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El periodo 1918-20, la fase «heroica» de la oleada revolucionaria internacional inaugurada por la insurrección de octubre en Rusia, fue también el período en el que los partidos comunistas de entonces formularon el programa para superar el capitalismo e iniciar la transición hacia el comunismo.
En la Revista internacional nº 93 examinamos el programa del recién fundado Partido comunista de Alemania (KPD). Vimos que consistía esencialmente en una serie de medidas prácticas con el objetivo de guiar la lucha proletaria en Alemania para contribuir a que pasara del estadio de una revuelta espontánea a una conquista consciente del poder político. En la Revista internacional nº 94 publicamos «la Plataforma de la Internacional comunista» –escrita en su congreso fundacional como base para el reagrupamiento internacional de las fuerzas comunistas y como un bosquejo de las tareas revolucionarias ante los trabajadores de todos los países.
Casi exactamente al mismo tiempo, el Partido comunista de Rusia –el partido bolchevique– (PCR) publicaba su nuevo programa. El programa era muy próximo a la plataforma de la Internacional comunista (IC), entre otras cosas porque tenía el mismo autor, Nicolás Bujarin. En cierta medida, esta separación entre el programa de los partidos comunistas nacionales y la plataforma de la IC –y entre los propios programas entre sí– reflejaba la persistencia de concepciones federalistas heredadas del periodo de la socialdemocracia; y, como Bordiga subrayó más tarde, la incapacidad del partido mundial para sujetar a sus secciones nacionales a las prioridades de la revolución internacional, lo que tuvo serias consecuencias frente al retroceso de la oleada revolucionaria y el aislamiento y degeneración de la revolución en Rusia. Tendremos ocasión de volver sobre este problema particular. Sin embargo, es instructivo hacer un estudio específico del programa del PCR y compararlo con alguno de los arriba mencionados. El programa del KPD fue el producto de un partido que tenía como tarea dirigir a las masas hacia la toma del poder; la plataforma de la IC se concibió más como punto de referencia general para todos aquellos que pretendían reagruparse en la Internacional que como programa detallado de acción. De hecho, una de las ironías de la historia es que la IC no adoptara un programa formal y unificado más que en el VIº Congreso en 1928. Esta vez, también fue Bujarin el redactor del programa, pero en realidad dicho programa no fue sino el acta del suicidio de la Internacional pues había adoptado la infame teoría del socialismo en un solo país con lo que dejaba de existir como órgano del internacionalismo proletario.
El programa del PCR por su parte fue adoptado después de la destrucción del régimen burgués en Rusia y fue ante todo una precisa y detallada declaración de los objetivos y los métodos del nuevo poder. Dicho sucintamente, fue un programa para la dictadura del proletariado y como tal supone una valiosa indicación sobre el nivel de claridad programática alcanzado por el movimiento comunista de la época. No solo eso, a pesar de que no vacilaríamos en poner de relieve aquellas partes que la experiencia práctica ha puesto en cuestión o ha refutado definitivamente, también queremos subrayar que en lo esencial este documento permanece como un punto de referencia profundamente relevante para la revolución proletaria del futuro.
El programa del PCR se adoptó en el 8º Congreso del partido en marzo de 1919. La necesidad de revisar el viejo programa del partido que databa de 1908, se había acentuado desde 1917 cuando los bolcheviques habían abandonado la perspectiva de la «dictadura democrática» a favor de la conquista proletaria del poder y la revolución socialista mundial. En el momento del 8º congreso había numerosos desacuerdos dentro del partido acerca de qué vía debía tomar el poder soviético (volveremos sobre ello en un futuro artículo) y en algunos aspectos el programa expresaba un cierto compromiso entre las diferentes corrientes existentes en el partido; pero desde luego, del mismo modo que con la plataforma de la IC, el programa fue sobre todo el producto de las luminosas esperanzas y las prácticas radicales que caracterizaron la fase inicial de la revolución y fue capaz de satisfacer a la mayoría del partido. Incluso a aquellos que empezaban a sentir que el proceso revolucionario en Rusia no avanzaba con suficiente rapidez o que ciertos principios básicos estaban siendo puestos en cuestión.
El programa vino acompañado por un considerable trabajo de explicación y popularización – el ABC del Comunismo escrito por Bujarin y Preobrazhenski. Este libro se construyó alrededor de los puntos del programa pero es mucho más que un mero comentario; por sí mismo se convirtió en un clásico, una síntesis de la teoría marxista desde el Manifiesto comunista hasta la Revolución rusa, escrito en un estilo vivo y accesible que hizo de él un manual de educación política tanto para los miembros del partido como para las más amplias masas de trabajadores que apoyaban la revolución. Si este artículo va a focalizarse en el programa del PCR más que en el ABC del comunismo es porque un examen detallado de este último supera los límites de un único artículo y no por la importancia de este libro, que sigue siendo una lectura muy útil.
Es tan útil o más todavía por los numerosos decretos emitidos por el poder de los soviets durante las primeras fases de la revolución y hasta la Constitución de 1918, la cual define la estructura y el funcionamiento del nuevo poder. Esos documentos merecen ser estudiados como parte del « programa de la dictadura del proletariado » y eso tanto más porque, como Trotski escribió en su autobiografía, «durante esta fase, los decretos eran más propaganda que verdaderas medidas administrativas. Lenin estaba impaciente de decir al pueblo lo que era el nuevo poder, lo que sería más tarde y cómo se iba a proceder para alcanzar esos objetivos» (Mi vida). Esos decretos no sólo trataban de temas económicos y políticos urgentes –tales como la estructura del Estado y del ejército, la lucha contra la contrarrevolución, la expropiación de la burguesía y el control obrero sobre la industria, la conclusión de una paz separada con Alemania, etc.–, sino también muchos otros problemas sociales como el matrimonio y el divorcio, la educación, la religión, etc. Según palabras de Trotski también, esos decretos «quedarán para siempre en la historia como proclamas de un nuevo mundo. No sólo los sociólogos y los historiadores, sino también los futuros legisladores se habrán de inspirar en múltiples ocasiones de esas fuentes».
