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Revista Internacional nº 33 Segundo trimestre 1983

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abril - junio 1983

Cien años después de la muerte de Marx: el marxismo es el porvenir

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Carlos Marx murió el 14 de Marzo de 1883. Hace pues un siglo que se apagó la voz de quien es considerado por el movimiento obrero como su teórico más  insigne.

       La burguesía, clase a la que Marx combatió sin tregua durante toda su vida y que se lo devolvió con creces, se propone celebrar ese aniversario a su modo, o sea, echando un montón de mentiras sobre la persona y su labor.

       Cada sector de la clase dominante, según su color y los intereses particulares que tiene a cargo defender, según el lugar específico que ocupa en el aparato mistificador, trata el tema a su modo.

       Los que opinaban que Marx era un "ser maléfico", una especie de "encarnación del mal" o "una criatura diabólica" han desaparecido prácticamente; en cualquier caso, son los menos peligrosos hoy. En cambio, quedan muchos para quienes Marx, "un hombre, por cierto, muy inteligente y culto, oiga, pero que se equivocó por completo"; otra variante de ese tema es lo de que "si bien el análisis de Marx era válido para el siglo pasado, hoy está, completamente superado"

       Sin embargo, los más peligrosos no son los burgueses que, de un modo u otro, rechazan explícitamente los aportes de Marx. La peor ralea son los que se reivindican de él, ya sea los que pertenecen a la rama socialdemócrata, a la estalinista, a la trotskista, o a lo que podría denominarse el ramo "universitario", o también los "marxólogos".

       Con ocasión del centésimo aniversario de la muerte de Marx, ya se está viendo a ese mundillo agitarse febrilmente, armando ruido, cacareando con autoridad gallinácea, llenando columnas de periódico y pantallas de televisión.

       Nos incumbe a los revolucionarios, y es ése el único y verdadero homenaje que pueda hacérsele a Marx y su labor, denunciar las mentiras, barrer las alabanzas interesadas, restablecer, en suma, la sencilla verdad de los hechos.

¿Trasnochado Marx?

       Marx descubrió el secreto profundo del modo de producción capitalista: la plusvalía de que se apropia el capitalista gracias al trabajo no pagado de los proletarios. Demostró que en lugar de enriquecerse con su trabajo, el proletario se empobrece, que las  crisis son cada vez mas violentas porque la necesidad de mercados es creciente mientras que, en consecuencia, el mercado mundial se encoge cada día más. Se aferró a demostrar que el capitalismo por sus propias leyes, va todo recto hacia su propia destrucción, creando, por necesidad obligada, las condiciones de la instauración del comunismo. Tras llegar al mundo cubierto de sangre y lodo, tras alimentarse cual caníbal de la fuerza de trabajo de los proletarios, el capitalismo saldrá por el foro en medio de un cataclismo.

Por todo eso, la burguesía se ha empeñado desde hace un siglo, en combatir las ideas de Marx. Son legiones de ideólogos dedicadas, intento tras intento, a echar abajo su pensamiento. Profesores, sabios, predicadores de toda confesión han hecho su oficio de la "refutación" de Marx. Dentro incluso del movimiento obrero, el revisionismo se alzó contra los principios básicos del marxismo en nombre de una "adaptación" de éste a las nuevas realidades del momento, a finales del siglo XIX. No fue por casualidad si Bernstein, teórico del revisionismo, se propuso atacar al marxismo en dos puntos básicos:

  • el capitalismo habría descubierto el medio para superar sus crisis económicas catastróficas;
  • la explotación de la clase obrera podría atenuarse progresivamente hasta desaparecer.

Esas son las dos ideas esenciales que la burguesía ha agitado como señuelo cada   vez  que la situación económica del capitalismo parece mejorar de tal modo que pueden caerle unas cuantas migajas a la clase obrera. Y este fue el caso en particular durante el período de reconstrucción que vino tras la segunda guerra mundial con sus economistas y políticos que predecían alegremente el fin de las crisis. Por ejemplo, el premio Nobel de economía, Samuelson, exclamaba en su libro Económics:

 "...todo ocurre hoy como si la probabilidad de una gran crisis - una depresión profunda, aguda y duradera como la de 1930, 1870 y 1890 - estuviera reducida a cero."

Por otra parte, al presidente Nixon no le daba miedo declarar, el día de su toma de posesión, en Enero de 1969, nada menos que: "Por fin hemos aprendido a gestionar una economía  moderna de manera a asegurar su continua expansión". Y de este modo se expresaban hasta principios de los 70 los que con autoridad científica afirmaban que "Marx estaba superado"[1]

Desde entonces, ya no  se oyen semejantes opiniones. La crisis se despliega sin pausa. Todos los potingues mágicos preparados por los premios Nóbel de las diversas escuelas han fracasado lamentablemente e incluso lo han puesto peor.

Al capitalismo le llegó la hora de los récord: plusmarca de endeudamiento, de cantidad de quiebras, de infrautilización de capacidades productivas, de desempleo. El espectro de la gran crisis de 1929 vuelve a espantar a la burguesía y a sus profesores a sueldo. Su estúpido optimismo ha dejado el sitio al pesimismo más sombrío y al desconcierto. Hace ya años, el mismo premio Nóbel Samuelson, podía comprobar, desamparado, ¡la crisis de la ciencia económica!, que aparecía incapaz de aportar soluciones a la crisis. Hace año y medio, otro premio Nóbel, Friedman, confesaba que "ya no entendía nada de nada". Más recientemente, otro Nóbel más, Von Hayek constataba que "el crac es inevitable", y "no se puede hacer nada en contra".

En el epílogo a la segunda edición alemana del Capital, Marx hacía constar que "la crisis general ... (por) la extensión universal del escenario en que habrá de desarrollarse y la intensidad de sus efectos, harán que les entre por la cabeza la dialéctica hasta a esos mimados advenedizos del nuevo sacro imperio prusiano - alemán", que crecieron como hongos durante una fase de prosperidad del capitalismo. Esos advenedizos de hoy, especialistas de la manipulación, los economistas, están viviendo la misma experiencia, pero la crisis desenfrenada de nuestros días los está volviendo tontos de solemnidad. Empiezan, eso sí, a comprender con espanto que su "ciencia" es impotente, que no "puedan hacer nada" para sacar al capitalismo del abismo.

No sólo Marx no está "trasnochado" hoy; lo que importa es afirmar claramente que nunca sus análisis habían sido tan actuales.

Toda la historia del siglo XX es una ilustración de la validez del marxismo, las dos guerras mundiales y la crisis de los años 30 fueron la prueba del carácter insuperable de las contradicciones que corroen el modo de producción capitalista. El auge revolucionario de los años 1917 - 23, a pesar de su derrota, confirmó que el proletariado es la única clase revolucionaria de hoy, la única fuerza de la sociedad capaz de echar abajo al capitalismo, de ser el "enterrador", como dice el Manifiesto Comunista, de ese sistema moribundo.

La crisis aguda del capitalismo que se despliega hoy está barriendo todas las ilusiones sembradas por la reconstrucción de la segunda posguerra. Las ilusiones de un capitalismo próspero, de la "coexistencia pacífica" entre ambos grandes bloques imperialistas, del "aburguesamiento" del  proletariado y del final de la lucha de clases, han sido barridas todas ellas por el resurgir de la clase obrera desde 1968-69 confirmado en los años siguientes hasta el momento álgido de los combates en Polonia en 1980. Una vez más queda al descubierto con toda claridad la alternativa plasmada por Marx y Engels: "Socialismo o caída en la barbarie".

Por todo eso, el primer homenaje al pensamiento de Marx en el centésimo aniversario de su muerto lo hacen los hechos mismos: la crisis, la agravación irremediable de las  convulsiones capitalistas, el resurgir histórico de la lucha de clase. Ese es el mejor homenaje a quién escribía en 1844: "Saber si el pensamiento humano puede alcanzar la verdad objetiva no es una cuestión de teoría sino que es una cuestión práctica. Es en la práctica en donde el ser humano debe probar la verdad, o sea la realidad, la potencia, la materialidad de su pensamiento" (Karl Marx : Tesis sobre Feuerbach)

 

La utilización de Marx contra la clase obrera

 "En vida de los grandes revolucionarios, las clase opresoras los someten a constantes persecuciones, acogen su doctrinas con la rabia mas salvaje, con el odio mas furioso, con la campaña mas desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimida, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de éstas, envileciéndola (Lenin, El Estado y la Revolución).

Esas palabras de Lenin escritas en 1917 contra la socialdemocracia y sobre todo contra al "Papa" de ésta, Karl Kautsky, se han realizado con creces después, a una escala que su autor no hubiera imaginado nunca, pues él mismo fue transformado, tras su muerte, en "icono inofensivo" en el sentido más real de la palabra: su momia instalada en un lugar de peregrinación.

La socialdemocracia en degeneración, pasada abiertamente al campo burgués en 1914, había hecho ya mucha labor para "castrar" el pensamiento de Marx, vaciándolo de todo contenido revolucionario. La primera ofensiva contra el marxismo, el de Bernstein a finales del siglo XIX, se propuso "revisar" la teoría; la de Kautsky, por los años 1910, se hizo en nombre de la "ortodoxia marxista". Espigando por aquí y por allá  citas de Marx y Engels, les hacían decir todo lo contrario de su pensamiento verdadero. Así ocurrió, en particular, con la  cuestión del Estado burgués. Aún cuando, tras la Comuna de París, Marx afirmó claramente la necesidad de destruirlo, Kautsky, ocultándolo, se las agencia para encontrar fórmulas que podrían dar crédito a la idea contraria. Y como ningún revolucionario, incluidos los mas insignes, está a salvo de ambigüedades, e incluso de errores, Kaustsky consiguió lo que se proponía en beneficio de las prácticas reformistas de la socialdemocracia, en detrimento del proletariado y de su lucha.

La ignominia socialdemócrata no se paró en la falsificación del marxismo. La falsificación anunciaba, después de haber trabajado por la desmovilización total del proletariado frente a la amenaza de guerra, la traición completa, el paso con armas y equipo al campo de la burguesía. En nombre del "marxismo" saltó a pies juntillas en el charco de sangre y lodo de la primera guerra imperialista y ayudó a la burguesía  mundial a tapar las brechas que en el edificio ruinoso del capitalismo había abierto la revolución de 1917, mandó asesinar a Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y millares de espartaquistas en 1919. Usurpando el nombre de Marx, la socialdemocracia obtuvo poltronas ministeriales en los gobiernos burgueses,  puestos de jefes de policía, gobernadores en las colonias. Invocando a Marx se convirtió en verdugo del proletariado europeo y de las poblaciones de las colonias.

Pero la palma de la vileza e ignominia se la llevaría el estalinismo, continuador y superador con creces de las falsificaciones  socialdemócratas del marxismo, las cuales se quedaron cortas al lado de las de aquél. Nunca antes, una ideología de la burguesía  había dado pruebas de semejante cinismo para deformar la menor frase,  dándole el sentido contrario de su sentido profundo.

Aun cuando el internacionalismo, la negación del patrioterismo de cualquier tipo, había sido la piedra clave tanto de la revolución de Octubre de 1917 como de la fundación de la Internacional Comunista, le incumbe a Stalin y a sus cómplices inventar la monstruosa teoría de la "construcción del socialismo en un solo país". Y eso lo hace ¡en nombre de Engels y de Marx, que escribían ya en 1847!: "La revolución comunista... no será revolución puramente nacional, se producirá a la vez en todos los países civilizados... Es una revolución universal" (Principios del comunismo).

