El embrollo catalán muestra la agravación de la descomposición capitalista

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La escalada del independentismo catalán a través del procés y las dificultades del gobierno del PP, y más en general de todo el aparato de Estado para confrontar el problema en un marco de acuerdos y negociaciones, significan una importante crisis política para la burguesía en España, y son un catalizador que hace saltar por los aires el “consenso de 1978” (las reglas de juego que el Estado se había dado desde la transición democrática en 1975) que ya estaba fuertemente debilitado por la crisis del bipartidismo (PP-PSOE) y las dificultades para dar una alternativa con la formación de nuevos partidos (Podemos y Ciudadanos)[1].

Las causas inmediatas de esta situación son la intensificación de las pugnas entre fracciones de la burguesía y la tendencia a la irresponsabilidad de poner por delante los intereses particulares a los intereses globales del Estado y el capital nacional; y la crisis del hasta ahora principal partido del Estado desde la transición: el PSOE. Las causas históricas son la agravación de la crisis y la descomposición del capitalismo[2].

En ausencia por el momento de una alternativa proletaria a la situación, los trabajadores no tienen nada que ganar y mucho que perder. Las movilizaciones en Cataluña, el cerco a la Consellería de economía y las confrontaciones con la guardia civil tras las detenciones de varios cargos de las instituciones de la Generalitat, o el boicot de los estibadores a los barcos de la policía, no expresan la fuerza de los trabajadores, que, al contrario, se ven empujados:

-          por los partidos abiertamente independentistas,  a la defensa de destacados miembros del gobierno autónomo (el mismo que recorta sus salarios y ataca sus condiciones de vida)  y dirigentes de partidos como el PdCat o ERC, que son partidos declarados de la burguesía, y que por el hecho de ser catalanes no son mejores para nuestros intereses que sus rivales del PP o de Ciudadanos;

-           y por Podemos o los “Comunes” de Colau, a la “defensa del Estado democrático”, contra la represión del PP.

Es decir, existe el peligro de que los trabajadores seamos arrastrados fuera de nuestro terreno de clase, de la confrontación con la burguesía, al terreno podrido de los enfrentamientos entre fracciones de la burguesía, y encadenados a la defensa del Estado democrático, que es la expresión de la dictadura de la burguesía, ¿es que, acaso, la explotación, la barbarie moral, la destrucción ecológica, las guerras, van a cambiar en algo porque la democracia se vista de la rojigualda española o de la estelada catalana?

El problema de los separatismos en España

Tomemos distancia. Tratemos de comprender el conflicto catalán en un marco internacional e histórico.

Comencemos por el marco internacional. El enquistamiento del conflicto catalán tiene lugar al mismo tiempo que el referéndum kurdo echa gasolina al fuego de la tensión en Oriente Medio y el enfrentamiento, con amenazas nucleares por medio, entre dos matones- Corea del Norte y Estados Unidos- muestra una degradación creciente de la situación imperialista. Todo ello en un contexto donde la situación económica mundial presenta gruesos nubarrones.

Pasemos ahora al análisis histórico. Ya hemos reivindicado antes en nuestras publicaciones el análisis marxista que explica que en España no existe un problema de «cárcel de naciones»[3], sino de mala soldadura del capital nacional[4]. El capitalismo se desarrolla en España arrastrando un fuerte desequilibrio entre regiones más abiertas al comercio y la industria- las del litoral- y el resto, mucho más encerrado en el aislamiento y el atraso. El país llegó a la decadencia del capitalismo (1914, primera guerra mundial) sin que la burguesía hubiera encontrado ninguna solución al problema que, al contrario, frente a los embates de la crisis, agudizaba las tensiones particularmente entre los sectores de la burguesía en Cataluña y el país vasco y la burguesía central.

Cada vez que el capital español se ha planteado la necesidad de reestructurar su organización económica o política, las fracciones separatistas han hecho valer sus aspiraciones por todos los medios a su alcance sin escamotear la violencia (ETA, o Terra Lliure), e intentando utilizar al proletariado como carne de cañón.

