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Revista Internacional nº 59 4º Trimestre 1989

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Revista Internacional nº 59 octubre - diciembre 1989

Convulsiones capitalistas y luchas obreras

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En pocos meses, el mundo ha sido escenario de toda una serie de acontecimientos particularmente significativos de lo que se está realmente jugando en el periodo histórico actual: los acontecimientos de China en primavera, las huelgas obreras en la URSS durante el verano, la situación en Oriente Medio, en donde se han visto hechos de apariencia «pacífica» como la nueva orientación de la política de Irán, pero también acontecimientos sangrientos y amenazantes como la destrucción sistemática de Beirut y las gesticulaciones belicosas de la flota francesa delante del Líbano. En fin, el último acontecimiento que se ha llevado la primera página de los diarios -la constitución en Polonia, por primera vez en un país de régimen estalinista, de un gobierno dirigido por una formación política que no es ni el partido «comunista», ni una de sus marionetas (como el «partido campesino» u otros)- da una idea de la situación nunca vista en la cual se encuentran los países de régimen estalinista.

Para los comentaristas burgueses, cada uno de esos acontecimientos tiene su explicación específica, sin lazo alguno con la de los demás. Y cuando se les ocurre relacionarlos y establecer un marco general en el cual incluir todos lo ocurrido, es para ponerlos al servicio de las campañas democráticas que se desatan actualmente. Así se puede leer y oír que:

- «las convulsiones que sacudieron a China están conectadas con el problema de la sucesión del viejo autócrata Deng Xiao Ping»;

- «las huelgas de los obreros en la URSS se explican por las dificultades económicas específicas que sufren;

- «el nuevo curso de la política iraní es la consecuencia de la desaparición del loco paranoico Jomeini;

- «los enfrentamientos sangrientos del Líbano y la expedición militar francesa se deben al apetito excesivo de Assad, el "Bismarck" de Oriente Medio»;

- «no se puede comprender la situación actual en Polonia más que partiendo de los particularismos de ese país »...

«Pero todos esos acontecimientos tienen un punto común: participan a la lucha universal entre "Democracia" y "totalitarismo", entre los defensores de los "Derechos humanos" y "los que no los respetan.»

Ante la visión del mundo de los burgueses que no ven más allá de sus narices y, sobre todo, ante las mentiras que repiten continuamente con la esperanza de que se conviertan en verdad para los proletarios, es deber de los revolucionarios el poner en evidencia lo que está verdaderamente en juego en los recientes acontecimientos y plantear el marco real en el cual se sitúan.

La base de la situación internacional actual es el desmoronamiento irreversible de los cimientos materiales del conjunto de la sociedad, la crisis mundial insuperable de la economía capitalista. Por más que la burguesía haya alabado estos dos últimos años como los de la «reactivación» y hasta los de la «salida de la crisis», por más que se haya extasiado ante las tasas de crecimiento «de un nivel nunca visto desde los años 60», nada puede contra la terquedad de los hechos: los «excelentes resultados» recientes de la economía mundial (en realidad, de la economía de los países más avanzados) fueron pagados recurriendo de nuevo a un endeudamiento generalizado que augura futuras convulsiones aun más dramáticas y brutales que las precedentes (1).[1] Desde ya, el retorno de una inflación galopante en la mayoría de los países y en particular en la Gran Bretaña de la Senora Thatcher, «modelo de virtud económica», comienza a sembrar inquietud... Todas las declaraciones eufóricas de la burguesía no darán más resultado que las brujerías de los hombres prehistóricos para hacer  llover: el capitalismo está en un atolladero. Desde que entró en su periodo de decadencia a principios de siglo; la única perspectiva que le puede ofrecer a la humanidad, en una situación como ésta de crisis abierta, es una huida ciega que desemboca necesariamente en la guerra imperialista generalizada.

Líbano e Irán:
la guerra ayer, hoy, mañana

Eso es lo que confirman los últimos acontecimientos del Líbano. Ese país, al que antes llamaban «la Suiza de Oriente Medio», no ha conocido descanso desde hace más de quince años. Su capital, que ha gozado de la solicitud de numerosos «liberadores» y «protectores» (sirios, israelíes, norteamericanos, franceses, ingleses, italianos...) está a punto de ser borrada del mapa. Verdadero Cartago de los tiempos modernos, es objeto hoy de una destrucción sistemática, meticulosa, que, en medio de centenares de miles de proyectiles por semana, la transforma en un campo de minas y condena a sus habitantes sobrevivientes a vivir como ratas. Ahora no son como antes las dos grandes potencias las que se enfrentan en el Líbano: la URSS, que durante un tiempo respaldó a Siria, tuvo que tragarse sus ambiciones ante el despliegue de fuerzas del bloque occidental en 1982. Son los antagonismos entre los dos bloques imperialistas lo que determina en última instancia la fisonomía general de los enfrentamientos guerreros en el mundo actual, pero no son los únicos que ocupan el terreno militar; con la agravación catastrófica de la crisis capitalista, las exigencias particulares de pequeñas potencias tienden a exacerbarse, sobre todo cuando comprueban que han sido víctimas de engaño, como es el caso de Siria hoy. Después de 1983, Siria había acordado con el bloque americano su retirada de la alianza con la URSS a cambio de una parte del Líbano. Hasta se convirtió en «gendarme» de su zona de ocupación contra la OLP y los grupúsculos proiraníes. Pero en el 88, calculando que ya no tenía porqué temer el retorno a la región de un bloque ruso cada vez más acosado, el bloque americano decidió que ya no necesitaba respetar las cláusulas del mercado. Guiando a control remoto la ofensiva del general cristiano. Aun, el bloque occidental quiere que Siria regrese al interior de sus fronteras, o por lo menos reduzca sus pretensiones, para poder entregarle el control del Líbano a aliados más dignos de confianza -las milicias cristianas e Israel- y meter en cintura al mismo tiempo a las milicias musulmanas. El resultado es una matanza cuyas primeras víctimas son las poblaciones civiles de los ambos lados.

Se asiste una vez más aquí a una estudiada división del trabajo entre los países del bloque occidental: los EEUU fingen no tomar partido entre los dos campos beligerantes para salirse con la suya cuando la situación esté madura, mientras que Francia se implica directamente en el terreno enviando un portaviones y seis otros navíos de guerra, acerca de los cuales nadie puede tragarse, por mucha miel que le pongan, que están en «misión humanitaria», como lo cuenta Mitterrand. En Líbano, como en todas partes, las cruzadas sobre los «derechos humanos» y la «libertad» no son más que el disfraz de cálculos imperialistas de lo más sórdido.

Líbano es hoy un concentrado de la barbarie de que es capaz el capitalismo moribundo. Es un comprobante de que toda la palabrería de paz que tienen desde hace un año no es más que eso, palabrería. Aunque se hayan puesto en sordina algunos conflictos en estos últimos tiempos, no existe para el mundo ninguna perspectiva real de paz. Muy al contrario.

Es así como se debe comprender la evolución reciente de la situación en Irán. La nueva orientación del gobierno de ese país, dispuesto ahora a cooperar con el «Gran Satanás» norteamericano, no tiene como causa fundamental la desaparición de Jomeini. Es resultado esencialmente de la tremenda presión que ese mismo «Gran Satanás» ha ejercido durante años, junto con la totalidad de sus aliados más cercanos, para meter en cintura a ese país que intentó sustraerse al control del bloque occidental. Hace apenas dos años, al enviar al Golfo Pérsico a la más formidable armada que se haya visto desde la segunda guerra mundial, al mismo tiempo que intensificaba su apoyo a Irak en guerra con Irán desde ocho años, el bloque occidental le hizo entender claramente a Irán que «las cosas ya habían durado bastante». El resultado no se hizo esperar mucho tiempo: el año pasado Irán aceptaba firmar un armisticio con Irak y entablar negociaciones de paz con ese país. Fue un primer éxito de la ofensiva del bloque occidental, pero todavía insuficiente a su parecer. La dirección de Irán tenía que pasar a manos de fuerzas políticas capaces de comprender en donde se hallaba su «verdadero interés» y de acallar las camarillas religiosas fanáticas y completamente arcaicas que lo habían llevado a esa situación. Las declaraciones «Rushdicidas» del invierno pasado traducían una tentativa extrema de esas camarillas, reunidas alrededor de Jomeini, para volver a tomar el control de una situación que se les iba de las manos, pero la muerte del «descendiente del Profeta» puso fin a esas ambiciones. De hecho, Jomeini constituía, por la autoridad que aun conservaba, el último cerrojo que bloqueaba la evolución de la situación, como había sucedido ya en España a principios de los años 70, cuando Franco fue el último obstáculo a un proceso de «democratización» fuertemente anhelado por la burguesía nacional y la del bloque americano. La rapidez con la cual está evolucionando la situación política de Irán, en donde el nuevo presidente Rafsanyani se ha rodeado de un gobierno de «técnicos» excluyendo a todos los antiguos «políticos» (a parte de él mismo), comprueba que la situación estaba «madura» desde hace mucho tiempo, que las fuerzas serias de la burguesía nacional tenían prisa por acabar con un régimen cuyo saldo es la ruina total de la economía. El desencanto de esa burguesía no va a tardar mucho: en medio de la catástrofe actual de la economía mundial no hay cupo para el «restablecimiento» de un país subdesarrollado y además destruido y desangrado por ocho años de guerra. En cambio, para las grandes potencias del bloque occidental, el balance es netamente más positivo: el bloque ha logrado dar un paso más en el desarrollo de su estrategia de cerco a la URSS, un paso que se añade al que había dado al obtener la retirada de Afganistán de las tropas soviéticas. Sin embargo, la «Pax Americana» que está por restablecerse en esa parte del mundo, a precio de matanzas increíbles, no augura ninguna «pacificación» definitiva. Al atenazar cada vez más a la URSS, el bloque occidental no hace sino elevar a un nivel superior los antagonismos insuperables entre tos dos bloques imperialistas.

Por otra parte, los diferentes conflictos del Oriente Medio han puesto de relieve una de las características generales del periodo actual: la descomposición avanzada de la sociedad burguesa que se está pudriendo de raíz por la perpetuación y la agravación continua de la crisis desde hace más de veinte años. Más aun que Irán, Líbano es la plasmación ese fenómeno, con la ley que imponen sus bandas armadas rivales, con la eternización de una guerra que no ha sido nunca declarada, con los atentados terroristas cotidianos y con sus «capturadores de rehenes». Las guerras entre facciones de la burguesía no han sido nunca juegos de niños, pero en el pasado esa clase se había dotado de reglas para «organizar» sus luchas intestinas y sus matanzas. Hoy, como para confirmar el estado de descomposición de toda la sociedad, ni siquiera esas leyes respetan.

Pero la barbarie y la descomposición sociales actuales no se limitan a las guerras y a los medios que hoy emplean. Los acontecimientos de la primavera en China y los del verano en Polonia se deben comprender igualmente dentro del mismo mareo.

China y Polonia:
las convulsiones de los regímenes estalinistas

Esas dos series de acontecimientos, aparentemente diametralmente opuestos, revelan la misma situación de crisis profunda, el mismo fenómeno de descomposición, que afecta a los regímenes llamados «comunistas».

En China, el terror que se abatió en el país habla por sí mismo. Las matanzas de Junio, las detenciones en masa, las ejecuciones en serie, la delación y la intimidación cotidianas, revelan no la fuerza del régimen sino su extrema fragilidad, las convulsiones que amenazan con dislocarlo. De esa debilidad tuvimos una ilustración flagrante cuando Gorbachov fue a Pekin, el 15 de Mayo, y las manifestaciones estudiantiles obligaron - hecho increíble- a las autoridades a trastornar completamente el programa de la visita del inventor de la «Perestroika». De hecho, las luchas intestinas en el aparato del partido, entre la camarilla de los «conservadores» y la de los «reformadores» que utilizó a los estudiantes como masa de maniobra, no dependían únicamente de la lucha por la sucesión de Deng Xiaoping: revelaban también, y fundamentalmente, el nivel de la crisis política que sacude al aparato.

Las convulsiones de ese tipo no son cosa nueva en China. Por ejemplo, la llamada «Revolución cultural» correspondió a un periodo de disturbios y de enfrentamientos sangrientos. Sin embargo, durante una decena de años, después de la eliminación de la «pandilla de los cuatro», y bajo la dirección de Deng Xiaoping, la situación dio la impresión de haberse estabilizado un poco. En particular, la apertura a Occidente y la «liberalización» de la economía china habían permitido una pequeña modernización de ciertos sectores, creando la ilusión de un desarrollo por fin «pacífico» de China. Las convulsiones que sacudieron al país en la primavera pasada vinieron a poner un punto final a esas ilusiones. Detrás de la fachada de la «estabilidad», en realidad los conflictos se habían agudizado dentro del partido, entre los «conservadores» a quienes les parecía que ya había demasiada «liberalización» y los «reformadores» que consideraban que había que proseguir el movimiento en lo económico y hasta ampliarlo, eventualmente, al plano político. Los dos últimos secretarios generales del partido, Hu Yaobang y Zhao Ziyang, eran partidarios de esta última línea. Al primero le quitaron el puesto en el 86, tras ser abandonado por Deng Xiaoping, que lo había consagrado. El segundo, que fue el principal instigador de las manifestaciones estudiantiles de la primavera, con las cuales contaba para imponer su línea y su camarilla, tuvo el mismo destino después de la terrible represión de Junio. Se acabó el mito de la «democratización de China» bajo la égida del nuevo timonel Deng. Fue por cierto la ocasión, para algunos «especialistas», de recordar que, en realidad, toda la carrera de ese individuo la hizo como organizador de la represión, haciendo uso de la más tremenda brutalidad contra sus adversarios. Lo que es necesario precisar, es que todos los dirigentes chinos han hecho ese tipo de carrera. La fuerza bruta, el terror, la represión, las matanzas, constituyen el método de gobierno casi exclusivo de un régimen que, sin esos medios, se desmoronaría en medio de sus contradicciones. Y cuando sucede, de vez en cuando, que un ex carnicero, un torturador reconvertido, se pone a entonar la copla de la «Democracia», pasmando de emoción a la pequeña burguesía intelectual del país y a las buenas voluntades mediáticas del mundo entero, no pasa mucho tiempo antes de que se vuelva a tragar sus fanfarronadas: o es suficientemente inteligente (como Deng Xiaoping) para cambiar a tiem­po de disco, o desaparece.

En China, con los acontecimientos de la primavera y su siniestro epílogo, se manifestó de manera evidente una vez más la situación de crisis aguda que afecta al régimen de ese país. Pero ese tipo de situación no es una exclusiva china. No es resultado únicamente de su atraso económico considerable. Lo que sucede actualmente en Polonia demuestra de manera clara que son todos los regímenes de tipo estalinista que sufren hoy los rigores de esa crisis.

En Polonia, la constitución de un gobierno dirigido por Solidarnosc, es decir, por una formación que no es ni el partido estalinista, ni está controlado directamente por él (y que se encontraba, aun hace poco, en la clandestinidad), no es solamente una novedad histórica en el bloque soviético. Ese acontecimiento es igualmente significativo del nivel alcanzado por la crisis económica y política que golpea a esos países. En efecto, no se trata de una decisión prevista y preparada deliberadamente por la burguesía para reforzar su aparato político, sino del resultado de la debilitación del mismo, que a su vez lo va a debilitar aun más. De hecho, esos acontecimientos traducen por parte de la burguesía una pérdida del control de la situación política. Pertenecen a un proceso de desplome cuyas etapas y resultados no fueron deseados por ninguno de los participantes de la «mesa redonda» de principios del 89. En particular, ni el conjunto de la burguesía, ni ninguna de sus fuerzas en particular, pudo dominar el juego electoral y «semidemocrático» elaborado en esas negociaciones. Ya al día siguiente de las elecciones de Junio, apareció claramente que su resultado, la derrota humillante del partido estalinista y el «triunfo» de Solidarnosc, ponía en un aprieto tanto al primero como al segundo. La situación actual da cuenta de la gravedad real de la crisis y presagia claramente futuras convulsiones.

En efecto, tenemos actualmente en Polonia a un gobierno dirigido por un miembro de Solidarnosc, cuyos puestos clave (sobre todo para un régimen cuyo control en la sociedad se basa esencialmente en la fuerza) del Interior y de la Defensa están en manos de dos miembros del POUP (los mismos que antes, de hecho), es decir el partido que, hace sólo pocos meses, mantenía a Solidarnosc en la ilegalidad y que había enviado a sus dirigentes a la cárcel hace unos años. Aunque toda esa buena sociedad manifiesta la misma indefectible solidaridad anti-obrera (sobre eso puede dárseles entera confianza), la «cohabitación» entre los representantes de esas dos formaciones cuyos programas políticos y económicos son antinómicos, va a ser cualquier cosa menos armoniosa. Concretamente, es más que probable que las medidas económicas decididas por un equipo para el que el «liberalismo» y la «economía de mercado» lo son todo, provoquen una resistencia decidida por parte de un partido cuyo programa y cuya razón de ser no pueden acomodarse con esa perspectiva. Y esa resistencia no se va a manifestar solamente dentro del gobierno. Provendrá principalmente de todo el aparato del partido, de sus millares de funcionarios de la «Nomenklatura» cuyo poder, privilegios y prebendas provienen de la «gestión» (suponiendo que ese término quiera todavía decir algo, cuando se ve la desorganización actual) administrativa de la economía. En Polonia, como en la mayoría de los demás países del Este, se ha podido ver ya, en múltiples circunstancias, la dificultad de aplicación de ese tipo de reformas, aun cuando eran más tímidas que las que prevén los «expertos» de Solidarnosc y que eran fruto de decisiones de la dirección del partido. Si ya hoy se ve muy bien que la gestión de un gobierno inspirado por esos expertos significa para los obreros una nueva agravación de sus condiciones de existencia, lo que en cambio no se verá es cómo ese gobierno podría obtener otro resultado sino es una desorganización todavía mayor de la economía.

Pero las dificultades de ese nuevo gobierno no se paran ahí. Va a tener que enfrentarse permanentemente al gobierno bis, formado en torno a Jaruzelski y compuesto esencialmente por miembros del POUP. En realidad, es a éste último a quien obedecerá el conjunto del aparato administrativo y económico existente que, también, se confunde con el POUP. Así pues, desde su constitución, el gobierno Mazowiecki, saludado como una «victoria de la Democracia» por las campañas mediáticas occidentales, no tiene otra perspectiva que el desarrollo de un caos económico y político aun mayor que el que reina actualmente.

La creación en 1980 del sindicato independiente Solidarnosc, destinada a canalizar, desviar y derrotar la formidable combatividad obrera que se había expresado durante el verano, había engendrado al mismo tiempo una situación de crisis política que no se había resuelto más que con el golpe y la represión de Diciembre del 81. La prohibición del sindicato, una vez que hubo acabado su trabajo de sabotaje mostraba que los regímenes de tipo estalinista no podían soportar la existencia en su seno de un «cuerpo extraño», de una formación que no esté directamente bajo su control. La constitución hoy de un gobierno dirigido por ese mismo sindicato (el hecho, único en la historia, de que sea un sindicato quien se encuentre a la cabeza de un gobierno, ya de por sí dice mucho sobre lo aberrante de la situación que se ha creado en Polonia) no puede más que acarrear, a una escala aun mayor, ese tipo de contradicciones y de convulsiones. En ese sentido, la «solución» de Diciembre del 81, el empleo de la fuerza, una represión feroz, no se pueden excluir ni mucho menos. El ministro del Interior de la época del estado de guerra, Kiszczak, sigue, por cierto, en el mismo sitio.

Las convulsiones que sacuden actualmente a Polonia, por más que adquieran en ese país una forma caricaturesca, no deben ser consideradas como específicas de ese país. De hecho todos los países de régimen estalinista se encuentran en un atolladero. La crisis mundial del capitalismo se repercute con una brutalidad particular en su economía que es, no solamente atrasada, sino también incapaz de adaptarse en modo alguno a la agudización de la competencia entre capitales. La tentativa de introducir en esa economía normas «clásicas» de gestión capitalista para mejorar su competitividad, no hará más que provocar un desorden todavía mayor, como lo demuestra en la URSS el fracaso completo y rotundo de la «Perestroika». Ese desorden aumenta también en lo político cuando se introducen tentativas de «democratización» destinadas a desahogar y canalizar un poco el enorme descontento que existe desde hace años en la población y que no para de aumentar. La situación en Polonia lo ilustra bien, pero lo que está ocurriendo en URSS es otra manifestación de lo mismo: por ejemplo, la explosión actual de los nacionalismos, favorecida por el aflojamiento del control del poder central, es una amenaza creciente para ese país. La cohesión misma del conjunto del bloque del Este está hoy también afectada: las declara­ciones histéricas de los partidos «hermanos» de Alemania del Este y de Checoslovaquia contra los «asesinos del marxismo» y los «revisionistas» que azotan a Polonia y a Hungría no son puro espectáculo; revelan las divisiones que se están desarrollando entre esos diferentes países.

La perspectiva para el conjunto de los regímenes estalinistas no es pues en absoluto la de una «democratización pacífica» ni la de un «enderezamiento» de la economía. Con la agravación de la crisis mundial del capitalismo, esos países han entrado en un período de convulsiones de una amplitud nunca vista en el pasado, pasado que ha conocido ya muchos sobresaltos violentos.

Así, la mayor parte de los acontecimientos que se han desarrollado en este verano nos dan la imagen de un mundo que, en todas partes, se está hundiendo en la barbarie: enfrentamientos militares, matanzas, represiones, convulsiones económicas y políticas. Y sin embargo, al mismo tiempo se ha expresado de manera de lo más significativa la única fuerza que puede ofrecer otro porvenir a la sociedad: el proletariado. Y es justamente en la URSS en donde se manifestó masivamente.

