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Este artículo es una contribución del camarada MC escrita en los años 1980 para el debate interno, con el objetivo de combatir las posiciones centristas que, aproximándose al consejismo, se estaban desarrollando en el seno de la CCI. MC son las siglas con las que Marc Chirik (1907-1990), antiguo militante de la Gauche communiste (Izquierda Comunista) y principal miembro fundador de la CCI (ver la Revista Internacional, números 61 y 62), firma su artículo.
Puede parecer sorprendente que un texto cuyo título hace referencia a la Conferencia de Zimmerwald, celebrada en setiembre de 1915 contra la guerra imperialista, fuese escrito en el marco de un debate interno de la CCI sobre el tema del consejismo. En realidad, como podrá constatar el lector, este debate se amplió a cuestiones más generales que se plantearon ya hace cien años y que mantienen, incluso hoy, toda su actualidad.
Dimos cuenta de este debate interno sobre el centrismo respecto al consejismo en los números 40 a 44 de la Revista Internacional (1985/86) por lo que sugerimos su lectura, particularmente la del no 42 de la Revista donde, en el artículo “Deslices centristas hacia el consejismo”, se hace una “Presentación” de los orígenes y del desarrollo de estos debates, y que nosotros resumimos aquí para que se comprendan mejor ciertos aspectos de la polémica de MC:
Durante el Vo Congreso de la CCI, y sobre todo tras él, se desarrolló en el seno de la organización una serie de confusiones sobre el análisis de la situación internacional y más concretamente una posición que, sobre la cuestión de la toma de conciencia del proletariado, desarrollaba visiones consejistas. Esta posición fue defendida principalmente por los camaradas de la sección en España (denominada “AP” en el texto de MC, por el nombre de la publicación de esta sección: Acción Proletaria).
"Los camaradas que se identifican con esta posición piensan que están de acuerdo con las concepciones clásicas del marxismo (y por lo tanto de la CCI) que se refieren a la “conciencia de clase”. No rechazan explícitamente la necesidad de una organización de revolucionarios en el desarrollo de esa conciencia pero, de hecho, han acabado sosteniendo una visión consejista:
- al hacer de la conciencia un factor únicamente determinado y en ningún caso determinante de la lucha de la clase;
- al considerar que “el único y exclusivo crisol de la conciencia de clase es la lucha masiva y abierta”, lo cual no deja lugar ninguno a las organizaciones revolucionarias y les niega toda posibilidad de llevar adelante un trabajo de desarrollo y de profundización de la conciencia de clase en los momentos de retroceso de la lucha.
La gran y única diferencia entre esta visión y el consejismo es que este último lleva las cosas hasta el punto de rechazar explícitamente la necesidad de organizaciones comunistas, mientras que nuestros camaradas no llegaron hasta ahí."
Uno de los aspectos clave del método consejista es el rechazo de la noción e “maduración subterránea de la conciencia”, o sea que queda excluida la posibilidad de que las organizaciones revolucionarias puedan desarrollar y profundizar la conciencia comunista fuera de las luchas abiertas de la clase obrera.
Cuando MC lee los documentos que expresaban esa visión, nuestro compañero escribe una toma de posición para combatirla. En enero de 1984, la reunión plenaria del órgano central de la CCI adopta una resolución posicionándose sobre los análisis erróneos anteriormente expresados y en concreto sobre las concepciones consejistas:
"Cuando se adoptó la Resolución, los camaradas de la CCI que anteriormente habían desarrollado la tesis de la “no maduración subterránea”, con todas sus implicaciones consejistas, se dieron cuenta de su error y se pronunciaron firmemente a favor de dicha resolución y concretamente del punto 7, cuya función específica era rechazar los análisis que ellos mismos había elaborado anteriormente. Otros camaradas mostraron, al contrario, desacuerdos con ese punto; desacuerdos que les llevaron o a rechazarlo en bloque o a votar la resolución “con reservas”, rechazando de paso algunas otras de sus formulaciones. Aparece pues en la Organización un método y una manera de proceder que sin apoyar abiertamente las tesis consejistas, reprobadas en la resolución, las utilizan de parapeto, de paraguas, negándose a condenarlas o atenuando el alcance de las mismas. Frente a tal método, el órgano central de la CCI tuvo que adoptar en marzo de 1984 una resolución recordando las características:
a) del oportunismo, una manifestación de la penetración de la ideología burguesa en las organizaciones proletarias que se expresa sobre todo por:
- el rechazo o la ocultación de los principios revolucionarios y del marco general de los análisis marxistas;
- la falta de firmeza en la defensa de esos principios;
b) del centrismo, forma particular del oportunismo, caracterizado por:
- la fobia ante las positions francas, tajantes, intransigentes, aquellas que van hasta el fondo de las implicaciones que comportan;
- la adopción sistemática de positions ramplonas, a medio camino entre las posiciones antagónicas;
- una atracción por la avenencia entre esas posiciones;
- la búsqueda de un papel de árbitro entre ellas;
- la búsqueda de la unidad de la organización a toda costa, incluso la de la confusión, la de las concesiones sobre los principios, al de la falta de rigor, de coherencia y de continuidad de los análisis” (…)
La resolución concluye: "existe actualmente en el seno de la CCI una tendencia al centrismo; es decir, a la conciliación y a la falta de firmeza hacia el consejismo." (Revista Internacional, no 42: "Los deslizamientos centristas hacia el consejismo").
Ante ese análisis, algunos "reservistas" prefirieron, adoptando precisamente… una orientación centrista ejemplar, ocultar las verdaderas cuestiones y dedicarse a toda una serie de contorsiones, tan espectaculares como lamentables, en lugar de tomar en consideración de manera seria y rigurosa los análisis de la organización. El texto de McIntosh[1], al que responde la contribución de MC que publicamos aquí, es une ilustración flagrante de ese ocultamiento que defiende una tesis muy simple (e inédita) que consiste en afirmar que no puede haber centrismo hacia el consejismo en la CCI porque el centrismo no puede existir en el período de decadencia del capitalismo.
"Al no tratar en su artículo más que del problema del centrismo en general y de la historia del movimiento obrero sin referirse en ningún momento a la manera con la que se ha planteado el problema en la CCI, evita poner en conocimiento del lector el hecho de que este descubrimiento (del que él mismo es autor) de la no existencia del centrismo en el periodo de decadencia, fue bien acogida por los camaradas “reservistas” (que se abstuvieron o emitieron “reservas” en el momento de votar la resolución de enero de 1984). La tesis de McIntosh, a la que se adhirieron en el momento de la formación de la "tendencia" y que les permite recuperar fuerzas contra el análisis de la CCI sobre la deriva centrista hacia el consejismo, del cual ellos mismos son víctimas, les deja agotados para el combate sin que por eso dejen de intentar demostrar en vano, (por turnos o simultáneamente) que “el centrismo es la burguesía”, que “existe un peligro de centrismo en las organizativos revolucionarias pero no en la CCI”, que el “peligro centrista existe dentro de la CCI pero no respecto al consejismo””. (Revista Internacional, no 43: "El rechazo de la noción de "centrismo”: puerta abierta al abandono de las posiciones de clase").
Así pues, como se ha dicho más arriba, aunque en su inicio el debate de 1985 trató sobre la cuestión del consejismo como corriente y visión política, tuvo que prolongarse para desarrollar la cuestión más general del centrismo, en tanto que expresión de cómo sufren las organizaciones de clase la influencia de la ideología dominante de la sociedad burguesa. Como señala MC, en el artículo que sigue, el centrismo como tal no puede desaparecer mientras exista la sociedad de clases.
