Incendio de la Torre Grenfell: crimen del capital

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Los supervivientes del incendio de la torre Grenfell, los que viven bajo su sombra, aquellos que viven en bloques similares en todas partes, que decidieron expresar su solidaridad, cuya rabia les ha llevado a ocupar el ayuntamiento de Kensington y a marchar a Downing Street, estaban perfectamente convencidos de que este horror no fue una ''tragedia'' en abstracto, ni mucho menos un acto divino, sino como decía una de sus pancartas improvisadas, ''un crimen contra los pobres'', una cuestión de clase más obvia aún por el hecho de que el municipio de Kensigton y Chelsea presenta el arquetipo de los obscenos contrastes de riqueza que marcan este orden social, encarnándolos en la forma tan tangible y visible de la ''cuestión de la vivienda''.

Mucho antes de que estallara el incendio, un grupo organizado de residentes había advertido ya del peligroso estado del edificio Grenfell, pero estas advertencias fueron repetidamente ignoradas por el consejo local y su representante, la Organización de Gestión de Inquilinos de Kensington y Chelsea. Existe también la fuerte sospecha de que el revestimiento del edificio, que se está señalando como el principal causante de la rápida difusión del fuego, no fue instalado para los residentes de la torre sino para mejorar el aspecto del edificio de cara a los vecinos más ricos del municipio. De nuevo, es bien sabido que este municipio está infestado de esa nueva especie de caseros ausentes que, animados por la manía de la burguesía británica de favorecer la inversión extranjera, compra viviendas a un precio extremadamente caro y en muchos casos ni siquiera se molesta en alquilarlas, sino que las dejan vacías por razones puramente especulativas. De hecho, la especulación inmobiliaria – plenamente apoyada por el Estado – fue un elemento central en el crack de 2008, un desastre económico cuyo efecto neto ha sido profundizar aún más la brecha entre los que tienen y los que no. Y, sin embargo, mantener altos los precios inmobiliarios sigue siendo un pilar central de esta economía de casino actual impulsada por la deuda.

La profundidad y extensión de la indignación provocada por semejantes políticas fue tal, que los medios controlados por aquellos que se sientan en los escalones más altos de la escala económica no tuvieron más remedio que hacer como que se reclamaban de toda esa oleada de rabia. Algunos de los tabloides pro-Brexit empezaron intentando culpar del fuego a las regulaciones de la UE[1], pero tuvieron que retractarse rápidamente en vista del estado de ánimo general (y también cuando se hizo evidente que el revestimiento usado para ''regenerar'' Grenfell está prohibido en países como Alemania). El periódico London Metro, no conocido precisamente por su radicalismo, sacó el titular ''Arresten a los asesinos'', no como una cita sino más bien como una demanda, basada en la retórica del parlamentario de Tottenham David Lammy, uno de los primeros en describir el incendio como ''homicidio corporativo''. Casi todos, salvo una minoría de trolls racistas que pululan por Internet, evitaron usar términos despectivos con respecto al hecho de que la mayoría de las víctimas no eran solo pobres, sino que tenían un pasado como migrantes o incluso refugiados. Las abundantes expresiones de solidaridad que vimos a raíz del incendio – la donación de comida, ropa, mantas, ofertas de acomodación y trabajo en centros de emergencia – llegaron de vecinos de todos los trasfondos étnicos y religiosos, que nunca preguntaron por la historia personal de las víctimas como precondición para otorgarles su ayuda y apoyo.

