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En la última parte de su vida Nelson Mandela fue ampliamente considerado como un moderno ‘Santo’. Parecía ser un modelo de humildad, integridad y honestidad mostrando una notable capacidad para perdonar.
Un informe reciente de Oxfam dijo que Sudáfrica es “el país más desigual en la tierra y significativamente más desigual que al final del apartheid”. El Congreso Nacional Africano (ANC) ha gobernado durante casi veinte años a una sociedad que es amenazada aún con más privaciones para la mayoría negra, y sin embargo, a pesar de haber sido una parte integral del ANC desde la década de los 40, Mandela fue siempre visto, de alguna manera, como distinto a los otros líderes, a lo largo de África y el resto del mundo.
¿Un verdadero cristiano?
Su autobiografía de 1994, Largo camino hacia la libertad (LCL), es una guía invaluable para la vida de Mandela y su punto de vista. Aunque es probable que retrate su tema bajo una luz favorable, muestra las preocupaciones y prioridades del autor.
Por ejemplo, después de 27 años de prisión, cuando Mandela fue liberado en febrero de 1990, no mostró ningún signo de venganza personal hacia quienes lo mantuvieron cautivo. “En la cárcel, mi ira hacia los blancos disminuyó, pero aumentó mi odio por el sistema. Yo quería que Sudáfrica viera que yo amaba incluso a mis enemigos mientras que odiaba el sistema que nos ha enfrentado uno contra el otro” ([1]). Si esto suena como un cristiano diciendo “Ama al pecador, odia el pecado” es en parte porque así es. Cuando dos editores del Washington Times le visitaron en prisión “Les dije que yo era un cristiano y siempre había sido un cristiano” ([2]).
También se puede ver cómo este rasgo de su personalidad resultó útil al capitalismo de Sudáfrica. Después de que Mandela dejó la prisión, una de las principales tareas del ANC era tranquilizar a los inversores potenciales que un futuro gobierno del ANC no pondría en peligro a sus intereses. En “Mensaje de Mandela al Gran Negocio de Estados Unidos” (19/06/1990) se puede leer algo que dijo en varias ocasiones “El sector privado, tanto nacional como internacional, tendrá una contribución vital para hacer la reconstrucción económica y social de Sudáfrica después del apartheid... Somos sensibles al hecho de que como inversionistas en una Sudáfrica posterior al apartheid, ustedes necesitarán tener confianza acerca de la seguridad de sus inversiones, una rentabilidad adecuada y equitativa en su capital y un clima general de paz y la estabilidad.” Mandela podría haber hablado como un cristiano, pero un cristiano que entiende las necesidades del negocio.
Nacionalista coherente
Mandela fue ciertamente coherente, capaz de mirar la actualidad en su continuidad con el pasado. Cuando, por ejemplo, la ANC sesionó para las primeras conversaciones oficiales con el gobierno en mayo de 1990 Mandela tuvo que darles “una lección de historia. Les expliqué a nuestras contrapartes que el ANC desde sus inicios en 1912 había buscado siempre negociaciones con el gobierno en el poder” ([3]).
Mandela se refería a menudo a la Carta de Libertad del ANC adoptada en 1955. “En junio de 1956, en la revista mensual Liberación, señalé que la carta apoyaba la empresa privada y permitiría al capitalismo florecer entre los africanos por primera vez” ([4]). En 1988, cuando estaba en negociaciones secretas con el gobierno, se refirió al mismo artículo “en que dije que la Carta de la Libertad no era un modelo para el socialismo sino para el capitalismo al estilo africano. Les dije que no había cambiado mi opinión desde entonces” ([5]).
Cuando Mandela fue visitado en 1986 por un Grupo de Personas Eminentes “Les dije que era un sudafricano nacionalista, no comunista, que los nacionalistas vienen en color y tono intenso” ([6]). Este nacionalismo era inquebrantable. Cuando se aproximaban las elecciones de 1994 y se reunió con el Presidente FW de Klerk en un debate televisivo “Sentí que había sido demasiado duro con quien sería mi compañero en un gobierno de unidad nacional. En resumen, dije: ‘Los intercambios entre el señor de Klerk y yo no deben opacar el hecho importante. Creo que somos un ejemplo brillante para el mundo entero de personas de diferentes grupos raciales que tienen una lealtad común, un amor común, a su país común’” ([7]).
