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Después de Senegal y Sudáfrica, abordaremos en una nueva serie la historia del movimiento obrero en Egipto. Esta nueva contribución persigue el mismo objetivo principal que las anteriores: aportar elementos que atestigüen la realidad viva de la historia del movimiento obrero africano a través de sus luchas contra la burguesía (véase Contribución a una historia del movimiento obrero en África, Revista Internacional, N.º 145, segundo trimestre de 2011).
El surgimiento de la clase obrera en Egipto
Con los inicios del desarrollo del capitalismo en Egipto, el proletariado manifiesta su presencia en las primeras concentraciones industriales del país. Como señala el autor Jacques Couland:
«Se sabe que Egipto fue uno de los primeros (de la región) en orientarse hacia el capitalismo. Tal es al menos la apreciación general sobre la experiencia de Muhammad Ali en la primera parte del siglo XIX. Habría entonces un desfase entre la precocidad de los primeros intentos de crear nuevas relaciones de producción y el acceso a formas de organización significativas de una toma de conciencia de las nuevas relaciones sociales que de ello se derivan. Algunos autores sitúan la aparición de la clase obrera egipcia en los monopolios industriales estatales creados por Muhammad Ali. Arsenales, astilleros, hilanderías y talleres de tejido reunieron a unos treinta mil trabajadores en un Egipto cuya población se estimaba entonces en menos de tres millones de habitantes. (…) De entre estimaciones a menudo contradictorias, retengamos la más precisa que marca el fin de una etapa. Se estima que la mano de obra urbana empleada era de 728 000 personas, es decir, el 32% de la población urbana (2 300 000 habitantes); a ello se suman, en el campo, 334 000 empleos no agrícolas. La industria, la artesanía y la construcción ocupaban a 212 000 trabajadores urbanos (29% de los empleos urbanos) y a 23 000 en el campo. Según otra estimación, la concentración más importante era la de los ferrocarriles, con unos veinte mil trabajadores, de los cuales una cuarta parte eran extranjeros.»[1]
El proceso que condujo al surgimiento y luego al desarrollo de las fuerzas productivas en Egipto en la segunda mitad del siglo XIX vio a la clase obrera constituir hasta un tercio de la población urbana, especialmente como consecuencia del traslado de parte de la producción algodonera desde Estados Unidos hacia Egipto, mientras la guerra civil perturbaba la economía estadounidense. Parece que la formación de una parte de la clase obrera en este país se remonta a los monopolios industriales estatales bajo el antiguo régimen semi feudal de Muhammad Ali.
La numerosa mano de obra en la construcción (puertos, ferrocarriles, muelles) y la industria tabacalera, incluía una proporción importante de europeos contratados directamente por las empresas industriales europeas. Esto se confirmará posteriormente en la cronología de los enfrentamientos de clase entre la burguesía y la clase obrera, donde una minoría de obreros de origen europeo, anarquistas o socialistas, desempeñó un papel importante en la politización y el desarrollo de la conciencia dentro de la clase obrera egipcia.
Una minoría precursora del movimiento obrero egipcio
Esta surge de la expansión del capitalismo, como indica la siguiente cita:
«Presentar un panorama de la historia del radicalismo en el Egipto de principios del siglo XX exige no limitarse a las redes árabes ni expresarse únicamente en árabe. El Cairo y Alejandría eran ciudades cosmopolitas, multiétnicas y multilingües, y el socialismo y el anarquismo encontraron muchos simpatizantes entre las comunidades mediterráneas inmigrantes. Uno de los grupos más activos era una red de anarquistas compuesta sobre todo (aunque no exclusivamente) por trabajadores e intelectuales italianos, cuyo ‘cuartel general’ estaba en Alejandría, pero que tenía contactos y miembros en El Cairo y otros lugares.»[2]
En Egipto también existían otras corrientes del movimiento obrero no anarquistas:
«Cabe recordar que desde principios de siglo se observan grupos socialistas armenios, italianos, griegos, aunque aislados, con la aparición de tendencias bolcheviques en su seno hacia 1905. Se sabe que en 1913 Salamah Musa publicó un opúsculo titulado «Al-Ishtirakiya» (‘El Socialismo’), que se asemeja, pese a vacilaciones teóricas, al fabianismo. Pero el marxismo también llegó a estas costas. Las investigaciones permitieron encontrar un artículo anónimo publicado en 1890 en «Al-Mu’ayyid» bajo el título La Economía Política, que denota un buen conocimiento de los trabajos de Marx. Aunque este hito merece mencionarse solo como curiosidad, no ocurre lo mismo con el libro de un joven maestro de Mansurah, Mustafa Hasanayni: ‘Tarikh al-Madhahib al-Ishtiraktyah’ (‘Historia de los principios socialistas’), hallado en 1965 y cuya fecha de publicación también es 1913; su documentación es más amplia y precisa (cuadros de influencia de los distintos partidos socialistas); la asimilación del marxismo es más evidente, como se desprende del programa a largo plazo propuesto para Egipto».
