Esta crisis se convertirá en la más grave de todo el periodo de decadencia.

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Para la CCI, «La crisis que ya se desarrolla desde hace decenios se convertirá en la más grave de todo el período de decadencia y su alcance histórico superará incluso la primera crisis de esta época, la que comenzó en 1929. Después de más de 100 años de decadencia capitalista, con una economía devastada por los gastos militares, debilitada por el impacto de la destrucción del medio ambiente, profundamente alterada en sus mecanismos reproductivos por la deuda y la manipulación estatal, plagada de enfermedades pandémicas, sufriendo cada vez más todos los demás efectos de la decadencia, es ilusorio pensar que, en estas condiciones, habrá alguna recuperación remotamente sostenible de la economía mundial.»  (Resolución sobre la situación internacional (2021); Revista Internacional 167)

El medio político proletario, en cambio, subestima la profundidad de la crisis: para el PCI (Partido Comunista Internacional), que se concentra esencialmente en sus aspectos financieros, la crisis actual no parece más que una repetición de la crisis de 1929. En cuanto a la TCI (Tendencia Comunista Internacional), aunque empíricamente puede ver ciertos fenómenos de su agravamiento, lastrada por su enfoque economicista basado únicamente en la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, no alcanza a ver la amplitud de la decadencia del sistema capitalista y la gravedad de la crisis. Al seguir concibiendo la crisis como la secuencia de ciclos que sí eran típicos en la fase ascendente del capitalismo, no comprende las formas que adopta en la decadencia ni realmente sus consecuencias y lo que está en juego para el proletariado. Sobre todo, considera que el Capital «... genera guerras como medio de proseguir el proceso de acumulación y extracción de la plusvalía, base de su existencia».

Este informe, que ahora publicamos, basa su evaluación de la gravedad actual de la crisis económica en las adquisiciones del marxismo y en los elementos de su evolución desde finales de los años 60, tal como se expone en diversas publicaciones de la CCI.

La crisis es una crisis de sobreproducción

 

A. El callejón sin salida de la crisis de sobreproducción se basa en que las relaciones sociales capitalistas demasiado son ya estrechas para la acumulación ampliada de capital [1] o en mercados extracapitalistas solventes demasiado limitados.

La crisis que resurgió en 1967 y que sigue haciendo estragos hoy en día es una crisis de sobreproducción. En su raíz se encuentra una causa fundamental, la contradicción principal del capitalismo desde sus orígenes, que se ha convertido en un obstáculo definitivo una vez que las fuerzas productivas han alcanzado un cierto nivel de desarrollo: la producción capitalista no crea automáticamente y a voluntad los mercados necesarios para su crecimiento. El capital produce más mercancías de las que pueden ser absorbidas por las relaciones capitalistas de producción: una parte de la realización de sus beneficios, la destinada a ampliar la reproducción del capital (es decir, no consumida ni por la clase burguesa ni por la clase proletaria) debe realizarse fuera de estas relaciones, en mercados extracapitalistas. Históricamente, el capitalismo encontró las salidas solventes necesarias para su expansión primero entre los campesinos y artesanos de los países capitalistas, luego compensó su incapacidad de crear sus propias salidas extendiendo su mercado a todo el mundo creando el mercado mundial.

«Pero al generalizar sus relaciones a todo el planeta y unificar el mercado mundial, alcanzó un grado crítico de saturación de las mismas salidas que le habían permitido lograr su formidable expansión en el siglo XIX. La creciente dificultad del capital para encontrar mercados para su plusvalía acentúa la presión a la baja ejercida sobre su tasa de ganancia por el aumento constante de la relación entre el valor de los medios de producción y el valor de la fuerza de trabajo. De ser una tendencia, esta caída de la tasa de ganancia se hace cada vez más efectiva, lo que a su vez obstaculiza el proceso de acumulación de capital y, por tanto, el funcionamiento de todos los engranajes del sistema». (Plataforma de la CCI) «Las dos contradicciones señaladas por Marx (la sobreproducción y la tendencia a la caída de la tasa de ganancia) no se excluyen mutuamente, sino que son dos facetas de un proceso global de producción de valor. En última instancia, esto hace que las «dos» teorías sean una y la misma». (Marxismo y teorías de la crisis; Revista Internacional 13).

En un plano más inmediato, la crisis abierta a finales de los años 60 puso fin a dos décadas de prosperidad basadas en la reanudación de la explotación de los mercados extracapitalistas (enlentecida durante y entre las dos guerras mundiales) y en la modernización del aparato productivo (métodos fordistas, introducción de la informática, etc.). El retorno de la crisis abrió de nuevo la vía a la alternativa histórica: o la guerra mundial o bien el enfrentamiento de clases generalizado que desembocaría en la revolución proletaria.

 

B. ¿Qué criterios hay que utilizar para evaluar la gravedad de la crisis?

 

Ante el recrudecimiento de la crisis en los años 70, nuestra organización mantuvo tres criterios para calibrar la gravedad de la crisis: el desarrollo del capitalismo de Estado, el estancamiento creciente de la superproducción y la preparación para la guerra con el desarrollo de la economía de guerra.

B1. El desarrollo del capitalismo de Estado

Como expresión de la contradicción entre la socialización mundial y la base nacional de las relaciones sociales de producción capitalista, la tendencia universal al fortalecimiento del Estado capitalista en todas las esferas de la vida social refleja fundamentalmente la inadaptación definitiva de las relaciones sociales capitalistas al desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. El Estado es la única fuerza capaz de:

- frenar los antagonismos en el seno de la clase dominante, con vistas a imponer la unidad indispensable para la defensa de los intereses del capital nacional;

- organizar y desarrollar plenamente a escala nacional la manipulación de la ley del valor, de limitar su campo de aplicación para frenar los efectos disgregadores de las contradicciones insuperables del capitalismo sobre la economía nacional;

- poner la economía al servicio de la guerra y organizar el capital nacional con vistas a preparar la guerra imperialista;

- reforzar, por medio de fuerzas represivas y de una burocracia cada vez más pesada, la cohesión interna de una sociedad amenazada de dislocación por la descomposición creciente de sus bases económicas; imponer, por medio de una violencia omnipresente, el mantenimiento de una estructura social cada vez más incapaz de regir espontáneamente las relaciones humanas y cada vez menos aceptada puesto que e convierte, cada vez más, en un absurdo desde el punto de vista de la supervivencia misma de la sociedad.

