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mayo 2014

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Inicios de la sangría

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Hace 100 años, la humanidad estaba al borde del abismo, a punto de hundirse en la sangría más espantosa que nunca haya conocido la historia. Durante generaciones después de la Gran Guerra, los años 1914-1918 fueron sinónimos de matanza absurda, de abominable desperdicio de vidas en el horror de las trincheras. Las poblaciones damnificadas por semejante barbarie hicieron responsables de todo ello a los Gobiernos y las clases dirigentes.
Cien años después, conmemorar la guerra resulta por lo tanto bastante molesto para esas mismas clases dirigentes. Y por ello se preparan para ahogarnos en un océano de futilidades y de himnos a la unidad nacional ante el sufrimiento de la guerra. Evitarán a toda costa cualquier mención de las verdaderas causas de la guerra: la extensión imperialista inexorable del capitalismo por el planeta entero. Evitarán también cualquier sugerencia sobre quién fue realmente responsable de la guerra.
Y, sobre todo, evitarán toda mención a la idea de que la única fuerza que hubiese podido impedir la guerra, tanto en 1914 como hoy, es el proletariado.
2014 no será entonces un año de conmemoración, sino de olvido.

 

2014: año del olvido

En la actualidad, aún se sigue llamando “Gran Guerra” a la que comenzó en agosto de 1914. Y eso que la Segunda Guerra Mundial hizo más del doble de víctimas, por no mencionar las interminables guerras que, desde 1945, han sembrado todavía más muertes y provocado aún más destrucciones.

Para entender por qué la guerra de 14-18 sigue todavía siendo “la Gran Guerra”, basta con visitar cualquier pueblo de Francia, incluso el más aislado y perdido en los prados alpestres; allí se pueden ver familias enteras con sus nombres grabados en un hito conmemorativo: hermanos, padres, tíos, hijos. Estos testigos mudos del horror no solamente se pueden ver en las ciudades y los pueblos de las naciones beligerantes europeas, sino incluso en el otro extremo del mundo: en la pequeña aldea de Ross, en la isla australiana de Tasmania, el monumento lleva los nombres de 16 muertos y 44 supervivientes, resultantes, sin duda, de la batalla de Galípoli (Turquía).

Durante dos generaciones tras el final de la guerra, 1914-1918 fue sinónimo de matanza absurda, impulsada por la estupidez ciega e irreflexiva de una casta aristocrática dominante, por la avidez insaciable de los imperialistas, de los aprovechadores de guerra y de los fabricantes de armas. A pesar de todas las ceremonias oficiales, todas las coronas depositadas en los monumentos a los caídos y, en Gran Bretaña, la ostentación simbólica de amapolas en el ojal el día de la conmemoración anual, aquella visión de la Primera Guerra Mundial se integró en la cultura popular de las naciones beligerantes. En Francia, la novela autobiográfica de Gabriel Chevalier, La peur (el miedo), publicada en 1930, conoció un éxito tan grande que las autoridades prohibieron el libro, tildándolo de antipatriota. En 1937, la película contra la guerra de Jean Renoir, La Grande Illusion, se proyectó ininterrumpidamente en el cine Marivaux desde las 10 hasta las 2 de la mañana y batió todos los records de entradas; en Nueva York, permaneció 36 semanas en cartelera([1]).

En la Alemania de los años veinte, los dibujos satíricos de George Grosz apaleaban a generales, a políticos y a todos aquellos que habían sacado tajada de la guerra. El libro de E.M. Remarque, Sin novedad en el frente (“Im Westen Nichts Neues”) se publicó en 1929: 18 meses después de su publicación, se habían vendido 2 millones y medio de ejemplares y se tradujo a 22 idiomas; la versión cinematográfica de Universal Studios en 1930 tuvo un éxito estrepitoso en Estados Unidos, donde ganó el Oscar a la mejor película ([2]).

Tras su desmoronamiento, el Imperio austrohúngaro legó al mundo una de las novelas antiguerra más importantes: El buen soldado Švejk (“Osudy dobrélo vojáka Švejk za světové války”) de Jaroslav Hašek, publicado en 1923 y desde entonces traducido en 58 idiomas –más que cualquier otra obra en checo.

La aversión causada por el recuerdo de la Primera Guerra Mundial sobrevivió a la sangría aún más terrible de la Segunda. Comparada con los horrores de Auschwitz e Hiroshima, la crueldad del militarismo prusiano y de la opresión zarista –por no hablar del colonialismo francés o británico– que sirvieron de justificación a la guerra en 1914, casi podían parecer como insignificantes y, sin embargo, la matanza en las trincheras parecía todavía más absurda y monstruosa: de este modo, la burguesía podía presentar la Segunda Guerra Mundial sino ya como una “buena” guerra, al menos como una “guerra justa” y necesaria. Esta contradicción en ningún país es más patente que en Gran Bretaña, donde toda una serie de películas enaltecedoras de la “causa justa” en el más puro estilo patriotero (Dambusters en 1955, 633 Squadron en 1964, etc.) se podían ver en las pantallas de los cines durante los años 50 y 60, a la vez que los escritos contra la guerra de los “poetas de la guerra” Wilfred Owen, Siegfried Sassoon y Robert Graves formaban parte del curso obligatorio de los colegios ([3]). Quizá la obra más grande de Benjamin Britten, el compositor británico más famoso del siglo XX, sea su Réquiem de Guerra (1961) que musicalizó la poesía de Owen, mientras que en 1969 salieron dos películas muy diferentes: en el registro patriótico, Battle of Britain por un lado, y por el otro la sátira corrosiva Oh! What a Lovely War (¡Ah, qué hermosa es la guerra!) que realiza una denuncia musical de la Primera Guerra Mundial, sirviéndose de las canciones creadas por los soldados en las trincheras.

Dos generaciones más tarde, estamos hoy en vísperas del 100º aniversario del estallido de la guerra (4 de agosto de 1914). Dada la importancia de las décadas para los aniversarios y más aún de los centenarios, se han puesto en marcha grandes preparativos para conmemorar (“celebrar” no es precisamente la palabra más conveniente) la guerra. En Francia y Gran Bretaña, se asignaron presupuestos de varias decenas de millones en euros o en libras esterlinas; en Alemania, por razones evidentes, los preparativos son más discretos y no han recibido la bendición gubernamental ([4]).

“El que paga la fiesta, decide la orquesta”: ¿qué, van a recibir entonces las clases dominantes a cambio de las decenas de millones gastadas para “conmemorar la Guerra”?

Si observamos las páginas web de los organismos responsables de la conmemoración (en Francia, el Gobierno constituyó un organismo especial, en Gran Bretaña se ha encargado el Imperial War Museum) la respuesta parece bastante clara: están comprando una de las cortinas de humo ideológico más costosas de la historia. En Gran Bretaña, el Imperial War Museum se da por tarea recoger las historias de los individuos que vivieron la guerra para transformarlas en podcast ([5]). La página web del Centenary Project (1914.org) nos propone acontecimientos de importancia tan crucial como la exposición del revólver utilizado durante la guerra por JRR Tolkien (¡vaya!, es de suponer que lo que quieren es aprovecharse del éxito de las películas El Señor de los Anillos, inspiradas en los libros de Tolkien); la conmemoración de un dramaturgo del Surrey, la colecta por el Museo de Transportes de Londres de la historia de los autobuses durante la Gran Guerra (¡sin broma!) ; en Nottingham, “un gran programa de acontecimientos y actividades (...) sacarán a la luz cómo el conflicto catalizó cambios sociales y económicos inmensos en las comunidades de Nottinghamshire”. La BBC produjo un “documental innovador”: “La Primera Guerra Mundial vista desde arriba”, con fotografías y películas sacadas desde los globos cautivos de la artillería. Se rendirá homenaje a los pacifistas con conmemoraciones sobre los objetores de conciencia. En resumen, van a ahogarnos en un océano de futilidades. Según el Director General del Imperial War Museum, “nuestra ambición es que mucha más gente comprenda que no se puede entender el mundo de hoy sin entender las causas, el curso y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial” ([6]) y estamos de acuerdo al 100 % con eso. Pero en realidad, todo está hecho, incluso por parte del honorable Director General, para impedirnos entender sus verdaderas causas y sus verdaderas consecuencias.

En Francia, el sitio internet del centenario anuncia el muy oficial Informe al Presidente de la República para conmemorar la Gran Guerra con fecha de septiembre de 2011 ([7]) y que comienza con estas palabras del discurso del general De Gaulle en el cincuentenario de la guerra en 1964: “El 2 de agosto de 1914, día de la movilización, el conjunto del pueblo francés se puso de pie en su unidad. Eso nunca había ocurrido. Todas las regiones, todas las localidades, todas las categorías, todas las familias, todas las almas, se pusieron repentinamente de acuerdo. En un momento, se borraron las múltiples peleas, políticas, sociales, religiosas, que mantenían dividido el país. De un extremo al otro del suelo nacional, las palabras, las canciones, las lágrimas y, sobre todo, los silencios no expresaron ya sino una única resolución". En el propio informe leemos que “Aunque suscite el pavor de los contemporáneos ante la muerte de masas y los inmensos sacrificios hechos, el Centenario también hará que un estremecimiento recorra la sociedad francesa, recordando la unidad y la cohesión nacional mostrada por los franceses durante la prueba de la Primera Guerra Mundial”. Parece pues poco probable que la burguesía francesa tenga la intención de hablarnos de la represión policial brutal de las manifestaciones de trabajadores contra la guerra durante julio de 1914, ni del notorio Cuaderno B (lista del Gobierno con los militantes antimilitaristas socialistas y sindicalistas que había que detener, internar o enviar al frente a partir del estallido de la guerra –los británicos poseían algo equivalente), y menos aún de las circunstancias del asesinato del dirigente socialista antiguerra Jean Jaurès en vísperas del conflicto como tampoco de los motines en las trincheras ([8])…

Como siempre, los propagandistas pueden contar con el apoyo de los doctos universitarios para proporcionar en material sus documentales y entrevistas. Tomaremos aquí un único ejemplo que nos parece emblemático: The Sleepwalkers, por el historiador Christopher Clark de la Universidad de Cambridge, publicado en 2012 y en 2013 en libro de bolsillo, y ya traducido al francés (Les Somnambules), alemán (Die Schlafwandler) y castellano (Sonámbulos) ([9]). Clark es un empirista sin complejos, su introducción anuncia muy claramente su intención: “Este libro (…) trata menos de por qué estalló la guerra que de cómo ocurrió. Las preguntas del porqué y del cómo son inseparables en la lógica, pero nos llevan en direcciones diferentes. La pregunta de cómo nos invita a observar atentamente las secuencias de interacciones que produjeron unos resultados. La pregunta del porqué, por el contrario, nos invita a ir buscando causas distantes y categóricas: el imperialismo, el nacionalismo, los armamentos, las alianzas, las finanzas, las ideas de honor nacional, los mecanismos de la movilización” ([10]). Lo que falta en la lista de Clark es, obviamente, el capitalismo. ¿Es posible que el capitalismo sea generador de guerras? ¿Es posible que la guerra no sea solamente “la política por otros medios”, retomando la famosa expresión de von Clausewitz, sino más bien la expresión última de la competencia inherente al modo de producción capitalista? ¡Oh no, por favor, eso nunca! Clark pues, se dedica a suministrarnos “los hechos” que llevaron a la guerra, lo que hace con una inmensa erudición y con el menor detalle, hasta el color de las plumas de avestruz sobre el casco de Francisco Fernando de Austria el día de su asesinato (eran verdes). Si alguien se hubiera dado la molestia de anotar el color de los calzoncillos de su asesino, Gavrilo Princip, ese día, también estaría en este libro.

La longitud del libro, su control del detalle, hacen tanto más notable una omisión. A pesar del que dedique secciones enteras a la cuestión “de la opinión pública”, Clark no tiene absolutamente nada que decir sobre la única parte “de la opinión pública” que de verdad importaba: la posición adoptada por la clase obrera organizada. Clark cita ampliamente diarios como el Manchester Guardian, el Daily Mail, o le Matin, y muchos otros sumidos desde hace mucho tiempo en un olvido bien merecido, pero ni siquiera cita una única vez el Vorwärts, ni l'Humanité (los diarios respectivamente de los partidos socialistas alemán y francés), ni la Vie ouvrière, el órgano semioficial de la CGT francesa ([11]), ni la Bataille syndicaliste. ¡Y eran publicaciones importantes! El Vorwärts era uno entre los 91 diarios del SPD con una difusión total de 1 millón y medio de ejemplares (como comparación, el Daily Mail reivindicaba una difusión de 900 mil) ([12]), y el propio SPD era el partido más importante de Alemania. Clark menciona el congreso de Jena en 1905 donde el SPD se negó a llamar a la huelga general en caso de guerra, pero no dice una palabra sobre las resoluciones contra la guerra adoptadas por los congresos de la Internacional Socialista en Stuttgart (1907) y en Basilea (1912). El único dirigente del SPD que merece mención en el libro es Albert Südekum, un personaje relativamente menor de la derecha del SPD, cuyo papel de figurante tranquiliza al canciller alemán Bethmann-Hollweg el 28 de julio, destacando que el SPD no se opondrá a una guerra “defensiva”.

