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El papel indispensable del partido

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Una cosa es cierta: el odio y de precio de la burguesía por la revolución proletaria que empezó en Rusia en 1917, sus esfuerzos por deformar y desvirtuar su memoria, se centran sobre todo en la organización política que encarnó el espíritu de aquel enorme movimiento insurreccional: el partido bolchevique. Esto no debería sorprendernos. Desde los días de la Liga de los comunistas y de la Iª Internacional, la burguesía siempre ha estado dispuesta a «perdonar» a la mayoría de los pobres obreros engañados por las conspiraciones y las maquinaciones de las minorías revolucionarias, a las que al contrario, ha estigmatizado invariablemente como la mismísima encarnación del diablo. Y para el capital, nadie ha sido tan diabólico como los bolcheviques, que, después de todo, se las apañaron para «seducir» a los obreros más y mejor que cualquier otro partido revolucionario en la historia.

Un elemento importante en esta inquisición antibolchevique, es la idea de que el bolchevismo, a pesar de todo su discurso sobre el marxismo y la revolución mundial, era sobre todo una expresión del atraso de Rusia. Esto no es nuevo: de hecho era una de las tonadillas favoritas del «renegado Kautsky» en el momento de la insurrección de Octubre. Pero después ha adquirido una considerable respetabilidad académica. Uno de los estudios mejor documentados sobre los líderes de la revolución rusa, el libro de Bertram Wolfe, Three who made a revolution (Tres que hicieron una Revolución), escrito en la década de 1950, desarrolla esta idea aplicándosela a Lenin. Según esta visión, la posición de Lenin sobre la organización política proletaria como un cuerpo «reducido» compuesto de revolucionarios convencidos, pertenece más a las concepciones conspirativas y secretas de los narodnikis y de Bakunin, que a Marx. Esos historiadores, a menudo contrastan esta visión con las concepciones más «sofisticadas», «europeas» y «democráticas» de los mencheviques. Y por supuesto, ya que la forma de la organización revolucionaria está conectada con la forma de la revolución propiamente dicha, la organización democrática menchevique podría habernos legado una Rusia democrática, mientras que la organización dictatorial bolchevique nos legó una Rusia dictatorial.

No sólo los voceros oficiales de la burguesía venden esas ideas. También lo hacen, aunque con un envoltorio diferente, los anarquistas de toda calaña, que se especializan en la postura de «ya os lo habíamos dicho» sobre la revolución rusa.

«Ya sabíamos que el bolchevismo era peligroso y que terminaría en lágrimas -¿Adónde, si no, podía conducir todo ese discurso sobre el partido, el Estado del período de transición y la dictadura del proletariado?»

No contestaremos aquí a todas las calumnias contra el bolchevismo, nos limitaremos a dos episodios esenciales de la Revolución rusa que ponen de relieve el papel de la vanguardia en la lucha revolucionaria de la clase obrera: las Tesis de Abril defendidas por Lenin cuando regresó a Rusia en 1917, y las Jornadas de Julio.

Las Tesis de Abril, faro de la revolución proletaria

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Las Tesis de Abril, breve y agudo documento, es un punto de partida para refutar todas las mentiras sobre el partido bolchevique, y para reafirmar algo esencial sobre este partido: que no fue el producto de la barbarie rusa, del anarcoterrorismo distorsionado, o del ansia inagotable de poder de sus dirigentes. El bolchevismo fue un producto, en primer lugar, del proletariado mundial. Inseparablemente ligado a toda la tradición marxista, no fue en absoluto la simiente de una nueva forma de explotación y opresión, sino la vanguardia de un movimiento para acabar con toda explotación.

De febrero a abril

Hacia finales de febrero de 1917, los obreros de Petrogrado lanzaron huelgas masivas contra las intolerables condiciones de vida impuestas por la guerra imperialista. Las consignas del movimiento se politizaron rápidamente. Los obreros reclamaban el final de la guerra y el derrocamiento de la autocracia. A los pocos días la huelga se había extendido a otras ciudades, y los obreros tomaron las armas y confraternizaron con los soldados; la huelga de masas tomó el carácter de un alzamiento.

Repitiendo la experiencia de 1905, los obreros centralizaron la lucha por medio de Soviets de diputados obreros, elegidos por las asambleas de fábrica y revocables en todo momento. A diferencia de 1905, los soldados y campesinos empezaron a seguir este ejemplo a gran escala. La clase dirigente, reconociendo que los días de la autocracia estaban contados, se deshizo del zar y llamó a los partidos del liberalismo y de «izquierda», en particular a los elementos anteriormente proletarios que recientemente se habían pasado al campo burgués al apoyar la guerra, a formar un Gobierno provisional, con la intención de conducir a Rusia hacia un sistema de democracia parlamentaria. En realidad, se suscitó una situación de doble poder, puesto que los obreros y los soldados, sólo confiaban realmente en los Soviets y el Gobierno provisional no estaba todavía en una posición suficientemente fuerte como para ignorarlos, y todavía menos para disolverlos. Pero esta profunda división de clases estaba parcialmente obscurecida por la niebla de la euforia democrática que cayó sobre el país tras la revuelta de febrero. Con el zar fuera de juego y la población disfrutando de una inaudita libertad, todos parecían estar a favor de la «revolución», incluyendo los aliados democráticos de Rusia, que esperaban que esto permitiría a Rusia participar más efectivamente en el esfuerzo de la guerra.

