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Hemos recibido una interesante correspondencia de un compañero que intenta dar forma escrita a reflexiones, interrogantes e ideas que circulan en los medios obreros: «Si os parece, relataremos las siguientes reflexiones en plural, dado que debe haber bastantes compañeros obreros que piensan igual, no obstante, no se expresan por escrito y, en ocasiones cuando lo pueden hacer, tampoco lo hacen oralmente, prefieren callarse para que hable otro por ellos». Plantea diferentes cuestiones sobre la crisis capitalista, el consumo y los salarios e igualmente sobre la ecología, tema que vamos a abordar a continuación.
¿Qué hay de verdad en la crisis ecológica?
El compañero plantea la cuestión ecológica de la siguiente forma: « ¿Cuánta verdad hay en todo este teatro mediático mundial montado con el cambio climático? ¿No hay intereses de por medio? Pensamos que deberíamos ver el tema desde otro modelo de análisis, por ejemplo: Conocemos la naturaleza depredadora de la bestia y, vivimos en carne propia su hedor. Sí que sabemos, con bastante seguridad, que no son suicidas y, no creemos posible que dejen la evolución del proceso hasta el descontrol total. Más bien antes, pueden sacar pingues beneficios.
El análisis podría ser: ¿dada la situación real mundial de destrucción del medio (¿Cuál es?, ¿Lo sabemos con certeza?.); (se puede) o (se debe), continuar con el nivel de consumo alcanzado por las masas?. ¿Puede el sistema cambiar de modelo de producción y consumo? ¿A quién afectará con más virulencia las catástrofes climáticas que se anuncian, al proletariado o a la burguesía? ¿Son inminentes? Sólo pretendemos aportar preguntas para una reflexión que se dirija en varias direcciones. Si los análisis que nos predicen los cambios climáticos son ciertos, este factor podría ser de enorme importancia para la debilidad ideológica del sistema capitalista en el futuro».
El compañero se pregunta si estamos ante un grave problema ecológico o, por el contrario, es un montaje mediático e ideológico para hacernos tragar medidas de miseria y austeridad so pretexto de "preservar el planeta". También sospecha si detrás de tanto ruido sobre el medio ambiente no habría un suculento negocio para toda una serie de "tribus capitalistas".
Es totalmente cierto que el capitalismo no tiene el más mínimo escrúpulo en utilizar cualquier pretexto para amasar pingues beneficios y si vestirse de verde engorda sus cuentas de resultados no lo dudará ni un instante[1]. Igualmente, es especialmente repugnante la tentativa que hacen los gobiernos -y muy especialmente los partidos de "izquierdas"- de hacernos sentir culpables por el deterioro del medio ambiente. Parecería que la mala costumbre de ir en coche al trabajo[2], de ducharse diariamente, de producir basuras etc., sería la "causa" de los males que aquejan al planeta.
Sin embargo, el núcleo del problema creemos que no está ahí sino en las preguntas que honestamente se hace el compañero sobre la realidad de la catástrofe climática. A ese respecto, nuestra convicción es que se trata de un problema real y muy grave que no podemos subestimar. Para forjarnos un criterio tenemos que ir más allá de los análisis interesados de la burguesía y de las limitaciones indiscutibles que tienen su ciencia y sus métodos de investigación. Hemos de buscar un análisis independiente que no sea tributario de lo que dice o deja de decir la burguesía. Nuestra posición no puede contaminarse por el natural sentimiento de desconfianza hacia todo lo que nos dicen gobernantes, políticos, expertos y demás defensores del sistema. No hemos de caer en visiones que se limitan simplemente a "llevar la contraria" a lo que nos dicen. Hemos de tener un criterio propio, proletario, sin temor a que tal o cual análisis pueda "coincidir" en apariencia con lo que digan señores como Al Gore que de repente se han convertido en apóstoles del más radical ecologismo.