"Los proletarios no tienen patria" (Manifiesto Comunista), en nombre de ellos el partido bolchevique degenerado y los demás partidos llamados "comunistas" llamaban a la defensa de la "patria socialista" y más tarde a la defensa del interés nacional, de la patria, de las banderas de sus países respectivos. Comparado con la historia patriotera de los partidos estalinistas antes, durante y después de la 2da carnicería imperialista, comparado con los titulares de L'Humanité en 1944 de "A cada cual su alemán" y  "¡Viva la Francia eterna", el socialchovinismo  de los socialistas en 1914 se quedó corto[2]. Enemigo del Estado de manera mucho más consecuente que el anarquismo, enemigo de la religión, el marxismo se ha convertido en manos estalinistas en una especie de la religión de Estado. Marx, que consideraba incompatible la existencia del Estado y la de la libertad, que consideraba Estado y esclavitud como cosas inseparables, es utilizado como martillo ideológico por los poderes en la URSS y sus satélites, es utilizado como pilar portador del aparato represivo policiaco. Marx, que entró en el combate político denunciando la religión como "opio del pueblo", es recitado cual catecismo por millones de escolares. Marx consideraba que la dictadura del proletariado era la condición de la emancipación de los explotados y de la sociedad entera: ahora es en nombre de la "dictadura del proletariado" que la burguesía reina mediante el terror más bestial sobre cientos de millones de proletarios.

Tras la oleada revolucionaria de la primera posguerra, la clase obrera ha soportado la más terrible contrarrevolución de su historia. Y la principal punta de lanza de la contrarrevolución fue la "patria socialista" y los partidos que de ella se reclamaban. Y ha sido en nombre de Marx y de la revolución comunista por la que él lucho toda su vida, que la contrarrevolución ha sido llevada a cabo con su ristra de millones de cadáveres en los campos del estalinismo y del segundo holocausto imperialista. Todas las bajezas en la que se revolcó la socialdemocracia, el estalinismo las renovó multiplicándolas.

 

Marx : ¿sabio o militante?

A la burguesía no le ha bastando con transformar a Marx y el marxismo en símbolos de la contrarrevolución. Para rematar su labor, tenía que meterlo en disciplinas universitarias, convertirlo en tesis de filosofía, de sociología, de economía. Con ocasión de este centésimo aniversario de su muerte, junto a socialistas y estalinistas, se ve ya agitarse a "marxólogos" y demás, los cuales suelen ser, por cierto, socialistas o estalinistas. Siniestra ironía: Marx, que se negó a hacer carrera universitaria para poder entregarse a la lucha revolucionaria, es colocado junto a filósofos, economistas y demás ideólogos de la burguesía.

Es muy cierto que en muchas áreas del pensamiento, hay un "antes" y un "después" de Marx, y muy especialmente en la economía. Tras la enorme contribución de Marx en la compresión de las leyes económicas de la sociedad, esa disciplina quedó totalmente cambiada. Pero no es ése un fenómeno idéntico al del descubrimiento de una gran teoría en el área de la física, por ejemplo. En este caso, el descubrimiento es el punto de partida de todo un progreso en el conocimiento; así, el "después" de Einstein ha sido una profundización considerable en la interpretación de las leyes del universo. En cambio, los descubrimientos de Marx en economía no inician, para los pontífices economistas de la burguesía, progresos en esa disciplina, sino, al contrario, una enorme regresión. La razón es muy sencilla. Los economistas de antes de Marx eran los representantes intelectuales de una clase portadora del progreso histórico, de una clase revolucionaria en la sociedad feudal: la burguesía. Smith, Ricardo y demás, a pesar de sus insuficiencias, fueron capaces de hacer avanzar el conocimiento de la sociedad porque defendían un modo de producción, el capitalismo, que, en aquel entonces, era una etapa progresiva en la evolución de la sociedad. Contra el oscurantismo típico de la sociedad feudal, les era necesario el mayor rigor científico que sus tiempos les permitían.

Marx saludó y utilizó las obras de los economistas clásicos. Sin embargo, sus objetivos eran totalmente diferentes de los de aquellos. Si Marx estudió la economía capitalista, no fue, desde luego, para que mejorara su funcionamiento, sino para combatirla y destruirla. Por eso fue por lo que escribió una Crítica de la economía política. Y es precisamente porque enfoca su obra sobre la sociedad burguesa desde el punto de vista de su derrocamiento revolucionario por lo que es capaz de comprender tan bien sus leyes. Sólo una clase que no tiene interés alguno en que se mantenga el capitalismo, o sea el proletariado, puede poner al descubierto sus contradicciones mortales. Si Marx hizo que progresara tanto el conocimiento de la economía capitalista, fue ante todo porque era un combatiente de la revolución proletaria.

Después de Marx, todo progreso nuevo en el conocimiento de la economía capitalista no podía hacerse sino a partir de sus descubrimientos y, por lo tanto, a partir del mismo punto de vista de clase. En cambio, la economía política burguesa, que, por definición, rechaza ese punto de vista, es obligatoriamente una disciplina apologética destinada a justificar con cualquier argumento el mantenimiento del capitalismo, incapaz, por eso mismo, de entender sus verdaderas leyes. El marxismo es la teoría del proletariado, no puede ser una asignatura universitaria. Solo un militante revolucionario puede ser marxista, porque la unidad entre pensamiento y acción es precisamente uno de los fundamentos del marxismo, que se expresa con claridad desde 1844 en las Tesis sobre Feuerbach y sobre todo en la última: "Hasta ahora, los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo de diferentes maneras; de lo que se trata hoy es de transformarlo".

Hay quienes han pretendido hacer de Marx un sabio encerrado con sus libros, fuera del  mundo. Nada más lejos de la realidad. Un día que sus hijas le hicieron contestar a un cuestionario (publicado por Riazanov con el título de Confesión), a la pregunta de cual es su idea de la felicidad, Marx les contesta: "La lucha". Y desde luego, fue la lucha la médula de su vida, como lo es de cualquier militante revolucionario.

Desde 1842, cuando todavía no se ha adherido al comunismo, inicia Marx su combate político contra el absolutismo prusiano en la redacción de la Gaceta Renana. Luego será un luchador incansable a quien las autoridades europeas expulsan de un país a otro hasta que se afinca definitivamente en Londres en agosto de 1849. Entre tanto, Marx ha participado directamente en los combates de la oleada revolucionaria que sacudió Europa en 1848-49. Y en los combates participó también con su pluma, dirigiendo la Nueva Gaceta Renana,  diario publicado en Colonia entre Junio de 1848 y Mayo del 49, invirtiendo en él todos sus ahorros. Pero su más alta contribución a la lucha del proletariado la hizo en la Liga de los Comunistas. Esa es una constante en Marx: contrariamente a ciertos "marxistas" de hoy, él considera que la organización de revolucionarios era un instrumento esencial de la lucha proletaria. El texto más célebre y el más importante del movimiento obrero, El Manifiesto Comunista, redactado por Marx y Engels en 1847, se titulaba en realidad Manifiesto del Partido Comunista. Fue el programa de la Liga de los Comunistas a la cual se habían adherido los dos compañeros unos meses antes y después de que "fuera eliminado de los Estatutos todo lo que favorecía la superstición  autoritaria" (Marx).

Igual que con la Liga de Comunistas, Marx ocupó un lugar preponderante en la fundación  y la vida de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), o sea, en la Primera gran organización mundial del proletariado. A él le debemos el Saludo inaugural y los Estatutos de la AIT y la mayoría de los textos fundamentales de ésta, en particular el texto sobre La Guerra Civil en Francia  escrito durante la Comuna de París. Pero su contribución a la marcha de la AIT no quedó limitada a eso. De hecho, entre 1864 y 72, su actividad en el seno del Consejo General de la internacional fue cotidiana e infatigable. El era su verdadero animador. Su participación en la vida de la AIT le ocupó cantidad de tiempo y energías que no pudo consagrar a terminar su trabajo teórico. El capital, cuyo primer libro fue publicado en 1867 y los demás sólo después de su muerte en ediciones a cargo de Engels. Pero fue esa una opción deliberada. Marx consideraba su actividad militante en la AIT como fundamental, pues ésta era la organización viva de la clase obrera mundial, de la clase que al emanciparse a sí misma debía emancipar a la humanidad. "La vida de Marx sin la Internacional hubiera sido como una sortija sin diamante", como escribió Engels.

Por la profundidad de su pensamiento y el vigor de su forma de razonar, por la amplitud de su cultura y su búsqueda infatigable de nuevos conocimientos, Marx se asemeja sin dudad alguna a lo que se da en llamar "un sabio". Pero sus descubrimientos no fueron nunca para él fuente de honores ni títulos oficiales ni de ventajas materiales. Su compromiso con la clase obrera, cimiento de la energía con la que llevaba  a cabo su trabajo, le granjeó al contrario, el odio y los ataques constantes de la "buena sociedad" de su tiempo. También ello le llevó a  tener que pelearse durante casi toda su vida contra una gran miseria material. "No sólo por la pobreza en que vivía, sino por inseguridad total de su existencia, Marx compartió el sino del proletariado moderno", como escribió su biógrafo Franz Mehring.

Y en ningún momento, la adversidad ni las más crueles derrotas sufridas por el proletariado consiguieron desviarlo de su combate. Muy al contrario, como él mismo lo escribía a Johan Philipp Becker:"...todas las naturalezas del mejor carácter, una vez comprometidas por la vía revolucionaria, sacan continuamente nuevas fuerzas en la derrota, se hacen cada vez mas decididas a medida que el río de la historia las arrastra mas lejos".

Ser marxista hoy

En la historia del pensar humano, no ha habido nunca maestro que haya sido, a su pesar, traicionado por uno u otro de sus discípulos. También a Marx le ocurrió como a los demás, comprobando aun en vida como su método de análisis de la realidad lo transformaban algunos en vulgar mecanismo. Ya de antemano, Marx declinó toda responsabilidad del uso endulzado que de él hacían ciertos socialdemócratas. Lo que importaba  para él, era que se estudiara una sociedad en evolución constante con un método y no que se usaran de cualquier manera cada una de sus palabras y frases como si fuera una escolástica muerta, como leyes invariables. Andar buscando en Marx soluciones listas para  su uso, transplantándolas de una época  pasada a una época nueva, es helar un pensamiento cuya esencia es la de estar siempre vigilante y ser un arma crítica. Por eso, más que aceptar sin examen lo que nos legó Marx, el marxista de hoy debe determinar  con exactitud lo que sigue siendo útil para la lucha de clases y lo que ya no lo es. En una serie de cartas de Engels a Sorge (1886-1894), aquél anima a éste a no caer en el papanatismo beato, ya que, según los propios términos del coautor del Manifiesto Comunista y de La Ideología Alemana, Marx no pretendió nunca construir una teoría rígida, una ortodoxia. Y cuando rechazamos el doctrinarismo "invariante" es porque nos negamos a aceptar un contrasentido absoluto, o sea, una teoría verdadera para siempre jamás, una especie de Verbo que engendraría la acción, que está esperando a los catecúmenos para convertirse en acción.

