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Tras casi un año de guerra en Ucrania, Rusia está metida hasta el fondo en la trampa[1]. Hundido en la espiral militarista, enfrentado a un ejército ucraniano sorprendentemente bien preparado y a unas potencias occidentales que no se anticiparon al ritmo pero sí a los objetivos de un Kremlin arrinconado, el asediado imperialismo ruso se ha embarcado en una aventura “especial” suicida. Actualmente se halla aturdido y muy debilitado por un conflicto que podría llevarlo a su hundimiento.
Una política de tierra quemada
El objetivo velado de EEUU y la OTAN era romper el frágil lazo entre Rusia y China, tendiendo hábilmente una trampa a Moscú para debilitar y aislar a Putin en la arena internacional. Todo esto se ha hecho a costa de una política de tierra quemada de la que las potencias occidentales son claros cómplices, al armar y empujar a su aliado ucraniano a una sangrienta resistencia que estaba destinada a generar un caos con consecuencias impredecibles y potencialmente desastrosas. Desde julio de 2022 hasta hoy las tropas rusas habían marcado el paso, hasta que empezaron a mostrar señales de debilitamiento y a mostrarse incapaces de hacer progresos contra el ejército ucraniano, que se ha visto reforzado por la sofisticada artillería proveniente, en su mayor parte, de sus aliados occidentales. Los fracasos del ejército ruso se acentuaron en septiembre, cuando las tropas ucranianas consiguieron una espectacular victoria en la provincia de Kharkiv (Járkov) y al norte de Sloviansk. Este sorprendente vuelco de la situación se vio reforzado por la toma de Jersón por parte del ejército ucraniano, una ciudad que Putin había declarado como “eternamente rusa” tan solo un mes antes, y que fue abandonada sin resistencia.
A día de hoy el número de víctimas de este horrible conflicto es estremecedor. A principios de diciembre se estimaban unos 200,000 muertos y heridos entre ambos ejércitos. 40,000 civiles han perdido la vida en Ucrania y el número de refugiados está cerca de los 8 millones[2]. Tristemente, tanto soldados como civiles están condenados a vivir más penalidades y sufrimientos, violencias físicas y psicológicas por parte de ambos bandos, deportaciones, torturas, violaciones, ejecuciones sumarias y bombardeos indiscriminados (en particular con las especialmente letales bombas de racimo). Además de todo esto está la miseria, el hambre y el frío diarios y el terror que ha desatado el Estado ucraniano y su coalición nacional, con su control policíaco llevado a cabo por esbirros fanáticos.
Al tratar desesperadamente de desmoralizar a los ucranianos, el ejército ruso está intensificando la violencia y los bombardeos, tras haber privado ya a la población de agua, electricidad y calefacción para el invierno. Ucrania se ha convertido en una fosa común, un yermo, una concentración de odios. Mariupol nos da un ejemplo de ello: ha sido devastada en el 90% de su superficie, convirtiéndose en un símbolo trágico de la situación. Barriadas enteras, miles de escuelas, cientos de hospitales y fábricas están dañados o destruidos en multitud de localidades, como en la capital Kiev, pero también en Lviv (Leópolis), Dnipro y Ternopil, como represalia por la destrucción del puente de Crimea. La destrucción es tal que reconstruir todo el país costaría al menos 350,000 millones de dólares[3]. El Primer Ministro ucraniano, Denys Shmyal, ha sugerido incluso la cifra de 750,000 millones. Pero no hay fanatismo patriótico ni estimación alguna que puedan impedir que se sigan amontonando las ruinas y los cadáveres.
Un poderoso acelerador de la descomposición del capitalismo
Tras la pandemia de Covid-19, que ha devastado durante los últimos 2 años una economía mundial que ya desde antes mostraba signos de estar en números rojos, la guerra de Ucrania ha venido a reforzar el estancamiento global, acentuando forzosamente y de forma cualitativa todos los fenómenos de la descomposición del sistema capitalista, precipitándolos hacia un vórtice destructivo. Representa un impacto directo en la situación a escala mundial, que ya se está manifestando a diferentes niveles en el marco de un escenario poco prometedor y sin precedentes. En primer lugar, vemos esto en el alza súbita de la inflación a escala mundial, ligada no solo a la deuda colosal y la crisis financiera, sino también, y sobre todo, a la explosión de gastos militares debida a este conflicto y a la previsión de futuros combates de “alta intensidad”. En Rusia, además de las bancarrotas industriales, hay un alza en el gasto estatal desde que empezó la guerra; los presupuestos militares y civiles para apoyar la guerra en Ucrania se han acabado convirtiendo en un agujero negro financiero: “Entre el 24 de febrero y el 3 de agosto, 41 países [principalmente] occidentales han invertido al menos 84’2 miles de millones de euros. EEUU ha invertido 44’5 miles de millones de dólares (un tercio del PIB ucraniano en 2020)”[4]. Claramente nada de esto impedirá que la pobreza siga aumentando en este país devastado por la guerra, cosa que ya ha hecho del 2% al 21% de la población. Una situación así solo se sostiene con ataques a los trabajadores, generando una creciente pauperización que se ve por todas partes, incluso en los países más ricos del planeta. Los productos alimenticios y la energía, esenciales para la vida diaria, se vuelven muchas veces inasequibles, y se convierten en armas de esta guerra entre gánsteres que desprecian a una población que brega por alimentarse y proporcionarse calefacción. El ejército ruso ha destruido cosechas de trigo en Ucrania deliberadamente, mientras los precios no paran de subir en todo el país. El mercado mundial se fragmenta cada vez más con una crisis que ya afecta al comercio y a las bases mismas de la producción.