Los manifestantes están en lo cierto al exigir respuestas sobre la causa del incendio, al presionar al Estado para que les provea de asistencia de emergencia y les procure viviendas nuevas en la misma área – algunos han recordado la catastrófica experiencia de los desplazados por el huracán Katrina, que fue aprovechada para llevar a cabo una especie de limpieza étnica y de clase de zonas ''apetecibles'' de Nueva Orleans. Los que viven en otros bloques cercanos, comprensiblemente, exigen inspecciones de seguridad y mejoras, a implementar cuanto antes posible. Sin embargo, también es necesario examinar las causas más profundas tras la catástrofe, entender que la desigualdad que ha sido tan ampliamente citada como elemento clave está enraizada en la estructura misma de la sociedad actual. Esto es particularmente importante debido al hecho de que la rabia existente se está canalizando hacia individuos o instituciones particulares – Theresa May, por rehuir el contacto directo con los residentes de Grenfell, el consejo local o la gestora de inquilinos – más que hacia un modo de producción que engendra estos desastres desde sus mismas entrañas. Si no se comprende esta cuestión, la puerta siempre seguirá abierta a las ilusiones en soluciones y alternativas capitalistas, particularmente aquellas promovidas por el ala izquierda del capital. Ya hemos visto como Corbyn volvía a adelantar a May en los sondeos de popularidad debido a su respuesta más ''sensible'' y ''realista'' a los residentes de Grenfell, y a su apoyo a soluciones aparentemente radicales como la requisa de casas vacías para proveer de hogares a los desplazados[2]

El capitalismo en la raíz de la cuestión inmobiliaria

Así es como Marx definió el problema, centrándose específicamente en la despiadada caza de beneficios en el proceso de producción:

''Puesto que el obrero pasa la mayor parte de su vida en el proceso de producción, las condiciones de este proceso son, en gran parte, condiciones de su proceso vital activo, condiciones vitales suyas, y la economía en esas condiciones de vida es un método para aumentar la tasa de ganancia, exactamente tal como ya hemos visto anteriormente que el trabajo excesivo, la transformación del obrero en una bestia de labor es un método para acelerar la autovalorización del capital, la producción de plusvalor. Esta economización se extiende a colmar locales estrechos e insalubres con obreros, cosa que en el lenguaje capitalista significa ahorro de instalaciones; amontonamiento de peligrosas maquinarias en los mismos locales y omisión de medios de protección contra el peligro; falta de medidas de precaución en procesos de producción que, por su índole, son insalubres o, como en la minería, implican peligro, etc. Y ni que hablar de la ausencia de todos los dispositivos destinados a humanizar el proceso de producción para el obrero, haciéndoselo agradable o siquiera soportable. Desde el punto de vista capitalista, esto sería un derroche totalmente carente de fin y de sentido'' (El capital, vol. 3, capítulo 5)

Este impulso por ahorrar espacio, por negar medidas de seguridad y reducir costes de producción para aumentar la tasa de ganancia, también aplica nada menos que a la provisión de vivienda para la clase explotada. Engels, en La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), describió con gran detalle el hacinamiento, la suciedad, la polución y la ruina de las viviendas y las calles erigidas a toda prisa para acomodar a los trabajadores industriales en Manchester y otras ciudades; en su Contribución al problema de la vivienda (1872)[3], Engels pone énfasis en cómo estas condiciones acaban dando origen, inevitablemente, a enfermedades epidémicas.

''El cólera, el tifus, la fiebre tifoidea, la viruela y otras enfermedades devastadoras esparcen sus gérmenes en el aire pestilente y en las aguas contaminadas de estos barrios obreros. Aquí no desaparecen casi nunca y se desarrollan en forma de grandes epidemias cada vez que las circunstancias les son propicias. Estas epidemias se extienden entonces a los otros barrios más aireados y más sanos en que habitan los señores capitalistas. La clase capitalista dominante no puede permitirse impunemente el placer de favorecer las enfermedades             epidémicas en el seno de la clase obrera, pues sufriría ella misma las consecuencias, ya que el ángel exterminador es tan implacable con los capitalistas como con los obreros.''

