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Recientemente, algunos camaradas cercanos a la CCI se reunieron con la organización para discutir algunas de las cuestiones más fundamentales para los revolucionarios sobre la posibilidad real y la necesidad material del comunismo. El carácter «básico» del tema es una razón más para su continua discusión consciente por parte de quienes se acercan a la militancia. Camaradas viejos y jóvenes y de todo el mundo participaron con verdadera intención militante, mostrando la importancia universal de estas cuestiones para el proletariado y sus revolucionarios. Este tipo de debates internacionales fraternales y ricos son la savia de la minoría revolucionaria, y en un periodo en el que los revolucionarios permanecen generalmente aislados y son poco numerosos, ofrecen oportunidades vitales para la clarificación política.
El debate se dividió en tres puntos:
1. ¿Por qué es posible y necesario el comunismo?
2. ¿Cuáles son las dudas y objeciones más comunes?
3. ¿Cómo podría ser una sociedad sin clases en el futuro?
El comunismo es posible y necesario
El comunismo como idea ha existido a lo largo de casi toda la historia de la sociedad de clases, con descripciones de una sociedad ideal libre de opresión y desigualdad evidentes desde la antigua Grecia. Sin embargo, sólo hoy el comunismo se convierte en una posibilidad real.
Toda la historia de la sociedad de clases representa sólo una pequeña fracción de la historia de la humanidad. Durante varios millones de años, los primeros homínidos y, finalmente, los humanos modernos vivieron en lo que Marx denominó «comunismo primitivo». Sólo con el desarrollo de la agricultura y la adopción de un estilo de vida sedentario, los excedentes productivos condujeron al crecimiento de la división del trabajo y la propiedad y a la aparición de las primeras sociedades de clases.
En los milenios posteriores se han sucedido diversos sistemas de explotación, cada vez propiciados por la victoria de una clase nacida en la sociedad anterior. Históricamente, esta clase siempre fue una clase explotadora y propietaria cuyo objetivo revolucionario sólo podía ser el establecimiento de un nuevo sistema de explotación. Así, en el mundo antiguo, no eran los esclavos explotados -incapaces en ese momento de cuestionar el propio sistema de propiedad privada- sino la nobleza rural la que representaba el futuro. Del mismo modo, en el feudalismo, era la burguesía urbana la que albergaba en su seno la próxima sociedad como clase revolucionaria.
Aunque esta burguesía -hoy la clase dominante- hace todo lo posible por negarlo, el capitalismo tiene su propia historia y no es menos pasajero que estos sistemas de explotación del pasado. Desde sus inicios en la Europa medieval tardía hasta principios del siglo XX, la expansión mundial estuvo a la orden del día para el capitalismo. El estallido de la Guerra Mundial en 1914 fue un reparto imperialista que demostró que el periodo de ascenso del capitalismo había terminado. El mundo estaba unido en un sistema global -lo que significaba que las guerras burguesas ya no podían tener ningún papel expansivo y, por tanto, progresivo- y el desarrollo de las fuerzas productivas era tal que la producción para la necesidad y no para el beneficio era una posibilidad real. El proletariado también se convirtió en una clase global, cuyos intereses son sus propios intereses de clase y no los de la sociedad capitalista.
Mientras que en las sociedades del pasado el comunismo no podía ser más que un vago sueño, el capitalismo ha sentado hoy las bases materiales para su establecimiento, convirtiéndolo no sólo en una posibilidad real, sino en la única alternativa posible a la barbarie del capitalismo, que amenaza cada vez más la supervivencia misma de la humanidad. Esta clara comprensión de lo que hoy hace posible y necesario el comunismo diferencia al marxismo de los anarquistas que afirman que siempre fue una posibilidad dependiente de la agitación de los individuos.
Dudas y rechazos
Frente a los rechazos más frecuentes del comunismo -que es imposible que se produzca debido a la codicia inherente a la «naturaleza humana»; que en una sociedad sin dinero no habría incentivos para trabajar o innovar, o que la revolución comunista sólo podría conducir a las sociedades de la antigua URSS o la China actual-, los camaradas afirmaron algunos de los fundamentos de la perspectiva marxista: que el comportamiento humano es aprendido y reproducido socialmente y, por tanto, no se basa en una naturaleza humana que permanezca constante sea cual sea el periodo histórico; y que los seres humanos no son intrínsecamente más codiciosos o hambrientos de poder de lo que necesitan ante la amenaza del hambre como motivación para trabajar o innovar.