Así, el Gobierno Provisional se presentaba a sí mismo como el guardián de la revolución; los soviets estaban dominados políticamente por los mencheviques y los socialrevolucionarios, que hacían todo lo que podían para reducirlos a un cero a la izquierda del régimen burgués recién instalado. En resumen, todo el ímpetu de la huelga de masas y del alzamiento –que en realidad era una manifestación de un movimiento revolucionario más universal, que estaba fermentándose en los principales países capitalistas como resultado de la guerra– estaba siendo desviado hacia fines capitalistas.

¿Dónde estaban los bolcheviques en esta situación tan llena de riesgos y promesas? Estaban en una confusión casi completa:

«Para el bolchevismo, los primeros meses de la revolución habían sido un período de desconcierto y vacilación. En el «Manifiesto del Comité central bolchevique», elaborado tras la victoria de la insurrección, leemos que «los obreros de los talleres y las fábricas, y asimismo las tropas amotinadas, deben elegir inmediatamente a sus representantes para el Gobierno provisional revolucionario»... Se comportaron, no como representantes de un partido proletario que prepara una lucha independiente por el poder, sino como el ala izquierda de una democracia que, habiendo anunciado sus principios, pretendía jugar por un tiempo indefinido el papel de leal oposición» ([1]).

Cuando Stalin y Kamenev tomaron el timón del partido en marzo, lo llevaron aún más a la derecha. Stalin desarrolló una teoría sobre las funciones complementarias del Gobierno provisional y los soviets. Peor aún, el órgano oficial del partido, Pravda, adoptó abiertamente una posición «defensista» sobre la guerra:

«Nuestra consigna no es el sinsentido de «¡abajo con la guerra!». Nuestra consigna es presionar al Gobierno Provisional con el fin de impulsarle... a intentar inducir a todos los países beligerantes a abrir negociaciones inmediatas... y hasta entonces cada hombre debe permanecer en su puesto de combate» ([2]).

Trotski cuenta que muchos elementos en el partido se sintieron profundamente intranquilos, e incluso furibundos con esta deriva oportunista del partido, pero no estaban armados programáticamente para responder a la posición de la dirección, puesto que parecía estar basada en una perspectiva que había sido desarrollada por el propio Lenin, y que había sido la posición oficial del partido durante una década: la perspectiva de la «dictadura democrática de los obreros y campesinos». La esencia de esta teoría había sido que, aunque económicamente hablando, la naturaleza de la revolución que se desarrollaba en Rusia era burguesa, la burguesía rusa era demasiado débil para llevar a cabo su propia revolución, y por eso la modernización capitalista de Rusia debería asumirla el proletariado y las fracciones más pobres del campesinado. Esta posición estaba a medio camino entre la de los mencheviques –que decían ser marxistas «ortodoxos» y argumentaban que la tarea del proletariado era dar apoyo crítico a la burguesía contra el absolutismo, hasta que Rusia estuviera lista para el socialismo- y la de Trotski, cuya teoría de la «revolución permanente», que desarrolló tras los acontecimientos de 1905, insistía en que la clase obrera se vería impulsada al poder en la próxima revolución, forzada a empujar más allá de la etapa burguesa de la revolución, hacia la etapa socialista, pero sólo podría hacerlo si la revolución rusa coincidía con, o emanaba de, una revolución socialista en los países industrializados.

En realidad, la teoría de Lenin había sido como mucho un producto de un período ambiguo, en el que cada vez era más obvio que la burguesía no era una fuerza revolucionaria, pero en el que todavía no estaba claro que había llegado el período de la revolución socialista internacional. Pese a todo, la superioridad de la tesis de Trotski se basaba precisamente en el hecho de que partía de un marco internacional, más que del terreno puramente ruso; y el propio Lenin, a pesar de sus múltiples discrepancias con Trotski en esa época, se había inclinado después de 1905 en varias ocasiones hacia la noción de la revolución permanente.

En la práctica, la idea de «la dictadura democrática de los obreros y campesinos» se mostró insustancial; los «leninistas ortodoxos» que repetían esta fórmula en 1917, la usaban como una cobertura para deslizarse hacia el menchevismo puro y duro. Kamenev argumentó, forzando la barra, que puesto que la fase burguesa de la revolución todavía no se había completado, era necesario dar un apoyo crítico al Gobierno provisional; esto a duras penas cuadraba con la posición original de Lenin, que insistía en que la burguesía se comprometería inevitablemente con la autocracia. Incluso había serias presiones hacia la reunificación de los mencheviques y los bolcheviques.

Así, el Partido bolchevique, desarmado programáticamente, se encaminaba hacia el compromiso y la traición. El futuro de la revolución colgaba de un hilo cuando Lenin volvió del exilio.

En su Historia de la Revolución rusa, Trotski nos da una descripción gráfica de la llegada de Lenin a la estación de Finlandia el 3 de abril de 1917. El soviet de Petrogrado, que todavía estaba dominado por los mencheviques y los socialrevolucionarios, organizó una gran fiesta de bienvenida y agasajó a Lenin con flores. En nombre del Soviet, Chkeidze saludó a Lenin con estas palabras:

«Camarada Lenin... te damos la bienvenida a Rusia... consideramos que la tarea principal de la democracia revolucionaria en este momento es defender nuestra revolución contra todo tipo de ataque, tanto del interior como del exterior... Esperamos que te unas a nosotros en la lucha por este objetivo» ([3]).