Hemos contribuido con 2 artículos[3] al debate sobre la cuestión. La tesis central que exponemos es que el capitalismo está en trance de destruir de manera irreversible las bases de supervivencia del planeta y no hace falta que los expertos de la burguesía lo aireen a los cuatros vientos porque eso está en la base misma del análisis de Marx y Engels sobre la perspectiva catastrófica del capitalismo; a lo que posteriormente contribuyeron Lenin, Trotski y Rosa Luxemburgo y, en los años 50, Amadeo Bordiga.
Veamos las dimensiones de problema. En el artículo de la Revista Internacional nº 104 constatábamos que «A lo largo de los años 90, el saqueo del planeta ha proseguido con ritmo acelerado: deforestación, erosión del suelo, contaminación tóxica del aire que respiramos, de las corrientes subterráneas y de los mares y océanos, saqueo de los recursos fósiles naturales, diseminación de materias químicas o nucleares, destrucción de especies animales y vegetales, explosión de enfermedades infecciosas, y, en fin, subida continua del promedio de temperatura en la superficie del globo (7 de los años más cálidos ¡del milenio! pertenecen a la década de los 90). Los desastres ecológicos se combinan entre sí cada día más, son más globales, tomando a menudo un carácter irreversible, cuyas consecuencias a largo plazo son difícilmente previsibles».
En ese mismo artículo relatábamos los análisis de un informe reservado del año 2000 del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) sobre el cambio climático: «"La temperatura media de la superficie ha subido de 0,6 ºC desde 1860 [...]. Recientes análisis indican que el siglo XX ha sufrido probablemente en el hemisferio Norte el recalentamiento más importante de todos los siglos desde hace mil años [...]. La superficie del manto de nieve ha disminuido un 10 % desde finales de los 60 y el período de hielo de lagos y ríos ha disminuido en el hemisferio Norte en unas dos semanas durante el siglo XX [...]. Disminución de la capa de hielo en el Ártico en un 40 % [...]. El nivel de los mares ha subido un promedio de 10 a 20 centímetros durante el siglo XX [...]. El ritmo de aumento del nivel de los mares durante el siglo XX ha sido diez veces más importante que durante los pasados 3000 años [...]. Las precipitaciones han aumentado entre 0,5 y 1% por década durante el siglo XX para la mayoría de los continentes de latitud media o alta en el hemisferio Norte. Las lluvias han disminuido en la mayoría de tierras intertropicales».
Nuestro artículo cita a la revista francesa Manière de voir: « la capacidad reproductora e infecciosa de varios insectos y roedores, vectores de parásitos o de virus, depende de la temperatura y humedad del medio. En otros términos, una subida de la temperatura, por pequeña que sea, abre las puertas a una expansión de numerosos agentes patógenos tanto para el animal como para el hombre. Y así, enfermedades parasitarias tales como el paludismo, la esquistosomiasis o la enfermedad del sueño, infecciones vírales como el dengue, ciertas encefalitis y fiebres hemorrágicas, han ido ganando terreno estos años pasados. Han vuelto a zonas en que habían desaparecido, pero también afectan ahora a regiones que nunca habían estado afectadas [...]. Las proyecciones para el año 2050 muestran que 3 mil millones de seres humanos vivirán amenazados por el paludismo [...]. También del mismo modo se multiplican las enfermedades transmitidas por el agua. El recalentamiento de las aguas dulces favorece la proliferación de microbios. El de las aguas saladas - en particular cuando están enriquecidas por corrientes humanas - permite al fitoplancton, auténtico vivero de bacilos, reproducirse de forma acelerada. El cólera, que había desaparecido prácticamente de Latinoamérica a partir de los 60, mató a 1368053 personas entre 1991 y 1996. Al mismo tiempo, surgen nuevas infecciones o van más allá de los nidos ecológicos en que habían quedado relegadas [...]. La medicina está desarmada, a pesar de sus progresos, ante la explosión de varias patologías. La epidemiología de enfermedades infecciosas [...] puede tomar nuevos aspectos durante el siglo XXI, con la expansión en particular de zoonosis, infecciones transmisibles del animal vertebrado al hombre y viceversa».