URSS: la clase obrera afirma su lucha

Las luchas proletarias que, a partir de mitades de Julio y durante varias semanas paralizaron la mayor parte de las minas del Kusbas, del Donbas y del Norte siberiano, movilizando a más de 500 000 obreros, tienen una importancia histórica considerable. Han sido, y de lejos, el movimiento más masivo del proletariado en la URSS desde el período revolucionario de 1917. Pero sobre todo, en la medida misma en que fueron llevadas a cabo por el proletariado que había sufrido más dura y profundamente la terrible contrarrevolución, que duró cuarenta años, que se había desencadenado a escala mundial a finales de los años 20, son una confirmación luminosa del curso histórico actual: la perspectiva abierta por la crisis aguda del capitalismo no es la de una nueva guerra mundial sino la de enfrentamientos de clase.

Esas luchas no tuvieron la amplitud que tuvieron las luchas de Polonia en 1980, ni muchas de las que se han desarrollado en los países centrales del capitalismo desde 1968. Sin embargo, para un país como la URSS en donde, durante más de medio siglo, ante condiciones de vida inaguantables, los obreros no podían -excepto en raras excepciones- más que callar y tragarse su rabia, esas luchas abren una nueva perspectiva para el proletariado de ese país. Comprueban que hasta en la metrópolis del «socialismo real», ante la represión y también ante todos los venenos del nacionalismo y de las campañas democráticas, los obreros pueden expresarse en su terreno de clase.

Han dado así la muestra, como fue ya el caso en Polonia en el 80, de lo que es capaz el proletariado cuando no están presentes las fuerzas clásicas de encuadramiento de sus luchas, los sindicatos. La extensión rápida del movimiento de un centro minero a otro con el envío de delegaciones masivas, el control colectivo del combate por las asambleas generales, la organización de mítines y de manifestaciones de masa en la calle, superando la separación en empresas, la elección de comités de huelga por las asambleas y responsables ante ellas, esas son las formas elementales de lucha que se da espontáneamente la clase obrera cuando el terreno no está ocupado, o que está poco ocupado, por los profesionales del sabotaje.

Ante la amplitud y la dinámica del movimiento, y para evitar su extensión a otros sectores, las autoridades no tuvieron más remedio que aceptar, en lo inmediato, las reivindicaciones de los obreros. Claro está que esas reivindicaciones no serán nunca realmente satisfechas: la catástrofe económica en la que se está hundiendo la URSS no lo permite. Las únicas reivindicaciones que probablemente se respetarán son justamente las que revelan los límites del movimiento: la «autonomía» de las empresas que las autoriza a determinar el precio del carbón y vender en el mercado interior y mundial lo que no haya sido llevado por el Estado. Así como en 1980 la creación de un sindicato «libre» en Polonia fue una trampa en la que cayó la clase obrera, esa «conquista» -que sean las empresas quienes decidan el precio del carbón- se va a transformar muy rápidamente en un medio para reforzar la explotación de los mineros y provocar divisiones entre ellos y los demás sectores del proletariado que deberán pagar más caro el carbón de la calefacción. Así, los combates considerables de los obreros de las minas en la URSS han sido también, al igual que los de Polonia en el 80, una ilustración de la debilidad política del proletariado de los países del Este. En esa parte del mundo, a pesar de todo el valor y la combatividad que puede manifestar ante ataques sin precedentes, la clase obrera es aún de lo más vulnerable a las mistificaciones burguesas sindicalistas, democráticas, nacionalistas y hasta religiosas (si se tome el caso de Polonia). Encerrados durante décadas en el silencio del terror policiaco, los obreros de esos países están, cruelmente faltos de experiencia para defenderse de esas mistificaciones y trampas. Por eso las convulsiones políticas que regularmente sacuden a esos países, y que los seguirán sacudiendo cada vez más, son utilizadas contra sus luchas la mayoría de las veces, como se pudo ver en Polonia en donde la prohibición de Solidarnosc entre 1981 y 1989 sirvió para volver a darle el prestigio que había estado perdiendo con sus numerosas intervenciones de «bombero social».

Y también que las reivindicaciones «políticas» de los mineros en la URSS (demisión de los mandatarios locales del partido, nueva constitución, etc.), pudieron ser utilizadas por la política actual de Gorbachov.

Por esas razones las luchas que se llevaron a cabo este verano en URSS constituyen un llamado al conjunto del proletariado mundial, y particularmente al de las metrópolis del capitalismo en donde están concentrados sus batallones más fuertes y experimentados. Esas luchas manifiestan la profundidad, la fuerza y la importancia de los combates actuales de la clase. Al mismo tiempo ponen de relieve toda la responsabilidad del proletariado de esas metrópolis: sólo su enfrentamiento contra las trampas más sofisticadas que siembra en su camino la burguesía más fuerte y experimentada del mundo, sólo la denuncia de esas trampas por y en la lucha, permitirá a los obreros de los países del Este combatir victoriosamente contra esas mismas trampas. Los combates obreros que se desarrollaron este verano en los EEUU, en la primera potencia mundial, al mismo tiempo que los que hacían temblar a la segunda potencia, combates que movilizaron más de cien mil obreros en los hospitales, las telecomunicaciones y la electricidad, son la prueba de que el proletariado de los países centrales sigue por ese su camino. Asimismo, la muy fuerte combatividad obrera que se expresó durante varios meses en Gran Bretaña, en particular en los transportes y entre los estibadores, chocando contra el sabotaje sindical organizado por la burguesía más fuerte del inundó políticamente hablando, es otra etapa de ese camino.

FM (7/9/89)



[1] Sobre la crisis económica ver la «Resolución sobre la situación internacional» del VIIIº Congreso de la CCI así como su presentación en este número de la Revista.

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [1]

Internationalisme 1945 - Las verdaderas causas de la Segunda Guerra Mundial

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El texto que publicamos aquí es una parte de Informe sobre la situación internacional presentado y debatido en la Conferencia de la Izquierda comunista de Francia (GCF) que tuvo lugar en Julio de 1945 en París. Hoy, cuando la burguesía mundial está celebrando con entusiasmo las hazañas de la victoria de la «democracia» contra el fascismo hitleriano, el cual, según aquélla, habría sido la única causa de la IIª guerra mundial de 1939-45, es necesario recordar a la clase obrera, no sólo la verdadera naturaleza imperialista de aquella carnicería espantosa que se cobró 50 millones de víctimas y dejó en ruinas a tantos países de Europa y Asia, sino también lo que se anunciaba como le «paz» capitalista que vendría después.

Ese era el objetivo que la pequeña minoría de revolucionarios formada por la Izquierda Comunista de Fran­cia (GCF) se había propuesto en la conferencia, demostrando, contra todos los lacayos de la burguesía, desde los PC y PC hasta los grupos trotskistas, que, en el capitalismo del período imperialista, la «paz» no es más que un respiro entre las guerras, sea cual sea la careta con la que se enmascaran esas guerras.

Desde 1945 hasta hoy, los incontables conflictos armados, que ya han producido por lo menos tantas víctimas como la guerra mundial de 1939-45, la crisis económica mundial que ya dura desde hace 20 años, la espantosa carrera de armamentos, han venido a confirmar con creces ese análisis, y más que nunca sigue siendo válida la perspectiva: lucha de clases del proletariado que desemboque en la revolución comunista, única alternati­va contra la marcha hacia una IIª guerra mundial que pondría en peligro la supervivencia misma de la huma­nidad.

CCI.

Informe sobre la situación internacional

Izquierda Comunista de Francia (julio de 1945, Extractos)

I. Guerra y paz

Guerra y paz son dos momentos de una misma sociedad: la sociedad capitalista. No son dos oposiciones históricas que se excluirían mutuamente. Al contrario, guerra y paz en el régi­men capitalista son momentos complementarios indispensa­bles el uno para el otro, fases sucesivas de un mismo régimen económico, aspectos particulares y complementarios de un fenómeno único.

En la época del capitalismo ascendente las guerras (nacio­nales, coloniales y las conquistas imperialistas) expresaron la marcha adelante, de ampliación y extensión del sistema económico capitalista. La producción capitalista encontró en la guerra la continuación de su política económica por otros medios. Cada guerra se justificaba y pagaba sus gastos abrien­do un nuevo campo para una mayor expansión, asegurando el desarrollo de una mayor producción capitalista

En la época del capitalismo decadente, la guerra al igual que la paz expresan esa decadencia y participa poderosamente en su aceleración.

Sería erróneo ver en la guerra un fenómeno puramente negativo por definición, destructor y freno del desarrollo de la sociedad, en oposición a la paz, que sería el curso normal, positivo, del desarrollo continuo de la producción y de la sociedad. Esto supondría introducir un concepto moral en un curso objetivo, económicamente determinado.

La guerra fue indispensable al capitalismo para abrir nuevas posibilidades de desarrollo posterior, en la época en que estas posibilidades existían y no podían ser abiertas más que por la violencia. Del mismo modo, el hundimiento del mundo capitalista que ha agotado históricamente toda posibili­dad de desarrollo, encuentra en la guerra moderna, la guerra, imperialista, la expresión de este hundimiento, que, sin abrir ninguna posibilidad de desarrollo posterior para la producción, no hace más que precipitar en el abismo a las fuerzas productivas y acumular a un ritmo acelerado ruinas sobre ruinas.

No existe oposición fundamental en el régimen capitalista entre guerra y paz, pero sí existe una diferencia entre las dos fases, ascendente y decadente, de la sociedad capitalista y por tanto una diferencia de la función de la guerra (en la relación entre la guerra y la paz), en las dos fases respectivas. Si en la pri­mera fase la guerra tenía por función asegurar la ampliación del mercado, con vistas de una mayor producción de consumo, en la segunda fase es lo contrario, la producción está esencialmente centrada en la producción de medios de destrucción, es decir, es una producción para la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista encuentra su expresión patente en el hecho de que las guerras cuya finalidad era el desarrollo económico -período ascendente- se convierten, al contrario, en finalidad de la actividad económica, la cual queda restringida esencialmente a la preparación de aquélla -período decadente-. Esto no sig­nifica que la guerra se haya convertido en el objetivo de la pro­ducción capitalista; el objetivo sigue siendo para el capitalismo la producción de plusvalía, pero sí que significa que la guerra, al haber tomado un carácter permanente se ha convertido en el modo de vida del capitalismo decadente.

En la medida en que la alternativa guerra-paz no está simplemente destinada a engañar al proletariado, a adormecer su vigilancia y a hacerlo salir de su terreno de clase, esta alterna­tiva no expresa más que el fondo aparente, contingente, mo­mentáneo, que sirve para la formación de los diferentes conglo­merados para la guerra. En un mundo en el que las zonas de influencia, los mercados para dar salida a los productos, las fuentes de materias primas y los países de explotación forzada de la mano de obra están definitivamente repartidos entre las grandes potencias, las necesidades vitales de los imperialismos jóvenes, menos favorecidos, se enfrentan violentamente con los intereses de los viejos imperialismos más favorecidos, y se expresan en una política beligerante y agresiva para obtener por la fuerza un nuevo reparto del mundo. El bloque imperia­lista de la «paz» no es expresión en absoluto de una política basada en un concepto moral más humano, sino simplemente la voluntad de los imperialismos ahítos y favorecidos, de defender por la fuerza los privilegios adquiridos en saqueos anteriores. La «paz» para ellos no significa en absoluto una economía que se desarrolla pacíficamente, algo que no puede existir en el régimen capitalista, sino la preparación metódica para la inevitable confrontación armada y el aplastamiento brutal en el momento propicio de los imperialismos concurrentes y antagónicos.

La profunda aversión de las masas trabajadoras hacia la guerra es tanto más explotada porque ofrece un magnífico terreno de movilización para la guerra contra el imperialismo adverso... causante de guerras.

Entre las dos guerras, la demagogia de la «paz» ha servido a los imperialismos anglo-americano-ruso de camuflaje en su preparación para la guerra, que ellos sabían inevitable y para la preparación ideológica de las masas.

La movilización por la paz y la charlatanería consciente de todos los lacayos del capitalismo son en el mejor de los casos anhelos vacíos, frases huecas e impotentes, de los pequeños burgueses cuando se lamentan. Esa movilización desarma al proletariado con el espejismo de la más peligrosa ilusión de todas, la de un capitalismo pacífico.

La lucha contra la guerra no puede ser eficaz y tener sentido más que en relación indisoluble con la lucha de clases proleta­ria, con la lucha revolucionaria por la destrucción del régimen capitalista.

A la falsa alternativa de guerra-paz el proletariado opone la única alternativa que plantea la historia: ¡guerra imperialista o revolución proletaria!

II. La guerra imperialista

En vísperas de la guerra, el Buró Internacional de la Izquierda Comunista cometió el error de verla, ante todo, como una expresión directa de la lucha de clases, como una guerra de la burguesía contra el proletariado. Pretendía negar parcial o completamente la existencia de antagonismos interimperialistas que se agudizaban y estaban determinando la conflagración mundial. El Buró Internacional, partiendo de la innegable verdad de la inexistencia de nuevos mercados, lo que hace que la guerra resulte inoperante como medio para resolver la crisis de sobreproducción, llegó a la conclusión simplista y errónea de que la guerra imperialista ya no sería el producto de un capi­talismo dividido en Estados nacionales, en el que cada uno lucha por su hegemonía mundial. El capitalismo sería un todo unificado y solidario, que sólo recurre a la guerra imperialista con el objetivo de aplastar al proletariado e impedir el auge de la revolución.

El error fundamental de análisis de la naturaleza de la guerra imperialista es consecuencia de otro error: la apreciación de la relación de fuerzas entre las clases en el momento del estallido de la guerra imperialista.

La era de las guerras y de las revoluciones no significa que el desarrollo de un curso a la revolución corresponda al desar­rollo de un curso a la guerra. Ambos cursos, aunque tienen como fuente la misma situación histórica de crisis permanente del régimen capitalista, son en esencia totalmente diferentes, entre ellos no hay relaciones de reciprocidad directa. Si el despliegue de la guerra se convierte en un factor directo que precipita las convulsiones revolucionarias, lo contrario no es cierto, el curso a la revolución no es jamás un factor que favorece la guerra imperialista.

La guerra imperialista nunca se desarrolla como respuesta al flujo revolucionario, sino todo lo contrario, el reflujo revolu­cionario que acompaña la derrota revolucionaria es lo que permite a la sociedad capitalista evolucionar hacia el desenca­denamiento de una guerra engendrada por las contradicciones y las luchas intestinas del sistema capitalista.

Los análisis falsos sobre la guerra imperialista conducen fatalmente a presentar el momento del estallido de la guerra como la respuesta al flujo revolucionario, confundiendo e invirtiendo ambos momentos, y a dar una apreciación errónea de la relación de fuerzas existente entre las clases.

La ausencia de nuevas salidas y de nuevos mercados, en los que realizar la plusvalía contenida en los productos que forman parte del proceso de producción, abre la crisis permanente del sistema capitalista. La reducción del mercado exterior tiene como consecuencia una restricción del mercado interior. La crisis económica se amplifica.

En la época imperialista, en la que desaparecen los productores aislados y los grupos de pequeños y medianos productores con el triunfo de los monopolios y de las grandes concentraciones de capital, los sindicatos y los trusts tienen su corolario a escala internacional en la eliminación y subordinación completa de los pequeños Estados a las grandes potencias imperialistas que dominan el mundo.

Pero al igual que la eliminación de los pequeños productores capitalistas no hace desaparecer la competencia, que pasa de pequeñas luchas desperdigadas en la superficie a hundirse en las profundidades y manifestarse en grandes luchas a la misma escala que la concentración del capital, la eliminación de los pequeños Estados y su vasallaje respecto a los 4 ó 5 grandes Estados imperialistas no significa la atenuación de los antagonismos interimperialistas. Al contrario, estos anta­gonismos se concentran cada vez más, y lo que pierden en superficie, en número, lo ganan en intensidad; y los choques y la explosiones estremecen hasta los cimientos de la sociedad capitalista

A medida que se estrecha el mercado, la lucha por la posesión de las fuentes de materias primas y por el dominio del mercado mundial se hace más áspera. La lucha económica entre los distintos grupos capitalistas se concentra cada vez más y toma la forma, más acabada, de la lucha entre Estados. La lucha exacerbada entre Estados al final sólo puede resolverse por la fuerza militar. La guerra se convierte en el único medio, que no solución, por el que cada imperialismo nacional tiende a liberarse de las dificultades en las que está atrapado a expen­sas de los Estados imperialistas rivales.

Las soluciones momentáneas, con victorias económicas y militares, de los imperialismos aislados, tiene como conse­cuencia no sólo la agravación de la situación en los países im­perialistas adversarios, sino una agravación aun mayor de la crisis mundial, la destrucción de masas de valor acumulado durante decenas y centenares de años de trabajo social.

La sociedad capitalista en la época imperialista se parece a un edificio en el que los materiales para la construcción de los pisos superiores se sacaran de los cimientos y los pisos inferio­res. A medida que crece frenéticamente en altura, se hace más frágil la base que sostiene el edificio. Cuanto más impresio­nante parece, en realidad es más inseguro y oscilante. El capitalismo al estar forzado a excavar de sus propios cimientos, lo que hace es trabajar encarnizadamente hacia el hundimiento de la economía mundial, precipitando a la humanidad hacia el abismo y la catástrofe.

«Una formación social jamás perece antes de haber desa­rrollado todas las fuerzas productivas a las que ha dado paso» dice Marx, pero esto no significa que la formación social desaparezca una vez cumplida su misión, que se evapore. Para eso es necesario que una nueva formación social, que corres­ponda al estado de las fuerzas productivas y les abra nuevas vías, tome la dirección de la sociedad. Solo puede sustituir a la antigua formación social, con la que choca, mediante la lucha y la violencia revolucionarias. Y si ocurre que la antigua formación social continúa dominando los destinos de la sociedad, acabará llevándola no hacia nuevas vías de desarrollo de las fuerzas productivas, sino, a causa de su nueva naturaleza reaccionaria, la llevará hacia la destrucción.

Cada día que el capitalismo sobrevive se salda con una nueva destrucción para la sociedad. Cada acto del capitalismo decadente es un momento de destrucción.

En su sentido histórico, la guerra en la época imperialista aparece como la expresión más clara y a la vez más típica del capitalismo decadente, de su crisis permanente y de su modo de vida económico: la destrucción. No hay misterio en la naturaleza de la guerra imperialista Históricamente es la materialización de la fase decadente y de destrucción de la sociedad capitalista que se manifiesta por el crecimiento de las contradicciones y la exacerbación de los antagonismos interimperialistas que sirven de base concreta y de causa inmediata al desencadenamiento de la guerra.

La producción de guerra no tiene como objetivo la resolu­ción de un problema económico. En su origen es resultado, por un lado de la necesidad del Estado de defenderse contra las clases desposeídas y de mantener por la fuerza su explotación, y por otro de asegurar y ampliar por la fuerza sus posiciones económicas a expensas de otros Estados imperialistas.

A medida que la realización de plusvalía se restringe, se agrava la lucha entre los imperialismos, y a medida que los antagonismos imperialistas crecen, el Estado refuerza su apa­rato ofensivo y defensivo. La crisis permanente obliga inevita­blemente a resolver mediante la lucha armada las diferencias imperialistas. La guerra y la amenaza de guerra son los aspectos latentes por los que se manifiesta una situación de guerra permanente en la sociedad. La guerra moderna es esencialmente una guerra de material. Para la guerra es necesaria una monstruosa movilización de todos los recursos técnicos y económicos de los países. La producción de guerra se convierte así en el eje de la producción industrial y en el principal campo económico de la sociedad.

¿La masa de productos representa un crecimiento de la riqueza social? A esta pregunta hay que responder con un NO categórico. La producción de guerra y todos los valores que materializa están destinados a salir de la producción, a no volver de nuevo al proceso de producción y a ser destruidos. Tras cada ciclo de producción, la sociedad no registra un crecimiento de su patrimonio social, sino una disminución, un empobrecimiento de su totalidad.

¿Quién paga la producción de guerra? En primer lugar la producción de guerra se paga a expensas de las masas trabajadoras. El Estado por medio de diversas operaciones financieras, impuestos, empréstitos, cambios, inflación y otras medi­das, drena valores con los que constituye un poder adquisitivo suplementario y nuevo. Pero con toda esta masa sólo se puede pagar una parte de la producción de guerra. La mayor parte queda por pagar, en espera de hacerlo gracias a la guerra, es decir mediante el saqueo ejercido sobre el imperialismo venci­do. Tiene lugar así una especie de pago forzado, de realización por la fuerza de la plusvalía.

El imperialismo vencedor pasa factura de su producción de guerra bajo el apelativo de «reparaciones» imponiendo su ley al imperialismo vencido. Pero el valor contenido en la produc­ción de guerra del imperialismo vencido, como de otros pequeños Estados capitalistas, se pierde completa e irremedia­blemente. En fin de cuentas, si se hace el balance del conjunto de la operación, para el conjunto de la economía mundial, el resultado es catastrófico; sólo ciertos sectores y ciertos impe­rialismos aislados se han enriquecido.

El intercambio de mercancías por el cual se realiza la plusvalía, sólo funciona parcialmente con la desaparición de los mercados extracapitalistas, y tiende a ser suplantado por la fuerza, por el saqueo que sobre los vencidos y los más débiles ejercen los países más fuertes a través de las guerras imperia­listas. Ahí reside un aspecto nuevo de la guerra imperialista.