Así, junto a las corrientes anarquistas, existían otras corrientes o individuos de izquierda marxista, algunos influenciados por el partido bolchevique. Es probable que muchos de ellos estuvieran entre quienes decidieron abandonar el PSE (Partido Socialista Egipcio) para formar el PCE (Partido Comunista Egipcio) y adherirse a la III Internacional en 1922. De este modo, se reunían las condiciones para la participación del proletariado egipcio en la ola de luchas revolucionarias de los años 1917-23.
Fue en este contexto que los trabajadores, tanto egipcios como inmigrantes de origen europeo, participaron activamente en los primeros movimientos de lucha bajo la era del capitalismo industrial en el Egipto dominado por los europeos.
Primeros movimientos de luchas reivindicativas (1882-1914)
La primera expresión de lucha reivindicativa se sitúa en un contexto donde las condiciones laborales de la clase obrera emergente, particularmente penosas, favorecieron el desarrollo de la combatividad.
Los salarios eran muy bajos y las jornadas laborales podían alcanzar hasta 17 horas diarias. Fueron los estibadores quienes, primero, dieron el ejemplo con frecuentes huelgas entre 1882 y 1900, para exigir aumentos salariales y mejoras en sus condiciones de vida. Poco a poco, otros sectores obreros se sumaron, hasta el punto de que las huelgas se volvieron permanentes durante los 15 años previos a la Primera Guerra Mundial. Más allá de los salarios y las condiciones laborales, los trabajadores luchaban por reformas que les beneficiaran, especialmente por el derecho a formar asociaciones o sindicatos para defenderse.
En 1911, los ferroviarios de El Cairo lograron, entre otros avances, fundar su propio sindicato: la «Asociación de los trabajadores de los depósitos ferroviarios de El Cairo». Gracias a su lucha, el proletariado egipcio consiguió reformas reales. Entre 1882 y 1914, tuvo que aprender la lucha de clases frente a la dureza de las condiciones impuestas por los capitalistas europeos, quienes controlaban los medios de producción en Egipto y también eran responsables de la contratación de mano de obra y de la organización del trabajo. Esto se tradujo en una práctica de segregación entre obreros egipcios y europeos, otorgando «ventajas» solo a los segundos, como estrategia deliberada del empresariado para dividir las luchas. Así, los movimientos huelguísticos (en 1882 y 1896) fueron iniciados por obreros egipcios. Por otro lado, en 1899 y 1900, los obreros italianos también se declararon en huelga, pero sin los egipcios. Sin embargo, el proletariado en Egipto, consciente de su explotación, pronto manifestó su combatividad y, en ciertos momentos, su solidaridad entre trabajadores de todas las nacionalidades, como en la célebre huelga de las fábricas de cigarrillos, que unió a egipcios y europeos.
La primera expresión de lucha abierta de la clase obrera se produjo en el mismo año (1882) de la ocupación de Egipto por el imperialismo británico. Algunos historiadores han querido ver en ello una forma de resistencia al colonialismo inglés, es decir, una defensa de la «nación egipcia» como un todo, uniendo clases explotadoras y explotadas, con la clase obrera aliándose a su «burguesía progresista» (egipcia) contra el colonialismo y las fuerzas reaccionarias, en busca de una nueva nación. La historia ha mostrado los límites de esta teoría con la entrada definitiva del capitalismo en su decadencia. En realidad, la continuidad de las huelgas demostró que la clase obrera buscaba ante todo defenderse de los ataques de los capitalistas, sin importar su nacionalidad. No obstante, como lo ilustran las luchas posteriores, el proletariado egipcio no pudo evitar la penetración de ideologías nacionalistas, especialmente tras la fundación en 1907 del partido egipcio «Watani» («nacional»), que mostró claramente su intención de apoyarse en el movimiento obrero para reforzar su influencia.