Creemos que las preguntas que se hace el compañero sobre los peligros expresados por el cambio climático se pueden responder afirmativamente. También se puede responder por vía afirmativa que los trabajadores y las masas laboriosas serán los más afectados, pero el problema es mucho más global y profundo: se trata de una amenaza de destrucción del medio habitado por la humanidad, de aniquilación del "cuerpo inorgánico del hombre", que es como llamaba Marx al medio ambiente natural en el que vivimos.
La relación hombre-naturaleza bajo el capitalismo
Para abordar el problema debemos partir de una pregunta elemental: ¿Cuál es la relación entre el hombre y la naturaleza? Esta cuestión ha sido estudiada en el movimiento marxista. Podemos citar la obra de Engels, La Dialéctica de la Naturaleza, que precisa que mientras «el animal utiliza únicamente el entorno y ocasiona cambios con su sola presencia, el hombre con sus alteraciones lo adapta a sus fines, la transforma. Es la distinción final, esencial entre el hombre y la naturaleza»
Las sociedades humanas tratan de adaptar el medio natural a sus necesidades de supervivencia y, por otra parte, intentan explotar al máximo los recursos que dicho medio les ofrece. Las fuerzas productivas de la humanidad se desarrollan a medida que son capaces de transformar más profundamente el medio natural y de extraer con la mayor eficacia los recursos que éste ofrece. Entre humanidad y naturaleza se ha establecido a lo largo de la historia una doble relación: por un parte, de modificación - transformación, por otro lado, de depredación.
Bajo los modos de producción que han precedido al capitalismo -el comunismo primitivo, el esclavismo, el feudalismo- la naturaleza prevalecía de forma aplastante sobre el hombre y la capacidad de éste para modificar aquella era muy limitada. Los cambios que la acción humana provocaba en el medio natural eran tan insignificantes que la propia evolución de este último los superaba fácilmente.
Esta situación cambia radicalmente bajo el capitalismo. En primer lugar, las fuerzas productivas (máquinas, medios de transporte, procesos industriales y agrícolas) alcanzan una magnitud nunca vista. En segundo lugar, el capitalismo se expande por el mundo entero sometiendo todos los países al imperio de su modo de producción. En tercer lugar, la explotación de los recursos naturales (agricultura, pesca, minería, ganado etc.) se hace sistemática y extensiva alterando profundamente los ciclos y procesos naturales (climáticos, regeneración de la tierra de cultivo, bosques, cursos de agua etc.). Por primera vez en la historia, el hombre ha desarrollado fuerzas productivas que no solo pueden acabar agotando los recursos naturales existentes sino que actúan sobre el conjunto del medio natural en el sentido de modificarlo y transformarlo de manera irreversible.
Esta capacidad de la sociedad humana para transformar su medio natural y, por consiguiente, transformarse a sí misma[4], constituye un progreso histórico muy importante. Sin embargo, bajo el capitalismo tal progreso se manifiesta fundamentalmente a través de su lado negativo y destructor. La cara positiva, transformadora y revolucionaria de esa capacidad, permanece oculta y latente bajo el sistema capitalista.
Las modificaciones y alteraciones que el capitalismo realiza en la reproducción y la evolución del entorno natural operan de manera caótica y anárquica, trabajan en el corto plazo sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo, actúan sobre la epidermis de los fenómenos sin reparar en las leyes más profundas que los gobiernan. Esta manera de trabajar anárquica, inmediatista y empírica provoca destrozos y alteraciones en el sistema ecológico mundial cuyos resultados catastróficos empiezan a hacerse evidentes y anuncian una perspectiva aún más dramática y siniestra.