Así lo analizaba la publicación de la Izquierda Comunista italiana, BILAN, respecto al separatismo catalán y los acontecimientos del 36:

 «los movimientos separatistas, lejos de ser un elemento de revolución burguesa son expresiones de las contradicciones irresolubles e inherentes a la estructura de la sociedad capitalista española que realizó la industrialización en la periferia mientras las mesetas centrales quedaban sumidas en el atraso económico. El separatismo catalán en lugar de tender a la independencia total queda atrapado por la estructura de la sociedad española haciendo que las formas extremas en que se manifiesta vayan en función de las necesidades de canalizar el movimiento proletario»[5]   

De hecho, la relación entre el separatismo catalán y el proletariado, a pesar de los discursos actuales “de izquierdas” de la CUP, no es de compañeros de viaje, sino de antagonismo de clases.

Maciá, fundador de ERC, venía del carlismo reaccionario y en una trayectoria que muchos años después seguiría el nacionalismo vasco, integró al nacionalismo catalán elementos del discurso ideológico estalinista. Su partido acabó organizando en la 2ª República una milicia especializada en perseguir y torturar militantes obreros: los Escamots.

Cambó, dirigente de la Liga Regionalista, pactó con la burguesía centralista para confrontar las huelgas que en España representaban la oleada revolucionaria mundial en 1917-9, y apoyó la dictadura de Primo de Rivera.

Companys hizo en 1936 de la Generalitat de Cataluña independiente el bastión que sostuvo al Estado nacional y que movilizó a los obreros en el frente de la guerra imperialista contra Franco desviándolos del frente de clase contra el estado y la Generalitat[6].

Y Tarradellas, líder entonces de ERC, pactó en 1977 con la derecha tardofranquista la restauración de la Generalitat.

Las autonomías y el consenso del 78

El marco que dio la transición democrática frente al problema de los separatismos fueron las autonomías, que, sin llegar a perfilar un estado federal, otorgaban competencias en materia de recaudación de impuestos, sanidad, educación, seguridad, etc a las diferentes regiones y particularmente a Cataluña y el país vasco.

El pilar de esa política fue el PSOE que supo darse una estructura “federal” manteniendo organizaciones regionales disciplinadas. A ella se sumaron -y fueron convenientemente empujados[7]- el PNV vasco y CiU catalán.

Tanto el PNV como CiU acabaron jugando por largo tiempo un rol de tampón, canalizando las reivindicaciones de los sectores nacionalistas desde los más moderados a los más anacrónicos hacia el marco de la negociación, sirviendo de muleta principalmente a los gobiernos de derecha; pero también al PSOE cuando los ha necesitado para gobernar[8].

Eso no significa sin embargo que todo el mar de los conflictos nacionalistas estuviera en calma. Bajo la fachada del fairplay parlamentario del PNV ha crecido el independentismo intransigente de HB y de ETA. Igual que junto a CiU, ERC. Por lo demás, en el PSOE se han ido desarrollando baronías regionales que cada vez más han puesto en cuestión la disciplina centralizada.

Los sectores del nacionalismo vasco han utilizado los atentados de ETA en sus negociaciones en la misma medida que se han visto presionados por HB y ETA a poner en cuestión el marco de las autonomías y avanzar hacia la independencia.

No solo eso sino que, por las coordenadas del problema del separatismo en España, que no tiene solución, pero que no deja de agravarse, el impacto de la agravación de la crisis y la descomposición ha producido el fenómeno de «una creciente espiral de desafíos cada vez más descarados, que tienden a callejones sin salida más y más insalvables por el capital español», donde además «los sectores más radicales (desde el abertzalismo al nacionalismo español más ultramontano) en vez de perder relevancia, recuperan en realidad más protagonismo»[9].

En el país vasco, el Plan Ibarretxe, auténtica declaración de independencia, fue la confirmación de esta dinámica. El estado central sin embargo, supo desactivar el órdago separatista, haciendo creer que podría encajar en la legalidad constitucional. Ibarretxe llevó su plan al parlamento, donde fue ninguneado y rechazado sin contemplaciones.