III. La transformación de la guerra imperialista en guerra civil

Como hemos dicho antes, al detener la lucha de clases o más exactamente al destruir la potencia de la lucha proletaria, su conciencia, desviando sus luchas, la burguesía logra por medio de sus agentes infiltrados dentro del proletariado, vaciar las luchas de su contenido revolucionario metiéndolas por las vías del reformismo y el nacionalismo, y lograr así la condición última y decisiva para el desencadenamiento de la guerra imperialista.

Esto hay que comprenderlo desde un punto de vista interna­cional y no desde la visión estrecha y limitada de un sector nacional aislado.

La reanudación parcial, el recrudecimiento de las luchas y los movimientos de huelgas habidos en la Rusia de 1913 no menoscaba en absoluto nuestra afirmación. Mirando las cosas de cerca vemos que la potencia del proletariado mundial en vísperas de 1914, las victorias electorales, los grandes partidos socialdemócratas y las organizaciones sindicales de masas, orgullo y gloria de la IIª Internacional, eran solo una aparien­cia, una fachada que ocultaba su profunda ruina ideológica. El movimiento obrero, minado y podrido por el oportunismo que reinaba como dueño y señor, acabaría derrumbándose cual castillo de naipes ante los primeros vientos de guerra.

La realidad no se ve en la fotografía cronológica de los acontecimientos; para comprenderla hay que captar el movi­miento subyacente, interno, las modificaciones profundas que se producen antes de que salgan a la superficie y queden plas­madas en fechas. Cometeríamos un grave error queriendo ser fieles al orden cronológico de la historia, y presentando la guerra de 1914 como la causa del hundimiento de la IIª Internacional, cuando en realidad el estallido de la guerra estuvo directamente condicionado por la previa degeneración oportu­nista del movimiento obrero internacional. Las fanfarronadas con fraseología internacionalista se hacen para la galería, pues de puertas adentro estaba triunfando y dominando la tendencia nacionalista. La guerra de 1914 pone en evidencia, a las claras, el aburguesamiento de los partidos de la IIª Internacional, la suplantación de su programa revolucionario inicial por la ideología de la clase enemiga, su atadura a los intereses de su burguesía nacional.

Este proceso interno de destrucción de la conciencia de clase se manifiesta abiertamente de forma acabada con el estallido de la guerra de 1914, estallido condicionado por aquel proceso. El estallido de la Segunda guerra mundial está sometido a las mismas condiciones.

Se pueden distinguir tres etapas necesarias y sucesivas entre las dos guerra imperialistas.

La primera termina con el agotamiento de la gran oleada revolucionaria que sigue a 1917 plasmada en una cadena de derrotas de la revolución en varios países, en la derrota de la Izquierda excluida de la Internacional Comunista y en el triunfo del centrismo y la evolución de la URSS hacia el capitalismo mediante la teoría y la práctica del «socialismo en un solo país».

La segunda etapa es la de ofensiva general del capitalismo internacional que logra liquidar las convulsiones sociales en el centro decisivo donde se juega la alternativa histórica del capitalismo: Alemania, con el aplastamiento físico del prole­tariado y la instauración del régimen hitleriano, que desempeña el papel de «gendarme» de Europa. A esta etapa corresponde la muerte definitiva de la IC y la quiebra de la oposición de izquierda de Trotski, quien, incapaz de reagrupar las energías revolucionarias, se compromete en coaliciones y fusiones con grupos y corrientes oportunistas de la izquierda socialista, y se orienta hacia la práctica del bluf y el aventurismo proclamando la formación de la IVª Internacional. La tercera etapa fue la del sometimiento total del movimiento obrero de los países demo­cráticos. Tras la máscara de la defensa de las «libertades» y las «conquistas» obreras amenazadas por el fascismo, se ocultaba la realidad de hacer que el proletariado se adhiriera a la defensa de la democracia, es decir, de su burguesía nacional, de su patria capitalista. El antifascismo era la plataforma, la ideo­logía moderna del capitalismo que los partidos traidores al pro­letariado empleaban para adornar la putrefacta mercancía de la defensa nacional.

En esta tercera etapa se opera el paso definitivo de los partidos llamados comunistas al servicio de su capital respec­tivo, la destrucción de la conciencia de clase por el envenenamiento de las masas, en la ideología «antifascista», la adhe­sión de las masas a una futura guerra imperialista gracias a su movilización en los «frentes populares», a las huelgas desvir­tuadas y desviadas de 1936, a la guerra «antifascista» espa­ñola, a la victoria definitiva del capitalismo de Estado en Rusia, victoria que se plasma entre otras cosas en la represión feroz y la masacre física de todo intento de reacción revolucionaria, en su adhesión a la SDN; su integración en un bloque imperialista y la instauración de la economía de guerra con vistas a la guerra mundial se precipitan. Este periodo registra igualmente la liquidación de numerosos grupos revolucionarios y de comu­nistas de izquierda surgidos tras la crisis de la IC y que, a través de la ideología «antifascista» hasta llegar a la «defensa del Estado obrero» en Rusia, son atrapados en el engranaje capitalista, perdiéndose definitivamente como expresión de la clase obrera. Jamás la historia había conocido un divorcio tal entre la clase y los grupos que expresaban sus intereses y su misión. La vanguardia se encuentra en un estado de absoluto aislamiento y reducida cuantitativamente a pequeños islotes ignorados.

La inmensa oleada revolucionaria que había surgido al final de la primera guerra imperialista había sumido al capitalismo en tal estado de temor, que hizo necesario ese largo período de desarticulación de las bases del proletariado, para que las con­diciones del desencadenamiento de una nueva guerra mundial estuvieran reunidas.

La guerra imperialista no resuelve ninguna de las contradicciones del régimen que las engendra. Pero al poder desa­rrollarse gracias a la desaparición «momentánea» del proletariado en lucha por el socialismo, provoca el mayor desequilibrio en la sociedad, y conduce a la humanidad hacia el abismo. Condicionada por la desaparición de la lucha de clases, la guerra se convierte, en su desarrollo, en un potente factor del despertar de la conciencia de clase y de la combatividad revolucionaria de las masas. Así se manifiesta el curso dialéc­tico y contradictorio de la historia.

Las ruinas acumuladas, las destrucciones múltiples, los cadáveres amontonándose por millones, la miseria y el hambre se amplifican cada día, todo ello plantea para el proletariado y las capas trabajadoras el dilema agudo y directo de morir o rebelarse. Los mensajes patrióticos y la basura chovinista se disipan y hacen aparecer ante las masas la atrocidad y la inutilidad de la carnicería imperialista La guerra se convierte en un potente motor que acelera el relanzamiento de la lucha de clases, transformándola rápidamente en guerra civil de clases.

En el transcurso del tercer año de guerra, comenzaron a manifestarse los primeros síntomas del proceso de desafecto del proletariado respecto a la guerra. Era un proceso todavía muy subterráneo, difícilmente apreciable y muy difícil de medir. Contrariamente a los rusófilos y anglófilos, los amigos platónicos de la revolución y en primer lugar los trotskistas que escondían su chovinismo bajo el argumento de que la democra­cia ofrecía más posibilidades para la aparición de un movi­miento del proletariado y veían en la victoria de los imperialis­mos democráticos, la condición de la revolución, nosotros situábamos el centro de la fermentación revolucionaria más precisamente en Italia y Alemania, países en los que el prole­tariado había sufrido más la destrucción física que la de su conciencia, y que no se había adherido a la guerra más que bajo la presión de la mayor de las violencias.

Cuanto más duraba la guerra, más se iba agotando la poten­cia del «gendarme» alemán. Las posibilidades económicas fragilísimas de los imperialismos del eje, que en el pasado no habían podido soportar las convulsiones sociales, debían enfrentarse a las primeras dificultades, a los primeros reveses militares. Los «revolucionarios del mañana» pero patrioteros de hoy, nos citaban triunfalmente las huelgas de masas en Norteamérica e Inglaterra, (condenándolas y deplorándolas, sin embargo, porque debilitaban la potencia de las democra­cias) como prueba de las ventajas que ofrecía la democracia para la lucha del proletariado. Fuera del hecho de que el proletariado no puede determinar la forma del régimen que más le conviene, en un momento dado del capitalismo, y por el hecho de colocar al proletariado ante la alternativa: demo­cracia o fascismo, animándolo a abandonar su terreno propio de lucha contra el capitalismo, los ejemplos de las huelgas citadas, huelgas de masas en EEUU o Inglaterra no eran en absoluto la prueba de una mayor maduración de la comba­tividad de las masas obreras, sino de la gran solidez del capitalismo en estos países para poder soportar las luchas parciales del proletariado.

Lejos de negar la importancia de estas huelgas, y apoyándolas totalmente como manifestaciones de la clase en lucha por objetivos inmediatos, nosotros no nos engañábamos sobre su importancia, todavía limitada y contingente.

Nuestra atención se concentró sobre todo en saber en dónde se estaba produciendo el proceso más importante de descomposición de las fuerzas vitales del capitalismo y de fermen­tación revolucionaria del proletariado, en donde la menor manifestación exterior se expresara con fuerza y planteara la inminencia de la explosión revolucionaria. Descubrir sus síntomas, seguir atentamente su evolución, y prepararse y participar en su explosión, tal debía ser y fue nuestra tarea en este período.

Una parte de la fracción italiana de la izquierda comunista nos tachó de impacientes, se negaba a ver en las medidas draconianas tomadas por el gobierno alemán en el invierno de 1942-43, tanto en el interior como en los frentes, otra cosa que no fuera la continuación de la política fascista y negaba que estas medidas reflejaran un proceso interno. Y es por haberlo negado por lo que se vieron sorprendidos y sobrepasados por los acontecimientos de Julio de 1943, durante los cuales el pro­letariado italiano rompía el curso de la guerra y abría el de la guerra civil.

Enriquecido por la experiencia de la primera guerra, incom­parablemente mejor preparado ante la eventualidad de la amenaza revolucionaria, el capitalismo internacional reac­cionó solidariamente con una extrema habilidad y prudencia contra un proletariado decapitado además de su vanguardia. A partir de 1943, la guerra se transforma en guerra civil. Al afirmar esto, nosotros no queríamos decir, en absoluto, que los antagonismos interimperialistas hubieran desaparecido, o que hubieran dejado de desarrollarse en la continuación de la guerra. Estos antagonismos subsistían y no hacían más que aumentar, pero en menor medida y con carácter secundario, en comparación con la gravedad que presentaba para el mundo capitalista la amenaza de una explosión revolucionaria.

La amenaza revolucionaria iba a ser el centro de los plantea­mientos y las preocupaciones del capitalismo en los dos blo­ques: es la que iba a determinar en primer lugar el curso de las operaciones militares, su estrategia y el sentido de su desarro­llo. Así, con un acuerdo tácito entre los dos bloques imperialis­tas antagónicos para limitar y apagar las primeras brasas de la revolución, Italia, el eslabón más débil y vulnerable iba a quedar dividida en dos partes. Cada bloque imperialista se encargaría por sus propios medios, con la violencia y la dema­gogia, de asegurar el orden en una de las dos mitades.

Este estado de cerco y de división de Italia, donde la parte industrial y el centro vital más importante -el Norte- queda en manos de Alemania, sometido a la más bestial represión fas­cista, y así se mantendrá sin que se tenga en cuenta la menor consideración militar hasta después del hundimiento militar del gobierno alemán.

El desembarco de los aliados y el movimiento circundante del ejército ruso permite la destrucción sistemática de los centros industriales y de las concentraciones proletarias; y responde al mismo objetivo de cerco y destrucción preventivos frente a la eventual amenaza de una explosión revolucionaria. La propia Alemania será el teatro de una masacre y destrucción sin precedentes en la historia.

Al hundimiento total del ejército alemán, a las deserciones masivas, a la sublevación de los soldados, de los marinos y de los obreros, el gobierno alemán contesta con medidas de represalia de una ferocidad salvaje tanto en el interior como en el exterior, movilizando las últimas reservas de hombres que son arrojados a los campos de batallaron el objetivo consciente e inexorable de su exterminio.

Contrariamente a la primera guerra imperialista en la cual el proletariado, una vez iniciado el curso revolucionario, guardó la iniciativa, imponiendo al capitalismo mundial el final de la guerra, en esta guerra, en cambio, es el capitalismo quien se adueñará de la iniciativa ante los primeros signos de revolución en Italia, en Julio de 1943, y proseguirá implacable la guerra civil contra el proletariado, impidiendo por la fuerza cualquier concentración de fuerzas proletarias, no detendrá la guerra ni siquiera cuando, tras el hundimiento y la desaparición del gobierno de Hitler, Alemania pide con insistencia el armisticio, para asegurarse mediante una monstruosa carnicería y una masacre preventiva increíble que al proletariado alemán no le quedaba ninguna veleidad de amenaza revolucionaria.

Cuando se conocen los terribles bombardeos a que los aliados sometieron a la población alemana, destruyendo cientos de miles de casas, matando a millones de personas, pero dejando intactas el 80% de las fábricas como lo reconoce la prensa aliada, se comprende todo el significado de clase de esos bombardeos «democráticos».

La cifra total de muertos de la guerra se eleva, en Europa, a 40 millones de personas, de los cuales las dos terceras partes son a partir de 1943. Esta cifra, por sí sola, nos da la dimensión de la guerra imperialista en general y de la guerra civil del capitalismo contra el proletariado en particular. A los escépti­cos que no han visto la guerra civil ni del lado del proletariado ni del lado del capital, porque no se ha producido según los esquemas clásicos y conocidos, les dejamos estas cifras para que las mediten.

Lo que distingue esta guerra de la de 1914-1918, su rasgo original y característico, es su transformación brusca en guerra contra el proletariado manteniendo sus objetivos imperialistas. Prosiguiendo de forma metódica la masacre del proletariado y no deteniéndola, se asegura que el foco de la revolución socialista está momentánea y parcialmente apagado.

¿Cómo fue ello posible? ¿Cómo explicar esta victoria momentánea, pero incontestable, del capitalismo sobre el proletariado? ¿Cómo se presenta la situación en Alemania?

La saña con que los aliados continúan la guerra de extermi­nio, los planes de deportación masiva del proletariado alemán emitidos más en particular por el gobierno ruso, la destrucción metódica y sistemática de ciudades haciendo pesar la amenaza del exterminio y dispersión total del proletariado alemán antes de que éste pueda iniciar el más mínimo gesto de clase, lo pondrán fuera de combate durante años.

Aunque este peligro ha existido efectivamente, el capitalis­mo sólo ha podido aplicar parcialmente sus planes. La revuelta de los obreros y soldados, quienes en algunas ciudades habían conseguido neutralizar y detener a los fascistas, ha obligado a los aliados a precipitar el fin de esta guerra de exterminio antes de lo previsto. Con estas revueltas el proletariado alemán ha obtenido una doble ventaja: dificultar los planes del capitalismo haciéndole precipitar el fin de la guerra, y esbozar sus primeras acciones revolucionarias de clase. El capitalismo internacional ha sometido momentáneamente al proletariado alemán, impidiéndole que tome la dirección de la revolución mundial, pero no ha conseguido eliminarlo definitivamente

GCF, Julio de 1945

L'Etincelle n° 1, enero de 1945

Órgano de la Fracción Francesa de la Izquierda Comunista

Manifiesto: La guerra continúa

La «liberación» dio a los obreros la esperanza de ver el fin de la matanza y la reconstrucción de la economía, por lo menos en Francia.

El capitalismo respondió a esa esperanza con desempleo, hambre, movilización. La situación que agobiaba al proleta­riado bajo la ocupación alemana se ha agravado; y, sin embar­go ya no hay ocupación alemana.

La Resistencia y el Partido Comunista habían prometido la democracia y profundas reformas sociales. El gobierno mantiene la censura y refuerza su policía. Ha hecho una caricatura de socialización al nacionalizar unas cuantas fábricas, con indemnizaciones para los capitalistas. La explotación del proletariado .prosigue y ninguna reforma la puede hacer desa­parecer. Sin embargo la Resistencia y el Partido Comunista están hoy completamente de acuerdo con el gobierno: es que siempre se han burlado de la democracia y del proletariado.

No tenían más que un objetivo: la guerra.

Lo lograron, y ahora el objetivo es la Unión sagrada.

¡Guerra por la revancha, por volver a levantara Francia, guerra contra el hitlerismo!, clama la burguesía

Pero la burguesía tiene miedo. Tiene miedo de los movimien­tos proletarios en Alemania y en Francia, tiene miedo de la posguerra.

Tiene que amordazar al proletariado francés; aumenta los efectivos de la policía que mandará mañana contra él.

Tiene que utilizarlo para aplastar a la revolución alemana; moviliza su ejército.

La burguesía internacional la ayuda. La ayuda a reconstruir su economía de guerra para mantener su propia dominación de clase.

Y en cabeza, la URSS, que la ayuda y hace con ella un pacto de lucha contra los proletarios franceses y alemanes.

Todos los partidos, los socialistas, los «comunistas» la ayu­dan: « ¡Todos contra la quinta columna, contra los colaboradores! ¡Todos contra el hitlerismo! ¡Todos contra el maquis pardo! ».

Pero toda esa bulla sólo sirve para esconder el origen real de la miseria actual: el capitalismo de quien el fascismo es hijo.

Para esconder la traición a las enseñanzas de la revolución rusa, que se hizo en plena guerra y en contra de la guerra.

Para justificar la colaboración con la burguesía en el gobierno. Para volver a echar al proletariado a la guerra imperialista.

¡Para hacer creer mañana que los movimientos proletarios en Alemania no serían más que una resistencia fanatizada del hitlerismo!

¡Camaradas obreros!

Más que nunca la lucha tenaz de los revolucionarios durante la primera guerra imperialista, de Lenin, Rosa Luxemburgo y Liebknecht debe ser la nuestra.

Más que nunca, ante la guerra imperialista se hace sentir la necesidad de la guerra civil.

La clase obrera ya no tiene partido de clase: el partido «comunista» ha traicionado, sigue traicionando hoy, traicio­nará mañana.

La URSS se ha vuelto un imperialismo. Se apoya en las fuerzas más reaccionarias para impedir la revolución proletaria. Será el peor gendarme de los movimientos obreros de mañana: comienza desde ahora a deportar en masa a los proletarios alemanes para quebrar toda su fuerza de clase.

Sólo la fracción de izquierda, salida de ese «cadáver putre­facto» en que se convirtió la IIIª Internacional, representa hoy al proletariado revolucionario.

Sólo la izquierda comunista se negó a participar al extravío de la clase obrera con el antifascismo y sólo ella lanzó adverten­cias contra la nueva emboscada que se le tendía.

Sólo ella denunció a la URSS como baluarte de la contrarrevo­lución desde la derrota del proletariado mundial en 1933.

Sólo quedó ella, cuando estalló la guerra, en contra de toda unión sagrada y sólo ella proclamó la lucha de clase como única lucha del proletariado, en todos los países, incluso en la URSS.

En fin, sólo ella tiene intención de preparar las vías del futuro partido de clase, rechazando todos los compromisos y frentes únicos, y siguiendo, en una situación que ha madurado con la historia, el duro camino que siguieron Lenin y la fracción bolchevique antes de la primera guerra imperialista.

¡Obreros! ¡La guerra no es solo obra del fascismo! ¡Tam­bién lo es de la democracia y del «socialismo en un solo país»!: la URSS representa a todo el régimen capitalista que, al perecer, quiere hacer perecer a toda la sociedad.

El capitalismo no os puede dar paz; incluso una vez terminada la guerra, nada podrá daros.

Contra la guerra capitalista hay que responder con la solución de clase: ¡la guerra civil!

De la guerra civil hasta la toma del poder por el proletariado, y sólo de ella puede surgir una sociedad nueva, una economía de consumo y ya no de destrucción.

¡Contra el patriotismo y el esfuerzo de guerra!

¡Por la solidaridad proletaria internacional!

¡Por la transformación de la guerra imperialista en guerra civil!

Izquierda Comunista

(Fracción francesa)

M. Thorez, secretario general del Partido Comunista Francés, declaraba en 1945:

«Los comunistas no formu­lan actualmente exigencias socialistas o comunistas. Dicen francamente que sólo una cosa preocupa al pue­blo: ganar la guerra lo más rápido posible para apresu­rar el aplastamiento de la Alemania hitleriana, para asegurar lo más rápido posible el triunfo de la democra­cia, para preparar el renacimiento de una Francia democrática e independiente. Esa reedificación de Francia es la tarea de la nación entera, la Francia de mañana será lo que sus hijos habrán hecho de ella.

Para contribuir a esa reedificación, el Partido Comunis­ta ¡es un partido de gobierno! Pero se necesita todavía un ejército potente con oficiales de valor, incluso los que se dejaron embaucar durante un tiempo por Petain. Hay que volver a poner en marcha las fábricas, en primer lugar las fábricas de guerra, hacer más que lo necesario para abastecer a los soldados en armas».

Los Estatutos de la Internacional Comunista declaraban en 1919:

«¡Acuérdate de la guerra imperialista! He aquí la primera palabra que la Internacional Comunista dirige a cada trabajador, cualesquiera que sean su origen y la lengua que habla.

 ¡Acuérdate que por la existencia del régimen capitalista, un puñado de impe­rialistas tuvo durante cuatro años la posibilidad de obligar a los trabajadores de todas partes a degollarse unos a otros!

¡Acuérdate que la guerra burguesa hun­dió a Europa y al mundo entero en el hambre y la miseria!