Pero, precisamente a causa de sus gigantescos objetivos, no podremos analizarlos en este artículo. Este artículo se centrará en el programa bolchevique de 1919 porque nos da la posición más sintética y concisa de las metas generales que el nuevo poder quería alcanzar y por el partido que las asumió.
La época de la Revolución proletaria
El programa comienza, como la plataforma de la IC, situándose en la nueva «era de la revolución proletaria comunista mundial», caracterizada, por una parte, por el desarrollo del imperialismo, la feroz lucha por la dominación mundial de las grandes potencias, y de esta forma, con el estallido de la guerra mundial imperialista, tenemos una expresión concreta del colapso del capitalismo; y, por otra parte, por la revuelta internacional de la clase trabajadora contra los horrores del capitalismo en declive, una revuelta que ha tomado la forma tangible de la insurrección de Octubre en Rusia y el desarrollo de la revolución en los países centrales del capitalismo, particularmente en Alemania y en Austria-Hungría. El programa mismo no trata de las contradicciones económicas del capitalismo que lo han dirigido al colapso; estas son examinadas en el ABC del Comunismo, aunque este último tampoco formula realmente una teoría coherente y definitiva sobre los orígenes de la decadencia del capitalismo. Pero al mismo tiempo y en sorprendente contraste con la plataforma de la IC, el programa no utiliza el concepto de capitalismo de Estado para describir la organización interna del régimen burgués en la nueva era; sin embargo, este concepto es elaborado en el ABC del Comunismo y en otras contribuciones teóricas de Bujarin sobre las cuales volveremos en un próximo artículo. Finalmente, de la misma forma que la plataforma de la IC, el programa insiste con firmeza en que la clase obrera no puede hacer la revolución «sin romper la relación y llevar una lucha sin piedad contra la perversión burguesa del socialismo que domina en los líderes de la socialdemocracia y de los partidos socialistas».
Habiendo afirmado su pertenencia a la nueva Internacional comunista, el programa se mueve a partir de ese momento hacia el tratamiento de las tareas prácticas de la dictadura del proletariado «tal y como tiene lugar en Rusia, una tierra cuya característica más notable es la predominancia numérica del estrato pequeño burgués de la población». Los intertítulos utilizados en este artículo corresponden al orden y los títulos de las secciones del programa del PCR.
Política general
La primera tarea de toda revolución proletaria –la revolución de una clase que carece de un poder económico en la vieja sociedad– debe ser la consolidación de su poder político y en línea con la Plataforma de la Internacional comunista y acompañando a las Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, el programa del PCR en su sección «práctica» comienza afirmando la superioridad del sistema soviético sobre el sistema de la democracia burguesa. Frente a la pretendida universalidad de este sistema, aquél, basado en los lugares de trabajo más que en unidades territoriales de base, proclama abiertamente su carácter de clase ; en contraste con el parlamentarismo burgués, los soviets, basados en el principio de la movilización permanente mediante asambleas y la revocabilidad inmediata de los delegados, proporciona en consecuencia los medios para que la inmensa mayoría de la población explotada y oprimida ejerza un control auténtico sobre los órganos de poder del Estado y participe directamente en la transformación social y económica, todo ello sin distinción de raza, religión o de cualquier otro género. Al mismo tiempo, dado que en Rusia la inmensa mayoría de la población es campesina y que el marxismo solo reconoce una sola clase revolucionaria bajo la sociedad capitalista, el programa registra igualmente el papel dirigente del «proletariado urbano industrial» y subraya que «nuestra constitución soviética lo refleja asignando derechos preferenciales al proletariado industrial, a diferencia de las masas desunidas de la pequeña burguesía tanto del campo como de la ciudad». Concretamente como Victor Serge explica en su libro Un año de la Revolución rusa: «El Congreso panruso de los soviets se halla formado por representantes de los soviets locales, estando representadas las ciudades a razón de un diputado por cada 25000 habitantes y el campo a razón de un diputado por cada 125000 habitantes. Este artículo consagra la hegemonía del proletariado sobre los elementos rurales» (Edición en español de Siglo XXI, 1972).
El programa, y esto debe tenerse en cuenta, es un programa de partido y un verdadero partido comunista jamás puede satisfacerse con el status quo hasta haber alcanzado el objetivo último del comunismo en el cual ya no existe la necesidad del partido como un órgano separado. Esta es la razón por la que el programa insiste reiteradamente en la necesidad de que el partido luche por la participación creciente de las masas en la vida de los soviets, por elevar su nivel político y cultural, por combatir el chovinismo nacional y los prejuicios contra la mujer que todavía existen en el proletariado y en otras clases oprimidas. Hay que destacar que en el programa no hay ninguna teorización de la dictadura del partido. Eso vendrá después aunque desde el principio había una ambigüedad sobre si el partido toma o no el poder en nombre de la clase, tanto en los bolcheviques como en todo el movimiento revolucionario de la época. Más bien se desarrolla lo contrario: se manifiesta una clara conciencia de que dadas las difíciles condiciones a las que hace frente el bastión proletario ruso –retraso cultural, guerra civil– hay un serio peligro de burocratización del poder soviético, por lo cual insiste en toda una serie de medidas para combatir semejante peligro:
«1) Cada miembro del Soviet debe asumir un trabajo administrativo;
2) Debe haber una continua rotación de puestos, cada miembro del Soviet debe ganar experiencia en las distintas ramas de la administración;
Por grados, el conjunto de la clase trabajadora debe ser inducida a participar en los servicios administrativos».
