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Marx puso todo su empeño en demostrar que, al contrario de los que planteaban esas definiciones restrictivas y sesgadas, el comunismo no supone la reducción del hombre a un filisteismo inculto, sino la elevación del género humano a sus más altas capacidades creadoras.
Es verdad que ese comunismo vulgar había sido capaz de captar que los logros culturales de las sociedades anteriores se habían basado en la explotación del hombre por el hombre. Lo erróneo es que, por ello, propugnasen su rechazo. Marx, por el contrario, defendía que había que apropiarse de ellas y hacer fructificar, verdaderamente, todo esos esfuerzos culturales y - si cabe utilizar este término - espirituales, anteriores de la humanidad, liberándolos del influjo distorsionador que, inevitablemente, les había marcado la sociedad de clases. Al hacer de estos logros un patrimonio común para toda la humanidad, el comunismo las fusionaría en una síntesis superior y más universal. Se trataba de una visión profundamente dialéctica que, antes incluso de que el propio Marx expusiera una comprensión clara de las formas comunitarias de sociedad que habían precedido a la formación de divisiones de clase, reconocía que la evolución histórica, y especialmente, la etapa capitalista final, había expoliado al hombre y le había privado de sus relaciones sociales "naturales" originarias. Pero Marx no buscaba una simple vuelta atrás para restaurar esa sencillez pérdida, sino la instauración consciente del ser social del hombre, su ascenso a un nivel superior que integra todos los avances contenidos en el movimiento de la historia.
La producción comunista como realización de la naturaleza social del hombre
La crítica que formuló Marx al trabajo alienado incide en varios aspectos:
* Que el trabajo alienado separa al productor de su propio producto: lo que el hombre crea con sus propias manos se convierte en una fuerza hostil que aplasta a quien lo crea. Que separa al productor del acto de la producción, puesto que el trabajo alienado es una forma de tortura, una actividad que le resulta extraña al trabajador. Y ya que la característica humana más fundamental, lo que Marx llama el "ser genérico del hombre", es precisamente la producción creadora consciente, hacer de esta una fuente de tormento, equivale a separar al hombre de su verdadero ser genérico.
* Pero también separa al hombre del hombre. Y no sólo estableciendo una profunda separación entre explotador y explotado, sino también entre los mismos explotados, atomizados como individuos enfrentados por las leyes de la concurrencia capitalista.
En sus primeras definiciones de comunismo Marx trató estos aspectos de la alienación desde diferentes ángulos, pero siempre con una misma preocupación de demostrar que el comunismo ofrecía una solución concreta y positiva a estos males. En la conclusión de sus Elementos de economía política de James Mill, un comentario que escribió al mismo tiempo que los citados Manuscritos, Marx expone por qué la sustitución del trabajo asalariado del capitalismo (que produce únicamente para generar beneficio), por el trabajo asociado que produce para satisfacer necesidades humanas, constituye la base para superar las alienaciones antes descritas:
En oposición a ello, Marx plantea: « Supongamos que hubiésemos producido de manera humana; en tal producción cada uno de nosotros se habría doblemente afirmado a sí mismo y a sus semejantes. (1) Yo habría objetivado en mi producción mi individualidad y su particularidad; y, de este modo, en mi actividad, habría gozado de una expresión individual de mi vida y, al contemplar el objeto, habría alcanzado a la par el placer individual de constatar que mi personalidad era objetiva, visible a los sentidos y, por consiguiente, un poder elevado más allá de toda duda; (2) en tal gozo o uso de mi producto habría alcanzado el gozo directo de constatar que, merced a mi trabajo, había satisfecho a la vez una necesidad humana y objetivado también la esencia humana y, por consiguiente, modelado para otro ser humano el objeto que satisfacía su necesidad. (3) Habría sido para ti el mediador entre tú y la especie, y tú me habrías vivenciado y reconocido en cuanto perfección de tu propia esencia y parte necesaria de ti mismo, consecuentemente habría reconocido que tanto tu pensamiento como tu afecto me confirmaban; (4) en mi expresión de mi vida yo habría modelado la expresión de tu vida y así en mi propia actividad habría realizado mi propia esencia, mi esencia humana, comunitaria. En tal situación, nuestros productos serían semejantes a algo así como una pluralidad de espejos, cada uno de los cuales reflejaría nuestra esencia. (...) Mi trabajo sería una libre expresión de mi vida, y por consiguiente un libre gozo de mi vida.»[1]
Así pues para Marx, los seres humanos producen de manera humana sólo cuando cada individuo es capaz de realizarse plenamente en su trabajo; lo que se consigue cuando existe un disfrute activo del acto productivo, de la producción de objetos que no tienen únicamente una mera utilidad para otros seres humanos, sino que merecen también ser contemplados en sí mismos puesto que han sido creados - y emplearemos aquí una expresión que aparece en los Manuscritos -, «según las leyes de la belleza», del trabajo en común con otros seres humanos, y con un objetivo común.
