¿Hay una salida al conflicto catalán?

Printer-friendly version
AdjuntoTamaño
Icono PDF cataluna232.pdf159.27 KB

En vísperas del rocambolesco referéndum del pasado 1 de octubre, ya expusimos[1] que para entender lo que allí estaba pasando no había que enfrascarse en estudios de historia medieval catalana, ni empaparse de los principios de la Constitución española de 1978. Lo que sucede en Cataluña se explica esencialmente a partir de características que afectan al conjunto del capitalismo mundial en el período que hemos denominado de su descomposición generalizada[2], en el que, en ausencia de la alternativa revolucionaria del proletariado, se multiplican las tendencias al conflicto y el cada uno a la suya en el seno mismo de la clase dominante[3].

Tal y como expusimos en el mencionado artículo sobre el “embrollo catalán”, la manifestaciones más elocuentes de ese proceso de descomposición de la sociedad capitalista son: la creciente irresponsabilidad de las diferentes fuerzas del aparato político de la burguesía y el pujante protagonismo de sus sectores más “díscolos”; el adentramiento de los conflictos en auténticos callejones sin salida en los que ninguna de las fracciones consigue imponerse a las demás; y, por último, como derivada de esta situación, el auge de las tendencias a la fragmentación social, a la búsqueda de chivos expiatorios contra los que descargar toda la ira irracional, la frustración y el miedo a un futuro sombrío en una situación social que se va pudriendo cada vez más.

1.- La creciente irresponsabilidad de los partidos del aparato político del capital español – incluidos, y en lugar destacado, los catalanes -.

Como en uno de esos relatos bíblicos, podríamos decir que Pujol engendró a Mas, que éste “parió” a Puigdemont, y que el “fugado” engendró de igual manera al actual presidente Torra. Cada uno de ellos creyó poder atar en corto a su sucesor, pero los distintos “herederos” acabaron imponiendo su propia supervivencia política a los aparatos políticos que les auparon al poder. No por su clarividencia política ni por sus dotes para gestionar las estructuras del Estado capitalista, sino porque toda su política se ha reducido a gestos fatuos e intrascendentes (como la propia proclamación durante ¡unos minutos! de la “República catalana”), y desplantes y desafíos inoperantes (como las leyes de “desconexión” del Estado español[4]).

Y debemos añadir que a las gesticulaciones del independentismo catalán -que una de sus exconselleras, actualmente huida a Escocia, ha llamado “faroles de póker”- el nacionalismo español ha respondido con la misma escalada de sobrepujas. Puede decirse que Aznar y Felipe González acabaron engendrando a Rivera y su Sociedad Civil catalana junto a quienes desfilaron recientemente, entre otros, figuras destacadas del actual gobierno “socialista” como el propio ministro Borrell.

Lo que empuja a este carrusel caótico de provocaciones por quienes, antaño, fueron fracciones “fiables” para el resto de sus cofrades del capital nacional[5], es precisamente el avance de la descomposición del sistema capitalista en su conjunto. A diferencia de la clase obrera que sí tiene intereses materiales comunes en todo el orbe, la clase explotadora esta fragmentada en una multitud de intereses particulares contrapuestos. Lo que permite sortear esa tendencia innata a la concurrencia y el estallido, es el miedo a un enemigo superior – a otro capital nacional en el caso de la guerra imperialista – y sobre todo a un enemigo común: la amenaza de la supresión de la explotación por la revolución proletaria mundial. Dado que en el mundo actual esas amenazas – la guerra mundial o la revolución – no aparecen como un riesgo perceptible por parte de muchas fracciones de la clase capitalista, se cumple con creces y de una forma cada vez más caótica la perspectiva que trazamos en nuestras Tesis sobre la Descomposición: “La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual pueda movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es todavía una amenaza de su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una tendencia a una indisciplina cada vez mayor y al sálvese quien pueda”.

Precisamente el Estado democrático es la vía a través de la cual la burguesía de los países más desarrollados consigue no sólo enmascarar su dictadura de clase contra los explotados con la careta de la “expresión libre de la voluntad popular”; sino también encontrar los mecanismos para acomodar los intereses de las distintas fracciones.

El gobierno del PP ha actuado en ese plano de una forma especialmente torpe. No ha tenido más respuesta al desafío catalanista que el Código Penal con lo cual ha regalado a los independentistas la aureola de mártires. Encima ha creado un problema adicional: el poder judicial, repleto de ultras del españolismo, ha tendido a autonomizarse y ha interpretado con un rigor desproporcionado su función represora llenando las cárceles de “presos políticos” y provocando el aparatoso “exilio” de Puigdemont y sus amiguetes, todo lo cual ha creado un problema de imagen al pedigrí democrático de la Unión Europea que con tanto esmero exhibe frente a los demás estados.