En realidad, estas medidas fueron ampliamente insuficientes dado que el programa subestimaba las verdaderas dificultades provocadas por el cerco imperialista y la guerra civil; las condiciones de asedio, de hambre, la terrible realidad de una guerra civil de increíble ferocidad, la dispersión de las capas más avanzadas del proletariado en el frente, los complots de la contrarrevolución y la necesidad subsecuente del terror rojo; todo ello engulló la sangre de los Soviets y de otros órganos de la democracia proletaria, hundiéndolos más y más en un vasto y atrofiado aparato burocrático. Cuando se estaba redactando el programa, el compromiso de las capas más avanzadas de la clase en las tareas de la administración estatal había tenido el efecto perverso de sacarlos de la vida de la clase y de convertirlos en burócratas. En lugar de la tendencia planteada por Lenin en el Estado y la Revolución hacia la extinción del Estado, lo que se produjo fue la extinción progresiva de la vida de los soviets y el aislamiento progresivo del partido que se convirtió en una máquina estatal crecientemente divorciada de la autoactividad de las masas. En tales circunstancias, el partido en lugar de actuar como el crítico más radical del status quo, tendió a fusionarse con el Estado y se convirtió en un órgano de conservación social (para profundizar más en las condiciones del bastión proletario en esa época ver «El aislamiento significa la muerte de la revolución» en Revista internacional nº 75).
La rápida y trágica negación de la visión radical que Lenin había propuesto en 1917 – una situación que había avanzado considerablemente en el momento en que el programa del PCR fue adoptado – ha sido aprovechada frecuentemente por los enemigos de la revolución para probar que semejante visión era, en el mejor de los casos, pura utopía y en el peor una argucia táctica para ganar el apoyo de las masas y propulsar a los bolcheviques al poder. Para los comunistas, sin embargo, lo que prueba esa trágica realidad es que el socialismo en un solo país es imposible, pero que no es menos verdad que la democracia proletaria es la condición previa para la creación del socialismo. Sin embargo, en el programa hay una debilidad que consiste en pensar que la mera aplicación de los principios de la Comuna de París sobre la democracia proletaria bastaría, en el caso de Rusia, para llegar a la desaparición del Estado sin una declaración nítida y sin ambigüedad de que ello solo puede ser resultado del éxito de una revolución internacional.
El problema de las nacionalidades
Mientras en muchas cuestiones, no menos que sobre la cuestión de la democracia proletaria, el programa del PCR se encontró sobre todo con una dificultad práctica para aplicar las medidas propuestas en las condiciones de guerra civil, la sección sobre el problema de las nacionalidades estaba mal planteado desde el principio. El punto inicial es sin embargo correcto – «la importancia primordial de una política de unión de los proletarios y semi-proletarios de las diferentes nacionalidades para unirse en una lucha revolucionaria por la destrucción de la burguesía». Reconoce, asimismo, la necesidad de superar los recelos engendrados por largos años de opresión nacional. Sin embargo, el programa adopta el punto de vista expresado por Lenin desde los días de la IIª Internacional: el «derecho a la autodeterminación de las naciones» como la mejor vía para superar tales sospechas y aplicable incluso bajo el poder soviético. En ese punto, el autor del programa, Bujarin, dio un significativo paso atrás desde la posición que había defendido junto con Piatakov y otros durante la guerra imperialista: a saber que la consigna de autodeterminación nacional es «primero que nada utópica (pues no puede realizarse bajo el capitalismo) pero al mismo tiempo es nociva por las ilusiones que disemina» (carta al Comité central bolchevique, noviembre 1915).
Y como Rosa Luxemburgo pone de manifiesto en su folleto la Revolución rusa, la política de los bolcheviques que permitía que las «naciones oprimidas» se emanciparan del poder soviético había conducido simplemente a que los proletarios fueran sobreexplotados por sus burguesías que se encontraron con esa «autodeterminación» recién estrenada y, sobre todo, dio pie a toda clase de maniobras por parte de las grandes potencias imperialistas. Los mismos resultados desastrosos se obtuvieron en los países «coloniales» como Turquía, Irán o China donde el poder soviético intentó aliarse con la burguesía «revolucionaria». En el siglo pasado Marx y Engels habían apoyado ciertas luchas de liberación nacional porque en ese período el capitalismo tenía un papel progresivo que desempeñar frente a los restos feudales y despóticos de eras anteriores.
En ese periodo de la historia la «autodeterminación» no significaba otra cosa que «autodeterminación para la burguesía». Pero en la época de la revolución proletaria, donde la todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias y constituyen un obstáculo para el progreso humano, la adopción de semejante política prueba que es extremadamente dañina para las necesidades de la revolución proletaria (ver nuestro folleto Nación o clase y el artículo sobre la cuestión nacional de la Revista internacional nº 67). La única forma que existe para luchar contra los enemigos nacionales dentro de la clase obrera es el desarrollo de su lucha de clase internacional.
Cuestiones militares
Esta es, inevitablemente, una sección importante del programa dado que fue escrito cuando la guerra civil interna seguía haciendo estragos. El programa afirma ciertas cuestiones básicas: la necesidad de la destrucción de los viejos ejércitos burgueses y que el nuevo Ejército rojo debe ser un instrumento para la defensa de la dictadura del proletariado. Ciertas medidas son propuestas para asegurarse que el nuevo ejército sirva realmente a las necesidades del proletariado: que «debe estar exclusivamente compuesto por los proletarios y los estratos semiproletarios cercanos al campesinado»; que el entrenamiento y la instrucción del ejército serán «efectuados sobre la base de la solidaridad de clase y la formación socialista», para cuyo fin «deben existir comisarios políticos escogidos entre los comunistas más fieles y abnegados, para cooperar con el mando militar», a la vez un nuevo estrato de oficiales compuesto de obreros y campesinos conscientes debe ser preparado y entrenado para los papeles dirigentes del ejército para asegurar una reducción efectiva de la separación entre el proletariado y el ejército; debe existir «la asociación más fuerte posible entre las unidades militares y las factorías y centros de trabajo, los sindicatos y las organizaciones de los campesinos pobres», mientras que el periodo de acuartelamiento debe ser «reducido al mínimo imprescindible». El uso de expertos militares heredados del antiguo régimen es aceptado a condición de que tales elementos sean supervisados estrictamente por los órganos de la clase obrera. Prescripciones de tal género expresan la conciencia más o menos intuitiva de que el Ejército rojo es particularmente vulnerable, pudiendo zafarse del control político de clase obrera; pero dado que se trata del primer Ejército rojo y del primer Estado soviético de la historia esa conciencia es inevitablemente limitada tanto a nivel teórico como práctico.