El interés que tiene este artículo para que hayamos decidido hoy su publicación al exterior está, ante todo, en el hecho de que en él se trata de la historia de la Primera Guerra Mundial (tema que estamos abordando, bajo diferentes aspectos, en la Revista Internacional desde 2014) y especialmente del papel de los revolucionarios y del desarrollo de la conciencia de la clase obrera y de su vanguardia frente a tal acontecimiento.
La Conferencia de Zimmerwald, que se celebró hace 100 años en setiembre, no solo forma parte de nuestra historia sino que ilustra además de forma significativa las dificultades y las dudas de los participantes para romper no sólo con los partidos traidores de la Segunda Internacional sino también con toda ideología conciliadora y pacifista que esperaba poner fin a la guerra sin entrar explícitamente en lucha revolucionaria contra la sociedad capitalista que la engendró. Así es como Lenin presentaba esta cuestión en 1917:
"Tres tendencias se han perfilado, en todo el país, en el seno del movimiento socialista internacional desde hace más de dos años que dura la guerra. Estas tres tendencias son las siguientes:
- Los socialchovinistas: socialistas de palabra, chovinistas de facto (…) Estos son nuestros adversarios de clase. Se han pasado a la burguesía (…).
- La segunda tendencia es la llamada “centro”, que oscila entre los socialchovinistas y los verdaderos internacionalistas (…) El “centro” es el reino de la fraseología pequeño burguesa llena de buenas intenciones, del internacionalismo en las palabras y del oportunismo pusilánime y complaciente con los socialchovinistas en los hechos. El meollo de la cuestión es que el “centro” no está convencido de la necesidad de una revolución contra su propio gobierno, no persigue una lucha revolucionaria intransigente y se inventa las escusas más anodinas, cargadas de requiebros “ultramarxistas”, para no implicarse. (...) El principal líder y representante del “centro” es Karl Kautsky, que gozaba en la Segunda Internacional (1889-1914) de la mayor autoridad y que, desde agosto de 1914, es un claro ejemplo del completo renegado del marxismo, de la apatía inaudita, de las vacilaciones y traiciones más lamentables.
- La tercera tendencia es la de los verdaderos internacionalistas, la que representa lo mejor de la ‘izquierda de Zimmerwald’.”[2]
Sin embargo sería más correcto decir, en el contexto de Zimmerwald, que la derecha está representada no por los “socialchovinistas”, utilizando el término de Lenin, sino por Kautsky y demás –todos los que más tarde formarán la derecha del USPD–[3]; la izquierda está constituida por los bolcheviques; y el “centro” por Trotsky y el grupo Spartakus de Rosa Luxemburg. Precisamente el proceso que conduce a la revolución en Rusia y en Alemania está marcado por el hecho de que una gran parte del “centro” fue ganada por las posiciones bolcheviques.
O sea que el término centrismo no será utilizado de la misma manera por todas las corrientes políticas. Los bordiguistas, por ejemplo, a Stalin y a los estalinistas en los años 1930 siempre los denominaban "centristas" y a la política de Stalin la etiquetaban de "centro" entre la izquierda de la Internacional (lo que se hoy se denomina Izquierda Comunista en torno a Bordiga y Pannekoek, en particular) y la derecha de Bujarin. Bilan mantuvo esta denominación hasta la Segunda Guerra Mundial. Para la CCI, siguiendo el enfoque de Lenin, el término centrista designa el medio entre la izquierda (revolucionaria) y la derecha (oportunista, pero dentro aun del campo proletario): así pues el estalinismo con su programa del “socialismo en un solo país”, no fue ni centrista ni oportunista sino que formó parte ya del campo enemigo, del capitalismo. Como lo precisa el artículo que sigue, “el centrismo” no representa una corriente política con posiciones específicas sino sobre todo una tendencia permanente en las organizaciones políticas de la clase obrera que buscan un “término medio” entre las posiciones revolucionarias intransigentes y aquellas que representan una forma de convivencia o permisividad con la clase dominante.
Le centrismo según (MIC) McIntosh
En mi artículo “El centrismo y nuestra tendencia informal” aparecido en el número anterior del Boletín Interno Internacional (no 116) procuré demostrar la falta de consistencia de las afirmaciones de McIntosh relativas a la definición del centrismo en la Segunda Internacional.
Hemos podido ver la confusión que nos sirve McIntosh:
- identificando centrismo y reformismo;
- reduciendo el centrismo a una “base social” formada por “funcionarios y empleados permanentes del aparato de la socialdemocracia y los sindicatos” (la burocracia);
- apoyando que su “base política” venga dada por la existencia de un “programa preciso”, fijo;
- proclamando que la existencia del centrismo está ligada exclusivamente a un periodo determinado del capitalismo, el periodo ascendente;
- ignorando completamente la persistencia en el proletariado de la mentalidad y las ideas burguesas y pequeño burguesas (inmadurez de la conciencia) de las que es difícil liberarse;
- despreciando el hecho de la penetración constante de la ideología burguesa y pequeño burguesa en el seno de la clase obrera;
- eludiendo totalmente el problema del posible proceso de degeneración de una organización proletaria.
Recordamos esos puntos no sólo para resumir el artículo precedente sino también porque los necesitaremos para echar abajo la nueva teoría de McIntosh sobre la no existencia del centrismo en el movimiento obrero en el periodo de decadencia del capitalismo. (…)
El centrismo en el periodo de decadencia
McIntosh fundamenta su afirmación de que no puede haber corriente centrista en el periodo de decadencia, en el hecho de que, con el cambio de periodo, el espacio ocupado en el pasado (durante el periodo ascendente) por el centrismo estuvo desde entonces ocupado por el capitalismo y concretamente por el capitalismo de Estado. Esto es sólo parcialmente cierto. Es verdad en cuanto a ciertas posiciones políticas defendidas antaño por el centrismo, pero es falso en lo que concierne al “espacio” que separa el programa comunista del proletariado de la ideología burguesa. Este espacio (que representa un terreno abonado para el centrismo) determinado por la inmadurez (o la madurez) de la conciencia de clase y por la fuerza de penetración de la ideología burguesa y pequeñoburguesa en su seno, puede tender a achicarse pero no a desaparecer, mientras existan las clases y, sobre todo, mientras la burguesía se mantenga como clase dominante de la sociedad. Esto seguirá siendo igualmente cierto incluso después de la victoria de la revolución, pues mientras se hable del proletariado como clase significa que existen también en la sociedad otras clases y, por lo tanto, la influencia de la ideología de tales clases y su penetración en la clase obrera. Toda la teoría marxista sobre el periodo de transición se basa en que, contrariamente a otras revoluciones en la historia, la revolución proletaria no concluye el periodo de transición sino que lo abre. Únicamente los anarquistas (y en parte los consejistas) piensan que con la revolución se salta a pies juntillas directamente del capitalismo al comunismo. Para los marxistas la revolución no es sino la condición previa que abre la posibilidad de la realización del programa comunista de la transformación social y de una sociedad sin clases. Este programa comunista es defendido por la minoría revolucionaria organizada en partido político contra las posiciones de otras corrientes y organizaciones políticas que se encuentran en la clase obrera y que se sitúan en el terreno de clase y esto antes, durante y después de la victoria de la revolución.
