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Hace setenta años en Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, más de cien mil de sus habitantes fueron atrozmente pulverizados al ser usados como blanco de una de las mayores demostraciones de la nueva fuerza nuclear de los Estados Unidos. Según cifras oficiales, cerca de 70 mil personas perecieron en la explosión inicial y miles de personas sufrieron la misma suerte en los días que siguieron[1].Tres días después, el 9 de agosto, una segunda bomba explotó sobre Nagasaki matando a un número similar y aterrador de víctimas. La barbarie y el sufrimiento infligido a tantas personas son muy difíciles de concebir.
Así pues, como escribimos en 2005, en el aniversario de este acontecimiento: “Para justificar semejante crimen, y para responder a la legítima conmoción provocada por los espantosos efectos de la bomba, Truman –el presidente estadounidense que ordenó el holocausto nuclear– y su cómplice Winston Churchill pusieron a circular una cínica mentira: que el uso de la bomba atómica había salvado un millón de vidas que se habrían perdido si las tropas estadounidenses se hubiesen visto forzadas a invadir Japón; que finalmente, y a pesar de las apariencias, las bombas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki, y que todavía están matando a cincuenta años después, ¡eran bombas pacifistas! Pero esa mentira tan repugnante es desmentida por numerosos estudios históricos publicados por la propia burguesía”.
Cuando uno observa la situación militar de Japón en el momento en que Alemania capituló, podemos ver que el primero ya estaba prácticamente vencido. Su aviación, un brazo esencial de la Segunda Guerra Mundial, estaba casi aniquilada, reducida a un pequeño número de máquinas generalmente pilotadas por un puñado de adolescentes que eran tan fanáticos como inexpertos. La marina, tanto mercante como militar, quedó prácticamente destruida. Las defensas antiaéreas cubrían apenas una pequeña parte del cielo, lo que explica por qué los B-29 fueron capaces de llevar a cabo miles de ataques a lo largo de la primavera de 1945 prácticamente sin pérdidas. ¡Y Churchill mismo lo admitió en el volumen 12 de sus memorias!
Un estudio realizado por los servicios secretos estadounidenses de 1945, publicado por el New York Times en1989, reveló que:“Consciente de la derrota, el emperador de Japón decidió el 20 de junio 1945 cesar todas las hostilidades y abrir conversaciones el 11 de julio de paz”[2] Y dado que en la sociedad capitalista el cinismo y desprecio no tiene límites ni fronteras, sólo podemos recordar que los supervivientes de estas explosiones, los "hibakusha", sólo han sido reconocidas como víctimas por parte del Estado en el año 2000[3]
En relación con el verdadero objetivo de estos bombardeos, esto es lo que escribimos en 2005: “En contra de todas las mentiras que se difunden desde 1945, sobre la supuesta victoria de una democracia sinónimo de paz, la Segunda Guerra Mundial era poco más que un nuevo frente para la confrontación imperialista que se estaba perfilando. Así como el Tratado de Versalles contenía inevitablemente dentro de sí las semillas de una nueva guerra, la conferencia de Yalta contenía ya la separación entre el vencedor principal del 1945, los Estados Unidos y su contrincante ruso. Gracias a la Segunda Guerra Mundial, Rusia había pasado de ser una potencia económica menor a un imperialismo de escala mundial que no podía sino amenazar la superpotencia americana. En la primavera de 1945, la URSS ya estaba usando su fuerza militar para hacerse de un bloque en Europa del Este. Yalta no hizo más que advertir el enfrentamiento de fuerzas existente entre los principales tiburones imperialistas: lo que una de las fuerzas podía establecer, la otra lo podía deshacer. En el verano de 1945, el verdadero problema que enfrentaba el Estado americano no era, como los libros de texto nos dicen, cómo hacer que Japón capitulara tan pronto como fuera posible, sino cómo enfrentar y contener el avance imperialista de su ‘gran aliado ruso’”.
En realidad la carrera armamentista nuclear comenzó sobre la base de las tensiones imperialistas que ya se habían recrudecido antes de 1945. Una gran potencia capitalista digna de ese nombre sólo podía mantener su rango en la escena imperialista y ser tomado en serio por sus rivales, mostrándoles que poseía, o más aún, demostrándoles que podía hacer uso de las armas nucleares. Esto es particularmente cierto para los países que eran "líderes de bloque", que para entonces estaban conformados por los Estados Unidos y la URSS. Colocadas detrás de una o de otra, las otras grandes potencias únicamente podían seguir el mismo patrón. Desde 1949, los rusos comenzaron las pruebas para su propia bomba. En 1952, fue el turno de los británicos. A su vez, en 1960, el "Gerboisebleue" francés mostró su poder nuclear en Reggane, en el Sahara argelino. Durante todo este tiempo se podría decir sin exagerar que había cientos de pruebas nucleares con consecuencias sobre el medio ambiente (y en ocasiones sobre las poblaciones de los alrededores), de lo cual los Estados han mantenido silencio. Más allá de esta loca carrera entre los EE.UU. y la URSS para desplegar una aún mayor cantidad de armas de este tipo, se puso en marcha una investigación imparable con el fin de maximizar su poder de destrucción. Si las bombas de 1945 fueron un momento de intensa crueldad en la historia de la barbarie capitalista, están lejos de ser el punto culminante del potencial destructivo de las armas que existen.