El último párrafo de la sección plantea sin embargo problemas cuando dice que «la petición de la elección de los oficiales, la cual tiene gran importancia como cuestión de principio en relación con el ejército burgués cuyos jefes eran especialmente entrenados para constituir un aparato de sumisión de clase sobre los soldados comunes (y a través de ellos del conjunto de las masas) deja de tener relevancia como cuestión de principio respecto al ejército de clase de los obreros y los campesinos. Una posible combinación de elección y nombramiento desde arriba puede ser un expediente adecuado para el ejército revolucionario de clase en el terreno práctico».
Es verdad que la elección y la toma de decisiones colectiva tiene sus limitaciones en el contexto militar – particularmente en el fragor de la batalla – pero el párrafo parece subestimar el grado con el que el nuevo ejército estaba reflejando la burocratización del Estado al revivir muchas de las viejas normas de subordinación. De hecho, una «Oposición militar», relacionada con el grupo Centralismo democrático, había surgido ya en el partido y había sido particularmente virulenta en la crítica de la tendencia a desviarse de «los principios de la Comuna» en la organización del Ejército. Estos principios no son solo importantes desde el punto de vista práctico sino sobre todo porque crean las mejores condiciones para que la vida política del proletariado se difunda en el ejército. Pero durante el periodo de la guerra civil ocurrió lo contrario: la imposición de los métodos militares «normales» ayudó a crear un clima a favor de la militarización de todo el poder soviético. El jefe del Ejército rojo, Trotski, se convirtió en portavoz de tal postura durante el periodo 1920-21.
El problema básico que abordamos aquí es el problema del Estado del periodo de transición. El Ejército rojo –lo mismo que la fuerza especial de seguridad, la Cheka, la cual no es ni siquiera mencionada en el programa– es un órgano estatal por excelencia y aunque puede ser utilizado para salvaguardar las posiciones de la revolución, no puede ser considerado en manera alguna como un órgano proletario y comunista. Incluso aunque estuviera únicamente compuesto de obreros (lo cual era totalmente imposible en Rusia) aparece inevitablemente como un órgano alejado de la vida colectiva de la clase. Resultó particularmente dañino que el Ejército rojo, así como otras instituciones del Estado, eludieran cada vez más el control de los consejos obreros; al mismo tiempo, la disolución de los Guardias rojos, basados en las factorías, privó a la clase de los medios de autodefensa propios contra el peligro de degeneración interna. Pero esas son lecciones que no podían aprenderse sino a través de la despiadada escuela de la experiencia revolucionaria.
La justicia proletaria
Esta sección complementa la dedicada a política general. La destrucción del viejo Estado burgués trae consigo la sustitución de los viejos tribunales burgueses por un nuevo aparato de justicia en el cual los jueces son elegidos entre los trabajadores y los jurados entre las masas de la población laboriosa; el nuevo sistema de justicia debe ser simplificado al máximo y hacerse más accesible a la población que el laberinto de los altos y tribunales y los tribunales ordinarios. Los métodos penales tienen que ser depurados de cualquier actitud de revancha y convertirse en constructivos y educativos. El objetivo a largo plazo es que «el sistema penal se transforme en un sistema de medidas de carácter educativo» en una sociedad sin clases ni Estado. En el ABC del comunismo se subraya no obstante que las exigencias urgentes de la guerra civil requieren que los tribunales populares sean completados por tribunales revolucionarios para tratar no los crímenes sociales «ordinarios», sino las actividades de la contrarrevolución. La justicia sumarísima que impusieron esos tribunales era el producto de una necesidad urgente, aunque se cometieron abusos y la introducción de métodos más humanos fue pospuesta indefinidamente. Así, la pena de muerte, abolida por uno de los primeros decretos del nuevo poder soviético en 1917, fue rápidamente restablecida para luchar contra el Terror blanco.
Educación
De la misma forma que las reformas penales, los esfuerzos del poder soviético por cambiar el sistema educativo se vieron afectados por las exigencias de la guerra civil. Además, dado el extremo retraso de las condiciones sociales en Rusia, donde el analfabetismo estaba muy extendido, muchas de las medidas propuestas se limitaban a capacitar a la población rusa para alcanzar un nivel de educación que ya habían alcanzado las más avanzadas democracias burguesas. Así, el llamamiento por una educación libre, para ambos sexos y obligatoria para todos los niños hasta los 17 años; la provisión de guarderías y escuelas maternales para liberar a las mujeres de la cárcel doméstica; eliminar la influencia religiosa en las escuelas; provisión de facilidades extra escolares tales como la educación de adultos, bibliotecas, cines etc.
Sin embargo, el objetivo a largo plazo era «la transformación de la escuela de un órgano para el mantenimiento de la dominación de clase de la burguesía en un órgano para la completa abolición de la división de clases de la sociedad encaminado a la regeneración comunista de la sociedad».
Con ese fin, la educación unificada con el trabajo fue un concepto clave, elaborado de forma más completa en el ABC del comunismo, su función era concebida como un comienzo de la superación de la división entre escuelas primarias, secundarias y de grado superior, entre escuelas comunes y escuelas de élite. Aquí, de nuevo, se reconocía que si bien la escuela era el ideal de la más avanzada educación, la escuela unificada con el trabajo fue vista como un factor crucial en la abolición comunista de la división del trabajo.