Los participantes coincidieron en otro punto planteado en el debate: que la campaña ideológica, antaño dominante, que presentaba el colapso de la URSS como la «muerte del comunismo» y «el fin de la historia» no tiene tanto peso para los jóvenes de hoy como lo tenía hace 30 años. La «victoria del capitalismo» no inauguró una era de paz y prosperidad, sino sólo una nueva fase de la espiral de muerte del capitalismo, caracterizada por conflictos imperialistas cada vez más caóticos e impredecibles, una crisis ecológica cada vez peor y ataques cada vez mayores contra la clase trabajadora. Hoy en día, muchos jóvenes son muy conscientes de las amenazas que se ciernen sobre la existencia misma de la humanidad.
Aunque la discusión de estos reproches comunes al comunismo es importante -los revolucionarios deben estar siempre preparados para presentar claramente sus ideas-, sólo a través de la lucha de la clase obrera puede demostrarse la necesidad de la revolución y la posibilidad real del comunismo.
¿Cómo sería una sociedad sin clases?
Durante esta sección final del debate, los camaradas advirtieron del peligro de caer en la trampa de preparar «recetarios para el futuro» y olvidar así que el comunismo es, ante todo, la culminación de la lucha del proletariado y la alternativa necesaria al futuro de destrucción ecológica y militar que nos ofrece la burguesía. Sin embargo, es posible utilizar los métodos que los revolucionarios, entre ellos Marx y Engels, emplearon en el pasado para esbozar algunas breves líneas de lo que podría ser la vida.
Todos los participantes estuvieron de acuerdo en que muchas lacras que hoy pueden parecer omnipresentes e insuperables desaparecerían en ausencia de la sociedad de clases en la que se desarrollaron y de la que extraen su fuerza vital fundamental: el racismo, el patriarcado, la homofobia, la transfobia pasarían sin duda a la historia. Del mismo modo, las naciones, los Estados y las guerras entre ellos dejarían de existir en una sociedad sin clases.
En su lugar se establecerá una sociedad de producción para las necesidades humanas, no de intercambio. El trabajo se convertirá en la principal necesidad de la vida en una sociedad libre de la división del trabajo y de la propiedad privada, que obliga a los trabajadores a trabajar durante décadas en disciplinas exclusivas y muy específicas. En contraste con la anarquía de la producción capitalista y sus absurdos desde el punto de vista de la supervivencia de la humanidad, los productos de este trabajo ya no aparecerían, como decía Marx, como una fuerza ajena sobre los productores, sino que estarían plenamente controlados a escala global por toda la humanidad y orientados a la satisfacción de las necesidades humanas.
Además, la organización geográfica de la humanidad, hoy dictada por las necesidades de la sociedad de clases, será totalmente distinta en el comunismo, lo que hará desaparecer la oposición entre la ciudad y el campo. Las mega ciudades actuales de 20 millones de habitantes o más sólo pueden dar paso a distribuciones de población más sustentables. Esto, junto con una relación transformada entre los seres humanos y los animales, y una aplicación de los modernos avances médicos científicos sin los obstáculos del capitalismo decadente, bien podría relegar al pasado las pandemias masivas de la sociedad de clases.
Pero el comunismo no será una utopía: la humanidad seguirá enfrentándose a muchas cuestiones difíciles. La actual crisis ecológica en espiral, por ejemplo, seguramente marcara cómo viviremos durante siglos o milenios. Además, la burguesía empleará sin duda toda su capacidad militar para preservar su sociedad podrida. La guerra revolucionaria contra tal enemigo sólo puede resultar en una destrucción catastrófica, pero tal destrucción catastrófica es hoy el modo de vida del capitalismo. Así pues, aunque estas cuestiones serían sin duda algunas de las primeras a las que se enfrentaría un proletariado victorioso, sólo ese proletariado y el futuro sin clases por el que lucha tienen la capacidad de plantear soluciones reales.
Es evidente que hay muchos aspectos de estas cuestiones que no podrían tratarse en un solo debate. Sin embargo, esto sólo demuestra una vez más la importancia de que los revolucionarios sigan dedicando tiempo a estos temas.
L y N, junio de 2024