La teoría de la "invariabilidad" del marxismo es defendida por los Partidos Comunistas Internacionales ("Programa Comunista"), bordiguistas. Aunque esa teoría es, en fin de cuentas, la otra cara de la misma moneda que el "revisionismo", no se pueden poner  en el mismo plano. La teoría de la "invariabilidad" fue una reacción contra la degeneración de la Tercera Internacional, contra la contrarrevolución, contra los revisionismos y contra el uso del "marxismo" como religión de Estado. Pero fue, en definitiva, una reacción primaria, superficial, sin la necesaria crítica histórica, una reacción que creía exorcizar el estalinismo y la contrarrevolución transformando los principios del marxismo en dogmas, con lo cual no hacían sino quedarse en el mismo plano que el enemigo de clase[3].

Esa "invariabilidad" no se encuentra en parte alguna en la obra de Marx, pues con esa visión se es incapaz de distinguir lo transitorio de lo permanente. Y al no corresponder a las situaciones nuevas y multiformes queda eliminada como método de interpretación de los hechos. Su verdad es apariencia engañosa por mucho que griten los defensores de esa "invariabilidad".

 "Esas ideas sólo tienen interés para una clase saciada, que se siente a gusto, que se ve confortada en la situación presente. Pero no le sirven para nada a una clase que lucha y se esfuerza por progresar y a la que la situación alcanzada deja necesariamente insatisfecha". (En el centro de la concepción materialista, Korsch). 

Ser marxista hoy no es pues reivindicarse al pie de la letra de cada uno de los escritos de Marx. Eso plantearía, por cierto, problemas serios teniendo en cuenta que en la obra de Marx hay pasajes que se contradicen. Lo cual no es en absoluto una prueba de falta de coherencia en su pensamiento; incluso sus adversarios han reconocido la impresionante coherencia de su enfoque y de su obra. Es, al contrario, la señal de que su pensamiento estaba vivo, que estaba en constante vigilancia y atento a la realidad y a la experiencia histórica, del mismo modo que:

 "...Las revoluciones proletarias como las del siglo XIX se critican a sí mismas sin tregua, interrumpen su curso a cada paso, vuelven a lo que ya parecía cumplido para empezar de nuevo, hacen escarnio de las vacilaciones, flaquezas y miserias de sus primeras tentativas" (Marx, El 18 de Brumario).

Tampoco dudó Marx en poner en tela de juicio sus análisis anteriores. Por ejemplo,  en el prefacio a la edición alemana del Manifiesto Comunista de 1872, reconocía que:

 "...no hay que dar demasiada importancia a las  medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. Ese pasaje sería hoy redactado de otra manera por bastantes razones... La Comuna, sobre todo, ha demostrado que la ‘clase obrera no puede contentarse  con apoderarse de la máquina estatal dejándola tal como es y haciéndola funcionar para  sus propios fines' ".

Ese es el enfoque de los auténticos marxistas. Fue el de Lenin, quién en 1917 combatió contra los mencheviques, los cuales  se apoyaban en la letra de la obra de Marx para apoyar a la burguesía y oponerse a la revolución proletaria en Rusia. Fue el  de Rosa Luxemburgo, quién en 1906, se enfrenta  a los jerifaltes sindicales, los cuales condenan la huelga de masas basándose en un texto de Engels de 1873 escrito contra los anarquistas y su mito de la "huelga general". La defensa de la huelga de masas como arma fundamental de la lucha proletaria del período nuevo, Rosa la hace precisamente en nombre del marxismo:

"Y aunque la revolución rusa hace indispensable la revisión fundamental del viejo punto de vista marxista respecto a la huelga de masas, también es verdad que los métodos y los puntos de vista generales del marxismo salen vencedores bajo forma nueva"(Huelga de Masas, Partido y Sindicatos, Rosa Luxemburgo).

Ser marxista hoy, es utilizar "los métodos y los puntos de vista generales del marxismo", en la definición de las tareas que le impone al proletariado el nuevo período abierto en la vida del capitalismo con la primera guerra mundial, o sea, el período de decadencia de ese modo de producción[4].

Ser marxista hoy es, en particular, denunciar cualquier tipo de sindicalismo por las mismas razones de método que las que llevaron a Marx y a la AIT a animar y apoyar la sindicalización de los obreros. Es combatir cualquier participación en el parlamento y en las elecciones, con el mismo enfoque metodológico que animaba el combate de Marx y Engels contra los anarquistas y su abstencionismo. Es negar el mas mínimo apoyo a las denominadas "luchas de liberación nacional" de hoy por las mismas razones de método que las de la Liga de los Comunistas y la AIT para apoyar en algunos casos y en circunstancias muy precisas a ciertas luchas de liberación nacional de su tiempo.

Ser marxista hoy es rechazar el concepto de partido de masas  para la revolución futura, por las mismas razones de principio que hicieron que la Primera y Segunda Internacionales fueran organizaciones de masas.

Ser marxista hoy es sacar las lecciones de toda la experiencia del movimiento obrero, de los aportes sucesivos de la Liga de los Comunistas, de la Primera, Segunda y Tercera Internacionales  y de las Fracciones de Izquierda que de ésta última salieron cuando su degeneración, para así ser capaces de fecundar los combates proletarios que la crisis del capitalismo ha hecho surgir desde finales de los 60, dándoles las armas necesarias para destruir el capitalismo.

RC/FM


[1] Hay que señalar que los defensores declarados del sistema capitalista no fueron los únicos defensores de esa idea. En los años 50 y 60 se desarrolló entre grupos e individuos que se reivindicaban, en principio, de la revolución comunista, una tendencia a cuestionar las lecciones básicas del marxismo. Así fue con el grupo "Socialisme ou Barbarie" en Francia, el cual se montó una tesis sobre la "dinámica del capitalismo" afirmando que Marx se había equivocado por completo al intentar demostrar el carácter insoluble de las contradicciones de ese sistema, todo ello bajo la batuta del "gran teórico" Castoriadis (alias Chaulieu, alias Cardan). Las aguas han vuelto desde entonces a sus cauces: el profesor Castoriadis se ha hecho notar como garantía "de izquierdas" de los esfuerzos belicistas del pentágono, publicando un libro en el cual "demuestra" que los EEUU van con mucho retraso respecto a la URSS en lo que a armamento se refiere. Ni más ni menos. De modo tan natural, al rechazar el marxismo, Castoriadis no ha podido sino caer en brazos de la burguesía

[2] Debe quedar claro que todo eso no excusa en nada los crímenes socialdemócratas ni disminuye su gravedad. Es evidente que el proletariado no debe escoger entre la peste socialdemócrata y el cólera estalinista. Ambos van por el mismo camino y persiguen las mismas metas, o sea, el mantenimiento del régimen capitalista con métodos a veces diferentes a causa de las condiciones particulares de los países en que actúan. Lo que hace que el estalinismo sobrepase en ignominia  y cinismo a la socialdemocracia es el lugar extremo que ocupa en el capitalismo decadente, en su evolución hacia su forma histórica de capitalismo de Estado y el desarrollo del totalitarismo estatal. Ese proceso inexorable del capital exige, en los países atrasados en los cuales la burguesía privada está menos desarrollada y es ya senil, la presencia de una fuerza política especialmente brutal capaz de instaurar  como sea un régimen de capitalismo  de Estado. El estalinismo es una de las formas con la que se presentan esas fuerzas políticas; además de llevar a cabo una opresión sangrienta, tiene la peculiaridad de instaurar el capitalismo de Estado en nombre del "socialismo", del "comunismo" o del "marxismo".

[3] Con medios mucho mas limitados, los trotskistas les siguen los pasos a sus hermanos mayores socialdemócratas y estalinistas. Se reivindican de Marx y del marxismo con vehemencia, lo que no impide que desde hace ya mas de 40 años no hayan fallado una ocasión de entregar su apoyo "crítico", como ellos dicen, a las ignominias estalinistas (resistencias, defensa de la URSS, exaltación de las pretendidas luchas de liberación nacional, apoyo a los gobiernos de izquierda...)

[4] Sobre el bordiguismo y los PCInt, han aparecido ya múltiples artículos en esta revista, por ejemplo, en la anterior, № 32, una serie de artículos sobre la crisis del PCInt (Programa Comunista) y en este mismo número, un texto de Internationalisme de 1947

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El marxismo: la teoría revolucionaria [1]

Estructura y funcionamiento de la organización revolucionaria

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(Conferencia Internacional,  Enero  82)

I

La estructura que se da la organización de los revolucionarios corresponde a la función que asume en la clase obrera. Esta función comporta tareas válidas en todas las  etapas del movimiento obrero y también tareas más particulares en tal o cual época de éste,  o sea que la organización de los revolucionarios tiene características constantes y características más circunstanciales, mas determinadas por las condiciones históricas en las que surge y se desarrolla.

Entre las características constantes, podemos determinar:

A)    La existencia de un programa válido para toda la organización. Este programa, al ser la síntesis de la  experiencia del  proletariado del cual la organización revolucionaria es parte, y porque es emanación de una clase que no tiene solamente una existencia presente sino sobre todo un porvenir histórico,

  • expresa ese porvenir plasmándolo en objetivos de clase y del camino a seguir para alcanzarlos,
  • reúne las posiciones esenciales que la organización debe defender en la clase,
  • sirve de base de adhesión a la organización de revolucionarios;

B)     Su carácter unitario, expresión de la unidad de su programa y de la unidad de la clase de la que emana, que en la práctica se traduce en la centralización de su estructura.

Entre las características variables podemos señalar:

  1. El carácter más o menos amplio de su estructura, según que se sitúe en los  balbuceos del movimiento obrero (sociedades secretas, sectas), en su etapa de pleno desarrollo dentro de la sociedad capitalista (partidos de masa en la segunda Internacional) o en su etapa de enfrentamiento directo con el capitalismo para la destrucción de éste (período abierto con la revolución de 1917 y la fundación de la  Internacional Comunista) que impone a la organización criterios de selección mas  estrictos y mas restringidos;
  2.  El plano en que se plasma mas directamente su unidad programática y orgánica: carácter nacional, en el seno de un  capitalismo en pleno desarrollo porque se veía confrontada a tareas mas específicas según los países donde llevaba a cabo sus luchas (partidos de la Segunda Internacional); carácter internacional cuando el proletariado no tiene mas tarea a la orden del día que la revolución mundial, es decir, en la decadencia del capitalismo.

II

El modo de organización de la CCI participa directamente de esos elementos:

  • unidad programática y orgánica a escala mundial,
  • organización "restringida" con criterios de adhesión estrictos.

Sin embargo, el carácter unitario a nivel internacional es mucho mas fuerte en la CCI porque, contrariamente a las primeras organizaciones nacidas en el período de decadencia (Internacional Comunista, Fracciones de Izquierda), no tiene ningún enlace orgánico con las organizaciones procedentes de la Segunda Internacional donde la estructuración por naciones estaba mucho mas marcada. Por ello la CCI ha surgido desde el principio como organización internacional suscitando la aparición progresiva de secciones  territoriales y no como resultado de un proceso de aproximación de organizaciones ya formadas a nivel nacional.