La respuesta de Lenin no se dirigió a los líderes del Comité de bienvenida, sino a los cientos de obreros y soldados que se apiñaban en la estación:

«Queridos camaradas, soldados, marineros y obreros. Me siento feliz de saludar en vosotros a la victoriosa Revolución rusa, de saludaros como la vanguardia del ejército proletario internacional... No está lejos la hora en que, al llamamiento de nuestro camarada Karl Liebnechkt, el pueblo volverá las armas contra sus explotadores capitalistas... La revolución rusa que habéis hecho, ha abierto una nueva época. ¡Larga vida a la revolución socialista mundial!» ([4]).

Desde el mismo momento en que llegó, Lenin aguó el carnaval democrático. Esa noche, Lenin elaboró su posición en un discurso de dos horas, que más tarde dejaría casi sin sentido a todos los buenos demócratas y sentimentales socialistas, que no querían que la revolución fuera más lejos de lo que había ido en Febrero, que habían aplaudido las huelgas de masas obreras cuando derrocaron al zar y permitieron que el Gobierno provisional asumiera el poder, pero que temían una polarización de clases que fuera más allá. Al día siguiente, en una reunión conjunta de bolcheviques y mencheviques, Lenin expuso lo que iba a conocerse como sus Tesis de Abril, que son lo bastante cortas como para reproducirlas completas aquí:

“1. En nuestra actitud ante la guerra, que por parte de Rusia sigue siendo indiscutiblemente una guerra imperialista, de rapiña, también bajo el nuevo gobierno de Lvov y Cia., en virtud del carácter capitalista de este gobierno, es intolerable la más pequeña concesión al «defensismo revolucionario».

“El proletariado consciente sólo puede dar su asentimiento a una guerra revolucionaria, que justifique verdaderamente el defensismo revolucionario, bajo las siguientes condiciones: a) paso del poder a manos del proletariado y de los sectores más pobres del campesinado a él adheridos; b) renuncia de hecho, y no de palabra, a todas las anexiones; c) ruptura completa de hecho con todos los intereses del capital.

“Dada la indudable buena fe de grandes sectores de defensistas revolucionarios de filas, que admiten la guerra sólo como una necesidad y no para fines de conquista, y dado su engaño por la burguesía, es preciso aclararles su error de un modo singularmente minucioso, paciente y perseverante, explicarles la ligazón indisoluble del capital con la guerra imperialista y demostrarles que sin derrocar el capital es imposible poner fin a la guerra con una paz verdaderamente democrática y no con una paz impuesta por la violencia.

“Organizar la propaganda más amplia de este punto de vista en el ejército de operaciones.

“Confraternización en el frente.

“2. La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado.

“Este tránsito se caracteriza, de una parte, por el máximo de legalidad (Rusia es hoy el más libre de todos los países beligerantes); de otra parte, por la ausencia de violencia contra las masas y, finalmente, por la confianza insconciente de éstas en el gobierno de los capitalistas, los peores enemigos de la paz y el socialismo.

“Esta peculiaridad exige de nosotros habilidad para adaptarnos a las condiciones especiales de la labor del partido entre masas inusitadamente amplias del proletariado, que acaban de despertar a la vida política.

“3. Ningún apoyo al Gobierno provisional; explicar la completa falsedad de todas sus promesas, sobre todo de la renuncia a las anexiones. Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria «exigencia» de que deje de ser imperialista.

“4. Reconocer que, en la mayor parte de los Soviets de diputados obreros, nuestro partido está en minoría y, por el momento, en una minoría reducida, frente al bloque de todos los elementos pequeñoburgueses y oportunistas –sometidos a la influencia de la burguesía y que llevan dicha influencia al seno del proletariado–, desde los socialistas populares y los socialistas revolucionarios hasta el Comité de organización (Chjeídze, Tsereteli, etc.), Steklov, etc., etc.

“Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas.

“Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores.

“5. No una república parlamentaria –volver a ella desde los Soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás–, sino una república de los Soviets de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo arriba.

“Supresión de la policía, del ejército y de la burocracia.

“La remuneración de los funcionarios, todos ellos elegibles y revocables en cualquier momento, no deberá exceder del salario medio de un obrero cualificado.

“6. En el programa agrario, trasladar el centro de gravedad a los Soviets de diputados braceros.

“Consfiscación de todas las tierras de los latifundistas.

“Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los Soviets locales de diputados de braceros y campesinos. Creación de Soviets especiales de diputados campesinos pobres. Hacer de cada gran finca (con una extensión de unas 100 a 300 deciatinas, según las condiciones locales y de otro género y a juicio de las instituciones locales) una hacienda modelo bajo el control de diputados braceros y a cuenta de la administración local.

“7. Fusión inmediata de todos los bancos del país en un Banco Nacional único, sometido al control de los Soviets de diputados obreros.

“8. No «implantación» del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Soviets de diputados obreros.

“9. Tareas del partido:

“a) celebración inmediata de un congreso del partido;

“b) modificación del programa del partido, principalmente:

“1) sobre el imperialismo y la guerra imperialista,

“2) sobre la posición ante el Estado y nuestra reivindicación de un «Estado-Comuna»

“3) reforma del programa mínimo, ya anticuado;

“c) cambio de denominación del partido.

“10. Renovación de la Internacional.

“Iniciativa de constituir una Interna­cional revolucionaria, una Internacional contra los socialchovinistas y contra el «centro»” (Lenin, Obras escogidas).

