Huelgas en Francia
Miles de trabajadores en huelga. Los transportes públicos totalmente paralizados. Una huelga que se extiende por el sector público: primero el ferrocarril, el metro y los autobuses, después Correos, los sectores de producción y distribución de electricidad, de distribución de gas, teléfonos, enseñanza, salud. Algunas empresas del sector privado también en lucha, como los mineros que se enfrentan violentamente a la policía. Manifestaciones que han reunido cada vez una cantidad importante de trabajadores de diferentes sectores: el 7 de diciembre, tras el llamamiento de varios sindicatos ([1]), se alcanza la cifra de un millón de manifestantes contra el plan Juppé ([2]) en las principales ciudades de Francia. Dos millones el 12 de diciembre. El movimiento de huelgas y de manifestaciones obreras se desarrolla con el telón de fondo de la agitación estudiantil y en algunas manifestaciones o asambleas generales obreras participan estudiantes. La referencia a mayo de 1968 se hace cada vez más presente en los media que en seguida se ponen a hacer paralelismos: la exasperación general, los estudiantes en la calle, las huelgas que se extienden.
¿Estamos ante un nuevo movimiento social comparable al de mayo de 1968, movimiento iniciador de la primera oleada internacional de lucha de clases después de 50 años de contrarrevolución?. No, ni mucho menos. En realidad, el proletariado de Francia ha sido el blanco de una maniobra de envergadura destinada a debilitarlo en su conciencia y en su combatividad, una maniobra dirigida también a la clase obrera de otros países para que saque lecciones falsas de los acontecimientos de Francia. Por eso es por lo que, contrariamente a lo que ocurre cuando la clase obrera entra en lucha por iniciativa propia y en su propio terreno, la burguesía en Francia y en los demás países ha dado tanto eco a esos acontecimientos.
Los acontecimientos de mayo del 68 en Francia venían anunciados por toda una serie de huelgas cuya característica principal era la tendencia al desbordamiento de los sindicatos e incluso al enfrentamiento con ellos. No es en modo alguno la situación de hoy, ni en Francia, ni en los demás países.
Cierto es que la amplitud y la generalización de los ataques que la clase obrera ha sufrido desde principios de los años 90 han nutrido su combatividad, como así lo decíamos nosotros en la Resolución sobre la situación internacional adoptada por nuestro XIº Congreso internacional: “Los movimientos masivos del otoño de 1992 en Italia, los de Alemania en 1993 y tantos otros ejemplos, mostraron como crecía el potencial de combatividad en las filas obreras. Después, esta combatividad se ha expresado más lentamente, con largos momentos de adormecimiento, pero no se ha visto desmentida. Las masivas movilizaciones del otoño de 1994 en Italia, la serie de huelgas en el sector público en Francia en la primavera de 1995 son, entre otras, manifestaciones de esa combatividad” ([3]).
Sin embargo, la manera como se ha desarrollado esa combatividad está todavía profundamente marcada por el retroceso que la clase obrera ha sufrido con el hundimiento del bloque del Este y el desencadenamiento de las campañas sobre la “muerte del comunismo”. Ha sido el retroceso más importante que la clase obrera haya sufrido desde la reanudación histórica de sus combates en 1968: “Las luchas que el proletariado ha desarrollado en los últimos años han venido a confirmar (...) las enormes dificultades que ha encontrado en ese camino, dada la extensión y la profundidad de ese retroceso. Estas luchas obreras se desarrollan de forma sinuosa, con avances y retrocesos, en un movimiento con altibajos”.
Por todas partes, la clase obrera encuentra ante sí a una clase burguesa en ofensiva política para debilitar su capacidad de contestar a los ataques y superar el profundo retroceso de su conciencia. En la vanguardia de esta maniobra están los sindicatos: “Las actuales maniobras de los sindicatos tienen además, y por encima de otros, un sentido preventivo tratando de reforzar su control sobre los trabajadores antes de que la combatividad de estos vaya más lejos, como resultado, lógicamente, de su creciente cólera ante los ataques cada vez más brutales de la crisis (...) También las recientes huelgas en Francia, más bien «jornadas de movilización» sindicales, han constituido un éxito para éstos”.
Desde hace meses, internacionalmente, la clase obrera de los países industrializados es sometida a un auténtico bombardeo de ataques. En Suecia, Bélgica, Italia, España, por no citar sino los últimos ejemplos. En Francia, nunca desde el plan Delors de 1983, se había atrevido la burguesía a asestar semejante mazazo a los obreros. Todo a la vez: aumentos del IVA (impuesto al valor añadido), o sea de los precios del consumo, aumento de los impuestos y del forfait hospitalario (costo fijo por día de internación no reembolsado por la Seguridad social), congelación de los salarios del funcionariado, baja de las pensiones, aumento de los años de trabajo necesario para la jubilación para algunas categorías de funcionarios, y todo eso cuando las cifras oficiales de la burguesía empiezan a anunciar un aumento del desempleo. De hecho, al igual que sus colegas de todos los demás países, la burguesía francesa está enfrentada a una creciente agravación de la crisis mundial del capitalismo que la obliga a atacar cada día más las condiciones de existencia de los proletarios. Y esto le es tanto más indispensable a causa del importante retraso habido durante los años en que la izquierda, con Mitterrand y el PS, estaba a la cabeza del Estado, una situación que dejaba desguarnecido el flanco social, obligando al Estado a cierta “vacilación” en sus políticas antiobreras.
El actual alud de ataques tenía obligatoriamente que nutrir una combatividad obrera que ya se ha expresado en diferentes momentos y países como Suecia, Bélgica, España y también en Francia...
En efecto, ante tal situación, los proletarios no pueden permanecer pasivos. No les queda otra salida que la de defenderse luchando. Sin embargo, para impedir que la clase obrera entrara en lucha con sus propias armas, la burguesía ha tomado la delantera, empujándola a lanzarse a la lucha prematuramente y bajo el control total de los sindicatos. No ha dejado tiempo a los obreros para movilizarse a su ritmo y con sus medios: las asambleas generales, las discusiones, la participación en asambleas de otros lugares de trabajo diferentes, la entrada en huelga si la relación de fuerzas lo permite, la elección de comités de huelga, las delegaciones a otras asambleas de obreros en lucha.
El movimiento huelguístico que acaba de desarrollarse en Francia, si bien es verdad que ha evidenciado el profundo descontento que reina en la clase obrera, ha sido, ante todo, el resultado de una maniobra de gran envergadura de la burguesía con el objetivo de arrastrar a los obreros a una derrota masiva y, sobre todo, provocar entre ellos la mayor de las desorientaciones.
Para armar su trampa, la burguesía ha maniobrado magistralmente, haciendo cooperar muy eficazmente a sus diferentes fracciones en la repartición de la labor: la derecha, la izquierda, los media, los sindicatos, la base radical de éstos formada principalmente por militantes de fracciones de extrema izquierda.
En primer lugar, para iniciar la maniobra, la burguesía tiene que hacer entrar en huelga a un sector de la clase obrera. El aumento de su descontento en Francia, agravado por los recientes ataques sobre la Seguridad social, por muy real que sea no está lo bastante maduro como para provocar la entrada en lucha masiva de sus sectores más decisivos, especialmente los de la industria. Es éste un factor favorable a la burguesía, pues, al empujar a la huelga al sector al que va a provocar, no existe el riesgo de que los demás sectores le sigan espontáneamente y desborden el encuadramiento sindical. El sector “escogido” es el de los conductores de tren. Con el “contrato de plan” anunciado para la Compañía de ferrocarriles (SNCF), la burguesía amenaza a los maquinistas con trabajar ocho años más para obtener la jubilación, so pretexto de que son, en ese aspecto, unos “privilegiados” en comparación con los demás empleados del Estado. Es algo tan enorme que los obreros ni siquiera se toman el tiempo de la reflexión antes de lanzarse a la batalla. Eso es precisamente lo que buscaba la burguesía, que se metan en el encuadramiento que los sindicatos les habían montado. En veinticuatro horas, los conductores del metro y de los autobuses parisinos, amenazados con perder algunas ventajas del mismo tipo, son arrastrados a una trampa similar. Los sindicatos echan toda la carne en el asador para forzar la entrada en huelga, mientras que hay cantidad de obreros que, perplejos, no entienden tal precipitación. La dirección de la RATP (Compañía de transportes parisinos) echa una mano a los sindicatos tomando la iniciativa de cerrar algunas líneas y haciéndolo todo para impedir trabajar a quienes lo desean.
¿Por qué la burguesía escogió a esas dos categorías de trabajadores para iniciar su maniobra?
Algunas de sus características son elementos favorables para el montaje del plan de la burguesía. Esas dos categorías poseen efectivamente estatutos particulares cuya modificación es un buen pretexto para desatar un ataque que las concierne específicamente. Pero es sobre todo la garantía de que, una vez los ferroviarios y los conductores de metro y de autobuses en huelga, quedará paralizado todo el transporte público. Además de que tal movimiento no puede pasar desapercibido para ningún obrero, es un medio suplementario y de gran eficacia en manos de la burguesía para evitar desbordamientos, cuando su objetivo es proseguir la extensión de la huelga a otras partes del sector público. Así, sin transportes, el principal y casi único medio de acudir a las manifestaciones es el de subirse a los autocares sindicales. No queda la menor posibilidad de acudir masivamente al encuentro de otros obreros en huelga, en sus asambleas generales. En fin, la huelga de transportes es, además de lo dicho, un medio de dividir a los obreros, levantándolos unos contra otros cuando quienes están privados de transportes deben encarar las peores dificultades para acudir cada día a su lugar de trabajo.
Pero los ferroviarios no han sido únicamente un medio para la maniobra, también han sido su diana específica. La burguesía era muy consciente de las ventajas que podía sacar de ese sector de la clase obrera que se había ilustrado en diciembre de 1986 por su capacidad para enfrentarse al encuadramiento sindical a la hora de entrar en lucha.
Una vez esos dos sectores en huelga bajo el control total de los sindicatos, puede ejecutarse la fase siguiente de la maniobra: la huelga en un sector tradicionalmente combativo y avanzado de la clase obrera, el de Correos, y dentro de éste, muy especialmente, los centros de distribución. En los años 80, estos últimos resistieron muy a menudo a las trampas de los sindicatos, no vacilando en enfrentarse a ellos. Con la incorporación de ese sector en el “movimiento”, la burguesía intenta atraparlo en las redes de la maniobra, para así neutralizarlo y asestarle la misma derrota que a los demás sectores. Además, la maniobra sería así todavía más eficaz ante sectores que todavía no están en huelga, al obtener el movimiento cierta legitimidad capaz de hacer disminuir la desconfianza o el escepticismo hacia él. La burguesía tenía, sin embargo, que actuar con más sutileza todavía que con los ferroviarios y empleados del metro. Para ello, suscitó y organizó “delegaciones de obreros”, sin ningún signo aparente de pertenencia sindical (y posiblemente compuestas de obreros sinceros engañados por los sindicalistas de base), que acudieron a los centros de distribución reunidos en asambleas generales. Engañados sobre el verdadero significado de esas delegaciones, los obreros de los principales centros de distribución postal se dejan arrastrar a la lucha. Para dar el mayor impacto mediático al acto, el poder envía a sus periodistas al lugar: el vespertino le Monde de ese día pondrá el acontecimiento en primera plana.
En esa fase de despliegue de la maniobra, la amplitud ya alcanzada por el movimiento da peso a los argumentos de los sindicatos para añadir nuevos sectores: los obreros de la electricidad y del gas (EDF-GDF), de teléfonos, los profesores. Frente a las dudas de bastantes obreros sobre la oportunidad de “luchar ya”, frente a su insistencia para discutir las modalidades y las reivindicaciones, los sindicatos oponen la consigna perentoria de “ahora es el momento”, culpabilizando a quienes no están todavía en lucha con lo de “somos los últimos en no estar todavía en huelga”.
Para incrementar más todavía la cantidad de huelguistas, hay que hacer creer que se está desarrollando un amplio y profundo movimiento social. Si se les escucha a todos, sindicatos, izquierda e izquierdistas, habría que creer que el movimiento estaría suscitando una inmensa esperanza en la clase obrera. En apoyo de tal sentir, se publica diariamente en los medios de comunicación el “índice de popularidad” de la huelga, siempre favorable en toda la “población”. Es cierto que la huelga es “popular” y que es considerada por muchos obreros como un medio de impedir que el gobierno lleve a cabo sus ataques. Pero la atención con la que la huelga es tratada en los media, en la televisión especialmente, es la mejor prueba del interés de la burguesía porque así sea, hinchando al máximo el globo de la popularidad.
Los estudiantes, sin que se enteren, también forman parte de la puesta en escena. Les han hecho salir a la calle para dar la impresión de un incremento general del descontento, para hacer creer que existen esperanzadores parecidos con mayo del 68, y, al mismo tiempo, anegar las reivindicaciones obreras en las interclasistas típicas de los estudiantes. Incluso algunos acuden a las asambleas en los lugares de trabajo, “al encuentro de las luchas obreras” y eso con el beneplácito de los sindicatos ([4]).
La clase obrera se ve desposeída de la menor iniciativa, no quedándole más opción que la de seguir a los sindicatos. En las asambleas generales que convocan, la insistencia de los sindicatos para que los obreros se expresen no tiene otra intención que la de dar una apariencia de vida a la asamblea cuando en realidad todo se ha decidido fuera de ella. Dentro de ellas, la presión sindical para ponerse en huelga es tan fuerte que muchos obreros, dubitativos, como mínimo, sobre el carácter de esta huelga, no se atreven a expresarse. Algunos otros, al contrario, totalmente embaucados, viven la euforia de una unidad ficticia. De hecho, una de las claves del éxito de la maniobra de la burguesía es que los sindicatos se han apropiado de las aspiraciones y de los medios de lucha de la clase obrera para desnaturalizarlos y volverlos contra ella. Esos medios son:
- la necesidad de reaccionar masivamente y no en orden disperso frente a los ataques de la burguesía;
- la extensión de la lucha a varios sectores, la superación de las barreras corporativistas;
- la sesión diaria de asambleas generales en cada lugar de trabajo, encargadas, en particular, de pronunciarse sobre la entrada en lucha o la continuación del movimiento;
- la organización de manifestaciones en la calle en donde grandes masas obreras, de diferentes sectores y lugares, arraigan la solidaridad y la fuerza ([5]).
Además, los sindicatos han tenido sumo cuidado, en la mayor parte del movimiento, de hacer alarde de su unidad. Se pudo incluso ver, con mediatización a ultranza, los apretones de manos entre los jefes de los dos sindicatos tradicionalmente “enemigos”: la CGT y Force ouvrière (FO, sindicato formado de una escisión de la CGT, con el apoyo de los sindicatos americanos, al principio de la guerra fría). Esta “unidad” de lo sindicatos, que se afirmaba a menudo en las manifestaciones tras banderolas comunes CGT-FO-CFDT-FSU, era la apropiada para arrastrar la mayor cantidad de obreros a la huelga, pues, durante años, una de las causas del desprestigio de los sindicatos y del rechazo de los obreros a seguir sus consignas, era, precisamente, sus constantes pendencias. En este aspecto, los trotskistas han aportado su pequeña contribución pues no han cesado de reclamar la unidad entre los sindicatos, haciendo de ella una especie de condición previa al desarrollo de las luchas.
La derecha en el poder, por su parte, después de un alarde de determinación al principio del movimiento, se pone a dar la impresión de debilidad, a la que los media dan la mayor publicidad, dando a entender que los huelguistas podrían ganar, conseguir la retirada del plan Juppé y hasta la caída del gobierno. En realidad, el gobierno hace durar las cosas sabiendo perfectamente que los obreros que han llevado a cabo una huelga larga no van a estar dispuestos a reanudar la lucha. Será únicamente al cabo de tres semanas cuando anunciará la retirada de algunas de las medidas que habían encendido la mecha: retirada del “contrato de plan” en los ferrocarriles y, más generalmente, algunas disposiciones referentes a las jubilaciones de los empleados del Estado. Mantiene, sin embargo, lo esencial de su política: aumentos de impuestos, congelación de los salarios de los funcionarios y, sobre todo, los ataques sobre la Seguridad social.
Los sindicatos, junto con los partidos de izquierda, cantan victoria y se ponen manos a la obra, desde entonces, para que se vuelva al trabajo. Se las arreglan con habilidad para no desenmascararse: su táctica consiste en dejar que se expresen, sin que esta vez haya presión por su parte, las asambleas generales favorables mayoritariamente a la vuelta al trabajo. Serán los ferroviarios, cuyos sindicatos insisten en la “victoria”, quienes, el viernes 15 de diciembre, darán la señal del retorno, del mismo modo que habían dado la de la entrada en huelga. La televisión ahora muestra hasta la saciedad unos cuantos trenes que vuelven a circular. Al día siguiente, sábado, los sindicatos organizan ingentes manifestaciones a las que se invita a los obreros del sector privado (o sea, sobre todo la industria). Es un entierro de primera del movimiento, un último punto de honor con el que hacer tragar mejor a los obreros la píldora amarga de su derrota sobre las reivindicaciones esenciales. Un depósito tras otro, las asambleas de ferroviarios votan el fin de la huelga. En los demás sectores, el cansancio general y el efecto de arrastre hacen el resto. El lunes 18, la tendencia al retorno es casi general. El martes 19, la CGT sola, organiza una jornada de acción con manifestaciones. La movilización, comparada a la de las semanas anteriores, es tan ridícula que no puede sino convencer a los “recalcitrantes” a que vuelvan al trabajo. El jueves 21, gobierno, sindicatos y patronal se reúnen en una “cumbre”, ocasión para los sindicatos, que denuncian las propuestas del gobierno, de seguir alardeando de “defensores de los obreros”.
La burguesía acaba de conseguir hacer pasar un ataque considerable, el plan Juppé, y agotar a los obreros para así disminuir su capacidad de respuesta ante ataques venideros.
Pero los objetivos de la burguesía van más allá. La manera como ha organizado su maniobra tenía el objetivo, no sólo que los obreros no puedan, con vistas a sus luchas futuras, sacar las enseñanzas de esta derrota, sino, y sobre todo, hacerlos vulnerables ante los mensajes envenenados que quiere hacerles tragar.
La amplitud que la burguesía ha dado a la movilización, la más importante desde hace años en cuanto a la cantidad de huelguistas y de manifestantes, y de la que los sindicatos han sido los artífices reconocidos, ha servido para afianzar la idea de que sólo con los sindicatos se puede hacer algo. Y eso es tanto más creíble porque, durante esta lucha, perfectamente controlada por ellos, no han estado en la situación de ser desenmascarados, ni siquiera parcialmente, como sí ocurre cuando tienen que quebrar un movimiento espontáneo de la clase. Además, han sabido tener en cuenta en su estrategia el que, mayoritariamente, la clase obrera, por mucho que los haya seguido, no les otorga gran confianza. Por eso cuidaron mucho que “participaran”, de manera ostensible, los “sin sindicato” (obreros sinceros y crédulos o submarinos de los sindicatos) en las diferentes “instancias de la lucha” como los “comités de huelga” autoproclamados. Así, a la vez que el control de los sindicatos sobre la clase obrera podrá, gracias a la maniobra, reforzarse, la confianza de los obreros en su propia fuerza, o sea su capacidad para ponerse a luchar por sí mismos, va a quedar menguada durante bastante tiempo. Esta nueva credibilidad de los sindicatos ha sido para la burguesía un objetivo fundamental, una condición previa indispensable antes de asestar los golpes venideros que van a ser todavía más brutales que los de hoy. Sólo en un contexto así podrá la burguesía tener la oportunidad de sabotear las luchas que sin lugar a dudas surgirán cuando arrecien esos golpes. Ese es sin duda uno de los aspectos esenciales de la derrota política que la burguesía ha infligido a la clase obrera.
Otro beneficiario de la maniobra en el seno de la burguesía ha sido la izquierda del capital. Las elecciones presidenciales en Francia de mayo de 1995, pusieron a todas las fuerzas de izquierda en la oposición. Como ninguna de éstas ha estado directamente implicada en la decisión de los ataques actuales, han tenido cancha libre para denunciarlos e intentar hacer olvidar que también ellas, PC y PS entre 1981 y 1984 y el PS después, han llevado a cabo la misma política antiobrera. Ha sido pues el fortalecimiento de la política de cada cual a su labor, derecha en el poder e izquierda en la oposición, lo que ha propiciado la maniobra. La derecha, encargada de asumir la responsabilidad de los ataques antiobreros. La izquierda en la oposición encargada de embaucar al proletariado, encuadrarlo y sabotear sus luchas, sobre todo gracias a sus correas de transmisión sindicales.
Otro de los objetivos de primera importancia de la burguesía era que los obreros, a base del fracaso de una lucha que se ha extendido a diferentes sectores, acaben creyendo que la extensión no sirve para nada. En efecto, hay partes importantes de la clase obrera que creen haber realizado una ampliación a otros sectores ([6]), o sea algo hacia lo que tendían las luchas obreras desde 1968 hasta el hundimiento del bloque del Este. Precisamente ha sido basándose en lo adquirido desde 1968 en lo que se ha apoyado la burguesía para meter en la maniobra a los obreros de los centros de distribución postal, como lo demuestran los argumentos usados para que cesaran el trabajo: “Los obreros de Correos (PTT) fueron vencidos en 1974 porque se quedaron aislados. Y lo mismo ocurrió con los ferroviarios en el 86, pues no lograron extender su movimiento. Hay que aprovechar hoy la ocasión que se presenta”. Esas lecciones eran blanco de la maniobra para que quedaran adulteradas.
Es todavía muy pronto para valorar el impacto de ese aspecto en la maniobra, mientras que la nueva credibilidad de los sindicatos, en cambio, es algo ya incontestable. Pero está claro que la confusión entre los obreros puede reforzarse más todavía por el hecho de que el sector ferroviario sí que ha obtenido satisfacción sobre la reivindicación que le había hecho entrar en el combate, la retirada del “plan de empresa” y los ataques sobre la jubilación. Así, la ilusión de que se podría obtener algo luchando solo en su sector va a desarrollarse y ser un poderoso estímulo para el corporativismo. Y no hablemos de la división que se ha creado así en las filas obreras, pues quienes se metieron en el combate detrás de los ferroviarios y que no han obtenido lo más mínimo, van a quedar con el resentimiento de haber quedado colgados.
En eso, son grandes las analogías con otra maniobra, la que fue montada para la lucha en los hospitales del otoño de 1988. Aquella maniobra estaba destinada a descebar una combatividad en ascenso en la clase obrera, haciendo estallar prematuramente la lucha en un sector particular, el de las enfermeras. Éstas, organizadas en la coordinación del mismo nombre, ultracorporativista, órgano prefabricado de arriba abajo por la burguesía para sustituir a unos sindicatos muy desprestigiados, obtuvieron al cabo algunas ventajas (aumento de sueldos gracias a los mil millones de francos previstos incluso antes de que estallara el conflicto). En cambio, los demás trabajadores de los hospitales, que habían entrado de lleno y masivamente en la batalla al mismo tiempo que las enfermeras, se quedaron sin nada. El desconcierto de los obreros frente al elitismo y el corporativismo de las enfermeras acabó con la combatividad en los demás sectores.
Con la permanente e insistente evocación de una pretendida semejanza entre este movimiento y el de mayo del 68, la burguesía procuraba, como ya se ha dicho, arrastrar en su maniobra a la mayor cantidad de obreros. Pero también era para ella un medio de atacar la conciencia obrera. En efecto, para millones de obreros, mayo del 68 sigue siendo una referencia, incluso para aquellos que no participaron por ser demasiado jóvenes o no ser todavía de este mundo, u obreros de otros países entusiasmados por lo que fue la primera expresión del resurgir proletario en su terreno de clase después de cuarenta años de contrarrevolución. Esas generaciones de obreros o fracciones de la clase obrera que no vivieron directamente aquellos acontecimientos, más vulnerables a la intoxicación ideológica sobre ellos, han sido un blanco muy especial para la burguesía, la cual apuntaba a hacerles creer que, en fin de cuentas, mayo del 68 no debió ser muy diferente de la huelga sindical de hoy. Es éste un nuevo ataque contra la identidad misma de la clase obrera, no tan fuerte como el tema de la “muerte del comunismo”, pero sí un obstáculo más en el camino de la superación del retroceso sufrido tras el hundimiento del bloque del Este.
La primera lección que sacaba la CCI de la maniobra de la lucha de las enfermeras en 1988 ([7]) sigue estando, por desgracia, de actualidad: “... es de suma importancia poner de relieve la capacidad de la burguesía para actuar de modo preventivo y, más en particular, para provocar el desencadenamiento de movimientos sociales de manera prematura cuando no hay todavía en la mayoría del proletariado una madurez suficiente que permita desembocar en una auténtica movilización. Esta táctica ya la ha empleado en el pasado la clase dominante, en especial en situaciones en las que los retos eran mucho más cruciales que los de estos momentos. El ejemplo más revelador nos lo ofrece lo ocurrido en Berlín en enero de 1919 cuando, tras una provocación deliberada del gobierno socialdemócrata, los obreros de dicha capital se sublevaron mientras que los de provincias no estaban todavía listos para lanzarse a la insurrección. La matanza de proletarios así como los asesinatos de los dos principales dirigentes del Partido comunista de Alemania, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, consecuencia de aquello, fueron un golpe fatal para la Revolución en Alemania, en donde, más tarde, la clase obrera fue derrotada paquete a paquete.”
Frente a un peligro así es importante que la clase obrera pueda sacar las más amplias lecciones de sus experiencias tanto de toda su historia como de las luchas de la última década.
Otra enseñanza importante es que la lucha de clases es una preocupación primordial para la burguesía de todas las naciones, y, en ese plano, como ya lo demostramos nosotros con su reacción frente a las luchas de 1980 en Polonia, es capaz de olvidarse momentáneamente de las divisiones que le son inherentes. Mantiene el silencio en las ondas frente a movimientos que se desarrollan en el terreno de clase y que podrían animar a obreros de otro país o, cuando menos, tener una influencia positiva. En cambio, deja el campo libre a la mayor publicidad de un país a otro cuando se trata de maniobras contra la clase obrera. No hay que hacerse ilusiones, la agudización irreversible de la guerra comercial y de las rivalidades imperialistas no va a entorpecer la unidad internacional que sí sabe establecer la burguesía cuando se trata de enfrentar la lucha de clases.
Lo que han demostrado igualmente las recientes huelgas en Francia es que la extensión de las luchas en manos sindicales es un arma de la burguesía. Y cuanto mayor sea esa “extensión” mayor y más profunda será la derrota infligida a los obreros gracias a ella. Es pues vital que los trabajadores aprendan a desvelar las trampas de la burguesía. Cada vez que los sindicatos llaman a la extensión, una de dos: o están obligados a “pegarse” a un movimiento que está desarrollándose, para que éste no los desborde, o lo hacen para arrastrar a la mayor cantidad de obreros a la derrota cuando la dinámica de la lucha empieza a invertirse. Esto fue lo que hicieron durante la huelga de ferroviarios en Francia, a principios de 1987, cuando llamaron a la “extensión” y al “endurecimiento” del movimiento, no, claro está, cuando la lucha estaba en su auge, sino en su pleno declinar, con el objetivo de arrastrar a la mayor cantidad de sectores de la clase obrera detrás de la derrota de los ferroviarios. Esas dos situaciones ponen de relieve la necesidad imperativa para los obreros de controlar su lucha, desde el principio hasta el final. Son sus asambleas generales soberanas las que deben decidir la extensión, para que ésta no caiga en manos de los sindicatos. Es evidente que éstos no se van a dejar, pero hay que imponer una confrontación pública y transparente con ellos, en asambleas generales soberanas, que elijan a delegados revocables en lugar de esas ramplonas reuniones manipuladas a gusto de los sindicatos como así ha ocurrido en la oleada de huelgas que acaba de ocurrir.
Y el control de su lucha por lo obreros exige necesariamente la centralización de todas sus asambleas, las cuales envían sus delegados a una asamblea central. Y que, a su vez, elige un comité central de lucha. Es esta asamblea la que garantiza en permanencia la unidad de la clase y que permite la coordinación de las formas de lucha: si tal día es oportuno o no hacer huelga, qué sectores deben hacer huelga, etc. Es también ella la que debe decidir sobre la reanudación general del trabajo, sobre un posible repliegue ordenado cuando la relación inmediata de fuerzas así lo exige. Esto no es ni una ilusión, ni pura abstracción, ni soñar despierto. Un órgano así, el soviet, los obreros rusos le dieron vida en las huelgas de masas de 1905 y después en 1917 en la revolución. La centralización de la lucha por el Soviet, ésa es una de las lecciones fundamentales del primer movimiento revolucionario de este siglo que los obreros en sus luchas futuras deberán volver a hacer suya. Así decía Trotski en su libro 1905: “¿Qué es el Soviet? El consejo de diputados obreros se formó para responder a una necesidad práctica suscitada por la coyuntura de entonces: se necesitaba una organización con una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que debía agrupar de entrada a las multitudes diseminadas y sin vínculo entre ellas; esta organización (...) tenía que poseer capacidad de iniciativa y debía controlarse a sí misma de manera automática: lo esencial era hacerla surgir en veinticuatro horas (...) para tener autoridad sobre las masas, al día siguiente mismo de su formación, debía constituirse sobre la base de la representación más amplia. ¿Qué principio debía adoptarse? La respuesta apareció evidente. Teniendo en cuenta que el único vínculo que había entre las masas proletarias desprovistas de organización era el proceso de producción, había que atribuir el derecho de representación a las empresas y a las fábricas” ([8]).
Aunque ese ejemplo de una centralización tan viva de un movimiento de la clase sea de un período revolucionario, ello no quiere decir que la clase obrera no pueda centralizar su lucha en otros períodos. La huelga de masas de los obreros de Polonia en 1980, si bien es cierto que no hizo surgir soviets, que son órganos de toma del poder, nos proporcionó, sin embargo, un buena ilustración de esa centralización. Desde el principio mismo de la huelga, las asambleas generales enviaron delegados (en general, dos por empresa) a una asamblea central, el MKS, para toda una región. Esa asamblea se reunía diariamente en los locales de la empresa que era el faro de la lucha, los astilleros Lenin de Gdansk y después los delegados iban a rendir cuentas de sus deliberaciones a las asambleas de base por las que habían sido elegidos, asambleas que tomaban posición sobre aquellas deliberaciones. En un país en donde las luchas anteriores de la clase obrera habían sido brutalmente ahogadas en sangre, la fuerza del movimiento paralizó el brazo asesino del gobierno, obligándolo a ir a negociar con el MKS en los locales de éste. Evidentemente, si los obreros de Polonia lograron darse, de entrada, una forma de organización así, fue porque los sindicatos oficiales estaban totalmente desprestigiados puesto que eran clara y abiertamente los policías del Estado estalinista. En realidad será la formación del sindicato “independiente” Solidarnosc lo que de verdad permitirá al gobierno llevar a cabo el aplastamiento sangriento de los obreros en diciembre de 1981. Es la mejor prueba de que los sindicatos no son, ni siquiera imperfectamente, una organización de la lucha obrera. Al contrario, mientras puedan sembrar ilusiones, son, sobre todo, el mayor obstáculo ante una organización verdadera de esa lucha. Son ellos quienes, por su presencia y su acción, entorpecen el movimiento espontáneo de la clase, surgido de las necesidades de la propia lucha, hacia la autoorganización.
A causa precisamente del peso de sindicalismo en los países centrales del capitalismo, resulta evidente que no será la forma de los MKS, y menos todavía de los soviets, la que tomarán las futuras luchas de la clase. Sin embargo, esa forma deberá servirles de referencia y de guía, debiendo los obreros pelearse para que sus asambleas generales sean verdaderamente soberanas y se determinen hacia la extensión, el control y de la centralización por sí mismas.
En realidad, las próximas luchas de la clase obrera, y durante bastante tiempo todavía, estarán marcadas por el retroceso, que la burguesía utilizará en todo tipo de maniobras. En esta difícil situación de la clase obrera, que sin embargo no pone en entredicho la perspectiva hacia enfrentamientos de clase decisivos entre burguesía y proletariado, la intervención de los revolucionarios es insustituible. Para que esa intervención sea lo más eficaz y no favorezca, sin quererlo, los planes de la burguesía, los revolucionarios, en sus análisis y sus consignas, no deben ofrecer la menor posibilidad a la presión de la ideología ambiente. Deben ser los primeros en desvelar y denunciar las maniobras del enemigo de clase.
La amplitud de la maniobra elaborada por la burguesía francesa, el hecho de que incluso se haya permitido provocar huelgas masivas que acabarán agravando más todavía sus dificultades económicas, es ya de por sí une demostración, por la contraria, de que la clase obrera y su lucha no han desaparecido, eso que tanto les gusta repetir a los “expertos” a sueldo de las universidades y demás fabricantes de ideologías. Esa ingente maniobra demuestra que la clase dominante sabe perfectamente que los ataques cada día más duros que va llevar a cabo, provocarán luchas de gran amplitud. Aunque hoy haya marcado un tanto, aunque haya ganado una victoria política, la batalla no ha terminado ni mucho menos. Para empezar, la burguesía es incapaz de impedir que se siga hundiendo irremediablemente su sistema económico. Tampoco podrá evitar que se siga deteriorando el crédito de sus sindicatos, como ocurrió durante los años 80, conforme iban saboteando las luchas obreras una tras otra. Y la clase obrera sólo podrá vencer si es capaz de comprender toda la capacidad de su enemigo, incluso basado en un sistema moribundo, para tender las trampas más sutiles y sofisticadas en el camino de su combate.
BN, 23 de diciembre de 1995.
[1] La CGT, correa de transmisión del PC; FO “socialdemócrata”; la FEN, próxima al Partido socialista, sindicato mayoritario en la educación nacional; la FSU, escisión de la FEN, más próxima al PC y a los izquierdistas.
[2] Es el nombre del Primer ministro encargado de aplicarla. Ese plan consiste, entre otras cosas, en una buena colección de ataques sobre todo en la Seguridad social en general y el seguro de enfermedad en particular.
[3] Revista internacional nº 82.
[4] Cabe recordar que en 1968, los sindicatos formaron un cordón cerrado en torno a las empresas para impedir todo contacto entre obreros y estudiantes. Es cierto que en aquella época era entre los estudiantes donde más se hablaba de “revolución” y, sobre todo, donde más se denunciaba a los partidos de izquierda, PC y PS. No había riesgo alguno de que el conjunto de la clase obrera retomara por cuenta propia la idea de la revolución, pues estaba dando los primeros pasos en la reanudación de sus combates tras cuatro décadas de contrarrevolución. Además, esa idea era bastante confusa en las mentes y los discursos de la mayoría de los estudiantes que la mencionaban, por el propio carácter pequeñoburgués de su “movimiento”. Lo que de verdad temían los sindicatos era que les fuera todavía más difícil controlar un combate obrero que se había iniciado sin ellos y que había sorprendido a toda la burguesía.
[5] El Primer ministro, a su manera, contribuyó a las manifestaciones masivas, al afirmar, cuando anunció su plan, que el gobierno no sobreviviría si bajaban a la calle dos millones de personas. A la noche de cada jornada de manifestación, los sindicatos y los media se dedicaban a echar cuentas afirmando que se acabaría por alcanzar esa cantidad. Algunos sectores de la burguesía, y algunos del extranjero, se creen o hacen creer que Juppé “metió la pata” con semejante declaración. También le echan en cara la enorme “torpeza” de haber concentrado todos sus ataques a la vez. Así dice el Wall Street Journal: “Los movimientos de huelga se deben sobre todo a que el gobierno se lo ha montado muy torpemente al intentar hacer pasar varias reformas en una vez”. También se le echa en cara su arrogancia: “La cólera pública se dirige en gran parte contra la manera autocrática con la que gobierna Alain Juppé... Es tanto una revuelta contra la altanería del golismo como contra el rigor presupuestario” (The Guardian). En realidad, esas “torpezas” y esas “arrogancias” han sido un elemento importante de la provocación: la derecha en el gobierno se daba los medios para atizar las iras obreras y facilitar el juego sindical.
[6] Eso es lo que expresa claramente un maquinista: “Me eché a la pelea como conductor. Al día siguiente me sentía ante todo ferroviario. Después me puse el traje de funcionario. Ahora me siento, sencillamente, asalariado, como la gente del sector privado que me gustaría que se unieran a la causa... Si lo dejara mañana, ya no podría mirar de frente a uno de Correos” (Le Monde, 12-13 de diciembre).
[7] Ver el artículo “Francia: Las “coordinadoras” en la vanguardia del sabotaje de las luchas”, en la Revista internacional nº 56.
[8] Véase nuestro artículo “Revolución de 1905: enseñanzas fundamentales para el proletariado”, en la Revista internacional nº 43.
Tensiones imperialistas
Según la prensa, habría ganado por fin la razón: la acción de las grandes potencias, y en primera fila Estados Unidos, habría permitido que se inicie une solución real al conflicto más mortífero en Europa desde 1945. Los acuerdos de Dayton significarían la vuelta de la paz a la antigua Yugoslavia. Del mismo modo, todas las esperanzas quedarían abiertas en Oriente Próximo, pues el asesinato de Rabin no habría hecho sino reforzar el campo de las “palomas” y de su tutor norteamericano para llevar a término el “proceso de paz”. Último regalo de navidad de Washington: el conflicto más antiguo de Europa, el que opone a los republicanos de Irlanda del Norte a Gran Bretaña, estaría siendo superado.
Ante toda esa ristra de mentiras cínicas, los proletarios no deben olvidar lo que ya prometía la burguesía en 1989, después del hundimiento del bloque del Este: un “nuevo orden mundial”, una “nueva era de paz”. Sabemos muy bien lo que de verdad ocurrió: guerra del Golfo, guerra en la ex Yugoslavia, en Somalia, en Ruanda y un largo etcétera. No es la hora de la paz. Lo que de verdad define las relaciones entre las principales potencias imperialistas es, con mucha mayor gravedad que hace cinco años, el desencadenamiento de la guerra de todos contra todos.
La prensa y TV, a sueldo de la burguesía, nos presenta a las grandes potencias imperialistas del globo cual “palomitas” de la paz o como sacrificados bomberos empeñados en apagar cada incendio guerrero. En realidad, son ellas las incendiarias, desde la ex Yugoslavia a Ruanda, pasando por Argelia y Oriente Próximo. Por medio de bandas locales o países interpuestos, esas grandes potencias se hacen una guerra, por ahora todavía medio oculta, pero no por ello menos feroz. Los tan manidos acuerdos de Dayton no son más que un momento de la guerra que enfrenta a la primera potencia mundial a sus antiguos aliados del difunto bloque occidental.
Con los acuerdos de Dayton, con el envío de 30 000 soldados bien pertrechados en armas y equipo a la antigua Yugoslavia, no son ni los croatas ni los serbios a quienes va dirigido el mensaje de EEUU, sino a sus antiguos aliados europeos que se han convertido en los mayores contestatarios de su supremacía mundial. Sobre quien quiere imponerse Estados Unidos es sobre Francia, Gran Bretaña y Alemania. Su objetivo no es la paz, sino la reafirmación de su hegemonía. Tampoco se trata, para las burguesías de esos tres países y sus envíos de tropas a la ex Yugoslavia, de imponer la paz a los beligerantes o defender a la población martirizada de Sarajevo; se trata para ellas de defender sus propios intereses imperialistas. Bajo la tapadera de la acción humanitaria y de las fuerzas “de paz” de la Unprofor, París, Londres y Bonn (más discreta esta capital, pero de una temible eficacia) no han cesado de atizar la guerra en favor de sus respectivos protegidos. Con la IFOR, Fuerza de interposición bajo la batuta de la OTAN, se va a perpetrar la misma acción criminal, pero a una escala todavía mayor, como así lo demuestra la importancia de las fuerzas alistadas, en hombres y en material. El territorio de la ex Yugoslavia va a seguir siendo el principal campo de batalla de las grandes potencias imperialistas en Europa.
La determinación americana en volver al primer plano del ruedo yugoslavo y volver a empuñar con firmeza el bastón de mando se corresponde con la importancia estratégica vital que ese país europeo, situado en el cruce entre Europa y Oriente Próximo. Pero más importante todavía es que se trata, como lo dijo claramente Clinton, con el apoyo de toda la burguesía estadounidense, en su discurso para explicar el envío de tropas norteamericanas, de “afirmar el liderazgo americano en el mundo”. Y para que nadie ponga en duda la determinación de Washington para cumplir ese objetivo, precisó que “asumía la entera responsabilidad de los perjuicios que pudieran sufrir los soldados americanos”.
Tal lenguaje, abiertamente guerrero, y tal firmeza, que contrastan con las vacilaciones anteriores sobre la antigua Yugoslavia por parte del poder norteamericano, se explican por la amplitud del cuestionamiento de su dominio por Alemania, Japón y Francia, y también, y eso es un cambio histórico, por su más antiguo y fiel aliado, Gran Bretaña. Reducido al papel de segundón en la ex Yugoslavia, Estados Unidos estaba obligado a dar un buen golpe para atajar la más grave puesta en entredicho de su superioridad mundial desde 1945.
En el nº 83 de esta Revista internacional ya explicamos en detalle la estrategia estadounidense en la ex Yugoslavia y, por lo tanto, no vamos a repetirlo aquí. Vamos a abordar los resultados de la contraofensiva de la primera potencia mundial, una contraofensiva que ha alcanzado con creces sus objetivos. Los imperialismos británico y francés estaban hasta hace poco casi solos en el terreno. Eso les proporcionaba un gran margen de maniobra frente a sus rivales imperialistas, lo cual culminó en la formación de la Fuerza de reacción rápida (FRR). Pero ahora deberán “coexistir” con un fuerte contingente norteamericano y se verán obligados a aceptar, de grado o por la fuerza, los dictados de Washington, al haber sido la ONU separada del mando en beneficio de la IFOR, bajo mando directo de la OTAN, o sea de Estados Unidos. El desarrollo mismo de las discusiones de Dayton queda perfectamente enmarcado en la relación de fuerzas que EEUU está imponiendo a sus “aliados” europeos. “Según una fuente francesa, esas discusiones se desarrollaron en un ambiente euro-americano “insoportable”. Esas tres semanas, según dicha fuente, no han sido sino una sucesión de humillaciones infligidas a los europeos por parte de los americanos, los cuales querían dirigir ellos solos el cotarro” ([1]). Al “grupo de contacto” de marras, dominado por el dúo franco-británico, les pusieron una miserable silla plegable y tuvo que aceptar, en lo esencial, las condiciones dictadas por Estados Unidos:
- relegación de la ONU al papel de simple observador con la desaparición de Unprofor, valiosa herramienta del eje París-Londres en la defensa de sus intereses imperialistas, sustituida por una IFOR dirigida y dominada por EEUU;
- disolución de la FFR;
- entrega de armas al ejército bosnio y su encuadramiento por EEUU.
El intento de Francia de utilizar las protestas de los rusos frente a la apisonadora estadounidense para proponer que las tropas rusas de la IFOR se pusieran bajo su control, para con ello meter una cuña en la alianza ruso-norteamericana, acabó en lamentable fracaso y aquellas tropas se han puesto bajo el mando de EEUU. Por si fuera poco, Washington ha hincado más aún el clavo insistiendo en que las verdaderas negociaciones se habían verificado en Dayton y que la conferencia prevista en París en diciembre no sería más que una confirmación de las decisiones tomadas en y por Estados Unidos.
Y así, gracias ante todo a su potencial militar en un mundo en el que la ley en vigor en la jungla imperialista es la ley del más fuerte, la primera potencia mundial no sólo ha logrado afianzar espectacularmente sus posiciones en la antigua Yugoslavia, sino que además les ha bajado los humos a todos aquellos que pretendían y se atrevían a cuestionar su omnipotencia, y, en primera fila, el tándem franco-británico. El golpe dado a las burguesías británica y francesa ha sido tanto más duro por cuanto éstas, con su presencia en Yugoslavia, lo que quieren es defender su estatuto de potencias militares mediterráneas de primer plano y, por lo tanto, su estatuto de potencias que, aunque medianas e históricamente en declive, entienden seguir desempeñando un papel de importancia mundial. Con el reforzamiento de la presencia de los ejércitos norteamericanos en el Mediterráneo, su rango imperialista está directamente amenazado. La amplia contraofensiva americana tiene, pues, como objetivo primero el de castigar a los revoltosos franco-británicos. Pero también a Alemania le afecta esa estrategia. Para el imperialismo alemán, lo esencial es, a través de la ex Yugoslavia, el acceso al Mediterráneo y a la ruta de Oriente Próximo. Gracias a las victorias de sus protegidos croatas, había empezado a hacer realidad ese objetivo. Pero la fuerte presencia americana, al limitar su margen de maniobra, va a entorpecerlo. El que Hungría, país vinculado a Alemania, acepte servir de base de retaguardia a las tropas USA es una amenaza directa para los intereses del imperialismo alemán. Todo con firma que la alianza de la primavera de 1995 entre EEUU y Alemania sólo fue momentánea. EEUU se apoyó en Alemania, a través de los croatas, para restablecer sus posiciones, pero una vez alcanzado ese objetivo, se acabó el dejar actuar libremente a su competidor más peligroso, la única de las grandes potencias con capacidad para convertirse en jefe de un nuevo bloque imperialista.
En esa zona estratégica vital que es el Mediterráneo, EEUU ha hecho la demostración patente de quién “corta el bacalao”, asestando un golpe muy serio a todos sus rivales en gangsterismo imperialista en la parte del mundo que sigue siendo más que nunca la baza decisiva entre los tahúres imperialistas, o sea, Europa. Y al recordar la burguesía americana que está bien decidida a utilizar su fuerza militar, es a escala mundial donde quieren llevar a cabo la contraofensiva, pues es a nivel mundial donde se planeta el problema de la defensa de una supremacía amenazada por la creciente tendencia a tirar cada uno por su lado y por el lento ascenso del imperialismo alemán. En Oriente Próximo, de Irak a Irán, pasando por Siria, por todas partes está Estados Unidos acentuando la presión para imponer el “orden americano”, aislando o desestabilizando a los Estados que se resisten a los dictados de Washington y se ponen a escuchar los cantos de sirena europeos o japoneses. EEUU está intentando expulsar al imperialismo francés de sus cotos de caza de África. Favorece la acción de los islamistas en Argelia, no vacila en fomentar bajo mano lo que hasta hoy parecía ser el arma de los imperialismos débiles, el terrorismo ([2]). No son sin duda ajenos a las revueltas que han afectado a Costa de Marfil y a Senegal y cuando París intenta estabilizar sus relaciones con la fracción en el poder en Ruanda, el primer resultado de la nueva misión del incombustible Jimmy Carter es una nueva degradación de las relaciones entre Kigali y París. En Asia, la primera potencia mundial alterna la zanahoria y el palo para meter en vereda a quienes ponen en entredicho su prepotencia, enfrentándose a un Japón que cada día soporta peor la tutela americana (como así ha quedado patente con las manifestaciones masivas contra las bases en Okinawa), y a China, la cual quiere aprovecharse del final de los bloques para afirmar sus pretensiones imperialistas, incluso cuando éstas se oponen a los intereses de Estados Unidos. Recientemente, EEUU ha conseguido imponer el mantenimiento de sus bases militares en Japón.
Pero sin duda ha sido el viaje triunfal que acaba de realizar Clinton en Irlanda lo que mejor ilustra la determinación de la burguesía estadounidense para castigar a “los traidores” y restablecer sus posiciones. Imponiendo a la burguesía británica la reanudación de las negociaciones con los nacionalistas irlandeses, haciendo clara ostentación de sus simpatías por Adams, jefe del Sinn Fein (rama política del IRA), Clinton dirige un mensaje a Gran Bretaña que nos permitimos transcribir, en términos menos diplomáticos, así: “si no te portas bien y no vuelves a mejores sentimientos hacia el amigo americano, has de saber que ni siquiera en tu propio suelo estás al abrigo de represalias”. Con ese viaje, Washington ejerce una fuerte presión sobre su ex aliado británico, una presión a la medida del divorcio ocurrido en la más antigua y firme alianza imperialista del siglo XX. Sin embargo, el hecho mismo de que los norteamericanos estén obligados a usar semejantes métodos para hacer volver al redil a la burguesía que le era más próxima, es testimonio también de los límites, a pesar de los innegables éxitos, de la contraofensiva estadounidense.
Como los propios diplomáticos lo reconocen, los acuerdos de Dayton no han solucionado nada de fondo, tanto en lo que al futuro de Bosnia se refiere (dividida en dos e incluso en tres entidades) como sobre el antagonismo fundamental que enfrenta a Zagreb con Belgrado. Esta “paz” no es más que una tregua fuertemente armada, ante todo porque los acuerdos impuestos por Estados Unidos no son sino un momento más en la relación de fuerzas que enfrenta a Washington con las demás grandes potencias imperialistas. Por ahora, esa relación de fuerzas se inclina claramente a favor de EE UU, país que ha obligado a sus rivales a ceder, pero EE UU sólo ha ganado una batalla y, ni mucho menos, la guerra misma. La lenta erosión de su preponderancia mundial ha sido limitada, pero no por ello ha cesado.
Ninguna potencia imperialista puede pretender rivalizar en el terreno estrictamente militar con la primera potencia mundial, lo cual es para ésta una baza capital contra sus contrincantes, limitándoles así su margen de maniobra. Pero las leyes del imperialismo les obligan -aunque sólo sea para subsistir en el ruedo imperialista- a seguir intentando por todos los medios quitarse de encima la pesada tutela americana. Y al no poder oponerse directamente a EEUU, recurren a lo que podría llamarse una estrategia de “rodeo”.
Francia y Gran Bretaña han tenido que aceptar la retirada de la Unprofor y de la FRR para dejar paso a la IFOR, pero si participan en esta fuerza con un contingente que, sumando las tropas francesas a las británicas, es de una importancia casi equivalente a la de las tropas desplegadas por Clinton, eso significa que no van a doblegarse dócilmente ante el mando norteamericano. Con una fuerza así, el tándem franco-británico se da los medios necesarios para defender sus prerrogativas imperialistas y por lo tanto para intentar contrarrestar, a la primera ocasión, la acción que emprenda Washington. El sabotaje será más fácilmente realizable que en la guerra del Golfo, primero a causa de la naturaleza del terreno, segundo, porque esta vez Londres y París están en el mismo campo, el de los oponentes a la política americana y, tercero, porque el contingente de EEUU es mucho menos impresionante que el de la “Tempestad del desierto”. Si Francia y Gran Bretaña han aumentado más todavía su presencia militar en la ex Yugoslavia, es, pues, para mantener intacta su capacidad para poner la mayor cantidad de trabas posibles a Estados Unidos, a la vez que conservan los medios para intentar poner freno al avance del imperialismo alemán en la región.
También es significativa de esa estrategia de rodeo, la ruidosa preocupación de la burguesía francesa por los barrios serbios de Sarajevo; Chirac ha mandado una carta, sobre ese tema, a Clinton y los oficiales franceses de Unprofor en Sarajevo han expresado su apoyo a las manifestaciones nacionalistas serbias. Ante la firmeza de Washington, París retrocede, pretendiendo que no ha sido más que una torpeza de un general a quien relevan del mando. Pero no es más que diferir las cosas hasta la próxima ocasión. Otro ejemplo es la buena operación realizada por Francia con las elecciones en Argelia y la confortable elección del preferido de la burguesía francesa, el siniestro Zerual. Las maniobras de París en torno al pretendido “encuentro fallido” entre Chirac y Zerual en Nueva York permitieron a Francia hacer suya la reivindicación norteamericana de “elecciones libres” en Argelia. Estados Unidos se ha visto así en la imposibilidad de seguir criticando los resultados de una elección con una participación tan importante.
La reciente decisión francesa de acercarse a las estructuras de la OTAN, con la presencia desde ahora permanente del jefe de estado mayor del ejército francés, ilustra la misma estrategia. A sabiendas de que es incapaz de luchar en igualdad con la burguesía americana, la francesa hace, dentro de una OTAN dominada por EEUU, lo mismo que Gran Bretaña en una Unión Europea (UE) dominada por Alemania: integrarse en ella para sabotear su política.
Con la cumbre euromediterránea de Barcelona, Francia ha intentado también meterse en el terreno de EEUU. Por un lado intenta reforzar los vínculos de Europa con los principales protagonistas del conflicto de Oriente Próximo, Siria e Israel, cuando Estados Unidos ha dejado a Europa reducida al papel de simple espectador del “proceso de paz”. Por otro lado, Francia se opone a las maniobras de desestabilización de las que es víctima en el Magreb con una posible coordinación de las políticas de seguridad frente al terrorismo islamista. Si los resultados de esa cumbre son limitados, no hay que subestimarlos a la hora en que EE UU refuerza su presencia en el Mediterráneo y lo hace todo por imponer la “pax americana” en Oriente Próximo.
Pero donde mejor pueden verse los límites de la contraofensiva de EEUU es en el mantenimiento e incluso el reforzamiento de la alianza franco-británica. Esta se ha desarrollado en los últimos meses en aspectos tan esenciales como la cooperación militar, la intervención en la ex Yugoslavia y la coordinación de la lucha contra el terrorismo islamista. Después de haber hecho ostentación del apoyo a la reanudación de las pruebas nucleares francesas, la burguesía británica provoca directamente a Washington aceptando ayudar a París contra un terrorismo islamista teledirigido por EE UU. Esto pone de relieve la profundidad de la distancia tomada por Gran Bretaña respecto a Estados Unidos.
Todo eso es ilustración de la importancia de los obstáculos ante los que se encuentra EEUU para frenar y superar la crisis de su hegemonía. EEUU podrá marcar tantos importantes contra sus adversarios, obtener éxitos espectaculares, pero no podrá construir ni imponer en torno a sí un orden que se parezca un mínimo a lo que prevalecía en la época del bloque occidental regentado por él. La desaparición de los dos bloques imperialistas que impusieron su férreo dominio sobre el planeta durante más de cuarenta años, al acabar con el chantaje nuclear mediante el cual los dos jefes (EEUU y URSS) imponían sus dictados a todos los miembros de su bloque, ha dado rienda suelta a la tendencia de cada cual por su cuenta, tendencia que se ha hecho dominante en las “relaciones” imperialistas. En cuanto Estados Unidos saca pecho y hace alarde de su superioridad militar, todos sus rivales se achantan, pero el retroceso es táctico y momentáneo, y en modo alguno significa vasallaje y sumisión. Cuanto más se esfuerza EEUU en afirmar su predominio imperialista, recordando con brutalidad quién es el más fuerte, tanto más determinados se muestran los cuestionadores del orden americano en discutirlo, pues para éstos su capacidad para conservar su rango en el ruedo imperialista es cuestión de vida o muerte.
El éxito de EEUU durante la guerra del Golfo de 1991 fue efímero y vino seguido por una sensible agravación de la puesta en entredicho de la autoridad de ese país a escala mundial. Y de esto, el divorcio entre Gran Bretaña y Estados Unidos es la manifestación más patente. La operación montada por el poder norteamericano en la ex Yugoslavia, a pesar de su éxito actual, no es más que un pálido reflejo de la desplegada en Irak. Las ventajas ganadas desde el verano de 1995 por la primera potencia mundial no podrán cambiar fundamentalmente la tendencia al debilitamiento de su supremacía en el mundo, por mucha que sea su superioridad militar.
“Cada uno para sí”, eso es lo que define cada día más las relaciones imperialistas. Esa es la raíz del debilitamiento de la superpotencia norteamericana, pero no es ella la única en sufrir las consecuencias. Todas las alianzas imperialistas, incluso las más sólidas, se ven afectadas. Estados Unidos no puede resucitar un bloque imperialista a sus órdenes, pero a su contrincante más peligroso, el único país que podría esperar ser un día capaz de dirigir un bloque imperialista, Alemania, le ocurre otro tanto. El imperialismo alemán ha marcado muchos tantos en el escenario imperialista (en la ex Yugoslavia, donde se ha acercado a su objetivo de acceder al Mediterráneo y a Oriente Próximo a través de Croacia; en Europa del Este, en donde está sólidamente implantada; en África, en donde no vacila en sembrar la confusión en las zonas de influencia francesa; en Asia, en donde intenta desarrollar sus posiciones; en Oriente Próximo y Medio, don de desde ahora hay que contar con ella; sin olvidar Latinoamérica). Por todas partes, el imperialismo alemán tiende a afirmarse como potencia de primer orden frente a Estados Unidos a la defensiva y a los “suplentes” Francia y Gran Bretaña, utilizando a fondo su poderío económico, pero también cada día más, aunque discretamente, su fuerza militar. Con el arsenal de armas convencionales recuperadas de la antigua Alemania del Este, Alemania es ya hoy el segundo vendedor de armas del mundo, lejos por delante de Francia y Gran Bretaña reunidas. Y nunca antes, desde 1945, el ejército alemán había estado tan presente. Este avance corresponde a la tendencia embrionaria hacia un bloque alemán, pero conforme el imperialismo alemán va mostrando su potencia, van surgiendo ante él nuevos obstáculos. Cuantos más músculos enseña Alemania, más distancias toma Francia, su más fiel y sólido aliado, respecto a ese vecino tan poderoso. Desde la ex Yugoslavia hasta la reanudación de las pruebas nucleares francesas, cuyo mensaje va sobre todo dirigido a Alemania, pasando por el futuro de Europa, las fricciones se han ido acumulando entre ambos Estados, mientras que, al contrario se estrechaban excelentes lazos entre Gran Bretaña, viejo e irreducible enemigo de Alemania, y Francia. La multiplicación de los encuentros entre Chirac y Kohl y las declaraciones calmantes que les siguen no deben engañar a nadie. Son más el signo de la degradación que de la buena salud de las relaciones franco-alemanas. El conjunto de factores políticos, geográficos e históricos, en el marco de la tendencia dominante de cada cual para sí, está llevando a un enfriamiento de la alianza franco-alemana. Ésta se había forjado, por un lado, durante la guerra fría en el marco del “bloque occidental” y por otro lado servía, en la parte francesa, para contrarrestar la acción del caballo de Troya de Estados Unidos en la Comunidad europea, o sea, Gran Bretaña. Al haber desaparecido esos dos factores (con la desaparición del bloque del Oeste y la muy sensible distanciación de la burguesía británica respecto a su tutor americano), Francia, asustada por la potencia de su vecino Alemania, que la ha invadido en tres ocasiones desde 1870, es empujada a un acercamiento con Gran Bretaña, tanto para resistir mejor a la presión venida del otro lado del Atlántico como para protegerse de la tan poderosa Alemania. Francia y Gran Bretaña, imperialismos declinantes ambos, intentan poner en común lo que les queda de potencia común para defenderse frente a Washington y Berlín. Ésa es la raíz de la solidez del eje París-Londres en la antigua Yugoslavia, y más todavía porque esas dos potencias militares mediterráneas no pueden aceptar ver su estatuto desvalorizado por un avance alemán o una presencia americana demasiado fuerte.
Es cierto que no pueden quedar cortados todos los puentes entre Francia y Alemania a causa de sus estrechos vínculos y el largo pasado de relaciones entre ambos países, sobre todo en el plano económico. Pero la alianza franco-alemana se parece cada día más a un recuerdo, entorpeciéndose así considerablemente la tendencia a la formación de un futuro bloque imperialista en torno a Alemania.
La tendencia de “cada cual para sí”, engendrada por la descomposición del sistema capitalista, desencadenada por el final de los bloques imperialistas, corroe las alianzas imperialistas más sólidas, la de Gran Bretaña con Estados Unidos, o la de Francia con Alemania, aunque ésta no tuviera la misma solidez y antigüedad. Esto no significa que ya no habrá más alianzas imperialistas. Todo imperialismo, para sobrevivir debe establecer alianzas. Pero éstas son ahora más inestables, más frágiles y expuestas a inversiones. Algunas tendrán una solidez relativa, como la franco-británica actual, pero incomparable con la que desde hace un siglo vinculaba a Londres con Washington o, incluso, la de Bonn y París desde la Segunda Guerra mundial. Otras serán de geometría variable, unas veces con uno sobre tal problema, otras con otro en un frente diferente.
El único resultado de todo eso será el de un mundo todavía más inestable y peligroso si cabe, en el que la generalización de la guerra de todos contra todos entre las grandes potencias desembocará en nuevas guerras, sufrimientos y destrucciones para la gran mayoría de la humanidad. El uso de la fuerza bruta, a imagen de lo que hacen los grandes Estados pretendidamente civilizados en la ex Yugoslavia, no cesará de incrementarse. Ahora que el capitalismo mundial va a volver a vivir una nueva recesión abierta que empujará a la burguesía a asestar más y más golpes a la clase obrera, ésta debe recordar que capitalismo equivale a miseria, pero también a guerra y a su siniestro e indecible cortejo de barbarie. Y la clase obrera deberá también recordar que sólo ella, con su lucha, podrá ser capaz de poner fin a esa barbarie.
RN, 11 de diciembre de 1995
China 1928-1949 - II
En la primera parte de este artículo (Revista internacional nº 81) intentamos rescatar la legítima experiencia histórica revolucionaria de la clase obrera en China. La heroica tentativa insurreccional del proletariado de Shangai del 21 de marzo de 1927 fue, a la vez, la culminación del impetuoso movimiento de la clase obrera iniciado en 1919 en China, y el último destello de la oleada revolucionaria internacional que había estremecido al mundo capitalista desde 1917. Sin embargo, las fuerzas coaligadas de la reacción capitalista: el Kuomingtang, los “señores de la guerra”, las grandes potencias imperialistas, contando además con la complicidad del Ejecutivo de una Tercera Internacional en acelerado proceso de degeneración, lograron derrotar completamente aquel movimiento.
Los acontecimientos posteriores nada tuvieron que ver ya con la revolución proletaria. Lo que la historia oficial llama “revolución popular china” fue, en realidad, una sucesión desenfrenada de pugnas por el control del país entre fracciones burguesas antagónicas, detrás de las cuales se hallaba siempre una u otra gran potencia. China se convirtió en una más de las regiones “calientes” de los enfrentamientos imperialistas que desembocaron en la Segunda Guerra mundial.
El año 1928 es señalado por la historia oficial como decisivo para la vida del Partido comunista de China, pues fue el año de la creación del “Ejército rojo” y del inicio de la “nueva estrategia” basada en la movilización de los campesinos, los supuestos cimientos de la “revolución popular”. Y, en efecto, aquél fue un año decisivo para el PCCh, aunque no en el sentido indicado por la historia oficial. El año 1928 marca, de hecho, la liquidación del Partido comunista de China en tanto que instrumento de la clase obrera. El reconocimiento de ese acontecimiento constituye el punto de partida para comprender los acontecimientos posteriores en China.
Por una parte, con la derrota del proletariado, el partido fue desarticulado y severamente diezmado. Como ya mencionábamos, alrededor de 25000 militantes comunistas fueron asesinados y muchos miles más fueron perseguidos por el Kuomingtang. Estos militantes constituían la flor y nata del proletariado revolucionario de las grandes ciudades, el cual, a falta de organismos del tipo de los consejos, se había agrupado masivamente en el seno del partido durante los años anteriores. En adelante, no sólo ninguna otra hornada de obreros ingresaría nuevamente al Partido, sino que su composición social cambiaría radicalmente –como veremos en el apartado siguiente–, tanto como sus principios políticos.
Pues la liquidación del Partido no fue únicamente física sino, ante todo, política. El período de la persecución más feroz contra el Partido comunista chino coincidió con el del ascenso irrefrenable del estalinismo en la URSS y en la Internacional. Estos acontecimientos simultáneos aceleraron dramáticamente el oportunismo que había sido inoculado durante años por el Ejecutivo de la Internacional en el PCCh, hasta volverse un proceso de rápida degeneración. Así, entre agosto y diciembre de 1927 el Partido encabezó una serie de tentativas aventureras, desesperadas y caóticas, entre las que se cuentan: la “revuelta del otoño”, alzamiento de algunos miles de campesinos en ciertas regiones que se hallaban bajo la influencia del Partido; el motín de las tropas nacionalistas de Nanchang (en las que actuaban algunos comunistas); y, finalmente, la llamada “insurrección” de Cantón del 11 al 14 de diciembre, que en realidad fue un intento de asalto “planificado”, no secundado por el conjunto del proletariado de la ciudad y que concluyó en un nuevo baño de sangre. Todas estas acciones terminaron en derrotas desastrosas a manos de las fuerzas del Kuomingtang, aceleraron la dispersión y desmoralización del Partido comunista y significaron el aplastamiento de los últimos impulsos revolucionarios de la clase obrera.
Dichas tentativas aventureras habían sido instigadas por los elementos que Stalin había logrado poner al frente del PCCh, y su objetivo era justificar la tesis del propio Stalin sobre el “ascenso de la revolución china”, aunque posteriormente los fracasos eran utilizados para expulsar, mediante maniobras, precisamente a quienes se le oponían.
El año 1928 marcó el triunfo de la contrarrevolución estalinista en toda la línea. El 9º plenario de la Internacional aceptó el “rechazo del trotskismo” como condición de adhesión y, finalmente, el 6º Congreso de la Internacional adoptó la nefasta teoría del “socialismo en un sólo país”, es decir, el abandono definitivo del internacionalismo proletario, que marcó la muerte de la Internacional como organización de la clase obrera. En ese marco, se llevó a cabo –también en la URSS– el 6º congreso del PCCh que, con la decisión de preparar un equipo de jóvenes dirigentes incondicionales de Stalin, inició, por decirlo así, la estalinización “oficial” del Partido, es decir, la transformación de éste en un partido diferente, instrumento del nuevo imperialismo ruso en ascenso. Este equipo de los llamados “estudiantes retornados” llegaría para tratar de imponerse en la dirección del Partido chino dos años después, en 1930.
Pero la estalinización no fue la única vía que siguió la degeneración del PCCh. Por otra parte, la derrota de la serie de aventuras de la segunda mitad de 1927 se tradujo también en la huída de algunos grupos de los que participaron en ellas hacia regiones que eran de difícil acceso para las fuerzas gubernamentales. Estos grupos empezaron a reunirse en destacamentos militares más amplios. Uno de ellos, por ejemplo, era el de Mao Tsetung.
Es de notar que, desde sus primeros años de militancia, Mao Tsetung no dio muchas pruebas de intransigencia proletaria. Como uno de los representantes del ala oportunista, ocupó un puesto administrativo de segundo orden durante el periodo de la alianza del PCCh con el Kuomingtang. Al romperse ésta, huyó a su natal Junán donde, siguiendo las directrices estalinistas, se encargó de dirigir la “revuelta campesina del otoño”. El desastroso final de la aventura le obligó, junto con unos cientos de campesinos, a replegarse aún más, hasta el macizo montañoso de Chingkang. Allí, para poder establecerse, hizo un pacto de unión con los bandidos que controlaban la zona, de quienes aprendió sus métodos de asalto. Por último, su grupo se fusionó con los restos de un destacamento del Kuomingtang al mando del oficial Chu Te, quien a su vez huía a las montañas luego del fallido alzamiento de Nanchang.
Para la historia oficial, el grupo de Mao habría dado origen al llamado “ejército rojo” o “popular” y a las “bases rojas” (regiones controladas por el PCCh). Mao habría “descubierto” por su cuenta, al fin, algo así como la “estrategia correcta” para la revolución china. A decir verdad, el de Mao fue uno entre otros destacamentos de composición similar que se formaron simultáneamente en media docena de diferentes regiones. Todos ellos iniciaron una política de reclutamiento de campesinos y avance y ocupación de ciertas regiones, logrando resistir los embates del Kuomingtang durante algunos años, hasta 1934. Lo importante a retener aquí es la fusión política e ideológica que se dio entre lo que había sido el ala oportunista del PCCh, con partes del Kuomingtang (el Partido de la burguesía) e incluso con mercenarios (provenientes de las bandas de campesinos desclasados). En realidad, el desplazamiento geográfico que se operaba en el escenario histórico, de las ciudades al campo, no correspondía a un mero cambio de estrategia, sino que marcaba nítidamente el cambio en el carácter de clase que se operaba en el Partido comunista.
En efecto, según los historiadores maoístas, el “ejército rojo” era un ejército campesino guiado por el proletariado. En realidad, al frente de ese ejército no se hallaba ya la clase obrera, sino militantes del PCCh –de origen pequeñoburgués casi todos– que, por el contrario, nunca habían hecho suya completamente la perspectiva histórica de la lucha de la clase obrera, (perspectiva que abandonaron definitivamente ante la derrota de ésta), mezclados con oficiales del Kuomingtang resentidos. Años después, esta mezcla se consolidaría aún más, con un nuevo desplazamiento hacia el campo de profesores y estudiantes universitarios, nacionalistas y liberales, quienes formarían los cuadros “educadores” de los campesinos durante la guerra contra Japón.
Socialmente, el Partido comunista de China se convirtió así en el representante de las capas de la burguesía y la pequeña burguesía desplazadas por las condiciones reinantes en China: intelectuales, profesores y militares de carrera, que no hallaban sitio, ni en los gobiernos locales a los que sólo podían acceder los notables, ni en el gobierno central, cerrado y monopólico, de Chiang Kaishek.
En correspondencia, la ideología de los dirigentes del “ejército rojo” se volvió una mezcolanza de estalinismo con sunyatsenimo. Un lenguaje seudomarxista lleno de frases sobre “el proletariado” apenas matizaba el objetivo, cada vez más abiertamente declarado, de establecer, con la ayuda de un gobierno “amigo”, en oposición al gobierno burgués “dictatorial” de Chiang Kaishek, otro gobierno, igualmente burgués, aunque “democrático”. En el mundo de la realidad del capitalismo decadente, esto se plasmó en la inmersión completa del nuevo PCCh y su “ejército rojo” en las pugnas imperialistas.
Es cierto, sin embargo, que las filas del “ejército rojo” estaban constituidas básicamente por campesinos pobres. Este hecho (junto con el de que el Partido seguía llamándose “comunista”) se halla en la base de la creación del mito de la “revolución popular china”.
Desde mediados de los años 20 existían ya teorizaciones en el PCCh, sobre todo entre quienes menos confiaban en la clase obrera, que atribuían al campesinado chino un carácter de clase especialmente revolucionario. Se podía leer, por ejemplo que “las grandes masas campesinas se han alzado para cumplir su misión histórica... derribar a las fuerzas feudales rurales” ([1]). En otras palabras, había quien consideraba al campesinado como una clase histórica, capaz de realizar ciertos objetivos revolucionarios con independencia de otras clases. Con la degeneración política del PCCh, dichas teorizaciones fueron aún más lejos, hasta atribuir al campesinado chino ¡la capacidad de sustituir al proletariado en la lucha revolucionaria! ([2]).
Apuntalándose en la historia de las rebeliones campesinas en China, se pretendía demostrar la supuesta existencia de una “tradición” (por no decir “conciencia”) revolucionaria entre el campesinado chino. En realidad, lo que esa historia muestra es precisamente que los campesinos chinos han carecido de un proyecto histórico revolucionario viable propio, tal como ha sido el caso con los campesinos del resto del mundo, y tal como lo ha demostrado, una y otra vez, el marxismo. En el ascenso del capitalismo, en el mejor de los casos, abrieron el paso a las revoluciones burguesas, pero en la decadencia del capitalismo los campesinos pobres sólo pueden luchar revolucionariamente si se adhieren a los objetivos revolucionarios de la clase obrera, pues en caso contrario se convierten en un instrumento de la clase dominante.
Así, ya la rebelión de los Taiping (el movimiento del campesinado chino más “puro” e importante, que estalló en 1850 contra la dinastía manchú y fue aplastado totalmente hasta 1864) mostró los límites de la lucha campesina. Los Taiping querían instaurar el reino de dios en la Tierra, una sociedad sin propiedad privada individual, en la que un monarca legítimo, verdadero hijo de dios, sería depositario de toda la riqueza de la comunidad. Es decir, al reconocimiento de la propiedad privada como fuente de sus males, no le seguía –y no podía ser de otra manera– un proyecto viable de sociedad futura, sino sólo una utopía de retorno a una dinastía idílica perdida. En los primeros años, las potencias capitalistas europeas que ya penetraban en China, dejaron hacer a los Taiping, como un medio de debilitar a la dinastía, y la rebelión se extendió por todo el reino, pero los campesinos fueron incapaces de formar un gobierno central y de administrar las tierras. El movimiento alcanzó su punto culminante en 1856, con el fracaso de la toma de la capital imperial de Pekín y, finalmente, empezó a extinguirse en medio de una represión masiva, en la cual colaboraron por fin las potencias capitalistas. De este modo, la rebelión de los Taiping debilitó a la dinastía manchú, sólo para abrir las puertas a la expansión imperialista de Gran Bretaña, Francia y Rusia. El campesinado sirvió la mesa a la burguesía ([3]).
Décadas después, en 1898, estalló otra revuelta, de menor envergadura, la de los Yi Ho-tuan (boxeadores), dirigida originalmente contra la dinastía y los extranjeros. Sin embargo, esta revuelta marcó, de hecho, la descomposición y el final de los movimientos campesinos independientes, pues la emperatriz logró apoderarse de ella para utilizarla en su propia guerra contra los extranjeros. Con la desintegración de la dinastía y la fragmentación de China a principios de siglo, de entre la masa flotante de campesinos pobres o sin tierra, muchos empezaron a enrolarse, en cantidades crecientes, en los ejércitos profesionales de los “señores de la guerra” regionales. Finalmente, las tradicionales sociedades secretas para la protección de los campesinos, se transformaron en mafias al servicio de los capitalistas, cuya función en las ciudades era la de controlar la fuerza de trabajo y servir como rompehuelgas.
Es cierto que las teorizaciones sobre el carácter revolucionario del campesinado encontraban una justificación en la efectiva reanimación del movimiento campesino, sobre todo en el sur de China. Sin embargo, esas teorizaciones pasaban por alto que era la revolución en las grandes ciudades la que había provocado dicha reanimación y que, justamente, la única esperanza de emancipación para el campesinado podía provenir del triunfo del proletariado urbano.
Pero la constitución del “ejército rojo” chino nada tuvo que ver ni con el proletariado, ni con la revolución. Nada tuvo que ver, digamos, con la constitución de las milicias revolucionarias propias de los períodos insurreccionales. Es cierto que los campesinos se sumaban al “ejército rojo” empujados por las terribles condiciones de vida que padecían, con la esperanza de obtener o defender sus tierras, o buscando un modo de vida como soldados, pero estas eran las mismas causas por las cuales los campesinos se sumaban a cualquiera de los otros ejércitos de los “señores de la guerra” que pululaban en China en ese tiempo. Tan fue así, que al principio el “ejército rojo” tuvo que emitir ordenanzas prohibiendo los saqueos a las poblaciones tomadas. Para el proletariado, el “ejército rojo” era algo totalmente ajeno, como se mostró en 1930, cuando, al tomar la importante ciudad de Changsha, el “ejército rojo” no pudo sostenerse más que por unos pocos días, debido fundamentalmente a que fue recibido con frialdad y hasta hostilidad por los trabajadores de la ciudad, quienes rechazaron su llamado a apoyarlo mediante una nueva “insurrección”.
La diferencia entre los “señores de la guerra” tradicionales y los dirigentes del “ejército rojo”, nuevos “señores de la guerra”, era que los primeros se habían ya establecido dentro de la estructura social de China y eran visiblemente parte de las clases dominantes, mientras que los segundos pugnaban apenas por abrirse paso en ella, lo que les permitía alimentar las esperanzas de los campesinos, y les confería un carácter más dinámico y agresivo, una disposición más hábil y flexible para formar alianzas y venderse al mejor postor imperialista.
En suma, la derrota de la clase obrera en 1927 no catapultó a los campesinos al frente de la revolución, sino que por el contrario, los dejó a la deriva en la tempestad de las pugnas nacionalistas e imperialistas. En estas pugnas los campesinos fueron sólo la carne de cañón.
Con el aplastamiento de la clase obrera, el Kuomingtang se convirtió, por cierto tiempo, en la institución más fuerte de China, la única capaz de garantizar la unidad del país -combatiendo o estableciendo alianzas con los “señores de la guerra” regionales-, y, por tanto, se convirtió también en el eje de las disputas entre las potencias imperialistas.
Mencionábamos ya, en la primera parte de este escrito, cómo, desde 1911, detrás de las pugnas por formar un gobierno nacional, se hallaban las grandes potencias imperialistas. Para comienzos de los años 30 las relaciones de fuerza entre ellas se había modificado en varios sentidos.
Por una parte, con la contrarrevolución estalinista, se iniciaba una nueva política imperialista rusa. La “defensa de la patria socialista” de la URSS significaba la creación de una zona de influencia a su alrededor, que le sirviera a la vez de colchón de protección. Esto se tradujo, para el caso de China, no sólo en el apoyo a las “bases rojas” formadas a partir de 1928, -a las cuales Stalin no les auguraba un gran futuro-, sino ante todo en la búsqueda de una alianza con el gobierno del Kuomingtang.
Por otra parte, Estados Unidos, se alzaba cada vez más como un aspirante a dominar exclusivamente todas las regiones bañadas por el Océano Pacífico, sustituyendo, con su dominio financiero creciente, el antiguo dominio colonial de las viejas potencias como Inglaterra y Francia. Más, para lograrlo, tenía que acabar primero con los sueños expansionistas de Japón. De hecho, desde principios de siglo estaba planteado ya que Japón y Estados Unidos a la larga no cabrían ambos en el Pacífico. Y el enfrentamiento abierto entre Japón y Estados Unidos estalló (10 años antes del bombardeo sobre Pearl Harbor) con la guerra por el control de China y del gobierno del Kuomingtang.
Finalmente, fue Japón, de entre las potencias inmiscuidas en China la más necesitada de mercados, así como de fuentes de materias primas y de mano de obra barata, la que hubo de tomar la iniciativa en la pugna imperialista por China cuando, en septiembre de 1931, ocupó Manchuria, y a partir de enero de 1932 invadió las provincias del norte de China y estableció una cabeza de puente en Shanghai, luego de un bombardeo “preventivo” sobre los barrios obreros de la ciudad. Japón estableció alianzas con algunos “señores de la guerra” y empezó a instaurar los llamados “regímenes títeres”. En tanto, Chiang Kaishek únicamente ofreció una resistencia de fachada contra la invasión, pues él mismo había entrado en tratos con Japón. Estados Unidos y la URSS reaccionaron entonces, cada uno por su cuenta, haciendo presión sobre el gobierno de Chiang Kaishek para que iniciara una resistencia efectiva contra Japón. Estados Unidos, sin embargo, tomó las cosas con mayor calma, pues esperaba que Japón se empantanara en una larga y desgastante guerra en China (como ocurriría efectivamente).
Por su parte, en 1932, Stalin, ordenó a las “bases rojas” declarar la guerra a Japón, y simultáneamente estableció relaciones diplomáticas con el régimen de Chiang Kaishek –en el mismo periodo en que éste atacaba furiosamente las “bases rojas”. En 1933, Mao Tsetung y Fang Chimin propusieron una alianza con unos generales del Kuomingtang que se habían rebelado contra Chiang Kaishek por su política de colaboración con Japón, pero los “estudiantes retornados” rechazaron esa alianza... para no romper los lazos de Rusia con el régimen de Chiang. Este episodio muestra que el PCCh se había metido ya en el juego de las pugnas y alianzas interburguesas, aunque en ese momento Stalin consideraba al “ejército rojo” sólo como un “elemento de presión” y prefería apoyarse más en una alianza duradera con Chiang Kaishek.
Fue en ese marco de tensiones imperialistas en aumento cuando, durante el verano de 1934, los destacamentos del “ejército rojo” que se hallaban en las “bases guerrilleras” del sur y del centro iniciaron un desplazamiento hacia el noroeste de China, por las regiones agrestes más alejadas del control del Kuomingtang, hasta concentrarse en la región de Shensi. Este desplazamiento conocido como la “Larga marcha” es, para la historia oficial, el acto más significativo, épico, de la “revolución popular china”. Los libros de historia rebosan de capítulos de heroísmo, cuando los destacamentos atravesaban los ríos, pantanos y montañas... sin embargo, el análisis de los acontecimientos pone al descubierto los sórdidos intereses burgueses que se hallaban detrás de ese desplazamiento.
Ante todo, el objetivo fundamental de la “larga marcha” era el enrolamiento de los campesinos en la guerra imperialista que se estaba cocinando entre Japón, China, Rusia y Estados Unidos. De hecho, Po Ku (estalinista del grupo de “estudiantes retornados”) había planteado desde antes la posibilidad de que algunas unidades del “ejército rojo” fueran enviadas a luchar contra los japoneses. Los libros de historia subrayan, que la salida de la “zona soviética” de la región sureña de Kiangsi obedeció ante todo al cerco insoportable establecido por el Kuomingtang, pero son ambiguos cuando reconocen que las fuerzas del “ejército rojo” fueron expulsadas debido en gran parte al cambio de táctica ordenada por los estalinistas, de la lucha de guerrillas que había permitido al “ejército rojo” resistir por varios años, a combates frontales contra el Kuomingtang. Esos enfrentamientos provocaron la ruptura de la frontera de “seguridad” de la zona guerrillera y la consiguiente necesidad de abandonarla, pero ello no fue un “grave error” de los “estudiantes retornados” (como posteriormente acusaría Mao, aunque él mismo participara en esa estrategia), sino un éxito para los objetivos de los estalinistas: obligar a los campesinos armados a abandonar sus tierras, hasta entonces defendidas con tanto ahínco, para que marcharan hacia el norte, concentrándose en un sólo ejército regular apto para la guerra que se avecinaba.
Los libros de historia suelen conferirle también a la “larga marcha” el carácter de una especie de movimiento social o lucha de clases. Supuestamente, a su paso, el “ejército rojo” iría “sembrando la semilla de la revolución”, propagandizando e incluso repartiendo las tierras entre los campesinos. En realidad, estas acciones tenían como mero objetivo utilizar a los campesinos no integrados al ejército para proteger las espaldas del grueso del “ejército rojo”. Ya desde el inicio de la “larga marcha”, la población civil que habitaba las “bases rojas” fue utilizada como parapeto para permitir la retirada del ejército. Esta táctica –alabada como “muy ingeniosa” por los historiadores– consistente en dejar a los civiles como blanco para proteger los movimientos del ejército regular, es propia de los ejércitos de las clases dominantes, y no tiene nada de “heroico” dejar matar a niños y ancianos, para que los soldados entrenados se salven.
La “larga marcha” no fue un camino de la lucha de clases, sino por el contrario, fue el camino hacia los acuerdos y alianzas con los que hasta entonces se catalogaba como “reaccionarios feudales y capitalistas” y que, por arte de magia se volvieron “buenos patriotas”. Así, el 1º de agosto de 1935, estando los destacamentos de la “Larga marcha” estacionados en Sechuan, el PCCh lanzó un llamamiento a la unidad nacional de todas las clases para expulsar a Japón de China. En otros términos, el PCCh llamaba a todos los trabajadores a abandonar la lucha de clases para unirse con sus explotadores y servir como carne de cañón en la guerra de estos últimos. Ese llamamiento era la aplicación anticipada de las resoluciones del séptimo y último congreso de la Internacional comunista, que tenía lugar por esos mismos días, y que lanzó la nefasta consigna del “frente popular antifascista”, por medio de la cual los partidos comunistas estalinizados colaboraron con las burguesías nacionales, convirtiéndose en los mejores enganchadores de trabajadores para la segunda carnicería imperialista mundial que ya se aproximaba.
Oficialmente, la “larga marcha” culminó en octubre de 1935, cuando el destacamento de Mao arribó a Yenán (provincia de Shensí, en el noroccidente del país). Años después, el maoísmo haría de la “larga marcha” la obra gloriosa y exclusiva de Mao Tsetung. A la historia oficial le gusta pasar por alto que Mao llegaba a una “base roja” ya establecida de antemano, y que llegaba desastrosamente con apenas unos 7000 hombres de los 90 000 que habían salido de Kiangsi, pues miles habían muerto (víctimas de las trampas naturales más que de los ataques del Kuomingtang), y miles más habían permanecido en Sechuan, por una escisión entre las camarillas dirigentes. No fue sino hasta finales de 1936 que el grueso del “ejército rojo” se concentró realmente, con la llegada de los destacamentos provenientes Junán y Sechuan.
A lo largo de 1936, la labor de reclutamiento de campesinos llevada a cabo por el PCCh fue apuntalada por cientos de estudiantes nacionalistas que se marcharon al campo luego del movimiento antijaponés de la intelectualidad burguesa de finales de 1935 ([4]). Esto no significaba que los estudiantes se volvieran “comunistas” sino que al contrario, como decíamos más arriba, el PCCh era ya un organismo que la burguesía identificaba como suyo, afín a sus intereses de clase.
Pero la burguesía china no era unánime en cuanto a la oposición contra Japón. Se hallaba dividida en sus inclinaciones hacia una u otra gran potencia. Esto era lo que reflejaba el generalísimo Chiang Kaishek quien, como ya veíamos, no se decidía a emprender una campaña frontal contra Japón, y trataba de esperar hasta que la balanza de las fuerzas imperialistas se inclinara claramente hacia uno u otro bando. Los generales del Kuomingtang y los “señores de la guerra” regionales se hallaban asimismo divididos.
En ese ambiente ocurrió el llamado “incidente de Sian”. En diciembre de 1936, Chang Hsuehliang –un general del Kuomingtang antijaponés– y Yang Hucheng –el “señor de la guerra” de Sian–, quienes se hallaban en buenos tratos con el PCCh, arrestaron a Chiang Kaishek e iban a procesarlo por traición. Sin embargo, Stalin ordenó inmediata y tajantemente al PCCh no solamente liberar a Chiang Kaishek sino además incluir a las fuerzas de éste en el “frente popular”. Los días siguientes se llevaron a cabo negociaciones teniendo a Chou Enlai, Yeh Chienying y Po Ku como representantes del PCCh (es decir de Stalin), a Tu Soong (el más grande y corrupto monopolista de China, pariente de Chiang) como representante de Estados Unidos, y el propio Chiang Kaishek, quien finalmente fue “obligado” a ponerse del lado de Estados Unidos y la URSS –por el momento aliados contra Japón– a cambio de lo cual logró mantenerse como jefe del gobierno nacional y que el PCCh y el “ejército rojo” (el cual cambiaría su nombre a “Octavo Ejército”) se pusieran bajo su mando. Chou Enlai y otros “comunistas” participarían en el gobierno de Chiang, en tanto Estados Unidos y la URSS proporcionarían ayuda militar a Chiang Kaishek. (En cuanto a Chang Hsuehliang y Yang Hucheng, ellos fueron abandonados a la venganza de Chiang, quien hizo prisionero al primero y asesinó al segundo).
Así quedó firmada la nueva alianza entre el PCCh y el Kuomingtang. Sólo mediante las contorsiones ideológicas más grotescas y la propaganda más asquerosa pudo el PCCh justificar ante los ojos de los trabajadores su nuevo trato con Chiang Kaishek, el mismo carnicero que había ordenado el aplastamiento de la revolución proletaria y el asesinato de decenas de miles de trabajadores y militantes comunistas en 1927. Es cierto que, desde mediados de 1938, las hostilidades entre las fuerzas del Kuomingtang dirigidas por Chiang y el “ejército rojo” se reanudaron. Esto ha permitido a los historiadores oficiales manejar la idea de que el pacto con el Kuomingtang era sólo una “táctica” del PCCh dentro de la “revolución”. Pero el significado histórico de dicho pacto no radica tanto en el logro o no de la colaboración entre el PCCh y el Kuomingtang, sino en haber puesto en evidencia que entre estas dos fuerzas no existía un antagonismo de clase sino que, por el contrario, perseguían los mismos intereses. Que este PCCh no tenía ya nada que ver con el PCCh proletario de los años 20 que se había enfrentado al capital, y que no era ya sino un instrumento más del capital, el enganchador número uno de campesinos para la matanza imperialista.
En julio de 1937 Japón inició la invasión a gran escala sobre China y estalló abiertamente la guerra chino-japonesa. Sólo un puñado de pequeños grupos revolucionarios que sobrevivían a la contrarrevolución, los de la Izquierda comunista, tales como el Grupo de comunistas internacionalistas en Holanda, o el grupo de la Izquierda comunista italiana que publicaba en Francia la revista Bilan (Balance), fueron capaces de anticipar y denunciar que lo que se jugaba en China no era la “liberación nacional”, ni mucho menos la “revolución”, sino el predominio de una de las tres grandes potencias imperialistas interesadas en la región: Japón, Estados Unidos o la URSS. Que la guerra chino-japonesa, de igual modo que la guerra española y otros conflictos regionales, era ya el preludio ensordecedor de la segunda carnicería imperialista mundial. En contraste, la Oposición de Izquierda de Trotski, que en su constitución en 1928 todavía había sido capaz de denunciar la política criminal de Stalin de colaboración con el Kuomingtang como una de las causas de la derrota de la revolución proletaria en China, esta Oposición de izquierda, presa de un análisis erróneo del curso histórico que le hacía ver en cada nuevo conflicto imperialista regional una nueva posibilidad revolucionaria, y presa en general de un oportunismo creciente, consideraba la guerra chino-japonesa como “progresista”, como un paso adelante para la “tercera revolución china”. A finales de 1937, Trotski afirmaba sin rubor que “si hay una guerra justa, es la guerra del pueblo chino contra sus conquistadores... todas las organizaciones obreras, todas las fuerzas progresistas de China, sin ceder en su programa y en su independencia política, cumplirán hasta el fin su deber en esta guerra de liberación, independientemente de su actitud frente al gobierno de Chiang Kaishek” ([5]). Con esta política oportunista de defender la patria “independientemente de la actitud ante el gobierno”, Trotski abría de par en par las puertas para el enrolamiento de los obreros en las guerras imperialistas detrás de los gobiernos, y para la transformación, a partir de la Segunda Guerra mundial, de los grupos trotskistas en agentes enganchadores de carne de cañón para el capital. La Izquierda comunista italiana, por el contrario, en su análisis sobre China fue capaz de mantener firmemente la posición internacionalista de la clase obrera. La posición sobre China constituyó uno de los puntos medulares de su ruptura de relaciones con la Oposición de izquierda de Trotski. Lo que se definía era una frontera de clase. Para Bilan, “las posiciones comunistas ante los acontecimientos de China, de España y de la situación internacional actual no pueden fijarse más que a partir de la eliminación rigurosa de todas las fuerzas que actúan en el seno del proletariado y le llaman a participar en la masacre de la guerra imperialista” ([6]). “(...) Todo el problema consiste en determinar qué clase conduce la guerra y en establecer una política adecuada. En el caso que nos ocupa, es imposible negar que es la burguesía china la que conduce la guerra. Ya sea ésta la agresora o la agredida, el deber del proletariado es luchar por el derrotismo revolucionario al igual que en Japón” ([7]). En el mismo sentido, la Fracción belga de la Izquierda comunista internacional (ligada a Bilan) escribía: “Al lado de Chiang Kaishek, verdugo de Cantón, el estalinismo participa en el asesinato de los obreros y campesinos chinos bajo la bandera de la ‘guerra de independencia’. Y sólo su ruptura con el Frente nacional, su fraternización con los obreros y campesinos japoneses, su guerra civil contra el Kuomingtang y todos sus aliados, bajo la dirección de un Partido de clase, puede salvarlos del desastre” ([8]). La firme voz de los grupos de la Izquierda comunista ya no fue escuchada por una clase obrera derrotada y desmoralizada, la cual se dejó arrastrar a la carnicería mundial. Sin embargo, el método de análisis y las posiciones de estos grupos representaron la permanencia y profundización del marxismo y constituyeron el puente entre la vieja generación revolucionaria que vivió la oleada insurreccional del proletariado a principios de siglo y la nueva generación revolucionaria que se alza con el fin de la contrarrevolución a finales de los años 60.
Como es sabido, la Segunda Guerra mundial finalizó con la derrota de Japón, junto con las potencias del Eje en 1945, y esta derrota implicó su retirada completa de China. Pero el final de la guerra mundial no fue el final de los enfrentamientos imperialistas. Enseguida quedó establecida la rivalidad entre las dos grandes potencias –Estados Unidos y la URSS– que por más de 40 años mantuvieron al mundo al borde de una tercera -y última- guerra mundial. Y China se convirtió inmediatamente, cuan do el ejército japonés aun no terminaba de retirarse, en un terreno del enfrentamiento entre estas dos potencias.
Para el propósito de este artículo, que es desmitificar la llamada “revolución popular china”, no presenta mucho interés el relato de las vicisitudes de la guerra chino-japonesa. Es interesante, sin embargo, destacar dos aspectos relacionados con la política realizada por el PCCh entre 1937 y 1945.
