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Crece, por el mundo entero, el sentimiento de que el orden actual de las cosas no puede seguir así. Tras las revueltas de la “Primavera árabe”, el movimiento de los Indignados en España y el de los Occupy en Estados Unidos, en 2011, el verano de 2013 ha visto grandes muchedumbres echarse a la calle casi simultáneamente en Turquía y Brasil.
Cientos de miles de personas, millones quizás, han protestado contra todo tipo de males: en Turquía, fue la destrucción del entorno a causa de un “desarrollo” urbano disparatado, la intrusión autoritaria de la religión en la vida privada y la corrupción de los políticos. En Brasil, fue el aumento de las tarifas de los transportes públicos, el desvío de la hacienda pública hacia gastos deportivos de prestigio a la vez que menguan los de salud, de transportes, educación y alojamiento– y se generaliza la corrupción de los políticos. En ambos casos, las primeras manifestaciones se las tuvieron que ver con una represión policiaca brutal que lo único que hizo fue ampliar y profundizar la revuelta. Y en ambos casos, la punta de lanza del movimiento fue la nueva generación de la clase obrera y no las “clases medias” de las que habla la prensa (que en lenguaje mediático incluye a cualquier persona que tenga todavía un empleo), una nueva generación de la clase obrera que, a pesar de poseer un buen nivel de instrucción, tiene pocas perspectivas de encontrar un trabajo estable y para la que vivir en una economía “emergente” significa sobre todo tener que contemplar cómo se incrementan las desigualdades sociales y la indecente riqueza de una minúscula élite de explotadores.
Por eso, hoy, un “fantasma recorre el mundo”, el de la indignación. Dos años después de la “primavera árabe” que estremeció por sorpresa los cimientos de Túnez y Egipto y el movimiento de los Indignados en España y de los Occupy en Estados Unidos, se han desarrollado casi simultáneamente los movimientos que han sacudido Turquía y la ola de manifestaciones de Brasil, logrando, en este país, movilizar a millones de personas en más de cien ciudades con unas características inéditas en este país.
Esos movimientos que han ocurrido en países muy diferentes y distantes entre sí, comparten sin embargo, unas características comunes: la espontaneidad, la brutal represión del Estado, la masividad, la participación mayoritaria de gente joven, sobre todo mediante las redes sociales. Pero el denominador común que los caracteriza es una gran indignación ante el deterioro de las condiciones de vida, un deterioro visto como el de la población mundial entera, provocado por una crisis que no cesa de profundizarse y de zarandear las bases mismas del sistema capitalista, una crisis que además ha sufrido un acelerón importante desde 2007. Tal deterioro se plasma en una precariedad cada vez mayor del nivel de vida de las masas obreras y una gran incertidumbre en cuanto al porvenir entre la juventud proletarizada o en vías de proletarización. No es por casualidad si el movimiento en España se puso el nombre de “Indignados”, y que haya sido el movimiento que fue más lejos en la oleada de movimientos sociales masivos tanto en la puesta en entredicho del sistema capitalista como en las formas de organización en asambleas generales masivas[1].
Las revueltas de Turquía y Brasil de 2013 son la prueba de que la dinámica creada en aquellos movimientos no se ha agotado. Los media eluden el hecho de que esas revueltas han surgido en países que estaban en fase de “crecimiento” durante estos últimos años, pero sí han tenido que reconocer la misma “indignación” de las masas de la población contra el funcionamiento del sistema: desigualdades sociales crecientes, codicia y corrupción desenfrenadas de la clase dominante, brutalidad de la represión estatal, quiebra de las infraestructuras, destrucción del entorno. Y, sobre todo, incapacidad del sistema para dar un futuro a las generaciones jóvenes.
Hace cien años, frente a la Primera Guerra mundial, Rosa Luxemburgo recordaba con solemnidad a la clase obrera que la alternativa a un orden capitalista en declive era: o el socialismo o la barbarie. La incapacidad de la clase obrera para llevar a término las revoluciones que habían sido la réplica a la guerra de 1914-18, significó un siglo de una monstruosa barbarie capitalista. Lo que hoy está en juego es más importante todavía, pues el capitalismo posee hoy los medios para destruir por completo toda vida en el planeta entero. La rebelión de explotados y oprimidos, la lucha masiva por la defensa de la dignidad humana y de un verdadero futuro: esa es la promesa de las revueltas sociales en Turquía y Brasil.