¡Acuérdate que sin el derrocamiento del capitalismo, la repetición de esas guerras criminales es no sólo posible sino inevitable!».

Series: 

  • La Izquierda Comunista de Francia [2]

Acontecimientos históricos: 

  • IIª Guerra mundial [3]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [4]

La relación entre Fracción y Partido en la tradición marxista I - La Izquierda Comunista italiana, 1922-1937

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Publicamos aquí la primera parte de un artículo dedicado a esclarecer  la relación Fracción-Partido tal como se ha ido afirmando en la historia del movimiento revolucionario. Esta primera parte tratará de la labor de la Fracción de Izquierda del Partido Comunista italiano en los años 1930, insistiendo especialmente en los años decisivos, de 1935 a 1937, años dominados por la guerra de España. Con ello vamos a contestar a las críticas que en varias ocasiones han hecho los camaradas de Battaglia Comunista a la Fracción o sea al grupo formado a finales de los años 20 como «Fracción» del Partido Comunista de Italia en lucha contra la degeneración estalinista de éste. Al haber respondido ya varias veces a esas críticas sobre diversos aspectos particulares [1], lo que ahora nos interesa es desarrollar lo general de la relación histórica entre «fracción» y partido. La importancia de este trabajo podría parecer secundaria en nuestro tiempo en que los comunistas ya no se consideran, desde hace medio siglo, como fracciones de los viejos partidos pasados a la contrarrevolución. Pero como ya lo hemos de ver en este artículo, la Fracción es un hecho político que va más lejos del simple dato estadístico (parte del Partido), pues expresa la continuidad en la elaboración política  que va del programa del viejo partido al programa del nuevo, conservado y enriquecido porque condensa las nuevas experiencias históricas del proletariado. Lo que aquí queremos hacer resaltar para las nuevas generaciones, para los grupos de compañeros que, por el mundo entero, están en busca de una coherencia de clase, es el sentido profundo de ese método de trabajo, de ese hilo rojo que une a los revolucionarios. Contra todos los necios que se divierten en hacer «tabla rasa » de la historia del movimien­to obrero que les ha precedido, la CCI vuelve a insistir en que sólo basándose en la continuidad de la labor política podrá surgir un día el Partido comunista mundial, arma indispensable en la batallas que nos esperan.

Las criticas de Battaglia Comunista a la Fracción Italiana del exterior

Primero vamos a procurar exponer sistemáticamente y sin deformarlas, las posiciones de Battaglia contra las que queremos llevar la polémica. En el artículo Fracción y Partido en la experiencia de la Izquierda italiana se desarrolla la tesis de que la Fracción, fundada en Pantin (alrededores de París), en 1928, por militantes exiliados, habría rechazado la hipótesis trotskista de fundación inmediata de nuevos parti­dos, pues los viejos de la Internacional comunista todavía no se habían pasado oficialmente del oportunismo a la contrarrevolución. Lo cual era como decir que (...) si los partidos comunistas, a pesar, de la infección del oportunismo, no se habían pasado todavía, con armas y equipo, al servicio del enemigo de clase, no podía ponerse al orden del día la construcción de nuevos partidos ». Esto es muy cierto, aunque como ya veremos luego, ésa no era sino una de las condiciones necesarias para la transformación de la Fracción en Partido. Aparte de eso, es útil recordar que los camaradas que fundaron la Fracción en 1928 ya habían tenido, en 1927, que separarse de una minoría activista que consideraba ya a los PC como contrarrevolucionarios. «¡Fuera de la Internacional de Moscú!» clamaba esa minoría, la cual, rápidamente, haciéndose ilusiones de que la crisis del 29 era el prólogo inmediato de la revolución, adoptaba la postura de la Izquierda alemana, la cual, por su parte, había dado a luz a un efímera «nueva» «Internacional comunista obrera».

Battaglia sigue su reconstitución recordando que la Fracción «...desempeña sobre todo un papel de análisis, de educación, de preparación de mandos, alcanzando el máximo de claridad en la fase en la que actúa para constituirse en partido, en el momento mismo en el que la confrontación entre clases barre el oportunismo» (Informe para el Congreso de 1935). «Hasta entonces, los términos de la cuestión parecían bastante claros. El problema Fracción-Partido se había resuelto "programáticamente" debido a la dependencia de aquélla respecto al proceso degenerativo de éste, (...) y no gracias a una elaboración teórica abstracta que pondría tal tipo particular de organización de revolucionarios en las alturas de una forma política invariable, válida para todos los períodos históricos de estancamiento de la lucha de clases (...). La idea de que la transformación de la fracción en partido sólo sería posible en situaciones "objetivamente favorables", o sea de reanudación de la lucha de clases, se basaba en la posibilidad calculada de que sólo en una situación así, en las tormentas sociales que la acompañan, podría comprobarse en la realidad de los hechos que los partidos comunistas habían traicionado definitivamente».

La traición de los PC quedó públicamente confirmada en 1935, con el apoyo de Stalin y del PCF (imitado éste por todos los demás) a las medidas de rearme militar decididas por el gobierno burgués de Francia «para defender la democracia». Ante ese paso oficial al enemigo de clase, la Fracción  sacaba a la luz un manifiesto titulado ¡Fuera de los Partidos comunistas, convertidos en instrumentos de la contrarrevolución! y se reunía en Congreso para dar una respuesta, en tanto que organización, a esos acontecimientos. El artículo de Battaglia afirma que:

«Según el esquema desarrollado en los años anteriores, la Fracción hubiera debido cumplir su tarea en relación con ese acontecimiento y ponerse a formar un nuevo partido. Pero para la puesta en práctica, aunque ésa fuera la perspectiva, se expresaron en el seno de la Fracción ciertas tendencias que se esforzaban por dar largas al problema más que dedicarse a resolverlo en sus aspectos prácticos.»

«En el informe de Jacobs sobre el cual debería haberse desarrollado el debate, la traición del centrismo y la consigna lanzada por la fracción de salir de los partidos comunistas [no implicaba] "transformarse en partido, ni tampoco significaba la solución proletaria a la traición del centrismo, solución que sólo podrían darla los acontecimientos del mañana para los que ya hoy se estaba preparando la fracción" (...)».

«Para el ponente del informe, la respuesta al problema de la crisis del movimiento obrero no podía consistir en un esfuerzo por cerrar las filas dispersas de los revolucionarios para así volver a dar al proletariado su órgano político indispensable, el partido (...), sino en lanzar la consigna de "salir de los PC" sin ninguna otra indicación, al "no existir solución inmediata al problema planteado por esa traición" (...)».

«Si bien es cierto que los estragos causados por el centrismo habían acabado por inmovilizar a la clase obrera, políticamente desarmada, en manos del capitalismo (...), también era cierto que la única posibilidad de organizar una oposición contra las intentonas del imperialismo de resolver sus propias contradicciones mediante la guerra, pasaba por la reconstrucción de nuevos partidos (...) de modo que la alternativa guerra o revolución no fuera únicamente una consigna para llenarse la boca con ella.

«Las tesis de Jacobs crearon en el seno del congreso de la Fracción una fuerte oposición que (...) divergía sobre el análisis "esperista" del ponente. Para Gatto (...) era urgente aclarar la relación Fracción-Partido, no con formulillas mecánicas, sino basándose en las tareas precisas que la situación estaba exigiendo:

«"estamos de acuerdo en que no se puede pasar ya a la fundación del partido, pero pueden presentarse situaciones que nos impongan la necesidad de ir hacia su constitución. La dramatización del ponente puede llevar a una especie de fatalismo". Esta preocupación no era vana, puesto que la Fracción iba a quedar esperando hasta su acta de disolución en 1945.»

Battaglia afirma luego que la Fracción quedó paralizada por esa divergencia, haciendo notar que «la corriente "partidista", parada sin embargo en el más absurdo de los inmovilismos, se mantuvo coherente con las posiciones expresadas en el Congreso, mientras que en la corriente "esperista”, y en especial en su elemento de más prestigio, Vercesi, las vacilaciones y los cambios de camino abundaron ».

Las conclusiones políticas de Battaglia Comunista al respecto son inevitables: «sostener que el partido no puede surgir más que en relación con una situación en la que la cuestión del poder está al orden del día, mientras que en las fases contrarrevolucionarias, el partido "debe" desaparecer o dejar el sitio a fracciones» significa «privar a la clase en los períodos más duros y delicados de un mínimo de referencias políticas» con «el único resultado de ser sobrepasado por los acontecimientos».

Como puede observarse, no hemos ahorrado sitio para exponer de la manera más fiel la postura de Battaglia Comunista, para así darla a conocer a los compañeros que no entiendan el idioma italiano. Resumiendo, Battaglia afirma que:

  • desde su fundación hasta el congreso de 1935, la Fracción no hizo sino defender en realidad su transformación en Partido de una lucha de clases reiniciada;
  • la minoría misma que defendía en 1935 la formación del Partido se mantuvo políticamente coherente, pero en el más completo inmovilismo práctico durante los años siguientes (o sea durante los años de las ocupaciones de fábricas en Francia y de la guerra de España);
  • las fracciones (consideradas como «organismos no muy bien definidos», «sucedáneos») no están capacitadas para ofrecer un mínimo de referencia política al proletariado en los períodos contrarrevolucionarios. Esas tres son otras tantas deformaciones de la historia del movimiento obrero. Veamos por qué.

Las condiciones para la transformación de la  Fracción en  Partido

Battaglia sostiene que el lazo entre la transformación en partido y la reanudación de la lucha de clases es una novedad introducida en 1935, novedad de la que no existe huella alguna si remontamos al nacimiento de  la Fracción 

en 1928. Pero, si se quiere remontar en el tiempo, ¿por qué pararse en 1928? Más vale subir hasta 1922, con las legendarias Tesis de Roma (aprobadas por el IIº congreso del PC de Italia), que fueron, por definición, el texto básico de la Izquierda italiana:

«El retorno, bajo la influencia de nuevas situaciones e incitaciones a la acción que los acontecimientos ejercen sobre las masas obreras, a la organización de un auténtico Partido de clase, ocurre bajo la forma de una separación de una parte del Partido que, a través de los debates sobre el programa, la crítica de las experiencias desfavorables a la lucha y la formación en el seno del Partido de una escuela y de una organización con su jerarquía (fracción), restablece esa continuidad en la vida de una organización unitaria fundada en la posesión de una conciencia y de una disciplina de la que surge el nuevo Partido».

Como puede verse, los textos de base mismos de la Izquierda son muy claros sobre el hecho de que la transformación de la fracción en partido no es posible más que «bajo la influencia de nuevas situaciones e incitaciones a la acción que los acontecimientos ejercen en la masa obrera».

Volvamos, sin embargo, a la Fracción y a su texto de base al respecto, «¿Hacia la Internacional 2 y 3/4?», publicado en 1933 y al que Battaglia considera como «mucho más dialéctico» que la postura de 1935:

«La transformación de la fracción en partido esta condicionada por dos elementos estrechamente relacionados:

1)  La elaboración por la fracción de nuevas posiciones políticas capaces de dar un marco sólido a las luchas del Proletariado para la revolución en su nueva fase más avan­zada. (..)

2)  La demolición de las relaciones de clase del sistema actual (...) con el estallido de movimientos revolucionarios que permitan que  la Fracción pueda volver a tomar la dirección de las luchas con vistas a la insurrección» (Bilan, nº 1).

Puede apreciarse que la postura sigue siendo la misma que la de 1922 como también lo es en los textos básicos posteriores. Así, puede leerse en el «Informe sobre la situación en Italia» de agosto de 1935: « Nuestra fracción podrá transformarse en partido en la medida en que exprese correctamente la evolución de un proletariado de nuevo lanzado al ruedo revolucionario y destructor de la actual relación de fuerzas entre las clases. Aún teniendo como siempre, mediante las organizaciones sindicales, la única postura que permita la lucha de masas, nuestra fracción debe cumplir el papel que le incumbe: formación de dirigentes tanto en Italia como en la emigración. Los momentos de su transformación en partido serán los momentos mismos de la conmoción del capitalismo.

Sobre ese punto, vamos a tomar directamente en cuenta la frase que Battaglia misma refiere del Informe para el congreso de 1935, cuando opina que «los términos de la cuestión parecían bastante claros». En esa frase se afirma textualmente que la transformación de la fracción en partido es posible «en momentos en que la confrontación entre las clases barre el oportunismo», o sea, en un momento de reanudación del movimiento de clase.

Efectivamente, los términos de la cuestión parecían ya claros en esa frase. Además, para que no queden dudas, puede leerse unas cuantas líneas más abajo: « Así pues, la clase se vuelve a encontrar en el partido en el momento en que las condiciones históricas desequilibran las relaciones de las clases y la afirmación de la existencia del partido es entonces afirmación de la capacidad de acción de la clase».

Más claro, el agua clara. Como decía a menudo Bordiga, basta con saber leer. El problema es que cuando se quiere volver a escribir la historia con las lentes deformantes de una tesis previa, uno está obligado a leer lo contrario de lo que está escrito.

Pero lo peor del caso es que para no entrar en contradicciones, los camaradas de Battaglia acaban por ni ser capaces de leer lo que ellos mismos escribieron a propósito de la Fracción de 1935: «Cabe aquí recordar que la Izquierda italiana abandonó el nombre de "Fracción de izquierda del PCI" por el de "Fracción italiana de la Izquierda Comunista Internacional" en un Congreso de 1935. Esto le vino impuesto por el hecho de que contrariamente a sus previsiones, la traición abierta para con el proletariado por parte de los PC oportunistas no se demoró hasta la segunda guerra. (...) El cambio de título significaba, a la vez, una toma de postura respecto a ese "giro" de los PC oficiales y que, además, las condiciones objetivas no permitían todavía el paso a la formación de nuevos partidos».

Según nuestra costumbre, no nos hemos apoyado en esta o aquella frasecita pronunciada de paso por éste o aquel miembro de Battaglia, sino que hemos citado el Prefacio político con el que el PCInt (Battaglia), en mayo de 1946, presentaba a los militantes de los demás países, su Plataforma Pro­gramática, que acababa de ser aprobada en la Conferencia de Turín. Ese mismo documento de base, destinado a explicar la filiación histórica existente entre el PC de Italia de Liorna (Livorno) de 1921, la fracción en el extranjero y el PCInt de 1943, dejaba bien patente que uno de los puntos clave de la demarcación con el troskismo se refería a: «...las condiciones objetivas requeridas para que el movimiento comunista se vuelva a constituir en partidos con influencia efectiva en las masas, condiciones que Trotski, o no las tenía en cuenta, o, basándose en un análisis erróneo de las perspectivas, admitía su existencia en la situación que entonces se vivía. Por un lado, apoyándose en la experiencia de la fracción bolchevique, la fracción afirmaba que el tiempo de formación del partido era esencialmente un tiempo en el que, al librarse la lucha en condiciones revolucionarias, los proletarios se veían empujados a agruparse en torno a un programa marxista restaurado contra el oportunismo, programa defendido hasta entonces por una minoría».

Como puede verse, el PCInt mismo, en sus textos oficiales de 1946, no se separaba lo más mínimo de la posición que al respecto tenía la Fracción de cuyas posiciones políticas, por lo demás, se reivindicaba oficialmente. Quien sí se aparta con tanta rapidez que resulta difícil captarla, es sin duda Battaglia, quien, en una misma discusión, consigue alinear por lo menos cuatro posiciones diferentes. La concomitancia entre reanudación de la lucha de clases y reconstrucción del Partido es calificada por BC de:

  • al fin y al cabo una «hipótesis posible» de 1925 a 1935;
  • «fatalista» y «en sus grandes líneas, mecanicista», en la  Fracción  <!--[endif]-->entre 1935 y 1945;
  • totalmente correcta, pues eso es lo que se despeja de Ios textos, si se trata del PCInt en 1946;
  • vuelve a ser «concepto antidialéctico y liquidacionista» en la nueva Plataforma aprobada por Battaglia en 1952, de la cual hablaremos más detalladamente en un segundo artículo. Pero dejemos de lado los interesados culebreos de Battaglia y volvamos al congreso de 1935.

El debate de 1935: fatalismo o voluntarismo

De lo escrito antes se puede deducir que no fue la mayoría del Congreso la que introdujo nuevas posiciones, sino la minoría, la cual puso en entredicho las de siempre, adoptando fórmulas de los adversarios políticos de la Fracción. Es así como Gatto acusa de «fatalismo» a un Informe que precisamente contestaba a las acusaciones de fatalismo lanzadas contra la Fracción por quienes, con los trotskistas a la cabeza, rechazaban la labor como fracción en favor de las ilusiones de «movilizar a las masas». Piero afirma que «nuestra orientación debe cambiar, debemos transformar nuestra prensa en algo más accesible a los obreros» haciendo así competencia a los seudo «obreros de la oposición», especialistas en el «enganche de las masas» mediante la adulación sistemática de sus ilusiones. Tullio saca conclusiones aparentemente lógicas «si decimos que cuando no hay partido de clase, falta la dirección, queremos decir que ésta es indispensable incluso en períodos de depresión», olvidándose así de lo que ya Bilan había contestado a Trotski: « De la fórmula según la cual la Revolución es imposible sin Partido comunista, se saca la conclusión simplista que ya desde hoy hay que construir el nuevo Partido. Eso es como si de la premisa de que sin insurrección no podrán ya defenderse las reivindicaciones elementales de los trabajadores, se dedujera que habría que desencadenar inmediatamente la insurrección» (Bilan, nº 1).

En realidad lo que no se tiene de pie son esos intentos de Battaglia por presentar el debate como si fuera un enfrentamiento entre aquéllos que querían un Partido ya bien templado en el momento de los enfrentamientos revolucionarios y quienes quisieran improvisarlo a última hora. La mayoría del Congreso, ante el que se le había planteado la alternativa ridícula: «Pero, ¿habrá que esperar que ocurran acontecimientos revolucionarios para ponerse a fundar el nuevo partido, o, al contrario, no sería mejor que los acontecimientos ocurran en presencia ya del partido?», había contestado ya de una vez por todas: «Si, para nosotros, se tratara de un sencillo problema de voluntad, estaríamos de acuerdo todos y no habría nadie que se empeñaría en discutir».

El problema que al Congreso había sido planteado no era un problema de voluntad, sino de voluntarismo como lo demostraron palmariamente los años siguientes.

El debate de 1935-37: ¿Hacia la guerra imperialista o hacia la reanudación de clase?

Al presentar el debate de 1935 como una confrontación entre quienes querían un partido independientemente de las condiciones objetivas y quienes se «refugiaban» en la espera de esas condiciones, Battaglia se olvida de lo que había dejado claro el Prefacio de 1946, o sea que: «los constructores de Partido» no se limitan a subestimar o a ignorar las condiciones objetivas, sino que se veían también obligados «a admitir la existencia de esas condiciones, en base a un falso análisis de perspectivas». Y ése es precisamente el centro de la discusión en 1935, de lo cual parece no haberse enterado Battaglia. La minoría activista no se limitaba a afirmar su «desacuerdo sobre la postura de que sólo  se puede constituir el Partido en períodos de reanudación proletaria»; además se veía necesariamente obligada a desarrollar un falso análisis de las perspectivas para poder afirmar que, aunque no había todavía una verdadera reanudación proletaria, había ya sin embargo unos primeros movimientos anticipadores cuya dirección había que tomar, etc. En el Congreso, ese nuevo empeño para volver a discutir los análisis de la Fracción sobre el curso de la guerra imperialista no fue desarrollado abiertamente por la minoría, la cual, probablemente, no se daba muy bien cuenta de adónde la iba a llevar obligatoriamente su manía fundadora de partidos. Esta ambigüedad explica que junto a activistas declarados, procedentes en su gran mayoría del difunto Réveil Communiste, se encontraran camaradas como Tullio y Gatto Mammone, quienes se separarán de la minoría en cuanto el verdadero objeto de la discusión apareció claramente. Sin embargo, aunque la minoría no deja aparecer la amplitud de las divergencias y aprueba el Informe de Jacobs por unanimidad, los elementos más lúcidos de la mayoría ya se van dando cuenta de ello: «Es fácil percibir esta tendencia cuando se examina la postura defendida por algunos camaradas sobre conflictos recientes de clase, en los cuales han defendido que la Fracción podía asegurar también, en la fase actual de descomposición del proletariado, una función de dirección en esos movimientos, haciendo con ello abstracción de la verdadera relación entre las fuerzas» (Pieri).

«Y así, como lo ha demostrado la discusión, podría creerse que podríamos nosotros intervenir en los sucesos actuales, marcados por la desesperanza (Brest-Tolón), para dirigir su curso (...). Creer que la fracción podría dirigir movimientos de desesperación proletaria sería comprometer su intervención en los acontecimientos del mañana» (Jacobs).

En los meses siguientes al Congreso las dos tendencias van a irse polarizando más y más. Así, Bianco, en su artículo «Un poco de claridad, por favor» (Bilan nº 28, enero de 1936), denuncia que hay miembros de la minoría que ahora declaran abiertamente que rechazan el Informe de Jacobs que acababan justo de aprobar, atacando en particular, al «camarada Tito, el cual es muy prolijo en grandes frases como "cambiar de línea"; no limitarse a estar presentes "sino también ponerse en cabeza, tomar la dirección del movimiento de renacimiento comunista"; abandonar, para así formar un organismo internacional, todos los "aprioris obstruccionistas" y "nuestros escrúpulos de principio"».

Los agrupamientos definitivos aparecen entonces (incluso si Vercesi en el mismo número de Bilan intenta minimizar el alcance de las divergencias). Ya en el número anterior de la revista en lengua italiana, Prometeo, Gatto había tomado sus distancias con la minoría, afirmando que «la Fracción se expresará como partido en el ardor de los acontecimientos» y no antes de que el proletariado entable «su batalla emancipadora».