Es bien sabido que la construcción del sistema de alcantarillado londinense en el siglo XIX, una titánica obra de ingeniería que redujo en gran medida el impacto del cólera y que todavía funciona hoy, solo fue significativamente impulsada después de que la ''gran peste'' de 1858 que vino del contaminado Támesis atacara las fosas nasales de los políticos de Westminster. Las luchas obreras y sus exigencias de mejores viviendas también fueron, por supuesto, un factor a considerar en la decisión de la burguesía de demoler las áreas de casuchas y procurar un alojamiento mejor y más seguro a los esclavos asalariados. Para protegerse de las enfermedades y evitar la destrucción de la fuerza de trabajo, el capital se vio obligado a introducir estas mejoras – amén de por los sustanciosos beneficios que pudieron obtenerse de las inversiones en construcción y propiedades. Pero como Engels también señaló, incluso en aquellos días de reformas sustanciales hechas posibles por un modo de producción en ascendencia, la tendencia en el capitalismo fue siempre a, simplemente, desplazar los barrios bajos de un sitio a otro. En Contribución al problema de la vivienda, Engels muestra cómo tiene lugar este proceso dentro de los límites de Manchester. En la actualidad, marcada por la espiral descendente del sistema capitalista a escala mundial, este desplazamiento ha tenido lugar, más obviamente, de los países capitalistas ''avanzados'' a los inmensos guetos que rodean tantas ciudades de lo que suele denominarse el ''Tercer Mundo''[4].

El comunismo y el alojamiento humano

Fue por esto que, rechazando la utopía de Proudhon (posteriormente revivida en el proyecto thatcheriano de fomento de compra de vivienda pública [council house] que ha intensificado considerablemente el problema inmobiliario) en el que cada trabajador sería propietario de una casa pequeña propia, Engels insistió en que ''mientras exista el modo de producción capitalista, será absurdo querer resolver aisladamente la cuestión de la vivienda o cualquier otra cuestión social que afecte la suerte del obrero. La solución reside únicamente en la abolición del modo de producción capitalista, en la apropiación por la clase obrera misma de todos los medios de subsistencia y de trabajo'' (Contribución al problema de la vivienda).

La revolución proletaria de 1917 en Rusia nos ofreció una idea de lo que, en su etapa inicial, podía significar esta ''apropiación'': los palacios y mansiones de los ricos fueron expropiados para poder alojar a las familias más pobres. En el Londres actual, junto a auténticos palacios y mansiones, el vertiginoso aumento de la especulación inmobiliaria en las últimas décadas nos ha dejado con un gran stock de torres de lujo, parte de las cuales están habitadas por unos pocos residentes ricos mientras otras partes se utilizan para actividades comerciales parasitarias, habiendo otras tantas que siguen sin venderse ni usarse, mientras que, ciertamente, todas ellas tienen mejores sistemas antiincendios que la de Grenfell. Este tipo de edificios dan una razón de mucho peso a favor de la expropiación como una solución inmediata al escándalo de la vivienda de bajo estándar y la falta de vivienda.

Pero Engels, como Marx, defendió un programa mucho más radical que la simple apropiación de los edificios ya existentes. De nuevo, rechazando la fantasía proudhoniana de un retorno a la industria artesanal, Engels destacó el papel progresivo desempeñado por las grandes ciudades a la hora de concentrar grandes masas de proletarios capaces de actuar juntos y desafiar así al orden capitalista. Y aun con eso, siguió insistiendo en que el futuro comunista acabaría por superar la brutal separación del campo y la ciudad y que esto supondría el desmantelamiento de las grandes ciudades – un proyecto aún más grandioso en la época actual de hinchadas mega-ciudades que hacen que las grandes ciudades de la época de Engels parezcan pueblos mercantiles pequeños.

