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El PSOE no tiene nada de obrero ni de socialista, es un partido del ala izquierda del capital. Como se decía en el 15 M, “PSOE y PP la misma mierda es” o “Entre rosas y gaviotas nos toman por idiotas”. Nosotros compartimos ese esfuerzo de toma de conciencia que miles de obreros jóvenes expresaron en plazas y calles. El PSOE es un partido fundamental para el Capital español, en 40 años de democracia ha estado más de la mitad de ese tiempo al frente del gobierno. El PSOE fue responsable de los tremendos ataques a las condiciones de vida de los trabajadores en el largo gobierno de González (1982-1996) y que, entre otros muchos sufrimientos, acarrearon la destrucción de un millón de puestos de trabajo. Del mismo modo, el gobierno Zapatero preparó la política cruel de recortes en todos los planos que el gobierno Rajoy ha seguido con aún más saña.
En el último tiempo la crisis del PSOE está en el centro del escenario político. Pierde votos a chorros, sus dirigentes se despedazan en una guerra a muerte, el secretario general Sánchez es defenestrado llevándole hasta perder su escaño de diputado… Necesitamos explicar la naturaleza de esta crisis, creemos que detrás de ella se esconden factores importantes que se incuban en toda la sociedad capitalista mundial. Es lo que vamos a intentar hacer con esta toma de posición. No pretendemos explicarlo todo ni hacer pronósticos, simplemente exponemos una serie de análisis para estimular un debate en las filas proletarias.
Antes que nada, veamos los hechos con distancia histórica e internacional
El PSOE es un partido muy experimentado. A lo largo de su historia ha hecho frente a divisiones profundas en su seno, que no han impedido su unidad ni su capacidad para prestar grandes servicios al capital español. En tiempos recientes, pudo encajar con habilidad el choque frontal entre Guerra y González o entre Borrell y Almunia. El PSOE tiene gran capacidad para gestionar la lucha entre sus diferentes fracciones, tanto en orden a defender alternativas diferentes para el capital español o para mistificar al proletariado, como, más prosaicamente, dirimir conflictos de intereses.
Esta cualidad del PSOE no es su mérito particular, es común en los partidos socialistas. El PS francés parecía a punto de desaparecer en los años 60 pero supo con Mitterand levantar cabeza y alzarse con el poder en 1981-95. Del mismo modo, entre 2007-2011 pasó por una dura crisis que para muchos podía llevarlo a la tumba, sin embargo, en 2012 con Hollande recuperó el poder.
En muchos países, los partidos socialistas constituyen la columna vertebral del Estado. Tienen más capacidad que otros partidos para comprender los intereses de conjunto de su capital nacional y son más aptos para controlar los impulsos particulares de sus diferentes fracciones.
Todo esto no debemos olvidarlo a la hora de analizar la fractura más reciente que ha llevado a espectáculos vergonzosos como el comité federal del 1 de octubre. Estamos ante una crisis muy grave, quizá la peor de los últimos 40 años, pero, al mismo tiempo, es preciso tener en cuenta la capacidad de resistencia que el aparato socialista tiene en su seno.
La descomposición capitalista golpea de lleno al PSOE
Uno de los análisis fundamentales que defendemos y que afecta a toda la sociedad mundial, es la descomposición del capitalismo. En 1990 publicamos unas Tesis sobre la Descomposición que creemos tienen plena validez. No las vamos a explicar aquí[1]. Solamente queremos insistir que la Descomposición es un proceso general que afecta al conjunto de relaciones sociales capitalistas e igualmente a su vida política.
No podemos conformarnos con hablar de descomposición en general, sino que hemos de aspirar a comprender de forma concreta qué efectos operan en la situación política del capital español y particularmente en el PSOE. Y esto nos lleva a profundizar en las tesis 9 y 10 de las Tesis sobre la Descomposición, que hablan de “la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político” y que se materializa, por un lado, en un desorden creciente en la cohesión y funcionamiento de los distintos partidos burgueses, desmembrados por tendencias centrífugas y la prevalencia de los intereses de facción; y, por otra parte, en una dificultad para manejar los mecanismos electorales y globalmente de todo el juego político, que no consigue responder a lo que necesita la burguesía en cada momento[2].