En todo caso, fue en el transcurso de esta lucha que la clase obrera egipcia pudo desarrollar su propia identidad, como una clase asociada entre productores explotados, originarios o no del mismo país, de culturas diversas, incluyendo italianos, griegos, etc. En el fondo, la trayectoria de la clase obrera egipcia no difiere de la de otras fracciones del proletariado mundial, obligadas a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir y a luchar colectivamente contra la clase explotadora.
El imperialismo británico aprovecha la guerra de 1914-1918 para romper las huelgas obreras
El estallido de la guerra sacudió las relaciones dentro de la clase dominante, es decir, entre el imperialismo británico y las fracciones de la burguesía egipcia. Como potencia colonial, Gran Bretaña decidió instaurar un protectorado en Egipto a finales de 1914, imponiendo así su autoridad y sus opciones imperialistas a las fracciones de la burguesía nacional egipcia. De este modo, puso bajo estricto control a los partidos y otras organizaciones sociales (sindicatos), especialmente al Partido «Watani», muy presente en el ámbito obrero, que fue objeto de la represión, disuelto y con sus principales dirigentes encarcelados. Este partido nacionalista había sido creado en 1907 a raíz de importantes movimientos huelguísticos previos al estallido de la Primera Guerra Mundial, en los que el proletariado egipcio luchaba con firmeza contra los ritmos de producción impuestos por las empresas, especialmente aquellas en manos de europeos.
Este partido, junto con otra corriente nacionalista Wafd (delegación), desempeñó un papel central en el desvío de las luchas proletarias hacia reivindicaciones y perspectivas nacionalistas, y en el encuadramiento sindical de los trabajadores. En otras palabras, este partido logró desorientar a muchos obreros inexpertos, con escasa conciencia de clase. Para atraer mejor a los trabajadores influenciados por ideas socialistas, el líder de este partido no dudó en reivindicar ideas «laboristas», acercándose así a la derecha de la Segunda Internacional.
La clase obrera retoma la lucha tras la carnicería de 1914-1918, pero se enfrenta a los aparatos políticos de la burguesía
La instauración del estado de guerra, con su paquete de medidas represivas, tenía como objetivo impedir o reprimir las luchas. El proletariado egipcio, como otros en el mundo, fue paralizado y dispersado. A pesar de ello, algunos sectores obreros manifestaron su descontento en plena guerra, principalmente los trabajadores de las fábricas de cigarrillos de Alejandría, que se declararon en huelga entre agosto y octubre de 1917, y los de El Cairo en 1918. Pero, por supuesto, sin éxito debido al contexto especialmente represivo. Sin embargo, al finalizar la guerra, las luchas se reanudaron con más fuerza. Entre diciembre de 1918 y marzo de 1919, se produjeron numerosos movimientos huelguísticos en los ferrocarriles, fábricas de cigarrillos, imprentas, etc. Estas huelgas fueron organizadas al margen del Partido Watani.