La lucha por el rearme del partido

Zalezhski, un miembro del Comité Central del partido bolchevique en esa época, resumía la reacción a las Tesis de Lenin dentro del partido y en el movimiento en general: «Las Tesis de Lenin produjeron el efecto del estallido de una bomba» ([5]). La reacción inicial fue de incredulidad, y una lluvia de anatemas cayó sobre Lenin: que si había estado demasiado tiempo en el exilio, que si había perdido el contacto con la realidad rusa; sus perspectivas sobre la naturaleza de la revolución habrían caido en el trotskismo; por lo que respecta a su idea de la toma del poder por los soviets, habría vuelto al blanquismo, al aventurerismo, al anarquismo. Un antiguo miembro del Comité central bolchevique, fuera del partido en ese momento, planteó así el problema: «Durante muchos años, el puesto de Bakunin en la Revolución rusa estaba vacante, ahora ha sido ocupado por Lenin» ([6]). Para Kamenev, la posición de Lenin impediría que los bolcheviques actuaran como un partido de masas, reduciendo su papel al de «un grupo de comunistas propagandistas».

Esta no era la primera vez que los «viejos bolcheviques» se agarraban a fórmulas anticuadas en nombre del leninismo. En 1905, la reacción inicial bolchevique a la aparición de los soviets se basó en una interpretación mecánica de las críticas de Lenin al espontaneismo en ¿Qué hacer?; la dirección llamó al Soviet de Petrogrado a subordinarse al partido o a disolverse. El propio Lenin rechazó rotundamente esta actitud, siendo uno de los primeros en comprender la significación revolucionaria de los soviets como órganos del poder político del proletariado, e insistió en que la cuestión no era «soviet o partido», sino ambos, puesto que sus funciones eran complementarias.

Ahora, una vez más, Lenin tenía que dar a esos «leninistas» una lección sobre el método marxista, para demostrar que el marxismo es todo lo contrario de un dogma muerto; es una teoría científica viva, que tiene que verificarse constantemente en el laboratorio de los movimientos sociales. Las Tesis de Abril fueron el ejemplo de la capacidad del marxismo para descartar, adaptar, modificar o enriquecer las posiciones previas a la luz de la experiencia de la lucha de clases:

“Por ahora es necesario asimilar la verdad indiscutible de que un marxista debe tener en cuenta la vida real, los hechos exactos de la realidad, y no seguir aferrándose a la teoría de ayer, que, como toda teoría, en el mejor de los casos, sólo traza lo fundamental, lo general, sólo abarca de un modo aproximado la complejidad de la vida. «La teoría, amigo mío es gris; pero el árbol de la vida es eternamente verde”» ([7]).

Y en la misma carta, Lenin reprende a «aquellos «viejos bolcheviques», que ya más de una vez desempeñaron un triste papel en la historia de nuestro Partido, repitiendo una fórmula tontamente aprendida, en vez de dedicarse al estudio de las peculiaridades de la nueva y viva realidad».

Para Lenin, la «dictadura democrática» ya se había realizado en los Soviets de diputados obreros y campesinos, y como tal ya se había convertido en una fórmula anticuada. La tarea esencial para los bolcheviques ahora era empujar adelante la dinámica proletaria en este amplio movimiento social, que estaba orientada hacia la formación de una Comuna-Estado en Rusia, que sería el primer poste indicador de la revolución socialista mundial. Se podría hacer una controversia sobre el esfuerzo de Lenin por salvar el honor de la vieja fórmula, pero el elemento esencial en su posición es que fue capaz de ver el futuro del movimiento y, así, la necesidad de romper el molde de las teorías desfasadas.

El método marxista no sólo es dialéctico y dinámico, también es global, es decir, que plantea cada cuestión particular en el marco histórico e internacional. Y esto es lo que permitió a Lenin, por encima de todo, comprender la verdadera dirección de los acontecimientos. De 1914 en adelante, los bolcheviques, con Lenin al frente, habían defendido la posición internacionalista más consistente contra la guerra imperialista, viendo que era la prueba de la decadencia del mundo capitalista, y así, de la apertura de una época de revolución proletaria mundial. Esta era la base de granito de la consigna de «transformar la guerra imperialista en guerra civil», que Lenin había defendido contra todas las variedades de chovinismo y pacifismo. Fuertemente asido a este análisis, Lenin no se dejó llevar ni por un momento por la idea de que el acceso al poder del Gobierno Provisional cambiara la naturaleza de la guerra imperialista, y no ahorró dardos para con los bolcheviques que habían caído en este error:

«Pravda pide al Gobierno que renuncie a las anexiones. Pedir al Gobierno de capitalistas que renuncie a las anexiones es un sinsentido, una flagrante burla» (8).