El desorden en el aparato del PSOE
El espectáculo de intrigas, choques frontales, desafíos y rebeliones que el PSOE nos está ofreciendo con gran generosidad, puede explicarse en gran medida por 3 fenómenos que expresan el impacto de la descomposición capitalista en los partidos burgueses: la fragmentación de los partidos sacudidos por poderosas tendencias centrífugas; el asalto del partido por toda clase de aventureros políticos; la creación de un “poder de la base” por políticos ambiciosos que la utilizan como palanca en la lucha fraccional contra sus adversarios.
a) La balcanización del PSOE
En primer lugar, el PSOE está sufriendo un claro proceso de balcanización, cada barón regional no solamente se adueña de su feudo, escapando cada vez con más fuerza a la disciplina impuesta por la cúpula del partido, sino que se permite el lujo de ser un agente activo en la conformación de la política nacional.
Esto es algo realmente inédito. En los años 30, ante la proliferación de tendencias centrífugas, especialmente en Cataluña, el PSOE fue capaz de ofrecer una firme cohesión contra ellas. En tiempos de González, los barones regionales obedecían disciplinadamente lo que dictaba el aparato y, más allá de algunas veleidades localistas, ni se les ocurría tener una política propia. Es lo que Guerra explicaba gráficamente con aquello de “el que se mueva no sale en la foto”.
Zapatero empezó a jugar con fuego, pactando con el PSC -el partido en Cataluña- una deriva hacia el “catalanismo político” que alimentó las tendencias centrífugas regionales. Sin embargo, y a duras penas, la dirección nacional logró contenerlas relevando a jefecillos demasiado ambiciosos como Chaves o Rodríguez Ibarra o, dándoles una patada hacia arriba, como ocurrió con Bono.
Hoy, cada federación regional del PSOE es dominada por un “barón” que hace lo que le da la gana en sus dominios y condiciona con alianzas, chantajes y maniobras de todo tipo la política central. El dominio de la baronesa andaluza (Susana Díaz) y sus aliados es aplastante, pero no se ejerce en clave nacional unitaria sino como suma de alianzas regionales.
González y Rubalcaba se han deshecho de Sánchez haciendo concesiones a los diferentes barones regionales lo que sin duda va a agudizar las tendencias centrífugas. Como resultado, no han colocado al frente de la gestora a un político de autoridad nacional sino a un líder regional -Fernández. La orden de la gestora de abstenerse para dejar gobernar a Rajoy ha sido desobedecida por los parlamentarios del PSC y del partido en Baleares que no han votado “en conciencia” sino siguiendo la disciplina de su liderazgo regional. El PSOE tiende a descomponerse en una suma de facciones regionales.
b) Los políticos “aventureros”
Un segundo factor de dislocación y desorden es el peso creciente del aventurismo político en el partido. En general, los partidos socialistas son capaces de elegir para secretario general a políticos de ciega obediencia a los imperativos del aparato, aunque, por supuesto, tengan sus propias aspiraciones. Sin embargo, esto se vio alterado por los casos Blair en Gran Bretaña y Schroeder en Alemania, que eran outsiders que se hicieron con el mando imponiendo su propio carisma y desestabilizando el aparato al intentar colocar a sus afines. En el campo de la derecha, es palmario el mismo fenómeno: por ejemplo, Trump se ha hecho con el control de un partido republicano, ante la impotencia de sus dirigentes tradicionales.
Este fenómeno se manifestó en España con Zapatero, quien, auxiliado por una banda de desconocidos, ajenos al núcleo central de la vieja guardia, supieron auparlo a la cumbre desplazando a Bono, el elegido del partido que, tampoco era muy de fiar por sus propias ambiciones localistas.