El primero es relativo a la explicación de la rápida extensión de las zonas ocupadas por el “ejército rojo” entre 1936 y 1945. Como ya hemos dicho, Chiang Kaishek no estaba empeñado en exponer frontalmente sus fuerzas contra los japoneses, y a cada avance de estos tendía a retroceder, a retirarse. Por otra parte, el ejército japonés avanzaba rápidamente hacia el interior de China, pero no tenía la capacidad para establecer una administración propia en todas las regiones ocupadas, y muy pronto tuvo que limitarse a ocupar las vías de comunicación y ciudades importantes. Esta situación trajo como consecuencia dos fenómenos: uno, que los “señores de la guerra” regionales quedaban aislados del gobierno central lo que les conducía, o bien a colaborar con los japoneses formando entonces los llamados “gobiernos títeres”, o bien a colaborar con el “ejército rojo” en la resistencia contra la invasión; dos, que el PCCh supo aprovechar hábilmente el vacío de poder que se formó con la invasión japonesa en el noroccidente rural de China, estableciendo una administración propia.
Esta administración, conocida como la “nueva democracia”, ha sido alabada por los historiadores precisamente como un régimen “democrático” de “nuevo tipo”. Toda la novedad consistía en que, por primera vez en la historia, un partido “comunista” establecía un gobierno de colaboración de clases ([9]), esto es, se preocupaba por mantener estables las relaciones de explotación, resguardaba celosamente los intereses de la clase capitalista y de los grandes terratenientes. El PCCh había descubierto que no era necesario confiscar tierras y entregarlas a los campesinos para ganarse su apoyo: sobrecargados como estaban los campesinos de exacciones, bastaba con una pequeña reducción en los impuestos (tan pequeña como para que los terratenientes y capitalistas estuvieran de acuerdo) para que los campesinos aceptaran de buena voluntad la administración del PCCh y el enrolamiento en el “ejército rojo”. En correspondencia con este “nuevo régimen”, el PCCh estableció igualmente un gobierno de colaboración de clases (entre burgueses, terratenientes y campesinos), conocido como “de los tres tercios”, donde un tercio de los puestos era ocupado por los “comunistas”, otro tercio por miembros de las organizaciones campesinas, y otro tercio por terratenientes y capitalistas. Nuevamente aquí sólo mediante las contorsiones ideológicas más descabelladas de los “teóricos” como Mao Tsetung pudo el PCCh “explicar” a los trabajadores este “nuevo tipo” de gobierno.
El segundo aspecto de la política del PCCh que cabe señalar es menos conocido, pues, por razones ideológicas, los historiadores tanto proestadounidenses como maoístas tratan de ocultarlo, a pesar de que está perfectamente documentado. La implicación de la URSS en la guerra en Europa, que le dificultó por varios años prestar una “ayuda” seria al PCCh; la nueva oscilación entre Japón y Estados Unidos del gobierno de Chiang Kaishek a partir de 1938, a la espera de un vuelco definitivo en la guerra mundial ([10]); y la entrada de Estados Unidos en la guerra del Pacífico a partir de 1941; todas estas circunstancias hicieron bascular fuertemente al PCCh hacia el lado de los Estados Unidos.
A partir de 1944 una misión de observación del gobierno de Estados Unidos se estableció en la “base roja” principal de Yenán, con el objetivo de sondear las posibilidades de colaboración entre Estados Unidos y el PCCh. Para los dirigentes del PCCh –en particular para la camarilla de Mao Tsetung y Chu Teh– estaba ya claro que Estados Unidos sería la potencia vencedora más fuerte al término de la guerra y deseaban acogerse bajo su sombra. La correspondencia de John Service ([11]), uno de los encargados en esa misión señala insistentemente que según los líderes del PCCh:
– el PCCh consideraba muy remota la instauración de un régimen soviético y más bien buscaba la instauración en China de un régimen “democrático” de tipo occidental, estando dispuesto incluso a en trar en gobierno de coalición con Chiang Kaishek con tal de evitar la guerra civil al término de la guerra contra Japón;
– que el PCCh consideraba necesario un periodo muy largo (de muchas décadas) de desarrollo del capitalismo en China, antes de pensar en la instauración del socialismo. Y si algún día remoto fuera a llegar ese socialismo sería de manera paulatina (y no mediante expropiaciones violentas); que, por lo tanto, de establecer un régimen nacional, el PCCh llevaría a cabo una política de “puertas abiertas” al capital extranjero, principalmente norteamericano;
– que el PCCh, vista la debilidad de la URSS por un lado, y la corrupción y propensión hacia Japón de Chiang Kaishek por el otro, desearía la ayuda política, financiera y militar de Estados Unidos. Que el PCCh estaría dispuesto incluso a cambiarse el nombre (como ya lo había hecho el “ejército rojo”) con tal de recibir esa ayuda.
Los miembros de la misión estadounidense insistieron ante su gobierno que el futuro se hallaba del lado del PCCh. Sin embargo, Estados Unidos nunca se decidió a servirse de los “comunistas” y, finalmente un año más tarde, en 1945, ante la retirada de Japón, Rusia invadió rápidamente el norte de China, no quedándole más remedio al PCCh y a Mao que alinearse –temporalmente– con la URSS.
*
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De 1946 a 1949, el enfrentamiento entre las dos superpotencias condujo directamente a la guerra entre el PCCh y el Kuomingtang. En el curso de la guerra otros generales del Kuomingtang se pasaron con armas y hombres al lado de las “fuerzas populares”. De esta manera, se pueden contar cuatro periodos sucesivos en que la burguesía y la pequeñaburguesía alimentaron al PCCh: El que sucedió a la derrota de la clase obrera, a partir de 1928; el que se dio a raíz del movimiento estudiantil de 1935; el del periodo de la guerra contra Japón; y finalmente el provocado por el desmoronamiento del Kuomingtang. Los “viejos” burgueses –a excepción de los grandes monopolistas ligados directamente con Chiang Kaishek, como los Soong– se mimetizaron en el PCCh y se fundieron con la “nuevos” burgueses surgidos durante la guerra.
En 1949 el Partido comunista de China, al frente del llamado Ejército rojo, tomó el poder y proclamó la República popular. Pero ello nada tuvo que ver, absolutamente nada, con el comunismo. El carácter de clase del Partido “comunista” que tomó el poder en China era completamente ajeno al comunismo, antagónico a la clase obrera. El régimen que se instauró entonces fue, desde el principio, únicamente una modalidad del capitalismo de Estado. El control de la URSS sobre China duró apenas una década y terminó con la ruptura de relaciones entre ambos países. A partir de 1960, China jugó a “independizarse” de las grandes potencias y a ponerse ella misma como gran potencia capaz de crear un “tercer bloque”, aunque ya en 1970 tuvo que virar definitivamente hacia el bloque occidental dominado por Estados Unidos. Muchos historiadores -comenzando por los rusos- acusaron entonces a Mao de “traidor”. Nosotros sabemos ahora que el viraje de China hacia Estados Unidos no fue una traición de Mao Tsetung, sino la realización final de su sueño.
Ldo.
(La tercera y última parte de este escrito estará dedicada al ascenso del maoísmo).
[1] “Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Junán”. Marzo de 1927. En Textos escogidos de Mao Tsetung, Ediciones en Lenguas extranjeras, Pekín, 1976.
2) Isaac Deutscher, entre otros, llegaría años después a la misma conclusión absurda de que, si los sectores desplazados de la burguesía y la pequeñaburguesía urbana podían dirigir al partido comunista, entonces no había razón para que los campesinos no pudieran sustituir al proletariado en una revolución de corte “socialista”. Maoism its origin and Outlook. The chinese cultural revolution (El maoísmo y la Revolución cultural china, Ediciones Era, México, 1971.)
[2] “Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Junán”. Marzo de 1927. En Textos escogidos de Mao Tsetung, Ediciones en Lenguas extranjeras, Pekín, 1976.
2) Isaac Deutscher, entre otros, llegaría años después a la misma conclusión absurda de que, si los sectores desplazados de la burguesía y la pequeñaburguesía urbana podían dirigir al partido comunista, entonces no había razón para que los campesinos no pudieran sustituir al proletariado en una revolución de corte “socialista”. Maoism its origin and Outlook. The chinese cultural revolution (El maoísmo y la Revolución cultural china, Ediciones Era, México, 1971.)
[3] La ausencia de un proyecto histórico viable propio queda marcada en los rasgos generales compartidos por los grandes movimientos campesinos (como fueron, por ejemplo la guerra en Alemania del siglo XVI, la rebelión de los Taiping, e incluso la “revolución mexicana” –en el sur– de 1910): su ideología utópica, que buscaba la recuperación de una situación social perdida irremediablemente, a pesar de tener rasgos comunitarios; su incapacidad de formar un gobierno central unificado, a pesar de que los ejércitos campesinos lograban arrasar las grandes propiedades; su resultado, haber abierto el paso al burguesía (o a ciertas fracciones de ella).
[4] Hay que recordar que las universidades de ese tiempo no eran las universidades masivas de nuestros días, a las que pueden acudir algunos hijos de obreros. En aquel tiempo entre los estudiantes “muchos de ellos eran hijos de la burguesía pudiente o de funcionarios estatales de diversos grados; muchos eran hijos de intelectuales... que habían visto disminuir sus ingresos con la ruina de China, y que podían prever ulteriores desastres con la invasión japonesa” (Enrica Colloti Pischel, La Rivoluzione cinese (La Revolución china, t.2, Ed. Era).
[5] Lutte ouvrière nº 37, 1937-1938, citado en Bilan nº 46, enero 1938.
[6] Bilan nº 45, noviembre 1937.
[7] Bilan nº 46, enero 1938.
[8] Communisme nº8, noviembre 1937.
[9] En la URSS dominaba también la burguesía, pero se trataba de una nueva burguesía, surgida a partir de la contrarrevolución.
[10] Desde mediados de 1938, Chiang Kaishek volvió a sus actos contra el PCCh. En agosto de ese año Chiang puso fuera de la ley a las organizaciones del partido “comunista”, y en octubre cercó la base de Shensí. Entre 1939 y 1940 se sucedieron algunos enfrentamientos entre el Kuomingtang y el “ejército rojo”, y en enero de 1941 Chiang le tendió una celada al 4o ejército (otro destacamento del “ejército rojo”) que se había formado en el centro del país. Con todas estas acciones buscaba ganarse la condescendencia de Japón, pero sin romper con los aliados. Chiang seguía jugando a esperar una definición de la guerra mundial, apostando por los dos bandos.
[11] Publicada en 1974 luego del viraje de China hacia Estados Unidos, con el título de Lost chance in China. The world war II despatches of John S. Service, JW Esherick (editor), Vintage Books, 1974.
La lucha entre marxismo y anarquismo en la Primera internacional es probablemente -junto a la confrontación entre bolcheviques y mencheviques a comienzos de este siglo-, el ejemplo más conocido en la historia del movimiento obrero, de defensa de los principios organizativos del proletariado. Hoy es esencial que los revolucionarios, separados de la historia viva de las organizaciones de su propia clase por medio siglo de contrarrevolución estalinista, se reapropien de las lecciones de esta experiencia. Este primer artículo tratará de la prehistoria de esa lucha, mostrando cómo Bakunin llegó a abrigar la idea de dominar el movimiento obrero mediante una organización secreta que él controlaba personalmente. Mostraremos cómo esta concepción comporta necesariamente la manipulación del propio Bakunin por la clase dominante para intentar destruir la Internacional. Y veremos también las raíces esencialmente antiproletarias de Bakunin, precisamente a nivel organizativo. En el segundo artículo abordaremos la lucha que se desarrolló en la Internacional, señalando la oposición radical existente entre el marxismo revolucionario y la visión anarquista de la pequeña burguesía y los desclasados, en cuanto a los conceptos de funcionamiento de la organización y la militancia.
La Primera internacional desapareció fundamentalmente a causa de la lucha entre Marx y Bakunin, que alcanzó en el Congreso de La Haya de 1872 su primera conclusión con la expulsión de Bakunin y de su “mano derecha” Guillaume. Pero lo que los historiadores burgueses presentan como una pelea entre personalidades, y los anarquistas como una pugna entre las versiones “autoritaria” y “libertaria” del socialismo, fue en realidad una lucha de toda la Internacional contra quienes despreciaban sus estatutos. Bakunin y Guillaume fueron expulsados en La Haya por haber formado, en el interior de la Internacional, una “hermandad” secreta, una organización que dentro de la organización tenía sus propias estructuras y estatutos.
Esta organización, llamada “Alianza de la democracia socialista”, existía y actuaba en secreto con el fín de arrebatar el control de la Internacional a sus miembros poniéndola, por el contrario, al servicio de Bakunin.
Una lucha a muerte entre distintas concepciones organizativas
La lucha que se desarrolló en la Internacional no fue entre “autoridad” y “libertad”, sino en realidad entre dos principios organizativos totalmente opuestos y hostiles entre sí:
1) La posición cuyos principales valedores eran Marx y Engels, aunque era la del Consejo general en su conjunto, y de la amplia mayoría de sus miembros. Esta posición defiende que una organización proletaria no puede depender de las voluntades individuales o de los caprichos de los “líderes”, sino que debe funcionar de acuerdo con normas, llamadas estatutos, que todos los miembros aceptan y que todos ellos se comprometen a respetar. Estos estatutos constituyen la garantía del carácter unitario, colectivo y centralizado de la organización, y aseguran un debate político franco y disciplinado y, también, que las decisiones incumben a todos los miembros.
Quienquiera que no esté de acuerdo con las decisiones de la organización, o que no comparta enteramente puntos de los estatutos, etc., tiene no sólo la posibilidad, sino el deber, de defender con franqueza sus críticas ante el conjunto de la organización, pero dentro del marco que para ello se establece. Esta concepción organizativa desarrollada por la Asociación internacional de trabajadores, corresponde al carácter colectivo, unitario y revolucionario del proletariado.
2) Por otro lado, Bakunin representaba la visión elitista, pequeñoburguesa, de los “líderes brillantes” cuya extraordinaria claridad política y determinación garantizaría, supuestamente, su “devoción” revolucionaria y su trayectoria. Este “liderazgo” les hace creerse “moralmente justificados” para proselitizar y organizar a sus discípulos a espaldas de la organización, para conseguir el control de ésta y asegurar así el cumplimiento de su misión histórica. Dado que se considera a los militantes en su conjunto demasiado estúpidos como para que alcancen a ver la necesidad de tales mesías revolucionarios, se ha de actuar “por su bien” sin que ellos se den cuenta, e incluso a pesar de su voluntad. Los estatutos, las decisiones soberanas de los congresos o de los órganos elegidos, son para los demás, pero estorban a la élite.
Este era el punto de vista de Bakunin. Antes de entrar en la AIT explicó a sus discípulos por qué la Internacional no era una organización revolucionaria: los proudhonianos se habían vuelto reformistas, los blanquistas viejos, los alemanes –y el Consejo general que supuestamente dominaban- autoritarios... Es chocante la forma como Bakunin ve la Internacional como la suma de sus partes.
Pero lo que fundamentalmente faltaba, según Bakunin, era “voluntad revolucionaria”. Y esto era lo que la Alianza pretendía asegurar aunque se pisoteara su programa y estatutos, y se engañase a sus miembros.
Para Bakunin, la organización que el proletariado había levantado a través de años de duro trabajo no valía nada. El creía únicamente en las sectas conspirativas que él mismo creaba y controlaba. Lo que le interesaba no era la organización de la clase, sino su propio “status” personal y su reputación, su “libertad” anarquista o lo que hoy se denominaría “auto-realización”. Para Bakunin, y los de su calaña, el movimiento obrero no es nada más que un vehículo para la consecución de sus propios planes individualistas.
Sin organización revolucionaria no hay movimiento obrero revolucionario
Marx y Engels, por el contrario, comprendían lo que significa para el proletariado la construcción de la organización. Mientras que según los libros de historia la lucha entre Marx y Bakunin fue esencialmente de carácter político general, la verdadera historia de la Internacional muestra que se trató, sobre todo, de una lucha por la organización. Algo que a los historiadores burgueses les parece sólo un asunto tedioso.
Para nosotros, en cambio, es algo sumamente importante y lleno de lecciones. Lo que Marx nos enseñó es que sin organización proletaria no son posibles ni un movimiento de clase revolucionario, ni una teoría revolucionaria.
Es más, la idea de que la solidez, el desarrollo y el crecimiento de la organización, son requisitos previos para el desarrollo programático del movimiento obrero, constituye la verdadera base del conjunto de la actividad política de Marx y Engels ([1]). Los fundadores del socialismo científico sabían de sobra que la conciencia de clase del proletariado, no puede ser el producto de individuos, sino que exige un marco colectivo organizado. Esto explica por qué la construcción de la organización revolucionaria es una de las tareas más importantes y al mismo tiempo de las más difíciles para el proletariado revolucionario.
La lucha a propósito de los estatutos
Y fue en la Primera internacional donde Marx y Engels lucharon con toda determinación y fructíferamente en defensa de esta posición. Fundada en 1864, la Asociación internacional de trabajadores surgió en un momento en el que el movimiento obrero organizado, estaba aún dominado fundamentalmente por las ideologías y las sectas pequeñoburguesas y reformistas. La Asociación internacional de trabajadores (AIT), en sus inicios, se componía de esas diferentes tendencias. En su seno desempeñaban un papel preponderante los representantes oportunistas de los sindicatos ingleses, los reformistas pequeñoburgueses que seguían a Proudhon en los países latinos, el blanquismo conspirador, y, en Alemania, la secta controlada por Lassalle. Aunque los programas y las visiones de los unos chocaban con las de los otros, los revolucionarios se sentían, en ese momento, fuertemente impulsados al reagrupamiento de la clase obrera que reclamaba su unidad.
Durante la primera reunión en Londres, difícilmente ninguno de sus participantes podía tener la menor idea de cómo lograr esa unidad. En esa situación, los elementos verdaderamente proletarios con Marx a la cabeza, defendieron que se pospusiera temporalmente la clarificación programática entre los diferentes grupos. Los largos años de experiencia política de los revolucionarios, y la oleada internacional de luchas del conjunto de la clase obrera, debía ser utilizada, ante todo, para forjar una organización unitaria. La unidad internacional de esta organización que se encarnaba en los órganos centrales -especialmente el Consejo general-, y los estatutos que debían ser aceptados por todos los miembros, haría posible que, paso a paso, se clarificaran las divergencias políticas y se lograra unificar los puntos de vista. Este vasto reagrupamiento tenía posibilidades de alcanzar sus fines, puesto que la lucha de clases aún seguía creciendo.
La contribución más decisiva del marxismo a la fundación de la Internacional debe pues situarse en la cuestión organizativa. Las diferentes sectas presentes en el mitin fundacional, eran incapaces de concretar esa voluntad de una unión internacional que reclamaban los obreros ingleses y franceses. El grupo burgués Atto di Fratellanza (los seguidores de Mazzini), quería imponer los estatutos conspirativos de una sociedad secreta. El “Discurso inaugural” que presentó Marx, por encargo del comité organizador, defendía el carácter proletario y unitario de la organización, y sentaba las bases indispensables para una posterior clarificación. Si la Internacional podría o no superar posteriormente las visiones utopistas, pequeñoburguesas y sectarias, dependía, en primer lugar, de que sus diferentes corrientes se atuvieran, mas o menos disciplinadamente a unas reglas comunes.
Lo específico de los bakuninistas, entre esas diferentes corrientes, es que se negaron a respetar los estatutos. Y a través de ello, la Alianza bakuninista estuvo cerca de destruir el primer partido internacional del proletariado. La lucha contra la Alianza ha quedado en la historia como la principal confrontación entre marxismo y anarquismo. Fue realmente así. Pero el centro de esa confrontación no estuvo en cuestiones políticas generales como por ejemplo la relación con el Estado, sino en los principios organizativos.
Los proudhonianos, por ejemplo, compartían muchas de las posiciones de Bakunin, pero en cambio asumían que la clarificación de sus posiciones debía hacerse de acuerdo con las reglas de la organización. Ellos creían también que los estatutos de la organización debían ser respetados por todos los miembros, sin excepción. Esto explica por qué, sobre todo los “colectivistas” belgas, pudieron aproximarse al marxismo en importantes cuestiones. Su principal portavoz, De Paepe, fue uno de los que más se opuso a ese tipo de organización secreta que Bakunin consideraba necesaria.
La hermandad secreta de Bakunin
Y precisamente esa fue la cuestión central en la lucha de la Internacional contra Bakunin. Es un hecho incontrovertible, aceptado incluso por historiadores anarquistas, que cuando Bakunin se unió a la Internacional en 1869, disponía ya de una hermandad secreta con la que esperaba hacerse con el control de la Internacional: “Nos enfrentamos aquí a una sociedad que enmascarada tras un anarquismo extremo dirige sus ataques, no contra los gobiernos existentes, sino contra los revolucionarios que no se someten a su ortodoxia ni a su liderazgo. Fundada por la minoría de un congreso burgués, se introdujo en las filas de las organizaciones internacionales de la clase obrera e intentaron, primero, hacerse con la dirección, y cuando vieron fracasar sus planes trabajaron para desorganizarla. De la manera más desvergonzada intentaron colar su propio programa sectario y sus limitadas ideas en lugar del programa global, el gran esfuerzo de nuestra organización; organizaron en las secciones públicas de la Internacional sus propias secciones secretas que, obedeciendo a las mismas consignas, a través de una acción común previamente concertada, lograron en muchos casos hacerse con el control de ellas; atacaron abiertamente en sus periódicos todo aquello que no se sometía a sus dictados; provocaron una guerra abierta - en sus propias palabras- en nuestras filas” (del Informe Un complot contra la Asociación internacional de trabajadores que Marx y Engels escribieron por encargo del Congreso de La Haya en 1872).
La lucha de Bakunin y de sus amigos contra la Internacional fue resultado tanto de las especificidades de la situación histórica en ese momento, como de factores generales que aún hoy persisten. En la base de la actividad de Bakunin, se encuentran la infiltración del individualismo pequeñoburgués y el faccionalismo, incapaz de someterse a la voluntad y la disciplina de la organización. A esto se añadía la actitud conspirativa de la bohemia desclasada, que sólo puede actuar por sus propios objetivos mediante maniobras y complots. El movimiento obrero siempre se enfrentó a comportamientos de este tipo, ya que la organización no puede blindarse completamente contra la influencia de otras clases sociales. Por otro lado, la conspiración bakuninista tomó la forma histórica concreta de una organización secreta, algo que, en aquel momento, también pertenecía al pasado del movimiento obrero. A través de la historia concreta de Bakunin, hemos de ver lo que con carácter general sigue siendo válido, y aquello que nos es más necesario comprender hoy.
La fundación de la Internacional señala el fín del período contrarrevolucionario abierto en 1849, provocando las más intensas -en opinión de Marx, incluso exageradas- reacciones de miedo y odio entre la clase dominante (los restos de la aristocracia feudal y sobre todo la burguesía como oponente histórico y directo del proletariado). Espías y agentes provocadores fueron enviados a infiltrarse en las filas de la AIT, mientras que al unísono la prensa avivaba frecuentemente campañas para calumniarla. Sus actividades fueron, cuando fue posible, hostigadas y reprimidas por la policía, y sus miembros fueron llevados a juicio y encarcelados. Pero la ineficacia de tales medidas pronto se puso de manifiesto ya que la lucha de clases y los movimientos revolucionarios siguieron en ascenso. Sólo tras la derrota de la Comuna de París en 1871, cundió la desbandada en las filas de la Asociación.
Lo que más alarmó a la burguesía, junto a la unificación internacional de su enemigo, fue el auge del marxismo y el hecho de que el movimiento obrero abandonara las formas sectarias de las organizaciones clandestinas convirtiéndose en un movimiento de masas. La burguesía se sentía mucho más segura cuando el movimiento obrero revolucionario tomaba la forma de sectas secretas, agrupadas en torno a un líder que exponía algún esquema utópico o complot, pero en mayor o menor medida completamente aisladas del conjunto del proletariado. Tales sectas resultaban mucho más fácilmente vigilables, infiltrables, desviables y manipulables, que una organización de masas que encontraba su principal fuerza y seguridad en su amarre en el conjunto de la clase obrera. Lo que para la burguesía representaba un verdadero peligro era, sobre todo, la perspectiva de la intervención socialista revolucionaria en el proletariado como clase (lo que los utopistas y las sectas conspirativas del período precedente nunca pudieron asumir) es decir la unión entre el socialismo y la lucha de clases, entre el Manifiesto comunista y los movimientos masivos de luchas, entre los aspectos económico y político de la lucha de la clase obrera. Esto es lo que hizo pasar muchas noches en vela a la burguesía a partir de 1864. Y lo que explica también el atroz salvajismo con que aplastaron la Comuna de Paris y con qué solidaridad internacional todas las fracciones de la burguesía apoyaron la matanza.
Por ello, uno de los principales temas de la propaganda burguesa contra la Internacional, era que se trataba en realidad de una poderosa organización secreta cuyo fin último era conspirar para derribar el orden existente. Con esta propaganda, que proporcionaba además la excusa para medidas represivas, la burguesía intentaba sobre todo convencer a los obreros de que a lo que más temía era a los conspiradores secretos y no a un movimiento de masas. Y, sin embargo, es evidente que los explotadores hicieron cuanto estuvo en sus manos para animar a las diferentes sectas y conspiradores que aún se encontraban activos en el movimiento obrero, para que fueran ellos quienes actuaran y no los marxistas y el movimiento de masas. En Alemania, Bismarck animaba a la secta lassalleana en su resistencia a los movimientos de luchas de la clase y las tradiciones marxistas de la Liga de los comunistas. En Francia la prensa, pero también los agentes provocadores, intentaban avivar los recelos siempre presentes de los conspiradores blanquistas contra la actividad de masas de la Internacional. En los países latinos y eslavos, se lanzó una histérica campaña de prensa contra la supuesta “dominación alemana” de la Internacional por los “marxistas autoritarios, adoradores del Estado”.
Pero fueron los bakuninistas quienes más respaldados se sintieron por esa propaganda. Antes de 1864, Bakunin hubo de reconocer al menos parcialmente, y muy a su pesar suyo, la superioridad del marxismo sobre su versión pequeñoburguesa y golpista del socialismo revolucionario. Con el crecimiento de la Internacional, y con el de los ataques de la burguesía contra ella, Bakunin “vio” confirmadas y fortalecidas sus sospechas contra el marxismo y el movimiento obrero. En Italia, donde entonces se centraban sus actividades, las diferentes sociedades secretas (los carbonarios, Mazzini, la Camorra...) que habían empezado a denunciar a la Internacional, y a combatir su influencia en la península, aclamaron a Bakunin como un “verdadero” revolucionario. Se hicieron declaraciones públicas abogando por que Bakunin tomara el liderazgo de la revolución europea. Se acogió favorablemente el paneslavismo de Bakunin como aliado natural de Italia, contra las fuerzas austriacas de ocupación. Se recalcó, por el contrario, que Marx había considerado que la unificación de Alemania, resultaba más importante para la revolución en Europa que la unificación de Italia. Las autoridades, tanto las italianas como las partes más perspicaces de las suizas, comenzaron a tolerar benevolentemente la presencia de Bakunin, que antes había sido víctima de la más encarnizada represión estatal en toda Europa.
Los debates organizativos sobre la cuestión de la conspiración
Miguel Bakunin era hijo de un aristócrata venido a menos. Si rompió con ese ambiente y su clase, fue sobre todo por su afán de libertad personal, que en aquel momento no podía lograr ni en el ejército, ni en la burocracia estatal, ni siquiera en la administración de la tierra. Ya estas motivaciones nos muestran lo lejos que se situaban su carrera política del carácter disciplinado y colectivo de la clase obrera. En ese momento apenas existía proletariado en Rusia.
Cuando Bakunin llegó a Europa occidental (a comienzos de los años 1840), como refugiado político y con un historial de conspiraciones políticas ya a sus espaldas, los debates en el movimiento obrero en torno a las cuestiones organizativas estaban en pleno apogeo, especialmente en Francia. Entonces el movimiento obrero revolucionario estaba organizado sobre todo bajo la forma de las sociedades secretas. Esta forma respondía no sólo a que las organizaciones obreras se hallaban fuera de la ley, sino también a que el proletariado era aún numéricamente muy escaso y apenas se había separado del artesanado pequeñoburgués, y aún no había encontrado su propio camino. Como escribió Marx respecto a la situación en Francia: “Es sabido que hasta 1830, la burguesía liberal se encontró a la cabeza de las conspiraciones contra la restauración. Tras la revolución de Julio, la burguesía republicana ocupó su lugar; el proletariado ya educado en la conspiración, bajo la restauración, pasó al primer plano, hasta el extremo de que la burguesía republicana se ahuyentó de las conspiraciones por futilidad de las batallas callejeras. La Sociedad de las estaciones del año, que con Barbes y Blanqui hizo la Revuelta de 1839, fue ya exclusivamente obrera, y lo mismo cabe decir de las Nuevas estaciones formada tras la derrota (...). Esta conspiración nunca abarcó, desde luego, a la gran masa del proletariado de Paris” (Marx: “Recopilación de artículos de La Nueva gaceta renana, revista político-económica).
Pero los elementos proletarios no se limitaron a romper decididamente ellos mismos con la burguesía, sino que empezaron a cuestionar, en la práctica, el dominio de las conspiraciones y de los conspiradores: “En cuanto el proletariado parisino pasó al primer plano como partido político, los conspiradores perdieron su posición de liderazgo y se enzarzaron en una peligrosa competición en las sociedades obreras secretas que pretendían ya no insurrecciones inmediatas sino la organización y desarrollo del proletariado. Ya la Insurrección de 1839 había tenido un carácter decididamente proletario y comunista. Tras ella comenzaron las escisiones que tanto molestaron a los viejos conspiradores, por cuanto se desarrollaban a partir de las necesidades de los obreros de clarificar sus intereses de clase y que se expresaban parcialmente en las viejas conspiraciones y en parte en los nuevos grupos de propaganda. La agitación comunista que Cabet emprendió vigorosamente después de 1839, las cuestiones que se discutían en el partido comunista pronto planearon sobre las cabezas de los conspiradores. Tanto Chenu como De la Hodde reconocieron que en el momento de la revolución de Febrero, los comunistas fueron, de lejos, la fracción más fuerte del proletariado. Los conspiradores, con vistas a no perder su influencia sobre los obreros (...) debieron seguir el movimiento y adoptar ideas socialistas o comunistas” (Marx, ibid).
La conclusión de este proceso fue la Liga de los comunistas, que adoptó no solo el Manifiesto comunista, sino también los primeros estatutos proletarios de un partido de clase, liberado de toda veleidad conspirativa: “La Liga de los comunistas no era pues una sociedad de conspiradores, sino una sociedad que preparaba en secreto la organización del partido del proletariado, ya que el proletariado alemán se veía privado igni et acqua (por todos los medios) del derecho de escribir, de hablar, de asociarse. Si una sociedad así conspira, lo hace en el mismo sentido en que el vapor y la electricidad conspiran contra el status quo” (Marx, Revelaciones sobre el proceso de los comunistas de Colonia).
Fue también esta cuestión la que llevó a la escisión de la fracción Willich-Schapper. “De la Liga de los Comunistas se separó o fue separada, como queráis, una fracción que exigía, ya que no una verdadera conspiración, que se guardase al menos la apariencia de conspiración, y se sellase como es lógico una alianza directa con los héroes democráticos del momento: la fracción Willich-Schapper” (Marx, ibid).
Lo que inquietaba a Willich y a Shapper era lo mismo que distanciaba a Bakunin del movimiento obrero: “Por descontado que una sociedad secreta que se propone constituir no el futuro gobierno, sino el partido de oposición del porvenir, apenas podía seducir a individuos que, por un lado, pretenden enmascarar su nulidad personal con la teatralidad de las conspiraciones, y que por otro lado intentan satisfacer su mezquina ambición pensando en el día de la próxima revolución, y sobre todo aparentan ser muy importantes para, en ese momento, entrar en la carrera por los cargos demagógicos y ser bien recibidos por los charlatanes democráticos” (Ibíd.).
Tras la derrota de las revoluciones europeas de 1848-49, la Liga mostró cómo había superado definitivamente la fase de secta, al intentar un reagrupamiento con los cartistas de Inglaterra y los blanquistas en Francia, para fundar una nueva organización internacional (la Sociedad universal de los comunistas revolucionarios) que debía regirse por estatutos aplicables a escala internacional a todos sus miembros, aboliendo la división entre los líderes secretos y los militantes de base, vistos como mera masa de maniobra. Este proyecto fue finalmente paralizado por la propia Liga al considerar el repliegue internacional del proletariado, tras la derrota de la revolución. Por ello hubo de esperarse algo más de una década, para que con la reanudación de las luchas obreras y la fundación de la Internacional, pudiera darse un paso decisivo en el combate contra el sectarismo.
Los primeros principios organizativos del proletariado
Cuando Bakunin volvió del exilio a Europa occidental a comienzos de los años 60, las primeras y más importantes lecciones de la lucha por la organización del proletariado ya eran patentes y estaban al alcance de quien quisiera asimilarlas. Estas lecciones fueron adquiridas en años de amargas experiencias, en los que los obreros habían sido constantemente utilizados como carne de cañón por la burguesía y la pequeña burguesía en su lucha contra el feudalismo. A lo largo de estas luchas, los elementos proletarios revolucionarios se habían separado de la burguesía no solo políticamente sino también organizativamente, desarrollando principios organizativos propios, acordes con su propia naturaleza de clase. Los nuevos estatutos definían a la organización como un organismo unido, colectivo y consciente, y se superó la separación entre la base, compuesta de obreros ignorantes de la vida política real de la organización, y una dirección compuesta de conspiradores profesionales. Los nuevos principios de rigurosa centralización (incluso sobre la organización del trabajo ilegal) excluían la posibilidad de una organización secreta en el interior de la organización, o a su cabeza. Mientras la pequeña burguesía, y sobre todo los elementos desclasados radicalizados, justificaban la necesidad de un funcionamiento secreto de una parte de la organización respecto al conjunto de ella, como medida de protección hacia la clase enemiga, el proletariado había comprendido por fin que precisamente esa élite secreta facilitaba la infiltración de la clase enemiga en las filas del proletariado. Fue sobre todo la Liga de los comunistas la que demostró que la mejor protección contra la destrucción por parte del Estado, residía en la transparencia y solidez de la organización.
En cuanto a los conspiradores, Marx ya los había caracterizado en el París anterior a la revolución de 1848, con un perfil perfectamente aplicable a Bakunin. En esta definición encontramos una tajante crítica de la naturaleza pequeñoburguesa de un sectarismo que abría de par en par las puertas a la policía y también a los desclasados de vida bohemia: “Su vida inestable que en ocasiones depende más de puras coincidencias que de su propia actividad; su vida desordenada sin más puntos de referencia que las tabernas de los bodegueros –las casas de citas de los conspiradores–; sus inevitables conocidos entre toda clase de gente turbia, ubicados en los círculos del ambiente que en París se llama la Bohemia. Esta bohemia democrática de origen proletario - pues existe también otra bohemia democrática de origen burgués, que languidece democráticamente en los cafetines que frecuenta- está compuesta bien de obreros que han renunciado a su trabajo para caer en la depravación, bien de sujetos provenientes del lumpenproletariado y que llevan consigo todos los hábitos depravados de su clase. Puede entenderse entonces por qué en casi todos los procesos conspirativos, encontramos asociada una cierta carga de criminalidad. En general, la vida de estos conspiradores de profesión, expresa las características más acentuadas de la bohemia. En su reclutamiento de capitanes para la conspiración marchan de taberna en taberna, sintiendo el pulso de los obreros, escogiendo a sus acólitos, engatusándoles para su conspiración, y sobre todo cargando al tesoro social o a sus nuevos amigos el coste del inevitable trasiego de litros de alcohol. (...) Puede que en cualquier momento sea llamado a las barricadas y caer; a cada paso la policía le tiende trampas que pueden acabar con él en la prisión e incluso en la horca (...) Esa sensación de riesgo constituye el principal atractivo de este oficio, la más completa sensación de inseguridad tanto mayor por cuanto los conspiradores viven compulsivamente aferrados al placer del momento. Al mismo tiempo el vivir habituados al peligro, les hace en gran medida indiferentes hacia la vida y la libertad (Ibíd.).
Por descontado que ese tipo de persona desprecia “solemnemente las principales contribuciones teóricas de los trabajadores respecto a sus intereses de clase” (Ibíd.).
“La principal característica de la vida del conspirador es su constante pugna con la policía, con la que establece la misma relación que los ladrones o las prostitutas. La policía tolera las conspiraciones, y no sólo como un mal necesario. Hace la vista gorda ante ellos, precisamente, porque ellos le permiten tener vigilados los centros (obreros) (...) Los conspiradores son las antenas permanentes de la policía aunque a menudo entren en colisión. Policías y soplones se persiguen del mismo modo que acaban buscándose. El espionaje es una de las principales ocupaciones de los conspiradores. No es extraño pues que, muy a menudo, los conspiradores profesionales se apresuren a aceptar –acuciados por la miseria y la amenaza de prisión, con chantajes y promesas–, el soborno policial por espiar” (Ibíd.).
Sobre esta comprensión se establecieron las bases de los estatutos de la Internacional, lo que sin duda inquietó, y mucho, a la burguesía, y lo que hizo que ésta expresase abiertamente su preferencia por el bakuninismo.
Para entender cómo la clase dominante pudo finalmente manipular a Bakunin en contra de la Internacional, es necesario recordar, aunque sea brevemente, la trayectoria política de éste, así como la situación en Italia a partir de 1864. Los historiadores anarquistas se deshacen en alabanzas hacia la “gran tarea revolucionaria” realizada por Bakunin en Italia, donde montó varias sociedades secretas e intentó infiltrarse y ganar influencia en diferentes “conspiraciones”. Todos ellos están de acuerdo, por lo general, en que fue en Italia donde Bakunin fue elevado a los altares como “pontífice” de la Europa revolucionaria. Pero ya que ellos evitan cuidadosamente entrar en detalles sobre el ambiente en el que se desenvolvió Bakunin en Italia, nosotros vamos a tomarnos la molestia de hacerlo.
Bakunin se ganó una reputación en el campo socialista por su participación en la revolución de 1848-49, en la que actuó como dirigente militar en Dresde. Encarcelado, extraditado y posteriormente desterrado a Siberia, Bakunin no volvió a Europa hasta 1861. En cuanto llegó a Londres se dirigió a ver a Herzen, el conocido líder liberal revolucionario ruso. Allí comenzó a agrupar, a espaldas del propio Herzen y en torno a sí mismo, a elementos procedentes de la emigración política, logrando reunir a un círculo de eslavos a los que Bakunin atrajo con un paneslavismo teñido de anarquismo, y a los que mantuvo alejados tanto del movimiento obrero inglés, como de los comunistas, so bre todo de la Asociación educativa de los trabajadores alemanes. Huérfano de oportunidades para conspirar -la fundación de la Internacional estaba en ciernes- partió para Italia en 1864 en búsqueda de discípulos para su paneslavismo reaccionario y sus agrupaciones secretas: “En Italia encontró un montón de sociedades secretas, una intelligentsia de desclasados, dispuestos siempre a enrolarse en cualquier conspiración, una masa de campesinos siempre en el límite de la hambruna, y finalmente, un lumpen-proletariado perenne -en particular los Lazzaroni de Nápoles- y a esta ciudad se precipitó desde Florencia, viviendo en ella varios años. Estas clases le parecían el verdadero motor de la revolución” (Franz Mehring, Karl Marx: la historia de su vida). Bakunin huyó de los obreros de Europa occidental para acomodarse entre los desclasados de Nápoles.
Las sociedades secretas como vehículos de la revuelta
En el período reaccionario que siguió a la derrota de Napoleón, en el que la Santa alianza bajo Metternich, estableció el principio de la intervención armada de las grandes potencias contra cualquier tentativa de levantamiento social, las clases sociales excluidas del poder se vieron obligadas a organizarse en sociedades secretas. Esto fue así no solo para los trabajadores, la pequeña burguesía o el campesinado, sino también para sectores de la burguesía liberal e incluso aristócratas insatisfechos. Casi todas las conspiraciones que tuvieron lugar a partir de 1820 (como la de los “decembristas” en Rusia, o la de los “carbonarios” en Italia), se organizaron según el modelo de la francmasonería que se desarrolló en Inglaterra durante el siglo XVII, y cuyos objetivos de “fraternidad universal” y resistencia a la Iglesia católica habían atraído a “ilustrados” europeos como Diderot, Voltaire, Lessing, Goethe, Pushkin, etc. Pero al igual que otras cosas del llamado “siglo de las luces”, y como el “despotismo ilustrado” de Catalina, Federico el Grande o María Teresa, la francmasonería poseía una esencia reaccionaria expresada en su ideología mística, en su organización elitista en diferentes “grados” de “iniciación”, así como en su carácter aristocrático y su ocultismo, y sus inclinaciones hacia la conspiración y la manipulación. En Italia, que en aquel tiempo era la Meca de los rebeldes no proletarios, pululaban un montón de sociedades secretas (los güelfos, los federados, los adelfi, los carbonarios...) maniobrando y conspirando desenfrenadamente durante los años 20 y 30 del siglo pasado. La más famosa de estas sociedades, los “carbonarios”, era una sociedad secreta terrorista que propugnaba un misticismo católico y cuyas estructuras y “símbolos” habían sido copiados de la francmasonería.
Cuando Bakunin llegó a Italia, los carbonarios se encontraban ya eclipsados por la conspiración de Mazzini. El mazzinismo representaba un avance respecto a los carbonarios, ya que luchaba por una república italiana unida y centralizada. Además Mazzini no limitaba su acción a la conspiración secreta, sino que realizaba al mismo tiempo un trabajo de agitación entre la población, llegando incluso a formar, a partir de 1848, secciones obreras. Mazzini representó igualmente un progreso desde el punto de vista organizativo, ya que abolió los métodos de los carbonarios que consistían en que los militantes de base debían obedecer ciegamente las órdenes del líder secreto so pena de muerte. Pero en cuanto la Internacional se desarrolló como una fuerza proletaria independiente de su control, comenzó a atacarla como una amenaza para su movimiento nacionalista.
Cuando Bakunin llegó a Nápoles, emprendió inmediatamente una lucha contra Mazzini, pero desde las posiciones de los carbonarios, cuyos métodos defendía en vez de precaverse de ellos. Bakunin se zambulló de inmediato en ese turbio lodazal, con la pretensión de liderar el movimiento conspirativo. Fundó la Alianza de la democracia socialista y a su cabeza colocó la secreta Hermandad internacional, una “orden de revolucionarios disciplinados”.
Un ambiente manipulado por la reacción
El aristócrata revolucionario desclasado Bakunin encontró en Italia, mucho más que en Rusia, el terreno propicio para completar el desarrollo de sus concepciones de organización, en medio de un tenebroso lodazal en el que pululaba una completa gama de organizaciones antiproletarias. Estos grupos de aristócratas arruinados y frecuentemente depravados, de jóvenes desclasados e incluso de criminales, le parecieron a Bakunin más revolucionarios que el proletariado. Uno de estos grupos era la Camorra que respondía a la visión romántica de Bakunin sobre el “bandolerismo revolucionario”, que se había desarrollado secretamente a partir de una organización de convictos, y que tras la amnistía de 1860, dominaba Nápoles de forma casi oficial. En Sicilia, más o menos al mismo tiempo, el ala armada de la aristocracia feudal desposeída se infiltró en la organización secreta local de Mazzini, tomando a partir de ese momento el nombre de “Mafia” que proviene de las siglas de uno de sus lemas: “Mazzini Autorizza Furti, Incendi, Avvelenamenti” (Mazzini nos permite robar, incendiar y envenenar). Bakunin no denunció a estos elementos, ni se distanció netamente de ellos.
Tampoco hay que perder de vista la existencia, en este “medio”, de una manipulación directa por parte del Estado, impulsando que desde este lodazal se presentara a Bakunin como verdadera alternativa revolucionaria a la “dictadura germánica de Marx”. Además esta propaganda coincidía, punto por punto, con la que en Francia esparcían los órganos policiales de Luis Napoleón.
Engels demostró que los carbonarios y muchos grupos de ese estilo, fueron manipulados e infiltrados por los servicios secretos rusos y de otros países (véase La política exterior del zarismo ruso). Esta infiltración estatal se acentuó sobre todo tras la derrota de la oleada revolucionaria de 1848. El dictador francés, el aventurero Luis Napoleón, que tras la derrota de su revolución, se convirtió en la punta de lanza de la contrarrevolución, se alió con Palmerston en Londres, pero sobre todo con Rusia, con objeto de mantener bajo control al proletariado europeo. Desde 1864, la policía secreta de Luis Napoleón fue muy activa sobre todo en sus intentos de destruir la Internacional. Uno de sus agentes era el “señor Vogt”, un aliado de Lassalle, que difamó públicamente a Marx acusándolo de ser, supuestamente, el dirigente de una banda de chantajistas.
Pero la principal base de actividad de la diplomacia secreta de Luis Napoleón, residía en Italia, donde Francia trataba de sacar provecho propio del movimiento nacionalista. En 1859, Marx y Engels señalaron cómo el mismo Luis Napoleón había sido carbonario (La política monetaria en Europa. La posición de Luis Napoleón).
Bakunin, enfangado hasta el cuello en ese barrizal, confiaba en que él podría manipularlo para sus propios proyectos revolucionarios, pero en realidad fue él el manipulado. Aún hoy no es posible precisar junto a qué “elementos” conspiró Bakunin, aunque tenemos algunas indicaciones. Por ejemplo los Manuscritos francmasones que escribió en 1865 y que son “un guión que pretende presentar las ideas de Bakunin a la francmasonería italiana”, como reconoce el propio historiador anarquista Max Nettlau: “El manuscrito francmasón refiere al infame Syllabus, la maldición con que el Papa condenó a todo el pensamiento humano desde 1864. Bakunin pretende conectar aquí, avivándola, con la furia antipapista, de cara a impulsar la francmasonería o al menos la parte de ésta susceptible de desarrollarse. Comienza por decir: para convertirse otra vez en un cuerpo vivo y útil, la francmasonería debe, una vez más, ponerse al servicio del género humano”.
Nettlau trata incluso de demostrar orgullosamente, a través de una comparación de diferentes citas, cómo Bakunin influyó en el pensamiento de la francmasonería en aquel momento, cuando en realidad se produjo lo contrario. Fue entonces cuando Bakunin hizo suyas partes de la ideología reaccionaria, mística, y de sociedad secreta, de la francmasonería. Esa misma concepción que Engels ya había descrito perfectamente a finales de los años 40, refiriéndose a Karl Heinzen: “Ve al escritor comunista como un profeta, un sacerdote o un vicario que posee por sí mismo una sabiduría secreta, pero que la oculta a los no educados para tenerlos controlados,... como si los representantes literarios del comunismo tuvieran algún interés en mantener ignorantes a los obreros, como si los estuvieran utilizando como los “Ilustrados” pretendían utilizar al populacho en el siglo pasado” (Engels, Los comunistas y Karl Heinzen). He aquí también la clave del “Misterio” bakuninista del porqué, en la futura sociedad anarquista, sin Estado y sin autoridad, seguirá siendo necesaria una sociedad secreta.
Por el contrario, Marx y Engels, aún sin tener en el pensamiento a Bakunin, habían criticado tales ideas en el filósofo y pseudosocialista inglés Carlyle: “La diferencia de clases que ha creado la historia, pasa así a convertirse en una diferencia natural, y que por tanto debe reconocerse y honrarse como parte de las eternas leyes de la naturaleza, por las que debemos arrodillarnos ante lo que es más noble y sabio en la naturaleza: el culto al genio. La visión global del proceso histórico del desarrollo queda pues reducida a las perogrulladas banales de los Iluminados y la sabiduría de los masones del siglo pasado. Con ello volvemos a la vieja cuestión: ¿quién debe, pues, gobernar? que se aborda desde la más rancia vanidad, para acabar contestando que el noble, sabio y erudito, gobernará” (Recopilación de artículos de La Nueva gaceta renana).
Bakunin “descubre” la Internacional
Desde los inicios de la Internacional, la burguesía europea intentó utilizar el lodazal de las sociedades secretas italianas contra ella. Ya en su fundación en Londres en 1864, los seguidores de Mazzini habían intentado imponer sus propios estatutos sectarios, para hacerse así con el control de la AIT. El representante de Mazzini, el comandante Wolff, fue más tarde desenmascarado como agente de la policía. Tras el fracaso de esta tentativa, la burguesía puso en marcha la Liga por la paz y la libertad utilizándola para atraer a Bakunin a la telaraña de los reventadores de la Internacional.
Mientras Bakunin se encontraba esperando la “revolución” en Italia, y maniobrando en los ambientes de la nobleza arruinada, los jóvenes desclasados y el lumpen-proletariado urbano, la Asociación internacional de trabajadores se desarrollaba, sin su participación, hasta convertirse en la primera fuerza revolucionaria en todo el mundo. Bakunin hubo de reconocer que en su intento por llegar a ser el pontífice de la revolución en Europa, había apostado por el caballo equivocado. Fue entonces, en 1867, cuando se formó la Liga por la paz y la libertad, con el objetivo obvio de actuar contra la Internacional. Bakunin, con su “hermandad” se unió a la Liga con el objetivo de “unir la Liga, que tendrá en su interior a la Hermandad como inspiradora fuerza revolucionaria, con la Internacional” (Nettlau). Con ello, como es lógico, y aún cuando no se lo comunicaran directamente a él, Bakunin se convirtió en la punta de lanza del intento de las clases dominantes por destruir la Internacional.
La Liga por la paz y la libertad
La Liga -ideada originalmente por el líder guerrillero italiano Garibaldi y del escritor francés Victor Hugo-, fue fundada sobre todo por la burguesía suiza y apoyada por parte de las sociedades secretas italianas. Su propaganda pacifista por el “desarme”, y su reivindicación de unos “Estados Unidos de Europa” fueron en realidad impulsadas para desunir y debilitar a la Primera internacional. En un momento en que Europa se encontraba dividida entre su parte occidental en pleno desarrollo capitalista, y una parte feudal bajo el látigo de Rusia, el llamamiento al desarme era bien visto por la diplomacia rusa. La Internacional, como el conjunto del movimiento obrero, había adoptado desde su fundación la consigna del restablecimiento de una Polonia democrática como un golpe a Rusia, que en ese momento representaba el sostén de la reacción europea. La Liga denunció entonces esta política como “belicista”, mientras el paneslavista Bakunin era presentado como el verdadero revolucionario contrario, por supuesto, a todo militarismo. Así la burguesía respaldaba a los bakuninistas contra la Internacional: “La Alianza de la democracia socialista tiene en realidad un origen burgués. No se originó de la Internacional, sino que es una rama de la Liga por la paz y la libertad, una sociedad abortada de burgueses republicanos. La Internacional se encontraba ya solidamente asentada, cuando Miguel Bakunin entró con la idea de jugar el papel de emancipador del proletariado. La Internacional solo podía ofrecerle el mismo campo de actividad que tienen todos sus miembros. Si quería adquirir un prestigio en ella debía, ante todo, ganarse una reputación a través de un trabajo consistente y sacrificado. Bakunin, en cambio, creyó poder encontrar mejores proyectos y un camino más fácil, junto a la burguesía de la Liga” (“Un complot contra la AIT”, Informe sobre las actividades de Bakunin).
La propuesta, realizada por el mismo Bakunin, de una alianza entre la Liga y la AIT, fue sin embargo rechazada por el Congreso de la Internacional de Bruselas. En ese momento, Bakunin llegó a convencerse de que una mayoría aplastante rechazaría el abandono del apoyo a Polonia contra la reaccionaria Rusia, por lo que él mismo abandonó su posición, para unirse a la Internacional con objeto de sabotearla desde dentro. Esta orientación fue apoyada por los propios líderes de la Liga, entre los cuales ya contaba con una importante base: “La alianza entre los burgueses y los trabajadores no debía limitarse a una alianza abierta, (...) Los estatutos secretos de la Alianza (...) incluyen indicaciones, que Bakunin presenta como bases, para que dentro de la Liga misma se cree una sociedad secreta que la gobernará más adelante. No solo los nombres de los grupos dirigentes son los mismos que los de la Liga, sino que además, se declara en los estatutos secretos que los miembros fundadores de la Alianza son en su gran mayoría ex miembros del Congreso de Berna” (Ibíd.).
Quienes conocían de verdad la política de la Liga podían asegurar que, desde el principio, se trató de utilizar a Bakunin contra la Internacional, una tarea para la que Bakunin se había preparado, y bien, en Italia. Además, el hecho de que varios activistas próximos tanto a Bakunin como a la Liga fueran más tarde desenmascarados como agentes de la policía, confirma lo anterior. En realidad, nada podía ser más peligroso para la Internacional, que la corrosión que desde dentro ejercían elementos que, aún sin ser agentes a sueldo del Estado y gozando de un cierto prestigio entre los trabajadores, perseguían la consecución de objetivos estrictamente personales a expensas del movimiento obrero. Incluso aunque Bakunin no pretendiera servir así a la contrarrevolución, él y los suyos tuvieron una responsabilidad decisiva en ello, por cuanto protegieron a los elementos más reaccionarios y turbios de la clase dominante.
Por supuesto, la AIT era consciente del peligro que representaba tal infiltración. La Conferencia de Delegados en Londres, por ejemplo, adoptó la siguiente resolución: “En aquellos países en los que la actividad normal de la Internacional no es posible actualmente debido a la interferencia de los gobiernos, la Asociación o sus secciones locales respectivas, pueden reconstruirse bajo algún otro nombre. Todas las llamadas sociedades secretas quedan expresamente excluidas”. Y Marx, que había propuesto esa Resolución, la justificaba así: “En Francia e Italia, donde existe tal persecución policial y el derecho de reunión constituye un delito, la gente se verá empujada a meterse en sociedades secretas, cuyos resultados son siempre negativos. Además, tal tipo de organizaciones están en contradicción con el desarrollo del movimiento del proletariado, ya que en lugar de educar a los obreros, les someten al autoritarismo y a las leyes místicas que obstaculizan su independencia y conducen su conciencia por una dirección errónea”.
Y, sin embargo, a pesar de esa vigilancia, la Alianza de Bakunin consiguió penetrar en la Internacional. En el segundo artículo de esta serie describiremos la lucha que se produjo en las filas de la AIT, yendo a las raíces de las diferentes concepciones sobre la organización y la militancia, que existen entre el partido del proletariado y la secta pequeñoburguesa.
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[1] Es evidente que el punto de partida para la fundación de una organización revolucionaria es el acuerdo sobre un programa político. Nada es más ajeno al marxismo, y más generalmente al movimiento obrero, que los agrupamientos sin principios programáticos. Sin embargo, el programa de proletariado, contrariamente a la visión que defiende la corriente bordiguista, no es algo terminado de una vez para siempre. Al contrario, se desarrolla, se enriquece, corrige, en su caso, sus errores mediante la experiencia viva de la clase. En el momento de la fundación de la AIT, o sea en los primeros pasos del movimiento obrero, lo esencial de ese programa, lo que define la pertenencia de una organización al campo proletario, se resume en unos cuantos principios generales que se encuentran en los Considerandos de los estatutos de la Internacional. Y precisamente, Bakunin y sus secuaces no ponen en entredicho esos Considerandos. Su ataque contra la AIT va dirigida principalmente contra los estatutos mismos, las reglas de funcionamiento. Esto no quiere decir que pueda establecerse una separación entre programa y estatutos. Por el hecho mismo que éstos son la expresión, la concreción de los principios esenciales propios de la clase obrera y ajenos a todas las demás clases, son parte íntegra del programa.
Esta serie llega ahora a la época que siguió a la muerte de Marx en 1883; es una coincidencia que la mayor parte de los materiales que vamos a examinar en los artículos que siguen se sitúan en los años que separan la muerte de Marx con la de Engels, que ocurrió hace 100 años ahora. La ingente contribución de Marx a la comprensión científica del comunismo ha hecho que una parte importante de esta serie se haya dedicado a la labor de esa figura señera del movimiento obrero. Pero del mismo modo que Marx no inventó el comunismo ([1]), tampoco, después de su muerte, cesó el movimiento comunista de elaborar y esclarecer sus fines históricos. Los partidos socialdemócratas o socialistas prosiguieron esa labor, partidos que comenzaron a convertirse en una fuerza importante durante las dos últimas décadas del siglo XIX. Engels, el camarada y amigo de Marx, desempeñó evidentemente un papel de la primera importancia en esa labor. Como hemos de ver, no era el único; pero ningún homenaje más militante podrá rendírsele a Engels que el de mostrar la importancia que él tuvo en la definición del proyecto comunista de la clase obrera.
Existen hoy muchas corrientes que creen que reivindicarse del comunismo revolucionario significa quitarse de encima todo recuerdo de la socialdemocracia, renegar de todo el período que va desde la muerte de Marx a la Primera Guerra mundial, como si aquella etapa fuera una especie de período negro o de retroceso sin salida en el camino que va desde Marx hasta ellos. Los consejistas, los modernistas, los anarco-bordiguistas del estilo del Groupe communiste internationaliste (GCI) y toda una ristra de subespecies del “pantano” afirman que los partidos socialistas no eran otra cosa que instrumentos de integración del proletariado en la sociedad burguesa, y que no aportaron nada a nuestra comprensión de la revolución comunista. La “prueba” estribaría sobre todo en las actividades sindicales y parlamentarias de la Socialdemocracia. También piensan esos grupos que el verdadero objetivo de esos partidos, la sociedad a la que más comúnmente se referían llamándola “socialismo” no era más que una forma de capitalismo de Estado. En resumen, lo que vienen a decir esos grupos es que los partidos que hoy se llaman “socialistas”, el Laborista de Blair, o los Partidos socialistas de Mitterrand o González serían de hecho los herederos legítimos de los partidos socialdemócratas de los años 1880, 1890 y 1900.
Para algunas de esas corrientes “anti-socialdemócratas”, sólo se restauró el comunismo auténtico con Lenin, y Luxemburg, después de la Primera Guerra mundial, tras la muerte definitiva de la IIª Internacional y la traición de esos partidos. Otros, más “radicales” todavía, han descubierto que bolcheviques y espartaquistas tampoco eran otra cosa que restos de la socialdemocracia: los primeros verdaderos revolucionarios del siglo XX serían pues los comunistas de izquierda de los años 1920 y 30. Pero como existe una continuidad directa entre las Izquierdas socialdemócratas (es decir no sólo las corrientes de Lenin y Luxemburgo, sino también de Pannekoek, Gorter, Bordiga y otros) y la izquierda comunista posterior, los ultraradicales de marras, para no equivocarse consideran a menudo que no ha habido más comunistas verdaderos en este siglo que ellos mismos. Es más, ese radicalismo retrospectivo y desvergonzado se aplica igualmente a los precursores de la socialdemocracia: primero a Engels, quien, nos dicen, no habría adquirido jamás el método de Marx y se habría convertido más o menos en un viejo reformista al final de su vida; y después, a menudo, se ponen a dar hachazos a Marx mismo y sus molestas insistencias sobre nociones “burguesas” como la ciencia o el progreso y el declive histórico. Por una extraña coincidencia, el descubrimiento final suele ser el siguiente: la verdadera tradición revolucionaria se encuentra en la valerosa revuelta de los Ludistas o de... Bakunin.
La CCI ha dedicado ya todo un articulo a ese tipo de argumentos en la Revista internacional nº 50, en la serie sobre la defensa de la noción de decadencia del capitalismo. No vamos a repetir aquí todos los contra-argumentos. Baste decir que el “método” en el que se basan esos argumentos es precisamente el del anarquismo ahistórico, idealista y moralizador. Para el anarquismo, la conciencia no es considerada como producto de un movimiento colectivo que evoluciona históricamente. Por eso, las verdaderas líneas de continuidad y de discontinuidad del movimiento real no le interesan. Por eso, las ideas revolucionarias dejan de ser el producto de una clase revolucionaria y de sus organizaciones, siendo, al contrario, esencialmente la inspiración de brillantes individuos o círculos de iniciados. De ahí la incapacidad patética de los “anti-socialdemócratas” para comprender que los grupos y las ideas revolucionarias de hoy no han nacido ya hechos, como Atenea de la frente Zeus, sino que son los descendientes orgánicos de una largo proceso de gestación, de toda una serie de luchas en el seno del movimiento obrero: la lucha por construir la Liga de los comunistas contra los vestigios del utopismo y del sectarismo; la lucha de la tendencia marxista en la AIT contra “el socialismo de Estado” por un lado y el anarquismo por otro; la lucha por la construcción de la IIª Internacional sobre una base marxista y, más tarde, la lucha de las Izquierdas por mantenerla en esa base contra el desarrollo del revisionismo y del centrismo; la lucha de esas mismas Izquierdas por formar la IIIª Internacional después de la muerte de la IIª y la lucha de las Fracciones de izquierda contra la degeneración de la Internacional comunista durante el reflujo de la ola revolucionaria de la primera posguerra; la lucha de esas fracciones por conservar los principios comunistas y desarrollar la teoría comunista durante los años negros de la contra revolución; la lucha por reapropiarse de las posiciones comunistas con la reanudación histórica al final de los años 60. De hecho, el tema central de esta serie de artículos ha sido demostrar que nuestra comprensión de los objetivos y de los medios de la revolución comunista no hubieran existido nunca sin toda esa serie de combates.
Una comprensión de lo que es la sociedad comunista y de los medios de llegar a ella no puede existir en el vacío, en las mentes de no se sabe qué individuos privilegiados. Se desarrolla y es defendida en y por las organizaciones colectivas de la clase obrera, y las luchas mencionadas no eran sino luchas por la organización revolucionaria, luchas por el partido. La conciencia comunista de hoy no existiría sin la cadena de organizaciones que nos une a los albores mismos del movimiento obrero.
Para los anarquistas, al contrario, la lucha que los une al pasado es una lucha contra el partido, pues la ideología anarquista es reflejo de la resistencia desesperada de la pequeña burguesía contra las valiosas adquisiciones organizativas de la clase obrera. El combate marxista contra la acción destructora de los bakuninistas en la AIT le costó a ésta un fuerte tributo. Pero ese combate fue un éxito, aunque no inmediato, confirmado por la formación de los partidos socialdemócratas y de la IIª Internacional, con criterios mucho más avanzados que los de la Asociación internacional de trabajadores.
Mientras que esta última era una colección heterogénea de tendencias políticas diferentes, los partidos socialistas se formaron explícitamente con la base del marxismo; mientras que la AIT combinaba las tareas políticas con las de las organizaciones unitarias de la clase, los partidos políticos de la IIª Internacional estaban diferenciados de las organizaciones unitarias de la clase de aquella época, o sea, lo sindicatos. Por eso, a pesar de sus críticas a las debilidades programáticas del principal partido socialdemócrata de entonces, el SPD alemán, éste recibió el apoyo entusiasta de Marx y de Engels.
No iremos aquí más lejos en esta cuestión específica de la organización aunque, precisamente porque es tan fundamental y es una condición sine qua non de toda actividad revolucionaria, volverá a aparecer inevitablemente en la última parte de este trabajo, como así lo ha sido en las precedentes. No podemos tampoco dedicar demasiado tiempo a contestar a los argumentos de los anti-socialdemócratas sobre la cuestión sindical y parlamentaria, aunque sí tendremos que hacerlo más lejos, específicamente.
Algo que sí hay que decir aquí, es que no hay nada en común entre la condena global de los ultrarradicales y las críticas auténticas que deben hacerse a las prácticas y a las teorías de los partidos socialistas. Mientras que estas últimas vienen desde dentro del movimiento obrero, la primera procede de un enfoque diferente. Los anti-socialdemócratas no escucharán el argumento según el cual las actividades sindical y parlamentaria tuvieron un sentido para la clase obrera en el siglo pasado, cuando el capitalismo estaba todavía en su fase históricamente ascendente y podía acordar reformas significativas, pero que lo perdieron y se volvieron actividades antiobreras en el período de decadencia, cuando la revolución proletaria se puso al orden del día de la historia. Rechazan ese argumento porque rechazan la noción de decadencia; y la noción de decadencia, en casos cada vez más numerosos, es rechazada porque implica que el capitalismo fue, en aquella época, un sistema ascendente; y esto lo rechazan porque, si no, ello implicaría hacer concesiones a la noción de progreso histórico que, en el caso de los anti-decadentistas “coherentes” como el GCI o “Wildcat” sería una noción totalmente burguesa. Con todo ello, lo que sí está claro es que esos hiper-ultra-radicales han rechazado toda noción de materialismo histórico y que se han alineado con los anarquistas, para quienes la revolución social es posible desde que existen sufrimientos en el mundo.
El objetivo central de esta parte de nuestro trabajo, en continuidad con los artículos anteriores de la serie, es mostrar que la “sociedad del futuro” definida por los partidos socialistas era verdaderamente una sociedad comunista; que, a pesar de la muerte de Marx, la visión comunista ni desapareció ni se estancó durante ese período, sino que avanzó y se profundizó. Sólo con esas bases podremos examinar los límites de las ideas y de las debilidades de esos partidos, especialmente en lo referente al “camino al poder”, la vía por la cual la clase obrera lograría la revolución comunista.
En un precedente artículo de esta serie (Revista internacional nº 78, “Comunismo contra socialismo de Estado”) vimos que Marx y Engels eran muy críticos para con las bases programáticas del SPD, que se formó en 1875 por la fusión de la fracción marxista de Bebel y Liebknecht con la Asociación general de trabajadores de Lasalle. El propio nombre del nuevo partido les había disgustado: “Socialdemócrata” era un término totalmente inadecuado para un partido “cuyo programa económico no es sólo totalmente socialista sino directamente comunista y cuyo objetivo final es la desaparición del Estado y, por lo tanto, también de la democracia” (Engels, 1875). Más significativo todavía, Marx escribió su convincente Crítica al Programa de Gotha para poner de relieve la comprensión, en el SPD, de lo que implicaba precisamente la transformación comunista, mostrando que los marxistas alemanes, en su conjunto, habían hecho demasiadas concesiones a la ideología “socialista de Estado” de Lasalle. Engels no suavizó sus críticas en los años siguientes. De hecho, su cólera contra el programa de Erfurt de 1891 lo llevó a publicar la Crítica al Programa de Gotha; en un principio, la publicación de este escrito había sido “bloqueada” por Liebknecht, y Marx y Engels no insistieron por miedo a que se rompiera la unidad del nuevo partido. Pero es evidente que Engels pensaba que las críticas al viejo programa seguían siendo válidas para el nuevo. Volveremos más adelante sobre el Programa de Erfurt, cuando tratemos en particular sobre la actitud de los socialdemócratas hacia el parlamentarismo y la democracia burguesa.
Sin embargo, los escritos de Engels sobre el socialismo durante este período son la prueba más clara de que, en última instancia, el programa de la socialdemocracia era “directamente comunista”. El trabajo teórico más importante de Engels en aquel tiempo, fue el AntiDühring, redactado primero en 1878 y luego revisado, vuelto a publicar y traducido en los años 1880-1890. Una parte de esta obra fue también publicada con la forma de folleto popular en 1892 con el título Socialismo utópico, socialismo científico, siendo sin duda uno de los más influyentes y más leídos entre los trabajos marxistas de entonces. Y evidentemente, el AntiDühring era ante todo un texto de “partido”, puesto que fue escrito como respuesta a las proclamas grandilocuentes del academicista alemán Dühring, según las cuales habría fundado un “sistema socialista” completo, mucho más avanzado que todas las teorías socialistas existentes hasta entonces, desde los utopistas hasta el propio Marx. Marx y Engels estaban preocupados, en particular, por el hecho de que “el Dr Dühring estaba organizando las cosas para formar en torno suyo una secta, el núcleo de un futuro partido distinto. Se había hecho pues necesario recoger el guante que nos había tirado y lanzarse a la batalla lo quisiéramos o no” (Introducción a la edición inglesa de Socialismo utópico, socialismo científico, 1892). La primera motivación de ese texto era pues la de defender la unidad del partido contra los efectos destructores del sectarismo. Esto llevó a Engels a detenerse ampliamente en los pretenciosos “descubrimientos” de Dühring en los ámbitos de la ciencia, de la filosofía o de la historia, defendiendo el método materialista histórico contra el nuevo refrito de idealismo estatal y de materialismo vulgar de Dühring. Al mismo tiempo, especialmente en la parte publicada como folleto separado, Engels tuvo que volver a afirmar un postulado fundamental del Manifiesto comunista: las ideas socialistas y comunistas no eran la invención de autoproclamados “reformadores universales” como el profesor Dühring, sino el producto de un movimiento histórico real, el movimiento del proletariado. Dühring se consideraba muy por encima de ese prosaico movimiento de masas; de hecho su “sistema” significaba una total regresión con relación al socialismo científico desarrollado por Marx; e incluso comparado a los utopistas, como Fourier, a quien Dühring despreciaba mientras que sí era muy respetado por Marx y Engels, Dühring era menos que un enano intelectual.
Contra la falsa visión de Dühring de un “socialismo” basado en el intercambio de mercancías, o sea en las relaciones de producción vigentes, Engels quiso volver a afirmar algunos fundamentos del comunismo, y especialmente:
- que las relaciones mercantiles capitalistas, después de haber sido un factor de progreso material sin precedentes, no podían, en fin de cuentas, sino llevar a la sociedad burguesa a contradicciones insolubles, a crisis y a la autodestrucción: “El modo de producción se rebela contra el modo de intercambio... Por un lado, pues, el modo de producción capitalista queda convencido de su propia incapacidad para continuar administrando sus fuerzas productivas. Por otro lado, esas fuerzas productivas mismas empujan con una fuerza cada vez mayor hacia la supresión de la contradicción, hacia la liberación de su calidad de capital, hacia el reconocimiento efectivo de su carácter de fuerzas productivas sociales” (AntiDühring, IIIª parte, Cap. 2);
- que el acaparamiento de los medios de producción por parte del Estado capitalista era la respuesta de la burguesía a esa situación, pero no su solución. No cabía confundir, ni mucho menos, esa estatalización capitalista con la socialización comunista: “El Estado moderno, sea cual sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista: es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo en lo ideal. Cuantas más fuerzas productivas hace pasar a propiedad suya, más se vuelve capitalista colectivo y más explota a los ciudadanos. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. La relación capitalista no es suprimida, sino que, al contrario, es llevada a su extremo. Pero una vez llagada a ese extremo, esa relación se invierte” (ídem). A los comunistas de hoy, y eso es comprensible, nos gusta citar ese pasaje profético contra todas las variedades modernas de “socialismo” de Estado, capitalismo de Estado en realidad, que propagan quienes pretenden ser los herederos del movimiento obrero del siglo XIX (“socialistas” oficiales, estalinistas, trotskistas) con su defensa constante del carácter progresista de las nacionalizaciones. Esas frases de Engels demuestran que hace ya cien años y más, existía una claridad sobre ese tema en el movimiento obrero;
- que contrariamente al socialismo prusiano de Dühring, según el cual todos los ciudadanos serían dichosos bajo un Estado paternalista, el Estado no tiene la menor cabida en una sociedad auténticamente socialista ([2]). “En cuanto deja de haber una clase social que mantener bajo la opresión; en cuanto, junto con la dominación de clase y la lucha por la existencia individual motivada por la anarquía anterior de la producción, son eliminadas igualmente las colisiones y los excesos resultantes, no queda nada que reprimir que haga necesario un poder de represión, un Estado. El primer acto en el que el Estado aparece realmente como representante de toda la sociedad ([3]) –la apropiación de los medios de producción en nombre de la sociedad– es, al mismo tiempo, su postrer acto como Estado. La intervención de un poder de Estado en las relaciones sociales se va haciendo superflua en un ámbito tras otro, aletargándose entonces de manera natural. El gobierno de las personas deja el sitio a la administración de las cosas y a la dirección de las operaciones de producción. El Estado no es “abolido”, sino que se va extinguiendo” (Ídem);
- y que, finalmente, contra todos los intentos de gestionar las relaciones de producción existentes, el socialismo requiere la abolición de la producción mercantil: “Con la apropiación de los medios de producción por la sociedad, la producción mercantil es eliminada y por lo tanto, la dominación del producto sobre el productor. La anarquía dentro de la producción social es sustituida por la organización planificada consciente. La lucha por la existencia individual cesa. Así, por primera vez, el hombre, en cierto modo, se separa definitivamente del reino animal, pasa de las condiciones animales de existencia a condiciones realmente humanas. El círculo de las condiciones de vida que rodea al hombre, que hasta ahora dominaba al hombre, pasa ahora bajo dominio y control de los hombres, quienes, por vez primera, se convierten en dueños reales y conscientes de la naturaleza, por ser dueños como lo son de su propia vida en sociedad. Las leyes de su propia práctica social que, hasta hoy, se erguían ante ellos como leyes naturales, ajenas y dominadoras, son desde entonces aplicadas por los hombres con pleno conocimiento de causa y, por lo tanto, dominadas. La vida en sociedad propia de los hombres que, hasta entonces, se erguía ante ellos como algo dado por la naturaleza y la historia, se vuelve ahora acto propio y libre. Los poderes ajenos, objetivos, que, hasta entonces, dominaban la historia, pasan bajo control de los hombres mismos. Sólo a partir de ese momento los hombres harán ellos mismos su historia en plena conciencia; sólo a partir de ese momento las causas sociales que ellos habrán puesto en movimiento tendrán de manera cada vez más creciente los efectos por ellos buscados. Ése es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad” (Ibíd.). En este importante pasaje, Engels mira resueltamente hacia adelante, hacia una fase muy avanzada del porvenir comunista. Pero demuestra con plena certidumbre, contra todos aquellos que intentan establecer una barrera entre él y Marx, que tanto uno como el otro compartían la convicción de que la meta factible más elevada del comunismo es la de deshacerse de la calamidad de la alienación para así iniciar una vida verdaderamente humana, en la que las posibilidades creadoras y sociales del hombre habrán dejado de volverse contra él y estarán al servicio de sus verdaderas necesidades y deseos.
Sin embargo, en otra parte del mismo libro, Engels vuelve de esas reflexiones “cósmicas” a una cuestión mucho más al ras del suelo: los “principios fundamentales de la producción y de la distribución comunistas” como los llamaría después la Izquierda holandesa. Tras haber echado abajo las fantasías neo-proudhonianas de Dühring sobre el establecimiento del “verdadero valor” y el pago a los obreros de “la totalidad del valor producido”, Engels explica: «En cuanto la sociedad entra en posesión de los medios de producción y los emplea para una producción inmediatamente socializada, el trabajo de cada quien, por muy diferente que sea su carácter específico de utilidad, se vuelve inmediata y directamente trabajo social. La cantidad de trabajo social que contiene un producto no necesita, entonces, ser comprobado mediante un rodeo; la experiencia cotidiana indica directamente qué cantidad es necesaria en término medio. La sociedad puede entonces calcular cuántas horas de trabajo hay en una máquina de vapor, en un hectolitro de trigo de la última cosecha, en cien metros cuadrados de tejido de tal o cual calidad. Y así a la sociedad no le vendrá la idea de seguir expresando la cantidad de trabajo que los productos contienen (y que ella conoce directa y absolutamente) mediante una medida relativa, flotante, inadaptada, inevitable antaño como último recurso, en un producto tercero, en lugar de hacerlo basándose en su patrón natural: el tiempo... Así pues, en las condiciones supuestas más arriba, la sociedad deja de atribuir valores a los productos. El hecho simple de que cien metros cuadrados de tejido han exigido, supongamos, mil horas de trabajo, la sociedad dejará de expresarlo con esa forma equívoca y absurda de que “valdrían” mil horas de trabajo. Cierto es que la sociedad estará obligada a saber, incluso entonces, cuánto trabajo se necesita para producir cada objeto de uso. Deberá trazar un plan de producción según los medios de producción, del que forman muy especialmente parte las fuerzas de trabajo. Serán, en fin de cuentas, los efectos útiles de los diferentes objetos de uso, comparados entre sí y en relación con las cantidades de trabajo necesarias para su producción, los que determinarán el plan. La gente saldará cuentas sencillamente sin intervención del famoso “valor”» (Ibíd.).
Esa era la idea de la sociedad socialista o comunista de Engels; pero esa idea no era propiedad personal de él. Su posición expresaba lo mejor de los partidos socialdemócratas, aunque éstos tuvieran en sus filas a personas y corrientes que no veían las cosas así de claras.
Para demostrar que el punto de vista de Engels no era una excepción individual, sino el patrimonio de un movimiento colectivo, intentaremos examinar las posiciones defendidas por otras figuras de ese movimiento que mostraron una preocupación especial por lo que deberían ser las formas de una sociedad futura. No creemos que sea una casualidad si el período que estudiamos fue tan rico en reflexiones sobre a qué podría parecerse la sociedad comunista. Recordemos que los años 1880 y 1890 fueron el “canto del cisne” de la sociedad burguesa, el apogeo de su gloria imperial, la última fase del optimismo capitalista antes de los años sombríos que iban a llevar a la Primera Guerra mundial. Un período de conquistas económicas y coloniales gigantescas mediante las cuales las últimas áreas “no civilizadas” del globo iban a abrirse a los gigantes imperialistas; un período también de desarrollo rapidísimo del progreso tecnológico, que conoció el desarrollo masivo de la electricidad, la aparición del teléfono, del automóvil y de muchas otras cosas. Fue un período durante el cual las descripciones del porvenir se habían convertido en el negocio de numerosos escritores, científicos, historiadores... y no sólo de unos cuantos mercachifles ([4]). Aunque el vertiginoso “progreso” burgués fascinara a muchos elementos del movimiento socialista, abriendo las puertas a las ilusiones del revisionismo, los elementos más clarividentes del movimiento, como veremos brevemente, no se dejaron arrastrar, pues eran capaces de vislumbrar la tormenta que se anunciaba a lo lejos. Sin embargo, aún sin perder la convicción de la necesidad de un derrocamiento revolucionario del capitalismo, empezaron a entrever las enormes posibilidades contenidas en las fuerzas productivas que el capitalismo había desarrollado. Y empezaron a buscar cómo esas posibilidades podían utilizarse en la sociedad comunista, de una manera más detallada que la que Marx y Engels habían intentado (hasta el punto de que muchos de sus trabajos fueron rechazados y tildados de “utópicos”). Es una acusación que examinaremos con cuidado, pero ya podemos afirmar que, aunque hay algo de verdad en esa acusación, no por eso son inútiles esas reflexiones para nosotros.
Más en particular, vamos a centrarnos en tres grandes figuras del movimiento socialista: August Bebel, William Morris y Karl Kautsky. Estudiaremos a este último en otro artículo, no porque fuera una figura menos significativa, sino porque su trabajo más importante fue publicado más tarde en un período algo posterior; y porque él, más que los otros dos, plantea el problema de los medios hacia la revolución social. Por otra parte, los dos primeros pueden ser estudiados desde el enfoque de cómo definían los socialistas de finales del XIX las metas últimas de su movimiento.
Haber escogido a esas dos figuras no es algo arbitrario. Bebel, como ya hemos visto, fue un miembro fundador del SPD, próximo asociado de Marx y Engels durante años, y una figura de una autoridad considerable en el movimiento socialista internacional. Su trabajo político más conocido, La mujer y el socialismo (publicado en 1883 por vez primera, pero sustancialmente corregido y aumentado en las dos décadas siguientes) se convirtió en uno de los documentos más influyentes en el movimiento obrero de finales del XIX, no sólo porque trata de la cuestión de la mujer, sino y sobre todo porque contiene una exposición clara del modo como las cosas podrían ocurrir en una sociedad socialista en los principales ámbitos de la vida: no sólo la relación entre ambos sexos, sino también en el ámbito del trabajo, de la educación, de las relaciones entre campo y ciudad...
El libro de Bebel fue una fuente de inspiración para cientos de miles de obreros conscientes, deseosos de aprender y de discutir lo que podría ser la vida en una sociedad verdaderamente humana. Es un criterio muy preciso para valorar la comprensión por el movimiento socialdemócrata de entonces, de sus metas.
William Morris no es un personaje de la misma talla internacional que Bebel y no es alguien muy conocido fuera de Gran Bretaña. Creemos, sin embargo, que es importante incluir ciertas de sus contribuciones como complemento a las de Bebel, entre otras cosas para demostrar que “incluso” en Inglaterra, país al que Marx y Engels consideraron a menudo como un desierto para las ideas revolucionarias, el período de la IIª Internacional conoció un desarrollo del pensamiento comunista. Cierto es que probablemente es más conocido como artista y dibujante, como poeta y escritor de novelas heroicas, que como socialista; Engels mismo tenía tendencia a rechazarlo como “socialista sentimental” y sin duda muchos camaradas rechazaron, como Engels, su libro News from Nowhere (Noticias de ningún sitio, 1890) no sólo porque considera la sociedad comunista como “un viaje de ensoñación” hacia el futuro, sino también a causa del tono nostálgico medieval que se desprende de esa obra y de muchos otros de sus escritos.
Aunque William Morris empezó su crítica de la civilización burguesa desde un enfoque de artista, acabó siendo un verdadero discípulo del marxismo y dedicando el resto de su vida a la causa de la guerra de clases y de la construcción de una organización socialista en Gran Bretaña, y fue con esta base, la de un artista que se armó con el marxismo, con la que fue capaz de tener una visión muy fuerte de la alienación del trabajo en el capitalismo y de cómo podría ser superada esa alienación.
En el próximo artículo de esta serie examinaremos con más hondura los rasgos de la sociedad capitalista tal como los describían Bebel y Morris, y particularmente los puntos que tratan de los aspectos más “sociales” de la transformación revolucionaria: las relaciones entre hombre y mujer, la interacción de la humanidad con el entorno natural, el carácter del trabajo en una sociedad comunista. Sin embargo, es necesario añadir previamente que esos portavoces de la socialdemocracia entendían las características fundamentales de la sociedad comunista y que, en sus principales características, esa comprensión estaba en acuerdo con la de Marx y Engels.
La astucia básica utilizada por los anti-socialdemócratas, para demostrar que la socialdemocracia no era más que un instrumento de recuperación capitalista desde sus orígenes, consiste en identificar los partidos socialistas de aquel entonces con las corrientes reformistas que surgieron en ellos. Esas corrientes no aparecieron sin embargo como producto orgánico de ellos, sino como apéndices parásitos nutridos por la ideología nociva de la sociedad burguesa que los rodeaba. Es sabido que lo primero que ó” el revisionista Bernstein fue nada menos que la teoría marxista de las crisis. Teorizando el largo período de “prosperidad” capitalista de finales del siglo pasado, el revisionismo declaró que las crisis formaban parte del pasado, abriendo las puertas a la perspectiva de una transición gradual y pacífica al socialismo. Más adelante en la historia del SPD, algunos de los defensores de la “ortodoxia” marxista sobre estas cuestiones, tales como Kautsky y el mismo Bebel, harán de hecho un montón de concesiones a esas perspectivas reformistas. Pero cuando escribió La Mujer y el socialismo, era Bebel quien decía: “El porvenir de la sociedad burguesa está amenazado por todas partes de peligros muy graves, y no le es posible evitarlos. La crisis se vuelve entonces permanente e internacional. Esto es el resultado de que los mercados están saturados de bienes. Y ya ahora podrían producirse muchos más bienes y, en cambio, la gran mayoría del pueblo sufre de necesidades porque no tiene medios para satisfacerlas comprando. Les falta ropa, muebles, vivienda, sustento tanto para el cuerpo como para el alma, medios para distraerse, y todo ello lo podrían consumir, en realidad, en grandes cantidades. Sin embargo, todo esto no existe para ellos. Están incluso excluidos de la sociedad centenas de miles de obreros, que ya no pueden ni consumir porque su fuerza de trabajo se ha vuelto “superflua” para los capitalistas. ¿No es evidente que nuestro sistema social padece seriamente de carencias? ¿Cómo es posible que se hable de “sobreproducción” cuando sobran las capacidades de consumir, es decir las necesidades que satisfacer? Objetivamente, no es la producción, en y por sí misma, la que origina estas condiciones y contradicciones, sino que es el sistema que dirige la producción y la distribución de los productos” (La Mujer y el socialismo, cap. VI).
Bebel aquí no niega en absoluto la noción de crisis del capitalismo, sino que reafirma, al contrario, que ésta tiene sus raíces en las contradicciones fundamentales del propio sistema; además, al introducir la noción de crisis “permanente”, Bebel anticipa el advenimiento del declive histórico del sistema. Como Engels, el cual, poco antes de fallecer, expresaba su temor de que el incremento del militarismo arrastrara a Europa hacia una guerra arrasadora, Bebel también veía que el hundimiento económico del sistema no podía sino desembocar en un desastre militar: “El estado militar y político de Europa se ha incrementado de tal manera que sólo puede desembocar en una catástrofe que llevará a su ruina a la sociedad capitalista. Tras haber alcanzado su nivel más elevado de desarrollo, el capitalismo ha creado las condiciones que acabarán por hacer imposible su existencia; está cavando su propia tumba; se está matando con los mismos medios que ha hecho surgir, como lo han hecho los sistemas sociales del pasado, incluso los más revolucionarios” (ídem).
Es precisamente el curso hacia la catástrofe del capitalismo lo que hace del derrumbamiento revolucionario del sistema una necesidad absoluta: “Por consiguiente, imaginamos aquel día en el que todos los sufrimientos descritos alcanzarán tal hondura que se volverán dolorosamente sensibles a los sentimientos y a la vista de la gran mayoría, hasta el punto de no ser ya soportables; provocarán en la sociedad un irresistible deseo de cambio radical y entonces, el remedio más rápido se considerará como el más eficaz” (ídem).
Bebel también le hace eco a Engels cuando aclara que la estatalización de la economía por el régimen existente no es en absoluto una respuesta a la crisis del sistema, y menos aún un paso hacia el socialismo: “... aquellas instituciones (telégrafo, ferrocarriles, correo, etc.) administradas por el Estado no son instituciones socialistas, como se suele creer erróneamente. Son negocios gestionados de forma tan capitalista como lo serían en manos del sector privado... los socialistas previenen contra la ilusión de que la propiedad estatal actual sea considerada como socialismo, como realización de aspiraciones socialistas” (ídem).
William Morris escribió cantidad de diatribas en contra de las tendencias crecientes hacia el “socialismo de Estado” representado en particular, en Gran Bretaña, por la Sociedad Fabienne de Bernard Shaw, los Webbs, HG Wells y demás. News from Nowhere fue precisamente escrito para contestar a la novela de Edward Bellamy Looking Wackward (Mirando hacia atrás) que pretendía describir el futuro socialista, pero un futuro que acontecería de manera totalmente pacífica, por la evolución de los enormes “trusts” capitalistas hacia instituciones “socialistas”; evidentemente, se trata de un “socialismo” en el que cualquier detalle de la vida individual está planificado por una burocracia omnipresente; en News from Nowhere, al contrario, la gran revolución (¡prevista para 1952!) es el fruto de la reacción obrera contra un largo período de “socialismo estatal” incapaz de solucionar las contradicciones del sistema.
Bebel y Morris, contra los santones del “socialismo de Estado”, afirmaban el principio fundamental del marxismo según el cual el socialismo es una sociedad sin Estado: “El Estado es, por lo tanto, la organización necesaria, inevitable, de un orden social sometido a un régimen de clases. En cuanto desaparezcan los antagonismos de clase con la abolición de la propiedad privada, el Estado pierde a la vez la necesidad y la posibilidad de su existencia” (ídem).
Para Bebel, la vieja maquinaria estatal será sustituida por un sistema de auto-administración popular, tomando ejemplo de la Comuna de París: “Como en la sociedad primitiva, todos los miembros de la comunidad en edad de hacerlo participan en las elecciones, sin distinción de sexo, disponen de un voto para escoger a las personas a quienes se les confiará la administración. Al frente de todas las administraciones locales está la administración central -nótese que no se trata de ningún gobierno con poder de reinar, sino de un colegio ejecutivo con funciones administrativas. Es una cuestión abstracta saber si la administración central será elegida directamente por el voto popular o por las administraciones locales. Tales problemas no tendrán entonces la importancia que hoy tienen, ya que no se trata de dar puestos que confieran un honor especial, que otorguen al titular un poder o una influencia mayores, o que le produzcan beneficios importantes; aquí se trata de ocupar puestos de confianza para los cuales son nombrados los más aptos, hombres o mujeres; y éstos pueden ser reelegidos en función de circunstancias o según lo que prefieran los electores. Todos estos puestos tienen un plazo determinado. En consecuencia, los titulares no tienen el menor “estatuto de funcionarios”; la noción de continuidad de la función no existe, como tampoco existe la promoción jerárquica” (ídem).
En News from Nowhere, Morris enfoca del mismo modo una sociedad que funciona basándose en las asambleas locales cuyos debates tienden hacia la unanimidad, pero que utiliza el principio mayoritario cuando ésta no se logra alcanzar. Todo esto era diametralmente opuesto a las ideas paternalistas de los Fabianos y demás “socialistas de Estado” que, en su senilidad, se horrorizaron cuando estalló la democracia directa de Octubre del 17 y, en cambio, aprobaron sin reservas el estalinismo: “hemos visto el futuro, y funciona”, afirmaron los Webbs tras su viaje a Rusia, cuando la contrarrevolución ya había cumplido su sucia faena contra lo que consideraban como el lamentable absurdo del “gobierno por abajo”.
También de acuerdo con la definición que dio Engels a la nueva sociedad socialista, Bebel y Morris afirman que ésta será el fin de la producción de mercancías. Mucho del humor de los News from Nowhere está basado en las dificultades padecidas por un visitante llegado del penoso pasado para acostumbrarse a una sociedad en la que ni la mercancía ni la fuerza de trabajo tienen el menor “valor”. Así lo resumía Bebel: “La sociedad socialista no produce “mercancías” que “comprar” o “vender”; produce bienes necesarios a la vida, que son usados, consumidos, sin otra finalidad. En la sociedad socialista, por lo tanto, la capacidad de consumo no está ligada a la capacidad individual de comprar, como así ocurre en la sociedad capitalista; sólo está ligada a la capacidad colectiva de producir. Si existe el trabajo y los medios para trabajar, cualquier necesidad puede ser atendida; la capacidad social de consumir sólo está ligada a la satisfacción de los consumidores” (ídem).
Y Bebel prosigue diciendo que «no existen “mercancías” en la sociedad socialista, como tampoco puede existir el “dinero”»; más lejos habla del sistema de los bonos de trabajo como medio de distribución. Esto expresa cierta debilidad en la manera como Bebel presenta la sociedad del porvenir, pues hace una distinción muy simple entre la sociedad comunista totalmente desarrollada y el período de transición que conduce a ella: para Marx (como para Morris, véanse sus notas al Manifiesto de la Socialist League, 1855), los bonos de trabajo no son sino una medida de transición hacia una distribución totalmente gratuita, y son expresión de ciertos estigmas de la sociedad burguesa (véase “El comunismo contra el socialismo de Estado”, Revista internacional, nº 78). Ya examinaremos en un próximo artículo el significado de esa debilidad teórica. Lo importante que hay que dejar claro aquí, es que el movimiento socialdemócrata no tenía confusiones en cuanto a sus fines, a pesar de que los medios para alcanzarlos causaban a menudo problemas mucho más profundos.
En “Comunismo contra socialismo de Estado”, ya hemos notado que, en ciertos textos, incluso Marx y Engels hicieron concesiones a la idea de que el comunismo pudiera existir, siquiera durante cierto tiempo, encerrado en las fronteras de un Estado nacional. Sin embargo, tales confusiones jamás se basaron sobre una teoría de “socialismo” nacional; el objetivo de conjunto de su pensamiento era, por el contrario, demostrar que la revolución proletaria y la edificación del socialismo no eran posibles más que a escala internacional.
Lo mismo podemos decir de los partidos socialistas en el período que estudiamos. Incluso considerando que el SPD quedó debilitado desde sus orígenes por un programa que hacía demasiadas concesiones a una vía “nacional” hacia el socialismo, incluso considerando que tales ideas habían de ser teorizadas con las consecuencias fatales que conocemos en cuanto los partidos socialistas se volvieron un componente muy “respetable” de la vida política nacional, todo ello no impide que los escritos de Bebel y Morris están inspirados por una visión fundamentalmente internacional e internacionalista del socialismo: “El nuevo sistema socialista se apoyará en una base internacional. Los pueblos fraternizarán; se darán la mano y se esforzarán por extender gradualmente las nuevas condiciones a todas las razas de la Tierra” (La Mujer y el socialismo).
El Manifiesto de la Socialist League de Morris, escrito en 1885, presenta a la organización como “defensora de los principios del socialismo revolucionario internacional; significa que queremos una transformación de las bases de la sociedad -transformación que destruirá las distinciones de clase y de nacionalidad” (publicado por EP Thomson, William Morris, Romantic to revolutionnary, 1955). Y sigue el Manifiesto poniendo en evidencia que “El socialismo revolucionario acabado (...) no puede conseguirse en un país sin la ayuda de los obreros de la civilización entera. Para nosotros, ni las fronteras geográficas ni la historia política ni las razas o las religiones nos transforman en rivales o enemigos; para nosotros no existen naciones, sino masas de obreros y amigos diferentes cuya simpatía mutua es contrarrestada o pervertida por grupos de amos y ladrones cuyo interés es atizar rivalidades y odios entre los habitantes de los diferentes países”.
En un artículo publicado en The Commonweal (El bien público), órgano de la League, en 1877, Morris relaciona esa perspectiva internacional con la cuestión de la producción para el uso; en la sociedad socialista, “todas las naciones civilizadas ([5]) formarán una gran comunidad, entendiéndose sobre el tipo y la cantidad de lo que se ha de producir y distribuir; trabajando en tal o cual producción allí donde se realice en las mejores condiciones, evitando despilfarros por todos los medios. Es agradable imaginar las pérdidas que se evitarían, hasta qué punto tal revolución incrementaría el bienestar del mundo” (“Cómo vivimos y cómo podríamos vivir”, reimpreso en The Political Writings of William Morris). La producción para el uso no puede establecerse más que cuando el mercado mundial es sustituido por la comunidad global. Cierto es que pueden encontrarse textos en los que todos los grandes militantes socialistas “se olvidan” de todo eso. Sin embargo, tales fallos no expresan la dinámica verdadera de su pensamiento.
Además, ese visión internacional no se restringía a un porvenir revolucionario lejano; como lo podemos ver en la cita del Manifiesto de la Socialist League, esta visión se acompañaba de una oposición activa a los esfuerzos que hacía entonces la burguesía por excitar las rivalidades nacionales entre los obreros. Exigía fundamentalmente una actitud concreta e intransigente respecto a la guerra intercapitalista.
Para Marx y Engels, la posición internacionalista de Bebel y Liebknecht durante la guerra franco-prusiana era la prueba de su convicción socialista que les convenció para seguir perseverando con los compañeros alemanes a pesar de todas sus debilidades teóricas. En el mismo sentido, una de las razones de por qué Engels apoyó en sus inicios al grupo que formaría posteriormente la Socialist League cuando su escisión con la Federación socialdemócrata de Hyndman en 1884, fue la oposición de principio de la League con el “socialismo patriotero” de Hyndman que apoyaba las conquistas coloniales del imperio británico y sus masacres, so pretexto de que aportaban la civilización a pueblos “bárbaros” y “salvajes”.
Y como iba creciendo la amenaza de una guerra entre las grandes potencias imperialistas, Morris y la League tomaron claramente una posición internacionalista sobre la cuestión de la guerra: “Si la guerra se vuelve verdaderamente inminente, nuestro deber de socialistas queda suficientemente claro, no difiere de lo que hemos de hacer corrientemente. Acrecentar el sentimiento internacionalista de los obreros por todos los medios; mostrar a nuestros obreros que la competencia y las rivalidades extranjeras, o la guerra comercial, culminan al fin y al cabo en la guerra abierta, les son necesarias a las clases expoliadoras y que las peleas raciales o comerciales de esas clases sólo nos incumben cuando podemos utilizarlas como medio para propagar el descontento y la revolución; mostrarles que los intereses de los obreros son los mismos en cualquier país y que jamás pueden ser enemigos unos de otros; mostrarles que los hombres de la clase trabajadora han de hacer oídos sordos ante los reclutadores y negarse a vestir el uniforme, negarse de alistarse en la máquina moderna de guerra para gloria y honor de un país en el cual son tratados peor que perros, a patadas y por cuatro reales. Todo esto lo hemos de predicar en todo momento, y con mayor insistencia todavía ante la posibilidad de una guerra inminente” (Commonweal, 1887, citado por EP. Thompson).
No existe la menor continuidad entre tales declaraciones y la verborrea de los socialpatrioteros que se transformaron en banderines de enganche de la burguesía en 1914. Entre aquéllas y ésta hay una ruptura de clase, una traición a la clase obrera y a su misión comunista defendida durante tres décadas por los partidos socialistas de la Segunda internacional.
CDW
[1] Ver el segundo artículo de esta serie “Cómo el proletariado se ganó a Marx para el comunismo” en la Revista internacional nº 69.
[2] Engels, en sus trabajos, no distingue prácticamente los términos “socialismo” y “comunismo”, aunque este último, incluido su sentido más proletario e insurreccional, fue, en general, el término preferido por Marx y Engels para la futura sociedad sin clases. Ha sido sobre todo el estalinismo el que, tomando una frase por aquí y por allá en las obras de los revolucionarios del pasado para con ellas establecer una tajante y rápida diferencia entre socialismo y comunismo, quería probar que una sociedad dominada por una burocracia omnipotente y con un funcionamiento basado en el trabajo asalariado podía ser “socialismo” o “la fase más baja del comunismo”. Por ejemplo, el chupatintas estalinista que escribió la introducción, en las Ediciones de Moscú en 1971, de La sociedad del futuro (folleto sacado del capítulo de conclusión del libro de Bebel La mujer y el socialismo) es muy crítico respecto a la manera como llama Bebel a la futura sociedad sin clases, sin dinero, “socialismo”. También es interesante decir que un grupo anti-socialdemócrata como Radical Chains establece también una separación entre socialismo y comunismo, siendo éste la meta final y definiendo aquél, precisamente, a los programas estalinista, de la socialdemocracia del siglo XX y de los izquierdistas. Radical Chains nos informa de pasada que ese socialismo “ha fracasado”. Todas esas fórmulas justifican la visión básicamente trotskista de Radical Chains según la cual el estalinismo y otras formas de capitalismo de Estado totalitario no son realmente capitalistas. A pesar de todas las críticas a ese horrible “socialismo”, Radical Chains sigue su prisionero.
[3] Queremos aquí repetir la precisión que hicimos cuando citamos ese pasaje en la Revista internacional nº 78: “Engels se refiere aquí, sin lugar a dudas, al Estado posrevolucionario que se forma tras la destrucción del viejo Estado burgués. Sin embargo, la experiencia de la revolución rusa llevó al movimiento revolucionario a poner en tela de juicio esa fórmula misma: la propiedad de los medios de producción, incluso en manos del “Estado-Comuna” no conduce a la desaparición del Estado, y puede incluso contribuir a reforzarlo y a que se perpetúe. Pero es evidente que Engels no disponía de una experiencia así”.
[4] Es un período en el que el porvenir, sobre todo el porvenir aparente o auténticamente revelado por la ciencia, tenía gran poder de atracción. En el ámbito literario, esos años conocieron un rápido desarrollo del género de ciencia ficción (HG Wells fue uno de los ejemplos más significativos).
[5] La utilización de la palabra “civilizado” en ese contexto refleja el hecho de que seguía habiendo áreas del globo en que el capitalismo todavía no se había desarrollado totalmente. No recubre la menor idea patriotera de no se sabe qué superioridad sobre los pueblos indígenas. Ya hemos señalado que Morris era un crítico feroz de la opresión colonial. Y en sus notas al Manifiesto de la Socialist League, escritas con Belfort Bax, da muestras de un conocimiento claro de la dialéctica histórica marxista, al explicar que la futura sociedad comunista es la vuelta a “un punto que representa al viejo principio elevado a un grado superior”, viejo principio que no es sino el comunismo primitivo (citado por EP Thomson). Véase el artículo de esta serie “Comunismo del pasado y del porvenir”, Revista internacional nº 81, para una elaboración más profundizada del tema.
Conflictos imperialistas
Como lo vimos en diciembre de 1995 con la maniobra dirigida contra la clase obrera en Francia y más ampliamente contra el proletariado europeo, la burguesía siembre acaba uniéndose a escala internacional para enfrentarse al proletariado. No ocurre lo mismo, ni mucho menos, en el plano de las relaciones interimperialistas, en las que la ley de la jungla vuelve por sus fueros. Las «victorias de la paz» que a finales de 1995 fueron celebradas por los obedientes medios de comunicación no son sino otras tantas siniestras mentiras y no son sino otros tantos capítulos de la lucha a muerte que enfrenta a las grandes potencias imperialistas, a veces abiertamente, y las más de las veces tras la careta de las pretendidas fuerzas de interposición como la IFOR en la antigua Yugoslavia. En efecto, la fase final de la decadencia del sistema capitalista que estamos viviendo, la de su descomposición, se caracteriza, ante todo, a escala de las relaciones interimperialistas, por la tendencia a la guerra de todos contra todos y cada uno para sí. Esta tendencia es tan fuerte que, desde la guerra del Golfo, ha neutralizado la tendencia inherente al imperialismo en la decadencia, la de la formación de nuevos bloques imperialistas. De ahí:
- una agudización de esas expresiones típicas de la crisis histórica del modo de producción capitalista como lo es el militarismo, el recurso sistemático a la fuerza bruta para dirimir los problemas con sus rivales imperialistas y el horror cotidiano de la guerra para una parte cada vez mayor de la población del mundo, impotentes víctimas de las peleas mortales del imperialismo. Si la superpotencia militar norteamericana, para defender su hegemonía, es la primera en usar la fuerza, las demás «grandes democracias» como Gran Bretaña, Francia, y -hecho de importancia histórica-, Alemania le siguen los pasos dentro de sus capacidades ([1]).
- un cada vez mayor cuestionamiento del liderazgo de la primera potencia mundial por parte de la mayoría de sus ex aliados y vasallos.
- puesta en entredicho o debilitamiento de las alianzas imperialistas más firmes, como así lo demuestra la ruptura histórica de la alianza anglo-norteamericana, así como el evidente enfriamiento de las relaciones entre Francia y Alemania.
- la incapacidad de la Unión Europea para formar un polo alternativo contra la superpotencia americana, como ha quedado patente en las divisiones que han opuesto a diferentes Estados europeos en un conflicto, el de la antigua Yugoslavia, ocurrido en sus propias puertas.
En ese marco puede entenderse la evolución de una situación imperialista mucho más compleja e inestable que cuando había dos grandes bloques imperialistas y de él podremos sacar los rasgos principales:
- el origen y el éxito de la contraofensiva americana centrada en la ex Yugoslavia;
- los límites, sin embargo, de esa contraofensiva, muy bien plasmados en la voluntad persistente de Gran Bretaña de poner en tela de juicio su alianza con el padrino americano;
- el acercamiento franco-británico, al mismo tiempo que se produce un distanciamiento de Francia con respecto a su aliado alemán.
En la Resolución sobre la situación internacional del XIº Congreso de la CCI (Revista Internacional, nº 82) subrayábamos: «(...) el fracaso que representa para los Estados Unidos la evolución de la situación en la ex-Yugoslavia, donde la ocupación directa del terreno por tropas británicas y francesas bajo el uniforme de UNPROFOR, ha contribuido en gran medida a frustrar las tentativas norteamericanas de tomar posición firme en esta región, a través de su aliado bosnio. Muestra también que la primera potencia mundial, encuentra cada vez mayores dificultades para jugar su papel de “gendarme” mundial, papel éste que cada vez soportan menos las demás burguesías que tratan, por su parte, de exorcizar un pasado en el que la amenaza soviética les forzaba a someterse a los dictados de Washington.
Asistimos hoy a un importante debilitamiento, casi una crisis, del liderazgo de USA, que se va confirmando poco a poco en todas partes». Explicábamos ese debilitamiento del liderazgo estadounidense por el hecho de que «la tendencia dominante, hoy por hoy, no es tanto la constitución de un nuevo bloque sino más bien el «cada uno a la suya».
En la primavera de 1995 la situación estaba efectivamente dominada por el debilitamiento de la primera potencia mundial. Pero, desde entonces, se ha modificado, marcada a partir del verano del 95 por una contraofensiva de Clinton y su administración. La creación de la FFR por los franco-británicos, dejando a EEUU como mero comparsa en el ruedo yugoslavo y, más importante todavía, la traición de su más antiguo y fiel teniente, Gran Bretaña, habían debilitado sensiblemente las posiciones de EEUU en Europa, haciendo indispensable una amplia respuesta para atajar el declive del liderazgo de la primera potencia mundial. Esa contraofensiva la ha llevado a cabo EEUU basándose en dos bazas principales. La primera, la de ser la única superpotencia militar, capaz de movilizar rápidamente múltiples fuerzas armadas a un nivel que ninguno de sus rivales podría pretender alcanzar para enfrentarse a ellas. Y así ha sido con la creación de la IFOR, quitando de en medio a la Unprofor, con todo el apoyo logístico con que cuentan los norteamericanos: medios de transporte, fuerza aeronaval de enorme potencia de fuego, satélites militares de observación. Esa demostración de fuerza ha sido lo que obligó a los europeos a firmar los acuerdos de Dayton. Después, apoyándose en tal fuerza militar, Clinton, se ha dedicado, en lo diplomático, a jugar con las rivalidades entre las potencias europeas más comprometidas en Yugoslavia, usando muy especialmente y con habilidad la oposición entre Francia y Alemania, que ha venido a añadirse al antagonismo tradicional entre Gran Bretaña y Alemania([2]).
La presencia directa en la ex Yugoslavia, y más ampliamente en el Mediterráneo, de un fuerte contingente estadounidense ha sido un duro golpe para dos Estados, que son la avanzadilla del cuestionamiento del liderazgo norteamericano, Francia y Gran Bretaña. Tanto más por cuanto ambos países reivindican un estatuto imperialista de primer plano en el Mediterráneo y, además, para preservar su estatuto, se habían empeñado desde que se inició la guerra en Yugoslavia, en impedir una intervención de EEUU que no haría sino debilitar su posición en aquel mar.
Desde entonces, EEUU se ha afirmado claramente como el dueño del cotarro en la antigua Yugoslavia. Alternando una de cal y otra de arena, los norteamericanos presionan con cierto éxito sobre Milosevic para que éste rompa los vínculos estrechos que lo unen a sus padrinos anglo-franceses. Mantienen firmemente en su puño a sus «protegidos» bosnios, llamándoles al orden cuando éstos expresan la menor veleidad de independencia, como hemos visto con el montaje americano de dar una repentina publicidad a ciertos lazos existentes entre Bosnia e Irán. Preparan el porvenir acercándose a Zagreb, pues Croacia es, en la zona, la única fuerza capaz de oponerse eficazmente a Serbia. Incluso han sido capaces de utilizar en provecho propio las agudas tensiones que agitan a su «obra», o sea la federación croato-musulmana, en la ciudad de Mostar. Parece incluso evidente que han dejado, cuando no animado, a los nacionalistas croatas a atacar al administrador alemán de la ciudad, lo que dio como resultado que éste se marchara precipitadamente y fuera sustituido por un mediador norteamericano, sustitución pedida tanto por los croatas como por los musulmanes. Al trabar buenas relaciones con Croacia, a quien apunta EEUU es a Alemania, gran padrino protector de Croacia. Pero, aunque así ejercen cierta presión sobre Alemania, EEUU sigue procurando tratarla con cuidado para así mantener y agudizar las graves tensiones ocurridas en la alianza franco-alemana sobre Yugoslavia. Además, al mantener una alianza táctica y de circunstancias con Alemania en la antigua Yugoslavia, EEUU puede esperar controlar tanto mejor la actividad de Alemania, la cual sigue siendo el más peligroso de sus rivales imperialistas. La presencia masiva de EEUU en el terreno, limita de hecho el margen de maniobra del imperialismo alemán.
Así, tres meses después de la instalación de la IFOR, la burguesía americana con trola sólidamente la situación y es eficaz, por el momento, contra las zancadillas que le ponen Francia y Gran Bretaña para sabotear el montaje estadounidense. Después de haber sido el centro de la puesta en entredicho de la supremacía de la primera potencia mundial, la antigua Yugoslavia se ha transformado en trampolín de la defensa de esa supremacía en Europa y el Mediterráneo, que es la zona central en el campo de batalla de las rivalidades interimperialistas. También, la presencia militar americana en un país como Hungría no puede ser sino una amenaza más en la zona tradicional de influencia del imperialismo alemán, el Este de Europa. No es desde luego una casualidad si surgen tensiones importantes al mismo tiempo entre Praga y Bonn sobre los Sudetes, apoyando EEUU claramente las posiciones checas en este asunto. Igualmente, un país como Rumanía, aliado tradicional de Francia, acabará sufriendo los efectos de la presencia norteamericana.
La posición de fuerza adquirida por EEUU a partir de Yugoslavia se ha concretado también en el mar Egeo entre Grecia y Turquía. Inmediatamente, Washington se puso a hablar fuerte y ambos países se doblegaron inmediatamente ante sus órdenes, aunque siga habiendo rescoldos encendidos. Pero, más allá de la advertencia a esos dos países, EEUU se ha aprovechado del acontecimiento para poner de relieve la impotencia de la Unión Europea frente a tensiones en su propio suelo, poniendo también de relieve quién es el mandamás del Mediterráneo.
Aunque Europa es lugar central en la preservación del liderazgo estadounidense, EEUU debe defenderlo a escala mundial. Y en este marco, Oriente Medio sigue siendo un campo de maniobras privilegiado del imperialismo americano. A pesar de la cumbre de Barcelona iniciada por Francia y sus intentos de volverse a introducir en el escenario medio-oriental, a pesar del éxito que ha sido para el imperialismo francés la elección de Zerual en Argelia y las zancadillas de Alemania y Gran Bretaña queriendo meterse en los cotos privado del Tío Sam, EEUU ha reforzado su presión marcando tantos importantes durante el año pasado. Haciendo progresar los acuerdos entre israelíes y palestinos, con el remate de la elección triunfal de Arafat en los territorios, sacando provecho de la dinámica creada tras el asesinato de Rabin para acelerar las negociaciones entre Siria e Israel, la primera potencia mundial refuerza su control de la región tras la careta de la «pax americana» y sus medios de presión respecto a Estados como Irán, el cual sigue poniendo en entredicho la supremacía americana en Oriente Medio ([3]). Cabe decir también que tras una efímera y parcial estabilidad de la situación en Argelia en torno a la elección de Zerual, la fracción de la burguesía argelina vinculada al imperialismo francés vuelve a estar enfrentada a atentados y ataques en serie tras los cuales, con «islamistas» interpuestos, está sin duda la mano de Estados Unidos.
La vigorosa contraofensiva de la burguesía estadounidense ha modificado la superficie imperialista pero no la ha afectado en profundidad. Estados Unidos ha logrado claramente demostrar que sigue siendo la única superpotencia y que no vacila en poner en marcha su impresionante máquina militar para defender su liderazgo allí donde pueda estar amenazado, de modo que cualquier potencia imperialista que discuta esa supremacía podría verse expuesta al palo norteamericano. En este aspecto, el éxito ha sido total y el mensaje ha sido perfectamente oído. Sin embargo, a pesar de las importantes batallas ganadas por EEUU, no por ello ha conseguido acabar de una vez por todas con el fenómeno que necesitó precisamente ese despliegue de fuerzas: la tendencia centrífuga de «cada uno para sí» que domina el ruedo imperialista. Momentánea y parcialmente frenada, pero en absoluto destruida, esa tendencia sigue sacudiendo todo el escenario imperialista, alimentada permanentemente por la descomposición que afecta al conjunto del sistema imperialista. Sigue siendo la tendencia dominante en todas las relaciones interimperialistas, obligando a cada rival de EEUU a cuestionar abiertamente o de manera solapada su supremacía, aunque no haya ninguna igualdad entre las fuerzas en presencia. La descomposición y su monstruosa descendencia que es la guerra de todos contra todos ponen al rojo vivo ese rasgo típico de la decadencia del capitalismo que es la irracionalidad de la guerra en su fase imperialista. Ése es el obstáculo principal contra el que choca la superpotencia mundial, obstáculo que no puede sino generar nuevas y mayores dificultades para quien aspira a ser el «gendarme del mundo».
Francia, Gran Bretaña y también Alemania, tras comprobar los límites de su margen de maniobra en la ex Yugoslavia, van a trasladar otro sitio sus esfuerzos por intentar debilitar el liderazgo americano. En esto, el imperialismo francés es muy activo. Expulsado casi por completo de Oriente Medio, intenta por todos los medios volver a una región de alto valor estratégico. Apoyándose en sus relaciones tradicionales con Irak, hace de mediador entre ese país y la ONU, derramando lágrimas de cocodrilo por las terribles consecuencias para la población del embargo impuesto a Irak por EEUU, y, a la vez, procura reforzar su influencia en Yemen y Qatar. No duda en meterse en los dominios de EEUU, pretendiendo desempeñar un papel en las negociaciones sirio-israelíes, ofreciendo de nuevo sus servicios a Líbano. Sigue intentando preservar sus cotos de caza en el Magreb, siendo muy directo con Marruecos y Túnez, y, a la vez, procura defender sus zonas de influencia tradicionales en el África negra. Y aquí, ayudado ahora por su nuevo cómplice británico (al cual, en agradecimiento, ha permitido que integre a Camerún en la Commonwealth, algo inconcebible hace algunos años), el imperialismo francés se dedica a maniobrar en todas direcciones, desde Costa de Marfil y Níger (donde ha apoyado el reciente golpe de Estado) hasta Ruanda. Expulsado de este país por EEUU, utiliza ahora cínicamente a las masas de refugiados hutus de Zaire para desestabilizar a la camarilla proamericana que dirige hoy Ruanda.
Pero las dos manifestaciones más significativas de la determinación de la burguesía francesa para resistir a toda costa al buldózer estadounidense han sido, primero, el viaje reciente del Presidente francés, Chirac, a EEUU y, segundo, la decisión de transformar radicalmente las fuerzas armadas de Francia. Ir a visitar al gran patrón americano, era para el Presidente francés una manera de indicar que había entendido la nueva situación imperialista creada por la manifestación de fuerza de la primera potencia mundial, pero no por ello iba allí a declararse sumiso. Chirac afirmó claramente en su viaje la voluntad de autonomía del imperialismo francés exaltando la defensa europea. Y tomando nota del hecho que muy difícilmente puede oponerse alguien abiertamente a la potencia militar americana, inauguró una nueva estrategia, la más eficaz del caballo de Troya. Es el sentido de la integración casi total de Francia en la OTAN. Desde ahora, será desde dentro desde donde el imperialismo francés intentará seguir saboteando el «orden americano». La decisión de transformar el ejército francés en un ejército profesional, capaz de alinear en todo momento a sesenta mil hombres para operaciones fuera de sus fronteras, es el otro aspecto de esa nueva estrategia y expresa la firme voluntad de la burguesía francesa de defender sus intereses imperialistas, incluso contra el gendarme USA si falta hiciera. Cabe señalar aquí un hecho de importancia: en la práctica de esa táctica de caballo de Troya, al igual que en la reorganización de sus fuerzas militares, Francia sigue resueltamente el «ejemplo inglés». Gran Bretaña tiene, en efecto, una larga experiencia en esa estrategia del rodeo. Por ejemplo, su adhesión a la CEE (Comunidad económica europea) no tuvo más finalidad que la de sabotearla desde dentro. De igual modo, el ejército profesional británico ha demostrado con creces su eficacia, pues, con un efectivo bastante inferior al de Francia, pudo, sin embargo, movilizar más rápidamente fuerzas superiores en cantidad tanto en la guerra del Golfo como en la de Yugoslavia. Así, hoy, por detrás del activismo chiraquiano en el ruedo imperialista, puede a menudo verse la oreja de Gran Bretaña entre bastidores. La relativa eficacia de la burguesía francesa para defender su rango en el ruedo imperialista le debe mucho, sin duda, a los consejos de la burguesía más experimentada del mundo y a la estrecha colaboración que se ha desarrollado entre ambos Estados durante el año pasado.
Pero en donde la fuerza centrífuga de cada uno para sí y a la vez los límites de la demostración de fuerza de Estados Unidos son más patentes, es sin duda alguna en la ruptura de la alianza imperialista que unía Gran Bretaña a Estados Unidos desde hace más de un siglo. A pesar de la enorme presión ejercida por EEUU para castigar la traición de la «pérfida Albión» y obligarla a mejores sentimientos respecto a su ex aliado y ex jefe de bloque, la burguesía británica mantiene su política de distanciamiento respecto a Washington, como lo demuestra sobre todo el acercamiento creciente a Francia, aunque también es verdad que, mediante esta alianza, Gran Bretaña también intenta oponerse a Alemania. Esta política no tiene la unanimidad de toda la burguesía inglesa. La fracción que lidera Thatcher –que propugna el mantenimiento de la alianza con Estados Unidos–, es por el momento minoritaria, y Major en ese plano tiene el apoyo total de los laboristas. La ruptura entre Londres y Washington es reveladora de la gran diferencia que hay hoy con la situación de la guerra del Golfo en la que Gran Bretaña era todavía el más fiel teniente de EEUU. La defección del aliado más antiguo y sólido es una profunda espina clavada en la primera potencia mundial, la cual no podrá seguir soportando tal grave cuestionamiento de su supremacía. Por eso Clinton ha utilizado la vieja cuestión irlandesa para hacer volver al traidor al redil. A finales del 95, Clinton, en su gira triunfal por Irlanda, no dudó en tratar a la más vieja democracia del mundo cual simple «república bananera» tomando abiertamente partido por los nacionalistas irlandeses e imponiendo a Londres un mediador norteamericano, el senador M. Mitchell. Al haber sido rechazado por el gobierno de Major el plan de Mitchell, Washington pasó a una etapa superior utilizando el arma del terrorismo, a través de los atentados del IRA, que se ha convertido en brazo armado de Estados Unidos para sus golpes bajos en suelo británico. Esto pone de relieve la determinación de la burguesía estadounidense para no retroceder ante ningún medio para doblegar a su antiguo teniente. Pero el uso del terrorismo también es expresión de la profundidad del divorcio entre los dos ex aliados y el caos que hoy rige las relaciones imperialistas entre los miembros de lo que fue bloque occidental y todo ello tras la careta de la «amistad indefectible» que uniría a las grandes potencias democráticas de ambas orillas del Atlántico. Por ahora, las múltiples presiones por parte del ex jefe de bloque parecen no haber tenido otro resultado que el de fortalecer la voluntad de resistencia del imperialismo británico, aunque EEUU no ha dicho su última palabra, ni mucho menos, y lo hará todo por modificar la situación.
El fortalecimiento de la tendencia de cada uno para sí a la que se enfrenta el «gendarme» ha conocido en los últimos meses un desarrollo espectacular en Asia, hasta el punto de que se puede decir que un nuevo frente se le está abriendo en esa zona a Estados Unidos. Japón se está volviendo un aliado cada vez menos dócil, pues, liberado de la armadura de los bloques, ahora aspira a obtener un rango imperialista mucho más acorde con su poderío económico. Por eso exige que se le otorgue un escaño permanente en el Consejo de seguridad de la ONU.
Las manifestaciones en contra de la presencia militar americana en el archipiélago de Okinawa, el nombramiento de un nuevo Primer ministro japonés conocido por sus diatribas antiamericanas y su nacionalismo intransigente, son testimonio de que Japón soporta cada vez menos la tutela norteamericana, queriendo afirmar sus prerrogativas imperialistas. Las consecuencias serán las de una mayor inestabilidad en una región en la que los conflictos de soberanía son latentes como el que enfrenta Corea del Sur y Japón a propósito del pequeño archipiélago de Tokdo. Pero lo que es más revelador del desarrollo de las tensiones imperialistas en esta parte del mundo es la nueva agresividad de China para con Taiwan. Más allá de las motivaciones internas de la burguesía china, enfrentada a la delicada sucesión de Deng Tsiao Ping y de la cuestión de Taiwan, la actitud bélica del imperialismo chino significa sobre todo que está dispuesto a plantarle cara a su ex jefe de bloque, Estados Unidos, para defender sus propias prerrogativas imperialistas. China ha rechazado claramente las numerosas advertencias de Washington, aflojándose los estrechos lazos que la unían a EEUU hasta el punto de obligar a este país a hacer alarde de su fuerza con el envío de navíos de guerra al estrecho de Formosa. En este contexto de acumulación de tensiones imperialistas y de cuestionamiento, abierto u oculto, del liderazgo de la primera potencia mundial en Asia, el acercamiento entre París y Pekín con el viaje del ministro francés de Exteriores y la invitación a París de Li Peng, así como la celebración de la primera cumbre euroasiática, son acontecimientos muy relevantes. Si las motivaciones económicas de ese tipo de reuniones son evidentes, ésta ha sido sobre todo la ocasión para la Unión europea de meterse en el terreno del tío Sam, pretendiendo, sean cuales sean las graves divisiones que la animan, formar el «tercer vértice de un triángulo Europa-Asia-América».
A pesar de la fuerte afirmación de su supremacía, el «gendarme» del mundo ve cómo las tendencias centrífugas lo ponen constantemente en entredicho. Ante esa situación, la permanente amenaza de su liderazgo, EEUU se verá obligado a recurrir cada vez más a la fuerza bruta y al hacerlo, el gendarme se convierte en uno de los principales propagadores de caos que pretende combatir. Ese caos, generado por la descomposición del sistema capitalista a escala mundial, seguirá abriendo un surco cada vez más destructor por el planeta entero.
El mando de la primera potencia mundial está amenazado por la agudización de la guerra de todos contra todos que afecta al conjunto de las relaciones imperialistas. Pero, también, el caos que caracteriza de manera creciente esas relaciones hace cada día más imposible la concreción de la tendencia a que se formen nuevos bloques imperialistas. De esto son prueba patente las turbulencias en las que ha entrado la alianza franco-alemana.
El marxismo siempre ha puesto de relieve que una alianza interimperialista no tiene nada que ver con un matrimonio por amor o con una verdadera amistad entre los pueblos. Sólo el interés guía esa alianza y cada miembro de una constelación imperialista procura ante todo defender sus propios intereses y sacar la mayor tajada. Todo eso se aplica perfectamente al «motor de Europa», la pareja franco-alemana, y explica por qué ha sido fundamentalmente Francia quien ha iniciado la distensión de lazos entre ambos aliados. En efecto, la visión de esa alianza no ha sido nunca la misma de un lado y de otro del Rin. Para Alemania las cosas son sencillas. Potencia económica dominante en Europa, con la desventaja de su debilidad en el plano militar, a Alemania le interesa una alianza con una potencia nuclear europea. Sólo es posible con Francia, pues Gran Bretaña, a pesar de su ruptura con Estados Unidos, es su enemigo irreducible. Históricamente, Inglaterra siempre ha luchado contra el dominio de Europa por Alemania, y la reunificación, el peso creciente del imperialismo alemán en Europa no pueden sino reforzar su determinación para oponerse a cualquier tipo de liderazgo germánico en el continente. Aunque Francia haya podido vacilar para oponerse al imperialismo alemán, ya en los años 30 algunas fracciones de la burguesía francesa eran más bien favorables a la alianza con Berlín. Gran Bretaña siempre se ha opuesto a toda constelación imperialista dominada por Alemania. Frente a este antagonismo histórico, a la burguesía alemana no le queda otra posibilidad en Europa occidental y se siente tanto más a gusto en su alianza con Francia porque sabe que en ella, por muchas pretensiones que tenga el «gallo galo», está en posición de fuerza. Por eso, las presiones que está ejerciendo sobre un aliado cada vez más recalcitrante no tienen otro objetivo que obligarlo a mantenerse fiel.
Muy diferente es el asunto para la burguesía francesa. Para ésta, aliarse con Alemania era ante todo un medio de controlarla, esperando ejercer una especie de mando conjunto en Europa. La guerra en la antigua Yugoslavia y, más generalmente, el poderío en auge de una Alemania resueltamente dominadora ha acabado con las esperanzas de una utopía mantenida por una mayoría de la burguesía francesa, la cual ha visto resurgir el temible espectro de la «Gran Alemania» reavivado por el recuerdo de tres guerras perdidas frente al tan poderoso vecino.
Puede decirse que en cierto modo la burguesía francesa se ha sentido defraudada y, a partir de entonces, se ha dedicado a aflojar unos vínculos que sólo servían para poner más de relieve sus debilidades de potencia históricamente declinante. Mientras Gran Bretaña se mantuvo fiel a Estados Unidos, el margen de maniobra del imperialismo francés era muy limitado, reducido a intentar frenar la expansión imperialista de su poderoso aliado, procurando mantenerlo encerrado en su mutua alianza.
El avance realizado por Alemania en Yugoslavia hacia el Mediterráneo, gracias a Croacia y sus puertos, ha significado el fracaso de esa política defendida por Mitterrand. En cuanto Gran Bretaña rompió su alianza privilegiada con Washington, la burguesía francesa se aprovechó de la ocasión para tomar claras distancias con Alemania. El acercamiento a Londres, iniciado por Balladur (Primer ministro francés de 93-94) y acentuado por Chirac, hace esperar al imperialismo francés el poder frenar con mayor eficacia la expansión imperialista alemana, a la vez que puede resistir con mayor fuerza a las presiones del «gendarme» americano. Aunque esta nueva versión de la «Entente cordiale» es la unión de los pequeños contra los dos grandes (EEUU y Alemania), no por ello hay que subestimarla. En el plano militar, ambos países son una potencia significativa en lo convencional y más todavía en lo nuclear. Y también lo son en lo político, pues la temible experiencia de la burguesía inglesa (herencia del dominio que ejerció durante largo tiempo sobre el mundo) incrementará, como hemos visto, la capacidad de esos dos «segundones» para defender cara su piel tanto contra Washington como contra Bonn. Además, incluso si por ahora es difícil juzgar la perennidad de esa nueva alianza imperialista (duramente expuesta a las presiones de EEUU y de Alemania), una serie de factores aboga en favor de cierta duración y solidez del acercamiento franco-británico. Ambos Estados son dos potencias imperialistas históricamente en declive, antiguas grandes potencias coloniales amenazadas tanto por la primera potencia mundial como por la primera potencia europea, todo lo cual crea un sólido interés común. Por eso se ha podido ver a Londres y París desarrollar una cooperación en África y también Oriente Medio, cuando hasta hace poco eran rivales, y eso por no hablar de su concertación total en la antigua Yugoslavia. Pero el factor que da más solidez a ese eje franco-británico es que ambas potencias son de una fuerza más o menos equivalente, tanto en lo económico como en lo militar, de modo que ninguna de las dos temerá ser devorada por la otra, consideración que siempre ha sido de la mayor importancia en las alianzas que traban los tiburones imperialistas.
El desarrollo de una concertación estrecha entre Francia y Gran Bretaña significa obligatoriamente que se debilitará notablemente la alianza franco-alemana. Este debilitamiento que en parte le puede venir bien a EEUU, al alejar la perspectiva de un nuevo bloque dominado por Alemania, es evidentemente contrario a los intereses de ésta. La reorientación radical de los ejércitos y de la industria militar francesas decidida por Chirac expresa, primero, la capacidad de la burguesía francesa para sacar lecciones de la guerra del Golfo y de los reveses sufridos en Yugoslavia y para responder a las necesidades generales a las que se enfrenta el imperialismo francés en la defensa de sus posiciones a escala mundial. Pero, también, esa reorientación va dirigida directamente contra Alemania y ello en varios aspectos:
- a pesar de las proclamas de Chirac de que nada se haría sin una estrecha concertación con Bonn, la burguesía alemana se ha visto ante el hecho consumado, limitándose el gobierno francés con comunicarle unas decisiones sin vuelta atrás;
- se trata sin lugar a dudas de una profunda reorientación de la política imperialista francesa, como lo ha entendido muy bien el ministro alemán de Defensa, el cual declaraba que «si Francia estima que su prioridad es el exterior del núcleo duro de Europa, hay entonces ahí una diferencia patente con Alemania»([4]);
- con la instauración de un ejército profesional y al privilegiar las fuerzas de operaciones exteriores, Francia da a entender claramente su voluntad de autonomía respecto a Alemania y facilita las condiciones de intervenciones comunes con Gran Bretaña. Mientras que el ejército alemán se basa esencialmente en el reclutamiento, el francés, en cambio, va a seguir el modelo inglés, basado en cuerpos profesionales;
- en fin, el Eurocorps, símbolo por excelencia de la alianza franco-alemana, está directamente amenazado por esa reorganización. El grupo encargado de la defensa en el partido dominante de la burguesía francesa, el RPR, ha pedido su supresión pura y simple.
Todo eso es muestra de la determinación francesa de emanciparse de Alemania. Pero no puede ponerse en el mismo plano el divorcio de la alianza anglo-americana y lo que, por ahora, no es más que un importante debilitamiento entre ambos lados del Rin. Primero, Alemania no está dispuesta a quedarse sin reaccionar frente a su aliado rebelde. Y dispone de medios importantes para hacer presión sobre Francia, aunque sólo sea por la importancia de las relaciones económicas entre ambos países y la potencia económica considerable de que dispone el capitalismo alemán. Pero, más fundamentalmente, la posición particular en que se encuentra Francia le hace muy difícil una ruptura total con Alemania. El imperialismo francés está atenazado entre los dos grandes, EEUU y Alemania, y está sometido a esa doble presión. Como potencia media que es y a pesar del respiro que le da su alianza con Londres, Francia está obligada a intentar apoyarse, momentáneamente, en uno de los dos grandes para resistir mejor a la presión ejercida por el otro, viéndose obligada a jugar en varias mesas a la vez. En la situación de incremento del caos que provoca el desarrollo de la descomposición, ese doble o triple juego que consiste en apoyarse tácticamente en un enemigo o un rival para enfrentarse mejor a otro será cada vez más corriente. Así se comprende mejor el mantenimiento de ciertos lazos imperialistas entre Francia y Alemania como en Oriente Medio, en donde puede verse a esos dos tiburones apoyarse mutuamente para introducirse más fácilmente en los caladeros de EEUU, algo que también puede observarse en Asia. De esto es prueba también la firma de un acuerdo muy importante sobre construcción común de satélites de observación militar (proyecto Helios), cuyo objetivo es rivalizar con EEUU en la supremacía de ese ámbito esencial de la guerra moderna (Clinton lo entendió bien cuando mandó, en vano, al director de la CIA a Bonn para impedir ese acuerdo) o el propósito de producir ciertos misiles conjuntamente. Si el interés de Alemania en que prosiga la cooperación en el ámbito de la alta tecnología militar es evidente, también el imperialismo francés sale ganando, pues éste sabe que nunca podría lanzar él solo proyectos cada día más caros y aunque la cooperación con Inglaterra se está desarrollando activamente, es todavía limitada a causa de la dependencia que ésta sigue manteniendo respecto a EEUU, sobre todo en lo nuclear. Además, Francia sabe que en ese plano está en posición de fuerza frente a Alemania. Así, a propósito de Helios, ha ejercido un auténtico chantaje: si Bonn se niega a participar en el proyecto, Francia abandonará le producción de helicópteros en el marco de las actividades del grupo Eurocópter.
A medida que el sistema capitalista se hunde en la descomposición, el conjunto de las relaciones interimperialistas está cada día más marcado por el caos creciente, haciendo tambalearse las alianzas más sólidas y antiguas, desencadenando la guerra de todos contra todos. El recurso al uso de la fuerza bruta por parte de la primera potencia mundial aparece no sólo incapaz de frenar la progresión del caos, sino que además se vuelve factor suplementario de la propagación de esa lepra que corroe el imperialismo. Los únicos verdaderos ganadores de esa espiral abominable son el militarismo y la guerra, que, cual monstruos insaciables, exigen cada día más víctimas para satisfacer su apetito. Seis años después del hundimiento del bloque del Este, que iba a inaugurar una no se sabe qué «era de paz», la única alternativa sigue siendo, más que nunca, la que trazó la Internacional comunista en su primer Congreso: socialismo o barbarie.
RN, 10/3/96
[1] Las bajas de los presupuestos militares, que serían los «dividendos de la paz», no son ni mucho menos un verdadero desarme como así ocurrió después de la 1ª Guerra mundial. Son, al contrario, una enorme reorganización de las fuerzas militares para hacerlas más eficaces y mortíferas, ante la nueva situación imperialista caracterizada por las tendencias centrífugas de todos contra todos y cada uno para sí.
[2] Estados Unidos no ha dudado en apoyarse en Alemania, por medio de Croacia (ver Revista internacional nº 83).
[3] La reciente y sangrienta serie de atentados en Israel, sean quienes sean sus comanditarios, hacen perfectamente el juego de los rivales de Estados Unidos. Este país sabía lo que decía cuando acusó inmediatamente a Irán y conminó a los europeos para que rompan toda relación con ese «Estado terrorista», aunque ahí se ve lo que es tener cara dura cuando se sabe el uso que EEUU hace del terrorismo, desde Argelia hasta Londres, pasando por París. La respuesta europea no se anduvo por las ramas: no. En general, el terrorismo, arma por excelencia de los pequeños imperialismos, es hoy cada día más utilizada por las grandes potencias en la lucha a muerte que las enfrenta. Es ésa una expresión típica del aumento del caos que la descomposición genera.
[4] Del mismo modo, en lo referente al futuro de Europa, Francia se ha distanciado claramente del federalismo defendido por Alemania, acercándose al esquema que defiende Gran Bretaña.
Lucha de clases
Cada día se verifica un poco más la barbarie sin nombre en la que se va hundiendo el mundo capitalista ([1]). Las huelgas y manifestaciones que han sacudido a Francia a finales del otoño del 95 vienen ilustrar esta realidad: por un lado la capacidad del proletariado para reanudar la lucha, y por otro las enormes dificultades que se alzan frente a él. En el precedente número de la Revista internacional, ya hemos hecho resaltar el significado de estos movimientos sociales:
“En realidad, el proletariado de Francia ha sido el blanco de una maniobra de envergadura destinada a debilitarlo en su conciencia y en su combatividad, una maniobra dirigida también a la clase obrera de otros países para que saque lecciones falsas de los acontecimientos de Francia.
(...) Ante tal situación, los proletarios no pueden permanecer pasivos. No les queda otra salida que la de defenderse luchando. Sin embargo, para impedir que la clase obrera entrara en lucha con sus propias armas, la burguesía ha tomado la delantera, empujándola a lanzarse a la lucha prematuramente y bajo el control total de los sindicatos. No ha dejado tiempo a los obreros para movilizarse a su ritmo y con sus medios.
(...) El movimiento huelguístico que acaba de desarrollarse en Francia, si bien es verdad que ha evidenciado el profundo descontento que reina en la clase obrera, ha sido, ante todo, el resultado de una maniobra de gran envergadura de la burguesía con el objetivo de arrastrar a los obreros a una derrota masiva y, sobre todo, provocar entre ellos la mayor de las desorientaciones” ([2]).
Que los movimientos sociales en Francia a finales del 95 sean fundamentalmente resultado de la maniobra de la burguesía no debe disminuir en nada su importancia ni significar que la clase obrera hoy sea una manada de borregos en manos de la clase dominante.
Estos acontecimientos vienen a desmentir rotundamente todas las teorías (que han vuelto a ponerse de moda desde que se hundió el estalinismo en los países del Este) sobre la “desaparición” de la clase obrera y sus variantes, tanto la que nos habla del “fin de las luchas obreras” como la que nos habla de la “recomposición” de la clase (es la versión “de izquierdas” de la copla) que conllevaría un perjuicio mayor a tales luchas ([3]).
La prueba de las potencialidades reales de la clase nos la da la misma amplitud de las huelgas y manifestaciones de noviembre-diciembre del 95: cientos de miles de obreros en huelga, millones de manifestantes. Sin embargo, no puede uno quedarse en esa simple constatación: durante los años 30 también hubo movimientos de gran amplitud (huelgas de mayo y junio del 36 en Francia o insurrección de los obreros en España contra el golpe fascista del 18 de julio del mismo año). La diferencia entre los años 30 y hoy, es que los acontecimientos de aquel entonces venían tras una larga serie de derrotas de la clase obrera tras la oleada revolucionaria que había puesto fin a la Primera Guerra mundial, derrotas que habían hundido al proletariado en la más profunda contrarrevolución de su historia. En semejante contexto de derrota física pero sobre todo política del proletariado, las manifestaciones de combatividad de la clase fueron fácilmente orientadas por la burguesía hacia el terreno podrido del antifascismo, o sea el terreno de la preparación a la Segunda Guerra mundial. No vamos a repetir aquí nuestro análisis sobre el curso histórico ([4]); de lo que se trata es afirmar claramente que no estamos en la misma situación que durante los años 30. Las movilizaciones actuales de la clase no son en nada momentos de la preparación hacia una guerra imperialista como en aquel entonces, sino que toman su significado en la perspectiva de enfrentamientos decisivos de clase contra el capitalismo hundido en una crisis mortal.
Dicho esto, lo que les da una importancia de primer plano a los movimientos sociales de finales del 95 en Francia no es tanto la huelga o las manifestaciones obreras en sí mismas, sino la amplitud de la maniobra burguesa que las hizo surgir.
A menudo se puede evaluar la relación real de fuerzas entre las clases en la forma con la que la burguesía actúa contra el proletariado. La clase dominante dispone, en efecto, de varios medios para evaluar la relación de fuerzas: sondeos de opinión, investigaciones policiacas (en Francia por ejemplo, es una de las tareas de los Renseignements généraux, es decir la policía política, sondear a los sectores “problemáticos” de la población, y en primer lugar a la clase obrera). Pero el instrumento predilecto, claro está, son los sindicatos, mucho más eficaces que los sociólogos de los institutos de sondeo o los funcionarios de policía. Por ser su función por excelencia encuadrar a los explotados para defender los intereses capitalistas, por tener ya más de 80 años de experiencia de esta faena, los sindicatos son particularmente sensibles al estado de ánimo de los trabajadores, a su voluntad y capacidad de emprender luchas contra la burguesía. Ellos son quienes están encargados en permanencia de informar a los dirigentes de la burguesía y al gobierno cual es la importancia del peligro de la lucha de clases. Para eso sirven las reuniones regulares entre los responsables sindicales y la patronal o el gobierno: ponerse de acuerdo para elaborar la mejor estrategia que permita a la burguesía atacar a la clase obrera con la mayor eficacia. En el caso de los movimientos sociales de finales del 95 en Francia, la amplitud y la sofisticación de la maniobra utilizada contra la clase obrera bastan para poner en evidencia hasta qué punto la lucha de clases, la perspectiva de combates obreros de gran amplitud, es para la burguesía una preocupación central.
En el artículo que publicamos en el número precedente de la Revista internacional, describíamos en detalle los diferentes aspectos de la maniobra y de qué forma colaboraron en ella todos los sectores de la clase dominante, desde las derechas hasta los izquierdistas. Aquí solo recordaremos los aspectos esenciales:
- desde verano del 95, ataques de todo tipo (que van desde el aumento brutal de los impuestos hasta una revisión de los planes de jubilación de los trabajadores del sector público, pasando por la congelación salarial de éstos; y para rematar todas estas medidas, el plan de reforma de la Seguridad social (el “plan Juppé”) (apellido del Primer ministro francés), destinado a aumentar las cuotas de los asalariados y disminuir los reembolsos por los gastos de enfermedad);
- brutal provocación dirigida contra los ferroviarios, con un “contrato de plan” entre el Estado y la SNCF (Sociedad nacional de ferrocarriles) que prevé el incremento de 7 años de trabajo para los conductores y miles de supresiones de puestos;
- utilización de la movilización inmediata de los ferroviarios como “ejemplo” para los demás trabajadores del sector público: cuando los sindicatos nos habían acostumbrado a encerrar las luchas e impedir su extensión, de golpe parecían haber vuelto propagandistas activos de la extensión, logrando impulsar muchos trabajadores hacia la huelga, especialmente en los transportes urbanos, correos, gas y electricidad, educación, impuestos...;
- mediatización enorme de las huelgas, presentadas muy favorablemente en televisión; hasta se pudieron ver intelectuales firmar masivamente declaraciones favorables al “despertar de la sociedad” y contra el “pensamiento único”;
- contribución de los izquierdistas en la maniobra: apoyaron totalmente la acción de los sindicatos, a quienes lo único que criticaban es no haberla llevado a cabo antes;
- actitud intransigente en un primer tiempo del gobierno, que rechaza con desdén las propuestas de negociación de los sindicatos: la arrogancia y la soberbia del Primer ministro Juppé, individuo antipático e impopular, sirven admirablemente a los discursos “combativos y extremistas” de los sindicatos;
- luego, tras tres semanas de huelgas, el gobierno retira el “contrato de plan” en los ferrocarriles y las medidas en contra de los planes de jubilación de los funcionarios: los sindicatos claman victoria y alardean de haber hecho retroceder al gobierno; a pesar de las resistencias de algunos sectores “duros”, los ferroviarios paran la huelga y dan la señal del final del movimiento a los demás sectores.
Total, la burguesía ha logrado imponer las medidas que atacan a todos los sectores de la clase obrera, tales como el aumento de los impuestos y la reforma de la Seguridad social, y también las que atacan a sectores específicos que se movilizaron, tales como el bloqueo de sueldo de los empleados del Estado. Pero la mayor victoria de la burguesía está en el plano político: los obreros que salen de tres semanas de huelga no van a movilizarse en otro movimiento cuando vengan nuevos ataques. Y sobre todo, estas huelgas y manifestaciones les han permitido a los sindicatos volver a darle brillo a su escudo: mientras que, hasta entonces, la imagen de los sindicatos era la de agentes de la dispersión de las luchas, de organizadores de lamentables jornadas de acción y de provocadores de la división, de golpe han aparecido a lo largo de este movimiento (principalmente los dos más importantes: la CGT, de obediencia estalinista, y FO dirigida por socialistas) como los aparatos indispensables para la extensión y la unidad del movimiento, para la organización de manifestaciones masivas, para obligar al gobierno a pretendidos “retrocesos”. Como ya lo decíamos en el número precedente de la Revista internacional: “Esta nueva credibilidad de los sindicatos ha sido para la burguesía un objetivo fundamental, una condición previa indispensable antes de asestar los golpes venideros que van a ser todavía más brutales que los de hoy. Sólo en un contexto así podrá la burguesía tener la oportunidad de sabotear las luchas que sin lugar a dudas surgirán cuando arrecien esos golpes”.
La importancia que le da la burguesía al reforzamiento del prestigio de los sindicatos ha quedado ampliamente confirmada tras el movimiento, por la importancia particular que la prensa ha dado al «come back» sindical, con la publicación de numerosos artículos. Resulta interesante señalar que en una de esas hojas confidenciales que la burguesía utiliza para “hablar claro” se dice: “Una de las manifestaciones significativas de la reconquista sindical es la volatilización de las coordinadoras. Fueron éstas percibidas como une testimonio de la ausencia de representatividad sindical. Que no hayan surgido esta vez muestra que los esfuerzos de los sindicatos para “pegarse al terreno” y restaurar un “sindicalismo de proximidad” no fueron vanos” ([5]).
Y la hoja sigue citando una declaración de un patrón del sector privado, presentada como un suspiro de alivio: “Por fin tenemos de nuevo un sindicalismo fuerte”.
El hecho de constatar que los movimientos de finales del 95 en Francia son ante todo el producto de una maniobra muy elaborada y realizada por todos los sectores de la burguesía no puede en ningún momento entenderse como un cuestionamiento de las capacidades de la clase obrera para enfrentarse al capital en combates de gran amplitud, sino todo lo contrario. Es precisamente en la importancia de los medios que se ha dado la clase dominante para tomar la iniciativa cara a los combates venideros del proletariado en donde podemos comprobar hasta qué punto está preocupada por esa perspectiva. Claro está que para esto es necesario identificar previamente la maniobra realizada por la burguesía. Por desgracia, si la maniobra no ha sido desenmascarada por las masas obreras (y era lo suficientemente sofisticada para que así fuera), tampoco lo ha sido por quienes tienen la responsabilidad esencial de denunciar todas las maniobras que los explotadores organizan contra los explotados, o sea, las organizaciones comunistas. Los compañeros de Battaglia communista (BC), por ejemplo, son capaces de escribir, en su publicación de diciembre de 1995: “Los sindicatos cogidos de revés por la reacción decidida de los trabajadores contra los planes gubernamentales”.
Y aquí no se trata de un análisis apresurado de BC resultante de una información aún insuficiente pues en su número de enero del 96, BC nos repite la misma idea: “Los empleados del sector público se han movilizado espontáneamente contra el plan Juppé. Y es necesario recordar que las primeras manifestaciones de los trabajadores se han desarrollado en el terreno de la defensa inmediata de los intereses de clase, sorprendiendo a las propias organizaciones sindicales, demostrando una vez más que cuando el proletariado se levanta para defenderse contra los ataques de la burguesía, casi siempre lo hace fuera y contra las directivas sindicales. Sólo en una segunda fase los sindicatos franceses, y en particular la CGT y FO, se han subido al tren de la protesta para recuperar de esta forma su credibilidad ante los trabajadores. Pero la implicación aparentemente radical de FO y demás sindicatos en realidad escondía intereses mezquinos de la burocracia sindical, intereses difíciles de entender si no se conoce el sistema francés de protección social [en el que los sindicatos, sobre todo FO, son los gestores de los fondos, lo que precisamente ataca el plan Juppé]”.
Más o menos es la misma tesis la que enuncia la organización gemela de BC en el Buró Internacional para el Partido revolucionario (BIPR), la Communist Workers’ Organisation (CWO). En su revista Revolutionary Perspectives nº 1, 3ª serie, leemos: “Los sindicatos, y particularmente FO, la CGT et la CFDT ([6]) se oponían a esta transformación. Hubiese sido un golpe muy duro contra las prerrogativas de los dirigentes sindicales. Sin embargo, todos habían sido, en un momento u otro, favorables al diálogo con el gobierno o habían aceptado la necesidad de impuestos suplementarios. Sólo cuando la rabia obrera contra estas propuestas se hizo clara empezaron a sentirse amenazados los sindicatos por algo más importante que la pérdida de su control en ámbitos financieros de gran importancia”.
Hay una insistencia en el análisis de ambos grupos del BIPR sobre el hecho de que los sindicatos no buscaban más que defender “intereses mezquinos” al llamar a la movilización contra el plan Juppé sobre la Seguridad social. A pesar de que los dirigentes sindicales sean evidentemente sensibles a sus negocios, ese análisis de su actitud no ve la realidad más que exagerando los detalles. Es algo así como interpretar las peleas tradicionales de las centrales sindicales únicamente como manifestaciones de su competencia entre ellas, sin darle caso al aspecto fundamental que es la división de la clase obrera. En realidad, aquellos “intereses mezquinos” de los sindicatos no pueden sino expresarse en el marco de lo que es su papel en la sociedad capitalista: bomberos del orden social, policías del Estado burgués en las filas obreras. Y no vacilan en sacrificar cuando es necesario sus “intereses mezquinos” para asumir su papel, porque tienen un sentido perfecto de su responsabilidad en la defensa del capital contra la clase obrera. Al llevar la política que llevaron a finales del 95, los dirigentes sindicales sabían perfectamente que iban a permitir a Juppé realizar su plan aunque les cueste ciertas prerrogativas financieras, porque ya las habían sacrificado en nombre de los intereses superiores del capitalismo. En realidad, prefieren los aparatos sindicales dejar creer que maniobran en nombre de sus intereses particulares (siempre podrán refugiarse tras el argumento de que su propia fuerza contribuye a la fuerza de la clase obrera) a desenmascararse y dejar ver lo que realmente son: engranajes esenciales del orden capitalista.
En realidad, si los compañeros del BIPR están perfectamente claros en cuanto a la naturaleza capitalista de los sindicatos, subestiman considerablemente el nivel de solidaridad que los une al conjunto de la clase dominante y, en particular, su capacidad para organizar junto con la patronal y el gobierno las maniobras contra la clase obrera.
Tanto para la CWO como para BC existe la idea, aunque con matices ([7]) que los sindicatos fueron sorprendidos, cuando no desbordados, por la iniciativa obrera. Nada es más contrario a la realidad. El ejemplo de finales del 95 es el mejor ejemplo de la década de la capacidad de los sindicatos para prever y controlar un movimiento social. Más aun, es un movimiento que ellos mismos han suscitado sistemáticamente, como ya lo hemos visto más arriba y analizado en detalle en nuestro artículo de la Revista internacional. Y la mejor prueba que no hubo ni “desbordamiento” ni “sorpresa” para la burguesía y su aparato sindical está en la propaganda mediática que la burguesía de los demás países ha dado inmediatamente a los acontecimientos. Ya hace mucho tiempo, y más precisamente desde las grandes huelgas en Bélgica del otoño del 83 anunciadoras de la capacidad de la clase para salir de la desmoralización y desorientación consecutivas a la derrota de los obreros en Polonia del 81, que la burguesía se ha fijado como regla el observar un silencio total en lo que toca a las huelgas obreras. No es sino cuando estas luchas corresponden a una maniobra planificada por la burguesía, como fue el caso en Alemania durante la primavera del 92, que el «black out» desaparece para dejar el sitio a montones de informaciones. En este caso por ejemplo, las huelgas del sector público ya tenían como objetivo “presentar a los sindicatos, que habían organizado sistemáticamente las acciones manteniendo a los obreros en una total pasividad, como los verdaderos protagonistas contra la patronal” ([8]). Hemos asistido en Francia a finales del 95 a una nueva versión de lo que la burguesía ya había fomentado en Alemania más de tres años antes. De hecho, el intenso bombardeo mediático que ha acompañado al movimiento (hasta en Japón la televisión informó cada día de la evolución de la situación, con imágenes de las huelgas y manifestaciones) no solo demuestra que la burguesía y sus sindicatos lo controlaban perfectamente y desde su inicio, no solo que lo tenían previsto y planificado, sino también que ha sido a nivel internacional que la clase dominante había organizado esta maniobra para darle un golpe a la conciencia de la clase obrera en todos los países adelantados.
La mejor prueba de esta afirmación está en la forma cómo ha maniobrado la burguesía belga tras los movimientos sociales en Francia:
- mientras prensa y televisión evocan hablando de Francia un “nuevo Mayo del 68”, los sindicatos lanzan a finales de noviembre del 95, como en Francia, un movimiento contra los ataques al sector público, y particularmente contra la reforma de la Seguridad social;
- entonces es cuando la burguesía organiza una verdadera provocación anunciando medidas de una brutalidad increíble en los ferrocarriles (SNCB) y los transportes aéreos (Sabena); como en Francia, los sindicatos se ponen resueltamente en cabeza de la movilización en ambos sectores presentados como ejemplares, y a los ferroviarios belgas se les pide hacer como sus colegas franceses;
- entonces la burguesía hace como si renunciara, maniobra que sirve para cantar la victoria de la movilización sindical y permite el éxito de una gran manifestación del conjunto del sector público el día 13 de diciembre; esta manifestación fue perfectamente controlada por los sindicatos y se puede notar la participación en ella de una delegación sindical de los ferroviarios franceses de la CGT; los titulares del periódico De Morgen del 14 de diciembre es: “Casi como en Francia”;
- a los dos días, nueva provocación del gobierno y la patronal en la SNCB y la Sabena, cuando la dirección anuncia el mantenimiento de las medidas; los sindicatos de nuevo lanzan huelgas “duras” (hasta hay enfrentamientos entre policía y huelguistas en el aeropuerto) e intentan ampliar la maniobra a otras empresas del sector público pero también del privado; delegaciones sindicales acuden a “aportar su solidaridad” a los trabajadores de Sabena y afirman que “la lucha es un verdadero laboratorio social para el conjunto de trabajadores”;
- finalmente, a principios de enero, la patronal de nuevo echa marcha atrás al anunciar la apertura de un “diálogo social” tanto en al SNCB como en Sabena, “bajo la presión del movimiento”; como en Francia, el movimiento se acaba en victoria y en nueva credibilidad de los sindicatos.
Francamente, compañeros del BIPR, ¿pensáis realmente que tan notable semejanza entre lo ocurrido en Francia y en Bélgica es una casualidad?, ¿que la burguesía no había previsto nada a escala internacional?
En realidad, el análisis de la CWO y de BC es la manifestación de una dramática subestimación del enemigo capitalista, de la capacidad de éste para adelantarse cuando sabe que los ataques siempre más brutales que va a lanzar contra la clase obrera van a provocar necesariamente por parte de ésta reacciones amplias, en que los sindicatos tendrán que mojarse el mono sin reservas para preservar el orden burgués. La posición adoptada por estas organizaciones dan la impresión de una increíble ingenuidad, de una vulnerabilidad desconcertante ante las trampas montadas por la burguesía.
Ya habíamos podido constatar en varias ocasiones esa ingenuidad, particularmente en BC. Así es como esta organización, cuando el hundimiento del bloque del Este, cayó en las trampas de la burguesía en cuanto a las perspectivas halagüeñas que tal acontecimiento representaría supuestamente para la economía mundial ([9]). También BC había caído en la trampa de la pretendida “insurrección” en Rumania (cuando se trataba en realidad de un golpe de Estado que iba a permitir acabar con Ceaucescu y sustituirlo por antiguos burócratas tales como Ion Illescu). No vaciló en esta ocasión BC al escribir: “Rumania es el primer país de las regiones industrializadas en que la crisis económica mundial ha hecho surgir una auténtica insurrección popular cuyo resultado ha sido el derrumbamiento del gobierno (...) en Rumania, todas las condiciones objetivas y casi todas las subjetivas estaban reunidas para transformar la insurrección en una real y auténtica revolución social”.
Camaradas de BC, cuando uno ha podido escribir semejantes tonterías, debe intentar sacar lecciones. En particular, la de desconfiar un poco más de los discursos de la burguesía. Si no, si uno se deja engatusar por los trucos de la clase dominante destinados a engañar a las masas obreras, ¿cómo se puede seguir pretendiendo ser la vanguardia de ellas?
En realidad, las meteduras de pata de BC (como las del CWO que llamó en el 81 a los obreros polacos a “¡La Revolución ya!”) no se pueden reducir a características psicológicas o intelectuales, a la ingenuidad de sus militantes. Existen en ambas organizaciones compañeros con experiencia e inteligencia normal. La verdadera causa de los errores cometidos a repetición por estas organizaciones está en que siempre han rechazado tener en cuenta el único marco en el cual se pueda entender la evolución de la lucha del proletariado: el del curso histórico hacia los enfrentamientos de clases que sucedió, a finales de los años 60, al período de contrarrevolución. Ya pusimos en evidencia varias veces este grave error de BC al que se ha adherido el CWO ([10]). En realidad, BC cuestiona la noción misma de curso histórico: “Cuando nosotros hablamos de un “curso histórico” es para calificar un período... histórico, una tendencia global y dominante de la vida de la sociedad que sólo acontecimientos de la mayor importancia pueden poner en entredicho (...) En cambio para Battaglia (...) es una perspectiva que se puede poner en entredicho, tanto en un sentido como en otro, en cada momento ya que no está excluido que dentro mismo de un curso hacia la guerra pueda haber una “ruptura revolucionaria” (...) Las teorías de Battaglia son como cajones de sastre, en los que cada uno va guardando lo que le da la gana. La noción de curso histórico la interpreta cada uno a su manera. Podemos encontrar la revolución en un curso hacia la guerra como la guerra mundial en un curso hacia los enfrentamientos de clase. De ese modo, cada uno queda contento: en 1981, CWO que comparte la misma idea del curso histórico que BC, llamaba a los obreros polacos a la revolución a la vez que se suponía que el proletariado mundial no había salido de la contrarrevolución. Finalmente es la noción de curso la que desaparece totalmente; a eso llega BC, a eliminar totalmente la menor noción de perspectiva histórica. De hecho, la visión del PCInt (y del BIPR) tiene un nombre: inmediatismo” ([11]).
Es el inmediatismo lo que permite por ejemplo entender por qué, en 1987-88, los grupos del BIPR iban vacilando entre un total escepticismo y el mayor entusiasmo con respecto a las luchas obreras. La lucha del sector escolar, en Italia, BC les otorgó la misma consideración que la de los pilotos de línea o la de los magistrados, para después considerarlas como el inicio “de una fase nueva e interesante de la lucha de clases en Italia”. Se pudo ver en aquel entonces a CWO oscilar del mismo modo ante las luchas en Gran Bretaña ([12]).
Ese inmediatismo es el que le hace escribir a BC en enero del 96 que “la huelga de los trabajadores franceses, más allá de la actitud oportunista (sic) de los sindicatos, representa verdaderamente un episodio de importancia extraordinaria para la reanudación de la lucha de clases”. Para BC, lo que ha faltado cruelmente en estas luchas para evitar la derrota, es un partido proletario. Si al partido, que un día deberá efectivamente constituirse para que pueda el proletariado realizar la revolución comunista, se le ocurriera inspirarse del inmediatismo al que nunca ha renunciado BC a pesar de todos los errores que le ha hecho cometer, entonces sí que habría que temer por el destino de la revolución.
Sólo dándole la espalda firmemente al inmediatismo, con la preocupación permanente de situar cada momento de la lucha de clases en su contexto histórico, podemos darnos los medios de entender qué está ocurriendo y asumir entonces un verdadero papel de vanguardia de la clase obrera.
Este marco es evidentemente el del curso histórico, no nos vamos a repetir. Y más precisamente el que prevalece desde el hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los años 80 y que hemos recordado brevemente al empezar este artículo. A finales del 89, dos meses antes de la caída del muro de Berlín, la CCI ya se dio como tarea elaborar el nuevo marco de análisis que permitiera entender la evolución de la lucha de clases:
“Cabe pues esperarse a un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado (...). Aunque el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques cada vez más duros contra los obreros, lo cual les obligará a entrar en lucha, no por ello el resultado va ser, en un primer tiempo, el de una mayor capacidad de clase para avanzar en su toma de conciencia.
En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico -la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase-, aparece como más importante que el que había acarreado la derrota en 1981 del proletariado en Polonia” ([13]).
Más tarde, la CCI ha debido integrar en este marco los nuevos acontecimientos recientes de mucha importancia que se sucedieron: “Esas campañas (sobre “la muerte del comunismo” y el “triunfo del capitalismo”) han tenido un impacto nada desdeñable en los medios obreros, afectándoles en su combatividad y sobre todo en su conciencia. La combatividad obrera estaba viviendo un nuevo ímpetu en la primavera de 1990, como consecuencia, en particular, de los ataques debidos al inicio de la recesión. Pero la crisis del Golfo y la guerra volvieron a minar esa combatividad. Estos trágicos acontecimientos permitieron que apareciera claramente la mentira sobre el “nuevo orden mundial” que nos anunciaba la burguesía tras la desaparición del bloque del Este, el cual habría sido el principal responsable de las tensiones militares (...) Pero, al mismo tiempo, la gran mayoría de la clase obrera de los países avanzados, tras las nuevas campañas de mentiras de la burguesía, soportó esta guerra con un fuerte sentimiento de impotencia que ha acabado debilitando sus luchas. El golpe del verano de 1991 en la URSS y la nueva desestabilización que ha acarreado, así como la guerra civil en Yugoslavia, han venido a incrementar ese sentimiento de impotencia. El estallido de la URSS y la barbarie guerrera desencadenada en Yugoslavia son expresiones del grado de descomposición alcanzado hoy por la sociedad capitalista. Pero, gracias a todas las mentiras machacadas una y otra vez por los media, la burguesía ha conseguido ocultar las causas reales de esos acontecimientos, presentándolos como una nueva consecuencia de la muerte del comunismo e incluso de un problema de «derecho de los pueblos a la autodeterminación», hechos ante los cuales a los obreros no les quedaría otro remedio que el ser espectadores pasivos y confiar plenamente en la «sabia cordura» de sus gobernantes” ([14]).
Por su duración, su bestialidad y por desarrollarse tan cerca de las grandes concentraciones proletarias de Europa occidental, la guerra en Yugoslavia es uno de los elementos esenciales que nos permiten entender la importancia de las dificultades del proletariado actualmente. Esta guerra cumula en ella, por un lado, los estragos provocados por el hundimiento del bloque del Este (aunque a un nivel menor), es decir una gran confusión y muchas ilusiones en las filas obreras, y, por otro, los que provocó la guerra del Golfo, una gran sensación de impotencia, sin que por ello pudiera emerger con claridad la evidencia de los crímenes y de la barbarie de las grandes “democracias”, como, al menos, sí había ocurrido con la guerra del Golfo. Es una ilustración clarísima de cómo la descomposición del capitalismo, de la que es la guerra en Yugoslavia una de las más espectaculares manifestaciones, juega un papel de primer orden contra el desarrollo de las luchas y de la conciencia del proletariado.
Otro aspecto que cabe señalar porque se trata del arma por excelencia de la burguesía contra la clase obrera, es decir los sindicatos, es el que ya señalamos en septiembre del 89 en nuestras Tesis: “La ideología reformista pesará muy fuerte sobre las luchas en el período que viene, favoreciendo así fuertemente la acción de los sindicatos”. Esto se explicaba no porque se hicieran todavía ilusiones los obreros sobre “el paraíso socialista”, sino porque la existencia de un tipo de sociedad que se presentaba como “no capitalista” podía significar que podía existir otra cosa que el capitalismo. La fin del estalinismo ha sido presentado como “el fin de la historia” (término utilizado muy seriamente por “pensadores” burgueses). Por ser precisamente la adaptación de las condiciones de vida del proletariado en el capitalismo el terreno privilegiado de los sindicatos y del sindicalismo, lo ocurrido en el 89, agravado por toda la serie de ataques soportados por los obreros desde entonces, no podía sino conducir a un vigoroso retorno de los sindicato; un retorno celebrado por la burguesía con los movimientos sociales de finales del 95.
Esa recuperación de los sindicatos no se hizo inmediatamente. Las organizaciones sindicales habían acumulado, y en particular durante los 80, tal desprestigio por su contribución permanente al sabotaje de las luchas obreras que tenían dificultades para cambiarse del día a la mañana en defensores intransigentes de la clase obrera. Por esto su vuelta al escenario se ha hecho en varias etapas, en las que ido apareciendo cada día más como instrumento indispensable para los combates obreros. Un ejemplo de esa retorno progresiva de los sindicatos nos lo da la evolución de la situación en Alemania, en donde, tras las grandes maniobras del sector público de la primavera del 92, pudieron todavía surgir luchas espontáneas y fuera de toda consigna sindical durante el otoño del 93 en el Rhur, hasta que en las luchas del 95 en la metalurgia se les vuelve a ver el plumero. Pero es en Italia en donde esta evolución es más significativa. Durante el otoño del 92, la explosión de rabia obrera contra el plan Amato también alcanzó a las centrales sindicales. Al año siguiente, son las “coordinadoras de consejos de fábrica”, o sea las estructuras del sindicalismo de base, las que animaron las grandes movilizaciones de la clase obrera y las manifestaciones que surgieron por todo el país. Por fin, la manifestación “monstruo” de Roma en la primavera del 94, la mayor desde la Segunda Guerra mundial, fue la obra maestra del control sindical.
Para entender el porqué del poderoso retorno de los sindicatos, es importante subrayar que ha estado facilitado y permitido por el mantenimiento de la ideología sindicalista, de la cual son últimos defensores los sindicatos “de base”, “de combate” y demás. Fueron ellos quienes, por ejemplo, animaron en Italia la impugnación de los sindicatos oficiales (llevando a las manifestaciones tomates y tuercas para lanzarlos contra los jefes sindicales) antes de que abrieran el camino de la recuperación sindical del 94 con sus propias “movilizaciones” en el 93. En los combates futuros, en cuanto vuelvan a desprestigiarse los sindicatos oficiales debido a su indispensable faena de sabotaje, aún tendrá la clase obrera que emprenderlas contra el sindicalismo y la ideología sindical representada por el sindicalismo de base que tanto ha trabajado para sus mayores en estos últimos años.
Esto significa que le espera todavía mucho camino que hacer a la clase obrera. Y las dificultades que tiene ante sí no han de ser un elemento de desmoralización, sobre todo para los elementos de vanguardia. La burguesía conoce muy bien las potencialidades que el proletariado posee. Por eso organiza maniobras como la de finales del 95. Por eso en el coloquio de Davos, en el que tradicionalmente se reúnen los 2000 “altos responsables” más importantes del mundo en el terreno económico y social (y en el que participaba Blondel, jefe del sindicato francés FO), se les pudo ver preocupados por la evolución de la situación social. Así es como se han podido oír discurso de este tipo: “Hemos de crear la confianza entre los asalariados y organizar la cooperación entre las empresas para que las colectividades locales, las ciudades y las regiones se beneficien de la mundialización. Asistiremos sino al resurgimiento de movimientos sociales como nunca los hemos visto desde la Segunda Guerra mundial” ([15]).
Así, como siempre lo han puesto en evidencia los revolucionarios y como la burguesía misma nos lo viene a confirmar, la crisis de la economía capitalista sigue siendo la mejor aliada del proletariado. La crisis le abrirá los ojos ante el callejón sin salida del mundo actual, y le dará la voluntad de destruirlo a pesar de los múltiples obstáculos que todos los sectores de la clase dominante no vacilarán en ponerle en su camino.
F, 12/3/96
[1] “Resolución sobre situación internacional”, XIo Congreso de la CCI, punto 14, Revista internacional no 82.
[2] “Luchar tras los sindicatos lleva a la derrota”, Revista internacional no 84.
[3] Véase nuestro artículo “El proletariado sigue siendo la clase revolucionaria”, Revista internacional no 74.
[4] Véase al respecto el “Informe sobre el curso histórico”, Revista internacional no 18.
[5] Suplemento al boletín (francés) Entreprise et personnel, titulado “El conflicto social de finales del 95 y sus consecuencias probables”.
[6] Esto es un error; la CFDT, sindicato socialdemócrata de origen cristiano, apoyaba el plan Juppé sobre la Seguridad social.
[7] Se ha de señalar el tono menos optimista de la CWO con respecto al de BC: “La burguesía confía tanto en su capacidad de controlar la rabia de los obreros que la Bolsa de París está en alza”. Añadamos nosotros que el Franco francés ha mantenido su cotización a lo largo del movimiento. Es una buena prueba de que la burguesía ha comprobado que el tal movimiento se desarrollaba satisfactoriamente.
[8] “Contra el caos y las matanzas, únicamente la clase obrera podrá aportar soluciones, Revista internacional no 70.
[9] Véase nuestro artículo “Las tormentas del Este y la respuesta de los revolucionarios”, Revista internacional no 61.
[10] Ver en particular nuestros artículos “Respuesta a Battaglia Comunista sobre el curso histórico” y “Las confusiones de los grupos comunistas sobre el período actual”, en las Revistas internacionales nos 50 y 54.
[11] Revista internacional no 54.
[12] Véase sobre este tema nuestro artículo “Decantación del medio político y oscilaciones del BIPR”, Revista internacional no 55.
[13] “Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y los países del Este”, Revista internacional no 60.
[14] “Únicamente la clase obrera puede sacar a la humanidad de la barbarie”, Revista internacional no 68.
[15] Rosabeth Moss Kanter, antigua directora de la Harvard Business Review, citada por le Monde diplomatique de marzo del 96.
En los tres anteriores artículos de esta serie hemos mostrado cómo la clase obrera, mediante sus luchas, obligó al capital a poner fin a la Iª Guerra mundial. Para impedir la extensión de las luchas, el capital no había escatimado medios para separar al proletariado alemán del ruso para sabotear toda radicalización posterior de las luchas. En este artículo queremos mostrar cómo los revolucionarios en Alemania asumieron sus responsabilidades ante la Iª Guerra mundial y durante las luchas revolucionarias.
El desencadenamiento de la Primera Guerra mundial fue únicamente posible, gracias a que una mayoría de los partidos de la IIª Internacional se sometieron al interés de sus respectivos capitales nacionales. Tras el firme compromiso de los sindicatos en la política de “Unión sagrada” con el capital nacional, la aprobación de los créditos de guerra por la fracción parlamentaria y el Ejecutivo del SPD, hizo posible que el capital alemán desencadenara la guerra. El voto de los créditos de guerra no fue una sorpresa, sino el último peldaño de todo un proceso de degeneración del ala oportunista de la Socialdemocracia. El ala izquierda de ésta había luchado con todas sus fuerzas durante el período anterior a la guerra contra esa degeneración, por lo que rápidamente desencadenó una respuesta a esta traición. Desde el primer día de la guerra, los internacionalistas se agruparon bajo la bandera del grupo que pronto se llamaría “Spartakus”, y señalaron como su primera responsabilidad la defensa del internacionalismo de la clase obrera, contra la traición de la dirección del SPD. Esto no significaba únicamente hacer propaganda en favor de esta posición programática, sino también y ante todo, defender la organización de la clase contra la traición de que había sido objeto por parte de la dirección, contra su estrangulamiento por las fuerzas del capital. Inmediatamente después de la traición de la dirección del Partido, los internacionalistas se mostraron unánimemente dispuestos a no dejar el partido en manos de los traidores. Todos ellos trabajaron por la reconstrucción del partido y ninguno quiso abandonarlo, antes bien cumplir consecuentemente un trabajo de fracción en el partido, para poder expulsar a la dirección socialpatriota
El bastión de los traidores estaba formado por los representantes de los sindicatos que estaban irrevocablemente integrados en el Estado. Ahí no había nada que reconquistar. En el SPD, sin embargo, coexistían la traición y al mismo tiempo una resistencia contra ella. Incluso la fracción parlamentaria del Reichstag estaba dividida en traidores e internacionalistas. Y aunque con muchas dificultades y vacilaciones -que ya explicamos en la Revista internacional nº 81- pronto se oyeron en el Parlamento voces contra la guerra. Pero fue, sobre todo, en la base del partido donde la protesta contra la traición tuvo sus más potentes palancas.
“Acusamos a la fracción del Reichstag de haber traicionado los principios fundamentales del partido y, con ellos, el espíritu de la lucha de clases. La fracción parlamentaria se ha puesto por lo tanto a sí misma fuera del partido; ha dejado de ser la representante autorizada de la socialdemocracia alemana” ([1]).
Todos estaban de acuerdo en no abandonar la organización a los traidores: “Esto no significa que la separación inmediata de los oportunistas sea en todos los países deseable o incluso posible. Esto quiere decir que la separación está históricamente madura, que se ha hecho ineluctable y representa un paso hacia delante, una necesidad para el combate revolucionario del proletariado; que el viraje histórico de la entrada del capitalismo “pacífico” en el estadio del imperialismo pone al orden del día esa separación” ([2]).
En la Revista internacional nº 81, ya mostramos cómo los espartaquistas, y en otras ciudades los “Linksradikale”, intentan construir una relación de fuerzas que ponga en minoría a la dirección socialpatriota. Ahora bien ¿cómo llevar a la práctica la ruptura organizacional con los traidores? Por supuesto que traidores e internacionalistas no podían coexistir en el mismo partido y que los unos lucharían contra los otros. De lo que se trataba pues era de invertir esa relación de fuerzas en el curso de la lucha. El hecho es que, como mostramos en la Revista internacional nº 81, la dirección se encontraba en una situación cada vez más comprometida, a causa de la resistencia de los espartaquistas, y que el partido en su conjunto cada vez se distanciaba más de los traidores. De hecho los socialpatriotas de la dirección se vieron obligados a desencadenar una ofensiva para asfixiar a los internacionalistas. Pero ¿cómo se debía reaccionar ante ella? ¿dando un portazo y marchándose a la primera contraofensiva de la dirección? ¿fundando cuanto antes una nueva organización al margen del SPD?.
En el seno de la Izquierda existían divergencias que comenzaron a discutirse cuando los socialpatriotas empezaron a expulsar a los revolucionarios del SPD (primero en la fracción parlamentaria, luego en el propio partido; después de excluir a Liebknecht en diciembre de 1915, les llegó el turno a los diputados que habían votado contra los créditos de guerra que fueron expulsados del grupo parlamentario en la primavera de 1916). ¿Hasta que punto debía entonces lucharse por reconquistar la organización?.
La postura de Rosa Luxemburg es clara: “Se puede “salir” de pequeñas sectas y de cenáculos, cuando ya no nos convienen, para fundar nuevas sectas y cenáculos. Pretender que por el simple hecho de “salirse” se va a liberar a las masas proletarias del pesado y funesto yugo, mostrándoles con ese intrépido ejemplo la vía a seguir, es un ensueño inmaduro. Ilusionarse con liberar a las masas rompiendo el carnet del partido, no es más que el reverso del fetichismo del carnet del partido como poder ilusorio. Esas dos actitudes son dos caras del cretinismo de organización (...) La descomposición de la socialdemocracia alemana forma parte de un proceso histórico que en un sentido más amplio afecta al enfrentamiento general entre burguesía y clase obrera, un campo de batalla del que es imposible desertar por mucho que nos pese. Debemos librar este titánico combate hasta sus últimos extremos. Debemos arrancar y romper, reuniendo todas nuestras fuerzas, el mortal nudo corredizo que la socialdemocracia alemana oficial, que los sindicatos libres oficiales, que la clase dominante, han puesto en la garganta de las masas confundidas y traicionadas. La liquidación de ese montón de putrefacción organizada que hoy se llama socialdemocracia, no es un asunto privado que de penda de la decisión personal de uno o de varios grupos (...) Debe ser enfrentada, empleando todas nuestras fuerzas, como una cuestión pública” ([3]).
“La consigna no es ni escisión ni unidad; ni nuevo partido ni partido viejo, sino reconquista del partido desde abajo por la rebelión de las masas que deben tomar en sus manos las organizaciones y los medios en su poder, no mediante palabras sino mediante el hecho de la rebelión en los actos (...) La lucha decisiva por el partido ha comenzado” ([4]).
Mientras Rosa Luxemburg defendía enérgicamente la idea de permanecer en el SPD el mayor tiempo posible, siendo quien más convencida estaba de la necesidad del trabajo de fracción, la Izquierda de Bremen empezó a defender la necesidad de una organización independiente, aunque esta cuestión no fue un punto de litigio hasta finales del 16-principios de 1917. K. Radek, uno de los principales representantes de la Izquierda de Bremen, afirmaba aún a finales de 1916:
“Hacer propaganda a favor de la escisión no significa que debamos salir ya del partido. Al contrario, debemos dirigir nuestro esfuerzo a apoderarnos de todas las organizaciones y órganos del partido que nos sea posible (...) Nuestro deber es mantenernos en nuestro puesto el mayor tiempo posible, pues cuanto más nos mantengamos más numerosos serán los obreros que nos seguirán en el caso de que seamos excluidos por los socialimperialistas que, naturalmente, comprenden perfectamente cuál es nuestra táctica por mucho que la mantengamos oculta (...) Una de las tareas actuales es que las organizaciones locales del partido, que se encuentran en el terreno de la oposición, se unan y establezcan una dirección provisional de la oposición decidida” ([5]).
Es falso, por tanto, afirmar que la Izquierda de Bremen habría inspirado una separación organizativa inmediata en agosto de 1914. Sólo a finales de 1916, cuando la relación de fuerzas en el seno del partido se tambalea cada vez más, es cuando los grupos de Dresde y Hamburgo abogan por una organización independiente, aunque sobre esta cuestión carezcan de una sólida concepción de la organización.
El balance de los dos primeros años de la guerra muestra que los revolucionarios no se dejaron amordazar y que ningún grupo renunció a su independencia organizativa. Si hubieran abandonado la organización en manos de los socialpatriotas en 1914, eso hubiera significado tirar por la borda los principios. Incluso en 1915, aunque aumente cada vez más la presión de los obreros y se desarrollen acciones de respuesta, no se justifica la edificación de una nueva organización al margen del SPD. Mientras no se dé una correlación de fuerzas suficiente, en tanto no exista fuerza suficiente para combatir en el seno mismo de las filas obreras, mientras los revolucionarios se encuentren todavía reducidos a una pequeña minoría..., en resumen, en tanto no se cumplan plenamente las condiciones para la “fundación del partido”, es necesario efectuar una labor de fracción en el SPD.
Haciendo balance, nos damos precisamente cuenta de que mientras duró el impacto de la traición de la dirección del partido en agosto de 1914, en tanto la clase obrera sufría los efectos de la derrota con el triunfo momentáneo del nacionalismo, resultó imposible fundar un nuevo partido. Era preciso, primeramente, llevar una lucha por el viejo partido, cumplir un duro trabajo de fracción y a continuación efectuar los preparativos para la construcción de un nuevo partido, pero una fundación inmediata en 1914, resultaba impensable. La clase obrera debía antes recuperarse de los efectos de la derrota. Ni la salida directa del SPD, ni la fundación de un nuevo partido, estaban pues al orden del día en 1914. Cualquier otra actitud reflejaría un puro deseo irrealista ajeno a las condiciones históricas.
En septiembre de 1916, el Comité director del SPD convocó una conferencia nacional del partido, en la que, a pesar de haber amañado en su provecho los mandatos de los delegados, la dirección perdió su dominio de la oposición, la cual decidió que no dejaría de enviar sus cuotas al Ejecutivo, el cual contestó excluyendo a todos aquellos que no enviaran sus contribuciones, empezando por la Izquierda de Bremen.
En esta situación cada día más envenenada, en la que el Comité director se encuentra cada vez más cuestionado en el partido y la clase obrera desarrolla una creciente respuesta a la guerra, y cuando el Ejecutivo procede a expulsiones cada vez más importantes, los espartaquistas no abogan por abandonar la organización “paso a paso”, en contra de lo que propugnaban algunos camaradas de Bremen con su negativa a pagar las cuotas: “Una escisión así, en las actuales circunstancias, no supondrá, como queremos, la expulsión del partido de los mayoritarios y los hombres de Scheidemann, sino que conducirá necesariamente a dispersar a los mejores camaradas del partido en pequeños círculos, condenándolos a una completa impotencia. Consideramos que esta táctica es lamentable e incluso nefasta” ([6]).
Los espartaquistas preferían, por el contrario, adoptar una postura unitaria y no dispersa frente a los socialpatriotas, señalando claramente el criterio que guiaba su permanencia en el SPD: “La pertenencia al actual SPD no deberá mantenerse por parte de la oposición si su acción política independiente se ve entorpecida y paralizada por aquél. La oposición permanece en el partido sólo para combatir, sin tregua, la política de la mayoría, para interponerse y proteger a las masas de la política imperialista practicada bajo el manto de la socialdemocracia, y con el fin de utilizar el partido como terreno de reclutamiento para la lucha de clases proletaria antiimperialista”. E. Meyer declara: “Permaneceremos en el partido mientras podamos desarrollar la lucha de clases contra el Comité director. En cuanto esto se nos impida, no desearemos quedarnos. No estamos por la escisión” ([7]).
La Liga espartaquista pretendía formar, en el seno del SPD, una organización del conjunto de la oposición, tal y como preconizaba la Conferencia de Zimmerwald. Como acertadamente señaló Lenin: “A la oposición alemana le falta aún mucho para tener una base sólida. Todavía se encuentra dispersa, diseminada en corrientes autónomas, carentes, sobre todo, de un fundamento común indispensable para que puedan actuar. Consideramos que es nuestro deber fundir las fuerzas dispersas en un organismo capaz de actuar” ([8]).
Mientras los espartaquistas permanecieron en el SPD como grupo autónomo, forman, en el seno del partido, un polo de referencia política que lucha contra su degeneración, contra la traición de una parte de él. Siguiendo los principios organizativos del movimiento obrero, la fracción no está fuera del partido, al margen de la organización, sino que permanece dentro del partido. Sólo su exclusión por el partido hace posible una existencia organizativa independiente.
En cambio, los demás agrupaciones dela Izquierda, sobre todo las Lichtstrahlen ([9]), la reunida en torno a Borchardt, y la de Hamburgo, comenzaron entonces, en 1916, a abogar claramente por la construcción de una organización independiente.
Como hemos expuesto, esta ala de la Izquierda (sobre todo en Hamburgo y Dresde) tomó como excusa la traición de la dirección socialpatriota para cuestionar, en general, la necesidad del partido. Temerosos de una nueva burocratización, de que la Izquierda ahogase la lucha obrera por razones de organización, empezaron a rechazar cualquier tipo de organización política. La primera expresión de este rechazo fue una desconfianza hacia la centralización, que les llevó a reivindicar el federalismo. En aquel entonces, eso implicó su deserción de la lucha contra los socialpatriotas en el seno del partido, y fue la partida de nacimiento del futuro comunismo de consejos que conocería un mayor impulso en los años siguientes.
El principio de un consecuente trabajo de fracción, la contumaz resistencia dentro del SPD tal como la practicaron las Izquierdas en Alemania en ese período, serviría después de ejemplo a los camaradas de la Izquierda italiana cuando, diez años más tarde, éstos hubieron de combatir en la Internacional comunista, contra la degeneración de ésta. Este principio, defendido por Rosa Luxemburg y una gran mayoría de los espartaquistas, será sin embargo rápidamente rechazado por una parte del KPD, pues en cuanto aparecieron divergencias -sin comparación posible con la traición de los socialpatriotas del SPD- algunos abandonaron precipitadamente la organización. En un próximo artículo abordaremos esta fatal subestimación de la necesidad de un trabajo de fracción.
A lo largo de los dos años de guerra, el movimiento obrero se había dividido, en todos los países, en tres corrientes. Lenin resumió así, en abril de 1917, esas tres corrientes:
“- Los socialchovinistas, socialistas de palabra, chovinistas en los hechos, que admiten la “defensa de la patria” en una guerra imperialista. (...) Estos son nuestros adversarios de clase. Se han pasado al lado de la burguesía.
- (...) los verdaderos internacionalistas cuya expresión más fiel es “la Izquierda de Zimmerwald”. Su principal rasgo distintivo es: la ruptura completa con el socialchovinismo (...) la abnegada lucha revolucionaria contra el gobierno imperialista propio y contra la burguesía imperialista propia.
- Entre estas dos tendencias, existe una tercera corriente, a la que Lenin calificó como “el centro que oscila entre los socialchovinistas y los verdaderos internacionalistas (...) El “centro” jura por sus grandes dioses que ellos están (...) por la paz, (...) y propicios también a sellar la paz con los socialchovinistas. El “centro” quiere la “unidad”; el centro es el adversario de la escisión. (...) el “centro” no está convencido de la necesidad de una revolución contra su propio gobierno, no propaga esa necesidad, no sostiene una lucha revolucionaria abnegada, sino que encuentra siempre los más vulgares subterfugios -de una magnífica sonoridad archi-“marxista”- para no hacerla” ([10]).
Esta corriente centrista no tiene claridad programática alguna. Por el contrario es incoherente e inconsecuente. Está dispuesta a cualquier concesión y huye de definirse programáticamente, tratando de adaptarse a cualquier nueva situación. Es el lugar donde se enfrentan las influencias pequeñoburguesas con las revolucionarias. Esta corriente que fue mayoritaria en la Conferencia de Zimmerwald en 1915, y en 1916, era además la corriente más numerosa en Alemania. En la Conferencia de la oposición celebrada el 7 de enero de 1917, sus delegados representaban la mayoría de los 187 presentes, mientras sólo 35 formaban parte de los espartaquistas.
Esta corriente centrista estaba además compuesta de un ala derecha y un ala izquierda. La primera se acercaba progresivamente a los socialpatriotas, mientras que el ala izquierda se mostraba cada vez más receptiva a la intervención de los revolucionarios.
En Alemania, Kautsky figuraba a la cabeza de esta corriente que se unificó en Marzo de 1916, en el seno del SPD, bajo el nombre de Comunidad de trabajo socialdemócrata (Sozialdemokratische Arbeitgemeinschaft, SAG) que era sumamente fuerte, sobre todo en la fracción parlamentaria. Haase y Ledebour eran los principales diputados centristas en el Reichstag.
Así pues, en el SPD no sólo existían traidores y revolucionarios, sino también una corriente centrista que durante muchos años tuvo de su lado a la mayoría de los obreros.
“Y quién abandone el terreno real del reconocimiento y análisis de estas tres corrientes y de la lucha consecuente por la tendencia verdaderamente internacionalista, se condenará a sí mismo a la impotencia, a la incapacidad y a las equivocaciones” (10).
Mientras los socialpatriotas siguen queriendo inocular altas dosis del veneno nacionalista a la clase obrera y los espartaquistas libran una encarnizada lucha contra ellos, los centristas oscilan entre ambos polos. ¿Qué actitud debían adoptar, pues, los espartaquistas ante los centristas? El ala agrupada en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht señalaron que “políticamente debemos criticar fuerte a los centristas”, es decir que los revolucionarios debían intervenir respecto a ellos.
¿Qué intervención desarrollar ante el centrismo? La claridad política es lo primero, antes que la unidad.
En enero de 1916, en el curso de una conferencia convocada por los adversarios a la guerra, Rosa Luxemburg esbozó ya su posición frente a los centristas:
“Nuestra táctica en esta conferencia no debe partir de la idea de poner de acuerdo a toda la oposición sino, por el contrario, seleccionar en ese maremágnum, el pequeño núcleo sólido y dispuesto a la acción que podamos agrupar en torno a nuestra plataforma. Sin embargo, en cuanto a un agrupamiento organizativo, se requiere la mayor prudencia, ya que la unión de las Izquierdas no ha conseguido, según mis muchos años de amargas experiencias en el partido, más que atar las manos de quienes verdaderamente estaban dispuestos a actuar”.
Para ella, quedaba excluida toda posibilidad de que, en el interior del SPD, se produjera cualquier tipo de asociación organizativa con los centristas. “Claro que la unión hace la fuerza, pero la unidad de convicciones sólidas y profundas, no la suma mecánica y superficial de elementos profundamente divergentes. La fuerza no reside en el número, sino en el espíritu, en la claridad, en la determinación que nos anima” ([11]).
Igualmente Liebknecht señaló en febrero de 1916: “No a la unidad a cualquier precio, sino la claridad ante todo. La claridad que se obtiene poniendo abiertamente en evidencia, y discutiendo en profundidad toda divergencia, por un acuerdo sobre los principios y la táctica, con la perspectiva de estar dispuestos a actuar, con la perspectiva de la unidad. Ese es el camino que debemos emprender. La unidad no debe ser el punto de partida de ese proceso de fermentación, sino su punto de llegada” ([12]).
La piedra angular del método de Rosa Luxemburg y los demás espartaquistas es la exigencia de claridad y solidez programáticas, sin ninguna concesión; dispuestos a ser menos pero con claridad. Esta postura de R. Luxemburg no expresa, de ninguna manera, sectarismo, sino fidelidad al método que fue desde siempre el del marxismo. R. Luxemburg no fue la única depositaria de ese rigor y firmeza programática, pues ese mismo método será después empleado por la Izquierda italiana cuando, al hacer balance de la revolución rusa y en los años 30, rechazó toda tentación de hacer concesiones políticas en el plano programático, sólo por crecer numéricamente. Quizá Rosa Luxemburg empezó a percibir las repercusiones de la nueva situación establecida por la decadencia del capitalismo, cuando no pueden existir partidos de masas de la clase obrera, sino únicamente partidos numéricamente reducidos pero programáticamente muy sólidos. Esto explica que esa cimentación teórica sea la brújula para el trabajo de los revolucionarios, frente a los centristas que, por definición, oscilan y rehuyen toda claridad política en el plano programático.
Cuando en marzo de 1917 los centristas fundaron -tras ser expulsados del SPD- su propia organización, los espartaquistas reconocieron la necesidad de intervenir frente a ellos, asumiendo la responsabilidad que los revolucionarios tienen ante su clase.
Con el telón de fondo de la revolución en Rusia en desarrollo, y una creciente radicalización de la clase obrera en la misma Alemania, los espartaquistas trataban de estar cerca de los mejores elementos de la clase, atrapados en el Centro, pero a los que su intervención podía hacer avanzar y clarificar. Debemos definir a la Comunidad de trabajo socialdemócrata (SAG) igual que a muchos partidos que se adhirieron a la Internacional comunista en marzo de 1919, partidos que carecían de homogeneidad y coherencia y eran muy inestables.
Puesto que los movimientos centristas son, en parte, expresión de inmadurez de la conciencia en la clase obrera, es posible que, con el desarrollo de la lucha de clases, pueda producirse una clarificación y que se cumpla así su destino histórico: desaparecer. Para ello, junto a la dinámica de la lucha de clases, es indispensable la existencia de un polo de referencia organizador que pueda jugar el papel de polo de claridad frente a los centristas. Sin la existencia y la intervención de una organización revolucionaria, que impulse a los elementos receptivos que están atrapados en el centrismo, resulta imposible cualquier desarrollo y separación respecto a éste.
Lenin resumió, en 1916, esa tarea: “La principal carencia del conjunto del marxismo revolucionario en Alemania es la ausencia de una organización ilegal que desarrolle sistemáticamente su línea de trabajo y que eduque a las masas en el espíritu de las nuevas tareas: una organización así debería tomar una posición clara tanto frente al oportunismo como frente al kautskysmo” ([13]).
¿Como cumplir este papel de polo de referencia? Para el 6 y 8 de abril de 1917, los centristas propusieron una conferencia para formar una organización común que se llamaría Partido socialdemócrata independiente (USPD). En el seno de los revolucionarios internacionalistas se manifestaron profundas divergencias al respecto.
La Izquierda de Bremen se opuso a la participación de las izquierdas revolucionarias en esta organización común. Radek piensa que “sólo un núcleo claro y organizado puede ejercer influencia en los obreros radicales del Centro. Hasta ahora, mientras actuábamos en el terreno del viejo partido, podíamos salir del paso con vínculos distendidos entre los diferentes radicales de izquierdas. Hoy (...) sólo un partido radical de izquierda, dotado de un programa claro y de sus propios órganos, puede reagrupar, unir e incrementar las dispersas fuerzas (No podemos cumplir nuestro deber) más que organizando a los radicales de izquierda en su propio partido” ([14]).
Los propios espartaquistas no eran homogéneos sobre esa cuestión. En una conferencia preparatoria de la Liga espartaquista, el 5 de abril, muchos delegados tomaron posición contra la entrada en el USPD, aunque este punto de vista no se impuso finalmente, ya que los espartaquistas se afiliaron al USPD.
La intención de los espartaquistas era la de ganar para su causa a los mejores elementos: “La Comunidad de trabajo socialdemócrata tiene, en sus filas, toda una serie de elementos obreros que políticamente, y por su estado de ánimo, son de los nuestros; y si siguen a la SAG es porque no tienen contactos con nosotros, o por desconocimiento de las relaciones que existen en el seno de la oposición, o por cualquier otra causa fortuita...” ([15]).
“Se trata pues de utilizar el nuevo partido, que va a reunir a importantes masas, como terreno de reclutamiento para nuestras concepciones, para la tendencia decidida de la oposición. Debemos también discutirle al SAG la influencia política y espiritual sobre las masas en el seno mismo del partido. Se trata, pues, de impulsar el partido a través de nuestra actividad en sus organizaciones, y también de nuestras propias acciones independientes, así como eventualmente actuar contra su lamentable influencia en la clase” ([16]).
En el seno de la Izquierda, había multitud de argumentos tanto a favor como en contra de esta adhesión. Sólo hoy nos es posible discernir que hubiera sido preferible, en aquel momento, llevar un trabajo de fracción desde fuera del USPD, en vez de actuar desde el interior. Pero la preocupación de los espartaquistas de intervenir frente al USPD, para tratar de arrebatarle sus mejores elementos, era plenamente válida. Lo que entonces resultaba muy difícil de acertar era si esto debía hacerse desde el “exterior” o desde el “interior”.
En todo caso esta cuestión sólo podía plantearse a partir de considerar, como acertadamente hicieron los espartaquistas, al USPD como una corriente centrista que pertenecía a la clase obrera y que, en manera alguna, se trataba de un partido burgués.
Incluso Radek, y con él la Izquierda de Bremen, reconocía la necesidad de intervenir frente a este movimiento centrista: “Siguiendo nuestro camino -sin bandazos a izquierda y derecha- es como luchamos por los elementos indeterminados. Intentaremos que se sumen a nuestras filas. Si ahora no están en condiciones de seguirnos, si se orientan hacia nosotros sólo más adelante, cuando las necesidades políticas exijan de nosotros la independencia organizativa, nada se opondrá a ello. Debemos seguir nuestro camino. (el USPD) es un partido que más pronto o más tarde quedará triturado por las muelas de la derecha y la izquierda, más decididas” ([17]).
Sólo podrá entenderse el significado de la USPD centrista y su todavía gran influencia en el seno de las masas obreras, si vemos la situación de creciente ebullición de la clase obrera. Desde la primavera de 1917 se sucedió una oleada de huelgas: en el Rhur en marzo, en abril una serie de huelgas de masas en Berlín que implicaron a más de 300 mil trabajadores, en el verano huelgas y protestas en Halle, Brunswick, Magdeburgo, Kiel, Wuppertal, Hamburgo y Nuremberg... En junio se produjeron los primeros motines en la flota. Sólo la más brutal represión pudo poner fin a estos movimientos.
En cualquier caso, el ala izquierda se encontró provisionalmente dividida entre los espartaquistas por un lado y la Izquierda de Bremen –y las demás Izquierdas revolucionarias–, por otro. La Izquierda de Bremen reclamaba la rápida fundación del partido mientras los espartaquistas se habían adherido mayoritariamente al USPD, como fracción.
toto
[1] Panfleto de la oposición citado por R. Muller.
[2] Lenin, El Oportunismo y el hundimiento de la IIª Internacional.
[3] Rosa Luxemburg, Der Kampf nº 31, “Offene Briefe an Gesinnungsfreude. Von Spaltung, Einheit und Austritt”, Duisburgo, 6.01.1917.
[4] Carta de Spartacus del 30 de marzo de 1916.
[5] Radek.
[6] L. Jogisches, 30.09.1916.
[7] Wohlgemuth.
[8] Lenin, Wohlgemuth.
[9] Lichstrahlen aparece entre agosto de 1914 y abril de 1916; Arbeiterpolitik de Bremen acabado 1915, en seguida aparece a partir de junio de 1916 como órgano de los Socialistas internacionalistas de Alemania (ISD).
[10] Lenin, “Las tareas del proletariado en nuestra revolución”, Obras completas, t. 31, Ed.Progreso.
[11] Rosa Luxemburg, La Política de la minoría socialdemócrata, primavera de 1916.
[12] Spartakusbriefe.
[13] Lenin, julio de 1916. Obras completas, tomo 22.
[14] K. Radek, Unter eigenem Banner.
[15] L. Jogisches, 25/12/1916.
[16] Spartakus im Kriege;
[17] Einheit oder Spaltung?
La segunda parte de este artículo está dedicada a ver cómo la Alianza de Bakunin es utilizada para tomar el control de la Iª Internacional o Asociación internacional de los trabajadores (AIT), con el fin de destruirla. Trataremos de mostrar, lo más concretamente posible, las tácticas empleadas contra el movimiento obrero, basándonos en los análisis hechos por la Internacional. Estamos convencidos de que identificar las tácticas de la burguesía y del parasitismo, sacando lecciones del combate contra Bakunin, es indispensable para la defensa del medio revolucionario de hoy.
En la primera parte de esta serie ([1]) ya mostramos que la famosa lucha en el seno de la AIT, que condujo a la exclusión de Bakunin y a la condena de su «Alianza secreta de la democracia socialista», era mucho más que una lucha del marxismo contra el anarquismo. Era una lucha a muerte entre quienes se dedicaban a la construcción del partido revolucionario del proletariado y todos aquellos que sólo buscaban su destrucción. Estos últimos, no sólo estaban integrados por los anarquistas declarados, sino por toda una serie de variantes muy diversas del parasitismo organizacional. El fin de la Alianza secreta de Bakunin era, ni más ni menos que tomar el control de la A.I.T., a través de una conjura oculta, con el objetivo de destruir su naturaleza proletaria.
En esta tentativa, los bakuninistas estaban apoyados por toda una serie de elementos burgueses, pequeño burgueses y desclasados que existían dentro de las diferentes secciones de la Internacional aún sin compartir sus fines. Entre bastidores, eran las propias clases dominantes las que alentaban la conjura. Alentaban y manipulaban a Bakunin y sus adeptos, a menudo sin que ellos lo supieran. La prensa burguesa se hacía eco de las campañas de calumnias de la Alianza contra Marx y el Consejo general, poniendo por las nubes «el espíritu de libertad» de los anarquistas que condenaban «los métodos dictatoriales» de los marxistas. Sus espías y agentes provocadores enviados para infiltrarse en la AIT, hacían todo lo que estaba en sus manos para apoyar a Bakunin y sus aliados parásitos, tanto dentro como fuera de la Asociación. La policía política hacía bien su trabajo contra los Estatutos de la Internacional, deteniendo a militantes para garantizar las maniobras de la Alianza. La burguesía utilizó conjuntamente contra la AIT su policía, sus tribunales, sus cárceles, y más adelante sus pelotones de ejecución. Pero esas no eran sus armas más peligrosas. En efecto, el Congreso de La Haya mostró que «cuanto más ha aumentado las persecuciones, más se ha reforzado la organización de los trabajadores que es la AIT» ([2]).
El arma más peligrosa de la burguesía consistía, precisamente, en la tentativa de destruir desde dentro a la AIT a través de la infiltración, la manipulación y la intriga. Esta estrategia consistía en sembrar la sospecha, la desmoralización, las divisiones y fracturas en el seno de una organización proletaria para abocarla a que ella misma se destruyera. Mientras que la represión corre siempre el riesgo de provocar la solidaridad de la clase obrera con sus víctimas, la destrucción desde su interior no solo destruye un partido o a un grupo proletario sino que arruina su reputación, lo elimina de la memoria colectiva y de las tradiciones de la clase obrera. Es más, trata de calumniar la disciplina organizativa presentándola como una «dictadura», y denigrar la lucha contra la infiltración policiaca, el combate contra las ansias de poder destructivas de los elementos desclasados de las clases dominantes y la resistencia contra el individualismo pequeño burgués presentándolos como manifestaciones de una «eliminación burocrática de los rivales».
Antes de mostrar como acometió la burguesía su trabajo de denigración y destrucción, con la ayuda del parasitismo político y, en particular, de Bakunin, queremos recordar brevemente el profundo miedo que la AIT inspiraba a la burguesía.
El Informe del Consejo general al Vº Congreso anual de la Asociación internacional de los trabajadores de La Haya, en septiembre de 1872, escrito justo tras la derrota de la Comuna de París, declaraba: «Después de nuestro último congreso, celebrado en Basilea, dos grandes guerras han transformado el aspecto de Europa: la guerra franco-alemana y la guerra civil en Francia. Pero una tercera guerra ha precedido a estas dos, las ha acompañado y continúa después de ellas: es la guerra contra la Asociación internacional de trabajadores».
Los miembros parisinos de la Internacional fueron arrestados la víspera del plebiscito que sirvió a Luis Napoleón a preparar su guerra contra Prusia, el 29 de abril de 1870, so pretexto de que habían tomado parte en una pretendida conjura organizada para asesinar a Luis Bonaparte. Al mismo tiempo, los miembros de la Internacional eran detenidos en Lyón, Ruán, Marsella, Brest y otras.
«Hasta la proclamación de la República, los miembros del Consejo general estuvieron detenidos. Mientras tanto, los demás miembros de la Asociación eran considerados diariamente por el populacho como espías prusianos.
Cuando, con la capitulación de Sedán, el Segundo Imperio terminó, como había comenzado, con una comedia, la guerra franco-alemana entró en su segunda fase. Se convirtió en una guerra contra el pueblo francés (...) Desde este momento se vio obligada a combatir no solamente contra la República francesa, sino también, al mismo tiempo, contra la Internacional en Alemania» ([3]).
«Si la lucha contra la Internacional había estado localizada hasta entonces, primero en Francia, desde la época del plebiscito hasta la caída del Imperio, después en Alemania, durante toda la resistencia de la república contra Prusia, la lucha se hizo general a partir de la sublevación y después de la caída de la Comuna de París. El 6 de Junio de 1871, Jules Favre envió su circular a las potencias extranjeras, en la que pedía la extradición de los miembros de la Comuna como criminales de derecho común y llamaba a una cruzada contra la Internacional, tratada de enemiga de la familia, de la religión, del orden y de la propiedad, tan fielmente representados en su propia persona» ([4]).
A continuación, sigue una nueva ofensiva de la burguesía, coordinada internacionalmente, para destruir a la AIT. Los cancilleres austro-húngaro y alemán, Beust y Bismarck, celebran dos «reuniones en la cumbre» dedicadas casi por completo a perfilar los medios para esa destrucción. Los tribunales austriacos, por ejemplo, condenan a trabajos forzados a los jefes del partido proletario en Julio de 1870 decretando que: «La Internacional tiene como principal objetivo la emancipación de la clase obrera del dominio de la clase poseedora y de la dependencia política. Esta emancipación es inconciliable con las instituciones actuales del Estado en Austria. De esta forma, quien adopta y difunde los principios del programa de la Internacional inicia una acción que prepara la ruina del Gobierno austriaco y, por tanto, se convierte en culpable de alta traición» ([5]).
En los últimos días de la Comuna de París, todos los sectores de la clase dominante habían comprendido el peligro mortal que representaba para su dominación la organización socialista internacional. Aunque la AIT no tuvo un papel dirigente en los sucesos de la Comuna de París, la burguesía era totalmente consciente de que su surgimiento, la primera tentativa de la clase obrera de destruir el Estado burgués y sustituirlo por su propia dominación de clase, no habría sido posible sin la autonomía y madurez políticas y organizativas del proletariado, una madurez que se plasmaba en la AIT.
Más aún, la amenaza política que la mera existencia de la AIT suponía para la dominación del capital a largo plazo, explica en gran medida la furia con la que el Estado francés y alemán reprimieron conjuntamente a la Comuna de París.
De hecho, como Marx y Engels comenzaban a comprender, justamente en el momento del famoso Congreso de La Haya en 1872, la derrota de la Comuna y del proletariado francés en su conjunto, significaba el comienzo del fin para la AIT. La asociación de sectores decisivos de obreros de Europa y América, fundada en 1864, no era una creación artificial, sino el producto del ascenso de la lucha de clases en aquella época. El aplastamiento de la Comuna significaba el fin de esa oleada de luchas y abría un período de derrota y desorientación política. Como tras las derrotas de las revoluciones de 1848-49, cuando la Liga de los comunistas había sido víctima de una desorientación semejante y muchos de sus miembros se negaban a reconocer que había acabado el periodo revolucionario, la AIT entró en un período de declive tras 1871. En esa situación, la preocupación principal de Marx y Engels era lograr que la AIT terminara su trabajo en buen orden. En esa perspectiva proponen que el Congreso de La Haya transfiera el Consejo general a Nueva York, donde estaría a salvo de la represión y de las disensiones internas. Lo que querían era, ante todo, preservar la reputación de la Asociación, defender sus principios políticos y organizativos, de tal modo que pudieran ser transmitidos a las futuras generaciones de revolucionarios. En particular, la experiencia de la AIT debía servir de base para la construcción de una Segunda internacional en cuanto las condiciones objetivas lo permitieran.
Pero las clases dominantes no podían permitir que la AIT se replegase en orden y transmitiera a las futuras generaciones proletarias las enseñanzas de estos primeros pasos en la construcción de una organización internacional estatutariamente centralizada. La matanza de los obreros de París daba la señal: había que llevar hasta sus últimas consecuencias toda la labor de zapa interna, que ya se había comenzado antes de la Comuna, y desprestigiar a la AIT. Los representantes más inteligentes de las clases dominantes temían que la AIT quedase para la historia como un momento decisivo en la adopción del marxismo por el movimiento obrero. Bismarck, que era uno de los representantes más inteligentes de los explotadores, había apoyado secretamente, y a veces abiertamente, a los lassalianos en los años 1860 en el movimiento obrero alemán, con el objetivo de combatir el desarrollo del marxismo. Pero, como veremos más adelante, hubo otros que también se le unieron para desorientar y hacer naufragar a la vanguardia política de la clase obrera.
«La Alianza de la democracia socialista fue fundada por M. Bakunin a finales de 1868. Era una sociedad internacional que pretendía funcionar, al mismo tiempo, dentro y fuera de la Asociación internacional de trabajadores. Se componía de miembros de ésta que reclamaban el derecho a participar en todas sus reuniones, pero sin embargo pretendía reservarse el derecho de tener grupos locales, federaciones nacionales y organizar sus congresos particulares, en paralelo a los de la Internacional. En otros términos, la Alianza, desde el principio, pretendía ser una especie de aristocracia dentro de nuestra Asociación, un cuerpo de élite con un programa propio y privilegios particulares» ([6]).
Bakunin había fracasado en su proyecto original de unificar la AIT y la «Liga de la paz y la libertad», bajo su propio control, ya que sus propuestas habían sido rechazadas por el Congreso general de la AIT en Bruselas. Bakunin explica, en los siguientes términos, esa derrota a uno de sus amigos burgueses de la Liga: «Yo no podía prever que el Congreso de la Internacional nos iba a responder con un insulto tan grosero como pretencioso, pero esto es debido a las intrigas de cierta pandilla de alemanes que detesta a los rusos» ([7]).
Nicolai Utin, en su Informe al Congreso de La Haya, señala respecto a esta carta uno de los aspectos centrales de la política de Bakunin: «Esto prueba que las calumnias del Bakunin contra el ciudadano Marx, contra los alemanes y contra toda la AIT, ya databan de aquella época, cuando no de antes, que la acusaba ya entonces y a priori -pues Bakunin en esos momentos ignoraba completamente tanto la organización como la actividad de la Asociación- de ser una marioneta ciega en manos del ciudadano Marx y de la camarilla de los alemanes (que sería más tarde tachada de camarilla autoritaria y bismarkiana por los seguidores de Bakunin), de esa época data también el rencor de Bakunin contra el Consejo general y contra algunos de sus miembros en particular» ([8]).
Ante semejante fracaso Bakunin cambia de táctica y pide que se le admita en la AIT, pero no cambia para nada su estrategia de base: «Para hacerse reconocer como jefe de la Internacional le era preciso presentarse como jefe de otro ejército cuya dedicación absoluta a su persona había de asegurarse mediante una organización secreta. Después de haber implantado abiertamente su Asociación en la Internacional, contaba con extender sus ramificaciones en todas las secciones y acaparar por ese medio su dirección absoluta. Aparentemente ésta no era más que una sociedad pública que, aunque metida enteramente en la Internacional, debía, no obstante, tener una organización internacional distinta, un comité central, burós nacionales y secciones independientes de nuestra Asociación; junto a nuestro congreso anual, la Alianza debería celebrar públicamente el suyo. Pero esta Alianza pública ocultaba otra que, a su vez, era dirigida por la Alianza, aún más secreta, de los Hermanos internacionales, los Cien guardias del dictador Bakunin» ([9]).
Sin embargo, la primera petición de admisión de la Alianza fue rechazada a causa de su práctica organizativa no conforme con los estatutos de la Asociación. «El Consejo General se niega a admitir a la Alianza mientras conserve su carácter internacional distinto, y promete admitirla solo a condición de que disuelva su organización internacional particular, que sus secciones se conviertan en simples secciones de nuestra Asociación y que el Consejo sea informado del lugar y los efectivos numéricos de cada nueva sección» ([10]).
El Consejo general insistía particularmente en este último punto para evitar que la Alianza se infiltrase secretamente en la AIT con un nombre diferente. La Alianza respondió: «La cuestión de la disolución está ya resuelta. Hemos notificado esta decisión a los diferentes grupos de la Alianza, les hemos invitado, siguiendo nuestro ejemplo, a constituirse en secciones de la AIT y a hacerse reconocer como tales por ustedes o por el Consejo federal de la Asociación en sus respectivos países» ([11]).
Pero la Alianza no hizo nada de eso. Sus secciones locales no declararon nunca su sede ni su fuerza numérica, es más, nunca plantearon su candidatura en nombre propio. «La sección en Ginebra es la única que pide afiliarse. No hemos vuelto a oír hablar de las supuestas secciones de la Alianza. De hecho, a pesar de las intrigas coyunturales de los aliancistas que tienden a imponer su programa especial a toda la Internacional y a asegurarse el control de nuestra asociación, nos hicieron creer que la Alianza había cumplido su palabra y se había disuelto. Pero el pasado mes de mayo, el Consejo general ha recibido indicaciones precisas que nos hacen concluir que la Alianza ni siquiera ha comenzado a disolverse. A pesar de haber dado solemnemente su palabra, ha existido y continúa existiendo bajo la forma de una sociedad secreta y utiliza esa organización clandestina para continuar con su objetivo de siempre: asegurarse el control completo de la Internacional» ([12]). De hecho, en el momento en que la Alianza declara su disolución, el Consejo general no disponía de pruebas suficientes para justificar la negativa a admitirla en la Internacional. Había sido «inducido al error por algunas firmas del programa que daban a entender que el Comité federal romanche había reconocido la Asociación» ([13]).
Pero ése no había sido el caso pues el Comité federal romanche tenía buenas razones para no otorgar su confianza a los aliancistas. «La organización secreta oculta tras la Alianza pública entra en acción en ese momento. Detrás de la sección en Ginebra estaba el Buró central de la Alianza secreta, detrás de las secciones de Nápoles, Barcelona, Lyón y el Jura estaban las secciones secretas de la Alianza. Apoyándose en esta francmasonería, cuya existencia no era sospechada ni por la masa de los Internacionales ni por sus centros administrativos, Bakunin esperaba alzarse con la dirección de la Internacional en el Congreso de Basilea en septiembre de 1869» ([14]).
Con tal fin, la Alianza comienza a poner manos a la obra su aparato secreto internacional. «La Alianza secreta da instrucciones precisas a sus adeptos en todos los rincones de Europa, alentándolos a presentarse para ser elegidos como delegados, o a dar un mandato imperativo en el caso que no puedan enviar a sus propios hombres. En muchas partes, los miembros estaban muy sorprendidos de constatar que, por primera vez en la historia de la Internacional, la designación de delegados no se hacía de una manera honesta, abierta y transparente, y el Consejo general recibió distintas cartas preguntando si había algo detrás de eso» ([15]). En el Congreso de Basilea, la Alianza fracasa en su objetivo principal de transferir el Consejo general de Londres a Ginebra, donde Bakunin contaba con poderlo dominar. La Alianza lejos de renunciar cambia de táctica.
«Constatemos de entrada que hay dos fases bien distintas en la acción de la Alianza. En la primera, creían que podían apoderarse del Consejo general y así asegurarse la dirección suprema de nuestra asociación. Entonces es cuando llama a sus adeptos a apoyar la “fuerte organización” de la Internacional y, sobre todo, “el poder del Consejo general y de los Consejos federales y Comités centrales”. En esas condiciones los aliancistas pidieron al Congreso de Basilea amplios poderes para el Consejo general, poder que después han rechazado con tanto horror al “autoritarismo”» ([16]).
En la primera parte de este artículo, dedicada a la prehistoria de la conspiración de Bakunin, ya demostramos la naturaleza de clase de su sociedad secreta. Incluso, si la mayoría de sus miembros no eran conscientes de ello, la Alianza representaba ni más ni menos que un caballo de Troya con el que la burguesía trataba de destruir a la AIT desde dentro.
Si Bakunin pudo intentar tomar el control de la AIT desde el Congreso de Basilea, menos de un año después de su entrada, se debió únicamente a que recibía la ayuda de la burguesía. Esta ayuda le daba una base política y organizativa antes incluso de haber entrado en la AIT.
El primer origen del poder de Bakunin era una sociedad totalmente burguesa, la Liga por la paz y la libertad, constituida para rivalizar con la AIT y oponerse a ella. Como recuerda Utin cuando habla de la estructura de la Alianza: «Debemos constatar ante todo que los nombres del Comité central permanente, Búro central y Comités nacionales, existían ya en la época de la Liga de la paz y la libertad. De hecho las reglas secretas (de la Alianza) admitían sin rubor que el Comité central permanente se componía de “todos los miembros fundadores de la Alianza”. Y estos fundadores son los “antiguos miembros del Congreso de Berna” (de la Liga), autoproclamados “la minoría socialista”. Así, estos fundadores debían elegir, de entre ellos, al Buró central con sede en Ginebra» ([17]).
El historiador anarquista Nettlau cita a las siguientes personas que abandonan la Liga para dedicarse a penetrar en la Internacional: Bakunin, Fanelli, Friscia, Tucci, Mroczkowski, Zagorski, Jukovski, Elíseo Reclús, Aristides Rey, Charles Keller, Jacclard, J. Bedouche, A. Richard ([18]). Varios de estos personajes eran directamente agentes de la infiltración política de la burguesía. Albert Richard, quien había formado la Alianza en Francia, era un agente de la policía política bonapartista, lo mismo que Gaspard Blanc su «compañero de armas» en Lyón. Según Woodcock, otro historiador anarquista, Saverio Friscia era no solo un «físico homeópata siciliano, sino también miembro de la cámara de diputados y, lo que es mas importante para los Hermanos internacionales, un francmasón de tercer grado con gran influencia sobre las logias del sur de Italia» ([19]). Fanelli fue durante mucho tiempo miembro del Parlamento italiano y tenía intimas conexiones con altos representantes de la burguesía italiana.
El segundo origen burgués de los apoyos políticos a Bakunin es su relación con los «círculos influyentes» en Italia. Bakunin le dice a Marx en Londres, en Octubre de 1864, que se iba a trabajar para la AIT a Italia, y Marx escribe a Engels contándole lo mucho que le había impresionado esa iniciativa. Pero Bakunin mentía: «Bakunin fue introducido por Dolfi en la sociedad de francmasones donde se reagrupaban los librepensadores italianos», según asegura Richarda Huch, arístocrata alemana, admiradora y biógrafa de Bakunin ([20]).
Como hemos demostrado en la primera parte de este artículo, Bakunin abandona Londres para ir a Italia en 1864 y, aprovechándose de que la AIT no existía en ese país, monta secciones a su propia imagen y bajo su control. Aquellos que, como el alemán Cuno, fundador de la sección en Milán, se oponen a la dominación de esa «cofradía» secreta son detenidos y deportados por la policía en los momentos decisivos.
«Italia se convierte en la tierra prometida de la Alianza por gracia especial (...)» declara el Informe publicado por el Congreso de la Haya, citando una carta de Bakunin a Mora en la que explica que «En Italia hay lo que falta en otros países: una juventud ardiente, enérgica, completamente desplazada, sin carrera, sin salidas y que, a pesar de su origen burgués, no está ni moral ni intelectualmente agotada como la juventud burguesa de otros países». A modo de comentario el citado Informe señala: «El santo Padre (el Papa Bakunin) tiene razón. La Alianza en Italia no es un “haz obrero”, sino una cuadrilla de desclasados. Todas las pretendidas secciones de la Internacional en Italia están dirigidas por abogados sin causa, médicos sin enfermos ni ciencia, estudiantes de billar, viajeros y otros empleados de comercio, y principalmente de periodistas de prensa provinciana de dudosa reputación. Italia es el único país en el que la prensa de la Internacional -o lo que ellos llaman prensa- tiene las características del diario burgués le Figaro. No hay más que echar una ojeada a los escritos de los secretarios de estas pretendidas secciones para darse rápidamente cuenta de que se trata de un trabajo de círculos o de plufímeros profesionales. Copando de este modo todos los puestos oficiales de las secciones la Alianza obliga a los trabajadores italianos que pretenden entrar en comunicación entre ellos o con la Internacional, a pasar por las manos de los aliancistas que, en la Internacional, encuentran una “carrera”, una “salida”» ([21]).
Bakunin lanza su violento ataque a la Internacional gracias a la infraestructura salida de la Liga, ese órgano de la burguesía occidental influido por la diplomacia secreta del Zar ruso y nutrido del vivero burgués de desclasados italianos, «librepensadores» y «francmasones».
«Después del Congreso de la Liga de la paz, celebrado en Basilea, en septiembre de 1869, Fanelli, uno de los fundadores de la Alianza y miembro del Parlamento italiano, fue a Madrid. Iba provisto de recomendaciones de Bakunin para Garrido, diputado en Cortes, que le puso en relación con los elementos republicanos tanto burgueses como obreros» a fin de instalar la Alianza en la península ibérica ([22]). Vemos aquí los métodos «abstencionistas» típicos de los anarquistas que se niegan enérgicamente a hacer «política». Con esos métodos la Alianza se extiende por aquellas partes de Europa donde el proletariado industrial está aún fuertemente subdesarrollado: Italia, España, sur de Francia y el Jura suizo. Así, en el Congreso de Basilea «... la Alianza, gracias a los medios desleales de los que se sirvió, estaba representada al menos por diez delegados entre los cuales estaban Albert Richard y el propio Bakunin» ([23]).
Pero no eran suficientes todas estas secciones bakuninistas, secretamente dominadas por la Alianza. Para poder tener a la AIT en sus manos era necesario que Bakunin y sus partidarios fueran aceptados por una de las secciones más antiguas y prestigiosas de la Asociación, e intentar tomar su control. Bakunin, que venía del exterior, necesitaba contar con la autoridad de una sección así, una sección ampliamente reconocida en el interior de la AIT para servirse de ella. Por eso Bakunin desde un principio marcha a Ginebra donde funda su «Sección en Ginebra de la Alianza de la democracia socialista». Antes incluso de que aparezca el conflicto abierto con el Consejo general, comienza ahí la primera resistencia decisiva de la AIT contra el sabotaje de Bakunin.
«En diciembre de 1868, la Alianza de la democracia socialista se forma en Ginebra y se declara como sección de la AIT. Esta sección solicita tres veces en quince meses su admisión al grupo de secciones de Ginebra, y le es negada tres veces, en principio por el Consejo central de las secciones de Ginebra y después por el Comité federal regional. En septiembre de 1869, Bakunin, el fundador de la Alianza, fue vencido en Ginebra, cuando planteó su candidatura para la delegación del Congreso de Basilea y esta fue rechazada al nombrar los miembros de Ginebra a Grosselin como delegado. Comienzan entonces las presiones de los aliados de Bakunin, dirigidos por él mismo, para intentar que Grosselin renuncie a su plaza y deje el camino libre a Bakunin. Estas discusiones debieron convencer a Bakunin de que Ginebra no era un lugar apropiado para sus maquinaciones. Sus maniobras y chantajes no encontraron en las reuniones de los obreros ginebrinos más que desinterés y desconfianza. Este hecho, junto a los otros asuntos rusos, dieron a Bakunin motivos para irse de Ginebra» ([24]).
Mientras en Londres, el Consejo general actúa aún con mucha vacilación y admite a la Alianza contra su propia convicción, las secciones obreras de Suiza resisten abiertamente contra las tentativas de Bakunin de imponerse a su voluntad violando los Estatutos.
Esta primera batalla contra los bakuninistas que se libra en Suiza revela inmediatamente que se trata de una lucha de toda la organización por su propia defensa, contra lo que defienden los historiadores burgueses -fieles a su visión de la historia determinada por «las grandes personalidades»- cuando presentan el combate en la AIT como un conflicto «entre Marx y Bakunin» y contra la insistencia de los anarquistas por presentar a Bakunin como una víctima inocente de Marx.
Sin embargo esta resistencia proletaria contra las tentativas de Bakunin de tomar el poder no pudo impedir que la sección suiza estallase. Esto se debió a que Bakunin, había comenzado a hacer adeptos en el país a sus espaldas. Esos adeptos los había ganado por medios de persuasión no política sino gracias, particularmente, a su carisma personal, gracias al cual logró finalmente ganarse a la sección internacionalista de Le Locle, en la región relojera del Jura. Le Locle era un centro de resistencia a la política lassaliana, política que consistía en apoyar a a los conservadores contra los radicales burgueses y que era dirigida por el doctor Coullery, pionero oportunista de la Internacional en Suiza.
Aunque Marx y Engels habían sido quienes se habían opuesto con más determinación a Lassalle en Alemania, Bakunin les dice a los artesanos de Le Locle que la política corrupta del Consejo general es resultado del autoritarismo de Marx y que es preciso «revolucionar» la Asociación mediante una sociedad secreta. La rama local de la Alianza secreta, dirigida por J. Guillaume, se convierte en el centro de la conspiración a partir del cual se organiza la lucha contra la Internacional.
Los partidarios de Bakunin, poco presentes en las ciudades industriales pero con una gran implantación entre los artesanos del Jura, provocan la escisión en el Congreso de la Federación de la Suiza romande (de lengua francesa) celebrado en Chaux-de-Fonds, obligando a la sección de Ginebra a reconocer a la Alianza y a trasladar el Comité federal y su órgano de prensa de Ginebra a Neuchatel para ponerlo en manos de Guillaume, brazo derecho de Bakunin. Los bakuninistas sabotean completamente el orden del día del Congreso, no aceptan la discusión sobre ningún otro punto que no sea el reconocimiento de la Alianza. Los aliancistas, incapaces de imponer su voluntad, abandonan el Congreso y se reúnen en un café cercano, se autoproclaman «Congreso de la Federación suiza romande», nombran su propio «Comité federal romand» en flagrante violación de los artículos 53,54 y 55 de los estatutos de la Federación.
Ante esto, la delegación de Ginebra declara que «se trata de decidir si la Asociación quiere seguir siendo una Federación de sociedades obreras que luchan por la emancipación de los trabajadores, realizada por ellos mismos, o si desean abandonar su programa ante un complot fomentado por un puñado de burgueses, con el objetivo de adueñarse de la dirección de la Asociación utilizando sus órganos públicos y sus conspiraciones secretas» ([25]).
De este modo, la delegación de Ginebra había captado por completo lo que estaba en juego. De hecho, la escisión tan querida por la burguesía se había llevado a cabo.
«Cualquiera que conozca un tanto la historia y el desarrollo de nuestra Asociación sabe bien que antes del Congreso “romand” de Chaux-de-Fonds en abril de 1870, no hubo ninguna escisión en nuestra Asociación y por ello jamás la prensa burguesa, ni el mundo burgués pudieron regodearse públicamente con nuestros desacuerdos.
En Alemania, hubo una lucha entre los verdaderos internacionalistas y los partidarios a ultranza de Scheweitzer, pero esta lucha no superó las fronteras del país, y todos los miembros de la Internacional en los demás países condenaron rápidamente a ese agente del Gobierno prusiano, aunque, al principio, tal agente había disimulado y parecía ser un gran revolucionario.
En Bélgica, una tentativa de engañar y hacer estallar a nuestra Asociación fue llevada a cabo por un tal señor Coudray, que también parecía al principio ser un miembro influyente, dedicado a nuestra causa, pero que en realidad se demostró al final que no era más que un intrigante, por lo que el Consejo federal y las secciones belgas fueron cambiadas a pesar del importante papel que habían logrado cumplir.
Con excepción de este pasajero incidente, la Internacional se desarrollaba como una verdadera unidad fraterna, animada por el mismo y único esfuerzo combativo no perdiendo el tiempo en vanas disputas personales.
De golpe, un llamamiento a la guerra interna surgió en el seno de la Internacional; este llamamiento fue lanzado por el primer número de La Solidarité (periódico bakuninista). Y vino acompañado de gravísimas acusaciones públicas contra las secciones de Ginebra y su Comité federal acusándolos de haberse vendido a un miembro que era poco conocido en aquellos momentos (...)
El mismo número, La Solidarité, anunciaba que pronto habría una escisión entre los reaccionarios (los delegados ginebrinos al Congreso de Chaux-de-Fonds) y muchos miembros de la sección de obreros de la construcción de Ginebra. En el mismo momento, aparecieron carteles pegados sobre los muros de Ginebra, firmados por Chevalley, Cagnon, Heng y Charles Perron (bakuninistas bien conocidos) afirmando que los firmantes habían sido elegidos delegados por Neuchâtel para revelar a los miembros ginebrinos de la Internacional la verdad del Congreso de Chaux-de-Fonds. Esto suponía, lógicamente, plantear una acusación pública contra todos los delegados de Ginebra, que eran tratados de mentirosos que habrían ocultado la verdad a los miembros de la Internacional (...)
Los periódicos burgueses de Suiza anunciaron entonces al mundo entero que había una escisión en la Internacional» ([26]).
Para la AIT los retos de esta gran batalla eran enormes pero también lo eran para la Alianza, en la medida en que el rechazo de Ginebra a su admisión «probará a todos los miembros de la Internacional que hay algo anormal alrededor de la Alianza» (...) «y que esto habría minado, paralizado, el “prestigio” que los fundadores de la Alianza habían soñado con tener desde su creación y la influencia que querían tener, sobre todo fuera de Ginebra».
(...) «De otro lado, si la Alianza hubiera sido un núcleo reconocido y aceptado por los grupos ginebrinos y “romand”, como pretendían sus fundadores, habría podido usurpar el derecho a hablar en nombre de toda la Federación “romande”, lo que le habría dado necesariamente un gran peso fuera de Suiza» (...)
«La elección de Ginebra como centro de las operaciones abiertas de la Alianza, venía de la creencia de Bakunin de que en Suiza se beneficiaría de una seguridad mayor que en otras partes, y de que tanto Ginebra como Bruselas contaban con la reputación de ser uno de los centros principales de la Internacional en el continente».
En esta situación, Bakunin sigue fiel a su principio destructor: lo que no se pueda controlar hay que destruirlo. «La Alianza, sin embargo, sigue insistiendo en acoger a la federación “romande” que, mientras tanto, se ha visto obligada a decidir la expulsión de Bakunin y a otros de sus acompañantes. Así hay dos Comités federales “romands”, uno en Ginebra y otro en Chaux-de-Fonds. La mayoría de las secciones permanecen fieles al primero, mientras que el segundo solo tenía el apoyo de quince secciones, gran numero de de las cuales (...) dejaría de existir una tras otra».
La Alianza pide al Consejo general que decida cuál de ellas debe ser considerada como verdadero órgano central, esperando aprovecharse de la reputación de Bakunin y del desconocimiento por Londres de los acontecimientos suizos. Pero en cuanto el Consejo general se pronuncia a favor de la federación original y llama al grupo de Chaux-de-Fonds a transformarse en sección local, pasa inmediatamente a denunciar el «autoritarismo» de Londres por inmiscuirse en los asuntos de Suiza.
Durante la guerra franco-prusiana de 1870, las luchas de clase en Francia y después la Comuna de París, la lucha organizativa en el seno de la Internacional pasa a un segundo plano sin por ello desaparecer completamente. Con la derrota de la Comuna y frente a la nueva amplitud de los ataques burgueses se hace preciso redoblar las energías en defensa de la organización revolucionaria. En el momento de la Conferencia de Londres, septiembre de 1871, estaba claro que la AIT estaba sufriendo un ataque combinado desde el exterior y el interior, y que el verdadero coordinador de ese ataque era la burguesía.
Unos pocos meses atrás estaba mucho menos claro. «Cuando los materiales de las organizaciones de Bakunin caen en manos de la policía parisina con las detenciones de mayo de 1871, y el ministerio fiscal anuncia en la prensa que, tras la Internacional oficial, existe una sociedad secreta de conspiradores, Marx piensa que se trata del típico “montaje” policiaco. “Es una necedad” le escribía a Engels. Al final la policía no sabrá a qué santo encomendarse» ([27]).
La Conferencia de Londres, en septiembre de 1871, a pesar de sufrir la represión y las calumnias, es capaz de estar a la altura de sus tareas. Por primera vez lo dominante en una reunión internacional de la Asociación son las cuestiones organizativas internacionales internas. La Conferencia adopta la propuesta de Vaillant que afirma que las cuestiones sociales y políticas son dos aspectos de la misma tarea del proletariado por destruir la sociedad de clases. Los documentos, y en particular la resolución «Sobre la acción política de la clase obrera» sacan lecciones de la Comuna, muestran la necesidad de la dictadura del proletariado y de un partido político de la clase obrera diferenciado de los demás, suponían un golpe contra los abstencionistas políticos «esos aliados de la burguesía, sean conscientes o no de ello» ([28]).
A nivel organizativo el combate se concreta con un reforzamiento de las responsabilidades del Consejo general, el cual obtiene el poder de suspender a las secciones locales, en caso de necesidad, entre los congresos internacionales. También se concreta en la resolución contra las actividades de Nechaiev, colaborador de Bakunin en Rusia. Al ruso Utin, que había podido leer todos los documentos de Bakunin en Rusia, la Conferencia le encargó redactar un Informe sobre esta cuestión. En la medida en que ese Informe amenazaba con sacar a la luz la conspiración bakuninista, hicieron todo lo posible para impedir su redacción. Después, las autoridades suizas, que trataban de expulsar a Utin, tuvieron que reconocer ante la campaña pública masiva de la AIT, la existencia de una tentativa de asesinato contra Utin (que por poco se realiza) perpetrada por los bakuninistas.
Contando con esa represión de la burguesía, la circular de Sonvillier de la federación bakuninista del Jura ataca a la Conferencia de Londres. Este ataque abierto se había convertido en una necesidad absoluta para la Alianza después de que la Conferencia de Londres pusiera al descubierto las manipulaciones de los partidarios de Bakunin en España.
«Incluso los miembros más firmes de la Internacional en España fueron inducidos a creer que el programa de la Alianza era idéntico al de la Internacional, que la organización secreta existía en todas partes y que era casi una obligación formar parte de ella. Esta ilusión fue destruida por la Conferencia de Londres en la que el delegado español -miembro él mismo del Comité central de la Alianza en su país- pudo convencerse de lo contrario, así como por la propia circular del Jura, cuyos violentos ataques y calumnias contra la Conferencia de Londres y contra el Consejo general fueron inmediatamente reproducidos por todos los órganos de la Alianza. La primera consecuencia de la circular jurasiana en España fue la de crear una escisión en el seno de la Alianza española entre los que eran ante todo miembros de la Internacional y los que sólo aceptaban la Internacional si estaba controlada por la Alianza» ([29]).
El «asunto Nechaiev», del que se ocupó la Conferencia de Londres, amenazaba con desprestigiar totalmente a la AIT haciendo peligrar su propia existencia. Durante el primer proceso político público de la historia rusa, en julio de 1871, 80 hombres y mujeres fueron acusados de pertenecer a un sociedad secreta que había usurpado el nombre de la AIT. Nechaiev que se hacía pasar por emisario de un supuesto Comité revolucionario internacional que actuaría para la AIT, animaba a la juventud rusa a cometer estafas, animando a algunos de ellos a presenciar el asesinato de uno de sus miembros que había cometido el «crimen» de poner en duda la existencia del todopoderoso «comité» de Nechaiev. Este individuo que huyó de Rusia, abandonando a su suerte a los jóvenes revolucionarios, para acabar en Suiza donde se dedicó al chantaje y trató de montar una banda para extorsionar a los turistas extranjeros, era un colaborador directo de Bakunin. A espaldas de la Asociación, Bakunin no solo le había dado a Nechaiev un «mandato» para actuar en nombre de la Asociación en Rusia, sino también una justificación ideológica. Era el «Catecismo revolucionario» basado en la moral jesuítica, tan admirada por Bakunin, de que el fin justifica los medios, incluidos la mentira, los homicidios, la extorsión, el chantaje, la eliminación de aquellos camaradas que «se salen del buen camino», etc.
De hecho las actividades de Nechaiev y de Bakunin condujeron a la detención de tantos jóvenes revolucionarios inexpertos, que éstos escriben al Tagwacht de Zurich en respuesta a Bakunin: «el hecho es que, aunque usted no sea un agente retribuido, ningún agente provocador remunerado habría podido llegar a hacer tanto daño como el que usted ha hecho».
Utin escribe sobre la práctica de enviar por el correo ruso proclamas ultraradicales, incluso a gente no politizada, «(...) cuando en Rusia la policía secreta abría las cartas ¿como podían dejar de suponer Bakunin y Nechaiev que las proclamas eran enviadas por toda Rusia a personas, conocidas o des conocidas, sin por una parte comprometer a estas personas, y que, por otra parte, pudieran caer en manos de espías?» ([30]).
A nuestro parecer, la explicación de los hechos que da el Informe de Utin es la más verosímil: «Mantengo que Bakunin buscaba a cualquier precio hacer creer en Europa que el movimiento revolucionario producido por su organización era realmente gigantesco. Y cuanto más gigantesco es el movimiento más grande sería su promotor. Con el mismo objetivo, publicó en La Marseillaise y en otras publicaciones artículos dignos de la pluma de un provocador. Cuantos más jóvenes eran arrestados, más aseguraba que en Rusia todo estaba preparado para el gran cataclismo destructor, por la formidable explosión de la gran revolución de los mujiks (campesinos rusos); que las falanges de la juventud estaban dispuestas, disciplinadas y aguerridas, que todos los que habían sido detenidos eran de hecho grandes revolucionarios (...) a sabiendas de que todo eso no eran más que mentiras. Mentía cuando especulaba sobre la buena fe de los periódicos radicales burgueses y mentía cuando alardeaba de ser el gran Papa o la comadrona de toda esa juventud que pagaba con la prisión la fe que había depositado en el nombre de la Asociación internacional de los trabajadores»
Ya que, como habían señalado Marx y Engels, la policía política rusa y su «cofradía» de agentes en misiones exteriores era la mejor del mundo en aquella época, con agentes infiltrados en todos y cada uno de los movimientos radicales por toda Europa, es perfectamente presumible que el llamado «tercer departamento» conocía perfectamente los planes de Bakunin y los toleraba.
La construcción de una organización proletaria revolucionaria no es un proceso apacible. Es una lucha permanente que ha de hacer frente no solo a la intrusión de actitudes pequeño burguesas y otras influencias de desclasados y capas intermedias, sino también al sabotaje organizado y planificado por la clase enemiga. El combate de la Primera internacional contra el sabotaje de la Alianza es una de las luchas organizativas más importantes de la historia del movimiento obrero. Es un combate rico en lecciones para hoy en día. La asimilación de esas lecciones es hoy más esencial que nunca para defender el medio revolucionario y preparar el Partido de clase. Esas lecciones son aun más ricas y significativas porque fueron formuladas de una manera muy concreta y con la participación directa de los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels. El combate contra Bakunin es una lección ejemplar de aplicación del método marxista de defensa y construcción de la organización comunista. Asimilando ese ejemplo que nos han legado nuestros grandes predecesores, la actual generación de revolucionarios -que aún sufre la ruptura de la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado a causa de la contrarrevolución- podrá anclarse más firmemente en la tradición de esta gran lucha por la organización. Las lecciones de todos esos combates llevados por la AIT, por los bolcheviques, por la izquierda italiana, son un arma esencial en la actual lucha del marxismo contra el espíritu de círculo, el liquidacionismo y el parasitismo político. Por eso pensamos que es necesario descender a los detalles más concretos para poner en evidencia toda la realidad de ese combate en la historia del movimiento obrero.
KR
[1] Revista internacional nº 84
[2] «Proceso verbal y actas del Congreso de La Haya de la Asociación internacional de trabajadores (AIT)», La Iª internacional, Tomo II, Jacques Freymond, Editorial ZYX.
[3] «Informe oficial del Consejo general al Congreso internacional de La Haya, leído en sesión pública el 6 de Septiembre de 1872». Ídem.
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] «Informe sobre la Alianza de la democracia socialista» hecho, en nombre del Consejo general de la AIT, por Engels para el Congreso de La Haya, Ídem.
[7] Carta de respuesta de Bakunin a Gustave Vogt, presidente de la Liga por la Paz, citada en los documentos del Congreso de la Haya. Informes y Documentos publicados por mandato del Congreso en el texto «La Alianza de la democracia socialista y la AIT», Ídem.
[8] Informe de Utin al Congreso de La Haya, presentado por la Comisión de encuesta sobre la Alianza, Ídem.
[9] Ídem.
[10] Informe de Engels, op.cit.
[11] Ídem.
[12] Ídem.
[13] La Alianza y la AIT, op.cit.
[14] Ídem.
[15] Karl Marx: hombre y combatiente, Nicolaiesvky y Maenchen-Helfen.
[16] Informe de Engels, Obra citada en nota 2.
[17] Informe de Utin, op.cit.
[18] Max Nettlau: Los anarquistas desde Proudhon a Kropotkin.
[19] La Alianza y la AIT, Obra citada en nota 2.
[20] Huch: Bakuninismo y Anarquismo.
[21] La Alianza y la AIT, obra citada en nota 2.
[22] La Alianza y la AIT, Capitulo IV: La Alianza en España. Ídem.
[23] Ídem.
[24] Informe de Utin, op. cit.
[25] Ídem.
[26] Ídem.
[27] Karl Marx, hombre y combatiente, op. cit.
[28] La Iª Internacional, Tomo II. Obra citada en nota 2.
[29] La Alianza y la AIT, Ídem.
[30] Ídem.
En el artículo anterior de esta serie mostrábamos cómo, frente a las dudas expresadas por muchos que se autoproclaman «comunistas», el objetivo fundamental de los partidos socialistas a finales del siglo XIX era verdaderamente el socialismo: una sociedad sin relaciones mercantiles, sin clases o sin Estado. En este artículo vamos a examinar cómo concebían los socialistas auténticos la manera de arrostrar, en la futura sociedad comunista, los problemas sociales más graves para la humanidad: las relaciones entre hombres y mujeres, y entre la humanidad y la naturaleza de la que también ella ha surgido. Al defender aquí a los comunistas de la IIª Internacional, estamos defendiendo una vez más el marxismo contra algunos de sus «críticos» mas recientes, en particular el radicalismo pequeñoburgués que está en la base del feminismo y de la ecología que se han transformado hoy por completo en instrumentos de la ideología dominante.
Ya hemos mencionado que la gran popularidad alcanzada por el libro de Bebel: La mujer y el socialismo, se debía, en gran medida, a que tomaba la «cuestión de la mujer» como punto de partida de un viaje teórico hacia una sociedad socialista, cuya geografía debía ser descrita detalladamente, en parte. El libro tuvo un gran impacto en el movimiento obrero de aquella época sobre todo como guía en el mundo socialista. Pero eso no quiere decir que la cuestión de la opresión de la mujer fuera un simple cebo o un artificio cómodo, sino que, al contrario, era una preocupación real y cada vez más extendida en el movimiento proletario de aquel momento. No es casualidad si Bebel acabó su libro, poco más o menos al mismo tiempo que Engels finalizaba El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado ([1]).
Es necesario insistir en eso, pues, para ciertas versiones groseras del feminismo, especialmente la surgida entre la intelectualidad radical de Estados Unidos, el marxismo mismo no es más que otra variante de la ideología patriarcal, un invento de esos «cabrones de machistas» blancos, que no tendría nada que decir sobre la opresión de la mujer. Las más consecuentes de esas feministas-feministas afirman que debe rechazarse de entrada y sin discusión el marxismo, pues Marx mismo era un marido y un padre victoriano que le había hecho un hijo ilegítimo a su criada.
No perderemos el tiempo en refutar este último argumento pues revela por sí mismo su propia banalidad. Pero la idea de que el marxismo no tiene nada que decir sobre la «cuestión de la mujer» debe ser combatida pues también se ha apoyado en las interpretaciones economicistas y mecanicistas del propio marxismo.
Hemos utilizado hasta aquí entrecomillada la expresión «cuestión de la mujer», no porque no exista para el marxismo, sino porque debe ser planteada como un problema de la humanidad, como un problema de la relación entre hombres y mujeres, y no como una cuestión aparte. Desde el comienzo de su obra como comunista, legítimamente inspirado por Fourier, Marx planteaba así el problema: «La relación inmediata, natural y necesaria del hombre con el hombre, es la relación del hombre con la mujer. En esta relación natural de los sexos, la relación del hombre con la naturaleza es inmediatamente su relación con el hombre, del mismo modo que la relación con el hombre es inmediatamente su relación con la naturaleza, su propia determinación natural. En esta relación se evidencia pues, de manera sensible, reducida a un hecho visible, en qué medida la esencia humana se ha convertido para el hombre en naturaleza, o en qué medida la naturaleza se ha convertido en esencia humana del hombre. Con esta relación se puede juzgar el grado de cultura del hombre en su totalidad. Del carácter de esta relación se deduce la medida en que el hombre se ha convertido en ser genérico, en hombre, y se ha comprendido como tal...» ([2]).
Aquí vemos cómo la relación hombre-mujer está situada en su marco natural e histórico fundamental. Este pasaje fue escrito contra las nociones erróneas del comunismo que defendían (o más bien acusaban a los comunistas de defender) la «comunidad de mujeres», la subordinación total de las mujeres a la lascivia de los hombres. Al contrario, no será imposible acceder a una vida verdaderamente humana hasta que las relaciones entre hombres y mujeres sean liberadas de todo rastro de dominación y opresión, y esto sólo será posible en una sociedad comunista.
Este tema fue tratado, una y otra vez, en la evolución del pensamiento marxista. Desde la denuncia que se hace en el Manifiesto comunista de la verborrea hipócrita de la burguesía sobre los valores eternos de la familia -valores que la propia explotación capitalista erosiona continuamente- hasta el análisis histórico de la transformación de las estructuras familiares en un sistema social diferente, contenido en el libro de Engels, El origen de la familia, el marxismo ha procurado explicar no sólo que la opresión particular de las mujeres ha sido y es un hecho real, sino también situar sus orígenes materiales y sociales para poder mostrar la vía de su superación ([3]).
En el período de la IIª Internacional, estas preocupaciones fueron de nuevo retomadas por Eleonor Marx, Clara Zetkin, Alexandra Kolontai y Lenin. Contra el feminismo burgués que, al igual que sus recientes reencarnaciones, pretendía disolver los antagonismos de clase en el concepto etéreo de «mujer-hermana», los partidos socialistas de aquel tiempo reconocían la necesidad de hacer un esfuerzo particular para atraer a las mujeres obreras que estaban separadas del trabajo productivo y asociado hacia la lucha por la revolución social.
En este contexto, el libro de Bebel: La mujer y el socialismo fue una fiel referencia de cuál era la posición marxista respecto a la opresión de la mujer. El informe de primera mano que viene a continuación, ilustra de manera viva el impacto que tuvo este libro al desafiar la rígida división sexual del trabajo en la época «victoriana», rigidez que existía también en el propio movimiento obrero: «Aunque yo no fuese socialdemócrata, si tenía amigos que pertenecían al partido. A través de ellos conseguí este valiosísimo libro que leí vorazmente noche tras noche. Trataba de mi propio destino y el de millones de hermanas. Ni en la familia ni en la vida pública jamás había oído hablar de todo ese sufrimiento que debe padecer la mujer. Se ignoraba su vida. El libro de Bebel rompía con valentía el viejo secreto. No leí este libro una vez sino diez. Ya que todo me resultaba tan nuevo, me supuso un esfuerzo considerable asimilar el punto de vista de Bebel. Debía romper con tantas cosas que hasta entonces había considerado correctas...» ([4]).
Ottilie Baader se unió al partido, lo que sin duda fue muy importante. Al poner al descubierto los orígenes reales de su opresión, el libo de Bebel tenía como efecto llevar a las mujeres (y a los hombres) a la lucha de su clase, a la lucha por el socialismo. El inmenso impacto que, en su época, tuvo este libro puede medirse en el número de ediciones que de él se hicieron: 50 entre 1879 y 1910, a las que deben añadirse cierta cantidad de ediciones corregidas y de traducciones.
En las ediciones más avanzadas, el libro se dividía en tres partes: la mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir. Esto expresaba la fuerza esencial del método marxista: su capacidad para situar todas las cuestiones que examina en un amplio marco histórico en el cual también se vislumbra la resolución futura de los conflictos y las contradicciones existentes.
La primera parte -«La mujer en el pasado»- no añadía gran cosa a lo que ya Engels había mostrado en El orígen de la familia. De hecho fue la publicación del trabajo de Engels lo que motivó que Bebel revisara su primera versión que tendía a señalar sobre todo que las mujeres habían estado «siempre igual» de oprimidas en las sociedades del pasado. Engels, siguiendo a Morgan, demostró que esta opresión se había desarrollado de manera cualitativa con la emergencia de la propiedad privada y las divisiones en clases. Así, la edición revisada de Bebel fue capaz de demostrar la relación que existe entre el desarrollo de la familia patriarcal y la de la propiedad privada: «Con la disolución de la vieja sociedad gentilicia, se debilitó rápidamente la influencia y la posición de la mujer. El derecho materno desapareció, ocupando su lugar el derecho paterno. El hombre se convirtió en propietario privado: tenía un interés en los hijos que podía considerar legítimos y a los que por tanto hacía herederos de su propiedad. Por ello obligó a la mujer a abstenerse de relaciones con otros hombres» ([5]).
Las partes más importantes del libro son las dos siguientes. La tercera como vimos ([6]) porque ampliaba el problema a una visión general de la futura sociedad socialista, y la segunda porque apoyándose en profundas investigaciones tenía como objetivo probar concretamente cómo la sociedad burguesa existente, a pesar de sus pretensiones de libertad e igualdad, aseguraba la perpetuación de la subordinación de la mujer. Bebel lo demostró no sólo en cuanto a la esfera política inmediata -las mujeres todavía carecían de derecho a voto en la mayoría de los países «democráticos» de la época y no digamos en la Alemania dominada por los Junkers -sino también en cuanto a la esfera social, y en particular en la del matrimonio en el seno del cual, la mujer estaba subordinada al hombre en todos los ámbitos (económico, legal, sexual). Esta desigualdad aunque existía en todas las clases, afectaba más a las mujeres obreras puesto que además de todas las presiones de la pobreza, sufrían frecuentemente la doble obligación del trabajo asalariado cotidiano y las ilimitadas exigencias del trabajo doméstico y la educación de los hijos. La descripción detallada que Bebel hizo sobre la forma en que el stress combinado del trabajo asalariado y del trabajo doméstico atenta contra la posibilidad de una relación armoniosa entre hombres y mujeres, expresa una sensación marcadamente contemporánea, incluso en nuestra época de las pretendidamente mujeres «liberadas» y «nuevos hombres».
Bebel mostró igualmente que «si el matrimonio representa una de las caras de la vida sexual del mundo burgués, la prostitución representa la otra. La primera es el anverso de la medalla, la segunda el reverso» ([7]).
Bebel denunció enérgicamente la hipocresía de esta sociedad frente a la prostitución; no sólo porque el matrimonio burgués en el que la mujer -sobre todo en las clase superiores- es en realidad comprada y propiedad del marido, es en sí mismo una forma legalizada de prostitución, sino también porque la mayoría de las prostitutas son trabajadoras forzadas a rebajarse, fuera de su clase, por las imposiciones económicas del capitalismo, por la pobreza y el paro. Y no sólo eso. La respetable sociedad burguesa que es la primera responsable de que las mujeres acaben en ese estado, castiga rigurosamente a las prostitutas mientras que protege a sus «clientes», en especial cuando éstos pertenecen a las clases altas. Particularmente odiosas eran las comprobaciones sobre la «higiene» que la policía ejercía sobre las prostitutas en las que no sólo las exploraciones humillaban a las mujeres, sino que ni siquiera se tomaban la molestia de detener la extensión de las enfermedades venéreas.
Entre el matrimonio y la prostitución, la sociedad burguesa se mostraba completamente incapaz de proporcionar a los seres humanos las bases de una realización sexual. Sin duda, algunas posiciones de Bebel sobre el comportamiento sexual reflejan los prejuicios de su época, pero su dinámica de fondo está resueltamente orientada al futuro. Anticipándose a Freud, desarrolló con nitidez que la represión sexual conduce a la neurosis:
«Es una ley que el hombre debe aplicarse rigurosamente a sí mismo si quiere desarrollarse de una forma sana y normal, es decir que no debe renunciar a ejercer ningún miembro de su cuerpo, ni rehusar obedecer a ningún impulso natural. Es preciso que cada miembro cumpla las funciones para las que ha sido creado por la naturaleza so pena de ver deteriorarse y dañarse todo el organismo. Las leyes del desarrollo físico del hombre deben ser estudiadas y seguidas con el mismo detenimiento que su desarrollo intelectual. Su actividad moral es la expresión de la perfección física de sus órganos. La plena salud de la primera es una consecuencia íntima del buen estado de la segunda. Una alteración de una de ellas perjudica, necesariamente, a la otra. Las llamadas pasiones animales no tienen raíces más profundas que las pasiones llamadas intelectuales» ([8]).
Evidentemente, Freud habría de desarrollar este punto de vista a un nivel mucho más elevado ([9]). Pero la fuerza particular del marxismo es que, sobre la base de esas observaciones científicas de las necesidades humanas, es capaz de mostrar que un ser verdaderamente humano sólo puede existir en una sociedad sana y que el verdadero tratamiento de la neurosis se sitúa más en lo social que en el ámbito puramente individual.
En la esfera más directamente «económica», Bebel demuestra que, a pesar de todas las reformas realizadas por el movimiento obrero, a pesar de todo lo adquirido contra los primeros abusos en el trabajo de las mujeres y los niños, las obreras siguen teniendo que soportar sufrimientos específicos: precaridad en el empleo, labores insanas y oficios peligrosos... Como Engels, Bebel reconoce que la extensión y la industrialización del trabajo de las mujeres desempeñó un papel progresista en la liberación de las mujeres de las estériles labores domésticas que las aislaban, creando las bases de la unidad proletaria en la lucha de clases; pero al mismo tiempo mostraba el aspecto negativo de este proceso: la explotación particularmente implacable del trabajo de las mujeres y la dificultad creciente para las familias obreras de asegurar el mantenimiento y la educación de los hijos.
Evidentemente para Bebel, para Engels, en definitiva para el marxismo, hay ciertamente una «cuestión de la mujer», y el capitalismo es incapaz de aportar una respuesta. La seriedad con que este tema fue abordado por estos marxistas, demuestra ampliamente la falsedad de las ideas feministas groseras que dicen que el marxismo no tiene nada que aportar sobre estas cuestiones. Pero existen, igualmente, versiones más sofisticadas del feminismo. Las «feministas socialistas», cuya principal misión ha sido la de arrastrar al «movimiento de liberación de la mujer» de los años 60 a la órbita del izquierdismo establecido, son por supuesto capaces de «reconocer la contribución del marxismo» al problema de la liberación de la mujer pero sólo para probar la existencia de fallos, defectos y errores en la postura marxista clásica, reivindicando pues el sutil añadido del feminismo para alcanzar la «crítica total».
Críticas como las que hicieron las «feministas socialistas» al trabajo de Bebel son ilustrativas de esta postura. En Women’s Estate, Juliet Mitchell aún reconociendo que Bebel había hecho avanzar la comprensión de Marx y Engels sobre el papel de las mujeres poniendo de manifiesto que su función materna había servido para ponerlas en una situación de dependencia, se lamenta a continuación de que «el mismo Bebel fue incapaz de hacer más que establecer que la igualdad sexual es imposible sin el socialismo. Su visión de futuro es un vago sueño, absolutamente desconectado de su descripción del pasado. La ausencia de preocupación estratégica le llevó a un optimismo voluntarista, separado de la realidad» ([10]).
Una acusación similar fue vertida en el libro de Lise Vogel: Marxismo y opresión de la mujer, una de las más sofisticadas tentativas de encontrar una justificación «marxista» al feminismo: la visión de futuro de Bebel «refleja una visión socialista utópica, reminiscencia de Fourier y otros socialistas de comienzos del siglo XIX»; según Vogel, el enfoque estratégico de Bebel es una contradicción, de modo que éste no podía «a pesar de sus mejores intenciones socialistas, especificar de manera suficiente la relación que existe entre la liberación de la mujer en el futuro comunismo y la lucha por la igualdad en el presente capitalismo». Y no sólo no hay relación entre el hoy y el mañana, sino que incluso la visión de futuro es falsa ya que «el socialismo aparece ampliamente descrito en términos de redistribución de bienes y de servicios ya accesibles en la sociedad capitalista a individuos independientes, más que en términos de reorganización sistemática de la producción y de las relaciones sociales».
Esta idea de que «incluso el socialismo» no va lo bastante lejos en lo que a liberación de la mujer se refiere, es una típica cantinela de las feministas. Mitchell, por ejemplo, cita a Engels sobre la necesidad para la sociedad de colectivizar el trabajo doméstico (mediante prestaciones comunitarias para cocinar, limpiar, ocuparse de los hijos, etc.) y concluye que Marx y Engels insistían «demasiado en lo económico» cuando lo que está en tela de juicio es fundamentalmente un problema de relaciones sociales y de su transformación.
Volveremos más tarde sobre la cuestión del «utopismo» en la época de la IIª Internacional, pero dejemos antes perfectamente claro que esa acusación de las feministas está totalmente fuera de lugar. Si existe un problema de utopismo en el movimiento obrero de esa época se debe a la dificultad para establecer el vínculo entre el movimiento inmediato, defensivo, de la clase obrera, y el objetivo comunista del porvenir. Pero para las feministas ese vínculo no será ni mucho menos el resultado de un movimiento de clase, sino por un «movimiento autónomo de las mujeres» que pretende pasar por encima de las divisiones de clases, y establecer el eslabón estratégico que falta entre la lucha contra la desigualdad de las mujeres hoy, y la construcción de nuevas relaciones sociales mañana. Ese es el «ingrediente secreto» más importante que todas las feministas socialistas quieren añadir al marxismo. Por desgracia, es un ingrediente que echará a perder el plato.
El movimiento obrero del siglo XIX no tomó, ni podía hacerlo, la misma forma que en el siglo XX. Al desenvolverse en una sociedad capitalista que aún podía otorgar reformas significativas, era legítimo que los partidos socialdemócratas establecieran un programa mínimo en el que se incluían reivindicaciones por mejoras económicas, legales y políticas para las obreras, incluido el derecho de voto. Es verdad que el movimiento socialdemócrata no siempre fue preciso en la distinción entre logros inmediatos y objetivos finales. Existen, a este respecto, expresiones ambiguas tanto en El origen de la familia, como en La mujer y el socialismo, y una verdadera «feminista socialista» como Vogel no duda en ponerlas en evidencia. Pero lo que fundamentalmente comprendían los marxistas de la época es que el verdadero significado de la lucha por reformas era que unía y reforzaba a la clase obrera y la educaba para la lucha histórica por una nueva sociedad. Es ante todo por esta razón por lo que el movimiento obrero siempre se opuso al feminismo burgués, no sólo porque este limitaba sus objetivos a los horizontes de la presente sociedad, sino porque lejos de ayudar a la unificación de la clase obrera, más bien agudizaba las divisiones en su seno y la llevaba, al mismo tiempo, fuera de su terreno de clase.
Eso es aún más cierto en el período de decadencia del capitalismo, en el que los movimientos reformistas burgueses no tienen el más mínimo carácter progresista. En este período ya no tiene sentido un programa mínimo. La única verdadera cuestión «estratégica» es cómo forjar la unidad del movimiento de clase contra todas las instituciones de la sociedad capitalista para preparar su destrucción. Las divisiones sexuales en la clase obrera, al igual que las demás (raciales, religiosas, etc.), debilitan evidentemente al movimiento y deben ser combatidas a todos los niveles, pero sólo pueden ser combatidas con los métodos de la lucha de clases, mediante su unidad y su organización. La reivindicación de las feministas de un movimiento autónomo de mujeres no es más que un ataque directo contra esos métodos y, al igual que el nacionalismo negro y otros de los llamados «movimientos de los oprimidos», es hoy, en realidad, un instrumento de la sociedad capitalista para agudizar las divisiones en el seno del proletariado.
La perspectiva de un movimiento separado de las mujeres, visto como única garantía de un futuro «no sexista», vuelve completamente la espalda al futuro y acaba por quedarse bloqueado en los problemas «de las mujeres» más inmediatos y particulares tales como la maternidad o la educación de los hijos, que no tienen en realidad futuro más que cuando se plantean en términos de clase (véanse por ejemplo las reivindicaciones de los obreros polacos en 1980), y que es pues fundamentalmente reformista. Lo mismo cabe decir de esa otra crítica feminista «radical» del marxismo; la insistencia del marxismo en la necesidad de transferir las labores domésticas y la educación de los hijos de los individuos a la comunidad sería «demasiado economicista».
En estos artículos hemos criticado la idea de que el comunismo sólo sería la transformación total de las relaciones sociales. La visión feminista según la cual el comunismo no va lo bastante lejos, que no ve más allá de la política y la economía para llegar a una verdadera superación de la alienación, no sólo es sencillamente falsa. Es además un añadido al programa izquierdista de capitalismo de Estado ya que las feministas mencionan sistemáticamente los modelos «socialistas» existentes (China, Cuba, antes la URSS) para probar que los cambios económicos y políticos no son suficientes, sin la lucha consciente por la liberación de la mujer. En resumen: las feministas se erigen ellas mismas en grupo de presión dentro del capitalismo de Estado, ejerciendo, en su seno, la función de conciencia «antisexista». La simbiosis entre el feminismo y la izquierda capitalista, «dominada por los hombres» es una clara prueba suplementaria.
Sin embargo, para el marxismo, del mismo modo que la toma del poder por la clase obrera sólo es el primer paso hacia el inicio de una sociedad comunista, la destrucción de las relaciones mercantiles y la colectivización de la producción y del consumo, es decir el contenido «económico» de la revolución, sólo son las bases materiales para la creación de relaciones cualitativamente nuevas entre los seres humanos.
En sus Comentarios sobre los Manuscritos de 1844, Bordiga explica elocuentemente por qué así debe ser en una sociedad que ha llevado la alienación de las relaciones humanas hasta las relaciones sexuales, subordinándolas todas a la dominación del mercado: «La relación entre los sexos en la sociedad burguesa obliga a la mujer a hacer de una posición pasiva un cálculo económico cada vez que accede al amor. El macho hace ese cálculo de manera activa inscribiendo en el balance una suma concedida a una necesidad satisfecha. Así en la sociedad burguesa, no sólo todas las necesidades se traducen en dinero (así es el caso de la necesidad de amor en el caso masculino) sino también para la mujer, la necesidad de dinero mata la necesidad de amor» ([11]).
No puede haber superación de esta alienación sin abolición de la economía mercantil y de la inseguridad material que la acompaña (inseguridad que sienten ante todo las mujeres). Pero eso requiere igualmente la eliminación de todas las estructuras económicas y sociales que reflejan y reproducen las relaciones mercantiles, en particular la familia atomizada que se transforma en una barrera para la realización del amor entre los sexos:
«En el comunismo no monetario, el amor tendrá, como necesidad que es, el mismo peso y el mismo sentido para ambos sexos, y el acto que lo consagra, realizará la fórmula social que la necesidad del otro es mi necesidad de hombre, en la medida en que la necesidad de un sexo se realiza como una necesidad del otro sexo. No se puede proponer esto únicamente como relación moral basada en un cierto modo de relación física ya que el paso a una forma superior de sociedad se efectúa en el ámbito económico: y los hijos y su carga no conciernen ya a los dos padres que se unen, sino a la comunidad» ([12]).
Contra este programa materialista por la auténtica humanización de las relaciones sexuales, ¿qué ofrecen las feministas con sus declaraciones de que el marxismo no va lo suficientemente lejos? Negando la cuestión de la revolución -de la necesidad absoluta de una destrucción económica y social del capital- el feminismo «en el mejor de los casos» no puede ofrecer más que «una relación moral fundada en una cierta conexión física», es decir sermones moralistas contra las actitudes sexistas o experiencias utópicas de nuevas relaciones en la cárcel que la sociedad burguesa es. La auténtica pobreza de la crítica feminista se resume probablemente de manera significativa en las atrocidades aberrantes de lo politically correct en el que la obsesión de cambiar las palabras ha suplantado toda pasión por cambiar el mundo. El feminismo se revela así como otro obstáculo más ante el desarrollo de una conciencia y una acción verdaderamente radicales.
El falso radicalismo en verde
El feminismo no es el único en haber «descubierto» el fracaso del marxismo en la búsqueda de la raíz de los problemas. Su primo hermano, el movimiento «ecologista» proclama lo mismo. Ya hemos resumido la crítica «verde» al marximo en un anterior artículo de esta Revista ([13]) que puede resumirse en el argumento de que el marxismo sería, como el capitalismo, otra ideología del desarrollismo que expresaría una visión «productivista» del hombre, y por ello alienado de la naturaleza.
Esta especie de juego de manos suele realizarse asimilando el marxismo con el estalinismo: la situación abominable en que se encuentra el medio ambiente en los antiguos países «comunistas» es presentada como si fuera herencia de Marx y Engels. Sin embargo existen versiones más sofisticadas de esa engañifa. Consejistas, bordiguistas y otras gentes desencantadas que actualmente coquetean con el primitivismo y otras «verdeces» saben perfectamente que los regímenes estalinistas eran puro capitalismo; también conocen el profundo punto de vista sobre las relaciones entre el hombre y la naturaleza de los escritos de Marx, especialmente en los Manuscritos de 1844. Esas corrientes concentran pues sus tiros contra el período de la IIª Internacional, período durante el cual, según ellos, la visión dialéctica de Marx se habría borrado sin dejar rastro y habría sido sustituida por un enfoque mecanicista adorador pasivo de la ciencia y de la tecnología burguesas, que situaba un abstracto «desarrollo de las fuerzas productivas» por encima de cualquier programa real de liberación humana. Los intelectuales esnobs de Aufheben se han especializado en la elaboración de este punto de vista, en particular en su larga serie que ataca la noción de decadencia capitalista. Kautsky y Lenin son citados a menudo como los principales responsables de ese enfoque, pero ni Engels mismo escapa a sus palos.
La dialéctica universal
No es aquí el sitio adecuado para tratar detalladamente esos argumentos, sobre todo porque en este artículo pretendemos centrarnos no en cuestiones filosóficas sino ante todo en lo que los socialistas de la IIª Internacional decían sobre el socialismo y la nueva sociedad por la que luchaban. Sin embargo, algunas observaciones sobre la «filosofía», sobre la visión general mundial del marxismo no está fuera de lugar ya que está relacionada con la forma con la que el movimiento obrero ha tratado la cuestión más concreta del medio ambiente natural en una sociedad socialista.
En artículos anteriores de esta serie, ya hemos planteado el modo con el que Marx enfocaba este problema tanto en sus primeros trabajos como en los sucesivos ([14]). En la visión dialéctica, el hombre forma parte de la naturaleza y no existe «al margen del mundo». La naturaleza, como decía Marx es el cuerpo del hombre, y no puede vivir sin ella, del mismo modo que una cabeza no puede vivir sin un cuerpo. Pero el hombre no es «únicamente» otro animal más, un producto pasivo de la naturaleza. Es un ser que, de manera única, es activo, creador que, único entre los animales, es capaz de transformar el mundo en torno suyo de acuerdo con sus necesidades y deseos.
Es verdad que la visión dialéctica no siempre fue bien comprendida por los sucesores de Marx y que, como diversas ideologías burguesas contaminaban los partidos de la IIª Internacional, los virus se expresaban también en el terreno «filosófico». En una época en la que la burguesía avanzaba triunfante, la idea de que la ciencia y la tecnología contenían la respuesta a todos los problemas de la humanidad, se convirtió en una herramienta del desarrollo de las teorías reformistas y revisionistas en el seno del movimiento obrero. Ni siquiera los marxistas más «ortodoxos» estaban inmunizados: ciertos trabajos de Kautsky por ejemplo, tienden a reducir la historia del hombre a un proceso científico, puramente natural, en el que la victoria del socialismo sería automática. Pannekoek, por ejemplo, demostró que ciertas concepciones filosóficas de Lenin reflejaban el materialismo mecanicista de la burguesía.
Pero como lo demostraron los camaradas de la Izquierda comunista de Francia en la serie de artículos sobre el Lenin filósofo de Pannekoek ([15]), aunque éste desarrollara críticas justas a las ideas de Lenin sobre las relaciones entre la conciencia humana y el mundo natural, su método de base resultaba imperfecto porque Pannekoek mismo establecía un vínculo mecánico entre los errores filosóficos de Lenin, y la naturaleza de clase de los bolcheviques. Lo mismo puede aplicarse a la IIª Internacional en general. Los que defienden que era un movimiento burgués por que estaba influenciado por la ideología dominante no comprenden el movimiento obrero en general, su incesante combate contra la penetración de las ideas de la clase dominante en sus filas, ni las condiciones particulares en las que los propios partidos de la IIª Internacional desarrollaron esta lucha. Los partidos socialdemócratas eran partidos obreros a pesar de las influencias burguesas y pequeñoburguesas que les afectaban, en mayor o menor medida, en diferentes momentos de su historia.
Ya demostramos, en el anterior artículo de esta serie, cómo Engels era el interprete y el defensor más conocido de la visión proletaria del socialismo en los primeros años de la socialdemocracia, y que esta visión fue defendida por otros camaradas contra las desviaciones que posteriormente se desarrollaron en aquel período. Lo mismo puede decirse de la cuestión más abstracta de la relación entre hombre y naturaleza. Desde comienzo de los años 70 del siglo pasado hasta su muerte, Engels trabajó en La dialéctica de la naturaleza, obra en la que intentó resumir la posición marxista sobre esta cuestión. La tesis esencial de ese amplio trabajo inacabado es que el mundo natural y el mundo del pensamiento humano siguen, simultáneamente, un movimiento dialéctico. Lejos de situar a la humanidad fuera o por encima de la naturaleza, Engels afirma que: «Cada nuevo paso, nos lleva a pensar que en absoluto dominamos la naturaleza, a imagen del conquistador de un pueblo extranjero, como si estuviéramos situados fuera de la naturaleza, cuando, por el contrario, pertenecemos por completo a ella, por la carne, la sangre, el cerebro, formamos parte de ella; toda la soberanía que ejercemos sobre ella, se resume en el conocimiento de sus leyes y en su justa aplicación que son nuestra única superioridad sobre todas las demás criaturas» ([16]).
Sin embargo, para toda una serie de «marxistas» académicos (los autoproclamados marxistas occidentales que son los verdaderos mentores de Aufheben y similares), La dialéctica de la naturaleza es la fuente de todo mal, la justificación científica del materialismo mecanicista y el reformismo de la IIª Internacional. En un artículo precedente de esta serie ([17]) ya dimos elementos de respuesta a esas acusaciones; a la acusación de reformismo, en particular, ya le dimos amplia respuesta en el artículo sobre el centenario de la muerte de Engels que publicamos en la Revista internacional nº 83 ([18]). Pero para limitarnos al terreno de la «filosofía», vale la pena señalar que, para los «marxistas occidentales» como Alfred Schmidt, el argumento de Engels de que la dialéctica «cósmica» y la dialéctica «humana» son en el fondo una e idéntica, sería una especie no sólo de materialismo mecánico sino también «panteísmo» y «misticismo» ([19]). Schmidt sigue aquí el ejemplo de Luckacs que argumentaba así que la dialéctica se limitaba al «reino de la historia de la sociedad» y criticaba el hecho de que «Engels -siguiendo la falsa vía de Hegel- ampliaba ese método para aplicarlo también a la naturaleza» ([20]).
Esa acusación de «misticismo» es infundada. Es verdad, y Engels mismo lo reconoce en La dialéctica de la naturaleza, que ciertas visiones del mundo precientíficas, como el budismo, habían desarrollado puntos de vista auténticos sobre el movimiento dialéctico a la vez de la naturaleza y de la psique humana. El propio Hegel estuvo fuertemente influenciado por tales planteamientos. Pero mientras todos esos sistemas se quedaban en el misticismo en el sentido de que no podían trascender más allá de una visión pasiva de la unidad entre el hombre y la naturaleza, la visión de Engels, visión del proletariado, es activa y creadora. El hombre es un producto del movimiento cósmico, pero como mostraba el pasaje citado de «El papel del trabajo...», existe la capacidad -y ello como especie y no como individuo iluminado- de dominar las leyes de este movimiento y utilizarlas para cambiarlas y dirigirlas.
A este nivel, Luckacs y los «marxistas occidentales» se equivocan al oponer a Engels y Marx pues ambos estaban a su vez de acuerdo con Hegel cuando decía que el principio dialéctico «es válido tanto para la historia como para las ciencias naturales».
Además la incoherencia de la crítica de Luckacs puede verse en el hecho de que esa misma obra, cita, aprobándolas, dos claves de Hegel cuando dice que «la verdad debe comprenderse y expresarse no sólo como sustancia sino también como sujeto» y que «la verdad no reside en tratar los objetos como extraños» ([21]).
Lo que Luckacs no consigue ver es que tales fórmulas clarifican la verdadera relación entre el hombre y la naturaleza. Mientras que el panteísmo místico y el materialismo mecanicista tienden ambos a ver la conciencia humana como el reflejo pasivo del mundo natural, Marx y Engels comprendían que de hecho - sobre todo en su forma realizada en tanto que autoconciencia de la humanidad social- es el sujeto dinámico del movimiento natural. Tal punto de vista presagia el futuro comunismo en el que hombre no tratará ni al mundo social ni al mundo natural como una serie de objetos extraños y hostiles. Sólo nos queda añadir que el desarrollo de las ciencias naturales desde la época de Engels -en particular en el campo de la física cuántica- han dado un respaldo considerable a la noción de la dialéctica de la naturaleza.
La civilización, pero no como la conocemos
Como buenos idealistas, los «verdes» explican a menudo la propensión del capitalismo a destruir el medio ambiente natural como la consecuencia lógica de la visión alienada de la burguesía sobre la naturaleza. Para los marxistas es fundamentalmente el resultado del propio modo capitalista de producción. Así la batalla por «salvar el planeta» de las consecuencias desastrosas de esta civilización se sitúa ante todo y sobre todo, no a nivel filosófico sino a nivel político, y requiere un programa práctico para la reorganización de la sociedad. Y aún cuando en el siglo XIX la destrucción ambiental no había alcanzado las proporciones catastróficas que ha alcanzado en la última parte del siglo XX, el movimiento marxista reconoció, sin embargo, desde su nacimiento, que la revolución comunista implicaba una refundición muy radical del paisaje natural y el humano para compensar los daños ocasionados a ambos por los destrozos ilimitados de la acumulación capitalista. Desde el Manifiesto comunista hasta los últimos escritos de Engels y La mujer y el socialismo de Bebel, este reconocimiento se resume en una fórmula: abolición de la separación entre la ciudad y el campo. Engels, cuyo primer trabajo importante (La situación de la clase obrera en Inglaterra) se alzaba contra las envenenadas condiciones de existencia que la industria y la vivienda capitalistas imponían al proletariado, volvió sobre este tema en el Anti Dühring: «La superación de la contraposición entre la ciudad y el campo no es pues, según esto, sólo posible. Es ya una inmediata necesidad de la producción industrial misma, como lo es también de la producción agrícola y, además, de la higiene pública. Sólo mediante la fusión de la ciudad y el campo, puede eliminarse el actual envenenamiento del aire, el agua y la tierra; sólo con ella puede conseguirse que las masas que hoy se pudren en las ciudades pongan su abono natural al servicio del cultivo de las plantas, en vez de al de la producción de enfermedades (...) Cierto que la civilización nos ha dejado en las grandes ciudades una herencia que costará mucho tiempo y esfuerzo eliminar. Pero las grandes ciudades tienen que ser suprimidas, y lo serán, aunque sea a costa de un proceso largo y difícil. Cualesquiera que sean los destinos del Imperio alemán de la nación prusiana, Bismarck podrá irse a la tumba con la orgullosa conciencia de que su más intenso deseo será satisfecho: las grandes ciudades desaparecerán» ([22]).
Este último comentario no tiene, evidentemente, como objeto reconfortar a los reaccionarios que sueñan con una vuelta a la «sencillez de la vida en el pueblo», o más bien a la realidad de la explotación feudal, ni a su encarnación «verde» del período actual cuyo modelo de una sociedad ecológicamente armoniosa se basa en las fantasías proudhonianas de comunidades locales vinculadas entre sí por relaciones de intercambio. Engels señala claramente que el desmantelamiento de las gigantescas ciudades no es posible más que a condición de que exista una comunidad globalmente planificada: «Sólo una sociedad que haga interpenetrarse armónicamente sus fuerzas productivas según un único y amplio plan puede permitir a la industria que se establezca por toda la tierra con la dispersión que sea más adecuada a su propio desarrollo y al mantenimiento o a la evolución de los demás elementos de la producción» ([23]).
Además esta «descentralización centralizada» ya es posible porque «la industria capitalista se ha hecho ya relativamente independiente de las limitaciones locales dimanantes de la localización de la producción de las materias primas (...) Pero la sociedad liberada de la producción capitalista puede ir aún mucho más allá. Al engendrar un linaje de productores formados omnilateralmente, que entienden los fundamentos científicos de toda la producción industrial y cada uno de los cuales ha seguido de hecho desde el principio hasta el final toda una serie de ramas de la producción, aquella sociedad crea una nueva forma productiva que supera con mucho el trabajo de transporte de las materias primas o los combustibles importados desde grandes distancias» ([24]).
Así, la eliminación de las grandes ciudades no supone el fin de la civilización, a menos que identifiquemos a ésta con la división de la sociedad en clases. Aunque el marxismo reconoce que las poblaciones del mundo futuro se habrán de alejar de los viejos centros urbanos, no es para retirarse en el «cretinismo rural» en el aislamiento perenne y la ignorancia de la vida campesina. Como señaló Bebel: «En cuanto la población urbana tenga la posibilidad de llevar al campo todas las cosas necesarias al estado de civilización al que se habrá acostumbrado, y encontrar allí sus museos, teatros, salas de concierto, espacios de lectura, bibliotecas, lugares de reunión, establecimientos de instrucción, etc., iniciará sin más demora su emigración. La vida en el campo tendrá entonces todas las ventajas hasta ahora reservadas para las grandes ciudades, sin tener sus inconvenientes. Las viviendas serán más sanas, más agradables. La población agrícola se interesará por las cosas de la industria, la población industrial por las de la agricultura» ([25]).
Comprendiendo que esta nueva sociedad estará basada en el desarrollo tecnológico más avanzado, Bebel anticipa también que: «Cada comuna formará una especie de zona de cultivo en la que ella misma producirá la mayor parte de lo necesario para su subsistencia. La jardinería, en particular, que es de las ocupaciones prácticas más agradables, alcanzará su más floreciente prosperidad. El cultivo de las flores, de las plantas ornamentales, de las legumbres y las frutas, ofrece un campo prácticamente inagotable para la actividad humana y, sobre todo, constituye un trabajo delicado que excluye el empleo de grandes máquinas» ([26]).
De esta manera Bebel contempla una sociedad altamente productiva, pero que produce a un ritmo humano: «El insoportable ruido de la muchedumbre que va corriendo a sus asuntos de nuestros grandes centros comerciales, con sus miles de vehículos de todo tipo, todo eso deberá ser profundamente modificado y de un aspecto totalmente distinto» ([27]).
La descripción del futuro que aquí hace Bebel es muy similar a la que hizo William Morris, quien también usó la imagen del jardín y puso a su novela futurista Noticias de ninguna parte, el subtítulo de Una época de reposo. En su característico estilo directo, Morris explica como todos los «inconvenientes» de las ciudades modernas: su suciedad, su ritmo enloquecido, su apariencia horrible..., son el resultado directo de la acumulación capitalista, y no pueden ser abolidos más que eliminando el capital: «De nuevo, la agregación de población que ha dado a la gente la oportunidad de comunicarse, y a los obreros el sentirse solidarios, llegará también a su fin; y los inmensos barrios obreros se desmoronarán y la naturaleza cicatrizará las horribles calamidades que la imprudencia, la avaricia y el terror estúpido del hombre le han ocasionado, pues ya no será una terrible necesidad que el tejido de algodón sea un poquito más barato este año que el pasado» ([28]).
Podemos añadir que, como artista que era, Morris tenía una especial preocupación por superar la fealdad pura y simple del medio ambiente capitalista y reconstruirlo según los cánones de la creatividad artística. Veamos como planteó esta cuestión en un discurso sobre «El arte bajo la plutocracia»: «De entrada quiero pediros que extendáis el término de arte más allá de lo que es, conscientemente, obras de arte, y no verlo únicamente en la pintura, la escultura y la arquitectura, sino ampliarlo a las formas y los colores de todos los objetos domésticos, e incluso al cuidado de los campos de cultivo y los pastos, a las ciudades y los caminos de cualquier tipo; en una palabra extenderlo a todos los aspectos externos de nuestra vida. Y así, debo pediros, que creáis que cada una de las cosas que forman el entorno en el que vivimos, deben ser para quien ha de hacerlas, bellas o feas, satisfactorias o degradantes, un tormento y una carga o bien un placer y una alegría. ¿Qué hacer pues con el entorno que hoy nos rodea? ¿Qué clase de cuentas podremos rendir, a quienes vengan detrás de nosotros, sobre la forma en que hemos tratado la tierra que todavía era bella cuando nos la legaron nuestros antepasados, a pesar de miles y miles de años de conflictos, negligencia y egoísmo?» ([29]).
Aquí Morris plantea la cuestión de la única manera que puede hacerlo un marxista, es decir desde el punto de vista del comunismo, del futuro comunista: la apariencia externa degradante de la civilización burguesa sólo puede ser juzgada con la mayor de las severidades, por un mundo en el que cada aspecto de la producción, desde el más pequeño objeto doméstico hasta el diseño del paisaje, estará hecho, como dice Marx en los Manuscritos de 1844 «de acuerdo con las leyes de la belleza». En esta visión los productores asociados se convierten en artistas asociados, creando un ambiente físico que responde a la profunda necesidad que tiene la humanidad de belleza y armonía.