La esperanza estaba en que desde la más temprana etapa de la de la vida del niño no debía existir ninguna rígida separación entre la educación mental y el trabajo productivo, es decir que «en la sociedad comunista, no habrá corporaciones cerradas, no habrá gremios estereotipados, no habrá petrificados grupos de especialistas. El más brillante hombre de ciencia será a la vez un capacitado trabajador manual. Las primeras actividades del niño tomarán la forma de un juego y gradualmente pasará al trabajo en una imperceptible transición, eso quiere decir que el niño aprende desde el principio en relación con el trabajo manual, viéndolo no como una necesidad desagradable o como un castigo, sino como una expresión natural y espontánea de sus facultades. El trabajo será visto como una necesidad, de la misma forma que el deseo por comer o beber; esta necesidad debe ser instigada y desarrollada en la escuela comunista».
Estos principios básicos seguirán siendo válidos en una futura revolución. Contrariamente a ciertas tendencias del anarquismo, la escuela no puede ser abolida de la noche a la mañana, pero su aspecto como instrumento para imponer la disciplina y la ideología burguesa puede ser atacado directamente desde el principio, no solo respecto al contenido de lo que es enseñado (el ABC del comunismo insiste mucho en que en todas las áreas del saber la escuela debe desarrollar una visión proletaria) pero sobre todo en la forma en la que la enseñanza se imparte (el principio de la democracia directa debe sustituir en todo lo que sea posible la vieja jerarquía de la escuela).
Del mismo modo, el abismo entre trabajo manual y trabajo mental debe ser atacado desde el principio. En la Revolución rusa tuvieron lugar numerosos experimentos en esa dirección e incluso, aunque se vieron paralizados por la guerra civil, continuaron durante los años 20. Desde luego, uno de los signos del triunfo de la contrarrevolución fue que las escuelas volvieron a ser instrumentos de imposición de la ideología y jerarquía burguesas, aunque se les pusiera la etiqueta del «marxismo» estalinista.
Religión
La inclusión de una sección específica sobre la religión en el programa del partido era expresión del retraso de las condiciones materiales y culturales de Rusia. Ello obligó al nuevo poder a «completar» ciertas tareas que no había realizado el viejo régimen, en particular, la separación entre la Iglesia y el Estado y la abolición de la subvención estatal de la religión. Sin embargo, esta sección explica también que el partido no puede quedarse satisfecho con esas medidas «que la democracia burguesa incluye en sus programas pero que nunca es llevada hasta el final por los lazos evidentes que hay entre el capital y la propaganda religiosa». Había también objetivos a largo plazo guiados por el reconocimiento de que «sólo la conciencia completa y la plena actividad y participación de las masas en las actividades económicas y sociales pueden llevar a la completa desaparición de los prejuicios religiosos». En otras palabras, la alienación religiosa no puede ser eliminada sin eliminar la alienación social y ello solo es posible en una sociedad comunista plena. Eso no significa que entre tanto los comunistas adopten una actitud pasiva ante las ilusiones religiosas que puedan existir en las masas; al contrario, luchan contra ellas defendiendo activamente una concepción científica del mundo. Pero eso sólo puede realizarse a través de un trabajo de propaganda. Era totalmente ajeno a los bolcheviques abogar por la supresión forzosa de la religión. Otra marca del estalinismo fue atreverse a proclamar con arrogancia que habían construido el socialismo porque habían extirpado por la fuerza la religión. Al contrario, a la vez que defendían un ateísmo militante, los comunistas y el nuevo poder revolucionario deben «evitar todo lo que pueda herir el sentimiento de los creyentes, lo cual solo puede conducir a reforzar el fanatismo religioso». Esta postura es totalmente contraria a la del anarquismo que es partidario del método de la provocación directa y el insulto.
Estas prescripciones básicas no han perdido relevancia en la actualidad. La esperanza, expresada en los primeros escritos de Marx, de que la religión hubiera muerto para el proletariado, no se ha cumplido. Tanto la persistencia de enormes retrasos económicos y sociales en muchas partes del mundo como la decadencia y la descomposición de la sociedad burguesa, con su tendencia a volver hacia formas extremadamente reaccionarias de pensamiento y comportamiento, han asegurado a la religión y sus diferentes variantes un papel de poderosa fuerza de control social. Por consiguiente, los comunistas tienen todavía ante sí la tarea de luchar contra «los prejuicios religiosos de las masas».
Cuestiones económicas
La revolución proletaria comienza necesariamente como una revolución política ya que la clase obrera no dispone de medios de producción ni de propiedad social, por lo que necesita la palanca del poder político para poder empezar la transformación social y económica que conduce a una sociedad comunista. Los bolcheviques tenían especial claridad sobre el hecho de que esta transformación sólo podría ser llevada a su conclusión a escala global, aunque como ya hemos señalado, el programa del PCR, incluso en esta sección, contenía una serie de formulaciones ambiguas que hablan del establecimiento del comunismo completo como una especie de progresivo desarrollo dentro del «poder soviético», sin dejar claro si se refiere al poder soviético existente en Rusia o a una república mundial de los consejos obreros. En lo fundamental, sin embargo, las medidas económicas propugnadas en el programa eran relativamente modestas y realistas. Un poder revolucionario no puede evitar plantearse, desde el principio, las cuestiones económicas, ya que es precisamente el caos económico provocado por el capitalismo lo que impulsa al proletariado a actuar para que la sociedad pueda proporcionar como mínimo lo que necesita para subsistir. Este fue el caso en Rusia donde la reivindicación del «pan» fue uno de los principales factores de movilización. Sin embargo toda ilusión de que la clase obrera podría, tranquila y pacíficamente, enderezar la vida económica quedó rápidamente frustrada por el inmediato y brutal cerco imperialista a Rusia, y la contrarrevolución de los ejércitos blancos que, junto a los estragos de la guerra mundial «legaron una situación absolutamente caótica» al proletariado victorioso. En tales condiciones, los primeros objetivos del poder soviético en la esfera económica, fueron:
– completar la expropiación de la clase dominante, el control de los principales medios de producción por parte del poder soviético.
– centralizar las actividades económicas en todas las áreas bajo dominio soviético (incluidas las existentes en «otros» países) bajo un plan común. El objetivo de esa planificación era asegurar «un crecimiento generalizado en las fuerzas productivas del país», no por el bien del país, sino para asegurar «un rápido incremento de los bienes que urgentemente necesita la población»;
– integrar gradualmente la producción urbana a pequeña escala (artesanado) en el sector socializado a través del desarrollo de cooperativas así como otras formas más colectivas ;
– utilizar al máximo toda la fuerza de trabajo disponible, a través de «la movilización general, por parte del poder soviético de todos los miembros de la población, física y mentalmente aptos para el trabajo»;
– estimular una nueva disciplina del trabajo basada en un sentido colectivo de responsabilidad y solidaridad;
– aprovechar al máximo los beneficios de la investigación científica y la tecnología, incluyendo la utilización de especialistas heredados del antiguo régimen.
Estas líneas maestras siguen siendo fundamentalmente válidas, tanto en los primeros momentos del poder proletario cuando se necesita producir para cubrir las necesidades de un área determinada, como cuando verdaderamente comience la construcción comunista por la república mundial de los consejos obreros. El principal problema, se planteó en este terreno dada la dramática contradicción existente entre los objetivos generales y las condiciones inmediatas. La tentativa de aumentar la capacidad de consumo de las masas quedó rápidamente frustrada por las exigencias de la guerra civil, que llevaron a Rusia a una caricatura de economía de guerra. Tan grande fue el caos consiguiente a la guerra civil que «el desarrollo de las capacidades productivas del país» ni siquiera pudo arrancar. En vez de ello, las capacidades productivas de Rusia, ya brutalmente disminuidas por la guerra imperialista, resultaron aún más mermadas por los estragos de la guerra civil, y por la necesidad de vestir y alimentar al Ejército rojo que combatía la contrarrevolución. Que esta economía resultara firmemente centralizada y que, en las condiciones de caos financiero que existían, estuviera virtualmente privada de formas monetarias, llevó a lo que se conoció como «comunismo de guerra».
Pero esto no significa, en absoluto, que las necesidades militares no se impusieran cada vez más sobre los verdaderos objetivos y métodos de la revolución proletaria. Para poder mantener su carácter político colectivo la clase obrera necesita asegurar un mínimo de sus necesidades básicas materiales, para así poder disponer del tiempo y la energía que requiere su participación en la actividad política, Pero ya hemos visto cómo, en vez de esto, la clase obrera sufrió durante la guerra civil una penuria absoluta, y sus mejores elementos se dispersaron en el frente o quedaron anegados en la creciente burocracia «soviética», sujeta a un verdadero proceso de «desclasamiento». Mientras, otros huían al campo o trataban de sobrevivir trapicheando o robando; aquellos que permanecían en las escasas fábricas que aún se mantenían en pie, se vieron forzados a trabajar aún más horas que antes y a menudo bajo la vigilancia inquisidora de destacamentos del Ejército rojo. El proletariado ruso aceptó convencido tales sacrificios aunque, y dado que no fueron compensados por la extensión de la revolución, a la larga se vio profundamente perjudicado sobre todo en su capacidad de defender y mantener su dictadura sobre la sociedad.
El programa del PCR, como ya hemos visto, supo ver el peligro de la creciente burocratización en este período, y propuso toda una serie de medidas para combatirla. Pero si bien el apartado «político» del programa apuesta decididamente por la defensa de los soviets como el mejor medio para mantener la democracia proletaria; los apartados dedicados a las cuestiones económicas insiste en el papel de los sindicatos tanto en la gestión de la economía como en la defensa de los trabajadores frente a los excesos de la burocracia: «La participación de los sindicatos en la conducción de la vida económica, y su compromiso con las amplias masas populares en esa labor, les hará ser, al mismo tiempo, nuestra principal ayuda en la campaña contra la burocratización del poder soviético. Esto también facilitará el establecimiento de un control efectivo sobre los resultados de la producción».
Es completamente cierto que el proletariado, la clase políticamente dominante, necesita también ejercer al máximo un control directo sobre el proceso de producción y –comprendiendo que las tareas políticas no pueden ser subordinadas a las económicas, sobre todo en el período de la guerra civil– esto sigue siendo válido a través de todas las fases del período de transición. Si los trabajadores no logran «mandar» en las fábricas difícilmente serán capaces de sustentar el control político sobre toda la sociedad. Lo que sí es erróneo, en cambio, es que los sindicatos puedan cumplir esa tarea. Por el contrario y dada su verdadera naturaleza, los sindicatos fueron mucho más sensibles al virus de la burocratización, y no es por tanto casualidad si los sindicatos se convirtieron en los órganos del creciente Estado burocrático en las fábricas, aboliendo o absorbiendo a los comités de fábricas que habían sido un producto del impulso revolucionario de 1917, y que eran una expresión mucho más directa de la vida de la clase, y una base mucho más adecuada para resistir la burocratización y regenerar el sistema soviético en su conjunto. Pero los comités de fábrica ni siquiera aparecen mencionados en el programa. Es cierto que en esos comités pesaban frecuentemente incomprensiones de tipo localista y sindicalista, que entendían cada fábrica como si fuera propiedad privada de los trabajadores que en ella trabajaban: durante los desesperantes días de la guerra civil tales ideas alcanzaron su punto culminante en la práctica de los obreros que canjeaban sus «propios productos» por alimentos o combustibles. Pero la respuesta a tales errores no consistía en que tales comités fueran absorbidos por los sindicatos y el Estado, sino en asegurar que funcionaran como órganos de centralización proletaria vinculándolos mucho más estrechamente a los soviets obreros –lo cual era obviamente posible dado que eran las mismas asambleas obreras las que elegían sus representantes para el soviet local como para su comité de fábrica.
A estas observaciones debemos añadir las dificultades de los bolcheviques para comprender que los sindicatos se habían quedado caducos como órganos de la clase (lo que se confirmaba, precisamente, por el surgimiento de la forma soviética), lo que tuvo graves consecuencias en la Internacional, especialmente tras 1920, cuando la influencia de los comunistas rusos fue decisiva para impedir que la Internacional comunista adoptara una posición tajante sobre los sindicatos.
Agricultura
La base desde la que el programa del PCR se planteaba la cuestión campesina había sido señalada ya por Engels respecto a Alemania. Mientras que las grandes explotaciones capitalistas sí podrían ser socializadas con bastante rapidez por el poder proletario, no es posible obligar a los pequeños agricultores a unirse a ese sector, sino que deben ser ganados progresivamente, sobre todo merced a la capacidad del proletariado de demostrar en la práctica la superioridad de los métodos socialistas.
En un país como Rusia en el que las relaciones precapitalistas aún dominaban gran parte del campo, y en la que la expropiación de los grandes haciendas, durante la revolución, fragmentó la tierra en pequeñas propiedades campesinas, esto era aún más válido. Así pues, la política del partido sólo podía ser la de estimular, por un lado, la lucha de clases entre los pobres campesinos semiproletarios y los campesinos ricos y los capitalistas rurales, ayudando a crear organismos especiales para el campesinado pobre y el proletariado agrícola, que constituirían el principal apoyo a la extensión y la profundización de la revolución en el campo. Y, por otro lado, establecer un modus vivendi con los campesinos de pequeñas y medianas propiedades, ayudándoles materialmente con semillas, abonos, tecnología, etc. de manera que pudieran aumentar sus cosechas, al mismo tiempo que se fomentaban las cooperativas y comunidades, como pasos de una transición hacia una verdadera colectivización. «El partido aspira a separarlo (al campesinado medio) de los campesinos ricos, llevándolo al lado del proletariado, prestando una especial atención a sus necesidades. Intenta superar su atraso en materia cultural con medidas de carácter ideológico, evitando cuidadosamente medidas de tipo coercitivo. En todas aquellas ocasiones en que se afecte a sus intereses no deberemos dudar en llegar a acuerdos prácticos, haciéndoles concesiones y también promoviendo la construcción socialista».
Dada la terrible escasez que se abatió sobre Rusia tras la insurrección, el proletariado no podía ofrecer casi nada, en cuanto a mejoras materiales, a estas capas. Por otra parte, bajo el comunismo de guerra, se cometieron multitud de abusos contra los campesinos en las requisas de grano con el que alimentar al ejército y a las ciudades hambrientos. Aún así, esto está muy lejos de las colectivizaciones forzosas del estalinismo, que se basó en la una monstruosa identificación entre la expropiación violenta de la pequeña burguesía (impuesta, por otra parte, por la economía de guerra capitalista) y la consecución del socialismo.
Distribución
«En la esfera de la distribución, la tarea del poder soviético es hoy la de continuar, indefectiblemente, la sustitución del comercio por una decidida distribución de los bienes, a través de un sistema organizado por el Estado a escala nacional. El objetivo es alcanzar la organización del conjunto de la población en una red integral de comunidades de consumidores, capaces de distribuir las mercancías necesarias del modo más rápido, decidido y económico, con el menor gasto de trabajo; al mismo tiempo que se centraliza rigurosamente todo el aparato distributivo». Las asociaciones cooperativas que entonces existían, y que eran calificadas de «pequeño-burguesas», fueron en lo posible transformadas en «comunas de consumidores dirigidas por proletarios o semiproletarios».
Este pasaje expresa toda la amplitud y al mismo tiempo todas las limitaciones de la Revolución rusa. La colectivización de la distribución es desde luego parte íntegra del programa revolucionario, y este apartado muestra lo seriamente que se lo tomaron los bolcheviques. Pero los progresos que hicieron fueron enormemente exagerados durante el período del comunismo de guerra, precisamente por las circunstancias de ese momento. El comunismo de guerra no supuso más que la colectivización de la miseria, y fue en gran parte impuesto por una máquina estatal que se alejaba a pasos agigantados de las manos de los trabajadores. La fragilidad de las bases de esta colectivización de la distribución se puso de manifiesto cuando tras la guerra civil interna, se produjo rápidamente un retorno a la empresa y el comercio privados (lo que, en todo caso, ya había florecido en el período del comunismo de guerra bajo la forma de mercado negro),
Es verdad que el proletariado tendrá que colectivizar amplios sectores del aparato productivo tras la insurrección triunfante en una región del mundo, y que deberá hacer lo mismo con muchos aspectos de la distribución. Pero si bien tales medidas pueden tener una cierta continuidad con las políticas que desarrolle una revolución victoriosa a escala mundial, nunca lo primero puede identificarse con esto último. La verdadera colectivización de la distribución depende de la capacidad del nuevo orden social para «disponer de mercancías» más efectivamente que en el capitalismo (aún cuando la naturaleza de las mercancías difiera sensiblemente). La escasez material y la pobreza engendran unas nuevas relaciones mercantiles, la abundancia material, en cambio, es la única base sólida para el desarrollo de una distribución colectivizada y para una sociedad que «inscribe en su banderas: de cada cual según sus posibilidades; a cada cual según sus necesidades» (Marx, Crítica del Programa de Gotha, 1875).
Dinero y Banca
Otro tanto sucede con el dinero, el vehículo que «normalmente» utiliza la distribución bajo el capitalismo: dada la imposibilidad de instalar inmediatamente un comunismo total, todavía menos en un sólo país, el proletariado sólo puede adoptar una serie de medidas que tiendan hacia una sociedad sin dinero. Sin embargo, las ilusiones del comunismo de guerra –en el que el colapso de la economía se tomó por su reconstrucción comunista– llevó a un tono exageradamente optimista en éste como en otros aspectos ya mencionados. Igual de exageradamente optimista es la noción de que la simple nacionalización de la banca, y la fusión de las distintas entidades en un único banco estatal, serían los primeros pasos hacia «la desaparición de los bancos y su conversión en una central contable de la sociedad comunista». Resulta dudoso que órganos tan fundamentales para las operaciones del capital puedan ser arrebatados de ese modo, aún cuando la incautación física de los bancos será por supuesto necesaria como uno de los primeros objetivos revolucionarios para paralizar el brazo del capital.
Finanzas
«Cuando empieza la socialización de los medios de producción confiscados a los capitalistas, el poder estatal deja de ser un aparato parasitario que se alimenta del proceso productivo. De nuevo, aquí, comienza su transformación en una organización plenamente dedicada a la función de administrar la vida económica del país. A tal efecto, el presupuesto estatal será el presupuesto global de la economía nacional». Una vez más aunque las intenciones fueran laudables, la amarga experiencia mostró cómo, en las condiciones de aislamiento y estancamiento de la revolución, incluso el nuevo Estado-Comuna se transformó progresivamente en un cuerpo parásito que creció a expensas de la revolución y de la clase obrera. Aun ni siquiera en las mejores condiciones puede decirse que la mera centralización de las finanzas en manos del Estado lleve «naturalmente» desde una economía que antes funcionaba basada en la ley del beneficio, hacia otra basada en las necesidades humanas.
El problema de la vivienda
Esta sección del programa está mucho más implicada en las necesidades y posibilidades inmediatas. Una victoria del poder proletario debe dar los primeros pasos para eliminar la falta de viviendas y el hacinamiento, como así hizo el poder soviético después de 1917, cuando «expropió todas las casas pertenecientes a los señores capitalistas y las entregó a los soviets de las ciudades. Esto llevó a las masas obreras de los suburbios a las mansiones burguesas. Entregó las mejores viviendas a las organizaciones obreras, corriendo el Estado con los gastos de su mantenimiento, e igualmente proporcionó muebles, etc., a las familias obreras». Pero, una vez más, los objetivos más constructivos del programa – eliminar el chabolismo y facilitar una vivienda digna para todos – resultaron severamente frustrados en un país devastado por la guerra. Y cuando, más tarde, el régimen estalinista se embarcó en un masivo programa de viviendas, la pesadilla que resultó de ese programa (los infames barracones para obreros de estilo cuartelario de los países del antiguo bloque del Este) no fueron ciertamente la solución al «problema de la vivienda».
Evidentemente, la solución a largo plazo del problema de la vivienda pasa por una completa transformación de las condiciones de vida tanto urbanas como rurales, por la abolición de la antítesis entre la ciudad y el campo, la reducción del gigantismo urbano y la distribución racional de la población obrera en toda la faz de la Tierra. Y, por supuesto, estas grandiosas transformaciones no pueden ser llevadas a cabo hasta después de una derrota definitiva de la burguesía.
Protección al trabajo y bienestar social
Las medidas que se tomaron inmediatamente en este terreno, habida cuenta de las extremas condiciones de explotación que prevalecían en Rusia, fueron simplemente la satisfacción de unas reivindicaciones mínimas por las que el movimiento obrero llevaba luchando mucho tiempo: la jornada de 8 horas, los subsidios de enfermedad y desempleo, las vacaciones pagadas y las bajas por maternidad etc. Sin embargo, como reconoce el propio programa, muchas de estas adquisiciones debieron ser suspendidas o modificadas debido a las exigencias de la guerra civil. Sin embargo, el programa pide al partido que luche no sólo por esas reivindicaciones inmediatas, sino por algunas mucho más radicales –en particular la reducción de la jornada a seis horas, lo que proporcionaría más tiempo para ser dedicado a la formación no sólo en aspectos relacionados con el trabajo, sino sobre todo en la administración del Estado. Esto fue crucial ya que, como hemos señalado, una clase obrera agotada por el trabajo diario no tendrá el tiempo y la energía necesarios para la actividad política y el funcionamiento del Estado.
Higiene pública
Este es, una vez más, un aspecto en el que la lucha por «reformas» se vio seriamente dificultado por las terribles condiciones de vida del proletariado ruso (enfermedades relacionadas con el hacinamiento, inobservancia de medidas de higiene y seguridad en el trabajo). Así «el Partido comunista de Rusia se plantea como tareas inmediatas:
1) luchar decididamente por la extensión de medidas sanitarias en interés de los trabajadores tales como:
a) la mejora de las condiciones sanitarias en todos los lugares públicos: la protección de la tierra, el agua, y el aire,
b) la organización de cocinas comunitarias y de un suplemento alimenticio basado en criterios científicos e higiénicos,
c) medidas para prevenir la extensión de enfermedades contagiosas,
d) legislación sanitaria;
2) una campaña contra enfermedades sociales (tuberculosis, enfermedades venéreas, alcoholismo);
3) la prestación de asistencia y tratamientos médicos gratuitos para toda la población».
Muchas de estas medidas, aparentemente básicas, han sido ya conseguidas en numerosas regiones del planeta. Y, sin embargo, el problema no ha hecho más que incrementarse. Para empezar, la burguesía, enfrentada al desarrollo de la crisis, aplica en todas partes recortes a las prestaciones médicas, algo que empezaba a considerarse «normal» en los países capitalistas avanzados. En segundo lugar, la agravación de la decadencia capitalista ha ahondado muchos otros problemas, sobre todo los derivados de una «progresiva» destrucción del medio ambiente natural. Y aunque el programa del PCR mencione sólo brevemente la necesidad de «proteger la tierra, el agua y el aire», cualquier programa futuro deberá reconocer la enorme tarea que esto representa tras décadas de envenenamiento sistemático de la «tierra, el agua y el aire».
CDW
El programa del PCR se concentró especialmente en la elaboración de las medidas políticas inmediatas que el régimen proletario debe asumir para asegurar su supervivencia y para extender y profundizar la revolución. Pero durante ese período hubo también tentativas de desarrollar una comprensión más teórica y científica de las tareas del período de transición. El próximo artículo de esta serie examinará críticamente el más famoso de estos intentos: Cuestiones económicas del período de transición, de N. Bujarin.