Esto ha vuelto a repetirse con Sánchez. Este carecía de la más mínima reputación no solamente en el escenario político sino dentro del propio partido. Sánchez logró presentarse como un “hombre de paja” a los ojos de Susana Díaz y de la vieja guardia. En un juego de pillos, todos creyeron que iba a ser fácilmente manipulable. Sin embargo, en cuanto tomó las riendas empezó a jugar sus propias cartas, desatando las tensiones tanto con los líderes regionales como con el núcleo central.
Que, primero Zapatero y después Sánchez, logren imponerse en contra del aparato mediante hábiles golpes de mano, de manera improvisada y sin una orientación política propia, más allá de mantenerse a toda costa en el poder, es revelador del grado de quebrantamiento y desorientación que impera en los partidos socialistas. Tanto la incapacidad del aparato como el peso que toman estos arribistas lleva el sello de la descomposición.
c) La demagogia del poder de la base
Debemos a Sánchez la introducción de un tercer factor de perturbación de la política y organización del partido.
A pesar de su aparente anarquía (siempre hay “familias” y “tendencias” que andan a la greña), el PSOE -como la mayoría de partidos socialistas- ha funcionado como un engranaje bien engrasado desde la cúpula directiva hasta la más lejana agrupación local. Sánchez ha sentado un precedente muy peligroso que puede tener consecuencias de gran importancia. Durante un par de años se dedicó a una casi clandestina labor de visitas a las agrupaciones de base de todo el territorio nacional, de tal manera, que la plataforma de su poder en el partido y el medio que ha empleado reiteradamente para chantajear a sus rivales, ha sido esa “movilización de la base”. Sin embargo, esa estructura de poder es muy peligrosa porque altera profundamente el equilibrio de un aparato que establece una rigurosa subordinación del sindicato (UGT) y de las agrupaciones locales a los imperativos del centro. Con Sánchez, tres estructuras de poder están tensando desde todos los lados la frágil cohesión del partido: el grupo de la vieja guardia (González y Rubalcaba); las baronías regionales (comandadas por Díaz) y el “poder de la base”, un nuevo factor de anarquía.
¿Qué muestra todo esto? El reflejo dentro del PSOE de fenómenos que son cada vez más generalizados en la sociedad: el cada uno a la suya, el predominio del interés particular sobre el interés general, el encierro endogámico en particularismos locales, raciales, de pandilla etc. Esto se materializa en los partidos políticos burgueses a través de la ruptura de la sumisión ciega a los imperativos del centro. Semejante tendencia dificulta a los partidos ejercer su labor de gestión y defensa del interés nacional del capital, sembrando más caos y desorden en la vida política y social.
Respuestas al desgaste del PSOE que agravan los problemas
El PSOE, como el conjunto de partidos socialistas, ha sufrido un profundo desgaste. Una de las causas es su compromiso rotundo en la aplicación de brutales medidas anti-obreras del que hablamos antes. El movimiento del 15 M mostró una toma de conciencia de ello al denunciar al PSOE como partido “del régimen” complemento indispensable del PP, el PPSOE que se decía en las asambleas. El PSOE ha perdido muchos miles de votos y esta sangría es especialmente grande en las ciudades: ha perdido el 55% del voto urbano. Igualmente, entre los jóvenes, en las últimas elecciones apenas logró captar la papeleta del 4% de los nuevos votantes.