A pesar de su deseo de autonomía, los trabajadores enfrentaron al mismo tiempo la represión ejercida por la potencia colonial y al trabajo de sapa de los partidos nacionalistas (Watani y Wafd), muy influyentes dentro de la clase obrera, cuyo control se disputaban. De hecho, la clase obrera se vio obligada, por un lado, a luchar por la defensa de sus propios intereses contra el imperialismo británico que dominaba toda la sociedad, y por otro, no pudo evitar «aliarse» con los mismos nacionalistas, también víctimas de la represión colonial. Esto lo ilustra la siguiente cita:
«El anuncio del arresto (el 8 de marzo) de la delegación (Wafd) constituida para negociar con los británicos provocó una generalización de las huelgas obreras y su participación, junto con otros sectores de la sociedad, en las grandes manifestaciones que marcaron las tres últimas semanas de marzo. La huelga de transportes, relevada por acciones de sabotaje de los campesinos, contribuyó significativamente a obstaculizar los desplazamientos de las tropas británicas. En los meses siguientes, el movimiento reivindicativo y la creación de sindicatos continuaron. Gracias a su fuerza, el movimiento logró un primer éxito: la creación, el 18 de agosto de 1919, de una Comisión de conciliación y arbitraje que favoreció los primeros contratos colectivos de trabajo, aunque volvió a hacer necesario recurrir a la asesoría de abogados. La preocupación del Partido Watani (de influencia menguante) era que las intervenciones obreras, a través del Sindicato de Industrias Manuales, se limitaran a reivindicaciones nacionales, considerando que la creación de cooperativas de compra podría aliviar muchas dificultades. Pero el Wafd, que se afirmaba como fuerza política, comprendió la importancia de los sindicatos y trató de controlarlos: ‘Son un arma poderosa que no debe ser subestimada’, por su capacidad de movilización rápida al llamado del movimiento nacional. (…) Aunque estas rivalidades deben ser señaladas, lo que predominaba en esa época eran las tendencias favorables a la organización autónoma de los trabajadores. El centro de este movimiento estaba en Alejandría, impulsado por una dirección mixta de socialistas extranjeros y egipcios (árabes o naturalizados como Rosenthal), que habían percibido el eco de la Revolución de octubre de 1917.» (J. Couland, Ibid.) Como se puede ver a continuación.
El eco y la influencia de la revolución de octubre de 1917 en la clase obrera egipcia
La revolución de 1917 tuvo sin duda alguna un gran impacto en el movimiento obrero egipcio, especialmente entre los elementos politizados más conscientes, que iniciaron un proceso de acercamiento a la Internacional Comunista. Y ello en un contexto de repetidas huelgas en las empresas y de luchas por el control de los sindicatos, que enfrentaban a las fracciones verdaderamente proletarias con los partidos nacionalistas egipcios, a saber, Watani y Wafd.
«En torno a una federación constituida inicialmente por los sindicatos de cigarrillos, sastres e imprentas a partir de 1920, y no sin algunos retrocesos, se constituyó finalmente en febrero de 1921 una Confederación General del Trabajo (CGT) que agrupaba a 3000 miembros. (Más tarde, ese mismo año) se fundó el Partido Socialista Egipcio (PSE). La CGT se afirmó como miembro de la Internacional Sindical Roja, mientras que el propio PSE decidió adherirse a la Internacional Comunista en julio de 1922 y se transformó en el Partido Comunista Egipcio (PCE) en enero de 1923. La escisión de un grupo de intelectuales, entre los que se encontraba Salamah Mussa, que se oponían a esta evolución, no afectó al carácter nacional egipcio del PCE, cuyos miembros se estimaban en 1500 en 1924.» (J. Couland, Ibíd.)
La transformación del PSE en PCE y la adhesión de la CGT a la Internacional Sindical Roja fueron elementos de clarificación y decantación dentro del movimiento obrero egipcio. De hecho, esto condujo, por un lado, a la instalación de una mayoría de obreros al frente de la dirección de la CGT y del PCE y, por otro, a la reafirmación de la fracción de derecha del PSE, que adoptó posiciones reformistas y nacionalistas en oposición a la Internacional Comunista. A partir de entonces, se entabló la lucha entre las fuerzas revolucionarias internacionalistas y las fuerzas reformistas, acompañadas por el capital nacional egipcio. Por otra parte, durante el período de decantación, los dos partidos nacionalistas Watan/Wafd decidieron crear sus propios sindicatos con el fin de competir y oponerse frontalmente a los sindicatos afiliados a la Internacional Sindical Roja. Y con el mismo objetivo, llevaron a cabo violentas campañas contra las organizaciones obreras comunistas, como lo demuestra la declaración de Fahmi (líder sindicalista de este movimiento) ante un grupo de obreros: «Hay que desconfiar del comunismo, cuyo «principio» es «la ruina (y) el caos del mundo». Mientras que el partido Wafd, en su breve presencia en el poder en 1924, tomó inmediatamente medidas de guerra contra el PCE y la CGT:
«La CGT, que abandona el reformismo parlamentario, está muy activa. Dirige decenas de huelgas, pero no solo en empresas extranjeras; las empresas egipcias tampoco se libran. Las ocupaciones de fábricas, cuyo ejemplo habían dado los ferroviarios y los trabajadores del transporte público antes de la guerra, son frecuentes. Este movimiento no puede dejar indiferentes a los capitalistas egipcios, cuya organización se concreta aún más con la creación del Banco Misr en 1920 y la Federación de Industrias en 1922. Tampoco lo es el Wafd, llevado triunfalmente al poder por los votantes y que se instala en el Gobierno el 28 de enero de 1924. La primera medida consiste en prohibir por la fuerza el congreso convocado para los días 23 y 24 de febrero de 1924 en Alejandría por el PCE. La segunda fue utilizar las ocupaciones de fábricas para intentar acabar tanto con la CGT como con el PCE. La evacuación de las fábricas se logró el 25 de febrero en la empresa de aceites Egoline de Alejandría y, con más dificultad, los días 3 y 4 de marzo en las fábricas Abu Sheib de Alejandría. No obstante, a principios de marzo, esto sirvió de pretexto para una oleada de detenciones de líderes comunistas y sindicales, todos ellos egipcios, así como para registros y confiscaciones de documentos. Los militantes fueron acusados de difundir, entre el 10 de octubre de 1923 y el 1 de marzo de 1924, ideas revolucionarias contrarias a la Constitución, de incitar al crimen y a la agresión contra los empresarios. Su juicio se celebró en septiembre de 1924 y varios de ellos fueron condenados a duras penas» (J. Couland, Ibíd.).
Este episodio represivo supuso en realidad un punto de inflexión en la relación de fuerzas entre la clase obrera y la burguesía a favor de esta última, tanto dentro como fuera del país. De hecho, en el propio Egipto, debido a su combatividad en respuesta al deterioro de sus condiciones de vida, el proletariado egipcio acabó coaligando en su contra, por un lado, a los partidos nacionalistas (Watan/Wafd) y, por otro, a toda la burguesía egipcia e inglesa, que sufría los embates de las huelgas durante ese periodo. En el exterior, la contrarrevolución ya estaba en marcha desde 1924. Desde entonces, la clase obrera egipcia, incapaz de apoyarse en organizaciones verdaderamente proletarias, ni en la Tercera Internacional, que no hizo más que sufrir derrota tras derrota a lo largo del período contrarrevolucionario, tanto bajo el dominio colonial británico como bajo el reinado de la burguesía egipcia que se había vuelto «independiente» (en 1922).
La Tercera Internacional frente al movimiento obrero egipcio en los años veinte
Hemos visto que la vanguardia de la clase obrera egipcia en formación, que luchaba en condiciones de vida muy difíciles, acabó acercándose al movimiento obrero internacional al adherirse a la Internacional Comunista y romper así con los elementos reformistas y nacionalistas del antiguo partido (PSE). En este periodo en el que la clase obrera, enfrentada a condiciones de vida muy difíciles, comenzaba a forjarse una identidad de clase, la Tercera Internacional se embarcó en un rumbo oportunista, especialmente en su política con los nuevos partidos comunistas de Oriente y Medio Oriente. El congreso de Bakú constituyó un trágico ejemplo de ello, que supuso un claro retroceso del espíritu internacionalista proletario y, en consecuencia, un avance flagrante del oportunismo, como ilustra la siguiente cita:
«Los hermosos discursos del congreso, así como las declaraciones de solidaridad entre el proletariado europeo y los campesinos de Oriente, a pesar de muchas cosas correctas sobre la necesidad de los soviets y la revolución, no bastaban para ocultar el rumbo oportunista hacia un apoyo indiscriminado a los movimientos nacionalistas: ‘Hacemos un llamamiento, camaradas, a los sentimientos guerreros que animaron a los pueblos de Oriente en el pasado, cuando estos pueblos, liderados por sus grandes conquistadores, avanzaron sobre Europa. Sabemos, camaradas, que nuestros enemigos dirán que invocamos la memoria de Gengis Kan y la de los grandes califas conquistadores del islam. Pero estamos convencidos de que ayer (en el congreso, nota del editor) sacasteis cuchillos y revólveres no con el objetivo de conquistar, no para convertir Europa en un cementerio. Los blandisteis, junto con los trabajadores de todo el mundo, con el objetivo de crear una nueva civilización, la del trabajador libre’ (palabras de Radek). Y el manifiesto de este congreso añade en conclusión una exhortación a los pueblos de Oriente para que se unan a la primera guerra santa real, bajo la bandera roja de la Internacional Comunista» (Les communistes et la questión nationale, 3eme partie. Revue Internationale N.º 42).
Este llamamiento, lanzado desde Bakú a todo Oriente para «levantarse como un solo hombre» bajo la bandera de la Internacional, reintrodujo por la ventana el panislamismo que había sido expulsado por la puerta en el segundo Congreso de la Internacional y resurgió, precedido en ello por el «Tratado de amistad y fraternidad» firmado en 1921 entre la URSS y Turquía, mientras el gobierno de Mustafá Kemal masacraba a los comunistas turcos (Les communistes et la questión nationale, 3eme partie. Revue Internationale N.º 42).
Las consecuencias fueron dramáticas: «Los resultados de todo este oportunismo fueron fatales para el movimiento obrero. Con la revolución mundial sumida en una derrota cada vez más profunda y el proletariado ruso agotado y diezmado por el hambre y la guerra civil, la IC se convirtió cada vez más en el instrumento de la política exterior de los bolcheviques, que se encontraban a sí mismos en el papel de administradores del capital ruso. La política de apoyo a las luchas de liberación nacional, que había sido un error muy grave del movimiento obrero, se había transformado a finales de los años veinte en una estrategia imperialista de una potencia capitalista» (Les communistes et la questión nationale, 3eme partie).
De hecho, en los años que siguieron al congreso de Bakú y a lo largo de la década de 1930, la Tercera Internacional aplicó orientaciones nefastas y contradictorias hacia las colonias, siempre inspiradas en la defensa de los intereses estratégicos del imperialismo ruso. En pocas palabras, tras este congreso, la orientación general era: «En las colonias y semicolonias, los comunistas deben orientarse hacia la dictadura del proletariado y del campesinado, que se transforma en dictadura de la clase obrera. Los partidos comunistas deben inculcar por todos los medios a las masas la idea de la organización de los soviets campesinos». (...)
«El proletariado internacional, cuya única patria es la URSS, baluarte de sus conquistas y factor esencial de su liberación internacional, tiene el deber de contribuir al éxito de la construcción del socialismo en la URSS y de defenderla contra los ataques de las potencias capitalistas por todos los medios». (Tesis del VI Congreso, 1928)
«En diferentes países árabes, la clase obrera ha desempeñado y sigue desempeñando un papel cada vez más importante en la lucha por la liberación nacional (Egipto, Palestina, Irak, Argelia, Túnez, etc.). En diferentes países, las organizaciones sindicales de la clase obrera ya se están constituyendo o se están restableciendo tras su destrucción, aunque la mayoría de ellas están en manos de los nacional-reformistas. Las huelgas y manifestaciones obreras, la participación activa de las masas obreras en la lucha contra el imperialismo, el alejamiento de algunos sectores de la clase obrera de los nacional-reformistas, todo ello indica que la joven clase obrera árabe ha emprendido el camino de la lucha para cumplir su papel histórico en la revolución antiimperialista y agraria, en la lucha por la unidad nacional»[3].
Este curso oportunista no era otra cosa que la contrarrevolución estalinista en marcha en Oriente. En este contexto, tras el congreso de Bakú, la clase obrera egipcia tuvo que luchar por la defensa de sus intereses de clase, mientras su vanguardia era masacrada por los nacionalistas egipcios en el poder (Wafd) sin ninguna reacción por parte de la IC, ya prisionera de su política de apoyo a los movimientos nacionalistas orientales y árabes.
Pero Stalin tuvo que cambiar de estrategia cuando muchos partidos nacionalistas árabes escaparon a su control y se acercaron cada vez más a las potencias imperialistas rivales (Inglaterra, Francia). A partir de entonces, la IC decidió denunciar el «nacional-reformismo» en las filas de la burguesía árabe, encarnado especialmente por el partido Wafd. Este fue denunciado por la IC por «traición», ¡por haber suprimido la consigna «independencia (nacional)»!