En Cataluña ha sido la formación de los dos tripartitos de Maragall y Montilla y el desgaste de CiU y su implicación en los casos de corrupción lo que ha aupado a los independentistas radicales. Ante su notable pérdida de apoyo electoral y de hecho la amenaza de desaparición a medio plazo entre el auge de ERC y el impacto del declive del “Pujolismo”, CiU reconvertida en PdCat para tapar sus vergüenzas de corrupción, ha lanzado un OPA hostil al independentismo de ERC; pero el resultado, en lugar de ganar espacio electoral de ERC, ha hecho al PdCat rehén de ésta, y de rebote de la CUP.

Por otro lado el PSOE emprendió una maniobra de “reforma de las autonomías” que se saldó con un sonoro fracaso y que acabó afectando a su propia cohesión como partido. En la Resolución sobre la situación nacional que publicamos en AP 179 dimos cuenta de este fiasco: «la realidad es que el famoso talante ZP no ha conseguido rebajar las pretensiones soberanistas del nacionalismo vasco, todo lo contrario, pues Ibarretxe se ha ratificado en su órdago al nacionalismo español. Otro tanto cabe decir de la situación en Cataluña, donde la tentativa de controlar a los sectores más radicales de ERC a través del gobierno tripartito encabezado por Maragall está desembocando en que Maragall aparezca (de grado o a la fuerza es difícil de saber) como un rehén del ultra nacionalista Carod Rovira. Los problemas de cohesión del capital español tienden a agravarse, por cuanto la política de ‘gestos’ de ZP, sin contentar a nacionalistas vascos y catalanes (que califican su propuesta de reforma constitucional de estafa), está sirviendo más bien para estimular en otros nacionalismos periféricos ese mismo sentimiento de “irredentismo”, de “agravio comparativo”, etc., lo que a su vez lleva a destapar la caja de los truenos del nacionalismo español que no se circunscribe únicamente al PP, sino que cuenta con ramas importantes dentro del propio PSOE».

Los dos tripartitos catalanes no sirvieron ni para calmar las pulsiones independentistas en Cataluña, ni para sujetar a ERC que, al contrario, se radicalizó en sus pretensiones “soberanistas”, y acabaron por dislocar a la rama catalana del PSOE que perdió gran parte de su fracción pro-catalana. Condujeron, en realidad, a sentar las premisas de la enorme radicalización actual.

El Imbroglio catalán, producto de la descomposición

Todo esto confirma lo que habíamos planteado en las Tesis sobre la Descomposición: «Entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político (…) La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual puede movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es aún capaz una amenaza para su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una tendencia a la indisciplina cada vez mayor, y al sálvese quien pueda»[10]

Y lleva a la situación actual en la que el gobierno del PP y más en general la burguesía española ha subestimado ampliamente el envite del 1-O.

La impresión es que, tras el fracaso del plan Ibarretxe, habían pensado que podrían lidiar igualmente con el desafío independentista catalán, y que tras el fracaso del referéndum de 2014, los sectores independentistas harían marcha atrás. Pero al contrario, no solo han aumentado su determinación, sino que la burguesía “españolista” no ha tomado en cuenta el impacto de la descomposición sobre el aparato político del Estado, particularmente:

-          La crisis del PSOE, un partido dividido en reinos de taifas regionales y que ha perdido una parte de su capacidad de iniciativa política y de vertebración del conjunto de partidos del capital nacional[11];

-          La deriva independentista de CIU; el partido se ha visto cada vez más mediatizado por una banda de talibanes ultranacionalistas, asentados en las comarcas más atrasadas de Cataluña, lo cual le ha llevado a purgar sucesivamente a todos los sospechosos de “proclividad españolista”: primero fue Duran i Lleida y después todos los que preconizaban la vieja política de grito nacionalista y acción colaboracionista con el conjunto del capital español.

-          ERC un viejo partido independentista que, sin embargo, prestó grandes servicios al capital español (ver antes), ha tomado como bandera la consecución inmediata de la independencia (antes era un objetivo “histórico”) y ha desarrollado un discurso nacionalista y xenófobo[12], todo lo cual puede convertirlo en el partido central del espectro político catalán desplazando a la vieja CIU, hoy PDCat

-          La irrupción de la CUP, una mezcla indigesta de estalinistas, antiguos terroristas catalanistas y anarquistas, que practica un discurso de catalanismo extremo, endogámico, excluyente, de cuasi pureza étnica y xenofobia, que habla de unos “Paísos Catalans” independientes y republicanos y cuya acción es la de comprometer al dúo ERC-PDCat para obligarlos a ir siempre lo más lejos posibles en los desafíos a la burguesía central española.