Un segundo factor causante del desgaste es que los socialistas, pese a su flexibilidad, están muy ligados a las políticas keynesianas clásicas, lo que podríamos llamar la “segunda fase histórica del capitalismo de Estado[3]” (1930-80), caracterizada por el proteccionismo del mercado nacional y las políticas “sociales”. El paso, desde los años 80, a lo que podríamos llamar la “tercera fase del capitalismo de Estado”, definida, hablando esquemáticamente, por la “liberalización” y la “globalización”, les ha pillado siempre a contrapié y les ha resultado muy difícil entonar un discurso que encubriera con “políticas sociales” el correlato de ataques implacables que tales orientaciones conllevan. Ello les ha entrampado en un dilema de difícil solución que les ha hecho perder influencia. Por un lado, no pueden renunciar al control de la clase obrera (son responsables de los sindicatos más importantes), lo que les obliga a mantener un discurso de “política social” vinculada al keynesianismo. Pero, al mismo tiempo, son partidos gubernamentales, imprescindibles en el bipartidismo que sustenta los países democráticos. Corren el riesgo de carecer de un discurso coherente tanto para ser gobierno como para ser oposición.
Aparte de satisfacer sus ambiciones personales, Sánchez pretende responder al dilema eligiendo dar “voz a los de abajo” y competir con Podemos organizando también una demagogia de “democracia directa” y “combativa” (Sánchez se ha montado una troupe que ocupa la calle para “presionar” al comité federal, algo propio de “democracias bananeras”). Se trata de un juego arriesgado que disloca al partido y abre las puertas a todo tipo de influencias de corte populista, difíciles de digerir por un partido con responsabilidades gubernamentales.
Políticamente hablando, el PSOE ocupa dos espacios que son difíciles de compatibilizar. Es un partido con responsabilidades gubernamentales, pero, al mismo tiempo, tiene que dar “voz a los sin voz”. Si renuncia a lo último y se dedica exclusivamente a la gestión gubernamental y a ser cauce de intereses económicos del capital, se coloca en un terreno donde la derecha siempre le ganará. Pero, si para defender su segundo espacio, que le es vital, intenta abrir las puertas a algunos tics populistas que utiliza Podemos con cierto éxito[4], va en contra del interés general de la burguesía española de cerrar lo más posible el paso a los populismos que hoy golpean países centrales como Gran Bretaña o USA[5]. Iglesias y sus muchachos tienen cierta habilidad para manejar temas populistas, pero no está claro que Sánchez y su equipo las tengan, y ello les lleva a causar graves problemas al PSOE.
El fracaso de la operación de renovación del bipartidismo
Durante más de medio siglo, las democracias principales organizaban la tendencia al partido único, propia del capitalismo de Estado, mediante el bipartidismo, turnándose en la bitácora de mando, un partido escorado a la derecha y otro a la izquierda.
El mecanismo bipartidista está muy desgastado en todas partes, no podemos hacer aquí un análisis de sus causas, lo bien cierto, es que, en los últimos años, la burguesía española desarrolló una operación política para hacer frente a la crisis del bipartidismo. Un factor que sin duda influyó fue la toma de conciencia que manifestó el 15 M y que sobre todo llevó a una crítica muy dura del PSOE.
La operación política consistió en hacer emerger, prácticamente de la nada[6], dos partidos, uno a la derecha -Ciudadanos- y otro a la izquierda -Podemos, llamados a renovar el aparato político, quizá sirviendo de aguijón a los dos de siempre, quizá buscando, si falta hiciera, reemplazarlos.
Sin embargo, la operación no ha salido como se esperaba y está causando estragos importantes. Esto evidencia que en los tiempos de la descomposición no son tan fáciles las maniobras de ingeniería política y electoral.
Las elecciones de diciembre 2015 no han provocado la opción deseada. Ha habido que repetirlas en junio 2016. Tampoco han dado el resultado apetecido y por ende amenazan con debilitar a todos los partidos excepto al PP, un partido que se trataba de obligarle a “reformarse” y librarse del lastre de una corrupción demasiado escandalosa y que, sin embargo, si siguen repitiéndose las elecciones podía acabar con una abrumadora mayoría absoluta.
El estrago más importante ha sido la crisis del PSOE. El resultado electoral de junio ha cargado sobre sus espaldas la responsabilidad única de “asegurar la gobernabilidad del país” dándole el poder al PP. Esto significa lanzar un misil a un PSOE ya de por sí muy debilitado por todo lo que antes hemos analizado.