De hecho, esta «directiva» de la III Internacional se dirigía al PC egipcio y al «Sindicato Rojo», ordenándoles que aplicaran esta «enésima nueva orientación» para disputar a los traidores «nacionales» aliados del «imperialismo inglés» el control de los sindicatos egipcios.
El impacto cruzado del nacionalismo transmitido por la degenerada IC
Esta situación confirma también que los sindicatos se habían convertido en auténticos instrumentos de control de la clase obrera al servicio de la burguesía. En otras palabras, entre el Congreso de Bakú y el final de la Segunda Guerra Mundial, la clase obrera egipcia, aunque combativa, estaba literalmente desorientada, zarandeada y controlada por las fuerzas contrarrevolucionarias estalinistas y nacionalistas egipcias.
La degenerada IC se puso exclusivamente al servicio del imperialismo ruso, apoyando y difundiendo sus proyectos y políticas imperialistas y consignas como «clase contra clase», «frente de cuatro clases», etc. Las consecuencias de esta orientación y, más en general, de la contrarrevolución estalinista, tuvieron un impacto profundo y duradero en la clase obrera, tanto en Egipto como en el resto del mundo, sumándose al veneno del nacionalismo de las luchas de «liberación nacional», en las que las luchas obreras se desviaron durante mucho tiempo. El proletariado egipcio es muy representativo de esta situación, ya que desde mediados de los años veinte sus filas están infestadas de un gran número de agentes estalinistas encargados de aplicar orientaciones contrarrevolucionarias. Esta misma «doctrina» fue aplicada al pie de la letra por los estalinistas egipcios, que calificaban sistemáticamente de «lucha de liberación nacional» (o «antiimperialista») cualquier movimiento huelguístico más o menos importante en una empresa «extranjera» (dirigida por un europeo) durante el periodo colonial. Por su parte, desde los años 1920/1930, los partidos nacionalistas egipcios (Wafda y Watani), con su estrategia de conquista del poder, empujaban a los trabajadores a la huelga sobre todo contra las empresas extranjeras implantadas en Egipto, al tiempo que intentaban evitar a las empresas nacionales, con mayor o menor éxito según los casos. Más significativo es el hecho de que algunos historiadores no dudaron en asimilar a luchas de «liberación nacional» los movimientos de huelga que tuvieron lugar al mismo tiempo que los levantamientos nacionalistas contra la ocupación inglesa (1882, 1919 y 1922). De hecho, los trabajadores salieron a la lucha ante todo contra el deterioro de sus condiciones de trabajo y de vida, antes de que su lucha se desviara inmediatamente hacia reivindicaciones nacionalistas, no sin resistencia por parte de algunos de ellos.
Desde la creación del primer sindicato (reconocido) por los ferroviarios en 1911, la burguesía siempre ha intentado (y a menudo lo ha conseguido) controlar eficazmente a la clase obrera para alejarla de su condición de clase explotada y revolucionaria. Así, tras su creación en 1907, el partido Wattman se introdujo en las filas obreras y logró hacerse aceptar como nacionalista y «laborista», apoyándose en los sindicatos, antes de que otras organizaciones burguesas (liberales, islamistas, estalinistas) se sumaran a esta empresa. Sin embargo, a pesar de la obstinación de la burguesía por impedirle luchar en su terreno de clase, la clase obrera siguió luchando, aunque con enormes dificultades. Esto es lo que veremos en la continuación de este artículo.
Lassou (enero de 2025)
[1] Jacques Couland, Histoire syndicale et ouvrière égyptienne, en René Gallissot «Mouvement ouvrier, communisme et nationalismes dans le monde arabe». Editions ouvrières, Paris 1978.
[2] Ilham Khuri-Makdisi: Intellectuels, militants et travailleurs: La construction de la gauche en Égypte, 1970-1914, Cahiers d’histoire, Revue d’histoire critique, 105-106, 2008.
[3] «Les Tâches des communistes dans le Mouvement national», en La Correspondance internationale, N.º 1, 4 enero 1933, publicado por René Gallissot, Ibid.






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