Sobre la lucha entre izquierda y derecha en el movimiento socialista y más ampliamente obrero: silencio absoluto. Sobre el combate político de Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, Anton Pannekoek, Herman Gorter, Domela Nieuwenhuis, John MacLean, Vladimir Ilyich Lenin, Pierre Monatte, y tantos más, ídem de ídem. Sobre el asesinato de Jean Jaurès, más silencio, sólo silencio…

Es evidente que los proletarios no pueden contar con la historiografía burguesa para entender verdaderamente las causas de la Gran Guerra. Miremos pues más bien hacia dos destacados militantes de la clase obrera: Rosa Luxemburg, sin duda alguna la teórica más importante de la Socialdemocracia alemana y Alfred Rosmer, un militante fiel de la CGT francesa de la preguerra. Vamos a basarnos en particular en La Crisis de la Socialdemocracia de Rosa Luxemburg (más conocido con el nombre de Folleto de Junius ([13])) y El movimiento obrero durante la Primera Guerra Mundial ([14]). Ambas obras son muy diferentes: el folleto de Luxemburg fue escrito en la cárcel en 1916 (y al no poder disponer del menor acceso privilegiado a bibliotecas y archivos gubernamentales, el vigor y la claridad de su análisis son tanto más impresionantes); el primer volumen ([15]) de la obra de Rosmer, donde trata del período que condujo a la guerra, fue publicado en 1936 y es el fruto tanto de su dedicación meticulosa a la verdad histórica como de su defensa apasionada de los principios internacionalistas.

La Primera Guerra Mundial: su importancia y sus causas

Podría preguntársenos si todo eso es realmente importante. Fue hace mucho tiempo, el mundo ha cambiado, ¿qué podemos aprender realmente de esos escritos de otros tiempos?

Contestaremos que es primordial entender la Primera Guerra Mundial por tres razones.

La primera, porque la Primera Guerra abrió una nueva época: seguimos viviendo en un mundo modelado por las consecuencias de aquella guerra.

La segunda, porque las causas subyacentes de la guerra siguen presentes y operativas: existe una similitud clarísima entre el auge de la nueva potencia alemana antes de 1914, y el actual de China.

Y la tercera –y quizá la más importante porque eso es precisamente lo que los propagandistas del Gobierno y sus historiadores a sueldo quieren ocultar– sólo hay una y única fuerza capaz de poner fin a la guerra imperialista: la clase obrera mundial. Como dice Rosmer: “los Gobiernos saben que no pueden lanzarse en la peligrosa aventura que es la guerra –y sobre todo ésta– sino a condición de tener tras ellos la práctica unanimidad de la opinión y, especialmente, la de la clase obrera; para eso, les es necesario equivocarla, engañarla, extraviarla, excitarla” ([16]). Luxemburg cita la frase de Von Bülow, que decía que era sobre todo por temor a la Socialdemocracia por lo que, en la medida de lo posible, “se hacían esfuerzos por diferir toda guerra”; cita también el Vom Heutigen Krieg (Una guerra de hoy) del general Bernhardi: “Cuando las grandes masas compactas se quitan de encima a sus dirigentes, cuando se difunde el espíritu de pánico, cuando se hace sentir la falta de víveres, cuando el espíritu de rebelión se posesiona de las masas del ejército, éste se vuelve no sólo ineficaz respecto del enemigo sino también una amenaza para sí y para sus dirigentes. Cuando el ejército rompe los límites de la disciplina, cuando interrumpe voluntariamente el curso del operativo militar, crea problemas que sus dirigentes son incapaces de solucionar. Y Luxemburg sigue: “Así, tanto los políticos capitalistas como las autoridades militares creen que la guerra, con sus ejércitos de masas modernos, es un juego peligroso. Y esto daba a la socialdemocracia la mejor oportunidad de impedir que los gobernantes del momento precipitasen la guerra y obligarlos a ponerle fin lo antes posible. Pero la posición de la socialdemocracia ante esta guerra barrió todas las dudas, derribó los diques de contención de la marea militarista. (…). Y así, las miles de víctimas que han caído en los últimos meses en los campos de batalla pesan sobre nuestra conciencia” ([17]).

El estallido de una guerra imperialista mundial y generalizada (aquí no hablamos de los conflictos localizados, incluso de grandes conflictos como las guerras de Corea o Vietnam) viene determinado por dos fuerzas que se enfrentan: el empuje hacia la guerra, hacia una nueva división del mundo entre las grandes potencias imperialistas, y la lucha por la defensa de su propia existencia por las clases trabajadoras que deben proporcionar a la vez la carne de cañón y el ejército industrial, sin las cuales la guerra moderna es imposible. La Crisis en la Socialdemocracia, y sobre todo en su fracción más poderosa, la socialdemocracia alemana – crisis que silenciaron sistemáticamente los historiadores universitarios a sueldo – es pues el factor crítico que hizo posible la guerra en 1914.

Trataremos de ello con más detalle en un artículo posterior, pero aquí nos proponemos retomar el análisis de Luxemburg de las rivalidades y de las alianzas movedizas que empujaron inexorablemente a las grandes potencias hacia la sangría de 1914.

“Hay dos procesos en la historia reciente que conducen directamente a la actual guerra. Uno se origina en el período en que se constituyeron por primera vez los llamados Estados nacionales, es decir, los Estados modernos, a partir de la guerra bismarquiana contra Francia. La guerra de 1870 que, con la anexión de Alsacia y Lorena, arrojó a la República Francesa en brazos de Rusia, dividió a Europa en dos bandos contrarios e inició un periodo armamentista competitivo frenético, encendió la chispa de la actual conflagración mundial (…)

Así la guerra de 1870 trajo como consecuencia el agrupamiento político formal de Europa en torno a los ejes del antagonismo franco-germano, e impuso el reinado del militarismo sobre las vidas de los pueblos europeos. El proceso histórico le ha otorgado a este agrupamiento y a este reinado un contenido enteramente nuevo. El segundo proceso que conduce a la actual guerra mundial, que confirma nuevamente y en forma brillante la profecía de Marx ([18]), se origina en acontecimientos internacionales acaecidos luego de la muerte de Marx: el desarrollo imperialista de los últimos veinticinco años ([19]).

Los treinta últimos años del siglo XIX vieron pues una extensión rápida del capitalismo a través del mundo, y también la aparición de un nuevo capitalismo, dinámico, en expansión y henchido de confianza, en el mismo corazón de Europa: el Imperio alemán, reconocido en el palacio de Versalles en 1871 después de la derrota francesa en la guerra franco-prusiana, en la que Prusia emergió como territorio más poderoso entre una multitud de principados y pequeños Estados alemanes, para surgir como el componente dominante de una Alemania nueva y unificada.“(…) se podía, entonces, prever”, añade Luxemburg, “que ese imperialismo joven rebosante de energía y sin obstáculos de ninguna clase, que debutaba en el escenario mundial con enormes apetitos, cuando el mundo se encontraba, por así decirlo, ya repartido, debía convertirse rápidamente en el factor incalculable de agitación general” ([20]).

Por una de esas peculiaridades de la historia que nos permiten tomar una única fecha como símbolo de una modificación de la dinámica de la historia, el año 1898 fue testigo de tres acontecimientos que señalaron tal cambio.

El primero fue “el Incidente de Fachoda”, una confrontación tensa entre tropas francesas y británicas que se disputaban el control de Sudán. En aquel entonces, parecía haber un verdadero peligro de guerra entre ambos países por el control de Egipto y el Canal de Suez, y más en general la soberanía sobre África. Finalmente, el incidente se acabó con una mejora de las relaciones franco-británicas, formalizada en 1904 por “la Entente Cordial”, una tendencia cada vez más marcada, por parte de Gran Bretaña, de apoyar a Francia contra una Alemania que ambos veían como una amenaza. Las dos “Crisis marroquíes” de 1905 y 1911 ([21]) pusieron de manifiesto que en adelante, Gran Bretaña se opondría a las ambiciones alemanas en el norte de África (estaba sin embargo dispuesta a dejar algunas migajas a Alemania: las posesiones coloniales de Portugal).

El segundo acontecimiento fue la toma por Alemania del puerto chino de Kiao-Chau ([22]), que anunciaba la entrada de Alemania en la arena imperialista como potencia con aspiraciones mundiales y no solamente europeas –una Weltpolitik, como en aquel entonces se decía en Alemania. Fue pues bastante oportuno que en 1898 ocurriera también la muerte de Otto von Bismarck, gran canciller que había guiado a Alemania por la vía de su unificación e industrialización rápida. Bismarck siempre se había opuesto al colonialismo y a la construcción naval, al ser su preocupación principal en política exterior la de impedir la aparición de una alianza antigermánica entre las demás potencias recelosas –o preocupadas– por el auge alemán. Al iniciarse el siglo, Alemania se había convertido en una potencia industrial de primer orden, sólo sobrepasada por Estados Unidos, con las ambiciones mundiales que eso conllevaba. Luxemburgo cita al Ministro de Asuntos Exteriores de entonces, von Bülow, en un discurso del 11 de diciembre de 1899: “cuando los ingleses hablan de una “Gran Inglaterra”, cuando los franceses hablan de la “Nueva Francia”, cuando los rusos abren Asia central para su penetración, también nosotros tenemos derecho a aspirar a una Alemania más grande. Si no creamos una marina apta para defender nuestro comercio, nuestros nativos en tierras extranjeras, nuestras misiones y la seguridad de nuestras costas, amenazamos los intereses vitales de nuestra nación. En el próximo siglo el pueblo alemán será el martillo o el yunque.” Y Luxemburg añade: “Despojemos esto de la frase ornamental sobre la defensa de nuestras costas, y queda el programa colosal: la gran Alemania que cae como un martillo sobre las demás naciones” ([23]).

A principios del siglo XX, dotarse de una Weltpolitik exigía una marina de guerra a la altura de sus ambiciones. Luxemburg demuestra claramente que Alemania no necesitaba económicamente de forma urgente una armada: nadie iba a arrancarle sus posesiones en África o China. La armada era sobre todo una cuestión de prestigio: para poder proseguir su extensión, Alemania debía aparecer como una potencia seria, una potencia con la cual era necesario contar, y para eso una “flota ofensiva de primera calidad” era un requisito previo. En las palabras inolvidables de Luxemburg, ésta era “un desafío no sólo a la clase obrera alemana, sino también a otras naciones capitalistas, desafío dirigido a nadie en particular, un guantelete que se agitaba ante el mundo entero”.

El paralelo entre el auge de Alemania al filo de los siglos xix y xx, y el de China cien años más tarde es evidente. Como la de Bismarck, la política exterior de Deng Xiaoping procuró no preocupar a los vecinos de China, como tampoco a la potencia hegemónica mundial, Estados Unidos. Pero con su ascenso al estatuto de segunda potencia económica mundial, el “prestigio” de China exige que pueda, como mínimo, controlar sus fronteras y proteger sus vías marítimas: de ahí su programa de construcción naval, de submarinos y de un portaviones, con su reciente declaración de un área de identificación de su defensa aérea (ADIZ) que cubre las islas Senkaku-Daioyu.

Se trata, por supuesto, de un paralelo no de una igualdad, por dos razones en particular: en primer lugar, la Alemania de principios del siglo xx no sólo era la segunda potencia industrial después de Estados Unidos, sino que también estaba en la vanguardia del progreso técnico y de la innovación (como se puede apreciar, por ejemplo, en la cantidad de Premios Nobel alemanes y en la innovación alemana en las industrias siderúrgicas, eléctricas y químicas); en segundo lugar, Alemania tenía la capacidad de transportar su fuerza militar por el mundo entero.

Así como Estados Unidos hoy ha de oponerse a la amenaza china respecto a su propio “estatus” y a la seguridad de sus aliados (Japón, Corea del Sur y Filipinas en particular), también Gran Bretaña vio como una amenaza el auge de la marina alemana, y lo que todavía era peor: una amenaza existencial contra la vía marítima vital del canal de la Mancha y sus propias defensas costeras ([24]).