A menos que se considere que toda la clase es ya comunista-consciente o que a ello se llega de repente con la revolución, lo que haría superflua, hasta perjudicial, la existencia de toda organización política en la clase (a lo más una organización con una función estrictamente pedagógica, como la que acepta el consejismo de Pannekoek), o bien que hay que decretar que la clase no puede tener en su seno más que un partido único (como lo desean los exaltados bordiguistas en sus delirios), estamos obligados a reconocer la inevitable existencia en el proletariado, al lado de la organización del partido comunista, de organizaciones políticas confusas, más o menos coherentes, que vehiculan ideas pequeñoburguesas y hacen concesiones políticas a las ideologías ajenas a la clase obrera.
Decir esto es reconocer la existencia en la clase, en todos los periodos, de tendencias centristas; porque el centrismo es, ni más ni menos, que la persistencia en la clase obrera de corrientes políticas que tienen programas confusos, inconsecuentes, incoherentes, en las que penetran, sirviendo de vehículo, posiciones propias de la ideología pequeñoburguesa a la que están dispuestas a hacer concesiones; organizaciones que oscilan entre esta ideología y la conciencia histórica del proletariado, intentando siempre conciliarlas.
El centrismo no puede definirse en términos de un “programa preciso” pues no lo tiene; por eso puede entenderse su persistencia en el tiempo, adaptándose a cada situación particular, cambiando de posición según las circunstancias de la correlación de fuerzas existente entre las clases.
Al ser absurdo hablar de centrismo en general, en abstracto, en términos de “base social” definida o de “programa específico” preciso, hay que situarlo en relación con otras corrientes políticas más estables (en este caso, en el debate actual, en relación con el consejismo) pudiéndose así, por el contrario, hablarse de la permanencia del comportamiento político que le es característico: oscilar, evitar tomar una posición clara y consecuente. (…)
Tomemos un ejemplo concreto (…), instructivo, del comportamiento centrista: McIntosh se suele referir en su texto a la polémica Kautsky-Rosa Luxemburg de 1910. ¿Cómo comenzó esta polémica? Se inició con un artículo escrito por Rosa contra la política y la práctica oportunistas de la dirección del Partido Socialdemócrata a las que ella oponía la política revolucionaria de la huelga de masas. Kautsky, director de la Neue Zeit (órgano teórico de la Socialdemocracia, SPD), se niega a publicar tal artículo so pretexto de que, aunque él comparte la idea general de la huelga de masas, considera inadecuada esa política en aquel momento preciso ya que requeriría necesariamente una respuesta de su parte, o sea una discusión entre dos miembros de la tendencia marxista radical frente a la derecha del partido, cosa que él considera totalmente desafortunada. Ante ese rechazo, Rosa publica su artículo en el Dortmunder Arbeiter Zeitung lo que obligó a Kautsky a responder y a implicarse en la polémica que conocemos.
Cuando anuncié en septiembre en el SI[4], mi intención de escribir un artículo en el que exponía el razonamiento consejista de los textos de AP, la camarada JA[5] comenzó a pedir explicaciones sobre el contenido y la argumentación de este artículo. Dadas las explicaciones, a la camarada JA le pareció inoportuno el artículo y sugería esperar a que el SI se pusiese previamente de acuerdo sobre él, es decir “corregirlo”, antes de su publicación, de manera que el SI, en conjunto, pudiese firmarlo. Ante este correctivo con el que se trataba de limar asperezas, redondear aristas y embarullar las cosas, decido publicarlo en mi propio nombre. Una vez publicado, JA encuentra el artículo absolutamente deplorable y, según ella, no hacía sino sembrar la confusión en la organización. Felizmente JA no era la directora (del Boletín Interno) como lo era Kautsky (del Neue Zeit) y no tenía el poder de éste, pues en caso contrario el artículo nunca habría salido a la luz. Aunque en los 75 años transcurridos y con el cambio de periodo (ascendente y decadente) el centrismo ha cambiado de cara y de posiciones, sí que ha mantenido el mismo espíritu y el mismo modo de hacer: evitar plantear los debates para no “perturbar” a la organización.
En uno de mis primeros artículos polémicos contra los “reservistas” decía yo que el periodo de decadencia es por excelencia el periodo de manifestaciones del centrismo. Una simple mirada a la historia de estos setenta años nos permitirá constatar inmediatamente que en ningún otro periodo en la historia del movimiento obrero, el centrismo se ha manifestado con tanta fuerza, con tantas variantes y no ha hecho tantos estragos como en el periodo de decadencia del capitalismo. Difícil no estar totalmente de acuerdo con la exacta definición de Bilan de que una Internacional no traiciona como tal, sino que como tal Internacional murió, desapareció y cesó de existir y que fueron los partidos, “nacionales” ya, los que se pasaron, uno tras uno, del lado de sus respectivas burguesías nacionales. Y fue así cómo, al día siguiente del 4 de agosto de 1914, día en que los partidos socialistas de los países beligerantes votan los créditos de guerra, en cada país comienza a desarrollarse, al lado de las pequeñas minorías que permanecen fieles al internacionalismo, una oposición cada vez más numerosa, en el seno de los partidos socialistas y de los sindicatos, contra la guerra y la política de defensa nacional. Así fue en Rusia con los mencheviques internacionalistas de Martov, con el grupo Comité Interdistrito (mezhraiontsy) de Trotsky. Así fue en Alemania con el desarrollo de la oposición a la guerra, la cual fue expulsada del Partido Socialdemócrata, formando más tarde el USPD; así ocurrió en Francia con el grupo sindicalista-revolucionario Vie ouvrière (“Vida Obrera”) de Monatte, Rosmer et Merrheim; así fue con la mayoría del Partido Socialista de Italia y de Suiza, etc. Todo ello constituyó una variopinta e inconsecuente corriente pacifista-centrista que se oponía a la guerra en nombre de la paz y no del derrotismo revolucionario y de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Esta corriente centrista es la que organiza la conferencia socialista contra la guerra en Zimmerwald en 1915 (donde la izquierda revolucionaria consecuente e intransigente representa una pequeña minoría, reducida a los bolcheviques rusos, los tribunistas holandeses y los radicales de Bremen en Alemania) y en Kienthal, todavía ampliamente dominada por la corriente centrista, en 1916 (en la cual los espartaquistas de R. Luxemburg y de K. Liebknecht se unen por fin a la izquierda revolucionaria) Esta corriente centrista no se planteó nunca la ruptura inmediata con los partidos socialistas que se habían convertido en partidos social-patriotas y belicistas, sino su recuperación en el marco de la unidad organizativa[6]. La revolución iniciada en febrero de 1917 en Rusia se encuentra con un partido bolchevique situado en una position de apoyo condicional al gobierno burgués de Kerensky-Miliukov y con casi todos los soviets de obreros y soldados que apoya a ese gobierno.