La perversión estalinista
Ya hemos dicho que la «crítica» de los ecologistas al marxismo se basa en la falsa identificación del estalinismo con el comunismo. El estalinismo encarna la destrucción capitalista de la naturaleza y la justifica con una retórica marxista. Pero el estalinismo jamás ha sido capaz de dejar intactos los fundamentos de la teoría marxista. Comenzó revisando el concepto marxista de internacionalismo y llegó a criticar, más o menos explícitamente, todos los demás principios básicos del proletariado. Podemos verlo también en cuanto a la reivindicación de la abolición de la oposición entre la ciudad y el campo. El escritor estalinista encargado de la introducción a la edición de Moscú en 1971, del libro La sociedad del futuro (extraído de La mujer y el socialismo), explica cómo Bebel (y por tanto Marx y Engels) se equivocaron en esta cuestión: «La experiencia de la construcción socialista desmiente también la posición de Bebel de que, con la abolición de la oposición entre la ciudad y el campo, la población se iría de las grandes ciudades. La abolición de esta oposición implica que, en última instancia, no existe ni ciudad ni campo en el sentido moderno de estos términos. Al mismo tiempo cabe esperar que las grandes ciudades, aún cuando su naturaleza cambie en la sociedad comunista desarrollada, conservarán su importancia como centros culturales históricamente evolucionados» ([30]).
La experiencia de la «construcción del socialismo» en los regímenes estalinistas confirma, en realidad, que la tendencia de la civilización burguesa sobre todo en su época de decadencia, es la de amontonar cada vez más seres humanos en ciudades abarrotadas más allá de cualquier medida humana, superando, y con mucho, las peores pesadillas de los fundadores de la teoría marxista, que veían que las ciudades, ya en su época, eran catastróficas. Los estalinistas se han burlado, en esto como en todo lo demás, del marxismo. Así el déspota Ceaucescu en Rumanía proclamó que la destrucción con bulldozers de las viejas ciudades y su sustitución por gigantescos bloques «obreros» suponía la abolición de la oposición entre la ciudad y el campo. La respuesta más acertada a tales perversiones se encuentra en el texto de Bordiga, Espacio contra cemento, escrito a principios de los años 50, y que constituye una denuncia apasionada de las latas de sardina en que el urbanismo capitalista hace vivir a la mayoría de la humanidad, y al mismo tiempo supone una neta reafirmación de la posición marxista original sobre esta cuestión: «Cuando después de haber derrotado por la fuerza esta dictadura cada día más obscena, sea posible subordinar cada solución y cada plan a la mejora de las condiciones de trabajo..., entonces el verticalismo brutal de los monstruos de cemento quedará ridiculizado y suprimido, y en las inmensas extensiones de espacio horizontal, las ciudades gigantes ya reducidas, la fuerza y la inteligencia del animal-hombre tenderán progresivamente a equilibrar, sobre las tierras habitables, la densidad de vida y la del trabajo, y esas fuerzas estarán, en lo sucesivo, en armonía y no ferozmente enfrentadas como en la deforme civilización actual, en la que se unen en el espectro de la servidumbre y del hambre» ([31]).
Esta transformación verdaderamente radical del medio ambiente es más necesaria que nunca, en el actual período de descomposición capitalista, en el que las urbes gigantescas son cada vez más inmensas e inhabitables, y al mismo tiempo representan hoy la principal amenaza para el conjunto de la vida en el planeta. El programa comunista, en ésta como en las demás cuestiones, es el mejor desmentido del estalinismo. Y supone también una bofetada a la cara pseudoradical de los «verdes» que nunca podrán superar su eterna oscilación entre dos falsas soluciones: de un lado el sueño nostálgico de una vuelta atrás hacia el pasado, que encuentra su expresión más lógica en las Apocalipsis de los «anarquistas verdes» y los primitivistas cuya «vuelta a la naturaleza» sólo puede estar basada en la exterminación de la mayoría del género humano; y, por otro lado, las «reformas», los pequeños apaños y las experiencias del ala ecologista más respetable (apoyada en todos caso por los primitivistas, por razones tácticas) que buscan simplemente pequeños remiendos a todos los problemas particulares de la vida de la ciudad moderna: el ruido, el stress, la contaminación, la superpoblación, los embotellamientos y todo lo demás. Pero si los seres humanos son dominados por las máquinas, los sistemas de transporte y los inmuebles que ellos mismos han construido, es porque se encuentran aprisionados en una sociedad en la que el trabajo muerto domina, en todos los ámbitos, al trabajo vivo. Sólo cuando la humanidad pueda recuperar el control de su propia actividad productiva, podrá crear un medio ambiente compatible con sus necesidades, pero la premisa sigue siendo el necesario derrocamiento de la «dictadura cada vez más obscena» del capitalismo, es decir la revolución proletaria.
CDW
En el próximo artículo de esta serie, examinaremos cómo los revolucionarios de finales del siglo XIX preveían la más crucial de todas las transformaciones: la transformación del «trabajo inútil» en «trabajo útil», es decir la superación práctica del trabajo alienado. Trataremos entonces sobre la acusación lanzada contra estas visiones del socialismo, de que supondrían una recaída en el utopismo premarxista. Esto nos llevará a la cuestión que se convirtió en la principal preocupación del movimiento revolucionario en la primera década de este siglo, y que residía no ya en la meta última del movimiento, sino en los medios para alcanzarla.
[1] Ver artículo de esta serie en la Revista Internacional nº 81.
[2] Manuscritos de economía y filosofía, Alianza Editorial.
[3] Ver Revista internacional nº 81.
[4] Ottilie Baader, citada en el libro de Vogel: Marxism and the oppresion of women, Pluto Press 1983. Traducido por nosotros del inglés.
[5] Traducido del inglés por nosotros.
[6] Ver Revista internacional nº 84.
[7] La femme dans le passé, le présent et l’avenir. Ed. Ressources, Pág. 128. Traducido del francés por nosotros.
[8] Ídem, pag. 60.
[9] En este pasaje de Bebel, la relación entre los estados mentales y psicológicos están presentados de manera un tanto mecánica. Freud llevó la investigación sobre la neurosis a un nivel superior, mostrando que el ser humano no puede ser comprendido como una unidad mental y física cerrada, sino situado en el terreno de la realidad social. Debemos recordar, sin embargo, que el propio Freud comenzó con un modelo muy mecánico de la psique, y que sólo después, evolucionó hacia una visión más social, más dialéctica, del desarrollo mental del hombre.
[10] Penguin Books 1971. Traducido del inglés por nosotros.
[11] Bordiga, La passion du communisme, Ed Spartacus 1972. Traducido del francés por nosotros.
[12] Ídem.
[13] «Es el capitalismo lo que envenena la tierra». Revista internacional nº 63.
[14] Ver Revista internacional nº 70, 71 y 75.
[15] Ver Revista internacional nº 25, 27, 28 y 30.
[16] La dialéctica de la naturaleza, capítulo «El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre».
[17] Ver Revista internacional nº 81.
[18] Ver también el rechazo por parte de la Communist Worker’s Organisation de la idea de una escisión entre Marx y Engels en Revolutionary Perspectives no 1, serie 3.
[19] Cf. Le concept de nature chez Marx, 1962. Traducido del francés por nosotros.
[20] Historia y conciencia de clase, Lukacs.
[21] Ídem.
[22] Anti Dühring.
[23] Ídem.
[24] Ídem.
[25] La femme dans le passé..., op. cit. Traducido del francés por nosotros.
[26] Ídem.
[27] Ídem.
[28] Ecrits politiques de Wiliam Morris, «la société du futur». Traducido del francés por nosotros.
[29] Ídem.
[30] Traducido por nosotros.
[31] Espèce humaine et croûtre terrestre (Especie humana y corteza terrestre). Traducido del francés por nosotros.
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En el artículo precedente, explicábamos cómo los revolucionarios en Alemania se vieron confrontados a la cuestión de la construcción de la organización ante la traición de la socialdemocracia: llevar primero la lucha hasta el final dentro del antiguo Partido, llevar a cabo un duro trabajo de Fracción, y por fin, cuando este trabajo ya no era posible, preparar la construcción de un nuevo Partido. Ese fue el método responsable que adoptaron los espartaquistas con relación al SPD y que los llevó después a adherirse mayoritariamente al USPD centrista que acababa de formarse, al contrario de la Izquierda de Bremen que exigía la fundación inmediata del Partido. En este artículo vamos a tratar de la fundación del KPD y de las dificultades organizativas en la construcción de este nuevo Partido.
El 5 de mayo de 1917, los Radicales de izquierda de Bremen y Hamburgo reprocharon a los espartaquistas que hubieran renunciado a su independencia organizativa al integrarse en el USPD. Ellos opinaban en cambio que «ha llegado el momento de la fundación de una organización de la izquierda radical en el Partido socialista internacional de Alemania (Internationale Sozialistische Partei Deutschlands)».
Durante el verano, los Radicales de izquierda organizaron encuentros de preparación para la constitución de un nuevo partido. La Conferencia de fundación quedó fijada para el 25 de agosto en Berlín. Para entonces sólo 13 delegados habían conseguido llegar (de los cuales 5 son de Berlín), pero la policia es más rápida y disuelve la Conferencia, lo que demuestra que no basta la voluntad, sino que debe disponerse de recursos organizativos suficientes. «No basta, precisamente, con enarbolar "el estandarte de la pureza". El deber es llevarlo a las masas para ganárselas» declaró R. Luxemburgo en el periódico ‘Der Kampf’ de Duisburgo. El 2 de septiembre se produjo otra tentativa. Esta vez la organización se llamaba Internationaler Sozialisticher Arbeiterbund. Sus estatutos preveían que cada sección conservase su autonomía, y defendían que «la división en organizaciones políticas y económicas está superada históricamente». Este es un nuevo indicador de la gran confusión que reinaba en temas de organización. No es cierto que la Izquierda de Bremen fuera el grupo más claro ni política ni prácticamente, en los movimientos revolucionarios de Alemania. El grupo que se formó en Dresde en torno a O. Rühle, y otras corrientes, empezaron a desarrollar sus ideas hostiles a la organización política. El futuro comunismo de consejos seguía madurando. Aunque los comunistas de consejos no se dotaran de formas de organización políticas, su voz tenía un gran alcance en la clase. Mientras los espartaquistas encontraban un eco cada vez mayor, la Izquierda de Bremen quedó reducida a un pequeño grupo, y tanto ella como el ISD no superaron nunca el estado de círculo restringido.
Aunque el balance de su año y medio de trabajo de la Líga en el USPD no hubiera dado los frutos esperados, contrariamente a lo que afirmaba el ISD al principio, aquélla nunca abandonó su independencia, desarrollando una intervención activa en las filas del USPD.
Bien sea con ocasión de las polémicas en torno a las negociaciones de Brest-Litovsk desde diciembre de 1917, o cuando en enero de 1918 se desató una gigantesca oleada de huelgas en las que paró un millón de trabajadores y en las que aparecieron los consejos obreros en Alemania, la Liga espartaquista estaba cada vez más en primera fila.
Precisamente en el momento en el que el capital alemán, encabritado, se disponía a enviar más carne de cañon a las trincheras[1], la Liga espartaquista se refuerza en su organización. Editaba 8 publicaciones con tiradas que iban desde los 25 mil a los 100 mil ejemplares. Todo ello, además, en un momento en el que casi toda la dirección espartaquista se encontraba en la cárcel[2].
Aún cuando la Izquierda de Bremen hubiera aspirado a fundar un partido independiente, la Liga espartaquista no adoptó una actitud sectaria, sino que continuó trabajando por el reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias en Alemania.
El 7 de octubre de 1918, el grupo Spartakus convocó una conferencia nacional en la que participaron delegados de varios grupos locales de los Linksradikale. En ella, se sacó un balance negativo del trabajo efectuado en el seno del USPD, y se decidió una colaboración entre los Espartaquistas y los demás Radicales de izquierda, sin que estos últimos entraran en el USPD. Sin embargo, la Conferencia no destacó como hubiera sido necesario - habida cuenta del ascenso del movimiento revolucionario - la exigencia de la formación de un partido independiente. Lenin ya destacó la importancia de «... la mayor desgracia de Europa, el peor peligro para ella es que no existe un partido revolucionario (...) Es verdad que un potente movimiento revolucionario de las masas puede subsanar esta carencia, pero este hecho no deja de ser una gran desgracia y un gran peligro»[3].
Cuando estallaron las luchas revolucionarias en noviembre de 1918, los Espartaquistas desarrollaron una actividad heroica. El contenido de su intervención en las luchas era de una gran calidad. Poniendo por delante la necesidad de referirse a la clase obrera de Rusia, desenmascarando sin vacilar las maniobras y el sabotaje de la burguesía, reconociendo el papel de los consejos obreros y la necesidad, tras el fin de la guerra, de que el movimiento se plantee a otro nivel donde pueda reforzarse gracias a la presión ejercida desde las fábricas. Por motivos de espacio no podemos abordar esa intervención más en detalle. Los Espartaquistas pese a tener una gran fuerza en cuanto al contenido político, no tenían una influencia determinante en las filas obreras durante las luchas. Para ser un verdadero partido no basta con tener posiciones justas, es necesario tener también una capacidad de influencia sobre la clase obrera. Tener la capacidad de dirigir el movimiento, como el buen timonel su barco, para encaminado por la buena vía. Los Espartaquistas que hicieron un enorme trabajo de propaganda durante el conflicto, cuando estallaron las luchas eran tan solo un grupo deslavazado al que faltaba una trama organizativa tupida...
A esto se añade como factor suplementario de dificultad su pertenencia, aún, al USPD. Muchos obreros no distinguían claramente entre los Centristas y los Espartaquistas. El SPD mismo saca provecho de esta situación confusa para utilizar en beneficio propio la indispensable «unidad» de los partidos obreros. El desarrollo organizativo sólo se acelera tras el estallido de las luchas. El 11 de noviembre de 1918, el grupo Spartakus se transforma en Liga Spartakus con una Central de 12 miembros. Mientras que el SPD disponía, él solo, de más de cien periódicos y podía sustentar sus actividades contrarrevolucionarias en un amplio aparato sindical y de funcionarios, durante la decisiva semana del 11 al 18 de noviembre de 1918, los Espartaquistas están sin prensa, Die Rote Fahne[4] no puede salir. Se ven obligados a ocupar los locales de un periódico burgués. El SPD hace entonces todo lo posible para impedir que se imprima Die Rote Fahne en la imprenta que habían ocupado. Die Rote Fahne solo logra reaparecer tras la ocupación de una segunda imprenta. Los Espartaquistas, tras no haber logrado la mayoría necesaria para convocar un congreso extraordinario del USPD, deciden fundar un partido independiente. El ISD, que mientras tanto transforma su nombre en IKD, celebra su primera Conferencia nacional el 24 de diciembre en Berlín; en ella participan delegados de Wasserkante, Renania, Sajonia, Baviera, Wurtemberg y Berlín. Radek, durante esa Conferencia, empuja a la fusión del IKD y los Espartaquistas. Entre el 30 de diciembre de 1918 y el 1 de enero de 1919 se funda el KPD basado en el agrupamiento del IKD y de los Espartaquistas.
El primer punto del orden del día es el balance del trabajo realizado en el seno del USPD. El 29 de noviembre, Rosa Luxemburgo ya había sacado como conclusión que en un período de ascenso de la lucha de clases «en la revolución ya no hay sitio para un partido de ambigüedades y medidas a medias»[5]. Los partidos centristas, como el USPD, en situaciones revolucionarias están llamados a estallar.
«Hemos pertenecido al USPD para sacar de él todo lo que fuera posible, para hacer que avanzasen los elementos más valiosos del USPD, radicalizarlos para, de esta forma, lograr nuestro objetivo mediante un proceso de disociación a través del cual ganar la mayor cantidad posible de fuerzas revolucionarias para juntarlas en un Partido proletario revolucionario, unido y unitario (...) El resultado fue extraordinariamente pobre. [Desde entonces, el USPD] sirve de taparrabos a los Ebert-Scheidemann. Ellos, sin duda, han borrado en las masas la percepción de la diferencia entre la política del USPD y la de los socialistas mayoritarios (...) Hoy es hora de que todos los elementos proletarios revolucionarios den la espalda al USPD para construir un nuevo partido, autónomo, con un programa claro, con objetivos firmes, con una táctica unitaria, con la más alta determinación y resolución revolucionaria, concebido como un potente instrumento para el triunfo de la revolución social que comienza»[6].
La tarea del momento era la de agrupar a las fuerzas revolucionarias en el KPD y la de delimitarse lo más claramente respecto a los centristas.
Rosa Luxemburgo, en su «Informe sobre el programa y la situación política» da prueba de la mayor claridad poniendo en guardia contra la subestimación de las dificultades del momento: «Tal y como os lo describo, todo este proceso parece ser más lento de lo que se podía pensar en un primer momento. Creo que para nosotros es bueno que veamos las cosas tal como son, que veamos claramente todas las dificultades, todas las complicaciones de esta revolución. Y espero que, como yo, ninguno de vosotros verá paralizado su ardor y su energía por la comprensión de las dificultades y las necesidades que se abren ante nosotros».
Además, subraya con insistencia la importancia del papel del partido en el movimiento que se está desarrollando: «La actual revolución, que está solo en su comienzo, tiene ante sí enormes perspectivas pero también problemas de dimensión histórica y universal, ha de contar con un faro fiable que a cada nuevo paso de la lucha, ante cada victoria o ante cada derrota, le indique sin error el camino para lograr su objetivo supremo, la revolución socialista mundial, que es el camino de la lucha intransigente por el poder del proletariado por la liberación de la humanidad del yugo del capital. En el actual enfrentamiento entre esos dos mundos, ser el faro que indica la dirección a seguir, ser la palanca proletaria socialista de la revolución, es la tarea específica de la Liga Spartakus»[7]. «Debemos enseñar a las masas que el consejo obrero y de soldados debe ser en todas partes la palanca de la inversión de la máquina del Estado, que debe asumir todas las fuerzas de acción y dirigirlas hacia la transformación socialista. Incluso las masas obreras ya organizadas en consejos obreros y de soldados están a mil leguas de los deberes que han de cumplir excepto, naturalmente, pequeñas minorías de proletarios que tienen una clara conciencia»[8]. Lenin, que recibe en diciembre el programa de los espartaquistas «¿Que quiere la Liga Spartakus?», lo considera la piedra angular para la fundación de la Internacional Comunista: «En esta perspectiva debemos (...) formular los puntos de principios para la plataforma (creo que podemos: a) retomar la teoría y la practica del bolchevismo; b) más ampliamente " ¿Que quiere la Liga Spartakus?"). Con a+ b, quedan suficientemente claros los principios fundamentales de la plataforma»[9].
La composición de las delegaciones (83 representantes de 46 secciones) refleja la total inmadurez de la organización, pues la mayoría de los delegados no tenía un mandato preciso. Al lado de la vieja línea de obreros revolucionarios del Partido, que antes de la guerra habían pertenecido a la izquierda radical en torno a Rosa Luxemburgo, se encuentran ahora jóvenes obreros que durante la guerra se encargan de la pro-paganda y la acción revolucionaria pero que tienen muy poca experiencia política, soldados marcados por los sufrimientos y privaciones de la guerra, pacifistas que habían combatido con coraje contra la guerra empujados hacia la izquierda por la represión y que veían en el movimiento obrero radical un terreno favorable para sus ideas, artistas e intelectuales portados por los vientos revolucionarios, elementos que toda revolución pone súbitamente en movimiento.
La lucha contra la guerra había incorporado diversas fuerzas a un mismo frente. Al mismo tiempo la represión había llevado a numerosos dirigentes a la cárcel, incluso gran cantidad de obreros miembros experimentados del Partido habían muerto, en cambio había muchos elementos jóvenes y radicalizados pero sin ninguna experiencia organizativa. Eso muestra que la guerra no proporciona obligatoriamente las condiciones más favorables para la construcción del partido. Respecto a la cuestión organizativa había, en el KPD, un ala marxista representada por Rosa Luxemburgo y Leo Jogisches, un ala hostil a la organización que luego dará lugar a la corriente comunista de los consejos, y por último un ala activista representada por K. Liebknecht, vacilante sobre las cuestiones organizativas.
El Congreso iba a dejar patente el abismo existente entre, por un lado, la claridad programática (a pesar de las importantes divergencias existentes) que Rosa Luxemburgo expresa en su discurso sobre el programa, y, por otro lado, las debilidades en lo que a concepciones organizativas se refiere.
De entrada, las cuestiones organizativas solo ocupan una pequeña parte del Congreso de fundación, además en el momento de la discusión varios delegados han abandonado ya la sala. El propio informe al Congreso, redactado por Eberlein, describe las debilidades del KPD sobre esta cuestión. Eberlein, como presentador, comienza por hacer un balance de trabajo realizado hasta entonces por los revolucionarios. «Las antiguas organizaciones eran "asociaciones electorales" (Wahlvereine) tanto por su nombre como por sus actividades. La nueva organización no debe ser un club electoral, sino una organización política de combate. (...) Las organizaciones socialdemócratas son "Wahlvereine". Toda su organización reposa en la preparación y la agitación para las elecciones, en realidad solo había algo de vida en la organización durante los períodos de preparación de las elecciones o durante éstas. El resto del tiempo la organización estaba apagada»[10].
Esta apreciación de la vida política antes de la guerra en el seno del SPD refleja la extinción de la vida política por la gangrena del reformismo. La orientación exclusiva hacia las elecciones parlamentarias vacía de toda vida política a las organizaciones locales. Esta fijación sobre la actividad respecto al parlamento, el cretinismo parlamentario y las ataduras a la democracia burguesa que conlleva, podía provocar la peligrosa ilusión de que el eje esencial del combate del Partido sería su actividad en el Parlamento. Solo a partir del comienzo de la guerra, cuando la fracción parlamentaria en el Reichstag traiciona, se produce la reflexión en numerosas secciones locales.
Sin embargo, durante la guerra «(...) hemos tenido que llevar una actividad ilegal, y a causa de esta actividad ilegal no hemos podido construir una organización sólida» (Eberlein). De hecho, Liebknecht durante el período entre el verano de 1915 y octubre de 1918 o estuvo movilizado en el ejercito o encarcelado para prohibirle la «libre expresión de sus opiniones» e impedirle todo contacto con los demás camaradas. Rosa Luxemburgo estuvo presa durante tres años y cuatro meses; L. Jogisches a partir de 1918. La mayoría de los miembros de la Central formada en 1916 está entre rejas a partir de 1917. Muchos de ellos no saldrán de la cárcel hasta la víspera del estallido de las luchas revolucionarias de finales de 1918. Aunque la burguesía no pudo hacer callar a Spartakus, sí logró asestar un severo golpe a la construcción del partido privando de su dirección a un movimiento organizativamente inacabado. Si bien es cierto que las condiciones de ilegalidad y represión son una traba importante para la formación de un partido revolucionario, eso no debe ocultarnos el hecho de que existía en el seno de las fuerzas revolucionarias una subestimación grave sobre la necesidad de construir una nueva organización que pesaba en muchas partes. Eberlein pone de relieve esta debilidad cuando afirma: «Todos sabéis que somos optimistas porque las próximas semanas y meses nos traerán una situación en la cual las discusiones sobre todo esto serán ya inútiles. Por tanto, dado el poco tiempo de que disponemos, no quiero haceroslo perder (...) Hoy estamos en plena lucha política y, por eso, no podemos perder tiempo en nimiedades sobre los párrafos (...) En estos días, no podemos ni debemos poner el acento en las pequeñas insistencias organizativas. En la medida de lo posible, queremos dejar que tratéis estas cuestiones en vuestras secciones locales en las semanas y meses próximos (...) (Contando con más miembros convencidos) prestos a lanzarse a la acción en los próximos días y que orientan todo su espíritu a la acción en el período próximo, superaremos fácilmente los pequeños problemas organizativos y de forma de organización»[11] .
Naturalmente, todo es urgente, todo es acuciante en la hoguera revolucionaria, el tiempo desempeña un papel esencial. Por eso es deseable, en realidad necesario, que la clarificación de las cuestiones organizativas sean ya adquisiciones previas. Aunque la mayoría de los delegados esperaba en las siguientes semanas la aceleración del combate revolucionario, muchos de ellos que desarrollaban una desconfianza hacia la organización tenían la idea de que los propios acontecimientos convertirían al partido en superfluo.
En el mismo sentido, la declaración de Eberlein no solo muestra impaciencia, sino una subestimación dramática de la cuestión organizativa: «Durante cuatro años no hemos tenido tiempo para pensar en cómo queremos organizarnos. En estos cuatro años pasados hemos debido confrontarnos a acontecimientos nuevos y tomar decisiones en función de ellos, sin preguntarnos si éramos capaces de elaborar unos estatutos organizativos»[12].
Como señala Lenin, es cierto que los Espartaquistas «han cumplido un trabajo sistemático de propaganda revolucionaria en condiciones de lo más difíciles» pero también es cierto que hubo un peligro que no supieron evitar. Una organización revolucionaria no debe «sacrificarse» por su intervención en la clase, es decir que su intervención, por muy necesaria que sea, no debe conducir a la parálisis de las actividades organizativas mismas. Un grupo revolucionario puede, en condiciones tan dramáticas como las de la guerra, intervenir heroica e intensamente. Pero si, en el momento de auge de las luchas, no dispone de un tejido organizativo sólido, todos los sacrificios anteriores de años de intervención se habrán perdido. La construcción de una trama organizativa, la clarificación de la función y del funcionamiento, la elaboración de reglas organizativas (estatutos) son la clave de bóveda del desarrollo, del funcionamiento y de la intervención de la organización en la clase. La intervención en la clase no puede dar realmente sus frutos si se hace en detrimento de la construcción de la organización.
La defensa y la construcción de la organización es una responsabilidad permanente de los revolucionarios tanto en los períodos de reflujo profundo como en los de pleno desarrollo de la lucha de clases.
Al mismo tiempo, un ala del KPD reacciona como gato escaldado por la experiencia vivida en el SPD. El SPD había hecho surgir, en efecto, un aparato burocrático tentacular que permitió a la dirección del Partido, en el proceso de degeneración oportunista, obstaculizar cada vez más las iniciativas locales. Una parte del KPD, por miedo a verse ahogada por la nueva Central, se hace la abanderada del federalismo. Eberlein se suma a ese coro: «En esta forma de organización es necesario que el conjunto de la organización deje la mayor libertad posible a las diversas secciones, que no vengan directrices esquemáticas desde las alturas. (...) También pensamos que hay que abandonar el viejo sistema de subordinación de las organizaciones locales, las diferentes organizaciones de fábrica deben tener una autonomía total. (...) Han de contar con la posibilidad de entrar en acción sin que la central dé las instrucciones»[13].
La aparición de un ala hostil a la centralización, que hará surgir una corriente comunista de consejos, supondrá un retroceso en la historia organizativa del movimiento revolucionario.
Respecto a la prensa es lo mismo: «Pensamos que la cuestión de la prensa tampoco puede relegarse a una instancia central, las organizaciones locales deben poder crear su propio periódico (...). Algunos camaradas nos han atacado (la Central) y les respondemos: "Vosotros sacáis un periódico ¿qué vamos ha hacer con él? Si no podemos utilizarlo, sacaremos nuestro propio periódico”»[14].
Esta falta de confianza en la organización, y sobre todo en la centralización, se ve sobre todo en los antiguos «linksradikale» de Bremen[15]. Partiendo de la comprensión justa de que el KPD no puede ser una simple continuidad, sin ruptura, con el antiguo SPD, empiezan a caer en la tendencia opuesta de negar toda continuidad: «No tenemos ninguna necesidad de bucear en los antiguos estatutos para seleccionar lo que nos seguiría siendo útil»[16].
Estas declaraciones de Eberlein ponen de relieve la heterogeneidad del KPD, recién fundado, sobre la cuestión organizativa.
Solo el ala que agrupa a Rosa Luxemburgo y L. Jogisches interviene de forma marxista resuelta ante el Congreso. En el polo opuesto directo está el ala de los comunistas de consejos, hostil a la organización, que subestima ampliamente el papel de las organizaciones políticas en la clase y rechaza, sobre todo, la centralización y empuja a instaurar la total autonomía de las secciones locales. Rühle es su representante principal[17]. Otra ala, sin una alternativa clara, se reúne en torno a K. Liebknecht y se caracteriza por su enorme combatividad. Pero para actuar como partido la simple voluntad de luchar es ampliamente insuficiente; en cambio son indispensables la claridad programatica y la solidez organizativa. El ala entorno a Liebknecht orienta sus actividades, casi en exclusiva, a la intervención en la clase. Esto queda patente cuando el 23 de octubre es liberado de la cárcel. A su llegada a Berlín, en la estación de Anhalt, le esperan cerca de 20 000 obreros. Sus primeras actividades son ir a las puertas de las fábricas para hacer agitación entre los obreros. Mientras que en octubre de 1918 sube la temperatura en las filas obreras, la obligación más imperiosa para los revolucionarios no es solo intervenir sino emplear todas sus fuerzas para construir la organización, más aún puesto que los espartaquistas son aún un cuerpo organizativo laxo, sin estructuras sólidas. Esta actitud de Liebknecht se diferencia claramente de la de Lenin. Cuando Lenin llega a la estación de Petrogrado en abril de 1917 y es acogido triunfalmente, ante todo da a conocer sus Tesis de Abril y pone su empeño en que el Partido bolchevique salga de su crisis y se arme con un programa claro llamando a convocar un Congreso extraordinario. Por el contrario, la preocupación principal de Liebknecht no es la organización y su construcción. Por otra parte, parece desarrollar una concepción de la organización en la cual el militante revolucionario ha de ser obligatoriamente un héroe, un individuo preeminente, y no es capaz de ver que una organización proletaria vive, sobre todo, de su fuerza colectiva. En continuidad con esa visión errónea de la organización, su actitud es con frecuencia la de embarcarse en acciones por su cuenta y riesgo. R. Luxemburgo se queja con frecuencia: «Karl va siempre de un lado a otro, corriendo de un mitin obrero a otro, normalmente no viene más que a una reunión de la redacción de Die Rote Fahne; y es casi imposible hacer que asista a las reuniones de la organización». Es la viva imagen del luchador solitario. No logra entender que su principal contribución está en participar al reforzamiento de la organización.
La tradición parlamentaria había corroído durante años al SPD. Las ilusiones creadas por el predominio de la actividad parlamentario-reformista fomentaron la idea de que la lucha en el marco del parlamento burgués era el arma principal de la clase obrera, en lugar de considerarla como una herramienta transitoria para aprovechar las contradicciones entre las diferentes fracciones de la clase dominante, corno un medio para obtener del capital concesiones momentáneas. "Adormecido" por el parlamentarismo, el SPD tendía a medir la fuerza de la lucha en función de los votos obtenidos por el Partido en el parlamento burgués. Esta es una de las principales diferencias entre las condiciones de lucha de los bolcheviques y de la Izquierda alemana. Los bolcheviques tienen la experiencia de 1905, intervienen en condiciones de represión e ilegalidad, pero también en el Parlamento ruso, a través de un grupo restringido de diputados, y su centro de gravedad no está en la lucha parlamentaria y sindical. Mientras que el SPD se ha convertido en un potente partido de masas, roído por el oportunismo, el Partido bolchevique es relativamente pequeño y ha resistido mejor el oportunismo, a pesar de las crisis que ha sufrido. No es casual que el ala marxista en materia de organización, con Rosa Luxemburgo y Leo Jogisches, procediera de la parte polaco-lituana del SDKPiL, es decir, de una fracción del movimiento revolucionario que poseía la experiencia directa de las luchas de 1905 y que no se había empantanado en la ciénaga parlamentaria.
Finalmente, el Congreso muestra aún otra debilidad del movimiento revolucionario. Mientras que la burguesía alemana cuenta con la ayuda de las burguesías de los países con los que antes estaba en guerra, mientras que el capital se une a nivel internacional para luchar contra la clase obrera revolucionaria (contra el joven poder obrero en Rusia se unen veintiún ejércitos blancos para luchar en la guerra civil), los revolucionarios van a la zaga en lo tocante a su unificación. De un lado, por el peso de las concepciones heredadas de la IIa Internacional. Los partidos de la IIa Internacional están construidos de modo federalista. La concepción federalista desarrolla tendencias centrífugas en la organización, impidiendo plantear la cuestión organizativa a escala internacional y centralizada. El ala izquierda tuvo que combatir separadamente, uno a uno, en los diferentes partidos de la IIa Internacional.
«Esta labor fraccional de Lenin se realiza exclusivamente en el seno del partido ruso, sin tratar de llevarla a escala internacional. Para convencerse de ello basta leer sus intervenciones en los diversos congresos, y podernos afirmar que este trabajo es completamente desconocido fuera de las esferas rusas»[18].
Tanto es así, que K. Radek es el único delegado extranjero que asiste al Congreso de fundación. Y si lo hace es gracias a una buena dosis de maña y de suerte que le permite atravesar la tupida red de controles establecidos por el gobierno del SPD. El Congreso habría tenido un aspecto muy diferente de haber asistido los dirigentes del movimiento revolucionario como Lenin y Trotsky de Rusia, Bordiga de Italia o Gorter y Pannekoek de Holanda.
Hoy podemos y debemos sacar la lección de que no puede haber construcción del partido en un país si los revolucionarios no emprenden esa misma tarea simultáneamente de forma internacional y centralizada.
El paralelismo con la tarea de la clase obrera es muy claro: el comunismo no puede construirse aislado en un solo país. La consecuencia cae por su peso: la construcción del Partido exige que se realice en el plano internacional.
Con el KPD nace un nuevo partido, muy heterogéneo en su composición, dividido en el plano programático y con un ala marxista en materia de organización minoritaria. Está ya muy expandida entre numerosos delegados la desconfianza hacia la organización y, sobre todo, en la centralización. El KPD no cuenta aún con suficiente proyección e influencia en las masas obreras como para marcar el movimiento con su sello.
La experiencia del KPD muestra que hoy el partido debe ser construido sobre un sólido armazón organizativo. La elaboración de los principios organizativos, funcionar de acuerdo con el espíritu de partido, no se logra por decreto, es el resultado de años de práctica basada en esos principios. La construcción de la organización requiere mucho tiempo y mucha perseverancia. Por eso es necesario que los revolucionarios de hoy saquen las lecciones de las debilidades de los revolucionarios en Alemania.
DV
[1] Entre marzo y noviembre de 1918 las perdidas alemanas en el frente Oeste son de cerca de 200 000 muertos, 450 000 prisioneros o
desaparecidos y 860 000 heridos
[2] Tras la detención de K. Liebknecht a principios del verano de 1916, el 4 de junio de 1916 el ala de izquierda de la socialdemocracia celebra una conferencia. Se forma un Comité de acción, compuesto de cinco miembros, Duncker, Meyer, Mehring, entre otros, y presidido por ¡Otto Ruhle!, para reconstruir las relaciones entre los grupos revolucionarios que la represión había roto. El que la centralización y la construcción de la organización, vía presidencia del Comité, se dejara en manos de un camarada como O. Ruhle que ya entonces mostraba ciertas reticencias sobre la importancia de la organización política revolucionaria, demuestra la precaria situación en que se encon-traban los Spartakistas debido a la represión
[3] Lenin, artículo aparecido en Pravda el 11 de octubre de 1918
[4] Die Rothe Fahne, La Bandera Roja, periódico central de la Liga Espartaquista
[5] Rosa Luxemburgo, «El Congreso del Partido de los socialistas independientes», Die Rote Fahne n, 14
[6] K. Liebknecht, «Proceso verbal del Congreso de fundación del KPD».
[7] Rosa Luxemburgo, «La Conferencia nacional de la Liga Spartakus», Die Rote Fahne ny 43, 29 de diciembre de 1918
[8] Rosa Luxemburgo, «Discurso sobre el programa y la situación política», 30 de diciembre de 1918
[9] Lenin, diciembre de 1918, Correspondencia, Tomo 5
[10] Informe de Eberlein sobre la cuestión de la organización para el Congreso de fundación del KPD.
[11] Idem
[12] Ídem
[13] Ídem
[14] Ídem
[15] P. Frolich, miembro durante la guerra de la izquierda de Bremen y elegido para la Central en el Congreso de fundación, pensaba que «... las organizaciones locales deben disponer, para todas sus acciones, del derecho a la total autodeterminación, se trata por tanto del derecho a la autodeterminación para el resto del trabajo del Partido, en el marco del programa y las resoluciones adoptadas en el Congreso» (11 de enero de 1919, Der Kommunist). J. Knief, miembro de la Izquierda de Bremen defiende la siguiente concepción: «Sin negar la necesidad de una Central, los comunistas (de la IKD) exigimos, de acuerdo con la situación actual, la mayor autonomía y libertad de movimientos para las secciones locales y regionales» (Arbeiterpolitik rr 10, 1917)
[16] ídem
[17] J. Borchardt proclama en 1917: «Lo que pretendemos es la abolición de cualquier forma de dirección del movimiento obrero. Para Ilegar al socialismo lo que necesitamos es la democracia pura entre los camaradas, es decir, igualdad de derechos y autonomía, libre arbitrio y medios para la acción personal de cada individuo. No necesitamos jefes, sino únicamente órganos ejecutivos que, en vez de imponer su voluntad a los camaradas, actúen solamente como simples mandatarios de ellos» (Arbeiterpolitik n, 10, 1917).
[18] G. Mammone, Bilan n°24, «La fracción en los partidos socialistas de la II, Internacional».
Conflictos imperialistas
Desde los acontecimientos del sur de Líbano de la primavera pasada, las tensiones interimperialistas no han cesado de acumularse en Oriente Medio. Así, una vez más, han quedado desmentidos todos los discursos de los «especialistas» de la burguesía sobre el advenimiento de una «era de paz» en esa región, que es uno de los principales polvorines imperialistas. Esa zona, que fue una baza de la mayor importancia en los enfrentamientos entre los dos bloques durante 40 años, es el centro de una lucha encarnizada entre las grandes potencias imperialistas que componían el bloque del Oeste. Detrás del incremento de las tensiones imperialistas está el creciente cuestionamiento de la primera potencia mundial en uno de sus principales cotos, cuestionamiento al que incluso se dedican sus aliados más próximos.
La enérgica política aplicada por EEUU desde hace varios años para reforzar su dominio en todo Oriente Medio, quitando de en medio a todos sus rivales, ha conocido un serio patinazo con la llegada de Netanyahu en Israel; y eso, después de que Washington no cesara de afirmar su apoyo al candidato laborista Shimon Peres (Clinton se había comprometido personalmente en estas elecciones como nunca antes lo hiciera ningún presidente norteamericano). Las consecuencias de ese fallo electoral no han tardado en hacerse notar. Contrariamente a Peres, quien controlaba plenamente el Partido laborista, Netanyahu parece incapaz de controlar su propio partido, el Likud. Eso quedó de manifiesto en la cacofonía organizada cuando la formación de su gobierno y también en la puesta en cuarentena a la que se ha sometido a D. Levy, responsable de Relaciones exteriores. De hecho, Netanyahu está sometido a la presión de las fracciones más duras y arcaicas del Likud y del líder de éstas, A. Sharon. Fue éste quien denunció violentamente las ingerencias americanas en las elecciones israelíes. Ingerencias que, según él, reducían a «Israel al rango de simple república bananera». Sharon afirmaba así abiertamente la voluntad de algunos sectores de la burguesía israelí de alcanzar mayor autonomía respecto al omnipresente tutor norteamericano. Pero hoy, esas fracciones están empujando a la política de «cuanto peor, mejor», cuestionando todo el «proceso de paz» impuesto por el padrino americano con el acuerdo del tándem Rabin/Peres, ya sea contra los palestinos, haciendo nuevas implantaciones de población que el gobierno laborista había congelado, ya sea respecto a Siria en el tema del Golán. Son esas fracciones las que lo han hecho todo por retrasar el encuentro, previsto desde hacía tiempo, entre Arafat y Netanyahu y que, una vez realizado, lo han hecho todo por vaciarlo de todo sentido. Esta política acabará poniendo rápidamente en difícil postura al adelantado de EEUU que es Arafat, y acabará siendo incapaz de mantener el control de sus tropas si no es levantando la voz (lo cual ha empezado ya a hacer), yendo así hacia un nuevo estado de beligerancia con Israel. De igual modo, todos los esfuerzos desplegados por EEUU, alternando una de cal y otra de arena, para que Siria se metiera de lleno en su «proceso de paz», esfuerzos que empezaban a dar fruto, se encuentran ahora puestos en entredicho por la nueva intransigencia israelí.
La llegada al poder del Likud tiene también consecuencias en el otro gran aliado de Estados Unidos en la región, en el país que, después de Israel, es el gran beneficiario de la ayuda estadounidense en Oriente Medio, o sea Egipto; y eso en unos momentos en los que ese país clave del «mundo árabe» está siendo objeto, desde hace ya algún tiempo, de tentativas de acercamiento por parte de los rivales europeos de la primera potencia mundial ([1]). Desde la invasión israelí en el Sur de Líbano, Egipto intenta desmarcarse de la política americana reforzando sus lazos con Francia y Alemania, denunciando con cada vez mayor fuerza la política de Israel, país al que está, sin embargo, vinculado por un acuerdo de paz.
Pero sin duda, uno de los síntomas más espectaculares de la nueva situación imperialista que está surgiendo en la región es la evolución de la política de Arabia Saudí, que ha servido de cuartel general a los ejércitos estadounidenses durante la guerra del Golfo, respecto a su tutor. Sean quienes hayan sido sus verdaderos mandatarios, el atentado cometido en Dahran contra las tropas US iba directamente contra la presencia militar norteamericana, expresando ya un claro debilitamiento del dominio de la primera potencia mundial en una de sus principales fortalezas de Oriente Medio. Si a ello se añade el recibimiento especialmente cálido a la visita de Chirac, jefe de un Estado, el francés, que está en cabeza del cuestionamiento del liderazgo norteamericano, puede medirse la importancia de la degradación de la situación norteamericana en lo que hasta hace poco era un Estado sometido en cuerpo y alma a los dictados de Washington. Parece evidente que el abrumador dominio de EEUU resulta cada día menos soportable para ciertas fracciones de la clase dominante saudí, las cuales intentan, mediante el acercamiento a algunos países europeos, librarse un poco de aquél. El hecho de que sea el príncipe Abdalá, sucesor designado al trono, quien dirija esas fracciones demuestra la fuerza de la actual tendencia antiamericana.
El que aliados tan sometidos y dependientes de Estados Unidos, como Israel o Arabia Saudí, expresen sus reticencias a seguir los dictados del «Tío Sam», que no vacilen en estrechar lazos con los principales cuestionadores del «orden americano», o sea Francia, Gran Bretaña y Alemania ([2]), significa claramente que las relaciones de fuerza interimperialistas en lo que hasta hace poco era un coto privado de la primera potencia están viviendo cambios importantes.
En 1995, si bien los Estados Unidos estaban enfrentados a una situación difícil en la antigua Yugoslavia, en cambio reinaban por completo en Oriente Medio. Habían conseguido, mediante la guerra del Golfo, poner fuera de juego en la región a las potencias europeas. Francia vio su presencia en Líbano reducida a nada y a la vez perdía su influencia en Irak. Gran Bretaña, por su parte, no recibía la menor recompensa por su fidelidad y su participación activa en la guerra del Golfo, no otorgándole Washington sino unas cuantas ridículas migajas en la reconstrucción de Kuwait. A Europa, en las negociaciones israelo-palestinas, EE.UU. le ofreció un miserable banquillo, mientras él dirigía la orquesta. Esta situación ha durado más o menos hasta el show de Clinton en la cumbre de Sharm el Sheij. Pero desde entonces, Europa ha logrado abrir una cuña en la región, primero con discreción, luego abiertamente aprovechándose del fiasco de la operación israelí en el Sur de Líbano y explotando hábilmente las dificultades de la primera potencia mundial. A ésta, en efecto, le está costando cada vez más presionar no sólo ya a los consabidos recalcitrantes al «orden americano», como Siria, sino incluso a algunos de los más sólidos aliados, como Arabia Saudí.
El que eso se produzca en ese coto privado de caza tan esencial como lo es Oriente Medio en la salvaguardia del liderazgo de la superpotencia norteamericana es un síntoma claro de las dificultades que ésta tiene para conservar su estatuto en el ruedo imperialista mundial. El que Europa consiga volverse a meter en el juego medioriental, retando así a EE.UU. en una de las zonas del mundo que este país controlaba con más firmeza, es expresión del indudable debilitamiento de la primera potencia mundial.
El revés sufrido en Oriente Medio por el gendarme norteamericano debe ser tanto más subrayado porque se produce sólo unos meses después de su victoriosa contraofensiva en la ex Yugoslavia. Una contraofensiva destinada ante todo a meter seriamente en cintura a sus ex aliados europeos que se habían lanzado a la rebelión abierta. En el nº 85 de esta Revista, aún poniendo de relieve el retroceso sufrido por el tándem franco-británico en esa ocasión, también subrayaba los límites de ese éxito americano afirmando que las burguesías europeas, obligadas a retroceder en la ex Yugoslavia, buscarían otro terreno en donde dar cumplida respuesta al imperialismo americano. Este pronóstico ha quedado plenamente confirmado por lo sucedido en los últimos meses en Oriente Medio. Aunque EE.UU. conserva globalmente el control de la situación en lo que fue Yugoslavia (sin que ello impida que, también el los Balcanes, tengan que enfrentarse a las maniobras subterráneas de los europeos), puede verse actualmente que en Oriente Medio el dominio, que hasta hoy ejercía por completo, es cada vez más puesto en entredicho.
Pero no sólo es en Oriente Medio donde la primera potencia mundial se ve enfrentada al cuestionamiento de su liderazgo. Puede afirmarse que el pulso feroz que se están echando las grandes potencias imperialistas, expresión principal de un sistema moribundo, se está produciendo en el planeta entero. Por todas partes Estados Unidos está enfrentándose a los intentos más o menos patentes de cuestionamiento de su liderazgo.
En el Magreb, los intentos de EEUU para echar fuera o al menos reducir lo más posible la influencia del imperialismo francés se enfrenta a serias dificultades y por ahora parecen más bien estar fracasando. En Argelia, la constelación islamista, ampliamente utilizada por Estados Unidos para desestabilizar el poder local y el imperialismo francés, está en crisis abierta. Los atentados recientes del GIA deben considerarse más como actos de desesperación de un movimiento a punto de estallar que como expresión de una fuerza real. El hecho de que el principal proveedor de fondos de las fracciones islamistas, Arabia Saudí, sea cada día más reticente para seguir financiándolas, debilita tanto más los medios de presión estadounidenses. Aunque la situación dista mucho de estabilizarse en Argelia, la fracción en el poder con el apoyo del ejército y del padrino francés ha reforzado claramente sus posiciones desde la reelección del siniestro Zerual. Al mismo tiempo, Francia ha conseguido estrechar sus lazos con Túnez y Marruecos, aún cuando este país en particular había sido muy sensible, en los últimos años, a los cantos de sirena norteamericanos.
En el África negra, Estados Unidos, después del éxito en Ruanda en donde consiguió expulsar a la camarilla vinculada a Francia, se ve hoy enfrentado a una situación mucho más difícil. Si el imperialismo francés ha reforzado su credibilidad interviniendo con fuerza en Centroáfrica, el imperialismo USA, en cambio, ha sufrido un revés en Liberia, en donde ha tenido que abandonar a sus protegidos. Estados Unidos ha intentado recuperar la iniciativa en Burundi, procurando repetir lo que habían conseguido en Ruanda; pero también ahí se han enfrentado a una vigorosa réplica de Francia, la cual ha fomentado, con la ayuda de Bélgica, el golpe de Estado del general Buyoya, haciendo caduca la «fuerza africana de interposición» que EEUU intentaba organizar bajo su control. Cabe subrayar que, en gran parte, esos éxitos conseguidos por el imperialismo francés, el cual hasta hace poco se veía acorralado por la presión estadounidense, se deben en gran parte a su estrecha colaboración con la otra antigua gran potencia colonial africana, Gran Bretaña. Estados Unidos no sólo ha perdido el apoyo de ésta, sino que la tiene ahora en contra.
En cuanto a otra baza importante en la batalla entre las grandes potencias europeas y la primera potencia mundial, o sea Turquía, también aquí se encuentra EEUU con dificultades. Ese Estado tiene una importancia estratégica de primer orden en la encrucijada entre Europa, el Caucaso y Oriente Medio. Turquía es un aliado histórico de Alemania, pero tiene sólidos vínculos con Estados Unidos, especialmente a través de su ejército, formado en gran parte por ese país cuando existían los bloques. Para Washington hacer caer a Turquía en su campo, alejándola de Bonn, sería una victoria muy importante. Aunque la reciente alianza militar entre Turquía e Israel parece corresponder a los intereses americanos, las principales orientaciones del nuevo gobierno turco, o sea una coalición entre los islamistas y la ex Primera ministra turca T. Ciller, marcan, al contrario, una distanciación para con la política americana. No sólo Turquía sigue apoyando la rebelión chechena contra Rusia, aliada de Estados Unidos, lo cual hace el juego de Alemania ([3]), sino que incluso acaba de hacer un verdadero corte de mangas a Washington firmando importantes acuerdos con dos Estados especialmente expuestos a las amenazas estadounidenses, Irán e Irak.
En Asia, el liderazgo de la primera potencia mundial también es cuestionado. China no falla una ocasión para afirmar sus propias prerrogativas imperialistas incluso cuando éstas son antagónicas a las de EE.UU. Japón, por su parte, manifiesta también pretensiones hacia una mayor autonomía con relación a Washington. Periódicamente se producen manifestaciones contra las bases norteamericanas y el gobierno japonés se declara favorable a establecer vínculos políticos más estrechos con Europa. Hasta un país como Tailandia, baluarte del imperialismo americano, tiende a tomar sus distancias para con éste, dejando de dar su apoyo a los jemeres rojos, mercenarios de Estados Unidos, facilitando así los intentos de Francia por volver a recuperar su influencia en Camboya.
Muy significativas también de la crisis del liderazgo americano son las actuales incursiones de europeos y japoneses en lo que siempre ha sido el coto de caza más privado de Estados Unidos: su patio trasero latinoamericano. Cierto es que esas incursiones no están poniendo en peligro los intereses estadounidenses en la zona; tampoco pueden ser comparadas a otras maniobras de desestabilización, a menudo exitosas, llevadas a cabo en otras regiones del mundo, pero es significativo que ese santuario norteamericano, prácticamente inviolado, sea hoy objeto de la codicia de sus competidores imperialistas. Es una ruptura histórica en el dominio absoluto que ejercía la primera potencia mundial en Latinoamérica desde la aplicación de la «doctrina Monroe». Contra todos los intentos por mantener bajo la batuta estadounidense al continente americano, hay países como México, Perú o Colombia, a los que hay que añadir a Canadá, que no vacilan en poner en entredicho algunas decisiones de EE.UU. contrarias a sus intereses. Recientemente, México logró arrastrar a casi todos los Estados latinoamericanos en una cruzada contra la ley Helms-Burton promulgada por Estados Unidos para reforzar el embargo económico contra Cuba y sancionar a las empresas que se saltaran el embargo. Europa y Japón se han apresurado en explotar esas tensiones ocasionadas por las amenazas de esa ley. El excelente recibimiento reservado al presidente colombiano Samper durante su viaje a Europa, cuando EE.UU. lo está haciendo todo por hacerlo caer, es una ilustración más de lo anterior. El diario francés Le Monde escribía, por ejemplo, lo siguiente: «Mientras que hasta hoy, los USA ignoraban olímpicamente al Grupo de Río (asociación que agrupa a varios países del sur del continente), la presencia en Cochabamba (ciudad donde se reunía el grupo) de M. Albright, embajadora de Estados Unidos en la ONU, ha sido especialmente notada. Según algunos observadores, es el diálogo político entablado entre los países del Grupo de Río y la Unión Europea y, luego, con Japón, lo que explica el cambio de actitud de USA...»
¿Cómo explicar ese debilitamiento de la superpotencia norteamericana y los cuestionamientos de su liderazgo cuando Estados Unidos sigue siendo la primera potencia económica del planeta y, sobre todo, dispone de una superioridad militar absoluta sobre todos sus rivales imperialistas? A diferencia de la URSS, Estados Unidos no se desmoronó cuando desaparecieron los bloques que habían regido el planeta desde Yalta. Pero esta nueva situación ha afectado profundamente a la única superpotencia mundial que ha permanecido. Ya dábamos en el número 86 de esta Revista las razones de esa situación, en la «Resolución sobre la situación internacional» del XIIº Congreso de Révolution internationale.
En ella decíamos, poniendo de relieve que el retorno de EE.UU. después de su éxito yugoslavo no significaba ni mucho menos que hubiera superado las amenazas que se ciernen sobre su liderazgo: «Estas amenazas provienen fundamentalmente (...) del hecho de que hoy falta la condición principal para una verdadera solidez y estabilidad de las alianzas entre Estados burgueses en la arena imperialista, o sea, que no existe un enemigo común que amenace su seguridad. Puede que las diferentes potencias del ex bloque occidental se vean obligadas a someterse, golpe a golpe, a los dictados de Washington, pero lo que descartan es mantener una fidelidad duradera. Al contrario, todas las ocasiones son buenas para sabotear, en cuanto pueden, las orientaciones y las disposiciones impuestas por EE.UU.»
Los golpes de ariete dados estos últimos meses al liderazgo de Washington confirman ese análisis. La ausencia de enemigo común hace que las demostraciones de fuerza estadounidenses sean cada vez menos eficaces. Por ejemplo, «Tempestad del desierto», a pesar de los enormes medios políticos, diplomáticos y militares utilizados por EE.UU. para imponer su «nuevo orden», sólo logró frenar las veleidades de independencia de sus «aliados» durante un año. El estallido de la guerra en Yugoslavia durante el verano del 92 confirmaba el fracaso de la «pax americana». Ni siquiera el éxito alcanzado por EE.UU. a finales del 95 en la ex Yugoslavia ha podido impedir que la rebelión se extienda ya en la primavera del 96. En cierto modo, cuanto más hace alarde de su fuerza Estados Unidos, más determinación parecen tener los cuestionadores del «orden americano», arrastrando incluso tras ellos a los más dóciles ante los dictados norteamericanos. Así cuando Clinton quiere arrastrar a Europa en una cruzada contra Irán en nombre del antiterrorismo, Francia, Gran Bretaña y Alemania se niegan. De igual modo, cuando pretende castigar a los Estados que comercien con Cuba, Irán o Libia, el único resultado obtenido es la indignación general, incluso en Latinoamérica, contra EE.UU. Esta actitud agresiva tiene también consecuencias en un país de la importancia de Italia, que se balancea entre Estados Unidos y Europa. Las sanciones infligidas por Washington a grandes empresas italianas por sus estrechas relaciones con Libia no harán sino reforzar las tendencias proeuropeas de Italia.
Esta situación es expresión de la encrucijada en que se encuentra la primera potencia mundial:
- o no hace nada, renunciando a usar la fuerza (que es su único medio de presión hoy) y eso sería dejar cancha libre a sus competidores,
- o intenta afirmar su superioridad para imponerse como gendarme del mundo mediante una política agresiva (que es lo que parece tender a hacer cada vez más), lo cual se vuelve contra ella, aislándola más todavía y reforzando la rabia anti-USA por el mundo.
Sin embargo, debido a la irracionalidad profunda de las relaciones interimperialistas en la fase de decadencia del sistema capitalista, característica agudizada en la fase actual de descomposición acelerada, a Estados Unidos sólo le queda usar la fuerza para intentar preservar su estatuto en el ruedo imperialista. Así se le ve recurrir cada día más a la guerra comercial, la cual no es ya sólo expresión de la competencia feroz que desgarra un mundo capitalista empantanado en el infierno sin fin de su crisis, sino que es un arma para defender sus prerrogativas imperialistas frente a todos aquellos que ponen en entredicho su liderazgo. Pero frente a un cuestionamiento de tal amplitud, la guerra comercial no basta, de modo que la primera potencia mundial se ve obligada a volver a hacer oír el ruido de las armas como es testimonio la última intervención en Irak.
Al lanzar 44 misiles de crucero sobre Irak, en respuesta a la incursión de tropas en Kurdistán, Estados Unidos han mostrado su determinación en defender sus posiciones en Oriente Medio y, más allá, recordar que mantendrán su liderazgo en el mundo a toda costa. Pero los límites de esta nueva demostración de fuerza aparecen de inmediato:
- los medios utilizados no son más que una réplica muy reducida de los de «Tempestad del desierto»;
- pero también, por el hecho de que este nuevo «castigo» que Estados Unidos quiere infligir a Irak ha obtenido muy pocos apoyos en la región y en el mundo.
El gobierno turco se ha negado a que EE.UU. utilice las fuerzas basadas en su país y Arabia Saudí no permitió que los aviones americanos despegaran de su territorio para bombardear Irak, incluso ha pedido a Washington que cese su operación. Los países árabes en su mayoría han criticado abiertamente esta intervención militar. Moscú y Pekín han condenado claramente la iniciativa norteamericana y Francia, seguida por España e Italia, ha marcado claramente su desaprobación. Puede apreciarse hasta qué punto está lejos la unanimidad que EE.UU. había conseguido imponer durante la Guerra del Golfo. Una situación así es reveladora del debilitamiento sufrido por el liderazgo de Washington desde aquel entonces. La burguesía norteamericana, sin ninguna duda, habría deseado hacer una demostración de fuerza mucho más evidente; y no solo en Irak, sino también, por ejemplo, contra el poder de Teherán. Pero sin el apoyo suficiente, incluso en la región, EE.UU. está obligado a hacer hablar las armas aunque sea en tono menor y con un impacto obligatoriamente reducido.
Sin embargo, aunque esta operación en Irak sea de alcance limitado, no se deben subestimar los beneficios que de ella va a sacar Estados Unidos. Junto a la reafirmación barata de su superioridad absoluta en el plano militar, sobre todo en este coto de caza que para él es Oriente Medio, lo que sobre todo ha conseguido es sembrar la división entre sus principales rivales de Europa. Estos habían conseguido recientemente oponer un frente común ante Clinton y sus dictados sobre la política que llevar a cabo respecto a Irán, Libia o Cuba. El que Gran Bretaña haya apoyado la intervención llevada a cabo en Irak, hasta el punto de que Major “saluda la valentía de EE.UU.”, el que Alemania parezca compartir esa posición, mientras que Francia, apoyada por Roma y Madrid, ponga en entredicho los bombardeos, ha sido evidentemente una buena pedrada lanzada al tejado de la Unión europea. El hecho de que Bonn y París no estén, una vez más, en la misma longitud de onda no es algo nuevo. Las divergencias entre ambos lados del Rin no han cesado de acumularse desde 1995. Pero no es lo mismo en lo que se refiere a la cuña metida entre el imperialismo francés y el británico en esta ocasión. Desde la guerra en la ex Yugoslavia, Francia y Gran Bretaña no han cesado de reforzar su cooperación (han firmado últimamente un acuerdo militar de gran importancia, al que se ha asociado Alemania, para la construcción conjunta de misiles de crucero) y su «amistad» hasta el punto de que la aviación inglesa ha participado en el desfile militar del último 14 de julio en París. Con ese proyecto, Londres expresaba muy claramente su voluntad de romper con una larga tradición de cooperación y de dependencia militar respecto a Washington. El apoyo dado por Londres a la intervención americana en Irak, ¿significa que la “pérfida Albión” está cediendo por fin ante las múltiples presiones de EE.UU. para que “vuelva a casa”, volviendo a ser la fiel teniente del “Tío Sam”?. Ni mucho menos, pues ese apoyo no es un acto de sumisión ante el padrino norteamericano, sino la defensa de los intereses particulares del imperialismo inglés en Oriente Medio y en particular en Irak. Después de haber sido un protectorado británico, ese país fue distanciándose progresivamente de la influencia de Londres, especialmente desde la llegada al poder de Sadam Husein. Francia, en cambio, iba adquiriendo posiciones sólidas; posiciones que quedaron reducidas a su mínima expresión tras la Guerra del Golfo, pero qua ahora está volviendo a reconquistar gracias al debilitamiento del liderazgo USA en Oriente Medio. En esas condiciones, la única esperanza de Gran Bretaña de recobrar una influencia en la zona reside en el derrocamiento del carnicero de Bagdad. Por eso es por lo que Londres se ha encontrado siempre en la misma línea dura que Washington sobre las Resoluciones de la ONU respecto a Irak, mientras que París, al contrario, no ha cesado de abogar por la reducción del embargo sobre Irak impuesto por el gendarme americano.
Aunque la tendencia de «cada cual por su cuenta» es general y está minando el liderazgo norteamericano, también se manifiesta entre quienes la cuestionan, y fragiliza todas las alianzas imperialistas, sea cual sea su relativa solidez, a imagen de la existente entre Londres y París; son mucho más variables que las que prevalecían en el tiempo en el que la presencia de un enemigo común permitía la existencia de bloques. Estados Unidos, aunque sea la principal víctima de esta nueva situación histórica generada por la descomposición del sistema, no puede sino intentar sacar ventaja de aquella tendencia que rige el conjunto de las relaciones interimperialistas. Así lo han hecho ya en la ex Yugoslavia, no vacilando en establecer una alianza táctica con su rival más peligroso, Alemania, e intentan hoy llevar a cabo la misma maniobra con relación al tándem franco-británico. A pesar de sus límites, el golpe asestado a la «unidad» franco-británica ha sido un éxito indudable para Clinton y la clase política estadounidense no se ha engañado al dar un apoyo unánime a la operación en Irak.
Sin embargo ese éxito americano es de un alcance muy limitado y no podrá frenar verdaderamente la tendencia del «cada cual por su cuenta» que está minando en profundidad el liderazgo de la primera potencia mundial, ni resolver el atolladero en el que se encuentra EE.UU. En cierto sentido, por mucho que EE.UU. conserve, gracias a su poderío económico y financiero, una fuerza que nunca fue la del lider del bloque del Este, puede establecerse sin embargo un paralelo entre la situación actual de EE.UU. y la de la difunta URSS en tiempos del bloque del Este. Como ésta, para mantener su dominio, de lo único de lo que dispone prácticamente es del uso repetido de la fuerza bruta y eso siempre ha expresado una debilidad histórica. La agudización del «cada cual por su cuenta» y el atolladero en el que se encuentra el gendarme del mundo son la expresión del atolladero histórico del modo de producción capitalista. En ese contexto, las tensiones imperialistas entre las grandes potencias no pueden sino ir incrementándose, llevar la destrucción y la muerte a zonas cada vez más amplias del planeta y agravar todavía más el espantoso caos que ya es lo cotidiano en continentes enteros. Una sola fuerza es capaz de oponerse a esa siniestra extensión de la barbarie, desarrollando sus luchas y poniendo en entredicho el sistema capitalista mundial hasta sus cimientos: el proletariado.
RN
9 de septiembre de 1996
[1] Las relaciones entre Francia y Egipto son particularmente calurosas y Kohl, por su parte, fue recibido con mucha consideración en su viaje. En cuanto al secretario general de la ONU, Boutros-Ghali, a quien EE.UU. quiere a toda costa sustituir, no cesó durante toda la guerra en Yugoslavia de entorpecer la acción norteamericana y defender las orientaciones profrancesas.
[2] El hecho de que un encuentro entre los emisarios de los gobiernos israelí y egipcio haya tenido lugar en París no es ninguna casualidad; esto certifica la reintroducción de Francia en Oriente Medio y también la voluntad israelí de dirigir un mensaje a EE.UU.: si este país se dedica a ejercer presiones demasiado fuertes sobre el nuevo gobierno, éste no vacilará en buscar apoyos entre los rivales europeos para resistir a estas presiones.
[3] Alemania está obligada a ser prudente frente al peligro de propagación del increíble caos ruso, pero el hecho de que Polonia y la República checa sean más «estables» representa para ella una «zona-tampón», una especie de dique frente al peligro, lo cual la deja más libre para intentar realizar su objetivo histórico, el acceso a Oriente Medio, apoyándose en Irán y en Turquía; y para hacer presión sobre Rusia para que ésta relaje sus vínculos con EE.UU. La muy democrática Alemania se alimenta pues del caos ruso para defender sus apetitos imperialistas.
Crisis económica
El 26 de mayo de 1996, la bolsa de Nueva York celebra en plena euforia el centésimo aniversario del nacimiento de su más antiguo indicador, el índice Dow Jones. Ganando 620 % durante los 14 últimos años, la evolución del índice superaba con creces todas las marcas anteriores, la de los años 20 (468 %)... que desembocó en el krach bursátil de octubre de 1929, anunciador de la gran crisis de los años 30, y el de los años de «prosperidad» de la posguerra (487 % entre 1949 y 1966) que desembocaron en dieciséis años de «gestión keynesiana de la crisis». «Cuanto más dure esta locura especulativa tanto más elevado será el precio que se habrá de pagar por ella», alertaba el analista B.M. Biggs, considerando que «las cotizaciones de las empresas americanas ya no se corresponden para nada con su valor real» (Le Monde, 27/05/96). Un mes más tarde, Wall Street caía bruscamente por tercera vez en ocho días, arrastrando tras ella a todas las bolsas europeas. Las nuevas sacudidas financieras están volviendo a poner en su sitio, entre los accesorios para embaucar a la gente sobre la gravedad de la crisis del capitalismo y lo que ésta acarrea. A intervalos regulares, esas sacudidas recuerdan y confirman la pertinencia del análisis marxista sobre la crisis histórica del sistema capitalista, poniendo en especial relieve el carácter explosivo de las tensiones que se están acumulando. Enfrentado a su ineluctable crisis de sobreproducción, que emergió a la luz del día a finales de los años 60, el capitalismo sobrevive desde entonces fundamentalmente gracias a la inyección masiva de créditos. Es el endeudamiento masivo lo que explica la inestabilidad creciente del sistema económico y financiero y que engendra la especulación desenfrenada y los escándalos financieros a repetición: cuando la ganancia sacada de la actividad productiva se hace difícil, la sustituye la ganancia financiera fácil.
Para los marxistas, esa nueva sacudida financiera está inscrita en la situación. En nuestra Resolución sobre la situación internacional de abril del 96, escribíamos: «El XIº Congreso señalaba que uno de los alimentos de este “relanzamiento”, que además calificábamos entonces como un “relanzamiento sin empleos”, residía en una huída ciega en el endeudamiento generalizado, que no podía sino desembocar a término en nuevas convulsiones en la esfera financiera y en un hundimiento en una nueva recesión abierta» (Revista internacional, no 86). Agotamiento del crecimiento, hundimiento en la recesión, huida ciega en un endeudamiento creciente, inestabilidad financiera y especulación, incremento de la pauperización, ataque masivo contra las condiciones de vida del proletariado a nivel mundial..., ésos son los ingredientes conocidos de una situación de crisis que está alcanzando cotas explosivas.
El crecimiento anual de los países industrializados renquea penosamente en torno al 2 %, en neto contraste con el 5 % de los años de posguerra (1950-70). Prosigue su declive irremediable desde finales de los 60: 3,6 % entre 1970-80 y 2,9 % entre 1980 y 1993. Salvo algunos países del Sureste asiático, cuyo recalentamiento económico está anunciando nuevas quiebras al estilo mexicano, la tendencia a la baja de las tasas de crecimiento es continua y general a escala mundial. Durante largo tiempo, el endeudamiento masivo ha podido ocultar ese hecho y mantener a intervalos regulares la ficción de una posible salida del túnel. Así fue con las «recuperaciones» de finales de los años 70 y de los 80 en los países industrializados, las esperanzas puestas en el «desarrollo del tercer Mundo y de los países del Este» durante la segunda mitad de los años 70 y, más recientemente, las ilusiones en torno a la apertura y la «reconstrucción» de los países del antiguo bloque soviético. Pero hoy se están derrumbando los últimos decorados de esa ficción. Tras la insolvencia y la quiebra de los países del tercer Mundo y la caída en picado de los países del Este en el marasmo, les ha tocado derrumbarse a los países «modelo», Alemania y Japón. Tras tanto tiempo presentados como modelo de «virtud económica» el primero y como ejemplo de dinamismo el segundo, la actual recesión que los está laminando ha puesto las cosas en su sitio. Alemania, drogada durante algún tiempo con la financiación de su reunificación, retrocede hoy en el pelotón de los países desarrollados. La ilusión de un retorno al crecimiento gracias a la reconstrucción de su parte oriental ha sido de corta duración. Queda así definitivamente deshecho el mito del relanzamiento mediante la reconstrucción de las destartaladas economías de los países del Este (ver Revista internacional nos 73 y 86).
Como ya lo venimos afirmando desde hace tiempo, los «remedios» que la economía capitalista aplica son, al cabo, peores que la enfermedad.
El ejemplo de Japón es muy significativo al respecto. Es la segunda potencia económica del planeta y su economía equivale a la sexta parte (17 %) del producto mundial. País excedentario en sus intercambios exteriores, Japón se ha convertido en banquero internacional con haberes exteriores de más de 1 billón (un millón de millones) de dólares. Elevado a la categoría de modelo y mostrados en ejemplo por el mundo entero, los métodos japoneses de organización del trabajo eran, según los nuevos teóricos, un nuevo modo de regulación que iba a permitir salir de la crisis gracias a un «formidable relanzamiento de la productividad del trabajo». Tales recetas japonesas para lo que de hecho han servido es para hacer pasar una serie de medidas de austeridad, como la flexibilidad creciente del trabajo (introducción del just in time, de la calidad total, etc.) y las ponzoñas ideológicas como el corporativismo de empresa y el nacionalismo en la defensa de la economía, etc.
Hasta hace poco, ese país parecía evitar, como por milagro, la crisis económica. Después de haber alcanzado el 10 % de crecimiento en 1960-70, todavía lucía tasas apreciables, en torno al 5 %, en los años 70 y de 3,5 % durante los 80. Desde 1992, en cambio, el crecimiento no ha superado la cifra de 1 %. Y así, al igual que Alemania, Japón se ha unido al pelotón de los crecimientos asmáticos de las principales economías desarrolladas. Sólo los tontos y otros secuaces ideológicos del sistema capitalista podían creerse o hacer creer en la singularidad de Japón. Los resultados de este país son perfectamente explicables. Es posible que hayan tenido influencia algunos factores internos específicos, pero, básicamente, Japón se ha beneficiado de una conjunción de factores muy favorable al salir de la IIª Guerra mundial y, sobre todo, más todavía que otros países, Japón echó mano y abusó del crédito. Japón, al ser un peón de la primera importancia en el dispositivo contra el expansionismo del bloque del Este en Asia, se benefició de un apoyo político y económico excepcional por parte de Estados Unidos (reformas institucionales instauradas por los norteamericanos, créditos baratos, apertura del mercado de EE.UU. a los productos japoneses, etc.). Y además, y es éste factor raras veces mencionado, es sin duda uno de los países más endeudados del planeta. En el presente, la deuda acumulada de los agentes no financieros (familias, empresas y Estado) se eleva a 260 % del PNB y alcanzará 400 % dentro de diez años (véase abajo). O sea que el capital japonés, para mantener a flote su nave, se ha otorgado un adelanto de dos años y medio sobre la producción y pronto serán cuatro años.
Esa montaña de deudas es un auténtico polvorín con una mecha ya encendida por muy lento que sea su consumo. Esto no es sólo un desastre para el país mismo, sino también para toda la economía mundial, por ser el Japón la caja de ahorros del planeta ya que sólo él asegura el 50 % de la financiación de los países de la OCDE. Todo esto relativiza mucho el anuncio hecho en Japón de un leve despertar del crecimiento tras cuatro años de estancamiento. Noticia sin duda calmante para los media de la burguesía, pero lo único que de verdad pone de relieve es la gravedad de la crisis, ya que ese difícil despertar sólo se ha conseguido gracias a la inyección de dosis masivas de liquidez financiera en la aplicación de nada menos que cinco planes sucesivos de relanzamiento. Esta expansión presupuestaria, en la más pura tradición keynesiana, ha acabado por dar algún fruto... pero a costa de déficits todavía más colosales que los que habían provocado la entrada de Japón en una fase de recesión. Esto explica por qué la «recuperación» actual es de lo más frágil y acabará deshinchándose como un globo. La amplitud de la deuda pública japonesa, el 60 % del producto interior bruto (PIB), supera hoy la de Estados Unidos, que ya es decir. Teniendo en cuenta los créditos ya comprometidos y el efecto acumulativo, la deuda alcanzará en diez años 200 % del PIB o, también, lo equivalente a dos años de salario medio para cada japonés. En cuanto al déficit presupuestario corriente, se elevaba al 7,6 % del PIB en 1995, muy lejos, por ejemplo, de los criterios de convergencia considerados «aceptables» de Maastricht o del 2,8 % de EE.UU. el mismo año. Y todo eso sin contar con que las consecuencias del estallido de la burbuja especulativa inmobiliaria de finales de los 80 no han producido todavía todos sus efectos y ello en el contexto de un sistema bancario muy fragilizado. En efecto, ese sistema tiene muchas dificultades para compensar sus enormes pérdidas: muchas instituciones financieras han quebrado o se van a declarar en quiebra. Sólo en ese ámbito, la economía japonesa ya debe enfrentarse a la montaña de 460 mil millones de $ de deudas insolventes. Un índice de la gran fragilidad de ese sector lo da la lista realizada en octubre del 95 por la firma americana Moody’s, especialista en análisis de riesgos. A Japón le ponía una nota «D», lo cual hacía de este país el único miembro de la OCDE en verse en la misma categoría que China, México y Brasil. De los once bancos comerciales clasificados por Moody’s, sólo cinco poseían activos superiores a sus más que sospechosos créditos. Entre los 100 primeros bancos a nivel mundial, 29 son japoneses (y los 10 primeros), mientras que Estados Unidos sólo tiene nueve y, además, el primero sólo alcanza el 26º lugar. Si se suman las deudas de los organismos financieros mencionados en esa lista a las deudas de los demás agentes económicos citados antes aparece un monstruo a cuyo lado los reptiles de la era secundaria podrían parecer animalitos de compañía.
Contrariamente a las fábulas sabiamente divulgadas para justificar los múltiples planes de austeridad, el capitalismo no está, ni mucho menos, saneándose. La burguesía quiere hacernos creer que hoy hay que pagar por las locuras de los años 70 para así volver a andar con bases más sanas. Nada más falso. La deuda sigue sien do el único medio de que dispone el capitalismo para aplazar la explosión de sus propias contradicciones, un medio del que no puede privarse al estar obligado a continuar su huida ciega. En efecto, el incremento de la deuda sirve para paliar una demanda que se ha vuelto históricamente insuficiente desde la Iª Guerra mundial. La conquista del planeta entero al iniciarse el siglo fue el momento a partir del cual el sistema capitalista se ha visto permanentemente enfrentado a una insuficiencia de salidas mercantiles solventes con las que asegurar su «buen» funcionamiento. Enfrentado con regularidad a la incapacidad de dar salida a su producción, el capitalismo se autodestruye en conflictos generalizados. Y es así como el capitalismo sobrevive en medio de una espiral infernal y creciente de crisis (1912-14, 1929-39, 1968-hoy), guerras (1914-18, 1949-45) y reconstrucciones (1920-28, 1946-68).
Hoy, el descenso de la tasa de ganancia y la competencia desenfrenada a la que se libran las principales potencias económicas arrastran a una mayor productividad, la cual no hace sino incrementar la masa de productos que vender en el mercado. Sin embargo, estos productos pueden considerarse mercancías que contienen cierto valor únicamente si ha habido venta. Ahora bien, el capitalismo no crea sus propias salidas espontáneamente, no basta con producir para poder vender. Mientras los productos no se hayan vendido, el trabajo sigue estando incorporado a esos productos y solamente cuando la producción ha sido reconocida como socialmente útil por la venta, podrá considerarse que los productos son mercancías y que el trabajo en ellas integrado se transforma en valor.
El endeudamiento no es pues una opción posible, una política económica que los dirigentes de este mundo podrían seguir o no seguir. Es una obligación, una necesidad inscrita en el funcionamiento y las contradicciones mismas del sistema capitalista (véase nuestro folleto la Decadencia del capitalismo). Por eso es por lo que el endeudamiento de todos los agentes económicos no ha hecho sino incrementarse a lo largo del tiempo y, especialmente, en los últimos años:
Esa colosal deuda del sistema capitalista, que se eleva a cifras y porcentajes nunca antes alcanzados en toda su historia es el verdadero origen de la inestabilidad creciente del sistema financiero mundial. Es además significativo comprobar que desde hace ya algún tiempo, la bolsa parece haber ya integrado en su funcionamiento el declive irreversible de la economía capitalista... o sea del grado de confianza que tiene la clase capitalista en su propio sistema. Mientras que en tiempo normal los valores de los activos bursátiles (acciones, etc.) suben cuando la salud y las perspectivas de las empresas son positivas y bajan en caso contrario, hoy en la evolución de la bolsa suben cuando se anuncian malas noticias y baja cuando habría bonanza. El famoso Dow Jones subió 70 puntos en un solo día tras el anuncio del aumento del desempleo en Estados Unidos, en julio del 96. De igual modo, las acciones de ATT se echaron al vuelo tras el anuncio de 40 000 despidos y las acciones de Moulinex, en Francia, subieron un 20 % cuando se anunció un despido de 2600 personas. Y así. A la inversa, cuando se publican las cifras oficiales del desempleo en baja, ¡las cotizaciones de las acciones se orientan a la baja!. Signo de los tiempos que corren, los beneficios actuales se suponen no ya del crecimiento del capitalismo sino de la racionalización.
«Si un tipo como yo puede hacer quebrar una moneda habrá que pensar que hay algo perverso en el sistema», ha declarado recientemente George Soros, el cual, en 1992, ganó 5 mil millones de francos especulando contra la libra esterlina. La perversión del sistema no es, sin embargo, el resultado del «incivismo» o de la avidez de unos cuantos especuladores, de las nuevas libertades de circulación de capitales a nivel internacional, o de los progresos de la informática y de los medios de comunicación, como tanto les gusta repetir a los media de la burguesía cuando pretenden analizar lo que no funciona en el sistema.
Los laboriosos crecimientos, las difíciles ventas se traducen en unos excedentes de capital que ya no encuentran donde invertir de modo productivo. La crisis se plasma así en que los beneficios sacados de la producción ya no encuentran salidas suficientes en inversiones rentables que puedan a su vez incrementar las capacidades de producción. La «gestión de la crisis» consiste entonces en encontrar otras salidas al excedente de capitales flotantes, para así evitar una desvalorización brutal. Estados e instituciones internacionales se dedican a acompañar las condiciones que hagan posible esa política. Esas son las razones de las nuevas políticas financieras instauradas y la nueva «libertad» para los capitales.
A esa razón fundamental debe añadírsele la de la política estadounidense de defensa de su estatuto de primera potencia económica internacional, lo cual no hace sino dar más amplitud al proceso. La inestabilidad anterior del sistema financiero y de las tasas de cambio era la consecuencia de la dominación total norteamericana después de la IIª Guerra mundial, que se plasmaba en «el hambre de dólares». Tras la reconstrucción competitiva de Europa y de Japón, uno de los medios de EEUU de prolongar artificialmente su dominio y garantizar la compra de sus mercancías fue la de devaluar su moneda e inundar la economía de dólares. La devaluación y el exceso de dólares en el mercado no hicieron sino incrementar la sobreproducción de capitales resultante de la crisis de las inversiones productivas. Hubo así masas de capitales flotantes que no sabían dónde aterrizar para invertir. La liberación progresiva de las operaciones financieras conjugada con el paso forzado a los cambios flotantes ha permitido que esa masa gigantesca de capitales encuentre diversas «salidas» en la especulación, en operaciones financieras y préstamos internacionales de lo más dudoso. Se sabe hoy que, frente a un comercio mundial estimado en unos tres billones de dólares, los movimientos de capitales internacionales se calculan en unos 100 billones (¡30 veces más!). Sin la apertura de fronteras y los cambios flotantes, el peso muerto de esa masa hubiera agravado más todavía la crisis.
Los ideólogos del capital sólo ven la crisis en la especulación, para así mejor ocultar su realidad. Se creen y hacen creer que las dificultades en la producción (desempleo, sobreproducción, deuda, etc.) son el resultado de excesos especulativos, mientras que en última instancia, si hay «locura especulativa», «desestabilización financiera», será porque ya había dificultades reales. La «locura» que los diferentes observadores críticos constatan a nivel financiero mundial no es el producto de algún que otro golpe de especuladores ansiosos de ganancias inmediatas. Esa locura no es más que la expresión de una realidad mucho más profunda y trágica: la decadencia avanzada, la descomposición del modo de producción capitalista, incapaz de superar sus contradicciones fundamentales e intoxicado por el uso y abuso cada día más masivo de la manipulación de sus propias leyes desde hace hoy casi tres décadas.
El capitalismo ya no es ese sistema conquistador, que se extiende inexorablemente, que penetra en todos los sectores de las sociedades y en todas las regiones del planeta. El capitalismo perdió la legitimidad que en su día pudo tener al aparecer como factor de progreso universal. Hoy, su triunfo aparente se basa en la negación de progreso para la humanidad entera. El sistema capitalista se ve cada vez más enfrentado a sus propias contradicciones insuperables. Parafraseando a Marx, las fuerza materiales engendradas por el capitalismo -mercancías y fuerza de trabajo-, al estar apropiadas privadamente, se yerguen y se rebelan contra él. La verdadera locura no es la especulación sino el mantenimiento del modo de producción capitalista. La salida para la clase obrera y para la humanidad no estriba en no se sabe qué política contra la especulación o el control de las operaciones financieras, sino en la destrucción del capitalismo mismo.
C.Mcl
Fuentes:
- Los datos referentes a la deuda de las familias y de las empresas están sacados del libro de Michel Aglietta, Macroéconomie financière, ed. la Découverte, colección Repères, no 166. Su fuente es la OCDE, basada en las cuentas nacionales.
- Los datos referentes a la deuda de los Estados son del libro publicado anualmente l’Etat du monde 1996, ed. la Découverte.
- Los datos citados en el texto han sido extraídos de los periódicos le Monde y le Monde diplomatique.
Movimiento obrero
Como consecuencia de la exclusión de uno de sus militantes ([1]), la CCI ha sido llevada a profundizar cuáles fueron las posiciones de los revolucionarios frente a la infiltración de la francmasonería en el movimiento obrero. En efecto, para justificar la creación de una red de “iniciados” dentro de la organización, ese ex militante daba a entender que su pasión por las ideologías esotéricas y los “conocimientos secretos” permitía una mejor comprensión de la historia, “más allá” del marxismo. También afirmaba que grandes revolucionarios como Marx y Rosa Luxemburgo conocían la ideología masónica, lo cual es verdad, pero dando a entender que ellos mismos serían quizás también francmasones. Frente a ese tipo de falsificaciones vergonzantes para desvirtuar el marxismo, es necesario recordar el combate sin piedad llevado a cabo desde hace más de un siglo por los revolucionarios contra la francmasonería y las sociedades secretas a las que consideraban como instrumentos al servicio de la clase burguesa. Ese es el objeto de este artículo.
Contrariamente al indiferentismo político de los anarquistas, los marxistas siempre han insistido en que el proletariado, para cumplir su misión revolucionaria, tiene que comprender los aspectos esenciales del funcionamiento de su clase enemiga. Como clases explotadoras, esos enemigos del proletariado emplean necesariamente el secreto y la mentira, tanto en sus luchas internas como contra la clase obrera. Por eso Marx y Engels, en una serie de escritos, expusieron a la clase obrera las estructuras secretas y las actividades de las clases dominantes.
Así en sus Revelaciones sobre la historia de la diplomacia secreta del siglo XVIII, basadas en un estudio exhaustivo de manuscritos diplomáticos en el British Museum, Marx expuso la colaboración secreta de los gabinetes británico y ruso desde los tiempos de Pedro el Grande. En sus escritos contra Lord Palmerston, Marx reveló que la continuidad de esta alianza secreta se dirigía esencialmente contra los movimientos revolucionarios en Europa. De hecho, en los primeros dos tercios del siglo XIX, la diplomacia rusa, el bastión de la contrarrevolución en esa época, estaba implicada en «todas las conspiraciones y sublevaciones del momento», incluyendo las sociedades secretas insurreccionales como los carbonarios, e intentaba manipularlas para sus propios fines ([2]).
En su folleto contra Herr Vogt, Marx descubrió cómo Bismark, Palmerston y el zar, apoyaban a los agentes del bonapartismo bajo Luis Napoleon en Francia, para que infiltraran y denigraran el movimiento obrero. Momentos destacados del combate del movimiento obrero contra esas maniobras ocultas fueron la lucha de los marxistas contra Bakunin en la Iª Internacional, y la de los de Eisenach contra la instrumentalización del lasallismo por Bismark en Alemania.
Al combatir a la burguesía y su fascinación por lo oculto y el misterio, Marx y Engels mostraron que el proletariado es enemigo de cualquier clase de política de secretos y mistificaciones. Contrariamente al conservador británico Urquhart, cuya lucha durante 50 años contra la política secreta rusa degeneró en una «doctrina secreta esotérica» de una «todopoderosa» diplomacia rusa como «el único factor activo de la historia moderna» (Engels), el trabajo de los fundadores del marxismo sobre esta cuestión, siempre se basó en un método científico, materialista histórico. Este método desenmascaró a la «orden jesuítica» oculta de la diplomacia rusa y occidental, y demostró que las sociedades secretas de las clases explotadoras, eran el producto del absolutismo y la ilustración del siglo XVIII, durante el cual la corona impuso una colaboración entre la nobleza en declive y la burguesía ascendente. Esta «Internacional aristocrático-burguesa de la ilustración», como la llamaba Engels en los artículos sobre la política exterior zarista, también proporcionó las bases de la francmasonería, que surgió en Gran Bretaña, el país clásico del compromiso entre una aristocracia y la burguesía. Mientras que el aspecto burgués de la francmasonería atrajo a muchos revolucionarios burgueses en el siglo XVIII y a comienzos del XIX, especialmente en Francia y Estados Unidos, su carácter profundamente reaccionario pronto iba a convertirla en un arma sobre todo contra la clase obrera. Así fue sobre todo después del surgimiento del movimiento socialista de la clase obrera, incitando a la burguesía a abandonar el ateismo materialista de los tiempos de su propia juventud revolucionaria. En la segunda mitad del siglo XIX, la francmasonería europea, que hasta entonces había sido sobre todo una diversión de la aristocracia aburrida que había perdido su función social, se convirtió cada vez más en un bastión de la nueva «religiosidad» antimaterialista de la burguesía, dirigida esencialmente contra el movimiento obrero. En el interior de este movimiento masónico, se desarrollaron toda una serie de ideologías contra el marxismo, que más tarde se convertirían en propiedad común de los movimientos contrarrevolucionarios del siglo XX. Según una de esas ideologías, el marxismo mismo era una creación de la facción «iluminada» de la francmasonería alemana, contra el que tenían que movilizarse los «verdaderos» francmasones. Bakunin, que era un activo francmasón, fue uno de los padres de otra de esas aseveraciones, según la cual, el marxismo era una «conspiración judía»: «Todo este mundo judío, que engloba a una simple secta explotadora, que es una especie de gente que chupa la sangre, una especie de colectivo parásito orgánico destructivo, que va más allá no sólo de las fronteras, sino de la opinión política, este mundo está ahora a disposición de Marx por una parte, y por otra, de Rothchild (...) Todo esto puede parecer extraño ¿Qué puede haber en común entre el socialismo y una banca dirigente? El asunto es que el socialismo autoritario, el comunismo marxista, pide una fuerte centralización del Estado. Y donde haya centralización del Estado, tiene que haber necesariamente un banco central, y donde exista tal banco, allí encontraréis a la nación judía parásita, especulando con el trabajo del pueblo» ([3]).
Contrariamente a la vigilancia de las Iª, IIª y IIIª Internacionales sobre estas cuestiones, una parte importante del medio revolucionario actual, se complace en ignorar este peligro y en mofarse de la supuesta visión «maquiavélica» de la historia de la CCI. Esta subestimación, junto a una obvia ignorancia de una parte importante de la historia del movimiento obrero, es resultado de 50 años de contrarrevolución, que interrumpió el traspaso de la experiencia organizativa marxista de una generación a la siguiente.
Esta debilidad es de lo más peligrosa, puesto que, en este siglo, el empleo de las sectas e ideologías místicas, ha alcanzado dimensiones que van más allá de la simple cuestión de la francmasonería que se planteaba en la fase ascendente del capitalismo. Así, la mayoría de las sociedades secretas anticomunistas que se crearon entre 1918-23 contra la revolución alemana, no se originaron todas en la francmasonería, sino que las construyó directamente el ejército, bajo el control de oficiales desmovilizados. Puesto que eran instrumentos del capitalismo de Estado contra la revolución comunista, se disolvieron cuando el proletariado fue derrotado. Igualmente, desde el final de la contrarrevolución a finales de la década de los 60 de nuestro siglo, la francmasonería clásica es sólo un aspecto de todo un aparato de sectas e ideologías religiosas, esotéricas y racistas, desarrolladas por el Estado contra el proletariado. Hoy, en el marco de la descomposición capitalista, esas sectas e ideologías antimarxistas, que declaran la guerra al materialismo y al concepto del progreso de la historia, y que tienen una influencia considerable en los países industriales, constituyen un arma adicional de la burguesía contra la clase obrera.
Ya la Iª Internacional fue objeto de rabiosos ataques por parte del ocultismo. Los adeptos del misticismo católico, los carbonarios y el mazzinismo, eran enemigos declarados de la Internacional. En Nueva York, los adeptos del ocultismo de Virginia Woodhull intentaron introducir el feminismo, el «amor libre» y las «experiencias parapsicológicas» en las secciones americanas de la Iª Internacional. En Gran Bretaña y Francia, las logias masónicas del ala izquierda de la burguesía, apoyadas por agentes bonapartistas, organizaron una serie de provocaciones, para intentar desprestigiar a la Internacional y permitir así la detención de sus miembros. Por ello el Consejo general se vio obligado a excluir a Pyatt y a sus partidarios, denunciándolos públicamente. Pero el principal peligro provenía de la Alianza de Bakunin, una organización secreta dentro de la Internacional que, con miembros a diferentes niveles de «iniciación» en «el secreto», y con sus técnicas de manipulación (el famoso «catecismo revolucionario» de Bakunin), reproducía exactamente el ejemplo de la francmasonería.
Es de sobra conocido el enorme empeño que pusieron Marx y Engels para repeler esos ataques, desenmascarando a Pyatt y a sus acólitos bonapartistas, combatiendo a Mazzini y las tentativas de Woodhull, y, sobre todo, revelando el complot de la Alianza de Bakunin contra la Internacional (véase Revista internacional nos 84 y 85). La plena conciencia de la amenaza que representaba el ocultismo, se pone de manifiesto en la Resolución propuesta por Marx, y adoptada por el Consejo general, sobre la necesidad de combatir las sociedades secretas. En la Conferencia de Londres de la AIT (septiembre de 1871), Marx insistió en que «... este tipo de organización está en contradicción con el desarrollo del movimiento obrero, desde el momento en que estas sociedades en lugar de educar a los obreros, los someten a sus leyes autoritarias y místicas que entorpecen su independencia y llevan su toma de conciencia en una falsa dirección» (Marx-Engels, Obras).
La burguesía intentó igualmente desprestigiar al proletariado, a través de la propaganda de sus me dios de comunicación, que alegaban que, tanto la Internacional como la Comuna de París, habrían sido organizadas por una especie de dirección secreta de tipo masónico. En una entrevista al periódico The New York World, el cual sugería que los obreros habrían sido meros instrumentos de un «cónclave» de audaces conspiradores presentes en la Comuna de París, Marx declaró: «Estimado señor. No hay ningún secreto que descubrir, ... excepto que se trate del secreto de la estupidez humana de los que se empeñan en ignorar que nuestra Asociación actúa públicamente, y que publicamos extensos informes de nuestra actividad para todos aquellos que quieran leerlos». Según la lógica del World, la Comuna de París «podría también haber sido una conspiración de francmasones pues su participación no ha sido pequeña. No me sorprendería que el Papa quisiera atribuirles toda la responsabilidad de la insurrección. Pero examinemos otra explicación: la insurrección de París ha sido la obra de los obreros parisinos».