Sin embargo, cualesquiera que hubieran sido sus ambiciones navales, la dirección natural para la extensión de una potencia terrestre como Alemania era hacia el Este, más específicamente hacia el Imperio otomano en descomposición; eso era tanto más evidente por cuanto sus ambiciones en África y en el Mediterráneo occidental estaban bloqueadas por los franceses y los británicos. El dinero y el militarismo iban de la mano, y el capital alemán fluyó a Turquía ([25]), abriéndose paso a codazos con sus competidores británicos y franceses. Se dedicó gran parte de ese capital a financiar el ferrocarril Berlín-Bagdad: en realidad, se trataba de una red de ferrocarriles que debía conectar Berlín con Estambul, para luego seguir hacia el sur de Anatolia, Siria y Bagdad, y también Palestina, el Hiyaz y La Meca. En una época en la que los movimientos de tropas dependían de los ferrocarriles, eso daba la posibilidad al ejército turco, equipado con armas alemanas y entrenado por militares alemanes, de mandar tropas que habrían amenazado tanto la refinería británica de Abadan (en Persia, hoy Irán) ([26]), como el control británico de Egipto, del canal de Suez: ésta era una amenaza alemana directa contra los intereses estratégicos de Gran Bretaña. Durante gran parte del siglo xix, la extensión rusa en Asia Central, que suponía una amenaza sobre la frontera persa y sobre India, era el principal peligro para la seguridad del Imperio británico; la derrota de Rusia por Japón en 1905 había calmado sus pretensiones orientales hasta el punto que en 1907 un convenio anglo-ruso podía –temporalmente al menos– solucionar los conflictos entre los dos países en Afganistán, Persia y Tíbet. Alemania era ahora el rival que enfrentar.

Inevitablemente, la política oriental de Alemania implicaba para ella un interés estratégico en los Balcanes, el Bósforo y los Dardanelos. El que el ferrocarril entre Berlín y Estambul debiera pasar por Viena y Belgrado hacía que el control, o al menos la neutralidad de Serbia, pasaba de golpe a ser de gran importancia estratégica para Alemania. Esto a su vez la ponía en conflicto con un país que –en los tiempos de Bismarck– había sido el bastión de la reacción y de la solidaridad autocrática, o sea el principal aliado de Prusia y de la Alemania imperial: Rusia.

Desde el reino de Catalina la Grande, Rusia se había afirmado (en los años 1770) como potencia dominante del Mar Negro, eliminando a los otomanos. El comercio cada día más importante de la industria y agricultura rusas dependía de la libertad de navegación por el estrecho del Bósforo. La ambición rusa apuntaba a los Dardanelos y el control del tráfico marítimo entre el mar Negro y el Mediterráneo (los objetivos rusos en los Dardanelos ya habían llevado a la guerra con Gran Bretaña y Francia en Crimea, en 1853). Luxemburg resume así la dinámica de la sociedad rusa que impulsaba su política imperialista: “Por un lado, en las tendencias de conquista del zarismo se manifiesta la expansión tradicional de un poderoso imperio, cuya población abarca hoy 170 millones de hombres y que trata de alcanzar, por motivos tanto económicos como estratégicos, el acceso libre a los mares, al océano Pacífico en el Oriente, y al Mediterráneo en el Sur. Por otro lado, la pervivencia del absolutismo exige la necesidad de mantener una posición que imponga respeto en la concurrencia general de los grandes Estados a nivel de la política mundial para asegurarse el crédito financiero del capitalismo extranjero, sin el cual el zarismo no puede vivir. (…) Sin embargo, cobran cada vez más importancia los intereses burgueses modernos como factor del imperialismo en el imperio zarista. El joven capitalismo ruso, que bajo el régimen absolutista no puede alcanzar, como es natural, su completo desarrollo ni salir, en general, de la fase del primitivo sistema de saqueo, ve ante sí un brillante futuro por las inconmensurables fuentes naturales de este gigantesco imperio. (…) Es la previsión de ese futuro y, por decirlo así, como adelanto de la avidez de acumulación, lo que llena a la burguesía rusa de un ímpetu marcadamente imperialista y que la hace manifestar con ardor sus pretensiones en el reparto del mundo” ([27]). La rivalidad entre Alemania y Rusia por el control del Bósforo se topó pues ineluctablemente con su punto neurálgico en los Balcanes, donde la progresión de la ideología nacionalista característica de un capitalismo en vías de desarrollo creaba una situación de tensión permanente y guerra sangrienta intermitente entre los tres Estados que nacieron del Imperio otomano en descomposición: Grecia, Bulgaria y Serbia. Estos tres países se aliaron contra los otomanos en la Primera Guerra de los Balcanes, y se pelearon luego unos contra otros para repartirse el botín –en particular en Albania y Macedonia– durante la Segunda Guerra de los Balcanes ([28]).

El auge de esos nuevos Estados nacionales agresivos en los Balcanes no podía dejar indiferente al otro imperio declinante de la región: Austria-Hungría. Para Luxemburgo, “la monarquía de los Habsburgo no es la organización política de un Estado burgués, sino únicamente un sindicato inconexo de unas cuantas camarillas de parásitos sociales que quieren recoger a manos llenas, utilizando los medios de poder estatales, mientras se mantenga el podrido tinglado de la monarquía”, y Austria-Hungría estaba constantemente bajo la amenaza de las nuevas naciones que la rodeaban y todas estaban compuestas de las mismas etnias que ciertas partes del Imperio: de ahí la anexión por Austria-Hungría de Bosnia y Herzegovina, con el objetivo de impedir a Serbia un acceso al Mediterráneo.

En 1914, la situación en Europa se asemejaba a un cubo de Rubik mortal, sus distintas piezas estaban tan estrechamente imbricadas que desplazar una de ellas significaba necesariamente desplazarlas todas.

Los sonámbulos despiertos

¿Quiere decir eso que las clases dominantes, los Gobiernos, no sabían lo que hacían, que en cierto modo –según el título del libro de Christopher Clark, Sonámbulos–, entraron en guerra por accidente, que la Primera Guerra Mundial no fue sino un terrible error?

Ni mucho menos. Sin lugar a dudas las fuerzas históricas descritas por Luxemburg, en el análisis sin duda más profundo nunca escrito de la entrada en guerra, mantenían a la sociedad atenazada: en este sentido, la guerra era el resultado de unas rivalidades imperialistas imbricadas. Las situaciones históricas llaman al poder a los hombres que les corresponden y los gobiernos que arrastraron a Europa y al mundo a la guerra sabían muy bien lo que hacían y lo hicieron deliberadamente. Los años del cambio de siglo hasta el estallido de la guerra se caracterizaron por alertas repetidas, cada una más grave que la anterior: la crisis de Tánger en 1905, el incidente de Agadir en 1911, las Primera y Segunda Guerra de los Balcanes. Cada incidente impulsaba hacia adelante la fracción proguerra de cada burguesía, reforzando la idea de que la guerra era de todos modos inevitable. El resultado fue una carrera de armamentos absurda: Alemania puso en marcha su programa de construcción naval y Gran Bretaña le siguió los pasos; Francia aumentó la duración del servicio militar a tres años; enormes empréstitos franceses financiaron la modernización de los ferrocarriles rusos para transportar las tropas hacia el frente occidental, así como la modernización del pequeño pero eficaz ejército serbio. Todas las potencias continentales aumentaron el número de hombres llamados a filas.

Cada día más convencidos de que la guerra era inevitable, la pregunta para los Gobiernos europeos ya fue simplemente: “¿cuándo?”. ¿Cuándo estarían al máximo los preparativos de cada uno con relación a los de sus rivales? Ése sería el “buen” momento para la guerra.

Si Luxemburg veía en Alemania el nuevo “factor imprevisible” de la situación europea, ¿significaba eso que las potencias de la Triple Alianza (Gran Bretaña, Francia y Rusia) no eran sino las víctimas inocentes de la agresión expansionista alemana? Esa es la tesis de algunos historiadores revisionistas actuales: no solamente que la lucha contra el expansionismo alemán se justificaba en 1914, sino que básicamente, 1914 era el precursor de la “buena guerra” de 1939. Esto es sin duda verdad, pero los países de la Triple Alianza serían lo que se quiera, pero no desde luego víctimas inocentes. Y la idea de que únicamente Alemania era “expansionista” es risible cuando comparamos el tamaño del Imperio británico –fruto de la agresión expansionista británica– con el de Alemania: curiosamente, esto nunca parece pasarles por la cabeza a los historiadores ingleses domesticados ([29]).

En realidad la Triple Alianza preparaba desde hacía años una política de cerco de Alemania (así como Estados Unidos desarrolló una política de cerco a la URSS durante la Guerra Fría e intenta hoy hacer lo mismo con China). Rosmer lo demuestra con una nitidez irrecusable, basándose en las correspondencias secretas entre los embajadores belgas de las distintas capitales europeas ([30]).

En mayo de 1907, el embajador en Londres escribía: “Queda claro que la Inglaterra oficial prosigue una política calladamente hostil, que tiende a conseguir el aislamiento de Alemania, y que el rey Eduardo no vaciló en poner su influencia personal al servicio de esta idea” ([31]). En febrero de 1909, tenemos noticias del embajador en Berlín: “El rey de Inglaterra afirma que la conservación de la paz siempre ha sido el objetivo de sus esfuerzos; es lo que no dejó de decir desde el principio de la campaña diplomática que llevó a cabo, con el fin de aislar Alemania; pero no puede uno impedirse observar que la paz del mundo nunca estuvo tan comprometida que cuando el rey de Inglaterra se puso a consolidarla” ([32]). De Berlín de nuevo, leemos en abril de 1913: “La arrogancia y el menosprecio con que éstos [los Serbios] reciben las reclamaciones del gabinete de Viena sólo se explican por el apoyo que piensan encontrar en San Petersburgo. El encargado de negocios de Serbia decía aquí recientemente que su Gobierno no habría dado pasos adelante desde hace seis meses, haciendo caso omiso de las amenazas austríacas, si no le hubiera alentado el ministro de Rusia, el Sr. Hartwig…” ([33]).

En Francia, el desarrollo consciente de una política agresiva y chauvinista quedó perfectamente claro para el embajador belga en París (enero de 1914): “Ya me complació informarles que son los Sres. Poincaré, Delcassé, Millerand y sus amigos quienes inventaron y prosiguieron la política nacionalista, patriotera y chauvinista cuyo renacimiento constatamos (…) Veo en ello un gran peligro que amenaza hoy la paz de Europa (…) porque la actitud adoptada por el gabinete Barthou es, a mi modo de ver, la causa determinante de un incremento de las tendencias militaristas en Alemania” ([34]).

La reintroducción en Francia de un servicio militar de tres años no era una política de defensa, sino un preparativo deliberado para la guerra. Citemos de nuevo al embajador en París (junio de 1913): “Las cargas de la nueva ley serán tan pesadas para la población, los gastos que implicará serán tan exorbitantes, que el país protestará pronto, y Francia se encontrará ante este dilema: una renuncia que no podrá soportar o la guerra a corto plazo” ([35]).

¿Cómo declarar la guerra?

Dos factores se tomaron en cuenta en los cálculos de los estadistas y políticos en los años que condujeron a la guerra: en primer lugar, la evaluación de sus propios preparativos militares y de los de sus adversarios, en segundo lugar –igualmente importante, incluso en la Rusia zarista y autocrática–, la necesidad de aparecer ante del mundo y ante sus propias poblaciones, sobre todo los obreros, como la parte ofendida, que sólo actuaba para defenderse. Todos los poderes querían entrar en una guerra que otro había causado: “El juego consiste en llevar al adversario a realizar un acto que se podrá explotar contra él o a aprovechar una decisión ya tomada” ([36]).

El asesinato de Francisco-Fernando, la chispa que encendió la mecha, no fue obra de un individuo aislado: Gavrilo Princip disparó el tiro mortal, pero no era sino un miembro más de un grupo de asesinos organizado y armado por una de las redes organizadas por los grupos serbios ultranacionalistas “la Mano Negra” y Narodna Odbrana (“la Defensa Nacional”), que casi era un estado en el Estado y cuyas actividades eran perfectamente conocidas por el Gobierno serbio y más concretamente por su Primer Ministro, Nicolas Pasič. Serbia mantenía estrechas relaciones con Rusia y nunca habría emprendido tal provocación si no hubiera estado segura del apoyo ruso contra una reacción austrohúngara.

El Gobierno austrohúngaro no podía dejar pasar la ocasión de meter en cintura a Serbia ([37]). La investigación policial no se anduvo con rodeos para señalar a Serbia con el dedo, confiando los austríacos en que el choque causado entre las clases dirigentes europeas les iba a otorgar el apoyo de éstas, o al menos su neutralismo, cuando atacaron a Serbia. Y en efecto, a Austria-Hungría no le quedaba otra opción que la de atacar y humillar a Serbia; hacer menos hubiera significado un golpe devastador para su “imagen” y su influencia en la crítica región de los Balcanes, dejándola completamente a merced de su rival ruso.

Para el Gobierno francés, una “guerra de los Balcanes” era la situación ideal para lanzar un ataque contra Alemania: en caso de que Alemania pudiera ser arrastrada hacia una guerra para defender a Austria-Hungría, y Rusia acudiera en defensa de los serbios, la movilización francesa podría presentarse como una medida de defensa preventiva contra el peligro de un ataque alemán. Más aún, era muy poco probable que Italia, en principio aliada de Alemania pero con intereses propios en los Balcanes, entrara en guerra para defender a Austria-Hungría en Bosnia-Herzegovina.

Dada la alianza a la que se enfrentaba, Alemania estaba en posición de debilidad, contando como único aliado a Austria-Hungría, ese “montón de descomposición organizada” como decía Rosa Luxemburg. Los preparativos militares en Francia y Rusia, el desarrollo de su “Entente” con Gran Bretaña, llevaron a los estrategas alemanes a la conclusión que más valía enfrentarse lo antes posible, antes de que sus adversarios estuvieran enteramente preparados. De ahí una observación en 1914: “Es absolutamente necesario que si se extiende el conflicto [entre Serbia y Austria-Hungría] (…) sea Rusia la que lleve la responsabilidad” ([38]).

La población británica no estaba muy animada para entrar en guerra para defender a Serbia, lo mismo que la de Francia. Gran Bretaña también necesitaba un “pretexto para intentar convencer a una parte importante de su opinión pública. Alemania le proporcionó uno, excelente, al invadir Bélgica con sus ejércitos”. Rosmer cita el Tragedy of Lord Kitchener del Viscount Esher, a tal efecto: “El episodio belga fue un golpe de suerte que llegó a punto para dar a nuestra entrada en guerra el pretexto moral necesario para preservar la unidad de la nación, o al menos la del Gobierno” ([39]). En realidad, los planes británicos para un ataque contra Alemania, preparados desde hacía mucho tiempo en colaboración con los militares franceses, preveían desde años atrás la violación de la neutralidad belga…

Todos los Gobiernos de los países beligerantes debían pues engañar a su “opinión pública” haciéndole creer que se les había impuesto una guerra que ya estaban preparando y buscando desde hacía años. El elemento crítico de esta “opinión pública” era la clase obrera organizada, con sus sindicatos y partidos socialistas, que afirmaban claramente desde hacía años su oposición a la guerra. El factor principal que abriría el camino a la guerra había de ser pues la traición de la socialdemocracia y su apoyo otorgado a lo que la clase dominante llamó cínicamente una “guerra defensiva”.

Las causas subyacentes de tamaña y monstruosa traición al deber internacionalista más elemental por parte de la socialdemocracia serán objeto de un próximo artículo. Basta con decir aquí que la pretensión actual de la burguesía francesa que afirma que “en un instante se borraron las múltiples peleas políticas, sociales, religiosas, que tenían dividido al país” no son sino mentiras groseras. Al contrario, contada por Rosmer, la historia de los días precedentes al estallido de la guerra es la de manifestaciones constantes contra la guerra, brutalmente reprimidas por la policía. El 27 de julio, la CGT llamó a una manifestación, y “de las 9 a la doce de la noche (…), una muchedumbre enorme afluyó sin cesar a los bulevares. Se movilizó a enormes fuerzas de policía (…) Pero son tan numerosos los obreros que bajan de los suburbios hacia el centro que la táctica policial [de separar a los manifestantes en pequeños grupos] consigue un resultado imprevisto: pronto se cuentan tantas manifestaciones como calles. Las violencias y las brutalidades policiales no pueden con la combatividad de esta muchedumbre; toda la tarde, el grito de “¡Abajo la guerra!” resonará desde la Ópera hasta la Plaza de la República” ([40]). Las manifestaciones continuaron al día siguiente, extendiéndose a las principales ciudades de provincias.

La burguesía francesa aún tenía otro problema: la actitud del dirigente socialista Jean Jaurès. Jaurès era un reformista, en un momento de la historia en el que el reformismo se situaba entre burguesía y proletariado, pero profundamente comprometido en la defensa de la clase obrera (precisamente por eso su influencia entre los obreros era muy grande) y apasionadamente opuesto a la guerra. El 25 de julio, cuando la prensa informa del rechazo por parte de Serbia del ultimátum austrohúngaro, Jaurès debía hablar en un mitin electoral a Vaise, cerca de Lyón: su discurso se centró no en las elecciones sino en el temible peligro de guerra “Nunca, desde hace cuarenta años, Europa estuvo en una situación de amenaza tan trágica. (…) Actualmente tenemos contra nosotros, contra la paz, contra la vida de los hombres, unas eventualidades terribles y contra las que será necesario que los proletarios de Europa realicen los esfuerzos de solidaridad suprema que estén en sus manos” ([41]).

Al principio, Jaurès se creyó los garantías fraudulentas del Gobierno francés según los cuales éste trabajaba por la paz, pero el 31 de julio ya había perdido sus ilusiones y en el Parlamento, pidió una vez más a los obreros hacer lo posible para oponerse a la guerra. Rosmer dice: “Corre el rumor de que el artículo que va a escribir próximamente para el número del sábado de l’Humanité será un nuevo “¡Yo acuso!” ([42]), que denunciará las intrigas y las mentiras que han puesto al mundo en el umbral de la guerra. Por la tarde (…) encabeza una delegación del grupo socialista al Quai d'Orsay [el Ministerio de Asuntos Exteriores]. Viviani no está allí. Es el Subsecretario de Estado el que recibe a la delegación. Después de haber escuchado a Jaurès, le pregunta qué piensan hacer los socialistas ante la situación: “¡Seguir nuestra campaña contra la guerra!”, contesta Jaurès. A lo cual Abel Ferry replica: “¡Ni se atreva!, pues lo matarán a la vuelta de la esquina!” ([43]). Dos horas más tarde, cuando Jaurès regresa a su oficina de L'Humanité para escribir el temido artículo, el asesino Raoul Villain lo mata de dos tiros de pistola a quemarropa que provocaron una muerte casi inmediata” ([44]).

En definitiva, la clase burguesa francesa no dejó ni un cabo suelto, cuando se trataba de garantizar “¡la unidad y la cohesión nacional”!

No hay guerra sin los obreros

Cuando se depositan ofrendas florales y cuando los grandes de este mundo se inclinan ante el soldado desconocido en las conmemoraciones, cuando nuestros dirigentes pagan millones de euros o libras, cuando suena el clarín por las muertes tras las ceremonias solemnes, cuando los documentales fluyen en las pantallas de televisión y que los cultos historiadores nos cuentan las causas de la guerra, excepto las verdaderas, así como todos los factores que habrían podido impedirla, excepto los que de verdad hubieran podido pesar en la balanza, los proletarios del mundo entero, sí que deben recordar.

Recordar que la causa de la Primera Guerra Mundial no fueron las casualidades históricas, sino los mecanismos despiadados del capitalismo y del imperialismo, que la Gran Guerra abrió un nuevo período de la historia, una “era de guerras y revoluciones” como lo dijo la Internacional Comunista. Este período sigue siendo hoy el nuestro, y las mismas fuerzas que llevaron el mundo a la guerra en 1914 son responsables hoy de las masacres sin fin en Oriente Medio y África, alimentando tensiones cada día más peligrosas entre China y sus vecinos en el mar de China meridional.

Recordar que la guerra no puede hacerse sin los obreros, como carne de cañón y carne de fábrica. Recordar que las clases dominantes deben garantizarse la unidad para la guerra y que nada las detendrá para obtenerla, desde la represión brutal hasta el asesinato sangriento.

Acordarse de que son los mismos partidos “socialistas” que se ponen hoy a la cabeza de cualquier campaña pacifista y humanitaria, los que traicionaron la confianza de sus antepasados en 1914, dejándolos desorganizados y sin defensa ante la máquina de guerra capitalista.

Recordar, en fin, que si la clase dominante tuvo que hacer tal esfuerzo para neutralizar al proletariado en 1914, fue porque el proletariado es la única fuerza que puede levantar una barrera fiable contra la guerra. Sólo el proletariado mundial lleva en sí mismo la esperanza de echar abajo el capitalismo y el peligro de guerra, de una vez para siempre.

Hace cien años, la humanidad estaba ante un dilema cuya solución sigue estando, única y exclusivamente, en manos del proletariado: socialismo o barbarie. Este dilema sigue hoy ante nosotros.

Jens


[1]   Es irónico constatar que el título de la película fue sacado de un libro de antes de la guerra escrito por el economista británico Norman Angell, que pretendía que la guerra entre potencias capitalistas avanzadas, al estar sus economías estrechamente ligadas e interdependientes, se había hecho imposible. Ese tipo de argumentos son los que hoy se pueden oír sobre China y Estados Unidos.

[2]   Ni que decir tiene que, al igual que otras obras aquí mencionadas, Sin novedad en el frente fue prohibida por los nazis tras 1933. También fue prohibida entre 1930 y 1941 por la censura australiana.

[3]   Es sorprendente, por el contrario, que el poeta de guerra patriótico inglés más famoso, Rupert Brooke no conociera nunca el combate, puesto que se murió de enfermedad yendo al asalto de Galípoli.

[4]   Esto fue objeto de una polémica en la prensa alemana.

[5]   Proyecto quizás muy encomiable, pero que no servirá en casi nada para comprender las causas de la Gran Guerra.

[6] www.iwm.org.uk/centenary [1].

[7]   Conmemorar la Gran Guerra (2014-2020): propuestas para un centenario internacional, por Joseph Zimet, de la “Dirección de la memoria, del patrimonio y de los archivos”, https://centenaire.org/sites/default/files/references-files/rapport_jz.pdf [2].

[8]   Es sorprendente ver que la gran mayoría de las ejecuciones por desobediencia militar en el ejército francés ocurrió durante los primeros meses de la guerra, lo que sugiere una falta de entusiasmo que debía cortarse de raíz inmediatamente (véase el informe al Ministro de Excombatientes, Kader Arif, de octubre de 2013):

     https://centenaire.org/sites/default/files/references-files/rapport_fusi... [3]

[9]   Vale la pena mencionar aquí que el título Sonámbulos se extrae de la trilogía del mismo nombre escrita por Hermann Broch en 1932. Broch nació en 1886 en Viena, de una familia judía, pero se convirtió en 1909 al catolicismo. En 1938, tras la anexión de Austria, fue detenido por la Gestapo. Sin embargo, gracias a la ayuda de amigos (entre los cuales James Joyce, Albert Einstein y Thomas Mann), pudo emigrar a Estados Unidos donde vivió hasta su muerte en 1951. Die Schlafwandler cuenta la historia de tres individuos durante, respectivamente, los años 1888, 1905 y 1918, y examina las cuestiones planteadas por la descomposición de los valores y la subordinación de la moral a las leyes de la ganancia.

[10] Traducción nuestra…

[11]    Véase nuestro artículo “El anarcosindicalismo frente al cambio de época; la CGT francesa hasta 1914”, Revista Internacional no 120, https://es.internationalism.org/rint/2005/120_CGT.html [4]

[12] Cf. Hew Strachan, The First World War, tomo 1.

[13] https://www.marxists.org/espanol/luxem/09El%20folletoJuniusLacrisisdelas... [5]

[14] Le Mouvement Ouvrier pendant la guerre, Éditions d'Avron, mayo de 1993.

[15] El segundo tomo fue publicado tras la Segunda Guerra Mundial. Es mucho más resumido, ya que Rosmer tuvo que huir Paris durante la Ocupación alemana y sus archivos fueron confiscados y destruidos durante la guerra.

[16] Rosmer, op. cit., p. 84.

[17] Folleto de Junius, capítulo VI.

[18] Luxemburg cita aquí una carta de Marx al Braunschweiger Ausschuss: “Quien no se ensordezca con el clamor momentáneo, y no desee ensordecer al pueblo alemán, debe comprender que la guerra de 1870 lleva necesariamente consigo los gérmenes de la guerra de Alemania contra Rusia, así como la guerra de 1866 engendró la de 1870. Digo necesariamente, a menos que ocurra lo improbable, o sea que estalle antes una revolución en Rusia. Si eso no ocurre, puede considerarse que la guerra entre Alemania y Rusia es ya un hecho consumado. El que esta guerra haya sido útil o peligrosa depende enteramente de la actitud del vencedor alemán. Si toman Alsacia-Lorena, Francia y Rusia tomarán las armas contra Alemania. Sería superfluo señalar las desastrosas consecuencias.”

[19] https://www.marxists.org/francais/luxembur/junius/rljcf.html [6]

[20] Idem.

[21] La primera crisis marroquí de 1905 fue provocada por una visita del Káiser a Tánger, formalmente para apoyar la independencia marroquí, pero en realidad para contrarrestar la influencia francesa. La tensión militar era de suma importancia: Francia canceló los permisos militares y avanzó sus tropas hasta la frontera alemana, mientras que Alemania comenzó a llamar a los reservistas a filas. Finalmente, los franceses cedieron y aceptaron la propuesta alemana de una Conferencia internacional, que se celebró en Algeciras en 1906. Pero los alemanes se llevaron un chasco cuando comprobaron que todas las potencias europeas les habían abandonado, particularmente los británicos, y sólo se beneficiaron del apoyo de Austria-Hungría. La segunda crisis marroquí ocurrió en 1911 cuando una rebelión contra el sultán Abd al-Hafid dio a Francia el pretexto para mandar tropas a Marruecos so pretexto de proteger a los ciudadanos europeos. Los alemanes, por su parte, aprovecharon el mismo pretexto para mandar la cañonera Panther al puerto atlántico de Agadir. Los británicos sospecharon que eso era el preludio a la instalación de una base naval alemana en la costa atlántica, que amenazaría directamente a Gibraltar. El discurso de Lloyd George en la Mansion House (citado por Rosmer) fue una amenaza de declaración de guerra apenas disimulada si Alemania no cedía. Finalmente, Alemania reconoció el protectorado francés en Marruecos, y recibió a cambio de unas cuantas marismas en la desembocadura del Congo.

[22] Actual Qingdao, en donde los alemanes implantaron la fábrica de cerveza que fabrica hoy la cerveza “Tsingtao”.

[23] Folleto de Junius, op. cit.

[24] La idea de Clark, y también de Niall Fergusson en The Pity of War, de que Alemania se había quedado muy rezagada respecto a Gran Bretaña en la carrera marítima de armamentos, es absurda: contrariamente a la armada alemana, la británica debía proteger un comercio mundial, y no se entiende bien cómo Gran Bretaña no se habría sentido amenazada por la construcción de una flota poderosa situada a menos de 800 kilómetros de su capital y todavía más cerca de sus costas.

[25] Aunque, en los textos europeos de aquel entonces, los términos “Turquía” y “Imperio otomano” se usaban indistintamente, es importante recordar que el más apropiado es el segundo: a principios del siglo XIX, el Imperio otomano cubría no sólo Turquía sino también lo que hoy es Libia, Siria, Irak, la península de Arabia, más gran parte de Grecia y de los Balcanes.

[26] Esta refinería era sobre todo importante por razones militares: la flota británica acababa de sustituir el carbón por el gasóleo. Gran Bretaña poseía carbón en abundancia pero no tenía petróleo. La búsqueda del petróleo en Persia fue sobre todo impulsada por las necesidades de la Armada Real con fin de asegurarse sus suministros en fuel.

[27] Junius, op. cit., capítulo 4.

[28] La Primera Guerra de los Balcanes estalló en 1912 cuando los miembros de la Liga de los Balcanes (Serbia, Bulgaria y Montenegro) lucharon contra el Imperio otomano con el apoyo tácito de Rusia. Aunque no formaba parte de la Liga, Grecia se unió a los combates, al final de los cuales los ejércitos otomanos fueron derrotados por los cuatro costados: el Imperio otomano se vio privado, por primera vez en 500 años, de la mayoría de sus territorios europeos. La Segunda Guerra de los Balcanes estalló inmediatamente después, en 1913, cuando Bulgaria combatió a Serbia, la cual había ocupado, con la complicidad de Grecia, gran parte de Macedonia que se había prometido a Bulgaria.

[29] https://www.theguardian.com/commentisfree/2013/jun/17/1914-18-not-futile... [7]

[30] Estos documentos fueron captados por los alemanes que publicaron largos extractos después de la guerra. Como Rosmer lo indica: “Las valoraciones de los representantes de Bélgica en Berlín, París y Londres, tienen un valor particular. Bélgica es neutral. Tienen pues la mente más libre que los implicados para apreciar los acontecimientos; además, no ignoran que en caso de guerra entre los dos grandes grupos de beligerantes, su pequeño país correrá grandes riesgos, en particular, el de ser un campo de batalla” (op. cit., p. 68).

[31] Idem, p. 69.

[32] Idem, p. 70.

[33] Ibidem.

[34] Idem, p. 73.

[35] Idem, p. 72.

[36] Idem, p. 87.

[37] Por otra parte, el Gobierno austrohúngaro ya había intentado presionar a Serbia al revelar al historiador Heinrich Friedjung documentos fraudulentos que supuestamente eran la prueba de una conspiración serbia contra Bosnia y Herzegovina (véase Clark, p. 88, edición Kindle).

[38] Citado por Rosmer, op. cit., p. 8, a partir de documentos alemanes publicados después de la guerra.

[39] Idem, p. 87.

[40] Idem, p. 102.

[41] Idem, p. 84.

[42] En referencia al ataque sin concesiones de Emile Zola contra el Gobierno cuando el affaire Dreyfus.

[43] Rosmer, op. cit., p. 91. La conversación está relatada en la biografía de Jaurès por Charles Rappoport y en los propios papeles de Abel Ferry (véase Alexandre Croix, Jaurès et ses détracteurs (Jaurès y sus detractores), Ediciones Spartacus, p. 313.

[44] Jaurès fue asesinado mientras comía en el Café du Croissant, frente a las oficinas de l'Humanité. Su asesino, Raoul Villain, tenía muchas semejanzas con Gavrilo Princip: inestable, emocionalmente frágil, dedicado al misticismo político o religioso –en resumen, exactamente el tipo de personaje que los servicios secretos utilizan como provocador y a quien pueden sacrificar sin el menor escrúpulo. Tras el asesinato, Villain fue detenido y pasó la guerra tranquilo, casi cómodamente instalado en una prisión. Tras su juicio fue liberado, y la esposa de Jaurès tuvo que pagar los gastos de justicia.

 

Series: 

  • La guerra [8]

Acontecimientos históricos: 

  • 1914 [9]
  • Gran guerra [10]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [11]

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1914 - La Gran Guerra

La CCI atacada por une nueva oficina del Estado burgués

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En octubre de 2013, nació un nuevo “grupo político” que se dio el pomposo nombre de “Grupo Internacional de la Izquierda Comunista” (GIGC). Este nuevo grupo no le hace mucha gracia dar a conocer su identidad: se ha constituido a partir de la fusión entre 2 elementos del grupo Klasbatalo de Montreal y elementos de la pretendida ex-“Fracción Interna” de la CCI (FICCI) que fueron excluidos de la CCI en 2003 debido a sus comportamientos indignos de la militancia comunista: además del robo, las calumnias y el chantaje, estos elementos cruzaron el Rubicón debido a sus comportamientos deliberados de soplones, entre otras “hazañas” publicando por adelantado en Internet la fecha de la conferencia de nuestra sección en México y repitiendo insistentemente las verdaderas iniciales de uno de nuestros camaradas presentado como “el jefe de la CCI”. Los lectores no informados pueden consultar nuestros artículos publicados en aquel entonces en nuestra prensa1

En uno de estos artículos, Los métodos policiales de la FICCI [12] pusimos claramente en evidencia que estos elementos ofrecen graciosamente sus buenos y leales servicios al Estado burgués. Ocupan la mayor parte de su tiempo en una actividad consistente en un seguimiento asiduo del sitio Internet de la CCI, tratando de informarse de todo lo que ocurre en nuestra organización, alimentándose –y difundiendo rápidamente-de los cotilleos más nauseabundos recogidos de las alcantarillas (y especialmente de la pareja Peter – Louise, 2 militantes de la CCI, que les obsesiona y les excita de forma extrema desde hace más de 10 años). Con posterioridad a la publicación de este artículo, han agravado aún más su caso al sacar públicamente un documento de 114 páginas, que reproduce numerosos extractos de las reuniones de nuestro órgano central internacional, con lo que se proponían demostrar sus acusaciones contra la CCI. Lo que este documento mostraba en realidad, es que estos elementos tienen un cerebro enfermo, totalmente cegado por el odio contra nuestra organización y que de forma consciente libran a la policía informaciones sensibles a fin de favorecer su trabajo.

Recién nacido, este pequeño aborto llamado “Grupo Internacional de la Izquierda Comunista” lanza su primer grito desencadenando una propaganda histérica contra la CCI, como lo prueba el cartel publicitario aparecido en sus Web: “¡Una nueva (¿la última?) Crisis interna en la CCI!” acompañada desde luego por un “Llamamiento al campo proletario y a los militantes de la CCI”

Desde hace varios días, este “grupo internacional” (compuesto por 4 individuos) lleva una actividad frenética, dirigiendo una carta tras otra a todo el “medio proletario”, así como a nuestros militantes y a ciertos simpatizantes (a los cuales han quitado las direcciones) con el fin de salvarlos de las “garras” de una pretendida “facción liquidadora” (un clan formado por Lousie, Peter y Baruch).

Los miembros fundadores de este nuevo grupo, dos soplones de la ex-FICCI, acaban de franquear un paso suplementario en la ignominia, desvelando claramente sus métodos policíacos que intentan la destrucción de la CCI. Este pretendido “Grupo Internacional de la Izquierda Comunista” hace sonar la alarma y proclama a diestro y siniestro que se ha hecho con boletines internos de la CCI. Exhibiendo su trofeo de guerra y con tan ruidosa algarabía, el mensaje que estos acreditados soplones quieren hacernos colar es muy claro: ¡habría un “topo” en la CCI que trabaja mano a mano con la ex-FICCI! Se trata claramente de un trabajo policial que no pretende otra cosa que sembrar la sospecha generalizada, la turbación y la cizaña en el seno de nuestra organización. Se trata de los mismos métodos que utilizó la GPU, la policía política de Stalin, para destruir desde dentro el movimiento trotskista de los años 30. Se trata de los mismos métodos que ya utilizaron en su día los miembros de la ex-FICCI (y más concretamente dos de ellos, Juan y Jonás, miembros fundadores del GIGC) cuando hicieron viajes “especiales” a varias secciones de la CCI en 2001 con objeto de organizar reuniones secretas y hacer circular rumores según los cuales una de nuestras camaradas (la “mujer del jefe de la CCI”, según su expresión) sería una “infiltrada”. Hoy, el mismo proceder para sembrar el pánico y destruir desde dentro la CCI resulta todavía más abyecto: con el pretexto hipócrita de querer “tender la mano” a los militantes de la CCI y salvarlos de la “desmoralización” estos espías profesionales lanzan en realidad el siguiente mensaje a todos los militantes de la CCI: “habría uno (o más) traidores en vuestras filas que nos han dado vuestros Boletines Internos, pero no os daremos su nombre pues sois vosotros quienes debéis buscarlos”. Tal es en realidad el objetivo de toda la febril agitación de este nuevo “grupo internacional”: introducir una vez más el veneno de la sospecha y de la desconfianza dentro de la CCI para intentar destruirla desde su interior. Se trata claramente de una auténtica empresa de destrucción cuyo grado de perversidad nada tiene que envidiar a los métodos de la policía política de Stalin o a los de la Stasi.

Como lo hemos recordado varias veces en nuestra prensa, Víctor Serge, en su libro bien conocido y que es una referencia en el movimiento obrero, Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión2, pone claramente en evidencia que la difusión de la sospecha y de la calumnia constituye un arma privilegiada del Estado burgués para destruir las organizaciones revolucionarias: “la confianza en el partido es el cimiento de toda fuerza revolucionaria (...) ¡Los enemigos de la acción, los cobardes, los acomodados, los oportunistas, buscan sus armas en los basureros! La sospecha y la calumnia les sirven para desacreditar a los revolucionarios (...) Este mal –la sospecha entre nosotros- no puede ser circunscrito que mediante un gran esfuerzo de voluntad. Hace falta –y es desde luego la condición previa para lucha victoriosa contra la verdadera provocación, de la cual cada acusación calumniosa lanzada contra un militante, hace el juego- que nadie sea acusado a la ligera, y que una acusación formulada contra un revolucionario sea rigurosamente verificada. Cada vez que alguien sufra semejante sospecha, un jurado de camaradas debe realizar una investigación y pronunciarse sobre la acusación o sobre la calumnia. Reglas simples que deben observarse si queremos preservar la salud moral de las organizaciones revolucionarias”. La CCI es la única organización revolucionaria que ha seguido siendo fiel a esta tradición del movimiento obrero defendiendo el principio de los Jurados de Honor frente a la calumnia: solo los aventureros, los elementos turbios y los cobardes no quieren que se haga la claridad delante de un Jurado de Honor3.

Víctor Serge afirma igualmente que las motivaciones que conducen a ciertos militantes a ofrecer sus servicios a las fuerzas de represión del Estado burgués no son forzosamente la miseria material o la cobardía: “hay otros más peligrosos, los diletantes, los aventureros que en nada creen, hastiados del ideal al que hasta ahora habían servido, amantes del peligro, de la intriga, de la conspiración, que gustan llevar un complicado juego engañando a todo el mundo. Estos individuos pueden tener talento y jugar un juego realmente indescifrable”. Dentro del perfil del soplón o del agente provocador, encontramos, según Víctor Serge, ex-militantes, “heridos por el partido”. El orgullo herido, recriminaciones personales provocadas por los celos, la frustración o la decepción, pueden conducir a militantes a desarrollar un odio incontrolable contra el partido (o contra algunos de sus miembros considerados como rivales) hasta el extremo de ofrecer sus servicios a las fuerzas de represión del Estado burgués.

Todos los “llamamientos” estruendosos de esta agencia oficiosa del Estado burgués que es el GIGC no son otra cosa que llamamientos al pogrom contra algunos de nuestros camaradas (en su momento denunciamos en nuestra prensa las amenazas proferidas por un miembro de la ex-FICCI que le dijo a uno de nuestros militantes: “¡a ti te voy a rebanar el pescuezo!”). No es ninguna casualidad si este nuevo “llamamiento” de los soplones de la ex-FICCI haya sido inmediatamente reproducido por uno de sus cómplices y “amigos”, un tal Pierre Hempel (que publica una basura tan indigesta como delirante llamada “El Proletariado Universal”, auténtica prensa amarilla) en el cual se puede leer barbaridades del estilo “Peter y su perra”. La “perra” en cuestión sería nuestra camarada a la que los soplones y potenciales asesinos de la ex-FICCI han acusado y hostigado desde hace más de 10 años, apoyados por sus cómplices de la pequeña movida con la que cuentan. Podemos apreciar el género de literatura (muy “proletaria”) que sostiene el “llamamiento” del pretendido “Grupo Internacional de la Izquierda Comunista”, que atiza la curiosidad y el voyeurismo de todos los carroñeros del pequeño medio que se proclama “proletario”. Se tienen los amigos que se merecen.

Pero no acaba ahí la cosa. Si pinchamos en los enlaces que figuran en la nota4, nuestros lectores que pertenecen verdaderamente al campo de la Izquierda Comunista, podrán hacerse una idea un poco más precisa del pedigrí de este nuevo “Grupo Internacional de la Izquierda Comunista”: está siendo patrocinado desde hace varios años por una tendencia perteneciente a otra oficina del Estado burgués, el NPA5 (partido de Olivier Besancenot que se presenta a las elecciones y que es invitado regularmente a los platós televisivos franceses). Esta tendencia del NPA le hace regularmente una ruidosa publicidad, en lo más destacado de su Web. Si un grupo de la extrema izquierda del Capital hace tanta publicidad a la FICCI y a su nuevo disfraz (el GIGC), es claramente la prueba de que la burguesía sabe reconocer sus fieles servidores: sabe con quién puede contar para destruir a la CCI. Así, los soplones del GIGC podrían reclamar una condecoración del Estado (¡concedida evidentemente por el ministerio del Interior!) a quien han prestado servicios más eminentes que la mayor parte de los beneficiados por tales medallas.

La CCI hará toda la claridad e informará a los lectores de las consecuencias de este asunto. Quizá hayamos sido infiltrados por uno o varios elementos turbios (no sería la primera vez y tenemos una larga experiencia sobre este tipo de problema, como mínimo desde el asunto Chénier, un individuo excluido de la CCI en 1981 y que, unos meses más tarde, trabajaba oficialmente para el Partido Socialista Francés, entonces en el gobierno). Si tal fuera el caso aplicaremos nuestros Estatutos como siempre lo hemos hecho.

Pero tampoco podemos descartar otra hipótesis: uno de nuestros ordenadores habría podido ser pirateado por los servicios de la policía (que vigila nuestras actividades desde hace más de 40 años). Y no podría excluirse que haya sido la propia policía (haciéndose pasar por un “topo” militante anónimo de la CCI) quien haya transmitido a la FICCI algunos de nuestros boletines sabiendo pertinentemente que estos soplones (y en especial los dos miembros fundadores del pretendido GIGC) harían inmediatamente de ellos el uso adecuado. No sería desde luego en nada sorprendente puesto que los cow-boys de la FICCI (¡que se apresuran a disparar más rápido que su sombra!) se llevaron un buen chasco cuando en 2004, al flirtear con un desconocido de una oficina estalinista en Argentina, el ciudadano B que se escondía detrás de un supuesto “Círculo de Comunistas Internacionalistas”. Este “círculo”, puramente virtual, presentaba la oportunidad soñada de publicar mentiras ignominiosas y groseras contra nuestra organización, encontró rápidamente un eco complaciente en la FICCI. Desde el momento en que sus mentiras fueron desenmascaradas y el ciudadano B desapareció inmediatamente de la circulación, la FICCI se vio sumida en la consternación y la mayor zozobra.

La FICCI pretende que “el proletariado tiene más que nunca necesidad de sus organizaciones políticas con objeto de orientarse hacia la revolución proletaria. Un debilitamiento de la CCI significa un debilitamiento del campo proletario en su conjunto. Y un debilitamiento del campo proletario significa un debilitamiento del proletariado en la lucha de clase”. Se trata de una asquerosa hipocresía. Los partidos estalinistas se proclaman defensores de la revolución comunista cuando constituyen sus más feroces enemigos. Nadie puede llamarse a engaño: cualquiera que sea el escenario –presencia en nuestras filas de un “topo” de la FICCI o manipulación por los servicios del Estado-, la última “hazaña” de la FICCI-GIGC demuestra claramente que su vocación no es en manera alguna defender las posiciones de la Izquierda Comunista y actuar por la revolución proletaria sino la de destruir la principal organización actual de la Izquierda Comunista. Se trata de una agencia policial del Estado Capitalista, sea o no retribuida por sus servicios.

La CCI se ha defendido siempre de los ataques de sus enemigos, especialmente de aquellos que intentan destruirla mediante campañas de calumnias y mentiras. La CCI no va a permitir sus actuaciones. No va a dejarse desestabilizar por este ataque del enemigo de clase. Todas las organizaciones proletarias del pasado han debido hacer frente a los ataques del Estado burgués con vistas a destruirlas. Ellas se defendieron enérgicamente y, frecuentemente, estos ataques en lugar de debilitarlas han reforzado, por el contrario, su unidad y la solidaridad entre los militantes. Ha sido de esta forma cómo la CCI y sus militantes han reaccionado siempre a los ataques y a la delación de la FICCI. Por ello, desde que se ha conocido el asqueroso “llamamiento” de la GIGC, todas las secciones y todos los militantes de la CCI se han movilizado inmediatamente con la máxima determinación para defender nuestra organización como los camaradas directamente señalados como diana en este “llamamiento”.

Corriente Comunista Internacional, 4 mayo 2014


1 Los métodos policiales de la FICCI [12]; La FICCI en acción: mentiras y comportamiento de “matones” [13]

2 https://www.marxists.org/espanol/serge/represion/index.htm [14]

3 Ver nuestro comunicado del 21 de febrero de 2002 El combate de las organizaciones revolucionarias contra la provocación y la calumnia [15] (en francés)

4 tendanceclaire.org/breve.php?id=655 [16] ; tendanceclaire.org/breve.php?id=2058 [17] ; tendanceclaire.org/breve.php?id=7197 [18].

5 NPA: Nuevo Partido Anticapitalista, Francia

 

Vida de la CCI: 

  • Intervenciones [19]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Parasitismo [20]

Rubric: 

Defensa de la organización

La lucha de las organizaciones revolucionarias contra la provocación y la calumnia

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Mucho peor que la provocación en sí misma es la sospecha, la desconfianza que pueden instalarse en la organización cuando sus miembros sienten ser los blancos de la provocación. Esto es tanto más grave porque –a excepción del caso único que fue la publicación de los archivos del Okhrana tras la revolución rusa de 19171– los revolucionarios no tienen obviamente los medios de buscar pruebas en los archivos de la policía, y la propia policía hace lo imposible para borrar todas las pistas y proteger a los verdaderos espías. En última instancia, la policía incluso no necesita actuar, sólo ha de dejar instalarse la desconfianza y la sospecha para recoger los frutos: la parálisis, o incluso el estallido de la organización revolucionaria. 

Desde sus orígenes, el movimiento obrero ha tenido que hacer frente a la represión desencadenada por la burguesía. Sin embargo, sería un serio error, una expresión de ingenuidad, creer que tal represión solo toma la forma de represión física directa contra las huelgas o los levantamientos obreros.

La revolución proletaria es la primera en la historia en la que su éxito depende de la conciencia revolucionaria de la clase sobre sus propios objetivos, sobre sus propios fines de combate contra el capitalismo: la sociedad comunista. De forma inevitable, bajo las condiciones de la sociedad capitalista, esta conciencia histórica se desarrolla de manera desigual. Esta es la razón por la que la conciencia revolucionaria se cristaliza inicialmente en las organizaciones políticas de la vanguardia proletaria.

La provocación policial dentro de las organizaciones revolucionarias

Es una ironía de la historia el que a menudo la burguesía ha mostrado una mayor visión que las propias masas de la clase obrera del papel crucial de las organizaciones revolucionarias. La clase dominante ha seguido con particular atención a las organizaciones políticas que defienden la necesidad de la revolución comunista, incluso en periodos en que estas constituían una minoría ínfima, en la mayoría de los casos completamente desconocidas para la vasta mayoría de la clase obrera. Esto es verdad sea cual sea el régimen político del momento. Podemos dar dos ejemplos que nos conciernen directamente:

  • Una parte importante de nuestro libro sobre la Izquierda Comunista Italiana1 pudimos escribirla a partir de los archivos de la policía secreta del régimen de Mussolini, la cual mantuvo un espía dentro del pequeñísimo grupo que publicaba BILAN en los años 30

  • En los comienzos del grupo que se convertiría en la sección en Francia de la CCI –Révolution Internationale- nos enteramos a través de un agente policial arrepentido que nuestro grupo estaba siendo seguido por la policía.

Solamente una vez en la historia los métodos de la policía política han podido ser examinados de forma exhaustiva por los revolucionarios: tras la revolución de octubre de 1917 en Rusia cuando los archivos de la policía secreta del Zarismo, la Okhrana2 cayeron en las manos de los bolcheviques.

Fue utilizando estos archivos como Víctor Serge pudo escribir su libro Lo que todo revolucionario debe saber acerca de la represión3, el cual sigue siendo una muy valiosa exposición de los métodos policiales. Como Serge escribe, la Okhrana constituyó «el prototipo de la moderna policía política». Sin embargo, como vamos a ver a continuación, la provocación policial no nació con la Okhrana y los revolucionarios no esperaron al libro de Serge para comprender que ellos eran objetivo del interés policial.

¿Cuál es el propósito del interés policial? Este no se limita al simple espionaje, ni a la represión y destrucción de las organizaciones revolucionarias. La burguesía y su policía política saben muy bien que las organizaciones políticas del proletariado no se han generado en las cabezas de los individuos que las componen sino que brotan de las condiciones mismas de la lucha de clases, de la oposición permanente entre la clase obrera y la sociedad capitalista.

No es ninguna casualidad el que la figura del agente provocador haya sido siempre aborrecida por el movimiento obrero, tanto en sus organizaciones políticas como en los órganos que la clase hace surgir en el curso de sus luchas (Asambleas Generales, Comités de Huelga etc.). Desde sus mismos comienzos, las organizaciones políticas de la clase obrera han intentado defenderse por sí mismas contra la actividad de los agentes provocadores. Así, en 1795, en los Estatutos de la London Corresponding Society (Sociedad de Correspondencia de Londres, una de las primeras organizaciones políticas de la clase obrera), podemos encontrar la regla siguiente: «Las personas que pretendan interferir el orden, con la pretensión de mostrar entusiasmo, valor, o con cualquier otro motivo, deben considerarse sospechosas. Una actitud ruidosa raras veces es un signo de valor, y el entusiasmo extremado es a menudo una forma de encubrir la traición»4

En el mismo sentido, la Liga de los Comunistas (para la que Marx escribió el famoso Manifiesto Comunista en 1848) declaró en su artículo 42: «los miembros expulsados o suspendidos, así como las personas sobre quienes recaigan sospechas, deberán ser vigilados y neutralizados para la salvaguardia de la Liga. Todas sus maquinaciones serán puestas inmediatamente en conocimiento de la comuna a la que afecten»5

Sin embargo, la efectividad de la provocación policial tiene sus límites. Como Víctor Serge pone de manifiesto: «La provocación nunca puede anular sino a individuos o a grupos y que es casi impotente contra el movimiento revolucionario en su conjunto. Hemos visto cómo un agente provocador se encargaba de hacer [21]entrar a Rusia (en 1912) propaganda bolchevique; cómo otro (Malinovsky) pronunciaba en la Duma discursos redactados por Lenin (…) Si un folleto propagandístico es divulgado por un agente secreto o por un devoto militante, los resultados son siempre los mismos: lo esencial es que sea leído (…) Cuando el agente secreto Malinovsky hace oír en la Duma la voz de Lenin, el ministro del Interior hacia mal en regocijarse por el éxito de su agente pagado. La importancia que la palabra de Lenin tiene para el país no puede compararse con la que pueda tener la voz de un miserable» (ver nota 3).

La sospecha: una plaga para la salud moral de las organizaciones revolucionarias

Mucho peor que la provocación en sí misma es la sospecha, la desconfianza que pueden instalarse en la organización cuando sus miembros sienten ser los blancos de la provocación. Esto es tanto más grave porque –a excepción del caso único que fue la publicación de los archivos del Okhrana tras la revolución rusa de 1917– los revolucionarios no tienen obviamente los medios de buscar pruebas en los archivos de la policía, y la propia policía hace lo imposible para borrar todas las pistas y proteger a los verdaderos espías. En última instancia, la policía incluso no necesita actuar, sólo ha de dejar instalarse la desconfianza y la sospecha para recoger los frutos: la parálisis, o incluso el estallido de la organización revolucionaria. El libro de Thompson nos da un ejemplo contundente de esta parálisis que afecta el London Corresponding Society: «En 1794 se acusó (equivocadamente) a un tal Jones, de Tottenham, de ser un espía, debido a sus violentas propuestas que, se afirmaba, tenían el “objetivo de comprometer a la Sociedad”. Jones (según informaba Groves, el verdadero confidente, con un toque irónico) se lamentaba de que “si un ciudadano hacía una propuesta que parecía fogoso de algún modo, se le consideraba un espía que el gobierno hubiese enviado para infiltrarse entre ellos. Si un ciudadano se sentaba en un rincón y no decía nada estaba observando sus procedimientos para poder informar mejor acerca de ellos… los ciudadanos no sabían cómo comportarse» (ver nota 4).

Si la desconfianza en su seno es un factor de parálisis y desagregación de una organización proletaria, la sospecha es una carga terrible y a veces insoportable para el militante individual (Serge cita ejemplos de militantes que se suicidaron, o cometieron actos desesperados, porque no pudieron lavarse de una sospecha injustificada). Un militante comunista se coloca en oposición a toda la sociedad burguesa y a los atributos de ésta. Es marginado por la sociedad, en el mejor de los casos señalado con el dedo por toda la máquina de la propaganda burguesa como un iluminado, en el peor como un criminal sangriento. Puede ser acorralado impunemente como un animal que se debe matar. Para llevar la cabeza bien alta, el militante comunista no solo debe mantener una convicción inquebrantable en la causa histórica del proletariado, en el futuro de la humanidad, en la necesidad y la posibilidad de una revolución comunista, sino que también debe preservar su honor de militante, el respeto y la confianza de sus camaradas de combate. No hay peor vergüenza para un militante comunista que ser considerado como un traidor. La sospecha es fácil de sembrar, terriblemente difícil de borrar. Por eso tienen el deber los militantes comunistas de defender su dignidad frente a las sospechas y a la calumnia, así como la organización tiene la responsabilidad de no tolerar en su seno este veneno que destruye su unidad y la solidaridad entre camaradas.

No es por casualidad si en 1860, Karl Marx publicó su denuncia de Karl Vogt, un espía a sueldo de Napoleón III que había acusado a Marx de ser un agente de la policía6. Los comentaristas burgueses “bien intencionados” ven a menudo en este texto una debilidad de Marx, una distracción de su obra “filosófica” para combatir un individuo despreciable, y consideran que el texto –con su atención meticulosa a los detalles más lamentables de la actividad de Vogt– ilustra un ejemplo “del autoritarismo” de Marx que no habría soportado la contradicción. Es no entender nada de la acción de Marx, que odiaba hablar de sí mismo o de sus asuntos personales en público, pero que se vio obligado a dedicar un año entero a este trabajo indispensable con el fin de defender a la vez tanto su honor personal de revolucionario como también y sobre todo el del movimiento del que formaba parte.

Victor Serge tenía mucha razón cuando escribía: «Es tradicional: ¡los enemigos de la acción, los cobardes, los cómodos, los oportunistas, gustosos toman su artillería de las cloacas! La sospecha y la calumnia les sirven para desacreditar revolucionarios. Y así seguirá siendo»

Los revolucionarios del pasado entendían bien el peligro de la sospecha incontrolada en la organización, como lo prueban ya los estatutos de la Liga de los Justos, antecesora de la Liga de los Comunistas (este proyecto de los estatutos está fechado en enero de 1843): «Si alguien quiere quejarse de personas o cuestiones que pertenecen a la Liga, debe hacerlo abiertamente en la reunión [de la sección]. Serán excluidos los difamadores» (Apartado 9).

Hacia finales del siglo XIX se precisa esta posición básica. No basta con excluir al detractor, es necesario encontrar el medio de tratar las posibles acusaciones sin que perjudiquen a la organización cuando resultan infundadas. Este método del movimiento obrero se preconiza en los estatutos de la sección berlinesa del partido socialdemócrata alemán, que declaraba en 1882 (cuando el partido trabajaba en la ilegalidad): «Cada militante –incluso si se trata de un camarada bien conocido– tiene el deber de mantener la discreción sobre los temas discutidos en la organización –sea cual sea la materia. Si un camarada oye una acusación por parte de otro camarada, tiene en primer lugar el deber de tratarla confidencialmente, y lo debe exigir también del camarada que lo informó de la acusación; debe establecer las razones de la acusación, y saber quien está en su origen (…) Debe informar al secretario [de la sección], que ha de clarificar la cuestión mediante una confrontación con el acusado y el acusador (...) Cualquier otra acción, como, por ejemplo, sembrar la sospecha sin pruebas certificadas por los secretarios [es decir, los responsables de la sección] causará daños importantes. Puesto que camarada que no se atiene al procedimiento descrito más arriba corre el riesgo de ser considerado como una persona que trabaja para la policía”7.

Está claro que en las condiciones de ilegalidad de aquél entonces, los revolucionarios estaban preocupados cotidianamente por el peligro de la infiltración de la policía en sus filas. Pero la sospecha en la organización no era sistemáticamente la obra de la policía, podía nacer sin la menor provocación. Incluso cuando estas acusaciones se lanzan con las mejores intenciones de proteger la organización, la desconfianza que suscitan puede ser aún más peligrosa para la salud de la organización y para la seguridad de los propios militantes, que la verdadera provocación. Es lo que Víctor Serge pone de relieve: «Se murmuran acusaciones, luego se dicen en voz alta, generalmente no se pueden aclarar. De ahí resultan males en cierto sentido peores que los que podría ocasionar la misma provocación. (…) Este mal, la sospecha y la desconfianza entre nosotros, sólo puede ser limitado y aislado por un gran esfuerzo de voluntad. Se debe impedir –y ésta es condición previa de toda lucha victoriosa contra la verdadera provocación, que al acusar calumniosamente a un militante "hace el juego"– que nadie sea acusado a la ligera, e impedir además que una acusación formulada contra un revolucionario sea simplemente aceptada sin discusión. Cada vez que un hombre sea siquiera rozado por una sospecha, un jurado formado por camaradas deberá determinar si se trata de una acusación fundada o de una calumnia. Son simples reglas que se deberán observar con inflexible rigor si se quiere preservar la salud moral de las organizaciones revolucionarias»

En esta primera parte, intentamos demostrar:

  • en primer lugar, que la provocación policial existe desde el principio del movimiento obrero, y que su objetivo ha sido a menudo destruir la organización de los revolucionarios sembrando la desconfianza en su seno;
  • en segundo lugar, que la desconfianza en el seno de la organización no es inevitablemente el trabajo de la policía, sino que puede venir de simples acusaciones infundadas;
  • en tercer lugar, que los revolucionarios siempre han considerado tales acusaciones tan peligrosas para la salud de sus organizaciones como si fueran hechas por la policía;
  • y por fin, que las organizaciones revolucionarias tuvieron un método para tratar estas acusaciones. Este método consiste sobre todo en circunscribirlos en un marco organizativo conveniente, con el fin de evitar que la desconfianza se propague de manera incontrolada, como un virus, a través de la organización. Es este método, heredado del movimiento obrero, que la CCI se ha esforzado siempre de adoptar ante acusaciones o sospechas sobre sus militantes.

La organización comunista no tiene lugar “natural” en la sociedad burguesa, es al contrario un cuerpo extraño en esta sociedad. El antagonismo entre los principios comunistas y la ideología burguesa no solo actúan fuera de la organización, sino también dentro. La infiltración de esta ideología extraña al proletariado puede manifestarse a través de las posiciones políticas oportunistas que puede predicar una parte de la organización, pero también y de forma mucho más insidiosa por comportamientos individuales tomados de la clase dominante (o a algunas capas sociales sin porvenir históricos) y diametralmente opuestos al comportamiento que debe ser el de un militante comunista.

La calumnia: un arma para desacreditar a las organizaciones revolucionarias

La CCI siempre ha puesto de relieve que la cuestión del comportamiento político de los militantes es una cuestión íntimamente relacionada con los principios de la clase portadora del comunismo. Contra el veneno de la desconfianza y la sospecha, reafirmamos que «Teniendo en cuenta que las relaciones que se establecen entre las diferentes partes militantes de la organización arrastran consigo, necesariamente, los estigmas de la sociedad capitalista, la organización de los revolucionarios no puede constituir un islote de relaciones comunistas dentro de este sistema. Sin embargo no puede existir en contradicción con el objetivo perseguido, por lo que debe apoyarse necesariamente sobre la solidaridad y la mutua confianza que son unos de los signos de pertenencia a una organización de la clase portadora del comunismo» (Plataforma de la CCI, punto 168). Ya, nuestros estatutos hacen hincapié en el hecho de que el comportamiento de un militante no puede estar en contradicción con el objetivo para el cual combatimos, y que los debates en la organización «se lleven a cabo con el mayor rigor posible, pero guardándose de los ataques personales que no deben sustituir, en modo alguno, a la argumentación política coherente». Olvidar estas normas de comportamiento, dejarse agarrar por el espíritu de competencia inoculado por la sociedad capitalista puede conducir a los militantes muy lejos del terreno del debate entre comunistas, hasta llevarlos en algunas circunstancias (por ejemplo cuando han estado en minoría y no tenían argumentos en el debate) a emprender campañas de calumnia contra sus camaradas, vistos como adversarios a combatir.

La utilización de campañas de calumnia contra militantes en las organizaciones revolucionarias jalonó la historia del movimiento obrero desde sus orígenes. Basta con recordarse las calumnias de Bakunin contra Marx en la AIT, acusándolo de ser un “dictador” (debido a que era… ¡judío y alemán!), o las vertidas después del congreso de 1903 del POSDR por los mencheviques contra Lenin, acusado de querer “hacer reinar el terror en el partido como Robespierre”. Se puede también citar el caso extremo de las campañas de denigración contra Rosa Luxemburg, emprendidas por elementos oportunistas del partido socialdemócrata alemán que iban a traicionar los principios de la clase obrera en 1914. Así pues, se acusó a Rosa Luxemburg en los pasillos del partido de tener costumbres de “libertina” (e incluso de ser un agente de la policía zarista, el Okhrana) por estos militantes que, unos años más tarde, iban a organizar en enero de 1919 su asesinato: el “perro sangriento” Noske y sus cómplices Ebert y Scheidemann.

Para tomar un último ejemplo, nuestros antecesores de la Izquierda Comunista de Francia tuvieron que hacer frente también a la calumnia en la organización, como se puede ver en esta Resolución adoptada en la conferencia del GCF de julio de 1945: «Aprobando la Resolución de la asamblea general del 16 de junio que registraba la ruptura de estos elementos con la organización, la conferencia (...) se eleva muy especialmente contra la baja campaña de calumnia que se ha convertido en el arma preferida de estos elementos contra la organización y contra los militantes individualmente. Al recurrir a tales métodos, estos elementos, ilustrando al mismo tiempo dicha política, crean una atmósfera envenenada introduciendo la sospecha, la amenaza de pogromos (según su propia expresión), el gansterismo, y perpetúan así la tradición infame que hasta ahora era el atributo del estalinismo. Considerando urgente poner un término, de no permitir a la calumnia remplazar a los debates políticos en las relaciones entre militantes revolucionarios, la conferencia decide dirigirse a los grupos revolucionarios pidiéndoles instituir un tribunal de honor, pronunciándose sobre la moralidad revolucionaria de los militantes calumniados, y prohibir el derecho de existencia en las filas del proletariado a la calumnia o a los calumniadores»

Así pues, nuestra organización, al rechazar de sus filas la calumnia y a los calumniadores, se sitúa plenamente en la continuidad del combate de los revolucionarios del pasado por la defensa de la organización ante todas las tentativas destinadas a destruirla. La calumnia no sólo no tiene ningún derecho de existir en las filas del proletariado, sino que sigue siendo una de las armas preferidas de la burguesía para desacreditar las organizaciones comunistas y sembrar la desconfianza generalizada hacia las posiciones que defienden. Basta para convencerse citar, por ejemplo, las campañas de calumnias dirigidas contra Lenin (acusado por el Gobierno Kerenski de ser un agente del Kaiser y del imperialismo alemán) para desacreditar al Partido Bolchevique en vísperas de la Revolución Rusa, y las que se dirigieron contra Trotski (acusado por el estalinismo de ser un agente de Hitler y el fascismo) para menospreciar cualquier combate contra el estalinismo en los años 30.

