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Rev. Internacional nº 117, 2º trimestre de 2004

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Conflictos imperialistas en Oriente Medio (II): La utilización del sionismo para sembrar la división en la clase obrera

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Al final del anterior artículo de esta serie (ver Revista Internacional nº 115), vimos cómo, al final de la Primera Guerra mundial, el desarrollo del nacionalismo sionista y su utilización por Gran Bretaña para combatir a sus rivales imperialistas en el dominio de Oriente Medio, introdujo un nuevo y creciente factor de inestabilidad en dicha región.

En este artículo vamos a analizar el papel cada vez más importante que tuvieron los nacionalismos sionista y árabe en Oriente Medio, tanto como peones de la compleja relación de fuerzas entre las grandes potencias imperialistas, pero también como instrumentos contra la amenaza que representó el proletariado en el período posterior a la Revolución rusa.

La utilización del sionismo para sembrar la división en la clase obrera

La clase capitalista, lo mismo que hicieron las anteriores clases dominantes, ha buscado siempre aprovechar y exacerbar las diferencias étnicas, culturales y religiosas en el seno de la clase obrera, aplicando el famoso “divide y vencerás”.

Sin embargo, es cierto que el capitalismo, en su periodo ascendente, si pudo integrar diferentes grupos religiosos y étnicos en la sociedad mediante la proletarización de gran parte de estas poblaciones, reduciendo así sustancialmente el peso de las divisiones raciales, étnicas y religiosas en la sociedad. El sionismo moderno está sin embargo marcado por el hecho de haber surgido al final del período ascendente del capitalismo, cuando ya se había acabado la etapa de formación de estados nacionales viables y ya no quedaba “Lebensraum”  (1) disponible para la formación de nuevas naciones, cuando la base de la supervivencia del capitalismo es la guerra y la destrucción.

En 1897, cuando el primer congreso sionista celebrado en Basilea reivindicó un territorio nacional para los judíos, el ala izquierda de la Segunda internacional empezaba ya a rechazar la formación de nuevas entidades territoriales diferenciadas.

En 1903, el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR), rechazó la existencia de una organización independiente y separada de los miembros judíos de su organización, y exigió que la organización judía entonces existente –el Bund– se fundiera con las organizaciones territoriales rusas del partido. El IIº Congreso del POSDR en 1903, no sólo puso esta cuestión de la existencia del Bund como primer punto de su orden del día –antes incluso que el debate sobre los estatutos–, sino que “rechazó como absolutamente inadmisible por principio, cualquier posibilidad de una relación federal entre el POSDR y el Bund”. En aquel momento, incluso el propio Bund rechazaba la formación de un “hogar nacional judío” en Palestina. Antes ya de la Primera  Guerra mundial, el ala izquierda de la Segunda internacional rechazaba pues tajantemente la formación de una nueva entidad nacional judía en Palestina.

El nacimiento del sionismo político surgió entonces al calor del aumento de la emigración judía hacia Oriente Medio, y sobre todo hacia Palestina. La primera gran oleada de colonos judíos llegó a Palestina huyendo de la represión y las persecuciones que tuvieron lugar en la Rusia zarista en 1882; la segunda oleada de refugiados salidos de Europa del Este llegó tras la derrota de las luchas revolucionarias que acontecieron en Rusia en 1905. En 1850 vivían en Palestina aproximadamente 12 mil ju­díos. En 1882 su número creció hasta los 35 mil pero en 1914 alcanzaban ya los 90 mil.

En ese momento Gran Bretaña ya maquinaba la utilización del sionismo como aliado privilegiado en la región, tanto contra sus rivales europeos (sobre todo Francia), pero también contra la burguesía árabe. Gran Bretaña se permitía incluso hacer promesas tanto a los sionistas como a la burguesía pan-árabe, aplicando abiertamente la estrategia del “divide y vencerás”, política ésta que la burguesía británica supo emplear con éxito en esta región hasta poco antes de la Segunda Guerra mundial. En plena Primera Guerra mundial, Gran Bretaña prometió, tanto a los sionistas como a los pioneros del nacionalismo pan-árabe, que a cambio de su apoyo a Gran Bretaña en la guerra, podrían adueñarse de Palestina. La Declaración Balfour de 1917 contenía efectivamente esta promesa a los sionistas, pero en ese mismo momento T.S. Lawrence (el famoso “Lawrence de Arabia”), enviado por el ministerio británico de Asuntos exteriores, realizaba esa misma promesa a los líderes tribales árabes a cambio de que desencadenaran una revuelta contra un imperio otomano que se desmoronaba.

En 1922, cuando Gran Bretaña asumió el “Mandato sobre Palestina” otorgado por la Sociedad de Naciones, residían allí 650 mil habitantes, de los cuales 560 mil eran musulmanes y cristianos, y sólo 85 mil judíos. Los sionistas pretendieron entonces aumentar cuanto antes la proporción de colonos judíos, aprovechando ese aflujo para sus intereses imperialistas, para lo que constituyeron un “Buró colonial” que promocionase la colonización judía de Palestina.

Pero el sionismo no fue únicamente un instrumento sumiso de los intereses británicos en Oriente Medio. También perseguía objetivos propios, su propio proyecto capitalista de expansión y de establecimiento de su propio Estado judío –un proyecto que en el capitalismo decadente sólo puede ser llevado a cabo a costa de sus rivales locales–, y que por tanto conlleva, inevitablemente, la guerra y la destrucción.

La aparición del sionismo moderno es pues una expresión típica de la decadencia del sistema capitalista. Es una ideología que no puede aplicarse sin recurrir a métodos militares. En otras palabras que un sionismo sin guerra, sin una militarización absoluta, sin exclusión, sin hostigamientos continuos, resulta verdaderamente inconcebible.

Así pues al apoyar la creación de una “patria para los judíos”, sus “protectores” británicos dieron vía libre a una limpieza étnica pura y dura, a la deportación forzosa de las poblaciones locales. Esta política de limpieza étnica ha sido y es una práctica habitual ampliamente utilizada en las guerras, convirtiéndose en un rasgo característico de la decadencia (2).

Aunque esta política de limpieza étnica y segregación no ha quedado limitada a los confines de lo que fuera el antiguo imperio otomano, lo bien cierto es que esta región ha sido uno de los focos donde más continua y más cruelmente se han puesto en práctica tales salvajadas. A lo largo del siglo XX, los Balcanes han sufrido una sucesión de limpiezas étnicas y masacres, todas ellas apoyadas o manipuladas por las potencias europeas y Estados Unidos. En Turquía, la clase dominante perpetró un brutal genocidio contra la población armenia, que se inició con el baño de sangre que el 1915, cuando tropas turcas pasaron por las armas a más de millón y medio de armenios, y continuando tras la Primera Guerra mundial. En la guerra greco-turca (marzo 1921-octubre 1922), cerca de 1,3 millones de griegos debieron abandonar Turquía, al mismo tiempo que 450 mil turcos eran expulsados de Grecia.

El proyecto sionista de establecimiento de su propia unidad territorial debía pues basarse necesariamente en la segregación, la división, la disputa, las expulsiones,... en resumen en el terror militar y la aniquilación, y todo ello mucho antes de la proclamación del Estado sionista en 1948.

El sionismo representa de hecho una forma particular de colonización basada no en la explotación de la fuerza de trabajo local, sino en su exclusión, en su deportación. Los trabajadores árabes no formaron parte de la “Comunidad  judía”, sino que fueron rigurosamente excluidos en aplicación de la consigna: “¡Tierra judía, trabajo judío, productos judíos!”.

Las normas del “Protectorado” británico obligaban a los colonos judíos a comprar las tierras a los propietarios árabes, en su gran mayoría ricos terratenientes que hacían de la tierra un objeto de especulación. Estos mismos se encargaban, si así lo pedían los nuevos dueños, de desalojar a los jornaleros y arrendatarios palestinos, por lo que muchos campesinos y trabajadores agrícolas perdieron no sólo sus tierras sino también sus trabajos. El establecimiento de los asentamientos judíos suponía pues para aquellos, no sólo el destierro sino igualmente verse arrojados a una terrible miseria. Una vez vendida la tierra a los colonos judíos, los sionistas prohibieron que pudiera ser vuelta a comprar por los no-judíos. Ya no se trataba únicamente de una propiedad privada judía, de una mercancía más, sino que se había convertido en territorio sionista que debía ser defendido militarmente como una conquista.

Los trabajadores árabes también resultaron excluidos en otras esferas de la economía. El sindicato sionista –Histadrut–, en estrecha colaboración con las demás organizaciones sionistas, hizo cuanto pudo para que los capitalistas judíos no contrataran trabajadores árabes. Así los trabajadores palestinos se veían enfrentados a un creciente número de emigrantes judíos que también buscaban trabajo.

El establecimiento de la “patria judía” que prometiese el “Protectorado” británico significó, pura y simplemente, continuas confrontaciones militares entre los sionistas y la burguesía árabe, un terreno sangriento al que fueron arrastrados la clase obrera y el campesinado.

Pero ¿qué posición adoptó la Internacional comunista (IC) frente a la situación imperialista en Oriente Medio y la formación de una “patria judía”?

La política de la Internacional comunista: un desastroso callejón sin salida

Como señaló Rosa Luxemburg durante la Primera Guerra mundial:

“En la era del imperialismo violento ya no puede haber guerras nacionales. Los intereses nacionales sirven únicamente para embrutecer a las masas obreras y empujarlas a que tomen las armas en defensa de su mortal enemigo: el imperialismo” (Borrador del Folleto de Junius, adoptado por la Liga Spartacus el 1º de Enero de 1916).

Cuando los trabajadores rusos tomaron el poder en Octubre de 1917, los bolcheviques intentaron atenuar la presión de la burguesía y sus ejércitos blancos sobre la clase obrera y ganarse el apoyo de las “masas oprimidas” de los países vecinos, mediante la consigna de la “autodeterminación nacional”, una posición del POSDR que ya había sido criticada por la corriente en torno a Rosa Luxemburg antes de la Primera Guerra mundial (ver artículos en nuestra Revista internacional nos 34, 37 y 42). Pero lejos de aliviar la presión de la burguesía y conseguir atraerse a las “masas oprimidas”, la política de los bolcheviques, tuvo, por el contrario, efectos desastrosos. Como, una vez más, escribió Rosa Luxemburgo en su folleto La Revolución rusa:

“Esta claro que Lenin y sus amigos esperaban que convirtiéndose en campeones de la libertad nacional -–hasta el punto de abogar por la ‘independencia’–, harían de Finlandia, Ucrania, Polonia, Lituania, los países bálticos, el Cáucaso, etcétera, fieles aliados de la Revolución rusa. Pero sucedió exactamente todo lo contrario. Una tras otra, estas ‘naciones’ utilizaron la libertad recientemente adquirida para aliarse con el imperialismo alemán como enemigos mortales de la Revolución rusa y, bajo la protección de Alemania, llevar al interior de la propia Rusia el estandarte de la contrarrevolución (...). En vez de prevenir al proletariado de los países limítrofes de que todas las formas de separatismo son simples trampas burguesas, no hicieron más que confundir con su consigna a las masas de esos países y entregarlas a la demagogia de las clases burguesas. Con esta reivindicación nacionalista produjeron la desintegración de la misma Rusia y pusieron en manos del enemigo el cuchillo que se hundiría en el corazón de la Revolución rusa” (Obras escogidas).

Cuando la oleada revolucionaria empezaba ya a declinar, el IIo Congreso de la Internacional comunista (Julio de 1920), comenzó a desarrollar una posición oportunista sobre la cuestión nacional, con la esperanza de conseguir el apoyo de los obreros y campesinos de los países coloniales. Aún entonces el apoyo a esos movimientos, pretendidamente “revolucionarios”, no era incondicional, sino que quedaba sujeto a ciertos criterios. El 5º párrafo del punto 11 de las “Tesis sobre la Cuestión nacional y colonial” adoptadas por dicho Congreso, subrayaba que:

“Es necesario combatir enérgicamente las tentativas de los movimientos de liberación –que no son en realidad comunistas ni revolucionarios–, por aparecer como comunistas. La Internacional comunista debe apoyar los movimientos revolucionarios en las colonias sólo con el propósito de agrupar a los elementos del futuro partido proletario (...) e instruirlos acerca de sus tareas específicas, es decir de su misión de combatir las tendencias burguesas democráticas en su propio país. La Internacional comunista debe entrar en relaciones temporales y formar uniones con los movimientos revolucionarios en los países atrasados y en las colonias, sin fusionarse jamás con ellos, y conservando siempre el carácter independiente del movimiento proletario, aunque éste se dé aún en formas embrionarias”.

En el siguiente párrafo se insiste en que:

“Es necesario desenmascarar incansablemente ante las masas laboriosas de todos los países y sobre todo de los países y naciones más atrasados, el engaño urdido por las potencias imperialistas con la complicidad de las clases privilegiadas de los países oprimidos, que apelan a la existencia de estados políticamente independientes pero que en realidad son vasallos desde el punto de vista económico, financiero y militar. Como ejemplo hiriente de los engaños perpetrados contra la clase trabajadora de los países sojuzgados por los esfuerzos combinados del imperialismo de los aliados y de la burguesía de tal o cual nación, podemos citar el asunto de los sionistas en Palestina (...) En la coyuntura internacional actual no hay más salida, para los pueblos débiles y sometidos, que en la Federación de Repúblicas Soviéticas” (3).

Pero conforme se acentuaba el aislamiento de la revolución en Rusia, la Internacional comunista y el Partido bolchevique fueron cayendo en un mayor oportunismo, y los criterios que se establecieran para discriminar los apoyos a ciertos “movimientos revolucionarios” fueron abandonados. En el IVo Congreso (noviembre de 1922), la Internacional adoptó la nefasta política del Frente único, postulando que:

“La tarea fundamental común de todos los movimientos nacional-revolucionarios es alcanzar la unidad nacional y lograr la independencia como Estado...” (“Tesis generales sobre la Cuestión de Oriente”, en “Los cuatro primeros congresos...” tomo II).

A pesar de la ardua batalla que en esos momentos libraba la Izquierda comunista, en torno sobre todo a Bordiga, contra esa política del Frente único, la Internacional comunista declaraba que:

“La negativa de los comunistas de las colonias a participar en la lucha contra la opresión imperialista bajo el pretexto de la ‘defensa’ de los intereses autónomos de clase, es la consecuencia de un oportunismo de la peor especie que no puede sino desacreditar a la revolución proletaria en Oriente” (ídem).

En realidad este curso oportunista ya se había puesto de manifiesto en el Congreso de los Pueblos de Oriente celebrado en Bakú en septiembre de 1920, poco después del IIº Congreso de la IC. Este Congreso se dedicó sobre todo a las minorías nacionales de los países colindantes con la sitiada república soviética, y donde el imperialismo británico buscaba aumentar su influencia y crear así nuevas bases para desencadenar más intervenciones militares contra Rusia.

“Como resultado de enormes y bárbaras matanzas, el imperialismo británico ha emergido como el único y omnipotente dueño de Europa y Asia” (“Manifiesto del Congreso de los Pueblos de Oriente”). Partiendo de un análisis erróneo: “el imperialismo británico ha dejado derrotados e inermes a todos sus rivales y se ha convertido en el todopoderoso amo de Europa y Asia”, la Internacional comunista subestimó, desgraciadamente, la nueva dimensión de las rivalidades interimperialistas, desatadas por la entrada del capitalismo en su etapa de decadencia.

¿No había mostrado acaso la Primera Guerra mundial que todos los países, grandes o pequeños, se habían convertido en imperialistas?. Y, sin embargo, el Congreso de Bakú se focalizó en la lucha contra el imperialismo británico:

“Gran Bretaña, el último gran predador imperialista que ha quedado en Europa, ha extendido sus negras alas sobre los países musulmanes de Oriente, e intenta hacer de los pueblos de Oriente sus esclavos y su botín. ¡Esclavitud! ¡Una espantosa esclavitud, ruina, opresión y explotación es lo que traerán los británicos a los pueblos del Este! ¡Liberaos pueblos de Orien­te!(...)¡Resistid y luchad contra el enemigo común: el imperialismo británico!” (ídem).

En la práctica, este apoyo a los movimientos “nacional-revolucionarios” y los llamamientos a la constitución de un “frente antiimperialista”, condujo a Rusia y a un Partido bolchevique cada vez más atrapado en el Estado ruso, a alianzas con movimientos nacionalistas.

Ya en Abril de 1920, Kemal Ataturk (4) presionó a Rusia para que formara una alianza antiimperialista con Turquía. Poco después del aplastamiento del levantamiento proletario de Kronstadt en marzo de 1921 y del estallido de la guerra greco-turca, Moscú firmó un tratado de amistad con Turquía. Tras muchas guerras entre ambos países, y por primera vez en la historia, un gobierno ruso respaldaba la existencia de Turquía como Estado nacional.

Los trabajadores y los campesinos palestinos fueron llevados igualmente a un callejón sin salida nacionalista:

“Consideramos el movimiento nacional árabe como una de las fuerzas esenciales de la lucha contra el colonialismo británico. Es nuestro deber hacer cuanto podamos para ayudar a este movimiento en su lucha contra el colonialismo”.

Al Partido Comunista de Palestina, fundado en 1922, se le ordenó apoyar a Haftí Amin Hussein que en 1922 se había convertido en muftí de Jerusalén y presidente del Consejo supremo musulmán, y una de las voces que más insistieron en la necesidad de proclamar un Estado palestino independiente.

Y lo que se aplicó en Turquía en 1922 se repetiría luego en Persia y en China en 1927. Esta política de la Internacional comunista llevó al desastre a la clase obrera, puesto que mediante su apoyo a las burguesías locales, la IC arrojaba a los trabajadores en los sanguinarios brazos de una burguesía a la que presentaba como “progresista”. La magnitud de este desprecio del internacionalismo proletario queda de manifiesto en este llamamiento de la Internacional comunista en 1931, cuando ya se había convertido en un mero instrumento del estalinismo en Rusia:

“Llamamos a todos a los comunistas a que luchen por la independencia y la unidad nacionales, no sólo dentro de los estrechos límites que el imperialismo y los intereses de los clanes familiares dominantes en cada país árabe han creado artificialmente, sino a desarrollar esta lucha en un amplio frente pan-árabe en pro de la unidad de todo Oriente”.

En el seno de la Internacional comunista se libró una lucha entre, por un lado, las concesiones oportunistas a los movimientos de “liberación nacional” y, por otro, la defensa del internacionalismo proletario, como se puso de manifiesto en la confrontación entre las diferentes delegaciones judías que asistieron al Congreso de Bakú.

Una delegación de “Judíos de las Montañas” expresaba esta posición contradictoria al declarar: “Sólo la victoria de los oprimidos sobre los opresores puede llevarnos a nuestro sagrado objetivo: la creación de una sociedad comunista judía en Palestina”. La delegación del Partido comunista judío (el Poale Sion, anteriormente vinculado al Bund judío) llamaba incluso a “construir, poblar, colonizar Palestina según principios comunistas”.

El Buró central de las Secciones judías del Partido comunista ruso se opuso enérgicamente a estas peligrosas ilusiones de establecer una comunidad judía en Palestina, y denunció cómo los sionistas utilizaban el proyecto judío para sus propios propósitos imperialistas. Contra la división entre trabajadores judíos y árabes, la Sección Judía del Partido comunista ruso subrayaba que:

“Ayudada por los servidores sionistas del imperialismo, la política británica quiere apartar del comunismo a una parte del proletariado judío, incitando en él sentimientos nacionalistas y simpatías por el sionismo. (...) Condenamos tajantemente también los intentos de ciertos grupos de izquierda socialista judía de amalgamar comunismo y adhesión a la ideología sionista. Esto es lo que vemos en el programa del llamado Partido comunista judío (Poale Sion). Creemos que entre quienes luchan por los derechos y los intereses del pueblo trabajador no tienen cabida grupos que mantienen, de una u otra forma, la ideología sionista, ocultando tras una máscara de comunismo, los apetitos nacionales de la burguesía judía. Estos usan consignas comunistas para reforzar la influencia de la burguesía en el proletariado. A lo largo de toda la historia del movimiento de las masas trabajadoras judías la ideología sionista ha sido extranjera al proletariado judío (...) Declaramos que las masas judías no esperan la posibilidad de su desarrollo social, económico y cultural en la creación de un “centro nacional” en Palestina, sino en el establecimiento de la dictadura del proletariado y la creación de repúblicas socialistas soviéticas en los países en los que viven” (Congreso de Bakú, septiembre de 1920).

Mientras se agudizaban las tensiones entre los colonos judíos y los trabajadores y campesinos palestinos, se acentuaba también la degeneración de la Internacional comunista progresivamente sometida al Estado ruso, y se intensificaba la separación entre una IC cada vez más estalinizada, y la Izquierda comunista, tanto sobre la cuestión palestina como, obviamente, sobre otros temas. Mientras la Internacional comunista llamaba a los trabajadores palestinos a apoyar a “su propia burguesía” contra el imperialismo, los comunistas de izquierda comprendían los efectos de la política británica (el “divide y vencerás”), así como las desastrosas consecuencias de la política de la Internacional comunista que llevaba a los obreros a un atolladero: “El capitalismo británico ha obrado para ocultar los antagonismos de clase. Los árabes sólo ven razas, amarilla o blanca, y consideran a los judíos como los protegidos de ésta última” (Proletarier, mayo de 1925, periódico del Partido comunista obrero alemán –KAPD–).

“Para un auténtico revolucionario no hay, por supuesto, ‘cuestión palestina’ alguna. Sólo puede existir una lucha de todos los explotados de Oriente Medio incluyendo a los trabajadores árabes y judíos, y esta lucha forma parte del combate general del conjunto de los explotados de todo el mundo por la revolución comunista”

(Bilan nº 31, 1936, boletín de la Fracción ialiana de la Izquierda comunista. En nuestra Revista Internacional nº 110: “La posición de los internacionalistas en los años 30”, hemos reeditado dos textos de Bilan – nº 30 y 31 – sobre estas cuestiones).

(Continuará)

D.

 NOTAS:

1) La necesidad de un “Lebensraum” (literalmente “espacio vital”) fue la justificación hitleriana de la expansión de la “raza” alemana hacia el Este, a las regiones ocupadas por los “subhumanos” eslavos.

2) Aplicando la “lógica” de la “limpieza étnica”, los germanos y los celtas deberían abandonar Europa y volverse a la India y al Asia Central de las que en su día partieron, y los latinoamericanos de origen español tendrían que retornar a la península Ibérica. Llevando a su extremo esta

absurda lógica Sudamérica debería expulsar a todos sus habitantes de origen europeo o cualquier otro y en Norteamérica deberían hacer lo mismo con la población negra proveniente de los esclavos africanos por no mencionar a los sucesores de los europeos que llegaron en el siglo xix. ¿No habría incluso que postular que el conjunto de la especie humana regresase a la cuna africana de la que un día empezó su emigración?

Desde la Segunda Guerra mundial asistimos a una imparable serie de desplazamientos en masa. En lo que antes fue Checoslovaquia, cerca de tres millones de personas de etnia alemana fueron expulsados. Los Balcanes se han convertido en un permanente laboratorio de limpiezas étnicas. La partición entre Pakistán e India en 1947 dio lugar al mayor desplazamiento de poblaciones de todos los tiempos, en ambos sentidos. En los años 1990, Ruanda ofreció una muestra especialmente sanguinaria de matanzas entre Hutus y Tutsis que acabó en la masacre de entre 300 mil y 1 millón de personas, en apenas tres meses.

3) Los cuatro primeros congresos de la Internacional comunista.

4) Kemal Ataturk nació en Salónica en 1881. Héroe militar de la Primera Guerra mundial por la resistencia victoriosa contra el ataque aliado en Gallipoli en 1915, organizó el Partido nacional republicano de Turquía en 1919, y derrocó al último sultán otomano. A continuación tuvo un papel destacado en la fundación de la primera República turca en 1923 tras la guerra contra Grecia, y siguió como presidente hasta su muerte en 1938. Bajo su gobierno el Estado turco rompió la hegemonía de las escuelas religiosas y emprendió un amplio programa de “europeización” que incluía la sustitución de la escritura árabe por la latina.