Como producto de una larga evolución histórica las fuerzas productivas bajo el capitalismo han adquirido un desarrollo fantástico pero este desarrollo es todavía depredador, inorgánico, antagónico, tanto hacia la humanidad como respecto al medio natural. Las fuerzas productivas humanas y naturales se desarrollan constreñidas por unas relaciones antagónicas de división de clases y de competencia feroz entre naciones y entre empresas. Engels recuerda en la obra antes citada que «hemos sometido a las fuerzas de la naturaleza, poniéndolas al servicio del hombre; gracias a ello hemos aumentado inconmensurablemente la producción, de modo que hoy un niño produce más que antes cien adultos. Pero, ¿cuáles han sido las consecuencias de este acrecentamiento de la producción? El aumento del trabajo agotador, una miseria creciente de las masas y un crac inmenso cada diez años». El cuerpo y la mente de los trabajadores sufren estragos aún mayores que el medio natural: destrucción física y sicológica, miseria material y moral, una cruel competencia, una atomización, una parcelación extrema de sus capacidades humanas, desarrolladas monstruosamente en unos aspectos hasta la hipertrofia y castradas no menos monstruosamente en otros hasta el límite de la hipófisis. Se produce una tremenda paradoja: «conforme la humanidad va dominando la naturaleza, el hombre parece estar más y más sometido a los demás hombres y a su propia infamia. Ni siquiera la pura claridad de la ciencia parece capaz de brillar si no es con un trasfondo de negra ignorancia. Parece como si todos nuestros inventos, todos nuestros progresos, acabaran dando como resultado el dotar a las fuerzas materiales de una vida intelectual y a deshumanizar la vida humana, reduciéndola a una mera fuerza material»[5]
El compañero se pregunta si el capitalismo será capaz de detener a tiempo la catástrofe que está generado. Creemos que las leyes y contradicciones internas del sistema no solamente le incapacitan para detenerla sino que lo convierten en su principal impulsor. La necesidad de producir para seguir produciendo, de acumular para seguir acumulando, lleva al capitalismo a empotrarse en contradicciones insolubles: «Azuzado por la competencia, por la anárquica rivalidad entre unidades capitalistas, que luchan entre sí por el control de los mercados, obligado a llevar sus fronteras a los límites más lejanos posibles y a mantener una marcha sin respiro hacia su propia autoexpansión; el capital no puede hacer un alto para tomar en consideración la salud o el bienestar de sus productores ni las consecuencias ecológicas de lo que produce y de cómo lo produce»[6]
La decadencia del capitalismo y la destrucción del medio ambiente
Todo esto que está en la raíz misma del capitalismo desde su propio nacimiento, llega al paroxismo en su época de decadencia que abarca la mayor parte del siglo XX y, desde luego, preside la evolución durante el siglo XXI.
La decadencia del capitalismo arranca con la formación del mercado mundial que marca sus límites históricos: el capitalismo necesita producir sin descanso, acumular para seguir acumulando, pero esa fuerza interna que los impulsa se tropieza con la capacidad limitada de absorción del mercado que no puede comprar más allá de los límites marcados por las relaciones de trabajo asalariado y extracción de plusvalía. Cuando el grueso de los territorios del planeta ha sido incorporado al mercado mundial[7] esa contradicción de coyuntural y pasajera se convierte en estructural y crónica. El capitalismo tropieza una y otra vez contra el muro que impone una incapacidad del mercado para crecer al ritmo con el que crece su propia acumulación.
Esto exacerba la tendencia a tratar el mundo natural como territorio conquistado que debe ser sometido a las normas primitivas y toscas de una explotación exhaustiva y depredadora. La continuación de la acumulación capitalista es la fuente de periódicas catástrofes y de una erosión sin precedente de las bases mismas de la reproducción humana y medioambiental: «la destrucción del medio ambiente adquiere otra dimensión y otra cualidad Estamos en una época en la que todas las naciones capitalistas están obligadas a competir entre sí dentro de un mercado supersaturado, una época, en consecuencia, de permanente economía de guerra, con un crecimiento desproporcionado de la industria pesada. Una época caracterizada por la irracionalidad, por la multiplicación inútil de complejos industriales en cada unidad nacional, la aparición de megalópolis el desarrollo de tipos de agricultura que han sido tan dañinas ecológicamente como la mayoría de los tipos de industria, por el saqueo de los recursos naturales de cada nación»[8].