Algo muy significativo de la revuelta en Turquía es su proximidad con la guerra mortífera de Siria. La guerra en Siria también había empezado con manifestaciones populares contra el régimen, pero la debilidad del proletariado en ese país, las profundas divisiones étnicas y religiosas en la población, permitieron al régimen replicar con la violencia más brutal. Las fisuras en el seno de la burguesía se han abierto más y la revuelta popular –como en Libia en 2011– se ha precipitado en una guerra “civil” que ha acabado siendo una guerra por procuración entre potencias imperialistas. Siria se ha convertido hoy en el ejemplo mismo de la barbarie, un aviso terrorífico de la alternativa que ofrece el capitalismo para toda la humanidad. En países como Túnez y sobre todo Egipto, y eso que en este país los movimientos sociales habían mostrado que la clase obrera tuvo en ellos un peso real, tales movimientos no pudieron resistir a la presión de la ideología dominante y la situación ha ido degenerando en tragedia cuya víctima es la población misma y, en primer término, los proletarios entre ajustes de cuentas y enfrentamientos entre religiosos integristas, partidarios del antiguo régimen y demás fracciones rivales de la burguesía que están haciendo caer la situación nacional en un caos sangriento. En cambio, Turquía, Brasil, al igual que otras revueltas sociales, siguen mostrando el camino que se ha abierto a la humanidad: el del rechazo del capitalismo, hacia la revolución proletaria y la construcción de una nueva sociedad basada en la solidaridad y las necesidades humanas.
La naturaleza proletaria de esos movimientos
En Turquía
El movimiento de mayo-junio se inició en reacción contra la tala de árboles, primer paso para destruir el parque Gezi de Estambul. Acabó cobrando una amplitud desconocida antes en la historia del país. Muchos sectores de la población descontentos por la política reciente gobierno participaron en él, pero lo que echó las masas a la calle fue el terror estatal, el cual provocó una oleada de indignación en gran parte de la clase obrera. El movimiento en Turquía participa de la misma dinámica que les revueltas de Oriente Medio de 2011, entre las cuales, las más importantes (Túnez, Egipto, Israel) estuvieron muy marcadas por la clase obrera. Pero, sobre todo, el movimiento en Turquía se sitúa en la continuidad directa con el de los Indignados en España y Occupy en Estados Unidos, países en donde la clase obrera no sólo es la mayoría de la población en su conjunto, sino también de los participantes en el movimiento. Y lo mismo ocurre con la revuelta actual en Brasil, donde la inmensa mayoría de los componentes pertenece a la clase obrera, especialmente la juventud proletaria.
Quienes más participaron en el movimiento de Turquía son los pertenecientes a la llamada “generación de los años 1990”. El apoliticismo era la etiqueta que se les puso a los componentes de dicha generación, muchos de entre los cuales poco podían acordarse de la época anterior al gobierno del AKP[2]. Los componentes de tal generación, de quienes se decía que sólo les preocupaba salvarse a sí mismos y no la situación social, han comprendido que no hay salvación quedándose solos. Están hartos de los discursos gubernamentales sobre cómo deben ser y vivir. Los estudiantes, y especialmente los de secundaria, han participado en las manifestaciones masivamente. Los jóvenes obreros y desempleados han estado muy presentes en el movimiento. Y también los obreros y desempleados instruidos.
Una parte de los proletarios con trabajo participó también en el movimiento y ha sido el pilar de la tendencia proletaria en su seno. La huelga de Turkish Airlines en Estambul intentó unirse a la lucha de Gezi. En el sector textil, por ejemplo, se oyeron voces en ese sentido. En una de esas manifestaciones que se desarrolló en Bagcilar-Gunesli, en Estambul, los obreros del textil, sometidos a unas condiciones de explotación muy duras, quisieron compaginar sus reivindicaciones de clase con la expresión de su solidaridad con la lucha del parque Gezi. Y así lo expresaban en sus pancartas “¡Saludos de Bagcilar a Gezi!» y “¡El sábado debe ser día de asueto!”. En Estambul, había pancartas “Huelga general, resistencia general» llamando a otros trabajadores a unirse a ellos en una marcha en la que participaron miles en Alibeykoy; y también “¡Al trabajo no, a la lucha!” como lo enarbolaban los empleados de los centros comerciales y oficinas que se congregaron en la plaza Taksim. Además, el movimiento animó a la lucha entre los trabajadores sindicados. Las confederaciones KESK y DISK y las demás organizaciones sindicales que llamaron a la huelga, tuvieron que tomar tal decisión, sin la menor duda, no sólo a causa de las redes sociales sino a causa de la presión de sus propios afiliados. En fin, la Plataforma de las diferentes ramas de la Türk-IS[3] de Estambul, emanación de todas les secciones sindicales de Türk-IS de la ciudad, convocó a dicha organización y a todos los demás sindicatos a declarar una huelga general contra el terror estatal a partir del lunes posterior al ataque contra el parque Gezi. Si lanzaron esos llamamientos fue por la profunda indignación que provocó en la clase obrera todo lo que estaba ocurriendo.