B2. El creciente callejón sin salida de la superproducción

La superproducción no tiene solución en el capitalismo. Todas las políticas aplicadas para paliar sus efectos están condenadas al fracaso y el capitalismo se enfrenta constantemente a esta contradicción fundamental insuperable. En esencia, esta contradicción sólo puede eliminarse mediante la abolición del trabajo asalariado y la explotación. A lo sumo, la burguesía sólo puede intentar atenuar la violencia de la crisis ralentizándola:

La «crisis general de superproducción (...) se expresa, en las metrópolis del capitalismo, por una superproducción de mercancías, de capital y de fuerza de trabajo». (Resolución sobre la crisis del 4º Congreso de la CCI, disponible en francés, Revista Internacional 26 - 3er trimestre 1981)

Este callejón sin salida se expresa en el desarrollo de la inflación, alimentada por el peso de los gastos improductivos movilizados por la necesidad de mantener un mínimo de cohesión en una sociedad en desintegración (capitalismo de Estado) y la esterilización del capital representada por la economía de guerra y la producción de armamento. La inflación, alimentada también por la manipulación de la ley del valor (endeudamiento, creación de dinero, etc.), es una característica permanente de la decadencia del capitalismo y adquiere aún más importancia en tiempos de guerra. Una enorme masa de capital, que ya no puede invertirse de forma rentable, alimenta entonces la especulación.

«La crisis de sobreproducción no es sólo la producción de un excedente para el que no hay salida, sino también la destrucción de ese excedente (...) la sobreproducción implica un proceso de autodestrucción. El valor del excedente de producción que no puede acumularse no se fija ni se almacena, sino que debe destruirse. (...) Es este proceso de autodestrucción resultante de la rebelión de las fuerzas productivas contra las relaciones de producción lo que se expresa en el militarismo("Las condiciones de la revolución: crisis de sobreproducción, el capitalismo de Estado y la economía de guerra.”, disponible en francés, Revista Internacional 31)

B3. Preparación para la guerra y construcción de la economía de guerra

«En la fase decadente del imperialismo, el capitalismo sólo puede dirigir los contrastes de su sistema hacia un resultado: la guerra. La humanidad sólo puede escapar de tal alternativa mediante la revolución proletaria». ("Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante - Parte 1; Bilan nº 10, agosto-septiembre de 1934); Revista Internacional 103). De hecho, a medida que la crisis económica se prolonga y profundiza, intensifica los antagonismos interimperialistas. Para el capital, sólo hay una «solución» a su crisis histórica: la guerra imperialista. Así pues, cuanto más demuestren su inutilidad los diversos paliativos más deliberadamente deberá prepararse cada bloque imperialista para un reparto violento del mercado mundial.

B4. El reforzamiento de la explotación del proletariado

La instauración de una economía de guerra implica el desarrollo de una producción (en particular la producción de armamento) que no puede emplearse para aumentar el valor del capital, es decir, que no puede integrarse en la producción de nuevas mercancías. En este sentido, implica una esterilización del capital, que debe compensarse con un aumento de la plusvalía extraída. Esta compensación se consigue básicamente reforzando la explotación de la clase obrera.

 

Los años 70 y 80: la irrupción de la descomposición

 

A finales de los años 70 y principios de los 80, el capitalismo llegó a un callejón sin salida: en el bloque occidental la sobreproducción de mercancías se reflejó en la caída de la producción industrial, que alcanzó su punto máximo, sobre todo en Estados Unidos, donde las recesiones hicieron retroceder la producción siderúrgica al nivel de 1967. En el bloque oriental el capital escaseaba, la producción industrial estaba subdesarrollada y atrasada, y el capital era incapaz de competir en el mercado mundial[2]. El mito de que los países llamados «socialistas» podían escapar a la crisis general del sistema se derrumbó definitivamente en los años ochenta. Muchos países del Tercer Mundo ya se habían hundido a mediados de los años setenta.

En el bloque norteamericano, la crisis económica aceleró la tendencia al fortalecimiento del capitalismo de Estado. Al mismo tiempo, éste demuestra su incapacidad para frenar el desarrollo de la crisis: no sólo las medidas keynesianas del calibre de las adoptadas en la crisis de 1929 ya no eran viables, sino que las diversas políticas de relanzamiento también fracasaron. Una recesión siguió a otra, haciéndose cada vez más profundas.

Cada bloque intensificó sus preparativos para un tercer holocausto mundial, en particular mediante un aumento considerable del gasto en armamento para exacerbar la concurrencia interimperialista. Los preparativos de guerra también se intensificaron fortaleciendo políticamente los bloques con vistas a la confrontación imperialista (pero también a la confrontación con la clase obrera).

Pero para El Capital, «la producción de armamento (...) es riqueza, capital destruido, una sangría improductiva para la competitividad de la economía nacional. Los dos cabezas de bloque surgidos de la división de Yalta han visto cómo sus economías se debilitaban y perdían competitividad frente a sus propios aliados. Este es el resultado del gasto para reforzar su poder militar, que es el garante de su posición como líderes imperialistas y la condición última de su poder económico. Aunque han reforzado la supremacía imperialista de EE. UU., los pedidos de armas no han impulsado la industria estadounidense. Todo lo contrario.» (La crisis del capitalismo de Estado: la economía mundial se hunde en el caos; Revista Internacional 61)

A. El hundimiento del estalinismo - la descomposición

A finales de los años ochenta, las dos clases fundamentales y antagónicas de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, pero no por ello desaparecen las contradicciones y manifestaciones de la decadencia del capitalismo moribundo que marcan sucesivamente los diferentes momentos de esta decadencia. Es más se mantienen, acumulan y profundizan, culminando en la fase de descomposición generalizada del sistema capitalista que completa y corona tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia.

La irrupción de la descomposición dará lugar a un fenómeno sin precedentes: el hundimiento de todo un bloque fuera de las condiciones de una guerra mundial o de una revolución proletaria.

 «Este hundimiento, en efecto, es globalmente una de las consecuencias de la crisis mundial del capitalismo; tampoco puede analizarse sin tener en cuenta las características específicas que las circunstancias históricas de su aparición confirieron a los regímenes estalinistas (...). Sin embargo, sólo podemos comprender plenamente este hecho histórico considerable y sin precedentes, el hundimiento desde dentro de todo un bloque imperialista en ausencia de una revolución o una guerra mundial, introduciendo en el marco de análisis ese otro elemento inédito que constituye la entrada de la sociedad en una fase de descomposición como la que estamos presenciando hoy. La centralización extrema y el control total de la economía por parte del Estado, la confusión entre el aparato económico y el aparato político, el engaño permanente y a gran escala de la ley del valor, la movilización de todos los recursos económicos hacia la esfera militar, todas estas características propias de los regímenes estalinistas (...) han llegado brutal y radicalmente a su límite cuando la burguesía ha tenido que enfrentarse durante años a la agravación de la crisis económica sin poder desembocar en esta misma guerra imperialista». (TESIS: La descomposición, fase última de la decadencia capitalista: Revista Internacional no. 107)

B. La crisis del capitalismo de Estado y su significado

Tras décadas de políticas capitalistas de Estado aplicadas bajo la disciplina de los bloques imperialistas, el hundimiento del capitalismo de Estado estalinista «constituye efectivamente, desde cierto punto de vista, una victoria del mercado, un reajuste brutal de las rivalidades imperialistas a las realidades económicas. Y, simbólicamente, afirma la impotencia de las medidas del capitalismo de Estado para cortocircuitar ad aeternam las leyes ineludibles del mercado capitalista. Este fracaso, incluso más allá de los estrechos confines del antiguo bloque ruso, muestra la impotencia de la burguesía mundial para hacer frente a la crisis de sobreproducción crónica, la crisis catastrófica del capital. Muestra la creciente ineficacia de las medidas estatales empleadas a una escala cada vez más masiva, a escala de todo el bloque, durante décadas, y presentadas desde los años 30 como una panacea para las contradicciones insuperables del capitalismo, tal como se expresan en su mercado.» (La crisis del capitalismo de Estado: la economía mundial se hunde en el caos; Revista Internacional no. 61).