El entusiasmo general que se produjo en la clase obrera del mundo entero, tras la victoria de la revolución de octubre, no llegó mucho más allá que el desarrollo de una inmensa corriente fundamentalmente centrista. La mayoría de los partidos y los grupos que constituyeron y se adhirieron a la Internacional Comunista estaban marcados profundamente por el centrismo. Desde 1920 se asiste a las primeras muestras de agotamiento de una primera oleada revolucionaria que fue menguando rápidamente, lo que se tradujo, en el plano político, en un deslizamiento centrista bastante visible ya en el IIº Congreso de la Internacional Comunista, con la toma de posiciones ambiguas y erróneas sobre cuestiones tan importantes como el sindicalismo, el parlamentarismo, la independencia y la autodeterminación nacionales. De año en año, la Internacional Comunista y los partidos comunistas que la constituyen seguirán, a un ritmo acelerado, el retroceso hacia posiciones centristas y hacia la degeneración; las tendencias revolucionarias intransigentes acabaron siendo rápidamente minoritarias en los partidos comunistas; excluidas por todas partes de esos partidos, sufrirán en sí mismas el impacto de la gangrena centrista, como sucedió con las diferentes oposiciones surgidas de la IC, en particular la Oposición de Izquierda de Trotsky, para finalmente ser llevadas a traspasar las fronteras de clase en la guerra de España y la Segunda Guerra Mundial, en nombre del antifascismo, y, en Rusia, en nombre de la defensa del Estado obrero degenerado. La reducida minoría que se mantiene firmemente en el terreno de clase y del comunismo, como la Izquierda Comunista Internacional y la Izquierda Holandesa, sufrieron igualmente el impacto de aquel periodo negro que siguió inmediatamente a la Segunda Guerra; algunos, como los bordiguistas, se fosilizaron o padecieron una regresión en sus posiciones políticas; y otros, como la Izquierda Holandesa, se descompusieron en un consejismo completamente degenerado. Hubo que esperar hasta finales de los años 1960, con el anuncio de la crisis abierta y de una clase obrera que reemprendía la lucha de clases, para que surgiesen pequeños grupos revolucionarios que intentaban librarse de la inmensa confusión del 68 esforzándose penosamente por reanudar el hilo histórico del marxismo revolucionario.
(…) Hay que estar verdaderamente atacado de ceguera universitaria para no ver esa realidad. Hay que ignorar completamente la historia del movimiento obrero de estos setenta años desde 1914 para afirmar insistentemente, como hace McIntosh, que el centrismo ya no existe ni podrá existir en el periodo de decadencia. La fraseología radical, grandilocuente, les indignaciones fingidas, no deberían servir de sustituto a una argumentación seria.
Es más cómodo sin duda adoptar la política del avestruz, cerrar los ojos para no ver la realidad y sus peligros y poder así negarla más fácilmente. Así uno se contenta sin gran esfuerzo y se ahorra muchos quebraderos de cabeza reflexionando. No fue ese el método de Marx quien escribió: “los comunistas no están para consolar a la clase obrera; están para hacerla aún más miserable haciéndola consciente de su miseria”. McIntosh sigue la primera vía negando, para su tranquilidad, pura y simplemente y contra toda evidencia, la existencia del centrismo en el periodo de decadencia. Para los que queremos ser marxistas se trata de seguir la otra vía: abrir bien los ojos para reconocer la realidad y comprenderla en su movimiento y en su complejidad. Nos corresponde a nosotros intentar explicar el porqué del hecho innegable de que el periodo de decadencia es también un periodo que ha conocido la eclosión de tendencias centristas.
El periodo de decadencia del capitalismo y el proletariado
(…) El periodo de decadencia es la entrada en una crisis histórica, permanente, objetiva, del sistema capitalista, que plantea claramente el siguiente dilema histórico: su autodestrucción, que lleva consigo la destrucción de toda la sociedad, o la destrucción de este sistema para establecer una sociedad nueva, sin clases, la sociedad comunista. La única clase susceptible de realizar este grandioso proyecto de salvar la humanidad es el proletariado, cuyo interés por liberarse de la explotación le empuja a una lucha a muerte contra este sistema de esclavitud salarial capitalista y que además no puede emanciparse sin emancipar a toda la humanidad.
Contrariamente…
- a la teoría de que la lucha obrera es la que determina la crisis del sistema económico del capitalismo (GLAT);
- a la teoría que ignora la crisis histórica permanente y no conoce más que crisis coyunturales y cíclicas, que nos dan la posibilidad de una revolución que, en caso de no ser victoriosa, permite un nuevo ciclo de desarrollo del capitalismo y así hasta el infinito (A. Bordiga) y…
- a la teoría pedagógica para la que la revolución no está ligada a la crisis del capitalismo sino que depende de la inteligencia de los obreros adquirida durante de sus luchas (A. Pannekoek),
… nosotros afirmamos que una sociedad no desaparece mientras no ha agotado todas las posibilidades de desarrollo que contiene en sí misma. Afirmamos, con Rosa, que es la maduración de las contradicciones internas del capital lo que determina su crisis histórica y la condición objetiva de la necesidad de la revolución. Afirmamos, con Lenin, que no basta con que el proletariado no quiera ser explotado, sino que es además necesario que el capitalismo no pueda vivir como antes.
La decadencia es el hundimiento del sistema capitalista bajo el peso de sus contradicciones internas. La comprensión de esta teoría es indispensable para comprender las condiciones en las que se desarrolla y va a desarrollarse la revolución proletaria.
A esta entrada en la decadencia de su sistema económico, entrada que la ciencia económica burguesa no puede ni prever ni comprender, el capitalismo –sin poder someter a su dominio esa evolución objetiva– respondió con el capitalismo de Estado, concentración extrema de todas sus fuerzas políticas, económicas y militares, para enfrentar la agudización extrema de las tensiones inter-imperialistas y sobre todo para hacer frente a la amenaza de explosión de la revolución proletaria, de la que acababa de tomar conciencia con el estallido de la revolución rusa en 1917.
Si la entrada en decadencia implica la maduración histórica objetiva de la necesidad de hacer desaparecer el capitalismo, no es el caso de la necesaria maduración subjetiva (la toma de conciencia del proletariado) para poderla llevar a cabo. Esta condición es indispensable porque, como decían Marx y Engels, la historia no hace nada por sí misma, son los hombres (las clases) quienes hacen la historia.
Sabemos que, contrariamente a todas las revoluciones pasadas en la historia en las que la toma de conciencia de las clases obligadas a asumirlas tenía, de hecho, un papel de segundo orden, debido a que no se trataba más que de un cambio de sistema de explotación por otro sistema de explotación del hombre por el hombre, la revolución socialista al plantear el fin de toda explotación del hombre por el hombre y con toda la historia de las sociedades de clases, exige y pone como condición fundamental la acción consciente de la clase revolucionaria. Porque el proletariado no es sólo la clase a la que la historia impone la mayor exigencia que nunca había planteado a ninguna otra clase ni a la humanidad, una tarea que sobrepasa todas las tareas que la humanidad jamás haya afrontado: el salto de la necesidad a la libertad, sino que además se encuentra ante dificultades enormes. Última clase explotada, representa a todas las clases explotadas de la historia frente a todas las clases explotadoras representadas por el capitalismo.
Esta es la primera vez en la historia en que una clase explotada está llamada a asumir la transformación social y aún más una transformación que lleva en sí misma el destino y el futuro de toda la humanidad. Al iniciarse esa titánica lucha, el proletariado se presenta en estado de extrema debilidad, estado inherente a toda clase explotada, agravado por el peso de las debilidades de todas las generaciones muertas de las clases explotadas que recae sobre él: falta de conciencia, de convicción, de confianza, temor a lo que los propios proletarios se atreven a pensar y a acometer, hábito milenario de sumisión ante la fuerza y la ideología de las clases dominantes. Por eso, contrariamente a la evolución de otras clases que van de victoria en victoria, la lucha del proletariado está hecha de avances y retrocesos y no llega a su victoria final sino tras una larga serie de derrotas.