Esa actitud irresponsable de una parte importante del aparato político español entregaba a los, igualmente irresponsables, gestores del procés catalán, el capital político del antifascismo. No es casual que tras la oleada de encarcelaciones de consellers de la Generalitat o de la torpeza de la tentativa de extradición de Puigdemont, los independentistas catalanes convocaran movilizaciones “transversales” con la excusa de que ya no se trataba de defender la nación sino de salvaguardar la democracia. No es tampoco casualidad que especialmente la izquierda – desde el PSOE a la CUP, pasando por Podemos e incluidos los sindicatos españoles, CCOO y UGT – concurriera a dichas movilizaciones para impedir que este arsenal político del antifascismo, al que tan vulnerable resulta ser el proletariado español[6], fuese acaparado por el procesisme, con el desgaste que ello supondría para esta mistificación. Efectivamente, semanas después de estas masivas manifestaciones, Puigdemont uncía como sucesor a Torra, conocido por sus comentarios xenófobos y supremacistas contra los españoles, animador de los homenajes a los hermanos Badía (afamados miembros de los Escamots – los paramilitares de ERC durante los años 30 – especialmente destacados por su crueldad torturadora de militantes obreros y sobre todo anarquistas), y uno de los principales factótums de los contactos del nacionalismo catalán con la Lega Norte italiana.

Pero lo mismo puede decirse de la trinchera del nacionalismo español. Durante la transición democrática la burguesía española, apadrinada por las principales democracias mundiales, trató de desligar la idea de nación española de la idea excluyente y casposa detentada por el franquismo. Por ello tampoco puede dejarse arrebatar el concepto de nación – base de cohesión de la clase capitalista del país y espejismo de interés común entre explotadores y explotados españoles – por parte de una formación como Ciudadanos que hace de la lucha contra los “privilegios” de los nacionalistas periféricos el rasgo esencial de toda su política. Como mostramos en otro artículo de este mismo número de AP, detrás del descabalgamiento de Rajoy se halla, en gran medida, una operación de sectores diferentes de la burguesía española por impedir que el nacionalismo español cayera exclusivamente en manos del “joseantoniano” Rivera.

2.- El bucle como expresión del bloqueo político de la burguesía.

Cuando se examina lo que ha sucedido en Cataluña en los últimos meses se tiene la impresión de estar asistiendo a uno de esos juegos de mesa en que, trampa tras trampa, se acaba volviendo a la casilla de salida. Tras el impasse de la proclamación cuántica de la República catalana (que era proclamación y la vez no lo era), la burguesía españolista se decidió por la supresión, también cuántica (porque “suprimía” y al mismo tiempo dejaba hacer) de la autonomía catalana. Confiaba así en que agitando los cubiletes en unas nuevas elecciones; los dados, también por puro azar, trajeran esta vez un resultado distinto. Pero el bucle nos llevó de nuevo a un Parlament de mayoría de partidarios de la independencia, pero, nuevamente, incapaces llevarla a cabo. Pero tampoco pueden volver atrás. No tienen ni siquiera la épica de una derrota como la del 39. Simplemente no saben cómo hacer avanzar el dichoso procés. Necesitarían que el enemigo levantara la bandera blanca, pero ¿por qué iba a hacerlo? Las dos fracciones esperan que el rival se dé por vencido, pero no han podido hacer nada para imponerse.

Ambos buscaron aliados externos en los que apoyarse para lograr alguna superioridad. Rajoy publicitaba día tras día los apoyos de Merkel, Macron, y todos los gerifaltes de la UE y de la ONU al “Estado de Derecho” español y el miedo de esos mismos a que la plaga del independentismo se extendiera también a sus países[7]. Por su parte los independentistas catalanes explotaban el celo represor del Estado español (las imágenes de los porrazos el 1 de octubre, o la fruición de la judicatura española por procesar a los líderes independentistas por delitos difícilmente homologables por otras democracias europeas). La situación ha degenerado en una especie de hartazgo y creciente desimplicación de las burguesías europeas del embrollo catalán que deriva en situaciones cada vez más incómodas para ellas mismas. Se deja en “stand by” a la espera de que aparezca una salida viable.