Desde mediados de los 70, Mandela recibió visitas del ministro de las prisiones. “El gobierno había enviado ‘antenas’ sobre mí durante años, comenzando con los esfuerzos del Ministro Kruger para persuadirme y transferirme a la prisión de Transkei. Estos no fueron esfuerzos para negociar, pero intentó aislarme de mi organización. En varias otras ocasiones, Kruger me dijo: ‘Mandela, podemos trabajar con usted, pero no con sus colegas’” ([8]).
El gobierno sudafricano reconoció que había algo en su personalidad que finalmente haría posible algún tipo de negociación. Y, en diciembre de 1989, cuando conoció a de Klerk fue capaz de decir “El señor de Klerk parecía representar un verdadero alejamiento de los políticos del Partido Nacional del pasado. El señor de Klerk… era un hombre con el que podríamos hacer negocios” ([9]).
Finalmente este respeto mutuo condujo en 1993 al Premio Nobel de la Paz siendo otorgado conjuntamente a Mandela y a de Klerk, en las palabras de la citación se decía “por sus trabajos para la terminación pacífica del régimen del apartheid y para sentar las bases para una nueva Sudáfrica democrática”. Este objetivo a largo plazo no era algo personal de Mandela pero correspondió a las necesidades del capitalismo. Después de la masacre de Sharpeville en 1960, “La bolsa de valores de Johannesburgo cayó, y el capital comenzó a fluir fuera del país” ([10]). Con el fin del apartheid comenzó un período de crecimiento de la inversión extranjera en África del sur. La democracia no benefició, sin embargo, a la mayoría de la población. En los años cincuenta, Mandela dijo que “la meta secreta del gobierno era crear una clase media africana para atenuar la apelación del ANC y la lucha de liberación” ([11]). En la práctica la “liberación” y un gobierno del CNA han aumentado sólo marginalmente las filas de la clase media en África. También han significado la represión, la re-militarización de la policía, la prohibición de las protestas y ataques a los trabajadores, como, por ejemplo, ataques a la huelga de los mineros de Marikana en la cual 44 trabajadores fueron asesinados y hubo decenas de heridos.
Mandela fue capaz de decir que “todos los hombres, incluso los más despiadados, tienen un núcleo de decencia y que si sus corazones son tocados, son capaces de cambiar” ([12]). Lo que podría ser verdad para las personas no es verdad para el capitalismo. El capitalismo no tiene ninguna traza de decencia y no puede cambiar. Las caras del gobierno ANC son diferentes a las de sus predecesores blancos, pero la explotación y la represión permanecen.
Medios para un fin
El ANC en su lucha de “liberación” utilizó tanto la violencia como la no violencia en sus campañas. Cuando las tácticas no violentas fracasaban, la ANC creaba un ala militar, en cuya creación Mandela desempeñó un papel central. “Hemos considerado cuatro tipos de actividades violentas: sabotaje, guerra de guerrillas, terrorismo y revolución abierta”. Esperaban que el sabotaje “llevaría al gobierno a la mesa de negociación” pero fueron dadas instrucciones estrictas “que no podríamos tolerar ninguna pérdida de vida. Pero si el sabotaje no producía los resultados que queríamos, estábamos preparados para pasar a la siguiente etapa: la guerra de guerrillas y el terrorismo” ([13]).
Así que el 16 de diciembre de 1961, cuando “bombas caseras fueron hechas explotar en las oficinas del gobierno y las centrales eléctricas en Johannesburgo, Port Elizabeth y Durban” ([14]) ello no significaba que los objetivos de la ANC habían cambiado – la democracia era todavía el objetivo. Y después de mayo de 1983, cuando el ANC organizó su primer atentado con coche bomba, en la que diecinueve personas fueron asesinadas y más de doscientas personas fueron heridas, Mandela dijo “La matanza de civiles fue un accidente trágico, y sentí un profundo horror por la cifra de muertos. Pero preocupado como estaba por estas víctimas, sabía que este tipo de accidentes eran las inevitables consecuencias de la decisión de emprender una lucha militar” ([15]). En estos días dichos “accidentes” son referidos a menudo, por el más moderno eufemismo, como “daño colateral”.
Hombre y mito
En la década de los 50, la primera esposa de Mandela se convirtió en un testigo de Jehová. Aunque manifestó: “encontré algunos aspectos del sistema de la Torre del Reloj interesantes y que valían la pena, no podía y no pude compartir su devoción. Había un elemento obsesivo al que me opuse” ([16]). En las discusiones que tenían “Pacientemente le expliqué a mi esposa que la política era no una distracción, sino mi vida, que era una parte fundamental y esencial de mi ser” ([17]).