Ya en el capitalismo ascendente (siglo XIX), Marx y Engels llamaron la atención sobre el peligro que suponía las enormes ciudades industriales que entonces se estaban desarrollando. « Marx y Engels mostraron cómo las grandes ciudades industriales habían llegado a ser demasiado grandes para procurar las bases que hicieran viable la existencia de las comunidades humanas dejando claro que la abolición de la separación entre la ciudad y el campo debía integrarse en el programa comunista» (ídem.). Este problema se ha agravado dramáticamente en el capitalismo decadente donde vemos la proliferación de megalópolis de 10, 20 millones de seres humanos, que acarrean problemas gigantescos de contaminación, abastecimiento de aguas, eliminación de residuos, depuración de aguas residuales etc., todo lo cual significa nuevas fuentes de destrucción del equilibrio ecológico y de enfermedades, malformaciones etc., para los seres humanos.
Pero la decadencia del capitalismo provoca otro fenómeno cualitativamente nuevo. Durante muchos siglos la humanidad ha sufrido la lacra de la guerra pero las guerras del pasado no se pueden comparar a las guerras del siglo XX y XXI que los marxistas las calificamos con un término que refleja una cualidad históricamente nueva: la guerra imperialista. No podemos tratar en profundidad este tema[9], simplemente, queremos señalar que sus efectos sobre el medio ambiente son devastadores: destrucciones nucleares, desarrollo de agentes patógenos mediante guerras bacteriológicas y químicas, alteración brutal del equilibrio ecológico por el uso masivo de combustibles fósiles y de armamentos nucleares... El saldo de más de 100 años de guerras imperialistas en el plano medio ambiental está por evaluar puesto que la burguesía lo niega o lo subestima radicalmente.
La revolución proletaria abre la perspectiva de una transformación radical
de la naturaleza, de la humanidad y de la relación mutua entre ambas
«Los problemas ecológicos globales piden una solución global. Pero a pesar de todas las conferencias internacionales, a pesar de todos los deseos piadosos sobre la cooperación internacional, el capitalismo está irreductiblemente basado en la competencia entre economías nacionales. Su incapacidad para llevar a cabo el menor grado de cooperación global no hace sino agudizarse hoy por el hecho de que las viejas estructuras de bloque se hunden y el sistema se hunde en la guerra de todos contra todos. La profundización de la crisis económica mundial que ha puesto de rodillas al bloque ruso, va a agravar la competencia y las rivalidades nacionales; esto significa que cada fábrica, cada país, actuará aún con más irresponsabilidad en la carrera desenfrenada por la supervivencia económica»
Esto que escribíamos en 1990[10] se ha agravado considerablemente dos décadas después. Del capitalismo y de sus propuestas no podemos esperar absolutamente nada. Resulta significativo el libro de Al Gore -antiguo vicepresidente de uno de los Estados más contaminantes del mundo, Estados Unidos- que tras el "audaz" título de "Una verdad incómoda" propone medidas tan "eficientes" como consumir menos carne, lavar la vajilla a mano, utilizar colgadores para secar la ropa o trabajar desde casa (sic).
Ante un problema de dimensiones planetarias que, como hemos visto, se deriva de una relación entre la organización social y la organización natural, este señor revela la impotencia de los representantes del Capital que no pueden proponer más que un catálogo de "buenas costumbres ciudadanas" tan ridículas como inútiles[11].
Al Gore nos propone la impotencia de "tener una conducta irreprochablemente verde", con ello traslada toda la responsabilidad del problema sobre el "ciudadano", pretende que nos sintamos culpables de todo lo que está pasando y libera al sistema de la verdad incómoda de ser el culpable de los desastres que nos amenazan.