Da la impresión de que el nuevo gobierno “socialista” ha recibido el encargo de reconducir, con un talante menos abrupto, la estrategia frente al desafío independentista, ofreciendo “pistas de aterrizaje” a sectores del nacionalismo catalán cada vez más escépticos con la viabilidad del procés o de poder sacar alguna ventaja de la parálisis actual que entre otras cosas les impide manejar a su antojo los recursos de la administración autonómica catalana. Entre quienes desean librase de “Puigdemonts” y “Torras” figuran, incluso por delante de los jueces de la Audiencia Nacional, muchos militantes de la antigua Convergencia,  la ERC cuando se pone en modo “posibilista” o la gran mayoría de En Comú Podem etc, Para dicha estrategia el PSOE cuenta con su aquilatada experiencia para dividir al “enemigo” en contraste con los garrotazos del PP y Ciudadanos que eran un acicate para la unidad, incluso a regañadientes, de los diferentes componentes del frente independentista. Cuenta también con la inquebrantable adhesión del “artista antes conocido como el Azote de la Casta”, el ínclito Pablo Iglesias y sus Podemitas, convertidos ahora en “correveidiles” distinguidos del gobierno PSOE.

Es pronto para saber si con el gobierno de Pedro Sánchez, las distintas fracciones de la burguesía conseguirán desbloquear esta situación. Por el momento lo que puede decirse es que han decretado una tregua, una especie de “tiempo muerto” más o menos duradero para encontrar algo que suponga una salida “honorable” para todas ellas. La primera propuesta que ha hecho este gobierno ha sido desandar lo andado y volver al Estatuto de Autonomía que aprobaron las Cortes españolas en 2006 auspiciado precisamente por el anterior Gobierno del PSOE de Zapatero. El problema es que ese Estatuto que ya fue impugnado por el PP ante el Tribunal Constitucional y ni siquiera fue aprobado por la mayoría de la población de Cataluña[8]. Pero la realidad social no es un pescado congelado. Todo lo contrario. El tejido social se ha ido pudriendo cada vez más.

3.- Los vientos pestilentes de la descomposición social: el auge de la estigmatización, de la búsqueda de chivos expiatorios y del “sálvese quien pueda”

Mientras los políticos del Estado burgués se prodigan en reuniones, encuentros, propuestas, de cara a la galería; en la calle lo que va avanzado es la fractura social, no en un sentido clasista de explotados contra explotadores sino en el seno mismo de la población, entre vecinos, entre compañeros de trabajo, etc. Hace poco vimos al líder de Ciudadanos señalar con nombres y apellidos a los maestros de una escuela que, a su vez, habían apelado por sus nombres y apellidos a hijos de guardias civiles para culpabilizarlos de la represión del 1 de octubre. Se han visto también imágenes de poblaciones en que los coches de los “españolistas” aparecen señalados para su escarnio. En las playas se suceden los choques entre quienes plantan cruces amarillas para reivindicar a los presos “políticos” independentistas (miembros de un gobierno que ejecutó miles de despidos, de desahucios, de recortes sanitarios, etc.) y quienes las derriban, pero no porque tales presos sean enemigos de clase sino como enemigos de tribu (unionistas contra “indepes”).

Proliferan iniciativas aparentemente jocosas y burlescas como Tabarnia (Tarragona y Barcelona) que es una especie de país imaginario presidido por el bufón Boadella que englobaría la Cataluña moderna (¿?), productiva y ávida de españolismo que debería deshacerse de “Tractoria”, la Cataluña atrasada, rural, plena de atavismos nacionalistas. Tabarnia y Tractoria no son inocuas. Las iniciativas de bufones sólo sirven para aflojarnos ante la crueldad del rey. El payaso Beppe Grillo con su aura de “antisistema” burlón ha sido el cojín en que se ha aposentado el culo del xenófobo Salvini.

Los nacional – españolistas de Tabarnia comparten con sus rivales catalanistas el mismo discurso xenófobo y excluyente que Salvini reparte a chorros auxiliado por los bufones del movimiento 5 Estrellas.

La lógica de los señoritos de Tabarnia es la de la salvaguardia del Estado del bienestar para los privilegiados de la “fortaleza” europea y norteamericana sin “desperdiciarla” en ayudas a otros cientos de millones de seres humanos del Tercer Mundo. Es la misma criminal discriminación del “España nos roba” que aducen los nacionalistas catalanes que protestan que se dedique a subsidiar a los parados andaluces o extremeños, recursos que deberían engrandecer a la “prospera” Cataluña. Es también esa misma lógica la que anima la campaña de las CUP y sus CDR a hostigar a las empresas que manifiesten entusiasmo por la independencia, al mismo tiempo que garantizan paz social para los empresarios que abracen tal causa. En un vulgar remedo del lema trumpiano de “América Primero”, los “anticapitalistas” (¿??) de la CUP proponen consumir “catalán” como resumen de su propuesta para una economía sostenible y “socialista” (¿??).