El combate contra la calumnia no es únicamente una necesidad vital para los militantes y la organización a la cual pertenecen. Se refiere a todas las organizaciones del movimiento comunista. Es por eso que, ante este tipo de comportamiento destructor que hace el juego y favorece el trabajo del Estado burgués, la CCI tiene el deber de poner en guardia el conjunto del medio político proletario. «Cuando se ponen de relieve tales comportamientos, es el deber de la organización tomar medidas no sólo en favor de su propia seguridad, sino también en favor de la seguridad de las demás organizaciones comunistas» (Revista Internacional no 33, “Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización”9).

CCI, 21 de febrero de 2003


1 Se puede obtener dicho libro en su traducción en España escribiendo a nuestra dirección mail: [email protected] [22]

2 Okhrana son la siglas correspondientes a –en ruso- Departamento de Protección de la Seguridad Pública y del Orden, organismo secreto fundado por el régimen del Zar en 1880.

3 https://www.marxists.org/espanol/serge/represion/index.htm [14]

4 Citado en el libro de E.P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, tomo II capítulo 14.2 página 58, edición española.

5 Citado en el libro De la Liga de los Justos a la Liga de los Comunistas, página 70, edición española en Roca 1973.

6 Ver el libro titulado Señor Vogt, traducción en español aparecida en Editorial ZYX, 1974

7 Citado por Fricke, History of the German Workers' Movement, 1869-1

8 Ver https://es.internationalism.org/booktree/145 [23]

9 https://es.internationalism.org/node/2127 [24]

 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [25]

Rubric: 

Defensa de la organización

Un reciente episodio de la lucha de clases

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Publicamos a continuación un artículo aparecido en nuestra Web en lengua inglesa. Agradecemos a una simpatizante la traducción.

El 14 de abril, la que se conoce como la mayor huelga de la memoria reciente de China, comenzó en una de las fábricas Yue Yuen en Dongguan, al sur de China. Dependiendo de qué informes se lea, el número de huelguistas iba desde treinta a cuarenta mil, aun que en el South China Morning Post del 18 de abril se informaba de 50 mil[1]. La huelga empezó en una de las 7 factorías de la Yue Yuen Industrial Holding Company, radicada en Taiwan la firma de fabricantes de zapatos más grande del mundo, que fabrica calzado de deporte para Nike, Adidas, Converse, Reebok, Timberland y muchas más. Una mujer que se acababa de jubilar en una de las factorías, calculó el monto de su pensión y descubrió que estaba muy por debajo de lo esperado. La huelga estalló y doscientos trabajadores salieron a la calle, a los que siguieron decenas de miles más de las otras 6 plantas en días sucesivos. Unos días más tarde, entre dos mil y seis mil trabajadores (en función de los informes) salieron de la planta de Yue Yuen en las provincias vecinas de Jiangxi por el mismo motivo; la financiación insuficiente del salario social.

La falta de financiación de las prestaciones de los trabajadores –pensiones, indemnizaciones por accidentes, indemnizaciones por despido, enfermedad y desempleo– se está convirtiendo en un gran problema para la clase obrera en China, sobre todo en las fábricas que se cierran para trasladarse a lugares más baratos en el extranjero como Vietnam, por ejemplo, y también dentro de China, desde la combativa Shenzhen hasta la más pacífica (por el momento) Provincia de Huizhou por ejemplo.

Esta escasez crónica no es de ninguna manera un fenómeno vinculado a las empresas de propiedad extranjera, algo que algunos elementos de la burguesía china han sugerido –y así lo han hecho en el pasado en relación con las empresas de propiedad japonesa– sino que es la práctica general del capitalismo chino, junto con todos los Estados capitalistas de Occidente, que las pensiones de los trabajadores, el subsidio de desempleo y las prestaciones sociales se recorten cada vez más. Es también significativo que en la clase obrera en China está aumentando el problema de las pensiones y otros beneficios a largo plazo. Esto explica, al igual que con los trabajadores de Occidente, la gran preocupación e inquietud que existe por el futuro y por las futuras generaciones de trabajadores.

Sus acciones están en línea con la lucha contra los recortes de pensiones de Francia en 2010, que impulsó a los trabajadores de todas las edades a salir a las calles en una masiva manifestación de ira y protesta[2]. Es el mismo problema que movilizó la huelga del metro de Nueva York en diciembre de 2005 cuando los jefes trataron de cortar los pagos de las pensiones futuras y reducir los beneficios médicos, impulsando a unos 35 mil trabajadores a salir a la calle[3]. Una preocupación similar por el futuro ha contribuido a la movilización de los trabajadores y los jóvenes en manifestaciones de masas en España y Grecia llevando a decenas de miles a las calles. Y ello condujo a la una maniobra astuta de los sindicatos británicos para sofocar la preocupación y la ira de los trabajadores de Gran Bretaña que se rebelaban contra el ataque brutal sobre las pensiones tanto en el sector público como en el privado; donde los sindicatos ayudaban a los jefes para facilitar los recortes de pensiones, y además de esta reducción de las pensiones, se aumentaban las cargas de los trabajadores directamente empleados por ellos.

Otro tema situado en primer plano por el proletariado de China, que surge por los recortes en las prestaciones sociales y el creciente número de cierres de fábricas es que muchos puestos de trabajo están ahora clasificados por el Estado como "temporales". Esto significa tener muchas dificultades para conseguir la educación de los niños, el cuidado de la salud y todos los beneficios mencionados anteriormente cuando se tiene un permiso de residencia permanente. Aquí los trabajadores no sólo luchan por un mejor "salario social", sino también en esta huelga están exigiendo un aumento salarial del 30 %[4]. La compañía ha hecho algún tipo de oferta a los trabajadores pero, al ser tan pequeña, ha sido rechazada claramente por ellos; y lo que falta en la "República Popular" es cualquier maquinaria sindical efectiva que atrape a los trabajadores en un fraude de negociación. Como portavoz de Yue Yuen y director ejecutivo, George He, dijo el 22 de abril: “No estamos muy seguros de quién lidera esto”[5]. Esto es un verdadero problema para la clase dominante china y los lleva a confiar más en el corto plazo y en la solución (finalmente contraproducente) de la fuerza bruta en vez de la sutileza con que los sindicatos llevan a cabo el sabotaje en esas organizaciones en Occidente, por ejemplo.

A pesar del espíritu de lucha y la solidaridad expresada por la clase obrera de China, de hecho, a causa de ello, también hay problemas y obstáculos que los trabajadores tienen que enfrentar, al igual que sus hermanos de clase en el oeste. Las huelgas en China son este año un tercio más respecto al mismo período del año pasado, que también vio un aumento significativo de los casos de conflictividad laboral; y debemos recordar que el 99 % de las huelgas en China son no oficiales e ilegales. Este año los investigadores han hablado de “un aumento notable en el número de huelgas y protestas de los trabajadores desde las vacaciones de febrero del Año Nuevo Lunar... el movimiento de los trabajadores (es decir, las huelgas y protestas) sigue siendo de amplia base en toda la gama de industrias del país»[6]. Subrayando la respuesta represiva del Estado chino la investigación continúa diciendo que hay «un notable incremento tanto en participación de la policía y las detenciones derivadas de las protestas de los trabajadores”.

Con un aparato sindical débil y despreciado no es de extrañar que la policía antidisturbios se haya desplegado abundantemente aquí en Dongguan, ya que el régimen no puede contar con la policía sindical. Una información clara sobre la conducta y la organización de la huelga de los trabajadores no está disponible por razones obvias, pero hay algunas pruebas de que los trabajadores sienten la necesidad de organizar las asambleas y elegir a sus propios delegados (se convocó a los trabajadores en una fábrica de Dongguan para la elección de sus propios delegados y sin duda hay un "liderazgo" de la huelga). Aún así, no se puede saber los detalles aquí. Lo que está claro es que poco después de que empezara la huelga, en torno a un millar de trabajadores de una planta de Yue Yuen comenzaron a marchar (posiblemente a otra fábrica), y la policía antidisturbios y sus perros se enfrentaros a la marcha y sus líderes fueron arrestados e incluso hubo algunos hospitalizados[7]. También hubo incursiones de la policía antidisturbios arrestando a algunos trabajadores en los alrededores de la fábrica. Es muy posible que fueran militantes señalados por los chivatos de la omnipresente Federación Nacional de Sindicatos de China (ACFTU), la mayoría de sus miembros lo son a su vez del partido único.

Las huelgas de los trabajadores de Yue Yuen continúan –como la ola de huelgas generales que se dan en China desde hace algún tiempo– pero este año en anteriores huelgas se han planteado problemas similares: en la fábrica de Shenzhen de IBM y las tiendas Walmart a finales de marzo. Sobre esta cadena de supermercados cabe comentar que la ACFTU se implicó en la creación de 400 tiendas de Walmart en China en 2006/7 aplicando un acuerdo firmado entre el gobierno y esta multinacional que incluía en una de sus cláusulas la sindicalización obligatoria de sus trabajadores. Como consecuencia de ello la cuota sindical es deducida directamente del sueldo de los obreros. Esto se está convirtiendo en una práctica habitual en China y supone un lucrativo negocio para la ACFTU que cuenta con 260 millones de miembros. En ello han aprendido de los muy democráticos sindicatos británicos (y de otros sindicatos de los países “libres”) que vienen practicando la estafa de deducir directamente la cuota de las nóminas con el beneplácito del gobierno y de las empresas.

Pero, los sindicatos chinos parece que intentan aprender de sus colegas democráticos en el arte de sabotear la lucha. A este respecto es interesante el caso reciente de la empresa norteamericana antes citada Wallmart. Esta ofreció una indemnización miserable a los empleados afectados por el cierre de sus almacenes en Changde, provincia de Hunan. Rápidamente un tal Huang Xingguo, jefe del sindicato del sector en la provincial, se puso a la cabeza de la protesta en un intento de “radicalización”. Este señor era un director administrativo que jamás había pisado un centro de trabajo y parece que otros grandes burócratas del sindicato oficial lo están imitando[8]. Esto de que los sindicalistas sean unos colaboradores descarados unas veces, otras encubiertos, del Capital, no es una novedad para los trabajadores en Occidente, aunque a diferencia de China, esto se hace con mucha hipocresía y manipulación.

Sin embargo, puede ver que Huang está tomando lecciones, así para esterilizar la lucha se puso en contacto con un bufete de abogados que se encargaron de reemplazar la huelga y la manifestación por una demanda judicial contra la empresa. Esta “salida” parece que está gustando a una fracción dentro de la burguesía china que promueve encauzar las reclamaciones hacia el terreno jurídico. Resulta significativo que Huang haya sido apoyado por los sindicatos norteamericanos, ALF-CIO.

Pero este apoyo no alcanza a genuinos trabajadores golpeados por la represión. Tenemos noticia de uno llamado Wo Guijun, un representante de los trabajadores durante la huelga en Diweixin, una fábrica de muebles en Shenzhen[9] que fue detenido junto a otros 200 compañeros y que todavía está en prisión más de dos meses después. Pero por estos compañeros los abogados, académicos, liberales, jefazos sindicales etc., no han movido ni un dedo. ¡Para ellos eso de los “derechos humanos” es solamente para los aparatos sindicales y políticos que tienen como misión sabotear la lucha obrera!

Las huelgas de Dongguan y otras que siguen sin duda estallando dentro del gigante chino muestran el coraje de amplias capas del proletariado. Pero al mismo tiempo, el que se limiten al terreno estrictamente económico y no parezcan converger sino estallar cada vez en un lugar distinto, evidencian las debilidades de este sector del proletariado mundial y ponen de manifiesto la necesidad de la entrada en lucha de los trabajadores de los países centrales, especialmente en Europa.

La conducta de los sindicatos en China, el que estén adoptando en la medida de sus posibilidades, las tácticas de sabotaje de la lucha obrera en la que sus colegas en Occidente son consumados expertos, nos convencen de que los sindicatos están en todas partes contra la clase obrera.

Baboon, 24.4.14 (simpatizante de la CCI en Gran Bretaña)


[1] https://www.scmp.com/news/china/article/1486399/yue-yuen-strikers-vow-continue-until-benefit-contribution-deficit-paid [26]

[2] Ver /accion-proletaria/201011/2985/movilizaciones-en-francia-contra-la-guerra-a-nuestras-vondiciones-de-v [27]

[3] Ver /accion-proletaria/200601/389/huelgas-en-suecia-y-en-la-ciudad-de-nueva-york-una-confirmacion-del-des [28]

[4] news.sky.com/story/1247152/strike-trips-up-largest-sport-shoe-factory.

[5] abcnews.go.com/International/wireStory/solution-sight-china-shoe-factory-strike-23418882.

[6]China Labour Bulletin, 10.4.14

[7] The Xinhua state newswire, 17.4.14, informa que hubo arrestos pero negó que nadie saliera herido. Sin embargo, esta información es desmentida por otras fuentes.

[8]https://www.reuters.com/article/2014/04/07/china-labour-walmart-idUSL3N0MY05M20140407 [29]

[9] https://www.clb.org.hk/en/content/public-outcry-grows-over-shenzhen-labour-activist%E2%80%99s-five-month-detention [30]

 

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