La crisis y la guerra están amplificando también la catástrofe climática y medioambiental. Su impacto ya puede verse en Ucrania: los vehículos militares, los bombardeos de edificios civiles e industriales y los incendios han generado una importante contaminación en forma de altas emisiones de CO2, asbestos, metales pesados y otros productos tóxicos. Los ríos como el Ikva están fuertemente contaminados por productos de amonio. La flora y la fauna se han visto seriamente afectadas: “900 áreas naturales protegidas de Ucrania se han visto afectadas por las actividades militares rusas, es decir, aproximadamente el 30% del total de las áreas protegidas del país”, y “casi una tercera parte de los cultivos ucranianos podría resultar inservible tras la guerra”[5]. El escandaloso sabotaje de los conductos de gas ruso en el mar Báltico se tradujo en que “la infraestructura liberó unas 70,000 toneladas de metano, un potente gas de efecto invernadero, equivalente a todas las emisiones de la ciudad de París durante un año”[6]. La amenaza de un desastre nuclear debido a los bombardeos de ambos bandos en Zaporiyia oscurece aún más este siniestro panorama.
Militarismo y caos desenfrenados
Incluso si, por lo general, las fuerzas armadas pueden hacer gala de una pericia innegable, las capacidades reconocidas de los Estados capitalistas y todos sus cálculos tan sumamente razonados están al servicio de intereses egoístas. Incluso siendo capaces de lograr objetivos diplomáticos en un momento dado al aplicar enfoques a nivel global bastante ingeniosos, en realidad solo están defendiendo sus propios intereses particulares. Intereses que, a su vez, están marcados por un modo de producción agónico, en el que la misma lógica del beneficio económico es engullida por las necesidades irracionales de la guerra. Esta espiral completamente irracional de barbarismo militarista, que han planificado fríamente los Estados burgueses, queda perfectamente ilustrada por los objetivos que están detrás de la guerra en Ucrania. Estos objetivos confirman plenamente la ausencia de cualquier motivación o provecho económicos: “el colapso del mundo capitalista que históricamente agotó todas las posibilidades de desarrollo encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de este colapso que, sin abrir ninguna posibilidad de un mayor desarrollo para la producción, no hace más que sumergir las fuerzas productivas en el abismo y acumular, a un ritmo acelerado, ruina sobre ruinas”[7].
Ha quedado ya muy claro que “la guerra de Ucrania ilustra de manera sorprendente cómo la guerra ha perdido no sólo cualquier función económica, sino incluso sus ventajas a nivel estratégico: Rusia lanzó una guerra en nombre de la defensa del pueblo ruso, pero masacró a decenas de miles de civiles en las regiones que esencialmente hablan en ruso, al tiempo que transformaba estas ciudades y regiones en campos de ruinas y sufría ella misma considerables pérdidas materiales y de infraestructuras. Si, al final de esta guerra, captura el Donbass y el sureste de Ucrania, habrá conquistado un campo de ruinas, una población que le odia y sufrido el consiguiente revés estratégico en sus ambiciones de gran potencia. En cuanto a Estados Unidos, en su política de apuntar a China, se ve abocado a seguir (literalmente) una política de “tierra quemada”, sin más beneficios económicos o estratégicos que una inconmensurable explosión de caos económico, político y militar. La irracionalidad de la guerra nunca ha sido tan evidente”[8]. Enfrentado a la debacle militar rusa, ha habido ciertas señales tímidas en el campo diplomático que apuntan a un posible interés de Putin en sentarse a “negociar”. De forma similar, en Occidente y sobre todo en EEUU, empieza a haber preocupación sobre el desenlace de un conflicto que podría llevar a una indeseada implosión catastrófica de Rusia. Pero cualesquiera que sean las intenciones o estrategias políticas de las diferentes partes, o la duración de una guerra que no se sabe cómo terminará y los nuevos estragos que podrá causar, una cosa es segura: la dinámica de la aceleración del “cada uno para sí” y del caos militarista no hará sino exacerbarse. El capitalismo está llevando a la humanidad a su hundimiento, a su destrucción incluso. Solo la revolución mundial del proletariado será capaz de poner fin a la locura del capital, que cada día asume más claramente la forma del Apocalipsis.
WH (diciembre 2022)
1 Significado e impacto de la guerra en Ucrania, Revista Internacional 168.
2 Mark A. Milley, Presidente del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos, citado por el Courrier international (10 de noviembre de 2022).
3 La Tribune (10 de septiembre 2022)
4 “La guerra de Ucrania: seis meses de conflicto resumido en 9 cifras clave” (Les Echos, 24 de agosto de 2022).
5 “Por qué la guerra en Ucrania es un desastre ecológico” BFMTW.com (30 de octubre de 2022)
6 “El escape de gas de los conductos del Nord Stream es menor a lo esperado” Le Monde (6 de octubre de 2022).
7 Informe la Conferencia de la Gauche Communiste de France de julio de 1945, citado en nuestro Informe sobre el Curso Histórico adoptado en el 3er Congreso de la CCI, Revista Internacional 18 (1979).
8 "La importancia y el impacto de la guerra en Ucrania", Revista Internacional 168, Informe aprobado en mayo de 2022