(…) Esa sucesión de avances y retrocesos de la lucha del proletariado, de la cual Marx habló ya cuando los acontecimientos revolucionarios de 1848, se acentúa en el periodo de decadencia, por la propia barbarie de este periodo que plantea al proletariado la cuestión de la revolución en términos más concretos, más prácticos y dramáticos, lo que se traduce en la toma de conciencia de la clase obrera también en un movimiento acelerado y turbulento, como el rompimiento de las olas en un mar agitado.
Son ésas las condiciones (de una realidad que pone de manifiesto la maduración de las condiciones objetivas y la inmadurez de las condiciones subjetivas) que determinan las inflexiones que se producen en la clase, que hacen surgir una multitud de corrientes políticas diversas y contradictorias, convergentes y divergentes, que evolucionan y retroceden, particularmente las diferentes variedades de centrismo.
La lucha contra el capitalismo es al mismo tiempo una lucha y una decantación política, en el seno mismo de la clase, en su esfuerzo hacia la toma de conciencia, y ese proceso es tanto más violento y tortuoso porque se desarrolla bajo el fuego graneado del enemigo de clase.
Las únicas armas que posee el proletariado en su lucha a muerte contra el capitalismo y que pueden asegurarle la victoria son su conciencia y su organización. Es así y solamente así como debe ser entendida la frase de Marx: “No se trata de saber cuál es el objetivo que se plantea momentáneamente tal o cual proletario o incluso el proletariado entero. Se trata de saber qué es lo que el proletariado estará obligado históricamente a hacer de acuerdo con su propio ser”.
(…) Los consejistas interpretan esa frase de Marx como que sería cada lucha obrera la que produce automáticamente la toma de conciencia de la clase, negando la necesidad de una lucha teórico-política permanente en su seno (existencia necesaria de la organización político-revolucionaria). Nuestros “reservistas” han ido “resbalando” en ese mismo sentido durante los debates del BI plenario de enero de 1984 y en el momento de la votación del punto 7 de la resolución. Hoy, ocultando ese deslizamiento al alinearse con la aberrante tesis de McIntosh de la imposibilidad de la existencia de corrientes centristas en la clase en el periodo de decadencia, no hacen sino resbalar por la misma pendiente y contentarse simplemente con darle la vuelta a la misma moneda.
Decir que en este periodo [de decadencia del capitalismo] no puede existir, ni antes, ni durante, ni después de la revolución, ningún tipo de centrismo en la clase obrera es o bien idealizar a la clase como uniformemente consciente, absolutamente homogénea y totalmente comunista (haciendo inútil la existencia misma de un partido comunista, como hacen los consejistas consecuentes) o bien decretar que sólo puede existir en la clase un partido único, fuera del cual cualquier otra corriente es por definición contrarrevolucionaria y burguesa; cayendo, por un extraño rodeo, en la megalomanía del bordiguismo.
Las dos tendencias principales de la corriente centrista
Como ya hemos visto, la corriente centrista no se presenta como una corriente homogénea con “un programa específico preciso”. Es la corriente política menos estable, la menos coherente, desgarrada en su seno por la atracción que sobre ella ejercen, por un lado, la influencia del programa comunista, y por otro, la ideología pequeñoburguesa. Esto se debe a las dos fuentes (que coexisten al mismo tiempo y se entrecruzan) que le han hecho nacer y que la alimentan:
- La inmadurez de la clase en su movimiento de toma de conciencia;
- La penetración constante de la ideología pequeñoburguesa en el seno de la clase.
Estas fuentes actúan y empujan a las corrientes centristas en dos direcciones diametralmente opuestas.
En general son las relaciones de fuerza entre las clases en periodos concretos, el flujo o reflujo de la lucha de clases, lo que decide el sentido de la evolución o la regresión de las organizaciones centristas. (…) McIntosh sólo ve, con su miopía congénita, la segunda fuente, e ignora olímpicamente la primera, así como ignora las presiones en sentidos contrarios que se ejercen sobre el centrismo. Sólo ve el centrismo como “abstracción” y no en la realidad de su movimiento. Cuando McIntosh reconoce el centrismo es cuando se ha integrado definitivamente en la burguesía, es decir, cuando el centrismo ha dejado de ser tal centrismo. Y nuestro camarada se pone tanto más furioso y deja estallar su indignación, cuanto menos lo ha identificado y reconocido antes.
Está absolutamente en la naturaleza de nuestros minoritarios ensañarse con el cadáver de una bestia feroz que no han combatido mientras vivía y que hoy se guardan bien de reconocer y combatir.
Examinemos pues el centrismo que se alimenta de la primera fuente, es decir, de la inmadurez en la toma de conciencia de las posiciones de clase. Tomemos como ejemplo el USPD, bestia negra que nuestros minoritarios descubren ahora y que se ha convertido en su caballo de batalla.
La mitología persa cuenta que el diablo, cansado de sus fracasos en los combates entre el Bien y el Mal, decidió un buen día cambiar de táctica y proceder de otra manera, añadiendo bien al Bien de manera desmesurada. Así, cuando Dios dio a los seres humanos el bien del amor y del deseo carnal, el diablo, aumentando y exacerbando ese deseo, hizo que se revolcaran en la lujuria y la violación. Igualmente, cuando Dios donó el vino como un bien, el diablo, aumentando el placer del vino, provocó el alcoholismo. Todos conocemos el eslogan: “Una copa, vale; tres, desastre seguro”[7].
Nuestros minoritarios hacen exactamente lo mismo. Ante la incapacidad de defender su desliz centrista respecto al consejismo, hoy cambian de táctica: “Vosotros habláis de centrismo, pero ¡El centrismo es la burguesía! Pretendiendo combatir el centrismo no hacéis más que darle crédito, otorgándole un precinto de garantía y situándolo en la clase. Así, al ubicarlo en la clase, os hacéis sus defensores y sus apologetas”.
Hábil táctica de inversión de papeles. Al diablo sí que le sirvió. Pero desgraciadamente para ellos, nuestros minoritarios no son diablos, y en sus manos esa astuta táctica sólo podía ser de corto alcance. ¿Quién, qué camarada puede creer seriamente en ese absurdo de que la mayoría del BI plenario de enero de 1984, que detectó y puso en evidencia la existencia de un desvío centrista hacia el consejismo en nuestro seno y que desde hace un año no hace otra cosa que combatirlo, sería en realidad el defensor y apologeta del centrismo de Kautsky de hace 70 años? Ni siquiera nuestros minoritarios se lo creen. Lo que buscan sobre todo es embrollar el debate sobre el presente divagando sobre el pasado.
Volviendo a la historia del USPD, hay que comenzar recordando el progreso de la oposición a la guerra en la socialdemocracia. La Unión Sagrada, refrendada por el voto unánime (menos el voto de Rühle) de la fracción parlamentaria a favor de los créditos de guerra en Alemania, dejo estupefactos a muchos miembros de ese partido hasta el punto de paralizarlos. La izquierda que creará Spartakus (la Liga Espartaco) es tan reducida que el pequeño apartamento de Rosa será lo bastante grande para que se reúna al día siguiente del 4 de agosto de 1914. La izquierda no sólo es reducida, sino que además está dividida en varios grupos:
- la “izquierda radical” de Bremen, la cual, influenciada por los bolcheviques, preconizaba la salida inmediata de la socialdemocracia;
- los que se agrupaban en torno a pequeños boletines y revistas como la de Borchardt (cercanos a la “izquierda radical”);
- los delegados revolucionarios (el grupo más importante) que agrupaban a los representantes sindicales de las fábricas metalúrgicas de Berlín y que se situaba políticamente entre el centro y Spartakus;
- el grupo Spartakus;
- y, en fin, el centro que formará el USPD.
