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Atrás quedaron los días en que, a pesar de la realidad de este mundo dominado por un sistema de explotación que lleva a la humanidad cada vez más explícitamente a su perdición, los medios de información se obstinaban en difundir un poco de optimismo para adormecer mejor a los explotados sugiriendo razones para esperar un mundo capitalista mejor. Ahora, la acumulación de catástrofes de todo tipo es tal que hace mucho más difícil entrever otra cosa que el infierno en la Tierra. Adaptándose a esta situación, la intoxicación propagandística tiende cada vez más a encerrar la reflexión en esta atmósfera de fin del mundo y hace todo lo posible por desviar a los explotados de la idea de que, precisamente, otro futuro es a la vez indispensable y posible, que está madurando en las entrañas de la sociedad y que será el resultado de la lucha de clases del proletariado, si logra derrocar al capitalismo.
Caos y barbarie sin precedentes... ¡Pero no inevitables!
Por dramática y sobrecogedora que sea la situación del mundo, no es inexorable y puede explicarse de otra manera que por las mentiras de aquellos que tienen un interés en la perpetuación del capitalismo: explotadores de la fuerza de trabajo proletaria, politicastros de todos los pelajes, demócratas de izquierda o derecha, populistas o incluso aquellos de extrema izquierda que son la última línea de defensa del capital.
Más que ningún otro modo de producción anterior, el capitalismo desarrolló las fuerzas productivas que hicieron posible, por primera vez en la historia de la humanidad, la edificación de una sociedad libre de necesidades y sin clases sociales: el comunismo. En este sentido representó una etapa progresiva en la historia de la humanidad. La Primera Guerra Mundial -con sus millones de muertos y sus destrucciones como la historia no había conocido antes- significó la entrada de este sistema en una decadencia irreversible cuya perpetuación amenaza cada vez más la existencia misma de la humanidad. Con dos guerras mundiales en su haber y una sucesión ininterrumpida de guerras locales cada vez más mortíferas, ha entrado desde el hundimiento del bloque del Este en 1990 en una nueva y última etapa de su decadencia, su fase final, la de la descomposición general de la sociedad, de su putrefacción desde las raíces.
Sólo a través del marco materialista e histórico de la descomposición, como fase última de la decadencia del capitalismo, es realmente posible aprehender los fenómenos del “fin del mundo” que invaden la sociedad y combatir su causa: la persistencia de la dominación de las relaciones de producción capitalistas que han quedado obsoletas.
La descomposición invade la sociedad en todos los ámbitos: el desarrollo del cada uno para sí o sálvese quien pueda generalizado, la inestabilidad creciente de las estructuras internacionales de “regulación” y de los aparatos políticos, pero también la explosión del consumo de drogas, la delincuencia, el fanatismo religioso, la depresión, los suicidios, etc.[1] y la destrucción del pensamiento racional. La oleada de populismo es en sí misma un producto de esta descomposición, que afecta cada vez más la capacidad de fracciones de la burguesía para asumir “racionalmente” la gestión del capital. Dos artículos de este número de la Revista Internacional lo ilustran[2] “Cómo se organiza la Burguesía (§ “El auge del populismo”: la expresión más espectacular de la pérdida de control de la burguesía sobre su aparato político”)” y “La izquierda del capital no puede salvar un sistema moribundo”.
Más allá de la irresponsabilidad social de la burguesía, la descomposición contribuye a favorecer la degradación acelerada del medio ambiente y por tanto, a la agravación del cambio climático, por el ánimo de lucro que se obtiene echando mano de los recursos naturales; como atestiguan la frecuencia y la amplitud de las catástrofes climáticas en el mundo.
Evidentemente la descomposición de la sociedad no elimina las contradicciones fundamentales del capitalismo; al contrario, no hace sino agravarlas. La crisis económica mundial, de vuelta desde finales de la década de 1960, se agrava inexorablemente y de forma irreversible, con manifestaciones que serán más profundas y desestabilizadoras que durante la recesión de 2008, y que posiblemente batirán todos los récords de la gran crisis de 1929 y 1930 (Lea en este número de la Revista Internacional, “Esta crisis se convertirá en la más grave de todo el periodo de decadencia”)[3]. Pero al mismo tiempo, aunque infrinja nuevos sufrimientos a la humanidad, en particular un considerable refuerzo de la explotación de la clase obrera, al revelar abiertamente la bancarrota del capitalismo, la crisis económica será el fermento de nuevos desarrollos de la lucha de clases y de la toma de conciencia de la clase obrera.