Para comprender, sin embargo, la amplitud de los errores que se disponía a hacer la minoría, hay que tomar un poco de distancia y considerar la relación de fuerzas entre las clases en aquellos años decisivos y el análisis que de esa relación hacían las diferentes fuerzas de izquierda. La Izquierda italiana definía al período como contrarrevolucionario, basándose en la terrible realidad de los hechos: 1932, destrucción política de las resistencias contra el estalinismo: exclusión de la Oposición de Izquierda, de la Izquierda italiana y de las demás fuerzas que no aceptaban los zigzagueos de Trotski; en 1933, aplastamiento del proletariado alemán; 1934, aplastamiento del proletariado austriaco, encuadramiento del proletariado francés tras la bandera tricolor de la burguesía. Frente a aquella loca carrera hacia la carnicería mundial, Trotski se tapaba los ojos para mantener la moral de la tropa. Para él, hasta 1933, el PC alemán, putrefacto, seguía siendo «la clave de la revolución mundial»; y si en 1933, el PC alemán se desmoronaba frente al nazismo, ello quería entonces decir que la vía estaba libre para fundar un nuevo partido y también una nueva internacional, y si los militantes controlados por el estalinismo no se integraran en ella, sería entonces el ala izquierda de la socialdemocracia la que «evolucionaba hacia el comunismo» y otras cosas por el estilo... El maniobrerismo oportunista de Trotski acarreó escisiones por su izquierda, de grupos de militantes que se negaban a seguirlo por ese camino (Liga de los Comunistas Internacionalistas en Bélgica, Unión Comunista de Francia, Revolutionary Workers League en Norteamérica, etc.). Hasta 1936, esos grupos parecían estar situados entre el rigor de la Izquierda italiana y las acrobacias de Trotski. Lo vivido en 1936 será la prueba de que su solidaridad con el trotskismo era mucho más sólida que sus divergencias. 1936 es, en los hechos, la última y desesperada respuesta de clase del proletariado europeo: entre mayo y julio se sucedieron las ocupaciones de fábricas en Francia, una oleada de luchas en Bélgica, la acción de clase del proletariado de Barcelona contra el alzamiento militar de Franco, tras la cual la clase obrera se mantuvo durante una semana entera dueña de la ciudad y sus alrededores. Pero todo eso fue el último sobresalto. En unas cuantas semanas, el capitalismo logró no sólo limitar esas respuestas, sino incluso alterarlas por completo, transformándolas en momentos de la Unión Sagrada por la defensa de la democracia.

Trotski no hace el menor caso de esa recuperación, proclamando que «la revolución ha empezado en Francia», animando al proletariado español a enrolarse como carne de cañón en las milicias antifascistas para defender a la república. Todas las disidencias de izquierda, desde la LCI hasta la UC, pasando por la RWL y una buena parte de los comunistas de consejos caen de lleno en la trampa, en nombre de «la lucha armada contra el fascismo». La minoría misma de la Fracción italiana adopta en los hechos los análisis de Trotski cuando proclama que en España la situación sigue siendo «objetivamente revolucionaria» y que en las zonas controladas por las milicias se practica la colectivización «en las barbas de los gobiernos de Madrid y de Barcelona» (Bilan, n° 36, Documentos de la minoría). ¿Sobrevive y refuerza el Estado burgués su control sobre los obreros? ¡Bah!, no es más que una «fachada», un «envoltorio vacío, un simulacro, un prisionero de la situación», pues el proletariado español, al apoyar a la República burguesa,  no apoya al Estado sino la destrucción proletaria del Estado. Coherentes con esa postura, muchos de entre sus miembros irán a España para enrolarse en las milicias antifascistas gubernamentales. Para Battaglia, esos saltos mortales significan mantenerse «coherentes consigo mismos en el mayor inmovilismo». ¡Extraño concepto de la coherencia del inmovilismo!

En realidad, la minoría abandona el marco de análisis de la Fracción para recoger íntegramente las acrobacias dialécticas de Trotski, contra las cuales ya había escrito la Fracción con ocasión de la matanza de mineros en Asturias llevada a cabo por la República democrática  en 1934:

«La terrible masacre de estos últimos días en España debería poner fin a esos juegos de equilibrista de que la república sería sin lugar a dudas "una conquista obrera" que debe defenderse pero con "ciertas condiciones" y sobre todo en "la medida en que" no sea lo que es, o a condición de que "se convierta" en lo que no puede convertirse, o, en fin, lejos de tener el significado y los objetivos que de hecho tiene, se disponga a ser el órgano de domino de la clase trabajadora». (Bilan, nº 12, octubre de 1934).

La línea divisoria histórica de los años 1935-37

Sólo la mayoría de la Fracción italiana (y una minoría de comunistas consejistas) permanecía en una postura derrotista como la de Lenin, frente a la guerra imperialista de España. Pero sólo es la Fracción la que saca todas las lecciones del giro histórico, negando la idea de que existieran todavía situaciones de atraso en las que se podría luchar transitoriamente por la democracia o por la liberación nacional, caracterizando como burguesa y como instrumento de la guerra imperialista a todo tipo de milicia antifascista. Es ésa la postura política indispensable para seguir siendo internacionalista en la matanza imperialista que se está fraguando y, por lo tanto, para tener todas las bazas en la mano para contribuir en el renacimiento del futuro Partido comunista mundial. Las posiciones de la Fracción desde 1935 (guerra chino-japonesa, guerra italo-abisinia) hasta 1937 (guerra de España) constituyen pues la línea divisoria histórica que confirma la transformación de la Izquierda italiana en Izquierda comunista internacionalista y selecciona las fuerzas revolucionarias a partir de entonces.

Y cuando nosotros hablamos de selección, se trata de selección en el terreno y no en los esquemitas teóricos elaborados en las mentes de algunos. A la quiebra en Bélgica de la Liga de Comunistas responde la aparición de una minoría que se constituye en Fracción belga de la Izquierda comunista. A la quiebra de Union Communiste en Francia responde la salida de algunos militantes que se adhieren a la Fracción italiana y fundarán, en plena guerra imperialista, la Fracción francesa de la Izquierda comunista.

A la quiebra en América de la Revolutionary Workers League y de la Liga Comunista mexicana corresponde la ruptura de un grupo de militantes mexicanos e inmigrados que forman el Grupo de Trabajadores Marxistas con las posiciones de la Izquierda Comunista Internacional. Todavía hoy únicamente aquéllos que se sitúan en la absoluta continuidad de las posiciones de principio, sin distingos, salvedades o búsquedas de «terceras vías», tienen en sus manos las buenas cartas para el renacimiento del Partido de clase.

La CCI, ya se sabe, se reivindica íntegramente de esa delimitación programática. Pero, ¿cuál es la postura de Battaglia?

«Los acontecimientos de la Revolución española evidenciaron tanto los puntos fuertes como los puntos débiles de nuestra propia tendencia: la mayoría de Bilan aparecía como apegada a una fórmula, teóricamente impecable pero que tenía el defecto de quedarse como abstracción simplista; la minoría, por su parte, aparecía dominada por la preocupación de emprender a toda costa el camino de un participacionismo no siempre lo bastante prudente para evitar las trampas del jacobinismo burgués por muy "barricadero" que éste fuera.

«Ya que existía la posibilidad objetiva, nuestros camaradas deberían haber planteado el problema, el mismo que más tarde se plantearía nuestro partido frente al movimiento "partisano", llamando a los obreros a no caer en la trampa de la estrategia de la guerra imperialista ».

Esta postura que citamos de un número especial de Prometeo de 1958 dedicado a la Fracción no es accidental, sino que ha sido confirmada varias veces incluso recientemente. Como puede apreciarse, Battaglia se decide por una tercera vía, alejada tanto de las abstracciones de la mayoría como de la participación de la minoría. ¿Es en realidad una tercera vía o más bien la reproducción pura y simple de las posturas de la minoría?

La Guerra de España: ¿«participación» o «derrotismo revolucionario»?

¿Cuál es la acusación contra la mayoría? Haberse quedado inerte ante los acontecimientos, haberse contentado con tener razón en teoría, sin haberse preocupado por intervenir para defender una orientación correcta entre los obreros españoles. Esta acusación recoge palabra por palabra la expresada en aquel entonces por la minoría, los trotskistas, los anarquistas, los poumistas, etc.: «decirles a los obreros españoles: ése peligro os amenaza, y no intervenir nosotros mismos para combatir ese peligro, es una manifestación de insensibilidad y de diletantismo» (Bilan nº 35, Textos de la minoría). Una vez establecida la identidad de las acusaciones, es necesario afirmar también que se trata de mentiras rastreras. La mayoría se puso inmediatamente a combatir codo a codo con el proletariado español, en el frente de clase y no en las trincheras. Ya puestos a hacer diferencias con la minoría, hay que decir que ésta abandonó España a finales del 36, mientras que la mayoría siguió manteniendo allí su actividad política hasta Mayo del 37 cuando su último representante, Tullio, volvió a Francia para anunciar a la Fracción y a los obreros del mundo entero que la  República antifascista había acabado por asesinar directamente a los proletarios en huelga por Barcelona.

Claro está, la presencia de la mayoría era más discreta que la de los minoritarios, los cuales tenían a su disposición, para sus comunicados, la prensa del gubernamental Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), llegando a ser alguno gene­ral de brigada en el frente de Aragón, como su portavoz Condiari. Mitchell, Tullio, Candali, representantes de la mayoría, actuaban, en cambio, en la más estricta clandestinidad, con el riesgo permanente de ser detenidos por las bandas estalinistas —que en su busca andaban—, de ser denunciados por el POUM o por anarquistas, quienes los consideraban poco menos que como espías fascistas.

En esas terribles condiciones, esos camaradas siguieron luchando para rescatar de la espiral de la guerra imperialista al menos un puñado de militantes, encarando no sólo los riesgos sino también la hostilidad y el desprecio de los militantes con quienes discutían. Incluso los elementos más lúcidos como el anarquista Berneri (que sería más tarde asesinado por los estalinistas) estaban desorientados por la ideología guerrera hasta el punto de transformarse en promotores de la extensión del régimen de economía de guerra y de la militarización de la clase de ella resultante, en todas las fábricas más o menos grandes; eran totalmente incapaces de comprender dónde se encontraba la frontera de clase, llegando incluso a escribir que «los troskistas, los bordiguistas, los estalinistas, no están divididos más que por algunos conceptos tácticos» (Guerra de clase, octubre de 1936). A pesar de que se les cerraban todas las puertas, los camaradas de la mayoría seguían llamando a todas; y fue así como un día, saliendo de la enésima discusión infructuosa en un local del POUM, se encontraron con matones del estalinismo que a su espera estaban y que por pura casualidad no lograron eliminarlos.

Hagamos notar de paso que la minoría que en 1935 proclamaba que el Partido debería estar listo de antemano respecto a los enfrentamientos de clase, se saca entonces la teoría de que en España es la revolución y que ésta va a salir victoriosa y eso sin el menor asomo de partido de clase. La mayoría, al contrario, consideraba al partido como centro de su análisis, afirmando la imposibilidad de revolución entonces, teniendo en cuenta que no se había formado ningún partido y que no existía la más mínima tendencia hacia la aparición de pequeños núcleos que irían en ese sentido, a pesar de la intensa propaganda que la fracción había hecho con ese objetivo. No era en la mayoría donde estaban quienes subestimaban la importancia del Partido... y de la Fracción. 

Ante el naufragio de la minoría, que al final se hizo la ilusión de haber encontrado el partido de clase en el POUM, partido gubernamental, puede medirse la gran exactitud de las advertencias de la mayoría en el Congreso de 1935 sobre el peligro de acabar «alterando los principios mismos de la Fracción».

Para Battaglia, la minoría fue culpable de un «participacionismo no siempre (!) lo bastante prudente como para evitar las trampas burguesas». ¿Qué quiere decir una expresión tan vaga? La diferencia entre la mayoría y la minoría estriba precisamente en eso, en que aquélla intervino para convencer al menos a una vanguardia reducida para que desertara de la guerra imperialista, mientras que ésta intervino participando en ella, a través del enrolamiento voluntario en las milicias gubernamentales. No cabe duda de que BC tendría en sus manos una baza fabulosa si conociera un medio de participar en la guerra imperialista que fuera tan «prudente» que no hiciera el juego de la burguesía..., ¿Qué quiere decir eso de que la mayoría debería haberse comportado como lo hizo después el PCInt frente al movimiento "partisano"»? ¿Significa quizás eso que debería haber lanzado un llamamiento a favor del «frente único» a los partidos estalinistas, socialistas, anarquistas y poumistas como lo hizo el PCInt en 1944, proponiendo el frente único a los Comités de Agitación del PCI, PSI, PRI y anarcosindicalistas? BC sin duda piensa que «al existir las condiciones objetivas», esas propuestas «concretas» habrían permitido a la Fracción sacarse del sombrero mágico al partido que tanta falta hacía. Esperemos que BC no tenga otras bazas en la manga, otros recursos milagrosos capaces de transformar una situación objetiva contrarrevolucionaria en su exacto contrario, lo cual pudiera ser posible, «pero con ciertas condiciones» y sobre todo «en la medida en que no sea lo que es», o a condición de que esa situación «se transforme en lo que no puede transformarse» (Bilan, nº 12).

El problema no está ahí. El problema es que BC se aleja de la Fracción, de la cual, sin embargo, se reivindica; se aleja de ella al menos en dos puntos esenciales, las condiciones para la fundación de nuevos partidos y la actitud que hay que tener, en períodos globalmente contrarrevolucionarios, en la confrontación con formaciones de fachada proletaria, como las milicias antifascistas. En el próximo artículo, que tratará del período de 1937 a 1952, hemos de ver cómo esas incomprensiones se manifiestan puntualmente en la fundación del PCInt en 1943 y en la ambigüedad de su actitud hacia los partisanos.

Al considerar aquel período trágico para el movimiento obrero, demostraremos además cuán falsa es la afirmación de Battaglia, quien niega a un órgano como la Fracción toda capacidad para ofrecer a la «clase un mínimo de orientación política en los períodos más duros y difíciles» 

Beyle


 

<!Esos ataques a la Fracción, de cuyo nombre se reivindica Battaglia, son tanto más significativos por tener lugar en un momento en el que diferentes grupos bordiguistas empiezan a descubrir de nuevo a la Fracción tras el silencio mantenido por Bordiga (ver artículos aparecidos en Il Comunista de Milán, la reedición por Il Partito Comunista de Florencia, del manifiesto de la Fracción sobre la Guerra de España). ¿Estarían intercambiándose los papeles Battaglia y los bordiguistas?

 

Series: 

  • Fracción y Partido [5]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [6]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [7]

Cuestiones teóricas: 

  • Partido y Fracción [8]

Manifiesto de la Fracción Francesa de la Izquierda Comunista

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La guerra continúa.

La «liberación» dio a los obreros la esperanza de ver el fin de la matanza y la reconstrucción de la economía, por lo menos en Francia.

El capitalismo respondió a esa esperanza con desempleo, hambre, movilización. La situación que agobiaba al proleta­riado bajo la ocupación alemana se ha agravado; y, sin embar­go ya no hay ocupación alemana.

La Resistencia y el Partido Comunista habían prometido la democracia y profundas reformas sociales. El gobierno mantiene la censura y refuerza su policía. Ha hecho una caricatura de socialización al nacionalizar unas cuantas fábricas, con indemnizaciones para los capitalistas. La explotación del proletariado .prosigue y ninguna reforma la puede hacer desa­parecer. Sin embargo la Resistencia y el Partido Comunista están hoy completamente de acuerdo con el gobierno: es que siempre se han burlado de la democracia y del proletariado.

No tenían más que un objetivo: la guerra.

Lo lograron, y ahora el objetivo es la Unión sagrada.

¡Guerra por la revancha, por volver a levantar Francia, guerra contra el hitlerismo!, clama la burguesía

Pero la burguesía tiene miedo. Tiene miedo de los movimien­tos proletarios en Alemania y en Francia, tiene miedo de la posguerra.

Tiene que amordazar al proletariado francés; aumenta los efectivos de la policía que mandará mañana contra él.

Tiene que utilizarlo para aplastar a la revolución alemana; moviliza su ejército.

La burguesía internacional la ayuda. La ayuda a reconstruir su economía de guerra para mantener su propia dominación de clase.

Y en cabeza, la URSS, que la ayuda y hace con ella un pacto de lucha contra los proletarios franceses y alemanes.

Todos los partidos, los socialistas, los «comunistas» la ayu­dan: « ¡Todos contra la quinta columna, contra los colaboradores! ¡Todos contra el hitlerismo! ¡Todos contra el maquis pardo! ».

Pero toda esa bulla sólo sirve para esconder el origen real de la miseria actual: el capitalismo de quien el fascismo es hijo.

Para esconder la traición a las enseñanzas de la revolución rusa, que se hizo en plena guerra y en contra de la guerra.

Para justificar la colaboración con la burguesía en el gobierno. Para volver a echar al proletariado a la guerra imperialista.

¡Para hacer creer mañana que los movimientos proletarios en Alemania no serían más que una resistencia fanatizada del hitlerismo!

¡Camaradas obreros!

Más que nunca la lucha tenaz de los revolucionarios durante la primera guerra imperialista, de Lenin, Rosa Luxemburgo y Liebknecht debe ser la nuestra.

Más que nunca, ante la guerra imperialista se hace sentir la necesidad de la guerra civil.

La clase obrera ya no tiene partido de clase: el partido «comunista» ha traicionado, sigue traicionando hoy, traicio­nará mañana.

La URSS se ha vuelto un imperialismo. Se apoya en las fuerzas más reaccionarias para impedir la revolución proletaria. Será el peor gendarme de los movimientos obreros de mañana: comienza desde ahora a deportar en masa a los proletarios alemanes para quebrar toda su fuerza de clase.

Sólo la fracción de izquierda, salida de ese «cadáver putre­facto» en que se convirtió la IIIª Internacional, representa hoy al proletariado revolucionario.

Sólo la izquierda comunista se negó a participar al extravío de la clase obrera con el antifascismo y sólo ella lanzó adverten­cias contra la nueva emboscada que se le tendía.

Sólo ella denunció a la URSS como baluarte de la contrarrevo­lución desde la derrota del proletariado mundial en 1933.

Sólo quedó ella, cuando estalló la guerra, en contra de toda unión sagrada y sólo ella proclamó la lucha de clase como única lucha del proletariado, en todos los países, incluso en la URSS.

En fin, sólo ella tiene intención de preparar las vías del futuro partido de clase, rechazando todos los compromisos y frentes únicos, y siguiendo, en una situación que ha madurado con la historia, el duro camino que siguieron Lenin y la fracción bolchevique antes de la primera guerra imperialista.

¡Obreros! ¡La guerra no es solo obra del fascismo! ¡Tam­bién lo es de la democracia y del «socialismo en un solo país»!: la URSS representa a todo el régimen capitalista que, al perecer, quiere hacer perecer a toda la sociedad.

El capitalismo no os puede dar paz; incluso una vez terminada la guerra, nada podrá daros.

Contra la guerra capitalista hay que responder con la solución de clase: ¡la guerra civil!

De la guerra civil hasta la toma del poder por el proletariado, y sólo de ella puede surgir una sociedad nueva, una economía de consumo y ya no de destrucción.

¡Contra el patriotismo y el esfuerzo de guerra!

¡Por la solidaridad proletaria internacional!

¡Por la transformación de la guerra imperialista en guerra civil!

Izquierda Comunista

(Fracción francesa)

 

M. Thorez, secretario general del Partido Comunista Francés, declaraba en 1945:

«Los comunistas no formu­lan actualmente exigencias socialistas o comunistas. Dicen francamente que sólo una cosa preocupa al pue­blo: ganar la guerra lo más rápido posible para apresu­rar el aplastamiento de la Alemania hitleriana, para asegurar lo más rápido posible el triunfo de la democra­cia, para preparar el renacimiento de una Francia democrática e independiente. Esa reedificación de Francia es la tarea de la nación entera, la Francia de mañana será lo que sus hijos habrán hecho de ella.

Para contribuir a esa reedificación, el Partido Comunis­ta ¡es un partido de gobierno! Pero se necesita todavía un ejército potente con oficiales de valor, incluso los que se dejaron embaucar durante un tiempo por Petain. Hay que volver a poner en marcha las fábricas, en primer lugar las fábricas de guerra, hacer más que lo necesario para abastecer a los soldados en armas».

 

Los Estatutos de la Internacional Comunista declaraban en 1919:

«¡Acuérdate de la guerra imperialista! He aquí la primera palabra que la Internacional Comunista dirige a cada trabajador, cualesquiera que sean su origen y la lengua que habla.

¡Acuérdate que por la existencia del régimen capitalista, un puñado de impe­rialistas tuvo durante cuatro años la posibilidad de obligar a los trabajadores de todas partes a degollarse unos a otros!

¡Acuérdate que la guerra burguesa hun­dió a Europa y al mundo entero en el hambre y la miseria!

¡Acuérdate que sin el derrocamiento del capitalismo, la repetición de esas guerras criminales es no sólo posible sino inevitable!».

Series: 

  • La Izquierda Comunista de Francia [2]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [6]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Izquierda comunista francesa [9]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [4]

Resolución sobre la situación internacional - VIII Congreso de la CCI

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1) La aceleración de la historia a lo largo de Los años 80 ha puesto de relieve Las contradicciones insuperables del capitalismo. Los años 80 son los de la verdad.