Además, ninguno de los grupos era una entidad homogénea, sino que se subdividía en múltiples tendencias que se superponían y entrecruzaban, aproximándose y alejándose sin cesar. No obstante el eje principal de esas divisiones siempre será la regresión hacia la derecha o la evolución hacia la izquierda. Eso ya nos da una idea de la efervescencia que se produjo en la clase obrera en Alemania desde el principio de la guerra (punto crítico del periodo de decadencia) que irá acelerándose a lo largo de toda la duración del conflicto. Es imposible en los límites de este artículo dar detalles sobre el desarrollo de las numerosas huelgas y manifestaciones contra la guerra en Alemania. Tantas como en ningún otro país beligerante, ni siquiera en Rusia. Aquí podemos contentarnos con dar algunos puntos de referencia; entre otros la repercusión política de esa efervescencia en la fracción más derechista del SPD, la fracción parlamentaria.
El 4 de Agosto de 1914, 94 diputados de 95 votan a favor de los créditos de guerra. Sólo hay un voto en contra, el de Rühle. Karl Liebknecht sometiéndose a la disciplina, vota a favor. En diciembre de 1914, con ocasión de un voto por nuevos créditos, Liebknecht rompe la disciplina y esta vez vota en contra.
En marzo de 1915, nuevo voto del presupuesto, que incluye los créditos de guerra. “Sólo Liebknecht y Rühle votaron en contra, después de que treinta diputados, encabezados por Haase y Ledebour (dos futuros dirigentes del USPD) hubieran abandonado la sala” (O.K. Flechtheim, Le Parti communiste allemand sous la République de Weimar, Maspero, pág. 38). El 21 de diciembre de 1915, nuevo voto de los créditos en el Reichstag, F. Geyer declara en nombre de veinte diputados del grupo SPD: “Rechazamos los créditos”. “En esta votación, veinte diputados rechazaron los créditos y otros veintidós abandonaron la sala” (Idem).
El 6 de Enero de 1916, la mayoría social-chovinista del grupo parlamentario excluye a Liebnekcht. Rühle se solidariza con él y es excluido igualmente. El 24 de marzo de 1916, Haase rechaza, en nombre de la minoría del grupo SPD en el Reichstag, los presupuestos de urgencia del Estado; la minoría publica la declaración siguiente: “El grupo parlamentario socialdemócrata por 58 votos contra 33 y 4 abstenciones, nos ha retirado hoy los derechos de pertenencia al grupo… Nos vemos obligados a agruparnos en una comunidad de trabajo socialdemócrata”.
Entre los firmantes de esta declaración encontramos los nombres de la mayor parte de futuros dirigentes del USPD y particularmente el de Bernstein. La escisión y la existencia a partir de ese momento de dos grupos Socialdemócratas en el Reichstag, uno social-chovinista y el otro contra la guerra, corresponde más o menos a lo que pasa en todo el partido SPD, con sus divisiones y luchas encarnizadas de tendencias, y también a lo que ocurre en el conjunto de la clase obrera.
En el mes de junio de 1915, se organiza una acción común de toda la oposición contra el comité central del partido. Se difunde un texto en forma de volante que lleva la firma de cientos de permanentes. En resumen, el texto dice: “Exigimos que el grupo parlamentario y la dirección del partido denuncien de una vez por todas la Unión Sagrada y emprendan con todas sus consecuencias la línea de la lucha de clases sobre la base del programa y las decisiones del partido, la lucha socialista por la paz” (Op. Cit.). Poco después apareció un Manifiesto firmado por Bernstein, Haase y Kautsky, titulado “La prioridad del momento” en el que pedían que se acabara con la política del voto a los créditos (ídem).
Tras la exclusión de Liebknecht del grupo parlamentario, “la dirección de la organización SPD de Berlín aprobó por 41 votos contra 17 la declaración de la minoría del grupo parlamentario. Una conferencia que reunió a 320 permanentes del 8º distrito electoral de Berlín, apoyó a Ledebour” (ídem).
En lo que a la lucha de los obreros se refiere, podemos recordar:
- en 1915, algunas manifestaciones en Berlín con 1000 personas como máximo;
- el 1º de Mayo de 1916, Spartakus reúne en una manifestación a 10 000 obreros fabriles;
- en agosto de 1916, tras el arresto y la condena de K. Liebknecht por sus actividades contra la guerra, 55 000 obreros del metal de Berlín van a la huelga. Igualmente se producen huelgas en varias ciudades de provincia.
Este movimiento contra la guerra y contra la política social-patriota va a proseguir y ampliarse a lo largo de toda la guerra e irá conquistando cada vez más a las masas obreras. En su seno había una pequeña minoría de revolucionarios, la cual andaba también un poco a tientas, y una fuerte mayoría, la corriente centrista, vacilante y que iba radicalizándose. En la Conferencia nacional del SPD de septiembre de 1916, en la que participan la minoría centrista y la Liga Espartaco, 4 oradores declararon que: “Lo importante no era la unidad del partido sino la unidad de los principios. Había que llamar a las masas a ganar la lucha contra el imperialismo y la guerra e imponer la paz empleando todos los medios de fuerza de que dispone el proletariado” (Ídem).
El 7 de enero de 1917 se celebró una conferencia nacional que agrupó a todas las corrientes de oposición a la guerra. De 187 delegados, 35 representaban al grupo Spartakus. Una conferencia que adoptó por unanimidad un Manifiesto… escrito por Kautsky y una resolución de Kurt Eisner. Los dos textos decían: “Lo que pide (la oposición), es una paz sin vencedores ni vencidos, una paz de reconciliación sin violencia”.
¿Cómo explicar que Spartakus votara una resolución como esa, perfectamente oportunista y pacifista, ellos, los espartaquistas, que por boca de su representante Ernst Meyer habían “planteado la cuestión de dejar de pagar las cuotas de miembros del partido”?
Para McIntosh, en su simplismo, esa cuestión no tiene sentido: como la mayoría de la socialdemocracia se había pasado a la burguesía, el centrismo era por tanto, también burgués; así como Spartakus. (…) Pero entonces podríamos preguntarnos qué hacían los bolcheviques y los tribunistas de Holanda en las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal, en las que, a pesar de proponer su resolución de transformación de la guerra imperialista en guerra civil, votaron finalmente el manifiesto y las resoluciones que pedían también la paz sin anexiones ni contribuciones. En la lógica de McIntosh, las cosas son o blancas o negras, desde siempre y para siempre. Él no ve el movimiento y menos aún la dirección que lleva. Afortunadamente McIntosh no es médico, porque sería una desgracia para los enfermos, pues, según él, estarían condenados de antemano y considerados cadáveres.