El PSOE, un partido gubernamental por antonomasia, no puede aliarse con la derecha “moderna” y “renovadora” que se suponía debía ser Ciudadanos. Este partido es visceralmente españolista- más aún que el PP- y no puede ser un canal de diálogo con las derechas nacionalistas. Aparte de su demagogia anti-corrupción no ofrece ningún atractivo de “centro” que pueda seducir a un electorado más “moderno”. Empezando por su líder, la inmensa mayoría de sus cuadros huelen a un pijerío aún más apestoso que el del PP. Por mucho que gesticule el señor Rivera, Ciudadanos no puede ir más allá de una muleta coja del PP. Ciudadanos no tiene nada ver con partidos bisagra que existen en Alemania (liberales, verdes) y que pueden dar credibilidad a una posición firme de los partidos centrales (DC y SPD) frente al populismo.
Así pues, la única posibilidad que tiene el PSOE de acceder al gobierno es la de un “frente populismo” con Podemos y los partidos nacionalistas periféricos.
En apariencia este gobierno de “progreso” sería la continuidad de los que se han establecido en las autonomías. Sin embargo, es necesario distinguir entre los gobiernos de las autonomías y el gobierno central. En los primeros es perfectamente factible una cama redonda donde se revuelquen PSOE, Podemos y los partidos nacionalistas -excluyendo desde luego los dos grandes, PNV y catalanes, que no quieren nada de eso. Aunque tienen a su cargo la gestión de la partida “social” de los presupuestos, su política es meramente decorativa y clientelar.
En cambio, a nivel de gobierno central, la coalición “frente populista” es peligrosa para el interés del capital español. En primer lugar, Podemos es un conglomerado caótico de tendencias variopintas donde juega un papel nada desdeñable un grupúsculo trotskista -Izquierda Anticapitalista- que por grandes que sean las ambiciones de sus jefes y por mucho que se “moderen” son claramente inaptos para gestiones gubernamentales. En Podemos también pesan nacionalismos periféricos que le empujan a la demagogia arriesgada del “derecho a decidir”, cosa que la mayoría de barones socialistas no toleran. En fin, los partidos nacionalistas periféricos no son de fiar dada la mala soldadura nacional del capital español y suscitan mucha desconfianza en el aparato socialista. A todo ello se debe añadir el descrédito que conllevaría un “gobierno de progreso” no solamente para el propio PSOE, junto con Podemos, sino para toda la llamada “clase política”.
El problema de fondo es que la defenestración de Sánchez y el triunfo de la abstención no logra imponer una orientación que permita al PSOE restañar las heridas y superar su fragmentación. La abstención le ha colocado en tierra de nadie, pues, por un lado, lo aleja de toda perspectiva de poder -Rajoy lo ha recalcado en el debate de investidura aclarando que no va hacer más que concesiones menores al “sacrificio” socialista- y, por otra parte, entrega el frente de oposición a Podemos.
Por su parte, la orientación de Sánchez de un “gobierno progresista” es totalmente irrealista. Su estrategia de crear el “poder de la base” -lo que Fernández denunció como “podemización” del PSOE- no solamente siembra el caos en el partido, sino que en lugar de fagocitar a Podemos puede contribuir a verse fagocitado por él.
La “renovación del bipartidismo” está resultando desastrosa para el Capital español. Ha planteado un serio problema en el PSOE, no ha superado la crisis del bipartidismo, sino que la ha agravado, tampoco ha puesto un dique al populismo, sino que, probablemente, va a favorecerlo más adelante.
Resulta difícil saber cómo va a responder el capital español y el propio PSOE. Más que hacer predicciones o especulaciones, el análisis que acabamos de exponer puede ayudar a comprender la situación. Es necesario, sin embargo, recordar que la burguesía no solamente es víctima de los efectos de la descomposición, sino que, igualmente, es capaz de oponer contra-tendencias. Como decíamos al principio, la experiencia acumulada por el PSOE es una de ellas.
El proletariado y el peligro del populismo
El desgaste del bipartidismo se debe en parte al desarrollo de la lucha de clases desde 1968. Sin embargo, la incapacidad del proletariado para avanzar en la politización de su lucha ha dado lugar a uno de los temas más importantes que hoy utiliza el populismo de derecha: la idea de una casta política, que sería corrupta y jugaría para sus propios intereses.
En contra de una visión superficial esta idea no tiene nada de proletaria y es absolutamente reaccionaria.
En primer lugar, porque no analiza las cosas en términos históricos y globales sino bajo el prisma mezquino de grupos aislados, considerados en sí mismos: la “clase política”, la “oligarquía financiera”, los “emigrantes” … Esta absolutización demoniaca de categorías sociales abstractas ya se vio en el fascismo y el estalinismo, expresiones extremas de la degeneración del pensamiento capitalista.
En segundo lugar, no ve las causas en las relaciones sociales de producción sino en términos de buscar culpables, es decir, bajo forma de personalización y chivos expiatorios. Así, el desempleo o la miseria se atribuirían a la casta política y a tenebrosos financieros “por arriba” y a los emigrantes y demás minorías “indeseables” “por abajo”.
En fin, no pone en cuestión el interés de la nación y del Estado, sino que trata de defenderlos con aún más ahínco contra esas fuerzas oscuras de “arriba” y de “abajo”.
Estos planteamientos ideológicos, aunque resulten molestos para la política global de la burguesía, son muy dañinos para el proletariado. La crisis del bipartidismo tuvo una primera raíz proletaria, pero en el contexto de la descomposición tiene un elemento dominante reaccionario y muy peligroso para el proletariado. Únicamente, cuando éste comience a presentar su alternativa, podrá retomar esa raíz inicial y desarrollarla.
C.Mir 091116
[1] Ver "TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION".
[2] En los países de democracia consolidada, los sectores dominantes del capital nacional logran, por regla general, hacer que el “voto ciudadano” decida lo que ellos quieren. Se trata de una manipulación muy sofisticada y perfectamente organizada de las encuestas, la configuración de los distritos electorales, las declaraciones de unos y otros políticos, las intervenciones “oportunas” de “formadores” de la llamada “opinión pública” etc. Esto, que podríamos denominar el “juego político”, últimamente resulta cada vez más difícil de manejar para la burguesía: los resultados del Brexit en Gran Bretaña constituyen un ejemplo elocuente.
[3] En su decadencia, el capitalismo sobrevive mediante una intervención omnipresente del estado, tanto de forma “liberal” (que combina la burocracia estatal con la gran burguesía clásica) como de forma totalmente estatizada (lo que tienen la desfachatez de llamar “socialismo” o incluso “comunismo”). Ver el punto IV de nuestra Plataforma. Ver https://es.internationalism.org/cci/200509/145/plataforma-politica-de-la-corriente-comunista-internacional
[4] Es importante aclarar que Podemos no es un partido populista. Es un partido de responsabilidad capitalista neta que sabe utilizar algunos temas del populismo para su política global. Ver https://es.internationalism.org/cci-online/201406/4033/podemos-un-poder-del-estado-capitalista
[5] Ver sobre el populismo https://es.internationalism.org/revista-internacional/201610/4178/contribucion-sobre-el-problema-del-populismo-junio-de-2016
[6] Podemos fue fundado en 2014 apoyándose en la esquelética estructura de un grupúsculo izquierdista -Izquierda Anticapitalista- y en restos podridos y dispersos del 15 M. En el lapso increíble de dos años ha pasado a tener 70 diputados. Por su parte, Ciudadanos, fue propulsado desde su estructura limitada a Cataluña a desarrollarse por toda España en apenas un año.