«La ausencia de una perspectiva (salvo la de «salvar los muebles» de su economía día a día) hacia la que pueda movilizarse como clase, y mientras el proletariado no constituya todavía una amenaza para su supervivencia, determina en el seno de la clase dominante, y en particular de su aparato político, una tendencia creciente a la indisciplina y al sálvese quien pueda. Es este fenómeno, en particular, el que contribuye a explicar el hundimiento del estalinismo y de todo el bloque imperialista del Este». (TESIS: La descomposición, fase última de la decadencia capitalista; Revista Internacional 107). Aunque reconociendo que el modelo de capitalismo de Estado al estilo occidental, que integra el capital privado en una estructura estatal y bajo su control, es mucho más eficaz, flexible, adecuado, con un sentido de la responsabilidad más desarrollado para la gestión de la economía nacional, más mistificador porque está más oculto y, sobre todo, porque controla una economía y un mercado mucho más potentes que los de los países de Europa del Este, la CCI señaló que la quiebra del bloque del Este, después de la del «Tercer Mundo», anunciaba la futura quiebra del capitalismo en sus zonas más desarrolladas. «La debacle general en el seno del propio aparato de Estado, la pérdida de control sobre su propia estrategia política, tal como la vemos hoy en la URSS y sus satélites, es en realidad una caricatura (debido a las características específicas de los regímenes estalinistas) de un fenómeno mucho más general que afecta al conjunto de la burguesía mundial, un fenómeno propio de la fase de descomposición». (TESIS: La descomposición, fase última de la decadencia capitalista: Revista Internacional 107)

En el periodo subsiguiente también se confirmó que vastas partes del mundo, como África, estaban económicamente marginadas en el mercado mundial. Y, aunque se alejara la perspectiva de la Tercera Guerra Mundial, no por ello se relajó el militarismo y los estragos de la guerra y los estragos de la guerra sumieron en el caos a zonas cada vez más extensas por instigación directa de las grandes potencias, encabezadas por Estados Unidos con sus catastróficas intervenciones en Irak (1991 y 2001) y Afganistán.

 

Globalización y mundialización de 1989-2008

 

A. La globalización: un intento de mantener la rentabilidad del capital

Sin embargo, en el contexto caótico de esta nueva situación histórica de descomposición y en un mundo capitalista profundamente alterado por los efectos de su decadencia, la desaparición de los bloques ofreció no obstante una oportunidad, aprovechada en particular por las grandes potencias encabezadas por los EE. UU. (única superpotencia restante, tanto económica como militarmente), para prolongar la supervivencia del sistema capitalista.

Los intentos de la llamada “mundialización” para limitar el impacto de la contradicción del capitalismo entre el carácter social y global de la producción y el carácter privado de la apropiación de la plusvalía por las naciones capitalistas competidoras se basan fundamentalmente en:

- la mejor explotación de los mercados ya existentes, debido a la desaparición de sus competidores, barridos por la crisis que estuvo ya en el origen del hundimiento de los países del bloque del Este, aunque estos mercados estuvieran lejos de ser El Dorado que nos vendieron en su momento las campañas burguesas. Y sobre todo, la explotación de los mercados extracapitalistas restantes en el mundo, donde la desaparición de los bloques supuso la desaparición del principal obstáculo que impedía su acceso mientras estuvieran bajo la tutela del enemigo. Sin embargo, no todos los mercados son necesariamente solventes, es decir, capaces de pagar las mercancías disponibles para la venta.

- la acción de los Estados. Ya no es el jefe de bloque quien, en nombre de la necesaria unidad del bloque, impone las medidas a implementar por cada capital nacional, sino que el poder económico y político de los EE. UU. le permitió chantajear a cada Estado para que acepte las nuevas reglas del juego, so pena de verse privado de las ganancias financieras necesarias para sobrevivir en la arena capitalista. Los Estados han sido los principales instrumentos para organizar la globalización, desempeñando un papel decisivo con el establecimiento de normativas que favorecen la máxima rentabilidad, la definición de políticas fiscales atractivas, etc.

- la extensión a escala mundial de las trampas a la ley del valor mediante la generalización a escala planetaria de las medidas y mecanismos que habían comenzado a desarrollarse bajo la égida de los EE. UU. en el marco del bloque occidental en la última década de su existencia. Intentaban así combatir mediante una demanda financiada artificialmente con deuda- las consecuencias de la estrechez de los mercados sobre la rentabilidad del Capital.

La nueva organización internacional de la producción y del comercio impuesta por la primera potencia mundial adoptó esencialmente dos formas: la libre circulación de capitales y la libre circulación de la mano de obra. Estas dos disposiciones están estrechamente vinculadas a la lucha contra la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, «poderoso fermento de descomposición de la economía capitalista decadente» en un contexto de escasez de mercados solventes:

- Es esta ley la que proporciona la explicación de la exportación de capitales, que aparece como uno de los rasgos específicos del capitalismo decadente: «La exportación de capitales, dice Marx, “no está causada por la imposibilidad absoluta de ocuparlos en casa, sino por la posibilidad de colocarlos en el extranjero a una tasa de ganancia más elevada”. Lenin confirma esta idea (El Imperialismo) cuando dice que “la necesidad de exportar capitales resulta de la excesiva madurez del capitalismo en ciertos países donde las inversiones ‘ventajosas’ (...) comienzan a fracasar”». (Bilan) Al mismo tiempo, tuvo el efecto de destruir el aparato industrial de los países centrales, cuando existía la posibilidad de trasladarla a otro lugar del mundo, en condiciones más rentables. También se intensificó la carrera por la productividad, destinada a compensar la tendencia a la baja de la tasa de ganancia aumentando la cantidad de beneficios obtenidos.

- La cuestión de la mercancía «fuerza de trabajo» (el trabajo vivo de cuya explotación el capitalismo extrae su plusvalía) ha desempeñado un papel central. La desaparición de los bloques permitió la búsqueda de la fuerza de trabajo disponible que podía ser explotada de forma más rentable y también favoreció la extensión de las relaciones de clase capitalistas a zonas hasta entonces fuera del campo de la producción capitalista. Como resultado de la proletarización de enormes masas de pequeños productores separados de sus medios de producción, el número de asalariados en todo el mundo se elevó a un total de 1900 millones de obreros y empleados en 1980, y superó los 3 000 millones en 1995. La explotación cada vez más drástica de la fuerza de trabajo de la clase obrera (mediante la reducción directa o indirecta de los salarios, la intensificación del trabajo o la prolongación de la jornada laboral) en todas las partes del mundo concurrentes entre si, así como la integración de nuevas fuerzas de trabajo en las relaciones sociales de producción capitalistas, permitió a las grandes potencias, durante un tiempo, lograr una mejor realización de la acumulación mediante la exportación de capital a zonas deslocalizadas: liberado del corsé imperialista que dividía el mundo en bloques, el capitalismo extendió sus relaciones de producción a todo el planeta, hasta sus límites finales.