La reafirmación intransigente de la posición internacionalista era en primer lugar una necesidad para detener la pendiente oportunista del partido, pero también era el punto de partida para liquidar teóricamente la fórmula de la «dictadura democrática», y todas las apologías de los mencheviques para apoyar a la burguesía. Al argumento de que la atrasada Rusia no estaba aún madura para el socialismo, Lenin respondía como un verdadero internacionalista, reconociendo en la tesis 8 que «no es nuestra tarea inmediata introducir el socialismo». Rusia por sí misma no estaba madura para el socialismo, pero la guerra imperialista había demostrado que el capitalismo mundial, globalmente estaba más que maduro. De ahí el saludo de Lenin a los obreros en la estación de Finlandia; los obreros rusos, al tomar el poder, estarían actuando como la vanguardia del ejército proletario internacional. De ahí también el llamamiento a una nueva Internacional al final de las Tesis. Y para Lenin, como para todos los auténticos internacionalistas del momento, la revolución mundial no era un deseo piadoso, sino una perspectiva concreta surgida de la revuelta proletaria internacional contra la guerra -huelgas en Gran Bretaña y Alemania, manifestaciones políticas, mítines y confraternización en las fuerzas armadas de varios países, y por supuesto la marea revolucionaria creciente en la propia Rusia. Esa perspectiva, que en ese momento era embrionaria, iba a confirmarse tras la insurrección de Octubre por la extensión de la oleada revolucionaria a Italia, Hungría, Austria, y sobre todo Alemania.

El «anarquismo» de Lenin

Los defensores de la «ortodoxia» marxis­ta acusaron a Lenin de blanquismo y bakuninismo por la cuestión de la toma del poder y de la naturaleza del Estado posrevolucionario. Blanquismo, porque supuestamente estaba a favor de un golpe de Estado a cargo de una minoría –sea por los bolcheviques solos, o incluso por el conjunto de la clase obrera industrial sin contar con la mayoría campesina. Bakuninismo, porque el rechazo de las Tesis de la república parlamentaria era una concesión a los prejuicios antipolíticos de los anarquistas y sindicalistas.

En sus Cartas sobre la táctica, Lenin defendió sus Tesis de la primera acusación de esta manera:

«En mis tesis, me aseguré completamente de todo salto por encima del movimiento campesino o, en general, pequeñoburgués, aún latente, de todo juego a la «conquista del poder» por parte de un Gobierno obrero, de cualquier aventura blanquista, puesto que me refería directamente a la experiencia de la Comuna de París. Como se sabe, y como lo indicaron detalladamente Marx en 1871 y Engels en 1891, esta experiencia excluía totalmente el blanquismo, asegurando completamente el dominio directo, inmediato e incondicional de la mayoría y la actividad de las masas, sólo en la medida de la actuación consciente de la mayoría misma.

«En las tesis reduje la cuestión, con plena claridad, a la lucha por la influencia dentro de los Soviets de diputados obreros, braceros, campesinos y soldados. Para no dejar ni asomo de duda a este respecto, subrayé dos veces, en las tesis, la necesidad de un trabajo de paciente e insistente «explicación», que se adapte a las necesidades prácticas de las masas.»

Por lo que concierne a una vuelta atrás a una posición anarquista sobre el Estado, Lenin señaló en abril, como haría con mayor profundidad en El Estado y la Revolución, que los marxistas «ortodoxos», representados en figuras como Kautsky y Plejanov, habían enterrado las enseñanzas de Marx y Engels sobre el Estado bajo un montón de estiercol de parlamentarismo. La Comuna de París había mostrado que la tarea del proletariado en la revolución no era conquistar el viejo Estado, sino destruirlo de arriba abajo; que el nuevo instrumento del gobierno proletario, la Comuna-Estado, no estaría basado en el principio de la representación parlamentaria, la cual, al fin y al cabo, sólo era una fachada para ocultar la dictadura de la burguesia, sino en la delegación directa y la revocabilidad desde abajo de las masas armadas y autorganizadas. Al formar los soviets, la experiencia de 1905 y la de la revolución que emergía en 1917, no solo confirmaba esta perspectiva, sino que la llevaba más lejos. Mientras que en la Comuna, que se concebía como «popular», todas las clases oprimidas de la sociedad estaban igualmente representadas, los soviets eran una forma superior de organización, porque hacían posible que el proletariado se organizara autónomamente dentro del movimiento de las masas en general. Globalmente los soviets constituían un nuevo estado, cualitativamente diferente del viejo Estado burgués, pero un Estado al fin y al cabo –y en este punto Lenin se distinguia cuidadosamente de los anaquistas:

“... el anarquismo es la negación de la necesidad del Estado y del poder estatal en la época de transición del dominio de la burguesía al dominio del proletariado. Mientras que yo defiendo, con una claridad que excluye toda posibilidad de confusión, la necesidad del Estado en esta época, pero –de acuerdo con Marx y con la experiencia de la Comuna de París–, no de un Estado parlamentario burgués de tipo corriente, sino de un Estado sin un ejército permanente, sin una policía opuesta al pueblo, sin una burocracia situada por encima del pueblo.

“Si el Sr. Plejanov, en su Edinstvo, grita a voz en grito sobre anarquismo, con ello sólo demuestra, una vez más, que ha roto con el marxismo» ([8]).

El papel del partido en la revolución

La acusación de que Lenin estaba planeando un golpe blanquista, es inseparable de la idea de que buscaba el poder solo para su partido. Esto iba a ser un tema central de toda la propaganda burguesa subsiguiente sobre la revolución de Octubre: que no habría sido mas que un golpe de Estado llevado a cabo por los bolcheviques. No podemos entrar aquí a tratar todas las variedades y matices de esa tesis. Trotski aporta una de las mejores respuestas a esto en su Historia de la Revolución Rusa, cuando muestra que no fue el partido, sino los soviets, los que tomaron el poder en Octubre. Pero una de las grandes líneas de esta argumentación es la que plantea que la visión de Lenin sobre el partido como una organización compacta y fuertemente centralizada, llevaba inexorablemente al golpe de mano de 1917, y por extensión, al terror rojo y finalmente al estalinismo.