Este elemento más bien "positivo" resultante de esa ruptura orgánica está contrarrestando sin embargo por toda una serie de debilidades relacionadas con dicha ruptura y que conciernen a la comprensión de las cuestiones de organización, debilidades que no son exclusivas de la CCI, sino que afectan al conjunto del medio revolucionario. Estas debilidades, que se han manifestado de nuevo en la CCI, motivaron la celebración de una Conferencia Internacional y el presente texto.

III

En el centro de las incomprensiones que han lastrado a la CCI está la cuestión de la centralización. La centralización no es un principio abstracto o facultativo de la estructura de la organización. Es la plasmación de su carácter unitario, de que una sola y única organización la que toma posición y actúa en la clase. En las relaciones entre las diferentes partes de la organización y el todo, este es siempre prioritario. No puede existir frente a la clase una posición política o una concepción de la intervención particular de tal o cual sección territorial o local. Estas deben concebirse siempre como partes de un todo. Los análisis y posiciones que se expresan en la prensa,  hojas, reuniones públicas, discusiones con los simpatizantes, los métodos empleados tanto en nuestra propaganda como en nuestra vida interna son los de la organización en su conjunto, aunque existan desacuerdos sobre tal o tal punto, en tal o cual lugar,  en tal o cual militante y aunque la organización saque al exterior los debates políticos que se desarrollan en su seno. Debe proscribirse la concepción según la cual tal o cual parte de la organización puede adoptar frente a la clase o frente a la organización posiciones o actitudes que le parecen correctas en lugar de las de la organización que serían erróneas, pues:

  • si la organización va por un camino equivocado, la responsabilidad de los miembros que creen defender una posición correcta no es salvarse ellos, sino llevar a cabo una lucha dentro de la organización para  que vuelva por "buen camino"[1];
  • esa concepción conduce a que una parte de la organización imponga arbitrariamente su propia posición a toda la organización sobre tal o cual aspecto del trabajo (local o específico).

En la organización, el todo no es igual a la suma de las partes. Estas reciben un mandato para cumplir determinadas actividades particulares (publicaciones territoriales, intervenciones  locales...), siendo responsables ante el conjunto del mandato que han recibido.

IV

El momento culminante en que se expresa con toda su amplitud la unidad de la organización es su Congreso Internacional. En él se define, enriquece o rectifica el programa de la CCI, se precisan o modifican sus modalidades de organización o funcionamiento, se adoptan análisis y orientaciones de conjunto, se hace un balance de sus actividades anteriores y se elaboran sus perspectivas de trabajo para el futuro. Por ello la organización en su conjunto debe asumir con el mayor cuidado y energía la preparación del Congreso. Las orientaciones y decisiones de los Congresos deben servir de referencia permanente para la vida de la organización.

V

Entre dos Congresos la unidad y la continuidad de la organización se expresan en la  existencia de órganos centrales nombrados  por el Congreso y responsables ante él. En los órganos centrales descansa la responsabilidad (según su nivel de competencia: internacional o territorial) de:

  • Representar a la organización cara al exterior,
  • Tomar posición cuando sea necesario en base a las orientaciones definidas  en el Congreso,
  • Coordinar y orientar el conjunto de actividades de la organización,
  • Velar por la calidad de la intervención, especialmente de la prensa,
  • Animar y estimular la vida interna de la organización principalmente mediante la puesta en circulación de boletines de discusión internos y con tomas de posición sobre los debates cuando sea necesario,
  • Gestionar los recursos financieros y los materiales de la organización;
  • Poner en funcionamiento todas las medidas necesarias para garantizar la seguridad de la organización y su aptitud para cumplir sus tareas,
  • Convocar los Congresos.

El órgano central es una parte de la organización y como tal es responsable ante ella cuando ésta se reúne en Congreso. Sin embargo, es una parte que tiene como función específica expresar  y representar al conjunto de la organización, por lo que sus decisiones y posiciones tienen primacía siempre sobre cualquiera de las demás partes tomadas por separado.

Contrariamente a ciertas concepciones, sobre todo las llamadas "leninistas", el órgano central es un instrumento de la organización y no al revés. No es la cumbre de una pirámide según una visión jerárquica y militar de la organización de los revolucionarios. La organización no está formada por un órgano central más los militantes, sino que es un tejido firme y unido en cuyo seno se insertan, y viven todos sus componentes. Ante todo hay que ver al órgano central como el núcleo de una célula que coordina el metabolismo de una entidad viva.

En este sentido el conjunto de la organización está concernida de forma constante por las actividades de sus órganos centrales los cuales tienen como mandato hacer informes regulares de sus actividades. Aunque es únicamente ante el Congreso donde rinden cuentas los organismos centrales, han de mantener la mayor atención en cuanto a la vida de la organización.

Según las necesidades y las circunstancias  los órganos centrales pueden designar en su seno subcomisiones que tienen la responsabilidad  de ejecutar y hacer cumplir las decisiones adoptadas en las reuniones plenarias  de los órganos centrales, así como cumplir las tareas que sean necesarias entre dos  reuniones plenarias (especialmente las tomas de posición).

Estas subcomisiones son responsables ante las reuniones plenarias. Más generalmente, las relaciones establecidas entre el conjunto de la organización y los órganos centrales son válidas igualmente entre éstos y sus subcomisiones permanentes.

VI

La voluntad de la mayor unidad posible en el seno de la organización preside igualmente los mecanismos que permiten la toma de posición y el nombramiento de los órganos centrales. No existe un mecanismo ideal que garantice la mejor opción en las decisiones  que haya que tomar, en las orientaciones que adoptar y los militantes que nombrar para los órganos centrales. Sin embargo, el voto y la elección son los que permitan garantizar mejor tanto la unidad de la organización  como la mayor participación posible del conjunto de ésta en su propia vida.

En general, las decisiones a todos los niveles (congresos, órganos centrales, secciones locales) se toman (cuando no hay unanimidad) por mayoría simple. Sin embargo, ciertas  decisiones que pueden tener una repercusión directa en la unidad  de la organización (modificación de la Plataforma o de los Estatutos, integración o exclusión de militantes) son tomadas por una mayoría mas fuerte que la simple ( 3/4,  3/5  .....).

Y, al contrario, y por aquellas misma voluntad de unidad, una minoría de la organización puede provocar la convocatoria de un Congreso Extraordinario a partir  del momento en que es significativa (por ejemplo las  2/5 partes); como regla general, le incumbe al Congreso zanjar las cuestiones esenciales y la existencia de una fuerte minoría que exija su celebración es indicio de que hay  problemas importantes en la organización.

Finalmente, es evidente que el voto no tiene sentido más que si los miembros que están en minoría aplican las decisiones adoptadas y que por lo tanto ya son las de la organización.

En el nombramiento de los órganos centrales es necesario tomar en cuenta tres elementos:

  • La naturaleza de las tareas que han de cumplir esos órganos,
  • La aptitud de los candidatos para esas tareas,
  • Su capacidad para trabajar de forma colectiva.

Por ello puede decirse que la asamblea (congresos y demás) que debe designar un órgano central nombra a un equipo: de ahí que sea el órgano central saliente el que hace una propuesta de candidatos. Sin embargo, la asamblea puede (y es derecho de todo militante) proponer otros candidatos si lo estima necesario y, en todo caso, elegir individualmente los miembros de los órganos centrales. Solo este tipo de elección permite a la organización dotarse de órganos en los que tenga la máxima confianza.

El órgano central tiene la responsabilidad de que se apliquen y defiendan las decisiones y orientaciones adoptadas por el Congreso que lo ha elegido. En ese sentido, es  oportuno que figure en su seno una fuerte proporción de militantes que, en el Congreso, se han pronunciado a favor de estas decisiones y orientaciones. Esto no quiere decir que solamente los que han defendido en el Congreso las posiciones mayoritarias, posiciones que se han convertido en las de la organización, puedan formar parte del órgano central.

Los tres criterios definidos arriba  son válidos cualesquiera que sean las posiciones defendidas en los debates por tal o cual candidato. Esto no quiere decir, sin embargo, que deba existir un principio de representación - por ejemplo proporcional - de las posiciones minoritarias en el órgano central. Es esa una práctica corriente en los partidos burgueses,  particularmente en los partidos socialdemócratas cuya dirección está  constituida por representantes de las diferentes corrientes o tendencias en proporción a los votos obtenidos en el Congreso. Semejante forma de designación del órgano central corresponde al hecho de que, en una organización burguesa, la existencia de divergencias se debe a la defensa de tal o cual orientación de gestión del capitalismo, o, mas sencillamente, a la defensa de los intereses de tal o cual sector de la clase dominante o de tal o cual camarilla, orientaciones e intereses que se mantienen de forma duradera y que tienen que ser conciliados  mediante un "reparto equitativo" de puestos entre sus representantes. Nada de eso ocurre en una organización comunista donde las divergencias no expresan en manera alguna la defensa de intereses materiales, o de grupos de presión particulares, sino  que son la traducción de un proceso vivo y dinámico de clarificación de los problemas que se le plantean a la clase y que tiendan por definición a ser superados por la profundización de la discusión y a la luz de la experiencia. Una representación estable, permanente y proporcional de las diferentes posiciones aparecidas  en los diversos puntos del orden del día de un  Congreso, daría la espalda al hecho de que los miembros de los órganos centrales:

  • tienen como primera responsabilidad aplicar las decisiones y las orientaciones del Congreso,
  • pueden perfectamente cambiar de posición  personal (en un sentido como otro) con la evolución del debate.

VII

Hay que acabar con el uso de los términos "democrático" y "orgánico" para calificar la centralización de las organizaciones revolucionarias:

  • porque no hace avanzar en nada la comprensión de la centralización;
  • porque esos términos llevan en sí las taras de las prácticas  que, en la historia,  han designado.

En efecto, el "centralismo democrático"  (término acuñado por Lenin) está marcado por el sello del estalinismo que lo ha empleado para enmascarar y encubrir el proceso de aplastamiento y liquidación de toda vida revolucionaria en los partidos de la internacional; proceso en el cual, por otra parte, Lenin tiene una gran responsabilidad por haber pedido y obtenido en el X° Congreso del PCUS (1921) la prohibición  de las fracciones, que erróneamente estimaba necesaria, incluso provisionalmente, ante las terribles dificultades que atravesaba la revolución. Por otra parte, la reivindicación de un "verdadero centralismo democrático" tal como era practicado en el partido Bolchevique, no  tiene sentido tampoco en la medida en que:

  • hay que rechazar algunas concepciones defendidas por Lenin, sobre todo en Un paso adelante, dos pasos atrás, en relación con el carácter jerárquico y "militar" de la organización, y que han sido explotadas por el estalinismo para justificar sus métodos;
  • el término "democrático" en sí no es el mas apropiado tanto etimológicamente ("poder del pueblo") como en el sentido que ha tomado en el capitalismo, que ha hecho de él un fetiche formalista destinado a enmascarar y hacer aceptar la dominación de la burguesía sobre la sociedad.

En cierto modo, el término "orgánico" (debido a Bordiga) sería más correcto para calificar la naturaleza del centralismo que existe en la organización de los revolucionarios. Sin embargo, el uso que ha hecho de él la corriente bordiguista para justificar un método de funcionamiento que excluye todo control de los órganos centrales y de su propia vida por el conjunto de la organización, lo descalifica y hay que rechazarlo. En efecto, para los bordiguistas, el hecho -en sí mismo justo- de que una mayoría a favor de una posición no garantiza que ésta sea correcta, o que la elección de órganos centrales no sea un mecanismo perfecto que los proteja de toda degeneración, es utilizado para defender una concepción de la organización donde el voto y la elección son negados. En esta concepción, las posiciones correctas y los "jefes" se imponen "por sí mismos" a través de un proceso llamado "orgánico", pero que en la práctica, supone confiar al "centro" la potestad  para decidir sobre todas las cosas, de zanjar  todo debate, y lleva a ese "centro" a alinearse con las posiciones de un "jefe histórico" que tendría una especie de infalibilidad  divina. Puesto que combaten cualquier forma de espíritu religioso y místico, los revolucionarios no pueden reemplazar al pontífice de Roma por el de Nápoles o Milán.

Repetimos que el voto y la elección, por muy imperfectos que sean, constituyen, en las condiciones actuales, el mejor medio para garantizar un máximo de unidad y de vida en la organización.

VIII

Contrariamente a la visión bordiguista, la organización de los revolucionarios no puede ser "monolítica". La existencia de divergencias en su seno es la manifestación de que es un órgano vivo que no tiene respuestas prefabricadas que aportar inmediatamente a  los problemas que surgen en la clase. El marxismo no es ni un dogma ni un catecismo. Es el instrumento teórico de una clase que, a través de su experiencia y en la perspectiva de su objetivo histórico, avanza progresivamente, con altibajos, hacia una toma de conciencia que es la condición indispensable para su emancipación. Como toda reflexión humana, la que preside el desarrollo de la conciencia proletaria no es un proceso lineal y mecánico, sino contradictorio y crítico, que plantea necesariamente la discusión y la confrontación de argumentos. De hecho, el famoso "monolitismo" o la famosa "invariancia " de los bordiguistas es una engañifa (esto se verifica frecuentemente en las tomas de posición de esta organización y de sus diversas secciones), o la organización está completamente esclerotizada y ya no puede participar en la vida de la clase,  o no es monolítica y sus posiciones no son invariantes.

IX

Si la existencia de divergencias en el seno de la organización es señal de que esta viva,  solo el respecto a ciertas reglas en la discusión de estas divergencias permite que sean una verdadera contribución al reforzamiento de la organización y a la mejora de las tareas, para las que la clase la ha creado.

Podemos enumerar algunas de esas reglas:

  • reuniones regulares de las secciones locales cuyo orden del día está compuesto por las principales cuestiones debatidas en el conjunto de la organización: de ninguna manera el debate puede ser ahogado;
  • circulación lo mas amplia posible de las diferentes contribuciones hechas en el seno de la organización utilizando los instrumentos previstos para ello;
  • rechazo, en consecuencia, de correspondencias secretas y bilaterales, que lejos de favorecer la claridad del debate, no pueden mas que oscurecerlo al provocar malentendidos, desconfianza y tendencia a formar una organización dentro de la organización;
  • la minoría tiene que respetar la indispensable disciplina organizativa (como ya lo hemos visto en el punto III);
  • rechazo de toda medida disciplinaria o administrativa de la organización frente a miembros que han expresado desacuerdos: de igual manera que la minoría tiene que saber comportarse como minoría en el seno de la organización, la mayoría debe saber ser una mayoría y no abusar  por el hecho de que su posición es la de la organización; esto llevaría a anular el debate de un modo u otro, por ejemplo, obligando a los miembros de la minoría a ser portavoces de posiciones a las cuales no se adhieren;
  • el conjunto de la organización está interesado en que la discusión (aunque las divergencias sean de principios conducen necesariamente a una separación organizacional) sea llevada lo mas lejos posible y lo mas  claramente posible. Tanto la minoría como la mayoría tienen que hacer lo posible (sin por ello paralizar o debilitar las tareas de la organización) para convencerse mutuamente de la validez de sus respectivos análisis o, por lo menos, permitir que se consiga una claridad mayor sobre la naturaleza y el alcance de estos desacuerdos.

En la medida en que los debates en curso en la organización conciernen al conjunto del  proletariado, es conveniente que ésta saque aquellos al exterior, respetando las condiciones siguientes:

  • que los debates se refieran a cuestiones  políticas generales que han alcanzado una  madurez suficiente para que su publicación  sea una contribución real a la toma de conciencia de la clase obrera;
  • que el lugar que ocupen los debates no ponga en entredicho el equilibrio general de las publicaciones;
  • que sea la organización como un todo la que decida y tome a su cargo la publicación en función de los criterios que orientan la publicación de cualquier artículo en la prensa: claridad y forma redaccional, interés que presentan para el conjunto de la clase obrera. Debe proscribirse la publicación de textos fuera de los órganos previstos para ellos, por iniciativa "privada" de algunos miembros de la organización.

Tampoco existe ningún "derecho" formal de ningún miembro de la organización (individuos o tendencia) para publicar un texto si los órganos responsables de las publicaciones no ven su utilidad o su oportunidad.

X

Las divergencias existentes en la organización pueden acabar plasmándose  en formas organizadas de posiciones minoritarias. Ante esta situación, ninguna medida de tipo administrativo (como la prohibición de estas formas organizadas) podrá sustituir la máxima profundización posible de la discusión pero también es conveniente que este proceso sea llevado de manera responsable, lo que supone:

  • que los desacuerdos establecidos de forma organizada, se basen en una posición positiva y coherente, y no en un montón heterogéneo de puntos en oposición y recriminaciones;
  • que la organización sea capaz de comprender la naturaleza de este proceso, que comprenda sobre todo la diferencia entre una tendencia y una fracción.

La tendencia es ante todo la expresión de la vida de la organización, por el hecho de que el pensamiento no se desarrolla nunca en línea recta  sino mediante un proceso contradictorio de discusión y confrontación de  las ideas. Así, un tendencia está generalmente destinada a reabsorberse en cuanto la cuestión planteada está suficiente clara como para que el conjunto de la organización pueda establecer un análisis único ya  sea como resultado de la discusión, ya sea por la aparición de nuevas coordenadas que afirman una visión y rechazan la otra. Por otra parte, una tendencia se desarrolla esencialmente sobre puntos que condicionan la orientación y la intervención de la organización. Por ello, su constitución no tiene como punto de partida cuestiones de análisis teóricos; esta concepción de la  tendencia lleva a un debilitamiento de la organización y a una parcelación extrema de la energía militante.

La fracción es la expresión del hecho que la organización está en crisis por la aparición en su seno de un proceso de degeneración y de capitulación frente al peso de la ideología burguesa. Contrariamente a la tendencia que solo se basa en divergencias en la orientación frente a cuestiones circunstanciales, la fracción se basa en divergencias programáticas, divergencias cuya solución solo puede ser la exclusión de la posición burguesa, o el abandono de la organización por parte de la fracción comunista. En la medida en que la fracción surge por la aparición de dos posiciones incompatibles en el seno de una misma organización, tiende a tomar una forma organizada con sus propios órganos  de propaganda. Teniendo en cuenta que la organización de la clase no tiene ningún precinto  de garantía contra la degeneración, el papel de los revolucionarios es luchar en todo momento por la eliminación de las posiciones burguesas que puedan  desarrollarse en su seno.

Cuando se encuentra en minoría en esta lucha, su tarea es la de organizarse en fracción para ganar al conjunto de la organización a las posiciones comunistas y excluir la posición burguesa. Cuando esta lucha se vuelve estéril debido al abandono del terreno proletario por la organización -generalmente en un período de reflujo de la clase- la tarea consiste en ser el puente para una reconstrucción del partido de clase que solo puede surgir en una fase de reanudación histórica de las luchas.

En cualquier caso, la preocupación que debe guiar a los revolucionarios es la que existe en el seno de la clase en general, la de no malgastar las  débiles energías revolucionarias de que dispone la clase, y velar sin tregua por el mantenimiento  y desarrollo del instrumento tan indispensable y a la vez tan frágil que la organización  de revolucionarios es.

XI

El que la organización tenga que abstenerse del uso de cualquier medio administrativo o disciplinario frente a los desacuerdos, no quiere decir que tenga que privarse de ellos en todas las circunstancias. Al contrario, es necesario que recurra a estos medios, suspensión temporal o exclusión definitiva, cuando se enfrenta a actitudes, comportamiento  o actos que van en el sentido de crear un peligro para su existencia, su seguridad o su capacidad para cumplir sus tareas. Esto se aplica tanto a los comportamientos en el seno de la organización, en la vida militante, como a los comportamientos fuera de la organización que pueden ser incompatibles con la pertenencia a una organización comunista.

Es conveniente que la organización disponga de las medidas necesarias para su protección frente a los intentos de infiltración o destrucción por parte de los órganos  del Estado capitalista o por parte de elementos que, sin estar directamente manipulados por esos órganos, tienen un comportamiento general que les favorece en su trabajo. Cuando estos comportamientos son evidentes, es deber de la organización tomar medidas no sólo a favor de su propia seguridad, sino también a favor de la seguridad de las demás organizaciones comunistas.

XII

Una de las condiciones fundamentales de la aptitud de una organización para cumplir sus tareas en la clase es una comprensión correcta, en su seno, de las relaciones que se establecen entre militantes y organización. Esta es una cuestión particularmente difícil de comprender en nuestra época debido al peso de la ruptura orgánica con las fracciones  del pasado y a la influencia del elemento estudiantil en las organizaciones revolucionarias después del 68, que han favorecido el resurgir de una de las taras del movimiento obrero en el siglo XIX: el individualismo.

De manera general, las relaciones que se establecen entre los militantes y la organización se basan en los mismos principios que los tratados anteriormente respecto a las relaciones entre las partes y el todo.

Con mayor precisión, cabe afirmar sobre esta cuestión los puntos siguientes:

  • la clase obrera no hace surgir militantes revolucionarios sino organizaciones revolucionarias: no existen relaciones directas entre los militantes y la clase. Los militantes participan del combate de la clase en tanto se convierten en miembros y toman a su cargo las tareas de la organización. No tienen ningún reconocimiento particular que conquistar frente a la clase o ante la historia. El único "reconocimiento" que les importa es el de la clase y el de la organización con la que ella se ha dotado.
  • La misma relación que existe entre un organismo particular (grupo o partido) y la clase existe también entre la organización y el militante. De la misma manera que la clase no existe para corresponder a las necesidades de las organizaciones comunistas, éstas no existen para resolver los problemas del individuo militante. La organización no es el producto de las necesidades del militante. Se es militante en la medida en que se ha comprendido y adherido
  • En este orden de ideas, el reparto de tareas y de responsabilidades dentro de la organización no tiene como finalidad la "realización" de los individuos militantes. Las tareas deben ser repartidas de modo que la organización pueda funcionar como un todo de manera óptima. Si la organización vela en la medida de lo posible por el buen estado de cada uno de sus miembros, es ante todo por su propio interés de organización. Esto no quiere decir que se ignoren las circunstancias individuales del militantes y sus problemas, sino el punto de partida y el de llegada son la capacidad de la organización para cumplir sus tareas en la lucha de clases:
  • No existen en la organización tareas "nobles" y tareas "secundarias" o menos "nobles". El trabajo de elaboración teórica y la realización de tareas prácticas, el trabajo en el seno de los órganos centrales y el trabajo específico en las secciones locales, son igual de importantes para la organización y por ello no pueden estar jerarquizados (es el capitalismo quien establece tales jerarquías). La idea según la cual el nombramiento de un militante para un órgano central sería "un ascenso" para él, un "honor" o un "privilegio", debe ser totalmente rechazada como idea burguesa que es. La mentalidad de "trepa" debe quedar totalmente proscrita de la organización  por ser algo totalmente opuesto a la entrega desinteresada que es una de las características dominantes de la militancia comunista.
  • Si es cierto que existen desigualdades de aptitud entre individuos y entre militantes, fomentadas y reforzadas por la sociedad de clases, el papel de la organización no es el de pretender abolirlas, como así lo creían las comunidades utopistas; la organización debe desarrollar al máximo la formación y las capacidades políticas de sus militantes como condición para su propio reforzamiento, pero nunca se puede plantear el problema en términos ni de una formación escolar individual de sus miembros, ni de una igualación en sus formaciones.

La verdadera igualdad que puede existir entre militantes es la que consiste en que cada uno de ellos dé el máximo de lo que puede dar para la vida de la organización - "de cada uno según sus capacidades", cita de Saint Simón, recogida por Marx. La verdadera realización de los militantes, en tanto que militantes, consiste en hacer todo lo que les incumbe para que la organización pueda cumplir con las tareas para las cuales la hecho surgir la clase;

El conjunto de estos datos significa que el militante no hace una "inversión" personal en la organización de la cual esperaría dividendos o que podría retirar si ha de marcharse. Así pues, hay que proscribir absolutamente en tanto que totalmente ajenas al proletariado todas las prácticas de "recuperación" de material o de fondos de la organización aún siendo en vistas a constituir otro grupo político;

De la misma manera, «las relaciones que se traban entre los militantes de la organización», si bien «llevan necesariamente los estigmas de la sociedad capitalista...no pueden estar en flagrante contradicción con el objetivo perseguido por los revolucionarios... Se apoyan sobre una solidaridad y una confianza mutuas que son una de las marcas de la  pertenencia de la organización a la clase portadora del comunismo» (Plataforma de la CCI).

El 23 de Octubre de 1981


[1] Esta afirmación no la hacemos únicamente para uso interno. No se refiere solamente a las escisiones que se han producido (o que puedan producirse) en la CCI. En el seno del medio político proletario hemos defendido siempre esta posición. Tal fue el caso por ejemplo de la escisión de la sección de Aberdeen de la Communist Workers Organisation (CWO), así como la escisión del Núcleo Comunista Internacionalista respecto al Partido Comunista Internacional (Programa Comunista). Criticamos entonces el carácter precipitado de dichas escisiones, basadas sobre divergencias que aparentemente no eran fundamentales y que no habían podido ser clarificadas mediante un profundo debate interno.  Por regla general la CCI se opone a las escisiones sin principios basadas sobre divergencias secundarias (aunque los militantes concernidos planteen enseguida su candidatura a la CCI, como fue el caso del grupo de Aberdeen). Toda escisión sobre cuestiones secundarias expresa una concepción monolítica de la organización que no tolera ninguna discusión ni ninguna divergencia en su seno. Es lo típico de las sectas.

Series: 

  • Cuestiones de organización [2]

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [3]

Problemas actuales del movimiento obrero: Contra el concepto de jefe genial

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(Internationalisme, № 25, Agosto de 1947)

Este texto de Internationalisme forma parte de una serie de artículos publicados durante el año 1947, titulada "Problemas actuales del movimiento obrero". En estos artículos, Internationalisme  entiende por "movimiento obrero" los grupos y las organizaciones políticas. Polemiza contra el ambiente de activismo existente entre los grupos que veían, con el final de la segunda guerra mundial, la posibilidad de que se repitiera el proceso revolucionario tal como se había producido al final de la primera guerra mundial, desde 1917 hasta 1923.

Internationalisme analiza, al contrario, el final de la segunda guerra mundial como derrota profunda de la clase obrera internacional; las condiciones no son las mismas que las del final de la primera guerra; la clase obrera había sido derrotada física e ideológicamente; la supervivencia del capitalismo había acentuado la tendencia hacia el capitalismo de Estado, la cual modifica el contexto de la lucha de la clase; las condiciones no estaban, pues, reunidas para una reanudación general de la lucha revolucionaria.

Internationalisme lucha contra el voluntarismo de los grupos que proponen ya la formación  inmediata del partido, sin tener en cuenta ese nuevo contexto del período, y como único marco político la repetición, a su escala microscópica, de las posiciones y orientaciones del partido bolchevique del período revolucionario, sin balance alguno de la derrota de la revolución y de los errores de ese partido. Esos grupos eran escisiones del trotskismo, y sobre todo eran las fracciones de la Izquierda Comunista Internacional que habían apoyado la formación de un partido comunista internacionalista (PCInt) en la Italia de 1943.

Prosiguiendo la crítica que había hecho desde la constitución del PCInt[1], Internationalisme recuerda cuáles son las condiciones de la formación de un Partido. La historia del movimiento obrero demuestra que el nacimiento, el desarrollo, así como el final, la degeneración o la traición de las organizaciones políticas del proletariado (Liga de los Comunistas, AIT, Segunda Internacional Comunista, Partido Bolchevique) están en relación muy estrecha con la actividad de la clase obrera misma. En el seno de la clase obrera, un Partido, o sea, una organización capaz de tener una influencia decisiva en el curso de los acontecimientos de la lucha de la clase, sólo puede surgir si en la clase se expresa una tendencia a organizarse y a unirse contra el capitalismo, en una etapa ascendente de lucha.

Esa tendencia no existe al final de la segunda guerra mundial. Los movimientos de huelga de 1943 en Italia o las manifestaciones contra el hambre en 1945 en Alemania, en donde se ve incluso a la policía revolverse contra el poder, son hechos limitados y aislados. Aunque dan prueba de una  combatividad de clase que todos los grupos reconocen, quedan muy limitados y prisioneros de la ideología y de las fuerzas de encuadramiento de la burguesía, partidos de izquierda y sindicatos.

Para Internationalisme, no es el momento de la formación del Partido. Contra quienes declaran "derrotista" esa posición, Internationalisme reafirma que el debate no consiste en "construcción del partido" o "nada", sino en qué tareas le incumben a los grupos revolucionarios entonces y con qué programa. Para muchos, lo que sirve de teoría es un rollo incoherente que repite las posiciones de la Internacional Comunista como si no hubiera ocurrido nada desde el período revolucionario, y que oculta todos los debates habidos antes de la guerra.

En la constitución del PCInt se encuentran elementos, como Vercesi, que durante la guerra negaban toda posibilidad de actividad revolucionaria, que se negaban a tomar posición contra la guerra, teorizando la "desaparición del proletariado", para acabar participando en los "comités antifascistas"[2]. Hay también muchos individuos que ni habían  participado, ni estaban enterados de lo que era la labor política de la Izquierda Comunista de entre las dos guerras mundiales y que el llamamiento de predecesores de los años 20 como Damen y Bordiga que habían dejado de lado esa labor, entran en las filas del PCInt, sin que se hubieran discutido nunca las posiciones de la izquierda.

Internationalisme, que se sitúa en la continuidad de la labor de la Izquierda Comunista, nunca cuestionó la necesidad de la actividad revolucionaria. Así lo afirma: "... el curso de la lucha de clases no lo modifica la voluntad de los militantes, pero tampoco se modifica independientemente de ella". ¿Qué actividad?. Esa es la pregunta que Internationalisme plantea a las organizaciones revolucionarias.

Lo de la "construcción del partido" del PCInt significa lanzarse a un activismo sin principios, un partido hecho de retales, con trozos de diferentes tendencias, incluidos grupos que habían participado junto a la burguesía  en la "resistencia antifascista". Para Internationalisme, al contrario, de lo que trataba era de continuar la labor propia de la fracción comunista, seguir haciendo balance de la oleada revolucionaria anterior (de los años 20), sacando las lecciones de la derrota y del período de guerra, mantener, en función de los medios al alcance, una propaganda constante a contracorriente, conservar en lo posible la confrontación y la discusión en un medio revolucionario tan reducido a causa de las condiciones de la época.

En 1947, Internationalisme pudo comprobar el fracaso de los grupos que confundían desde hacía años su propia agitación con actividad de clase, lo que producía desmoralización y dispersión de fuerzas militantes inmaduras y reagrupadas precipitadamente, que se embaucan a sí mismas, sin discusión alguna, con perspectivas que no tienen nada que ver con la realidad.

Había grupos escisionistas del trotskismo que abandonan el marxismo y se dislocan. El PCInt, que contaba en sus principios con 3000 miembros más o menos, estaba metido en un proceso de dispersión y abandonos en masa. Y dirigentes de ese partido, en vez de darse cuenta de las causas reales de esos fenómenos, dan explicaciones como que "se trata de la transformación de la cantidad en calidad".

Contra estas distorsiones, Internationalisme explica lo que ocurría denunciando, por un lado, la incapacidad para comprender aquel período de la posguerra, y, por otro, los métodos utilizados y defendidos por el PCInt, métodos que niegan la profundización política y teórica del conjunto de militantes. Esos métodos se basan en un concepto erróneo de la lucha y la toma de conciencia de clase;  el concepto de que la conciencia sólo puede ser llevada a la clase obrera "desde fuera". Ese concepto, que el PCInt recoge de Lenin, el cual, en su obra ¿Qué hacer?, lo había tomado de Kautsky. Esta visión no concibe la toma de conciencia como algo propio del conjunto de la clase obrera, en cuyo seno el partido es la expresión más clara y más decidida en cuanto a los medios y las metas generales del movimiento. La conciben como algo propio de una minoría ilustrada poseedora de los conocimientos teóricos que debe "aportar" a la clase.

Semejante concepto aplicado al ámbito del partido, lleva a teorizar que únicamente  los individuos como tales son capaces de ahondar en la teoría  revolucionaria para después destilarla y entregársela triturada y medio digerida, por decirlo así, a los miembros de la organización.

Y para rematar la cosa, es el concepto del jefe genial, único capaz de llevar a cabo la labor teórica de la organización, concepto criticado en este extracto de "Problemas actuales del movimiento obrero" que traducimos aquí. La actitud que el PCInt defendía en cuanto a Bordiga, y la que sigue manteniendo hoy en general en lo referente a cuestiones  teóricas del movimiento obrero, está ligada a este concepto. Le sirve de base para negarse a discutir abiertamente de todos los temas y orientaciones de la organización. Para los militantes significa obediencia servil y confianza ciega en las orientaciones políticas elaboradas únicamente por el centro de la organización; significa ausencia de auténtica formación. En el próximo número de esta revista, publicaremos la continuación de este artículo que lleva por título "La disciplina, fuerza principal...", y que va dirigido contra la visión militar de la labor militante en una organización revolucionaria.

Los criterios esclerosados del PCInt sobre los métodos de una organización revolucionaria contra los que Internationalisme combatía ya en 1947, siguen causando estragos hoy, y en particular, en los grupos que se reclaman del "leninismo". Frente a las dificultades que el acelerón actual de la historia hace surgir, esos criterios no hacen sino agravar el oportunismo y el sectarismo en un medio revolucionario en dificultades[3].

Contrariamente a esos  criterios, el partido, igual que cualquier organización revolucionaria, no puede cumplir con su labor más que si es un lugar de elaboración permanente y colectiva de las orientaciones políticas. Lo cual implica que  en él exista la discusión, lo más abierta y lo más amplia que sea posible, a imagen de la clase obrera cuya emancipación exige la acción consciente y colectiva en la que participan  todas las partes y todos los miembros de la clase.

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EL CONCEPTO DEL JEFE GENIAL

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No es algo nuevo en política que un grupo cambie radicalmente su modo de ver y actuar cuando se convierte en una gran organización, en partido de masas. Podríamos citar múltiples ejemplos de estas metamorfosis. Podría decirse eso también y con razón, del partido bolchevique después de la revolución. Lo que sorprende, en cuanto al Partido Comunista Internacionalista de Italia, es la rapidez con la que las mentes de sus principales dirigentes han dado ese cambio. Y esto es tanto más sorprendente por cuanto, en fin de cuentas, el PCInt de Italia no deja de ser, tanto en cantidad como en funcionamiento, una fracción amplia.

¿Cómo se puede explicar ese cambiazo? El Partido Comunista Italiano, por ejemplo, cuando su fundación, animado por una dirección  perteneciente a la izquierda y con Bordiga en ella, se hizo notar siempre, en la Internacional Comunista, por su capacidad crítica. El PCI no aceptaba  la sumisión  "a priori" a no se sabe qué autoridad absoluta de los jefes, incluso a los que tenía la mayor estima. El criterio del PCI era que la discusión tenía que ser libre y que había que luchar contra toda posición  política que no compartía. Desde la fundación de la IC, la fracción de Bordiga  se encontrará  en muchos aspectos en oposición y expresará abiertamente sus desacuerdos con Lenin y otros dirigentes del partido bolchevique, de la revolución rusa y de la IC. Son conocidos los debates que hubo entre Lenin y Bordiga en el segundo Congreso. A nadie se le ocurría entonces cuestionar ese derecho de libre discusión. A nadie se le hubiera ocurrido ver en eso una "ofensa" a la autoridad de los "jefes". Quizá  personajes tan serviles y endebles como Cachin[4] podían escandalizarse para sus adentros, pero entonces no se atrevían ni a manifestarlo. Es más, la discusión no era considerada como un derecho sino como un DEBER, como único medio para elaborar, gracias a la confrontación de ideas y de labor teórica, posiciones programáticas y políticas necesarias a la acción revolucionaria.

Lenin escribía: «Es deber de los militantes comunistas comprobar por sí mismos las resoluciones  de las instancias superiores del partido. Aquel que, en política, lo cree todo bajo palabra, es un tonto sin remedio». Lenin insistía sin cesar en la necesaria educación política de los militantes. Y aprender, comprender es algo que sólo se consigue mediante la discusión libre, mediante la confrontación general de las ideas por el conjunto de militantes sin excepción. Y no es solamente un problema de pedagogía, sino una condición previa de la elaboración política, del avance del movimiento de emancipación del proletariado.

Tras la victoria del estalinismo y la exclusión de la izquierda de la IC, la fracción italiana no dejó nunca de luchar contra  el mito del jefe infalible, y al contrario de Trotski, exigía en la oposición de izquierda el mayor esfuerzo por el re-examen crítico de las  posiciones pasadas y por la labor teórica, mediante la mas amplia discusión de los problemas nuevos. La fracción italiana  hizo ese esfuerzo antes de la guerra. No pretendió, sin embargo, haber resuelto todos los problemas; ella misma, como ya se sabe, estaba muy dividida sobre cuestiones de primera importancia.

Debemos hacer constar, sin embargo, que todas aquellas buenas disposiciones y tradiciones se han desvanecido con la formación del partido. El PCInt es actualmente la agrupación revolucionaria en donde la discusión teórica y política es menor, si es que existe. La guerra y la posguerra han planteado cantidad de problemas nuevos. Ninguno de ellos ha sido abordado en las filas del partido italiano. Basta con leer los escritos y periódicos del partido para darse cuenta de su gran miseria teórica. Cuando se leen las actas de la Conferencia Constituyente  del Partido, uno se pregunta si tuvo lugar  en 1946 o en 1926. Uno de los dirigentes del partido, el camarada Damen por lo visto, tenía razón al decir que el partido recogía y volvía a surgir con las posiciones de... 1925. Lo que para él es una fuerza, las posiciones de 1925, expresa claramente el terrible retraso teórico y político, poniendo de relieve la enorme debilidad del partido.

Ningún otro período en la historia del movimiento obrero, ha trastornado tanto las adquisiciones y ha planteado tantos nuevos problemas como este período, relativamente corto, entre 1927 y 1947, ni siquiera el que va desde 1905 a 1925, tan cargado y movido empero. La mayor parte de la Tesis fundamentales, las bases de la IC, han envejecido y están caducadas. Las posiciones sobre la cuestión nacional y colonial, sobre la táctica, sobre las consignas democráticas, el parlamentarismo, los sindicatos, el partido y sus relaciones con la clase deben ser puestas en entredicho de forma radical. Además, hay que dar  respuesta  a problemas como el Estado después de la revolución, la dictadura  del proletariado, las características del capitalismo decadente, el fascismo, el capitalismo de Estado, la guerra imperialista permanente, las nuevas formas de lucha y de organización unitaria de la clase obrera. Problemas que la IC apenas si pudo entrever y abordar y que han aparecido a las claras después de la degeneración de la Internacional.

Cuando, ante la inmensidad de esos problemas, uno lee las intervenciones en la Conferencia de Turín, repetidas hasta la saciedad como si fueran letanías las viejas posiciones del Lenin de La enfermedad infantil del comunismo ya caducas antes de ser escritas, cuando uno ve al partido recoger como si no hubiera pasado nada, las viejas posiciones de 1924 de participación en las  elecciones burguesas y de lucha dentro de los sindicatos, se toma entonces la medida del retraso político de ese partido y todo lo que le queda por recuperar.

Y es, sin embargo, el mas atrasado, repitámoslo, con respecto a la labor de la Fracción de antes de la guerra, el que mas se opone a cualquier discusión política interna o pública, es en ese partido en donde la vida ideológica está más descolorida. ¿Cómo se explica eso?

La explicación nos la dio uno de los dirigentes de ese partido, en una conversación que mantuvo con nosotros[5]. Nos dijo: "El partido italiano está formado, en su gran mayoría, por gente nueva sin formación teórica y políticamente vírgenes. Los antiguos militantes mismos, han estado durante 20 años aislados, cortados de todo movimiento de pensamiento. En el estado actual los militantes son  incapaces de abordar los problemas de la teoría y de la ideología. La discusión sólo serviría para perturbarles su punto de vista, y les haría mas daño que beneficio. Por ahora, lo que necesitan es andar pisando tierra firme, aunque sea con las viejas posiciones ya caducas, pero ya formuladas y comprensibles para ellos. Por ahora, basta con agrupar las voluntades para la acción. La solución de los grandes problemas planteados por la experiencia de entre ambas guerras, exige calma y reflexión. Sólo un "gran cerebro" puede abordarlas con beneficio y dar la respuesta que necesitan. La discusión general no haría otra cosa que propagar la confusión. El trabajo ideológico no incumbe a la masa de militantes, sino a individuos. Mientras esos individuos geniales no hayan surgido, no podemos esperar un avance ideológico. Marx, Lenin, eran individuos así, genios de esos en el pasado. Hay que esperar ahora, llegada de un nuevo Marx. Nosotros, en Italia, estamos convencidos de que Bordiga será ese nuevo genio. Ahora está trabajando en una obra de conjunto que contendrá las respuestas a los problemas que preocupan a los militantes de la clase obrera. Cuando esta obra aparezca, los militantes tendrán que asimilarla y el partido deberá alinear su política y su acción en función de esos nuevos militantes".

Ese discurso, que reproducimos casi palabra por palabra, contiene tres elementos. Primero, la constatación del bajo nivel ideológico de los miembros del Partido. Segundo, el peligro que es abrir amplias discusiones en el partido porque perturbarán a sus miembros, quitándole cohesión. Tercero, que la solución de los problemas políticos nuevos SOLO puede venir de un "cerebro genial".

Sobre el primer punto, el camarada dirigente tiene totalmente razón. Es un hecho incuestionable, pero eso debería incitarle, es de suponer, a plantearse lo que vale ese partido, lo que ese partido puede representar para la clase obrera, lo que ese partido puede aportarle a ésta.

Ya hemos visto la definición que de Marx a lo que distingue a los comunistas del conjunto del proletariado. Su conciencia de los fines generales del movimiento y de los medios para alcanzarlos. Ahora bien, resulta  que los miembros del partido italiano no caben en esa definición, puesto que su nivel ideológico no supera en nada el del conjunto del proletariado; ¿puede hablarse entonces de partido comunista?. Bordiga formulaba muy  justamente la esencia del partido como un "cuerpo de doctrina y una  voluntad de acción". Si falta ese cuerpo de doctrina, ni mil reagrupamientos forman el partido. Para serlo de verdad, la primera tarea que tiene el PCInt es la formación ideológica de responsables, o sea, el trabajo ideológico previo para poder llegar a ser un partido de verdad.

No es esa la idea de nuestro dirigente del PCInt, el cual estima, al contrario, que ese trabajo puede perturbar la voluntad de acción de sus miembros. ¿Qué se puede decir  de semejante manera de ver, de semejantes ideas?, sino que son sencillamente engendros ABERRANTES. ¿Hará falta recordar, por ejemplo, los valiosos pasajes del ¿Qué hacer? en el cual Lenin cita a Engels sobre la necesidad de la lucha en tres frentes: el económico, el político y el ideológico?

En todas las épocas, ha hablado de esos socialistas que temían que la discusión y la expresión de divergencias pudieran perturbar la buena acción militante. A ese socialismo se le puede llamar socialismo obtuso o socialismo de la ignorancia.

Contra Weitling, dirigente reconocido, el joven Marx fulminaba: «El proletariado no tiene necesidad de la ignorancia». Si la lucha de las ideas puede perturbar la acción de los militantes, ¿No sería  todavía mas cierto en el conjunto del proletariado? Si seguimos esas ideas, es mejor decir adiós al socialismo, si no es que  algunos profesan  un socialismo equivalente  a ignorancia. Esos son conceptos de iglesia, la cual teme que se perturben las mentes de sus fieles si se plantean demasiados problemas doctrinales.

Contrariamente a la afirmación de que los militantes sólo pueden actuar con certidumbre, "aunque éstas se basen en posiciones falsas", nosotros afirmamos que no existen certidumbres, lo que existe es la superación constante de las verdades. Únicamente la acción basada en los datos mas recientes, enriqueciéndose continuamente, es revolucionaria. En cambio, la acción que se basa en  verdades trasnochadas y caducas es estéril, dañina, reaccionaria. Quieren nutrir a sus militantes con buenas verdades absolutamente ciertas, cuando sólo las verdades relativas que contienen sus antítesis de duda pueden dar una síntesis revolucionaria.