Geografía: 

  • Oriente Medio [1]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Anti-fascismo/racismo [2]

Cuestiones teóricas: 

  • Imperialismo [3]

Atentados de Madrid: el capitalismo siembra la muerte

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Jueves 11 de marzo, siete de la  mañana, estallan unas cuantas bombas en un barrio obrero de Madrid. Tan a ciegas como el 11 de septiembre, tan a ciegas como los bombardeos de la Segunda Guerra mundial o de Guernica, las bombas de la guerra capitalista han golpeado a una población civil indefensa. Las bombas se “dejaron” sin mayor miramiento matando a hombres, mujeres, niños, jóvenes, emigrantes incluidos algunos procedentes de países “musulmanes” o de otros cuyas familias –colmo de la desgracia– ni se atrevían a ir a identificar los cuerpos por miedo a que se les detuviera y expulsara a causa de su situación irregular.

Como cuando el ataque contra las Torres Gemelas, esta matanza ha sido un acto de guerra. Hay, sin embargo, una diferencia importante entre ambas: al contrario del 11 de septiembre, en donde el blanco era un gran símbolo de la potencia capitalista norteamericana (aunque también allí la intención evidente era matar al máximo para reforzar los efectos del horror y del terror), esta vez, en cambio, no se trató de un acto simbólico, sino de un golpe directo contra la población civil como si fuera partícipe de la guerra. El 11 de septiembre fue un acontecimiento de alcance mundial, una matanza sin precedentes en suelo norteamericano cuyas primeras víctimas fueron obreros y oficinistas neoyorquinos. Dio un pretexto al Estado norteamericano, que éste se fabricó de arriba abajo, dejando deliberadamente que se preparara y se perpetrara un atentado del que estaba perfectamente informado, para así iniciar un nuevo período en el despliegue y el uso de su potencial imperialista. Para llevar a cabo su “guerra contra el terrorismo”, Estados Unidos proclamó alto y fuerte que desde ahora en adelante golpearía solo, en cualquier parte del mundo, en defensa de sus intereses. El atentado del 11 de marzo no ha significado la apertura de un nuevo período, sino la normalización del horror. Ya no se trata de buscar un efectismo propagandístico atacando dianas con valor simbólico, sino golpear directamente la población obrera. En lo alto de los lujosos despachos de las Torres Gemelas murieron algunos patronos y gente poderosa, pero en los trenes de cercanías de Madrid no había ni uno a las siete de la mañana.

Denunciar los crímenes del nazismo y del estalinismo está en la onda. Lo que a muchos no les gusta recordar es que durante toda la Segunda Guerra mundial, las potencias democráticas bombardearon poblaciones civiles –y sobre todo población obrera– con el fin de sembrar el terror, incluso hacia el final de la guerra, asolar barrios obreros poniendo así fin a toda posibilidad de levantamiento proletario. Los bombardeos cada día más masivos, día y noche, de las ciudades alemanas al final de la guerra fueron ya otras tantas sentencias sin remisión contra la maloliente hipocresía de las declaraciones gubernamentales que denuncian en los demás lo que ellos hicieron sin vacilar (Irak, Chechenia, Kosovo son ejemplos recientes de otros tantos momentos en los que las rivalidades entre las grandes potencias transformaron en blanco a la población civil). Podría decirse que los terroristas que atacaron en Madrid han tenido buenos maestros (1).

En las elecciones que siguieron al atentado de Atocha, el gobierno de derechas de Aznar fue derrotado, contrariamente a todas las previsiones que se hacían antes del 11 marzo. Según la prensa, la victoria del socialista Zapatero estuvo sobre todo favorecida por dos factores: la participación mucho más importante que anteriormente de obreros y jóvenes, la profunda rabia contra las torpes maniobras del gobierno de Aznar para culpar de todo a la organización terrorista vasca ETA, procurando así que no apareciera por ningún lado el tema de la guerra en Irak.

Ya pusimos de relieve que, tras los atentados de las Torres Gemelas, en los barrios obreros de Nueva York se expresaron gestos espontáneos de solidaridad y de rechazo a la propaganda bélica y vengativa (2). Pero, al no poderse expresar de manera autónoma, esas reacciones de solidaridad no fueron suficientes para hacer surgir una acción de clase, pudiendo ser desviadas hacia un apoyo al movimiento pacifista contra la intervención en Irak. De igual modo, al votar contra Aznar, muchos han querido así oponerse a las vergonzosas manipulaciones intentadas por el gobierno, cuando, en realidad, el hecho mismo de votar es una victoria para la burguesía, al acreditar así la idea de que se puede “votar contra la guerra”.

¿Por qué ese crimen?

Para la clase obrera revolucionaria, comprender la realidad es imprescindible para cambiarla. Es pues una responsabilidad primordial de los comunistas analizar el acontecimiento, esforzarse al máximo en una comprensión que todo el proletariado revolucionario debe llevar a cabo si quiere llegar a ser capaz de oponer una verdadera resistencia que esté a la altura del peligro que lo amenaza y que la descomposición de la sociedad capitalista entraña.

El acto de terror en Madrid ha sido efectivamente un acto de guerra, pero se trata de una guerra de un nuevo tipo, en la que las bombas no van marcadas con la propiedad de tal país o interés imperialista particular. Lo primero que debemos plantearnos es: ¿A quién beneficia el crimen de Atocha?

Puede primero decirse – por una vez– que la burguesía norteamericana no parece haber tenido nada que ver con él. Si, en cierto modo, el atentado mismo parece dar crédito a la tesis central de la propaganda estadounidense de una “guerra mundial contra el terrorismo” en la que están implicados todos los Estados, en cambio desprestigia totalmente sus afirmaciones de que la situación en Irak estaría mejorando hasta el punto de poder entregar pronto el poder a un Estado iraquí debidamente constituido. Lo importante, sin embargo, es que la llegada al poder de la fracción socialista de la burguesía española pone en peligro los intereses estratégicos de Estados Unidos. En primer lugar, si España retira sus tropas de Irak, eso será un rudo golpe para EE.UU en el plano, no ya militar evidentemente, sino político y un golpe importante asestado a su pretensión de dirigir una “coalición de buenas voluntades” contra el terrorismo.

Los socialistas españoles forman el ala de la burguesía que siempre ha estado mucho más inclinada hacia Francia y Alemania y que quiere jugar la baza de la integración europea. Su llegada al poder ha abierto inmediatamente toda una serie de sigilosas entrevistas de las que resulta hoy difícil saber cuál será su resultado preciso. Al haber declarado que tras su victoria electoral serían retiradas de Irak las españolas, Zapatero dio enseguida marcha atrás para anunciar que las tropas permanecerían, pero a condición de que la ocupación de Irak pasara bajo mando de la ONU. En todo caso, se está poniendo en entredicho la participación de España en la coalición americana en Irak, y también su papel de caballo de Troya en Europa y en todo el juego de alianzas en el seno mismo de la Unión Europea. Hasta ahora, España, Polonia y Reino Unido –cada país por razones ­propias– han formado una coalición “proamericana” contra las ambiciones franco-alemanas de unir a los demás ­países europeos a su política de oposición a EE.UU Para Polonia, mandar ­tropas a Irak servía para granjearse el apoyo estadounidense contra las presiones de Alemania, en estos críticos momentos de la entrada de Polonia en la Unión Europea.

Se plantea pues ahora (en caso de que España abandone definitivamente la coalición norteamericana inclinándose hacia Europa con una orientación proalemana, lo cual es de lo más probable) saber si Polonia será lo suficientemente sólida para seguir oponiéndose a Alemania y Francia sin el apoyo de su aliado ­español. Las últimas declaraciones “privadas” –inmediatamente desmentidas, claro está– del Primer ministro polaco, según las cuáles EE.UU le “habría estafado” dejan la cuestión abierta.

Ha sido pues un duro golpe para EE.UU que puede así perder no solo un aliado en Irak –y hasta dos– sino y sobre todo, un punto de apoyo en Europa (3). Con la retirada de España y de Polonia, la capacidad de la burguesía estadounidense para hacer de gendarme del mundo podría quedar bastante debilitada.

EE.UU y la fracción de Aznar son los perdedores del atentado, pero ¿quiénes han salido ganando? Son evidentemente Francia y Alemania así como la fracción “prosocialista” de la burguesía española, más predispuesta a una alianza con esos dos países. ¿Podría imaginarse un montaje, mediante unos islamistas salafíes, de los servicios secretos franceses o españoles?

Empecemos quitando de en medio ese argumento según el cual “esas cosas no se hacen en democracia”. Ya hemos demostrado (4) cómo los servicios secretos pueden ser llevados a desempeñar un papel directo en los conflictos y los ajustes de cuentas en el interior de la burguesía nacional. El ejemplo del rapto y asesinato de Aldo Moro en Italia es de lo más edificante en ese plano. Presentado como un crimen cometido por los terroristas izquierdistas de las Brigadas rojas, el asesinato de Aldo Moro fue en realidad una labor de los servicios secretos italianos, ampliamente infiltrados en ese grupo: Aldo Moro fue matado por la fracción dominante y proamericana de la burguesía italiana porque proponía que el Partido comunista italiano (infeudado entonces a la URSS) participara en el gobierno (5). Sin embargo, intentar influir en los resultados de una elección, o sea en las reacciones de una parte importante de la población- poniendo bombas en un tren de cercanías es una operación de otras dimensiones que el asesinato de una única persona para eliminar a alguien inoportuno en el seno de la burguesía. Son demasiados incertidumbres e imponderables. Sobre todo porque el resultado esperado (la derrota del gobierno de Aznar, y su sustitución por un gobierno socialista) dependía en gran parte de la reacción del propio gobierno de Aznar: los especialistas electorales están de acuerdo para decir que el resultado de las elecciones se ha visto ampliamente influido por la increíble estupidez en los esfuerzos más y más desesperados del gobierno para culpar a ETA. Ahora bien se puede imaginar un resultado muy diferente si Aznar hubiera sabido aprovecharse del acontecimiento para intentar exaltar y reunir el electorado en un combate por la democracia y contra el terror. Además, los riesgos de una operación de tal envergadura eran muy importantes. Cuando se observa la incapacidad de la DGSE (espionaje) francesa para llevar a cabo operaciones de poco alcance sin hacerse notar (baste recordar el sabotaje del “Rainbow Warrior”, barco de Greenpeace, o el estrepitoso fracaso en el intento por recuperar a Ingrid Betancourt en la selva de Brasil) mal puede uno imaginarse que el gobierno francés se permitiera llevar a cabo semejante operación en un país europeo “amigo”.

¿Qué guerra?

Hemos dicho que el atentado de Atocha, al igual que el ataque contra las Torres Gemelas, ha sido un acto de guerra. Pero, ¿de qué guerra?. En el primer período de la decadencia del capitalismo, las guerras imperialistas aparecían claramente: la grandes carnicerías imperialistas de 1914 y 1939 enfrentaron a Estados de grandes potencias, con todo su arsenal nacional, militar, diplomático, ideológico. En el período de los bloques imperialistas (1945-89), los bloques rivales se enfrentaban por peones interpuestos, y ya era más difícil entonces identificar a los verdaderos comanditarios de unas guerras que a menudo se presentaban como “movimientos de liberación nacional”. Con la entrada del capitalismo en su fase de descomposición, hemos identificado varias tendencias que hoy aparecen enredadas en los atentados terroristas:

“– el aumento del terrorismo, de las capturas de rehenes como medio de guerra entre Estados, en detrimento de las “leyes” que el capitalismo se había dado en el pasado para “reglamentar” los conflictos entre fracciones de la clase dirigente ;

“– el aumento del nihilismo, del suicidio de los jóvenes, de la desesperanza, como así lo expresaba el “no future” de las revueltas urbanas en Gran Bretaña, del odio y de la xenofobia que animan a “skinheads” y “hooligans”, para quienes los encuentros deportivos son una ocasión de desahogarse y sembrar el terror ;

“– la imparable marea de la drogadicción, fenómeno hoy de masas, poderosa causa de la corrupción de los Estados y de los organismos financieros (...) ;

la profusión de sectas, el resurgir del espíritu religioso, incluso algunos países avanzados, el rechazo hacia un pensamiento racional, coherente, construido (...).”

Esas tesis fueron publicadas en 1990, cuando la utilización de los atentados (por ejemplo en los de Paris en 1986-87) se debían sobre todo a países de tercer o cuarto orden como Siria, Libia o Irán: el terrorismo era, por decirlo así, “la bomba atómica de los pobres”. Casi 15 años más tarde, veíamos en el terrorismo llamada “islamista” la aparición de un fenómeno nuevo: la disgregación de los propios Estados, la aparición de “señores de la guerra” que utilizaban a jóvenes kamikazes, cuya única perspectiva en la vida es la muerte, para avanzar sus intereses en el tablero internacional.

Sean cuales sean los detalles –que siguen permaneciendo oscuros- del atentado de Madrid, es evidente que está estrechamente relacionado con los acontecimientos y la ocupación norteamericana de Irak. Se podrá pensar que la obsesión de los comanditarios del atentado ha sido la de “castigar” a la población de los “cruzados” españoles por su participación en la ocupación de Irak. En cambio, la guerra de Irak dista hoy mucho de ser un simple movimiento de resistencia a la ocupación que habrían organizado unos cuantos irreductibles fieles a Sadam Husein. Al contrario, esta guerra está entrando en una nueva fase, la de una especie de guerra civil internacional que se extiende cual mancha de aceite por todo Oriente Medio. En Irak mismo, los enfrentamientos son cada vez más frecuentes no sólo entre la “resistencia” y las fuerzas norteamericanas, sino entre las diferentes facciones iraquíes (“sadamistas”, suníes de inspiración wahabí –la secta de la que se reivindica Osama Bin Laden–, chiíes, kurdos y hasta turcomanos). En Pakistán, se está desarrollando una guerra civil larvada, con el atentado contra una procesión chií (40 muertos) y la importante operación militar que en estos momentos está llevando a cabo el ejército paquistaní en Waziristán en la frontera afgana. En Afganistán, ninguna de las declaraciones tranquilizadoras sobre la consolidación del gobierno de Karzai podrá ocultar que el gobierno solo controla, y con dificul­tades, Kabul y sus alrededores, que la guerra civil sigue encrespada en toda la parte Sur. En Israel y Palestina, la ­situación va de mal en peor con la utilización por Hamás de jóvenes y hasta críos para transportar bombas. En Europa misma, han vuelto los conflictos entre albaneses y serbios en Kosovo, señal de que las guerras en la antigua Yugoslavia no se han acabado, sino que sólo quedaron más o menos ocultadas por la presencia masiva de los ejércitos de ocupación.

Ya no estamos aquí en presencia de una guerra imperialista “clásica”, sino de una disgregación general de la sociedad en bandas armadas. Podría hacerse la analogía con la situación en la China entre los siglos xix y xx. La fase de descomposición capitalista se caracteriza por el bloqueo en la relación de fuerzas entre la clase reaccionaria capitalista y la clase revolucionaria proletaria. La situación de China, por su parte, se caracterizó por el bloqueo entre, por un lado, la vieja clase dominante feudal-absolutista y la casta de mandarines, y, por otro, una burguesía ascendente, pero demasiado débil a causa de lo específico de su evolución, como para echar abajo el régimen imperial. Por eso, el Imperio chino se descompuso en múltiples feudos, dominado cada uno de ellos por su “señor de la guerra”, en conflictos sin tregua sin la menor racionalidad desde el punto de vista del desarrollo histórico.

Esa tendencia a la desintegración de la sociedad capitalista no va a frenar, ni mucho menos, la tendencia al reforzamiento del capitalismo de Estado, menos todavía a transformar a los Estados imperialistas en protectores de la sociedad. Contrariamente a lo que la clase dominante de los países desarrollados quiere hacernos creer –por ejemplo, cuando llama a la población española a las urnas “contra el terror” o “contra la guerra”– las grandes potencias no son en absoluto “baluartes” contra el terrorismo y la descomposición social. Son en realidad las principales responsables de todo ello. No olvidemos que el “Eje del Mal” de hoy – Bin Laden y demás siniestros personajes por el estilo– fueron los “combatientes de la libertad” contra “el Imperio del Mal” soviético de ayer, financiados y armados por el bloque occidental. Y eso no acaba ahí ni mucho menos: en Afganistán, EE.UU utilizó a los poco recomendables señores de la guerra de la Alianza del Norte, y en Irak, a los peshmergas kurdos. Contrariamente a lo que quisieran hacernos creer, el Estado capitalista se va a blindar cada vez más frente a las tendencias bélicas exteriores y las tendencias centrífugas interiores, y las potencias imperialistas –sean de primero, de segundo o de cualquier orden– no vacilarán nunca en usar en beneficio propio a los señores de la guerra o las bandas armadas terroristas.

La descomposición de la sociedad capitalista, por el hecho mismo de que la dominación del capitalismo sea mundial y por el dinamismo del sistema en la transformación de la sociedad, infinitamente superior al de otros tipos de sociedad anteriores, cobra aspectos mucho más terribles que en el pasado. Señalemos un solo aspecto aquí: la obsesión por la muerte que pesa abrumadoramente sobre las generaciones jóvenes. Le Monde del 26 de marzo cita a un psicólogo de Gaza : “la cuarta parte de los muchachos de más de 12 años tienen un único sueño: morir mártires “. El artículo sigue: “El kamikaze se ha hecho imagen respetada y en las calles de Gaza, hay niños que se disfrazan con correas de explosivos falsas imitando así a los mayores”.

Como escribíamos en 1990 (“Tesis sobre la descomposición”) :

“Es de la mayor importancia que el proletariado, y en su seno los revolucionarios, sean capaces de captar la amenaza mortal que la descomposición es para la sociedad entera. En un momento en el que las ilusiones pacifistas pueden desarrollarse a causa del alejamiento de una posible guerra generalizada, hay que combatir con el mayor ahínco toda tendencia en la clase obrera a buscar consuelos, a ocultarse la extrema gravedad de la situación mundial”.

Desde entonces, lamentablemente, este llamamiento ha quedado ampliamente incomprendido, cuando no tratado con desdén, entre las flacas fuerzas de la Izquierda comunista. Por eso iniciamos en este número de la Reviista internacional una serie de artículos sobre las bases marxistas de nuestro análisis de la descomposición.

Una clase de hienas

La burguesía española no ha sido directamente responsable de los atentados de Atocha. En cambio sí que se ha echado sobre los cadáveres de los proletarios cual bandada de zopilotes. Incluso en la muerte, los obreros han servido a la clase dominante para alimentar su maquinaria de propaganda por la nación y la democracia. A los gritos de “España unida jamás será vencida “, toda la clase burguesa, derechas e izquierdas juntas, ha utilizado la emoción provocada por los atentados para llevar a los obreros a unas urnas que muchos de ellos hubieran desdeñado en otras circunstancias. Independientemente de los resultados, la alta participación electoral ya es una victoria para la burguesía, pues significa que, al menos por ahora, una gran parte de los obreros españoles creen que hay que dejar al cuidado del Estado burgués su protección contra el terrorismo, y, para ello, tenían que defender la unión democrática de la nación española.

Más grave todavía, y más allá de la unidad nacional entorno a la defensa de la democracia, las diferentes fracciones de la burguesía española han querido usar los atentados para granjearse el apoyo de la población, y de la clase obrera, a sus opciones estratégicas e imperialistas. Al acusar, contra lo que pronto apareció como inverosímil, al separatismo vasco de ser el responsable, el gobierno de Aznar intentaba asociar al proletariado al fortalecimiento policiaco del Estado español. Al denunciar la responsabilidad del alistamiento de Aznar junto a Bush, y la presencia de tropas españolas en Irak, les socialistas han querido imponer otra opción estratégica, la de la alianza con el dúo franco-alemán.

Comprender la situación que genera la descomposición capitalista es pues algo de lo más necesario para el proletariado, si quiere volver a encontrar y defender su independencia de clase política frente a la propaganda burguesa que quiere transformar a los proletarios en simples “ciudadanos” tributarios del Estado democrático.

Las elecciones pasan, la crisis permanece

La burguesía se ha llevado una victoria con estas lecciones, pero no por ello va a atajar la crisis económica que golpea su sistema. Los ataques de hoy ya no sitúan únicamente a nivel de tal o cual empresa, o, incluso de tal cual industria, sino que afectan al proletariado entero. En este sentido, los ataques contra las pensiones y la seguridad social en todos los países europeos (y también en los Estados Unidos, donde se han ido al garete cantidad de sistemas de pensiones tras las catástrofes bursátiles como la de Enron) están creando una nueva situación a la que la clase obrera deberá responder. En el Informe sobre la lucha de clases publicado en esta Revista, exponemos cómo entendemos nosotros esa situación, que es el marco global en el que se basa nuestro análisis sobre las luchas.

Frente a la barbarie de la guerra y la descomposición social capitalista, la clase obrera mundial puede y debe ponerse a la altura de los peligros que la amenazan, no sólo en el plano de su resistencia inmediata a los ataques económicos, sino sobre todo en la compresión general y política de la amenaza mortal que el capitalismo hace planear sobre toda la especie humana. Como lo decía Rosa Luxemburg en 1915 “La paz mundial no puede ser mantenida por unos planes utópicos o básicamente reaccionarios, tales como unos tribunales internacionales de diplomáticos capitalistas, unas convenciones diplomáticas sobre el «desarme», (…) etc. No se podrá eliminar, ni siquiera frenar el imperialismo, el militarismo y la guerra mientras las clases capitalistas sigan ejerciendo su dominación de clase de manera incontestada: El único medio de resistirle con éxito y conservar la -paz mundial, es la capacidad de acción política del proletariado internacional y su voluntad revolucionaria de poner todo su peso en la balanza” (6).

Jens, 28/03/04

 1) Ver el artículo “Matanzas y crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional n° 66. Los demócratas que hoy denuncian los crímenes de Stalin no hacían tantos ascos durante la Segunda Guerra mundial cuando “el padrecito de los pueblos” les era un valioso aliado contra Hitler. Otro ejemplo mucho más cercano nos lo da el tan cristiano san Tony Blair, que acaba de visitar a eso otro tan conocido benefactor de la humanidad, Muammar el Gaddafi. Ya importa ahora poco que a éste se le haya considerado como responsable del monstruoso atentado de Lockerbie en Escocia, y menos todavía el carácter represivo y torturador de su régimen. En Libia hay mucho petróleo y una posibilidad para el Reino Unido de ocupar una posición estratégica en África del Norte, mediante acuerdos militares con el ejército libio.

2) Ver Revista international  n° 107.

3) Este artículo no es para analizar la configuración de las rivalidades entre las burguesías nacionales de la Unión Europea. Sin embargo, puede decirse que la reorientación del gobierno español también es un palo para los intereses de Gran Bretaña. No sólo pierde ésta su aliado contra Francia y Alemania, en los múltiples conflictos solapados que hay en el seno de la Unión Europea, sino que además su otro aliado, Polonia, se encuentra también debilitada tras la defección ibérica.

4) “¿Cómo está organizada la burguesía?”, en Revista internacional n° 76-77.

5) Puede también recordarse el atentado del 12 de diciembre de 1969 contra el Banco de Agricultura de Milán que provocó 15 muertos. La burguesía acusó inmediatamente a los anarquistas Para dar crédito a esa tesis, hicieron incluso “suicidarse” al anarquista Pino Pinelli (que había sido detenido justo después del atentado), haciéndolo “volar” por la ventana de la comisaría de Milán. En realidad, aunque claro está ninguna versión oficial lo confirmará nunca, el atentado fue ejecutado por fascistas vinculados a los servicios secretos italianos y norteamericanos.

6) Rosa Luxemburg, La crisis de la Socialdemocracia (Folleto de Junius), “Apéndice, Tesis sobre las tareas de la Socialdemocracia internacional”, Anagrama, 1976.

Geografía: 

  • España [4]

Cuestiones teóricas: 

  • Terrorismo [5]

El nacimiento del bolchevismo (II) - Trotsky contra Lenin

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En 1904, el imperio ruso se encontraba al borde de la revolución. La aparatosa maquinaria de guerra del Zar sufría una ­humillante derrota a manos del imperialismo japonés, mucho más dinámico. La debacle militar alimentaba el descontento de todas las capas de la población. En su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, Rosa Luxemburg narra cómo durante el verano de 1903, mientras el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR) celebraba su famoso IIº Congreso, el sur de Rusia se veía sacudido por una “gigantesca huelga general”. Y si la guerra supuso un paréntesis temporal al movimiento de la clase obrera, y durante algún tiempo fue la burguesía liberal la que cobró protagonismo con sus “banquetes de protesta” contra la guerra, a finales de 1904 el Cáucaso se vio nuevamente sacudido por huelgas masivas contra el desempleo. Rusia entera era un polvorín y la chispa que desataría el incendio no tardaría en encenderse: la masacre del Domingo sangriento en enero de 1905, cuando los obreros que suplicaban humildemente al Zar que aliviase sus espantosas condiciones de vida, fueron abatidos a cientos por los cosacos del “Padrecito del pueblo”.

Como mostramos en la primera parte del este artículo, el partido proletario, el POSDR, se enfrentaba a esta situación poco después de la grave escisión que les había dividido en dos fracciones: bolcheviques y mencheviques.

En su folleto Nuestras tareas políticas, Trotski ofrece su punto de vista sobre el IIº Congreso del POSDR, en el que había tenido lugar dicha escisión, calificándolo de “pesadilla” que había llevado al enfrentamiento de quienes antes eran camaradas, y que hizo que los revolucionarios marxistas se dedicaran a agrias polémicas sobre la organización interna del partido, sus reglas de funcionamiento y la composición de los órganos centrales, mientras la clase obrera se enfrentaba a la guerra, a la huelga de masas y a las manifestaciones en la calle. En dicho folleto Trotski carga la responsabilidad de esta situación al hombre con quien había trabajado estrechamente en el grupo de exiliados de Iskra, pero al que ahora califica como “el jefe del ala reaccionaria de nuestro partido” y desorganizador del POSDR; es decir Lenin.

Muchos obreros en Rusia se lamentaban del hecho de que el partido parecía estar perdido en querellas internas e incapaz de responder a las exigencias del momento, por lo que la realidad inmediata parecía darle la razón a Trotski. Pero con la distancia que da el paso de la historia podemos ver que, aunque cometiera importantes errores, era Lenin quien defendía la visión más avanzada del partido, la tendencia revolucionaria; mientras Trotski, así como otros destacados militantes, cayeron en una visión reaccionaria. En realidad, las cuestiones organizativas planteadas en la escisión no eran problemas abstractos sin relación alguna con las necesidades de la clase obrera, sino que tenían su origen en las cuestiones suscitadas por el levantamiento político y social que se desarrollaba en Rusia. Las huelgas de masas y los levantamientos obreros que sacudieron Rusia en 1905 eran los signos anunciadores de una nueva época en la historia del capitalismo y de la lucha del proletariado: el fin del período del capitalismo ascendente y la apertura de su período de decadencia (ver nuestro artículo: “1905: La huelga de masas abre el camino a la revolución proletaria” en Revista internacional nº 90), lo que exigía que la clase obrera superara sus formas de organización tradicionales adaptadas más bien a las luchas por reformas en el sistema capitalista, y que descubriera nuevas formas de organización capaces de unificar al conjunto de la clase obrera y de preparar la destrucción revolucionaria de ese sistema. En resumen, esta transición se manifestaba en el plano de las organizaciones de masas de la clase obrera en el paso de la forma sindical de organización a la forma del soviet que nació, precisamente, en 1905.

Pero este cambio profundo en las formas y los métodos de organización de la clase tenía igualmente implicaciones en las organizaciones políticas de la clase. Como intentamos demostrar en la primera parte de este artículo, la cuestión fundamental que se planteaba en el IIº Congreso del POSDR era la necesidad de prepararse para el período revolucionario que se avecinaba y rompiendo con el viejo modelo socialdemócrata de partido – un partido amplio que ponía énfasis en la “democracia” y en la lucha por mejorar las condiciones de la clase obrera en la sociedad capitalista – construyendo, en cambio, lo que Lenin llamaba un partido revolucionario de nuevo tipo, más cohesionado, más centralizado, armado de un programa socialista por el derrocamiento del capitalismo, compuesto por revolucionarios firmemente comprometidos.

En los dos artículos que continuarán esta serie entraremos más en detalle en esta cuestión abordando las polémicas que enfrentaron a Lenin por un lado, y por otro a Trotski y Rosa Luxemburg. En este período, como a lo largo de la mayor parte de su vida política, Lenin hubo de hacer frente a un amplio abanico de críticas en el movimiento obrero. No únicamente los dirigentes mencheviques como Martov, Axelrod, y más tarde Plejanov, le acusaron de comportarse, en el mejor de los casos, como Robespierre, y en el peor como Napoleón; no sólo los dirigentes más reconocidos de la socialdemocracia internacional, como Kautsky y Bebel, se pusieron instintivamente de parte de los mencheviques contra este advenedizo en cierta medida desconocido; sino que incluso aquellos que se situaban a la izquierda del movimiento obrero mundial – casos de Trotski y R. Luxemburg – profundamente influenciados ambos por el mar de fondo de la revolución rusa y que iban a realizar contribuciones fundamentales a la comprensión de los métodos y formas adecuadas al nuevo período, demostraron no comprender absolutamente nada del combate organizativo que emprendió Lenin.

A diferencia de muchos revolucionarios actuales, tanto Trotski como Luxemburg comprendían un aspecto muy importante de la cuestión, y es que entendían que la cuestión organizativa es una cuestión completamente política, y un tema que debía ser debatido entre los revolucionarios. Al publicar sus críticas a Lenin, ambos participaban en una confrontación de ideas intensa e importante a escala internacional. Es más, sus contribuciones a este debate nos han legado brillantes muestras de un análisis muy perspicaz, aunque los argumentos de estos dos militantes no dejaran de ser equivocados.

Trotski toma partido por los mencheviques

En su obra autobiográfica Mi vida, Trotsky narra cómo en 1902, llegaron a su lugar de exilio en Siberia, tanto el libro de Lenin, ¿Qué hacer?, como la publicación Iskra:

“Supimos que había sido fundado en el extranjero un periódico marxista, Iskra (La Chispa), cuya misión era servir de órgano central a los revolucionarios profesionales, unidos por la disciplina férrea de la acción”.

Fueron sobre todo estas expectativas las que le movieron a evadirse para tratar de encontrar al grupo de exiliados que publicaban este periódico. Se trataba de una decisión sumamente importante ya que debía abandonar a su esposa y sus dos pequeñas hijas (es verdad que su mujer era camarada del partido y estuvo de acuerdo con su partida), y aventurarse en un viaje sumamente arriesgado a través de las estepas de Rusia hasta Europa.

Trotski dice, cuando llega a Londres, donde vivían Lenin, Martov y Vera Zasulich: “me enamoré verdaderamente de Iskra”, y se puso inmediatamente a trabajar con ellos. El comité de redacción del Iskra contaba seis miembros: Lenin, Martov, Zasulich, Plejanov, Axelrod y Potressov. Lenin propuso rápidamente que Trotski se convirtiera en el séptimo miembro, en parte porque seis votos a veces hacían difícil la toma de decisiones, pero sobre todo porque entendía quizás que la vieja generación, sobre todo Zasulich y Axelrod, empezaban a convertirse en una traba para el progreso del partido y pretendía inyectar la pasión revolucionaria de la nueva generación. Esta proposición fue bloqueada por Plejanov que se opuso a ella, en gran parte, por motivos personales.

En el IIº Congreso del POSDR, Trotski se comportó como uno de los más coherentes valedores de la línea del Iskra, defendiéndola con toda firmeza – sobre todo las posiciones de Lenin – contra la oposición matizada o total de los militantes del Bund, de los economicistas o semieconomicistas. Sin embargo cuando acabó el congreso, Trotski se sumó en 1904 a las filas de los “antileninistas”, escribiendo dos de las polémicas más encarnizadas contra Lenin: el Informe de la delegación siberiana, y Nuestras tareas políticas, y se sumó a la “nueva Iskra”, donde se habían encastillado los mencheviques tras el cambio de chaqueta de Plejanov y la dimisión de Lenin de Iskra. Entremos ahora en las reflexiones de Trotski para comprender esta extraordinaria transformación.

Debemos recordar que la escisión no se originó por la famosa divergencia sobre los estatutos del partido, sino a partir de la propuesta hecha por Lenin de cambiar la composición del comité de redacción de Iskra. En Mi vida, Trotski confirma que ésta había sido la cuestión crucial:

“¿Cómo se explica que yo me pusiera en el congreso del lado de los ‘blandos’? Téngase en cuenta que me unían grandes vínculos a tres redactores: Martov, Zasulich y Axelrod. Estos tres influían en mí de un modo indiscutible. En el seno de la redacción se producían, antes del Congreso, diferentes matices de opinión, pero sin que llegaran nunca a manifestarse diferencias acusadas. Con quien menos afinidad tenía era con Plejanov, que no podía soportarme desde que había surgido entre nosotros la primera colisión, muy leve, a decir verdad. Lenin estaba conmigo en excelentes relaciones. Pero sobre él pesaba, a mis ojos, la responsabilidad de aquel atentado contra la redacción de un periódico que, a mi modo de ver, formaba una unidad y que tenía aquel nombre fascinador de Iskra. El solo hecho de pensar que pudiera malograrse aquella unión me parecía un crimen intolerable. En los movimientos revolucionarios el centralismo es un principio duro, imperioso, absorbente, que no pocas veces adopta formas despiadadas, contra personas y grupos enteros que ayer todavía luchaban a nuestro lado. No en vano en el vocabulario de Lenin abundan tanto las palabras ‘despiadado’ e ‘irreconciliable’. Esta crueldad sólo puede tener justificación cuando la imponen los altos ideales revolucionarios, exentos de todo interés mezquino, personal. En 1903 no había otra salida que eliminar de la redacción de Iskra a Axelrod y a Zasulich. Yo sentía por ellos no sólo respeto, sino simpatía. También Lenin les había tenido aprecio, en consideración a su pasado. Pero habiendo llegado al convencimiento de que eran un estorbo cada vez más molesto en la senda del provenir, sacó la conclusión lógica de esta premisa y creyó necesario separarlos del puesto directivo que ocupaban. Yo no podía avenirme a ello. Todo mi ser se rebelaba contra esta mutilación despiadada de viejos luchadores que habían llegado hasta el umbral de nuestro partido. Este sentimiento de indignación me hizo romper con Lenin en el segundo congreso. Su conducta me parecía intolerable, indignante, espantosa. Y, sin embargo, era políticamente acertada y, por consiguiente, necesaria para la organización. No había más remedio que romper con los viejos, que se obstinaban en seguir aferrados a la fase preparatoria. Lenin supo comprenderlo antes que nadie. Quiso ver si aún era posible retener a Plejanov, separándolo de los otros dos. Pero los hechos se encargaron de demostrar muy pronto que no podía ser.

“Me separé, pues, de Lenin por motivos que tenían mucho de ‘morales’ y hasta de personales. Sin embargo, aunque aparentemente fuese así, en el fondo la divergencia tenía una carácter político que se reflejaba en el campo organizativo.

“Yo me contaba entre los centralistas. Pero es indudable que por entonces no podía darme clara cuenta del centralismo severo e imperioso que había de reclamar un partido revolucionario creado para lanzar a millones de hombres a combatir a la vieja sociedad. Hay que tener en cuenta que había pasado los primeros años de mi juventud en la penumbra de la reacción, pues en Odessa había un retraso de un siglo; Lenin, en cambio, convivió en su juventud con el movimiento liberal de la Narodnaia Volia (Libertad del Pueblo). Quienes tenían unos cuantos años menos que yo se habían formado ya en un ambiente de progreso político. Al celebrarse el congreso de Londres, en el año 1903, la revolución tenía para mí, todavía, mucho de abstracción teórica. El centralismo leninista no surgía aún en mi cerebro de una concepción revolucionaria, clara y definitiva, a la que hubiera llegado por mi cuenta. Y si no me equivoco, mi vida intelectual ha estado presidida siempre, imperiosamente, por la tendencia a comprender por mi cuenta los problemas, sacando de ellos todas las consecuencias lógicas y necesarias” (Mi vida).

El peso del espíritu de círculo

En un pasaje del libro “Un paso adelante, dos pasos atrás”, que ya citamos en el anterior artículo de esta serie, a propósito de la diferencia entre el espíritu de partido y el espíritu de círculo, Lenin veía también a Iskra como un círculo, y aunque en ese círculo existiera una tendencia que defendía de manera clara y coherente el centralismo proletario, el peso de las diferencias personales, de la mentalidad de los exiliados, etc., era aún muy fuerte. Lenin era muy consciente de la “blandura” de Martov, de su tendencia a la vacilación, a la conciliación. Por su parte también Martov sabía de la intransigencia de Lenin que frecuentemente le incomodaba. Como todo esto no se planteaba en un terreno político daba lugar a numerosas tensiones y malentendidos. Plejanov, el padre del marxismo ruso, cuyas posturas estuvieron muy próximas a las de Lenin en multitud de cuestiones claves hasta el congreso, estaba muy preocupado por su reputación, pero al mismo tiempo se daba cuenta que empezaba a ser superado por una nueva generación (en la que figuraba Lenin). Por ello reaccionó contra la “intrusión” de Trotski en el círculo de Iskra, con tal hostilidad que todos la consideraron indigna de él. Pero ¿y Trotski? A pesar del respeto que éste sentía por Lenin, no hay que olvidar que había vivido en Londres en la misma casa en la que lo hacían Martov y Zasulich, y que sintió una amistad más fuerte aún hacia Axelrod en Zurich, al que incluso dedicó (“A mi querido maestro, Pavel Bortsovich Axelrod”) su libro Nuestras tareas políticas. Debido a esto “(se separó) pues de Lenin por motivos que tenían mucho de ‘morales’ y hasta de personales”. Si tomó partido por Martov y Cía. fue porque se sentía más amigo de ellos que de Lenin, y rehuía aparecer en el mismo bando que Plejanov dada la antipatía que éste le manifestaba. Y, quizás lo más importante: se dejó llevar por un sentimentalismo verdaderamente conservador hacia la “vieja guardia” que había servido al movimiento revolucionario en Rusia durante muchísimo tiempo. De hecho su reacción personal contra Lenin en aquel momento fue tan extrema que muchos se sorprendieron de la rudeza y la falta de camaradería que aparecía en el tono de sus polémicas con Lenin (en su biografía de Trotski, Deutscher cuenta que los lectores de Iskra en Rusia, en el momento en que los mencheviques controlaban el periódico, protestaron enérgicamente contra el tono de las diatribas que Trotski dirigió contra Lenin).

Pero señala al mismo tiempo: “en el fondo la divergencia tenía un carácter político que se reflejaba en el campo organizativo”. Dicha así, esta formulación sigue quedando ambigua ya que induce a pensar que “el campo organizativo” no deja de ser algo secundario, cuando en realidad la preponderancia de los vínculos personales y de los antagonismos de los antiguos círculos constituían, precisamente, el problema político que Lenin quiso plantear cuando defendió el espíritu de partido. En definitiva todas las polémicas de Trotski en 1904 responden al mismo guión: presentan algunas divergencias políticas muy generales, para concentrarse de inmediato en las cuestiones relativas a los métodos organizativos, o a las relaciones entre la organización revolucionaria y la clase obrera en su conjunto.

En el Informe de la delegación siberiana, Trotski plantea de entrada la principal cuestión organizativa y al mismo tiempo demuestra no haber comprendido lo que se jugaba el congreso, puesto que insiste en que “el Congreso registra, controla, pero no es un creador”, lo que indica que por mucho que Trotski afirme que el partido “no sea la suma aritmética de los comités locales” y que “es un todo orgánico” (Ibíd.), no ve al Congreso como la más alta, y más concreta expresión de la unidad del partido. Lenin, por su parte, escribe en Un paso adelante, dos pasos atrás:

“En el momento del restablecimiento de la verdadera unidad del Partido, y de la disolución en esta unidad de los círculos que ya cumplieron su papel, esto debe culminarse necesariamente en el congreso del Partido, instancia suprema de éste”.

Y además:

“La controversia se centra pues es la disyuntiva ¿espíritu de círculo o espíritu de partido? Limitación de los derechos de los delegados para el Congreso para salvaguardar los derechos y los reglamentos imaginarios de todo tipo de compadreos o círculos o bien la disolución completa, y no solo de boquilla sino efectiva, ante el congreso, de todas las instancias inferiores, de las antiguas capillas...”.

O sea que cuando se acusaba a Lenin de tener concepciones centralistas, de su supuesto deseo de concentrar todo el poder en manos de un comité central sin mandato alguno o incluso en sus propias manos, de querer convertirse en el Robespierre de la futura revolución, etc. resulta que Lenin defiende con meridiana claridad que, en un partido revolucionario del proletariado, la instancia suprema sólo puede ser el congreso, el verdadero centro, al que quedaban subordinadas las demás partes de la organización, sea el comité central o las organizaciones locales, y esto lo postula frente a las visiones “democratistas” para las que el congreso no debía ser más que una especie de “junta” de representantes de las secciones locales con un mandato imperativo, lo que implica que estos deben limitarse a ser simples portavoces de sus secciones. Esto es lo que denunció Lenin como revuelta anarquista de los mencheviques que se negaban a plegarse a las decisiones del Congreso.

Trotski lleva razón cuando reconoce que en el momento del Congreso, él no había acabado de comprender la cuestión de la centralización. Esto también se aprecia en otro tema, como es la vieja pelea entre Iskra y los economicistas. En el Informe de la delegación siberiana Trotski utiliza el argumento de que muchos bolcheviques eran en realidad antiguos economicistas que se habían cambiado de bando adoptando concepciones ultra centralistas, repitiendo como cotorras los “proyectos” organizativos de Lenin (en ese momento Trotski veía a Lenin como el único y verdadero “cerebro” de una mayoría que le sigue como borregos, mientras que la minoría, es decir los mencheviques a los que Trotski se había unido, defendían el verdadero espíritu crítico). Pero esta falacia es completamente opuesta a la realidad. Si al principio del congreso los mencheviques estaban todos alineados con Lenin contra los economicistas, luego cambiaron de chaqueta e hicieron suyas las críticas de los economicistas (Martinov, Akimov y sus acólitos) a Lenin; incluso la idea de que la visión de Lenin sobre el partido preparaba el terreno a una dictadura sobre el proletariado (de hecho Martinov volvió al redil una vez Lenin hubo dimitido de Iskra). De igual modo que los economicistas defendían la idea de que debía ser la burguesía quien asumiera la revolución política contra el zarismo mientras que los socialdemócratas debían encargarse de la lucha cotidiana de la clase obrera por sus necesidades inmediatas, destacados dirigentes mencheviques como Dan o Zasulich, empezaron en 1904 a defender cada vez más abiertamente que había que aliarse con la burguesía en la futura revolución. Incluso el propio Trotski –que muy pronto rompería con los mencheviques a propósito de esta cuestión, formulando su teoría de la revolución permanente según la cual incluso en la revolución rusa que se avecinaba el papel dirigente le correspondería al proletariado– al tomar parte por los mencheviques en 1903-1904, asumió inicialmente la defensa de estas posiciones economicistas.

Todo esto se ve con bastante claridad en ambos textos, en los que Trotski dedica páginas enteras a ironizar sobre el tiempo perdido en discutir minuciosamente de detalles organizativos, mientras las masas en Rusia iban a plantearse cuestiones tan candentes como las huelgas y las manifestaciones de masas. Como hiciera Axelrod, Trotski se dedica a ridiculizar la tesis de Lenin de la existencia de un oportunismo sobre cuestiones organizativas:

“Como nuestro intrépido polemista no se atreve a incluir a Axelrod y a Martov en la categoría de los oportunistas en general (lo que sería de agradecer en aras a la claridad y la simplificación), crea para ellos la calificación de ‘oportunismo en materia de organización’. Esto es el ‘coco’ con el que se asusta a los niños... ¡Oportunismo en materia de organización! ¡Girondismo en la cuestión de la cooptación por dos tercios cuando falta un voto motivado! ¡Jauresismo en cuanto al derecho del Comité central de poder fijar la ubicación de la administración de la Liga!...”

Más allá de los sarcasmos, esta argumentación representa en realidad un deslizamiento hacia el economicismo ya que minimiza el papel específico y la necesidad de la organización política, y de su forma de organizarse, lo cual es una cuestión política que no es posible eludir ni diluir en consideraciones sobre la lucha de clases en general. Las cuestiones organizativas también son cuestiones de principios y, bajo la presión de la ideología burguesa, pueden verse sometidas a interpretaciones oportunistas.

El retorno al economicismo

De hecho los textos de Trotski ponen abiertamente en entredicho el trabajo de Iskra que antes tanto le atrajera, es decir su reivindicación de un partido centralizado con reglas formales de funcionamiento, su denodado esfuerzo por erradicar del movimiento revolucionario las confusiones sobre el terrorismo, el populismo, el economicismo y otras formas de oportunismo. Trotski veía en ese momento a los economicistas como militantes que, desde luego, habían cometido errores pero que, por lo menos, tenían una práctica real en la clase, mientras Iskra se preocupaba en cambio por ganar a la intelectualidad para el marxismo, mediante vagas “proclamas” o centrándose casi exclusivamente en la difusión de la prensa.

Antes del Congreso, Trotski señalaba que:

“la organización oscila entre dos tipos: se concibe tan pronto como una aparato técnico dedicado a difundir masivamente la literatura editada tanto en el lugar como en el extranjero, y por otro lado también una “palanca” capaz de impulsar a las masas en un movimiento finalizado, es decir desarrollar en ellas las capacidades preexistentes de actividad autónoma. La organización ‘artesanal’ de los economicistas era particularmente cercana a este segundo tipo. Buena o mala, ella contribuirá directamente a disciplinar y a unir a los obreros en el marco de la lucha ‘económica’, es decir esencialmente huelguística”.

Trotski elude así el problema fundamental de tal concepción que es reducir la organización revolucionaria a un organismo de tipo sindical. Poco importa si se trata de una buena o una mala organización, ya que evidentemente la clase obrera necesita desarrollar organizaciones generales para luchar por defenderse contra el capital. El problema es que, por su propia naturaleza, la minoría revolucionaria no puede desempeñar ese papel y si trata de hacerlo, abandonaría su papel central de dirección política del movimiento.

Pero Iskra, insiste Trotski en su texto, a diferencia de los economicistas, no estaba presente en el movimiento:

“La verdad es que ahora, por primera vez el partido al menos se aproxima al proletariado. En la etapa del ‘economicismo’, el trabajo estaba dirigido hacia el proletariado, pero, esencialmente, no se trataba de un trabajo político socialdemócrata. Durante la etapa de Iskra, el trabajo toma un carácter socialdemócrata, pero no se dirige directamente hacia el proletariado”.

En otras palabras, que el objetivo principal de Iskra no era la intervención en las luchas inmediatas de la clase obrera sino las polémicas entre intelectuales. Trotski recomienda pues a sus lectores reconocer las limitaciones históricas de Iskra:

“No basta con reconocer los méritos históricos de Iskra, y menos aún enumerar sus afirmaciones erróneas o ambiguas. Hay que ver más allá. Hay que comprender el carácter históricamente limitado del papel que ha jugado Iskra. Ha contribuido mucho al proceso de diferenciación de los intelectuales revolucionarios, pero al mismo tiempo ha dificultado su libre desarrollo. Los debates de salón, las polémicas literarias, las disputas intelectuales alrededor de una taza de té, todo eso ha sido traducido por Iskra a programa político. De forma materialista ha encaminado multitud de afinidades filosóficas y teóricas hacia unos intereses de clase determinados, y empleando este método ‘sectario’ de diferenciación ha sido como ha conseguido, efectivamente, conquistar para el proletariado a una parte muy importante de la intelectualidad; y finalmente ha consolidado su ‘botín’ a través de las distintas resoluciones del IIº Congreso en materia de programa, táctica y organización”.

Las referencias de Trotski a “los debates de salón”, y a las “disputas de intelectuales alrededor de una taza de té” le ponen en evidencia en su momentánea conversión a una visión marcada por una desconfianza inmediatista, activista y obrerista frente a las tareas de la organización política. Al valorar por igual a Iskra y a los economicistas, viéndolos simplemente como dos momentos de la historia del partido, está subestimando en realidad el papel decisivo que tuvo Iskra en la lucha por una organización revolucionaria capaz de desempeñar un papel dirigente en las luchas masivas de la clase obrera, un papel dirigente y no únicamente “asistente” de los movimientos huelguísticos.

Más que una simple observación sobre la composición sociológica de Iskra o un coqueteo con el obrerismo, esta visión está ligada a una teoría que viene de lejos: la noción según la cual la vanguardia política representa esencialmente a los intelectuales que tratan de aprovecharse de la clase obrera. Evidentemente el momento culminante de esta visión se dio en la crítica consejista al bolchevismo tras la derrota de la revolución rusa, pero sus antecedentes son las ideas del “querido maestro” de Trotski, Axelrod, que defendía que la reivindicación de un funcionamiento ultra centralista por parte de Lenin mostraba en realidad que los bolcheviques serían expresión de la burguesía rusa, puesto que ésta tendría también necesidad de un fuerte centralismo para llevar adelante sus tareas políticas.

Trotski y el sustitucionismo

La reinterpretación por parte de Trotski de la verdadera contribución de Iskra, tiene también mucho que ver con sus críticas al supuesto sustitucionismo y jacobinismo de Iskra y que ocupan una gran parte de la obra Nuestras tareas políticas. Según el punto de vista de Trotski, toda la concepción política de Iskra, la insistencia de ésta en las polémicas políticas contra las falsas corrientes revolucionarias, partía de la base de que Iskra pretendía actuar en nombre del proletariado:

“Pero ¿cómo explicarse que el pensamiento ‘sustitucionista’ – en lugar del proletariado – practicado en sus formas más variadas (...) durante la etapa de Iskra no haya suscitado (o apenas lo ha hecho) la autocrítica en las filas de los propios ‘iskristas’? Este hecho se explica por lo que se ha expuesto en las páginas precedentes: sobre todo el trabajo de Iskra ha pesado la tarea de batirse en pro del proletariado, por sus principios, por su objetivo final – en los ambientes de los intelectuales revolucionarios”.

En Nuestras tareas políticas es donde Trotski escribe la célebre frase ‘profética’ sobre el sustitucionismo:

“En la política interna del partido, estos métodos conducen como veremos más adelante a que el aparato del partido sustituya al partido, el comité central al aparato, y finalmente al dictador a sustituir al comité central”.

Aquí, según reseñaría Deutscher en su libro El profeta armado, Trotski parece intuir la futura degeneración del partido bolchevique. Trotski muestra también esa percepción cuando subraya el peligro del sustitucionismo respecto al conjunto de la clase obrera en la futura revolución (peligro al que él también sucumbió, e incluso mucho más que Lenin en ciertos momentos):

“Las tareas del nuevo régimen serán tan sumamente complejas que no podrán ser resueltas más que por una confrontación entre diferentes modelos de construcción económica y política, a través de largas ‘disputas’, mediante una lucha sistemática no sólo entre diferentes corrientes en el seno del socialismo, corrientes éstas que emergerán inevitablemente cuando la dictadura del proletariado planteará decenas de nuevos problemas. Ninguna organización ‘dominante’ fuerte será capaz de suprimir tales corrientes y tales controversias (...). Un proletariado capaz de ejercer su dictadura sobre la sociedad no tolerará ninguna dictadura sobre sí mismo”.

Trotski también realizó críticas válidas a la analogía que planteaba Lenin en el libro ¿Qué hacer? entre los revolucionarios proletarios y los jacobinos, mostrando las diferencias esenciales que existen entre las revoluciones burguesas y la revolución proletaria. Además muestra que al polemizar con los economicistas que veían la conciencia de clase como un simple reflejo o un producto pasivo de la lucha inmediata, Lenin había recurrido a la “idea absurda” de Kautsky de que la conciencia socialista tendría su origen en la intelectualidad burguesa. Habida cuenta de que sobre muchas de estas cuestiones Lenin admitió haber “torcido la barra” en su ataque al economicismo y el localismo organizativo, no resulta sorprendente que ciertas polémicas de Trotski muestren una gran perspicacia y sean contribuciones teóricas que pueden ser útiles incluso hoy.

Pero sí sería un error, como hacen los consejistas, tratar esta visión fuera de su contexto global, ya que se trataba de una argumentación, en esencia errónea, que ponía de manifiesto la incapacidad de Trotski para comprender lo que se jugaba verdaderamente en este debate.

En cuanto a las intuiciones de Trotski sobre el sustitucionismo en particular, debemos tener presente ante todo que él partía de la idea de que la lucha que llevaba Lenin por la centralización estaba motivada no por un combate por los principios sino por un “afán de poder” maquiavélico por parte de éste, e interpretaba pues todas las acciones y las propuestas de Lenin durante el Congreso como partes de una gran maniobra destinada a garantizarse su dictadura única sobre el partido y, quizás, sobre el conjunto de la clase.

La segunda debilidad de la crítica que hace Trotski al sustitucionismo es que no ve las raíces de éste en la presión general de la ideología burguesa que puede afectar al proletariado lo mismo que a la pequeña burguesía intelectual. Por el contrario se apoya en un análisis sociológico y obrerista según el cual las razones del fracaso de Iskra residirían en que estaba compuesta fundamentalmente de intelectuales, y que orientaba la mayor parte de su actividad hacia los intelectuales. Y, en último lugar pero no por ello menos importante, si bien es cierto que el sustitucionismo se convertiría en un peligro real, tanto en la teoría como en la práctica, a causa del aislamiento y declive de la revolución rusa, en cambio, en vísperas de 1905, en pleno auge de la marea de la lucha de clases, no era, ni mucho menos, el peligro principal. El verdadero peligro que fue denunciado en el IIº Congreso, y que iba a ser el obstáculo principal al desarrollo del movimiento revolucionario en Rusia, no era que el partido actuara sustituyendo a las masas obreras; sino la subestimación del papel diferenciado del partido (algo intrínseco a la visión de economicistas y mencheviques), que impedía la formación de un partido capaz de desempeñar su función en los levantamientos sociales y políticos que se avecinaban. En ese sentido, las advertencias de Trotski sobre el sustitucionismo suponen una falsa alarma.

En cierta medida se puede comparar con la fase de la lucha de clases que se abrió en 1968. Durante todo este período, caracterizado por una curva ascendente de la lucha de clases y la debilidad extrema de las minorías revolucionarias, el mayor peligro para el movimiento de la clase obrera no es que las minorías revolucionarias violen, por decirlo de alguna forma, la virginidad de la clase obrera; sino y sobre todo que el proletariado se lance a enfrentamientos masivos contra el Estado burgués, en un contexto en que la organización revolucionaria es demasiado pequeña y está demasiado aislada para poder influir en el curso de los acontecimientos. Por esta razón la CCI ha defendido, desde mediados de los años 80, que el principal peligro no viene del sustitucionismo sino del consejismo; no la exageración del papel y las capacidades del partido sino su subestimación o su negligencia.

El flirteo de Trotski con los mencheviques en 1903, fue un error y condujo a una ruptura entre Lenin y él que duraría hasta los prolegómenos de la revolución de Octubre. Sin embargo, poco iba a durar ese coqueteo. A finales de 1904 Trotski se enfrentó a los mencheviques sobre todo a propósito del análisis de la inminente revolución, pues Trotski jamás pudo aceptar la visión de que la clase obrera debía subordinar su lucha a las necesidades de la burguesía liberal. El carácter fundamentalmente proletario de la respuesta de Trotski se confirmaría durante los acontecimientos de 1905 durante los cuales él desempeñó un papel absolutamente crucial como presidente del Soviet de Petrogrado. Pero aún más importantes, si cabe, son las conclusiones teóricas que sacó de esta experiencia, en particular, la teoría de la revolución permanente y la clarificación del papel histórico de la forma organizativa de los Soviets como organización de la clase.

Trotski se unió a Lenin y al partido bolchevique en 1917 y reconoció, como vimos, que Lenin llevaba razón en 1903 sobre la cuestión de la organización. Sin embargo jamás reexaminó a fondo sobre esta cuestión ni, sobre todo, los errores contenidos en estas dos importantes contribuciones (nos referimos al Informe de la delegación siberiana y a Nuestras tareas políticas) que hemos analizado.

Pero a pesar de la importancia que le dio a estos problemas organizativos continuó subestimándolos a lo largo de toda su vida política posterior, contrariamente a lo que hicieron otras corrientes de oposición al estalinismo, como, por ejemplo, la Izquierda italiana. Con la distancia que da el paso de la historia, el examen de estos desacuerdos puede todavía aleccionarnos mucho no sólo sobre las cuestiones que se discutieron, sino cómo llevar a cabo estas polémicas entre verdaderos representantes del pensamiento marxista, para que se abra paso una clarificación que vaya más allá de las contribuciones individuales de los propios pensadores. Como veremos en el próximo artículo de esta serie, esto también se pudo ver en el debate que sobre cuestiones organizativas mantuvieron Lenin y Rosa Luxemburg.

Amos

 

Series: 

  • El nacimiento del bolchevismo [6]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1903 - fundación del partido bolchevique [7]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [8]

Entender la descomposición: las raices marxistas de la noción de descomposición

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La actitud más caricaturesca es probablemente la del Partido comunista internacional (PCI, que publica Le Prolétaire e Il Comunista). Así es como en un folleto recientemente publicado, Le Courant communiste international: à contre-courant du marxisme et de la lutte de classe (la CCI a contracorriente del marxismo y de la lucha de clases), esta organización evoca nuestro análisis sobre la descomposición en estos términos: “Tampoco haremos aquí la critica en regla de esa teoría brumosa, contentándonos con señalar sus hallazgos que rompen con el marxismo y el materialismo”. Y aquí se acaba todo lo que el PCI tiene que decir con respecto a nuestro análisis, cuando por otra parte dedica setenta páginas a la polémica con nuestra organización.

Para una organización que pretende defender intereses históricos de la clase obrera, es sin embargo una responsabilidad de primer orden el esfuerzo de reflexión teórica para clarificar las condiciones de su lucha y criticar los análisis de la sociedad que considera falsos, en particular cuando estos los defienden otras organizaciones revolucionarias (1).

El proletariado y sus minorías de vanguardia necesitan ante todo un marco global de comprensión de la situación. Sin él están condenadas a ser incapaces de responder a los acontecimientos sino es de forma empírica, condenadas a ser zarandeadas por ellos.

Por su parte, la Communist Worker’s Organisation (CWO), rama británica del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) ha abordado en tres artículos de sus publicaciones (2) nuestro análisis sobre la descomposición del capitalismo. Ya comentaremos más lejos los argumentos precisos avanzados por la CWO. Señalemos de momento que la crítica principal hecha en esos textos a nuestro análisis sobre la descomposición es que estaría fuera del ámbito marxista.

Frente a juicios como ése (que la CWO no es la única en enunciar) consideramos necesario poner de relieve las raíces marxistas de la noción de descomposición del capitalismo y precisar y desarrollar ciertos aspectos e implicaciones. Por eso empezamos aquí la redacción de una serie de artículos titulados “Entender la descomposición”, en continuidad con lo que redactamos hace años y que se titulaba “Entender la decadencia del capitalismo” (3), al no ser la descomposición en fin de cuentas sino un fenómeno de la decadencia, que no puede entenderse separada de ésta.

La descomposición fenómeno de la decadencia del capitalismo

El método marxista nos da un marco materialista e histórico que permite caracterizar las fases de la vida del capitalismo, tanto en su periodo ascendente como en el de su decadencia.

“De hecho, del mismo modo que el capitalismo conoce diferentes períodos en su recorrido histórico – nacimiento, ascendencia, decadencia –, cada uno de esos períodos contiene también sus distintas fases. Por ejemplo, el período de ascendencia tuvo las fases sucesivas del libre mercado, de la sociedad por acciones, del monopolio, del capital financiero, de las conquistas coloniales, del establecimiento del mercado mundial. Del mismo modo, el período de decadencia ha tenido también su historia: imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado, crisis permanente y, hoy, descomposición. Se trata de diferentes expresiones sucesivas de la vida del capitalismo; esas expresiones quizás ya existían en la fase anterior, quizás se mantenían en la siguiente, pero son, sin embargo, lo característico de una fase determinada de la vida del capitalismo” (4).

Así es como el ejemplo más conocido de este fenómeno concierne el imperialismo que, “... a decir verdad, empieza tras los años 1870, cuando el imperialismo mundial alcanza una nueva configuración significativa: el período en que se acaba la constitución de estados nacionales en Europa y Norteamérica y en el que en vez de una Gran Bretaña “fábrica del mundo”, se presentan varias “fábricas” capitalistas nacionales desarrolladas en competencia para dominar el mercado mundial –no solo para conquistar los mercados interiores de los demás sino también para conquistar el mercado colonial” (5).

Sin embargo, el imperialismo no adquiere “... un lugar preponderante en la sociedad, en la política de los Estados y en las relaciones internacionales más que con la entrada del capitalismo en su periodo de decadencia, hasta el punto de imprimir su marca a la primera fase de este período, lo que llevó a los revolucionarios en aquel entonces a identificarlo con la decadencia misma” (6).

De igual modo, el periodo de decadencia contiene, desde sus orígenes, elementos de descomposición, que se caracterizan por la dislocación del cuerpo social y la putrefacción de sus estructuras económicas, políticas e ideológicas. Sin embargo solo a cierto nivel de la decadencia, y en circunstancias bien determinadas, la descomposición se convierte en un factor, incluso el factor más decisivo de la evolución de la sociedad, abriendo así una fase especifica, la de la descomposición de la sociedad. Esta fase es el remate de las fases que la precedieron sucesivamente en la decadencia como lo prueba la historia misma de este período.

El Primer congreso de la Internacional comunista (IC) en marzo del 1919 puso en evidencia que había entrado el capitalismo en una nueva época, la de su declive histórico, e identificó en ésta la descomposición interna del sistema:

“Ha nacido una nueva época: la de la disgregación del capitalismo, de su hundimiento interno. La época de la revolución comunista del proletariado” (7).

La amenaza de su destrucción se plantea al conjunto de la humanidad si el capitalismo logra sobrevivir a la oleada de la revolución proletaria:

“La humanidad, cuya cultura está devastada, está amenazada de destrucción (...) El antiguo “orden” capitalista ha fallecido. Ya no puede seguir existiendo. El resultado final de los procedimientos capitalistas de producción es el caos” (ídem). “Ahora no solo se presenta ante nosotros con toda su horrenda realidad la pauperización social, sino también un empobrecimiento fisiológico y biológico” (8).

En el plano de la vida de la sociedad, esta nueva época está marcada por el acontecimiento histórico que la abrió, la Primera Guerra mundial:

“La libre competencia, como regulador de la producción y del reparto, fue sustituida en los campos principales de la economía por el sistema de trusts y de monopolios muchos años antes de la guerra, pero el propio curso de la guerra arrancó a los sociedades económicas el papel regulador y director para pasarlos directamente al poder militar y gubernamental” (9).

Lo que aquí se describe no es un fenómeno coyuntural, ligado al carácter pretendidamente excepcional de la situación de guerra, sino una tendencia permanente y dominante irreversible:

“Si la sujeción absoluta del poder político al capital financiero llevó la humanidad a la matanza imperialista, esta matanza permitió al capital financiero no solo militarizar el Estado de arriba abajo, sino también militarizarse a sí mismo, de tal forma que ya no puede cumplir con sus funciones económicas esenciales sino es mediante el fuego y la sangre (...) La estatización de la vida económica, contra la que tanto protestaba el liberalismo económico, es un hecho consumado. No solo volver a la libre competencia, sino a la simple dominación de los “trusts”, sindicatos y demás pulpos capitalistas se ha vuelto imposible. El único problema es saber quién dominará la producción estatizada: el Estado imperialista o el Estado del proletariado victorioso ” (10).

Las ocho décadas que siguieron no han hecho sino confirmar ese giro decisivo en la vida de la sociedad: el desarrollo masivo del capitalismo de Estado y de la economía de guerra tras la crisis del 29; la Segunda Guerra mundial; la reconstrucción y el inicio de una carrera nuclear demente; la guerra “fría”, que mató a tantos seres humanos como ambas guerras mundiales; y a partir de 1967, que corresponde al final de la reconstrucción de posguerra, el hundimiento progresivo de la economía mundial en una crisis que dura ya desde hace más de treinta años, acompañada de una espiral sin fin de convulsiones guerreras. Un mundo, en fin de cuentas, que no ofrece más alternativa que la de una agonía interminable hecha de destrucciones, miseria y barbarie.

Tal evolución histórica no puede sino favorecer la descomposición del modo de producción capitalista en todos los planos de la vida social: la economía, la vida política, la moral, la cultura, etc. Esto quedó ilustrado tanto en la locura irracional y la barbarie del nazismo con sus campos de exterminio o del estalinismo con sus gulags como por el cinismo y la hipocresía moral de sus adversarios democráticos y sus bombardeos asesinos, responsables, a finales de la Segunda Guerra mundial, de centenas de miles de victimas en la población alemana (en Dresde en particular) o en la japonesa (las dos bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki), cuando Alemania y Japón ya estaban vencidos. En 1947, la Izquierda comunista de Francia puso en evidencia que las tendencias a la descomposición que se expresaban en el capitalismo eran producto de sus contradicciones insuperables:

“La burguesía está ante su propia descomposición y sus manifestaciones. Cada solución que intenta aportar no hace sino precipitar el choque de las contradicciones (...) intenta atenuar el mal menor, pone cataplasmas aquí, tapa agujeros allá, sabiendo que la tormenta siempre va a seguir más fuerte” (11).

La descomposición fase última de la decadencia del capitalismo

Las contradicciones y manifestaciones de la decadencia del capitalismo que han marcado sucesivamente los momentos diferentes de esa decadencia no desaparecen con el tiempo, sino que se mantienen. La fase de descomposición que se abre en los años 80 aparece entonces “como resultado de la acumulación de todas las características de un sistema moribundo, la que remata y domina tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia”. Concretamente, “no solo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el Moloch estatal, la crisis permanente de la economía capitalista se mantienen durante la fase de descomposición, sino que además, aparece como la ultima consecuencia, la síntesis rematada de todos esos elementos” (12).

La apertura de la Descomposición (13) no se produce como un relámpago en un cielo sereno, sino que es la cristalización de un proceso latente que actúa ya durante las fases precedentes de la decadencia del capitalismo y que se transforma en un momento dado en factor central de la situación. Así es como los elementos de descomposición que, como ya hemos visto, han ido acompañando toda la decadencia del capitalismo no pueden ponerse en el mismo plano, cuantitativa ni cualitativamente, con los que se manifiestan a partir de los años 1980. La Descomposición no es simplemente una “nueva fase” que sucede a otras en el periodo de decadencia (imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado) sino que es la fase terminal del sistema.

Este fenómeno de descomposición generalizada, de pudrimiento de raíz de la sociedad se debe a que las contradicciones del capitalismo no cesan de empeorar, porque la burguesía es incapaz de dar la menor perspectiva al conjunto de la sociedad y que el proletariado no está de momento en condiciones para afirmar la suya.

En las sociedades de clases, los individuos actúan y trabajan sin controlar real y conscientemente su propia vida. Pero esto no significa, sin embargo, que la sociedad pueda funcionar de forma totalmente ciega, sin orientación ni perspectiva. Efectivamente, “ningún modo de producción puede seguir viviendo, desarrollarse, afianzarse en bases firmes, mantener la cohesión social, si no es capaz de dar una perspectiva al conjunto de la sociedad en la que impera. Y esto es tanto más cierto para el capitalismo, al haber sido el modo de producción más dinámico de la historia” (14).

Esta tendencia creciente a la desorientación en la marcha de la sociedad es una diferencia importante entre la fase actual de descomposición del capitalismo y el periodo de la Segunda Guerra mundial. Ésta fue una manifestación aterradora de la barbarie del sistema capitalista. Pero barbarie no es sinónimo de descomposición. Durante la barbarie de la Segunda Guerra mundial, la sociedad no carecía todavía de “orientación” puesto que seguía existiendo esa capacidad de los Estados capitalistas para encuadrar a la sociedad entera con sus férreas garras y alistarla en la guerra. El período de “Guerra fría” siguió con las mismas características: toda la vida social estaba encuadrada por los Estados implicados en un pulso sangriento entre bloques. La sociedad se hundía entonces en una barbarie “organizada”. Lo que hoy cambia radicalmente con el comienzo de la fase de descomposición, es que la barbarie “organizada” ha dejado el sitio a una barbarie anárquica y caótica en la que predominan la tendencia a “cada uno por su cuenta”, la instabilidad de las alianzas, la gangsterización de las relaciones internacionales....

La descomposición y la lucha de clases

Para el marxismo, “... las relaciones sociales de producción cambian y se transforman con la evolución y el desarrollo de los medios materiales de producción, de las fuerzas productivas. Las relaciones de producción, tomados en su totalidad, es lo que se llama relaciones sociales, y en particular una sociedad que ha alcanzado un grado determinado de evolución histórica, una sociedad particular y bien caracterizada. La sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa son esos conjuntos de relaciones de producción, de los que cada uno de ellos designa un nivel particular de la evolución histórica de la humanidad” (15).

Pero esas relaciones de producción también son el marco en el que obra el motor histórico de su evolución y el de la humanidad, o sea la lucha de clases: “La producción económica y la estructura social que se deriva necesariamente de ella en cada época de la historia constituyen el fundamento de la historia política e intelectual de esa época; que, en consecuencia (desde la disolución de la antiquísima propiedad común del suelo), toda la historia ha sido una historia de la lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominadoras y dominadas, en diversos peldaños del desarrollo social” (16).

Los lazos entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas por un lado, y por otro la lucha de clases, jamás fueron concebidos por el marxismo de manera simplista y mecánica, siendo aquellos determinantes y ésta determinada. Sobre este tema, contestando a la Oposición de izquierdas, Bilan alertaba contra la interpretación materialista vulgar, por el hecho de que “cualquier evolución de la historia puede reducirse a la ley de la evolución de las fuerzas productivas y económicas”, elemento aportado por el marxismo con respecto a todas las teorías históricas que lo precedieron y que ha sido plenamente confirmado por la evolución de la sociedad capitalista. Para esta interpretación materialista vulgar, “el mecanismo productivo no solo representa la fuente de la formación de clases, sino que determina automáticamente la acción y la política de las clases y de los hombres qua las constituyen; así quedaría curiosamente resuelto el problema de las luchas sociales; hombres y clases no serían sino muñecos accionados por fuerzas económicas” (17).

Las clases sociales no actúan según un quión escrito de antemano por la evolución económica. Bilan añade que “... la acción de las clases no es posible más que en función de una inteligencia histórica del papel y de los medios apropiados para su triunfo. Las clases deben tanto su existencia como su desaparición a los mecanismos económicos, pero para triunfar (...) han de ser capaces de darse una configuración política y orgánica, sin la cual corren el riesgo de seguir mucho tiempo prisioneras de las antiguas clases a pesar de haber sido elegidas por la evolución de las fuerzas productivas, porque esas clases, para resistir, intentarán detener el curso mismo de la evolución histórica” (18).

Se pueden ahora sacar dos conclusiones. La primera es que a pesar de ser determinante, el mecanismo económico también es determinado, puesto que la resistencia de la antigua clase –condenada por la historia– puede impedir el curso de su evolución. La humanidad de hoy día ya ha vivido casi un siglo de decadencia del capitalismo, lo que ilustra perfectamente esa realidad. A fin de evitar hundimientos brutales y para poder asumir las exigencias de la economía de guerra, el capitalismo de Estado ha falsificado en permanencia la ley del valor (19), encerrando la economía en contradicciones siempre más insuperables. En vez de resolver las contradicciones del sistema capitalista, esa huida ciega hacia adelante las ha agravado considerablemente. Para Bilan, esa huida ha encerrado el curso de la evolución histórica en un nudo gordiano de contradicciones insuperables.

La segunda conclusión es que la clase revolucionaria, a pesar de tener la misión histórica de derribar el capitalismo, no ha podido cumplirla hasta ahora. El larguísimo periodo de estos treinta años pasados es una certera confirmación del análisis de Bilan, en perfecta continuidad con todas las posiciones del marxismo: si el resurgimiento histórico del proletariado en 1968 logró entorpecer la capacidad de la burguesía para arrastrar a la sociedad hacia la guerra generalizada, no logró, sin embargo, orientar sus luchas defensivas hacia un combate ofensivo por la destrucción del capitalismo.

Esta debilidad, resultante de una serie de factores generales e históricos que no analizaremos aquí (20), es un elemento determinante para entender la entrada del capitalismo en su fase de descomposición. Por otro lado, si la descomposición es el resultado de dificultades del proletariado, también contribuye activamente a agravarlas: “... los efectos de la descomposición (...) pueden ser profundamente negativos en la conciencia del proletariado, sobre su propio sentido de sí mismo como clase, pues en todos los diferentes aspectos de la descomposición – mentalidad pandillera, racismo, criminalidad, droga, etc. – sirven para atomizar a la clase, incrementar las divisiones en su seno, disolverla en una refriega social generalizada” (21).

En efecto:

–  las clases intermedias, tales como la pequeña burguesía o el lumpen, tienden con la descomposición a adoptar comportamientos cada día más ligados a las peores aberraciones del capitalismo e incluso de sistemas que lo precedieron. Sus revueltas desesperadas pueden contaminar al proletariado o arrastrar a alguno de sus sectores;

–  La atmósfera general de descomposición moral e ideológica afecta a las capacidades de toma de conciencia, de unidad, de confianza y de solidaridad del proletariado:

“La clase obrera no esta separada de la vieja sociedad burguesa por una muralla de China. Cuando estalla la revolución, las cosas no pasan como cuando muere un hombre, y se entierra su cadáver. Cuando muere la vieja sociedad resulta imposible poner sus restos en un ataúd y enterrarla en la tumba. Se descompone entre nosotros, se pudre y su podredumbre nos va ganando. Ninguna gran revolución en el mundo ha evitado esto y no puede sino ser así. Es precisamente lo que hemos de combatir para salvaguardar los gérmenes del nuevo [mundo] en esta atmósfera apestada por los miasmas del cadáver en descomposición” (22).

–  La burguesía puede utilizar los efectos de la descomposición contra el proletariado. Así ocurrió en particular con el desmoronamiento sin guerra ni revolución del antiguo bloque soviético, manifestación más sobresaliente de la Descomposición, que permitió a la burguesía desencadenar una enorme campaña anticomunista cuyo efecto ha sido un retroceso importante de la conciencia y de la combatividad en las filas obreras. Todos los efectos de esta campaña no están ni mucho menos superados.

Marxismo contra fatalismo

El paso de un modo de producción a otro superior no es un producto ineluctable de la evolución de las fuerzas productivas. Este paso necesita una revolución, producto de la capacidad de la nueva clase dominante para echar abajo a la antigua y construir nuevas relaciones de producción.

El marxismo defiende el determinismo histórico, pero esto no implica que considere el comunismo como el resultado forzoso e inevitable de la evolución del capitalismo. Semejante visión es una deformación materialista vulgar del marxismo. Para el marxismo, determinismo histórico significa que:

1) una revolución no es posible más que cuando el modo de producción precedente ha agotado todas sus capacidades de desarrollo de las fuerzas productivas: “Jamás expira una sociedad antes de haber desarrollado todas las fuerzas productivas que es capaz de contener; nunca triunfan unas relaciones de producción superiores antes de que las condiciones materiales de su existencia hayan surgido en el corazón de la vieja sociedad” (23).

2) El capitalismo no puede volver hacia atrás (hacia el feudalismo u otros modos de producción precapitalistas): Una de dos: o la revolución proletaria permite superarlo o, si no, arrastra la humanidad hacia su destrucción;

3) El capitalismo es la última sociedad de clases. La teoría avanzada por el grupo “Socialismo o barbarie” o por ciertas escisiones del trotskismo (24) que anunciaba el advenimiento de una “tercera sociedad”, ni capitalista ni comunista, es una aberración desde el punto de vista marxista, el cual pone de relieve que “... las relaciones de producción burguesas son la ultima forma antagónica del proceso social de producción (...) Con este sistema social se acaba, pues, la prehistoria de la sociedad humana” (25).

El marxismo ha planteado siempre en términos de alternativa el desenlace de la evolución histórica: o se impone la clase revolucionaria abriendo las puertas a un nuevo modo de producción, o se hunde la sociedad en el caos y la barbarie. El Manifiesto comunista muestra de qué modo se ha manifestado la lucha de clases a través de “... una guerra interrumpida, unas veces abierta, otras oculta, una guerra que siempre acababa en transformación revolucionaria de la sociedad entera o en destrucción de ambas clases en lucha”.

“Contra todos los errores idealistas que intentaban separar al proletariado del comunismo, Marx definió a éste como la expresión del “movimiento real” de aquél, insistiendo en que los obreros “no tienen ideal que realizar, sino que han de liberar los elementos de la nueva sociedad de la que está preñada la antigua sociedad que se está hundiendo” (La Guerra civil en Francia)” (26).

La lucha de clase del proletariado no es el “instrumento” de un “destino histórico” (la realización del comunismo). En la Ideología alemana, Marx y Engels critican sin concesiones tal visión:

“La historia no es sino la sucesión de las diferentes generaciones, cada una de las cuales explota los materiales, capitales, y fuerzas productivas transmitidas por cuantas la han precedido; es decir que, por una parte, prosigue en condiciones completamente distintas la actividad precedente, mientras que, por otra parte, modifica las circunstancias anteriores mediante una actividad totalmente diferente, lo que podría tergiversarse especulativamente, diciendo que la historia posterior es la finalidad de la que precede, como si dijésemos, por ejemplo, que el descubrimiento de América tuvo como finalidad ayudar a que se expandiera la Revolución francesa”.

De esta forma, el método marxista, aplicado al análisis de la fase actual de la evolución del capitalismo, permite entender que, a pesar de su existencia bien real, la Descomposición no es un fenómeno “racional” en la evolución histórica. No es para nada un eslabón necesario de la cadena que lleva al comunismo. Al contrario, contiene el peligro de una erosión progresiva de sus bases materiales. Primero porque desarrolla un lento proceso de aniquilación de las fuerzas productivas hasta un punto en que se volviera imposible la construcción del comunismo:

“No se puede defender, como por ejemplo lo hacen los anarquistas, que una perspectiva socialista sería posible aunque las fuerzas productivas estuvieran en regresión, dejando de lado toda consideración sobre su grado. El capitalismo ha sido una etapa indispensable y necesaria para la instauración del socialismo porque logró desarrollar suficientemente las condiciones objetivas que lo permiten. Pero del mismo modo que en la fase actual (...) se ha convertido en freno al desarrollo de las fuerzas productivas, su prolongación más allá de esta fase acarreará la desaparición de las condiciones del socialismo” (27).

Además, corroe las bases de la unidad y de la identidad de clase del proletariado:

“El proceso de desintegración que acarrea el desempleo masivo y prolongado, en particular entre los jóvenes, por el estallido de las concentraciones obreras tradicionalmente combativas de la clase obrera en el corazón industrial, todo ello refuerza la atomización y la competencia entre los obreros. (...) La fragmentación de la identidad de clase de la que hemos sido testigos en la última década no sería en ningún caso un avance, sino una clara manifestación de la descomposición con los enormes peligros que ello comporta para la clase obrera” (28).

La lucha de clases motor de la historia

La etapa histórica de la Descomposición contiene la amenaza de aniquilamiento de las condiciones de la revolución comunista. No es diferente en este sentido de otras etapas de la decadencia del capitalismo en que existió también tal amenaza, que los revolucionarios evidenciaron. Existen sin embargo algunas diferencias con respecto a éstas:

–  la guerra podía desembocar en una reconstrucción, mientras que el proceso de destrucción de la humanidad bajo los efectos de la Descomposición, aunque sea lento y oculto, es irreversible (29);

–  la amenaza de destrucción estaba ligada al estallido de una tercera guerra mundial, cuando hoy, en la Descomposición, varias causas (guerras locales, destrucción del equilibrio ecológico, lenta erosión de las fuerzas productivas, hundimiento progresivo de las infraestructuras productivas, destrucción gradual de las relaciones sociales) actúan de forma más o menos simultánea como factores de destrucción de la humanidad;

–  la amenaza de destrucción se presentaba con la forma brutal de una nueva guerra mundial, mientras que hoy en día tiene una forma menos visible, más insidiosa, mucho más difícil de observar: “En el contexto de la descomposición, la “derrota” del proletariado puede ser más gradual, más insidiosa, ante la que resistir es más difícil” (véase al final del artículo la nota *);

–  el hecho de que la descomposición sea el factor central de la evolución de toda la sociedad significa, como ya lo hemos evocado, que tiene un impacto directo y más permanente sobre el proletariado a todos niveles: la toma de conciencia, la unidad, la solidaridad, etc.

No obstante,

“... la evidencia de los peligros considerables que a la clase obrera y a la humanidad entera hace correr el fenómeno histórico de la descomposición no debe llevar a la clase y especialmente a sus minorías revolucionarias a adoptar frente a ella una actitud fatalista” (30).

En efecto:

–  el proletariado no ha sufrido derrotas importantes y sigue intacta su combatividad;

–  el factor que es la causa fundamental de la descomposición, o sea la crisis, también es

“... un estimulo esencial de la lucha y de la toma de conciencia de la clase, condición misma en su capacidad para resistir al veneno ideológico de la putrefacción de la sociedad” (31).

Pero en la medida en que únicamente la revolución comunista es capaz de alejar definitivamente la amenaza que contiene la descomposición para la humanidad, las luchas obreras de resistencia a los efectos de la crisis no son suficientes. La conciencia de la crisis por sí misma no puede resolver los problemas y las dificultades que enfrenta el proletariado y que tendrá que enfrentar cada día más. Por eso tendrá que desarrollar:

“–  la conciencia de la importancia de lo que se está jugando en la situación histórica de hoy y, en especial, de los peligros mortales que la descomposición entraña para la humanidad;

“–  su determinación en proseguir, desarrollar y unificar su combate de clase;

“–  su capacidad para desactivar la cantidad de trampas que la burguesía, incluso afectada por su propia descomposición, no dejará de tenderle en su camino ” (32).

La descomposición obliga al proletariado a afilar las armas de su conciencia, de su unidad, de su confianza, de su solidaridad, de su voluntad y de su heroísmo, lo que Trotski llamaba los factores subjetivos y cuya enorme importancia en los acontecimientos puso él de relieve en su Historia de la Revolución rusa. Esas cualidades deberán ser cultivadas con profundidad y extensión por los revolucionarios y las minorías más en vanguardia del proletariado en todos los frentes de la lucha de clases del proletariado, el económico, el político y el teórico, según palabras de Engels.

La fase de descomposición pone en evidencia que de los dos factores que rigen la evolución histórica, o sea el mecanismo económico y la lucha de clases, el primero se está pasando de maduro y contiene el peligro de aniquilación de la humanidad. Por eso se hace tan decisivo el segundo factor. Hoy más que nunca, la lucha de clases del proletariado es el motor de la historia. La conciencia, la unidad, la confianza, la solidaridad, la voluntad y el heroísmo, cualidades que la clase obrera es capaz de alzar, en la lucha de clases, a unos niveles muy diferentes y superiores a las demás clases de la historia, son las fuerzas que le permitirán, desarrolladas al más alto nivel, superar los peligros contenidos en la descomposición y abrir el camino a la liberación comunista de la humanidad.

C. Mir

Denuncia de las manipulaciones de la FICCI sobre la cuestión de la descomposición

(*) En un panfleto titulado “Cuestiones a los militantes y simpatizantes de la CCI actual” repartido a la puerta de nuestras reuniones públicas así como en la manifestación pacifista del 20 de marzo en París, el grupo parásito autoproclamado “Fracción interna de la CCI” (animado por unos cuantos ex miembros de nuestra organización) comenta extractos de la “Resolución sobre la situación internacional” adoptada por el XVº Congreso internacional (33).

Primer extracto:

“Aunque la descomposición del capitalismo sea el resultado de ese bloqueo histórico entre las clases esta situación no puede permanecer estática. La crisis económica (...) sigue profundizándose. Sin embargo, contrariamente al periodo 1968-1989 en que la salida de estas contradicciones de clase no podía ser otra que la guerra o la revolución, el nuevo periodo abre la vía a una tercera posibilidad: la destrucción de la humanidad. No a través de una guerra apocalíptica sino a través de un avance gradual de la descomposición que podría, a la larga, ahogar la capacidad del proletariado para responder como clase, y de la misma manera hacer un planeta inhabitable, metido en un torbellino de guerras regionales y de catástrofes ecológicas. Para llevar a cabo una guerra mundial la burguesía debería comenzar por enfrentar directamente y derrotar a los principales batallones de la clase obrera, después movilizarlos para que marchen tras los estandartes y la ideología de nuevos bloques imperialistas. En el nuevo guión (el de la descomposición), la clase obrera podría ser derrotada de una manera menos abierta y menos directa, simplemente no siendo capaz de responder a la crisis del sistema y dejándose arrastrar cada vez más por el remolino de la decadencia” (los subrayados son de la Ficci).

Comentario de la Ficci: “Es aquí la introducción claramente oportunista de una “tercer vía”, opuesta a la tesis clásica del marxismo de una alternativa histórica. Como en Bernstein, Kautski y sus epígonos, la idea misma de una tercer vía se opone a la alternativa histórica, “simplista” según el oportunismo, de “guerra o revolución”. Aquí se trata de la afirmación explicita, abierta, de la revisión de una tesis clásica del movimiento obrero...”.

Segundo extracto:

“Lo que ha cambiado con la descomposición es la naturaleza de una posible derrota histórica que puede no venir de un choque frontal entre las dos principales clases en conflicto sino de un lento reflujo de las capacidades del proletariado para constituirse en clase dominante, en cuyo caso el punto de no retorno sería más difícil de discernir, lo que es el caso en cualquier catástrofe definitiva. Es el peligro mortal al que la clase obrera está confrontada hoy día”.

Comentario de la Ficci: “Aquí se expresa la tendencia oportunista, revisionista, que “liquida” la lucha de clases”.

Lo que expresan realmente estas líneas de la Ficci es la voluntad deliberada de esa agrupación de perjudicar a nuestra organización (al no poder destruirla) por cualquier medio. Efectivamente, los miembros de esa Ficci, tras algunas décadas de militantismo en nuestra organización, perdieron sus convicciones comunistas y juraron la ruina de la CCI, y están ahora dispuestos a la peor ignominia para conseguir sus fines: el robo, el chivatazo a la policía (véase sobre este tema nuestro articulo “Los métodos policiales de la Ficci” en nuestro sitio Internet y nuestra prensa territorial) y, claro está, la mentira más descarada. La CCI no ha “revisado” en modo alguno sus posiciones desde que ya no están en su seno esos matachines de la Ficci para impedirle “degenerar”.

El XIIIº Congreso de la CCI adoptó en 1999, con la aprobación total de los militantes que más tarde formarían esa Ficci, un “Informe sobre la lucha de clases” (34) que decía:

“Los peligros del nuevo período para la clase obrera y el porvenir de sus luchas no pueden subestimarse. El combate de la clase obrera cerró claramente la vía a la guerra mundial en los años 70 y 80, pero, en cambio, no puede frenar el proceso de descomposición. Para desencadenar una guerra mundial, la burguesía tendría que infligir derrotas importantes a los batallones centrales de la clase obrera. Hoy, el proletariado está enfrentado a la amenaza a más largo plazo, pero no menos peligrosa de una especie de “muerte lenta”, una situación en la que la clase obrera estaría cada vez más aplastada por ese proceso de descomposición hasta perder su capacidad de afirmarse como clase, mientras el capitalismo se va hundiendo de catástrofe en catástrofe (guerras locales, desastres ecológicos, hambres, enfermedades, etc.)”.

En el mismo sentido, en el “Informe sobre la lucha de clases” adoptado por el XIVº Congreso internacional (35) con la aprobación de los mismos futuros miembros de esa Ficci, decíamos:

“... la evolución (...) está creando una situación en la que las bases de una nueva sociedad podrían quedar socavadas sin guerra mundial y por lo tanto sin la necesidad de movilizar al proletariado en favor de la guerra. En el guión precedente era la guerra nuclear mundial lo que hubiera impedido definitivamente la posibilidad del comunismo (...) El nuevo guión considera la posibilidad de un deslizamiento más lento pero no menos mortal hacia un estado en el que el proletariado quedaría fragmentado más allá de toda posible reparación y arruinadas también las bases naturales y económicas para la transformación social a través de un incremento constante de conflictos militares locales y regionales, catástrofes ecológicas y la ruina social”.

En cuanto a la Resolución adoptada por este mismo Congreso (36), evoca en su punto 13 :“... el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal”.

¿No estarían dormidos esos valientes defensores de la “verdadera CCI” (así les gusta definirse) cuando fueron adoptados estos documentos? A lo mejor, se les alzaron automáticamente las manos para adoptarlos. Se ha de considerar entonces que estuvieron dormidos durante más de once años, puesto que en un Informe adoptado en enero del 1990 por el órgano central de la CCI (y que esos personajes apoyaron sin la menor reserva), ya se afirmaba:“Aunque la guerra mundial no podría, actualmente y quizás de forma definitiva, ser una amenaza para la vida de la humanidad, esa amenaza puede derivarse, como hemos visto, de la descomposición de la sociedad. Y tanto más porque, si bien es cierto que el desencadenamiento de la guerra mundial requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, (...) la descomposición, en cambio, no necesita semejante adhesión para destruir la humanidad” (37).

NOTAS: 

1) La CCI por su parte ha dedicado muchos artículos de su prensa a criticar lo que consideramos como visiones erróneas, empezando por la aberración contenida en esa “innovación” respecto al marxismo paradójicamente llamada “invariación”.

En nombre de ésta, la corriente bordiguista (perteneciente conmo la CCI a la corriente de la Izquierda comunista) se niega dogmáticamente a reconocer la realidad de una evolución en profundidad de la sociedad capitalista desde 1848, y en consecuencia la entrada de este sistema en su fase de decadencia (véase el articulo “El rechazo de la noción de decadencia”, Revista internacional nos 77 y 78).

2) Se trata de los artículos siguientes: “War and the ICC” “La guerra y la CCI), Revolutionary Perspectives (RP) no 24, “Workers’ Struggles in Argentina: polemic with the ICC” (Luchas obreras en Argentina: polémica con la CCI) en Internationalist Communist no 21 y “Imperialism’s New World Order” (El nuevo orden mundial del imperialismo), en RP no 27.

3) Véase las Revista internacional nos 48, 49, 50, 54, 55 y 56.

4) “Tesis sobre la descomposición”, punto 3, Revista internacional nos 62 o 107.

5) “Sobre el imperialismo”, Revista internacional no 19.

6) Idem.

7) “Plataforma” de la IC.

8) “Manifiesto de la IC a los proletarios del mundo entero”.

9) Ídem.

10) Ídem.

11) Internationalisme nº 23, “Inestabilidad y decadencia capitalista”.

12) Ídem.

13) Cuando nos referimos a la Descomposición con mayúscula, se trata de la fase de descomposición, o sea una noción distinta del propio fenómeno de descomposición que, como hemos visto, acompaña todo el proceso de decadencia de forma más o menos marcada y se vuelve dominante en la fase de descomposición.

14) “Tesis sobre la descomposición”, punto 5, op. cit.

15) Marx, Trabajo asalariado y capital.

16) F. Engels, “Prólogo a la edición alemana” de El Manifiesto comunista, 1883.

17) “Los principios, armas de la revolución”, Bilan no 5.

18) Ídem. El que una idea proceda de la corriente de la Izquierda comunista de Italia no le da de por sí, automáticamente, un carácter marxista irrefutable. Sin embargo, esto puede hacer reflexionar a los compañeros y simpatizantes de las organizaciones que hoy se reivindican de esa corriente

histórica, como el BIPR o los diferentes grupos que se denominan, todos ellos, Partido comunista internacional.

19) Vease el artículo “El proletariado en el capitalismo decadente”, Revista internacional no 23.

20) Vease en particular “¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?”, Revista internacional nos 103 y 104.

21) “Informe sobre la lucha de clases: el concepto de curso histórico en el movimiento revolucionario”, adoptado por el xivo Congreso de la CCI, Revista internacional no 107.

22) Lenin, “La lucha por el pan”, discurso al CCE panruso de los Soviets. Citado por Bilan no 6.

23) Marx, “Prologo” a la Contribución a la critica de la economía política.

24) Burham y su teoría de la nueva clase “de ejecutivos (managers)manageriale”.

25) Marx, “Prologo” a la Contribución a la critica de la economía política.

26) “El proletariado en el capitalismo decadente, Revista internacional no 23.

27) “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, Izquierda comunista de Francia, Internationalisme no 46 de mayo del 1952, republicado en la Revista internacional no 21.

28) “Informe sobre la lucha de clases, XIVo Congreso de la CCI, Revista internacional no 107.

29) El período de la “guerra fría”, con su carrera demencial a los armamentos nucleares, marcó ya el fin de cualquier posibilidad de reconstrucción tras una tercera guerra mundial.

30) “Tesis sobre la descomposición”, punto 17, Revista internacional no 107.

31) ídem.

32) ídem.

33) Vease Revista internacional no 113.

34) Revista internacional no 99, 1999.

35) Revista internacional no 107, 2001.

36) Revista internacional no 106.

37) Revista internacional no 61.

 

Series: 

  • Entender la descomposición [9]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El marxismo: la teoría revolucionaria [10]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [11]

Informe sobre la lucha de clases... en el contexto de los ataques generalizados y la avanzada descomposición

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Publicamos aquí el Informe sobre la lucha de clases presentado y ratificado en la reunión del otoño de 2003 del órgano central de la CCI (1). Una vez confirmados los análisis de la organización sobre la permanencia de un curso hacia enfrentamientos de clase (abierto con la reanudación internacional de la lucha de clases en 1968) y a pesar de la gravedad del retroceso sufrido por el proletariado en su conciencia desde el desmoronamiento del bloque del Este, este Informe se dio la tarea particular de estimar el impacto hoy y a largo plazo de la agravación de la crisis económica y de los ataques capitalistas contra la clase obrera. El Informe dice, por ejemplo, que “Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de la clase desde 1989. Han sido un primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el más largo período de reflujo desde 1968”.

Lejos estamos todavía de una oleada internacional de luchas masivas, pues, a escala internacional, la combatividad está todavía en una fase embrionaria y muy heterogénea. Importa subrayar, sin embargo, que la considerable agravación de la situación que las perspectivas del capitalismo hacen evidente: desmantelamiento del “Estado del bienestar”, intensificación de la explotación en todas sus formas, incremento del desempleo. Todo ello es una potente palanca en la toma de conciencia en la clase obrera. El Informe insiste en particular en la profundidad, pero también lentitud, de ese proceso de toma de conciencia de la lucha de clase. Desde la redacción de este Informe, las características reseñadas sobre ese cambio de dinámica en la clase obrera, no han sido desmentidas por la evolución de la situación. Aparece incluso una tendencia, señalada en el Informe, a que algunas manifestaciones todavía aisladas de la lucha de la clase desborden el marco fijado por los sindicatos. La prensa territorial de la CCI ha dado cuenta de esas luchas, como las habidas a finales de 2003, en los transportes en Italia y en Correos en Reino Unido, obligando al sindicalismo de base a entrar en acción para sabotear las movilizaciones obreras. Se ha mantenido también una tendencia, ya evidenciada por la CCI antes de este informe, a que aparezcan minorías en búsqueda de coherencia revolucionaria.

Es un camino muy largo el que deberá recorrer la clase obrera. Pero los combates que tendrá que entablar serán el crisol de una reflexión que, espoleada por la agravación de la crisis y fertilizada por la intervención de los revolucionarios, le permitirá volver a apropiarse de su identidad de clase y su confianza en sí misma, reanudar con la experiencia histórica y desarrollar la solidaridad de clase.

El Informe sobre la lucha de clases para el XVº Congreso de la CCI (2) ponía de relieve lo casi inevitable que sería una respuesta de la clase obrera ante el avance cualitativo de la crisis y los ataques que golpearían una nueva generación no derrotada de proletarios, con el telón de fondo de una lento pero significativo retorno de la combatividad. El Informe indicaba una ampliación y profundización, embrionarias pero perceptibles, de la maduración subterránea de la conciencia. Insistía en la importancia de los combates cada vez más masivos que permitirían la recuperación de su identidad de clase por la clase obrera y de la confianza en sí misma. Ponía de relieve que, con la evolución objetiva de las contradicciones del sistema, la concreción de una conciencia de clase suficiente (especialmente en la reconquista de una perspectiva comunista) es algo cada día más decisivo para el porvenir de la humanidad. Ponía el acento en la importancia histórica del surgimiento de una nueva generación de revolucionarios, afirmando que ese proceso ya está en marcha desde 1989, a pesar del reflujo en la combatividad y en la conciencia de la clase en su conjunto. El Informe mostraba, pues, los límites de ese reflujo, afirmando que no ha cambiado el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos y la clase obrera sigue siendo capaz de superar el retroceso que sufrió. Pero también el Informe analizaba la capacidad de la clase dominante para sacar provecho de todo lo que lo que acarrea la evolución de la situación y hacerle frente; situaba esa evolución en el contexto de los efectos negativos de una descomposición del capitalismo. Y concluía con la enorme responsabilidad de las organizaciones revolucionarias ante los esfuerzos de la clase obrera para avanzar, ante una nueva generación de trabajadores en lucha y de revolucionarios que surgirán de esa situación.

Justo casi después del XVº Congreso y el período que siguió a la guerra de Irak, la movilización de los obreros de Francia (entre las más importantes del país desde la Segunda Guerra mundial) confirmaba ya esas perspectivas. En un primer balance de ese movimiento, en la Revista internacional n° 114 ya decíamos que esas luchas eran un rotundo mentís de la tesis de la pretendida desaparición de la clase obrera. El artículo dice que les ataques actuales:

“... son el abono de un lento madurar de las condiciones para que surjan luchas masivas necesarias para reconquistar la identidad de clase proletaria y hacer que vayan cayendo las ilusiones, y en especial, la de creer que puede reformarse este sistema. Serán las acciones de masas mismas las que habrán de permitir que vuelva a emerger la conciencia de ser una clase explotada portadora de una perspectiva histórica para la sociedad. Por todo ello, la crisis es la aliada del proletariado. El camino que deberá abrirse la clase obrera para consolidar su propia perspectiva no es, sin embargo, una autovía, sino un camino largo, retorcido, difícil, lleno de baches y trampas que el enemigo de clase va a tender contra ella”.

Las perspectivas del Informe sobre la lucha de clases del XVº Congreso de la CCI se confirmaron no solo por el desarrollo a escala internacional de una nueva generación de personas en búsqueda, sino también por las luchas obreras.

Por ello, este Informe sobre la lucha de clases se limita a actualizar y examinar con mayor precisión qué significado tienen a largo plazo algunos aspectos de los últimos combates proletarios.

2003: El viraje

Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria fueron un giro en la lucha de clases desde 1989. Han sido un paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera después de un largo período de reflujo desde 1968. Cierto, en los años 90 ya hubo expresiones esporádicas, aunque importantes, de esa combatividad. Sin embargo, la simultaneidad de los movimientos en Francia y Austria, y el que, justo después, los sindicatos alemanes se dedicaran a organizar la derrota de los metalúrgicos en el Este (3) para atajar, preventivamente, la resistencia proletaria, todo ello muestra que la situación está evolucionando desde los inicios del nuevo milenio. En realidad, esos movimientos están sacando a la luz del día que a la clase obrera no le queda más remedio que luchar contra una agravación dramática de la crisis, unos ataques cada día más masivos y generales, y eso a pesar incluso de la persistente ausencia de confianza en sí misma.

El cambio no solo afecta a la combatividad de la clase obrera, sino también a su estado de ánimo, la perspectiva en la que inscribe su actividad. Hay hoy signos de que se están perdiendo ilusiones no sólo sobre los embustes típicos de los años 90 (la “revolución de las nuevas tecnologías”, “el enriquecimiento individual gracias a la Bolsa”, etc.), sino también los producidos por la reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial, o sea la esperanza de una vida mejor para las generaciones siguientes y una pensión decente para quienes sobrevivieran al cautiverio del trabajo asalariado.

Como lo recuerda el artículo de la Revista internacional n° 114, el retor­no del proletariado al escenario histórico en 1968 y el surgimiento de una perspectiva revolucionaria no solo fueron una respuesta a los ataques en lo inmediato, sino, sobre todo, fueron una respuesta al hundimiento de las ilusiones en un porvenir mejor que el capitalismo de posguerra parecía ofrecer. Contrariamente a lo que una deformación vulgar y mecanicista del materialismo histórico quisiera hacernos creer, los giros en la lucha de clases, aun los producidos por una agravación inmediata de las condiciones materiales, siempre son el resultado de los cambios subyacentes en la visión del porvenir. La revolución burguesa en Francia (1879) no estalló con la crisis del feudalismo (pues ya era muy antigua), sino cuando se volvió evidente que el sistema del poder absoluto ya no podía hacer frente a esa crisis. De igual modo, el movimiento que iba a desembocar en la primera oleada revolucionaria mundial no se inició en agosto de 1914, sino cuando se disiparon las ilusiones sobre una solución militar rápida a la guerra mundial.

La comprensión de su significado histórico es, a largo plazo, la tarea principal que las recientes luchas nos imponen.

Una situación social que evoluciona lentamente

No todo giro en la lucha de clases tiene el mismo sentido y el mismo alcance que 1917 ó 1968. Esas fechas fueron cambios del curso histórico; 2003 fue sencillamente la leve marca del final de una fase de reflujo en un curso general a los enfrentamientos de clase masivos. Desde 1968, y antes de 1989, el curso de la lucha de clases había estado ya marcado por una serie de retrocesos y reanudaciones. La dinámica iniciada a finales de los 1970 culminó en las huelgas de masas del verano de 1980 en Polonia. El importante cambio político en la situación obligó entonces a la burguesía a cambiar rápidamente su orientación política y a poner a la izquierda en la posición para así sabotear mejor las luchas desde dentro (4). Es también necesario distinguir entre el cambio actual y la recuperación de la combatividad por la clase obrera y las reanudaciones habidas en los años 70 y 80.

Más en general, debemos distinguir entre unas situaciones en las que, por decirlo así, el mundo se despierta una mañana y ya no es el mismo mundo, y los cambios que no se perciben a primera vista, algo así como los que se producen entre la marea entrante y la saliente. La evolución actual es como el del cambio de marea. Así, las ­movilizaciones recientes contra los ataques a las pensiones no han sido, ni mucho menos, un cambio inmediato y espectacular de la situación que exigiera un despliegue amplio y rápido de las fuerzas de la burguesía para enfrentarlo.

Está lejos todavía el tiempo de una oleada internacional de luchas masivas. En Francia, lo masivo de la movilización de la primavera de 2003 quedó casi limitado a un único sector, el de la educación. En Austria, la movilización fue más amplia, pero limitada en el tiempo a unas cuantas jornadas de acción en el sector público. La huelga de los metalúrgicos del Este de Alemania no plasmó una combatividad obrera inmediata, sino una trampa tendida a una de las partes menos combativas de la clase (todavía traumatizada por el desempleo masivo aparecido tras la reunificación de Alemania) para que pasara el mensaje para todos de que la lucha “no paga”. Además en Alemania se limitó la información sobre los movimientos en Francia y en Austria salvo al final del movimiento para dar un mensaje de desánimo para luchar. En otros países centrales para la lucha de clases como Italia, Reino Unido, España, Bélgica u Holanda, no ha habido recientemente movilizaciones masivas. Algunas expresiones de combatividad, incluso fuera del control sindical en ciertos casos como la huelga salvaje del personal de British Airways en Heathrow (Londres), Alcatel en Toulouse (Francia) o Puertollano en España el verano pasado (ver Révolution internationale n° 339), han sido acontecimientos puntuales y aislados.

En Francia misma, el desarrollo insuficiente y sobre todo la ausencia de una combatividad mayor hicieron que la extensión del movimiento más allá del sector educativo no estuviera al orden del día inmediatamente.

Tanto a escala internacional como en cada país, la combatividad sigue siendo algo todavía embrionario y muy heterogéneo. Su expresión más importante hasta hoy, o sea la lucha de los docentes en Francia en la primavera pasada, fue, en un primer momento, el resultado de una provocación de la burguesía consistente en atacar más duramente a este sector para que así la réplica a la reforma de las pensiones, que afectaba a toda la clase obrera, se polarizara en ese único sector (5).

Ante las maniobras a gran escala de la burguesía, hay que observar la gran ingenuidad, la ceguera incluso de la clase obrera en su conjunto, incluso la de grupos en búsqueda y de partes del medio político proletario (sobre todo los grupos de la Izquierda comunista) e incluso muchos de nuestros simpatizantes. Por ahora, la clase dominante no solo es capaz de contener y aislar a las primeras manifestaciones de la agitación obrera, sino que puede, con mayor o menor éxito (más en Alemania que en Francia), darle la vuelta a esa voluntad de lucha todavía débil contra el desarrollo de la combatividad general a largo plazo.

Todavía más significativo que todo lo dicho antes es que la burguesía ni siquiera se sintió obligada a retornar a una estrategia de izquierda en la oposición. En Alemania, el país en el que la burguesía puede con más facilidad escoger entre una administración de izquierdas y una de derechas, con ocasión del ataque llamado “agenda 2010” contra los obreros, el 95 % de los delegados tanto del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) como de los Verdes se pronunciaron a favor de la permanencia de la izquierda en el gobierno. El Reino Unido, país que junto a Alemania, había estado en los años 70 y 80 en la “vanguardia” de la burguesía mundial en la instauración de políticas de izquierda en la oposición más idóneas para hacer frente a la lucha de clases, es también capaz de gestionar “lo social” con un gobierno de izquierda.

A diferencia de la situación dominante a finales de los 90, ya no se puede hoy hablar de la instalación de gobiernos de izquierda como orientación dominante de la burguesía europea. Mientras que, hace cinco años, la ola de victorias electorales de la izquierda se debió también a las ilusiones sobre la situación económica, la burguesía, hoy, ante la gravedad actual de la crisis debe tener la preocupación de mantener cierta alternancia gubernamental, jugando así plenamente la baza de la democracia electoral (6). Recordemos que, en este contexto, ya el año pasado la burguesía alemana, aun celebrando la reelección de Schroeder, mostró que estaría igual de satisfecha con un gobierno conservador de Stoiber.

La bancarrota del sistema

El que las primeras escaramuzas de la lucha de clases en un proceso largo y difícil hayan sido en Francia y Austria no es, sin duda, algo casual. El proletariado francés es conocido por su carácter explosivo, lo que explica en parte que en 1968 estuviera en cabeza de la reanudación internacional de los combates clase, pero no puede decirse lo mismo de la clase obrera del Austria de los últimos cincuenta años. Lo que han tenido en común esos dos países ha sido que los ataques masivos se han centrado sobre todo en el asunto de las pensiones. Cabe señalar que el gobierno alemán, que está actualmente iniciando el ataque más general en la Europa del oeste, actúa con mucha prudencia en lo que al tema de las pensiones se refiere. Al contrario, Francia y Austria son de esos países en los que, a causa entre otras cosas de la debilidad política de la burguesía, especialmente de su derecha, las pensiones habían sido menos atacadas que otros lugares. Por eso, en esos países se ha vivido con mayor amargura todavía el incremento de los años de trabajo necesarios para jubilarse y la reducción de las pensiones.

La agravación de la crisis obliga a la burguesía, al retrasar la edad de la jubilación, a sacrificar un amortiguador social que le permitía que la clase obrera aceptara los niveles insoportables de explotación impuestos en las últimas décadas y ocultar la amplitud real del desempleo.

Ante el retorno masivo de esa plaga social a partir de los años 70, la burguesía respondió con medidas capitalistas del Estado del “bienestar”, medidas sin sentido económicamente hablando y que son hoy una de las causas principales de la inmensa deuda pública. El desmantelamiento que hoy se está llevando a cabo del llamado Welfare State incita a una profunda puesta en entredicho de las perspectivas, del porvenir para la sociedad que el capitalismo ofrecería.

No todos los ataques capitalistas provocan el mismo tipo de reacción de parte de la clase obrera. Es más fácil entrar en lucha contra las reducciones de sueldo o el aumento de la jornada de trabajo que contra la disminución del salario relativo, resultante del incremento de la productividad del trabajo (a causa del desarrollo de la tecnología) y, por lo tanto, del proceso mismo de acumulación del capital. Así describía esa realidad Rosa Luxemburg:

“Una reducción de salario, que acarrea una baja del nivel de vida real de los obreros es un atentado visible de los capitalistas contra los trabajadores, una reducción de las condiciones de vida reales de los obreros a lo cual éstos replican inmediatamente con la lucha […] impidiéndola en los casos favorables. La baja del salario relativo se opera sin la menor intervención personal del capitalista, y contra ella los trabajadores no pueden luchar y defenderse dentro del sistema salarial, es decir en el terreno de la producción mercantil” (7).

El incremento del desempleo plantea el mismo tipo de dificultades a la clase obrera que la intensificación de la explotación (ataque contra el salario relativo). En efecto, el ataque capitalista que significa el desempleo cuando afecta a jóvenes que no han trabajado todavía no contiene la misma carga explosiva que los despidos, por el hecho mismo de que se lleva a cabo sin necesidad de despedir a nadie. La existencia de un desempleo masivo es incluso un factor inhibidor de las luchas inmediatas de la clase obrera, pues es una amenaza permanente para una cantidad cada día mayor de obreros con trabajo todavía, pero también porque es un fenómeno social que plantea unos problemas cuya solución obliga a reflexionar sobre el cambio de sociedad. También sobre la lucha contra la baja del salario relativo, Rosa Luxemburg añade:

“La lucha contra la baja del salario relativo es la lucha contra el carácter mercantil de la fuerza de trabajo, contra la producción capitalista entera. La lucha contra la caída del salario relativo ya no es una lucha en el terreno de la economía mercantil, sino un asalto revolucionario contra esa economía, es el movimiento socialista del proletariado”.

Los años 1930 pusieron de relieve que con el incremento del desempleo de masas, estalla la pauperización absoluta. Sin la derrota previa que había sido infligida al proletariado, la “ley general, absoluta de la acumulación del capital” podía haberse transformado en lo contrario: la ley de la revolución. La clase obrera posee una memoria histórica, la cual, con la profundización de la crisis, empieza a activarse lentamente. El desempleo masivo y los cortes en los salarios hoy hacen surgir el recuerdo de los años 30, la inseguridad y la pauperización generales. El desmantelamiento del Welfare State confirmará las previsiones marxistas.

Cuando Rosa Luxemburg escribe que los obreros, en el plano de la producción de bienes de consumo, no disponen de la menor posibilidad de resistir a la baja del salario relativo, eso no es ni fatalismo resignado, ni tiene nada que ver con el pseudo radicalismo de la última tendencia de Essen del KAPD (“la revolución o nada”) sino que es el reconocimiento de que su lucha no puede quedarse en los límites de los combates por la defensa inmediata y que debe emprenderse con la visión política más amplia posible. En los años 1980 ya se plantearon los problemas del desempleo y del incremento de la explotación, pero a menudo de manera restringida y local, por ejemplo, limitada a la salvaguardia de sus empleos por parte de los mineros ingleses. Hoy, el avance cualitativo de la crisis permite que se planteen cuestiones como el paro, la pobreza, la explotación, de manera más global y política, como la de las pensiones, la salud, el mantenimiento de los desempleados, las condiciones de vida, la latitud de una vida de trabajo, el porvenir de las futuras generaciones. De manera embrionaria es ese potencial el que ha empezado a emerger en los últimos movimientos de réplica a los ataques contra las pensiones. Esta lección es, a la larga, la más importante. Tiene un alcance mayor que el ritmo con el que va a restablecerse la combatividad inmediata de la clase. Como lo explica Rosa Luxemburg estar directamente enfrentados a los efectos devastadores de los mecanismos objetivos del capitalismo (desempleo masivo, intensificación de la explotación relativa) hace cada vez más difícil entrar en la lucha. Por todo eso, aunque el resultado sea un ritmo lento por un camino de luchas más tortuoso, éstas serán tanto más significativas en cuanto a su politización.

Superar los esquemas del pasado

A causa de la profundización de la crisis, el capital ya no puede seguir apoyándose en su capacidad para hacer concesiones materiales importantes con las que dar un nuevo lustre a los sindicatos, como lo hizo en 1995 en Francia (8). A pesar de las ilusiones actuales de los obreros, hay límites en la capacidad de la burguesía para desviar la combatividad naciente mediante maniobras a gran escala.. Esos límites se definen por el hecho de que los sindicatos están obligados a volver gradualmente a su función de saboteadores de las luchas:

“Se ha vuelto hoy a un esquema mucho más clásico en la historia de la lucha de clases: el gobierno aporrea, los sindicatos se oponen llamando en un primer tiempo a la unidad sindical para embarcar masivamente a los obreros tras ellos y bajo su control. Luego el gobierno abre negociaciones y los sindicatos se desunen para así introducir mejor la división y la desorientación en las filas obreras. Este método, que juega con la división sindical frente al alza de la lucha de la clase es la que mejor garantiza a la burguesía el mantenimiento del encuadramiento sindical, concentrando en lo posible el desprestigio en uno u otro aparato ya designado de antemano. Eso significa que los sindicatos están nuevamente sometidos a la prueba de fuego: el desarrollo inevitable de las luchas en el futuro va a volver a plantearle a la clase obrera el problema de enfrentarse a sus enemigos para poder afirmar sus intereses de clase y las necesidades del combate” (9).

Por eso, aunque todavía poco se ha inquietado la burguesía en la ejecución de sus maniobras a gran escala contra la clase obrera, el deterioro de la situación económica engendrará con mayor frecuencia enfrentamientos espontáneos, puntuales, aislados, entre obreros y sindicatos.

La repetición del esquema clásico de enfrentarse al sabotaje sindical, ya ahora al orden del día, hará que sea posible para los obreros referirse a las lecciones del pasado.

Eso no debe llevar sin embargo a una actitud esquemática basada en el marco y los criterios de los años 80 para comprender las luchas futuras e intervenir en ellas. Los combates de hoy son los de una clase que todavía deberá reconquistar, aunque sea a un nivel elemental, su identidad de clase. La dificultad para reconocer que se pertenece a una clase social, el no tomar conciencia que ante sí uno tiene a un enemigo de clase son las dos caras de la misma moneda. Aunque los obreros siguen conservando un sentido elemental de la necesaria solidaridad (porque es algo inscrito en los fundamentos mismos de la condición proletaria), todavía les queda por reconquistar una visión de lo que de verdad es la solidaridad de clase.

Para hacer pasar su reforma de las pensiones, la burguesía no necesitó recurrir al sabotaje de la extensión del movimiento por parte de los sindicatos. El meollo de su estrategia consistió en hacer que el personal de Educación adoptara unas reivindicaciones específicas como si fuera el objetivo principal. Para ello, ese sector, ya muy afectado por ataques precedentes, no solo iba a soportar el ataque general contra las pensiones, sino que además iba a recibir otro suplementario, específico, el proyecto de descentralización del personal no docente, contra el cual se acabó polarizando efectivamente su movilización. Adoptar como centrales unas reivindicaciones que de hecho llevan a la derrota, es siempre el signo de que hay una debilidad fundamental en la clase obrera que deberá superar para poder avanzar de manera significativa. Un ejemplo que ilustra por la contraria esa necesidad lo dan las luchas en Polonia en 1980, en donde fueron las ilusiones sobre la democracia occidental lo que permitió que la reivindicación de “sindicatos libres” se pusiera en cabeza de la lista presentada al gobierno, abriendo así la puerta a la derrota y a la represión del movimiento.

En las luchas de la primavera de 2003 en Francia, fue la pérdida de la identidad de clase y de la noción de solidaridad obrera lo que llevó a los docentes a aceptar que sus reivindicaciones específicas pasaran por delante del problema general del ataque a las pensiones. Los revolucionarios no deben tener miedo a reconocer esta debilidad de la clase y, por consiguiente, adaptar su intervención.

Le Informe sobre la lucha de clases del XVº congreso insistía con fuerza en la importancia del resurgir de una combatividad que permita al proletariado avanzar. Esto no tiene nada que ver con ese culto obrerista de la combatividad por sí misma. En la década de 1930, la burguesía fue capaz de desviar la combatividad obrera hacia el camino de la guerra imperialista. La importancia de las luchas de hoy estriba en que podrán ser el crisol del desarrollo de la conciencia de la clase obrera. Lo que hoy se juega en la lucha de clases, o sea la reconquista de la identidad de clase por el proletariado, es algo en sí muy modesto, pero es, sin embargo, la clave para la revivificación de la memoria colectiva e histórica del proletariado y para el desarrollo de la solidaridad de clase. Esta es la única alternativa contra la desquiciada lógica burguesa de la competencia, de la mentalidad de “cada uno para sí”.

La burguesía, por su parte, no se permite hacerse ilusiones sobre la importancia de esa cuestión. Hasta ahora ha hecho todo lo que ha podido para evitar que estalle un movimiento que recordara a los obreros que pertenecen a una misma clase. La lección de 2003 es que con la aceleración de la crisis, el combate obrero va a desarrollarse. Y no es la combatividad como tal lo que inquieta a la clase dominante, sino el riesgo de que los conflictos fomenten la conciencia de la clase obrera. La burguesía está hoy más preocupada que nunca por ese problema, precisamente porque hoy la crisis es más grave y más general. Su preocupación principal es, cada vez que es imposible evitar las luchas, limitar los efectos positivos para la confianza en sí misma, la solidaridad y la reflexión en la clase obrera, incluso hacer lo imposible porque tal lucha origine lecciones erróneas. Durante los años 80, ante los combates obreros, la CCI aprendió a identificar, en cada caso concreto, cuál era el obstáculo que entorpecía el avance del movimiento y que debía servir para polarizar el enfrentamiento con los sindicatos y la izquierda. El problema en mucho casos era la extensión. Mociones concretas, presentadas en asamblea general, llamando a extenderse hacia otros obreros eran la dinamita con la que intentábamos limpiar el camino favoreciendo así el avance general del movimiento. Los problemas centrales que hoy se plantean (qué es la lucha de clases, sus metas y sus métodos, quiénes son sus adversarios y los obstáculos que hay que superar) parecen una antítesis de los que se planteaban en los años 80. Parecen más “abstractos” al ser inmediatamente menos realizables, incluso como una vuelta atrás a los orígenes del movimiento obrero. Hacer esas propuestas exige más paciencia, una visión a más largo plazo, unas capacidades políticas y teóricas más profundas para la intervención. En realidad, las cuestiones centrales de hoy no son más abstractas, sino más globales. No hay nada de abstracto o retrógrado en intervenir en una asamblea obrera sobre la cuestión de las reivindicaciones del movimiento o para denunciar la manera con la que los sindicatos impiden toda perspectiva real de extensión. El carácter global de esas cuestiones muestra el camino que ha de seguirse. Antes de 1989, el proletariado fracasó porque planteaba las cuestiones de la lucha de clases de manera demasiado estrecha. Por eso, en la segunda mitad de los años 90, cuando el proletariado empezó a sentir, a través de sus minorías, la necesidad de una visión más global, la burguesía, consciente del peligro que podía representar esa necesidad, desarrolló el movimiento altermundialista para mediante éste dar una respuesta falsa a esos interrogantes.

Además, la izquierda del capital, sobre todo los izquierdistas, se ha hecho experta en el arte de usar los efectos de la descomposición de la sociedad contra las luchas obreras. La crisis económica favorece un cuestionamiento que tiende a ser global, pero la descomposición, en cambio, tiene un efecto contrario. Durante el movimiento de la primavera de 2003 en Francia y la huelga de los metalúrgicos de Alemania, hemos podido ver cómo, en nombre de “la extensión” o de la “solidaridad” los activistas de los sindicatos jalean la tendencia que arraiga en minorías de trabajadores cuando éstas intentan imponer la lucha a otros trabajadores, echándoles a éstos la culpa de la derrota del movimiento cuando se niegan a entrar en acción.

En 1921, durante la llamada “Acción de marzo” en Alemania, las trágicas escenas de desempleados intentando impedir que los obreros entraran en las fábricas era una expresión de la desesperanza ante el reflujo de la oleada revolucionaria. Los llamamientos recientes de los izquierdistas franceses a impedir que los alumnos pasaran sus exámenes, el espectáculo de los sindicalistas alemanes del oeste queriendo impedir que los metalúrgicos del Este –que no querían hacer una huelga larga por las 35 horas– volvieran al trabajo, son ataques muy peligrosos contra la idea misma de clase obrera y de solidaridad. Son tanto más peligrosas porque alimentan la impaciencia, el inmediatismo, el activismo descerebrado que la descomposición genera. Estamos avisados: las luchas venideras pueden ser un crisol para conciencia, pero la burguesía lo hará todo para transformarlas en tumbas de la reflexión proletaria.

Vemos aquí unas tareas dignas de la intervención comunista: “explicar pacientemente”, como decía Lenin, por qué la solidaridad no se impone sino que exige una mutua confianza entre las diferentes partes de la clase; explicar por qué la izquierda, en nombre de la unidad obrera, lo hace todo por destruirla.

Las bases de nuestra confianza en el proletariado

Todos los componentes del medio político proletario reconocen la importancia de la crisis en el desarrollo de la combatividad obrera. Pero la CCI es la única corriente de hoy que considera que la crisis estimula la conciencia de clase de las grandes masas. Los demás grupos limitan el papel de la crisis a un mero “empuje” físico a luchar. Para los consejistas, la crisis obligaría, como una especie de mecánica, a la clase obrera a hacer la revolución. Para los bordiguistas, el despertar del “instinto” de clase lleva al poder al poseedor de la conciencia de clase, o sea el partido. Para el BIPR, la conciencia revolucionaria procede del exterior, del partido. Entre los grupos en búsqueda, los autonomistas (que se reivindican del marxismo en cuanto a la necesidad de autonomía para el proletariado respecto de las demás clases) y los obreristas creen que la revolución es un producto de la revuelta obrera y del deseo individual de una vida mejor. Estos enfoques erróneos se acentuaron por la incapacidad de esas corrientes para entender que el fracaso del proletariado para replicar a la crisis de los años 29 se debía a la derrota anterior de la oleada revolucionaria mundial. Una de las consecuencias de esa carencia es la teoría, siempre vigente, según la cual la guerra imperialista crea condiciones más favorables para la revolución que la crisis (cf. nuestro artículo “Por qué la alternativa guerra o revolución” en Revista internacional n° 30).

En contra de esos conceptos, el marxismo plantea el problema así:

“La base científica del socialismo son, como se sabe, los tres resultados principales del desarrollo del capitalismo: ante todo, la anarquía creciente de la economía capitalista, que la lleva inevitablemente a la ruina; segundo, la socialización creciente del proceso de producción que crea las bases del orden social futuro, y, tercero, el fortalecimiento creciente de la organización y de la conciencia de clase del proletariado, que es el factor activo de la próxima revolución” (10).

Subrayando el vínculo activo entre esos tres aspectos y el papel de la crisis, Rosa Luxemburg escribe:

“La socialdemocracia no considera que el resultado final proceda ni de la violencia victoriosa de una minoría ni de la superioridad numérica de la mayoría, sino de la necesidad económica y de la comprensión de esta necesidad, que llevará a la supresión del capitalismo por parte de las masas populares, una necesidad que se expresa ante todo en la anarquía capitalista” (11).

Mientras que el reformismo (y hoy la izquierda del capital) promete mejoras mediante la intervención del Estado, con leyes que protegerían a los trabajadores, la crisis viene a poner al desnudo que “el sistema salarial no es una relación legal, sino una relación puramente económica”.

A través de los ataques que debe soportar, la clase como un todo empieza a comprender la verdadera naturaleza del capitalismo. Este enfoque marxista no niega para nada, ni mucho menos, el papel de los revolucionarios y de la teoría en ese proceso de comprensión. En la teoría marxista, les obreros encontrarán la confirmación y la explicación de la propia experiencia que están viviendo.

Octubre 2003 

1) Al haber sido redactado este texto para una discusión interna en la organización, podría tener algunas expresiones insuficientemente explícitas para los lectores. Creemos, sin embargo, que estos defectos no les impedirán comprender lo esencial del análisis que este Informe contiene.

2) No pudimos publicar en nuestra prensa ese Informe. En cambio, sí publicamos en la Revista internacional n° 113, la resolución adoptada en ese Congreso, la cual recoge la mayoría de las claves del Informe.

3) El sindicato IG Metal jaleó a los metalúrgicos de los Länder del Este a que se pusieran en huelga para la aplicación inmediata de las 35 horas aunque su instauración solo estaba planificada para 2009. La maniobra de la burguesía consiste en lo siguiente: no sólo ya las treinta y cinco horas son un ataque contra la clase obrera a causa de la flexibilidad que introducen, sino que además la movilización de los sindicatos por su obtención servía, en ese momento, para desviar la atención de la necesaria respuesta contra las medidas de austeridad de la llamada “agenda 2010”.

4) La carta de la izquierda en la oposición fue jugada por la burguesía a finales de los 70 y principios de los 80. Consistía en un reparto sistemático de tareas entre los diferentes sectores de la burguesía. A la derecha, en el gobierno, le incumbía “el hablar claro” y aplicar sin tapujos los ataques contra la clase obrera. A la izquierda (es decir a las fracciones de la burguesía que, por su lenguaje e historia, tienen la tarea específica de mistificar y encuadrar a los obreros) le correspondía desviar, esterilizar y ahogar, gracias a su situación opositora, las luchas y la toma de conciencia que esos ataques iban a provocar en el proletariado. Para más detalles sobre esta política de la burguesía, puede leerse la Resolución publicada en la Revista internacional n° 26.

5) Para un análisis más detallado de ese movimiento, ver nuestro artículo “Frente a los ataques masivos del capital, es necesaria la respuesta masiva de la clase obrera” en Revista internacional n° 114.

6) Hay otra razón para la presencia de la derecha en el poder y es que este dispositivo era el que se adaptaba mejor para atajar el auge del populismo político (debido al aumento de la descomposición), pues los partidos que lo representan están en general incapacitados para la gestión del capital nacional.

7) Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política (trabajo asalariado).

8) En diciembre de 1995, los sindicatos fueron la punta de lanza de una maniobra del conjunto de la burguesía contra la clase obrera. Frente a un ­ataque masivo contra la seguridad social, el plan Juppé, y otro ataque más específico contra el ­sistema de jubilaciones de los ferroviarios, ataque que por su violencia era una auténtica pro­vocación, los sindicatos no tuvieron dificultades para que los obreros se lanzaran masivamente en lucha bajo el control sindical. La situación ­económica no era todavía lo bastante grave como para obligar a la burguesía a mantener en lo ­inmediato su ataque contra las pensiones de los ferroviarios, de tal modo que la retirada de esta medida pudo aparecer como una victoria de una clase obrera movilizada detrás de los sindicatos. En la realidad, el plan Juppé pasó íntegramente, pero lo peor de la derrota fue que en esta ocasión la burguesía logró dar nuevo prestigio a los sindicatos y que la derrota apareciera como victoria (pueden leerse para más detalles, los artículos dedicados a la denuncia de esta maniobra de la burguesía en los nos 84 y 85 de la Revista internacional).

9) Ver nuestro artículo dedicado a los movimientos sociales en Francia, “Movimientos sociales en Francia. Primavera de 2003. Frente a los ataques masivos del capital, necesidad de respuesta masiva de la clase obrera” en Revista internacional n° 114.

10) Rosa Luxemburg, ¿Reforma o revolución ?

11) Rosa Luxemburg, ídem.

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La lucha del proletariado [12]

Revueltas populares en América Latina: La indispensable autonomia de clase del proletariado

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La explosión masiva de luchas obreras de Mayo 68 en Francia, seguida por los movimientos en Italia, Gran Bretaña, España, Polonia y otros lugares, puso fin al periodo de contrarrevolución que tanto había pesado sobre la clase obrera internacional desde la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23. El gigante proletario volvió a alzarse en la escena de la historia y no únicamente en Europa. Estas luchas tuvieron un inmenso eco en América Latina, empezando por “el cordobazo “ de 1969 en Argentina. Entre 1969 y 1976, en toda la región, de Chile, el sur, hasta México en la frontera con Estados Unidos, los trabajadores llevaron a cabo un combate intransigente contra las tentativas de la burguesía de hacerles pagar la crisis económica. En las oleadas de luchas que siguieron, entre la de 1977 hasta 1980, que culminarían en la huelga de masas en Polonia, las de 1983 a 1989 marcadas por movimientos masivos en Bélgica, Dinamarca e importantes luchas en otros numerosos países, el proletariado de América Latina también siguió luchando, aunque no fuera de manera tan espectacular, demostrando así que, cualesquiera que sean las condiciones, la clase obrera dirige un único y mismo combate contra el capitalismo, que ella es una sola y misma clase internacional.

Hoy, esas luchas en América Latina se asemejan a un sueño lejano. La situación social actual en la región no está marcada por luchas masivas, manifestaciones y confrontaciones armadas entre el proletariado y las fuerzas represivas, sino por una inestabilidad social generalizada. El “levantamiento” en Bolivia de Octubre 2003, las masivas manifestaciones callejeras que condujeron a cinco cambios, uno tras otro, en la Presidencia de Argentina en diciembre de 2001, la “revolución popular” de Chávez en Venezuela, la lucha altamente mediatizada de los zapatistas en México, esos acontecimientos, entre otros similares, han dominado la escena social. En ese torbellino de descontento popular, de revuelta social contra la pauperización y la miseria que se extiende, la clase obrera aparece como una capa descontenta en medio de otras que debe, para poder tener una mediocre oportunidad de defenderse contra la agravación de su situación, participar y fundirse en la revuelta de las demás oprimidas y empobrecidas capas de la sociedad. Frente a estas dificultades que enfrenta la lucha de clases, los revolucionarios no deben bajar los brazos sino mantener la defensa intransigente de la independencia de clase del proletariado.

“La autonomía del proletariado frente a las demás clases  de la sociedad es la condición esencial del desarrollo de su lucha hacia el objetivo revolucionario. Todas las alianzas, y particularmente con las fracciones de la burguesía, no pueden más que conducir a su desarme ante su enemigo haciéndole abandonar el único terreno en donde puede templar sus fuerzas: su terreno de clase” (punto IX de la Plataforma de la CCI).

Y ello, porque únicamente la clase obrera es la clase revolucionaria, únicamente ella es portadora de una perspectiva para toda la humanidad y ahora que está cercada por todas partes por las manifestaciones de la descomposición social creciente del capitalismo moribundo, con grandes dificultades para imponer su lucha como clase autónoma que tiene intereses propios que defender, más que nunca se debe recordar lo que escribía Marx:

“No se trata de saber qué objetivo se forja momentáneamente tal o cual proletario, e incluso todo el proletariado. De lo que se trata es de saber lo que el proletariado es y lo que históricamente estará obligado a hacer, conforme a su ser” (La Sagrada familia)..

La clase obrera en América Latina de 1968 a 1989

La historia de la lucha de clases en América Latina estos últimos 35 años, forma parte del combate de la clase obrera internacional; ha estado salpicada de ásperas luchas, de violentos enfrentamientos con el Estado, de temporales victorias y amargas derrotas. Los espectaculares movimientos de finales de los 60 y principios de los 70 abrieron la vía a luchas más difíciles y tortuosas, en dondela cuestión de fondo, cómo defender y desarrollar la autonomía de clase, se planteó con más fuerza todavía.

La lucha de los obreros de la ciudad industrial de Córdoba en 1969 fue particularmente importante. Ello dio lugar a una semana de enfrentamientos armados entre el proletariado y el ejército argentino, y constituyó un formidable estímulo por toda Argentina, América Latina y el mundo entero. Fue el inicio de una ola de luchas que culminó en Argentina en 1975, con la lucha de los metalúrgicos de Villa Constitución, el centro de producción de acero más importante del país. Los trabajadores de Villa Constitución se enfrentaron a la potencia plena del Estado, la clase dominante anhelaba dar un ejemplo con el aplastamiento de su lucha. Acabó en un alto nivel de confrontación entre la burguesía y proletariado:

“La ciudad quedó bajo la ocupación militar de 4000 hombres... El sistemático registro de cada barrio y el encarcelamiento de obreros (...) no hicieron más que provocar la cólera proletaria: 20 000 trabajadores de la región se pusieron en huelga y ocuparon las fábricas. A pesar de los asesinatos y del bombardeo a las casas obreras, se creó inmediatamente, un comité de lucha fuera del sindicato. En cuatro ocasiones, la dirección de la lucha fue encarcelada; pero, en cada ocasión, el comité resurgía, más fuerte que antes. Como en Córdoba en 1968, grupos de obreros armados tomaron a cargo la defensa de los barrios proletarios y pusieron fin a las actividades de las bandas paramilitares.”

“La acción de los obreros siderúrgicos y metalúrgicos que demandaban un aumento de salario del 70 % se benefició rápidamente de la solidaridad de los trabajadores de otras empresas del país, en Rosario, Córdoba y Buenos Aires. En esta última ciudad, por ejemplo, los obreros de Propulsora, que habían entrado en huelga por soli­daridad y que arrancaron todos los aumentos de salario que exigieron (130 000 pesos por mes), decidieron dar la mitad de su salario a los obreros de Villa Constitución” (“Argentina, seis años después de Córdoba”, World Revolution nº 1, 1975).

También será en defensa de sus propios intereses de clase si los obreros de Chile, a principios de los años 70, rechazaron los sacrificios que les exigía el gobierno de Unidad Popular de Allende:

“... la resistencia de la clase obrera a Allende empezó en 1970. En Diciembre de 1970, 4000 mineros de Chuquicamata se pusieron en huelga, exigiendo salarios más elevados. En julio de 1971, 10 000 mineros dejaron el trabajo en la mina Lota Schwager. Casi al mismo tiempo, nuevas huelgas se propagaron en las minas de El Salvador, El Teniente, Chuquicamata, La Exótica y Río Blanco, exigiendo aumentos de salario... En mayo-junio de 1973, los mineros se pondrían en movimiento, 10000 de entre ellos se lanzaron a la huelga en las minas de El Teniente y Chuquicamata. Los mineros de El Teniente exigieron un aumento del 40 %. Allende fue quien colocó a las provincias de O’Higgins bajo control militar, porque la paralización de El Teniente constituía una seria amenza para la economía” (“la irresistible caída de Allende”, World Revolution nº 268).

Se desarrollaron importantes luchas también en otras concentraciones proletarias significativas de América Latina. En Perú en 1976, huelgas semiinsurreccionales estallaron en Lima que serían ahogadas en sangre. Algunos meses después, los mineros de Centramín se pondrían en huelga. En Ecuador, tuvo lugar una huelga general en Riobamba. En México hubo una ola de luchas en enero del mismo año. En 1978, de nuevo huelgas generales en Perú. Y en Brasil, tras 10 años de pausa, 200 000 obreros metalúrgicos se pusieron a la cabeza de una ola de huelgas que duró de mayo a octubre. En Chile, en 1976, las huelgas se reanudaron en los empleados del Metro de Santiago y en las minas, En Argentina, a pesar del terror impuesto por la Junta militar, de nuevo estallan huelgas en 1976, en la electricidad, en los automóviles en Córdoba con violentos enfrentamientos con el ejército. En Bolivia, Guatemala, Uruguay, todos aquellos años estuvieron igualmente marcados por la lucha de clases.

Durante los años 80, el proletariado de América Latina participó también plenamente en la oleada internacional de luchas iniciadas en 1983 en Bélgica. Entre esas luchas, las más avanzadas estuvieron marcadas por los esfuerzos determinados por parte de los trabajadores por extender el movimiento. Este fue el caso, por ejemplo en 1988, de la lucha de los trabajadores de la educación en México que se batieron por aumentos de salario:

“... la reivindicación de los trabajadores de la educación planteó desde el inicio la cuestión de la extensión de las luchas, porque existía un descontento generalizado contra los planes de autoridad. Aunque el movimiento estaba decayendo en el momento en que empezó el movimiento en el sector de la educación, 30 000 empleados del sector público organizaron huelgas y manifestaciones fuera del control sindical, los mismos trabajadores de la educación reconocieron la necesidad de la extensión y de la unidad: al inicio del movimiento, los del sur de la ciudad de México enviaron delegaciones a otros trabajadores de la educación, los llamaban a unirse a la lucha, y ellos acudieron a las calles a manifestarse. Asimismo, se negaron a limitar la lucha únicamente a los profesores, agrupando a todos los trabajadores del sector educativo (profesores, trabajadores administrativos y manuales) en asambleas masivas para controlar la lucha”. (“México: luchas obreras e intervención revolucionaria” World Revolution, nº 124, mayo 1989).

Las mismas tendencias se manifestaron en otras partes de América Latina:

“Los propios medios burgueses hablaron de “ola de huelgas” en América Latina, con luchas obreras en Chile, Perú, México... y Brasil; aquí hubo huelgas y manifestaciones simultáneas contra el bloqueo de salarios, de los trabajadores de la banca, estibadores, de la salud y de la educación” (“El difícil camino de la unificación de la lucha de clases”, World Revolution, ídem).

De 1969 a 1989, la clase obrera de América Latina, con avances y retrocesos, con dificultades y debilidades demostró que se inscribe plenamente en la reanudación histórica de la lucha internacional de la clase obrera.

El desmoronamiento del muro de Berlín y la avalancha de la propaganda burguesa sobre la “muerte del comunismo” que le siguió, han engendrado un profundo reflujo de las luchas obreras a escala internacional cuya característica esencial ha sido la pérdida de su identidad de clase por parte del proletariado. En las fracciones del proletariado de los países de la periferia, como en Sudamérica, ese reflujo ha tenido efectos tanto más letales porque el desarrollo de la crisis y de la descomposición social arrastra a las masas empobrecidas, oprimidas y miserables hacia revueltas interclasistas, lo que hace que al proletariado le sea más difícil la tarea de afirmarse como clase autónoma y guardar distancias frente a las revueltas y las experiencias del poder “popular”.

.Los nocivos efectos de la descomposición capitalista y las revueltas interclasistas

El desmoronamiento del Bloque del Este, él mismo resultado ya de la descomposición del capitalismo, ha sido un considerable acelerador de ésta a nivel mundial con el telón de fondo de una crisis económica agravada. América Latina ha sido golpeada de lleno. Decenas de millones de personas ha sido obligadas a desplazarse de los campos hacia los barrios empobrecidos de las principales ciudades, en una búsqueda desesperada de inexistentes empleos, mientras que, al mismo tiempo, millones de jóvenes trabajadores son excluidos del proceso de trabajo asalariado. Un tal fenómeno, que está en marcha desde hace 35 años, ha conocido una brutal agravación en estos 10 últimos años llevando a las masas de la población, no explotadoras ni asalariadas, a reventar de hambre y a vivir un día tras otro al margen de la sociedad.

En América Latina, 221 millones de personas (41 % de la población) viven en la pobreza. Este número ha aumentado en 7 millones tan solo en el último año (entre estos, 6 millones se han hundido en una pobreza extrema) y en 21 millones desde 1990. Actualmente 20 % de la población latinoamericana vive en la más extrema pobreza (comisión económica para América Latina y el Caribe- CELAC).

La agravación de la descomposición social ha tenido su reflejo en el crecimiento de la economía informal, los pequeños oficios y el comercio callejero. La presión de este sector varía en función de la potencia económica del país. En Bolivia, en el 2000, la cantidad de personas “por cuenta propia” superó la total de asalariados (47,8 % contra 44,5 % de la población activa); mientras que en México la cifra era del 21 % contra 74,4 % (CELAC),

En todo el continente, 128 millones de personas, o sea el 33 % de la población urbana, vive en pocilgas (según la ONU –6 de octubre 2003–, esas villas miseria están cargando una “bomba de relojería”).

Estos millones de seres humanos se encuentran ante una ausencia casi total de sistema sanitario o de electricidad, y sus vidas, son envenenadas por el crimen, las drogas y las pandillas. Los cuchitriles de Río son, desde hace años el campo de batalla de pandillas rivales, una situación muy bien descrita en la película La Ciudad de Dios. Los obreros de América Latina, particularmente los que viven en chabolas, están además confrontados a las tasas de criminalidad más elevadas del mundo. El desgarramiento de las relaciones familiares ha llevado también a un enorme crecimiento del número de niños abandonados en las calles.

Decenas de millones de campesinos padecen cada vez más dificultades para arrancarle al suelo los miserables medios de subsistencia. Para sobrevivir, son empujados a un salvaje desmonte de algunas zonas tropicales, acelerando así el proceso de destrucción del medio ambiente del cual las compañías de explotación forestal son las primeras responsables. Esta solución no ofrece mas que una tregua temporal al hecho del rápido agotamiento del suelo al resultar una incontrolable espiral de deforestación.

El incremento de esas capas de harapientos ha tenido un importante impacto en la capacidad del proletariado para defender su autonomía de clase. Esto se reveló claramente a finales de los años 1980, cuando estallaron las revueltas del hambre en Venezuela, en Argentina y Brasil. En respuesta a la revuelta en Venezuela que ocasionó más de mil muertos y otros tantos heridos, nosotros pusimos en guardia contra el peligro que tales revueltas representan para el proletariado:

“El factor vital que alimenta este tumulto social es una rabia ciega, sin ninguna perspectiva, acumulada en el transcurso de largos años de ataques sistemáticos contra las condiciones de vida y de trabajo de los que aún tienen uno; expresa la frustración de millones sin empleo, de jóvenes que nunca han trabajado, y que son despiadadamente empujados hacia el pantano de la lumpenización por una sociedad que, en los países de la periferia del capitalismo, es incapaz de ofrecer a estos elementos tan siquiera una insignificante perspectiva a su vida...

“La falta de orientación política proletaria, que abra una perspectiva proletaria, ha significado que sean esa rabia y esa frustración la fuerza motriz de los motines, incendios de vehículos, importantes confrontaciones con la policía y, al cabo, saqueos de tiendas y de material eléctrico. El movimiento que se inició como una protesta contra el “paquete” de medidas económicas se transformó, pues, rápidamente en saqueos y en destrucciones sin ninguna perspectiva” (“Comunicado al conjunto de la clase obrera”, publicado en Internacionalismo, órgano de la CCI en Venezuela, reproducido en World Revolution nº 124, mayo 1989).

En los años 1990, la desesperación de las capas no explotadoras pudo ser utilizado de manera creciente por partidos de la burguesía y de la pequeña burguesía. En México, los Zapatistas se han hecho expertos en la materia, con sus temas sobre el “Poder Popular” y la representación de los oprimidos. En Venezuela, Chávez ha movilizado a las capas no explotadoras, particularmente los que habitan en chamizos, detrás de la idea de una “Revolución popular” contra el viejo régimen corrupto.

Estos movimientos populares han tenido un real impacto sobre el proletariado, en particular en Venezuela, en donde subsiste el peligro de ver algunas de sus partes ser reclutadas en una sangrienta guerra civil detrás de fracciones rivales de la burguesía.

El alba del siglo xxi no ha visto ninguna disminución del impacto destructor de la desesperación creciente de las capas no explotadoras. En diciembre del 2001, el proletariado de Argentina –uno de los más viejos y experimentados de la región– se vio prisionero en la tormenta de la revuelta popular que llevó a cinco presidentes a acceder y renunciar al poder en 15 días. En octubre del 2003, el sector principal del proletariado en Bolivia, los mineros, se encontró arrastrado en una sangrienta “revuelta popular”, dirigida por la pequeña burguesía y los campesinos, que produjo numerosos muertos y muchos heridos, ¡todo en nombre de la defensa de la reserva del gas boliviano y de la legalización de la producción de coca!

El hecho de que partes significativas del proletariado se vieran atrapadas en esas revueltas es de la mayor importancia, porque eso revela que la clase obrera ha perdido gran parte de su autonomía de clase. En lugar de considerarse como proletarios con sus propios intereses, los obreros en Bolivia y Argentina se vieron como ciudadanos que comparten intereses comunes con las capas pequeño burguesas y no explotadoras...