Toda esta historia retrotrae a la escisión original entre bolcheviques y mencheviques, y este no es el lugar para analizar en detalle esta cuestión clave. Baste decir que ya desde entonces, la concepción de Lenin sobre la organizacón revolucionaria se tachó de jacobina, elitista, militarista, e incluso terrorista. Se ha citado a autoridades marxistas tan respetadas como Luxemburg y Trotski para apoyar esta visión. Por nuestra parte, no negamos que la visión de Lenin sobre la cuestión de la organización, tanto en ese período como después, contiene errores (por ejemplo su adopción en 1902 de la tesis de Kaustky de que la conciencia viene «de fuera» de la clase obrera, aunque después Lenin repudiara esta posición; también ciertas de sus posiciones sobre el régimen interno del partido, y sobre la relación entre el partido y el Estado, etc.). Pero a diferencia de los mencheviques de esa época, y de sus numerosos sucesores anarquistas, socialdemócratas y consejistas, no tomamos esos errores como punto de partida, de la misma forma que no abordamos un análisis de la Comuna de París o de la revolución de Octubre partiendo de los errores que cometieron –incluso si fueron fatales. El verdadero punto de partida es que la lucha de Lenin a lo largo de toda su vida por construir una organización revolucionaria es una adquisición histórica del movimiento obrero, y ha dejado para los revolucionarios de hoy las bases indispensables para comprender, tanto cómo funciona internamente una organización revolucionaria, como cuál debe ser su papel en la clase.

Respecto a este último punto, y contrariamente a muchos análisis superficiales, la concepción de una organización «de minorías», que Lenin contraponía a la visión de una organización «de masas» de los mencheviques, no era simplemente el reflejo de las condiciones impuestas por la represión zarista. De la misma forma que las huelgas de masas y los alzamientos revolucionarios de 1905 no eran los últimos ecos de las revoluciones del siglo xix, sino que planteaban el futuro inmediato de la lucha de clases internacional en el amanecer de la época de la decadencia del capitalismo, así la concepción bolchevique de un partido «de minorías», de revolucionarios entregados, con un programa absolutamente claro y que funcionara centralizadamente, era un anticipo de la función y la estructura del partido que imponían las condiciones de la decadencia capitalista, la época de la revolución proletaria. Puede que, como reivindican muchos antibolcheviques, los mencheviques miraran hacia Occidente para establecer su modelo de organización, pero también miraban atrás, copiando el viejo modelo de la socialdemocracia, de partidos de masas que engloban a la clase, organizan a la clase y representan a la clase, particularmente a través del proceso electoral. Y frente a todos los que plantean que eran los bolcheviques los que estaban anclados en las condiciones arcaicas de Rusia, copiando el modelo de las sociedades conspirativas, hay que decir que en realidad los bolcheviques eran los únicos que miraban adelante, a un período de masivas turbulencias revolucionarias que ningún partido podía organizar, planificar ni encapsular, pero que al mismo tiempo hacían más vital que nunca la necesidad del partido.

«En efecto, dejemos de lado la teoría pedante de una huelga demostrativa montada artificialmente por el partido y los sindicatos y ejecutada por una minoría organizada y consideremos el cuadro vivo de un verdadero movimiento popular surgido de la exasperación de los conflictos de clase y de la situación política que explota con la violencia de una fuerza elemental... La tarea de la socialdemocracia consistirá entonces, no en la preparación o la dirección técnica de la huelga, sino en la dirección política del conjunto del movimiento» ([9]).

Esto es lo que escribió Rosa Luxemburg en su análisis magistral de la huelga de masas y las nuevas condiciones de la lucha de clases internacional. Así, Luxemburg, que había sido una de las críticas más furibundas de Lenin cuando la escisión de 1903, convergía con los elementos fundamentales de la concepción bolchevique del partido revolucionario.

Estos elementos se plantean con meridiana claridad en las Tesis de Abril, que como ya hemos visto, rechazan cualquier visión que intente imponer la revolución «desde arriba»:

«Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores».

Este trabajo de «explicación sistemática, paciente y persistente» es precisamente lo que quiere decir la dirección política en un período revolucionario. No podía plantearse pasar a la fase de la insurrección hasta que las posiciones de los bolcheviques triunfaran en los soviets, y a decir verdad, antes de que esto pudiera plantearse, tenían que triunfar las posiciones de Lenin en el propio partido bolchevique, y esto requirió una áspera lucha sin compromisos desde el mismo momento en que Lenin llegó a Rusia.

«No somos charlatanes. Sólo hemos de basarnos en la conciencia de las masas» ([10]). En la fase inicial de la revolución, la clase obrera había entregado el poder a la burguesía, lo cual no debería sorprender a ningún marxista «puesto que siempre hemos sabido e indicado reiteradamente que la burguesía se mantiene no sólo por medio de la violencia, sino también gracias a la falta de conciencia, la rutina, la ignorancia y la falta de organización de las masas» ([11]). Por eso, la tarea principal de los bolcheviques era hacer avanzar la conciencia de clase y la organización de las masas.