El Plan Ibarretxe se “resolvió” y en apariencia se restableció la “tranquilidad”, El PNV se convirtió en un “alumno ejemplar” de la mano de Urkullu. Esto ha hecho confiarse a la burguesía central española creyendo que la historia volvería a repetirse con el desafío catalán. De entrada, los catalanistas no cometieron el error garrafal de Ibarretxe de acudir a las Cortes españolas. Han seguido la única vía posible que es la del referéndum unilateral que deja a la burguesía central española sin margen de maniobra pues su constitución no permite “trocear la soberanía nacional” en 17 autonomías.

Lo que estamos asistiendo es a la crisis del “consenso de 1978”, los acuerdos que en 1977-78 firmaron todas las fuerzas políticas para asegurar una “democracia” cuyo eje ha sido hasta muy recientemente, el bipartidismo, la alternancia PSOE-PP, aunque con un peso político y de capacidad de orientación mucho mayor en el primero.

Todo eso ha volado en pedazos y la burguesía española se ha encontrado con el peligro de que la primera región económica de España -que representa el 19% de su PIB- podía escapar a su control. Ha apostado todo a la respuesta represiva: medidas judiciales, detenciones, suspensión de facto de la autonomía catalana…

Es decir, es incapaz de poner en marcha alternativas políticas que permitan un control de la situación. Los partidarios de esta vía (Podemos, Colau…) carecen de la fuerza suficiente para ponerla en práctica y ellos mismos están divididos por tendencias contradictorias. El socio de Podemos, IU, ha declarado rotundamente su rechazo al referéndum catalán y su defensa incondicional de la “unidad española”. Pero por otra parte Iglesias se enfrenta a la rebelión de su variante catalana, proclive a apoyar “críticamente” al independentismo. Por su parte, Colau, juega a mediadora y se ve obligada a equilibrios inverosímiles entre unos y otros lo que le ha valido el apelativo jocoso de la Cantinflas catalana.

El mismo PSOE es incapaz de una política coherente. Un día apoya al gobierno hasta defender incluso el artículo 155 de la constitución que permite suspender la autonomía catalana. Otro día, proclama que España es una “nación de naciones”. Su propuesta de una “comisión parlamentaria para dialogar sobre la cuestión catalana” ha sido rechazado con desdén por los distintos adversarios.

Sin embargo, el fracaso de la vía política no tiene como principal causa la torpeza de unos u otros sino el propio enconamiento de la situación, la imposibilidad de encontrar una solución. Y esto solo puede explicarse por el análisis mundial que hemos desarrollado de la descomposición del capitalismo.

Esta trae, como ya hemos visto, algo que hoy es evidente: la crisis general del aparato político español, que, con el asunto catalán, va a salir aún más cuarteado.

Pero es necesario señalar otro elemento de análisis muy importante y que está igualmente ligado a la descomposición: el bloqueo político.

Aunque la situación es muy diferente, es algo que vemos en Venezuela: ninguno de los dos bandos en liza es capaz de ganar la partida. Se ve igualmente en los conflictos imperialistas donde la autoridad de Estados Unidos tiende a debilitarse como gendarme del mundo -más aún con el triunfo de Trump- y ello produce un enquistamiento sin solución de los numerosos conflictos esparcidos por el mundo.

El bando independentista tiene un “techo”: su fuerza está en las comarcas catalanas del interior, pero es más débil en las grandes ciudades y, especialmente, en el cinturón industrial de Barcelona. La alta burguesía catalana los mira con reservas pues sabe que sus negocios están vinculados a la odiada España. La pequeña burguesía anda dividida, aunque, desde luego, en las comarcas de la “Cataluña profunda” apoya masivamente la “desconexión de España”. Pero la enorme concentración económica de Barcelona -más de 6 millones de habitantes- tiende a inclinarse más hacia la indiferencia. Esta concentración tiene de todo menos de “pureza racial catalana”, es un enorme “melting pot” donde conviven gentes de más de 60 orígenes nacionales diferentes.