Tras la derrota de la Comuna de París y la muerte de la Internacional, Marx y Engels lucharon con todas sus fuerzas para sustraer de la influencia de la masonería a las organizaciones obreras de Italia, España, o Estados Unidos (los «Caballeros del trabajo»). La IIª Internacional fundada en 1889 fue, inicialmente, menos vulnerable que la precedente a la influencia del ocultismo ya que había excluido a los anarquistas. La apertura que existía en el programa de la Iª Internacional permitió a «elementos desclasados infiltrarse y establecer en su seno una sociedad secreta cuyos esfuerzos se dirigían, no contra la burguesía y los gobiernos existentes, sino contra la propia Internacional» (Informe sobre la Alianza al Congreso de La Haya, 1872).
Y ya que la IIª Internacional era menos permeable en este terreno, los ataques del esoterismo empezaron mediante una ofensiva ideológica contra el marxismo. A finales del siglo XIX, las masonerías alemana y austriaca se jactaban de haber conseguido liberar las universidades y los círculos científicos de «la plaga del materialismo». Con el desarrollo, a comienzos de este siglo, de las ilusiones reformistas y del oportunismo en el movimiento obrero, Bernstein se apoyó en estos científicos centroeuropeos para afirmar que el marxismo «habría sido superado» por las teorías místicas e idealista del neokantismo. En el contexto de la derrota del movimiento obrero de Rusia en 1905, los bolcheviques fueron penetrados por tendencias místicas que hablaban de la «construcción de Dios» aunque fueron rápidamente superadas.
En el seno de la Internacional, la izquierda marxista desarrolló una defensa heroica y brillante del socialismo científico, sin conseguir, sin embargo, lograr detener el avance del idealismo. Al contrario, la francmasonería comenzó a ganar adeptos en las filas de los partidos obreros. Jaurés, el famoso líder obrero francés, defendía abiertamente la ideología de la masonería contra lo que él llamaba «la interpretación economicista, pobre y estrechamente materialista, del pensamiento humano» del revolucionario marxista Franz Mehring. Al mismo tiempo, el desarrollo del anarcosindicalismo como reacción al reformismo, abría un nuevo campo para el desarrollo de ideas reaccionarias, y a veces místicas, basadas en los escritos de filósofos como Bergson, Nietzsche (que se calificaba a sí mismo de «filósofo del esoterismo») o Sorel. Todo ello, a su vez, terminó afectando a elementos anarquizantes en el seno de la Internacional, como Hervé en Francia, o Mussolini en Italia que, al estallar la guerra, fueron a engrosar las organizaciones de la extrema derecha de la burguesía.
Los marxistas intentaron, en vano, imponer una lucha contra la masonería en el partido francés, o prohibir a los miembros del partido en Alemania una «segunda lealtad» hacia ese tipo de organizaciones. Pero, en el período anterior a 1914, no fueron suficientemente fuertes para imponer medidas organizativas, como las que Marx y Engels habían hecho adoptar a la AIT.
Decidida a superar las debilidades organizativas de la IIª Internacional que favorecieron su hundimiento en 1914, la Internacional comunista luchó por la eliminación total de los elementos esotéricos de sus filas. En 1922, frente a la infiltración en el PC francés de elementos pertenecientes a la francmasonería y que estaban gangrenando el Partido desde su fundación en Tours, el IVº Congreso de la Internacional, en su «Resolución sobre la cuestión francesa», hubo de reafirmar los principios de clase en los siguientes términos:
«La incompatibilidad entre la francmasonería y el socialismo era considerada como evidente para la mayoría de los partidos de la Segunda internacional (...) Si el IIº Congreso de la Internacional comunista no formuló, entre las condiciones de adhesión a la Internacional, ningún punto especial sobre la incompatibilidad del comunismo con la francmasonería, fue porque este principio figura en una resolución separada, votada por unanimidad en el Congreso.
El hecho de que se revelara inesperadamente en el IVº Congreso de la Internacional comunista, la pertenencia de un número considerable de comunistas franceses a logias masónicas, es, a criterio de la Internacional comunista, el testimonio más manifiesto y a la vez lamentable, de que nuestro Partido francés ha conservado, no sólo la herencia psicológica de la época del reformismo, del parlamentarismo y del patrioterismo, sino también vinculaciones muy concretas y muy comprometedoras, por tratarse de la cúspide del Partido, con las instituciones secretas, políticas y arribistas de la burguesía radical (...)
La Internacional considera que es indispensable poner fin, de una vez por todas, a esas vinculaciones, comprometedoras y desmoralizantes, de la cúspide del Partido comunista con las organizaciones políticas de la burguesía. El honor del proletariado de Francia exige que el Partido depure todas sus organizaciones de clase, de elementos que pretenden pertenecer simultáneamente a los dos campos en lucha.
El Congreso encomienda al Comité central del Partido comunista francés la tarea de liquidar, antes del 1º de enero de 1923, todas las vinculaciones del Partido, en la persona de algunos de sus miembros y de sus grupos, con la francmasonería. Todo aquel que, antes del 1º de enero, no haya declarado abiertamente a su organización y hecho público a través de la prensa del Partido, su ruptura total con la francmasonería, queda automáticamente excluido del Partido comunista sin derecho a reafilarse en el futuro. El ocultamiento de su condición de francmasón, será considerado como penetración en el Partido de un agente del enemigo, y arrojará sobre el individuo en cuestión una mancha de ignominia ante todo el proletariado.»
En nombre de la Internacional, Trotski denunció la existencia de vínculos entre «la francmasonería y las instituciones del Partido, el Comité de redacción, el Comité central» en Francia.
«La Liga de los derechos humanos y la francmasonería son instrumentos de la burguesía para distraer la conciencia de los representantes del proletariado francés. Declaramos una guerra sin cuartel a tales métodos pues constituyen un arma secreta e insidiosa del arsenal burgués. Debe liberarse al partido de esos elementos» (Trotski, La voz de la Internacional: el movimiento comunista en Francia).
Del mismo modo, el delegado del Partido comunista alemán (KPD) en el IIIº Congreso del Partido comunista italiano en Roma, al referirse a las tesis sobre la táctica comunista presentadas por Bordiga y Terracini, afirmó «... el carácter irreconciliable evidente de la pertenencia al Partido comunista y a otro Partido, se aplica además de la práctica política, también a aquellos movimientos que, a pesar de su carácter político, no tienen ni el nombre ni la organización de un partido (...) Entre estos destaca especialmente la francmasonería» («Las tesis italianas», Paul Butcher, en La Internacional, 1922).
Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia desde la Iª Guerra mundial, se produce un desarrollo gigantesco del capitalismo de Estado, en particular del aparato militar y represivo (espionaje, policía secreta, etc.). ¿Esto quiere decir que la burguesía ya no necesita sus sociedades secretas «tradicionales»? En parte es cierto. Allí donde el Estado capitalista totalitario ha adoptado una forma brutal y descubierta, como en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, o la Rusia de Stalin, las agrupaciones secretas, tanto las de tipo masónico u otras «logias», como otras, siempre estuvieron prohibidas.
Sin embargo, ni siquiera esas formas bestialmente claras de capitalismo de Estado pueden prescindir totalmente de un aparato secreto o ilegal, que no aparezca oficialmente. El totalitarismo del capitalismo de Estado implica el control dictatorial de la burguesía, no sólo sobre el conjunto de la economía, sino sobre cada aspecto de la vida. Así por ejemplo en los regímenes estalinistas, la «mafia» es una parte indispensable del Estado, puesto que controla la única parte del aparato de distribución que funciona realmente, pero que oficialmente se supone que no existe: el mercado negro. En los países occidentales, la criminalidad organizada es una parte no menos importante del régimen capitalista de Estado.
Pero en las así llamadas formas «democráticas» del capitalismo de Estado, el aparato, oficial y extraoficial, de represión e infiltración, ha crecido de una manera gigantesca.
En estas dictatoriales supuestas democracias, el Estado impone su política a los miembros de su propia clase, y combate las organizaciones de sus rivales imperialistas y las de su clase enemiga, el proletariado, de forma no menos totalitaria que bajo el nazismo o el estalinismo. Su aparato de espionaje y de policía política es tan omnipresente como en cualquier otro Estado. Pero como la ideología de la democracia no permite actuar a ese aparato tan abiertamente como la Gestapo o la GPU en Rusia, la burguesía occidental vuelve a desarrollar sus viejas tradiciones de la francmasonería o de la «mafia política», pero esta vez bajo control directo del Estado. Lo que la burguesía occidental no puede hacer legal y abiertamente, puede tratarlo ilegalmente y en secreto.
Así, cuando el ejército USA invadió la Italia de Mussolini en 1943, tenían de su parte no sólo a la mafia...: «Como consecuencia del avance hacia el norte de las divisiones acorazadas americanas, las logias francmasónicas surgieron a la superficie como caracoles tras la lluvia. Esto no era sólo resultado del hecho de que Mussolini las había prohibido y había perseguido a sus miembros. Las poderosas agrupaciones masónicas americanas tenían su parte de responsabilidad en esto, e inmediatamente alistaron a su bando a sus hermanos italianos» ([4]).
Ése es el origen de una de las más famosas entre las innumerables organizaciones paralelas del bloque occidental, la logia «Propaganda 2» en Italia. Esas estructuras extraoficiales coordinaban la lucha de las diferentes burguesías nacionales del bloque americano contra la influencia del bloque soviético rival. Entre los miembros de esas logias se incluían dirigentes de la izquierda del Estado capitalista: estalinistas, partidos izquierdistas y sindicatos. Debido a una serie de escándalos y revelaciones (vinculados al estallido del bloque del Este después de 1989), sabemos bastante más sobre las obras de estos grupos contra el enemigo imperialista y en provecho del Estado. Pero la burguesía guarda mucho más celosamente el secreto de que, en la decadencia, sus viejas tradiciones de infiltración masónica del movimiento obrero, se han convertido en parte del repertorio del aparato de Estado totalitario democrático. Esto ha sido así cada vez que el proletariado ha amenazado seriamente a la burguesía: sobre todo durante la oleada revolucionaria de 1917-23, pero también desde 1968, con el resurgir de las luchas obreras.
Como señaló Lenin, la revolución proletaria en Europa occidental al final de la Iª Guerra mundial se enfrentaba a una clase dirigente mucho más poderosa e inteligente que en Rusia. Como en Rusia, frente a la revolución, la burguesía jugó inmediatamente la baza democrática, poniendo a la «izquierda» (los antiguos partidos obreros que tras su degeneración habían pasado al campo burgués) en el poder, anunciando elecciones y planes para la «democracia industrial» y para «integrar» los consejos obreros en la constitución y el Estado.
Pero la burguesía occidental fue más lejos de lo que hizo el Estado ruso después de febrero de 1917. Empezó inmediatamente a construir un gigantesco aparato contrarrevolucionario paralelo a sus estructuras oficiales.
Con este fin hicieron uso de la experiencia política y organizativa de las logias masónicas y de las órdenes de la derecha popular que se habían especializado en combatir el movimiento obrero antes de la guerra mundial, completando su integración en el Estado. Algunas de esas organizaciones eran la «Orden germánica» y la «Liga Hammer», fundadas en 1912 en respuesta a la amenaza de guerra y a la victoria electoral del Partido socialista, que declaraban en su periódico sus objetivos de «organizar la contrarrevolución»: «la sagrada vendetta liquidará a los dirigentes revolucionarios al comienzo mismo de la insurrección, no dudando en golpear a las masas criminales con sus propias armas» ([5]).
Victor Serge se refiere a los servicios de inteligencia de «Action française» y de los «Cahiers de l’anti-France», que ya espiaban a los movimientos de vanguardia en Francia durante la guerra, los servicios de espionaje y provocación del partido fascista en Italia, y las agencias privadas de detectives en USA, que «proporcionaban a los capitalistas informadores discretos, expertos provocadores, tiradores, guardias, capataces, y también militantes sindicales totalmente corruptos». Se supone que la compañía Pinkerton empleaba a 135 000 personas.
«En Alemania, desde el desarme oficial del país, las fuerzas esenciales de la reacción se han concentrado en organizaciones extremadamente secretas. La reacción ha comprendido que, incluso en los partidos apoyados por el Estado, la clandestinidad es un preciado valor. Naturalmente, todas estas organizaciones toman a su cargo todas las funciones de virtuales fuerzas de policía oculta contra el proletariado» ([6]).
Para preservar el mito de la democracia, las organizaciones contrarrevolucionarias en Alemania y otros países, no formaban oficialmente parte del Estado, se financiaban privadamente, a menudo se declaraban ilegales, y se presentaban como enemigos de la democracia. Con sus asesinatos contra dirigentes burgueses «democráticos» como Rathenau y Ezberger, y sus golpes de extrema derecha (golpe de Kapp 1920, golpe de Hitler 1923), desempeñaron un papel vital, precipitando al proletariado hacia el terreno de la defensa de la «democracia» contrarrevolucionaria de Weimar.
En Alemania, centro principal de la oleada revolucionaria de 1917-23 además de Rusia, es donde mejor se puede valorar la vasta escala de las operaciones contrarrevolucionarias cuando la burguesía siente amenazada su dominación de clase. Se puso en marcha una gigantesca trama en defensa del Estado burgués. Esta trama empleaba la provocación, la infiltración y el asesinato político para complementar la política contrarrevolucionaria del SPD y los sindicatos, así como la del Reichwerhr (el ejército) y los cuerpos francos extraoficiales del «ejército blanco», que se financiaban privadamente.
Más famoso aún por supuesto es el NSDAP (Partido nazi), que se fundó en Munich en 1919 como «Partido obrero alemán». Hitler, Göring, Röhm y otros dirigentes nazis, empezaron sus carreras políticas como informadores y agentes contra los consejos obreros de Baviera.
Estos centros ilegales de coordinación de la contrarrevolución, en realidad eran parte del Estado. Dondequiera que se sometía a juicio a sus especialistas en asesinatos, como los asesinos de Liebknecht, Luxemburg y cientos de otros dirigentes comunistas, no se les encontraba culpables, se les aplicaban sentencias simbólicas o se les dejaba escapar. Dondequiera que la policía descubría sus depósitos secretos de armas, el ejército intervenía para reclamar ese armamento que supuestamente le había sido robado.
La organización Escherich («Orgesch»), la mayor y más peligrosa organización ilegal antiproletaria después del llamado putsch de Kapp, que proclamaba su objetivo de «liquidar el bolchevismo», «tenía cerca de un millón de miembros armados, que poseían incontables depósitos secretos de armamento, y trabajaban con métodos de los servicios secretos. Con este objeto la “Orgesch” mantenía una agencia de espionaje» ([7]).
El «Teno», que supuestamente era un servicio técnico para casos de catástrofes públicas, en realidad era una tropa armada de 170 000 miembros que se empleaban principalmente como rompehuelgas.
La Liga antibolchevique, fundada el primero de diciembre de 1918 por industriales, dirigía su propaganda fundamentalmente hacia los obreros. «Seguía muy atentamente el desarrollo del KPD (Partido comunista de Alemania), e intentaba infiltrarlo con sus informadores. Sobre todo con este fin montó un servicio de inteligencia y espionaje camuflado tras el nombre de Cuarto departamento. Mantenía lazos con la policía política y con unidades del ejército» ([8]).
En Munich, la sociedad oculta de Thule, vinculada a la ya mencionada Orden germánica de antes de la guerra, organizó el ejército blanco de la burguesía bávara, el «Freikorps Oberland» y coordinó la lucha contra la república de consejos de 1919, incluyendo el asesinato de Eisner, líder del USPD, destinado a provocar una insurrección prematura. «Su segundo departamento era su servicio de inteligencia, que organizaba una extensa actividad de infiltración, espionaje y sabotaje. Según Sebottendorf, cada miembro de la Liga de combate, pronto contaba con un carnet del Grupo Spartakus con nombre falso. Los espías de la liga de combate también se sentaban en el gobierno de consejos y en el ejército rojo, e informaban cada noche al centro de la sociedad de Thule sobre los planes del enemigo» ([9]).
El arma principal de la burguesía contra la revolución proletaria no es la represión contra la subversión, sino la presencia de la ideología y la influencia organizativa de los órganos de «izquierda» de la burguesía en las filas del proletariado. Este fue fundamentalmente el trabajo de la socialdemocracia y los sindicatos. Pero la ayuda que la infiltración y la provocación puede prestar a los esfuerzos de la izquierda del capital contra los obreros es muy importante, como pone de manifiesto el ejemplo del «nacional bolchevismo» durante la revolución en Alemania. Bajo la influencia del seudo anticapitalismo, el nacionalismo extremo, el antisemitismo y el antiliberalismo propios de las organizaciones paralelas de la burguesía, con las que mantenían reuniones secretas, la así llamada «izquierda» de Hamburgo, en torno a Laufenberg y Wollfheim, desarrolló una versión contrarrevolucionaria del «comunismo de izquierdas», que contribuyó decisivamente a escindir el joven KPD en 1919 y a desprestigiarlo en 1920.
El partido empezó a descubrir el trabajo de infiltración burguesa en la sección de Hamburgo del KPD ya en 1919, desenmascarando a cerca de 20 agentes de policía conectados directamente al GKSD -un regimiento contrarrevolucionario de Berlín. «A partir de entonces, se intentó varias veces que los obreros de Hamburgo se lanzaran a asaltos armados contra las prisiones y otras acciones aventureras» ([10]).
El organizador de este socavamiento de los comunistas en Hamburgo, Von Killinger, era un dirigente de la «Organización Cónsul», una organización secreta terrorista y asesina destinada a infiltrar y unir la lucha de todas las facciones de derecha contra el comunismo.
Al principio de este artículo ya hemos visto cómo la Internacional comunista sacó las lecciones de la incapacidad de la IIª Internacional a nivel organizativo para llevar a cabo una lucha mucho más rigurosa contra la francmasonería y las sociedades secretas.
Como ya hemos visto, el IIº Congreso mundial adoptó una moción del partido italiano contra los francmasones que, aunque oficialmente no formaba parte de las «21 condiciones» para ser miembro de la Internacional, extraoficialmente se conocía como la «condición 22». De hecho, las famosas 21 condiciones de agosto de 1920 obligaban a todas las secciones de la Internacional a organizar estructuras clandestinas para proteger a la organización contra la infiltración, a investigar las actividades del aparato ilegal contrarrevolucionario de la burguesía, y a sostener el trabajo centralizado internacionalmente contra las acciones políticas y represivas del capital.
El tercer Congreso mundial, en junio de 1921, adoptó principios destinados a proteger mejor a la Internacional de los espías y agentes provocadores, y a observar sistemáticamente las actividades del aparato paramilitar y de policía antiproletario, oficial y secreto, los francmasones, etc. Se creó un comité internacional -OMS- para coordinar estas actividades.
El KPD por ejemplo publicaba regularmente listas de agentes provocadores y espías de la policía excluidos de sus filas, junto con sus fotos y una descripción de sus métodos. «De agosto de 1921 a agosto de 1922, el departamento de Información descubrió 124 informadores, agentes provocadores y timadores. La policía o las organizaciones de derecha los enviaban al KPD con la esperanza de que lo explotaran financieramente en su propio beneficio».
El KPD publicó folletos sobre esta cuestión, y también descubrió quiénes habían asesinado a Liebknecht y Luxemburg, publicó sus fotos y pidió ayuda de la población para encontrarlos. Se estableció una organización especial para defender al partido contra las sociedades secretas y las organizaciones paramilitares de la burguesía. Este trabajo incluyó acciones espectaculares. Así en 1921, miembros del KPD disfrazados de policías, registraron la sede y confiscaron documentos de la sucursal del Ejército blanco ruso en Berlín. También se llevaron a cabo acciones contra las sedes de la criminal «Organización Consul».
Pero sobre todo el Comintern suministraba regularmente a todas las organizaciones obreras avisos e informaciones sobre las tentativas de la trama oculta de la burguesía por destruirlas.
Tras la derrota de la revolución comunista después de 1923, la trama secreta antiproletaria de la burguesía, o se disolvió, o se atribuyó otras tareas que el Estado le encargaba. En Alemania, por ejemplo, muchos de esos elementos se integraron más tarde en el movimiento nazi.
Pero cuando las luchas obreras masivas en 1968 en Francia pusieron fin a la contrarrevolución y abrieron un período de ascenso de la lucha de clases, la burguesía empezó a resucitar su aparato antiproletario oculto. En Mayo del 68 en Francia, «el “Gran Oriente” masónico saludaba con entusiasmo el “magnífico movimiento de los estudiantes y los obreros” y enviaba alimentos y medicinas a la Sorbona ocupada» ([11]).
Ese «saludo» no era más que un brindis hipócrita. En Francia, después de 1968, la burguesía ha puesto en marcha a sus sectas «neotemplarias», «rosacruces» y «martinistas» para infiltrar a los izquierdistas y a otros grupos, en colaboración con las estructuras del SAC (Servicio de acción cívica, creado por agentes de De Gaulle). Por ejemplo, Luc Jouret, el gurú del «Templo solar», empezó su carrera de agente de oficinas paralelas semilegales infiltrando a grupos maoístas ([12]), antes de encontrarse en 1978 de médico entre los paracaidistas belgas y franceses que saltaron sobre Kolwesi en Zaire.
De hecho, los años siguientes han presenciado la aparición de organizaciones del tipo de las que se usaron contra la revolución proletaria en los años 20. En la extrema derecha, el «Front européen de libération» ha revivido la tradición «nacionalbolchevique». En Alemania, el «Sozialrevolutionäre Arbeiterfront» (Frente social revolucionario obrero), siguiendo su consigna: «la frontera no está entre derecha e izquierda, sino entre arriba y abajo», se ha especializado en infiltrar diferentes movimientos «de izquierda». La sociedad de Thule también se ha refundado como una sociedad secreta contrarrevolucionaria ([13]).
La «World anticommunist League» (Liga anticomunista mundial), la «National Caucus of Labour» (la Junta nacional del trabajo) y el «European Labour Party» (Partido laborista europeo), son servicios privados actuales de información política de la derecha moderna. Del dirigente de la última de estas organizaciones, Larouche, ha dicho un miembro del Consejo de seguridad nacional de Estados Unidos que «posee una de las mejores organizaciones privadas de inteligencia del mundo» ([14]). En Europa, algunas sectas de los rosa cruz son de obediencia norteamericana, otras de obediencia europea como la Asociación sinárquica del Imperio dirigida por la familia de los Habsburgo que reinó en Europa en el imperio austro-húngaro.
Las versiones «de izquierda» de esas organizaciones contrarrevolucionarias no son menos activas. En Francia por ejemplo se han establecido nuevas sectas en la tradición «martinista», una variante de la francmasonería especializada históricamente en las misiones secretas de agentes de influencia que completaban la labor de los servicios secretos oficiales o en la infiltración y destrucción de las organizaciones obreras. Esos grupos propagan que el comunismo o no lo explica todo y debe ser enriquecido ([15]), o que sólo puede conseguirse por las manipulaciones de una minoría ilustrada. Como otras sectas, esos grupos están especializados en el arte de la manipulación de las personas, no solo de su comportamiento individual, sino sobre todo de su acción política.
De manera general, el desarrollo de sectas ocultas y grupos esotéricos los pasados años, no es sólo una expresión de la desesperación y la histeria de la pequeña burguesía frente a la situación histórica, sino que está animado y organizado por el Estado. Se sabe el papel que juegan esas sectas en las rivalidades imperialistas (por ejemplo, el empleo que hace la burguesía USA de la Cienciología contra Alemania). Pero todo este movimiento «esotérico» también es parte del ataque furibundo ideológico de la burguesía contra el marxismo, particularmente después de 1989 con la pretendida «muerte del comunismo». Históricamente, la burguesía europea empezó a identificarse con la ideología mística de la francmasonería frente al auge del movimiento socialista sobre todo a partir de las revoluciones de 1848. Hoy, el odio desenfrenado del esoterismo contra el materialismo y el marxismo, así como contra las masas proletarias, consideradas «materialistas» y «estúpidas», no es más que el odio concentrado de la burguesía y parte de la pequeña burguesía contra un proletariado que no está derrotado. Incapaz por sí misma de ofrecer ninguna alternativa histórica, la burguesía opone al marxismo la mentira de que el estalinismo era comunista, pero también la visión mística de que el mundo sólo puede «salvarse» si se sustituye la conciencia y la racionalidad por el ritual, la intuición y la superchería.
Hoy, frente al desarrollo del misticismo y la proliferación de sectas ocultas en la sociedad capitalista en descomposición, los revolucionarios deben sacar las lecciones de la experiencia del movimiento obrero contra lo que Lenin llamaba «el misticismo, esa cloaca para modas contrarrevolucionarias». Deben reapropiarse esta lucha implacable de los marxistas contra la ideología de la masonería. Deben denunciar esta ideología reaccionaria.
Como la religión, calificada por Marx el siglo pasado de «opio del pueblo», los temas ideológicos de la francmasonería moderna son un veneno inoculado por el Estado burgués, para destruir la conciencia de clase del proletariado.
El combate, que el movimiento obrero del pasado hubo de desarrollar permanentemente contra el ocultismo, es escasamente conocido en nuestros días. En realidad, la ideología y los métodos de infiltración de la francmasonería, han sido siempre una de las puntas de lanza de las tentativas de la burguesía para destruir, desde dentro, las organizaciones comunistas. Si la CCI, como muchas otras organizaciones comunistas del pasado, ha sufrido la penetración en su seno de este tipo de ideología, es su deber y su responsabilidad el comunicar al conjunto del medio político proletario las lecciones del combate que ha llevado a cabo en defensa del marxismo, contribuir a la reapropiación de la vigilancia del movimiento obrero del pasado frente a la política de infiltración y de manipulación del aparato oculto de la burguesía.
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[1] Ver nuestra advertencia publicada a ese respecto en toda la prensa territorial de la CCI.
[2] Engels, la Política exterior de la Rusia zarista.
[3] Bakunin, citado por R. Huch en Bakunin und die Anarquie (Bakunin y la anarquía).
[4] Terror, Drahzieher und Attentäter (Terror, manipuladores y asesinos), de Kowaljow-Mayschew. La versión alemana (del Este) del libro soviético fue publicada por los editores militares de la RDA.
[5] Die Thule-Gesellschaft (Historia de la Logia de Thule), Rose.
[6] Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, V. Serge.
[7] Der Nachrichdienst der KPD (los servicios de información del KPD), publicado en 1993 por antiguos historiadores de la policía secreta de Alemania del Este, la STASI.
[8] Ídem.
[9] Die Thule-Gesellschaft.
[10] Der Nachrichdienst der KPD.
[11] Frankfurter Allgemeine Zeitung, suplemento, 18 de mayo de 1996.
[12] La Orden del Templo solar.
[13] Drahtzieher im braunem Netz (los que manejan los hilos de la red parda), Konkret.
[14] Citado en Geschäfte und Verbrechen der Politmafia (los negocios y los crímenes de la mafia política), Roth-Ender.
[15] La única finalidad de esas ideas es la de desprestigiar el comunismo y el marxismo, debilitar la conciencia de clase y enturbiar un arma esencial del proletariado, su claridad teórica.
En los dos primeros artículos de esta serie abordamos los orígenes y el desarrollo de la Alianza de Bakunin, y cómo la burguesía apoyó y utilizó esta secta como una auténtica máquina de guerra contra la Iª Internacional. Hemos visto, también, la enorme importancia que Marx, Engels, y los elementos obreros más sanos de la Internacional, concedían a la defensa de los principios proletarios de funcionamiento, frente al anarquismo en materia de organización. En el presente artículo trataremos de las lecciones del Congreso de La Haya, uno de los momentos más importantes de la lucha del marxismo contra el parasitismo político. Las sectas socialistas que ya no tenían su sitio en el joven movimiento proletario en pleno desarrollo, orientaban entonces lo principal de su actividad a luchar no ya contra la burguesía sino contra las organizaciones revolucionarias mismas. Todos esos elementos parásitos, a pesar de las divergencias políticas entre ellos, se unieron a los intentos de Bakunin por destruir la internacional.
Las lecciones de la lucha contra el parasitismo en el Congreso de la Haya son especialmente válidas hoy. A causa de la ruptura de la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado, pueden hacerse muchos paralelos entre el desarrollo del medio revolucionario después de 1968 y el de los inicios del movimiento obrero; existe, en particular, no una identidad pero sí una gran similitud entre el papel del parasitismo político en la época de Bakunin y el que hoy desempeña.
El Congreso de La Haya de la Primera Internacional en 1872, es uno de los más famosos en la historia del movimiento obrero. Fue en él donde tuvo lugar el histórico “enfrentamiento” entre marxismo y anarquismo. Este Congreso fue un momento decisivo en la superación de la fase de “sectas”, que había marcado los primeros pasos del movimiento obrero. En este Congreso se pusieron las bases para superar la separación que existía entre, por un lado, las organizaciones socialistas, y por otro, los movimientos de masas de la lucha obrera.
El Congreso condenó enérgicamente el “rechazo de la política” anarquista y pequeñoburgués, así como sus “reticencias” respecto a las luchas defensivas cotidianas de los trabajadores. Y, sobre todo, declaró que la emancipación del proletariado exige su organización en “un partido político de clase, autónomo, contrario a todos los partidos formados por las clases dominantes” (Resolución sobre los Estatutos del Congreso de La Haya).
No es casualidad que tales cuestiones se suscitaran precisamente en aquel momento, ya que el Congreso de La Haya fue el primer congreso internacional que se celebraba tras la derrota de la Comuna de París en 1871, cuando contra el movimiento obrero se lanzaba una oleada internacional de terror reaccionario. La Comuna de París había mostrado el carácter político de la lucha de la clase obrera, había puesto de manifiesto la necesidad y la capacidad de la clase revolucionaria para organizar su confrontación con el Estado burgués, la tendencia histórica a la destrucción de ese estado y su sustitución por la dictadura del proletariado como condición previa del socialismo. Los acontecimientos de París mostraron a los obreros que el socialismo no se conseguiría a través de experimentos cooperativos de tipo proudhoniano, ni con pactos con las clases explotadoras como preconizaban los lassalleanos, ni tampoco mediante audaces acciones de una minoría selecta como pretendía el blanquismo. Y, sobre todo, la Comuna de París enseñó a los obreros verdaderamente revolucionarios, que la revolución socialista no tiene nada que ver con una orgía de anarquía y destrucción, sino que se trata de un proceso centralizado y organizado; que la insurrección obrera no desemboca en una “abolición” inmediata de las clases, del Estado y de la “autoridad”, sino que exige imperativamente la autoridad de la dictadura del proletariado. En resumen: la Comuna de París dio absolutamente la razón a la posición marxista, y desautorizó por completo las “teorías” bakuninistas.
De hecho, en el momento del Congreso de La Haya, los mejores representantes del movimiento obrero tomaban conciencia de cómo el peso en la dirección de la insurrección de las concepciones proudhonianas, bakuninistas, blanquistas, y de otras sectas había sido la principal debilidad política de la Comuna. Y donde, además, la Internacional había sido incapaz de intervenir en los acontecimientos centralizada y coordinadamente, como debe hacerlo un partido de clase.
Por ello, tras la derrota de la Comuna de Paris, liberarse del peso de su propio pasado sectario y poder superar así la influencia del socialismo pequeño burgués, era ya la prioridad absoluta para el movimiento obrero.
Este es el contexto político que explica porqué la cuestión central del Congreso de La Haya no fue la Comuna de París en sí misma, sino la defensa de los Estatutos de la Internacional, contra el complot de Bakunin y sus aliados. Los historiadores burgueses, desconcertados por este hecho, concluyen que este congreso habría sido una expresión de ese mismo sectarismo, ya que la Internacional habría “preferido” dedicarse a sus asuntos internos, en vez de a los resultados de un acontecimiento histórico en la lucha de clases. Lo que la burguesía no puede entender es que la respuesta que la Comuna de París pedía a los revolucionarios era, precisamente, la defensa de los principios políticos y organizativos del proletariado, la erradicación de sus filas de las teorías y actitudes organizativas pequeño burguesas.
Así pues, los delegados de la Internacional acudieron a La Haya no sólo para replicar a la represión internacional y las difamaciones contra la AIT, sino ante todo, para hacer frente al ataque que, desde dentro, se había lanzado contra ella. Este ataque interno estaba dirigido por Bakunin que llamaba, ya abiertamente, a abolir la centralización internacional, incumplir los estatutos, no pagar las cuotas al Consejo General, y rechazar la lucha política. Bakunin se oponía, sobre todo, a las decisiones de la Conferencia de Londres de 1871, en las que, sacando las lecciones de la Comuna de París, se defendía la necesidad de que la Internacional desempeñara su papel de partido de clase. En el terreno organizativo, esta conferencia había exigido al Consejo general que asumiera, sin vacilaciones, su papel de centralización, de representante de la unidad de la Internacional entre congreso y congreso. En Londres, se condenó también la existencia, dentro de la Internacional, de sociedades secretas, y se ordenó la preparación de un informe sobre las escandalosas actividades que, en nombre de la Internacional, Bakunin y Nechaiev habían realizado en Rusia.
A todo ello Bakunin respondió con una “huida hacia delante”, ya que poco a poco se iban descubriendo sus actividades contra la Internacional. Pero se trataba, en realidad, de una estrategia calculada que contaba con explotar, en su propio provecho, la debilidad y desorientación de muchas partes de la organización tras la derrota de la Comuna de París, para intentar aniquilar la Internacional, en el propio Congreso de La Haya, ante los expectantes ojos de todo el mundo. El ataque de Bakunin contra la “dictadura del Consejo general” estaba ya contenido en la Circular de Sonvilliers de noviembre de 1871, que había sido enviada a todas las secciones, y con la que trataba, arteramente, de ganarse a todos los elementos pequeño burgueses, que se sentían amenazados por la proletarización de los métodos organizativos de la Internacional impulsados por los órganos centrales. La prensa burguesa reprodujo amplios extractos de esta circular de Sonvillier (“El monstruo de la Internacional se devora a sí mismo”) y, “en Francia, donde todo lo que, de cualquier forma, estuviera relacionado con la Internacional, era salvajemente perseguido, fue sin embargo pegado en las paredes” (Nicolaievsky, Karl Marx, traducido del inglés por nosotros).
Podemos decir que, en términos generales, tanto la Comuna de París como la fundación de la Internacional, son expresiones de un mismo proceso histórico, cuya esencia es la maduración de la lucha por la emancipación del proletariado. Desde mediados de los años 1860, el movimiento obrero había empezado a superar sus “infantilismos”. Sacando lecciones de las revoluciones de 1848, el proletariado se negaba a aceptar el liderazgo del ala radical de la burguesía, luchando ya por establecer su propia autonomía de clase. Pero esta autonomía exigía que la clase obrera supe rase la dominación que ejercían, sobre sus propias organizaciones, las teorías y las concepciones organizativas de la pequeña burguesía, la bohemia y los elementos desclasados, etc.
Pero esa lucha por imponer los postulados del proletariado en sus organizaciones, esa lucha que tras la Comuna de París llegaba a una nueva etapa, debía desarrollarse no sólo frente al exterior, contra los ataques de la burguesía, sino también dentro de la propia Internacional. En las filas de ésta, los elementos pequeñoburgueses y desclasados desataron una feroz resistencia contra la aplicación de estos principios políticos y organizativos del proletariado, pues ello significaba la desaparición de su influencia en la organización obrera.
Y así estas sectas “palancas del movimiento, en sus inicios, pasan a ser trabas cuando éste las supera, convirtiéndose entonces en reaccionarias” (Marx/Engels, Las pretendidas escisiones en la Internacional).
El Congreso de La Haya tenía pues como objetivo, eliminar el sabotaje de la maduración y la autonomización del proletariado, que ejercían los sectarios. Un mes antes del Congreso, el Consejo general había declarado, en una circular a todos los miembros de la Internacional, que había llegado el momento de acabar, de una vez por todas, con las luchas internas causadas “por la presencia de un cuerpo parásito”, y señalaba que “paralizando la actividad de la Internacional contra los enemigos de la clase obrera, la Alianza sirve espléndidamente a la burguesía y sus gobiernos”.
El Congreso de La Haya mostró cómo esos sectarios que ya no servían de palanca al movimiento, que se habían transformado en parásitos que vivían a expensas de las organizaciones proletarias, se habían organizado y coordinado a escala internacional para hacer la guerra a la Internacional. Y que preferían la destrucción del partido obrero antes que aceptar que el proletariado se liberase de su influencia. Se demostró también que el parasitismo político, para tratar de evitar ser arrojado al famoso “basurero de la historia” donde debería estar, había preparado la formación de una alianza con la burguesía, cuya base era el odio que tanto unos como otros, si bien cada uno por razones distintas, compartían contra el proletariado. Uno de los principales logros del Congreso de La Haya fue, precisamente que fue capaz de desvelar la esencia de este parasitismo político, que presta sus servicios a la burguesía participando en la guerra de las clases explotadoras contra las organizaciones comunistas.
Las declaraciones escritas enviadas a La Haya por las diferentes secciones, especialmente por las de Francia (donde la AIT trabajaba en la clandestinidad, y muchos de sus delegados no podían acudir al Congreso) muestra el estado de ánimo que reinaba en la Internacional en vísperas del Congreso. Los principales temas de esas declaraciones se referían a la propuesta de ampliación de los poderes del Consejo general, a la orientación hacia un partido político de clase, y a la confrontación contra la Alianza bakuninista y otras flagrantes violaciones de los estatutos.
La decisión de Marx de asistir personalmente al Congreso, era una prueba más de la determinación que existía en la Internacional, para desenmascarar y destruir los diferentes complots que se estaban urdiendo contra la Asociación, todos ellos centrados en torno a la Alianza de Bakunin. Esta Alianza, una organización clandestina en el seno de la propia organización, era una sociedad secreta desarrollada según el modelo burgués de la francmasonería. Los delegados eran muy conscientes de que detrás de las maniobras sectarias de Bakunin, se escondía la conspiración de la clase dominante.
“... Ciudadanos: nunca antes un Congreso fue tan solemne y más importante como el que os ha reunido en La Haya. Lo que deberá discutirse no es tal o cual insignificante cuestión de forma, tal o cual trillado artículo de los Reglamentos, sino la supervivencia misma de la Asociación.
Manos impuras, manchadas de sangre republicana, intentan, desde hace tiempo, sembrar la discordia entre nosotros, lo que solo puede servir al más criminal de los monstruos: Luis Bonaparte. Intrigantes expulsados vergonzosamente de nuestras filas -los Bakunin, Malon, Gaspard Blanc y Richard- intentan fundar una no sabemos bien qué clase de ridícula federación, para servir a su ambicioso proyecto de destrozar la Asociación. Pues bien, ciudadanos, esta es la raíz de las discordias, grotesca por sus arrogantes designios, pero peligrosa por sus audaces maniobras, que deben ser aniquiladas a toda costa. Su existencia es incompatible con la nuestra y dependemos de vuestra implacable energía para alcanzar un éxito decisivo y brillante. Sed implacables, luchad sin vacilaciones, pues si sois débiles y temerosos, seréis responsables no sólo del desastre que sufra la Asociación, sino además de las terribles consecuencias que ello supondría para la causa del proletariado” (“De la sección Ferré de París a los delegados de La Haya”) ([1]).
Contra la demanda de Bakunin que abogaba por una autonomización de las secciones y la casi completa abolición del Consejo general -el órgano central que representaba la unidad de la Internacional:
“Si pretendéis que el Consejo general sea un cuerpo inútil, que las federaciones puedan actuar sin él, sólo a través de correspondencia entre ellas, (...) entonces la Asociación Internacional se dislocará. El proletariado retrocederá al período de las corporaciones, (...). Pues bien, nosotros los parisinos, declaramos que no hemos derramado nuestra sangre a raudales, generación tras generación, para satisfacer intereses de capilla. Afirmamos que no habéis entendido absolutamente nada sobre el carácter y la misión de la Asociación internacional” (Declaración de las secciones parisinas a los delegados de la Asociación internacional reunidos en Congreso, leída en la XIIª sesión del Congreso, el 7/9/1872, p. 235). Las secciones declararon: “No queremos ser transformadas en una sociedad secreta, como tampoco queremos empantanarnos en una simple evolución económica. Pues una sociedad secreta lleva a aventuras en las que el pueblo siempre es la víctima” (p. 232).
Que la infiltración del parasitismo político en las organizaciones proletarias es un peligro real, queda rotundamente demostrado por el hecho de que, de los 6 días que duró el Congreso de la Haya (del 2 al 7 de septiembre de 1872), dos jornadas completas estuvieron dedicadas a la comprobación de los mandatos de los delegados. O sea que no siempre estaba claro si tal o cual delegado tenía verdaderamente un mandato y de quién. En algunos casos, ni siquiera estaba claro que el delegado fuera miembro de la organización, o si la sección que le enviaba existía en ese momento.
Y así, Serraillier, que era el secretario del Consejo general para Francia, jamás había oído hablar de las secciones de Marsella, que habían enviado a un delegado que resultó ser miembro de la Alianza. Tampoco se habían recibido jamás cotizaciones de sus miembros. “Es más, se le había informado de que se habían formado recientemente secciones, con el único propósito de enviar delegados al Congreso” (p. 124). ¡El Congreso hubo de votar incluso si tales secciones existían o no!
Al encontrarse en minoría en el Congreso, los seguidores de Bakunin intentaron, por su parte, impugnar varios mandatos, lo que hizo perder mucho tiempo.
Alerini, miembro de la Alianza, exigió que los autores de Las pretendidas escisiones..., es decir el Consejo general, debía ser excluido. ¿Por qué razón?, pues... ¡por haber defendido los Estatutos de la Asociación!. La Alianza pretendió, igualmente, violar las normas de votación existentes, prohibiendo a los miembros del Consejo general que votaran como delegados mandatados por las secciones.
Otro enemigo de los órganos centrales, Mottershead, “preguntó por qué Barry, que no era uno de los líderes ingleses, y al que se le tenía por alguien insignificante, era, sin embargo, delegado al Congreso por la sección alemana”. Marx le replicó que “dice mucho a favor de Barry que no sea uno de los llamados líderes de los trabajadores ingleses, ya que éstos están en mayor o menor medida, vendidos a la burguesía y el gobierno. Si se ataca a Barry es sólo porque se niega a ser un instrumento de Hales” (p. 124). Mottershead y Hales, apoyaban las tendencias antiorganizativas de Bakunin.
Al carecer de la mayoría, la Alianza trató de perpetrar, en mitad de las sesiones del Congreso, un auténtico golpe contra las normas de la Internacional, ya que según su punto de vista, las normas son para los demás, que no para la élite bakuninista.
Así, los aliancistas españoles plantearon (proposición nº 4 al Congreso), que sólo podían ser contabilizados en el Congreso los votos de aquellos delegados que hubieran recibido un “mandato imperativo” de sus secciones. Los votos de los demás delegados sólo podrían contabilizarse, una vez que sus secciones hubieran debatido y votado las mociones del Congreso. De ello resultaría que las resoluciones adoptadas en el Congreso, sólo tendrían validez dos meses después de éste. Tal propuesta suponía, ni más ni menos, aniquilar el Congreso como máxima instancia de la organización.
Morago anunció entonces “que los delegados españoles habían recibido órdenes precisas para abstenerse hasta que no se estableciera un sistema de voto acorde con el número de electores que representaba cada delegado”. La respuesta de Lafargue, tal y como la recogen las actas fue: “Lafargue dijo que él era un delegado de España, y que no había recibido tales instrucciones”. Todo ello resulta revelador de cómo funcionaba verdaderamente la Alianza. Entre los delegados de diferentes secciones, algunos decían tener un mandato “imperativo” de sus secciones, cuando en realidad estaban obedeciendo a las instrucciones secretas de la Alianza, una dirección alternativa y secreta, opuesta al Consejo general y a los Estatutos.
Para reforzar su estrategia, los aliancistas pasaron luego a chantajear pura y simplemente al Congreso. El brazo derecho de Bakunin, Guillaume, dada la negativa del Congreso a saltarse sus propias normas para complacer a los bakuninistas españoles “anunció que a partir de ese momento, la Federación del Jura dejaría de tomar parte de las votaciones” (p. 143). Y no contento con ello, amenazó incluso con abandonar el Congreso.
En respuesta a este burdo chantaje. “El Presidente del Congreso explicó que las normas habían sido establecidas no por el Consejo general, ni por tal o cual persona, sino por la AIT y sus Congresos, y que por tanto quienquiera que atacara las normas, estaba en realidad atacando a la AIT y a su existencia”.
Tal y como señaló Engels: “No es culpa nuestra si los españoles se encuentran en una posición comprometida y son incapaces de votar. Tampoco es culpa de los obreros españoles, sino del Consejo federal español, que está formado de miembros de la Alianza” (pp. 142-143). Frente al sabotaje de la Alianza, Engels formuló la alternativa a la que se confrontaba el Congreso: “Debemos decidir si la AIT va a continuar rigiéndose de manera democrática, o si va a ser gobernada por una camarilla (gritos y protestas por el término “camarilla”) organizada secretamente y violando los Estatutos” (p. 122).
“Ranvier protesta contra la amenaza lanzada por Splingard, Guillaume y otros de abandonar la sala, que prueba que son únicamente ELLOS y no nosotros, quienes DE ANTEMANO se han pronunciado sobre la cuestión que se discute. Ya le gustaría a él que todos los policías del mundo se marcharan así” (p. 129).
“Morago, que tanto se irrita ante un eventual despotismo por parte del Consejo general, debería darse cuenta de que su conducta y la de sus camaradas aquí, es mucho más tiránica, puesto que pretende obligarnos a ceder ante ellos, bajo la amenaza de su separación” (Intervención de Lafargue, p. 153).
El Congreso también respondió a la cuestión de los mandatos imperativos, que equivalían a transformar el Congreso en una simple urna, en la que las delegaciones depositarían un voto que ya habrían tomado. Habría resultado más barato evitarse el Congreso y enviar los votos por correo. El Congreso ya no sería pues la más alta instancia de la unidad de la organización, que toma sus decisiones soberanamente, como una entidad.
“Serrailler dice que él no se encuentra aquí atado, a diferencia de Guillaume y sus camaradas, que ya tienen de antemano establecido un parecer sobre todas las cuestiones, puesto que han aceptado un mandato imperativo que les obliga a votar de una manera determinada o a retirarse”.
La verdadera función del “mandato imperativo” en la estrategia de la Alianza, fue desenmascarada por Engels en su artículo: “El mandato imperativo y el Congreso de La Haya”:
“¿Por qué los aliancistas, ellos que son tan acérrimos enemigos de cualquier principio de autoridad, insisten tan tercamente sobre la autoridad del mandato imperativo? Porque para una sociedad secreta como la suya, infiltrada en una sociedad pública como la Internacional, nada hay más cómodo que el mandato imperativo. El mandato de sus aliados será idéntico. Aquellas secciones que no estén bajo la influencia de la Alianza, o que se rebelen contra ella, tendrán discrepancias unas con otras, de manera que frecuentemente la mayoría absoluta, y siempre la mayoría relativa, queda en manos de la sociedad secreta. Mientras que en un Congreso sin mandatos imperativos, el sentido común de los delegados independientes se unirá prontamente a un partido común, contra el partido de la sociedad secreta. El mandato imperativo es un instrumento de dominación sumamente efectivo, y por ello la Alianza, a pesar de su anarquismo, preconiza su autoridad” (traducido del inglés por nosotros).
Dado que las finanzas, como base material para el trabajo político, son vitales para la construcción y la defensa de la organización revolucionaria, es lógico que el sabotaje de las finanzas fuera uno de los principales instrumentos del parasitismo para socavar la Internacional.
Antes del congreso de La Haya, había habido ya intentos de boicotear o sabotear el pago de las cuotas que, según los estatutos, los miembros debían pagar al Consejo general. Refiriéndose a la política que llevaban aquellos que en las secciones norteamericanas, se rebelaban contra el Consejo general, Marx declaró que: “Negarse a pagar las cuotas, e incluso las reclamaciones de la sección al Consejo general, corresponden al llamamiento efectuado por la Federación del Jura que dice que si tanto Europa como América se niegan a pagar sus cuotas, el Consejo general se quedará sin blanca” (p. 27).
Con respecto a la “rebelde” Segunda sección de Nueva York, “Ranvier es de la opinión que los Reglamentos han quedado ‘en papel mojado’. La sección nº 2 se separó del Consejo federal, cayendo en una profunda letargia, pero al acercarse el congreso mundial, ha querido estar representada en él para protestar contra los que han mantenido la actividad. Y ¿cómo, por cierto, ha regularizado esta sección su situación con el Consejo general? Pues pagando sus cuotas sólo el 26 de agosto. Tal conducta es casi cómica e intolerable. Estas pequeñas camarillas, estas sectas, estos grupos que quieren estar al margen, sin ningún vínculo con los demás recuerdan a la masonería, y no pueden ser tolerados en la Internacional” (p. 45).
El Congreso insistió justamente en que sólo las delegaciones de las secciones que hubieran pagado sus deudas, podrían participar en el Congreso. He aquí como Farga Pellicer “explicó” que los aliancistas españoles no hubieran pagado: “Respecto a las cuotas, explicó: la situación es difícil, han tenido que luchar contra la burguesía y además todos los trabajadores pertenecen a sindicatos. Quieren unir a todos los trabajadores contra el capital. La Internacional ha hecho grandes progresos en España, pero la lucha es costosa. No han pagado sus cuotas, pero lo harán”. En resumidas cuentas: se habían guardado el dinero de la organización para ellos mismos. A lo que el tesorero de la Internacional les respondió: “Engels, secretario para España, se sorprende de que los delegados hayan llegado con dinero en los bolsillos, y aún no hayan pagado. En la Conferencia de Londres, todos los delegados rindieron cuentas inmediatamente, y los españoles deben hacer lo mismo aquí, ya que es indispensable para dar validez a sus mandatos” (p. 128). Dos páginas más adelante, leemos en las actas: “Farga Pellicer, finalmente se levantó y entregó al Presidente las cuentas de tesorería y las cuotas de la Federación española, excepto las del último trimestre”. Es decir, el dinero que alegaban no tener.
No puede sorprendernos que, con vistas a debilitar a la organización, la Alianza y sus acólitos propusieran entonces la reducción de las cuotas de los miembros, cuando la propuesta del Congreso era el aumentarlas: “Brismee esta a favor de una disminución de las cuotas, ya que los obreros deben pagar a sus secciones, al Consejo federal, y resulta muy costoso para ellos entregar además diez céntimos anuales al Consejo general”. A lo que Frankel, en defensa de la organización contestó que “él mismo es un trabajador asalariado y sin embargo piensa que, en interés de la Internacional, las cuotas deben ser, sin duda, aumentadas. Hay federaciones que sólo pagan en el último momento y lo menos que pueden. El Consejo no tiene un céntimo en caja. (...) Frankel opina que con los medios de propaganda que se lograran con un aumento de las cuotas, cesarían las divisiones en la Internacional, y que éstas no existirían hoy si el Consejo general hubiera podido enviar sus emisarios a los diferentes países donde se daban esas disensiones” (p. 95).
Sobre esta cuestión, la Alianza obtuvo una victoria parcial: las cuotas se dejaron al mismo nivel que estaban.
Finalmente el Congreso rechazó vehementemente las difamaciones que tanto la Alianza, como la prensa burguesa habían lanzado sobre esta cuestión: “Marx señaló que, cuando en realidad, los miembros del Consejo habían adelantado dinero de sus propios bolsillos para sufragar los gastos de la Internacional, los calumniadores les acusaban de vivir del Consejo, que vivían de los peniques de los obreros (...). Lafargue indicó que la Federación del Jura era una de las pregoneras de esa calumnia” (pp. 58 y 169).
“El Consejo general (...) plantea en el orden del día, como cuestión más importante a discutir en el Congreso de La Haya, la revisión de los estatutos generales y los reglamentos” (Resolución del Consejo general sobre el orden del día del Congreso de La Haya, pp. 23-24).
En cuanto al funcionamiento, la cuestión central fue la siguiente modificación de los Estatutos generales:
“Artículo 2. El Consejo general está obligado a ejecutar las Resoluciones del Congreso, y a vigilar que en cada país se cumplan estrictamente los principios, los Estatutos generales y los Reglamentos de la Internacional.
“Artículo 6. El Consejo general tiene igualmente derecho a suspender ramas, secciones, consejos o comités federales, y federaciones de la Internacional, hasta que se reúna el siguiente Congreso” (Resoluciones sobre los Reglamentos, p. 283).
En vez de esto, los adversarios del desarrollo de la Internacional, anhelaban la destrucción de esta unidad centralizada. Y pretender que esa oposición venía motivada por una “negativa, por principios, a la centralización”, se contradice abiertamente con el hecho de que, en los propios estatutos secretos de la Alianza, esa “centralización” era sustituida por la dictadura personal de un sólo hombre: el “ciudadano B.” (Bakunin). Tras el amor arrebatado de los bakuninistas por el federalismo, lo que en realidad se ocultaba era su comprensión de que la centralización era uno de los principales instrumentos con los que la Internacional podía resistir a su destrucción, evitando verse fragmentada. Con objeto de lograr esa “sagrada destrucción”, los bakuninistas movilizaron los prejuicios federalistas de los elementos pequeñoburgueses de la organización.
“Brismee pide que antes se discutan los Estatutos, pues quizá deje de existir el Consejo General, y por tanto ya no necesitaría poderes. Los belgas rechazan la ampliación de poderes para el Consejo General. Antes bien, han venido aquí para recuperar la corona (soberanía) que les fue usurpada” (p. 141). Sauva de Estados Unidos) dice: “Quienes le han mandatado, quieren que se mantenga el Consejo general, pero que no tenga ningún derecho, y que su soberanía no le permita dar órdenes a sus criados (risas)”.
El Congreso rechazó esos intentos por destruir la unidad de la organización, aprobando, por el contrario, el reforzamiento del Consejo general, algo por lo que los marxistas habían estado luchando hasta ese momento. Como señaló Hepner durante el debate: “Ayer tarde se mencionaron dos grandes ideas: centralización y federación. Esta última se expresa a través del abstencionismo, pero abstenerse de actividad política acaba llevando a la comisaría de policía”. Y Marx añadió: “Sauva ha cambiado de opinión desde (la Conferencia de) Londres. En cuanto a la autoridad, en Londres apoyó la autoridad del Consejo general... aquí defiende lo contrario” (p. 89).
“Marx declara: No pedimos estos poderes para nosotros, sino para la institución. Marx ha señalado que preferiría la abolición del Consejo general, antes que verlo reducido al papel de un simple buzón de correspondencia” (p. 73).
Y cuando los bakuninistas se dedicaron a azuzar el temor pequeñoburgués a la “dictadura”, Marx argumentó que: “Aunque diéramos al Consejo general los poderes de un Príncipe Negro o del Zar de Rusia, sus poderes serían ficticios si dejara de representar a la mayoría de la AIT. El Consejo general no dispone de ejército, ni de presupuesto; no es más que una fuerza moral, y dejaría de tener poder en cuanto dejara de contar con el apoyo de toda la Asociación” (p. 154).
El Congreso supo relacionar este reforzamiento de la centralización, con otra importante modificación que se aprobó para los estatutos: la necesidad de un partido político de clase, y la defensa de los principios proletarios de funcionamiento. Ambas cuestiones tenían en común la lucha contra el “antiautoritarismo” que ataca tanto al partido como a la disciplina de partido.
“Se ha hablado aquí contra la autoridad. Nosotros también estamos contra cualquier tipo de abuso. Pero una cierta autoridad, un cierto prestigio, siempre serán necesarios para cohesionar el partido. Si fueran coherentes, esos antiautoritarios, deberían reclamar también la abolición de los Consejos federales, las federaciones y los comités, e incluso las secciones, pues todas ellas ejercen un mayor o menor grado de autoridad, Deberían instaurar la anarquía absoluta, en todas partes. Es decir, convertir la militancia de la Internacional, en un partido pequeño burgués en bata y zapatillas. ¿Cómo es posible cuestionar la autoridad, tras la Comuna? Al menos nosotros, los obreros alemanes, estamos convencidos de que la Comuna fracasó, principalmente, ¡por no ejercer la suficiente autoridad!” (p. 161).
El último día del Congreso fue presentado y discutido el Informe de la Comisión de investigación sobre la Alianza.
Cuno declaró: “No hay ninguna duda de que en el seno de la AIT han tenido lugar maquinaciones, mentiras, calumnias y supercherías, cuya existencia ha quedado probada. La Comisión ha realizado un trabajo sobrehumano, hoy ha estado reunida trece horas seguidas. Os pedimos ahora un voto de confianza, con la aceptación de las peticiones formuladas en el informe”.
En efecto, el trabajo de esta Comisión había sido extraordinario a los largo de todo el Congreso, examinando un montón de documentos, y escuchando los testimonios que solicitaron para esclarecer los diferentes aspectos de la cuestión. Engels leyó el Informe del Consejo general sobre la Alianza. Es muy significativo, que uno de los documentos presentados por el Consejo general a la Comisión fueran los “Estatutos generales de la Asociación internacional de trabajadores, tras el Congreso de Ginebra de 1866”, lo que pone de manifiesto que lo que amenazaba a la Internacional, no era la existencia de divergencias políticas que pueden darse, con toda normalidad, en el marco previsto en los estatutos, sino la violación sistemática de esos mismos estatutos.
Saltarse los principios organizativos del proletariado constituye, siempre, un peligro mortal para la existencia y la reputación de las organizaciones comunistas. Los estatutos secretos de la Alianza, que el Consejo general facilitó a la Comisión, mostraban, precisamente, que era de eso de lo que se trataba.
La Comisión, que fue elegida por el Congreso, no se tomó su trabajo a la ligera. La documentación de su trabajo es más voluminosa que las mismas actas del Congreso. El documento más extenso, el informe que la Conferencia de Londres había encargado a Utín, consta de cerca de 100 páginas. Al final, el Congreso de La Haya mandató la publicación de un informe, aún más largo, el famoso “La Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de trabajadores”. Las organizaciones revolucionarias, que nada tienen que ocultar a los obreros, siempre han querido informar al proletariado de este tipo de cuestiones, en la medida en que lo permita la seguridad de la organización.
La Comisión estableció, sin lugar a dudas, que Bakunin había disuelto y refundado la Alianza, al menos en tres ocasiones, para tratar de engañar a la Internacional. Que se trataba de una organización secreta dentro de la Asociación y que actuaba transgrediendo los estatutos y de espaldas a la organización, con objeto de hacerse con el control de esa entidad o destruirla.
La Comisión reconoció, igualmente, el carácter irracional y esotérico de esta formación: “Es evidente que dentro de esa organización existen tres grados, uno de los cuales lleva a los demás de la nariz. Todo este asunto resulta tan exagerado y excéntrico que a todos los de la Comisión, nos han entrado, constantemente, ganas de reírnos. Este tipo de misticismo sería normalmente considerado como una locura. El mayor de los absolutismos se manifestaba en el conjunto de la organización” (p. 339).
El trabajo de la Comisión se vio dificultado por varios factores. En primer lugar, la ausencia del propio Bakunin del Congreso. A pesar de haber pregonado, con su habitual pomposidad, que acudiría al congreso para defender su honor, prefirió dejar esta defensa en manos de sus discípulos, a los que sin embargo aleccionó en la estrategia a utilizar para sabotear las investigaciones. Ante todo, sus seguidores se negaron a facilitar información alguna sobre la Alianza y sobre las sociedades secretas en general, aduciendo “motivos de seguridad”, como si sus actividades se hubieran dirigido contra la burguesía cuando, en realidad, atacaban a la Asociación. Guillaume repitió lo que ya había dicho en el Congreso de la Suiza romande (abril de 1870): “Todo miembro de la Internacional tiene todo el derecho a unirse a cualquier sociedad secreta, incluso a la masonería. Cualquier investigación sobre una sociedad secreta equivaldría simplemente a una denuncia ante la policía” (Nicolaievsky, Karl Marx).
En segundo lugar, los mandatos imperativos escritos para los delegados jurasianos establecían que: “los delegados del Jura se abstendrán de cualquier cuestión personal, participando en discusiones de ese tipo, sólo si ven obligados a ello. En ese caso, propondrán al congreso olvidar el pasado, y establecer para el futuro tribunales de honor, que deberán decidir cada vez que se acuse a un miembro de la Internacional” (p. 325).
Es ése un ejemplo de documento de cómo escurrir el bulto en política. La clarificación del papel jugado por Bakunin como líder de un complot contra la Internacional, pasa a ser una cuestión personal y no una cuestión enteramente política. En cuanto a las investigaciones... deberán dejarse “para el futuro”, y a través de una especie de institución permanente para arreglar disputas, como si se tratara de un tribunal burgués. De este modo se desnaturalizaba completamente el verdadero sentido de las comisiones proletarias de investigación, o los auténticos tribunales de honor.
En tercer lugar, la Alianza se presentó como la “víctima” de la organización. Guillaume protestó “porque el Consejo general actúa como una Inquisición en la Internacional” (p. 84), afirmando que “todo este asunto no es más que un proceso político y se quiere reducir al silencio a la minoría, que es en realidad, la mayoría (...). Lo que en realidad se ha condenado aquí es el principio federalista” (p. 172). “Alerini estima que la Comisión no dispone más que de pruebas morales, que no materiales. El ha sido miembro de la Alianza, y está orgulloso de ello (...). Pero vosotros no sois más que una Inquisición. Nosotros os exigimos una investigación pública, y pruebas tangibles y concluyentes” (p. 170).
El Congreso eligió a un simpatizante de Bakunin, Splingard, como miembro de la Comisión. Este Splingard hubo de admitir que la Alianza había existido como una sociedad secreta en el interior de la Internacional, aunque demostrara no entender la función que debía cumplir la Comisión, pues se comportó en ella como una especie de “abogado defensor” de Bakunin (que ya era bastante mayorcito para defenderse a sí mismo) en vez de participar en un trabajo colectivo de investigación: “Marx declara que Splingard se ha portado como un abogado de la Alianza, pero no como un juez imparcial”.
Marx y Lucain tuvieron que refutar la acusación de que “carecían de pruebas”: “Splingard sabe muy bien que Marx había entregado casi todos los documentos a Engels. El Consejo federal español ha aportado igualmente pruebas. Él (Marx) ha presentado otras de Rusia, pero no puede, evidentemente, revelar quién se las ha enviado. En general sobre esta cuestión, los miembros de la Comisión han dado su palabra de honor de no divulgar nada sobre estas deliberaciones, y sobre todo no dar ningún nombre. Su decisión sobre esta cuestión es inquebrantable”.
Lucain “pregunta si debemos aguardar a que la Alianza haya reventado y desorganizado a la Internacional, para presentar pruebas. ¡Nosotros no! No podemos esperar hasta entonces. Nosotros atacamos el mal, allí donde lo encontramos, y cumplimos así nuestro deber” (p. 171).
El Congreso –a excepción de la minoría bakuninista– apoyó rotundamente las conclusiones de la Comisión. En realidad, la Comisión sólo solicitó tres expulsiones: las de Bakunin, Guillaume y Schwitzguebel, y sólo las dos primeras fueron aceptadas por el Congreso, desmintiendo así la falacia de que la Internacional pretendía eliminar, por medios disciplinarios, una minoría incómoda. Las organizaciones revolucionarias, en contra de las acusaciones que lanzan anarquistas y consejistas, no tienen ninguna necesidad de tales medidas, y no temen, sino que, por el contrario, tienen el máximo interés en la más completa clarificación a través del debate. De hecho sólo recurren a las expulsiones en casos muy excepcionales de grave indisciplina y deslealtad. Como señaló Johannard en La Haya: “la expulsión de la AIT es la condena más grave y deshonrosa que pueda caer sobre un hombre; los expulsados ya no podrán pertenecer jamás a una asociación honorable” (p. 171).
No entraremos aquí en otra de las dramáticas decisiones adoptadas en el Congreso: el traslado del Consejo general de Londres a Nueva York. Propuesta que venía motivada porque, si bien los bakuninistas habían sido derrotados, el Consejo general en Londres podría haber caído en las manos de otra secta: los blanquistas. Estos, que se negaban a reconocer el retroceso internacional de la lucha de clases causado por la derrota de la Comuna de París, arriesgaban la destrucción del movimiento obrero desangrado en un rosario de absurdas confrontaciones de barricadas. De hecho, aunque Marx y Engels confiaran en poder volver a traer el Consejo general a Europa, más adelante, la derrota de París marca el comienzo del fin de la Iª Internacional (véase la parte IIª de esta serie en la Revista internacional anterior).
Concluiremos este artículo, eso sí, con una de las principales adquisiciones para la historia, de este Congreso de La Haya. Esta adquisición, que desgraciadamente luego quedó relegada o completamente incomprendida (por ejemplo por Franz Mehring en su biografía de Marx), fue la identificación del papel del parasitismo político contra las organizaciones obreras.
El Congreso de La Haya demostró que la Alianza bakuninista no actuaba por su cuenta, sino como un auténtico centro coordinador de toda la oposición parásita, que apoyada por la burguesía, actuaba contra el movimiento obrero.
Uno de los principales aliados de la Alianza en su lucha contra la Internacional, era el grupo americano en torno a Woodhull-West, que difícilmente podían pasar por “anarquistas”.
“El mandato de West está firmado por Victoria Woodhull quien, desde hace años, intriga para conseguir la presidencia de los Estados Unidos, es la presidente de los espiritistas, predica el amor libre, tiene negocios bancarios, etc. (...) Publicó el famoso llamamiento a los ciudadanos norteamericanos de lengua inglesa, en el que se acusaba a la AIT de un sinfín de atrocidades, y que provocó la creación, en dicho país, de varias secciones sobre unas bases similares. En éste (llamamiento) se habla, entre otras muchas cosas, de libertad personal, libertad social (amor libre), moda en el vestir, sufragio femenino, lengua universal, etc. (...) Estima que la cuestión de la mujer debe tener prioridad sobre la cuestión obrera, y se niega a reconocer a la AIT como una organización de trabajadores” (intervención de Marx, p. 133).
Sorge reveló además las conexiones de todos estos elementos del parasitismo internacional:
“La sección nº 12 ha recibido la correspondencia de la Federación del Jura, y del Consejo federalista universal de Londres. Se han dedicado a intrigas y maniobras desleales, para conseguir el liderazgo supremo de la AIT, y tienen aún la desvergüenza de publicar e interpretar como favorables a ellos, las decisiones del Consejo general que, en realidad, les son adversas. Más tarde condenaron a los communards franceses y a los ateos alemanes. Pedimos aquí disciplina y sumisión, no a las personas sino a los principios y a la organización. Para ganar en América, necesitamos a los irlandeses, pero nunca nos los podremos ganar si antes no rompemos con la sección nº 12 y los ‘free lovers’” (p. 136).
Las discusiones del congreso dejaron aún más clara esta coordinación internacional –a través de los bakuninistas– de los ataques contra la Internacional:
“Le Moussu leyó del Boletín de la Federación del Jura, una reproducción de una carta dirigida a él por el Consejo de Spring Street, en respuesta a las instrucciones para suspender a la sección nº 12 (...) (que concluye) promoviendo la formación de una nueva Asociación que integre a los elementos disidentes de España, Suiza y Londres. Así pues, no contentos con hacer caso omiso de la autoridad conferida al Consejo general por el Congreso, y en vez de postergar la exposición de sus quejas, tal y como preveen los Estatutos, hasta hoy, estos individuos se dedican a formar una nueva sociedad, en abierta ruptura con la Internacional”.
“Le Moussu quiere llamar la atención del Congreso, sobre la coincidencia que existe entre los ataques del Boletín de la Federación del Jura contra el Consejo general y sus miembros, y los lanzados por su publicación hermana ‘La Federación’, editada por los Sres. Vesinier y Landeck. Esta publicación ha sido denunciada como ‘portavoz’ de la policía, y sus editores expulsados de la Sociedad de refugiados de la Comuna en Londres, por ser, precisamente, agentes de la policía. Sus falacias pretenden desprestigiar a los miembros de la Comuna que están en el Consejo general, presentándolos como admiradores del régimen de Bonaparte, mientras que, sobre los restantes miembros, estos miserables siguen insinuando que son agentes de Bismarck. ¡Como si los verdaderos agentes de Bonaparte y Bismarck no fueran quienes, como es el caso de algunos ‘plumíferos’ de distintas federaciones, se arrastran ante los sabuesos de todos los gobiernos, para insultar a los verdaderos héroes del proletariado! Por todo ello, yo les digo a esos viles difamadores: vosotros sois los peores secuaces de las policías de Bismarck, Bonaparte y Thiers” (pp. 50-51). Respecto a los vínculos entre la Alianza y Landeck: “Dereure informó al Congreso que, apenas una hora antes, Alerini le había dicho ser íntimo amigo de Landeck, a quien se le conocía en Londres como espía de la policía” (p. 472).
También el parasitismo alemán, es decir los lassalleanos que habían sido expulsados de la Asociación para la educación de los obreros alemanes de Londres, se sumaron a esta red internacional del parasitismo, a través del mencionado Consejo universal federalista de Londres, en el que participaban junto a otros enemigos del movimiento obrero tales como los masones radicales franceses, y los mazzinistas de Italia.
“El partido bakuninista de Alemania era la Asociación general de obreros alemanes, dirigida por Schweitzer, quien, finalmente, fue desenmascarado como agente de la policía” (Intervención de Hepner, p. 160). El Congreso mostró, del mismo modo, la colaboración existente entre los bakuninistas suizos y los reformistas británicos de la Federación británica que dirigía Hales.
En realidad, junto a la infiltración y la manipulación de sectas degeneradas que, en el pasado, habían pertenecido a la clase obrera, la burguesía puso también en marcha sus propias organizaciones, con las que enfrentarse a la Internacional. Tal fue el caso de los “filadelfianos” y los mazzinistas residentes en Londres, que ya intentaron hacerse con el control del Consejo general, pero fueron derrotados al ser destituidos sus miembros del subcomité del Consejo general en septiembre de 1865.
“El principal enemigo de los “filadelfianos”, el hombre que impidió que hicieran de la Internacional un centro de sus actividades, fue Karl Marx” (Nicolaevsky, Las sociedades secretas y la Primera internacional, traducido del inglés por nosotros). Es más que probable, como afirma Nicolaevsky, que existieran vínculos directos entre este medio y los bakuninistas, pues éstos se identificaban abiertamente con los métodos y la organización de la francmasonería.
La actividad destructiva de este medio, tuvo su continuidad en las provocaciones terroristas de la sociedad secreta de Felix Pyatt (la Comuna republicana revolucionaria). Este grupo que había sido expulsado y condenado públicamente por la Internacional, continuó actuando en su nombre y atacando constantemente al Consejo general.
En Italia, por ejemplo, la burguesía puso en marcha la Societa universale dei razionalisti que, bajo la dirección de Stefanoni, se dedicó a atacar a la Internacional en dicho país. Su prensa publicó las calumnias de Vogt y los lassalleanos alemanes contra Marx, y defendió ardientemente a la Alianza de Bakunin.
El objetivo de toda esta red de falsos revolucionarios no era otro que “difamar a los miembros de la Internacional, como hace la prensa burguesa, a la que ellos mismos inspiran. Y, para mayor vergüenza, lo hacen apelando a la unidad de los trabajadores” (Intervención de Duval, p. 99).
Todo ello explica que la preocupación central de las intervenciones de Marx en este congreso fuera, precisamente, la necesidad vital de defender a la organización de tales ataques.
Esa vigilancia y determinación debe igualmente guiarnos hoy, frente a ataques parecidos.
“Quien se sonría cuando mencionamos la existencia de secciones policiales, debería saber que tales secciones han sido creadas en Francia, Austria, y otros países. De Austria nos ha llegado una petición al Consejo general, para que no se reconozca ninguna sección que no haya sido formada por delegados del Consejo general o por organizaciones locales. Vesinier y sus camaradas, recientemente expulsados del grupo de los refugiados franceses, son evidentemente partidarios de la Federación del Jura (...) Individuos como Vésinier, Landeck y otros, forman, así creo, primero un Consejo federal, luego una Federación y las secciones, y los agentes de Bismarck pueden hacer otro tanto. Razón por la cual, el Consejo general debe tener el derecho de disolver o suspender un Consejo federal o una Federación. (...) En Austria, unos cuantos energúmenos, ultrarradicales y provocadores, formaron secciones destinadas a desprestigiar a la AIT. En Francia, el jefe de la policía formó una sección” (pp. 154-155).
“Ya hubo un caso en que tuvimos que suspender un Consejo federal en Nueva York. Puede que, en otros países, sociedades secretas consigan influenciar a consejos federales, y entonces deberán ser igualmente suspendidos. No podemos permitir la facilidad con la que Vesinier, Landeck y un confidente de la policía alemana, han podido libremente formar federaciones. El Sr. Thiers se ha convertido en el servidor de todos los gobiernos contra la Internacional, y el Consejo debe tener los poderes para erradicar a todos estos elementos corrosivos (...) Vuestras expresiones de ansiedad no son más que un ardid, porque pertenecéis a esas sociedades que actúan en secreto y son de lo más autoritarias” (pp. 47 y 45).
En la cuarta y última parte de esta serie, volveremos a tratar la cuestión de Bakunin, el aventurero político, sacando lecciones generales de la historia del movimiento obrero.
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[1] Actas y Documentos del Congreso de La Haya, ed. Progreso, Moscú. Estas Actas son retomadas de las Actas del Congreso escritas en francés por Benjamin Le Moussu (proscrito de la Comuna de París y miembro del Consejo general desde el 5 de septiembre de 1871) retraducidas del ruso y traducidas del inglés por nosotros. Serán señaladas a lo largo del artículo por la referencia de página
La siguiente carta fue enviada a la CCI y a otros grupos e individuos en respuesta a la polémica aparecida en el periódico de la CCI en Gran Bretaña (World Revolution), titulada “La CWO cae víctima del parasitismo político”. Esta polémica defendía que la desaparición del periódico de la CWO Workers Voice, su aparente reagrupamiento con el CBG y su negativa a contribuir a la defensa de una reunión pública de la CCI en Manchester, eran concesiones al parasitismo. Tales concesiones tenían su origen en las bases inadecuadas de la formación de la CWO y en las debilidades organizativas de su reagrupamiento con Battaglia communista en la formación del Buró internacional para la creación del partido revolucionario (BIPR).
Hemos leído con sorpresa vuestro ataque a nosotros en World Revolution nº 190. La ferocidad de la polémica no es sorprendente desde el punto de vista de lo que se debate (la organización revolucionaria) sino desde el hecho de que las bases de la polémica reposan sobre una serie de errores factuales que podrían haberse evitado fácilmente preguntándonos simplemente cuál era la situación real. Cuando leímos vuestro confuso informe público del XIº Congreso internacional no quisimos lanzarnos a la polémica sobre las últimas rupturas habidas en la CCI basadas en su supuesto estalinismo. Al contrario, el BIPR discutió ese informe con camaradas de RI en París el pasado mes de junio y se le aseguró claramente que el funcionamiento futuro de la CCI iba a discurrir dentro de las normas de los principios políticos proletarios. Estuvimos enteramente de acuerdo en considerar que la existencia de clanes (basados en lealtades personales), contrariamente a la existencia de facciones (basadas en diferencias políticas sobre nuevas cuestiones), es algo que una organización sana debe evitar. Sin embargo, pensamos que el tratamiento posterior que habéis hecho de esta cuestión os va llevar a una caricatura de la organización política actual. Hablaremos de ello en un futuro artículo de nuestra prensa. Entretanto querríamos que se publique esta carta en vuestra prensa, como medio de corrección, para que los lectores puedan juzgar por sí mismos.
1. Vamos a escribir la historia de CWO para nuestros miembros y simpatizantes, pero podemos asegurar a vuestros lectores que mucho antes de que la CCI o la CWO existieran, la cuestión de derechos federalistas había quedado zanjada a favor de una organización internacional centralizada. La reivindicación de «derechos federalistas» se encuentra en una simple carta particular escrita antes de que la CWO o la CCI existieran, en tiempos de Revolutionary Perspectives, ¡por una sola persona!
2. En septiembre 1975 para entrar en la CWO se requería que la Revolución de Octubre 1917 ([1]) fuera reconocida como proletaria y esto se mantuvo en los 3 años siguientes.
3. La reevaluación que hizo la CWO de la contribución de las Izquierdas comunistas alemana e italiana a la clarificación de la actual Izquierda comunista internacional no se verificó de la noche a la mañana sino que tuvo lugar tras 5 años de debates, a menudo penosos, difíciles, con continuos cambios en la argumentación. Los textos de la CWO con dicho debate se pueden encontrar en los números 18 al 20 de Revolutionary perspectives. Nuestras discusiones con el Partido comunista internacionalista (Battaglia comunista) empezaron en septiembre 1978 cuando criticaron fraternalmente nuestra Plataforma y no formalizamos la constitución del BIPR hasta 1984. ¡No se puede hablar de un rápido agrupamiento oportunista!
4. Los “maoístas” iraníes de los que habláis eran los Students Supporters of de Unity of Communist Militants (Estudiantes en apoyo de la unidad de militantes comunistas). No debían ser “maoístas”, puesto que la CCI llevó discusiones secretas con ellos (sin que nosotros lo supiéramos en ese momento) hasta que tomaron contacto con nosotros. Pero, además, no podían ser “maoístas” porque aceptaron los criterios proletarios fijados como básicos de las Conferencias internacionales de la Izquierda comunista. Su evolución posterior les llevó a integrarse en el Partido comunista de Irán que estaba formado sobre la base de principios contrarrevolucionarios. Se puede encontrar una crítica de esa organización en la Communist Review nº 1.
5. El Communist Bulletin Group no estaba compuesto únicamente por ex militantes de la CWO como dais a entender. Incluía también a otros que no han sido nunca miembros de CWO, entre ellos un miembro fundador de World Revolution (que, a su vez, había estado, como otros fundadores, en el grupo Solidarity). Para conocimiento de vuestros lectores queremos añadir que el CBG ya no existe, excepto en las páginas de WR.
6. La CWO no ha tenido ningún reagrupamiento, ni formal ni informal, con el ex CBG, ni con ninguno de sus miembros individuales. En realidad, aparte de recibir el anuncio de su desaparición no hemos tenido ningún contacto directo con el CBG desde que les enviamos en junio 1993 un texto sobre la organización. El cual parece haber precipitado su crisis final.
7. Miembros de la CWO han participado en el Grupo de estudio de Sheffield donde inicialmente había anarquistas, comunistas de izquierda sin afiliación, Subversion y un ex-miembro del CBG. Sin embargo, como hubo miembros de la CCI procedentes de Londres que también asistieron (¡en respuesta no a nuestra invitación sino a la de los anarquistas!), nosotros no nos preocupamos de ser absorbidos por los parásitos. Eso terminó en la primavera de 1995 donde se vio que sólo la CWO estaba interesada en proseguir un trabajo de estudio. El Sheffield Study Group se transformó en Reunión de formación de la CWO que está abierta a todos los que simpatizan con la política de la Izquierda Comunista y preparan para su estudio los temas acordados para cada reunión. Desde entonces ninguna otra organización ha participado en ellas.
8. Jamás hemos excluido a la CCI de ninguna de nuestras iniciativas. Cuando la hemos invitado a participar en reuniones conjuntas de todos los grupos de la Izquierda comunista, la CCI se ha negado a participar so pretexto de que “no podrían compartir una plataforma con los parásitos” (sin embargo, asistió a la reunión). Lejos de temer la confrontación política con la CCI fuimos los únicos que iniciamos una serie de debates celebrados en Londres a finales de los años 70 y a inicios de los años 80. Además, hemos asistido a docenas de reuniones públicas de la CCI tanto en Londres como en Manchester, pese a los problemas geográficos. En 15 años, la CCI sólo ha asistido a una de nuestras reuniones públicas en Sheffield (y sólo para vender WR).
9. No había ningún miembro de CWO en la Reunión pública de Manchester en la que se basa todo ese ruidoso ataque. El único asistente a dicha Reunión pública fue un simpatizante de CWO hasta que llegaron dos individuos más. Todo lo que se dice sobre la Reunión pública es una exageración. Nuestro simpatizante actuó de forma absolutamente correcta en la Reunión. Se disoció específicamente de toda crítica a la CCI como “estalinista” y esperó hasta que el “resto del público” se fuera antes de criticar el comportamiento de la Mesa (...).
10. Nosotros no hemos liquidado nuestro periódico sino que hemos adoptado una nueva estrategia de publicaciones que pensamos nos permitirá llegar a más comunistas potenciales. La CWO no ha abandonado ninguna existencia organizativa ni en la “apariencia” ni de ninguna otra forma. Al contrario, 1996 se ha abierto con nuestro reforzamiento organizativo. Teniendo en cuenta la condición actual de World Revolution, que su polémica sectaria ha puesto en evidencia, es más necesario que nunca que continuemos nuestro trabajo por la emancipación de nuestra clase. Ello incluye naturalmente un debate serio entre los revolucionarios.
CWO
Para responder a la carta de la CWO y hacer inteligibles los desacuerdos mutuos ante el medio político proletario, debemos ir más allá de una respuesta, una detrás de otra, a las “rectificaciones”. No creemos que nuestra polémica esté basada en “errores factuales”, como demostraremos. Pensamos que las “refutaciones factuales” de la CWO no hacen más que oscurecer las cuestiones que se debaten. Dan la impresión de que los debates entre revolucionarios son simples querellas insustanciales, lo cual hace el juego a los parásitos que dicen que la confrontación organizada de divergencias es inútil.
Argumentamos en nuestra polémica que la debilidad de la CWO frente al parasitismo estaba basada en una dificultad fundamental para definir el medio político proletario, para comprender el proceso de reagrupamiento que debe desarrollarse y, más aún, las bases de su propia existencia como grupo separado dentro del medio. Esas confusiones organizativas quedaron confirmadas en el propio nacimiento de la CWO y de su comportamiento político con Battaglia comunista así como en las Conferencias de los grupos de la Izquierda comunista (1977-80).
Por desgracia, la CWO no toma en cuenta en su carta esos argumentos -los cuales no son nuevos y han sido desarrollados en la Revista internacional durante los últimos 20 años- y prefiere esconderse detrás de cortinas de humo acusándonos de “errores factuales”.
La CWO se formó sobre la base de las posiciones programáticas y el marco teórico desarrollado por la Izquierda comunista y constituye una expresión real del desarrollo de la conciencia de clase y de su organización, durante el período que se abre tras la contrarrevolución. Sin embargo, la CWO se creó en 1975 al mismo tiempo que se creaba otra organización (con la que había tenido estrechas discusiones) con las mismas posiciones y el mismo marco general: la Corriente comunista internacional. ¿Por qué crear una organización separada cuando se partía de la misma política? ¿Cómo podía justificarse esta división de las fuerzas revolucionarias cuando su unidad y reagrupamiento tiene una importancia decisiva para el papel de vanguardia en la clase obrera?. Para la CWO una política de desarrollo separado se hacía necesaria debido a diferencias importantes pero de naturaleza secundaria frente la CCI.
La CWO tenía una interpretación diferente a la de la CCI sobre cuándo quedó rematado el proceso de degeneración de la revolución rusa y de ahí los camaradas deducían que la CCI no era para nada un grupo comunista sino un organismo de la contrarrevolución.
Una confusión sobre las bases por las cuales una organización revolucionaria separada debe ser creada y sobre cómo relacionarse con otras organizaciones, refuerza inevitablemente la presión del espíritu de capilla que se ha esparcido ampliamente durante la reemergencia de las fuerzas comunistas desde 1968.
Una de las ilustraciones de este espíritu sectario fue la reclamación de derechos federales dentro de la CCI por parte de la CWO.
En su carta, los camaradas de la CWO aseguran creer en la centralización internacional y rechazan el federalismo. Esto es desde luego muy justo, pero no responde a la cuestión que se debate: ¿fue o no esa reclamación (que los camaradas no niegan haber hecho) una expresión de la mentalidad sectaria? ¿fue o no un intento para preservar artificialmente la identidad de grupo a pesar de su acuerdo fundamental con los principios centrales del marxismo revolucionario con la CCI? El error de la carta no fue tanto las concesiones al federalismo como el intento de mantener viva una mentalidad de tendero.
Sin embargo, podemos ver que un espíritu sectario puede llevar a debilitar ciertos principios que la organización podría de otra forma mantener en pie. A pesar de su firme creencia en la centralización internacional el agrupamiento de la CWO con Battaglia comunista en 1984 condujo a la formación del BIPR (en el cual, al menos 9 años después, los derechos federales se han seguido manteniendo) que ha permitido a la CWO mantener una plataforma separada diferente tanto de la de Battaglia como de la del BIPR, manteniendo su propio nombre y determinando su propia actividad nacional.
Aquí el problema no es que la CWO no crea en el espíritu de la centralización internacional sino que la confusión sobre los problemas organizativos del agrupamiento hacen la carne débil.
Es cierto que la propuesta sobre derechos federales no fue probablemente el signo más importante de confusión sobre los problemas de agrupamiento. Sin embargo, pensamos que la CWO se equivoca cuando deja de lado su significado una vez más.
Si la CCI no hubiera rechazado firmemente esta propuesta es harto posible, en vista de la naturaleza federalista del reagrupamiento con Battaglia comunista, que su reclamación de derechos federales no se hubiera quedado simplemente en tinta sobre el papel.
Es estúpido que los camaradas se lamenten que la carta se hubiera redactado antes de que tanto la CWO como la CCI existieran y por lo tanto no sería nada relevante. Una carta así no podía haberse escrito después de la formación de la CWO porque una de las bases de la misma fue ¡que la CCI había caído en el campo del capital!
En otra “rectificación” tangencial de nuestra polémica original, los camaradas de la CWO insisten en que el reconocimiento de la naturaleza proletaria de la Revolución de Octubre de 1917 fue una condición para ser miembro de CWO desde septiembre 1975.
Lo sabemos, camaradas, y sobre ello no oponíamos nada en nuestra polémica. La CCI recuerda muy bien las largas discusiones que hubo entre 1972-74 para convencer a los elementos que luego fundarían la CWO del carácter proletario de la Revolución de Octubre. Mencionábamos en nuestra polémica que el grupo Workers Voice, con el cual se juntó Revolutionary Perspectives para formar la CWO, no era homogéneo sobre esa cuestión vital, para ilustrar una vez más que ese agrupamiento fue, en el mejor de los casos, contradictorio. Esto se pudo confirmar con las escisiones de CWO un año después entre las 2 partes constituyentes, y la escisión que hubo de nuevo no mucho tiempo después. No solo la CWO elevaba cuestiones secundarias a la categoría de fronteras de clase, sino que minimizaba las cuestiones fundamentales.
El problema de entender lo que es el medio político proletario y cómo puede unificarse se planteó también en las Conferencias internacionales. El llamamiento para un foro por parte de Battaglia comunista y la respuesta positiva dada por la CCI, la CWO y otros grupos, expresaba indudablemente el deseo de eliminar las falsas divisiones en el movimiento revolucionario. Desgraciadamente el intento se frustró tras 3 conferencias. La principal razón de este fracaso fueron serios errores políticos acerca de las condiciones y al proceso de reagrupamiento de los revolucionarios.
Los criterios de invitación de BC para la primera conferencia no eran claros dado que grupos izquierdistas como Combat communiste y Union ouvrière fueron invitados y, en cambio, organizaciones del campo político proletario como Programma comunista no fueron invitadas. Tampoco fue claro el motivo para reunir a los grupos comunistas. En el documento original de invitación, BC proponía como tema el viraje de los partidos comunistas europeos hacia la socialdemocracia.
Desde el principio la CCI insistió en que se estableciera una clara delimitación sobre quién podía participar en las Conferencias. En ese momento, la Revista internacional nº 11 publicaba una Resolución sobre los Grupos políticos proletarios que emanaba del IIº Congreso de la CCI. En la Revista Internacional nº 17 publicamos una Resolución sobre el proceso de reagrupamiento que fue sometida a la consideración de la IIª Conferencia internacional de grupos de la Izquierda comunista. Para proseguir el proceso de reagrupamiento hacía falta tener una clara idea de quién formaba parte del medio político proletario. La CCI también insistió en que la conferencia examinara las diferencias políticas fundamentales que existieran entre los grupos con objeto de que se produjera una progresiva eliminación de falsas diferencias, especialmente aquellas que habían sido creadas por el sectarismo.
Una medida de los diferentes enfoques existentes acerca del objetivo de las conferencias la dio la discusión que abrió la sesión inicial de la IIª Conferencia internacional (noviembre 1978). La CCI propuso una resolución para criticar el sectarismo de grupos como Programma y FOR que se habían negado a participar de forma sectaria. Esta Resolución fue rechazada tanto por BC como por CWO quien dijo: “Lamentamos que alguno de estos grupos haya juzgado inútil asistir. Sin embargo, sería improductivo gastar nuestro tiempo en condenarlos. Puede que alguno de esos grupos cambie de parecer en el futuro. Además, la CWO está discutiendo con alguno de ellos y sería poco diplomático adoptar semejante resolución” (IIª Conferencia internacional de los grupos de la Izquierda comunista, p. 3, Volumen 2).
Aquí residió el problema de las conferencias. Para la CCI debían continuar basadas en claros principios organizativos, cimiento del proceso de agrupamiento. Para CWO y BC eran cuestión de... diplomacia, aunque la CWO fue lo suficiente torpe como para decirlo abiertamente ([2]).
Al principio, tanto BC como la CWO no tenían claridad sobre quién debía estar en las conferencias. Pero más tarde cambiaron bruscamente hacia un fuerte incremento de los criterios, lo cual expusieron repentinamente al final de la IIIª Conferencia. El debate sobre el papel del partido, el cual era el punto de mayor confrontación entre los diferentes grupos, fue cerrado. La CCI, que no estaba de acuerdo con la posición adoptada por BC y CWO, fue excluida.
El error de esta maniobra se comprobó con la IVª Conferencia en el cual BC y CWO relajaron los criterios de nuevo y el lugar de la CCI fue tomado por los Estudiantes en apoyo de la unidad de militantes comunistas (SUCM), los cuales habían roto solo aparentemente con el izquierdismo iraní.
Sin embargo, de acuerdo con lo que dice la carta de la CWO, la SUCM no era “maoísta” porque la CCI había discutido con ella “secretamente” y porque aceptaba los criterios para participar en las conferencias.
La CWO adopta un desafortunado “argumento” consistente en decir “nuestros errores son los vuestros” que no constituye un método apropiado para comprender los hechos. Volveremos sobre ese argumento más tarde.
“1.1. La dominación del revisionismo sobre el Partido comunista de Rusia ha dado como resultado una derrota y un retroceso de la clase obrera mundial desde uno de sus más importantes baluartes” ([3]). Por “revisionismo” esos maoístas iraníes entienden, como explican en todos los puntos de su programa, la “revisión kruvchevista del marxismo-leninismo”, o sea, del estalinismo. Según ellos, el proletariado fue derrotado definitivamente no cuando Stalin anunció la construcción del socialismo en un solo país, sino después de que Stalin muriese. El proletariado fue derrotado según ellos mucho después de haber sido crucificado en los gulags o en los campos de batalla imperialista de la IIª Guerra mundial, después de la destrucción del Partido bolchevique, después de la derrota de la clase obrera mundial en Alemania, China, España. Después de que 20 millones de seres humanos fueran arrojados al matadero de IIª Guerra mundial...
En sus comienzos, la CWO juzgaba a la CCI contrarrevolucionaria, porque consideraba que la degeneración de la Revolución Rusa no se había completado en 1921. Siete años más tarde, la CWO tiene una discusión fraterna para formar el futuro partido con una organización que consideraba que la revolución había terminado en ¡1956!
Según el SUCM la revolución socialista no está al orden del día de la historia ni en Irán ni en ninguna otra parte, sino una “revolución democrática” que supuestamente sería una etapa hacia aquélla.
Negando la naturaleza imperialista de la guerra Irán/Irak, el SUCM ofrecía los argumentos más sofisticados para que el proletariado fuera sacrificado en aras de la defensa nacional. El SUCM parecía de acuerdo con CWO/BC sobre el papel del partido. Pero el papel organizativo que tenían en mente era el de movilizar a las masas tras el poder burgués.
En la IVª Conferencia, sin embargo, podemos ver algunas muestras de su verdadera naturaleza:
“Nuestra verdadera objeción es sin embargo la teoría de la aristocracia obrera. Pensamos que es el último germen de populismo en la UCM y su origen está en el maoísmo” ([4]).
“La teoría del SUCM del campesinado revolucionario es una reminiscencia del maoísmo, algo que nosotros rechazamos totalmente” ([5]).
Demasiado para una organización de la que ahora dice la CWO que “podría no haber sido maoísta”.