Para Marx, la producción para satisfacer las necesidades humanas nunca quedo reducida a un mínimo, a una satisfacción puramente cuantitativa de necesidades elementales como alimentarse, tener cobijo, etc. La producción para las necesidades ha de reflejar también la necesidad del hombre de producir, entendiendo esto en su acepción de actividad sensual y agradable, como celebración de la esencia comunitaria del género humano. Este es un principio del que Marx jamás se desdijo. Y, si no, veamos por ejemplo lo que el Marx "maduro" escribió en la Crítica del Programa de Gotha (1874) donde afirma que: «En una fase superior de la sociedad comunista, una vez que haya desaparecido la avasalladora sujeción de los individuos a la división del trabajo y con ella también la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, una vez que el trabajo no sea ya sólo medio de vida, sino se haya convertido en la primera necesidad vital, una vez que con el desarrollo multilateral de los individuos hayan crecido también sus capacidades productivas y todos los manantiales de la riqueza colectiva fluyan con plenitud,...»
En la sociedad futura, la principal motivación para trabajar será precisamente que el trabajo se ha convertido en «la primera necesidad vital», el disfrute de la vida, el corazón de la actividad humana y la vía para conseguir los deseos más esenciales del hombre.
Superar la división del trabajo
En el Volumen I de El Capital, Marx dedica páginas y páginas a denunciar la forma en que el trabajo en la fábrica reduce al trabajador a un simple fragmento de si mismo, convirtiendo a los hombres en cuerpos descerebrados, que especialización hace del trabajo una mera repetición de acciones de lo más mecánica y embrutecedora de los espíritus. Pero la denuncia de los nefastos efectos de la división del trabajo se encuentra ya en sus primeros trabajos, pues para Marx está meridianamente claro que no puede superarse la alienación implícita en el trabajo asalariado sin que exista también una profunda transformación de la división del trabajo. Un pasaje famoso de La Ideología Alemana señala:
«Finalmente la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de que, mientras los hombres viven en una sociedad formada espontáneamente, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y en interés común, mientras las actividades no aparecen divididas voluntariamente sino por modo espontáneo, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que lo sojuzga en lugar de ser él quien lo domine. En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le viene impuesto, y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor, o crítico crítico y no tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios de vida; al paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que pude desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad es la que se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoya a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pesca y por las noches apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos.»