Esta función no complacía a los «viejos bolcheviques», que tenían planes más «prácticos». Querían tomar parte en la revolución burguesa que se estaba produciendo, y que el partido bolchevique tuviera una influencia masiva en el movimiento tal cual era. En palabras de Kamenev, estaban horrorizados de pensar que el partido pudiera quedarse al margen, con sus posiciones «puristas», reducido a la función de «un grupo de propagandistas comunistas». Lenin no tuvo ninguna dificultad para combatir esta trampa: ¿acaso los chovinistas no habían arrojado los mismos argumentos contra los internacionalistas al principio de la guerra mundial, diciendo que ellos permanecían vinculados a la conciencia de las masas mientras que los bolcheviques y los espartaquistas se habían convertido en sectas marginales? Para un camarada bolchevique debe haber sido particularmente irritante oir los mismos argumentos; pero esto no embotó la agudeza de la respuesta de Lenin:

«El camarada Kamenev contrapone «el partido de las masas» a “un grupo de propagandistas”. Pero las “masas” se han dejado llevar precisamente ahora por la embriaguez del defensismo “revolucionario”. ¿No será más decoroso también para los internacionalistas saber oponerse en un momento como éste a la embriaguez “masiva” que “querer seguir” con las masas, es decir, contagiarse de la epidemia general? ¿Es que no hemos visto en todos los países beligerantes europeos cómo se justificaban los chovinistas con el deseo de “seguir con las masas”? ¿No es obligatorio, acaso, saber estar en minoría durante cierto tiempo frente a la embriguez “masiva”? ¿No es precisamente el trabajo de los propagandistas en el momento actual el punto central para liberar la línea proletaria de la embriaguez defensista y pequeñoburguesa “masiva”? Cabalmente la unión de las masas, proletarias y no proletarias, sin importar las diferencias de clase en el seno de las masas, ha sido una de las premisas de la epidemia defensista. No creemos que esté bien hablar con desprecio de “un grupo de propagandistas” de la línea proletaria» ([12]).

Esta postura, esta voluntad de ir contra la corriente y quedar en minoría defendiendo tajante y claramente los principios de clase, no tiene nada que ver con el purismo o el sectarismo. Al contrario, se basa en la comprensión del movimiento real de la clase, y a partir de ahí, en la capacidad para prestar una voz y una dirección a los elementos más radicales del proletariado.

Trotski muestra cómo Lenin se apoyó en esos elementos para ganar al partido a sus posiciones y para defender «la línea proletaria en el conjunto de la clase»:

“Lenin halló un punto de apoyo contra los viejos bolcheviques en otro sector del partido, ya templado, pero más fresco y más ligado con las masas. Como sabemos, en la revolución de Febrero los obreros bolcheviques desempeñaron un papel decisivo. Estos consideraban natural que tomase el poder la clase que había arrancado el triunfo.

«Estos mismos obreros protestaban vehementemente contra el rumbo Kamenev-Stalin, y el distrito de Viborg amenazó incluso con la expulsión de los “jefes” del partido. El mismo fenómeno podía observarse en provincias. Casi en todas partes había bolcheviques de izquierda acusados de maximalismo e incluso de anarquismo. Lo que les faltaba a los obreros revolucionarios para defender sus posiciones eran recursos teóricos, pero estaban dispuestos a acudir al primer llamamiento claro que se les hiciese.

«Hacia este sector de obreros, formado durante el auge del movimiento, en los años 1912 a 1914, se orientó Lenin» ([13]).

Esto también fue una expresión de la comprensión de Lenin del método marxista, que sabe ver más allá de las apariencias para discernir la verdadera dinámica del movimiento social. Y como ejemplo contrario, en cambio, cuando a comienzos de la década de 1920 Lenin se inclinó hacia el argumento de «permanecer con las masas» para justificar el Frente Unido y la fusión organizativa con los partidos centristas, fue un signo de que el partido estaba perdiendo sus amarras con el método marxista, y se deslizaba hacia el oportunismo. Pero al mismo tiempo esto fue la consecuencia del aislamiento de la revolución y de la fusión de los bolcheviques con el Estado de los soviets. En el momento cumbre de la marea revolucionaria en Rusia, el Lenin de las Tesis de Abril no fue un profeta aislado, ni un demiurgo que se elevaba por encima de las masas vulgares, sino la voz más clara de la tendencia más revolucionaria en el proletariado; una voz que indicó con precisión el camino que llevaba a la insurrección de Octubre.

 

[1]) Trotski, Historia de la Revolución rusa.

 

[2]) Idem.

 

[3]) Idem.

 

[4]) Idem.

 

[5]) Idem.

 

[6]) Idem.

 

[7]) Lenin, Carta sobre la tactica. La cita es de Mefistofeles en el Faust de Goethe.

 

[8]) Idem.

 

[9]) Huelga de masas, partido y sindicatos, Rosa Luxemburg.

 

[10]) «Segundo discurso de Lenin cuando llego a Petrogrado», citado por Trotski, Historia de la Revolucion rusa.

 

[11]) Lenin, Carta sobre la tactica.

 

[12]) Idem.

 

[13]) Trotski, Historia de la Revolución rusa.