Debemos completar el análisis poniendo de manifiesto la importancia de las tendencias centrífugas, endogámicas, identitarias, de refugio excluyente en “pequeñas comunidades cerradas”, que alimenta sin cesar la descomposición capitalista. El capitalismo decadente tiende fatalmente «a la dislocación y desintegración de sus componentes. La tendencia del capitalis­mo decadente es el cisma, el caos, de ahí la necesidad esencial del socialismo que quiere realizar el mundo como una unidad»[13]. El creciente desamparo, agudizado por la crisis, lleva a “agarrarse como clavo ardiendo a todo tipo de falsas comunidades como la nacional, que proporcionen una sensación ilusoria de seguridad, de «respaldo colectivo».[14]

En los 3 partidos catalanistas se ve claramente. La propaganda completamente absurda que presenta la Cataluña “libre” como un oasis de progreso y crecimiento económico porque “nos habríamos librado de la carga de Madrid”, la persecución que propugna la CUP de los turistas porque “encarecerían la vida en Cataluña”, las alusiones descaradas a los emigrantes y a los andaluces, todo ello muestra unas tendencias xenófobas, identitarias, que poco se diferencian de las prédicas populistas de Trump o de Alternativa por Alemania.

Estas tendencias excluyentes están en la sociedad y son impulsadas descarada y cínicamente por los 3 socios del JuntsXSi, aunque la palma se la lleve la CUP.

Pero el monopolio de esta barbarie no lo tienen en exclusiva los catalanistas. Sus rivales españolistas practican un doble discurso: los grandes dirigentes se llenan la boca de “constitución”, “democracia”, “solidaridad entre españoles”, “convivencia” etc., sin embargo, por bajo mano, azuzan el odio a “los catalanes” y “lo catalán”, propugnan boicots a los productos “catalanes”, llaman a “reforzar la identidad del pueblo español” y su política anti-emigración está cargada de tintes racistas.

La verdadera cara del Estado democrático

En realidad, el conflicto barriobajero entre españolistas y catalanistas muestra en ambos bandos lo que dijo de forma preclara Rosa Luxemburgo «Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza» (La crisis de la socialdemocracia, cap. I).

La situación muestra la verdadera cara del Estado democrático. Todas las fuerzas políticas en escena reivindican la democracia, la libertad, los derechos, que serían el patrimonio del Estado. Los unos en nombre de la “defensa de la constitución” y la “soberanía nacional” (PP, Ciudadanos, PSOE). Los otros en nombre de la “libertad democrática” de organizar un referéndum e igualmente de la constitución (Podemos, Comunes, independentistas).

Pero por debajo del discurso democrático oficial, lo que se reparte realmente son golpes bajos, escándalos de corrupción que se buscan y se sacan cuando interesa, trampas, etc

Los unos reparten “golpes” en el más estricto sentido del término, enviando a la guardia civil y a la policía (aunque sea en barcos pintados de dibujos de la Warner[15]), los otros “golpes de efecto”; pero la cuestión es que lo que cuenta no son las urnas (a pesar de lo perseguidas que están) ni los votos; sino las relaciones de fuerza, los chantajes, en el más puro estilo mafioso.

Los “antisistema” de la CUP tampoco se quedan ni mucho menos cortos en esto, con sus escraches y carteles de delación señalando a los alcaldes que se oponen al referéndum en el más puro estilo de “poner estrellas amarillas”.

Ese es el verdadero funcionamiento del Estado democrático. Sus engranajes no se mueven por efecto de los votos, los derechos, las libertades y demás farsas, sino por maniobras, golpes bajos, conspiraciones secretas, calumnias, campañas de acoso y derribo…

La situación del proletariado

El proletariado está desorientado. Su pérdida de identidad, la resaca y el reflujo del movimiento, muy débil, pero con apuntes de futuro, del 15 M[16], lo lleva a una confusión, a una dificultad para guiarse según sus intereses de clase. El mayor peligro es que todo su pensamiento quede encerrado en ese pozo pestilente que es el conflicto Cataluña – España, obligado a razonar, sentir, según el dilema “con España o con la independencia”.

Los sentimientos, los pensamientos, las aspiraciones ya no gravitan alrededor de la lucha por las condiciones de vida, el futuro para los hijos, cómo será el mundo etc., pensamientos que pertenecen al terreno de clase proletario, aunque sea embrionariamente, sino que están polarizados sobre si “Madrid nos roba” o “España nos quiere”, sobre si la estelada o la rojigualda, sobre una telaraña de conceptos burgueses: democracia, derecho a decidir, autodeterminación, soberanía, constitución…

El pensamiento del proletariado en la mayor concentración obrera de España está secuestrado por esa basura conceptual que únicamente mira al pasado, a la reacción, a la barbarie.

En estas condiciones las medidas represivas que el 20 de septiembre ha adoptado el gobierno central pueden crear una serie de mártires, pueden alimentar el victimismo irracional, y, de esta forma, empujar en una situación emocional de alta tensión a elegir bando y, probablemente, por el lado nacionalista.

Sin embargo, el mayor peligro es verse desviados hacia la defensa de la democracia.

La burguesía española tiene una larga experiencia en enfrentar al proletariado desviándolo hacia el terreno de la defensa de la democracia para, a continuación, masacrarlo o endurecer violentamente la explotación.

Recordemos como la lucha inicial en un terreno de clase el 18 de julio de 1936 frente a la sublevación de Franco, fue desviada al terreno de defensa de la democracia frente al fascismo, de elegir entre dos enemigos: la república y Franco, que dio como resultado UN MILLON DE MUERTOS.

Recordemos igualmente como en 1981, ante los riesgos representados por los últimos restos del franquismo, el “golpe” del 23 de febrero permitió una amplia movilización democrática del “pueblo español”. En 1997, un paso clave para aislar a ETA fueron las movilizaciones masivas “por la democracia contra el terrorismo”.

El embrollo catalán está en un callejón sin salida, haya o no haya referéndum, del 1 de octubre solamente podrá desprenderse una conclusión: el enfrentamiento entre independentistas y españolistas seguirá radicalizándose, como en el cuadro de Goya Duelo a Bastonazos, seguirán dándose golpes sin compasión, sin embargo, ello dislocará aún más el cuerpo social, acentuará la división y los enfrentamientos más irracionales. Lo más peligroso es que el proletariado quede atrapado en esa batalla campal, sobre todo porque todos los contendientes van a emplear sin descanso el arma de la Democracia para legitimar sus propósitos, van a pedir nuevas elecciones y nuevos “derechos a decidir”.

Somos conscientes de la situación de debilidad por la que hoy atraviesa el proletariado, sin embargo, eso no puede impedirnos reconocer que solamente de su lucha autónoma como clase puede emerger una solución. La contribución a esa orientación requiere oponerse hoy a la movilización democrática, a la elección entre España y Cataluña, al terreno nacional. La lucha del proletariado y el futuro de la humanidad solo pueden dirimirse fuera y contra esos terrenos podridos.

Acción Proletaria, 27 de septiembre 2017

 

[1] Ver ¿Qué le pasa al PSOE? https://es.internationalism.org/revista-internacional/201611/4182/que-le-pasa-al-psoe y los análisis que desarrollamos en Referéndum catalán: la alternativa es Nación o lucha de clase del proletariado, https://es.internationalism.org/accion-proletaria/201708/4224/referendum-catalan-la-alternativa-es-nacion-o-lucha-de-clase-del-prole

[3] La expresión se ha utilizado para referirse a naciones que, por intereses imperialistas, han sido creadas artificialmente sometiendo diferentes nacionalidades: uno de los mejores ejemplos es Yugoslavia

[4] Ver en Acción Proletaria nº 145, «Ni nacionalismo vasco, ni nacionalismo español; autonomía política del proletariado»: «¿Cómo empero dar razón del singular fenómeno consistente en que tras casi tres siglos de una dinastía habsburguesa seguida de otra borbónica –cada una de las cuales se basta y se sobra para aplastar a un pueblo- sobevivan más o menos las libertades municipales en España y que precisamente en el país en que, de todos los estados feudales, surgió la monarquía absoluta en su forma menos mitigada no haya conseguido sin embargo echar raíces la centralización? La respuesta no es difícil. Las grandes monarquías se formaron en el siglo XVI y se asentaron en todas partes con la decadencia de las antagónicas clases feudales. Pero en los demás grandes estados de Europa la monarquía se presentó como un foco civilizador, como la promotora de la unidad social… En España en cambio, mientras la nobleza se sumía en la degradación sin perder sus peores privilegios, las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia moderna. Desde el establecimiento de la monarquía absoluta sobrevino la ruina del comercio, de la industria, la navegación y la agricultura. Al declinar la vida industrial y comercial de las ciudades se hizo cada vez más escaso el tráfico interior y menos frecuente la mezcla de habitantes de las diversas regiones…La monarquía absoluta encontró en España una bae material que por su propia naturaleza repelía la centralización y ella misma hizo todo lo que pudo para impedir que se desarrollaran intereses comunes basados en una división nacional del trabajo y en una multiplicación del tráfico interior… Así pues, la monarquía española a pesar de su superficial semejanza con las monarquías absolutas europeas debe ser más bien catalogada junto con las formas asiáticas de gobierno. Como Turquía, España siguió siendo un conglomerado de repúblicas mal regidas con un soberano nominal al frente. El despotismo presentaba caracteres diversos en las distintas regiones a causa de la arbitraria interpretación de la ley general de virreyes y gobernadores; pese a su despotismo el gobierno central no impidió que subsistieran en las varias regiones los varios derechos y costumbres, monedas y regímenes fiscales. El despotismo oriental no ataca al autogobierno municipal sino cuando éste se opone directamente a sus intereses y permite muy gustosamente a estas instituciones continuar su vida mientras dispense a sus delicados hombros de la fatiga de cualquier carga y le ahorren la molestia de la administración regular» («Revolución en España», Marx/Engels, Ariel 1970, pag 74-76)

[5] BILAN«La lección de los acontecimientos en España», publicado en nuestro folleto, «Franco y la República masacran al proletariado»

[6] Ver nuestro libro España 1936: Franco y la República masacran al proletariado. https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado

[7] Hay que recordar que si se ponían en plan díscolo o intentaban ir demasiado lejos en sus pretensiones “soberanistas” el PSOE lograba siempre meterlos en cintura. Por ejemplo, frente a los catalanistas de Pujol echándoles a las narices el escándalo de Banca Catalana que tuvo que ser intervenido o respecto al PNV con el caso de las máquinas de juego que les obligó a plegarse a una coalición con el PSOE.

[8] Entre 1993 y 1996, CIU, el partido de Pujol que hoy ha heredado con nuevo nombre Puigdemont, apoyó al gobierno PSOE y entre 1996-2000 al gobierno PP

[12] El actual gerifalte del partido, Oriol Jonqueras, escribió “en el diario Avui un sesudo artículo glosando las diferencias que, según él parece saber, distinguen la estructura del ADN propio de los catalanes de las formas de las hélices del ácido desoxirribonucleico características de los homo sapiens oriundos del resto de la Península Ibérica”, artículo que encabezó con un viejo dicho catalanista xenófobo “bon vent y barca nova”, utilizado para invitar a marcharse a los forasteros no deseados. Y uno de sus inspiradores es un antiguo presidente del partido, Heribert Barrera, que decía que “los negros tienen menor coeficiente intelectual que los blancos”. [Datos tomados de https://www.elmundo.es/cataluna/2017/09/17/59bd6033e5fdea562a8b4643.html ]

[13] Internationalisme, (publicación de la Izquierda Comunista de Francia) «Informe sobre la situación internacional», 1945

[15] El alojamiento de la policía nacional en el puerto de Barcelona en un barco pintado con dibujos gigantes del Correcaminos y Piolín recuerda la película de Blake Edwards: «Operación Pacífico», donde un submarino americano pintado de rosa y que lanza ropa interior femenina como torpedos deja perplejos a los acorazados japoneses; esta anécdota muestra el grado de improvisación de la respuesta del PP a medida que comprendía que el desafío catalán se le iba de las manos

 

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