Contra Al Gore y otros papanatas del pensamiento "verde" debemos gritar bien alto una verdad incómoda para el capitalismo: «En la fase de descomposición avanzada, la clase dominante pierde cada vez más el control de su sistema social. La humanidad ya no puede permitirse por más tiempo dejar el planeta en sus manos. La crisis ecológica es una prueba más de que el capitalismo debe ser destruido antes de que arrastre al abismo al mundo entero».[12]
La primera tarea de la revolución proletaria mundial es regenerar el planeta poniendo las bases para que se recupere de los terribles desmanes sufridos bajo el capitalismo. La revolución proletaria al suprimir los Estados y de las fronteras nacionales, eliminar la división en clases de la sociedad, acabar con la producción mercantil y la explotación del hombre por el hombre, suprime simultáneamente las trabas que conducen tanto a la aniquilación del género humano como a la aniquilación del entorno ecológico del planeta.
La sociedad a la que aspira el proletariado se basa en una comunidad humana mundial que planifica de manera consciente la producción social lo que conlleva una relación orgánica y armoniosa con el medio natural de mutua y conjunta transformación. Las relaciones de fraternidad y solidaridad, de conciencia colectiva, que supone la comunidad humana mundial se extienden también a la relación con el entorno natural que ya no es de depredación y ocupación. Como decía Marx en los Manuscritos Económico - Filosóficos «la unidad del ser humano con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, la naturalización del hombre y la humanización de la naturaleza por fin realizadas».
CCI 24-2-08
[1] Lo Verde -así con mayúsculas- se ha convertido en la nueva religión de todos los gobiernos, sea cual sea su color político. Siguiendo su estela, las empresas exhiben su "publicidad verde" y sus "principios verdes". La hipocresía y el cinismo de toda esta parafernalia se puede comprobar analizando un caso entre muchos: el de la empresa española de electricidad Endesa que en su publicidad se declara respetuosa con la naturaleza pero que simultáneamente ha emprendido en Chile un gigantesco plan de centrales hidroeléctricas que amenaza con destruir de forma irreversible bosques, ríos, lagos y glaciares de la Patagonia chilena (ver Le Monde Diplomatique, edición española, nº correspondiente a febrero 2008)
[2] La mayoría de trabajadores utilizan el coche por obligación. Hay que desplazarse diariamente a lejanos polígonos industriales y los transportes públicos son malos, caros e inseguros.
[3] Revista Internacional nº 63: "Quien envenena la tierra es el capitalismo" y nº 104: "Conferencia mundial de La Haya: Sólo la revolución proletaria salvará a la especie humana".
[4] La humanidad constituye una parte integrante del medio natural y en manera alguna un elemento exterior o que "pasaba por allí": «A cada paso se nos recuerda que no reinamos en absoluto sobre la naturaleza como un conquistador sobre un pueblo extranjero, como alguien ajeno a la naturaleza - sino que nosotros, con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, existimos en ella, y que toda nuestra superioridad estriba en que tenemos la ventaja sobre las demás criaturas de ser capaces de entender sus leyes y aplicarlas correctamente» (Engels, op. cit.)
[5] Marx: Discurso en el aniversario del People's Paper, 1856.
[6] Artículo citado de la Revista Internacional nº 63
[7] Lo que no quiere decir -ni mucho menos- que todos los territorios se hayan transformado en plenamente capitalistas.
[8] Revista Internacional nº 63
[9]No podemos desarrollar éste análisis en el marco de esta contribución. Se puede leer el artículo Las verdaderas causas de la 2ª Guerra Mundial aparecido en Revista Internacional nº 59, ver: https://es.internationalism.org/node/2140
[10] Artículo de la Revista Internacional nº 63
[11] Es cierto que junto esa incapacidad para hacer propuestas mínimamente serias se manifiesta a dosis iguales un cinismo repugnante y una voluntad política de hacernos sentir culpables liberando de paso al capitalismo de toda responsabilidad, ¡cuando es este sistema social el principal causante de los problemas que padece el planeta!
[12] Artículo de la Revista Internacional nº 63