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Esta serie llega ahora a la época que siguió a la muerte de Marx en 1883; es una coincidencia que la mayor parte de los materiales que vamos a examinar en los artículos que siguen se sitúan en los años que separan la muerte de Marx con la de Engels, que ocurrió hace 100 años ahora. La ingente contribución de Marx a la comprensión científica del comunismo ha hecho que una parte importante de esta serie se haya dedicado a la labor de esa figura señera del movimiento obrero. Pero del mismo modo que Marx no inventó el comunismo ([1]), tampoco, después de su muerte, cesó el movimiento comunista de elaborar y esclarecer sus fines históricos. Los partidos socialdemócratas o socialistas prosiguieron esa labor, partidos que comenzaron a convertirse en una fuerza importante durante las dos últimas décadas del siglo XIX. Engels, el camarada y amigo de Marx, desempeñó evidentemente un papel de la primera importancia en esa labor. Como hemos de ver, no era el único; pero ningún homenaje más militante podrá rendírsele a Engels que el de mostrar la importancia que él tuvo en la definición del proyecto comunista de la clase obrera.
Existen hoy muchas corrientes que creen que reivindicarse del comunismo revolucionario significa quitarse de encima todo recuerdo de la socialdemocracia, renegar de todo el período que va desde la muerte de Marx a la Primera Guerra mundial, como si aquella etapa fuera una especie de período negro o de retroceso sin salida en el camino que va desde Marx hasta ellos. Los consejistas, los modernistas, los anarco-bordiguistas del estilo del Groupe communiste internationaliste (GCI) y toda una ristra de subespecies del “pantano” afirman que los partidos socialistas no eran otra cosa que instrumentos de integración del proletariado en la sociedad burguesa, y que no aportaron nada a nuestra comprensión de la revolución comunista. La “prueba” estribaría sobre todo en las actividades sindicales y parlamentarias de la Socialdemocracia. También piensan esos grupos que el verdadero objetivo de esos partidos, la sociedad a la que más comúnmente se referían llamándola “socialismo” no era más que una forma de capitalismo de Estado. En resumen, lo que vienen a decir esos grupos es que los partidos que hoy se llaman “socialistas”, el Laborista de Blair, o los Partidos socialistas de Mitterrand o González serían de hecho los herederos legítimos de los partidos socialdemócratas de los años 1880, 1890 y 1900.
Para algunas de esas corrientes “anti-socialdemócratas”, sólo se restauró el comunismo auténtico con Lenin, y Luxemburg, después de la Primera Guerra mundial, tras la muerte definitiva de la IIª Internacional y la traición de esos partidos. Otros, más “radicales” todavía, han descubierto que bolcheviques y espartaquistas tampoco eran otra cosa que restos de la socialdemocracia: los primeros verdaderos revolucionarios del siglo XX serían pues los comunistas de izquierda de los años 1920 y 30. Pero como existe una continuidad directa entre las Izquierdas socialdemócratas (es decir no sólo las corrientes de Lenin y Luxemburgo, sino también de Pannekoek, Gorter, Bordiga y otros) y la izquierda comunista posterior, los ultraradicales de marras, para no equivocarse consideran a menudo que no ha habido más comunistas verdaderos en este siglo que ellos mismos. Es más, ese radicalismo retrospectivo y desvergonzado se aplica igualmente a los precursores de la socialdemocracia: primero a Engels, quien, nos dicen, no habría adquirido jamás el método de Marx y se habría convertido más o menos en un viejo reformista al final de su vida; y después, a menudo, se ponen a dar hachazos a Marx mismo y sus molestas insistencias sobre nociones “burguesas” como la ciencia o el progreso y el declive histórico. Por una extraña coincidencia, el descubrimiento final suele ser el siguiente: la verdadera tradición revolucionaria se encuentra en la valerosa revuelta de los Ludistas o de... Bakunin.
La CCI ha dedicado ya todo un articulo a ese tipo de argumentos en la Revista internacional nº 50, en la serie sobre la defensa de la noción de decadencia del capitalismo. No vamos a repetir aquí todos los contra-argumentos. Baste decir que el “método” en el que se basan esos argumentos es precisamente el del anarquismo ahistórico, idealista y moralizador. Para el anarquismo, la conciencia no es considerada como producto de un movimiento colectivo que evoluciona históricamente. Por eso, las verdaderas líneas de continuidad y de discontinuidad del movimiento real no le interesan. Por eso, las ideas revolucionarias dejan de ser el producto de una clase revolucionaria y de sus organizaciones, siendo, al contrario, esencialmente la inspiración de brillantes individuos o círculos de iniciados. De ahí la incapacidad patética de los “anti-socialdemócratas” para comprender que los grupos y las ideas revolucionarias de hoy no han nacido ya hechos, como Atenea de la frente Zeus, sino que son los descendientes orgánicos de una largo proceso de gestación, de toda una serie de luchas en el seno del movimiento obrero: la lucha por construir la Liga de los comunistas contra los vestigios del utopismo y del sectarismo; la lucha de la tendencia marxista en la AIT contra “el socialismo de Estado” por un lado y el anarquismo por otro; la lucha por la construcción de la IIª Internacional sobre una base marxista y, más tarde, la lucha de las Izquierdas por mantenerla en esa base contra el desarrollo del revisionismo y del centrismo; la lucha de esas mismas Izquierdas por formar la IIIª Internacional después de la muerte de la IIª y la lucha de las Fracciones de izquierda contra la degeneración de la Internacional comunista durante el reflujo de la ola revolucionaria de la primera posguerra; la lucha de esas fracciones por conservar los principios comunistas y desarrollar la teoría comunista durante los años negros de la contra revolución; la lucha por reapropiarse de las posiciones comunistas con la reanudación histórica al final de los años 60. De hecho, el tema central de esta serie de artículos ha sido demostrar que nuestra comprensión de los objetivos y de los medios de la revolución comunista no hubieran existido nunca sin toda esa serie de combates.
Una comprensión de lo que es la sociedad comunista y de los medios de llegar a ella no puede existir en el vacío, en las mentes de no se sabe qué individuos privilegiados. Se desarrolla y es defendida en y por las organizaciones colectivas de la clase obrera, y las luchas mencionadas no eran sino luchas por la organización revolucionaria, luchas por el partido. La conciencia comunista de hoy no existiría sin la cadena de organizaciones que nos une a los albores mismos del movimiento obrero.
Para los anarquistas, al contrario, la lucha que los une al pasado es una lucha contra el partido, pues la ideología anarquista es reflejo de la resistencia desesperada de la pequeña burguesía contra las valiosas adquisiciones organizativas de la clase obrera. El combate marxista contra la acción destructora de los bakuninistas en la AIT le costó a ésta un fuerte tributo. Pero ese combate fue un éxito, aunque no inmediato, confirmado por la formación de los partidos socialdemócratas y de la IIª Internacional, con criterios mucho más avanzados que los de la Asociación internacional de trabajadores.
Mientras que esta última era una colección heterogénea de tendencias políticas diferentes, los partidos socialistas se formaron explícitamente con la base del marxismo; mientras que la AIT combinaba las tareas políticas con las de las organizaciones unitarias de la clase, los partidos políticos de la IIª Internacional estaban diferenciados de las organizaciones unitarias de la clase de aquella época, o sea, lo sindicatos. Por eso, a pesar de sus críticas a las debilidades programáticas del principal partido socialdemócrata de entonces, el SPD alemán, éste recibió el apoyo entusiasta de Marx y de Engels.
No iremos aquí más lejos en esta cuestión específica de la organización aunque, precisamente porque es tan fundamental y es una condición sine qua non de toda actividad revolucionaria, volverá a aparecer inevitablemente en la última parte de este trabajo, como así lo ha sido en las precedentes. No podemos tampoco dedicar demasiado tiempo a contestar a los argumentos de los anti-socialdemócratas sobre la cuestión sindical y parlamentaria, aunque sí tendremos que hacerlo más lejos, específicamente.
Algo que sí hay que decir aquí, es que no hay nada en común entre la condena global de los ultrarradicales y las críticas auténticas que deben hacerse a las prácticas y a las teorías de los partidos socialistas. Mientras que estas últimas vienen desde dentro del movimiento obrero, la primera procede de un enfoque diferente. Los anti-socialdemócratas no escucharán el argumento según el cual las actividades sindical y parlamentaria tuvieron un sentido para la clase obrera en el siglo pasado, cuando el capitalismo estaba todavía en su fase históricamente ascendente y podía acordar reformas significativas, pero que lo perdieron y se volvieron actividades antiobreras en el período de decadencia, cuando la revolución proletaria se puso al orden del día de la historia. Rechazan ese argumento porque rechazan la noción de decadencia; y la noción de decadencia, en casos cada vez más numerosos, es rechazada porque implica que el capitalismo fue, en aquella época, un sistema ascendente; y esto lo rechazan porque, si no, ello implicaría hacer concesiones a la noción de progreso histórico que, en el caso de los anti-decadentistas “coherentes” como el GCI o “Wildcat” sería una noción totalmente burguesa. Con todo ello, lo que sí está claro es que esos hiper-ultra-radicales han rechazado toda noción de materialismo histórico y que se han alineado con los anarquistas, para quienes la revolución social es posible desde que existen sufrimientos en el mundo.
El objetivo central de esta parte de nuestro trabajo, en continuidad con los artículos anteriores de la serie, es mostrar que la “sociedad del futuro” definida por los partidos socialistas era verdaderamente una sociedad comunista; que, a pesar de la muerte de Marx, la visión comunista ni desapareció ni se estancó durante ese período, sino que avanzó y se profundizó. Sólo con esas bases podremos examinar los límites de las ideas y de las debilidades de esos partidos, especialmente en lo referente al “camino al poder”, la vía por la cual la clase obrera lograría la revolución comunista.
La definición del socialismo por Engels
En un precedente artículo de esta serie (Revista internacional nº 78, “Comunismo contra socialismo de Estado”) vimos que Marx y Engels eran muy críticos para con las bases programáticas del SPD, que se formó en 1875 por la fusión de la fracción marxista de Bebel y Liebknecht con la Asociación general de trabajadores de Lasalle. El propio nombre del nuevo partido les había disgustado: “Socialdemócrata” era un término totalmente inadecuado para un partido “cuyo programa económico no es sólo totalmente socialista sino directamente comunista y cuyo objetivo final es la desaparición del Estado y, por lo tanto, también de la democracia” (Engels, 1875). Más significativo todavía, Marx escribió su convincente Crítica al Programa de Gotha para poner de relieve la comprensión, en el SPD, de lo que implicaba precisamente la transformación comunista, mostrando que los marxistas alemanes, en su conjunto, habían hecho demasiadas concesiones a la ideología “socialista de Estado” de Lasalle. Engels no suavizó sus críticas en los años siguientes. De hecho, su cólera contra el programa de Erfurt de 1891 lo llevó a publicar la Crítica al Programa de Gotha; en un principio, la publicación de este escrito había sido “bloqueada” por Liebknecht, y Marx y Engels no insistieron por miedo a que se rompiera la unidad del nuevo partido. Pero es evidente que Engels pensaba que las críticas al viejo programa seguían siendo válidas para el nuevo. Volveremos más adelante sobre el Programa de Erfurt, cuando tratemos en particular sobre la actitud de los socialdemócratas hacia el parlamentarismo y la democracia burguesa.
Sin embargo, los escritos de Engels sobre el socialismo durante este período son la prueba más clara de que, en última instancia, el programa de la socialdemocracia era “directamente comunista”. El trabajo teórico más importante de Engels en aquel tiempo, fue el AntiDühring, redactado primero en 1878 y luego revisado, vuelto a publicar y traducido en los años 1880-1890. Una parte de esta obra fue también publicada con la forma de folleto popular en 1892 con el título Socialismo utópico, socialismo científico, siendo sin duda uno de los más influyentes y más leídos entre los trabajos marxistas de entonces. Y evidentemente, el AntiDühring era ante todo un texto de “partido”, puesto que fue escrito como respuesta a las proclamas grandilocuentes del academicista alemán Dühring, según las cuales habría fundado un “sistema socialista” completo, mucho más avanzado que todas las teorías socialistas existentes hasta entonces, desde los utopistas hasta el propio Marx. Marx y Engels estaban preocupados, en particular, por el hecho de que “el Dr Dühring estaba organizando las cosas para formar en torno suyo una secta, el núcleo de un futuro partido distinto. Se había hecho pues necesario recoger el guante que nos había tirado y lanzarse a la batalla lo quisiéramos o no” (Introducción a la edición inglesa de Socialismo utópico, socialismo científico, 1892). La primera motivación de ese texto era pues la de defender la unidad del partido contra los efectos destructores del sectarismo. Esto llevó a Engels a detenerse ampliamente en los pretenciosos “descubrimientos” de Dühring en los ámbitos de la ciencia, de la filosofía o de la historia, defendiendo el método materialista histórico contra el nuevo refrito de idealismo estatal y de materialismo vulgar de Dühring. Al mismo tiempo, especialmente en la parte publicada como folleto separado, Engels tuvo que volver a afirmar un postulado fundamental del Manifiesto comunista: las ideas socialistas y comunistas no eran la invención de autoproclamados “reformadores universales” como el profesor Dühring, sino el producto de un movimiento histórico real, el movimiento del proletariado. Dühring se consideraba muy por encima de ese prosaico movimiento de masas; de hecho su “sistema” significaba una total regresión con relación al socialismo científico desarrollado por Marx; e incluso comparado a los utopistas, como Fourier, a quien Dühring despreciaba mientras que sí era muy respetado por Marx y Engels, Dühring era menos que un enano intelectual.
Contra la falsa visión de Dühring de un “socialismo” basado en el intercambio de mercancías, o sea en las relaciones de producción vigentes, Engels quiso volver a afirmar algunos fundamentos del comunismo, y especialmente:
- que las relaciones mercantiles capitalistas, después de haber sido un factor de progreso material sin precedentes, no podían, en fin de cuentas, sino llevar a la sociedad burguesa a contradicciones insolubles, a crisis y a la autodestrucción: “El modo de producción se rebela contra el modo de intercambio... Por un lado, pues, el modo de producción capitalista queda convencido de su propia incapacidad para continuar administrando sus fuerzas productivas. Por otro lado, esas fuerzas productivas mismas empujan con una fuerza cada vez mayor hacia la supresión de la contradicción, hacia la liberación de su calidad de capital, hacia el reconocimiento efectivo de su carácter de fuerzas productivas sociales” (AntiDühring, IIIª parte, Cap. 2);
- que el acaparamiento de los medios de producción por parte del Estado capitalista era la respuesta de la burguesía a esa situación, pero no su solución. No cabía confundir, ni mucho menos, esa estatalización capitalista con la socialización comunista: “El Estado moderno, sea cual sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista: es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo en lo ideal. Cuantas más fuerzas productivas hace pasar a propiedad suya, más se vuelve capitalista colectivo y más explota a los ciudadanos. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. La relación capitalista no es suprimida, sino que, al contrario, es llevada a su extremo. Pero una vez llagada a ese extremo, esa relación se invierte” (ídem). A los comunistas de hoy, y eso es comprensible, nos gusta citar ese pasaje profético contra todas las variedades modernas de “socialismo” de Estado, capitalismo de Estado en realidad, que propagan quienes pretenden ser los herederos del movimiento obrero del siglo XIX (“socialistas” oficiales, estalinistas, trotskistas) con su defensa constante del carácter progresista de las nacionalizaciones. Esas frases de Engels demuestran que hace ya cien años y más, existía una claridad sobre ese tema en el movimiento obrero;
- que contrariamente al socialismo prusiano de Dühring, según el cual todos los ciudadanos serían dichosos bajo un Estado paternalista, el Estado no tiene la menor cabida en una sociedad auténticamente socialista ([2]). “En cuanto deja de haber una clase social que mantener bajo la opresión; en cuanto, junto con la dominación de clase y la lucha por la existencia individual motivada por la anarquía anterior de la producción, son eliminadas igualmente las colisiones y los excesos resultantes, no queda nada que reprimir que haga necesario un poder de represión, un Estado. El primer acto en el que el Estado aparece realmente como representante de toda la sociedad ([3]) –la apropiación de los medios de producción en nombre de la sociedad– es, al mismo tiempo, su postrer acto como Estado. La intervención de un poder de Estado en las relaciones sociales se va haciendo superflua en un ámbito tras otro, aletargándose entonces de manera natural. El gobierno de las personas deja el sitio a la administración de las cosas y a la dirección de las operaciones de producción. El Estado no es “abolido”, sino que se va extinguiendo” (Ídem);
- y que, finalmente, contra todos los intentos de gestionar las relaciones de producción existentes, el socialismo requiere la abolición de la producción mercantil: “Con la apropiación de los medios de producción por la sociedad, la producción mercantil es eliminada y por lo tanto, la dominación del producto sobre el productor. La anarquía dentro de la producción social es sustituida por la organización planificada consciente. La lucha por la existencia individual cesa. Así, por primera vez, el hombre, en cierto modo, se separa definitivamente del reino animal, pasa de las condiciones animales de existencia a condiciones realmente humanas. El círculo de las condiciones de vida que rodea al hombre, que hasta ahora dominaba al hombre, pasa ahora bajo dominio y control de los hombres, quienes, por vez primera, se convierten en dueños reales y conscientes de la naturaleza, por ser dueños como lo son de su propia vida en sociedad. Las leyes de su propia práctica social que, hasta hoy, se erguían ante ellos como leyes naturales, ajenas y dominadoras, son desde entonces aplicadas por los hombres con pleno conocimiento de causa y, por lo tanto, dominadas. La vida en sociedad propia de los hombres que, hasta entonces, se erguía ante ellos como algo dado por la naturaleza y la historia, se vuelve ahora acto propio y libre. Los poderes ajenos, objetivos, que, hasta entonces, dominaban la historia, pasan bajo control de los hombres mismos. Sólo a partir de ese momento los hombres harán ellos mismos su historia en plena conciencia; sólo a partir de ese momento las causas sociales que ellos habrán puesto en movimiento tendrán de manera cada vez más creciente los efectos por ellos buscados. Ése es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad” (Ibíd.). En este importante pasaje, Engels mira resueltamente hacia adelante, hacia una fase muy avanzada del porvenir comunista. Pero demuestra con plena certidumbre, contra todos aquellos que intentan establecer una barrera entre él y Marx, que tanto uno como el otro compartían la convicción de que la meta factible más elevada del comunismo es la de deshacerse de la calamidad de la alienación para así iniciar una vida verdaderamente humana, en la que las posibilidades creadoras y sociales del hombre habrán dejado de volverse contra él y estarán al servicio de sus verdaderas necesidades y deseos.
Sin embargo, en otra parte del mismo libro, Engels vuelve de esas reflexiones “cósmicas” a una cuestión mucho más al ras del suelo: los “principios fundamentales de la producción y de la distribución comunistas” como los llamaría después la Izquierda holandesa. Tras haber echado abajo las fantasías neo-proudhonianas de Dühring sobre el establecimiento del “verdadero valor” y el pago a los obreros de “la totalidad del valor producido”, Engels explica: «En cuanto la sociedad entra en posesión de los medios de producción y los emplea para una producción inmediatamente socializada, el trabajo de cada quien, por muy diferente que sea su carácter específico de utilidad, se vuelve inmediata y directamente trabajo social. La cantidad de trabajo social que contiene un producto no necesita, entonces, ser comprobado mediante un rodeo; la experiencia cotidiana indica directamente qué cantidad es necesaria en término medio. La sociedad puede entonces calcular cuántas horas de trabajo hay en una máquina de vapor, en un hectolitro de trigo de la última cosecha, en cien metros cuadrados de tejido de tal o cual calidad. Y así a la sociedad no le vendrá la idea de seguir expresando la cantidad de trabajo que los productos contienen (y que ella conoce directa y absolutamente) mediante una medida relativa, flotante, inadaptada, inevitable antaño como último recurso, en un producto tercero, en lugar de hacerlo basándose en su patrón natural: el tiempo... Así pues, en las condiciones supuestas más arriba, la sociedad deja de atribuir valores a los productos. El hecho simple de que cien metros cuadrados de tejido han exigido, supongamos, mil horas de trabajo, la sociedad dejará de expresarlo con esa forma equívoca y absurda de que “valdrían” mil horas de trabajo. Cierto es que la sociedad estará obligada a saber, incluso entonces, cuánto trabajo se necesita para producir cada objeto de uso. Deberá trazar un plan de producción según los medios de producción, del que forman muy especialmente parte las fuerzas de trabajo. Serán, en fin de cuentas, los efectos útiles de los diferentes objetos de uso, comparados entre sí y en relación con las cantidades de trabajo necesarias para su producción, los que determinarán el plan. La gente saldará cuentas sencillamente sin intervención del famoso “valor”» (Ibíd.).
Esa era la idea de la sociedad socialista o comunista de Engels; pero esa idea no era propiedad personal de él. Su posición expresaba lo mejor de los partidos socialdemócratas, aunque éstos tuvieran en sus filas a personas y corrientes que no veían las cosas así de claras.
Para demostrar que el punto de vista de Engels no era una excepción individual, sino el patrimonio de un movimiento colectivo, intentaremos examinar las posiciones defendidas por otras figuras de ese movimiento que mostraron una preocupación especial por lo que deberían ser las formas de una sociedad futura. No creemos que sea una casualidad si el período que estudiamos fue tan rico en reflexiones sobre a qué podría parecerse la sociedad comunista. Recordemos que los años 1880 y 1890 fueron el “canto del cisne” de la sociedad burguesa, el apogeo de su gloria imperial, la última fase del optimismo capitalista antes de los años sombríos que iban a llevar a la Primera Guerra mundial. Un período de conquistas económicas y coloniales gigantescas mediante las cuales las últimas áreas “no civilizadas” del globo iban a abrirse a los gigantes imperialistas; un período también de desarrollo rapidísimo del progreso tecnológico, que conoció el desarrollo masivo de la electricidad, la aparición del teléfono, del automóvil y de muchas otras cosas. Fue un período durante el cual las descripciones del porvenir se habían convertido en el negocio de numerosos escritores, científicos, historiadores... y no sólo de unos cuantos mercachifles ([4]). Aunque el vertiginoso “progreso” burgués fascinara a muchos elementos del movimiento socialista, abriendo las puertas a las ilusiones del revisionismo, los elementos más clarividentes del movimiento, como veremos brevemente, no se dejaron arrastrar, pues eran capaces de vislumbrar la tormenta que se anunciaba a lo lejos. Sin embargo, aún sin perder la convicción de la necesidad de un derrocamiento revolucionario del capitalismo, empezaron a entrever las enormes posibilidades contenidas en las fuerzas productivas que el capitalismo había desarrollado. Y empezaron a buscar cómo esas posibilidades podían utilizarse en la sociedad comunista, de una manera más detallada que la que Marx y Engels habían intentado (hasta el punto de que muchos de sus trabajos fueron rechazados y tildados de “utópicos”). Es una acusación que examinaremos con cuidado, pero ya podemos afirmar que, aunque hay algo de verdad en esa acusación, no por eso son inútiles esas reflexiones para nosotros.
Más en particular, vamos a centrarnos en tres grandes figuras del movimiento socialista: August Bebel, William Morris y Karl Kautsky. Estudiaremos a este último en otro artículo, no porque fuera una figura menos significativa, sino porque su trabajo más importante fue publicado más tarde en un período algo posterior; y porque él, más que los otros dos, plantea el problema de los medios hacia la revolución social. Por otra parte, los dos primeros pueden ser estudiados desde el enfoque de cómo definían los socialistas de finales del XIX las metas últimas de su movimiento.
Haber escogido a esas dos figuras no es algo arbitrario. Bebel, como ya hemos visto, fue un miembro fundador del SPD, próximo asociado de Marx y Engels durante años, y una figura de una autoridad considerable en el movimiento socialista internacional. Su trabajo político más conocido, La mujer y el socialismo (publicado en 1883 por vez primera, pero sustancialmente corregido y aumentado en las dos décadas siguientes) se convirtió en uno de los documentos más influyentes en el movimiento obrero de finales del XIX, no sólo porque trata de la cuestión de la mujer, sino y sobre todo porque contiene una exposición clara del modo como las cosas podrían ocurrir en una sociedad socialista en los principales ámbitos de la vida: no sólo la relación entre ambos sexos, sino también en el ámbito del trabajo, de la educación, de las relaciones entre campo y ciudad...
El libro de Bebel fue una fuente de inspiración para cientos de miles de obreros conscientes, deseosos de aprender y de discutir lo que podría ser la vida en una sociedad verdaderamente humana. Es un criterio muy preciso para valorar la comprensión por el movimiento socialdemócrata de entonces, de sus metas.
William Morris no es un personaje de la misma talla internacional que Bebel y no es alguien muy conocido fuera de Gran Bretaña. Creemos, sin embargo, que es importante incluir ciertas de sus contribuciones como complemento a las de Bebel, entre otras cosas para demostrar que “incluso” en Inglaterra, país al que Marx y Engels consideraron a menudo como un desierto para las ideas revolucionarias, el período de la IIª Internacional conoció un desarrollo del pensamiento comunista. Cierto es que probablemente es más conocido como artista y dibujante, como poeta y escritor de novelas heroicas, que como socialista; Engels mismo tenía tendencia a rechazarlo como “socialista sentimental” y sin duda muchos camaradas rechazaron, como Engels, su libro News from Nowhere (Noticias de ningún sitio, 1890) no sólo porque considera la sociedad comunista como “un viaje de ensoñación” hacia el futuro, sino también a causa del tono nostálgico medieval que se desprende de esa obra y de muchos otros de sus escritos.
Aunque William Morris empezó su crítica de la civilización burguesa desde un enfoque de artista, acabó siendo un verdadero discípulo del marxismo y dedicando el resto de su vida a la causa de la guerra de clases y de la construcción de una organización socialista en Gran Bretaña, y fue con esta base, la de un artista que se armó con el marxismo, con la que fue capaz de tener una visión muy fuerte de la alienación del trabajo en el capitalismo y de cómo podría ser superada esa alienación.
Una vez más, socialismo contra capitalismo de Estado
En el próximo artículo de esta serie examinaremos con más hondura los rasgos de la sociedad capitalista tal como los describían Bebel y Morris, y particularmente los puntos que tratan de los aspectos más “sociales” de la transformación revolucionaria: las relaciones entre hombre y mujer, la interacción de la humanidad con el entorno natural, el carácter del trabajo en una sociedad comunista. Sin embargo, es necesario añadir previamente que esos portavoces de la socialdemocracia entendían las características fundamentales de la sociedad comunista y que, en sus principales características, esa comprensión estaba en acuerdo con la de Marx y Engels.
La astucia básica utilizada por los anti-socialdemócratas, para demostrar que la socialdemocracia no era más que un instrumento de recuperación capitalista desde sus orígenes, consiste en identificar los partidos socialistas de aquel entonces con las corrientes reformistas que surgieron en ellos. Esas corrientes no aparecieron sin embargo como producto orgánico de ellos, sino como apéndices parásitos nutridos por la ideología nociva de la sociedad burguesa que los rodeaba. Es sabido que lo primero que ó” el revisionista Bernstein fue nada menos que la teoría marxista de las crisis. Teorizando el largo período de “prosperidad” capitalista de finales del siglo pasado, el revisionismo declaró que las crisis formaban parte del pasado, abriendo las puertas a la perspectiva de una transición gradual y pacífica al socialismo. Más adelante en la historia del SPD, algunos de los defensores de la “ortodoxia” marxista sobre estas cuestiones, tales como Kautsky y el mismo Bebel, harán de hecho un montón de concesiones a esas perspectivas reformistas. Pero cuando escribió La Mujer y el socialismo, era Bebel quien decía: “El porvenir de la sociedad burguesa está amenazado por todas partes de peligros muy graves, y no le es posible evitarlos. La crisis se vuelve entonces permanente e internacional. Esto es el resultado de que los mercados están saturados de bienes. Y ya ahora podrían producirse muchos más bienes y, en cambio, la gran mayoría del pueblo sufre de necesidades porque no tiene medios para satisfacerlas comprando. Les falta ropa, muebles, vivienda, sustento tanto para el cuerpo como para el alma, medios para distraerse, y todo ello lo podrían consumir, en realidad, en grandes cantidades. Sin embargo, todo esto no existe para ellos. Están incluso excluidos de la sociedad centenas de miles de obreros, que ya no pueden ni consumir porque su fuerza de trabajo se ha vuelto “superflua” para los capitalistas. ¿No es evidente que nuestro sistema social padece seriamente de carencias? ¿Cómo es posible que se hable de “sobreproducción” cuando sobran las capacidades de consumir, es decir las necesidades que satisfacer? Objetivamente, no es la producción, en y por sí misma, la que origina estas condiciones y contradicciones, sino que es el sistema que dirige la producción y la distribución de los productos” (La Mujer y el socialismo, cap. VI).
Bebel aquí no niega en absoluto la noción de crisis del capitalismo, sino que reafirma, al contrario, que ésta tiene sus raíces en las contradicciones fundamentales del propio sistema; además, al introducir la noción de crisis “permanente”, Bebel anticipa el advenimiento del declive histórico del sistema. Como Engels, el cual, poco antes de fallecer, expresaba su temor de que el incremento del militarismo arrastrara a Europa hacia una guerra arrasadora, Bebel también veía que el hundimiento económico del sistema no podía sino desembocar en un desastre militar: “El estado militar y político de Europa se ha incrementado de tal manera que sólo puede desembocar en una catástrofe que llevará a su ruina a la sociedad capitalista. Tras haber alcanzado su nivel más elevado de desarrollo, el capitalismo ha creado las condiciones que acabarán por hacer imposible su existencia; está cavando su propia tumba; se está matando con los mismos medios que ha hecho surgir, como lo han hecho los sistemas sociales del pasado, incluso los más revolucionarios” (ídem).
Es precisamente el curso hacia la catástrofe del capitalismo lo que hace del derrumbamiento revolucionario del sistema una necesidad absoluta: “Por consiguiente, imaginamos aquel día en el que todos los sufrimientos descritos alcanzarán tal hondura que se volverán dolorosamente sensibles a los sentimientos y a la vista de la gran mayoría, hasta el punto de no ser ya soportables; provocarán en la sociedad un irresistible deseo de cambio radical y entonces, el remedio más rápido se considerará como el más eficaz” (ídem).
Bebel también le hace eco a Engels cuando aclara que la estatalización de la economía por el régimen existente no es en absoluto una respuesta a la crisis del sistema, y menos aún un paso hacia el socialismo: “... aquellas instituciones (telégrafo, ferrocarriles, correo, etc.) administradas por el Estado no son instituciones socialistas, como se suele creer erróneamente. Son negocios gestionados de forma tan capitalista como lo serían en manos del sector privado... los socialistas previenen contra la ilusión de que la propiedad estatal actual sea considerada como socialismo, como realización de aspiraciones socialistas” (ídem).
William Morris escribió cantidad de diatribas en contra de las tendencias crecientes hacia el “socialismo de Estado” representado en particular, en Gran Bretaña, por la Sociedad Fabienne de Bernard Shaw, los Webbs, HG Wells y demás. News from Nowhere fue precisamente escrito para contestar a la novela de Edward Bellamy Looking Wackward (Mirando hacia atrás) que pretendía describir el futuro socialista, pero un futuro que acontecería de manera totalmente pacífica, por la evolución de los enormes “trusts” capitalistas hacia instituciones “socialistas”; evidentemente, se trata de un “socialismo” en el que cualquier detalle de la vida individual está planificado por una burocracia omnipresente; en News from Nowhere, al contrario, la gran revolución (¡prevista para 1952!) es el fruto de la reacción obrera contra un largo período de “socialismo estatal” incapaz de solucionar las contradicciones del sistema.
Bebel y Morris, contra los santones del “socialismo de Estado”, afirmaban el principio fundamental del marxismo según el cual el socialismo es una sociedad sin Estado: “El Estado es, por lo tanto, la organización necesaria, inevitable, de un orden social sometido a un régimen de clases. En cuanto desaparezcan los antagonismos de clase con la abolición de la propiedad privada, el Estado pierde a la vez la necesidad y la posibilidad de su existencia” (ídem).
Para Bebel, la vieja maquinaria estatal será sustituida por un sistema de auto-administración popular, tomando ejemplo de la Comuna de París: “Como en la sociedad primitiva, todos los miembros de la comunidad en edad de hacerlo participan en las elecciones, sin distinción de sexo, disponen de un voto para escoger a las personas a quienes se les confiará la administración. Al frente de todas las administraciones locales está la administración central -nótese que no se trata de ningún gobierno con poder de reinar, sino de un colegio ejecutivo con funciones administrativas. Es una cuestión abstracta saber si la administración central será elegida directamente por el voto popular o por las administraciones locales. Tales problemas no tendrán entonces la importancia que hoy tienen, ya que no se trata de dar puestos que confieran un honor especial, que otorguen al titular un poder o una influencia mayores, o que le produzcan beneficios importantes; aquí se trata de ocupar puestos de confianza para los cuales son nombrados los más aptos, hombres o mujeres; y éstos pueden ser reelegidos en función de circunstancias o según lo que prefieran los electores. Todos estos puestos tienen un plazo determinado. En consecuencia, los titulares no tienen el menor “estatuto de funcionarios”; la noción de continuidad de la función no existe, como tampoco existe la promoción jerárquica” (ídem).
En News from Nowhere, Morris enfoca del mismo modo una sociedad que funciona basándose en las asambleas locales cuyos debates tienden hacia la unanimidad, pero que utiliza el principio mayoritario cuando ésta no se logra alcanzar. Todo esto era diametralmente opuesto a las ideas paternalistas de los Fabianos y demás “socialistas de Estado” que, en su senilidad, se horrorizaron cuando estalló la democracia directa de Octubre del 17 y, en cambio, aprobaron sin reservas el estalinismo: “hemos visto el futuro, y funciona”, afirmaron los Webbs tras su viaje a Rusia, cuando la contrarrevolución ya había cumplido su sucia faena contra lo que consideraban como el lamentable absurdo del “gobierno por abajo”.
También de acuerdo con la definición que dio Engels a la nueva sociedad socialista, Bebel y Morris afirman que ésta será el fin de la producción de mercancías. Mucho del humor de los News from Nowhere está basado en las dificultades padecidas por un visitante llegado del penoso pasado para acostumbrarse a una sociedad en la que ni la mercancía ni la fuerza de trabajo tienen el menor “valor”. Así lo resumía Bebel: “La sociedad socialista no produce “mercancías” que “comprar” o “vender”; produce bienes necesarios a la vida, que son usados, consumidos, sin otra finalidad. En la sociedad socialista, por lo tanto, la capacidad de consumo no está ligada a la capacidad individual de comprar, como así ocurre en la sociedad capitalista; sólo está ligada a la capacidad colectiva de producir. Si existe el trabajo y los medios para trabajar, cualquier necesidad puede ser atendida; la capacidad social de consumir sólo está ligada a la satisfacción de los consumidores” (ídem).
Y Bebel prosigue diciendo que «no existen “mercancías” en la sociedad socialista, como tampoco puede existir el “dinero”»; más lejos habla del sistema de los bonos de trabajo como medio de distribución. Esto expresa cierta debilidad en la manera como Bebel presenta la sociedad del porvenir, pues hace una distinción muy simple entre la sociedad comunista totalmente desarrollada y el período de transición que conduce a ella: para Marx (como para Morris, véanse sus notas al Manifiesto de la Socialist League, 1855), los bonos de trabajo no son sino una medida de transición hacia una distribución totalmente gratuita, y son expresión de ciertos estigmas de la sociedad burguesa (véase “El comunismo contra el socialismo de Estado”, Revista internacional, nº 78). Ya examinaremos en un próximo artículo el significado de esa debilidad teórica. Lo importante que hay que dejar claro aquí, es que el movimiento socialdemócrata no tenía confusiones en cuanto a sus fines, a pesar de que los medios para alcanzarlos causaban a menudo problemas mucho más profundos.
El socialismo revolucionario internacional
En “Comunismo contra socialismo de Estado”, ya hemos notado que, en ciertos textos, incluso Marx y Engels hicieron concesiones a la idea de que el comunismo pudiera existir, siquiera durante cierto tiempo, encerrado en las fronteras de un Estado nacional. Sin embargo, tales confusiones jamás se basaron sobre una teoría de “socialismo” nacional; el objetivo de conjunto de su pensamiento era, por el contrario, demostrar que la revolución proletaria y la edificación del socialismo no eran posibles más que a escala internacional.
Lo mismo podemos decir de los partidos socialistas en el período que estudiamos. Incluso considerando que el SPD quedó debilitado desde sus orígenes por un programa que hacía demasiadas concesiones a una vía “nacional” hacia el socialismo, incluso considerando que tales ideas habían de ser teorizadas con las consecuencias fatales que conocemos en cuanto los partidos socialistas se volvieron un componente muy “respetable” de la vida política nacional, todo ello no impide que los escritos de Bebel y Morris están inspirados por una visión fundamentalmente internacional e internacionalista del socialismo: “El nuevo sistema socialista se apoyará en una base internacional. Los pueblos fraternizarán; se darán la mano y se esforzarán por extender gradualmente las nuevas condiciones a todas las razas de la Tierra” (La Mujer y el socialismo).
El Manifiesto de la Socialist League de Morris, escrito en 1885, presenta a la organización como “defensora de los principios del socialismo revolucionario internacional; significa que queremos una transformación de las bases de la sociedad -transformación que destruirá las distinciones de clase y de nacionalidad” (publicado por EP Thomson, William Morris, Romantic to revolutionnary, 1955). Y sigue el Manifiesto poniendo en evidencia que “El socialismo revolucionario acabado (...) no puede conseguirse en un país sin la ayuda de los obreros de la civilización entera. Para nosotros, ni las fronteras geográficas ni la historia política ni las razas o las religiones nos transforman en rivales o enemigos; para nosotros no existen naciones, sino masas de obreros y amigos diferentes cuya simpatía mutua es contrarrestada o pervertida por grupos de amos y ladrones cuyo interés es atizar rivalidades y odios entre los habitantes de los diferentes países”.
En un artículo publicado en The Commonweal (El bien público), órgano de la League, en 1877, Morris relaciona esa perspectiva internacional con la cuestión de la producción para el uso; en la sociedad socialista, “todas las naciones civilizadas ([5]) formarán una gran comunidad, entendiéndose sobre el tipo y la cantidad de lo que se ha de producir y distribuir; trabajando en tal o cual producción allí donde se realice en las mejores condiciones, evitando despilfarros por todos los medios. Es agradable imaginar las pérdidas que se evitarían, hasta qué punto tal revolución incrementaría el bienestar del mundo” (“Cómo vivimos y cómo podríamos vivir”, reimpreso en The Political Writings of William Morris). La producción para el uso no puede establecerse más que cuando el mercado mundial es sustituido por la comunidad global. Cierto es que pueden encontrarse textos en los que todos los grandes militantes socialistas “se olvidan” de todo eso. Sin embargo, tales fallos no expresan la dinámica verdadera de su pensamiento.
Además, ese visión internacional no se restringía a un porvenir revolucionario lejano; como lo podemos ver en la cita del Manifiesto de la Socialist League, esta visión se acompañaba de una oposición activa a los esfuerzos que hacía entonces la burguesía por excitar las rivalidades nacionales entre los obreros. Exigía fundamentalmente una actitud concreta e intransigente respecto a la guerra intercapitalista.
Para Marx y Engels, la posición internacionalista de Bebel y Liebknecht durante la guerra franco-prusiana era la prueba de su convicción socialista que les convenció para seguir perseverando con los compañeros alemanes a pesar de todas sus debilidades teóricas. En el mismo sentido, una de las razones de por qué Engels apoyó en sus inicios al grupo que formaría posteriormente la Socialist League cuando su escisión con la Federación socialdemócrata de Hyndman en 1884, fue la oposición de principio de la League con el “socialismo patriotero” de Hyndman que apoyaba las conquistas coloniales del imperio británico y sus masacres, so pretexto de que aportaban la civilización a pueblos “bárbaros” y “salvajes”.
Y como iba creciendo la amenaza de una guerra entre las grandes potencias imperialistas, Morris y la League tomaron claramente una posición internacionalista sobre la cuestión de la guerra: “Si la guerra se vuelve verdaderamente inminente, nuestro deber de socialistas queda suficientemente claro, no difiere de lo que hemos de hacer corrientemente. Acrecentar el sentimiento internacionalista de los obreros por todos los medios; mostrar a nuestros obreros que la competencia y las rivalidades extranjeras, o la guerra comercial, culminan al fin y al cabo en la guerra abierta, les son necesarias a las clases expoliadoras y que las peleas raciales o comerciales de esas clases sólo nos incumben cuando podemos utilizarlas como medio para propagar el descontento y la revolución; mostrarles que los intereses de los obreros son los mismos en cualquier país y que jamás pueden ser enemigos unos de otros; mostrarles que los hombres de la clase trabajadora han de hacer oídos sordos ante los reclutadores y negarse a vestir el uniforme, negarse de alistarse en la máquina moderna de guerra para gloria y honor de un país en el cual son tratados peor que perros, a patadas y por cuatro reales. Todo esto lo hemos de predicar en todo momento, y con mayor insistencia todavía ante la posibilidad de una guerra inminente” (Commonweal, 1887, citado por EP. Thompson).
No existe la menor continuidad entre tales declaraciones y la verborrea de los socialpatrioteros que se transformaron en banderines de enganche de la burguesía en 1914. Entre aquéllas y ésta hay una ruptura de clase, una traición a la clase obrera y a su misión comunista defendida durante tres décadas por los partidos socialistas de la Segunda internacional.
CDW
[1] Ver el segundo artículo de esta serie “Cómo el proletariado se ganó a Marx para el comunismo” en la Revista internacional nº 69.
[2] Engels, en sus trabajos, no distingue prácticamente los términos “socialismo” y “comunismo”, aunque este último, incluido su sentido más proletario e insurreccional, fue, en general, el término preferido por Marx y Engels para la futura sociedad sin clases. Ha sido sobre todo el estalinismo el que, tomando una frase por aquí y por allá en las obras de los revolucionarios del pasado para con ellas establecer una tajante y rápida diferencia entre socialismo y comunismo, quería probar que una sociedad dominada por una burocracia omnipotente y con un funcionamiento basado en el trabajo asalariado podía ser “socialismo” o “la fase más baja del comunismo”. Por ejemplo, el chupatintas estalinista que escribió la introducción, en las Ediciones de Moscú en 1971, de La sociedad del futuro (folleto sacado del capítulo de conclusión del libro de Bebel La mujer y el socialismo) es muy crítico respecto a la manera como llama Bebel a la futura sociedad sin clases, sin dinero, “socialismo”. También es interesante decir que un grupo anti-socialdemócrata como Radical Chains establece también una separación entre socialismo y comunismo, siendo éste la meta final y definiendo aquél, precisamente, a los programas estalinista, de la socialdemocracia del siglo XX y de los izquierdistas. Radical Chains nos informa de pasada que ese socialismo “ha fracasado”. Todas esas fórmulas justifican la visión básicamente trotskista de Radical Chains según la cual el estalinismo y otras formas de capitalismo de Estado totalitario no son realmente capitalistas. A pesar de todas las críticas a ese horrible “socialismo”, Radical Chains sigue su prisionero.
[3] Queremos aquí repetir la precisión que hicimos cuando citamos ese pasaje en la Revista internacional nº 78: “Engels se refiere aquí, sin lugar a dudas, al Estado posrevolucionario que se forma tras la destrucción del viejo Estado burgués. Sin embargo, la experiencia de la revolución rusa llevó al movimiento revolucionario a poner en tela de juicio esa fórmula misma: la propiedad de los medios de producción, incluso en manos del “Estado-Comuna” no conduce a la desaparición del Estado, y puede incluso contribuir a reforzarlo y a que se perpetúe. Pero es evidente que Engels no disponía de una experiencia así”.
[4] Es un período en el que el porvenir, sobre todo el porvenir aparente o auténticamente revelado por la ciencia, tenía gran poder de atracción. En el ámbito literario, esos años conocieron un rápido desarrollo del género de ciencia ficción (HG Wells fue uno de los ejemplos más significativos).
[5] La utilización de la palabra “civilizado” en ese contexto refleja el hecho de que seguía habiendo áreas del globo en que el capitalismo todavía no se había desarrollado totalmente. No recubre la menor idea patriotera de no se sabe qué superioridad sobre los pueblos indígenas. Ya hemos señalado que Morris era un crítico feroz de la opresión colonial. Y en sus notas al Manifiesto de la Socialist League, escritas con Belfort Bax, da muestras de un conocimiento claro de la dialéctica histórica marxista, al explicar que la futura sociedad comunista es la vuelta a “un punto que representa al viejo principio elevado a un grado superior”, viejo principio que no es sino el comunismo primitivo (citado por EP Thomson). Véase el artículo de esta serie “Comunismo del pasado y del porvenir”, Revista internacional nº 81, para una elaboración más profundizada del tema.