Por otro lado la barbarie guerrera se extiende por todos los continentes de forma incontrolable y cada vez más dramática. La guerra hace estragos actualmente en Ucrania y en la Franja de Gaza en Medio Oriente; la amenaza de un futuro enfrentamiento entre China y Estados Unidos[4] no cesa... Frente a todas las guerras actuales o en gestación, la clase obrera no debe elegir ningún bando y debe defender con firmeza la bandera del internacionalismo proletario en todas partes. Durante todo un período, la clase obrera no podrá alzarse contra la guerra. Por el contrario, la lucha de clases contra la explotación va a adquirir mayor importancia porque empuja al proletariado a politizar su lucha.
No existe otra perspectiva realista para la humanidad, que no sólo se enfrenta a cada una de las calamidades capitalistas que hemos mencionado -descomposición, crisis, guerra, destrucción del medio ambiente- sino que todas estas lacras se entrecruzan e interactúan entre sí en una especie de “efecto torbellino” con efectos más destructivos que la simple suma de esas lacras consideradas aisladamente unas de otras.
La lucha de clases resurge en la escena mundial
Mientras que el polo de la sociedad que representa la perspectiva de la destrucción de la humanidad ocupa todo el espacio mediático, hay otro polo en juego respecto al cual la burguesía se muestra muy discreta: la reanudación de la lucha de clases a escala mundial, cuyo desarrollo representa el único futuro posible para la humanidad. Así, tras las considerables dificultades encontradas por la lucha de clases consecutivas a la explotación política que la burguesía hizo del hundimiento del bloque del Este, el proletariado vuelve a la escena social. Le fueron necesarias tres décadas, a partir de1990, para digerir la repugnante campaña ideológica que, en todos los tonos posibles y a través de los medios de información de todos los continentes, ha insistido en que el hundimiento de los regímenes estalinistas -falsamente identificados con la futura sociedad comunista que es su antítesis- significaba el fin del proyecto de construcción de una sociedad comunista a escala mundial. Esas campañas llegaron incluso a decretar el fin de la lucha de clases, de la clase obrera y de la propia historia. Incluso si durante esos treinta años la clase obrera intentó levantar cabeza a través de ciertas luchas, éstas se vieron considerablemente limitadas por el hecho de que los trabajadores ya no se reconocían como una clase distinta de la sociedad, la principal clase explotada de la sociedad, con un proyecto histórico que le es propio. Pero fue la recuperación gradual por parte de la clase obrera de su identidad de clase lo que hizo posible el surgimiento de las luchas en el Reino Unido, “El verano de la cólera” de 2022, la mayor oleada de huelgas en ese país desde 1979, y que entraña la recuperación por parte del proletariado de su propio proyecto político, el derrocamiento del capitalismo[5] y la construcción de la sociedad comunista.
Los artículos de la prensa de la CCI han ilustrado, acompañado y comentado las expresiones más llamativas de esta renovación de la lucha de clases. Sólo desde la publicación del número 171 de la Revista Internacional, se han producido importantes luchas en Quebec, Suecia, Finlandia, Alemania, Turquía e Irlanda del Norte. Estas luchas son evidentemente el resultado del rechazo creciente de la clase obrera a sufrir la agravación de la explotación y de las condiciones miserables que la acompañan (el “¡Ya basta!” de los trabajadores en Gran Bretaña). Más allá de la conciencia inmediata que puedan tener los trabajadores en lucha, estos movimientos constituyen el principio de una respuesta al infierno en la tierra al que el capitalismo condena a la humanidad.