Esta vívida imagen de la vida cotidiana en una sociedad comunista plenamente desarrollada emplea, es cierto, ciertas licencias poéticas, pero no cabe duda que plantea la cuestión esencial: que con el desarrollo de las fuerzas productivas que ha traído el capitalismo no es necesario, en absoluto, que los hombres pasen la mayor parte de su vida confinados en la prisión de un único género de actividad, sobre todo cuando es un tipo de actividad que apenas permite expresarse una minúscula parte de las capacidades reales del individuo. Por eso mismo hablamos de la abolición de la vieja división entre una pequeña minoría de individuos que tienen el privilegio de vivir de un trabajo verdaderamente creativo y gratificante, y la inmensa mayoría de la población condenada a sufrir un trabajo que es alienación de su vida:
«El hecho de que el talento artístico se concentre, exclusivamente, en unos pocos individuos, y que por esta razón se encuentre asfixiado en la inmensa mayoría de la gente es una consecuencia de la división del trabajo (...). En una organización social comunista desaparece la subordinación del artista a las estrecheces locales y nacionales, que surgen por entero de la división del trabajo, y también la subordinación del artista a un arte determinado, por el que es exclusivamente pintor, escultor, etc., viniendo a expresar el nombre mismo de su actividad la estrechez de su desarrollo profesional y su dependencia de la división del trabajo. En una sociedad comunista no hay pintores sino, en todo caso, gente que, entre otras actividades, se dedica a la pintura.»
Los ídolos de la sociedad burguesa en sus albores fueron los "Hombres del Renacimiento", individuos como Leonardo da Vinci que conjugaban a la vez el talento de artista con los del científico y del filósofo. Pero tales hombres eran ejemplos excepcionales, genios extraordinarios en una sociedad en la que el arte y la ciencia se apoyaban en el trabajo agotador de la inmensa mayoría. La visión del comunismo que plantea Marx es la de una sociedad enteramente formada por "Hombres del Renacimiento".
La emancipación de los sentidos
Para sorpresa de los "realistas" las descripciones que Marx realizó sobre los objetivos últimos del comunismo fueron sumamente audaces puesto que no se limitaron a considerar los profundos cambios que implica la transformación comunista (producción para el uso, abolición de la división del trabajo, etc.), sino que exploraron también los cambios subjetivos que aportará el comunismo, permitiendo una espectacular transformación de la percepción y de la experiencia sensible misma del hombre.
Aquí, una vez más, el método de Marx consiste en partir del problema real y concreto que se plantea en el capitalismo, y buscar la solución contenida en las contradicciones que están presentes en la sociedad. En este caso, Marx describe la forma en que la dominación que ejerce la propiedad privada reduce las capacidades de los hombres para disfrutar plenamente de sus sentidos. Estas limitaciones son, de entrada, resultado de la pobreza material que embota los sentidos, reduce todas las funciones fundamentales de la vida a su nivel animal, e impide a los seres humanos realizar su potencia creativa:
Por el contrario, «los sentidos del hombre social son distintos de los del hombre no-social. Sólo gracias a la expansión de la riqueza del ser humano se conforma y se desarrolla la riqueza de la sensibilidad subjetiva del hombre: un oído musical, un ojo capaz de captar la belleza de las formas, en resumen: sentidos habilitados para el disfrute humano, que afirman la maestría propia del ser humano (... ) una vez lograda [su gestación], la sociedad produce como realidad duradera al hombre provisto de todas las riquezas de su ser, el hombre rico, el hombre dotado de todos sus sentidos, el hombre profundo.»
Pero no hay que atribuir la restricción a la libre acción de los sentidos únicamente a las privaciones materiales cuantificables. Hay algo más, que está profundamente incrustado en la sociedad de la propiedad privada, en la sociedad de la alienación. Es esa "estupidez" que nos induce esta sociedad que nos hace creer que nada "existe de verdad" hasta que no lo poseemos:
«La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y tan unilaterales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido, bebido, vestido, habitado, en resumen utilizado por nosotros. Aunque la propiedad privada concibe a su vez, todas esas realizaciones inmediatas de la posesión sólo como medios de vida, y la vida a la que sirven como medios como vida de la propiedad, el trabajo y la capitalización. En lugar de todos los sentidos físicos y espirituales ha aparecido así la simple enajenación de todos estos sentidos, el sentido del tener.»
Por lo que en oposición a ello:
«...la superación positiva de la propiedad privada, es decir la apropiación sensible por y para el hombre de la esencia y de la vida humanas, de las obras humanas, no ha de ser concebida sólo en el sentido del goce inmediato, exclusivo, en el sentido de la posesión, del tener. El hombre se apropia su esencia universal de forma universal, es decir, como hombre total. Cada una de sus relaciones humanas con el mundo (ver, oír, oler, gustar, sentir, pensar, observar, percibir, desear, actuar, amar), en resumen, todos los órganos de su individualidad, como los órganos que son inmediatamente comunitarios en su forma, son, en su comportamiento objetivo, en su comportamiento hacia el objeto, la apropiación de éste. (...) La abolición de la propiedad privada es por ello la emancipación plena de todos los sentidos y cualidades humanos; pero es esta emancipación precisamente porque todos estos sentidos y cualidades se han hecho humanos, tanto en sentido objetivo como subjetivo. El ojo se ha hecho un ojo humano, así como su objeto se ha hecho un objeto social, humano, creado por el hombre para el hombre. Los sentidos se han hecho así inmediatamente "teóricos" en su práctica. Se relacionan con la cosa por amor de la cosa, pero la cosa misma es una relación humana objetiva para sí y para el hombre y viceversa. Necesidad y goce han perdido así su naturaleza egoísta y la naturaleza ha perdido su pura utilidad, la convertirse la utilidad en utilidad humana.»
Marx plantea pues claramente que la sustitución del trabajo alienado por una forma verdaderamente humana de producción conducirá a una modificación fundamental del estado de conciencia del hombre. La liberación de ese tributo paralizante que ha debido pagarse en la lucha contra la penuria, la superación de la confusión entre ansiedad y deseo que nos viene impuesta por la dominación de la propiedad privada, liberarán los sentidos del hombre de su cárcel y le permitirán ver, entender y sentir de una forma nueva.
Resulta difícil discutir sobre esas formas de conciencia porque no son "sólo" racionales. Con ello no quiere decirse que nos retrotraigan a un estadío anterior a la razón, sino que van más allá del pensamiento racional, tal y como este se ha concebido hasta hoy, es decir como actividad separada y aislada, y sí, en cambio, en pos de una condición en la que «el hombre se afirma en el mundo de los objetos no sólo a través del pensamiento, sino en todos los sentidos».
Para empezar a aproximarnos a lo que pudieran ser estas transformaciones internas podría tomar como referencia el estado de inspiración que existe en toda gran obra de arte. En ese estado de inspiración el pintor o el poeta, el bailarín o el cantante, vislumbran un mundo transfigurado, resplandeciente de color y música, un mundo de una significación tan elevada que hace que nuestro estado "normal" de percepción aparezca como parcial, limitado e incluso "irreal" - lo que no deja de ser verdad pues la "normalidad" es precisamente la normalidad de la alienación -. Esta analogía con los artistas no es en absoluto casual. Mientras escribía los Manuscritos, el mejor amigo de Marx era el poeta Heine, y a lo largo de toda su vida Marx fue un apasionado admirador de las obras de Homero, Shakespeare, Balzac, y otros grandes autores. Para él, estas personalidades y su desbordante creatividad, constituían auténticos modelos del verdadero potencial de la humanidad. Como hemos dicho el objetivo que perseguía Marx era una sociedad en que tales niveles de creatividad se convirtieran en un atributo "normal" de los hombres; es decir que ese estado elevado de percepción sensible que describía en los Manuscritos habría de convertirse, cada vez más, en el estado "normal" de conciencia de la humanidad social.
Después Marx tomará más como referencia la analogía con la actividad creativa del científico que la del artista. Aún así siguió defendiendo lo esencial: que la liberación de la tara que supone el trabajo y la superación de la división entre trabajo y tiempo libre, producirán un nuevo sujeto humano.
CDW
[1] Citado en David Mclellan: Karl Marx: Su vida y sus ideas, Ed. Crítica Barcelona. p. 136