Por otra parte, la lucha por la supervivencia y el afán desenfrenado por el máximo beneficio también han conducido a una explotación aún más devastadora y destructiva de la otra base de la riqueza capitalista: la naturaleza. El saqueo y la depredación de la naturaleza provocados por la necesidad de hacer bajar el precio de las materias primas han alcanzado tales cotas que la “Gran Aceleración” de la destrucción medioambiental producida por el capitalismo en su fase de decadencia, y especialmente desde la Segunda Guerra Mundial, está cobrando aún más impulso con la entrada del capitalismo en su fase final de descomposición.

Todos los medios para maximizar los beneficios de la clase dominante se han visto, literalmente, puestos en práctica

1) Los mecanismos del capital financiero, se sitúan en posición central, con objeto de drenar una parte cada vez más considerable de la riqueza creada en todo el mundo hacia la clase dominante de los países centrales.

2) La política de expoliación, en particular de las demás clases productoras (pequeña burguesía), fenómeno típico de la decadencia, adquiere una nueva extensión y se generaliza: «la necesidad del capital financiero de buscar el súper beneficio, no a partir de la producción de plusvalía, sino a partir de la expoliación, por una parte, del conjunto de los consumidores elevando el precio de las mercancías por encima de su valor y, por otra, de los pequeños productores apropiándose de una parte o de la totalidad de su trabajo. El beneficio excedente representa, pues, un impuesto indirecto sobre la circulación de mercancías. El capitalismo tiende a volverse parasitario en el sentido absoluto del término. («Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante», 2ª parte (Bilan nº 11, octubre-noviembre de 1934); Revista Internacional no. 103.)

3) La especulación, impulsada por las instituciones oficiales y los gobiernos, adquiere una nueva dimensión y significado: alimenta el endeudamiento a todos los niveles de la economía poniendo en circulación cantidades cada vez más desorbitantes de capital ficticio (que alcanzó, en 2007, un valor 10 veces superior al PIB mundial[3]), concentrado en «burbujas» que, “afortunadamente” permiten hacen desaparecer el endeudamiento de la contabilidad pública y enmascaran la inflación difuminando sus efectos negativos.

4) La gangsterización de la economía, el fraude, el comercio ilegal, el tráfico, la falsificación de moneda, etc. adquieren un alcance y una dimensión sin precedentes con la corrupción de sectores enteros del Estado, o incluso a instigación de los propios Estados (como Serbia, Corea del Norte, etc.).

B. La emergencia de China

Fueron las circunstancias inéditas de la desaparición de los bloques imperialistas las que hicieron posible la emergencia de China: «Las etapas del ascenso de China son inseparables de la historia de los bloques imperialistas y de su desaparición en 1989: la posición de la Izquierda Comunista que afirmaba la "imposibilidad de cualquier emergencia de nuevas naciones industrializadas" en el período de decadencia y la condena de los Estados "que no lograron su ‘despegue industrial’" antes de la Primera Guerra Mundial para estancarse en el subdesarrollo, o para superar un atraso crónico en comparación con las potencias dominantes" era perfectamente válida en el período de 1914 a 1989. Fue la camisa de fuerza de la organización del mundo en dos bloques imperialistas opuestos (permanentes entre 1945 y 1989) en preparación para la guerra mundial lo que impidió cualquier ruptura de la jerarquía entre las potencias. El ascenso de China comenzó con la ayuda estadounidense que recompensó su cambio imperialista a los Estados Unidos en 1972. Continuó de manera decisiva después de la desaparición de los bloques en 1989. China parece ser el principal beneficiario de la "globalización" tras su adhesión a la OMC en 2001, cuando se convirtió en el taller mundial y en el receptor de las deslocalizaciones e inversiones occidentales, convirtiéndose finalmente en la segunda potencia económica del mundo. Fueron necesarias las circunstancias sin precedentes del período histórico de descomposición para permitir el ascenso de China, sin las cuales no habría ocurrido.

El poder de China soporta todos los estigmas del capitalismo terminal: se basa en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo proletaria, el desarrollo desenfrenado de la economía de guerra del programa nacional de "fusión militar-civil" y va acompañado de la destrucción catastrófica del medio ambiente, mientras que la "cohesión nacional" se basa en el control policial de las masas sometidas a la educación política del Partido Único y en la feroz represión de las poblaciones alófonas del Xinjiang y el Tíbet musulmanes. De hecho, China es sólo una metástasis gigantesca del cáncer militarista generalizado de todo el sistema capitalista: su producción militar se está desarrollando a un ritmo frenético, su presupuesto de defensa se ha multiplicado por seis en 20 años y ocupa el segundo lugar en el mundo desde 2010». (Resolución sobre la situación internacional (2019): conflictos imperialistas, vida de la burguesía, crisis económica - Revista Internacional no. 163)

C. La crisis de 2008

El período 1989-2008 está marcado por una serie de dificultades que demuestran que la globalización, pese a alterar notablemente la jerarquía entre las potencias económicas, no ha puesto fin a la tendencia a la sobreproducción y al estancamiento del capitalismo, como lo demuestran:

- un crecimiento más débil;

- el subempleo o la destrucción de enormes cantidades de bases productivas;

- la enorme cantidad de mano de obra excedente (estimada entre un tercio y la mitad de la mano de obra total mundial), desempleada o subempleada, que el capitalismo es incapaz de integrar en la producción, condenada a vegetar en el sector informal o en los márgenes de la economía capitalista;

- una gran inestabilidad y la incapacidad de evitar la llegada de nuevas crisis: la crisis del sistema monetario europeo en 1993, la crisis mexicana en 1994, la crisis asiática en 1997-98, la crisis de Argentina en 2001, el estallido de la burbuja de Internet en 2002... con un riesgo permanente y creciente de implosión del sistema financiero internacional (aunque, durante dos décadas, el capitalismo consiguió limitar las crisis a ciertas partes del mundo, a costa de aumentar exorbitantemente los estragos del sistema);

- que el cáncer del militarismo lejos de remitir ha continuado succionando la sangre vital de la producción global, aunque afectando a las principales partes del mundo de diferentes maneras: si bien los países europeos lograron reducir su gasto militar un 50% respecto a los niveles de 1989; si China no participó en conflicto alguno en ese período, concentrando sus energías económicas para emerger como segunda potencia mundial; pero las largas y costosas guerras (Irak, Afganistán, etc.) emprendidas por el imperialismo estadounidense han contribuido a debilitar su economía en relación con sus rivales.

