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En momentos en que se preparan las elecciones generales en Brasil, la burguesía intensifica su propaganda, reforzando la mistificación democrática a través de sus "alternativas", escenificando el duelo entre Lula, que representa a la cara democrática de la izquierda, por un lado, y el actual presidente Bolsonaro, por el otro, una caricatura del populismo y la extrema derecha (una especie de trumpista sudamericano).
Los argumentos presentados por los partidos políticos o los candidatos en la carrera para convencer a los electores de que les den su voto suelen reducirse a esto, en Brasil, como en cualquier otro país: las elecciones son un momento en el que los "ciudadanos" se enfrentan a una elección de la que dependería la evolución de la sociedad y, en consecuencia, sus futuras condiciones de vida. Gracias a la democracia, cada ciudadano tendría la oportunidad de participar en las principales decisiones de la sociedad. Según ellos, el voto sería el instrumento de transformación política y social que definiría el futuro del país.
Pero esta no es la realidad, ya que la sociedad está dividida en clases sociales con intereses perfectamente antagónicos. Una de ellas, la burguesía, ejerce su dominio sobre toda la sociedad a través de la apropiación de la riqueza y, gracias a su Estado, sobre toda la institución democrática, los medios de comunicación, el sistema electoral, etc. Así, puede imponer permanentemente su propio orden a la sociedad y sus ideas y propaganda a los explotados en general, y a la clase trabajadora en particular. Esta última, por el contrario, es la única clase que, a través de sus luchas, es capaz de desafiar la hegemonía de la burguesía y acabar con su sistema de explotación.
El capitalismo, el sistema de producción que domina el planeta y todos sus países, se hunde en un estado de descomposición avanzada. Un siglo de decadencia está llegando a su etapa final, amenazando la supervivencia de la humanidad mediante una espiral de guerras sin sentido, depresión económica, desastres ecológicos y pandemias devastadoras.
Todos los Estados nación del planeta están comprometidos con el mantenimiento de este sistema moribundo. Todo gobierno, democrático o dictatorial, abiertamente pro-capitalista o engañosamente "socialista", existe para defender los verdaderos objetivos del capital: el aumento de las ganancias a costa del único futuro posible para nuestra especie, una comunidad global donde la producción tenga un solo objetivo: la satisfacción de las necesidades humanas.
Pero, nos dicen, que esta vez en Brasil lo que está en juego es diferente. Volver a nombrar a Bolsonaro, o participar en su reelección no votando, sería avalar todas las políticas que ha llevado a cabo durante sus cuatro años de mandato.
Es cierto que Bolsonaro, como fue el caso de Trump, es un defensor a ultranza del sistema capitalista: intensificación de la explotación, en la aplicación de las "reformas" laborales y de las pensiones, en la continuación de las medidas de austeridad que han ampliado los recortes en educación, sanidad, etc. Pero no solamente es un clásico defensor del capitalismo, sino que ha demostrado ser un defensor de todo lo que está podrido en el capitalismo, una caricatura del populismo: su negación de la realidad de COVID-19 y del cambio climático, su fomento de la brutalidad policial en nombre de la ley y el orden, sus apelaciones al racismo y a la extrema derecha, su repugnante comportamiento personal de carácter homófobo y misógino, ... Pero el hecho de que sea un delincuente y un racista no ha impedido que grandes fracciones de la clase capitalista lo apoyen porque sus políticas de restricción de los controles medioambientales y sanitarios sirven para aumentar sus beneficios.
Si, como es probable que Lula sea elegido, no será para mejorar la situación de la clase trabajadora, sino para ser más eficaz de lo que ha sido Bolsonaro al servicio de la defensa del capital nacional, que siempre se realiza a costa de los intereses de la clase trabajadora.
Para la izquierda del capital, la elección de Lula constituye una tarea primordial, primero para sacar a Bolsonaro de "Planalto" (palacio presidencial), segundo para defender la democracia. En este sentido, el PT (Partido de los Trabajadores, el aparato político al servicio de Lula) ha conseguido articular un amplio frente de izquierdas, además de formar coaliciones con partidos de centro-derecha.
Una mayor claridad sobre lo que representan Lula y Bolsonaro es tanto más necesaria cuanto que las amenazas de Bolsonaro de desconocer el veredicto de las urnas -como fue el caso de Trump- podrían llevar, si se concretan, a enfrentamientos violentos entre fracciones de la burguesía, o incluso a un intento de golpe de Estado. Si esto ocurre, es de la mayor importancia para el futuro de la lucha de clases en Brasil que ninguna fracción del proletariado se deje involucrar en la defensa de ninguno de los dos bandos enfrentados. Ambos son enemigos del proletariado, pero Lula, apoyado por los partidos de izquierda de la burguesía, es más capaz de engañar a la clase obrera. Esta es otra razón para ser particularmente cauteloso con él.
Revolução Internacional (27 de septiembre de 2022)