Hay que seguir insistiendo en que lo que ni siquiera tiene sentido sobre la vida de una persona, es todavía más absurdo si se trata de un movimiento histórico como el del proletariado. Aquí el paso de la vida a la muerte no se mide en segundos ni en minutos, sino en años. No es lo mismo el momento en que un partido obrero firma su sentencia de muerte y el momento de su muerte efectiva, definitiva. Puede que eso sea difícil de comprender para un hacedor de frases radical, pero es plenamente comprensible para un marxista cuyo comportamiento no debe ser el de huir del barco como una rata cuando empieza a hundirse. Los revolucionarios saben lo que representa históricamente una organización que la clase ha hecho nacer y, mientras quede un aliento de vida, luchan por salvarla, por guardarla para la clase. Ese problema no existía, hace ahora algunos años, para la CWO, ni existe para Guy Sabatier u otros amantes de la fraseología para quienes la Internacional Comunista, o el partido bolchevique, fueron parte, desde siempre y para toda la eternidad, de la burguesía. Y tampoco existe para McIntosh. Los revolucionarios pueden equivocarse en un momento dado pero esta cuestión tiene para ellos la mayor importancia, ¿por qué?, porque los revolucionarios no son una secta de investigadores, sino una parte viva de un cuerpo vivo que es el movimiento obrero, con sus altibajos.
La mayoría social-patriotera del SPD comprendió mejor que McIntosh el peligro que representaba aquella corriente de oposición a la unión sagrada y a la guerra, de modo que procedió con la mayor urgencia a exclusiones masivas. Tras esas exclusiones se constituyó el 8 de abril de 1917, el USPD. Spartakus se adhirió a este partido con muchas reservas y tras muchas dudas, poniendo como condición reservarse una “completa libertad de crítica y de acción independiente”. Liebknecht caracterizó así más tarde las relaciones entre el grupo Spartakus y el USPD: “Hemos entrado en el USPD para empujarlo adelante, tenerlo al alcance de nuestra fusta y llevarnos a los mejores elementos”. Que esta estrategia fuera válida en ese momento es más que dudoso, pero una cosa está clara: si Liebknecht y Luxemburg se planteaban esta cuestión es porque consideraban, con razón, al USPD como un movimiento centrista del proletariado, y no como un partido de la burguesía.
No hay que olvidar que de los 38 delegados que participaron en Zimmerwald, la delegación de Alemania era de 10 miembros dirigidos por Ledebour: 7 eran miembros de la oposición centrista, 2 de Spartakus, y 1 de la izquierda de Bremen. Y en la Conferencia de Kienthal, de 43 participantes, había 7 delegados que venían de Alemania: 4 centristas, 2 de Spartakus y 1 de la izquierda de Bremen. En el USPD, Spartakus mantenía una independencia completa y en las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal se comportó prácticamente como los bolcheviques.
No podemos comprender lo que era el USPD centrista sin situarlo en el contexto de un formidable movimiento de las masas en lucha. En abril de 1917 estalla una huelga de masas que engloba, sólo en Berlín, a 300 000 obreros. Además se produjo el primer motín de marineros. En enero de 1918, con ocasión de las negociaciones de paz de Brest-Litovsk, hay una oleada de huelgas en la que participa en torno a un millón de obreros. La organización de la huelga estaba en manos de los delegados-revolucionarios, muy próximos al USPD (algo no menos sorprendente es que Ebert y Scheidemann formaban parte del comité de huelga). En el momento de la escisión, algunos evalúan los afiliados al SPD en 248.000 y 100.000 al USPD. En 1919, el USPD tiene casi un millón de afiliados, sobre todo en los grandes centros industriales. Es imposible relatar aquí todos los acontecimientos revolucionarios en Alemania en 1918. Recordemos sólo que el 7 de octubre se decidió la fusión entre Spartakus y la izquierda de Bremen. Liebknecht, que acababa de ser liberado, entró en la organización de los delegados revolucionarios, que se disponía a preparar un alzamiento armado para el 9 de noviembre. Pero, entretanto, estalla el 30 de octubre la sublevación de Kiel. En muchos aspectos, el inicio de la revolución en Alemania recuerda la de Febrero de 1917 [en Rusia], en especial en lo que respecta a la inmadurez del factor subjetivo, la inmadurez de la conciencia en la clase. Igual que en Rusia, en Alemania los congresos de los consejos dieron su investidura a “representantes” que habían sido los peores arribistas durante la guerra, Ebert, Scheidemann, Landsberg, a los que hay que añadir tres miembros del USPD: Haase, Dittman y Barth. Estos últimos, que formaban parte de la derecha centrista, con todo lo que esto implica de inmovilismo, cobardía y vacilación, servirán de aval “revolucionario” a Ebert-Scheidemann por poco tiempo (del 20/12 al 29/12 de 1919), pero suficiente para permitirles organizar, con ayuda de los junkers prusianos y los cuerpos francos, las masacres contrarrevolucionarias.
La política entre confiar y desconfiar a medias en el gobierno que mantendrá la dirección del USPD, se parece extrañamente a la de apoyo condicional al gobierno de Kerensky que defendió la dirección del partido bolchevique hasta mayo de 1917, hasta el triunfo de las Tesis de Abril de Lenin. La gran diferencia sin embargo, no reside tanto en la firmeza del partido bolchevique bajo la dirección de Lenin y de Trotsky, cuanto en la fuerza, la inteligencia de una clase burguesa experimentada, como lo era la burguesía alemana, que supo agrupar a todas sus fuerzas contra el proletariado, comparada con extrema senilidad de la burguesía rusa.
En lo que al USPD se refiere, se dividió, como toda corriente centrista, en una tendencia de derechas, que buscaba reintegrarse al viejo partido pasado a la burguesía y una tendencia cada vez más fuerte, en busca del campo revolucionario. Así encontramos al USPD al lado de Spartakus en las jornadas sangrientas de la contrarrevolución en Berlín en enero de 1919, como se encontrará igualmente en los diferentes enfrentamientos en otras ciudades, como en Baviera o en Múnich. El USPD, como cualquier otra corriente centrista, no podía mantenerse ante las pruebas decisivas de la revolución. Estaba condenado a estallar, y estalló.
Desde su IIº Congreso (6 de marzo de 1919), las dos tendencias se enfrentaron sobre varias cuestiones (sindicalismo, parlamentarismo) pero sobre todo sobre la cuestión de afiliarse a la Internacional Comunista. La mayoría rechazó la adhesión. La minoría, sin embargo, se iba reforzando, aunque, en la Conferencia nacional que se celebró en septiembre, no había conseguido todavía conquistar la mayoría. En el Congreso de Leipzig, el 30 de noviembre del mismo año, la minoría gana en la cuestión del programa de acción, que se adopta por unanimidad, defendiendo el principio de la dictadura de los soviets, y se toma la decisión de entablar negociaciones con la IC. En el mes de Junio de 1920, se envía una delegación a Moscú para comenzar las discusiones y participar en el Segundo Congreso de la IC.
El CE de la IC había preparado sobre este tema un texto, que al principio contenía 18 condiciones y que se reforzó añadiendo 3 más. Serían las 21 condiciones de adhesión a la Internacional Comunista. Tras violentas discusiones internas, el congreso extraordinario de Octubre de 1920 se pronunció al fin, por una mayoría de 237 votos contra 156, a favor de aceptar las 21 condiciones y la adhesión a la IC.