-        Verdad de la profundización de la crisis económica.

-        Verdad de la agravación de las tensiones imperialistas.

-        Verdad del desarrollo de la lucha de clases.

Frente a esta clarificación de la historia, la clase dominante no tiene sino mentiras que ofrecer: «crecimiento», «paz» y «calma social».

La crisis económica

2) El nivel de vida de la clase obrera ha sufrido, durante este decenio, el mayor ataque desde después de la guerra:

-        aumento masivo del desempleo y el empleo precario.

-        ataques contra los salarios y disminución del poder adquisitivo.

-        amputación del salario social.

Y a la vez que el proletariado de los países industrializados sufre una pauperización creciente, la mayoría de la población mundial se encuentra a merced del hambre y el racionamiento.

3) La burguesía, contra la evidencia sufrida en propia carne por los explotados del mundo entero, canta odas al nuevo «crecimiento» de su economía. Este «crecimiento» es un mito.

Este pretendido «crecimiento» de la producción ha sido financiado por un recurso desenfrenado al crédito y a golpe de los déficits comerciales y presupuestarios gigantescos de Estados Unidos, de manera puramente artificial. Estos créditos jamás serán  reembolsados.

Ese endeudamiento ha financiado, esencialmente, la producción de armamentos, es decir que es capital destruido. Mientras partes enteras de la industria han sido desmanteladas, los sectores con un fuerte crecimiento son, por tanto, los de el armamento y de forma general los sectores improductivos (servicios: publicidad, bancos, etc.) o de puro despilfarro (mercado de la droga).

La clase dominante no ha podido mantener su ilusión de actividad económica más que gracias a una destrucción de capital.

El falso «crecimiento» de los capitalistas es una verdadera recesión.

4) Para llegar a ese «resultado», los gobiernos han debido recurrir a las medidas de capitalismo de Estado a un nivel nunca visto hasta el presente: endeudamientos récord, economía de guerra, falsificación de datos estadísticos, manipulaciones monetarias. El papel del Estado se ha reforzado, a pesar de la ilusión según la cual las privatizaciones son un desmantelamiento del capitalismo de Estado. Impuesta por los USA, la «cooperación» internacional se ha desarrollado entre las grandes potencias que participan en el reforzamiento del bloque imperialista.

5) Por su parte la «perestroika» constituye el reconocimiento en el seno del bloque del Este de la quiebra de la economía. Los métodos capitalistas de Estado al modo ruso: la influencia total del Estado sobre la economía y la omnipresencia de la economía de guerra, han dado como único resultado una anarquía burocrática creciente de la producción y un despilfarro gigantesco de riquezas. La URSS y su bloque se han sumido en el subdesarrollo económico. La nueva política económica de Gorbachov no cambiará nada.

En el Este como en el Oeste, la crisis capitalista se acelera mientras que los ataques contra la clase obrera van intensificándose.

6) Ninguna medida de capitalismo de Estado puede permitir un real relanzamiento de la economía, ni siquiera usadas todas juntas. Son una gigantesca fullería con las leyes económicas. No son un remedio sino un factor agravante de la enfermedad. Su utilización masiva es el síntoma más evidente de ello.

Por consiguiente, el mercado mundial se ha debilitado: fluctuación creciente de las monedas, especulación desenfrenada, crisis bursátil, etc., sin que la economía capitalista salga de la recesión en la que se ha zambullido al inicio de los años 80.

El peso de la deuda ha crecido terriblemente. Al final de los años 80, EEUU, primera potencia mundial, se ha convertido en el país más endeudado del mundo. La inflación nunca ha desaparecido: continúa golpeando a las puertas de los países industrializados, y bajo la presión inflacionista del endeudamiento, ésta conoce actualmente una aceleración irreversible en el corazón del capitalismo desarrollado.

7) Ahora, a finales de los 80, las políticas de capitalismo de Estado están demostrando su impotencia. A pesar de todas las medidas tomadas, la curva de crecimiento oficial desciende irresistiblemente, anuncia la recesión abierta y el índice de los precios vuelve a subir lentamente. La inflación, artificialmente ocultada, está dispuesta a volver con fuerza al corazón del mundo industrializado.

Durante este decenio, la clase dominante ha realizado una política de huida ciega. Esta política, empleada cada vez más a mansalva, está mostrando sus límites. Será cada vez menos eficaz de manera inmediata y las letras de cambio sobre el futuro deberán ser pagadas algún día. Los próximos años serán años de hundimiento acelerado en la crisis económica, en los que la inflación va a conjugarse cada día más con la recesión. A pesar del reforzamiento internacional del control de los Estados, la fragilidad del mercado mundial va a acrecentarse y las convulsiones van a acentuarse en los mercados (financieros, monetarios, bursátiles, materias primas,...) mientras que las quiebras van a desarrollarse en los bancos, la industria y el comercio.

Los ataques contra el nivel y las condiciones de vida del proletariado y de la humanidad no pueden sino agravarse de manera dramática.

Las tensiones imperialistas

8) Los años 80 se inauguraron bajo los auspicios de la caída del régimen del Sha de Irán, que tuvo como consecuencia el desmantelamiento del dispositivo militar occidental frente a las fronteras meridionales de la URSS, y la invasión de Afganistán por las tropas del ejército rojo.

Esta situación determinó al bloque americano, aguijoneado por la crisis económica, a lanzar una ofensiva imperialista de gran envergadura buscando consolidar su bloque, meter en cintura a los pequeños imperialismos recalcitrantes (Irán, Libia y Siria), eliminar la influencia rusa de la periferia del capita­lismo y encerrarla en los estrechos límites de su fortaleza, imponiéndole casi un bloqueo.

El objetivo de esta ofensiva es en última instancia retirar a la URSS su calidad de potencia mundial.

9) Frente a esta presión, incapaz de mantener la puja de la carrera de armamentos y de modernizar sus armas caducas al nivel requerido por esa carrera, incapaz de obtener ningún tipo de adhesión de su proletariado a su esfuerzo de guerra como lo demostraron los acontecimientos de Polonia y la impopularidad creciente de la aventura afgana, la URSS ha debido retroceder.

La burguesía rusa ha sabido sacar provecho de este retroceso para lanzar, bajo la batuta de Gorbachov, una ofensiva diplomática e ideológica de gran envergadura sobre el tema de la paz y del desarme.

Los USA, frente al descontento creciente del proletariado en el seno de su bloque no pueden aparecer como la única potencia belicista y han entonado a su manera la cantinela de la paz.

10) Comenzados con las diatribas guerreras de la burguesía, los años 80 acaban bajo el martilleo de las campañas ideológicas sobre la paz.

La paz en el capitalismo en crisis es una mentira. Las palabras de paz de la burguesía sirven para camuflar los antagonismos interimperialistas y los preparativos guerreros que se van a intensificar.

Los tratados sobre desarme no tienen ningún valor. Las armas retiradas no representan más que una ínfima parte del arsenal de muerte de cada bloque y son esencialmente caducas. Y como el engaño y el secreto son la regla, nada es realmente verificable.

La ofensiva occidental prosigue en tanto que la URSS intenta sacar provecho de la situación para recuperar su atraso tecnológico y modernizar su armamento y para volver a fabricarse una virginidad política mistificadora.

La guerra continúa en Afganistán, la flota occidental sigue presente en el Golfo, las armas siguen oyéndose todos los días en Líbano, etc.... Los presupuestos de armamento continúan creciendo, alimentados si es necesario de forma discreta. Nuevas armas cada vez más destructoras se están fabricando para los próximos 20 años. Nada ha cambiado fundamentalmente. A pesar de los discursos somníferos, la espiral guerrera ha seguido acelerándose.

En el bloque occidental, las propuestas norteamericanas de reducir las tropas en Europa son tan sólo una expresión de la presión del jefe de bloque sobre las potencias europeas para que éstas contribuyan de manera más importante al esfuerzo guerrero global. Este proceso está ya concretándose en la formación de ejércitos «comunes», la propuesta de un avión de caza europeo, la renovación de los misiles Lance, el proyecto Euclides, etc. Detrás de la famosa Europa de 1992 lo que hay es una Europa armada hasta los dientes para enfrentar al bloque adverso.

El actual retroceso del bloque ruso es portador de las nuevas sobrepujas militares de mañana. La perspectiva es la de un nuevo desarrollo de tensiones imperialistas, un refuerzo de la militarización de la sociedad y una descomposición a la «libanesa» particularmente en los países más afectados por los conflictos interimperialistas y los países menos industrializados, como Afganistán hoy. Si el desarrollo internacional de la lucha de clase no fuera suficiente para bloquear esa tendencia, Europa puede, al cabo, caer en ella.

11) Al no tener la burguesía las manos libres para imponer su «solución», la guerra imperialista generalizada, y al no estar todavía la lucha de la clase obrera lo suficientemente desarrollada para que aparezca claramente su perspectiva revolucionaria, el capitalismo está metiéndose en una dinámica de descomposición, de pudrimiento desde sus propias raíces que se manifiesta en todos los planos de su existencia:

-        degradación de las relaciones internacionales manifestada por el desarrollo del terrorismo;

-        catástrofes tecnológicas y las pretendidamente naturales repetidas;

-        destrucción de la esfera ecológica;

-        hambres, epidemias, expresiones de una pauperización absoluta que se generaliza;

-        explosión de las «nacionalidades»;

-        vida de la sociedad marcada por el desarrollo de la criminalidad, de la delincuencia, de los suicidios, de la locura, de la atomización individual;

-        descomposición ideológica marcada entre otras cosas por el desarrollo del misticismo, nihilismo, de la ideología del «cada uno a lo suyo», etc.

La lucha de clases

12) La huelga de masas en Polonia ha sido el faro de los años 80, al haber planteado lo que está en juego en la lucha de clases de este período. El reflujo de la lucha de clases en Europa Occidental, el sabotaje sindical y la represión por el ejército de los obreros en Polonia determinaron un retroceso, breve pero difícil para la clase obrera a principios de la década.

La burguesía occidental se aprovechó de esta situación para lanzar ataques económicos redoblados (desarrollo brutal del desempleo), acentuando además su represión y realizando campañas mediáticas sobre la guerra destinadas a acentuar el retroceso, desmoralizando y aterrorizando, y a habituar a los obreros a la idea de la guerra.

Sin embargo, los años 80 han sido, ante todo, años de desarrollo de la lucha de clases. A partir de 1983, el proletariado, bajo la presión de las medidas de austeridad que le caían a mansalva, vuelve a encontrar internacionalmente el camino de la lucha. Frente a los ataques masivos, la combatividad del proletariado se manifiesta con amplitud en las huelgas masivas: así en Europa: Bélgica 1983, mineros en Gran Bretaña 1984, Dinamarca 1985, Ferroviarios en Francia 1986, maestros en Italia 1987, hospitales en Francia 1988, etc.; y de un continente al otro: África del Sur, Corea, Brasil, México, etc.

Esta verdad de la lucha de clases no es la verdad de la burguesía. Con todas sus fuerzas, ésta intenta ocultarla. La caída estadística de las jornadas de huelga respecto a los años 70 que ha alimentado las campañas ideológicas de desmoralización de la clase obrera no da cuenta del desarrollo cualitativo de la lucha. Después de 1983, las huelgas cortas y masivas han sido cada vez más numerosas y, a pesar del black-out de información a la que han sido sometidas, la realidad del desarrollo de la combatividad obrera se impone poco a poco a todos.

13) La oleada de luchas de clase que se desarrolla después de 1983 plantea la perspectiva de la unificación de las luchas. En ese proceso, dicha oleada se caracteriza por:

-        luchas masivas y a menudo espontáneas ligadas a un descontento general que afecta a todos los sectores;

-        tendencia a una creciente simultaneidad de las luchas;

-        una tendencia a la extensión como única manera de imponer una relación de fuerzas a la clase dominante unificada detrás de su Estado;

-        un control creciente de las luchas por los obreros para realizar esa extensión contra el sabotaje sindical;

-        una tendencia al surgimiento de comités de lucha que manifiestan la necesidad de unificación.

Esta oleada de luchas traduce, no solamente el descontento creciente de la clase obrera, su combatividad intacta, su voluntad de luchar, sino también el desarrollo y la profundización de su conciencia. Este proceso de maduración se concreta en todos los aspectos de la situación a la que se confronta el proletariado: guerra, descomposición social, atolladero del capitalismo, etc., pero se concreta más especialmente en dos puntos esenciales, ya que ellos determinan la relación del proletariado con el Estado:

-        la desconfianza respecto a los sindicatos va desarrollándose, lo que se traduce internacionalmente por la tendencia a la desindicalización.

-        el rechazo de los partidos políticos de la burguesía se intensifica como así queda plasmado, por ejemplo, en la abstención creciente en las elecciones.

14) Por mucho que las desdeñen los medios de comunicación estatales, las convulsiones sociales son una preocupación central y permanente de la clase dominante, en el Este y en el Oeste. Primeramente, porque interfieren con todas los demás problemas en lo inmediato y en segundo lugar porque la lucha obrera contiene en germen el cuestionamiento radical del orden existente.

La preocupación de la clase dominante se manifiesta, en los países centrales, en un desarrollo sin precedentes de la estrategia de la izquierda en la oposición, pero también:

-        en la voluntad de los dirigentes norteamericanos, cabezas del bloque occidental, de sustituir las caricaturescas «dictaduras» en los países bajo su control por «democracias», más adaptadas para hacer frente a la inestabilidad social, con sus «izquierdas» incluidas, capaces de sabotear las luchas obreras desde dentro (las lecciones de Irán han sido sacadas).

-        en que el equipo de Gorbachov ha hecho lo mismo en su bloque, en nombre de la «glasnost», (aquí se han sacado las lecciones de Polonia).

15) Frente al descontento de la clase obrera, la burguesía no tiene nada que ofrecer sino austeridad y represión. Frente a la verdad de las luchas obreras, la burguesía no tiene sino el engaño para poder maniobrar.

La crisis hace a la burguesía inteligente. Frente a la pérdida de credibilidad de su aparato político-sindical de encuadramiento de la clase obrera, aquélla se ve obligada a utilizarlo de manera más sutil:

-        en primer lugar haciendo maniobrar a su «izquierda» en estrecha relación con el conjunto de medios del aparato de Estado: «derecha» repelente para reforzar la credibilidad de la «izquierda», instrumentos mediáticos a sus órdenes, fuerzas de represión, etc. La política de izquierda en la oposición se refuerza en todos los países, a pesar de las vicisitudes electorales;

-        por otra parte, adaptando sus órganos de encuadramiento para dificultar y sabotear las luchas desde el interior;

  • radicalización de los sindicatos clásicos.
  • utilización creciente de los grupos izquierdistas.
  • desarrollo del sindicalismo de base.
  • desarrollo de estructuras fuera de los sindicatos, que pretenden representar la lucha, tales como las «coordinadoras».

16) Esta capacidad de maniobra de la burguesía ha conseguido, por el momento, dificultar el proceso de extensión y de unificación del que es portador la presente oleada de luchas. Frente a la dinámica hacia luchas masivas y de extensión de los movimientos, la clase dominante potencia todos los factores de división y de aislamiento: corporativismo, regionalismo, nacionalismo. En cada lucha los obreros están obligados a enfrentarse con la coalición del conjunto de fuerzas de la burguesía.

Sin embargo, a pesar de las dificultades que encuentra, la dinámica de la lucha de clases no se ha quebrantado. Al contrario, se desarrolla. La clase obrera tiene un potencial de combatividad, no solo intacto, sino que además se va reforzando. Con el doloroso aguijón de las medidas de austeridad, que no pueden sino intensificarse, es empujada a la lucha y a la confrontación con las fuerzas de la burguesía. La perspectiva es la de un desarrollo de la lucha de clases. Es porque las armas de la burguesía van a ser utilizadas más y más frecuentemente, por lo que van a tener que destaparse.

17) El aprendizaje que hace el proletariado de la capacidad maniobrera de la burguesía es un factor necesario de su toma de conciencia, de su reforzamiento frente al enemigo que confronta.

La dinámica de la situación le empuja a imponer su fuerza por la extensión real de sus luchas, es decir la extensión geográfica, contra la división organizada por la burguesía, contra el aislamiento sectorial, corporativo o regionalista, contra las proposiciones de falsa extensión de los sindicalistas y de los izquierdistas.

Para llevar a cabo esa ampliación necesaria de su combate, la clase obrera sólo puede contar con sus propias fuerzas y, ante todo, con sus asambleas generales. Estas deben quedar abiertas a todos los obreros y asumir soberanamente, por sí mismas, la dirección de la lucha, es decir, prioritariamente, su extensión geográfica. Por eso, las asambleas generales soberanas deben rechazar todo lo que tienda a asfixiarlas (no cerrarlas a otros obreros) y a desposeerlas de la lucha (los órganos de centralización prematura que la burguesía hoy suscita y manipula, o, peor aun, los que envía desde el exterior: coordinadoras, comités de huelga sindicales...). De esa dinámica depende la unificación futura de las luchas.

La falta de experiencia política de la actual generación proletaria, debida a cerca de medio siglo de contrarrevolución, pesa notablemente. Y esa inexperiencia se ve además reforzada por:

-        la desconfianza y el rechazo de todo lo que es política, expresión de años y años de asqueo de las maniobras politiqueras burguesas de los partidos que se pretenden obreros;

-        el peso de la descomposición ideológica utilizado por la burguesía.

De la capacidad de la clase obrera en el periodo presente para sacar las lecciones de sus luchas, para desarrollar su experiencia política y superar sus debilidades, depende su capacidad mañana para confrontar al Estado del capital, para derribarlo y abrir las puertas del futuro.

En el proceso hacia la unificación, en el combate político por la extensión contra las maniobras sindicales, los revolucionarios tienen un papel de vanguardia determinante e indispensable que cumplir. Son parte integrante de la lucha. De su intervención depende la capacidad de la clase para traducir su combatividad en el plano de maduración de su conciencia. De su intervención depende la salida futura.

18) El proletariado está en el centro de la situación internacional. Si los años 80 son los años de la verdad, esta verdad es ante todo la verdad de la clase obrera. Verdad de un sistema capitalista que lleva a la humanidad a su perdición, ya sea por la descomposición existente actualmente o por la guerra apocalíptica que la burguesía prepara con cada día más locura.

Los años 80 han planteado lo que está en juego y lo que son las responsabilidades del proletariado. De su capacidad para responder en los años que vienen, con la afirmación de su perspectiva revolucionaria, por y en su lucha, depende el futuro de la humanidad.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [10]

VIII Congreso de la CCI: Los retos del congreso

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La Corriente Comunista Internacional acaba de celebrar su VIIIº Congreso. Junto a las delegaciones de las 10 secciones de la CCI, han participado en los trabajos del Congreso delegados del Grupo Proletario Internacionalista (GPI) de México y de Comunist Internationalist (CI) de la India. A través de su participación activa y entusiasta, de la periferia del capitalismo -allí donde la lucha del proletariado es más difícil, donde las condiciones de una actividad comunis­ta militante son más desfavorables- ha venido un aliento nuevo de energía y de confianza que animó todas las discusiones y dio la pauta al Congreso. La delegación del GPI había sido mandatada para plantear la adhesión de los militantes del grupo a nuestra organización, adhesión que el Congreso discutió y aceptó desde su apertura. Volveremos sobre ello más adelante. Este Congreso se ha celebrado en un momento en que la historia se está acelerando considerablemente.

El capitalismo conduce la humanidad a la catástrofe. Las condiciones de existencia de la inmensa mayoría de los seres humanos son cada vez más dramáticas, los motines y las revueltas del hambre se multiplican, la esperanza de vida disminuye para millones de seres humanos, las catástrofes de todo tipo causan miles de víctimas y la guerra millones...

La situación de la clase obrera en el mundo, incluidos los países ricos y desarrollados del hemisferio norte, se degrada también, crece el paro, bajan los salarios, las condiciones de vida y trabajo empeoran... Frente a ello, la clase obrera no permanece pasiva y, tratando de resistir paso a paso a los ataques que le son lanzados, desarrolla sus luchas, su experiencia y su conciencia. La dinámica de desarrollo de las luchas obreras se ha visto confirmada últimamente por las huelgas masivas que han tenido lugar este verano en Gran Bretaña y en la URSS. AI Este como al Oeste el proletariado internacional lucha contra el Capital.

Está claro lo que nos jugamos: el capitalismo nos lleva a la caída todavía más brutal en la catástrofe económica y en una 3ª guerra mundial. Sólo la resistencia del proletariado, el desarrollo de sus luchas, impiden hoy y pueden impedir mañana, el desencadenamiento del holocausto generalizado y abrir para la humanidad la perspectiva revolucionaria del comunismo.

No vamos a entrar aquí en los debates que hemos llevado en el Congreso sobre la situación internacional. Proponemos al lector la Resolución adoptada por el Congreso y su Presentación publicadas en esta Revista Internacional. Digamos simplemente que el Congreso ha confirmado la validez de nuestras orientaciones precedentes y su aceleración sobre los 3 aspectos de la situación internacional: crisis económica, conflictos imperialistas y lucha de clases. Ha permitido reafirmar la validez y la actualidad de la existencia de un curso histórico hacia enfrentamientos de clase: los últimos años no han puesto en entredicho esta perspectiva; el proletariado, pese a sus debilidades y dificultades, no ha sufrido ninguna derrota significativa que provocara un cambio de este curso histórico y el curso hacia la guerra mundial sigue cerrado para el capitalismo. De forma más precisa, el Congreso ha confirmado la realidad y la continuación de la oleada de luchas obreras que se desarrolla desde 1983 a nivel internacional, contra las mentiras de la propaganda de la burguesía, contra las dudas, las vacilaciones, la falta de confianza, el escepticismo, que reinan entre los grupos del medio político proletario.