La intervención de los revolucionarios debe estar a la vanguardia en todos los planos del combate de la clase trabajadora y de su toma de conciencia
Como secreción de la lucha histórica del proletariado mundial, la actividad y la intervención de los revolucionarios son indispensables. Y esto es cierto en todos los periodos de la vida de la sociedad, desde el nacimiento del movimiento obrero hasta nuestros días, tanto en el ascenso del capitalismo y el desarrollo del movimiento de los trabajadores como en la decadencia capitalista. Ya sea estando en la vanguardia de la lucha de la clase obrera para darle orientaciones en los periodos revolucionarios, o resistiendo políticamente y muy minoritariamente en los peores momentos de retroceso para salvar y mantener el legado que hay que transmitir. Pero también en todas las situaciones “intermedias”, como la que vivimos actualmente -en las que no hay posibilidad de influencia extensa real en el seno de la clase trabajadora y en las que la actividad de los revolucionarios no puede ser la de un partido- es sin embargo esencial e indispensable en más de un sentido, sobre todo en lo que se refiere a la preparación de las condiciones para el surgimiento del futuro partido.
De hecho, en cualquier circunstancia, la actividad de los revolucionarios dista mucho de limitarse a la producción de prensa o de octavillas y a su distribución, aunque estas tareas sean efectivamente esenciales y muy exigentes. Así, como condición a la realización de la prensa, la organización debe tener la capacidad de aprehender la evolución de la situación mundial a todos los niveles, lo que significa un esfuerzo colectivo permanente de análisis, que puede requerir una vuelta a los fundamentos, para actualizar y enriquecer el marco de análisis. Porque “no puede haber movimiento revolucionario sin una teoría revolucionaria” (Lenin), y porque el mundo no es estático, los revolucionarios deben dar vida a sus posiciones políticas a la luz de la realidad. Así es como, por ejemplo, Lenin, consciente de que se acercaba el momento favorable a la revolución, se comprometió a escribir “El Estado y la revolución”[6], que constituye una continuación y una clarificación de la teoría marxista sobre la cuestión del Estado. Es el mismo tipo de consideración que, en un contexto completamente diferente, había llevado a nuestra organización a hacer un esfuerzo de análisis para comprender, a finales de los años 80, el significado de la acumulación de fenómenos de descomposición de la sociedad, y poner en evidencia que eso no se trataba en absoluto de algo fortuito o normal en la vida del capitalismo, sino que correspondía a una nueva fase de la decadencia del capitalismo, la de su descomposición.
Es este enfoque el que permite a la CCI comprender la dinámica actual de los conflictos imperialistas, no como un enfrentamiento entre dos bloques imperialistas rivales, como era el caso antes del derrumbe de los bloques, sino ante todo como una expresión del cada uno para sí concerniente a cada país imperialista, la búsqueda de su supervivencia en la arena mundial. Mientras que Estados Unidos lucha por su liderazgo mundial, no ha dudado en empujar a Rusia a invadir Ucrania para que quede considerablemente debilitada e incapaz de apoyar a China frente al mismo Estados Unidos.
También este análisis permite a la CCI comprender y defender que, desde la desaparición de los bloques imperialistas, la alternativa histórica ya no es “Revolución Mundial o Guerra Mundial”, siendo ambos términos mutuamente excluyentes, en particular porque un proletariado no derrotado mundialmente es un obstáculo para su reclutamiento para la guerra. Las dos dinámicas antagónicas de la situación actual no se excluyen mutuamente: por un lado, el hundimiento de la sociedad en la descomposición, con la vía a la desaparición de la sociedad y de toda vida humana sobre la tierra en juego, y por otro, el desarrollo de la lucha de clases mundial hasta la toma del poder por el proletariado. Sin embargo, el resultado de las dos dinámicas es exclusivo de una u otra.
En el medio proletario, y ciertamente entre los que buscan posiciones de clase, existen divergencias o interrogantes sobre la forma de plantear la alternativa histórica en la situación actual. Algunas de estas divergencias tienen que ver con el reconocimiento o no de la actual fase de descomposición del capitalismo. La CCI ha desarrollado una crítica del enfoque “materialista vulgar” que subyace al rechazo de la noción de descomposición del capitalismo (Léase “El método marxista, herramienta indispensable para comprender el mundo actual” en el “Informe sobre la descomposición del 25º Congreso de la CCI” y no podemos sino animar a sus críticos, así como a sus defensores, a entablar un debate sobre esta cuestión. Pero ésta no es la única cuestión que debe aclararse con carácter prioritario. En efecto, el desarrollo de las tensiones guerrera exige la mayor claridad y firmeza concerniente a la actitud e intervención en esta situación.