Si la duda y la controversia  ideológica pueden perturbar la acción de los militantes habría que explicar por qué eso sería únicamente, válido para nuestros días. En cada etapa de la lucha surge la necesidad de superar las posiciones anteriores. En cada momento la validez de las ideas adquiridas y de las posiciones tomadas es puesta en duda. Según el PCInt, estaríamos en un círculo vicioso: o se trata de reflexionar, razonar y, por lo tanto no se puede actuar, o se trata de actuar sin saber si nuestra  acción se basa en un razonamiento bien pensado. ¡Vaya conclusión a la que llegaría nuestro dirigente del PCInt si fuera lógico con sus premisas!. En cualquier caso, lo que consigue el PCInt es fabricar el tipo ideal del "tonto sin remedio" de que hablaba  Lenin. Sería el "perfecto idiota" elevado a la categoría de miembro ideal del PCInt de Italia.

Todo el razonamiento del dirigente acerca de la imposibilidad "momentánea" de hacer labor de investigación y de controversia teórico - política en el seno del PCInt, no se justifica bajo ningún concepto. La perturbación provocada por las controversias es precisamente la condición para la formación del militante, la condición de que su acción pueda basarse en una convicción que hay que poner a prueba sin cesar, que hay que comprender y  enriquecer. Esa es la condición fundamental de la acción revolucionaria. Sin ella no hay  sino obediencia ciega, cretinismo y servilismo.

El pensamiento íntimo de nuestro dirigente se encuentra, sin embargo, en el tercer punto. Esa es su creencia profunda. Los problemas teóricos de la acción revolucionaria no se resuelven con controversias y discusiones, sino gracias al cerebro genial de un individuo, del jefe. La solución no está en la labor colectiva, sino en la individual del pensador aislado en su escritorio, que saca de su preclara mente los elementos fundamentales de la solución. Una vez terminado ese trabajo, con la solución dada, ya sólo le queda a la masa de militantes, al conjunto del partido, asimilar esa solución y poner su acción política en línea con ella. Las discusiones acabarían siendo contraproducentes o, por lo menos, un lujo inútil, una estéril pérdida de tiempo. Y para darle apoyo  a semejante tesis, echan mano nada menos que del ejemplo de Marx.

El dirigente se hace una curiosa idea de Carlos Marx. Nunca otro pensador ha sido menos "hombre de escritorio" que Marx. Menos que en cualquier otro, se puede andar separando en Marx el hombre de acción, el militante, del pensador. El pensamiento de Marx madura en relación directa no con la acción de los demás, sino con su acción junto con los demás en el movimiento general. No hay ninguna idea en su obra que Marx no hubiera expuesto u opuesto, en conferencias y controversias, a otras ideas a lo largo de su actividad. Por eso su obra respira ese frescor expresivo y esa vitalidad. Toda su obra, incluido El Capital, no es sino una continua controversia en la cual la investigación teórica mas ardua y abstracta está estrechamente unida a la discusión y la polémica. ¡Curiosa manera de ver la obra de Marx el considerarla como producto de la milagrosa composición biológica de su cerebro!

De modo general, se acabaron los tiempos de los genios en la historia humana. ¿Qué era la genialidad en el pasado? Se debía a la relación entre el nivel bajísimo del conocimiento promedio de los humanos y el conocimiento de algunos individuos de la elite, entre los cuales la diferencia era inconmensurable. En etapas inferiores en el desarrollo del saber humano, el muy relativo saber podía ser fruto de una adquisición  individual, igual que la producción, que podía tener un carácter individual. Lo que distingue la herramienta de la máquina, es el carácter de su producto, que de ser un producto rudimentario de un trabajo privado se convierte en producto complicado fruto de un trabajo social colectivo. Igual ocurre con el conocimiento en general. Mientras era algo elemental, un individuo aislado podía abarcarlo en su totalidad. Con el desarrollo de la sociedad y de la ciencia, el conocimiento deja de poder ser abarcado por el individuo por serlo por la humanidad entera. La distancia entre el genio y el promedio de los hombres disminuye en la misma proporción en que se eleva la suma de conocimientos humanos. La ciencia, igual que la producción económica, tiende a socializarse.  Del genio, la humanidad pasó al sabio aislado y del sabio aislado al equipo de sabios. Para producir hay que contar con la cooperación de grandes masas de obreros .Esta misma tendencia a la división, la encontramos en la producción "mental", y es lo que le asegura su desarrollo. El gabinete del sabio ha dejado el sitio al laboratorio en el que cooperan equipos de sabios,  igual que el taller de artesano ha dejado el sitio a las grandes factorías.

El papel del individuo tiende a disminuir en la sociedad humana, no como individuo sensible, sino como individuo que emerge de la masa confusa y se sitúa por encima de ella. El hombre-individuo está dejando el sitio al hombre social. La oposición de la unidad individual a la sociedad será resuelta con la síntesis de una sociedad en la que todos los individuos encuentren su verdadera personalidad. El mito del genio no pertenece al porvenir de la humanidad. Acabará ocupando un sitio en el museo de la prehistoria junto al mito del héroe y del semidiós.

Puede pensarse lo que se quiera de la disminución del papel del individuo en la historia humana. Se puede estar a favor o lamentarlo. Lo que no se puede es negar el proceso. Para poder seguir produciendo con técnicas evolucionadas, el capitalismo estaba obligado a instaurar la instrucción general. La burguesía se ha visto obligada a abrir cada vez más escuelas, en la medida en que  esto era compatible con sus intereses. Se ha visto obligada a dejar que los hijos de los proletarios accedan a una instrucción mas elevada.

Es ese sentido, la burguesía ha elevado el promedio de cultura general de la sociedad. Pero no puede ir mas allá de cierto grado sin que eso afecte a su propia dominación, convirtiéndose  así en impedimento para el desarrollo cultural de la sociedad. Esta  es una de las expresiones de la contradicción  histórica de la sociedad burguesa que únicamente el socialismo  podrá resolver. El desarrollo de la cultura y de la conciencia sin cesar  superada será el resultado pero también es la condición del socialismo. Y ahora, resulta que un señor que se las da de marxista,  que se presenta como uno de los dirigentes de un partido, que se pretende comunista nos habla y nos pide que esperemos al genio salvador.

Para convencernos, el dirigente nos contó  la siguiente anécdota: Un día se presentó en casa de Bordiga, a quién  no había visto desde hacía 20 años, y le pidió su parecer sobre unos escritos teóricos y políticos suyos. Después de leerlos, Bordiga, que los había juzgado erróneos, le habría preguntado qué pensaba hacer con ellos; publicarlos en la revista del partido, le contestó nuestro dirigente. Bordiga le habría replicado que, como no tenía tiempo de hacer las investigaciones teóricas necesaria para refutar el contenido de esos artículos, se oponía a su  publicación. Y que si el partido hacía lo contrario, retiraría su colaboración literaria. La amenaza de Bordiga bastó para el dirigente renunciara a la publicación de sus artículos. Esta anécdota que el dirigente nos contó como algo ejemplar, debía servir para convencernos de la grandeza del maestro y de la mesura del alumno. En realidad, lo que nos deja es un sentimiento penoso. Si es cierta, nos da una idea del estado de ánimo que reina en el PCInt de Italia, estado de ánimo lamentable. O sea que no es el partido, la masa de militantes, la clase obrera en su conjunto, quienes deberían juzgar si tal o cual posición, sería justa o errónea. La masa ni siquiera debe ser informada. El "maestro" es el único juez de lo que aquélla puede entender y de lo que debe ser informada. ¡Preocupación sublime la de no  "perturbar" la quietud de las masas! ¿Y si el "maestro" se equivoca? Eso es imposible,  nos dirán, pues si el "maestro" se equivoca, ¿Cómo puede un simple mortal tener ni siquiera la posibilidad de juzgarlo? El caso es que a otros "maestros" ya les ocurrió lo de equivocarse, por ejemplo, a Marx, a Lenin. ¡Ah!, pero eso no le ocurrirá a "nuestro maestro", al Verdadero. Y si esto ocurriera, sólo al "maestro" futuro le incumbirá  enderezar las cosas. Ese es un concepto típicamente aristocrático del pensamiento. Nosotros no negamos el gran valor que puede tener el saber del especialista, del sabio, del pensador, pero rechazamos el concepto monárquico del pensamiento, el derecho divino sobre el pensamiento. En cuanto al "maestro" mismo, éste deja de ser  un ser humano cuyo pensamiento se desarrolla en contacto con los demás humanos para convertirse  en una especie de Ave Fénix, un fenómeno que  se mueve por sí mismo, la Idea pura que se busca, que se contradice y se aprehende a sí misma como en Hegel.

Esperar al genio es proclamar la propia impotencia, es como la masa que espera al pie del Sinai la llegada de no se sabe qué Moisés que trae consigo no se sabe qué mandamientos de inspiración divina. Es la antiquísima y eterna espera del Mesías que debe llevar la libertad a su pueblo. El ya viejo canto revolucionario del proletariado, la Internacional, dice: «Ni dios, ni cesar, ni tribuno, está el supremo salvador», habría que añadir "ni genio" dedicándose especialmente a los miembros del PCInt de Italia.

Existen presentaciones múltiples y varias de esas modernas visiones mesiánicas: el culto del "jefe infalible" de los estalinistas, el Fuhrer prinzip de hitlerianos, la pertenencia de los camisas negras al Duce. Son la expresión de la angustia de la burguesía decadente que toma vaga conciencia de su cercano fin y que intenta salvarse arrodillándose ante el primer aventurero. El concepto de genio forma parte de la misma familia de divinidades.

El proletariado debe echar por la borda todos esos conceptos.

El proletariado no debe tener miedo a mirar la realidad de cara pues el porvenir del mundo le  pertenece.

(Continuará)



[1] Puede leerse "La tarea del momento: formación del partido o formación de responsables" en la Revista Internacional N° 32, 1983

[2] Puede leerse el libro publicado por la CCI en francés y en español Contribución a la historia de la Izquierda Comunista de Italia.

[3] Véase: "Convulsiones actuales del medio revolucionario", en la Revista Internacional, N° 28, 1982

[4] Marcel Cachin, conocido "hombre político" del estalinismo francés. Antiguo parlamentario del Partido Socialista francés (SFIO), fue director de gabinete del Ministro socialista Sembat durante la primera guerra mundial. Patriotero profesional, fue encargado de entregar fondos del Estado francés a Mussolini para que éste llevara a cabo una campaña en pro de la entrada en guerra de Italia al lado de la Entente. En 1920, se hizo partidario de  ... la Internacional Comunista, continuando su carrera de parlamentario; acabó siendo, hasta su muerte, uno de los mas serviles partidarios de Stalin

[5] Conversación con Vercesi

Corrientes políticas y referencias: 

  • Bordiguismo [4]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El marxismo: la teoría revolucionaria [1]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Izquierda comunista francesa [5]

Cuestiones teóricas: 

  • Cultura [6]

Source URL:https://es.internationalism.org/en/revista-internacional/200712/2126/revista-internacional-n-33-segundo-trimestre-1983

Links
[1] https://es.internationalism.org/en/tag/2/24/el-marxismo-la-teoria-revolucionaria [2] https://es.internationalism.org/en/tag/21/516/cuestiones-de-organizacion [3] https://es.internationalism.org/en/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos [4] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/bordiguismo [5] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/izquierda-comunista-francesa [6] https://es.internationalism.org/en/tag/3/43/cultura