Estas diferencias llevaron a “una batalla por las mentes y los corazones de los niños. Ella quería que ellos fueran religiosos, y yo pensaba que deberían ser políticos” (ibíd.). ¿Y a qué política estaban expuestos?
“Colgadas en las paredes de la casa tenía fotos de Roosevelt, Churchill, Stalin, Gandhi y el asalto al Palacio de Invierno en San Petersburgo en 1917. Les expliqué a los niños quien era cada uno de esos hombres, y lo que representaban. Sabían que los dirigentes blancos de Sudáfrica representaban algo muy diferente” (ibíd.).
Hay un contraste interesante aquí. Por un lado, hay cuatro destacados miembros de la clase capitalista dominante (y no tan diferentes de la burguesía de África del Sur) y, por el otro, uno de los momentos más importantes en la historia de la clase obrera.
Mandela dijo que tenía poco tiempo para estudiar a Marx, Engels o Lenin, pero “suscribía la afirmación básica de Marx, que tiene la sencillez y la generosidad de la Regla de Oro: ‘Cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades’” ([18]). Podría haber ‘suscrito la afirmación’, pero la historia del ANC se ha mostrado durante un siglo al servicio del capitalismo de África del Sur. Ya fueran en las protestas o en la lucha guerrillera, las metas eran nacionalistas, o simplemente para permitir a las personas desahogarse, porque “la gente debe tener una salida a su ira y frustración” ([19]). En el gobierno, los rostros cambiaron de Mandela a Mbeki a Motlanthe y ahora a Zuma, pero no hubo cambios en la vida de la mayoría. La única diferencia entre los presidentes fue que Mandela tenía la mejor imagen.
Mandela era muy consciente del mito de Mandela. Tuvo razón al decir que él no era un “Santo”, ni un “Profeta”, ni un “Mesías” ([20]), en un mundo donde la mayoría de los políticos parecen estar dedicados a la autopromoción y al enriquecimiento. Esta modestia fue una de las características atractivas de Mandela. Podría explicarse por su herencia wesleyana. En sus 27 años en cautiverio perdió una sola vez un servicio dominical, “Aunque soy un Metodista, asistía a cada servicio religioso diferente” ([21]).
Sea cual sea el origen del pudor de Mandela y su decencia aparente, claramente va a ser el rostro de la campaña para las elecciones del ANC de 2014. Y, más allá de África del Sur, el mito de Mandela seguirá siendo uno de los pilares de la ideología democrática moderna.
En su carrera como abogado Mandela “pasó de tener una visión idealista de la ley como una espada de justicia a una percepción de la ley como una herramienta utilizada por la clase gobernante para moldear a la sociedad en la forma en que favoreciera a esta clase” ([22]). No hizo una crítica similar a la democracia. En su declaración judicial de 1964 él se calificó como un “admirador” de la democracia. “Tengo gran respeto por las instituciones políticas británicas y por el sistema de justicia del país. Considero al Parlamento Británico como la institución más democrática del mundo, y la independencia e imparcialidad de su judicatura no dejan de suscitar mi admiración. El Congreso Norteamericano, la doctrina de la separación de poderes, así como la independencia de su judicatura, también despiertan en mí sentimientos similares” ([23]). Sea cual sea el carácter del hombre, su vida estuvo al servicio de la democracia capitalista. Por su parte, el capital, es decir la clase dominante, ciertamente continuará haciendo uso de sus “mejores” cualidades para el peor fin posible: la preservación de su orden social decadente.
Car, 13 de julio
[1]) LCL, p.680.
[2]) Idem, p. 620.
[3]) LCL p. 693.
[4]) Idem, p. 205.
[5]) Idem, p. 642.
[6]) Idem, p. 629.
[7]) Idem, p. 740.
[8]) Idem, p. 619.
[9]) Idem, p. 665.
[10]) Idem, p. 281.
[11]) Idem, p. 223.
[12]) Idem, p. 549.
[13]) Idem, p. 336.
[14]) Idem, p. 338.
[15]) LWR, p. 618.
[16]) LCL, p. 239.
[17]) Idem, p. 240.
[18]) Idem, p. 137.
[19]) Idem, p. 725.
[20]) Idem, p. 676.
[21]) Idem, p. 536.
[22]) Idem, p. 309.
[23]) Idem, p. 436.