En Brasil
Los movimientos sociales de junio de 2013 han tenido una gran importancia tanto para el proletariado brasileño como el de Latinoamérica y del resto del mundo, rompiendo el marco regionalista tradicional. Esos movimientos masivos no tienen absolutamente nada que ver con los “movimientos sociales" bajo control del Estado que ha habido en diferentes países de la región en las últimas décadas, como el de Argentina a principios de este siglo, los movimientos indigenistas en Bolivia y Ecuador, el zapatista en México o el chavismo en Venezuela, resultantes de enfrentamientos entre fracciones burguesas y pequeñoburguesas por el control del Estado. Las movilizaciones de junio en Brasil han sido el movimiento espontáneo de masas más importante en el país y en Latinoamérica desde hace 30 años. Por eso es esencial sacar las lecciones de esos acontecimientos desde un punto de vista de clase.
Es indiscutible que el movimiento sorprendió a la burguesía brasileña y mundial. La lucha contra la subida de tarifas en los transportes públicos (que se establecen cada año tras un acuerdo entre transportistas y Estado) fue el detonante del movimiento que acabó cristalizando toda la indignación acumulada desde hace tiempo en la sociedad brasileña y que ya se expresó por ejemplo en 2012 con las luchas en la función pública y en las universidades, en São Paulo en particular, y también numerosas huelgas por el país contra la baja de salarios y la precarización en el trabajo, en la educación y la salud en los últimos años.
A diferencia de otros movimientos masivos que ha habido en diferentes países desde 2011, el de Brasil surgió y se unificó en torno a una reivindicación concreta que permitió la movilización espontánea de amplios sectores del proletariado: contra el alza de tarifas de los transportes públicos. El movimiento adquirió masividad a nivel nacional desde el 13 de junio cuando las manifestaciones de protesta convocadas por el MPL (Movimento Passe Livre, Movimiento de acceso gratuito)[4], contra las subidas así como otros movimientos sociales, fueron brutalmente reprimidos por la policía en São Paulo[5]. Durante cinco semanas, además de las movilizaciones en São Paulo, hubo manifestaciones en torno a la misma reivindicación en varias ciudades del país, hasta el punto de que, por ejemplo, en Porto Alegre, Goiânia y otras ciudades, la presión obligó a varios gobiernos locales, de todo color político, a decidir la anulación de la subidas en los transportes, tras unas luchas muy duras reprimidas sin miramientos por el Estado.
El movimiento se inscribe de entrada en un terreno proletario. Hay que subrayar, para empezar, que la mayoría de los manifestantes pertenece a la clase obrera, jóvenes obreros y estudiantes principalmente, la mayoría de ellos de origen familiar proletario o en vías de proletarización. La prensa burguesa presenta el movimiento como expresión de las “clases medias", con la intención evidente de crear divisiones entre los trabajadores. En realidad la mayoría de aquellos a quienes se cataloga como miembros de la clase media son trabajadores que cobran sueldos a menudo más bajos que los de obreros calificados de las zonas industriales del país. De ahí el éxito y la simpatía que atrajo tal movilización contra la sabida del tique de los autobuses urbanos, que era ni más ni menos que un ataque directo contra los ingresos de las familias proletarias. Eso explica también por qué esa reivindicación inicial se transformó rápidamente en cuestionamiento del Estado a causa del deterioro de sectores como la salud, la educación y la ayuda social, y, además, en protesta contra las enormes cantidades de dinero público invertidas en la organización del Mundial de fútbol de 2014 y las Olimpiadas de 2016[6]. Para dichos eventos, la burguesía no ha vacilado en recurrir, por diferentes medios, al desahucio forzado de habitantes cercanos a los estadios: en Aldeia Maracanã, en Río, en el primer trimestre de este año; y en las zonas apetecidas por los promotores inmobiliarios de São Paulo pegando fuego a las favelas que entorpecían sus proyectos.