¡La barbarie capitalista no tiene límites! Como si los cientos de miles de muertos de Hiroshima y Nagasaki no fueran apenas el anticipo de lo que el capitalismo decadente es capaz de producir, los estadounidenses alcanzaron otro nivel de ignominia en 1952 con la explosión de la "Ivy Mike", la famosa bomba-H [bomba de hidrógeno] con una potencia de 10.4 megatones, ¡seis veces más fuerte que la bomba de Hiroshima! ¿Y quién puede olvidar la "Bomba Tsar" que los rusos explotaron sobre el archipiélago de Nueva Zembla (en el Ártico de Rusia) en 1961? Con una potencia de más de 50 megatones, que convirtió, literalmente, el suelo en vidrio, en un radio de 25 kilómetros y destruyó edificios de madera a cientos de kilómetros de distancia. El ejército estaba satisfecho con la idea de que el calor de la radiación producida había causado quemaduras de tercer grado en un radio de más de 100 km. Desde un punto de vista formal las grandes potencias nucleares (Estados Unidos, Rusia, Reino Unido y Francia) firmaron un pacto de no-proliferación (TNP) en 1968. Este acuerdo, que se suponía iba a detener la multiplicación de armas nucleares, sólo tenía un efecto muy restringido. ¡Es tan hipócrita como los Acuerdos de Kyoto contra el calentamiento global! Desde que el TNP entró en vigor en 1970, varios países se han sumado a la lista: India, China, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Además hay una serie de países cuya posesión de armas nucleares es materia de discusiones entre las facciones de la burguesía: Irán, desde luego, pero también Brasil, que se sospecha desarrolla un programa nuclear[4], Arabia Saudita y Siria, de cuyo reactor nuclear en Damasco se ha hablado mucho. En resumen, está claro que la "no-proliferación" no es más que un deseo moralizante, esencialmente destinado a enmascarar la sórdida realidad del tráfico de materiales nucleares. En un sistema basado en la competencia y el enfrentamiento de fuerzas, la idea de un retorno a la razón sólo puede ser pura mistificación. Desde el fin de la Guerra Fría y la desintegración de los bloques en 1990, la inestabilidad militar ha ganado progresivamente terreno en todas las zonas del planeta. La situación internacional nos muestra esto todos los días. Es un proceso de descomposición real que genera una barbarie e irracionalidad de mayores proporciones. En este contexto hay que colocar el anuncio hecho por Putin el 16 de junio, según el cual: “Rusia va a reforzar su arsenal nuclear con el despliegue de más de cuarenta nuevos misiles intercontinentales desde aquí hasta el final del año (...). Este anuncio fue hecho sobre la base del recrudecimiento de las tensiones entre Rusia y Estados Unidos, cuyos planes de desplegar armas de alto poder en Europa, reveladas por el New York Times, han provocado la ira de Moscú” [5]. A unos días del 70 aniversario del holocausto nuclear, tal declaración es una señal sumamente significativa de la putrefacción en la que la sociedad capitalista se está hundiendo[6].
La clase obrera, la única clase portadora de una perspectiva para el futuro de la humanidad, es también la única clase que puede poner fin a las guerras. El proletariado no puede abandonarse al horror que la clase capitalista es capaz de producir y no puede quedarse paralizada frente a los ataques de esta. Es verdad que las atrocidades de agosto 1945 y de la guerra en general generan miedo. ¡Y no sin razón! En el conflictivo juego de la competencia capitalista, la burguesía siempre querrá aniquilar a sus rivales. El único freno real a esta barbarie está en el grado de conciencia que desarrolle la clase revolucionaria y su capacidad de indignación ante el horror de una sociedad en descomposición.
Por último, hay que recordar que el verano 2015 es también el 110 aniversario (27 de junio 1905) del motín del acorazado Potemkin, aunque los medios de comunicación son mucho más discretos respecto de este acontecimiento. En él, los marineros rusos, hartos del desprecio de sus mandos y cansados de la guerra con Japón, giraron sus armas contra sus oficiales y se alzaron en uno de los momentos más heroicos de la historia del movimiento obrero[7]. No son las lágrimas de desesperación, sino la indignación y la voluntad de lucha lo que lleva consigo la promesa de la construcción de una sociedad comunista.
Tim, 2 de julio de 2015
[1] En Japón, el "memorial de la paz" calcula el número de víctimas de Hiroshima en 140 000 personas.
[2] Le Monde Diplomatique, de agosto de 1990. Para un desarrollo amplio sobre la denuncia de esta cínica falsedad, invitamos a nuestros lectores a ver el artículo “50 años después: Hiroshima, Nagasaki y las mentiras de la burguesía”, en la Revista Internacional nº 83.
[3]Antes de esto, estas víctimas no fueron auxiliadas por ayuda alguna del Estado. “En mayo de 2005, había 266.598 hibakusha reconocidos por el gobierno japonés” (según un artículo del Japan Times, 15 de marzo de 2006, reimpreso en la Wikipedia).
[4] Lula firmó un acuerdo en 2008 con Argentina para el desarrollo conjunto de un programa nuclear que no podía estar desprovisto del aspecto militar.
[5] Le Monde, 16/06/2015.
[6] Dentro del “gran avance” reciente, en medio de las crecientes tensiones sino-estadounidenses, China ha anunciado que ha desarrollado un sistema múltiple de ojivas nucleares capaz de romper las defensas de los Estados Unidos.https://uk.businessinsider.com/china-developed-multiple-warhead-missiles-2015-5?r=US&IR=T
[7] También es importante recordar que fue el movimiento obrero, junto con la oleada revolucionaria de 1917, lo que puso fin a la Primera Guerra Mundial a principios del siglo XX.