El GPI y CI se han constituido en torno y en base a nuestros análisis generales del período actual y, en particular, sobre el reconocimiento del curso hacia enfrentamientos de clase. Las intervenciones del delegado de la India y de los nuevos militantes de la CCI en México se han integrado claramente en la reafirmación y la manifestación por el conjunto del Congreso de nuestra confianza en la lucha del proletariado, en sus luchas actuales. Ahí residía uno de los puntos clave del Congreso. La Resolución adoptada responde claramente a ello. Como puede verse por su lectura, el Congreso ha sabido ir más lejos aún en la clarificación de las diferentes características del período presente y ha decidido abrir una discusión sobre el fenómeno de la descomposición social.

La defensa y el reforzamiento
de la organización revolucionaria

En el marco de esta comprensión general de los retos históricos presentes, las organizaciones revolucionarias, que son a la vez el producto pero también parte integrante de los combates llevados por el proletariado mundial, deben movilizarse y participar en la lucha histórica de su clase. El papel que les incumbe es esencial: sobre la base de la comprensión más clara posible de la situación actual y de sus perspectivas deben asumir desde hoy el combate político de vanguardia en las luchas obreras.

Para esto, las perspectivas de actividad para nuestra organización que el Congreso ha determinado forman un todo con el análisis y la comprensión del período histórico actual. Después de haber sacado un balance positivo del trabajo militante desarrollado desde el VIIº Congreso, la Resolución de actividades adoptada reafirma nuestra orientación precedente:

« Las actividades de la CCI para los dos próximos años deben realizarse en continuidad con las tareas emprendidas desde la recuperación de los combates de clase en 1983, trazadas en los dos congresos anteriores de 1985 y1987, según las prioridades de la intervención en las luchas obreras, de la participación en su orientación y un compromiso militante más importantes a largo plazo, frente a las perspectivas:

-        de nuevas integraciones surgidas de la oleada actual de la lucha de clases y en primer lugar la constitución de una nueva sección territorial, uno de los principales retos a corto plazo para la CCI;

-        un papel cada vez más importante de la organización en el proceso de las luchas obreras hacia la unificación...

Las experiencias más recientes de la organización han permitido en particular poner de relieve varias lecciones que deben ser plenamente integradas en las perspectivas de actividad:

-        la necesidad de llevar el combate por la celebración de asambleas generales abiertas que se propongan desde el principio el objetivo de ampliar lucha, de extenderla geográficamente;

-        la necesidad de reivindicaciones unitarias, contra las sobrepujas demagógicas y los particularismos corporativistas;

-        la necesidad de no ser ingenuos ante la acción de la burguesía en el terreno para poder hacer fracasar las maniobras de confiscación de la lucha por los sindicatos y las coordinaciones tal como se desarrollan actualmente;

-        la necesidad de estar en primera fila de la intervención en la formación y la acción de los Comités de Lucha...»

En el periodo actual, la intervención en las luchas obreras determina todos los planos de la actividad de una organización revolucionaria. Para poder realizar las tareas de intervención, los revolucionarios deben dotarse de organizaciones políticas centralizadas, sólidas. Desde siempre, la cuestión de la organización política y su defensa ha sido una cuestión política central. Las organizaciones comunistas sufren la presión de la ideología burguesa y también la de la pequeña burguesía que se manifiesta en el individualismo, el localismo, el inmediatismo, etc. Esta presión se hace todavía más fuerte sobre los grupos comunistas actuales por los efectos de la descomposición social que afecta a la sociedad capitalista. Como señala la Resolución de Actividades adoptada:

« La descomposición de la sociedad burguesa, su pudrimiento de raíz en ausencia de una perspectiva de salida inmediata ejerce su presión sobre el proletariado y sus organizaciones políticas...»

Esta presión creciente sobre los grupos comunistas hace la cuestión de la organización revolucionaria aún más crucial. Ahí reside el segundo aspecto de nuestra discusión en el congreso sobre las actividades. La resolución reafirma que frente a éste peligro «la fuerza principal de la CCI reside en su carácter internacional, unido y centralizado». En este sentido, el Congreso ha comprometido al conjunto de la organización, de las secciones y los camaradas, en el reforzamiento del tejido organizativo, el trabajo colectivo, el desarrollo de la centralización internacional, el desarrollo del rigor en el funcionamiento y la implicación militante. Se trata de contrarrestar los efectos particulares de la descomposición sobre los grupos políticos proletarios, como el localismo, e, individualismo, incluso las prácticas maniobreras y destructivas.

La constitución de «Revolución Mundial»
como nueva sección de la CCI

Confianza en la lucha del proletariado, confianza en el papel y la intervención de los revolucionarios, confianza en la CCI: tales eran los retos del Congreso, como hemos dicho. La presencia de una delegación de CI, la demanda de integración de los camaradas de México, sus intervenciones durante los debates, fueron la ilustración de su propia confianza en esos 3 planos, situando a los camaradas en la dinámica misma del Congreso. Más allá de los textos, documentos y resoluciones adoptadas, la manifestación más concreta de esta confianza por el Congreso fue la adopción de la resolución de integración de los camaradas del GPI en la CCI y la constitución de una nueva sección en México. He aquí los principales extractos:

« 1. - Producto del desarrollo de la lucha de clases, el Grupo Proletario Internacionalista es un grupo comunista constituido - con la participación activa de la CCI- sobre la base de las posiciones políticas de principio de la CCI y de sus orientaciones generales, especialmente la de la intervención en la lucha de clases...

2. - En el 1er Congreso del GPI, todos sus militantes ratificaron las posiciones políticas de clase desarrolladas por el grupo. En estrecha relación con la CCI, el GPI inició un proceso de reapropiación y clarificación políticas, despejando las líneas principales para el establecimiento de una presencia política consecuente del grupo en México.

3. -   Un año más tarde, el IIº Congreso del GPI -al igual que la CCI- sacó un balance positivo de ese proceso de clarificación política. El grupo ha sabido en efecto:

-        tomar conocimiento, confrontarse y tomar, posición sobre las diferentes corrientes y grupos del medio político proletario;

-        defender las posiciones programáticas, teóricas y políticas de la CCI;

-        desarrollar las mismas orientaciones de intervención en las luchas obreras y en el medio político proletario que la CCI;

-        asumir una presencia política tanto a nivel local como internacional ;

-        tener una vida política interna, intensa y fructífera.

4. - El IIº Congreso del GPI encaró y superó con éxito las debilidades consejistas del grupo que se habían expresado en el proceso de clarificación política:

-        en el plano teórico, por la adopción unánime de una posición correcta sobre la cuestión de la conciencia de clase y sobre la del partido;

-        en el plano político por la demanda unánime de apertura de un proceso de integración en la CCI de sus militantes que ésta ha acogido favorablemente.

5. -    Siete meses más tarde, el VIIIº Congreso de la CCI saca un balance positivo de este proceso de integración. De manera unánime los camaradas del GPI se han pronunciado de acuerdo con la Plataforma y los Estatutos de la CCI después de profundos debates. Por otra parte, el GPI ha mantenido las tareas de una verdadera sección de la CCI desde la apertura de este proceso manteniendo una correspondencia regular y frecuente, tomas de posición en los debates de la CCI, intervención en la lucha de clases, publicación regular de Revolución Mundial...

6. -   El VIIIº Congreso de la CCI consciente de las dificultades de integración de un conjunto de militantes en un país relativamente aislado, estima que el proceso de aproximación e integración de los camaradas del GPI en la CCI toca a su fin. En consecuencia, el Congreso se pronuncia por la integración de los militantes del GPI en la organización y su constitución en sección de la CCI en México.»

Tras la decisión del Congreso, la delegación, como lo precisaba el mandato fijado por el GPI, declaró a éste disuelto. A partir de ese momento, los delegados intervinieron en el Congreso como delegados de la nueva sección en México, Revolución Mundial, como miembros plenos de la CCI. Por el alto nivel de claridad política que ha expresado en la preparación del Congreso y por la participación importante y enérgica de su delegación, la constitución de la sección manifiesta un reforzamiento considerable de la CCI a nivel político y a nivel de su presencia consolidada en el continente americano.

Un reforzamiento
del medio político proletario

Esta dinámica de clarificación política en la perspectiva del compromiso militante, del reagrupamiento, en particular con la CCI, no es específico de los camaradas de RM. Al final del Congreso, el delegado de CI, grupo con el que estamos en estrecho contacto desde hace varios años, planteó su candidatura a la CCI, la cual hemos aceptado. Esta integración y la publicación de Comunist Internationalist como órgano de la CCI en la India significa la perspectiva de una presencia política, de una duodécima sección de nuestra organización, en un país y en un continente -Asia- donde las fuerzas revolucionarias son casi inexistentes y donde el proletariado, a pesar de una gran combatividad como se ve justamente en India, está poco concentrado y tiene poca experiencia histórica y política.

Sin embargo, este proceso de aproximación e integración en la CCI no es específico de los países de la periferia. Estamos comprobando, y en ello participamos nosotros, que existe una renovación de los contactos y una dinámica hacia el compromiso militante en Europa misma, allí donde la CCI y los principales grupos y corrientes comunistas están presentes.

Seamos claros: aunque estas integraciones y ésta dinámica hacia el reforzamiento militante nos entusiasman, no se trata de caer en el triunfalismo. Somos muy conscientes de lo que está en juego, de las dificultades del proletariado y de las debilidades de las fuerzas revolucionarias.

Para la CCI que, desde su fundación, ha reivindicado siempre y ha trabajado por asumir las tareas de un verdadero polo internacional de referencia y de reagrupamiento políticos, estas nuevas adhesiones son un éxito. Son la confirmación de sus posiciones políticas justas, válidas tanto en los países desarrollados como en los de la periferia, en todos los continentes, y de la orientación de su intervención en dirección al medio político proletario. Pero también, y somos de ello muy conscientes, nos plantean crecientes responsabilidades: por una parte, lograr el mayor éxito de esas integraciones y, por otra, una mayor responsabilidad militante frente al proletariado mundial.

El surgimiento de elementos y de grupos políticos en los países de la periferia (India, América Latina), la aparición de una nueva generación de militantes, son el producto del período histórico, el producto de las luchas obreras actuales. Es, por otra parte, como hemos visto, esencialmente el reconocimiento, más o menos claro, del curso histórico hacia enfrentamientos de clase, de la realidad de la oleada de luchas actual que estos elementos y grupos constituyen.

La cuestión del curso histórico es la cuestión central que separa a los grupos del medio político proletario. Por encima de las diferencias programáticas existentes, es la que determina hoy la dinámica en la que se sitúan las diferentes corrientes y grupos: ya sea hacia la intervención en las luchas, en el medio revolucionario, hacia la discusión y la confrontación políticas y, en último término, hacia el reagrupamiento; o, si no, el escepticismo ante las luchas, el rechazo y el miedo a intervenir, el repliegue sectario, la dispersión, el desánimo y la esclerosis.

El reconocimiento del desarrollo de las luchas obreras y la voluntad de intervención de los revolucionarios en su seno, está en la base de la capacidad de los grupos revolucionarios para hacer frente a las responsabilidades que son suyas: en las luchas obreras directamente, pero también frente a grupos y elementos que surgen por el mundo; frente a la necesidad de desarrollar organizaciones centralizadas y militantes capaces de jugar un papel de referencia y de reagrupamiento.

El reforzamiento de la CCI representa, en nuestra opinión, un reforzamiento de todo el medio político proletario. Son los primeros reagrupamientos reales y significativos, desde hace un decenio, de hecho desde la constitución de una sección de la CCI en Suecia. Han sido un frenazo a la multiplicación de escisiones, la dispersión y la pérdida de fuerzas militantes. Para todos los grupos políticos proletarios, para todos los elementos revolucionarios que surgen, debe ser un factor de confianza en la situación actual y un llamamiento a la seriedad y a la responsabilidad militantes.

La historia se acelera en todos los planos

Por la reafirmación de su confianza en las luchas obreras actuales, la convicción de su desarrollo en el periodo venidero, por la reafirmación de la orientación hacia la intervención en estas luchas, por el reforzamiento aún mayor del marco centralizado e internacional de la CCI para su defensa, por la integración de nuevos camaradas y la constitución de una nueva sec­ción Revolución Mundial y la publicación de Comunist Internationalist, podemos ya sacar un balance positivo del VIII° Congreso de la CCI, verdadero congreso mundial, con la participación de camaradas de Europa, Asia y América. La historia se acelera.

El Congreso ha conseguido situarse en este marco histórico. El VIII° Congreso de la CCI habrá sido a la vez un producto de esta aceleración de la historia y, no lo dudemos, un momento y un factor de ella.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [10]

VIII Congreso de la CCI: Presentación de la Resolución sobre la situación internacional

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Publicamos aquí la Resolución sobre la situación internacional adoptada en el VIIIº Congreso de la CCI. La resolución se basa en un Informe muy detallado cuya longitud nos impide publicar en esta Revista. Debido, sin embargo, a lo sintético de la Resolución, nos ha parecido útil introducirla con unos cuantos extractos no ya del Informe mismo, sino de la Presentación que de el  se hizo en el Congreso mismo, extractos que vienen acompañados de una serie de datos sacados de dicho Informe.

El Informe de la Situación Internacional para un Congreso suele servir para explicar la evolución de la situación desde el Congreso precedente. Sirve en especial para examinar en qué medida se han ido realizando las perspectivas dadas dos años antes. Este Informe, por su parte, no se ha limitado a los dos últimos años. Su intención ha sido la de sacar un balance de estos años 80, estos años a los que nosotros hemos llamado «años de la verdad».

¿Por qué esta opción? Porque a principios de esta década habíamos afirmado que la década iba a significar un gran cambio en la situación internacional. Un cambio entre:

-        un período en el que la burguesía aún había intentado ocultar a la clase obrera , y a sí misma, la gravedad de las convulsiones de su sistema;

-        y un período en el que esas convulsiones iban a alcanzar tales cotas que ya no iba a poder seguir ocultando como antes el callejón sin salida en que está metido el capitalismo, en el que ese atolladero iba a aparecer con cada día más evidencia al conjunto de la sociedad.

La diferencia entre ambos períodos iba naturalmente a repercutir en todos los aspectos de la situación mundial. Iba a poner muy especialmente de relieve la importancia de los retos de los combates actuales de la clase obrera.

En este Congreso, el último de los años 80, era importante comprobar la validez de esa orientación general que habíamos adoptado hace ya diez años. Era importante sobre todo poner de relieve que en ningún momento ha quedado desmentida esa orientación, y en especial contra las dudas y vacilaciones que hayan podido producirse en todo el medio político proletario tendentes a subestimar la importancia de los retos que las situación actual nos impone, la importancia de los combates de la clase obrera

¿En que puntos hay que insistir para este Congreso?

Sobre la crisis económica

El Congreso debe llegar a una plena claridad al respecto. En especial, antes de sacar las perspectivas catastróficas, de la evolución del capitalismo en los años venideros, hay que poner de relieve toda la gravedad de la crisis tal y como ya se ha manifestado hasta  hoy.

¿Por qué debe hacerse ese balance?

1º por una razón evidente: nuestra capacidad para despejar perspectivas futuras del capitalismo depende estrechamente de la validez del marco de análisis con que analizamos la situación pretérita.

2° Porque, y también es una evidencia, de la valoración correcta de la gravedad actual de la crisis depende, en gran parte, nuestra capacidad para pronunciarnos sobre los retos y las potencialidades de las luchas actuales de la clase obrera, sobre todo frente a las infravaloraciones que circu­lan por el medio político.

3º Porque ha podido haber en la organización tendencias a subestimar la gravedad real del hundimiento de la economía capitalista, basándose de manera unilateral en la evolución de los indicadores que suele dar la burguesía, como el Producto Nacional Bruto o el volumen del mercado mundial.

Un error así puede ser muy peligroso, pues podría encerrarnos en una visión parecida a la de Vercesi (1)[1], el cual, a finales de los años 30, pretendía que el capitalismo había superado ya su crisis. Esta idea se basaba en el crecimiento de las cifras brutas de producción, sin preocuparse por saber en qué consistía esa producción (en realidad, sobre todo, en armamento) ni preguntarse quién iba a pagarla.

Por esa razón precisamente, el informe, al igual que la resolución, establece su juicio sobre la agravación considerable de la crisis capitalista a lo largo de estos años 80, no tanto gracias a las cifras (las cuales parecen dar a entender que ha habido un «crecimiento», en especial en los últimos años), sino en toda una serie de elementos que, tomados en su conjunto, son mucho más significativos. Se trata de los siguientes:

-        el crecimiento vertiginoso de la deuda de los países subdesarrollados, y también de la primera potencia mundial y de las administraciones públicas de todos los países; la continua progresión de los gastos armamentísticos, y también  del conjunto de los sectores improductivos tales como el sector bancario; y eso en detrimento de los sectores productivos (bienes de consumo y medios de producción);

-        la aceleración del proceso de desertificación industrial con la desaparición de partes enteras del aparato productivo  y el desempleo de millones de obreros;

-        la enorme agravación del desempleo a lo largo de estos años 80 y, más generalmente, el importante aumento de la pauperización absoluta entre la clase obrera de los países más avanzados.

En esto, es conveniente hacer unos comentarios para denunciar las campañas actuales de la burguesía de que la situación estaría mejorando en Estados Unidos. Las cifras del Informe ponen de relieve el empobrecimiento de la clase obrera en ese país. Y el Congreso debe tener muy presente el Informe adoptado por nuestra sección de EEUU en su última conferencia (véase Internationalism de Marzo de 1989. Hemos publicado un resumen de dicho en Informe en Acción Proletaria, nº 86, Julio 89). Este Informe pone bien de relieve cómo las cifras de la burguesía sobre un pretendido retroceso del desempleo hasta los niveles de los años 70 intentan ocultar la trágica agravación de la situación: de hecho la tasa real de desempleo es unas tres veces mayor que la oficial;

-        y una de las manifestaciones fundamentales de la agravación de las convulsiones de la economía capitalista es el aumento considerable de las calamidades que se ceban en los países subdesarrollados, la desnutrición, las hambres que cada día se cobran más víctimas, calamidades que han transformado a esos países en un verdadero infierno para millones de seres humanos.

¿Por que debemos considerar esos diferentes fenómenos como expresiones muy significativas del hundimiento de la economía capitalista?

En el endeudamiento generalizado tenemos una expresión de lo más evidente de las causas profundas de la crisis capitalista: la saturación general de mercados. A falta de mercados solventes, en los cuales pudiera realizarse la plusvalía producida, se da salida a la producción en mercados ficticios.

Tomemos tres ejemplos:

1º) Durante los años 70, asistimos a un aumento sensible de las importaciones por parte de los países subdesarrollados. Las mercancías compradas procedían en su mayor parte de los países avanzados, lo que permitió el relanzamiento momentáneo de la producción en estos países. Pero ¿con qué se pagaban esas compras? Pues con préstamos obtenidos por los países subdesarrollados compradores entre sus abastecedores (véase cuadro 1). Si los países compradores hubieran pagado de verdad sus deudas, podría entonces decirse que esas mercancías habían sido vendidas de verdad, o sea que el valor contenido en ellas llegó a realizarse. Pero de sobras sabemos que esas deudas no serán nunca reembolsadas (2)[2]. Lo cual significa que, globalmente, aquellos productos no se vendieron contra un pago verdadero sino contra promesas de pago, promesas que nunca serán cumplidas. Y decimos globalmente, pues los capitalistas que han realizado esas ventas a lo mejor han sido pagados. Pero ello no cambia nada en el fondo del problema. Lo que han cobrado esos capitalistas había sido adelantado por bancos o Estados que, en cambio, no serán nunca reembolsados. Ése es el significado profundo de todas esas negociaciones actuales, llamadas «plan Brady» para reducir de manera significativa la deuda de cierta cantidad de países subdesarrollados empezando por México, para así evitar que esos países se declaren abiertamente en quiebra y dejen de pagar la deuda. Esa «moratoria» sobre parte de la deuda quiere decir que ya desde ahora esta previsto oficialmente que los bancos y los países prestadores no cobrarán la totalidad de lo desembolsado.

2º) Otro ejemplo es estallido de la deuda externa de Estados Unidos. En 1985, por vez primera desde 1914, ese país se convirtió en deudor respecto al resto del mundo. Fue un acontecimiento muy importante, por lo menos tan importante como el de su primer déficit comercial desde la 1ª guerra mundial, en 1968, y como en 1971 con la primera devaluación del dólar desde 1934. El que la primera potencia económica del planeta, tras haber sido durante décadas el financiero mundial, se encuentre en una situación digna del más corriente de los países subdesarrollados o de una potencia de segundo orden como Francia, da una idea del estado de la economía mundial en su conjunto, del nivel de su hundimiento.

A finales del 87, la deuda externa neta de Estados Unidos (o sea el total de las deudas debidas a otros menos el total de las deudas que se le deben) ascendía ya a 368 mil millones de dólares (o sea el 8,1 % del PNB). El campeón del mundo de la deuda externa ya no era Brasil; el Tío Sam le ganaba por triple. Y la situación no va a arreglarse en lo inmediato, pues el principal responsable de esa deuda, el déficit de la balanza comercial, se mantiene en niveles considerables. Además, aunque ese déficit se redujera por arte de magia, la deuda externa norteamericana no dejaría de crecer en la medida en que, al igual que cualquier país de Latinoamérica, Estados Unidos tendría que seguir pidiendo préstamos para poder pagar los intereses y reembolsar lo principal de su deuda. Y lo que es más, el saldo entre las rentas de las inversiones norteamericanas en el extranjero y las de las extranjeras en EEUU, que era todavía positivo (20.400 millones de dólares) en 1987, lo cual limitaba las consecuencias financieras del déficit de la balanza comercial, se ha vuelto negativo en 1988 y así lo seguirá siendo en los años venideros.