Es significativo que el movimiento se haya organizado con manifestaciones en torno a estadios de ciudades donde se estaban jugando los partidos de fútbol de la Copa Confederaciones, para así obtener una fuerte mediatización y hacerlo con el rechazo a un espectáculo preparado para beneficio de la burguesía brasileña; y también en torno a la represión brutal del Estado contra los manifestantes alrededor de los estadios, una represión responsable de la muerte de varios manifestantes. En un país en el que el fútbol es deporte nacional, que la burguesía ha sabido naturalmente usar como desahogo necesario para controlar la sociedad, las manifestaciones de los proletarios brasileños son una gran lección para el proletariado mundial. Bien se sabe que a la población brasileña le gusta el fútbol, pero eso no le ha impedido rechazar la austeridad para financiar los gastos fastuosos de unas celebraciones deportivas que prepara la burguesía para demostrar al mundo entero que es capaz de jugar en el patio del “primer mundo”. Los manifestantes exigían unos servicios públicos de “tipo FIFA” [7] para su vida diaria.
Algo muy significativo también fue el rechazo masivo a los partidos políticos (sobre todo al Partido de los Trabajadores, el PT, al que pertenecen Lula y la presidenta actual) y a los sindicatos: en São Paulo se expulsó de la manifestación a algunos que enarbolaban pancartas o símbolos de pertenencia a organizaciones políticas, sindicales o estudiantiles que apoyan al poder.
Hubo otras expresiones del carácter de clase del movimiento aunque fueron minoritarias. Se organizaron asambleas aunque no tuvieran la misma extensión ni alcanzaran el nivel de organización de las de los Indignados en España. Las de Río de Janeiro y Belo Horizonte, por ejemplo, que se autodenominaron “asambleas populares e igualitarias”, se propusieron crear un “nuevo espacio espontáneo, abierto e igualitario de debate”, en el que llegaron a participar más de 1000 personas.
Esas asambleas, aun demostrando la vitalidad del movimiento y la necesidad de autoorganización de las masas para imponer sus reivindicaciones, tenían varias debilidades:
- aunque participaron en ellas otros grupos y colectivos, estuvieron animadas por las fuerzas de izquierda y de extrema izquierda del capital que se dedicaron a confinar su actividad en la periferia de las ciudades;
- su objetivo principal era ser medios de presión y órganos de negociación con el Estado, por reivindicaciones específicas de mejoras de tal o cual comunidad o ciudad. Tendían así a afirmarse como órganos permanentes;
- pretendían ser independientes del Estado y de los partidos, pero acabaron siendo acaparadas por partidos y organizaciones pro-gubernamentales o izquierdistas que ahogaron toda expresión espontanea;
- proponían una visión localista o nacional, luchando contra les efectos y no contra las causas de los problemas, sin poner en entredicho el capitalismo.
Se hicieron también referencias explicitas a movimientos sociales de otros países, al de Turquía en particular, en donde también se hicieron referencias al de Brasil. A pesar de lo minoritario de esas expresiones, son un revelador de lo que se siente como común de ambos movimientos. En diferentes manifestaciones, pudieron verse banderolas con la proclama: “Somos griegos, turcos, mexicanos, nosotros somos sin patria, somos revolucionarios” o pancartas con la inscripción: “No es Turquía, no es Grecia; es Brasil quien sale de la inercia.”
En Goiânia, el Frente de Luta Contra o Aumento, que agrupaba a diferentes organizaciones de base, insistía en la solidaridad y el debate necesarios entre los componentes del movimiento: “¡No debemos contribuir ni a la criminalización ni a la pacificación del movimiento! ¡DEBEMOS MANTENERNOS FIRMES Y UNIDOS! A pesar de los desacuerdos, debemos mantener nuestra solidaridad, nuestra resistencia, nuestra combatividad y profundizar nuestra organización y nuestras discusiones. Como en Turquía, pacíficos y combativos pueden coexistir y luchar juntos, debemos seguir ese ejemplo.”
La gran indignación que alentó al proletariado brasileño puede resumirse en la reflexión de la Rede Extremo Sul, red de movimientos sociales de la periferia de São Paulo: “Para que se hagan realidad esas posibilidades, no podemos dejar que la indignación que se expresa en las calles se canalice hacia objetivos nacionalistas, conservadores y moralistas; no podemos permitir que las protestas sean copadas por el Estado y las élites y que estos las vacíen de su contenido político. La lucha contra el aumento del precio de los transportes y el estado lamentable de ese servicio está directamente relacionado con la lucha contra el Estado y las grandes empresas económicas, contra la explotación y la humillación de los trabajadores, y contra esta forma de vida en la que el dinero lo es todo y las personas son menos que nada.”
Las trampas tendidas por la burguesía
En Turquía
Se activaron diferentes tendencias políticas burguesas para intentar influir en el movimiento desde dentro y mantenerlo así en los límites del orden existente, para evitar su radicalización e impedir que las masas proletarias que se echaron a las calles contra el terror estatal, plantearan reivindicaciones de clase de sus propias condiciones de vida. De modo que, mientras que no se puede mencionar reivindicación alguna que fuera unánime en el movimiento, fueron las reivindicaciones democráticas las que solían predominar. La línea que pedía “más democracia” creada en torno a una postura anti-AKP y, de hecho, anti-Erdogan, no expresaba sino la exigencia de una reorganización del aparato de Estado turco de una manera más democrática. El impacto de las reivindicaciones democráticas en el movimiento fue su mayor debilidad ideológica. El propio Erdogan hilvanó todos sus ataques ideológicos contra el movimiento con el hilo de la democracia y de las elecciones; las autoridades gubernamentales, dando puntadas de mentiras y manipulaciones diversas, repetían hasta la saciedad el argumento de que, incluso en los países considerados como más democráticos, la policía usa la violencia contra las manifestaciones ilegales; y en eso cabe decir que no dejaban de tener razón. Además esa línea por la obtención de derechos democráticos ataba las manos de las masas frente a los ataques de la policía y el terror estatal y pacificaba su resistencia.
El elemento más activo de esa tendencia democrática, que tomó el control de la Plataforma de Solidaridad de Taksim, fueron las confederaciones sindicales de izquierda: la KSEK y la DISK. La Plataforma de Solidaridad de Taksim, o sea la tendencia democratista, formada por todo tipo de asociaciones y organizaciones, sacó su fuerza no de lazos orgánicos con los manifestantes, sino de su legitimidad burguesa, pudiendo así movilizar amplios recursos. La base de los partidos de izquierda, a los que se puede definir como la izquierda legal burguesa, quedó así en gran parte separada de las masas. En general, estuvo a la cola de la tendencia democrática. Los círculos estalinistas y trotskistas, o sea la izquierda radical burguesa, estuvieron en gran parte apartados de las masas. Sólo tuvieron influencia en los barrios en donde poseían cierta fuerza. Aunque se opusieran a la tendencia democrática en el momento en que ésta intentó dispersar el movimiento, en general le dieron su apoyo. Su eslogan más ampliamente aceptado entre las masas fue “hombro con hombro contra el fascismo”.
En Brasil
La burguesía nacional lo ha hecho todo desde hace décadas para hacer de Brasil una gran potencia continental y mundial. Para lograrlo no basta con poseer un inmenso territorio que es casi la mitad de América del Sur, ni de disponer de cuantiosos recursos naturales; es necesario crear las condiciones para mantener el orden social, el control de los trabajadores sobre todo. Así, desde los años 80, se estableció una especie de alternancia de gobiernos de derechas y de centro-izquierda basándose en unas elecciones “libres y democráticas”, indispensables para fortificar el capital brasileño en el ruedo mundial.
La burguesía brasileña logró así fortificar su aparato productivo y encarar lo más duro de la crisis económica de los años 90, a la vez que, en lo político, conseguía crear una fuerza política que le ha permitido controlar a las masas pauperizadas y, sobre todo, mantener la “la paz social”. Esta situación se consolidó con el acceso del PT al poder en 2002 usando a fondo el carisma y la imagen “obrera” de Lula.
Y así durante la primera década de este siglo, la economía brasileña logró alzarse al séptimo lugar del planeta según el Banco mundial. La burguesía mundial saludó el “milagro brasileño” alcanzado durante la presidencia de Lula, el cual, por lo visto, habría permitido salir de la pobreza a millones de brasileños y que otros cuantos millones accedieran a esa famosa “clase media”. En realidad, ese “gran éxito” se obtuvo utilizando una parte de la plusvalía para distribuirla en migajas a las capas más pauperizadas, a la vez que se agudizaba la precarización de las masas trabajadoras.
La crisis sigue siendo, sin embargo, el telón de fondo de la situación en Brasil. Para atenuar sus efectos, la burguesía lanzó una política de grandes obras estimulando así un boom en la construcción tanto pública como privada, a la vez que favorecía el crédito y en endeudamiento de las familias para reactivar el consumo interno. Los límites de esa política son ya tangibles en los indicadores económicos (ralentización del crecimiento) pero, sobre todo, en el deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera: alza creciente de la inflación (previsión anual de 6,7% en 2013), aumento de precios de los productos de consumo y servicios (entre ellos el transporte), incremento sensible del desempleo, reducción de los gastos públicos. Ésa es la raíz del movimiento de protestas en Brasil.
El único resultado concreto obtenido bajo la presión de las masas, ha sido la anulación de la subida de los transportes públicos que el Estado acabará compensando por otros medios. Al iniciarse la oleada de protestas, para calmar los ánimos, mientras el gobierno preparaba una estrategia con la que intentar controlar el movimiento, la presidenta Dilma Rousseff declaraba, por su portavoz, que consideraba “legitima y compatible con la democracia” la protesta de la población; por su parte, Lula, “criticaba” los “excesos” de la policía. Eso ni impidió que cesara la represión estatal, ni tampoco las protestas.
Una de las trampas más elaboradas contra el movimiento fue la de propalar el mito de un “golpe de Estado” de derechas, bulo divulgado no sólo por el PT y el partido estalinista, sino también por los trotskistas del PSOL (Partido Socialismo e Liberdade) y del PSTU (Partido Socialista dos Trabalhadores Unificados): se trataba de desviar el movimiento para transformarlo en sostén al gobierno de Dilma Rousseff, muy debilitado y desprestigiado. Los hechos demostraban claramente que la feroz represión contra las manifestaciones de junio en Brasil ejecutada por el gobierno de izquierdas del PT igualaba a veces la de los regímenes militares, y es entonces cuando la izquierda y la extrema izquierda del capital brasileño se afanaron por enturbiar la realidad identificando represión y fascismo o regímenes de derechas. Después corrieron otra cortina de humo con lo del proyecto de “reforma política” propuesto por Dilma Rousseff, para combatir la corrupción en los partidos políticos y encerrar a la población en el terreno democrático llamando a votar por las reformas propuestas. De hecho, la burguesía brasileña ha sido más inteligente y hábil que la turca, la cual se limitó a repetir el ciclo provocación/represión frente a los movimientos sociales.
Para intentar influir en las movilizaciones sociales en la calle, los partidos políticos de la izquierda del capital y los sindicatos lanzaron con varias semanas de antelación un llamamiento a una “Jornada nacional de lucha” el 11 de julio, presentada como medio de protesta contra el fracaso de las convenciones colectivas de trabajo. Y Lula, demostrando su gran experiencia antiobrera, convocó el 25 de junio una reunión con los dirigentes de movimientos controlados por el PT y el partido estalinista, junto con otras organizaciones juveniles y estudiantiles aliadas al gobierno con el objetivo explícito de neutralizar la contestación callejera.
Fuerzas y debilidades de esos dos movimientos
En Turquía
Al igual que en el movimiento Indignados y Occupy, esas movilizaciones expresaron la voluntad de acabar con la dispersión en sectores de la economía donde trabajan sobre todo jóvenes en unas condiciones de gran precariedad (repartidores de kebab, personal de bares, trabajadores de centros de llamadas y de oficinas…), lugares en donde es difícil luchar. Un acicate importante de la movilización y de la determinación fue no sólo la indignación sino también el sentimiento de solidaridad contra la violencia policiaca y el terror estatal.
Pero también es verdad que los trabajadores de las mayores concentraciones obreras participaron, sí, pero de manera individual, en las manifestaciones. Esto fue una de las debilidades más significativas del movimiento. Las condiciones de existencia de los proletarios, sometidos a la presión ideológica de la clase dominante de Turquía, no hizo fácil que la clase obrera se concibiera como tal clase lo cual reforzó las idea en los manifestantes de que eran esencialmente una masa de ciudadanos individuales, miembros legítimos de la comunidad “nacional”. El movimiento no reconoció sus propios intereses de clase, sus posibilidades de maduración se quedaron así bloqueadas, y la tendencia proletaria en su seno quedó en segundo plano. A esta situación contribuyó mucho la focalización sobre la democracia, eje central del movimiento frente a la política gubernamental. En las manifestaciones que hubo por toda Turquía fue difícil organizar discusiones de masas y que el movimiento pudiera controlarse mediante formas de autoorganización. Esta debilidad se debió sin duda a la escasa experiencia que existe en discusiones de masas, en reuniones, en asambleas generales, etc. Sin embargo, el movimiento sintió la necesidad de la discusión y de los medios para organizarla, pues estos empezaron a emerger, de lo que fueron testimonio algunas experiencias aisladas: constitución de una tribuna abierta en el parque Gezi que, es cierto, no atrajo a mucha gente ni duró mucho tiempo, pero tuvo impacto; en la huelga del 5 de junio, los asalariados de la universidad que son miembros de la Eğitim-Sen[8] sugirieron que se instalara una tribuna abierta, pero la dirección de la KSEK no sólo rechazó la propuesta sino que además aisló el ramo de la Eğitim-Sen al que pertenecen los asalariados de la universidad. La experiencia más concluyente la proporcionaron los manifestantes de la ciudad de Eskişehir, los cuales, en una asamblea general, crearon comités para organizarse y coordinar las manifestaciones; y, en fin, desde el 17 de junio, en los parques de diversos barrios de Estambul, multitudes de gentes, inspirándose en los foros del parque Gezi montaron asambleas de masas también llamadas “foros”. Y los días siguientes también las hubo en Ankara y otras ciudades. Los temas más debatidos se referían a los problemas relacionados con los enfrentamientos con la policía. Pero también emergió entre los manifestantes la comprensión de lo importante que es la implicación en la lucha de la parte del proletariado con trabajo.
El movimiento en Turquía no logró establecer un lazo firme con el conjunto de la clase obrera, pero los llamamientos a la huelga por medio de las redes sociales tuvieron cierta respuesta que se plasmó en paros laborales. En el movimiento, además, se afirmaron claramente las tendencias proletarias en su seno en personas muy conscientes de la importancia y de la fuerza de la clase y contrarias al nacionalismo. Una parte significativa de manifestantes defendía la idea de que el movimiento debía crear una auto-organización que le permitiera decidir su propio futuro. Por otra parte, la cantidad de gente que empezó a afirmar que sindicatos como la KSEK y la DISK, supuestamente “combativos”, no eran tan diferentes del gobierno se ha incrementado muy significativamente.
En fin, otra característica del movimiento, y no de las menos importantes: los manifestantes turcos saludaron la respuesta llegada desde el otro lado de los mares y con palabras en lengua turca: “¡Estamos juntos, Brasil + Turquía!" y “¡Brasil, resiste!".
En Brasil
La gran fuerza del movimiento estuvo en que, desde el principio, se fue afirmando como movimiento contra el Estado, no solo con la reivindicación central contra la subida de tarifas en los transportes públicos, sino también contra el abandono de los servicios públicos y contra el acaparamiento de una gran parte de los gastos previstos para manifestaciones deportivas. La amplitud y la determinación de la protesta obligaron a la burguesía a dar marcha atrás anulando la subida de las tarifas en varias ciudades.
La cristalización du movimiento en torno a una reivindicación concreta fue la fuerza del movimiento, pero también fue su límite desde el momento en que no parecía capaz de ir más lejos. De ahí que marcara el paso en cuanto se consiguió que se anulara la decisión del alza de las tarifas. Además tampoco se concibió como movimiento que pusiera en entredicho el orden capitalista, aspecto que sí estuvo presente, por ejemplo, en el movimiento de los Indignados en España.
La desconfianza hacia los principales medios de control social de la burguesía se plasmó en el rechazo de los partidos políticos y de los sindicatos. Eso significa para la burguesía que se ha abierto una brecha en el plano ideológico: el desgaste de las estrategias políticas que se implantaron tras la dictadura militar de 1965-85 y el desprestigio de los sucesivos equipos a la cabeza del Estado desde entonces, agravado por la corrupción patente en su seno. Sin embargo, lo peligroso sería que detrás de ese rechazo, esté el de toda política, el apoliticismo, que, de hecho, ha sido una fragilidad importante del movimiento. Pues, sin debate político, no hay manera real de avanzar en la lucha, ya que ésta se alimenta del debate, único modo de comprender la raíz de los problemas contra los que se lucha, sin que se pueda eludir une crítica de los fundamentos del sistema capitalista. No es pues casualidad si una debilidad del movimiento ha sido la ausencia de asambleas callejeras abiertas a todos los participantes donde puedan discutirse les problemas de sociedad, las acciones a realizar, la organización del movimiento, su balance y objetivos. Las redes sociales fueron un medio importante de movilización y para romper el aislamiento. Pero nunca podrán sustituir el debate vivo y abierto de las asambleas.
El movimiento no ha podido evitar el veneno nacionalista como lo atestigua la presencia en las movilizaciones de banderas brasileñas y consignas nacionalistas y no fue raro escuchar el himno nacional en las manifestaciones. Nunca ocurrió eso en el movimiento de los Indignados en España. El movimiento de Brasil presentó pues las mismas debilidades que las movilizaciones en Grecia o en los países árabes, en donde la burguesía consiguió minar la gran vitalidad del movimiento en un proyecto nacional de reforma o de defensa del Estado. En ese contexto, la protesta contra la corrupción benefició en fin de cuentas a la burguesía y sus partidos políticos, sobre todo a los de la oposición, los cuales, por ese medio, esperan volver a encontrar cierto prestigio político con vistas a las próximas elecciones. El nacionalismo es un callejón sin salida para las luchas del proletariado que además quebranta la solidaridad internacional de los movimientos de clase.
A pesar de una participación mayoritaria de proletarios en el movimiento, éstos sólo participaron en él de una manera fragmentada. El movimiento no consiguió movilizar a los trabajadores de los centros industriales con peso importante, especialmente en la región de São Paulo; ni siquiera emergió de él tal propuesta. La clase obrera, que acogió el movimiento con simpatía, identificándose incluso con él porque se luchaba por una reivindicación en la que reconocía sus intereses, no consiguió movilizarse como clase que es. Esa actitud es en realidad una característica de estos tiempos, un período en el que a la clase obrera no le es fácil afirmar son identidad de clase, algo que en Brasil se agrava por décadas de inmovilidad debida a la acción de partidos políticos y sindicatos, sobre todo el PT y la CUT.
Su importancia para el futuro
El surgimiento de movimientos sociales de gran envergadura y de una importancia histórica nunca antes alcanzada desde 1908 en Turquía, desde hace 30 años en Brasil, son un ejemplo para el proletariado mundial de la respuesta que está dando la nueva generación de proletarios al ahondamiento de crisis mundial del sistema capitalista. A pesar de sus peculiaridades respectivas, esos movimientos son parte íntegra de la cadena de movimientos sociales internacionales, cuya referencia fue la movilización de los Indignados en España, que ha venido siendo la respuesta a la crisis histórica y mortal del capitalismo. Sean cuales hayan sido sus debilidades, son una fuente de inspiración y de enseñanzas para el proletariado mundial. Sus fragilidades, por su parte, deben dar lugar a una crítica sin concesiones por parte de los proletarios mismos, para así sacar las lecciones que en el mañana serán otras tantas armas en otros movimientos ayudándolos así a liberarse más y más cada día de la dictadura ideológica y de las trampas de la clase enemiga.
Esos movimientos no han sido sino la manifestación del “viejo topo” al que se refería Marx que está socavando los cimientos del orden capitalista.
Wim (11 de agosto)
[1] Ver nuestra serie de artículos sobre el movimiento de los “Indignados” en España, en particular el de la Revista International no 146 (3er trimestre de 2011) y 149 (3er trimestre 2012).
[2] Adalet ve Kalkınma Partisi (Partido por la justicia y el desarrollo), partido islamista “moderado”, en el poder desde 2002 en Turquía.
[3] KESK: Confederación de sindicatos de funcionarios. DISK: Confederación de sindicatos revolucionarios de Turquía. Türk-IS: Confederación de sindicatos turcos.
[4] Frente a la subida de tarifas, el MPL transmitió muchas ilusiones sobre el Estado, el cual, sometido a la presión popular podría garantizar el derecho a transportes gratuitos para toda la población frente a las empresas privadas de ese sector.
[5] Ver nuestros artículos en https://es.internationalism.org/ y en nuestra prensa territorial impresa: “Junio de 2013 en Brasil: la represión policial desata la furia de los jóvenes:” y “La indignación desata la movilización espontánea de millones de personas”
[6] Según las previsiones, esos dos eventos costarán 31.300 millones de dólares al gobierno brasileño, o sea 1,6 % del PIB, mientras que el programa “Beca familiar", presentada como la medida social estrella del gobierno de Lula significa el 0,5% de dicho PIB.
[7] FIFA : Federación Internacional de Fútbol Asociación
[8] Unión sindical de profesores afiliada a la KSEK.