''Es evidente que la solución burguesa de la cuestión de la vivienda se ha ido a pique al chocar con la oposición entre la ciudad y el campo. Y llegamos aquí al nervio mismo del problema. La cuestión de la vivienda no podrá resolverse hasta que la sociedad esté lo suficientemente transformada para emprender la supresión de la oposición que existe entre la ciudad y el campo, oposición que ha llegado al extremo en la sociedad capitalista de hoy. Lejos de poder remediar esta oposición la sociedad capitalista tiene que aumentarla cada día más. Los primeros socialistas utópicos modernos, Owen y Fourier, ya lo habían comprendido muy bien. En sus organizaciones modelo, la oposición entre la ciudad y el campo ya no existe. Es, pues, lo contrario de lo que afirma el Sr. Sax: no es la solución de la cuestión de la vivienda lo que resuelve al mismo tiempo la cuestión social, sino que es la solución de la cuestión social, es decir, la abolición del modo de producción capitalista, lo         que hace posible la solución del problema de la vivienda. Querer resolver la cuestión de la vivienda manteniendo las grandes ciudades modernas, es un contrasentido. Estas grandes ciudades modernas podrán ser suprimidas sólo con la abolición del modo de producción capitalista, y cuando esta abolición esté en marcha, ya no se tratará de procurar a cada obrero una casita que le pertenezca en propiedad, sino de cosas bien diferentes.'' (Contribución al problema de la vivienda)

En línea con esta tradición radical, el comunista de izquierda italiano Amadeo Bordiga escribió un texto en respuesta a esa moda de bloques de pisos y rascacielos de la post-guerra de la II Guerra Mundial, una moda que ha vuelto con fuerza en los últimos años a pesar de toda una serie de desastres y de todas las pruebas de que la vida en los grandes bloques intensifica la atomización de la vida urbana y genera toda una serie de dificultades sociales y psicológicas. Para Bordiga, los bloques de pisos eran un potente símbolo de esa tendencia en el capitalismo a amontonar tantos seres humanos como fuera posible en un espacio, a su vez, cuanto más limitado mejor, y dedicó duras palabras a los arquitectos ''brutalistas'' que cantaban sus alabanzas. ''Verticalismo, he ahí el nombre de esta deforme doctrina, el capitalismo es verticalista''[5].

El comunismo, por el contrario, sería ''horizontalista''. Más adelante en el mismo artículo, Bordiga explica el significado de esta expresión:

''Cuando, tras el aplastamiento forzoso de esta dictadura cada vez más obscena, sea posible subordinar cada solución y cada plan a la mejora de las condiciones del trabajo vivo, diseñar con este objetivo todo lo que proviene del trabajo muerto, del capital constante, de         la infraestructura que la especie humana ha construido a lo largo de los siglos y sigue construyendo sobre la superficie de la Tierra, sólo entonces este verticalismo brutal de            monstruos de cemento será ridiculizado y suprimido, y en las inmensas extensiones del espacio horizontal, una vez las gigantescas ciudades se hayan desinflado, la fuerza e inteligencia del animal humano tenderá progresivamente a uniformar la densidad de la vida y el trabajo sobre las zonas habitables de la Tierra; y estas fuerzas estarán de ahí en adelante en armonía, y dejarán de ser enemigos feroces como lo son en la deforme civilización actual, en la que solo son puestas en común por el espectro del servilismo y el  hambre''.

Amos, 18/6/17

 

[2]Desde la perspectiva capitalista de Estado de Corbyn, la requisa de edificios no sería el resultado de iniciativas organizadas por la clase obrera, sino de medidas legales auspiciadas por el Estado, similares a la expropiación de edificios en tiempos de guerra.

[3] Para conocer nuestra toma de posición sobre el problema de la vivienda hoy, ver https://es.internationalism.org/book/export/html/410 y "¿Qué lucha llevar ante el problema de la vivienda?".

[5]''Espacio contra cemento'', en La especie humana y la corteza terrestre (Espèce Humaine et Croûte Terrestre) Petite Bibliotheque Payot, p. 168). Nuestra traducción; ver https://en.internationalism.org/international-review/201609/14092/1950s-...

 

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