Todos coinciden en que “el barco capitalista se hunde” y para salvarlo habría que echar al mar a millones de seres humanos. Para Salvini son los emigrantes, para Tabarnía son “los de la Cataluña profunda”, para Puigdemont, la CUP y demás serían andaluces, extremeños y demás “españolistas fascistas”. Nada de lo que proponen está fuera del sistema capitalista. Expresa eso sí, no su contribución a la historia de la humanidad (el desarrollo de las fuerzas productivas y en primer lugar de la clase del trabajo asociado: el proletariado), sino su pudrimiento y dislocación.

Esa sociedad que se pudre ha de ser enterrada. El sepulturero solo puede ser el proletariado. Este es el productor asociado mundial de las principales riquezas y servicios, sus sufrimientos universales concentran el sufrimiento de toda la humanidad oprimida y lo hacen portador de una revolución universal. Por sus propias condiciones materiales: ser la clase explotada de la sociedad capitalista y al mismo tiempo no estar dividida en intereses particulares puede dar una salida no hacia la exclusión de una parte de la humanidad sino hacia la superación de todas las divisiones nacionales, religiosas, culturales, etc. Una solución por tanto para todo el género humano.

Se cumplen ahora 44 años de la huelga de la empresa Laforsa en el Bajo Llobregat barcelonés, uno de los episodios más bellos de solidaridad obrera. En aquella ocasión, a un despido disciplinario de un compañero, respondieron todos los trabajadores con un lema que corrió por barrios y pueblos: “O todos o ninguno”. La empresa intentó sabotear esa solidaridad despidiendo a otros compañeros o sobornando a otros con aumentos salariales, promociones, etc. Y resonó con más fuerza “O todos o ninguno”. Recordamos ese ejemplo en homenaje a esa solidaridad que constituye la base de la unidad y las luchas obreras. Si el pudrimiento social, ideológico y moral del capitalismo acaba imponiendo la idea de que esa solidaridad es una reliquia del pasado, que es contraproducente para nuestra supervivencia, o que debe restringirse al entorno local e inmediato; en ese caso la humanidad estará sentenciada.

Reiteramos pues la alerta con la que concluimos la hoja (“El pasado reaccionario está en la democracia y la nación, el futuro está en el proletariado”[9]) que repartimos en los días posteriores al 1 de Octubre: “El peligro para el proletariado  y para el futuro de la humanidad, es que quede atrapado en esa atmósfera irrespirable que se está generando en torno al embrollo catalán: sus sentimientos, aspiraciones y pensamientos, ya no gravitarían alrededor de qué futuro para la humanidad y a los sueldos de miseria, qué salida frente a la degradación general de las condiciones de vida; al contrario, estaría polarizado en elegir entre España y Cataluña, en la constitución, en el derecho a decidir, la nación…, es decir, los factores que han contribuido a la situación actual y amenazan  con llevarla al paroxismo”.

Valerio, 23 de Junio de 2018

 

[1] Ver “El embrollo catalán muestra la agravación de la descomposición capitalista”. https://es.internationalism.org/accion-proletaria/201709/4234/el-embrollo-catalan-muestra-la-agravacion-de-la-descomposicion-capital

[3] En la Resolución sobre la Situación Internacional de nuestro pasado Congreso Internacional repasamos las distintas expresiones de este proceso. Ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/201711/4256/22-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacional.

[4] Habría que preguntarse qué ¿desconexión? puede hacerse si el voluminoso déficit de la administración autonómica catalana obliga a sus autoridades a depender del famoso FLA (fondo de liquidez autonómico) que consiste en unos créditos concedidos por el gobierno central español que a su vez éste mendiga de la Unión Europea.

[5] En el mencionado artículo de AP repasamos en particular la extensa hoja de servicios al capitalismo español tanto de los Pujol y su Convergencia, como de ERC.

[6] Históricamente desde la guerra de 1936-39 (ver nuestro folleto “Franco y la república masacran al proletariado”), o más recientemente con la engañifa de la transición democrática de los años 1970.

[7] Está claro que uno de los objetivos del nombramiento de Borrell como ministro de asuntos exteriores del nuevo Gobierno Sánchez es que defienda de forma contundente la España “democrática” y neutralice con eficacia la propaganda de los independentistas catalanes. Para esta labor, aparte de su labia anti-catalanista, cuenta con una larga experiencia en los pasillos de la Unión Europea.

[8] Con una abstención superior al 50% y con el voto en contra más de un 20% de los votos emitidos auspiciado por ERC.

Situación nacional: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Cuestiones teóricas: