escritos sobre la literatura y el arte, cap. 6, tomo 1, Ruedo ibérico ediciones, 1969.