De hecho, este período no fue más que un interludio que permitió al sistema capitalista preservar un poco su economía de los efectos de su descomposición.

Pero el empeoramiento del estado real de la economía y la “revancha” de la ley del valor desembocaron en la crisis financiera de 2008, la más grave desde la Gran Depresión de 1929. Estalló en Estados Unidos, en el corazón del capitalismo global y se extendió al resto del mundo. El debilitamiento de la dinámica de la globalización redujo las posibilidades de realización de la acumulación ampliada, mientras que el peso de los gastos militares y de la intervención imperialista y el estancamiento de la sobreproducción provocaron la implosión y el desmoronamiento de la gigantesca pirámide Ponzi del andamiaje financiero internacional basada en el endeudamiento general ilimitado del Estado americano, en la que la especulación sirve de sustituto del crecimiento mundial para mantener vivo el sistema capitalista.

Los gigantescos planes de rescate sin precedentes puestos en marcha por los bancos centrales de las grandes potencias y el papel impulsor de China, consiguieron estabilizar el sistema y frenar la crisis de liquidez, pero no reactivaron realmente la economía. El año 2008 marca un punto de inflexión en la historia del hundimiento del modo de producción capitalista en su crisis histórica.

D. ¿El fin de los últimos mercados extracapitalistas?

Este violento estallido de la crisis puso fin a más de dos décadas de sobreexplotación a escala mundial, alcanzando todas las zonas del mundo, y todos los mercados -incluidos los mercados extracapitalistas-, confirmando así que el sistema capitalista se encuentra completamente atascado en una situación en la que la hegemonía universal de las relaciones de clase hace que la acumulación ampliada sea cada vez más difícil. La mera tendencia hacia ello, constituido ya el mercado mundial y repartido entre las potencias, había significado la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, como señaló Rosa Luxembourg. «Así, el capitalismo no cesa de crecer gracias a sus relaciones con las capas sociales y los países no capitalistas, prosiguiendo la acumulación a costa de ellos, pero al mismo tiempo descomponiéndolos y reprimiéndolos para establecerse en su lugar. Pero a medida que aumenta el número de países capitalistas que participan en la captación de los territorios de acumulación y a medida que se reducen los territorios aún disponibles para la expansión capitalista, la lucha del capital por sus territorios de acumulación se hace cada vez más feroz, y sus campañas engendran una serie de catástrofes económicas y políticas en todo el mundo: crisis mundiales, guerras, revoluciones.

A través de este proceso, el capital prepara su propio colapso de dos maneras: por un lado, al expandirse a expensas de las formas de producción no capitalistas, adelanta el momento en que toda la humanidad estará efectivamente formada sólo por capitalistas y proletarios, y en que será imposible una mayor expansión y, por tanto, la acumulación. Por otra parte, a medida que avanza, exaspera los antagonismos de clase y la anarquía económica y política internacional hasta tal punto que provocará contra su dominación la rebelión del proletariado internacional...». (R. Luxembourg, La acumulación del capital, apéndice Una Anticrítica)

La imposibilidad de un mundo completamente dominado por las relaciones capitalistas

 

Muchos de los fenómenos ya existentes en la decadencia adquieren una dimensión cualitativamente nueva en el período de descomposición, en particular debido a la imposibilidad del capital para ofrecer una perspectiva: «la burguesía se ha visto incapaz de movilizar a los diferentes componentes de la sociedad, incluso en el seno de la clase dominante, en torno a un objetivo común, como no sea el de resistir paso a paso, pero sin esperanza de éxito, el avance de la crisis». «Por eso la situación actual de crisis abierta se presenta en términos radicalmente diferentes a los de la anterior crisis del mismo tipo, la de los años 30». (Tesis sobre la descomposición)

Mientras cada nación pudo beneficiarse de la globalización, el capitalismo consiguió, en general, preservar la economía capitalista de los efectos de la descomposición. En particular conteniendo el “cada uno a la suya” y acatando sin rechistar la ley del más fuerte. La situación fue muy diferente después de 2008, cuando se cerraron las «oportunidades» de la globalización: la incapacidad aún más evidente de superar la crisis de su modo de producción condujo a una explosión del “cada uno a la suya”, tanto entre naciones (con el retorno progresivo del proteccionismo y el cuestionamiento unilateral por parte de las dos principales potencias del multilateralismo y de las instituciones de la globalización), como dentro de cada nación.

A. El efecto «torbellino» de la descomposición, un factor sin precedentes en el agravamiento de la crisis económica

En la década de 2020, los efectos de la descomposición adquirieron una escala y una importancia nuevas, poderosamente destructivas para la economía capitalista. Inaugurada por la pandemia mundial del covid 19, un producto puro de la descomposición que paralizó la economía mundial, haciendo necesaria una intervención estatal masiva y una espiral de endeudamiento. La pandemia fue seguida poco después por el regreso de la guerra a Europa en Ucrania en 2022, cuya onda expansiva siguen sacudiendo el mundo capitalista. Consagrado por la pandemia, el desarrollo del “cada uno a la suya” a una escala sin precedentes y el abandono de cualquier forma de cooperación entre las naciones están socavando todo el sistema capitalista, contrariando así las lecciones extraídas de la crisis de 1929 sobre la necesidad de una cierta cooperación entre las grandes naciones.

Los efectos de la descomposición no sólo se aceleran y, como un boomerang, se revuelven con mayor fuerza contra el corazón mismo del capitalismo, combinando y acumulando los efectos de la crisis económica, la crisis ecológica climática y la guerra imperialista, interactuando y multiplicando sus efectos unos con otros para producir una espiral devastadora de consecuencias incalculables para el capitalismo, golpeando y desestabilizando cada vez más severamente la economía capitalista y su infraestructura de producción. Aunque cada uno de los factores que alimentan este efecto «torbellino» de descomposición representa en sí mismo y por sí solo un grave factor de riesgo de colapso para los Estados, sus efectos combinados superan con creces la mera suma de cada uno de ellos tomados aisladamente.

La alteración global del ciclo del agua es un ejemplo de ello. Consecuencia del calentamiento global atribuible al sistema capitalista, las sequías extremas y de larga duración son la causa de mega incendios que conducen a la desertificación de zonas enteras del planeta que se vuelven inhabitables -a menudo, además, devastadas por la guerra-, obligando a las poblaciones a emigrar. Estas sequías fueron también una de las causas del colapso de los Estados árabes de Oriente Medio en 2010[4]. La productividad e incluso la práctica de la agricultura se han desestabilizado en Estados Unidos, China y Europa. Las precipitaciones extremas y las inundaciones están arruinando irreparablemente regiones enteras o incluso Estados (Pakistán), destruyendo infraestructuras vitales y perturbando la producción industrial. La subida del nivel del mar amenaza al 10% de la población mundial, así como a las aglomeraciones urbanas y las infraestructuras industriales costeras de los países centrales. El acceso al agua se está convirtiendo en una cuestión estratégica crucial, que provoca tensiones y enfrentamientos entre Estados por su control.