La absoluta necesidad de una claridad revolucionaria

Con la agravación de la situación, habrá otras revueltas de este tipo o, como puede ser el caso de Venezuela, puede también haber sangrientas guerras civiles, masacres que pudieran triturar ideológica y físicamente partes importantes del proletariado internacional. Frente a esa siniestra perspectiva, es deber de los revolucionarios centrar su intervención en la necesidad para el proletariado de luchar por la defensa de sus intereses específicos de clase. Desgraciadamente, no todas las organizaciones revolucionarias han estado a la altura de sus responsabilidades en ese plano. Así, el Buró Internacional para el Partido Revolucionario (BIPR) ante la explosión de la violencia “popular” en Argentina se quedó sin brújula política, tomando la realidad por lo que no era:

“Espontáneamente los proletarios han salido a las calles, llevándose tras sí a la juventud, a los estudiantes, a partes importantes de una pequeña burguesía proletarizada y empobrecida como ellos mismos. Todos juntos han canalizado su cólera contra los santuarios del capitalismo, bancos, oficinas y, sobre todo, supermercados y otros almacenes que fueron asaltados como hornos de pan en la Edad Media. A pesar de que al gobierno, esperando así intimidar a los rebeldes, no se le ocurrió mejor cosa que dar rienda suelta a una represión brutal, matando e hiriendo a mansalva, la revuelta no cesó, extendiéndose por todo el país, adquiriendo características cada vez mas clasistas. Fueron atacados, incluso, los propios edificios gubernamentales, monumentos simbólicos de la explotación y del pillaje financiero” (“Lecciones de Argentina: toma de posición del BIPR: o partido revolucionario y socialismo, o miseria generalizada y guerra” Internationalist Communist nº 21, otoño-invierno de 2002).

Más recientemente, ante los disturbios sociales en Bolivia que culminaron en las masacres de octubre de 2003, Battaglia Comunista publicó un artículo subrayando las potencialidades de los “ayllu indígenas” de Bolivia (Comunidades de base):

“Los ayllu no habrían podido desempeñar un papel en la estrategia revolucionaria más que oponiéndose a las instituciones presentes gracias al contenido proletario del movimiento y tras haber superado sus aspectos arcaicos y locales, es decir, únicamente si hubieran reaccionado como un mecanismo eficaz para la unidad entre los indígenas, el proletariado mestizo y blanco en un frente contra la burguesía mas allá de toda rivalidad racial ... Los ayllu pudieran ser el punto de partida de la unificación y de la movilización del proletariado indígena, pero, en sí, esto es insuficiente y muy precario para constituir la base de una nueva sociedad emancipada del capitalismo”.

Este artículo de Battaglia Comunista es de noviembre de 2003, cuando acababan de producirse los sangrientos acontecimientos de octubre en los cuales precisamente la pequeña burguesía indígena arrastró al proletariado y, en particular, a los mineros a un enfrentamiento desesperado con las fuerzas armadas. Una matanza durante la cual los obreros fueron sacrificados para que la burguesía y la pequeña burguesía indígena pudieran tener una parte mayor del pastel, llevándose la “parte del león” en la redistribución del poder y de las ganancias, gracias a la explotación de los mineros y de los trabajadores rurales. Según sus propios dirigentes, como Álvaro García, los indígenas como tales no albergan ninguna confusa quimera según la cual los ayllu serían el punto de partida de “otra” sociedad.

El entusiasmo del BIPR por los acontecimientos en Argentina es la conclusión lógica de sus análisis sobre la “radicalización de la conciencia” de las masas no proletarias en los países de la periferia.

“La diversidad de estructuras sociales, el hecho de que la imposición del modo de producción capitalista haya trastornado al viejo equilibrio y que el mantenimiento de su existencia esté basado y se traduzca en una miseria creciente para las cada vez mas numerosas masas proletarizadas y desheredadas; la opresión política y la represión que son, por tanto, necesarias para someterlas, todo esto conduce a un mayor potencial de radicalización de la conciencia en los países periféricos mayor aún que en las sociedades de las metrópolis (...). En muchos de estos países (periféricos), la integración ideológica y política del individuo en la sociedad capitalista no es todavía el fenómeno de masas como lo es en los países metropolitanos” (“Tesis sobre la táctica para la periferia del capitalismo”, consultables en el sitio del BIPR: www.ibre.org [13]) (1).

Según este punto de vista, las manifestaciones populares violentas y masivas deben mirarse como algo positivo. Una “revuelta estéril y sin porvenir” en un contexto en donde el proletariado es tragado por una marea de interclasismo, esto se transforma en la imaginación del BIPR, en concreción “de las potencialidades para la radicalización de la conciencia”. Este enfoque del BIPR lo ha incapacitado para sacar las lecciones reales de acontecimientos como los de diciembre 2001 en Argentina.

En sus “Tesis” y en sus análisis de situaciones concretas, el BIPR comete dos errores importantes, bastante difundidos en el medio izquierdista y altermundialista. El primer error, es la visión teórica según la cual el movimiento de defensa de los intereses nacionales, burgueses o pequeño burgueses, directamente antagónicos a los del proletariado (como los recientes acontecimientos de Bolivia o los acontecimientos de diciembre 2001 en Argentina), podrían transformarse en luchas proletarias. El segundo error –éste, de un empirismo obtuso– es imaginar que esa transformación milagrosamente ocurrió en la realidad y tomar los movimientos dominados por la pequeña burguesía y las consignas nacionalistas por verdaderas luchas proletarias.

Ya hemos polemizado con el BIPR sobre su análisis político de los acontecimientos en Argentina en un artículo de la Revista Internacional nº 109 (“Argentina: sólo la afirmación del proletariado en su terreno de clase podrá hacer retroceder a la burguesía”). Al final de ése artículo, resumíamos así nuestra posición:

“Nuestro análisis, por su parte, no significa, ni mucho menos, que despreciemos o subestimemos las luchas del proletariado en Argentina o en otras zonas donde el proletariado es más débil. Significa simplemente que los revolucionarios, como vanguardia del proletariado que son y porque deben poseer una visión clara de la marcha general del movimiento proletario en su conjunto, tienen la responsabilidad de contribuir a que el proletariado y sus minorías revolucionarias tengan en todos los países una visión más clara y exacta de cuáles son sus fuerzas y sus limitaciones, de quiénes son sus aliados y cómo deben orientar sus combates. Contribuir a esta perspectiva es la tarea de los revolucionarios. Para cumplirla deben resistir con todas sus fuerzas la tentación oportunista de ver, por impaciencia, inmediatismo y falta de confianza histórica en el proletariado, un movimiento de clase allí donde -como así ha sido en Argentina- sólo ha habido una revuelta interclasista”.

El BIPR respondió a nuestra crítica (ver “Luchas obreras en Argentina: polémica con la CCI” en Internationalist Communist nº 21, otoño/invierno 2002) reafirmando su posición según la cual el proletariado dirigió ese movimiento y condenando la posición de la CCI:

“La CCI subraya las debilidades de la lucha insistiendo en su naturaleza interclasista y heterogénea, además y en su dirección izquierdista burguesa. Se queja de la violencia en el seno de la clase y de la dominación de ideologías burguesas como el nacionalismo. Para la CCI, esa falta de conciencia comunista hace del movimiento una “revuelta estéril y sin mañana””.

Es evidente que el BIPR no comprendió nuestro análisis, o más bien, lo interpreta en función de lo que le conviene. Dejamos a los lectores que se hagan su opinión sobre esos dos artículos.

Al contrario de esas afirmaciones, el Núcleo comunista internacionalista– grupo que se constituyó en Argentina a finales del 2003– analiza y saca lecciones muy diferentes de esos acontecimientos. En el segundo número de su boletín, el NCI polemiza con el BIPR sobre la naturaleza de los acontecimientos en Argentina:

“... [la declaración del BIPR dice erróneamente] que el proletariado ha empujado tras de sí a sectores estudiantiles, y otras capas sociales, esto constituye un error sumamente grosero que cometen dichos camaradas junto a los compañeros del GCI, y ello, es así, ya que las luchas obreras que se dieron a lo largo de todo el año 2001 demostraron la incapacidad del proletariado argentino, de asumir la dirección no solo de la totalidad de la clase obrera, sino también de ponerse a la cabeza como “caudillo” del movimiento social que salía a la calle a protestar, empujando al conjunto de las capas sociales no explotadoras. Ello no sucedió, aconteció todo lo contrario, fueron las capas no proletarias las que dirigieron las jornadas del 19 y 20 de diciembre, por lo que se puede decir que el desarrollo de las mismas no tenían ningún futuro histórico, tal como se ha demostrado un año después” (“A dos años del 19 y 20 de diciembre en Argentina”, Revolución comunista nº 2, publicación del Núcleo comunista internacional, diciembre de 2003).

Hablando de implicaciones proletarias en los saqueos, el GCI (2) dice:

“Si existía una voluntad de encontrar dinero y, por encima de todo, de echar mano de él al máximo en las empresas, los bancos..., había más que eso: fue un ataque generalizado contra el mundo del dinero, la propiedad privada, los bancos y el Estado; contra ese mundo que es un insulto a la vida humana. Esta no es únicamente una cuestión de expropiación, sino también de afirmación del potencial revolucionario, el potencial para la destrucción de una sociedad que destruye a los seres humanos” (“A propósito de la lucha proletaria en Argentina”, Comunismo nº 49).

Inscribiéndose en contra de semejante visión, el NCI presenta todo un análisis de la relación entre esos acontecimientos y el desarrollo de la lucha de clases:

“Las luchas argentinas en el periodo 2001/2002 no constituyen un acto único sino que tiene un desarrollo que podemos dividirlo en tres momentos:

“a) El primer momento es el año 2001, como se dijo más arriba, estuvo signado por una serie de luchas obreras de carácter típicamente reivindicativas, el común denominador de las mismas fue su aislamiento de los otros destacamentos proletarios, y la hegemonía que la dirección política de la burocracia sindical, como mediación contrarrevolucionaria, le imprimía.

“Pero a pesar de dicha limitación, ya se han desarrollado hitos muy importantes de auto-organización obrera en sectores como los mineros de Río Turbio, al sur del país, Zanón, en Neuquen, el Norte de Salta con la unidad de los obreros de la construcción y los ex obreros petroleros hoy desocupados. Estos pequeños destacamentos proletarios fueron vanguardia al proponer la necesidad de “UNIDAD” de la clase obrera y de los proletarios desocupados. […]

“b) Un segundo momento, son las jornadas especificas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que reiteramos, fue una rebelión dirigida no por los sectores proletarios, ni de los obreros desocupados sino una revuelta de carácter interclasista, siendo la pequeña burguesía el elemento aglutinador, ya que el golpe económico dado por el gobierno de De la Rúa fue directamente contra sus propios intereses, y contra la base electoral y de apoyo político, mediante el decreto de diciembre de 2001 que instauraba el congelamiento de los fondos. […]

c) Un tercer momento, y aquí debemos ser muy cuidadosos de no feticihizar ni de deslumbrarnos por las llamadas asambleas populares, que se llevaron a cabo en las barriadas de la pequeña burguesía de la Ciudad de Buenos Aires lejos de los centros o barrios obreros. Sino que este momento es cuando se da en el terreno proletario un aumento en las luchas con un comienzo muy humilde, y que va en aumento, sea los trabajadores municipales o docentes protestando por el cobro de sus salarios, sea obreros industriales luchando contra los despidos de la patronal (ejemplo camioneros).

“He ahí en dicho momento cuando los trabajadores ocupados y desocupados tenían frente a sí la posibilidad de entablar no solo una verdadera unidad, sino también de echar las simientes para una organización autónoma de la clase obrera, y que por el accionar de la burguesía en sus intentos de dividir y desviar al proletariado y la complicidad de lo que denominados la nueva burocracia piquetera, echaron por tierra el experimento que hubiera sido una gran arma en manos del proletariado como fueron las denominadas Asambleas nacionales de trabajadores ocupados y desocupados.

“Por ultimo consideramos un error intentar identificar las luchas que se desarrollaron a lo largo de los años 2001/2002 con las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, ya que ambas se diferencian entre sí, y una no es consecuencia de la otra.

“Ello es así, ya que las jornadas o la revuelta del 19 y 20 de diciembre no tuvo en absoluto un carácter obrero, toda vez que la misma fue dirigida no por el proletariado ni por los trabajadores desocupados, sino que estos últimos participaron como furgón de cola de las consignas y los intereses de la pequeña burguesía de la Ciudad de Buenos Aires, que diferían radicalmente con las metas y los objetivos del proletariado […]

“Es fundamental decir esto, porque en este período de decadencia del capitalismo, el proletariado corre el riesgo de perder su propia identidad y su confianza como el sujeto histórico y determinante en las transformaciones sociales, y ello está dado por el descenso de la conciencia proletaria como consecuencia del estallido del bloque estalinista y que la propaganda capitalista ha hecho mella en la mentes obreras acerca del fracaso de la lucha de clases, y ello lleva a estimular por parte de los capitalistas de una visión de no existencia de clases antagónicas, sino que las mismas están divididas o separadas conforme a si se han insertado en el mercado o están excluidos del mismo, tratando de borrar el río de sangre que separa proletarios de capitalistas.

“Este peligro se pudo observar en la Argentina durante los eventos del 19 y 20 de diciembre de 2001, donde la clase obrera fue incapaz de transformarse en una fuerza autónoma que luchara por sus objetivos de clases, entrando en la vorágine de la revuelta interclasista bajo la dirección de capas sociales no proletarias.”

El NCI coloca los acontecimientos de Bolivia en el mismo marco: “ Partiendo de la premisa de saludar y solidarizarnos completamente con los trabajadores bolivianos en lucha, hay que dejar sentado también que la combatividad de la clase no es el criterio único para determinar el balance de las fuerzas entre la burguesía y el proletariado, ya que la clase obrera boliviana no ha sido capaz de desarrollar un movimiento masivo de toda la clase obrera que lleve tras de sí al resto de los sectores no explotadores en esta lucha, todo lo contrario ha sucedido, son los sectores campesinos, nucleados en la central obrera campesina, y los pequeños burgueses quienes están dirigiendo esta revuelta.

“Ello es así, ya que la clase obrera boliviana se ha diluido en un “movimiento popular” de características interclasista, y ello lo afirmamos por las siguientes razones:

“a) porque es el campesinado quien dirige esta revuelta con dos objetivos claros, la legalización del cultivo de la hoja de coca y la no-venta del gas a los EEUU;

“b) La utilización de la consigna de asamblea constituyente como salida de la crisis y como medio para “ la reconstrucción de la nación”

“c) y el no-planteamiento de una lucha contra el capitalismo.

“Los acontecimientos de Bolivia guardan un gran paralelismo con la Argentina en el año 2001/2002, donde el proletariado se encontró subsumido no solo con las consignas de la pequeña burguesía, sino también que dichos “movimientos populares” tenían en el caso argentino, y lo tienen en el boliviano, un signo bastante reaccionario, al plantear la reconstrucción de la nación bajo bases burguesas, o al proclamar la expulsión de los “gringos” y que los recursos naturales vuelvan al Estado boliviano […]

“[…] Los revolucionarios debemos hablar claramente y basarnos en los hechos concretos de la lucha de clases, no para ilusionarnos o para engañarnos a nosotros mismos, sino para adoptar una postura proletaria revolucionaria, y es por ello, que es un grave error confundir lo que es una revuelta social con un horizonte político estrecho, con una lucha proletaria anticapitalista” (“La revuelta boliviana”, Revolución comunista nº 1, octubre 2003)

Este análisis del NCI, que se apoya en hechos reales, pone claramente en evidencia que el BIPR toma sus deseos por la realidad cuando avanza la idea de la “radicalización de la conciencia” entre las capas no explotadoras. La realidad concreta de la situación en la periferia es la creciente destrucción de las relaciones sociales, la propagación del nacionalismo, del populismo y de otras ideologías reaccionarias similares, todo esto tiene un impacto muy serio en la capacidad del proletariado para defender sus intereses de clase.

Afortunadamente, sin embargo, esta realidad parece no haber pasado desapercibida para ciertas publicaciones del BIPR. En efecto, el número 30 de Revolutionary Perspectives (órgano de la Communist Worker Organization, grupo del BIPR en Reino Unido) presenta una imagen mucho más cercana a la realidad de los acontecimientos en Argentina y Bolivia, en su editorial “Las tensiones imperialistas se intensifican, la lucha de clases debe intensificarse”:

“... como en el caso de Argentina, esas protestas fueron interclasistas y sin objetivo social claro, y serían contenidas por el capital. Esto lo vimos en el caso de Argentina, en donde la agitación violenta de hace dos años abrió la vía a la austeridad y la pauperización (...) Mientras que la explosión de la revuelta demuestra la cólera y la desesperación de la población en muchos países periféricos, tales explosiones no podrían encontrar salida a la situación social catastrófica que existe. El único medio de avanzar es volver a la lucha de clase contra clase y vincularse a las luchas de los obreros de las metrópolis”.

Sin embargo, el artículo, desgraciadamente, no denuncia el papel del nacionalismo o de la pequeña burguesía indígena en Bolivia. Con todo, ya sabemos que la posición oficial del BIPR sobre esta cuestión es necesariamente la defendida en Battaglia Comunista según la cual: “Los ayllu pudieran ser el punto de partida de la unificación y movilización del proletariado indígena”. La realidad es que los ayllu han sido el punto de partida para la movilización de los proletarios de origen indígena detrás de la pequeña burguesía indígena, de los campesinos y los cultivadores de coca en su lucha contra la fracción de la burguesía en el poder.

Esta aberración de Battaglia Comunista que atribuye potencialidades a los “consejos comunitarios indígenas” en el desarrollo de las luchas de clases, no pasó desapercibida para el NCI quien juzgó necesario escribir a esa organización sobre esta cuestión. Tras haber recordado lo que son los “ayllu”, “un sistema de casta dedicado a perpetuar las diferencias sociales entre la burguesía, sea esta blanca, mestiza o indígena, y el proletariado”, el NCI en su carta (de fecha 14 de noviembre del 2003) dirige la crítica siguiente a Battaglia:

“A nuestro entender dicha posición constituye un grave error, ya que tienden a atribuirle a dicha institución tradicional indígena una capacidad de ser el punto de partida de las luchas obreras en Bolivia, por más que luego planteen las limitaciones de las mismas. Consideramos que dichos llamamientos sobre reconstituir el mítico ayllu, por parte de los líderes de la revuelta popular, no es otra cosa que establecer diferenciaciones ficticias entre los sectores blancos de la clase obrera y los indígenas, como así también exigir a las clases dominantes una porción en la torta con respecto de la extracción de plusvalía que se le succiona al proletariado boliviano sin distinción de carácter étnico.

“Pero creemos firmemente, a contrario sensu de vuestra declaración, que el “ayllu” jamás podrá operar como “un acelerador e integrador en una sola lucha”, ya que en sí mismo tiene un carácter reaccionario, pues el planteo indigenista se basa en la idealización (falseamiento) de la historia de las comunidades, pues “en el incario, los elementos comunitarios del ayllu estaban integrados a un sistema opresivo de castas al servicio del estamento superior, los incas” (Osvaldo Coggiola, El Indigenismo boliviano). Por ello, considerar que el “ayllu” pueda operar como acelerador e integrador de las luchas en un grave error, atento lo manifestado anteriormente.

“Es cierto que la rebelión boliviana fue dirigida por las comunidades indígenas, campesinas y cultivadores de la hoja de coca, pero ahí radica no su fortaleza sino su extrema debilidad, ya que se trata pura y simplemente de una rebelión popular, donde los sectores proletarios jugaron un papel secundario, y por ende, dicha revuelta interclasista boliviana careció de una perspectiva obrera y revolucionaria. A contramano de lo que opinan corrientes del denominado campo trotskista y guevarista, esta revuelta no puede caracterizársela jamás como una “Revolución”, ya que las masas indígenas y campesinas no se propusieron el derrocamiento del sistema capitalista boliviano, sino más bien, como se dijo más arriba los sucesos de Bolivia tuvieron un carácter netamente chovinista: defensa de la dignidad nacional, no vender gas a los chilenos, y contra los intentos de la erradicación del cultivo de la hoja de coca”.

Ese papel desempeñado por los “ayllu” en Bolivia evoca la forma con la cual el EZLN (Ejército zapatista de liberación nacional) ha utilizado a las “organizaciones comunales” indígenas para movilizar a la pequeña burguesía indígena, a los campesinos y a los proletarios en Chiapas y en otras regiones de México, en la lucha contra la principal fracción de la burguesía mexicana (una lucha que también se integra en las tensiones interimperialistas entre los EE.UU. y ciertas potencias europeas.

Estos sectores de las poblaciones indígenas en América Latina que no fueron integrados ni en el proletariado ni en la burguesía han quedado reducidos a una pobreza y marginación extremas. Esta situación

“... ha conducido a intelectuales y corrientes políticas burguesas y pequeño burguesas a buscar el desarrollo de argumentos que explicarían por qué los indígenas son un cuerpo social que ofrecería una alternativa histórica y que les implicaría, como carne de cañón, en las supuestas luchas de defensa étnica. En realidad esas luchas encubren los intereses de fuerzas burguesas, como se le ha visto no únicamente en Chiapas, sino también en la ex-Yugoslavia, en donde las cuestiones étnicas han sido manipuladas por la burguesía para proporcionar un pretexto formal al combate de las fuerzas imperialistas” (“Sólo la revolución proletaria podrá emancipar a los indígenas”, segunda parte, Revolución mundial no 64, sept-oct. 2001, órgano de la CCI en México).

El papel vital de la clase obrera en los países centrales del capitalismo

El proletariado está confrontado a una muy seria degradación del entorno social en el que debe vivir y luchar. Su capacidad para desarrollar su confianza en sí mismo está amenazada por el creciente peso de la desesperación de las capas no explotadoras y la utilización de esta situación por las fuerzas burguesas y pequeño burguesas para sus propios fines. Sería un abandono muy grave de nuestras responsabilidades revolucionarias si subestimáramos, de la forma que fuere, ese peligro.

Sólo desarrollando su independencia de clase y reafirmando su identidad, fortaleciendo así la confianza en su capacidad para defender sus propios intereses, podrá el proletariado ser una fuerza que le permita unificar tras sí a las demás capas no explotadoras de la sociedad.

La historia de la lucha proletaria en América Latina, demuestra que la clase obrera tiene tras sí, una larga y rica experiencia. Los esfuerzos por parte de los obreros argentinos en el 2001 y 2002, por encontrar el camino de las luchas independientes de clase (descritas en las citas del NCI (3)) demuestran que la combatividad del proletariado está intacta. Sin embargo, encuentra enormes dificultades que son la expresión de antiguas debilidades del proletariado de la periferia del capitalismo, pero también de la enorme fuerza material e ideológica del proceso de la descomposición en esa región. No es casualidad si las más importantes manifestaciones de autonomía de clase en América Latina nos remiten a los años 1960-1970, dicho en otros términos antes de que el proceso de descomposición debilitara la identidad de clase del proletariado. Una tal situación no hace más que reforzar la histórica responsabilidad del proletariado de las concentraciones industriales del corazón del capitalismo, ahí en donde se encuentran sus destacamentos más avanzados, los más capaces para resistir a los efectos letales de la descomposición. La señal del fin de 50 años de contrarrevolución, a finales de los años 60, sonó en Europa y enseguida encontró eco en Latinoamérica. Asimismo, la afirmación en la escena social de los batallones más concentrados y políticamente mas experimentados de la clase obrera, en primer lugar los de Europa occidental, será capaz de hacer que el conjunto del proletariado mundial vuelva a reintegrar unos combates cuya perspectiva sea el derrocamiento del capitalismo. Esto no significa que los obreros en Latinoamérica no tengan un papel vital que jugar en la futura generalización e internacionalización de las luchas. De todos los sectores de la clase obrera en la periferia del sistema, ellos son, ciertamente, los más avanzados políticamente, como lo testimonia la existencia de tradiciones revolucionarias en esta parte del mundo y la aparición actual de nuevos grupos en búsqueda de una claridad revolucionaria. Estas minorías son la cima de un iceberg proletario que amenaza con hundir al “insumergible” Titanic del capital.

Phil

1) Ver la crítica de estas Tesis por la CCI en la Revista internacional nº 100: “La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”.

2) El GCI (Grupo comunista internacionalista) es un grupo anarco-izquierdista, fascinado entre otras cosas, por la violencia en sí, bajo todas sus formas. Algunas de sus posiciones muy “radicales” inspiradas en el anarquismo se recubren de justificaciones teórico-históricas que las hacen parecerse a las posiciones de ciertos grupos del medio político proletario.

3) Ver igualmente Revolution internationale nº 315, septiembre de 2001.

 

Geografía: 

  • América central y Sudamérica [14]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La lucha del proletariado [12]

Source URL:https://es.internationalism.org/en/revista-internacional/200510/161/rev-internacional-n-117-2-trimestre-de-2004

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