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En base a esas proyecciones, la deuda externa de Estados Unidos debería seguir creciendo de manera importante en el porvenir, y alcanzaría el billón de Mares en 1992 y el billón 400 millones en 1997. Así, al igual que la deuda de los países subdesarrollados, la deuda norteamericana no tiene la más mínima perspectiva de ser reembolsada.

3º) El último ejemplo es el de los déficits presupuestarios, la acumulación de deudas de todos los Estados a niveles astronómicos (ver cuadros 3 y 4). En anteriores congresos ya hemos puesto en evidencia que fueron en gran parte esos déficits, y en especial el federal de EEUU, lo que permitió un tímido relanzamiento de la producción a partir de 1983. Sigue siendo el mismo problema. Esas deudas tampoco serán reembolsadas nunca, sino es contra nuevas deudas más astronómicas todavía (el cuadro 3 pone de relieve que los simples intereses de esas deudas supera ya con creces el 10 % de los gastos del Estado en la mayoría de los países desarrollados: esa partida está convirtiéndose en la más importante de los presupuestos nacionales). Y la producción comparada con esos déficits, principalmente armas por lo demás, tampoco será realmente pagada.

En fin de cuentas, durante años, una buena parte de la producción mundial no se ha vendido sino que, sencillamente, se ha regalado. Esta producción, que puede corresponder a bienes realmente fabricados, no es pues una producción de valor, que es lo único que interesa al capitalismo. No ha permitido una auténtica acumulación de capital. El capital global se ha reproducido con bases cada vez más exiguas. O sea que, considerado como un todo, el capitalismo no se ha enriquecido. Al contrario, se ha empobrecido.

Y el capitalismo se ha empobrecido tanto más por cuanto ha podido observarse un crecimiento de la producción de armamentos hasta niveles inauditos, al igual, por otra parte, que el conjunto de gastos improductivos (ver cuadro 5).

[3]

Las armas no deben ser contabilizadas con el signo + del haber en los balances generales de la producción mundial, sino, al contrario, con el signo - del debe. Pues, contrariamente a lo pudo escribir Rosa Luxemburgo en 1912 en La Acumulación del capital, o a lo que afirmaba Vercesi a finales de los años 30, el militarismo no es en absoluto un terreno de acumulación para el capital. Las armas enriquecerán sin duda a los mercaderes de cañones, pero ni mucho menos al capitalismo como un todo, pues no pueden incorporarse en un nuevo ciclo de producción. En el mejor de los casos, o sea cuando no sirven para nada, significan una esterilización de capital. Y cuando se usan, el resultado final es destrucción de capital.

Así pues, para hacerse una idea verdadera de la evolución de la economía mundial, para dar verdadera cuenta del valor realmente producido, habría que descontar de las cifras oficiales que pretenden representar la producción (los indicadores del PNB por ejemplo), las de la deuda en el período de que se trata así como las cifras correspondientes a los gastos de armamento y al conjunto de los gastos improductivos. En lo que respecta a Estados Unidos, por ejemplo, en el período de 1980-87, el crecimiento de la deuda del Estado es ya por sí solo mayor que el crecimiento del PNB: 2,7 % del PNB para el crecimiento de la deuda contra 2,4 de crecimiento del PNB en medias anuales. Es así como, para esta década que se termina, si se toma en cuenta el simple hecho de los déficits presupuestarios ya tenemos una indicación de la regresión de la primera potencia económica mundial. Regresión mucho mayor en la realidad a causa de:

1º) las demás deudas (externa, empresas, particulares, administraciones locales, etc.);

2º) los enormes gastos improductivos.

Al fin y al cabo, aunque nos dispongamos de cifras exactas que nos permitan calcular a nivel mundial el real declive de la producción capitalista, podemos, sin embargo, concluir, merced al ejemplo anterior, afirmando la realidad del empobrecimiento global de la sociedad que antes mencionábamos.

Un empobrecimiento muy importante
a lo largo de estos años
80.

Sólo en ese marco, y no dedicándose a afirmar que será el estancamiento o el retroceso del PNB la plasmación por excelencia de la crisis capitalista, se puede comprender lo que significan de verdad las tasas de crecimiento excepcionales con que se autofelicita la burguesía en estos dos últimos años. En la realidad de los hechos, si se descuentan de esas fantásticas «tasas de crecimiento» cacareadas por la burguesía, todo lo que ha sido esterilización de capital y endeudamiento, obtendríamos al cabo un crecimiento claramente negativo. Ante un mercado mundial cada vez más saturado, una progresión de las cifras de producción sólo puede corresponder a una nueva progresión de las deudas. Una progresión todavía mayor que las precedentes.

Comprobando la realidad del empobrecimiento del conjunto de la sociedad capitalista, la realidad de la destrucción de capital a lo largo de estos años 80, pueden comprenderse los demás fenómenos analizados en el Informe.

Por ejemplo, la desertificación industrial es una ilustración flagrante de esa destrucción de capital. El Cuadro 6 nos da una idea cifrada de ese fenómeno que, en la vida real, queda plasmado en la voladura o el desguace de fábricas recién construidas, en paisajes abandonados, en descampados siniestros, en las ruinas en que se han convertido muchas zonas industriales, y, sobre todo, sobre todo, en los despidos masivos de obreros.

El cuadro adjunto nos indica, por ejemplo, que en Estados Unidos, entre 1980 y 1986, el personal ha disminuido en 1,35 millones en la industria, mientras aumentaba en 3,71 millones en el sector del comercio y hostelería y en 3,99 millones en el sector financiero y de negocios. La pretendida «disminución del desempleo» con la que tanto ruido arma la burguesía de ese país, no ha permitido en absoluto mejorar las capacidades productivas reales de la economía estadounidense; ¿en qué la «reconversión» de un obrero calificado de la metalurgia en vendedor de hamburguesas ha sido positiva para la economía capitalista, y eso sin hablar del trabajador mismo?

Asimismo, la progresión del desempleo real, la pauperización absoluta de la clase obrera y el hundimiento de los países subdesarrollados en el mayor de los abandonos (del cual nos ofrece una ilustración impresionante el artículo de la Revista Internacional nº 57 «La agónica barbarie del capitalismo») son las expresiones de ese empobrecimiento global del capitalismo, del atolladero histórico del sistema (4)[4], un empobrecimiento que la clase dominante está haciendo pagar a los explotados y a las masas miserables.

Por eso, el pretendido «crecimiento» de que alardea la burguesía desde 1983 ha venido acompañado de ataques sin precedentes contra la clase obrera. Esos ataques no se deben, claro está, a una especie de «maldad», de algo deliberado por parte de la burguesía, sino que son la expresión más patente del hundimiento considerable que ha sufrido la economía capitalista en los últimos años. Un hundimiento que las manipulaciones de la burguesía con sus propias leyes capitalistas, el fortalecimiento de las políticas de capitalismo de Estado a escala de ambos bloques imperialistas, la huida ciega en la deuda, han podido ir ocultando sin que haya aparecido de manera demasiado patente con la forma de una recesión abierta.

Sobre lo de la «recesión» cabe hacer una observación. Para una mayor claridad, la Resolución llama «recesión abierta» al fenómeno de estancamiento o de retroceso de los indicadores capitalistas mismos, que ponen claramente de evidencia la realidad de lo que la burguesía procura ocultar y ocultarse a sí misma: el hundimiento de la producción de valores. Este hundimiento, por su parte, tal como se establece en el Informe, prosigue incluso en momentos que la burguesía califica de «relanzamiento». Es este último fenómeno lo que la resolución designa  con el término de «recesión».

En conclusión de esta parte sobre la crisis económica, hay que subrayar una vez más claramente la agravación considerable de la crisis del capitalismo y de los ataques contra la clase obrera, a lo largo de estos años 80, lo  cual confirma sin la menor ambigüedad la validez de la perspectiva que habíamos marcado hace diez años. Cabe también señalar que tal situación no hará sino agravarse hasta alcanzar niveles todavía más altos (o bajos, según se mire) en el período venidero, debido al callejón sin la menor salida en que se encuentra el capitalismo hoy.

Sobre los conflictos imperialistas

Sobre esto, que no ha planteado debates importantes, la presentación será breve, limitándose a la reafirmación lapidaria de unas cuantas ideas de base:

1º) Sólo basándose con firmeza en el marxismo puede comprenderse la evolución real de los conflictos imperialistas: por encima de todas las campañas ideológicas, la agravación de la crisis del capitalismo no puede sino llevar a una intensificación de los antagonismos reales entre los bloques imperialistas.

2º) La ofensiva del bloque USA, con los éxitos que ha conseguido, da idea de esa intensificación y permite explicar la evolución reciente de la diplomacia de la URSS y su retirada de una serie de posiciones en el mundo que era incapaz de mantener.

3º) Tal evolución diplomática no significa ni mucho menos que se haya iniciado un período de atenuación de los antagonismos entre las grandes potencias, sino muy al contrario; ni que vayan a cesar los conflictos que han asolado cantidad de áreas del planeta en estos últimos años. En muchos lugares, la guerra y las matanzas prosiguen y puede que de un día para otro se intensifiquen sembrando más cadáveres y calamidades.

4º) En las campañas pacifistas actuales, uno de los factores determinantes es la necesidad para el conjunto de la burguesía de ocultarle a la clase obrera los verdaderos retos del período actual en un momento en el que se desarrollan las luchas de ésta.

La evolución de la lucha de clases

Lo que se propone hacer básicamente esta presentación es un balance global de la lucha de clases durante estos años 80.

Para dar cuenta de los grandes rasgos del balance, del camino recorrido, primero veamos brevemente en qué situación se encontraba el proletariado al iniciarse la década.

El principio de los años 80 vino marcado por el contraste entre, por un lado, el debilitamiento de la lucha del proletariado de las grandes concentraciones obreras de los países avanzados del bloque del Oeste y en particular de Europa Occidental, tras los grandes combates de la segunda oleada de luchas de 1978-79 y, por otro lado, los formidables enfrentamientos de Polonia del verano del 80, punto culminante de aquella oleada. Ese debilitamiento en la lucha de los batallones decisivos del proletariado mundial se debió en gran parte a la política de izquierda en la oposición instaurada por la burguesía desde principios de esta oleada de luchas. Las nuevas cartas de la burguesía sorprendieron a la clase obrera y, en cierto sentido, quebraron su ímpetu. Por ello, los combates de Polonia se desarrollaron en un contexto general desfavorable, en una situación de aislamiento internacional. Era una situación que dio facilidades al desvío hacia el terreno del sindicalismo, de las mistificaciones democráticas y nacionalistas; que facilitó, por consiguiente, la bestial represión de diciembre de 1981. Y de rebote, la cruel derrota sufrida por el proletariado en Polonia no hizo sino agravar durante un tiempo, la desmoralización, la desmovilización y la desesperanza del proletariado de los demás países. Permitió, en particular, enjalbegar la ennegrecida fachada del sindicalismo, tanto en el Este como en el Oeste. Por eso hablamos nosotros de derrota y de retroceso de la clase obrera, no sólo en su combatividad sino también en el plano ideológico.

Sin embargo, aquel retroceso fue de corta duración. Ya en el otoño de 1983 se desarrolla una oleada de luchas, una oleada particularmente intensa que pone de relieve la combatividad intacta del proletariado, que se distingue por el carácter masivo y simultáneo de las luchas.

Frente a esta oleada de luchas obreras, la burguesía despliega en muchos lugares una estrategia de dispersión de sus ataques para que las luchas queden desperdigadas, estrategia reforzada por una política de bloqueo llevada a cabo por los sindicatos allí donde éstos están más desprestigiados. Pero desde la primavera del 86, los combates generalizados del sector público en Bélgica, así como la huelga de los ferroviarios en diciembre, en Francia, ponen en evidencia los límites de esa estrategia por el hecho mismo de la agravación considerable de la situación económica que obliga a la burguesía a atacar de manera cada vez más directa. La cuestión esencial que esas experiencias de la clase y el carácter mismo de los ataques capitalistas empiezan desde entonces a plantear, y eso para todo un período histórico, es la de la unificación de las luchas. Es decir, una forma de movilización que ya no se contenta con la simple extensión de las luchas, sino una movilización de la que la clase obrera debe adueñarse directamente mediante sus asambleas generales, para así formar un frente unido frente a la burguesía.

Ante esas necesidades y esas potencialidades de la lucha, es evidente que la burguesía no iba a quedarse de brazos cruzados. Y se pone, de modo todavía más sistemático que antes a desplegar las armas clásicas de la izquierda en la oposición:

-        la radicalización de los sindicatos clásicos,

-        la puesta en primera línea del sindicalismo de base,

-        la política que consiste en que esos órganos se pongan en primera línea para así apagar el fuego.

Además, utiliza, sobre todo en donde el sindicalismo está más desprestigiado, armas nuevas como las coordinaciones, que vienen a rematar la labor del sindicalismo. Y, en fin, utiliza en cantidad de países el veneno del corporativismo para, entre otras cosas, encerrar a los obreros en la falsa alternativa entre «extensión con los sindicatos» o repliegue «autoorganizado» en la profesión.

Todas esas maniobras han conseguido por el momento desorientar a la clase obrera y entorpecer su marcha hacia la unificación de sus combates. Esto no quiere en absoluto decir que la dinámica de las luchas obreras esté agotándose, precisamente porque la radicalización de las maniobras de la burguesía es, al igual que todas las campañas mediáticas actuales, pacifistas y demás, un signo del desarrollo de las potencialida­¡des hacia nuevos combates de mayor envergadura todavía y mucho más conscientes.

Por todo ello, el balance global que debe hacerse de los años 80 no es de estancamiento de la lucha de clases, sino avance decisivo. Este avance queda muy bien plasmado en el contraste entre el inicio de los años 80, en que pudimos comprobar un fortalecimiento momentáneo del sindicalismo, y este final de década en la que, como bien lo dicen los camaradas de World Revolution, «la burguesía tiene que maniobrar para imponer estructuras "antisindicales" en las luchas de la clase obrera».

El Informe, además, hace explícito el marco histórico en que se desarrolla hoy la lucha proletaria, marco que explica el ritmo lento de ese desarrollo, al igual que las dificultades en las que se apoya sistemáticamente la burguesía para desplegar sus maniobras. Varios factores explicativos ya habían sido evocados en el pasado (ritmo lento -que hoy tiende evidentemente a acelerarse- de la crisis misma, peso de la ruptura orgánica e inexperiencia de las nuevas generaciones obreras). Pero el Informe hace un apartado especial sobre la cuestión de la descomposición de la sociedad capitalista, cuestión que ha acarreado cantidad de debates en la organización.

Evocar esa cuestión era algo indispensable por varias razones:

1ª Para empezar, sólo recientemente se ha planteado y puesto de relieve claramente esa cuestión en la CCI, aunque es cierto que ya la habíamos identificado cuando los atentados terroristas de París del otoño de 1986.

2ª Era importante examinar en qué medida un fenómeno que afecta a las organizaciones revolucionarias (muy especialmente subrayado en el Informe de actividades) pesa también en una clase de la que aquéllas son vanguardia.

Esta presentación no va a volver sobre lo dicho en el Informe. Nos vamos a limitar a insistir en los puntos siguientes.

1º Desde hace tiempo, la CCI ha puesto de relieve que las condiciones objetivas en las que hoy se desarrollan las luchas obreras (el hundimiento del capitalismo en su crisis económica que afecta a todos los países a la vez) son mucho más favorables para el éxito de la revolución que las que originaron la primera oleada revolucionaria (la Iª guerra imperialista).

2º De igual modo, ya hemos demostrado que las condiciones objetivas eran igualmente más favorables al no existir hoy grandes partidos obreros, como los partidos socialistas, cuya traición en pleno período decisivo podría, como en el pasado, desconcertar al proletariado.

3° Al mismo tiempo, también hemos puesto de relieve las dificultades específicas y las trabas que ante sí encuentra la oleada histórica actual de combates de clase: el peso de la ruptura orgánica, la desconfianza hacia lo político, el peso del consejismo (ver la Resolución sobre la situación internacional adoptada en el VIº Congreso de la CCI).

Era de lo más importante, pues, insistir, en simple coherencia con lo que decimos en cuanto las dificultades que la organización encuentra, que el fenómeno de descomposición es hoy y lo será por un tiempo un pesado lastre; es un peligro muy importante que debe afrontar la clase obrera; de él debe protegerse y darse los medios de volverlo contra el capitalismo.

Al tomar conciencia de esta realidad, no se trata, claro está, de decir que todos los aspectos de la descomposición son un obstáculo en la toma de conciencia del proletariado. Los elementos objetivos que ponen claramente en evidencia la barbarie total en la que se hunde la sociedad alimentan el despego y la repugnancia por este sistema y ayudan a la toma de conciencia del proletariado. Y también, en la descomposición ideológica, aspectos como la corrupción de la clase burguesa o el hundimiento de los pilares clásicos de su dominación son también factores de toma de conciencia de la quiebra del capitalismo. En cambio, todo lo que de la putrefacción ideológica lastra a la organización revolucionaria también es un lastre todavía mayor para la clase entera, haciendo así más difícil el desarrollo de la conciencia y de los combates del proletariado.

Tampoco debe ser esa constatación fuente de desmoralización y de escepticismo.

1º Durante todos estos años 80, a pesar del peso negativo de la descomposición social sistemáticamente explotado por la burguesía, el proletariado ha sido capaz de desarrollar sus luchas frente a las consecuencias de la agravación de la crisis, la cual se ha confirmado una vez más como «la mejor aliada de la clase obrera», como a menudo hemos dicho.

2º El peso de la descomposición es un reto que debe ser encarado por la clase obrera. En su lucha contra las influencias de la descomposición, especialmente reforzando, en la acción colectiva, su unidad y su solidaridad de clase, el proletariado forjará las armas para el derrocamiento del capitalismo.

3° En ese combate contra el peso de la descomposición; los revolucionarios tienen un papel fundamental que desempeñar. Del mismo modo que la constatación de ese peso en nuestras propias filas no debe desmoralizamos, sino, al contrario, movilizarnos para reforzar nuestra vigilancia y determinación, la constatación de esa dificultad que la clase obrera encuentra es un factor de una mayor determinación, convicción y vigilancia en nuestra intervención en la clase.

Para concluir esta presentación, diremos que la discusión sobre la situación internacional debe despejar en nuestras filas no sólo una mayor claridad sino también:

-        la mayor confianza en la validez de los análisis con que se formó y ha ido creciendo la CCI y en especial la confianza en el desarrollo del combate de clase hacia enfrentamientos cada día más profundos y generalizados, hacia un período revolucionario;

-        la mayor determinación para ser capaces de estar a la altura de las responsabilidades que el proletariado nos ha confiado.



[1] Vercesi era el principal animador de la Fracción de la izquierda del Partido  comunista de Italia Su contribución política y teórica en dicha izquierda y en el conjunto del movimiento obrero fue considerable. Pero a finales de los años 30, desarrolló una teoría aberrante sobre la economía  de guerra como solución a la crisis, teoría que  desarmó y desarticuló a la Fracción ante la segunda guerra mundial.

[2] Por otra parte, los propios «peritos» de la burguesía lo dicen con claridad: «Prácticamente ya nadie piensa que la deuda pueda un día ser reembolsada, pero los países occidentales insisten en elaborar un mecanismo que permita ocultar esa realidad, evitando el uso de términos tan duros como suspensión de pagos y bancarrota» (W. Pfaff, en el International Herald Tribune del 30/01/89). Lo que el autor de este artículo se olvida de precisar son las causas profundas de semejante pudor. En realidad, para la burguesía de las grandes potencias occidentales, proclamar oficialmente la quiebra total de sus deudores, sería reconocer la quiebra de su sistema financiero y, al fin y al cabo, de la economía capitalista entera. La clase capitalista se parece a esos personajes de los dibujos animados que siguen corriendo por encima del abismo y que  sólo se caen cuando se dan  cuenta de ello.

[3] El aumento relativamente menos importante de los gastos militares de Alemania Occidental, comparado con la de sus oponentes comerciales, ayuda a comprender los «buenos» resultados económicos de ese país durante los últimos años.

[4] Las hambres y la pauperización absoluta de la clase obrera, tales como las hemos conocido en los últimos años, no son fenómenos nuevos en la historia del capitalismo. Más allá, sin embargo, de la amplitud que hoy toman, (sólo comparable a las situaciones vividas durante las dos guerras mundiales), hay que distinguir lo que fue propio de la introducción del modo de producción capitalista en la sociedad (y que ocurrió, como decía Marx, «en el lodo y en la sangre» mediante la creación de un ejército de miserables y mendigos, de las «workhouses», del trabajo nocturno de los niños, de la extracción de la plusvalía absoluta...) de lo que es propio de la agonía de un modo de producción. Del mismo modo que el desempleo ya no es hoy un «ejército industrial de reserva», sino que expresa la incapacidad del sistema capitalista para proseguir lo que fue una de sus tareas históricas (desarrollar el salariado), el retorno de las hambres y de la pauperización absoluta (tras un período durante el cual ésta había sido sustituida por una pauperi­zación relativa) confirma la quiebra histórica total del sistema.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [10]

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