Como demuestra el desencadenamiento del militarismo en Ucrania, la guerra (una decisión deliberada de la clase dominante) es el acelerador decisivo del caos y la crisis económica, entre los diversos factores del «efecto torbellino»: aumento de las hambrunas en todo el mundo, interrupción de las cadenas de suministro, escasez, destrucción de la economía ucraniana, destrucción del medio ambiente, etc.

La descomposición también afecta a la forma en que la clase dominante intenta hacer frente al estancamiento de su sistema.

B. La descomposición alimenta la huida hacia adelante en el militarismo

El estallido de la guerra en Ucrania representa un «cambio de época» para el capitalismo y los países centrales: una guerra con un carácter cada vez más irracional, donde cada bando se arruina y se debilita, ya no es una perspectiva lejana. Está cada vez más cercana a los centros del capitalismo mundial e implica a la mayoría de las grandes potencias. Sigue teniendo profundas repercusiones negativas en la situación económica mundial y está perturbando todas las relaciones entre las naciones capitalistas.

Mientras el caos sigue extendiéndose (con el conflicto entre Israel y Hamás), todos los Estados se preparan ahora para una guerra de «alta intensidad»: cada capital nacional reorganiza su economía nacional para reforzar su industria militar y garantizar su independencia estratégica. Los presupuestos militares aumentan rápidamente en todas partes, alcanzando e incluso superando la proporción de la riqueza nacional dedicada al armamento que se alcanzó en el momento álgido del enfrentamiento entre los bloques.

La agudización general de las tensiones imperialistas, y dentro de ellas el gran conflicto entre China y Estados Unidos, está teniendo profundas repercusiones en la estabilidad económica del sistema capitalista. Se está desarrollando una tendencia a la fragmentación del mercado mundial como resultado del deseo de Estados Unidos de torpedear el poder industrial de China (la base del aumento del poder militar de China y de su deseo de expansión mundial) y de implicar a sus aliados en la desvinculación de las economías occidentales de China, promoviendo en cambio el “comercio entre amigos” (friendshoring). Las decisiones económicas adoptadas por las grandes potencias están cada vez más determinadas por consideraciones estratégicas que siguen las líneas de las fracturas imperialistas y provocan importantes perturbaciones en la oferta y la demanda mundiales.

C. La descomposición agrava la crisis del capitalismo de Estado en los países centrales

Los mecanismos del capitalismo de Estado y su eficacia tienden a agarrotarse. La gravedad del “impasse” del capitalismo y la necesidad de construir una economía de guerra alimentan los enfrentamientos en el seno de cada burguesía nacional, mientras que los efectos de la descomposición sobre la burguesía y la sociedad se expresan en la tendencia de la clase dominante a perder el control de su juego político. La tendencia a la inestabilidad y al caos político en el seno de la clase dominante, como muestra el “espectáculo” protagonizado por ejemplo por las burguesías estadounidense y británica, afecta a la coherencia, a la visión a largo plazo y a la continuidad de la defensa de los intereses globales del capital nacional. La llegada al poder de fracciones populistas irresponsables (con programas poco realistas para el capital nacional) debilita la economía y las medidas impuestas por el capitalismo desde 1945 para evitar el contagio incontrolado de la crisis económica.

Si el capitalismo de Estado occidental ha podido sobrevivir a su rival estalinista ha sido como un organismo de una constitución más fuerte que resiste durante más tiempo, pero la misma enfermedad. Incluso aunque la burguesía aún pueda apoyarse en fracciones más responsables y con mayor sentido del Estado, el capitalismo actual muestra tendencias similares a las que provocaron la caída del capitalismo de Estado estalinista. En el caso del capitalismo de Estado chino, marcado por el lastre estalinista estalinista a pesar de la hibridación de su economía con el sector privado y plagado de tensiones en el seno de la clase dominante, el endurecimiento del aparato estatal es un signo de debilidad y la promesa de una futura inestabilidad.

La deuda, principal paliativo de la crisis histórica del capitalismo y usado a todo trapo, no sólo está perdiendo su eficacia, sino que el peso de la deuda está condenando al capitalismo a convulsiones cada vez más devastadoras. Al restringir cada vez más la posibilidad de burlar las leyes del capitalismo, reduce el margen de maniobra de cada capital para apoyar y reactivar la economía nacional. El papel de “pagador de última instancia” asumido por los gobiernos desde 2008 está debilitando las monedas, mientras que el servicio de la deuda restringe gravemente la capacidad de inversión de los gobiernos.

D. El callejón sin salida de una sobreproducción aún más implacable

El panorama que dibuja el sistema capitalista confirma las predicciones de Rosa Luxemburgo: el capitalismo no experimentará un colapso puramente económico, sino que se hundirá en el caos y las convulsiones:

- la ausencia casi total de mercados extracapitalistas altera ahora las condiciones en las que los principales estados capitalistas deben lograr una acumulación ampliada. Esta, que es condición misma de su propia supervivencia, sólo puede lograrse a expensas directas de los rivales del mismo rango, debilitando sus economías. La predicción hecha por la CCI en los años 70 de un mundo capitalista que sólo podría sobrevivir reduciéndose a un pequeño número de potencias aún capaces de lograr un mínimo de acumulación se está convirtiendo cada vez más en realidad.

- El grado de impasse alcanzado por la superproducción, combinado con la anarquía inherente a la producción capitalista y la creciente destrucción de los ecosistemas, está empezando a provocar cada vez más escasez o cortes de suministros (medicamentos, agricultura, etc.) debidos a la incapacidad de generar suficientes ganancias para producirlos.

- Como expresión de este callejón sin salida, la inflación, instigada por el retorno de la guerra, está reapareciendo con virulencia, desestabilizando la economía y privándola de la previsibilidad que necesita.

- La búsqueda frenética de nuevos lugares de deslocalización (por ejemplo, en África, Oriente Medio) para explotar una mano de obra más barata tropieza con las condiciones dantescas del caos y el subdesarrollo; un obstáculo para las potencias occidentales como comprueba por ejemplo China en el desmoronamiento de sus Rutas de la Seda.

- La India tampoco representa una alternativa viable a largo plazo que pueda desempeñar un papel equivalente al de China en las décadas de 1990 y 2000. Ya no se dan las circunstancias que permitieron el “milagro de la emergencia de China”, y tal perspectiva es ahora imposible.

- Los enormes costos de abordar la crisis ecológica y descarbonizar la economía superan con creces la capacidad del capital para realizar las inversiones necesarias. Muchos proyectos ecológicos simplemente se están abandonando porque el costo del crédito hace imposible su rentabilidad, tanto en Europa como en Estados Unidos.

- A pesar de la considerable ralentización del desarrollo de las fuerzas productivas, el capitalismo todavía es capaz de realizar algunos avances, por ejemplo, en medicina, biotecnología, Inteligencia Artificial, etc. Pero estos avances, profundamente pervertidos por el uso que de ellos hace el capital, se están volviendo contra la clase obrera y la humanidad. La IA, por ejemplo, aparte del riesgo de destruir miles de puestos de trabajo sin posibilidad de que esa mano de obra encuentre trabajo en otra parte, es vista por los gobiernos como una herramienta para controlar a la población o desestabilizar a sus rivales imperialistas, y sobre todo como un arma de guerra y una herramienta de destrucción. Por ejemplo, Israel, que se jacta de haber librado la primera guerra incorporando la IA, la considera la “clave de la supervivencia moderna”. Algunos de sus diseñadores han advertido de que la IA supone un riesgo de «extinción» para la humanidad, «como otros tantos riesgos para nuestras sociedades, como las pandemias y la guerra nuclear».

- La escasez masiva de mano de obra en muchos países occidentales es el resultado de la anarquía del capitalismo que genera tanto exceso de capacidad como escasez, pero también de tendencias propias de la decadencia capitalista en sus repercusiones demográficas: caída de la renovación de la población que afecta a los países occidentales y a China. El envejecimiento de la población en los países más desarrollados está reduciendo la población en edad de trabajar hasta tal punto que todos los países tienen que recurrir a la inmigración. La escasez masiva de mano de obra también refleja la creciente incapacidad de los sistemas educativos para proporcionar al mercado una mano de obra suficientemente formada para el nivel de cualificación técnica que exige la producción, mientras que muchos sectores están quedando desiertos debido a las condiciones de explotación y remuneración imperantes.

Estados Unidos, Europa, China: el corazón del capitalismo mundial golpeado por las convulsiones de la crisis y los efectos de la descomposición

 

El 24º Congreso de la CCI identificó claramente las implicaciones de esta situación histórica para las principales naciones:

«No sólo la capacidad de cooperación de las principales potencias capitalistas para contener el impacto de la crisis económica ha desaparecido más o menos, sino que, ante el deterioro de su economía y el recrudecimiento de la crisis global, y a fin de preservar su posición como primera potencia mundial, Estados Unidos apunta cada vez más deliberadamente a debilitar a sus competidores. Se trata de una ruptura abierta con gran parte de las normas adoptadas por los Estados desde la crisis de 1929. Esto ha abierto paso a una Terra incógnita cada vez más dominada por el caos y lo impredecible.

Estados Unidos, convencido de que la preservación de su liderazgo frente al ascenso de China depende en gran medida de la pujanza de su economía, a la que la guerra ha colocado en una posición de fortaleza política y militar, también se lanza a la ofensiva contra la economía de sus rivales. Esta ofensiva opera en varias direcciones. Estados Unidos es el gran ganador de la “guerra del gas” lanzada contra Rusia en detrimento de los Estados europeos que se han visto obligados a dejar de importar gas ruso. Habiendo alcanzado la autosuficiencia en petróleo y gas gracias a una política energética a largo plazo iniciada bajo Obama, esta guerra ha confirmado la supremacía estadounidense en la esfera estratégica de la energía. Ha puesto a sus rivales a la defensiva en este nivel: Europa tuvo que aceptar su dependencia del gas natural licuado estadounidense; China, altamente dependiente de las importaciones de hidrocarburos, se ha visto debilitada por el hecho de que Estados Unidos ahora está en condiciones de controlar las rutas de suministro de China. Estados Unidos tiene ahora una capacidad sin precedentes para ejercer presión sobre el resto del mundo a este nivel.

Aprovechando el rol central del dólar en la economía mundial, de ser la primera potencia económica mundial, las diversas iniciativas monetarias, financieras e industriales (desde los planes de estímulo económico de Trump hasta los subsidios masivos de Biden a productos “made in USA”, pasando por la Ley de Reducción de la Inflación, etc.) han aumentado la “resiliencia” de la economía estadounidense, que atrae inversiones de capital y reubicaciones industriales en el territorio estadounidense. Estados Unidos está limitando el impacto de la actual desaceleración mundial en su economía y trasladando los peores efectos de la inflación y la recesión al resto del mundo.

Además, para garantizar su decisiva ventaja tecnológica, Estados Unidos también pretende asegurar la reubicación en Estados Unidos de tecnologías estratégicas (semiconductores) o, al menos, su control internacional, de las que pretende excluir a China, al tiempo que amenaza con sanciones a todos los que rivalizan con su monopolio.

El deseo de Estados Unidos de preservar su poder económico tiene como consecuencia el debilitamiento del sistema capitalista en su conjunto. La exclusión de Rusia del comercio internacional, la ofensiva contra China y el desacoplamiento de sus dos economías, en definitiva, la voluntad declarada de Estados Unidos de reconfigurar en su beneficio las relaciones económicas mundiales, ha marcado un punto de inflexión: Estados Unidos se revela como un factor en la desestabilización del capitalismo mundial y la propagación del caos en el plano económico.

Europa se vio especialmente afectada por la guerra, que la privó de su principal fortaleza: su estabilidad. Los capitalismos europeos están sufriendo una desestabilización sin precedentes de su “modelo económico” y corren un riesgo real de desindustrialización y reubicación en áreas americanas o asiáticas bajo los embates de la “guerra del gas” y el proteccionismo estadounidense.

Alemania en particular es un concentrado explosivo de todas las contradicciones de esta situación sin precedentes. El fin del suministro de gas ruso sitúa a Alemania en una situación de fragilidad económica y estratégica, amenazando su competitividad y toda su industria. El fin del multilateralismo, del que el capital alemán se benefició más que cualquier otra nación (ahorrándole también la carga del gasto militar), afecta más directamente a su poder económico, dependiente de las exportaciones. También corre el riesgo de volverse dependiente de Estados Unidos para su suministro de energía, ya que este último presiona a sus “aliados” para que se unan a la guerra económica-estratégica contra China y renuncien a sus mercados chinos. Dado que se trata de una salida vital para el capital alemán, Alemania se enfrenta a un gran dilema, compartido por otras potencias europeas, en un momento en el que la propia UE se ve amenazada por la tendencia de sus Estados miembros a anteponer sus intereses nacionales a los de la Unión.

En cuanto a China, si bien se presentó hace dos años como el gran ganador de la crisis del Covid, es una de las expresiones más características del efecto “torbellino”. Víctima ya de una desaceleración económica, ahora enfrenta graves turbulencias.

Desde finales de 2019, la pandemia, los repetidos confinamientos y el tsunami de contagios que siguió al abandono de la política “Covid cero” han seguido paralizando la economía china.

China está atrapada en la dinámica global de la crisis, con su sistema financiero amenazado por el estallido de la burbuja inmobiliaria. El declive de su socio ruso y la ruptura de las “rutas de la seda” hacia Europa por los conflictos armados o el caos ambiental están causando daños considerables. La poderosa presión de Estados Unidos aumenta aún más sus dificultades económicas. Y frente a sus problemas económicos, sanitarios, ecológicos y sociales, la debilidad congénita de su estructura estatal estalinista constituye una desventaja mayor.

