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Desde el 27 de septiembre, cada vez más trabajadores de los grupos petroleros Total Energies y Esso-ExxonMobil están en lucha. Al cierre de esta edición, siete de las ocho refinerías estaban bloqueadas. Su principal reivindicación es clara: para hacer frente a la subida de los precios, reclaman un aumento salarial del 10%.
Todos los asalariados, los pensionistas, los parados y los estudiantes precarios, que ahora sufren la inflación, esta subida vertiginosa de los precios de los alimentos y de la energía, se enfrentan al mismo problema: salarios, pensiones o subsidios que ya no les permiten vivir dignamente. La determinación de los huelguistas de las refinerías, su rabia y su combatividad, encarnan y concretan lo que siente toda la clase obrera, en todos los sectores, públicos o privados.
Los medios de comunicación pueden difundir un sinfín de imágenes de colas interminables frente a las gasolineras, multiplicar los reportajes sobre el calvario de los automovilistas que quieren llegar a su lugar de trabajo (¡a ellos!), pero no importa: esta lucha provoca, por el momento, algo más que simpatía en las filas proletarias, ¡también da lugar al sentimiento de que los trabajadores de todos los sectores están en el mismo barco!
Los medios de comunicación gritan: "¡Mira a estos privilegiados que reciben más de 5.000 euros al mes! Francamente, ¿quién puede creer semejante mentira? Sobre todo, porque hacen lo mismo cada vez que hay una huelga de trabajadores ferroviarios o de aerolíneas... 5.000, 7.000, 10.000... ¿Quién da más? En realidad, estos empleados no ganan más de 2.000 euros al principio, 3.000 para algunos al final de su carrera, al igual que profesores, enfermeras, trabajadores cualificados, etc. Pero esta propaganda es cada vez menos creíble a medida que pasan los meses, porque en la clase obrera crece la idea de que todos estamos afectados por el deterioro de los salarios y los ataques cada vez más intolerables.
No es de extrañar el aumento palpable de la ira y la combatividad en muchos sectores obreros en las últimas semanas. Forma parte de una dinámica más amplia, una dinámica internacional, cuyo indicio más significativo ha sido la lucha librada este verano (y que continúa) por los trabajadores del Reino Unido. En nuestra hoja internacional del 27 de agosto escribimos: "Este es el mayor movimiento de la clase trabajadora en este país desde hace décadas; hay que remontarse a las enormes huelgas de 1979 para encontrar un movimiento mayor y más masivo. Un movimiento de esta envergadura en un país tan grande como el Reino Unido no es un acontecimiento "local". Es un acontecimiento de importancia internacional, un mensaje para los explotados de todos los países. [...] Las huelgas masivas en el Reino Unido son una llamada a la acción para los proletarios de todo el mundo. Desde entonces, las huelgas en Alemania o las anunciadas en Bélgica, por ejemplo, no han hecho más que confirmar esta tendencia”1.
Sin embargo, la clase obrera se enfrenta a una verdadera debilidad: la fragmentación de sus luchas. En los dos últimos meses han estallado huelgas en el sector del transporte (en Metz el 7 de octubre, en Dijon el 8 de octubre, en Saint Nazaire el 11 de octubre, a nivel nacional del 17 al 23 de octubre), en el sector de la puericultura y en la administración local (el 6 de octubre), una jornada de manifestación el 29 de septiembre principalmente en el sector público, etc.
¿Por qué esta división? Porque los sindicatos tienen ahora en sus manos la organización de estos movimientos, que dispersan y separan en otras tantas corporaciones, sectores y reivindicaciones específicas. Porque se reparten la faena de dividir a los trabajadores entre organizaciones sindicales "radicales" y "conciliadoras", jugando así con las divisiones que acaban generando dudas y desconfianza en las filas obreras.
Frente a Macron y su gobierno, los sindicatos se presentan hoy como radicales, como campeones de la lucha... Esto lo hacen para mejor controlarnos y separarnos unos de otros. Al dar crédito a la idea de "gravar los superbeneficios" y de "distribuir mejor la riqueza", al denunciar la requisa estatal a los huelguistas, así como al ensalzar las virtudes de una auténtica negociación, los "interlocutores sociales" echan, mediante el juego de su "oposición", una mano al Estado, que busca precisamente aparecer como garante de un arbitraje benévolo. Y los medios de comunicación, los dirigentes de la clase burguesa ponen el dedo en la llaga presentando a la CGT y a la FO como "extremistas irresponsables", para darles credibilidad a los ojos de los explotados dándoles una supuesta combatividad, mientras que estos organismos son a su vez órganos del Estado, perfectamente institucionalizados.
Hoy los empleados de la central nuclear de Gravelines, la más potente de Europa Occidental, también van a hacer huelga. Al igual que los trabajadores de la SNCF, la RATP o la industria de los supermercados. Ellos también exigen aumentos salariales. Dentro de unos días, el 18 de octubre, está prevista una jornada "interprofesional" de huelgas y manifestaciones en el sector de la formación profesional, en las clínicas, en los EHPAD privados... Es decir, cada uno en su rincón, separado de los demás. Además, en los micrófonos de BFM TV, el líder de la CGT, Philippe Martinez, no quiere un movimiento unitario de la clase. Por eso, blandiendo la "huelga general", orquesta la multiplicación de las acciones locales: "Hay que discutir las acciones en todas las empresas y generalizar las huelgas. Esto significa que debe haber huelgas en todas partes". Está claro: los sindicatos organizan la división y la dispersión, empresa por empresa, bajo el disfraz de la "generalización".
Recordemos la debilidad del movimiento social contra la reforma de las pensiones en 2019: hubo una gran simpatía por los ferroviarios en huelga, pero esta solidaridad se quedó en algo platónico, limitándose a dar dinero a las cajas de "solidaridad" puestas por la CGT en las procesiones de los manifestantes. Pero la fuerza de nuestra clase no es “el apoyo desde fuera” ni la yuxtaposición de huelgas aisladas entre sí.
¡No! ¡Nuestra fuerza es la unidad, la solidaridad en la lucha! No se trata de "converger", de ponerse unos al lado de los otros. La lucha obrera es un mismo movimiento: ir a la huelga e ir en delegaciones masivas a reunirse con los trabajadores más cercanos geográficamente (la fábrica, el hospital, la escuela, el centro administrativo...) para conocer, discutir y ganar más y más trabajadores para la lucha; organizar asambleas para debatir; unirse en reivindicaciones comunes. Es esta toma en mano de sus luchas por parte de los propios trabajadores, esta dinámica de solidaridad, extensión y unidad que siempre ha hecho temblar a la burguesía a lo largo de la historia. En definitiva, todo lo contrario de lo que hacen los sindicatos.
Hoy en día, sigue siendo muy difícil para los explotados dirigir ellos mismos su lucha; incluso les parece imposible, hasta el punto de que se afirma constantemente la idea de que la dirección de estas luchas debe confiarse a los "especialistas" sindicales. Pero la historia de los trabajadores demuestra lo contrario. Cuando la dirección de la lucha fue tomada en mano por las asambleas generales, decidiendo colectivamente la conducción de la lucha, nombrando comités de huelga elegidos y revocables, responsables ante las asambleas, y no ante las diferentes centrales sindicales que no dudan en mostrar sus divisiones para desmoralizar a los trabajadores, cuando éstos fueron los más fuertes y pudieron hacer retroceder a sus explotadores.
Corriente Comunista Internacional, 13 de octubre de 2022