McIntosh, y tras él JA, han descubierto en agosto de 1984, la crítica que la izquierda de la IC hizo siempre de que las mallas de la red eran demasiado grandes para la adhesión a la IC. Pero como siempre, el descubrimiento bastante tardío de nuestros minoritarios no es más que una caricatura que tiende al absurdo. No hay duda que las 21 condiciones contenían en sí mismas posiciones erróneas, no solo considerando la cuestión desde 1984, sino ya en aquella época; y fueron criticadas por la Izquierda. Pero, ¿qué prueba eso?, ¿que la IC era burguesa? ¿o que la IC estaba penetrada por posiciones centristas sobre muchas cuestiones ya desde el principio? La repentina indignación de nuestros minoritarios oculta difícilmente su ignorancia de la historia, que parece que acaban de descubrir, así como el absurdo de su conclusión de que el centrismo no puede existir en el periodo actual de decadencia.
Hete aquí a nuestros minoritarios, que hacen concesiones al consejismo, convertidos en puristas. Parece evidente que no temen el ridículo reivindicándose de un partido comunista virgen y puro, un partido caído del cielo o salido del muslo Júpiter plenamente capaz. Aunque sean miopes y no vean más allá de sus narices, al menos tendrían que poder ver y comprender la corta historia de la CCI: ¿de dónde venían los grupos que acabaron agrupándose en la CCI? Nuestros minoritarios no tienen más que empezar por mirarse a sí mismos y su trayectoria política. ¿De dónde venía RI, o WR, o la sección de Bélgica, de Estados Unidos, de España, de Italia y de Suecia?, ¿No venían acaso de un pantano confusionista, anarquizante y contestatario?
Nunca habrá mallas lo suficientemente tupidas para darnos una garantía absoluta contra la penetración de elementos centristas, o contra su surgimiento desde el interior. La historia de la CCI –sin hablar ya de la historia del movimiento obrero– está ahí para mostrar que el movimiento revolucionario es un proceso de decantación incesante. Sólo hay que ver a nuestros minoritarios para darse cuenta de la suma de confusiones que han sido capaces de aportar en un año.
Y ahora resulta que McIntosh ha descubierto que la marea de la primera oleada de la revolución también acarreaba gente como Smeral, Cachin, Frossard y Serrati. ¿Pero es que MacIntosh ha visto alguna vez desde la ventana de su universidad lo que es una marea revolucionaria?
En lo que al PCF se refiere, McIntosh también escribe la historia a su manera, diciendo por ejemplo que el partido se adhirió a la IC agrupado en torno a Cachin-Frossard. ¿Es que no sabe nada de la existencia del Comité por la 3a Internacional agrupado en torno a Loriot y Souvarine, en oposición al Comité de reconstrucción de Faure y Longuet? Frossard y Cachin zigzagueaban entre esos dos comités, para sumarse finalmente a la resolución del Comité por la 3ª Internacional por la adhesión a la IC. En el Congreso de Estrasburgo de Febrero de 1920, la mayoría aún está en contra de la adhesión. En el Congreso de Tours, de Diciembre de 1920, la moción por la adhesión a la IC obtiene 3028 mandatos, la moción de Longuet por la adhesión con reservas 1022 y la abstención (grupo de Blum-Renaudel) 397 mandatos.
¿Las mallas no eran suficientemente tupidas? Ciertamente. Pero eso no impide que hayamos de comprender cómo es una marea revolucionaria en ascenso. Discutimos sobre si el partido bolchevique, los espartaquistas, y los partidos socialistas que constituyeron la IC o se adhirieron a ella eran partidos obreros o partidos burgueses. No discutimos sobre sus errores, sino sobre su naturaleza de clase, y los Mic-Mac[8] de Intosh no nos ayudan en nada sobre la cuestión. Igual que McIntosh no sabe ver lo que es una corriente de maduración que va de la ideología burguesa hacia la conciencia de clase, tampoco sabe lo que la diferencia de una corriente que degenera, es decir, que va de la posición de clase hacia la ideología burguesa.
En su visión de un mundo quieto, fijo, el sentido del movimiento no tiene ningún interés ni lugar. Por eso McIntosh es incapaz entender lo que quiere decir ayudar a aquel movimiento que se aproxima, criticándolo, y combatir sin piedad al que se aleja. Pero sobre todo, no sabe distinguir cuándo está definitivamente acabado el proceso de degeneración de un partido proletario. Sin rehacer toda la historia del movimiento obrero podemos darle un punto de referencia: un partido está definitivamente perdido para la clase obrera cuando de sus entrañas no sale ninguna tendencia, ningún cuerpo vivo (proletario). Tal fue el caso a partir de 1921 de los partidos socialistas, y ese fue el caso, a principios de los años 30, de los partidos comunistas. Por eso hablar de esos partidos hasta esas respectivas fechas diciendo que eran centristas es perfectamente razonable.
Y para terminar, hay que retener que la nueva teoría de McIntosh, que quiere ignorar la existencia del centrismo en el periodo de decadencia, recuerda a esos que en lugar de curarse, optan por ignorar lo que se llama “enfermedad vergonzante”. No combatimos el centrismo negándolo, ignorándolo. El centrismo, como cualquier otra plaga que puede afectar al movimiento obrero, no puede curarse ocultándola, sino exponiéndola, como dice Rosa Luxemburg, a plena luz. La nueva teoría de McIntosh se apoya en el miedo supersticioso al poder maléfico de las palabras: cuanto menos hablemos del centrismo, mejor estaremos. Para nosotros, al contrario, hemos de saber conocer y reconocer el centrismo, saber en qué periodo, de flujo o reflujo, se sitúa, y comprender en qué sentido evoluciona. Superar y combatir el centrismo es en última instancia el problema de la maduración del factor subjetivo de la toma de conciencia de la clase.
MC, Diciembre de 1984
[1] Este texto se publicó como contribución al debate en el Boletín Interno de la CCI, pero también más tarde (con alguna que otra diferencia de poca importancia) en la Revista Internacional no 43 con el título "El concepto del ‘centrismo’: el camino del abandono de las posiciones de clase "como posición de la ‘tendencia’" que se había constituido en enero de 1985. En ese mismo número de la Revista Internacional había también una respuesta a ese texto con el título "El rechazo de la noción de “centrismo”: puerta abierta al abandono de las posiciones de clase".
[2] Las tareas del proletariado en nuestra revolución, citado en el artículo "El rechazo de la noción de ‘centrismo’, puerta abierta al abandono de las posiciones de clase" de la Revista Internacional no 43.
[3] Unabhängige Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido socialdemócrata independiente de Alemania), fundado en 1917 por la minoría de oponentes a la guerra excluida del Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido socialdemócrata SPD) en 1916.
[4] SI: Secretariado International. Es la comisión permanente del Buró Internacional, órgano central de la CCI.
[5] JA (Judith Allen) formaba parte de los camaradas que expresaron "reservas" respecto a la resolución adoptada en enero de1984 por el órgano central de la CCI y que, después, rechazó la noción de centrismo hacia el consejismo. Acabaron ellos también adoptando ideas consejistas, abandonando la mayoría de ellos la CCI antes de que terminara el debate y acabar formando la “Fracción externa de la CCI”, que, según ellos, sería la verdadera defensora de la plataforma de la CCI y que acabó, en realidad, abandonando toda referencia a nuestra plataforma.
[6]. Nota en la contribución original de MC: más lejos volveremos sobre el análisis de la naturaleza de ese centrismo que abre el período que va desde la Primera Guerra hasta la constitución dela Internacional.
[7] Referencia a una campaña en Francia en 1984 contra el alcohol al volante: “un verre ça va, trois verres, bonjour les dégâts !”
[8] Juego de palabras en francés. “Micmac” significa revoltijo. MC juega aquí con el pseudónimo Mac Intosh