La defensa del internacionalismo proletario tal como es presentado en el Manifiesto del Partido Comunista es irrevocable: “Los proletarios no tienen patria; Proletarios de todos los países uníos”. Sin embargo, frente a los conflictos actuales, en particular el de la Franja de Gaza, existe una tendencia entre los grupos de la Izquierda Comunista (bordiguistas) pero también en el seno de una parte de elementos que comparte cierta proximidad con las posiciones de clase, a dejar de lado la fórmula “Proletarios de todos los países uníos” en favor de fórmulas dudosas que “olvidan” al proletariado de la Franja de Gaza, disolviéndolo en el “pueblo palestino”. Tales confusiones, que deben ser discutidas y combatidas, son muy perjudiciales en la medida en que abren una brecha en los principios que la clase trabajadora debe defender para poder hacer frente al desarrollo de los conflictos guerreros que van a amplificarse en todo el mundo. Sobre esta cuestión, lea nuestros artículos en este número de la Revista: “Praga‘Semana de acción’ : el activismo es una barrera para la clarificación política” y “La lucha contra la guerra imperialista sólo puede librarse con las posiciones de la Izquierda Comunista”.
Desde que existe, la Izquierda Comunista ha asumido una responsabilidad de primer orden en la lucha contra la guerra en distintos momentos clave de la historia denunciando los dos campos imperialistas presentes: durante la guerra de España de 1936, los republicanos por un lado y los fascistas por otro; durante la Segunda Guerra Mundial: Gran Bretaña, Francia, Rusia y Estados Unidos por un lado y Alemania e Italia por otro, en un momento en que el trotskismo se traicionaba a sí mismo defendiendo el campo democrático en España y luego el de Rusia. Sobre este tema, lea nuestro artículo en este número de la Revista “Manifiesto de la Izquierda Comunista a los Proletarios de Europa (junio de 1944)”. Pero desde entonces, los principales grupos de la Izquierda Comunista han rechazado las diversas peticiones de la CCI para adoptar una posición común ante los diversos conflictos que han ensangrentado el mundo desde finales de los años setenta. Ya sea por sectarismo o por oportunismo, como en el caso de la guerra de Ucrania, donde la TCI, rechazando el enfoque propuesto por la CCI, que se inscribe totalmente en el de la Izquierda Comunista, prefirió un enfoque opuesto, amplio y difuso de la demarcación que debe existir entre la Izquierda Comunista que lucha efectivamente contra la guerra y el conjunto de un medio formado por los que se oponen circunstancialmente a tal o cual guerra (Lea el artículo de este número de la Revista “La lucha contra la guerra imperialista sólo puede librarse con las posiciones de la Izquierda Comunista”. En estas circunstancias, solo un reducido número de grupos de la Izquierda Comunista asumió esta responsabilidad internacionalista. Lea “Dos años después de la declaración común de la Izquierda Comunista sobre la guerra en Ucrania”.
Sylunken (20/07/2024)
[1] Lea nuestras Tesis sobre la Descomposición “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”. Revista Internacional 107. TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
[2] Véase también El auge del populismo es producto de la descomposición del capitalismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
[3] Lea también el siguiente artículo de este número de esta Revista: “Esta crisis está llamada a convertirse en la más grave de todo el período de decadencia”.
[4] Lea el artículo sobre las tensiones imperialistas de este número.
[5] Sobre este tema, léase Tras la ruptura en la lucha de clases, la necesidad de politización de las luchas | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
[6] Sobre este tema, léase nuestro artículo “El Estado y la revolución” (Lenin)- Una brillante confirmación del marxismo (Revista Internacional 91), II - «El Estado y la revolución» (Lenin) - Una brillante confirmación del marxismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)