El gran interés y la seudo fraternidad mostrada por el SUCM hacia el medio político proletario de Gran Bretaña y su ocultamiento del maoísmo detrás de la pantalla del radicalismo verbal, ciertamente explica que en un primer momento la CWO y BC se dejaran engañar por tal organización. También, la sección de la CCI en Gran Bretaña, World Revolution, pensaba inicialmente que el SUCM podría ser una posible expresión del surgimiento obrero de 1980 en Irán, antes de comprender su naturaleza contrarrevolucionaria. Pero esto no explica satisfactoriamente la automistificación de la CWO, particularmente desde que WR advirtió a la CWO de la auténtica naturaleza del SUCM y criticó su inicial apertura hacia él. También trató de denunciar a esta organización en una Conferencia de CWO pero fue interrumpida por las vociferaciones de la CWO antes de acabar ([6]).
El debate entre los revolucionarios no puede basarse en la filistea moral de las “culpas compartidas”. Hay errores y errores. World Revolution trató de evitar errores mayores y sacó las lecciones. CWO y BC cayeron en un grave desatino cuyos efectos todavía se siguen sufriendo en el medio político proletario. La farsa de la IVª Conferencia acabó con las conferencias como puntos de referencia para las fuerzas revolucionarias emergentes. Y sin embargo, la CWO se sigue negando a reconocer el desastre y sus orígenes. Estos se basan en una ceguera sobre la naturaleza del medio político proletario causada por una política de agrupamiento basada en la diplomacia.
En la polémica de WR pusimos en evidencia que el reagrupamiento entre CWO y BC para formar el BIPR sufría de las mismas debilidades que las que se manifestaron en las Conferencias Internacionales.
En particular, este reagrupamiento no ocurrió como resultado de una clara resolución de las diferencias que separaban los distintos grupos de la Izquierda comunista, ni tampoco de las que existían entre BC y CWO.
Por una parte el BIPR afirma que no es una organización unificada ya que cada grupo tiene su propia plataforma. El BIPR tiene unas cuantas plataformas: la de BC, la de la CWO y la del propio BIPR que es una suma de las dos primeras menos los desacuerdos que tienen entre sí. Además, la CWO tiene una plataforma de Grupos de trabajadores desempleados y otra de Grupos de fábrica. También está en proceso de redacción una “plataforma popular” con el CBG, como veremos más adelante.
El BIPR se declara “por el partido” pero contiene una organización, BC, que manifiesta ser el partido internacional: Partito comunista internazionalista.
Por otro lado, jamás hemos visto, ni en la prensa de estas dos organizaciones ni en la prensa común, el más mínimo debate sobre sus desacuerdos. Y sin embargo existen diferencias importantes entre ambas: sobre la posibilidad del “parlamentarismo revolucionario”, sobre la cuestión sindical o la cuestión nacional. En todos esos aspectos hay un contraste muy fuerte entre el BIPR y la CCI, que es una organización internacional unificada y centralizada y que, siguiendo la tradición del movimiento obrero, abre sus debates al exterior.
Sobre el problema de su vínculo con BC, la CWO afirma en su carta que el reagrupamiento con BC no ocurrió de la noche a la mañana y que no puede hablarse de un rápido reagrupamiento oportunista.
Sin embargo, nuestra polémica no planteaba la cuestión de la velocidad de dicho reagrupamiento sino que criticaba la solidez de sus bases políticas y organizativas.
El BIPR estaba basado en una autoproclamada selección de las fuerzas que deberían llevar al partido del futuro. Sin embargo, 12 años después de la formación del BIPR no han permitido unificar siquiera a las dos organizaciones fundadoras.
La política de reagrupamiento de la CWO (caracterizada por la falta de criterios serios de definición del medio político proletario y de sus enemigos) ha conducido de nuevo hacia potenciales catástrofes en el comienzo de los años 90. No han sido sacadas las lecciones de la desgraciada aventura con los izquierdistas iraníes. La CWO se lanzó a una aproximación hacia los grupos parásitos, el CBG y la FECCI, anunciando un posible “nuevo comienzo” para el medio político proletario en Gran Bretaña. La carta de la CWO dice que no hay reagrupamiento con el CBG y que no hay contacto directo con ese grupo desde 1993. Estamos muy contentos de oírlo. Sin embargo, cuando escribimos la polémica en WR 190 dicha información no había sido hecha pública y nosotros nos basamos en la información más reciente proveniente de Workers Voice que decía:
“Dada la reciente cooperación práctica entre miembros de la CWO y el CBG en la campaña contra el cierre de pozos, los dos grupos celebraron una reunión en Edimburgo en diciembre para discutir las implicaciones de dicha cooperación. Políticamente, CBG aceptó que la plataforma del BIPR no es una barrera para el trabajo político mientras la CWO clarifique qué entiende por organización centralizada en el periodo actual. Una serie de malentendidos fueron aclarados entre ambas partes. Se decidió hacer más formal la cooperación práctica. Se llegó a un acuerdo que la CWO en su conjunto debe ratificar en enero (después del cual un informe más completo será expuesto) que incluye los puntos siguientes:
1) El CBG podría producir contribuciones regulares a Workers Voice y recibir los informes de edición (lo mismo se aplicaría a los panfletos, etc.).
2) Las reuniones trimestrales de la CWO se abrirán a la presencia de miembros del CBG.
3) Los dos grupos discutirán una “plataforma popular” que debe ser preparada por un camarada de la CWO como instrumento de intervención. CBG dará respuesta escrita antes de una reunión en junio de 1993 para seguir el progreso en el trabajo conjunto.
4) Los camaradas de Leeds de ambas organizaciones prepararán esta reunión.
5) Será bien recibidas reuniones públicas conjuntas con otros grupos de la Izquierda comunista asentados en Gran Bretaña.
6) Se dará información de este acuerdo en el próximo Workers Voice” ([7]).
Desde entonces ningún acuerdo (o desacuerdo) ha sido manifestado en Workers Voice, de forma breve o de otra manera. Y como desde entonces se desarrolló una actividad común, sería válido suponer que algún tipo de agrupamiento habrá tenido lugar entre CWO/CBG. La rectificación de la CWO da la equívoca impresión de que este agrupamiento fue una pura invención por nuestra parte. Pero no es así, de la misma manera en que la CWO pensaba transformar una organización maoísta en vanguardia del proletariado, pensó también que se puede convertir a los parásitos en militantes comunistas. De la misma forma en que tomó la aceptación por parte del SUCM de los “criterios básicos del proletariado” como moneda cantante y sonante, pensó que bastaba con que la CBG aceptara la plataforma del BIPR, dejando de lado que muchos de los miembros de ese grupo, capitaneado por un elemento llamado Ingram, rompieron con la CWO en 1978 y después intentaron destruir la sección inglesa de la CCI en 1981.
La CWO pensó que se había clarificado la noción de “organización centralizada” con un grupo que contribuyó a la formación de una tendencia secreta dentro de la CCI, con el objetivo de convertir sus órganos centrales en un mero apartado postal (buscando el mismo objetivo que Bakunin y su Alianza con el Consejo general de la Iª Internacional). Pensó que podría confiar en un grupo que había robado material a la CCI y que cuando ésta intentó recuperarlo la amenazó con llamar a la policía.
La iniciativa de la CWO con los parásitos, unos enemigos declarados de las organizaciones revolucionarias, ha tenido como efecto el dignificarlos como auténticos miembros de la Izquierda comunista y ha legitimado sus tropelías contra las organizaciones del medio. El daño causado por el intento de reagrupamiento de la CWO con el CBG incluye el que ha causado a la propia CWO. Estamos convencidos de esto por las siguientes razones.
En primer lugar, porque el parasitismo no es una corriente política en el sentido que tiene para el proletariado. El parasitismo no se define por un programa coherente sino que su verdadero objetivo es corroer esa coherencia en nombre del antisectarismo y de la “libertad de pensamiento”. El trabajo de denigración de las organizaciones revolucionarias y de promoción de la desorganización pueden continuarlo por vías informales como ex miembros de esas organizaciones como es el caso del CBG que ha continuado su labor de zapa después de haber dado por terminada su existencia formal.
En segundo lugar, el parasitismo si es admitido en el medio político proletario puede debilitar la vertebración de las organizaciones revolucionarias existentes y reducir su capacidad para definirse a sí mismas y a los demás grupos de forma rigurosa. Los resultados pueden ser catastróficos incluso aunque conduzcan en un primer momento a un crecimiento numérico.
Aunque finalmente el reagrupamiento con el CBG haya sido abortado, hay serias cuestiones que quedan pendientes de responder por la CWO. ¿Por qué se ha desarrollado una relación con tal grupo si su única razón de existir es denigrar a las organizaciones del medio político proletario? ¿Por qué en lugar de hacer nada no se ha planteado seriamente el análisis de las debilidades e incomprensiones que han conducido a semejante error?.
La polémica de WR con CWO la escribimos en respuesta directa e inmediata para tratar de explicar dos acontecimientos recientes muy preocupantes: la incapacidad para defender una reunión pública de WR contra el sabotaje del grupo parásito Subversion y, por otra parte, la liquidación del periódico Workers Voice.
Esto indica desde nuestro punto de vista una peligrosa ceguera frente a los enemigos del medio político proletario y además una tendencia a tomar algunos aspectos de la actividad del parasitismo político en detrimento de una militancia comunista.
Por desgracia, la carta de la CWO no considera los argumentos de la polémica sobre esta cuestión de la misma forma que ha tomado en cuenta los argumentos sobre las demás.
En lo que concierne a la reunión pública, para la CWO no hay nada que responder porque el resumen de la CCI es una “grosera exageración”.
La cuestión fundamental que la CWO evita responder es la siguiente: ¿fue o no saboteada la reunión pública por los parásitos? La CCI ha expuesto las evidencias de ello en dos números de World Revolution, su periódico en Gran Bretaña. Este sabotaje consistió en interrupciones de la reunión, repetidas provocaciones físicas y verbales contra los militantes de la CCI, insultos típicos de los parásitos tales como estalinismo, autoritarismo etc., creando un clima donde la discusión se hizo imposible consiguiendo finalmente que la reunión se clausurara antes de tiempo. El simpatizante de la CWO no fue capaz de luchar contra el sabotaje de la reunión y en lugar de defender a la CCI prefirió sumarse con sus críticas al juego parásito. La CWO habría hecho lo mismo. Porque se niega a pronunciarse sobre si tal sabotaje tuvo o no tuvo lugar y prefiere echar en cara a la CCI unas indeterminadas “exageraciones groseras”.
Otro tanto con Workers Voice. La carta nos dice que la CWO no ha liquidado este periódico sino que ha adoptado una nueva estrategia de publicaciones con Revolutionary Perspectives.
Sin embargo, las cosas deben quedar claras: la CWO ha detenido la publicación del periódico Workers Voice y la ha sustituido por una revista teórica, Revolutionay Perspectives.
La carta no responde a nuestro argumento: detrás de esa “nueva estrategia” se esconden serias concesiones al parasitismo político. La CWO declara que Revolutionary Perspectives está por la “reconstitución del proletariado”. Del mismo modo, sugiere, sin entrar en detalles, que “el colapso de la URSS ha creado un amplio conjunto de nuevas tareas teóricas”.
En el momento mismo en que es importante insistir en que la teoría revolucionaria sólo puede desarrollarse en un contexto de una intervención militante en la lucha de clases, la CWO hace concesiones a las ideas propagadas por ciertos grupos parásitos de la tendencia academicista, que disfrazan su impotencia y su falta de voluntad militante con la pretensión de zambullirse en las «nuevas cuestiones teóricas». Sin duda la CWO no ha llegado hasta ahí, pero puesto que es un grupo del medio político proletario, sus debilidades pueden servir de tapadera a los grupos que parasitan ese medio. Cabe señalar además que la gran preocupación de la CWO sobre la «reconstitución del proletariado» recuerda bastante la obsesión de la FECCI sobre el mismo tema, obsesión inspirada en doctores en sociología como Alain Bihr, sutil portavoz, pagado por los media de la burguesía, de la idea de que el proletariado ya no existe o que ya no es la clase revolucionaria ([8]). El propósito de los parásitos con tales cuestionamientos no es favorecer la clarificación en el seno de la clase obrera sino denigrar la teoría política y organizativa del marxismo y erosionar sus bases. No es eso desde luego lo que quiere CWO, pero el abandono de su periódico y la limitación de su intervención a la publicación de una revista teórica no es, desde luego, coherente con la apremiante necesidad de un periódico revolucionario como “propagandista colectivo” y como “agitador colectivo”.
En su nueva publicación la CWO, no ha sido capaz, hasta el nº 3, de publicar unos principios básicos. Esto da por sí mismo una idea de lo que es como organización. No tiene nada de accidental sino que representa un serio debilitamiento de su presencia militante en la clase obrera.
La dificultad de la CWO para abordar la cuestión del medio político proletario la ha conducido a una peligrosa apertura hacia los enemigos del medio, los parásitos y los izquierdistas. La otra cara de esa política ha sido una política de hostilidad sectaria hacia la CCI. En Gran Bretaña ha tratado de evitar una sistemática confrontación de las diferencias políticas con World Revolution y ha tratado de proseguir una política de “desarrollo separado” a través particularmente de grupos de discusión con criterios de participación extremadamente confusos cuyo único criterio claro era la exclusión de la CCI.
Según la carta de la CWO, este grupo ha participado en el Grupo de estudio de Sheffield junto con anarquistas, elementos de la Izquierda comunista y parásitos como Subversion y un ex miembro del CBG. Recientemente el grupo de estudio se habría transformado en reunión de formación de la CWO.
Esa no es la realidad: la CWO organizó el Grupo de estudio de Sheffield como un club sin criterios políticos claros sobre participación y propósitos y todo ello parece haber llevado a su defunción en una vía tan confusa como su origen.
La “reunión de formación” no ha cambiado demasiado respecto a su antecesor: ¿a quiénes se ha excluido? ¿a los parásitos, a los anarquistas, o sólo a aquellos que no quieren estudiar? En todo caso la no asistencia de la CCI continúa siendo la única condición existente. En la última reunión, aparentemente sobre la Izquierda comunista en Rusia, la CCI como organización fue específicamente no invitada aunque una camarada de la CCI fue invitada ¡pero sobre la base de que ella era la compañera de uno de los participantes más destacados del grupo! Naturalmente, dado que los miembros de la CCI son responsables ante la organización y no van por libre, esta simpática invitación fue rechazada.
Pese a lo que la CWO dice en su carta, ninguna nueva invitación ha sido cursada a la CCI para participar en las reuniones de formación. Por ello, por lo que podemos conocer, esas reuniones no son un punto de referencia para la confrontación político-teórica en el medio político proletario sino un tinglado sectario donde la discusión es alimentada por las necesidades de la “diplomacia” y no por claros principios.
Es evidente que la CWO jamás ha admitido su política de desarrollo separado y que, por el contrario, clama, contra toda evidencia, que siempre ha mantenido una apertura hacia la CCI, restringida únicamente por contingentes dificultades geográficas.
Es cierto que desde la formación de una tendencia de la Izquierda comunista en Gran Bretaña, la CWO ha asistido a una docena de reuniones públicas de la CCI, pero el número de estas en los últimos 20 años asciende a varios cientos.
Desde que la CWO escribió su carta, la CCI ha celebrado reuniones públicas en Manchester y Londres sobre temas tales como las huelgas en Francia o la cuestión irlandesa, acerca de las cuales la CWO mantiene puntos de vista diferentes, y, sin embargo, la CWO no ha sido capaz de asistir a ninguna de ellas para defender su posición. Tampoco la CWO se preocupó de asistir a la reunión pública sobre la defensa de la organización revolucionaria celebrada en enero de 1996. En ese período la CWO ha tenido una reunión abierta en Sheffield sobre el tema “Racismo, sexismo y comunismo” y tanto su anuncio en Revolutionary Perspectives nº 3 en las librerías como su carta de comunicación a World Revolution llegó una semana después de su celebración.
La actitud sectaria de la CWO hacia la CCI no se explica por razones geográficas a no ser que creamos que internacionalistas como los miembros de la CWO son incapaces de recorrer las 37 millas que separan Sheffield de Manchester o las 169 que hay hasta Londres.
He aquí la verdadera razón. Según la CWO:
“El debate es imposible con la CCI, como ocurrió en una reciente reunión pública en Manchester donde los camaradas no podían entender cualquier hecho, argumento o idea que no cupiera en su famoso ‘marco’. Pero ese marco es puramente idealista y como declaró uno de nuestros camaradas consiste en las cuatro paredes de un manicomio” ([9]).
O sea: el debate es imposible con la CCI pero ¡es posible con izquierdistas, anarquistas y parásitos!
Es hora de que la CWO reconsidere su errática política sobre el reagrupamiento de los revolucionarios.
Según la carta de la CWO la polémica de la CCI es una muestra de “sectarismo sin precedentes”. Pero un crítica seria y profunda de una organización revolucionaria hacia otra que ponga en cuestión su posiciones erradas ¡no es sectarismo!. Las organizaciones revolucionarias tienen el deber de confrontar sus diferencias y eliminar si es posible las confusiones y la dispersión entre ellas para acelerar la unificación de las fuerzas revolucionarias en el futuro partido mundial del proletariado.
Lo que caracteriza al sectarismo es precisamente evitar esa confrontación, bien sea a través del aislamiento o a través de maniobras oportunistas con objeto de preservar la existencia separada de un grupo a toda costa.
Michael,
agosto de 1996
[1] Es cierto que durante ese mismo período, los camaradas que iban a publicar World Revolution y que formarían la sección de la CCI en Gran Bretaña (y que procedían en parte del grupo consejista Solidarity, al igual que el grupo Revolutionary Perspectives) no eran claros sobre la naturaleza de la Revolución rusa. Pero los demás grupos constitutivos de la CCI, en particular Révolution internationale, habían defendido muy claramente su carácter proletario a lo largo de las conferencias y discusiones que se verificaron entonces.
[2] La carta de la CWO da la impresión de que la CCI ha inventado cosas para atacar a la CWO. ¡Pero eso no es necesario aunque quisiéramos!. Durante años los errores de la CWO que han expresado su confusión organizativa y política han sido transparentemente claros.
[3] Ver el Programa del Partido comunista adoptado por la Unidad de militantes comunistas. Este programa que la UCM adoptó junto con Komala (una organización guerrillera vinculada al Partido democrático del Kurdistán) salió a la luz en mayo de 1982, 5 meses antes de la IVª Conferencia. Este programa se basaba a su vez en el que la UCM publicó en marzo de 1981 y fue presentado como contribución a la discusión de la IVª Conferencia.
[4] Ver las actas de la “IVª Conferencia de los grupos de la Izquierda Comunista”, septiembre 1982.
[5] Idem.
[6] World Revolution nº 60, mayo 1983.
[7] Workers Voice nº 64, enero/febrero 1993.
[8] Revista internacional nº 74, «El proletariado sigue siendo la clase revolucionaria».
[9] Workers Voice, invierno de 1991-92.
Desde los acontecimientos del sur de Líbano de la primavera pasada, las tensiones interimperialistas no han cesado de acumularse en Oriente Medio. Así, una vez más, han quedado desmentidos todos los discursos de los “especialistas” de la burguesía sobre el advenimiento de una “era de paz” en esa región, que es uno de los principales polvorines imperialistas. Esa zona, que fue una baza de la mayor importancia en los enfrentamientos entre los dos bloques durante 40 años, es el centro de una lucha encarnizada entre las grandes potencias imperialistas que componían el bloque del Oeste. Detrás del incremento de las tensiones imperialistas está el creciente cuestionamiento de la primera potencia mundial en uno de sus principales cotos, cuestionamiento al que incluso se dedican sus aliados más próximos.
La enérgica política aplicada por EEUU desde hace varios años para reforzar su dominio en todo Oriente Medio, quitando de en medio a todos sus rivales, ha conocido un serio patinazo con la llegada de Netanyahu en Israel; y eso, después de que Washington no cesara de afirmar su apoyo al candidato laborista Shimon Peres (Clinton se había comprometido personalmente en estas elecciones como nunca antes lo hiciera ningún presidente norteamericano). Las consecuencias de ese fallo electoral no han tardado en hacerse notar. Contrariamente a Peres, quien controlaba plenamente el Partido laborista, Netanyahu parece incapaz de controlar su propio partido, el Likud. Eso quedó de manifiesto en la cacofonía organizada cuando la formación de su gobierno y también en la puesta en cuarentena a la que se ha sometido a D. Levy, responsable de Relaciones exteriores. De hecho, Netanyahu está sometido a la presión de las fracciones más duras y arcaicas del Likud y del líder de éstas, A. Sharon. Fue éste quien denunció violentamente las injerencias americanas en las elecciones israelíes. Injerencias que, según él, reducían a “Israel al rango de simple república bananera”. Sharon afirmaba así abiertamente la voluntad de algunos sectores de la burguesía israelí de alcanzar mayor autonomía respecto al omnipresente tutor norteamericano. Pero hoy, esas fracciones están empujando a la política de “cuanto peor, mejor”, cuestionando todo el “proceso de paz” impuesto por el padrino americano con el acuerdo del tándem Rabin/Peres, ya sea contra los palestinos, haciendo nuevas implantaciones de población que el gobierno laborista había congelado, ya sea respecto a Siria en el tema del Golán. Son esas fracciones las que lo han hecho todo por retrasar el encuentro, previsto desde hacía tiempo, entre Arafat y Netanyahu y que, una vez realizado, lo han hecho todo por vaciarlo de todo sentido. Esta política acabará poniendo rápidamente en difícil postura al adelantado de EEUU que es Arafat, y acabará siendo incapaz de mantener el control de sus tropas si no es levantando la voz (lo cual ha empezado ya a hacer), yendo así hacia un nuevo estado de beligerancia con Israel. De igual modo, todos los esfuerzos desplegados por EEUU, alternando una de cal y otra de arena, para que Siria se metiera de lleno en su “proceso de paz”, esfuerzos que empezaban a dar fruto, se encuentran ahora puestos en entredicho por la nueva intransigencia israelí.
La llegada al poder del Likud tiene también consecuencias en el otro gran aliado de Estados Unidos en la región, en el país que, después de Israel, es el gran beneficiario de la ayuda estadounidense en Oriente Medio, o sea Egipto; y eso en unos momentos en los que ese país clave del “mundo árabe” está siendo objeto, desde hace ya algún tiempo, de tentativas de acercamiento por parte de los rivales europeos de la primera potencia mundial ([1]). Desde la invasión israelí en el Sur de Líbano, Egipto intenta desmarcarse de la política americana reforzando sus lazos con Francia y Alemania, denunciando con cada vez mayor fuerza la política de Israel, país al que está, sin embargo, vinculado por un acuerdo de paz.
Pero sin duda, uno de los síntomas más espectaculares de la nueva situación imperialista que está surgiendo en la región es la evolución de la política de Arabia Saudí, que ha servido de cuartel general a los ejércitos estadounidenses durante la guerra del Golfo, respecto a su tutor. Sean quienes hayan sido sus verdaderos mandatarios, el atentado cometido en Dahran contra las tropas US iba directamente contra la presencia militar norteamericana, expresando ya un claro debilitamiento del dominio de la primera potencia mundial en una de sus principales fortalezas de Oriente Medio. Si a ello se añade el recibimiento especialmente cálido a la visita de Chirac, jefe de un Estado, el francés, que está en cabeza del cuestionamiento del liderazgo norteamericano, puede medirse la importancia de la degradación de la situación norteamericana en lo que hasta hace poco era un Estado sometido en cuerpo y alma a los dictados de Washington. Parece evidente que el abrumador dominio de EEUU resulta cada día menos soportable para ciertas fracciones de la clase dominante saudí, las cuales intentan, mediante el acercamiento a algunos países europeos, librarse un poco de aquél. El hecho de que sea el príncipe Abdalá, sucesor designado al trono, quien dirija esas fracciones demuestra la fuerza de la actual tendencia antiamericana.
El que aliados tan sometidos y dependientes de Estados Unidos, como Israel o Arabia Saudí, expresen sus reticencias a seguir los dictados del “Tío Sam”, que no vacilen en estrechar lazos con los principales cuestionadores del “orden americano”, o sea Francia, Gran Bretaña y Alemania ([2]), significa claramente que las relaciones de fuerza interimperialistas en lo que hasta hace poco era un coto privado de la primera potencia están viviendo cambios importantes.
En 1995, si bien los Estados Unidos estaban enfrentados a una situación difícil en la antigua Yugoslavia, en cambio reinaban por completo en Oriente Medio. Habían conseguido, mediante la guerra del Golfo, poner fuera de juego en la región a las potencias europeas. Francia vio su presencia en Líbano reducida a nada y a la vez perdía su influencia en Irak. Gran Bretaña, por su parte, no recibía la menor recompensa por su fidelidad y su participación activa en la guerra del Golfo, no otorgándole Washington sino unas cuantas ridículas migajas en la reconstrucción de Kuwait. A Europa, en las negociaciones israelí-palestinas, EE.UU. le ofreció un miserable banquillo, mientras él dirigía la orquesta. Esta situación ha durado más o menos hasta el show de Clinton en la cumbre de Sharm el Sheij. Pero desde entonces, Europa ha logrado abrir una cuña en la región, primero con discreción, luego abiertamente aprovechándose del fiasco de la operación israelí en el Sur de Líbano y explotando hábilmente las dificultades de la primera potencia mundial. A ésta, en efecto, le está costando cada vez más presionar no sólo ya a los consabidos recalcitrantes al “orden americano”, como Siria, sino incluso a algunos de los más sólidos aliados, como Arabia Saudí.
El que eso se produzca en ese coto privado de caza tan esencial como lo es Oriente Medio en la salvaguardia del liderazgo de la superpotencia norteamericana es un síntoma claro de las dificultades que ésta tiene para conservar su estatuto en el ruedo imperialista mundial. El que Europa consiga volverse a meter en el juego medio-oriental, retando así a EE.UU. en una de las zonas del mundo que este país controlaba con más firmeza, es expresión del indudable debilitamiento de la primera potencia mundial.
El revés sufrido en Oriente Medio por el gendarme norteamericano debe ser tanto más subrayado porque se produce sólo unos meses después de su victoriosa contraofensiva en la ex Yugoslavia. Una contraofensiva destinada ante todo a meter seriamente en cintura a sus ex aliados europeos que se habían lanzado a la rebelión abierta. En el no 85 de esta Revista, aún poniendo de relieve el retroceso sufrido por el tándem franco-británico en esa ocasión, también subrayaba los límites de ese éxito americano afirmando que las burguesías europeas, obligadas a retroceder en la ex Yugoslavia, buscarían otro terreno en donde dar cumplida respuesta al imperialismo americano. Este pronóstico ha quedado plenamente confirmado por lo sucedido en los últimos meses en Oriente Medio. Aunque EE.UU. conserva globalmente el control de la situación en lo que fue Yugoslavia (sin que ello impida que, también en los Balcanes, tengan que enfrentarse a las maniobras subterráneas de los europeos), puede verse actualmente que en Oriente Medio el dominio, que hasta hoy ejercía por completo, es cada vez más puesto en entredicho.
Pero no sólo es en Oriente Medio donde la primera potencia mundial se ve enfrentada al cuestionamiento de su liderazgo. Puede afirmarse que el pulso feroz que se están echando las grandes potencias imperialistas, expresión principal de un sistema moribundo, se está produciendo en el planeta entero. Por todas partes Estados Unidos está enfrentándose a los intentos más o menos patentes de cuestionamiento de su liderazgo.
En el Magreb, los intentos de EEUU para echar fuera o al menos reducir lo más posible la influencia del imperialismo francés se enfrenta a serias dificultades y por ahora parecen más bien estar fracasando. En Argelia, la constelación islamista, ampliamente utilizada por Estados Unidos para desestabilizar el poder local y el imperialismo francés, está en crisis abierta. Los atentados recientes del GIA deben considerarse más como actos de desesperación de un movimiento a punto de estallar que como expresión de una fuerza real. El hecho de que el principal proveedor de fondos de las fracciones islamistas, Arabia Saudí, sea cada día más reticente para seguir financiándolas, debilita tanto más los medios de presión estadounidenses. Aunque la situación dista mucho de estabilizarse en Argelia, la fracción en el poder con el apoyo del ejército y del padrino francés ha reforzado claramente sus posiciones desde la reelección del siniestro Zerual. Al mismo tiempo, Francia ha conseguido estrechar sus lazos con Túnez y Marruecos, aún cuando este país en particular había sido muy sensible, en los últimos años, a los cantos de sirena norteamericanos.
En el África negra, Estados Unidos, después del éxito en Ruanda en donde consiguió expulsar a la camarilla vinculada a Francia, se ve hoy enfrentado a una situación mucho más difícil. Si el imperialismo francés ha reforzado su credibilidad interviniendo con fuerza en Centroáfrica, el imperialismo USA, en cambio, ha sufrido un revés en Liberia, en donde ha tenido que abandonar a sus protegidos. Estados Unidos ha intentado recuperar la iniciativa en Burundi, procurando repetir lo que habían conseguido en Ruanda; pero también ahí se han enfrentado a una vigorosa réplica de Francia, la cual ha fomentado, con la ayuda de Bélgica, el golpe de Estado del general Buyoya, haciendo caduca la “fuerza africana de interposición” que EEUU intentaba organizar bajo su control. Cabe subrayar que, en gran parte, esos éxitos conseguidos por el imperialismo francés, el cual hasta hace poco se veía acorralado por la presión estadounidense, se deben en gran parte a su estrecha colaboración con la otra antigua gran potencia colonial africana, Gran Bretaña. Estados Unidos no sólo ha perdido el apoyo de ésta, sino que la tiene ahora en contra.
En cuanto a otra baza importante en la batalla entre las grandes potencias europeas y la primera potencia mundial, o sea Turquía, también aquí se encuentra EEUU con dificultades. Ese Estado tiene una importancia estratégica de primer orden en la encrucijada entre Europa, el Cáucaso y Oriente Medio. Turquía es un aliado histórico de Alemania, pero tiene sólidos vínculos con Estados Unidos, especialmente a través de su ejército, formado en gran parte por ese país cuando existían los bloques. Para Washington hacer caer a Turquía en su campo, alejándola de Bonn, sería una victoria muy importante. Aunque la reciente alianza militar entre Turquía e Israel parece corresponder a los intereses americanos, las principales orientaciones del nuevo gobierno turco, o sea una coalición entre los islamistas y la ex Primera ministra turca T. Ciller, marcan, al contrario, una distanciación para con la política americana. No sólo Turquía sigue apoyando la rebelión chechena contra Rusia, aliada de Estados Unidos, lo cual hace el juego de Alemania ([3]), sino que incluso acaba de hacer un verdadero corte de mangas a Washington firmando importantes acuerdos con dos Estados especialmente expuestos a las amenazas estadounidenses, Irán e Irak.
En Asia, el liderazgo de la primera potencia mundial también es cuestionado. China no falla una ocasión para afirmar sus propias prerrogativas imperialistas incluso cuando éstas son antagónicas a las de EE.UU. Japón, por su parte, manifiesta también pretensiones hacia una mayor autonomía con relación a Washington. Periódicamente se producen manifestaciones contra las bases norteamericanas y el gobierno japonés se declara favorable a establecer vínculos políticos más estrechos con Europa. Hasta un país como Tailandia, baluarte del imperialismo americano, tiende a tomar sus distancias para con éste, dejando de dar su apoyo a los jemeres rojos, mercenarios de Estados Unidos, facilitando así los intentos de Francia por volver a recuperar su influencia en Camboya.
Muy significativas también de la crisis del liderazgo americano son las actuales incursiones de europeos y japoneses en lo que siempre ha sido el coto de caza más privado de Estados Unidos: su patio trasero latinoamericano. Cierto es que esas incursiones no están poniendo en peligro los intereses estadounidenses en la zona; tampoco pueden ser comparadas a otras maniobras de desestabilización, a menudo exitosas, llevadas a cabo en otras regiones del mundo, pero es significativo que ese santuario norteamericano, prácticamente inviolado, sea hoy objeto de la codicia de sus competidores imperialistas. Es una ruptura histórica en el dominio absoluto que ejercía la primera potencia mundial en Latinoamérica desde la aplicación de la “doctrina Monroe”. Contra todos los intentos por mantener bajo la batuta estadounidense al continente americano, hay países como México, Perú o Colombia, a los que hay que añadir a Canadá, que no vacilan en poner en entredicho algunas decisiones de EE.UU. contrarias a sus intereses. Recientemente, México logró arrastrar a casi todos los Estados latinoamericanos en una cruzada contra la ley Helms-Burton promulgada por Estados Unidos para reforzar el embargo económico contra Cuba y sancionar a las empresas que se saltaran el embargo. Europa y Japón se han apresurado en explotar esas tensiones ocasionadas por las amenazas de esa ley. El excelente recibimiento reservado al presidente colombiano Samper durante su viaje a Europa, cuando EE.UU. lo está haciendo todo por hacerlo caer, es una ilustración más de lo anterior. El diario francés Le Monde escribía, por ejemplo, lo siguiente: “Mientras que hasta hoy, los USA ignoraban olímpicamente al Grupo de Río (asociación que agrupa a varios países del sur del continente), la presencia en Cochabamba (ciudad donde se reunía el grupo) de M. Albright, embajadora de Estados Unidos en la ONU, ha sido especialmente notada. Según algunos observadores, es el diálogo político entablado entre los países del Grupo de Río y la Unión Europea y, luego, con Japón, lo que explica el cambio de actitud de USA...”
¿Cómo explicar ese debilitamiento de la superpotencia norteamericana y los cuestionamientos de su liderazgo cuando Estados Unidos sigue siendo la primera potencia económica del planeta y, sobre todo, dispone de una superioridad militar absoluta sobre todos sus rivales imperialistas? A diferencia de la URSS, Estados Unidos no se desmoronó cuando desaparecieron los bloques que habían regido el planeta desde Yalta. Pero esta nueva situación ha afectado profundamente a la única superpotencia mundial que ha permanecido. Ya dábamos en el número 86 de esta Revista las razones de esa situación, en la “Resolución sobre la situación internacional” del XIIo Congreso de Révolution internationale.
En ella decíamos, poniendo de relieve que el retorno de EE.UU. después de su éxito yugoslavo no significaba ni mucho menos que hubiera superado las amenazas que se ciernen sobre su liderazgo: “Estas amenazas provienen fundamentalmente (...) del hecho de que hoy falta la condición principal para una verdadera solidez y estabilidad de las alianzas entre Estados burgueses en la arena imperialista, o sea, que no existe un enemigo común que amenace su seguridad. Puede que las diferentes potencias del ex bloque occidental se vean obligadas a someterse, golpe a golpe, a los dictados de Washington, pero lo que descartan es mantener una fidelidad duradera. Al contrario, todas las ocasiones son buenas para sabotear, en cuanto pueden, las orientaciones y las disposiciones impuestas por EE.UU.”
Los golpes de ariete dados estos últimos meses al liderazgo de Washington confirman ese análisis. La ausencia de enemigo común hace que las demostraciones de fuerza estadounidenses sean cada vez menos eficaces. Por ejemplo, “Tempestad del desierto”, a pesar de los enormes medios políticos, diplomáticos y militares utilizados por EE.UU. para imponer su “nuevo orden”, sólo logró frenar las veleidades de independencia de sus “aliados” durante un año. El estallido de la guerra en Yugoslavia durante el verano del 92 confirmaba el fracaso de la “paz americana”. Ni siquiera el éxito alcanzado por EE.UU. a finales del 95 en la ex Yugoslavia ha podido impedir que la rebelión se extienda ya en la primavera del 96. En cierto modo, cuanto más hace alarde de su fuerza Estados Unidos, más determinación parecen tener los cuestionadores del “orden americano”, arrastrando incluso tras ellos a los más dóciles ante los dictados norteamericanos. Así cuando Clinton quiere arrastrar a Europa en una cruzada contra Irán en nombre del antiterrorismo, Francia, Gran Bretaña y Alemania se niegan. De igual modo, cuando pretende castigar a los Estados que comercien con Cuba, Irán o Libia, el único resultado obtenido es la indignación general, incluso en Latinoamérica, contra EE.UU. Esta actitud agresiva tiene también consecuencias en un país de la importancia de Italia, que se balancea entre Estados Unidos y Europa. Las sanciones infligidas por Washington a grandes empresas italianas por sus estrechas relaciones con Libia no harán sino reforzar las tendencias proeuropeas de Italia.
Esta situación es expresión de la encrucijada en que se encuentra la primera potencia mundial:
Sin embargo, debido a la irracionalidad profunda de las relaciones interimperialistas en la fase de decadencia del sistema capitalista, característica agudizada en la fase actual de descomposición acelerada, a Estados Unidos sólo le queda usar la fuerza para intentar preservar su estatuto en el ruedo imperialista. Así se le ve recurrir cada día más a la guerra comercial, la cual no es ya sólo expresión de la competencia feroz que desgarra un mundo capitalista empantanado en el infierno sin fin de su crisis, sino que es un arma para defender sus prerrogativas imperialistas frente a todos aquellos que ponen en entredicho su liderazgo. Pero frente a un cuestionamiento de tal amplitud, la guerra comercial no basta, de modo que la primera potencia mundial se ve obligada a volver a hacer oír el ruido de las armas como es testimonio la última intervención en Irak.
Al lanzar 44 misiles de crucero sobre Irak, en respuesta a la incursión de tropas en Kurdistán, Estados Unidos han mostrado su determinación en defender sus posiciones en Oriente Medio y, más allá, recordar que mantendrán su liderazgo en el mundo a toda costa. Pero los límites de esta nueva demostración de fuerza aparecen de inmediato:
El gobierno turco se ha negado a que EE.UU. utilice las fuerzas basadas en su país y Arabia Saudí no permitió que los aviones americanos despegaran de su territorio para bombardear Irak, incluso ha pedido a Washington que cese su operación. Los países árabes en su mayoría han criticado abiertamente esta intervención militar. Moscú y Pekín han condenado claramente la iniciativa norteamericana y Francia, seguida por España e Italia, ha marcado claramente su desaprobación. Puede apreciarse hasta qué punto está lejos la unanimidad que EE.UU. había conseguido imponer durante la Guerra del Golfo. Una situación así es reveladora del debilitamiento sufrido por el liderazgo de Washington desde aquel entonces. La burguesía norteamericana, sin ninguna duda, habría deseado hacer una demostración de fuerza mucho más evidente; y no solo en Irak, sino también, por ejemplo, contra el poder de Teherán. Pero sin el apoyo suficiente, incluso en la región, EE.UU. está obligado a hacer hablar las armas aunque sea en tono menor y con un impacto obligatoriamente reducido.
Sin embargo, aunque esta operación en Irak sea de alcance limitado, no se deben subestimar los beneficios que de ella va a sacar Estados Unidos. Junto a la reafirmación barata de su superioridad absoluta en el plano militar, sobre todo en este coto de caza que para él es Oriente Medio, lo que sobre todo ha conseguido es sembrar la división entre sus principales rivales de Europa. Estos habían conseguido recientemente oponer un frente común ante Clinton y sus dictados sobre la política que llevar a cabo respecto a Irán, Libia o Cuba. El que Gran Bretaña haya apoyado la intervención llevada a cabo en Irak, hasta el punto de que Major “saluda” la valentía de EE.UU., el que Alemania parezca compartir esa posición, mientras que Francia, apoyada por Roma y Madrid, ponga en entredicho los bombardeos, ha sido evidentemente una buena pedrada lanzada al tejado de la Unión europea. El hecho de que Bonn y París no estén, una vez más, en la misma longitud de onda no es algo nuevo. Las divergencias entre ambos lados del Rin no han cesado de acumularse desde 1995. Pero no es lo mismo en lo que se refiere a la cuña metida entre el imperialismo francés y el británico en esta ocasión. Desde la guerra en la ex Yugoslavia, Francia y Gran Bretaña no han cesado de reforzar su cooperación (han firmado últimamente un acuerdo militar de gran importancia, al que se ha asociado Alemania, para la construcción conjunta de misiles de crucero) y su “amistad” hasta el punto de que la aviación inglesa ha participado en el desfile militar del último 14 de julio en París. Con ese proyecto, Londres expresaba muy claramente su voluntad de romper con una larga tradición de cooperación y de dependencia militar respecto a Washington. El apoyo dado por Londres a la intervención americana en Irak, ¿significa que la “pérfida Albión” está cediendo por fin ante las múltiples presiones de EE.UU. para que “vuelva a casa”, volviendo a ser la fiel teniente del “Tío Sam”?. Ni mucho menos, pues ese apoyo no es un acto de sumisión ante el padrino norteamericano, sino la defensa de los intereses particulares del imperialismo inglés en Oriente Medio y en particular en Irak. Después de haber sido un protectorado británico, ese país fue distanciándose progresivamente de la influencia de Londres, especialmente desde la llegada al poder de Sadam Husein. Francia, en cambio, iba adquiriendo posiciones sólidas; posiciones que quedaron reducidas a su mínima expresión tras la Guerra del Golfo, pero que ahora está volviendo a reconquistar gracias al debilitamiento del liderazgo USA en Oriente Medio. En esas condiciones, la única esperanza de Gran Bretaña de recobrar una influencia en la zona reside en el derrocamiento del carnicero de Bagdad. Por eso es por lo que Londres se ha encontrado siempre en la misma línea dura que Washington sobre las Resoluciones de la ONU respecto a Irak, mientras que París, al contrario, no ha cesado de abogar por la reducción del embargo sobre Irak impuesto por el gendarme americano.
Aunque la tendencia de “cada cual por su cuenta” es general y está minando el liderazgo norteamericano, también se manifiesta entre quienes la cuestionan, y fragiliza todas las alianzas imperialistas, sea cual sea su relativa solidez, a imagen de la existente entre Londres y París; son mucho más variables que las que prevalecían en el tiempo en el que la presencia de un enemigo común permitía la existencia de bloques. Estados Unidos, aunque sea la principal víctima de esta nueva situación histórica generada por la descomposición del sistema, no puede sino intentar sacar ventaja de aquella tendencia que rige el conjunto de las relaciones interimperialistas. Así lo han hecho ya en la ex Yugoslavia, no vacilando en establecer una alianza táctica con su rival más peligroso, Alemania, e intentan hoy llevar a cabo la misma maniobra con relación al tándem franco-británico. A pesar de sus límites, el golpe asestado a la “unidad” franco-británica ha sido un éxito indudable para Clinton y la clase política estadounidense no se ha engañado al dar un apoyo unánime a la operación en Irak.
Sin embargo ese éxito americano es de un alcance muy limitado y no podrá frenar verdaderamente la tendencia del “cada cual por su cuenta” que está minando en profundidad el liderazgo de la primera potencia mundial, ni resolver el atolladero en el que se encuentra EE.UU. En cierto sentido, por mucho que EE.UU. conserve, gracias a su poderío económico y financiero, una fuerza que nunca fue la del líder del bloque del Este, puede establecerse sin embargo un paralelo entre la situación actual de EE.UU. y la de la difunta URSS en tiempos del bloque del Este. Como ésta, para mantener su dominio, de lo único de lo que dispone prácticamente es del uso repetido de la fuerza bruta y eso siempre ha expresado una debilidad histórica. La agudización del “cada cual por su cuenta” y el atolladero en el que se encuentra el gendarme del mundo son la expresión del atolladero histórico del modo de producción capitalista. En ese contexto, las tensiones imperialistas entre las grandes potencias no pueden sino ir incrementándose, llevar la destrucción y la muerte a zonas cada vez más amplias del planeta y agravar todavía más el espantoso caos que ya es lo cotidiano en continentes enteros. Una sola fuerza es capaz de oponerse a esa siniestra extensión de la barbarie, desarrollando sus luchas y poniendo en entredicho el sistema capitalista mundial hasta sus cimientos: el proletariado.
RN, 9 de setiembre de 1996
[1] Las relaciones entre Francia y Egipto son particularmente calurosas y Kohl, por su parte, fue recibido con mucha consideración en su viaje. En cuanto al secretario general de la ONU, Boutros-Ghali, a quien EE.UU. quiere a toda costa sustituir, no cesó durante toda la guerra en Yugoslavia de entorpecer la acción norteamericana y defender las orientaciones profrancesas.
[2] El hecho de que un encuentro entre los emisarios de los gobiernos israelí y egipcio haya tenido lugar en París no es ninguna casualidad; esto certifica la reintroducción de Francia en Oriente Medio y también la voluntad israelí de dirigir un mensaje a EE.UU.: si este país se dedica a ejercer presiones demasiado fuertes sobre el nuevo gobierno, éste no vacilará en buscar apoyos entre los rivales europeos para resistir a estas presiones.
[3] Alemania está obligada a ser prudente frente al peligro de propagación del increíble caos ruso, pero el hecho de que Polonia y la República checa sean más “estables” representa para ella una “zona-tampón”, una especie de dique frente al peligro, lo cual la deja más libre para intentar realizar su objetivo histórico, el acceso a Oriente Medio, apoyándose en Irán y en Turquía; y para hacer presión sobre Rusia para que ésta relaje sus vínculos con EE.UU. La muy democrática Alemania se alimenta pues del caos ruso para defender sus apetitos imperialistas.
El 26 de mayo de 1996, la bolsa de Nueva York celebra en plena euforia el centésimo aniversario del nacimiento de su más antiguo indicador, el índice Dow Jones. Ganando 620 % durante los 14 últimos años, la evolución del índice superaba con creces todas las marcas anteriores, la de los años 20 (468 %)... que desembocó en el crack bursátil de octubre de 1929, anunciador de la gran crisis de los años 30, y el de los años de “prosperidad” de la posguerra (487 % entre 1949 y 1966) que desembocaron en dieciséis años de “gestión keynesiana de la crisis”. “Cuanto más dure esta locura especulativa tanto más elevado será el precio que se habrá de pagar por ella”, alertaba el analista B.M. Biggs, considerando que “las cotizaciones de las empresas americanas ya no se corresponden para nada con su valor real” (le Monde, 27/05/96). Un mes más tarde, Wall Street caía bruscamente por tercera vez en ocho días, arrastrando tras ella a todas las bolsas europeas. Las nuevas sacudidas financieras están volviendo a poner en su sitio, entre los accesorios para embaucar a la gente sobre la gravedad de la crisis del capitalismo y lo que ésta acarrea. A intervalos regulares, esas sacudidas recuerdan y confirman la pertinencia del análisis marxista sobre la crisis histórica del sistema capitalista, poniendo en especial relieve el carácter explosivo de las tensiones que se están acumulando. Enfrentado a su ineluctable crisis de sobreproducción, que emergió a la luz del día a finales de los años 60, el capitalismo sobrevive desde entonces fundamentalmente gracias a la inyección masiva de créditos. Es el endeudamiento masivo lo que explica la inestabilidad creciente del sistema económico y financiero y que engendra la especulación desenfrenada y los escándalos financieros a repetición: cuando la ganancia sacada de la actividad productiva se hace difícil, la sustituye la ganancia financiera fácil.
Para los marxistas, esa nueva sacudida financiera está inscrita en la situación. En nuestra Resolución sobre la situación internacional de abril del 96, escribíamos: “El XIº Congreso señalaba que uno de los alimentos de este “relanzamiento”, que además calificábamos entonces como un “relanzamiento sin empleos, residía en una huida ciega en el endeudamiento generalizado, que no podía sino desembocar a término en nuevas convulsiones en la esfera financiera y en un hundimiento en una nueva recesión abierta” (Revista internacional, no 86). Agotamiento del crecimiento, hundimiento en la recesión, huida ciega en un endeudamiento creciente, inestabilidad financiera y especulación, incremento de la pauperización, ataque masivo contra las condiciones de vida del proletariado a nivel mundial..., ésos son los ingredientes conocidos de una situación de crisis que está alcanzando cotas explosivas.
El crecimiento anual de los países industrializados renquea penosamente en torno al 2 %, en neto contraste con el 5 % de los años de posguerra (1950-70). Prosigue su declive irremediable desde finales de los 60: 3,6 % entre 1970-80 y 2,9 % entre 1980 y 1993. Salvo algunos países del Sureste asiático, cuyo recalentamiento económico está anunciando nuevas quiebras al estilo mexicano, la tendencia a la baja de las tasas de crecimiento es continua y general a escala mundial. Durante largo tiempo, el endeudamiento masivo ha podido ocultar ese hecho y mantener a intervalos regulares la ficción de una posible salida del túnel. Así fue con las “recuperaciones” de finales de los años 70 y de los 80 en los países industrializados, las esperanzas puestas en el “desarrollo del tercer Mundo y de los países del Este” durante la segunda mitad de los años 70 y, más recientemente, las ilusiones en torno a la apertura y la “reconstrucción” de los países del antiguo bloque soviético. Pero hoy se están derrumbando los últimos decorados de esa ficción. Tras la insolvencia y la quiebra de los países del tercer Mundo y la caída en picado de los países del Este en el marasmo, les ha tocado derrumbarse a los países “modelo”, Alemania y Japón. Tras tanto tiempo presentados como modelo de “virtud económica” el primero y como ejemplo de dinamismo el segundo, la actual recesión que los está laminando ha puesto las cosas en su sitio. Alemania, drogada durante algún tiempo con la financiación de su reunificación, retrocede hoy en el pelotón de los países desarrollados. La ilusión de un retorno al crecimiento gracias a la reconstrucción de su parte oriental ha sido de corta duración. Queda así definitivamente deshecho el mito del relanzamiento mediante la reconstrucción de las destartaladas economías de los países del Este (ver Revista internacional nos 73 y 86).
Como ya lo venimos afirmando desde hace tiempo, los “remedios” que la economía capitalista aplica son, al cabo, peores que la enfermedad.
El ejemplo de Japón es muy significativo al respecto. Es la segunda potencia económica del planeta y su economía equivale a la sexta parte (17 %) del producto mundial. País excedentario en sus intercambios exteriores, Japón se ha convertido en banquero internacional con haberes exteriores de más de 1 billón (un millón de millones) de dólares. Elevado a la categoría de modelo y mostrados en ejemplo por el mundo entero, los métodos japoneses de organización del trabajo eran, según los nuevos teóricos, un nuevo modo de regulación que iba a permitir salir de la crisis gracias a un “formidable relanzamiento de la productividad del trabajo”. Tales recetas japonesas para lo que de hecho han servido es para hacer pasar una serie de medidas de austeridad, como la flexibilidad creciente del trabajo (introducción del just in time, de la calidad total, etc.) y las ponzoñas ideológicas como el corporativismo de empresa y el nacionalismo en la defensa de la economía, etc.
Hasta hace poco, ese país parecía evitar, como por milagro, la crisis económica. Después de haber alcanzado el 10 % de crecimiento en 1960-70, todavía lucía tasas apreciables, en torno al 5 %, en los años 70 y de 3,5 % durante los 80. Desde 1992, en cambio, el crecimiento no ha superado la cifra de 1 %. Y así, al igual que Alemania, Japón se ha unido al pelotón de los crecimientos asmáticos de las principales economías desarrolladas. Sólo los tontos y otros secuaces ideológicos del sistema capitalista podían creerse o hacer creer en la singularidad de Japón. Los resultados de este país son perfectamente explicables. Es posible que hayan tenido influencia algunos factores internos específicos, pero, básicamente, Japón se ha beneficiado de una conjunción de factores muy favorable al salir de la Segunda Guerra mundial y, sobre todo, más todavía que otros países, Japón echó mano y abusó del crédito. Japón, al ser un peón de la primera importancia en el dispositivo contra el expansionismo del bloque del Este en Asia, se benefició de un apoyo político y económico excepcional por parte de Estados Unidos (reformas institucionales instauradas por los norteamericanos, créditos baratos, apertura del mercado de EE.UU. a los productos japoneses, etc.). Y además, y es éste factor raras veces mencionado, es sin duda uno de los países más endeudados del planeta. En el presente, la deuda acumulada de los agentes no financieros (familias, empresas y Estado) se eleva a 260 % del PNB y alcanzará 400 % dentro de diez años (véase abajo). O sea que el capital japonés, para mantener a flote su nave, se ha otorgado un adelanto de dos años y medio sobre la producción y pronto serán cuatro años.
Esa montaña de deudas es un auténtico polvorín con una mecha ya encendida por muy lento que sea su consumo. Esto no es sólo un desastre para el país mismo, sino también para toda la economía mundial, por ser el Japón la caja de ahorros del planeta ya que sólo él asegura el 50 % de la financiación de los países de la OCDE. Todo esto relativiza mucho el anuncio hecho en Japón de un leve despertar del crecimiento tras cuatro años de estancamiento. Noticia sin duda calmante para los media de la burguesía, pero lo único que de verdad pone de relieve es la gravedad de la crisis, ya que ese difícil despertar sólo se ha conseguido gracias a la inyección de dosis masivas de liquidez financiera en la aplicación de nada menos que cinco planes sucesivos de relanzamiento. Esta expansión presupuestaria, en la más pura tradición keynesiana, ha acabado por dar algún fruto... pero a costa de déficits todavía más colosales que los que habían provocado la entrada de Japón en una fase de recesión. Esto explica por qué la “recuperación” actual es de lo más frágil y acabará deshinchándose como un globo. La amplitud de la deuda pública japonesa, el 60 % del producto interior bruto (PIB), supera hoy la de Estados Unidos, que ya es decir. Teniendo en cuenta los créditos ya comprometidos y el efecto acumulativo, la deuda alcanzará en diez años 200 % del PIB o, también, lo equivalente a dos años de salario medio para cada japonés. En cuanto al déficit presupuestario corriente, se elevaba al 7,6 % del PIB en 1995, muy lejos, por ejemplo, de los criterios de convergencia considerados “aceptables” de Maastricht o del 2,8 % de EE.UU. el mismo año. Y todo eso sin contar con que las consecuencias del estallido de la burbuja especulativa inmobiliaria de finales de los 80 no han producido todavía todos sus efectos y ello en el contexto de un sistema bancario muy fragilizado. En efecto, ese sistema tiene muchas dificultades para compensar sus enormes pérdidas: muchas instituciones financieras han quebrado o se van a declarar en quiebra. Sólo en ese ámbito, la economía japonesa ya debe enfrentarse a la montaña de 460 mil millones de $ de deudas insolventes. Un índice de la gran fragilidad de ese sector lo da la lista realizada en octubre del 95 por la firma americana Moody’s, especialista en análisis de riesgos. A Japón le ponía una nota “D”, lo cual hacía de este país el único miembro de la OCDE en verse en la misma categoría que China, México y Brasil. De los once bancos comerciales clasificados por Moody’s, sólo cinco poseían activos superiores a sus más que sospechosos créditos. Entre los 100 primeros bancos a nivel mundial, 29 son japoneses (y los 10 primeros), mientras que Estados Unidos sólo tiene nueve y, además, el primero sólo alcanza el 26º lugar. Si se suman las deudas de los organismos financieros mencionados en esa lista a las deudas de los demás agentes económicos citados antes aparece un monstruo a cuyo lado los reptiles de la era secundaria podrían parecer animalitos de compañía.
Contrariamente a las fábulas sabiamente divulgadas para justificar los múltiples planes de austeridad, el capitalismo no está, ni mucho menos, saneándose. La burguesía quiere hacernos creer que hoy hay que pagar por las locuras de los años 70 para así volver a andar con bases más sanas. Nada más falso. La deuda sigue siendo el único medio de que dispone el capitalismo para aplazar la explosión de sus propias contradicciones, un medio del que no puede privarse al estar obligado a continuar su huida ciega. En efecto, el incremento de la deuda sirve para paliar una demanda que se ha vuelto históricamente insuficiente desde la Primera Guerra mundial. La conquista del planeta entero al iniciarse el siglo fue el momento a partir del cual el sistema capitalista se ha visto permanentemente enfrentado a una insuficiencia de salidas mercantiles solventes con las que asegurar su “buen” funcionamiento. Enfrentado con regularidad a la incapacidad de dar salida a su producción, el capitalismo se autodestruye en conflictos generalizados. Y es así como el capitalismo sobrevive en medio de una espiral infernal y creciente de crisis (1912-14, 1929-39, 1968-hoy), guerras (1914-18, 1949-45) y reconstrucciones (1920-28, 1946-68).
Hoy, el descenso de la tasa de ganancia y la competencia desenfrenada a la que se libran las principales potencias económicas arrastran a una mayor productividad, la cual no hace sino incrementar la masa de productos que vender en el mercado. Sin embargo, estos productos pueden considerarse mercancías que contienen cierto valor únicamente si ha habido venta. Ahora bien, el capitalismo no crea sus propias salidas espontáneamente, no basta con producir para poder vender. Mientras los productos no se hayan vendido, el trabajo sigue estando incorporado a esos productos y solamente cuando la producción ha sido reconocida como socialmente útil por la venta, podrá considerarse que los productos son mercancías y que el trabajo en ellas integrado se transforma en valor.
El endeudamiento no es pues una opción posible, una política económica que los dirigentes de este mundo podrían seguir o no seguir. Es una obligación, una necesidad inscrita en el funcionamiento y las contradicciones mismas del sistema capitalista (véase nuestro folleto la Decadencia del capitalismo). Por eso es por lo que el endeudamiento de todos los agentes económicos no ha hecho sino incrementarse a lo largo del tiempo y, especialmente, en los últimos años.
Esa colosal deuda del sistema capitalista, que se eleva a cifras y porcentajes nunca antes alcanzados en toda su historia es el verdadero origen de la inestabilidad creciente del sistema financiero mundial. Es además significativo comprobar que desde hace ya algún tiempo, la bolsa parece haber ya integrado en su funcionamiento el declive irreversible de la economía capitalista... o sea del grado de confianza que tiene la clase capitalista en su propio sistema. Mientras que en tiempo normal los valores de los activos bursátiles (acciones, etc.) suben cuando la salud y las perspectivas de las empresas son positivas y bajan en caso contrario, hoy en la evolución de la bolsa suben cuando se anuncian malas noticias y baja cuando habría bonanza. El famoso Dow Jones subió 70 puntos en un solo día tras el anuncio del aumento del desempleo en Estados Unidos, en julio del 96. De igual modo, las acciones de ATT se echaron al vuelo tras el anuncio de 40 000 despidos y las acciones de Moulinex, en Francia, subieron un 20 % cuando se anunció un despido de 2600 personas. Y así. A la inversa, cuando se publican las cifras oficiales del desempleo en baja, ¡las cotizaciones de las acciones se orientan a la baja!. Signo de los tiempos que corren, los beneficios actuales se suponen no ya del crecimiento del capitalismo sino de la racionalización.
“Si un tipo como yo puede hacer quebrar una moneda habrá que pensar que hay algo perverso en el sistema”, ha declarado recientemente George Soros, el cual, en 1992, ganó 5 mil millones de francos especulando contra la libra esterlina. La perversión del sistema no es, sin embargo, el resultado del “incivismo” o de la avidez de unos cuantos especuladores, de las nuevas libertades de circulación de capitales a nivel internacional, o de los progresos de la informática y de los medios de comunicación, como tanto les gusta repetir a los media de la burguesía cuando pretenden analizar lo que no funciona en el sistema.
Los laboriosos crecimientos, las difíciles ventas se traducen en unos excedentes de capital que ya no encuentran donde invertir de modo productivo. La crisis se plasma así en que los beneficios sacados de la producción ya no encuentran salidas suficientes en inversiones rentables que puedan a su vez incrementar las capacidades de producción. La “gestión de la crisis” consiste entonces en encontrar otras salidas al excedente de capitales flotantes, para así evitar una desvalorización brutal. Estados e instituciones internacionales se dedican a acompañar las condiciones que hagan posible esa política. Esas son las razones de las nuevas políticas financieras instauradas y la nueva “libertad” para los capitales.
A esa razón fundamental debe añadírsele la de la política estadounidense de defensa de su estatuto de primera potencia económica internacional, lo cual no hace sino dar más amplitud al proceso. La inestabilidad anterior del sistema financiero y de las tasas de cambio era la consecuencia de la dominación total norteamericana después de la Segunda Guerra mundial, que se plasmaba en “el hambre de dólares”. Tras la reconstrucción competitiva de Europa y de Japón, uno de los medios de EEUU de prolongar artificialmente su dominio y garantizar la compra de sus mercancías fue la de devaluar su moneda e inundar la economía de dólares. La devaluación y el exceso de dólares en el mercado no hizo sino incrementar la sobreproducción de capitales resultante de la crisis de las inversiones productivas. Hubo así masas de capitales flotantes que no sabían dónde aterrizar para invertir. La liberación progresiva de las operaciones financieras conjugada con el paso forzado a los cambios flotantes ha permitido que esa masa gigantesca de capitales encuentre diversas “salidas” en la especulación, en operaciones financieras y préstamos internacionales de lo más dudoso. Se sabe hoy que, frente a un comercio mundial estimado en unos tres billones de dólares, los movimientos de capitales internacionales se calculan en unos 100 billones (¡30 veces más!). Sin la apertura de fronteras y los cambios flotantes, el peso muerto de esa masa hubiera agravado más todavía la crisis.
Los ideólogos del capital sólo ven la crisis en la especulación, para así mejor ocultar su realidad. Se creen y hacen creer que las dificultades en la producción (desempleo, sobreproducción, deuda, etc.) son el resultado de excesos especulativos, mientras que en última instancia, si hay “locura especulativa”, “desestabilización financiera”, será porque ya había dificultades reales. La “locura” que los diferentes observadores críticos constatan a nivel financiero mundial no es el producto de algún que otro golpe de especuladores ansiosos de ganancias inmediatas. Esa locura no es más que la expresión de una realidad mucho más profunda y trágica: la decadencia avanzada, la descomposición del modo de producción capitalista, incapaz de superar sus contradicciones fundamentales e intoxicado por el uso y abuso cada día más masivo de la manipulación de sus propias leyes desde hace hoy casi tres décadas.
El capitalismo ya no es ese sistema conquistador, que se extiende inexorablemente, que penetra en todos los sectores de las sociedades y en todas las regiones del planeta. El capitalismo perdió la legitimidad que en su día pudo tener al aparecer como factor de progreso universal. Hoy, su triunfo aparente se basa en la negación de progreso para la humanidad entera. El sistema capitalista se ve cada vez más enfrentado a sus propias contradicciones insuperables. Parafraseando a Marx, las fuerza materiales engendradas por el capitalismo –mercancías y fuerza de trabajo–, al estar apropiadas privadamente, se yerguen y se rebelan contra él. La verdadera locura no es la especulación sino el mantenimiento del modo de producción capitalista. La salida para la clase obrera y para la humanidad no estriba en no se sabe qué política contra la especulación o el control de las operaciones financieras, sino en la destrucción del capitalismo mismo.
C. Mcl
Fuentes:
-Los datos referentes a la deuda de las familias y de las empresas están sacados del libro de Michel Aglietta, Macroéconomie financière, ed. la Découverte, colección Repères, no 166. Su fuente es la OCDE, basada en las cuentas nacionales.
-Los datos referentes a la deuda de los Estados son del libro publicado anualmente l’Etat du monde 1996, ed. la Découverte.
-Los datos citados en el texto han sido extraídos de los periódicos le Monde y le Monde diplomatique.
Como consecuencia de la exclusión de uno de sus militantes ([1]), la CCI ha sido llevada a profundizar cuáles fueron las posiciones de los revolucionarios frente a la infiltración de la francmasonería en el movimiento obrero. En efecto, para justificar la creación de una red de iniciados” dentro de la organización, ese ex militante daba a entender que su pasión por las ideologías esotéricas y los “conocimientos secretos” permitía una mejor comprensión de la historia, “más allá” del marxismo. También afirmaba que grandes revolucionarios como Marx y Rosa Luxemburg conocían la ideología masónica, lo cual es verdad, pero dando a entender que ellos mismos serían quizás también francmasones. Frente a ese tipo de falsificaciones vergonzantes para desvirtuar el marxismo, es necesario recordar el combate sin piedad llevado a cabo desde hace más de un siglo por los revolucionarios contra la francmasonería y las sociedades secretas a las que consideraban como instrumentos al servicio de la clase burguesa.
Ese es el objeto de este artículo.
Contrariamente al indiferentismo político de los anarquistas, los marxistas siempre han insistido en que el proletariado, para cumplir su misión revolucionaria, tiene que comprender los aspectos esenciales del funcionamiento de su clase enemiga. Como clases explotadoras, esos enemigos del proletariado emplean necesariamente el secreto y la mentira, tanto en sus luchas internas como contra la clase obrera. Por eso Marx y Engels, en una serie de escritos, expusieron a la clase obrera las estructuras secretas y las actividades de las clases dominantes.
Así en sus Revelaciones sobre la historia de la diplomacia secreta del siglo XVIII, basadas en un estudio exhaustivo de manuscritos diplomáticos en el British Museum, Marx expuso la colaboración secreta de los gabinetes británico y ruso desde los tiempos de Pedro el Grande. En sus escritos contra Lord Palmerston, Marx reveló que la continuidad de esta alianza secreta se dirigía esencialmente contra los movimientos revolucionarios en Europa. De hecho, en los primeros dos tercios del siglo XIX, la diplomacia rusa, el bastión de la contrarrevolución en esa época, estaba implicada en “todas las conspiraciones y sublevaciones del momento”, incluyendo las sociedades secretas insurreccionales como los carbonarios, e intentaba manipularlas para sus propios fines ([2]).
En su folleto contra Herr Vogt, Marx descubrió cómo Bismark, Palmerston y el zar, apoyaban a los agentes del bonapartismo bajo Luis Napoleón en Francia, para que infiltraran y denigraran el movimiento obrero. Momentos destacados del combate del movimiento obrero contra esas maniobras ocultas fueron la lucha de los marxistas contra Bakunin en la Primera Internacional, y la de los de Eisenach contra la instrumentalización del lasallismo por Bismark en Alemania.
Al combatir a la burguesía y su fascinación por lo oculto y el misterio, Marx y Engels mostraron que el proletariado es enemigo de cualquier clase de política de secretos y mistificaciones. Contrariamente al conservador británico Urquhart, cuya lucha durante 50 años contra la política secreta rusa degeneró en una “doctrina secreta esotérica” de una “todopoderosa” diplomacia rusa como “el único factor activo de la historia moderna” (Engels), el trabajo de los fundadores del marxismo sobre esta cuestión, siempre se basó en un método científico, materialista histórico. Este método desenmascaró a la “orden jesuítica” oculta de la diplomacia rusa y occidental, y demostró que las sociedades secretas de las clases explotadoras, eran el producto del absolutismo y la ilustración del siglo XVIII, durante el cual la corona impuso una colaboración entre la nobleza en declive y la burguesía ascendente. Esta “Internacional aristocrático-burguesa de la ilustración”, como la llamaba Engels en los artículos sobre la política exterior zarista, también proporcionó las bases de la francmasonería, que surgió en Gran Bretaña, el país clásico del compromiso entre una aristocracia y la burguesía. Mientras que el aspecto burgués de la francmasonería atrajo a muchos revolucionarios burgueses en el siglo XVIII y a comienzos del XIX, especialmente en Francia y Estados Unidos, su carácter profundamente reaccionario pronto iba a convertirla en un arma sobre todo contra la clase obrera. Así fue sobre todo después del surgimiento del movimiento socialista de la clase obrera, incitando a la burguesía a abandonar el ateísmo materialista de los tiempos de su propia juventud revolucionaria. En la segunda mitad del siglo XIX, la francmasonería europea, que hasta entonces había sido sobre todo una diversión de la aristocracia aburrida que había perdido su función social, se convirtió cada vez más en un bastión de la nueva “religiosidad” antimaterialista de la burguesía, dirigida esencialmente contra el movimiento obrero. En el interior de este movimiento masónico, se desarrollaron toda una serie de ideologías contra el marxismo, que más tarde se convertirían en propiedad común de los movimientos contrarrevolucionarios del siglo XX. Según una de esas ideologías, el marxismo mismo era una creación de la facción “iluminada” de la francmasonería alemana, contra el que tenían que movilizarse los “verdaderos” francmasones. Bakunin, que era un activo francmasón, fue uno de los padres de otra de esas aseveraciones, según la cual, el marxismo era una “conspiración judía”: “Todo este mundo judío, que engloba a una simple secta explotadora, que es una especie de gente que chupa la sangre, una especie de colectivo parásito orgánico destructivo, que va más allá no sólo de las fronteras, sino de la opinión política, este mundo está ahora a disposición de Marx por una parte, y por otra, de Rothschild (...) Todo esto puede parecer extraño ¿Qué puede haber en común entre el socialismo y una banca dirigente? El asunto es que el socialismo autoritario, el comunismo marxista, pide una fuerte centralización del Estado. Y donde haya centralización del Estado, tiene que haber necesariamente un banco central, y donde exista tal banco, allí encontraréis a la nación judía parásita, especulando con el trabajo del pueblo” ([3]).
Contrariamente a la vigilancia de la Iª, IIª y IIIª Internacionales sobre estas cuestiones, una parte importante del medio revolucionario actual, se complace en ignorar este peligro y en mofarse de la supuesta visión “maquiavélica” de la historia de la CCI. Esta subestimación, junto a una obvia ignorancia de una parte importante de la historia del movimiento obrero, es resultado de 50 años de contrarrevolución, que interrumpió el traspaso de la experiencia organizativa marxista de una generación a la siguiente.
Esta debilidad es de lo más peligrosa, puesto que, en este siglo, el empleo de las sectas e ideologías místicas, ha alcanzado dimensiones que van más allá de la simple cuestión de la francmasonería que se planteaba en la fase ascendente del capitalismo. Así, la mayoría de las sociedades secretas anticomunistas que se crearon entre 1918-23 contra la revolución alemana, no se originaron todas en la francmasonería, sino que las construyó directamente el ejército, bajo el control de oficiales desmovilizados. Puesto que eran instrumentos del capitalismo de Estado contra la revolución comunista, se disolvieron cuando el proletariado fue derrotado. Igualmente, desde el final de la contrarrevolución a finales de la década de los 60 de nuestro siglo, la francmasonería clásica es sólo un aspecto de todo un aparato de sectas e ideologías religiosas, esotéricas y racistas, desarrolladas por el Estado contra el proletariado. Hoy, en el marco de la descomposición capitalista, esas sectas e ideologías antimarxistas, que declaran la guerra al materialismo y al concepto del progreso de la historia, y que tienen una influencia considerable en los países industriales, constituyen un arma adicional de la burguesía contra la clase obrera.
Ya la Iª Internacional fue objeto de rabiosos ataques por parte del ocultismo. Los adeptos del misticismo católico, los carbonarios y el mazzinismo, eran enemigos declarados de la Internacional. En Nueva York, los adeptos del ocultismo de Virginia Woodhull intentaron introducir el feminismo, el “amor libre” y las “experiencias parapsicológicas” en las secciones americanas de la Iª Internacional. En Gran Bretaña y Francia, las logias masónicas del ala izquierda de la burguesía, apoyadas por agentes bonapartistas, organizaron una serie de provocaciones, para intentar desprestigiar a la Internacional y permitir así la detención de sus miembros. Por ello el Consejo general se vio obligado a excluir a Pyatt y a sus partidarios, denunciándolos públicamente. Pero el principal peligro provenía de la Alianza de Bakunin, una organización secreta dentro de la Internacional que, con miembros a diferentes niveles de “iniciación” en “el secreto”, y con sus técnicas de manipulación (el famoso Catecismo revolucionario de Bakunin), reproducía exactamente el ejemplo de la francmasonería.
Es de sobra conocido el enorme empeño que pusieron Marx y Engels para repeler esos ataques, desenmascarando a Pyatt y a sus acólitos bonapartistas, combatiendo a Mazzini y las tentativas de Woodhull, y, sobre todo, revelando el complot de la Alianza de Bakunin contra la Internacional (véase Revista internacional nos 84 y 85). La plena conciencia de la amenaza que representaba el ocultismo, se pone de manifiesto en la Resolución propuesta por Marx, y adoptada por el Consejo general, sobre la necesidad de combatir las sociedades secretas. En la Conferencia de Londres de la AIT (septiembre de 1871), Marx insistió en que “... este tipo de organización está en contradicción con el desarrollo del movimiento obrero, desde el momento en que estas sociedades en lugar de educar a los obreros, los someten a sus leyes autoritarias y místicas que entorpecen su independencia y llevan su toma de conciencia en una falsa dirección” (Marx-Engels, Obras).
La burguesía intentó igualmente desprestigiar al proletariado, a través de la propaganda de sus medios de comunicación, que alegaban que, tanto la Internacional como la Comuna de París, habrían sido organizadas por una especie de dirección secreta de tipo masónico. En una entrevista al periódico The New York World, el cual sugería que los obreros habrían sido meros instrumentos de un “cónclave” de audaces conspiradores presentes en la Comuna de París, Marx declaró: “Estimado señor. No hay ningún secreto que descubrir, (...) excepto que se trate del secreto de la estupidez humana de los que se empeñan en ignorar que nuestra Asociación actúa públicamente, y que publicamos extensos informes de nuestra actividad para todos aquellos que quieran leerlos”. Según la lógica del World, la Comuna de París “podría también haber sido una conspiración de francmasones pues su participación no ha sido pequeña. No me sorprendería que el Papa quisiera atribuirles toda la responsabilidad de la insurrección. Pero examinemos otra explicación: la insurrección de París ha sido la obra de los obreros parisinos”.
Tras la derrota de la Comuna de París y la muerte de la Internacional, Marx y Engels lucharon con todas sus fuerzas para sustraer de la influencia de la masonería a las organizaciones obreras de Italia, España, o Estados Unidos (los “Caballeros del trabajo”). La IIª Internacional fundada en 1889 fue, inicialmente, menos vulnerable que la precedente a la influencia del ocultismo ya que había excluido a los anarquistas. La apertura que existía en el programa de la Iª Internacional permitió a “elementos desclasados infiltrarse y establecer en su seno una sociedad secreta cuyos esfuerzos se dirigían, no contra la burguesía y los gobiernos existentes, sino contra la propia Internacional” (Informe sobre la Alianza al Congreso de La Haya, 1872).
Y ya que la IIª Internacional era menos permeable en este terreno, los ataques del esoterismo empezaron mediante una ofensiva ideológica contra el marxismo. A finales del siglo XIX, las masonerías alemana y austríaca se jactaban de haber conseguido liberar las universidades y los círculos científicos de “la plaga del materialismo”. Con el desarrollo, a comienzos de este siglo, de las ilusiones reformistas y del oportunismo en el movimiento obrero, Bernstein se apoyó en estos científicos centroeuropeos para afirmar que el marxismo “habría sido superado” por las teorías místicas e idealista del neokantismo. En el contexto de la derrota del movimiento obrero de Rusia en 1905, los bolcheviques fueron penetrados por tendencias místicas que hablaban de la “construcción de Dios” aunque fueron rápidamente superadas.
En el seno de la Internacional, la izquierda marxista desarrolló una defensa heroica y brillante del socialismo científico, sin conseguir, sin embargo, lograr detener el avance del idealismo. Al contrario, la francmasonería comenzó a ganar adeptos en las filas de los partidos obreros. Jaurés, el famoso líder obrero francés, defendía abiertamente la ideología de la masonería contra lo que él llamaba “la interpretación economicista, pobre y estrechamente materialista, del pensamiento humano” del revolucionario marxista Franz Mehring. Al mismo tiempo, el desarrollo del anarcosindicalismo como reacción al reformismo, abría un nuevo campo para el desarrollo de ideas reaccionarias, y a veces místicas, basadas en los escritos de filósofos como Bergson, Nietzsche (que se calificaba a sí mismo de “filósofo del esoterismo”) o Sorel. Todo ello, a su vez, terminó afectando a elementos anarquizantes en el seno de la Internacional, como Hervé en Francia, o Mussolini en Italia que, al estallar la guerra, fueron a engrosar las organizaciones de la extrema derecha de la burguesía.
Los marxistas intentaron, en vano, imponer una lucha contra la masonería en el partido francés, o prohibir a los miembros del partido en Alemania una «segunda lealtad» hacia ese tipo de organizaciones. Pero, en el período anterior a 1914, no fueron suficientemente fuertes para imponer medidas organizativas, como las que Marx y Engels habían hecho adoptar a la AIT.
Decidida a superar las debilidades organizativas de la IIª Internacional que favorecieron su hundimiento en 1914, la Internacional comunista luchó por la eliminación total de los elementos esotéricos de sus filas. En 1922, frente a la infiltración en el PC francés de elementos pertenecientes a la francmasonería y que estaban gangrenando el Partido desde su fundación en Tours, el IVº Congreso de la Internacional, en su «Resolución sobre la cuestión francesa», hubo de reafirmar los principios de clase en los siguientes términos:
«La incompatibilidad entre la francmasonería y el socialismo era considerada como evidente para la mayoría de los partidos de la Segunda internacional (...) Si el IIº Congreso de la Internacional comunista no formuló, entre las condiciones de adhesión a la Internacional, ningún punto especial sobre la incompatibilidad del comunismo con la francmasonería, fue porque este principio figura en una resolución separada, votada por unanimidad en el Congreso.
“El hecho de que se revelara inesperadamente en el IVº Congreso de la Internacional comunista, la pertenencia de un número considerable de comunistas franceses a logias masónicas, es, a criterio de la Internacional comunista, el testimonio más manifiesto y a la vez lamentable, de que nuestro Partido francés ha conservado, no sólo la herencia psicológica de la época del reformismo, del parlamentarismo y del patrioterismo, sino también vinculaciones muy concretas y muy comprometedoras, por tratarse de la cúspide del Partido, con las instituciones secretas, políticas y arribistas de la burguesía radical (...)
”La Internacional considera que es indispensable poner fin, de una vez por todas, a esas vinculaciones, comprometedoras y desmoralizantes, de la cúspide del Partido comunista con las organizaciones políticas de la burguesía. El honor del proletariado de Francia exige que el Partido depure todas sus organizaciones de clase, de elementos que pretenden pertenecer simultáneamente a los dos campos en lucha.
“El Congreso encomienda al Comité central del Partido comunista francés la tarea de liquidar, antes del 1º de enero de 1923, todas las vinculaciones del Partido, en la persona de algunos de sus miembros y de sus grupos, con la francmasonería. Todo aquel que, antes del 1º de enero, no haya declarado abiertamente a su organización y hecho público a través de la prensa del Partido, su ruptura total con la francmasonería, queda automáticamente excluido del Partido comunista sin derecho a reafiliarse en el futuro. El ocultamiento de su condición de francmasón, será considerado como penetración en el Partido de un agente del enemigo, y arrojará sobre el individuo en cuestión una mancha de ignominia ante todo el proletariado.”
En nombre de la Internacional, Trotski denunció la existencia de vínculos entre “la francmasonería y las instituciones del Partido, el Comité de redacción, el Comité central” en Francia: “La Liga de los derechos humanos y la francmasonería son instrumentos de la burguesía para distraer la conciencia de los representantes del proletariado francés. Declaramos una guerra sin cuartel a tales métodos pues constituyen un arma secreta e insidiosa del arsenal burgués. Debe liberarse al partido de esos elementos” (Trotski, La voz de la Internacional: el movimiento comunista en Francia).
Del mismo modo, el delegado del Partido comunista alemán (KPD) en el IIIº Congreso del Partido comunista italiano en Roma, al referirse a las tesis sobre la táctica comunista presentadas por Bordiga y Terracini, afirmó “... el carácter irreconciliable evidente de la pertenencia al Partido comunista y a otro Partido, se aplica además de la práctica política, también a aquellos movimientos que, a pesar de su carácter político, no tienen ni el nombre ni la organización de un partido (...) Entre estos destaca especialmente la francmasonería” (“Las tesis italianas”, Paul Butcher, en La Internacional, 1922).
Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia desde la Iª Guerra mundial, se produce un desarrollo gigantesco del capitalismo de Estado, en particular del aparato militar y represivo (espionaje, policía secreta, etc.). ¿Esto quiere decir que la burguesía ya no necesita sus sociedades secretas “tradicionales”? En parte es cierto. Allí donde el Estado capitalista totalitario ha adoptado una forma brutal y descubierta, como en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, o la Rusia de Stalin, las agrupaciones secretas, tanto las de tipo masónico u otras “logias”, como otras, siempre estuvieron prohibidas.
Sin embargo, ni siquiera esas formas bestialmente claras de capitalismo de Estado pueden prescindir totalmente de un aparato secreto o ilegal, que no aparezca oficialmente. El totalitarismo del capitalismo de Estado implica el control dictatorial de la burguesía, no sólo sobre el conjunto de la economía, sino sobre cada aspecto de la vida. Así por ejemplo en los regímenes estalinistas, la “mafia” es una parte indispensable del Estado, puesto que controla la única parte del aparato de distribución que funciona realmente, pero que oficialmente se supone que no existe: el mercado negro. En los países occidentales, la criminalidad organizada es una parte no menos importante del régimen capitalista de Estado.
Pero en las así llamadas formas “democráticas” del capitalismo de Estado, el aparato, oficial y extraoficial, de represión e infiltración, ha crecido de una manera gigantesca.
En estas dictatoriales supuestas democracias, el Estado impone su política a los miembros de su propia clase, y combate las organizaciones de sus rivales imperialistas y las de su clase enemiga, el proletariado, de forma no menos totalitaria que bajo el nazismo o el estalinismo. Su aparato de espionaje y de policía política es tan omnipresente como en cualquier otro Estado. Pero como la ideología de la democracia no permite actuar a ese aparato tan abiertamente como la Gestapo o la GPU en Rusia, la burguesía occidental vuelve a desarrollar sus viejas tradiciones de la francmasonería o de la “mafia política”, pero esta vez bajo control directo del Estado. Lo que la burguesía occidental no puede hacer legal y abiertamente, puede tratarlo ilegalmente y en secreto.
Así, cuando el ejército USA invadió la Italia de Mussolini en 1943, tenían de su parte no sólo a la mafia...: “Como consecuencia del avance hacia el norte de las divisiones acorazadas americanas, las logias francmasónicas surgieron a la superficie como caracoles tras la lluvia. Esto no era sólo resultado del hecho de que Mussolini las había prohibido y había perseguido a sus miembros. Las poderosas agrupaciones masónicas americanas tenían su parte de responsabilidad en esto, e inmediatamente alistaron a su bando a sus hermanos italianos” ([4]).
Ése es el origen de una de las más famosas entre las innumerables organizaciones paralelas del bloque occidental, la logia “Propaganda 2” en Italia. Esas estructuras extraoficiales coordinaban la lucha de las diferentes burguesías nacionales del bloque americano contra la influencia del bloque soviético rival. Entre los miembros de esas logias se incluían dirigentes de la izquierda del Estado capitalista: estalinistas, partidos izquierdistas y sindicatos. Debido a una serie de escándalos y revelaciones (vinculados al estallido del bloque del Este después de 1989), sabemos bastante más sobre las obras de estos grupos contra el enemigo imperialista y en provecho del Estado. Pero la burguesía guarda mucho más celosamente el secreto de que, en la decadencia, sus viejas tradiciones de infiltración masónica del movimiento obrero, se han convertido en parte del repertorio del aparato de Estado totalitario democrático. Esto ha sido así cada vez que el proletariado ha amenazado seriamente a la burguesía: sobre todo durante la oleada revolucionaria de 1917-23, pero también desde 1968, con el resurgir de las luchas obreras.
Como señaló Lenin, la revolución proletaria en Europa occidental al final de la Iª Guerra mundial se enfrentaba a una clase dirigente mucho más poderosa e inteligente que en Rusia. Como en Rusia, frente a la revolución, la burguesía jugó inmediatamente la baza democrática, poniendo a la “izquierda” (los antiguos partidos obreros que tras su degeneración habían pasado al campo burgués) en el poder, anunciando elecciones y planes para la “democracia industrial” y para “integrar” los consejos obreros en la constitución y el Estado.
Pero la burguesía occidental fue más lejos de lo que hizo el Estado ruso después de febrero de 1917. Empezó inmediatamente a construir un gigantesco aparato contrarrevolucionario paralelo a sus estructuras oficiales.
Con este fin hicieron uso de la experiencia política y organizativa de las logias masónicas y de las órdenes de la derecha popular que se habían especializado en combatir el movimiento obrero antes de la guerra mundial, completando su integración en el Estado. Algunas de esas organizaciones eran la “Orden germánica” y la “Liga Hammer”, fundadas en 1912 en respuesta a la amenaza de guerra y a la victoria electoral del Partido socialista, que declaraban en su periódico sus objetivos de “organizar la contrarrevolución”: “la sagrada vendetta liquidará a los dirigentes revolucionarios al comienzo mismo de la insurrección, no dudando en golpear a las masas criminales con sus propias armas” ([5]).
Victor Serge se refiere a los servicios de inteligencia de Action Française y de los Cahiers de l’Anti-France, que ya espiaban a los movimientos de vanguardia en Francia durante la guerra, los servicios de espionaje y provocación del partido fascista en Italia, y las agencias privadas de detectives en USA, que “proporcionaban a los capitalistas informadores discretos, expertos provocadores, tiradores, guardias, capataces, y también militantes sindicales totalmente corruptos”. Se supone que la compañía Pinkerton empleaba a 135.000 personas.
“En Alemania, desde el desarme oficial del país, las fuerzas esenciales de la reacción se han concentrado en organizaciones extremadamente secretas. La reacción ha comprendido que, incluso en los partidos apoyados por el Estado, la clandestinidad es un preciado valor. Naturalmente, todas estas organizaciones toman a su cargo todas las funciones de virtuales fuerzas de policía oculta contra el proletariado” ([6]).
Para preservar el mito de la democracia, las organizaciones contrarrevolucionarias en Alemania y otros países, no formaban oficialmente parte del Estado, se financiaban privadamente, a menudo se declaraban ilegales, y se presentaban como enemigos de la democracia. Con sus asesinatos contra dirigentes burgueses “democráticos” como Rathenau y Ezberger, y sus golpes de extrema derecha (golpe de Kapp 1920, golpe de Hitler 1923), desempeñaron un papel vital, precipitando al proletariado hacia el terreno de la defensa de la “democracia” contrarrevolucionaria de Weimar.
En Alemania, centro principal de la oleada revolucionaria de 1917-23 además de Rusia, es donde mejor se puede valorar la vasta escala de las operaciones contrarrevolucionarias cuando la burguesía siente amenazada su dominación de clase. Se puso en marcha una gigantesca trama en defensa del Estado burgués. Esta trama empleaba la provocación, la infiltración y el asesinato político para complementar la política contrarrevolucionaria del SPD y los sindicatos, así como la del Reichwerhr (el ejército) y los cuerpos francos extraoficiales del “ejército blanco”, que se financiaban privadamente.
Más famoso aún por supuesto es el NSDAP (Partido nazi), que se fundó en Munich en 1919 como “Partido obrero alemán”. Hitler, Göring, Röhm y otros dirigentes nazis, empezaron sus carreras políticas como informadores y agentes contra los consejos obreros de Baviera.
Estos centros ilegales de coordinación de la contrarrevolución, en realidad eran parte del Estado. Dondequiera que se sometía a juicio a sus especialistas en asesinatos, como los asesinos de Liebknecht, Luxemburg y cientos de otros dirigentes comunistas, no se les encontraba culpables, se les aplicaban sentencias simbólicas o se les dejaba escapar. Dondequiera que la policía descubría sus depósitos secretos de armas, el ejército intervenía para reclamar ese armamento que supuestamente le había sido robado.
La organización Escherich (“Orgesch”), la mayor y más peligrosa organización ilegal antiproletaria después del llamado putsch de Kapp, que proclamaba su objetivo de “liquidar el bolchevismo”, “tenía cerca de un millón de miembros armados, que poseían incontables depósitos secretos de armamento, y trabajaban con métodos de los servicios secretos. Con este objeto la “Orgesch” mantenía una agencia de espionaje” ([7]).
El “Teno”, que supuestamente era un servicio técnico para casos de catástrofes públicas, en realidad era una tropa armada de 170.000 miembros que se empleaban principalmente como rompehuelgas.
La Liga antibolchevique, fundada el primero de diciembre de 1918 por industriales, dirigía su propaganda fundamentalmente hacia los obreros. “Seguía muy atentamente el desarrollo del KPD (Partido comunista de Alemania), e intentaba infiltrarlo con sus informadores. Sobre todo con este fin montó un servicio de inteligencia y espionaje camuflado tras el nombre de Cuarto departamento. Mantenía lazos con la policía política y con unidades del ejército” ([8]).
En Munich, la sociedad oculta de Thule, vinculada a la ya mencionada Orden germánica de antes de la guerra, organizó el ejército blanco de la burguesía bávara, el “Freikorps Oberland” y coordinó la lucha contra la república de consejos de 1919, incluyendo el asesinato de Eisner, líder del USPD, destinado a provocar una insurrección prematura. “Su segundo departamento era su servicio de inteligencia, que organizaba una extensa actividad de infiltración, espionaje y sabotaje. Según Sebottendorf, cada miembro de la Liga de combate, pronto contaba con un carnet del Grupo Spartakus con nombre falso. Los espías de la liga de combate también se sentaban en el gobierno de consejos y en el ejército rojo, e informaban cada noche al centro de la sociedad de Thule sobre los planes del enemigo” ([9]).
El arma principal de la burguesía contra la revolución proletaria no es la represión contra la subversión, sino la presencia de la ideología y la influencia organizativa de los órganos de “izquierda” de la burguesía en las filas del proletariado. Este fue fundamentalmente el trabajo de la socialdemocracia y los sindicatos. Pero la ayuda que la infiltración y la provocación puede prestar a los esfuerzos de la izquierda del capital contra los obreros es muy importante, como pone de manifiesto el ejemplo del “nacional bolchevismo” durante la revolución en Alemania. Bajo la influencia del seudo anticapitalismo, el nacionalismo extremo, el antisemitismo y el antiliberalismo propios de las organizaciones paralelas de la burguesía, con las que mantenían reuniones secretas, la así llamada “izquierda” de Hamburgo, en torno a Laufenberg y Wollfheim, desarrolló una versión contrarrevolucionaria del “comunismo de izquierdas”, que contribuyó decisivamente a escindir el joven KPD en 1919 y a desprestigiarlo en 1920.
El partido empezó a descubrir el trabajo de infiltración burguesa en la sección de Hamburgo del KPD ya en 1919, desenmascarando a cerca de 20 agentes de policía conectados directamente al GKSD –un regimiento contrarrevolucionario de Berlín. “A partir de entonces, se intentó varias veces que los obreros de Hamburgo se lanzaran a asaltos armados contra las prisiones y otras acciones aventureras” ([10]).
El organizador de este socavamiento de los comunistas en Hamburgo, Von Killinger, era un dirigente de la “Organización Cónsul”, una organización secreta terrorista y asesina destinada a infiltrar y unir la lucha de todas las facciones de derecha contra el comunismo.
Al principio de este artículo ya hemos visto cómo la Internacional comunista sacó las lecciones de la incapacidad de la IIª Internacional a nivel organizativo para llevar a cabo una lucha mucho más rigurosa contra la francmasonería y las sociedades secretas.
Como ya hemos visto, el IIº Congreso mundial adoptó una moción del partido italiano contra los francmasones que, aunque oficialmente no formaba parte de las “21 condiciones” para ser miembro de la Internacional, extraoficialmente se conocía como la “condición 22”. De hecho, las famosas 21 condiciones de agosto de 1920 obligaban a todas las secciones de la Internacional a organizar estructuras clandestinas para proteger a la organización contra la infiltración, a investigar las actividades del aparato ilegal contrarrevolucionario de la burguesía, y a sostener el trabajo centralizado internacionalmente contra las acciones políticas y represivas del capital.
El tercer Congreso mundial, en junio de 1921, adoptó principios destinados a proteger mejor a la Internacional de los espías y agentes provocadores, y a observar sistemáticamente las actividades del aparato paramilitar y de policía antiproletario, oficial y secreto, los francmasones, etc. Se creó un comité internacional –OMS– para coordinar estas actividades.
El KPD por ejemplo publicaba regularmente listas de agentes provocadores y espías de la policía excluidos de sus filas, junto con sus fotos y una descripción de sus métodos. “De agosto de 1921 a agosto de 1922, el departamento de Información descubrió 124 informadores, agentes provocadores y timadores. La policía o las organizaciones de derecha los enviaban al KPD con la esperanza de que lo explotaran financieramente en su propio beneficio”.
El KPD publicó folletos sobre esta cuestión, y también descubrió quiénes habían asesinado a Liebknecht y Luxemburg, publicó sus fotos y pidió ayuda de la población para encontrarlos. Se estableció una organización especial para defender al partido contra las sociedades secretas y las organizaciones paramilitares de la burguesía. Este trabajo incluyó acciones espectaculares. Así en 1921, miembros del KPD disfrazados de policías, registraron la sede y confiscaron documentos de la sucursal del Ejército blanco ruso en Berlín. También se llevaron a cabo acciones contra las sedes de la criminal “Organización Consul”.