Lejos de poder jugar el papel de locomotora de la economía mundial, China es una bomba de relojería cuya desestabilización tendría consecuencias imprevisibles para el capitalismo mundial.» («Resolución sobre la situación internacional del 25º Congreso de la CCI»; Revista Internacional 170.).

Rusia parece estar mostrando cierta resiliencia a las sanciones destinadas a «desangrar» su economía. Paradójicamente, ha sabido aprovechar el atraso de su economía (ya evidente antes de 1989 y propio de la decadencia), basada sobre todo en la extracción y exportación de materias primas, especialmente hidrocarburos, y aprovechar la mentalidad del “cada uno a la suya” imperante en las relaciones internacionales, para venderlas a China, o a través de la India, con el fin de paliar algunos de los efectos de las sanciones. Sin embargo, este “éxito” frágil y temporal no podrá resistir ad aeternam el estrangulamiento progresivo de sus capacidades industriales.

Muchos países están al borde de la quiebra, incapaces de hacer frente a sus deudas debido a la subida de los tipos de interés y víctimas de la fuga de capitales hacia Estados Unidos. La ampliación de los BRICS de cinco a once miembros (incluidos Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos) representa un intento de emanciparse respecto a Estados Unidos y escapar al estrangulamiento de sus economías. La introducción de una moneda común o el uso de la moneda china como alternativa al dólar es improbable debido a las numerosas diferencias entre estos países, sobre todo en lo que respecta a su relación con el Estado chino.

Las tres partes principales del capitalismo se están hundiendo en la estanflación, sin esperanza de un verdadero repunte de la economía capitalista; con el riesgo de una caída en recesión, de la que la UE y posiblemente China ya están al borde, mientras que Estados Unidos está tratando de escapar a expensas de sus rivales.

La situación de la clase obrera

 

«Lo que vemos en conjunto es, por un lado, lo que quizás va a ser la PEOR CRISIS de la historia del capitalismo, y, por otro, la realidad concreta de la PAUPERIZACION ABSOLUTA de la clase obrera en los países centrales confirma totalmente lo acertado de aquella predicción que Marx hizo sobre la perspectiva histórica del capitalismo y de la que tanto se han burlado los economistas y demás ideólogos de la burguesía.» (El capitalismo conduce a la destrucción de la humanidad... Sólo la revolución mundial del proletariado puede ponerle fin; Revista Internacional 169)

Tras décadas de presión a la baja sobre el precio de la fuerza de trabajo, la participación correspondiente al trabajo en la riqueza creada ha caído constantemente en todo el mundo desde finales de la década de 1970. Los salarios reales han retrocedido a los niveles anteriores a 1980. Una gran parte de la clase trabajadora vive ahora por debajo del umbral de la pobreza o al borde del mismo.

La burguesía se jacta de haber conseguido “frenar” la inflación, pero en lo tocante al poder adquisitivo de los trabajadores, cada proletario tiene que pagar mucho más por el combustible, los alimentos, los préstamos,  mientras que sus salarios se han recortado con “aumentos” muy por debajo de la tasa de inflación, lo que impide satisfacer las necesidades más básicas.

La extracción de plusvalía relativa va cada vez más de la mano de la extracción de plusvalía absoluta, la intensificación del trabajo va de la mano de la prolongación de la jornada laboral y de la duración del tiempo de explotación en la vida de cada proletario.

Las condiciones de explotación tienden incluso a sobrepasar cada vez más los límites fisiológicos de los proletarios, matando literalmente a los obreros en el trabajo.

Algunos estados norteamericanos han intentado obligar a los empleados a trabajar durante las olas de calor, provocando que las muertes y los accidentes se disparen. En Corea, donde la muerte en el trabajo es un fenómeno generalizado (como en el resto del sudeste asiático), el deseo del Estado de aumentar la semana laboral de 52 a 69 horas se vio frustrado por la respuesta de la clase obrera.

Cada año, los accidentes laborales provocan una hecatombe: oficialmente, casi dos millones de trabajadores mueren en el mundo y 270 millones resultan heridos o mutilados.

En muchos sectores de la producción la mano de obra sobrecargada de trabajo sufre un desgaste nervioso y musculo esquelético tan acelerado que es descartada y pasa a engrosar las cohortes de proletarios inempleables mucho antes de la fecha legal de jubilación.

Por último, son también muy habituales las situaciones de virtual esclavitud de la mano de obra (sobre todo en los sectores agrícolas de los países desarrollados), de servidumbre por deudas o de trabajo forzoso (por ejemplo, en el sector de la pesca industrial en China). Y ello especialmente entre los trabajadores migrantes.

Con la crisis a punto de agravarse, los ataques económicos a las clases obrera con trabajo o en el desempleo, no cesarán.

Pero como gritaban los proletarios británicos «¡ya, basta!»[5]. En los dos últimos años, la clase obrera ha comenzado a responder retomando el camino de la lucha en todos los bastiones de la economía mundial. Este retorno histórico a la lucha de clases, tras varias décadas de pasividad proletaria, confirma la importancia del papel que el marxismo asigna a la crisis y a las luchas reivindicativas contra ella, para el futuro de la lucha obrera: «... los ataques económicos (caída de los salarios reales, despidos, aumento de los ritmos de producción, etc.) resultantes directamente de la crisis afecta de manera específica al proletariado (es decir, a la clase que produce la plusvalía y se enfrenta al capital en este terreno); la crisis económica, a diferencia de la descomposición social que concierne esencialmente a las superestructuras, es un fenómeno que afecta directamente a la infraestructura de la sociedad sobre la que descansan estas superestructuras; en este sentido, pone al desnudo las causas últimas de toda la barbarie que se abate sobre la sociedad, permitiendo así al proletariado tomar conciencia de la necesidad de cambiar radicalmente el sistema y no limitarse a intentar mejorar ciertos aspectos del mismo. » (Tesis sobre la descomposición)

CCI, diciembre de 2023

 

[1] El capitalismo no puede constituir el mercado necesario para vender su producción, por lo que siempre ha tenido que vender el excedente a mercados «extracapitalistas», ya sea dentro de los países dominados por las relaciones de producción capitalistas o fuera de ellos.

[2] Leer «La crisis capitalista en los países del Este», disponible en francés, Revista Internacional 23.

[3] Véase «La Mondialisation» Ed Bréal, p 107 de Carroué, Collet, Ruiz.

[4] Sobre este tema, leer Jean-Michel Valantin, “Géopolitique d'une planète déréglée”, Seuil, 2017, pp.240 a 249, capítulos: Les «primaveras árabes»: crisis política, crisis geofísica ; Acontecimientos climáticos extremos y crisis política ; Clima, crisis agraria y guerra civil: el caso de Siria.

[5] Traducción de la consigna “enough is enough” de las luchas del proletariado inglés en 2022-23. (N de T al español)

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