Pero sobre todo el Comintern suministraba regularmente a todas las organizaciones obreras avisos e informaciones sobre las tentativas de la trama oculta de la burguesía por destruirlas.
Tras la derrota de la revolución comunista después de 1923, la trama secreta antiproletaria de la burguesía, o se disolvió, o se atribuyó otras tareas que el Estado le encargaba. En Alemania, por ejemplo, muchos de esos elementos se integraron más tarde en el movimiento nazi.
Pero cuando las luchas obreras masivas en 1968 en Francia pusieron fin a la contrarrevolución y abrieron un período de ascenso de la lucha de clases, la burguesía empezó a resucitar su aparato antiproletario oculto. En Mayo del 68 en Francia, “el “Gran Oriente” masónico, saludaba con entusiasmo el “magnífico movimiento de los estudiantes y los obreros” y enviaba alimentos y medicinas a la Sorbona ocupada” ([11]).
Ese “saludo” no era más que un brindis hipócrita. En Francia, después de 1968, la burguesía ha puesto en marcha a sus sectas “neotemplarias”, “rosacruces” y “martinistas” para infiltrar a los izquierdistas y a otros grupos, en colaboración con las estructuras del SAC (Servicio de acción cívica, creado por agentes de De Gaulle). Por ejemplo, Luc Jouret, el gurú del “Templo solar”, empezó su carrera de agente de oficinas paralelas semilegales infiltrando a grupos maoístas ([12]), antes de encontrarse en 1978 de médico entre los paracaidistas belgas y franceses que saltaron sobre Kolwesi en Zaire.
De hecho, los años siguientes han presenciado la aparición de organizaciones del tipo de las que se usaron contra la revolución proletaria en los años 20. En la extrema derecha, el “Front européen de libération” ha revivido la tradición “nacionalbolchevique”. En Alemania, el “Sozialrevolutionäre Arbeiterfront” (Frente social revolucionario obrero), siguiendo su consigna: “la frontera no está entre derecha e izquierda, sino entre arriba y abajo”, se ha especializado en infiltrar diferentes movimientos “de izquierda”. La sociedad de Thule también se ha refundado como una sociedad secreta contrarrevolucionaria ([13]).
La “World anticommunist League” (Liga anticomunista mundial), la “National Caucus of Labour” (la Junta nacional del trabajo) y el “European Labour Party” (Partido laborista europeo), son servicios privados actuales de información política de la derecha moderna. Del dirigente de la última de estas organizaciones, Larouche, ha dicho un miembro del Consejo de seguridad nacional de Estados Unidos que “posee una de las mejores organizaciones privadas de inteligencia del mundo” ([14]). En Europa, algunas sectas de los rosa cruz son de obediencia norteamericana, otras de obediencia europea como la Asociación sinárquica del Imperio dirigida por la familia de los Habsburgo que reinó en Europa en el imperio austro-húngaro.
Las versiones “de izquierda” de esas organizaciones contrarrevolucionarias no son menos activas. En Francia por ejemplo se han establecido nuevas sectas en la tradición “martinista”, una variante de la francmasonería especializada históricamente en las misiones secretas de agentes de influencia que completaban la labor de los servicios secretos oficiales o en la infiltración y destrucción de las organizaciones obreras. Esos grupos propagan que el comunismo o no lo explica todo y debe ser enriquecido ([15]), o que sólo puede conseguirse por las manipulaciones de una minoría ilustrada. Como otras sectas, esos grupos están especializados en el arte de la manipulación de las personas, no solo de su comportamiento individual, sino sobre todo de su acción política.
De manera general, el desarrollo de sectas ocultas y grupos esotéricos los pasados años, no es sólo una expresión de la desesperación y la histeria de la pequeña burguesía frente a la situación histórica, sino que está animado y organizado por el Estado. Se sabe el papel que juegan esas sectas en las rivalidades imperialistas (por ejemplo, el empleo que hace la burguesía USA de la cienciología contra Alemania). Pero todo este movimiento “esotérico” también es parte del ataque furibundo ideológico de la burguesía contra el marxismo, particularmente después de 1989 con la pretendida “muerte del comunismo”. Históricamente, la burguesía europea empezó a identificarse con la ideología mística de la francmasonería frente al auge del movimiento socialista sobre todo a partir de las revoluciones de 1848. Hoy, el odio desenfrenado del esoterismo contra el materialismo y el marxismo, así como contra las masas proletarias, consideradas “materialistas” y “estúpidas”, no es más que el odio concentrado de la burguesía y parte de la pequeña burguesía contra un proletariado que no está derrotado. Incapaz por sí misma de ofrecer ninguna alternativa histórica, la burguesía opone al marxismo la mentira de que el estalinismo era comunista, pero también la visión mística de que el mundo sólo puede “salvarse” si se sustituye la conciencia y la racionalidad por el ritual, la intuición y la superchería.
Hoy, frente al desarrollo del misticismo y la proliferación de sectas ocultas en la sociedad capitalista en descomposición, los revolucionarios deben sacar las lecciones de la experiencia del movimiento obrero contra lo que Lenin llamaba “el misticismo, esa cloaca para modas contrarrevolucionarias”. Deben reapropiarse esta lucha implacable de los marxistas contra la ideología de la masonería. Deben denunciar esta ideología reaccionaria.
Como la religión, calificada por Marx el siglo pasado de “opio del pueblo”, los temas ideológicos de la francmasonería moderna son un veneno inoculado por el Estado burgués, para destruir la conciencia de clase del proletariado.
El combate, que el movimiento obrero del pasado hubo de desarrollar permanentemente contra el ocultismo, es escasamente conocido en nuestros días. En realidad, la ideología y los métodos de infiltración de la francmasonería, han sido siempre una de las puntas de lanza de las tentativas de la burguesía para destruir, desde dentro, las organizaciones comunistas. Si la CCI, como muchas otras organizaciones comunistas del pasado, ha sufrido la penetración en su seno de este tipo de ideología, es su deber y su responsabilidad el comunicar al conjunto del medio político proletario las lecciones del combate que ha llevado a cabo en defensa del marxismo, contribuir a la reapropiación de la vigilancia del movimiento obrero del pasado frente a la política de infiltración y de manipulación del aparato oculto de la burguesía.
Kr
[1] 1) Ver nuestra advertencia publicada a ese respecto en toda la prensa territorial de la CCI.
[2] 2) Engels, la Política exterior de la Rusia zarista.
[3] 3) Bakunin, citado por R. Huch en Bakunin und die Anarquie (Bakunin y la anarquía).
[4] 4) Terror, Drahzieher und Attentäter (Terror, manipuladores y asesinos), de Kowaljow-Mayschew. La versión alemana (del Este) del libro soviético fue publicada por los editores militares de la RDA.
[5] 5) Die Thule-Gesellschaft (Historia de la Logia de Thule), Rose.
[6] 6) Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, V. Serge.
[7] 7) Der Nachrichdienst der KPD (los servicios de información del KPD), publicado en 1993 por antiguos historiadores de la policía secreta de Alemania del Este, la STASI.
[8] 8) Ídem.
[9] 9) Die Thule-Gesellschaft.
[10] Der Nachrichdienst der KPD.
[11] Frankfurter Allgemeine Zeitung, suplemento, 18 de mayo de 1996.
[12] 12) La Orden del Templo solar.
[13] Drahtzieher im braunem Netz (los que manejan los hilos de la red parda), Konkret.
[14] Citado en Geschäfte und Verbrechen der Politmafia (los negocios y los crímenes de la mafia política), Roth-Ender.
[15] La única finalidad de esas ideas es la de desprestigiar el comunismo y el marxismo, debilitar la conciencia de clase y enturbiar un arma esencial del proletariado, su claridad teórica.
En los dos primeros artículos de esta serie abordamos los orígenes y el desarrollo de la Alianza de Bakunin, y cómo la burguesía apoyó y utilizó esta secta como una auténtica máquina de guerra contra la Iª Internacional. Hemos visto, también, la enorme importancia que Marx, Engels, y los elementos obreros más sanos de la Internacional, concedían a la defensa de los principios proletarios de funcionamiento, frente al anarquismo en materia de organización. En el presente artículo trataremos de las lecciones del Congreso de La Haya, uno de los momentos más importantes de la lucha del marxismo contra el parasitismo político. Las sectas socialistas que ya no tenían su sitio en el joven movimiento proletario en pleno desarrollo, orientaban entonces lo principal de su actividad a luchar no ya contra la burguesía sino contra las organizaciones revolucionarias mismas. Todos esos elementos parásitos, a pesar de las divergencias políticas entre ellos, se unieron a los intentos de Bakunin por destruir la Internacional.
Las lecciones de la lucha contra el parasitismo en el Congreso de la Haya son especialmente válidas hoy. A causa de la ruptura de la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado, pueden hacerse muchos paralelos entre el desarrollo del medio revolucionario después de 1968 y el de los inicios del movimiento obrero; existe, en particular, no una identidad pero sí una gran similitud entre el papel del parasitismo político en la época de Bakunin y el que hoy desempeña.
El Congreso de La Haya de la Primera Internacional en 1872, es uno de los más famosos en la historia del movimiento obrero. Fue en él donde tuvo lugar el histórico enfrentamiento entre marxismo y anarquismo. Este Congreso fue un momento decisivo en la superación de la fase de sectas, que había marcado los primeros pasos del movimiento obrero. En este Congreso se pusieron las bases para superar la separación que existía entre, por un lado, las organizaciones socialistas, y por otro, los movimientos de masas de la lucha obrera.
El Congreso condenó enérgicamente el rechazo de la política anarquista y pequeñoburgués, así como sus reticencias respecto a las luchas defensivas cotidianas de los trabajadores. Y, sobre todo, declaró que la emancipación del proletariado exige su organización en un partido político de clase, autónomo, contrario a todos los partidos formados por las clases dominantes (Resolución sobre los Estatutos del Congreso de La Haya).
No es casualidad que tales cuestiones se suscitaran precisamente en aquel momento, ya que el Congreso de La Haya fue el primer congreso internacional que se celebraba tras la derrota de la Comuna de París en 1871, cuando contra el movimiento obrero se lanzaba una oleada internacional de terror reaccionario. La Comuna de París había mostrado el carácter político de la lucha de la clase obrera, había puesto de manifiesto la necesidad y la capacidad de la clase revolucionaria para organizar su confrontación con el Estado burgués, la tendencia histórica a la destrucción de ese estado y su sustitución por la dictadura del proletariado como condición previa del socialismo. Los acontecimientos de París mostraron a los obreros que el socialismo no se conseguía a través de experimentos cooperativos de tipo prudhoniano, ni con pactos con las clases explotadoras como preconizaban los lassalleanos, ni tampoco mediante audaces acciones de una minoría selecta como pretendía el blanquismo. Y, sobre todo, la Comuna de París enseñó a los obreros verdaderamente revolucionarios, que la revolución socialista no tiene nada que ver con una orgía de anarquía y destrucción, sino que se trata de un proceso centralizado y organizado; que la insurrección obrera no desemboca en una abolición inmediata de las clases, del Estado y de la autoridad, sino que exige imperativamente la autoridad de la dictadura del proletariado. En resumen: la Comuna de París dio absolutamente la razón a la posición marxista, y desautorizó por completo las teorías bakuninistas.
De hecho, en el momento del Congreso de La Haya, los mejores representantes del movimiento obrero tomaban conciencia de cómo el peso en la dirección de la insurrección de las concepciones prudhonianas, bakuninistas, blanquistas, y de otras sectas había sido la principal debilidad política de la Comuna. Y donde, además, la Internacional había sido incapaz de intervenir en los acontecimientos centralizada y coordinadamente, como debe hacerlo un partido de clase.
Por ello, tras la derrota de la Comuna de París, liberarse del peso de su propio pasado sectario y poder superar así la influencia del socialismo pequeño burgués, era ya la prioridad absoluta para el movimiento obrero.
Este es el contexto político que explica porqué la cuestión central del Congreso de La Haya no fue la Comuna de París en sí misma, sino la defensa de los Estatutos de la Internacional, contra el complot de Bakunin y sus aliados. Los historiadores burgueses, desconcertados por este hecho, concluyen que este congreso habría sido una expresión de ese mismo sectarismo, ya que la Internacional habría preferido dedicarse a sus asuntos internos, en vez de a los resultados de un acontecimiento histórico en la lucha de clases. Lo que la burguesía no puede entender es que la respuesta que la Comuna de París pedía a los revolucionarios era, precisamente, la defensa de los principios políticos y organizativos del proletariado, la erradicación de sus filas de las teorías y actitudes organizativas pequeño burguesas.
Así pues, los delegados de la Internacional acudieron a La Haya no sólo para replicar a la represión internacional y las difamaciones contra la AIT, sino ante todo, para hacer frente al ataque que, desde dentro, se había lanzado contra ella. Este ataque interno estaba dirigido por Bakunin que llamaba, ya abiertamente, a abolir la centralización internacional, incumplir los estatutos, no pagar las cuotas al Consejo General, y rechazar la lucha política. Bakunin se oponía, sobre todo, a las decisiones de la Conferencia de Londres de 1871, en las que, sacando las lecciones de la Comuna de París, se defendía la necesidad de que la Internacional desempeñara su papel de partido de clase. En el terreno organizativo, esta conferencia había exigido al Consejo general que asumiera, sin vacilaciones, su papel de centralización, de representante de la unidad de la Internacional entre congreso y congreso. En Londres, se condenó también la existencia, dentro de la Internacional, de sociedades secretas, y se ordenó la preparación de un informe sobre las escandalosas actividades que, en nombre de la Internacional, Bakunin y Nechaiev habían realizado en Rusia.
A todo ello Bakunin respondió con una huida hacia delante, ya que poco a poco se iban descubriendo sus actividades contra la Internacional. Pero se trataba, en realidad, de una estrategia calculada que contaba con explotar, en su propio provecho, la debilidad y desorientación de muchas partes de la organización tras la derrota de la Comuna de París, para intentar aniquilar la Internacional, en el propio Congreso de La Haya, ante los expectantes ojos de todo el mundo. El ataque de Bakunin contra la dictadura del Consejo general estaba ya contenido en la Circular de Sonvilliers de noviembre de 1871, que había sido enviada a todas las secciones, y con la que trataba, arteramente, de ganarse a todos los elementos pequeño burgueses, que se sentían amenazados por la proletarización de los métodos organizativos de la Internacional impulsados por los órganos centrales. La prensa burguesa reprodujo amplios extractos de esta circular de Sonvillier (“El monstruo de la Internacional se devora a sí mismo”) y, en Francia, donde todo lo que, de cualquier forma, estuviera relacionado con la Internacional, era salvajemente perseguido, fue sin embargo pegado en las paredes (Nicolaievsky, Karl Marx, traducido del inglés por nosotros).
Podemos decir que, en términos generales, tanto la Comuna de París como la fundación de la Internacional, son expresiones de un mismo proceso histórico, cuya esencia es la maduración de la lucha por la emancipación del proletariado. Desde mediados de los años 1860, el movimiento obrero había empezado a superar sus infantilismos. Sacando lecciones de las revoluciones de 1848, el proletariado se negaba a aceptar el liderazgo del ala radical de la burguesía, luchando ya por establecer su propia autonomía de clase. Pero esta autonomía exigía que la clase obrera superase la dominación que ejercían, sobre sus propias organizaciones, las teorías y las concepciones organizativas de la pequeña burguesía, la bohemia y los elementos desclasados, etc.
Pero esa lucha por imponer los postulados del proletariado en sus organizaciones, esa lucha que tras la Comuna de París llegaba a una nueva etapa, debía desarrollarse no sólo frente al exterior, contra los ataques de la burguesía, sino también dentro de la propia Internacional. En las filas de ésta, los elementos pequeñoburgueses y desclasados desataron una feroz resistencia contra la aplicación de estos principios políticos y organizativos del proletariado, pues ello significaba la desaparición de su influencia en la organización obrera.
Y así estas sectas palancas del movimiento, en sus inicios, pasan a ser trabas cuando éste las supera, convirtiéndose entonces en reaccionarias (Marx-Engels, Las pretendidas escisiones en la Internacional).
El Congreso de La Haya tenía pues como objetivo, eliminar el sabotaje de la maduración y la autonomización del proletariado, que ejercían los sectarios. Un mes antes del Congreso, el Consejo general había declarado, en una circular a todos los miembros de la Internacional, que había llegado el momento de acabar, de una vez por todas, con las luchas internas causadas por la presencia de un cuerpo parásito, y señalaba que paralizando la actividad de la Internacional contra los enemigos de la clase obrera, la Alianza sirve espléndidamente a la burguesía y sus gobiernos.
El Congreso de La Haya mostró cómo esos sectarios que ya no servían de palanca al movimiento, que se habían transformado en parásitos que vivían a expensas de las organizaciones proletarias, se habían organizado y coordinado a escala internacional para hacer la guerra a la Internacional. Y que preferían la destrucción del partido obrero antes que aceptar que el proletariado se liberase de su influencia. Se demostró también que el parasitismo político, para tratar de evitar ser arrojado al famoso basurero de la historia donde debería estar, había preparado la formación de una alianza con la burguesía, cuya base era el odio que tanto unos como otros, si bien cada uno por razones distintas, compartían contra el proletariado. Uno de los principales logros del Congreso de La Haya fue, precisamente que fue capaz de desvelar la esencia de este parasitismo político, que presta sus servicios a la burguesía participando en la guerra de las clases explotadoras contra las organizaciones comunistas.
Las declaraciones escritas enviadas a La Haya por las diferentes secciones, especialmente por las de Francia (donde la AIT trabajaba en la clandestinidad, y muchos de sus delegados no podían acudir al Congreso) muestra el estado de ánimo que reinaba en la Internacional en vísperas del Congreso. Los principales temas de esas declaraciones se referían a la propuesta de ampliación de los poderes del Consejo general, a la orientación hacia un partido político de clase, y a la confrontación contra la Alianza bakuninista y otras flagrantes violaciones de los estatutos.
La decisión de Marx de asistir personalmente al Congreso, era una prueba más de la determinación que existía en la Internacional, para desenmascarar y destruir los diferentes complots que se estaban urdiendo contra la Asociación, todos ellos centrados en torno a la Alianza de Bakunin. Esta Alianza, una organización clandestina en el seno de la propia organización, era una sociedad secreta desarrollada según el modelo burgués de la francmasonería. Los delegados eran muy conscientes de que detrás de las maniobras sectarias de Bakunin, se escondía la conspiración de la clase dominante.
“... Ciudadanos: nunca antes un Congreso fue tan solemne y más importante como el que os ha reunido en La Haya. Lo que deberá discutirse no es tal o cual insignificante cuestión de forma, tal o cual trillado artículo de los Reglamentos, sino la supervivencia misma de la Asociación.
“Manos impuras, manchadas de sangre republicana, intentan, desde hace tiempo, sembrar la discordia entre nosotros, lo que solo puede servir al más criminal de los monstruos: Luis Bonaparte. Intrigantes expulsados vergonzosamente de nuestras filas –los Bakunin, Malon, Gaspard Blanc y Richard– intentan fundar una no sabemos bien qué clase de ridícula federación, para servir a su ambicioso proyecto de destrozar la Asociación. Pues bien, ciudadanos, esta es la raíz de las discordias, grotesca por sus arrogantes designios, pero peligrosa por sus audaces maniobras, que deben ser aniquiladas a toda costa. Su existencia es incompatible con la nuestra y dependemos de vuestra implacable energía para alcanzar un éxito decisivo y brillante. Sed implacables, luchad sin vacilaciones, pues si sois débiles y temerosos, seréis responsables no sólo del desastre que sufra la Asociación, sino además de las terribles consecuencias que ello supondría para la causa del proletariado” (“De la sección Ferré de París a los delegados de La Haya”) ([1]).
Contra la demanda de Bakunin que abogaba por una autonomización de las secciones y la casi completa abolición del Consejo general -el órgano central que representaba la unidad de la Internacional:
“Si pretendéis que el Consejo general sea un cuerpo inútil, que las federaciones puedan actuar sin él, sólo a través de correspondencia entre ellas, (...) entonces la Asociación Internacional se dislocará. El proletariado retrocederá al período de las corporaciones (...). Pues bien, nosotros los parisinos, declaramos que no hemos derramado nuestra sangre a raudales, generación tras generación, para satisfacer intereses de capilla. Afirmamos que no habéis entendido absolutamente nada sobre el carácter y la misión de la Asociación Internacional” (Declaración de las secciones parisinas a los delegados de la Asociación internacional reunidos en Congreso, leída en la XIIª sesión del Congreso, el 7/9/1872, p. 235). Las secciones declararon: “No queremos ser transformadas en una sociedad secreta, como tampoco queremos empantanarnos en una simple evolución económica. Pues una sociedad secreta lleva a aventuras en las que el pueblo siempre es la víctima” (p. 232).
Que la infiltración del parasitismo político en las organizaciones proletarias es un peligro real, queda rotundamente demostrado por el hecho de que, de los 6 días que duró el Congreso de la Haya (del 2 al 7 de septiembre de 1872), dos jornadas completas estuvieron dedicadas a la comprobación de los mandatos de los delegados. O sea que no siempre estaba claro si tal o cual delegado tenía verdaderamente un mandato y de quién. En algunos casos, ni siquiera estaba claro que el delegado fuera miembro de la organización, o si la sección que le enviaba existía en ese momento.
Y así, Serraillier, que era el secretario del Consejo general para Francia, jamás había oído hablar de las secciones de Marsella, que habían enviado a un delegado que resultó ser miembro de la Alianza. Tampoco se habían recibido jamás cotizaciones de sus miembros. Es más, se le había informado de que se habían formado recientemente secciones, con el único propósito de enviar delegados al Congreso (p. 124). ¡El Congreso hubo de votar incluso si tales secciones existían o no!
Al encontrarse en minoría en el Congreso, los seguidores de Bakunin intentaron, por su parte, impugnar varios mandatos, lo que hizo perder mucho tiempo.
Alerini, miembro de la Alianza, exigió que los autores de Las pretendidas escisiones..., es decir el Consejo general, debía ser excluido. ¿Por qué razón?, pues... ¡por haber defendido los Estatutos de la Asociación!. La Alianza pretendió, igualmente, violar las normas de votación existentes, prohibiendo a los miembros del Consejo general que votaran como delegados mandatados por las secciones.
Otro enemigo de los órganos centrales, Mottershead, preguntó por qué Barry, que no era uno de los líderes ingleses, y al que se le tenía por alguien insignificante, era, sin embargo, delegado al Congreso por la sección alemana. Marx le replicó que dice mucho a favor de Barry que no sea uno de los llamados líderes de los trabajadores ingleses, ya que éstos están en mayor o menor medida, vendidos a la burguesía y el gobierno. Si se ataca a Barry es sólo porque se niega a ser un instrumento de Hales (p. 124). Mottershead y Hales, apoyaban las tendencias antiorganizativas de Bakunin.
Al carecer de la mayoría, la Alianza trató de perpetrar, en mitad de las sesiones del Congreso, un auténtico golpe contra las normas de la Internacional, ya que según su punto de vista, las normas son para los demás, que no para la élite bakuninista.
Así, los aliancistas españoles plantearon (proposición no 4 al Congreso), que sólo podían ser contabilizados en el Congreso los votos de aquellos delegados que hubieran recibido un mandato imperativo de sus secciones. Los votos de los demás delegados sólo podrían contabilizarse, una vez que sus secciones hubieran debatido y votado las mociones del Congreso. De ello resultaría que las resoluciones adoptadas en el Congreso, sólo tendrían validez dos meses después de éste. Tal propuesta suponía, ni más ni menos, aniquilar el Congreso como máxima instancia de la organización.
Morago anunció entonces que los delegados españoles habían recibido órdenes precisas para abstenerse hasta que no se estableciera un sistema de voto acorde con el número de electores que representaba cada delegado. La respuesta de Lafargue, tal y como la recogen las actas fue: Lafargue dijo que él era un delegado de España, y que no había recibido tales instrucciones. Todo ello resulta revelador de cómo funcionaba verdaderamente la Alianza. Entre los delegados de diferentes secciones, algunos decían tener un mandato imperativo de sus secciones, cuando en realidad estaban obedeciendo a las instrucciones secretas de la Alianza, una dirección alternativa y secreta, opuesta al Consejo general y a los Estatutos.
Para reforzar su estrategia, los aliancistas pasaron luego a chantajear pura y simplemente al Congreso. El brazo derecho de Bakunin, Guillaume, dada la negativa del Congreso a saltarse sus propias normas para complacer a los bakuninistas españoles anunció que a partir de ese momento, la Federación del Jura dejaría de tomar parte de las votaciones (p. 143). Y no contento con ello, amenazó incluso con abandonar el Congreso.
En respuesta a este burdo chantaje. El Presidente del Congreso explicó que las normas habían sido establecidas no por el Consejo general, ni por tal o cual persona, sino por la AIT y sus Congresos, y que por tanto quienquiera que atacara las normas, estaba en realidad atacando a la AIT y a su existencia.
Tal y como señaló Engels: “No es culpa nuestra si los españoles se encuentran en una posición comprometida y son incapaces de votar. Tampoco es culpa de los obreros españoles, sino del Consejo federal español, que está formado de miembros de la Alianza” (pp. 142-143). Frente al sabotaje de la Alianza, Engels formuló la alternativa a la que se confrontaba el Congreso: “Debemos decidir si la AIT va a continuar rigiéndose de manera democrática, o si va a ser gobernada por una camarilla (gritos y protestas por el término camarilla) organizada secretamente y violando los Estatutos” (p. 122).
“Ranvier protesta contra la amenaza lanzada por Splingard, Guillaume y otros de abandonar la sala, que prueba que son únicamente ELLOS y no nosotros, quienes DE ANTEMANO se han pronunciado sobre la cuestión que se discute. Ya le gustaría a él que todos los policías del mundo se marcharan así” (p. 129).
“Morago, que tanto se irrita ante un eventual despotismo por parte del Consejo general, debería darse cuenta de que su conducta y la de sus camaradas aquí, es mucho más tiránica, puesto que pretende obligarnos a ceder ante ellos, bajo la amenaza de su separación” (Intervención de Lafargue, p. 153).
El Congreso también respondió a la cuestión de los mandatos imperativos, que equivalían a transformar el Congreso en una simple urna, en la que las delegaciones depositarían un voto que ya habrían tomado. Habría resultado más barato evitarse el Congreso y enviar los votos por correo. El Congreso ya no sería pues la más alta instancia de la unidad de la organización, que toma sus decisiones soberanamente, como una entidad.
“Serrailler dice que él no se encuentra aquí atado, a diferencia de Guillaume y sus camaradas, que ya tienen de antemano establecido un parecer sobre todas las cuestiones, puesto que han aceptado un mandato imperativo que les obliga a votar de una manera determinada o a retirarse.
“La verdadera función del mandato imperativo en la estrategia de la Alianza, fue desenmascarada por Engels en su artículo: El mandato imperativo y el Congreso de La Haya:
“¿Por qué los aliancistas, ellos que son tan acérrimos enemigos de cualquier principio de autoridad, insisten tan tercamente sobre la autoridad del mandato imperativo? Porque para una sociedad secreta como la suya, infiltrada en una sociedad pública como la Internacional, nada hay más cómodo que el mandato imperativo. El mandato de sus aliados será idéntico. Aquellas secciones que no estén bajo la influencia de la Alianza, o que se rebelen contra ella, tendrán discrepancias unas con otras, de manera que frecuentemente la mayoría absoluta, y siempre la mayoría relativa, queda en manos de la sociedad secreta. Mientras que en un Congreso sin mandatos imperativos, el sentido común de los delegados independientes se unirá prontamente a un partido común, contra el partido de la sociedad secreta. El mandato imperativo es un instrumento de dominación sumamente efectivo, y por ello la Alianza, a pesar de su anarquismo, preconiza su autoridad” (traducido del inglés por nosotros).
Dado que las finanzas, como base material para el trabajo político, son vitales para la construcción y la defensa de la organización revolucionaria, es lógico que el sabotaje de las finanzas fuera uno de los principales instrumentos del parasitismo para socavar la Internacional.
Antes del congreso de La Haya, había habido ya intentos de boicotear o sabotear el pago de las cuotas que, según los estatutos, los miembros debían pagar al Consejo general. Refiriéndose a la política que llevaban aquellos que en las secciones norteamericanas, se rebelaban contra el Consejo general, Marx declaró que: “Negarse a pagar las cuotas, e incluso las reclamaciones de la sección al Consejo general, corresponden al llamamiento efectuado por la Federación del Jura que dice que si tanto Europa como América se niegan a pagar sus cuotas, el Consejo general se quedará sin blanca” (p. 27).
Con respecto a la rebelde segunda sección de Nueva York, Ranvier es de la opinión que “los Reglamentos han quedado “en papel mojado”. La sección nº 2 se separó del Consejo federal, cayendo en una profunda letargia, pero al acercarse el congreso mundial, ha querido estar representada en él para protestar contra los que han mantenido la actividad. Y ¿cómo, por cierto, ha regularizado esta sección su situación con el Consejo general? Pues pagando sus cuotas sólo el 26 de agosto. Tal conducta es casi cómica e intolerable. Estas pequeñas camarillas, estas sectas, estos grupos que quieren estar al margen, sin ningún vínculo con los demás recuerdan a la masonería, y no pueden ser tolerados en la Internacional” (p. 45).
El Congreso insistió justamente en que sólo las delegaciones de las secciones que hubieran pagado sus deudas, podrían participar en el Congreso. He aquí como Farga Pellicer explicó que los aliancistas españoles no hubieran pagado: “Respecto a las cuotas, explicó: la situación es difícil, han tenido que luchar contra la burguesía y además todos los trabajadores pertenecen a sindicatos. Quieren unir a todos los trabajadores contra el capital. La Internacional ha hecho grandes progresos en España, pero la lucha es costosa. No han pagado sus cuotas, pero lo harán. En resumidas cuentas: se habían guardado el dinero de la organización para ellos mismos. A lo que el tesorero de la Internacional les respondió: Engels, secretario para España, se sorprende de que los delegados hayan llegado con dinero en los bolsillos, y aún no hayan pagado. En la Conferencia de Londres, todos los delegados rindieron cuentas inmediatamente, y los españoles deben hacer lo mismo aquí, ya que es indispensable para dar validez a sus mandatos” (p. 128). Dos páginas más adelante, leemos en las actas: “Farga Pellicer, finalmente se levantó y entregó al Presidente las cuentas de tesorería y las cuotas de la Federación española, excepto las del último trimestre. Es decir, el dinero que alegaban no tener.”
No puede sorprendernos que, con vistas a debilitar a la organización, la Alianza y sus acólitos propusieran entonces la reducción de las cuotas de los miembros, cuando la propuesta del Congreso era el aumentarlas: Brismee está a favor de una disminución de las cuotas, ya que los obreros deben pagar a sus secciones, al Consejo federal, y resulta muy costoso para ellos entregar además diez céntimos anuales al Consejo general. A lo que Frankel, en defensa de la organización contestó “que él mismo es un trabajador asalariado y sin embargo piensa que, en interés de la Internacional, las cuotas deben ser, sin duda, aumentadas. Hay federaciones que sólo pagan en el último momento y lo menos que pueden. El Consejo no tiene un céntimo en caja. (...) Frankel opina que con los medios de propaganda que se lograran con un aumento de las cuotas, cesarían las divisiones en la Internacional, y que éstas no existirían hoy si el Consejo general hubiera podido enviar sus emisarios a los diferentes países donde se daban esas disensiones” (p. 95).
Sobre esta cuestión, la Alianza obtuvo una victoria parcial: las cuotas se dejaron al mismo nivel que estaban.
Finalmente el Congreso rechazó vehementemente las difamaciones que tanto la Alianza, como la prensa burguesa habían lanzado sobre esta cuestión: Marx señaló que, “cuando en realidad, los miembros del Consejo habían adelantado dinero de sus propios bolsillos para sufragar los gastos de la Internacional, los calumniadores les acusaban de vivir del Consejo, que vivían de los peniques de los obreros (...). Lafargue indicó que la Federación del Jura era una de las pregoneras de esa calumnia” (pp. 58 y 169).
“El Consejo general (...) plantea en el orden del día, como cuestión más importante a discutir en el Congreso de La Haya, la revisión de los estatutos generales y los reglamentos” (Resolución del Consejo general sobre el orden del día del Congreso de La Haya, pp. 23-24).
En cuanto al funcionamiento, la cuestión central fue la siguiente modificación de los Estatutos generales:
“Artículo 2. El Consejo general está obligado a ejecutar las Resoluciones del Congreso, y a vigilar que en cada país se cumplan estrictamente los principios, los Estatutos generales y los Reglamentos de la Internacional.
“Artículo 6. El Consejo general tiene igualmente derecho a suspender ramas, secciones, consejos o comités federales, y federaciones de la Internacional, hasta que se reúna el siguiente Congreso” (Resoluciones sobre los Reglamentos, p. 283).
En vez de esto, los adversarios del desarrollo de la Internacional, anhelaban la destrucción de esta unidad centralizada. Y pretender que esa oposición venía motivada por una negativa, por principios, a la centralización, se contradice abiertamente con el hecho de que, en los propios estatutos secretos de la Alianza, esa centralización era sustituida por la dictadura personal de un sólo hombre: el ciudadano B (Bakunin). Tras el amor arrebatado de los bakuninistas por el federalismo, lo que en realidad se ocultaba era su comprensión de que la centralización era uno de los principales instrumentos con los que la Internacional podía resistir a su destrucción, evitando verse fragmentada. Con objeto de lograr esa sagrada destrucción, los bakuninistas movilizaron los prejuicios federalistas de los elementos pequeño-burgueses de la organización.
“Brismee pide que antes se discutan los Estatutos, pues quizá deje de existir el Consejo General, y por tanto ya no necesitaría poderes. Los belgas rechazan la ampliación de poderes para el Consejo General. Antes bien, han venido aquí para recuperar la corona (soberanía) que les fue usurpada” (p. 141). “Sauva de Estados Unidos) dice: Quienes le han mandatado, quieren que se mantenga el Consejo general, pero que no tenga ningún derecho, y que su soberanía no le permita dar órdenes a sus criados (risas)”.
El Congreso rechazó esos intentos por destruir la unidad de la organización, aprobando, por el contrario, el reforzamiento del Consejo general, algo por lo que los marxistas habían estado luchando hasta ese momento. Como señaló Hepner durante el debate: “Ayer tarde se mencionaron dos grandes ideas: centralización y federación. Esta última se expresa a través del abstencionismo, pero abstenerse de actividad política acaba llevando a la comisaría de policía. Y Marx añadió: Sauva ha cambiado de opinión desde (la Conferencia de) Londres. En cuanto a la autoridad, en Londres apoyó la autoridad del Consejo general... aquí defiende lo contrario” (p. 89).
“Marx declara: No pedimos estos poderes para nosotros, sino para la institución. Marx ha señalado que preferiría la abolición del Consejo general, antes que verlo reducido al papel de un simple buzón de correspondencia” (p. 73).
Y cuando los bakuninistas se dedicaron a azuzar el temor pequeñoburgués a la dictadura, Marx argumentó que: “Aunque diéramos al Consejo general los poderes de un Príncipe Negro o del Zar de Rusia, sus poderes serían ficticios si dejara de representar a la mayoría de la AIT. El Consejo general no dispone de ejército, ni de presupuesto; no es más que una fuerza moral, y dejaría de tener poder en cuanto dejara de contar con el apoyo de toda la Asociación” (p. 154).
El Congreso supo relacionar este reforzamiento de la centralización, con otra importante modificación que se aprobó para los estatutos: la necesidad de un partido político de clase, y la defensa de los principios proletarios de funcionamiento. Ambas cuestiones tenían en común la lucha contra el antiautoritarismo que ataca tanto al partido como a la disciplina de partido.
“Se ha hablado aquí contra la autoridad. Nosotros también estamos contra cualquier tipo de abuso. Pero una cierta autoridad, un cierto prestigio, siempre serán necesarios para cohesionar el partido. Si fueran coherentes, esos antiautoritarios, deberían reclamar también la abolición de los Consejos federales, las federaciones y los comités, e incluso las secciones, pues todas ellas ejercen un mayor o menor grado de autoridad, Deberían instaurar la anarquía absoluta, en todas partes. Es decir, convertir la militancia de la Internacional, en un partido pequeño burgués en bata y zapatillas. ¿Cómo es posible cuestionar la autoridad, tras la Comuna? Al menos nosotros, los obreros alemanes, estamos convencidos de que la Comuna fracasó, principalmente, ¡por no ejercer la suficiente autoridad!” (p. 161).
El último día del Congreso fue presentado y discutido el Informe de la Comisión de investigación sobre la Alianza.
“Cuno declaró: No hay ninguna duda de que en el seno de la AIT han tenido lugar maquinaciones, mentiras, calumnias y supercherías, cuya existencia ha quedado probada. La Comisión ha realizado un trabajo sobrehumano, hoy ha estado reunida trece horas seguidas. “Os pedimos ahora un voto de confianza, con la aceptación de las peticiones formuladas en el informe.”
En efecto, el trabajo de esta Comisión había sido extraordinario a los largo de todo el Congreso, examinando un montón de documentos, y escuchando los testimonios que solicitaron para esclarecer los diferentes aspectos de la cuestión. Engels leyó el Informe del Consejo general sobre la Alianza. Es muy significativo, que uno de los documentos presentados por el Consejo general a la Comisión fueran los Estatutos generales de la Asociación internacional de trabajadores, tras el Congreso de Ginebra de 1866, lo que pone de manifiesto que lo que amenazaba a la Internacional, no era la existencia de divergencias políticas que pueden darse, con toda normalidad, en el marco previsto en los estatutos, sino la violación sistemática de esos mismos estatutos.
Saltarse los principios organizativos del proletariado constituye, siempre, un peligro mortal para la existencia y la reputación de las organizaciones comunistas. Los estatutos secretos de la Alianza, que el Consejo general facilitó a la Comisión, mostraban, precisamente, que era de eso de lo que se trataba.
La Comisión, que fue elegida por el Congreso, no se tomó su trabajo a la ligera. La documentación de su trabajo es más voluminosa que las mismas actas del Congreso. El documento más extenso, el informe que la Conferencia de Londres había encargado a Utín, consta de cerca de 100 páginas. Al final, el Congreso de La Haya mandató la publicación de un informe, aún más largo, el famoso La Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de trabajadores. Las organizaciones revolucionarias, que nada tienen que ocultar a los obreros, siempre han querido informar al proletariado de este tipo de cuestiones, en la medida en que lo permita la seguridad de la organización.
La Comisión estableció, sin lugar a dudas, que Bakunin había disuelto y refundado la Alianza, al menos en tres ocasiones, para tratar de engañar a la Internacional. Que se trataba de una organización secreta dentro de la Asociación y que actuaba transgrediendo los estatutos y de espaldas a la organización, con objeto de hacerse con el control de esa entidad o destruirla.
La Comisión reconoció, igualmente, el carácter irracional y esotérico de esta formación: “Es evidente que dentro de esa organización existen tres grados, uno de los cuales lleva a los demás de la nariz. Todo este asunto resulta tan exagerado y excéntrico que a todos los de la Comisión, nos han entrado, constantemente, ganas de reírnos. Este tipo de misticismo sería normalmente considerado como una locura. El mayor de los absolutismos se manifestaba en el conjunto de la organización” (p. 339).
El trabajo de la Comisión se vio dificultado por varios factores. En primer lugar, la ausencia del propio Bakunin del Congreso. A pesar de haber pregonado, con su habitual pomposidad, que acudiría al congreso para defender su honor, prefirió dejar esta defensa en manos de sus discípulos, a los que sin embargo aleccionó en la estrategia a utilizar para sabotear las investigaciones. Ante todo, sus seguidores se negaron a facilitar información alguna sobre la Alianza y sobre las sociedades secretas en general, aduciendo motivos de seguridad, como si sus actividades se hubieran dirigido contra la burguesía cuando, en realidad, atacaban a la Asociación. Guillaume repitió lo que ya había dicho en el Congreso de la Suiza romande (abril de 1870): “Todo miembro de la Internacional tiene todo el derecho a unirse a cualquier sociedad secreta, incluso a la masonería. Cualquier investigación sobre una sociedad secreta equivaldría simplemente a una denuncia ante la policía” (Nicolaievsky, Karl Marx).
En segundo lugar, los mandatos imperativos escritos para los delegados jurasianos establecían que: “los delegados del Jura se abstendrán de cualquier cuestión personal, participando en discusiones de ese tipo, sólo si ven obligados a ello. En ese caso, propondrán al congreso olvidar el pasado, y establecer para el futuro tribunales de honor, que deberán decidir cada vez que se acuse a un miembro de la Internacional” (p. 325).
Es ése un ejemplo de documento de cómo escurrir el bulto en política. La clarificación del papel jugado por Bakunin como líder de un complot contra la Internacional, pasa a ser una cuestión personal y no una cuestión enteramente política. En cuanto a las investigaciones... deberán dejarse para el futuro, y a través de una especie de institución permanente para arreglar disputas, como si se tratara de un tribunal burgués. De este modo se desnaturalizaba completamente el verdadero sentido de las comisiones proletarias de investigación, o los auténticos tribunales de honor.
En tercer lugar, la Alianza se presentó como la víctima de la organización. Guillaume protestó porque el Consejo general actúa como una Inquisición en la Internacional (p. 84), afirmando que “todo este asunto no es más que un proceso político y se quiere reducir al silencio a la minoría, que es en realidad, la mayoría (...). Lo que en realidad se ha condenado aquí es el principio federalista” (p. 172). Alerini estima “que la Comisión no dispone más que de pruebas morales, que no materiales. El ha sido miembro de la Alianza, y está orgulloso de ello (...). Pero vosotros no sois más que una Inquisición. Nosotros os exigimos una investigación pública, y pruebas tangibles y concluyentes” (p. 170).
El Congreso eligió a un simpatizante de Bakunin, Splingard, como miembro de la Comisión. Este Splingard hubo de admitir que la Alianza había existido como una sociedad secreta en el interior de la Internacional, aunque demostrara no entender la función que debía cumplir la Comisión, pues se comportó en ella como una especie de abogado defensor de Bakunin (que ya era bastante mayorcito para defenderse a sí mismo) en vez de participar en un trabajo colectivo de investigación: “Marx declara que Splingard se ha portado como un abogado de la Alianza, pero no como un juez imparcial.”
Marx y Lucain tuvieron que refutar la acusación de que carecían de pruebas: “Splingard sabe muy bien que Marx había entregado casi todos los documentos a Engels. El Consejo federal español ha aportado igualmente pruebas. Él (Marx) ha presentado otras de Rusia, pero no puede, evidentemente, revelar quién se las ha enviado. En general sobre esta cuestión, los miembros de la Comisión han dado su palabra de honor de no divulgar nada sobre estas deliberaciones, y sobre todo no dar ningún nombre. Su decisión sobre esta cuestión es inquebrantable.
“Lucain pregunta si debemos aguardar a que la Alianza haya reventado y desorganizado a la Internacional, para presentar pruebas. ¡Nosotros no! No podemos esperar hasta entonces. Nosotros atacamos el mal, allí donde lo encontramos, y cumplimos así nuestro deber” (p. 171).
El Congreso –a excepción de la minoría bakuninista– apoyó rotundamente las conclusiones de la Comisión. En realidad, la Comisión sólo solicitó tres expulsiones: las de Bakunin, Guillaume y Schwitzguebel, y sólo las dos primeras fueron aceptadas por el Congreso, desmintiendo así la falacia de que la Internacional pretendía eliminar, por medios disciplinarios, una minoría incómoda. Las organizaciones revolucionarias, en contra de las acusaciones que lanzan anarquistas y consejistas, no tienen ninguna necesidad de tales medidas, y no temen, sino que, por el contrario, tienen el máximo interés en la más completa clarificación a través del debate. De hecho sólo recurren a las expulsiones en casos muy excepcionales de grave indisciplina y deslealtad. Como señaló Johannard en La Haya: “la expulsión de la AIT es la condena más grave y deshonrosa que pueda caer sobre un hombre; los expulsados ya no podrán pertenecer jamás a una asociación honorable” (p. 171).
No entraremos aquí en otra de las dramáticas decisiones adoptadas en el Congreso: el traslado del Consejo general de Londres a Nueva York. Propuesta que venía motivada porque, si bien los bakuninistas habían sido derrotados, el Consejo general en Londres podría haber caído en las manos de otra secta: los blanquistas. Estos, que se negaban a reconocer el retroceso internacional de la lucha de clases causado por la derrota de la Comuna de París, arriesgaban la destrucción del movimiento obrero desangrado en un rosario de absurdas confrontaciones de barricadas. De hecho, aunque Marx y Engels confiaran en poder volver a traer el Consejo general a Europa, más adelante, la derrota de París marca el comienzo del fin de la Iª Internacional (véase la parte IIª de esta serie en la Revista internacional anterior).
Concluiremos este artículo, eso sí, con una de las principales adquisiciones para la historia, de este Congreso de La Haya. Esta adquisición, que desgraciadamente luego quedó relegada o completamente incomprendida (por ejemplo por Franz Mehring en su biografía de Marx), fue la identificación del papel del parasitismo político contra las organizaciones obreras.
El Congreso de La Haya demostró que la Alianza bakuninista no actuaba por su cuenta, sino como un auténtico centro coordinador de toda la oposición parásita, que apoyada por la burguesía, actuaba contra el movimiento obrero.
Uno de los principales aliados de la Alianza en su lucha contra la Internacional, era el grupo americano en torno a Woodhull-West, que difícilmente podían pasar por anarquistas.
“El mandato de West está firmado por Victoria Woodhull quien, desde hace años, intriga para conseguir la presidencia de los Estados Unidos, es la presidente de los espiritistas, predica el amor libre, tiene negocios bancarios, etc. (...) Publicó el famoso llamamiento a los ciudadanos norteamericanos de lengua inglesa, en el que se acusaba a la AIT de un sinfín de atrocidades, y que provocó la creación, en dicho país, de varias secciones sobre unas bases similares. En éste (llamamiento) se habla, entre otras muchas cosas, de libertad personal, libertad social (amor libre), moda en el vestir, sufragio femenino, lengua universal, etc. (...) Estima que la cuestión de la mujer debe tener prioridad sobre la cuestión obrera, y se niega a reconocer a la AIT como una organización de trabajadores” (intervención de Marx, p. 133).
Sorge reveló además las conexiones de todos estos elementos del parasitismo internacional:
“La sección nº 12 ha recibido la correspondencia de la Federación del Jura, y del Consejo federalista universal de Londres. Se han dedicado a intrigas y maniobras desleales, para conseguir el liderazgo supremo de la AIT, y tienen aún la desvergüenza de publicar e interpretar como favorables a ellos, las decisiones del Consejo general que, en realidad, les son adversas. Más tarde condenaron a los communards franceses y a los ateos alemanes. Pedimos aquí disciplina y sumisión, no a las personas sino a los principios y a la organización. Para ganar en América, necesitamos a los irlandeses, pero nunca nos los podremos ganar si antes no rompemos con la sección nº 12 y los ‘free lovers’” (p. 136).
Las discusiones del congreso dejaron aún más clara esta coordinación internacional -a través de los bakuninistas- de los ataques contra la Internacional:
“Le Moussu leyó del Boletín de la Federación del Jura, una reproducción de una carta dirigida a él por el Consejo de Spring Street, en respuesta a las instrucciones para suspender a la sección nº 12 (...) (que concluye) promoviendo la formación de una nueva Asociación que integre a los elementos disidentes de España, Suiza y Londres. Así pues, no contentos con hacer caso omiso de la autoridad conferida al Consejo general por el Congreso, y en vez de postergar la exposición de sus quejas, tal y como preveen los Estatutos, hasta hoy, estos individuos se dedican a formar una nueva sociedad, en abierta ruptura con la Internacional.
“Le Moussu quiere llamar la atención del Congreso, sobre la coincidencia que existe entre los ataques del Boletín de la Federación del Jura contra el Consejo general y sus miembros, y los lanzados por su publicación hermana “La Federación”, editada por los Sres. Vesinier y Landeck. Esta publicación ha sido denunciada como “portavoz” de la policía, y sus editores expulsados de la Sociedad de refugiados de la Comuna en Londres, por ser, precisamente, agentes de la policía. Sus falacias pretenden desprestigiar a los miembros de la Comuna que están en el Consejo general, presentándolos como admiradores del régimen de Bonaparte, mientras que, sobre los restantes miembros, estos miserables siguen insinuando que son agentes de Bismarck. ¡Como si los verdaderos agentes de Bonaparte y Bismarck no fueran quienes, como es el caso de algunos “plumíferos” de distintas federaciones, se arrastran ante los sabuesos de todos los gobiernos, para insultar a los verdaderos héroes del proletariado! Por todo ello, yo les digo a esos viles difamadores: vosotros sois los peores secuaces de las policías de Bismarck, Bonaparte y Thiers” (pp. 50-51). Respecto a los vínculos entre la Alianza y Landeck: “Dereure informó al Congreso que, apenas una hora antes, Alerini le había dicho ser íntimo amigo de Landeck, a quien se le conocía en Londres como espía de la policía” (p. 472).
También el parasitismo alemán, es decir los lassalleanos que habían sido expulsados de la Asociación para la educación de los obreros alemanes de Londres, se sumaron a esta red internacional del parasitismo, a través del mencionado Consejo universal federalista de Londres, en el que participaban junto a otros enemigos del movimiento obrero tales como los masones radicales franceses, y los mazzinistas de Italia.
“El partido bakuninista de Alemania era la Asociación general de obreros alemanes, dirigida por Schweitzer, quien, finalmente, fue desenmascarado como agente de la policía” (Intervención de Hepner, p. 160). El Congreso mostró, del mismo modo, la colaboración existente entre los bakuninistas suizos y los reformistas británicos de la Federación británica que dirigía Hales.
En realidad, junto a la infiltración y la manipulación de sectas degeneradas que, en el pasado, habían pertenecido a la clase obrera, la burguesía puso también en marcha sus propias organizaciones, con las que enfrentarse a la Internacional. Tal fue el caso de los filadelfianos y los mazzinistas residentes en Londres, que ya intentaron hacerse con el control del Consejo general, pero fueron derrotados al ser destituidos sus miembros del subcomité del Consejo general en septiembre de 1865.
“El principal enemigo de los filadelfianos, el hombre que impidió que hicieran de la Internacional un centro de sus actividades, fue Karl Marx” (Nicolaevsky, Las sociedades secretas y la Primera internacional, traducido del inglés por nosotros). Es más que probable, como afirma Nicolaevsky, que existieran vínculos directos entre este medio y los bakuninistas, pues éstos se identificaban abiertamente con los métodos y la organización de la francmasonería.
La actividad destructiva de este medio, tuvo su continuidad en las provocaciones terroristas de la sociedad secreta de Felix Pyatt (la Comuna republicana revolucionaria). Este grupo que había sido expulsado y condenado públicamente por la Internacional, continuó actuando en su nombre y atacando constantemente al Consejo general.
En Italia, por ejemplo, la burguesía puso en marcha la Societa universale dei razionalisti que, bajo la dirección de Stefanoni, se dedicó a atacar a la Internacional en dicho país. Su prensa publicó las calumnias de Vogt y los lassalleanos alemanes contra Marx, y defendió ardientemente a la Alianza de Bakunin.
“El objetivo de toda esta red de falsos revolucionarios no era otro que difamar a los miembros de la Internacional, como hace la prensa burguesa, a la que ellos mismos inspiran. Y, para mayor vergüenza, lo hacen apelando a la unidad de los trabajadores” (Intervención de Duval, p. 99).
Todo ello explica que la preocupación central de las intervenciones de Marx en este congreso fuera, precisamente, la necesidad vital de defender a la organización de tales ataques.
Esa vigilancia y determinación debe igualmente guiarnos hoy, frente a ataques parecidos.
“Quien se sonría cuando mencionamos la existencia de secciones policiales, debería saber que tales secciones han sido creadas en Francia, Austria, y otros países. De Austria nos ha llegado una petición al Consejo general, para que no se reconozca ninguna sección que no haya sido formada por delegados del Consejo general o por organizaciones locales. Vesinier y sus camaradas, recientemente expulsados del grupo de los refugiados franceses, son evidentemente partidarios de la Federación del Jura (...) Individuos como Vésinier, Landeck y otros, forman, así creo, primero un Consejo federal, luego una Federación y las secciones, y los agentes de Bismarck pueden hacer otro tanto. Razón por la cual, el Consejo general debe tener el derecho de disolver o suspender un Consejo federal o una Federación. (...) En Austria, unos cuantos energúmenos, ultrarradicales y provocadores, formaron secciones destinadas a desprestigiar a la AIT. En Francia, el jefe de la policía formó una sección” (pp. 154-155).
“Ya hubo un caso en que tuvimos que suspender un Consejo federal en Nueva York. Puede que, en otros países, sociedades secretas consigan influenciar a consejos federales, y entonces deberán ser igualmente suspendidos. No podemos permitir la facilidad con la que Vesinier, Landeck y un confidente de la policía alemana, han podido libremente formar federaciones. El Sr. Thiers se ha convertido en el servidor de todos los gobiernos contra la Internacional, y el Consejo debe tener los poderes para erradicar a todos estos elementos corrosivos (...) Vuestras expresiones de ansiedad no son más que un ardid, porque pertenecéis a esas sociedades que actúan en secreto y son de lo más autoritarias” (pp. 47 y 45).
En la cuarta y última parte de esta serie, volveremos a tratar la cuestión de Bakunin, el aventurero político, sacando lecciones generales de la historia del movimiento obrero.
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[1] Actas y Documentos del Congreso de La Haya, ed. Progreso, Moscú. Estas Actas son retomadas de las Actas del Congreso escritas en francés por Benjamin Le Moussu (proscrito de la Comuna de París y miembro del Consejo general desde el 5 de setiembre de 1871) retraducidas del ruso y traducidas del inglés por nosotros. Serán señaladas a lo largo del artículo por la referencia de página.
La siguiente carta fue enviada a la CCI y a otros grupos e individuos en respuesta a la polémica aparecida en el periódico de la CCI en Gran Bretaña (World Revolution), titulada “La CWO cae víctima del parasitismo político”. Esta polémica defendía que la desaparición del periódico de la CWO Workers Voice, su aparente reagrupamiento con el CBG y su negativa a contribuir a la defensa de una reunión pública de la CCI en Manchester, eran concesiones al parasitismo. Tales concesiones tenían su origen en las bases inadecuadas de la formación de la CWO y en las debilidades organizativas de su reagrupamiento con Battaglia communista en la formación del Buró internacional para la creación del partido revolucionario (BIPR).
Hemos leído con sorpresa vuestro ataque a nosotros en World Revolution no 190. La ferocidad de la polémica no es sorprendente desde el punto de vista de lo que se debate (la organización revolucionaria) sino desde el hecho de que las bases de la polémica reposan sobre una serie de errores factuales que podrían haberse evitado fácilmente preguntándonos simplemente cuál era la situación real. Cuando leímos vuestro confuso informe público del XIº Congreso internacional no quisimos lanzarnos a la polémica sobre las últimas rupturas habidas en la CCI basadas en su supuesto estalinismo. Al contrario, el BIPR discutió ese informe con camaradas de RI en París el pasado mes de junio y se le aseguró claramente que el funcionamiento futuro de la CCI iba a discurrir dentro de las normas de los principios políticos proletarios. Estuvimos enteramente de acuerdo en considerar que la existencia de clanes (basados en lealtades personales), contrariamente a la existencia de facciones (basadas en diferencias políticas sobre nuevas cuestiones), es algo que una organización sana debe evitar. Sin embargo, pensamos que el tratamiento posterior que habéis hecho de esta cuestión os va llevar a una caricatura de la organización política actual. Hablaremos de ello en un futuro artículo de nuestra prensa. Entretanto querríamos que se publique esta carta en vuestra prensa, como medio de corrección, para que los lectores puedan juzgar por sí mismos.
1. Vamos a escribir la historia de CWO para nuestros miembros y simpatizantes, pero podemos asegurar a vuestros lectores que mucho antes de que la CCI o la CWO existieran, la cuestión de derechos federalistas había quedado zanjada a favor de una organización internacional centralizada. La reivindicación de “derechos federalistas” se encuentra en una simple carta particular escrita antes de que la CWO o la CCI existieran, en tiempos de Revolutionary Perspectives, ¡por una sola persona!
2. En septiembre 1975 para entrar en la CWO se requería que la Revolución de Octubre 1917 ([1]) fuera reconocida como proletaria y esto se mantuvo en los 3 años siguientes.
3. La reevaluación que hizo la CWO de la contribución de las Izquierdas comunistas alemana e italiana a la clarificación de la actual Izquierda comunista internacional no se verificó de la noche a la mañana sino que tuvo lugar tras 5 años de debates, a menudo penosos, difíciles, con continuos cambios en la argumentación. Los textos de la CWO con dicho debate se pueden encontrar en los números 18 al 20 de Revolutionary Perspectives. Nuestras discusiones con el Partido comunista internacionalista (Battaglia comunista) empezaron en septiembre 1978 cuando criticaron fraternalmente nuestra Plataforma y no formalizamos la constitución del BIPR hasta 1984. ¡No se puede hablar de un rápido agrupamiento oportunista!
4. Los maoístas iraníes de los que habláis eran los Students Supporters of de Unity of Communist Militants (Estudiantes en apoyo de la unidad de militantes comunistas). No debían ser maoístas, puesto que la CCI llevó discusiones secretas con ellos (sin que nosotros lo supiéramos en ese momento) hasta que tomaron contacto con nosotros. Pero, además, no podían ser maoístas porque aceptaron los criterios proletarios fijados como básicos de las Conferencias internacionales de la Izquierda comunista. Su evolución posterior les llevó a integrarse en el Partido comunista de Irán que estaba formado sobre la base de principios contrarrevolucionarios. Se puede encontrar una crítica de esa organización en la Communist Review no 1.
5. El Communist Bulletin Group no estaba compuesto únicamente por ex militantes de la CWO como dais a entender. Incluía también a otros que no han sido nunca miembros de CWO, entre ellos un miembro fundador de World Revolution (que, a su vez, había estado, como otros fundadores, en el grupo Solidarity). Para conocimiento de vuestros lectores queremos añadir que el CBG ya no existe, excepto en las páginas de WR.
6. La CWO no ha tenido ningún reagrupamiento, ni formal ni informal, con el ex CBG, ni con ninguno de sus miembros individuales. En realidad, aparte de recibir el anuncio de su desaparición no hemos tenido ningún contacto directo con el CBG desde que les enviamos en junio 1993 un texto sobre la organización. El cual parece haber precipitado su crisis final.
7. Miembros de la CWO han participado en el Grupo de estudio de Sheffield donde inicialmente había anarquistas, comunistas de izquierda sin afiliación, Subversion y un ex-miembro del CBG. Sin embargo, como hubo miembros de la CCI procedentes de Londres que también asistieron (¡en respuesta no a nuestra invitación sino a la de los anarquistas!), nosotros no nos preocupamos de ser absorbidos por los parásitos. Eso terminó en la primavera de 1995 donde se vio que sólo la CWO estaba interesada en proseguir un trabajo de estudio. El Sheffield Study Group se transformó en Reunión de formación de la CWO que está abierta a todos los que simpatizan con la política de la Izquierda Comunista y preparan para su estudio los temas acordados para cada reunión. Desde entonces ninguna otra organización ha participado en ellas.
8. Jamás hemos excluido a la CCI de ninguna de nuestras iniciativas. Cuando la hemos invitado a participar en reuniones conjuntas de todos los grupos de la Izquierda comunista, la CCI se ha negado a participar so pretexto de que no podrían compartir una plataforma con los parásitos (sin embargo, asistió a la reunión). Lejos de temer la confrontación política con la CCI fuimos los únicos que iniciamos una serie de debates celebrados en Londres a finales de los años 70 y a inicios de los años 80. Además, hemos asistido a docenas de reuniones públicas de la CCI tanto en Londres como en Manchester, pese a los problemas geográficos. En 15 años, la CCI sólo ha asistido a una de nuestras reuniones públicas en Sheffield (y sólo para vender WR).
9. No había ningún miembro de CWO en la Reunión pública de Manchester en la que se basa todo ese ruidoso ataque. El único asistente a dicha Reunión pública fue un simpatizante de CWO hasta que llegaron dos individuos más. Todo lo que se dice sobre la Reunión pública es una exageración. Nuestro simpatizante actuó de forma absolutamente correcta en la Reunión. Se disoció específicamente de toda crítica a la CCI como estalinista y esperó hasta que el resto del público se fuera antes de criticar el comportamiento de la Mesa (...).
10. Nosotros no hemos liquidado nuestro periódico sino que hemos adoptado una nueva estrategia de publicaciones que pensamos nos permitirá llegar a más comunistas potenciales. La CWO no ha abandonado ninguna existencia organizativa ni en la apariencia ni de ninguna otra forma. Al contrario, 1996 se ha abierto con nuestro reforzamiento organizativo. Teniendo en cuenta la condición actual de World Revolution, que su polémica sectaria ha puesto en evidencia, es más necesario que nunca que continuemos nuestro trabajo por la emancipación de nuestra clase. Ello incluye naturalmente un debate serio entre los revolucionarios.
CWO
Para responder a la carta de la CWO y hacer inteligibles los desacuerdos mutuos ante el medio político proletario, debemos ir más allá de una respuesta, una detrás de otra, a las rectificaciones. No creemos que nuestra polémica esté basada en errores factuales, como demostraremos. Pensamos que las refutaciones factuales de la CWO no hacen más que oscurecer las cuestiones que se debaten. Dan la impresión de que los debates entre revolucionarios son simples querellas insustanciales, lo cual hace el juego a los parásitos que dicen que la confrontación organizada de divergencias es inútil.
Argumentamos en nuestra polémica que la debilidad de la CWO frente al parasitismo estaba basada en una dificultad fundamental para definir el medio político proletario, para comprender el proceso de reagrupamiento que debe desarrollarse y, más aún, las bases de su propia existencia como grupo separado dentro del medio. Esas confusiones organizativas quedaron confirmadas en el propio nacimiento de la CWO y de su comportamiento político con Battaglia comunista así como en las Conferencias de los grupos de la Izquierda comunista (1977-80).
Por desgracia, la CWO no toma en cuenta en su carta esos argumentos –los cuales no son nuevos y han sido desarrollados en la Revista internacional durante los últimos 20 años– y prefiere esconderse detrás de cortinas de humo acusándonos de errores factuales.
La fundación incompleta de la CWO
La CWO se formó sobre la base de las posiciones programáticas y el marco teórico desarrollado por la Izquierda comunista y constituye una expresión real del desarrollo de la conciencia de clase y de su organización, durante el período que se abre tras la contrarrevolución. Sin embargo, la CWO se creó en 1975 al mismo tiempo que se creaba otra organización (con la que había tenido estrechas discusiones) con las mismas posiciones y el mismo marco general: la Corriente comunista internacional. ¿Por qué crear una organización separada cuando se partía de la misma política? ¿Cómo podía justificarse esta división de las fuerzas revolucionarias cuando su unidad y reagrupamiento tiene una importancia decisiva para el papel de vanguardia en la clase obrera?. Para la CWO una política de desarrollo separado se hacía necesaria debido a diferencias importantes pero de naturaleza secundaria frente la CCI.
La CWO tenía una interpretación diferente a la de la CCI sobre cuándo quedó rematado el proceso de degeneración de la revolución rusa y de ahí los camaradas deducían que la CCI no era para nada un grupo comunista sino un organismo de la contrarrevolución.
Una confusión sobre las bases por las cuales una organización revolucionaria separada debe ser creada y sobre cómo relacionarse con otras organizaciones, refuerza inevitablemente la presión del espíritu de capilla que se ha esparcido ampliamente durante la reemergencia de las fuerzas comunistas desde 1968.
Una de las ilustraciones de este espíritu sectario fue la reclamación de derechos federales dentro de la CCI por parte de la CWO.
En su carta, los camaradas de la CWO aseguran creer en la centralización internacional y rechazan el federalismo. Esto es desde luego muy justo, pero no responde a la cuestión que se debate: ¿fue o no esa reclamación (que los camaradas no niegan haber hecho) una expresión de la mentalidad sectaria? ¿Fue o no un intento para preservar artificialmente la identidad de grupo a pesar de su acuerdo fundamental con los principios centrales del marxismo revolucionario con la CCI? El error de la carta no fue tanto las concesiones al federalismo como el intento de mantener viva una mentalidad de tendero.
Sin embargo, podemos ver que un espíritu sectario puede llevar a debilitar ciertos principios que la organización podría de otra forma mantener en pie. A pesar de su firme creencia en la centralización internacional el agrupamiento de la CWO con Battaglia comunista en 1984 condujo a la formación del BIPR (en el cual, al menos 9 años después, los derechos federales se han seguido manteniendo) que ha permitido a la CWO mantener una plataforma separada diferente tanto de la de Battaglia como de la del BIPR, manteniendo su propio nombre y determinando su propia actividad nacional.
Aquí el problema no es que la CWO no crea en el espíritu de la centralización internacional sino que la confusión sobre los problemas organizativos del agrupamiento hacen la carne débil.
Es cierto que la propuesta sobre derechos federales no fue probablemente el signo más importante de confusión sobre los problemas de agrupamiento. Sin embargo, pensamos que la CWO se equivoca cuando deja de lado su significado una vez más.
Si la CCI no hubiera rechazado firmemente esta propuesta es harto posible, en vista de la naturaleza federalista del reagrupamiento con Battaglia comunista, que su reclamación de derechos federales no se hubiera quedado simplemente en tinta sobre el papel.
Es estúpido que los camaradas se lamenten que la carta se hubiera redactado antes de que tanto la CWO como la CCI existieran y por lo tanto no sería nada relevante. Una carta así no podía haberse escrito después de la formación de la CWO porque una de las bases de la misma fue ¡que la CCI había caído en el campo del capital!
En otra rectificación tangencial de nuestra polémica original, los camaradas de la CWO insisten en que el reconocimiento de la naturaleza proletaria de la Revolución de Octubre de 1917 fue una condición para ser miembro de CWO desde septiembre 1975.
Lo sabemos, camaradas, y sobre ello no oponíamos nada en nuestra polémica. La CCI recuerda muy bien las largas discusiones que hubo entre 1972-74 para convencer a los elementos que luego fundarían la CWO del carácter proletario de la Revolución de Octubre. Mencionábamos en nuestra polémica que el grupo Workers Voice, con el cual se juntó Revolutionary Perspectives para formar la CWO, no era homogéneo sobre esa cuestión vital, para ilustrar una vez más que ese agrupamiento fue, en el mejor de los casos, contradictorio. Esto se pudo confirmar con las escisiones de CWO un año después entre las 2 partes constituyentes, y la escisión que hubo de nuevo no mucho tiempo después. No solo la CWO elevaba cuestiones secundarias a la categoría de fronteras de clase, sino que minimizaba las cuestiones fundamentales.
La CWO, las Conferencias internacionales y el BIPR
El problema de entender lo que es el medio político proletario y cómo puede unificarse se planteó también en las Conferencias internacionales. El llamamiento para un foro por parte de Battaglia comunista y la respuesta positiva dada por la CCI, la CWO y otros grupos, expresaba indudablemente el deseo de eliminar las falsas divisiones en el movimiento revolucionario. Desgraciadamente el intento se frustró tras 3 conferencias. La principal razón de este fracaso fueron serios errores políticos acerca de las condiciones y al proceso de reagrupamiento de los revolucionarios.
Los criterios de invitación de BC para la primera conferencia no eran claros dado que grupos izquierdistas como Combat communiste y Union ouvrière fueron invitados y, en cambio, organizaciones del campo político proletario como Programma comunista no fueron invitadas. Tampoco fue claro el motivo para reunir a los grupos comunistas. En el documento original de invitación, BC proponía como tema el viraje de los partidos comunistas europeos hacia la socialdemocracia.
Desde el principio la CCI insistió en que se estableciera una clara delimitación sobre quién podía participar en las Conferencias. En ese momento, la Revista internacional no 11 publicaba una Resolución sobre los Grupos políticos proletarios que emanaba del IIo Congreso de la CCI. En la Revista Internacional no 17 publicamos una Resolución sobre el proceso de reagrupamiento que fue sometida a la consideración de la IIª Conferencia internacional de grupos de la Izquierda comunista. Para proseguir el proceso de reagrupamiento hacía falta tener una clara idea de quién formaba parte del medio político proletario. La CCI también insistió en que la conferencia examinara las diferencias políticas fundamentales que existieran entre los grupos con objeto de que se produjera una progresiva eliminación de falsas diferencias, especialmente aquellas que habían sido creadas por el sectarismo.
Una medida de los diferentes enfoques existentes acerca del objetivo de las conferencias la dio la discusión que abrió la sesión inicial de la IIª Conferencia internacional (noviembre 1978). La CCI propuso una resolución para criticar el sectarismo de grupos como Programma y FOR que se habían negado a participar de forma sectaria. Esta Resolución fue rechazada tanto por BC como por CWO quien dijo: lamentamos que alguno de estos grupos haya juzgado inútil asistir. Sin embargo, sería improductivo gastar nuestro tiempo en condenarlos. Puede que alguno de esos grupos cambie de parecer en el futuro. Además, la CWO está discutiendo con alguno de ellos y sería poco diplomático adoptar semejante resolución (“IIª Conferencia internacional de los grupos de la Izquierda comunista”, p. 3, Volumen 2).
Aquí residió el problema de las conferencias. Para la CCI debían continuar basadas en claros principios organizativos, cimiento del proceso de agrupamiento. Para CWO y BC eran cuestión de... diplomacia, aunque la CWO fue lo suficiente torpe como para decirlo abiertamente ([2]).
Al principio, tanto BC como la CWO no tenían claridad sobre quién debía estar en las conferencias. Pero más tarde cambiaron bruscamente hacia un fuerte incremento de los criterios, lo cual expusieron repentinamente al final de la IIIª Conferencia. El debate sobre el papel del partido, el cual era el punto de mayor confrontación entre los diferentes grupos, fue cerrado. La CCI, que no estaba de acuerdo con la posición adoptada por BC y CWO, fue excluida.
El error de esta maniobra se comprobó con la IVª Conferencia en el cual BC y CWO relajaron los criterios de nuevo y el lugar de la CCI fue tomado por los Estudiantes en apoyo de la unidad de militantes comunistas (SUCM), los cuales habían roto solo aparentemente con el izquierdismo iraní.
Sin embargo, de acuerdo con lo que dice la carta de la CWO, la SUCM no era maoísta porque la CCI había discutido con ella secretamente y porque aceptaba los criterios para participar en las conferencias.
La CWO adopta un desafortunado argumento consistente en decir nuestros errores son los vuestros que no constituye un método apropiado para comprender los hechos. Volveremos sobre ese argumento más tarde.
La dominación del revisionismo sobre el Partido comunista de Rusia ha dado como resultado una derrota y un retroceso de la clase obrera mundial desde uno de sus más importantes baluartes ([3]). Por revisionismo esos maoístas iraníes entienden, como explican en todos los puntos de su programa, la revisión kruvchevista del marxismo-leninismo, o sea, del estalinismo. Según ellos, el proletariado fue derrotado definitivamente no cuando Stalin anunció la construcción del socialismo en un solo país, sino después de que Stalin muriese. El proletariado fue derrotado según ellos mucho después de haber sido crucificado en los gulags o en los campos de batalla imperialista de la IIª Guerra mundial, después de la destrucción del Partido bolchevique, después de la derrota de la clase obrera mundial en Alemania, China, España. Después de que 20 millones de seres humanos fueran arrojados al matadero de IIª Guerra mundial
En sus comienzos, la CWO juzgaba a la CCI contrarrevolucionaria, porque consideraba que la degeneración de la Revolución Rusa no se había completado en 1921. Siete años más tarde, la CWO tiene una discusión fraterna para formar el futuro partido con una organización que consideraba que la revolución había terminado en ¡1956!.
Según el SUCM la revolución socialista no está al orden del día de la historia ni en Irán ni en ninguna otra parte, sino una revolución democrática que supuestamente sería una etapa hacia aquélla.
Negando la naturaleza imperialista de la guerra Irán/Irak, el SUCM ofrecía los argumentos más sofisticados para que el proletariado fuera sacrificado en aras de la defensa nacional. El SUCM parecía de acuerdo con CWO/BC sobre el papel del partido. Pero el papel organizativo que tenían en mente era el de movilizar a las masas tras el poder burgués.
En la IVª Conferencia, sin embargo, podemos ver algunas muestras de su verdadera naturaleza: “Nuestra verdadera objeción es sin embargo la teoría de la aristocracia obrera. Pensamos que es el último germen de populismo en la UCM y su origen está en el maoísmo ([4]).
“La teoría del SUCM del campesinado revolucionario es una reminiscencia del maoísmo, algo que nosotros rechazamos totalmente” ([5]).
Demasiado para una organización de la que ahora dice la CWO que podría no haber sido maoísta.
El gran interés y la pseudo fraternidad mostrada por el SUCM hacia el medio político proletario de Gran Bretaña y su ocultamiento del maoísmo detrás de la pantalla del radicalismo verbal, ciertamente explica que en un primer momento la CWO y BC se dejaran engañar por tal organización. También, la sección de la CCI en Gran Bretaña, World Revolution, pensaba inicialmente que el SUCM podría ser una posible expresión del surgimiento obrero de 1980 en Irán, antes de comprender su naturaleza contrarrevolucionaria. Pero esto no explica satisfactoriamente la automistificación de la CWO, particularmente desde que WR advirtió a la CWO de la auténtica naturaleza del SUCM y criticó su inicial apertura hacia él. También trató de denunciar a esta organización en una Conferencia de CWO pero fue interrumpida por las vociferaciones de la CWO antes de acabar ([6]).
El debate entre los revolucionarios no puede basarse en la filistea moral de las culpas compartidas. Hay errores y errores. World Revolution trató de evitar errores mayores y sacó las lecciones. CWO y BC cayeron en un grave desatino cuyos efectos todavía se siguen sufriendo en el medio político proletario. La farsa de la IVª Conferencia acabó con las conferencias como puntos de referencia para las fuerzas revolucionarias emergentes. Y sin embargo, la CWO se sigue negando a reconocer el desastre y sus orígenes. Estos se basan en una ceguera sobre la naturaleza del medio político proletario causada por una política de agrupamiento basada en la diplomacia.
La formación del BIPR
En la polémica de WR pusimos en evidencia que el reagrupamiento entre CWO y BC para formar el BIPR sufría de las mismas debilidades que las que se manifestaron en las Conferencias Internacionales.
En particular, este reagrupamiento no ocurrió como resultado de una clara resolución de las diferencias que separaban los distintos grupos de la Izquierda comunista, ni tampoco de las que existían entre BC y CWO.
Por una parte el BIPR afirma que no es una organización unificada ya que cada grupo tiene su propia plataforma. El BIPR tiene unas cuantas plataformas: la de BC, la de la CWO y la del propio BIPR que es una suma de las dos primeras menos los desacuerdos que tienen entre sí. Además, la CWO tiene una plataforma de Grupos de trabajadores desempleados y otra de Grupos de fábrica. También está en proceso de redacción una plataforma popular con el CBG, como veremos más adelante.
El BIPR se declara por el partido pero contiene una organización, BC, que manifiesta ser el partido internacional: Partito comunista internazionalista.
Por otro lado, jamás hemos visto, ni en la prensa de estas dos organizaciones ni en la prensa común, el más mínimo debate sobre sus desacuerdos. Y sin embargo existen diferencias importantes entre ambas: sobre la posibilidad del parlamentarismo revolucionario, sobre la cuestión sindical o la cuestión nacional. En todos esos aspectos hay un contraste muy fuerte entre el BIPR y la CCI, que es una organización internacional unificada y centralizada y que, siguiendo la tradición del movimiento obrero, abre sus debates al exterior.
Sobre el problema de su vínculo con BC, la CWO afirma en su carta que el reagrupamiento con BC no ocurrió de la noche a la mañana y que no puede hablarse de un rápido reagrupamiento oportunista.
Sin embargo, nuestra polémica no planteaba la cuestión de la velocidad de dicho reagrupamiento sino que criticaba la solidez de sus bases políticas y organizativas.
El BIPR estaba basado en una autoproclamada selección de las fuerzas que deberían llevar al partido del futuro. Sin embargo, 12 años después de la formación del BIPR no han permitido unificar siquiera a las dos organizaciones fundadoras.
La tentativa de reagrupamiento de la CWO con el CBG
La política de reagrupamiento de la CWO (caracterizada por la falta de criterios serios de definición del medio político proletario y de sus enemigos) ha conducido de nuevo hacia potenciales catástrofes en el comienzo de los años 90. No han sido sacadas las lecciones de la desgraciada aventura con los izquierdistas iraníes. La CWO se lanzó a una aproximación hacia los grupos parásitos, el CBG y la FECCI, anunciando un posible nuevo comienzo para el medio político proletario en Gran Bretaña. La carta de la CWO dice que no hay reagrupamiento con el CBG y que no hay contacto directo con ese grupo desde 1993. Estamos muy contentos de oírlo. Sin embargo, cuando escribimos la polémica en WR 190 dicha información no había sido hecha pública y nosotros nos basamos en la información más reciente proveniente de Workers Voice que decía:
“Dada la reciente cooperación práctica entre miembros de la CWO y el CBG en la campaña contra el cierre de pozos, los dos grupos celebraron una reunión en Edimburgo en diciembre para discutir las implicaciones de dicha cooperación. Políticamente, CBG aceptó que la plataforma del BIPR no es una barrera para el trabajo político mientras la CWO clarifique qué entiende por organización centralizada en el periodo actual. Una serie de malentendidos fueron aclarados entre ambas partes. Se decidió hacer más formal la cooperación práctica. Se llegó a un acuerdo que la CWO en su conjunto debe ratificar en enero (después del cual un informe más completo será expuesto) que incluye los puntos siguientes:
Desde entonces ningún acuerdo (o desacuerdo) ha sido manifestado en Workers Voice, de forma breve o de otra manera. Y como desde entonces se desarrolló una actividad común, sería válido suponer que algún tipo de agrupamiento habrá tenido lugar entre CWO/CBG. La rectificación de la CWO da la equívoca impresión de que este agrupamiento fue una pura invención por nuestra parte. Pero no es así, de la misma manera en que la CWO pensaba transformar una organización maoísta en vanguardia del proletariado, pensó también que se puede convertir a los parásitos en militantes comunistas. De la misma forma en que tomó la aceptación por parte del SUCM de los criterios básicos del proletariado como moneda contante y sonante, pensó que bastaba con que la CBG aceptara la plataforma del BIPR, dejando de lado que muchos de los miembros de ese grupo, capitaneado por un elemento llamado Ingram, rompieron con la CWO en 1978 y después intentaron destruir la sección inglesa de la CCI en 1981.
La CWO pensó que se había clarificado la noción de organización centralizada con un grupo que contribuyó a la formación de una tendencia secreta dentro de la CCI, con el objetivo de convertir sus órganos centrales en un mero apartado postal (buscando el mismo objetivo que Bakunin y su Alianza con el Consejo general de la Iª Internacional). Pensó que podría confiar en un grupo que había robado material a la CCI y que cuando ésta intentó recuperarlo la amenazó con llamar a la policía.
La iniciativa de la CWO con los parásitos, unos enemigos declarados de las organizaciones revolucionarias, ha tenido como efecto el dignificarlos como auténticos miembros de la Izquierda comunista y ha legitimado sus tropelías contra las organizaciones del medio. El daño causado por el intento de reagrupamiento de la CWO con el CBG incluye el que ha causado a la propia CWO. Estamos convencidos de esto por las siguientes razones.
En primer lugar, porque el parasitismo no es una corriente política en el sentido que tiene para el proletariado. El parasitismo no se define por un programa coherente sino que su verdadero objetivo es corroer esa coherencia en nombre del antisectarismo y de la libertad de pensamiento. El trabajo de denigración de las organizaciones revolucionarias y de promoción de la desorganización pueden continuarlo por vías informales como ex miembros de esas organizaciones como es el caso del CBG que ha continuado su labor de zapa después de haber dado por terminada su existencia formal.
En segundo lugar, el parasitismo si es admitido en el medio político proletario puede debilitar la vertebración de las organizaciones revolucionarias existentes y reducir su capacidad para definirse a sí mismas y a los demás grupos de forma rigurosa. Los resultados pueden ser catastróficos incluso aunque conduzcan en un primer momento a un crecimiento numérico.
Aunque finalmente el reagrupamiento con el CBG haya sido abortado, hay serias cuestiones que quedan pendientes de responder por la CWO. ¿Por qué se ha desarrollado una relación con tal grupo si su única razón de existir es denigrar a las organizaciones del medio político proletario? ¿Por qué en lugar de hacer nada no se ha planteado seriamente el análisis de las debilidades e incomprensiones que han conducido a semejante error?
Las consecuencias de la aventura con el CBG
La polémica de WR con CWO la escribimos en respuesta directa e inmediata para tratar de explicar dos acontecimientos recientes muy preocupantes: la incapacidad para defender una reunión pública de WR contra el sabotaje del grupo parásito Subversion y, por otra parte, la liquidación del periódico Workers Voice.
Esto indica desde nuestro punto de vista una peligrosa ceguera frente a los enemigos del medio político proletario y además una tendencia a tomar algunos aspectos de la actividad del parasitismo político en detrimento de una militancia comunista.
Por desgracia, la carta de la CWO no considera los argumentos de la polémica sobre esta cuestión de la misma forma que ha tomado en cuenta los argumentos sobre las demás.
En lo que concierne a la reunión pública, para la CWO no hay nada que responder porque el resumen de la CCI es una grosera exageración.
La cuestión fundamental que la CWO evita responder es la siguiente: ¿fue o no saboteada la reunión pública por los parásitos? La CCI ha expuesto las evidencias de ello en dos números de World Revolution, su periódico en Gran Bretaña. Este sabotaje consistió en interrupciones de la reunión, repetidas provocaciones físicas y verbales contra los militantes de la CCI, insultos típicos de los parásitos tales como estalinismo, autoritarismo etc., creando un clima donde la discusión se hizo imposible consiguiendo finalmente que la reunión se clausurara antes de tiempo. El simpatizante de la CWO no fue capaz de luchar contra el sabotaje de la reunión y en lugar de defender a la CCI prefirió sumarse con sus críticas al juego parásito. La CWO habría hecho lo mismo. Porque se niega a pronunciarse sobre si tal sabotaje tuvo o no tuvo lugar y prefiere echar en cara a la CCI unas indeterminadas exageraciones groseras.
Otro tanto con Workers Voice. La carta nos dice que la CWO no ha liquidado este periódico sino que ha adoptado una nueva estrategia de publicaciones con Revolutionary Perspectives.
Sin embargo, las cosas deben quedar claras: la CWO ha detenido la publicación del periódico Workers Voice y la ha sustituido por una revista teórica, Revolutionay Perspectives.
La carta no responde a nuestra argumento: detrás de esa nueva estrategia se esconden serias concesiones al parasitismo político. La CWO declara que Revolutionary Perspectives está por la reconstitución del proletariado. Del mismo modo, sugiere, sin entrar en detalles, que el colapso de la URSS ha creado un amplio conjunto de nuevas tareas teóricas.
En el momento mismo en que es importante insistir en que la teoría revolucionaria sólo puede desarrollarse en un contexto de una intervención militante en la lucha de clases, la CWO hace concesiones a las ideas propagadas por ciertos grupos parásitos de la tendencia academicista, que disfrazan su impotencia y su falta de voluntad militante con la pretensión de zambullirse en las “nuevas cuestiones teóricas”. Sin duda la CWO no ha llegado hasta ahí, pero puesto que es un grupo del medio político proletario, sus debilidades pueden servir de tapadera a los grupos que parasitan ese medio. Cabe señalar además que la gran preocupación de la CWO sobre la “reconstitución del proletariado” recuerda bastante la obsesión de la FECCI sobre el mismo tema, obsesión inspirada en doctores en sociología como Alain Bihr, sutil portavoz, pagado por los media de la burguesía, de la idea de que el proletariado ya no existe o que ya no es la clase revolucionaria ([8]). El propósito de los parásitos con tales cuestionamientos no es favorecer la clarificación en el seno de la clase obrera sino denigrar la teoría política y organizativa del marxismo y erosionar sus bases. No es eso desde luego lo que quiere CWO, pero el abandono de su periódico y la limitación de su intervención a la publicación de una revista teórica no es, desde luego, coherente con la apremiante necesidad de un periódico revolucionario como propagandista colectivo y como agitador colectivo.
En su nueva publicación la CWO, no ha sido capaz, hasta el nº 3, de publicar unos principios pásicos. Esto da por sí mismo una idea de lo que es como organización. No tiene nada de accidental sino que representa un serio debilitamiento de su presencia militante en la clase obrera.
La CWO y la CCI
La dificultad de la CWO para abordar la cuestión del medio político proletario la ha conducido a una peligrosa apertura hacia los enemigos del medio, los parásitos y los izquierdistas. La otra cara de esa política ha sido una política de hostilidad sectaria hacia la CCI. En Gran Bretaña ha tratado de evitar una sistemática confrontación de las diferencias políticas con World Revolution y ha tratado de proseguir una política de desarrollo separado a través particularmente de grupos de discusión con criterios de participación extremadamente confusos cuyo único criterio claro era la exclusión de la CCI.
Según la carta de la CWO, este grupo ha participado en el Grupo de estudio de Sheffield junto con anarquistas, elementos de la Izquierda comunista y parásitos como Subversion y un ex miembro del CBG. Recientemente el grupo de estudio se habría transformado en reunión de formación de la CWO.
Esa no es la realidad: la CWO organizó el Grupo de estudio de Sheffield como un club sin criterios políticos claros sobre participación y propósitos y todo ello parece haber llevado a su defunción en una vía tan confusa como su origen.
La reunión de formación no ha cambiado demasiado respecto a su antecesor: ¿a quiénes se ha excluido? ¿a los parásitos, a los anarquistas, o sólo a aquellos que no quieren estudiar? En todo caso la no asistencia de la CCI continúa siendo la única condición existente. En la última reunión, aparentemente sobre la Izquierda comunista en Rusia, la CCI como organización fue específicamente no invitada aunque una camarada de la CCI fue invitada ¡pero sobre la base de que ella era la compañera de uno de los participantes más destacados del grupo!. Naturalmente, dado que los miembros de la CCI son responsables ante la organización y no van por libre, esta simpática invitación fue rechazada.
Pese a lo que la CWO dice en su carta, ninguna nueva invitación ha sido cursada a la CCI para participar en las reuniones de formación. Por ello, por lo que podemos conocer, esas reuniones no son un punto de referencia para la confrontación político-teórica en el medio político proletario sino un tinglado sectario donde la discusión es alimentada por las necesidades de la diplomacia y no por claros principios.
Es evidente que la CWO jamás ha admitido su política de desarrollo separado y que, por el contrario, clama, contra toda evidencia, que siempre ha mantenido una apertura hacia la CCI, restringida únicamente por contingentes dificultades geográficas.
Es cierto que desde la formación de una tendencia de la Izquierda comunista en Gran Bretaña, la CWO ha asistido a una docena de reuniones públicas de la CCI, pero el número de estas en los últimos 20 años asciende a varios cientos.
Desde que la CWO escribió su carta, la CCI ha celebrado reuniones públicas en Manchester y Londres sobre temas tales como las huelgas en Francia o la cuestión irlandesa, acerca de las cuales la CWO mantiene puntos de vista diferentes, y, sin embargo, la CWO no ha sido capaz de asistir a ninguna de ellas para defender su posición. Tampoco la CWO se preocupó de asistir a la reunión pública sobre la defensa de la organización revolucionaria celebrada en enero de 1996. En ese período la CWO ha tenido una reunión abierta en Sheffield sobre el tema Racismo, sexismo y comunismo y tanto su anuncio en Revolutionary Perspectives nº 3 en las librerías como su carta de comunicación a World Revolution llegó una semana después de su celebración.
La actitud sectaria de la CWO hacia la CCI no se explica por razones geográficas a no ser que creamos que internacionalistas como los miembros de la CWO son incapaces de recorrer las 37 millas que separan Sheffield de Manchester o las 169 que hay hasta Londres.
He aquí la verdadera razón. Según la CWO: “El debate es imposible con la CCI, como ocurrió en una reciente reunión pública en Manchester donde los camaradas no podían entender cualquier hecho, argumento o idea que no cupiera en su “marco”. Pero ese marco es puramente idealista y como declaró uno de nuestros camaradas consiste en las cuatro paredes de un manicomio” ([9]).
O sea: el debate es imposible con la CCI pero ¡es posible con izquierdistas, anarquistas y parásitos!
Es hora de que la CWO reconsidere su errática política sobre el reagrupamiento de los revolucionarios.
Según la carta de la CWO la polémica de la CCI es una muestra de sectarismo sin precedentes. Pero un crítica seria y profunda de una organización revolucionaria hacia otra que ponga en cuestión su posiciones erradas ¡no es sectarismo!. Las organizaciones revolucionarias tienen el deber de confrontar sus diferencias y eliminar si es posible las confusiones y la dispersión entre ellas para acelerar la unificación de las fuerzas revolucionarias en el futuro partido mundial del proletariado.
Lo que caracteriza al sectarismo es precisamente evitar esa confrontación, bien sea a través del aislamiento o a través de maniobras oportunistas con objeto de preservar la existencia separada de un grupo a toda costa.
Michael, agosto de 1996
[1] Es cierto que durante ese mismo período, los camaradas que iban a publicar World Revolution y que formarían la sección de la CCI en Gran Bretaña (y que procedían en parte del grupo consejista Solidarity, al igual que el grupo Revolutionary Perspectives) no eran claros sobre la naturaleza de la Revolución rusa. Pero los demás grupos constitutivos de la CCI, en particular Revolution international, habían defendido muy claramente su carácter proletario a lo largo de las conferencias y discusiones que se verificaron entonces.
[2] La carta de la CWO da la impresión de que la CCI ha inventado cosas para atacar a la CWO. ¡Pero eso no es necesario aunque quisiéramos! Durante años los errores de la CWO que han expresado su confusión organizativa y política han sido transparentemente claros.
[3] Ver el Programa del Partido comunista adoptado por la Unidad de militantes comunistas. Este programa que la UCM adoptó junto con Komala (una organización guerrillera vinculada al Partido democrático del Kurdistán) salió a la luz en mayo de 1982, 5 meses antes de la IVª Conferencia. Este programa se basaba a su vez en el que la UCM publicó en marzo de 1981 y fue presentado como contribución a la discusión de la IVª Conferencia.
[4] Ver las actas de la IVª Conferencia de los grupos de la Izquierda Comunista, septiembre 1982.
[5] Idem.
[6] World Revolution nº 60, mayo 1983.
[7] Workers Voice nº 64, enero/febrero 1993.
[8] Revista internacional nº 74, “El proletariado sigue siendo la clase revolucionaria”.
[9] Workers Voice, invierno de 1991-92.
Links
[1] https://es.internationalism.org/en/tag/acontecimientos-historicos/caos-de-los-balcanes
[2] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/china
[3] https://es.internationalism.org/en/tag/21/515/china-1928-1949-eslabon-de-la-guerra-imperialista
[4] https://es.internationalism.org/en/tag/21/516/cuestiones-de-organizacion
[5] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/primera-internacional
[6] https://es.internationalism.org/en/tag/21/365/el-comunismo-no-es-un-bello-ideal-sino-una-necesidad-material
[7] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/segunda-internacional
[8] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/francia
[9] https://es.internationalism.org/en/tag/noticias-y-actualidad/lucha-de-clases
[10] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/alemania
[11] https://es.internationalism.org/en/tag/21/367/revolucion-alemana
[12] https://es.internationalism.org/en/tag/historia-del-movimiento-obrero/1919-la-revolucion-alemana
[13] https://es.internationalism.org/en/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923
[14] https://es.internationalism.org/en/tag/3/51/partido-y-fraccion
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[16] https://es.internationalism.org/en/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria
[17] https://es.internationalism.org/en/tag/3/41/alienacion
[18] https://es.internationalism.org/en/tag/3/42/comunismo
[19] https://es.internationalism.org/files/es/v_alemania.pdf
[20] https://es.internationalism.org/en/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
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[25] https://es.internationalism.org/en/tag/21/377/polemica-en-el-medio-politico-sobre-agrupamiento
[26] https://es.internationalism.org/en/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos
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[29] https://es.internationalism.org/en/tag/5/574/franmasoneria
[30] https://es.internationalism.org/en/tag/acontecimientos-historicos/congreso-de-la-haya