 

Las Jornadas de Julio - El partido hace fracasar una provocación de la burguesía

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Las Jornadas de Julio de 1917 son uno de los momentos más importantes, no sólo de la revolución rusa, sino de toda la historia del movimiento obrero. Esencialmente en tres días, del 3 al 5 de Julio, tuvo lugar una de las mayores confrontaciones entre burguesía y proletariado, que aunque se saldó con una derrota de la clase obrera, abrió la vía a la toma del poder cuatro meses después, en octubre de 1917. El 3 de julio, los obreros y los soldados de Petrogrado, se alzaron masiva y espontáneamente, reivindicando que todo el poder se transfiriera a los consejos obreros, a los soviets. El 4 de julio, una manifestación armada de medio millón de participantes reclamaba que el soviet se hiciera cargo de las cosas y tomara el poder, pero volvieron a casa pacíficamente por la tarde, siguiendo los llamamientos de los bolcheviques. El 5 de julio tropas contrarrevolucionarias se apoderaron de la capital de Rusia y empezaron la caza del bolchevique y la represión a los obreros más avanzados. Pero al evitar una lucha prematura por el poder, el proletariado mantuvo sus fuerzas revolucionarias intactas. El resultado es que la clase obrera fue capaz de sacar las lecciones de todos aquellos acontecimientos, y en particular de comprender el carácter contrarrevolucionario de la democracia burguesa y de la nueva ala izquierda del capital: los mencheviques y los socialrevolucionarios (eseristas), que habían traicionado la causa de los obreros y los campesinos pobres y se habían pasado a la contrarrevolución. En ningún otro momento de la revolución rusa como en estas 72 horas dramáticas fue tan grave el riesgo de una derrota decisiva del proletariado, y de que el Partido bolchevique viera diezmadas sus fuerzas. En ningún otro momento resultó ser tan crucial la confianza de los batallones dirigentes del proletariado en su partido de clase, en la vanguardia comunista. 80 años después, frente a las mentiras de la burguesía sobre la «muerte del comunismo», y particularmente sus denigraciones de la Revolución rusa y el bolchevismo, la defensa de las verdaderas lecciones de las Jornadas de julio, y globalmente de la revolución proletaria es una de las responsabilidades principales de los revolucionarios. Según la burguesía, la revolución rusa fue una lucha «popular» por una república parlamentaria burguesa, la «forma de gobierno más libre del mundo», hasta que los bolcheviques «inventaron» la consigna «demagógica» de «todo el poder a los soviets», e impusieron gracias a un «golpe» su «dictadura bárbara» sobre la gran mayoría de la población trabajadora. Sin embargo, un leve vistazo a los hechos de 1917 es suficiente para mostrar tan claro como la luz del día, que los bolcheviques estaban junto a la clase obrera, y que fue la democracia burguesa la que estaba en el bando de la barbarie, del golpismo, y de la dictadura de una ínfima minoría sobre los trabajadores.

Una provocación cínica de la burguesía
y una trampa contra los bolcheviques

Las Jornadas de Julio de 1917 fueron desde el principio una provocación de la burguesía con el propósito de decapitar al proletariado aplastando la revolución en Petrogrado, y eliminando al partido bolchevique antes de que, globalmente, el proceso revolucionario en toda Rusia estuviera maduro para la toma del poder por los obreros.

El alzamiento revolucionario de febrero 1917 que condujo a la sustitución del zar por un gobierno provisional «democrático burgués», y al establecimiento de los consejos obreros como centro proletario de poder rival, fue ante todo el producto de la lucha de los obreros contra la guerra imperialista mundial que comenzó en 1914. Pero el gobierno provisional, y los partidos mayoritarios en los soviets, los mencheviques y los eseristas, contra la voluntad del proletariado, se aprestaron a la continuación de la guerra, a la prosecución del programa imperialista de rapiña del capitalismo ruso. De esta forma, no sólo en Rusia, sino en todos los países de la Entente (la coalición contra Alemania), se le proporcionaba una nueva legitimidad pseudorevolucionaria a la guerra, al mayor crimen de la historia de la humanidad. Entre febrero y julio de 1917 fueron asesinados o heridos varios millones de soldados, incluyendo la flor y nata de la clase obrera internacional, para dilucidar la cuestión de cuál de los principales gángsteres imperialistas capitalistas dirigiría el mundo. Aunque inicialmente muchos obreros rusos creyeron las mentiras de los nuevos dirigentes, de que era preciso continuar la guerra «para conseguir de una vez por todas una paz justa y sin anexiones», mentiras que ahora salían de las bocas de «demócratas» y «socialistas» de pro, hacia junio de 1917, el proletariado había vuelto a la lucha contra la carnicería imperialista con energía redoblada. Durante la gigantesca manifestación del 18 de junio en Petrogrado, las consignas internacionalistas de los bolcheviques por primera vez eran mayoritarias. Hacia comienzos de julio, la mayor y más sangrienta ofensiva militar rusa desde el «triunfo de la democracia» terminaba en fiasco; el ejército alemán había roto las líneas rusas en el frente en varios puntos. Era el momento más crítico para el militarismo ruso desde el comienzo de la «Gran Guerra». Las noticias del fracaso de la ofensiva ya habían llegado a la capital, avivando las llamas revolucionarias, mientras que aún no habían alcanzado el resto del gigantesco país. De esta situación desesperada surgió la idea de provocar una revuelta prematura en Petrogrado, para, en esta ciudad, aplastar a los obreros y a los bolcheviques, y después culpar del fracaso de la ofensiva militar a la «puñalada trapera» asestada por el proletariado de la capital a los que se encontraban en el frente.

La situación objetiva no era en absoluto desfavorable para llevar a cabo este plan. Aunque los principales sectores obreros de Petrogrado fueran por delante de las orientaciones de los bolcheviques, los mencheviques y los eseristas todavía tenían una posición mayoritaria en los soviets, y guardaban una posición dominante en las provincias. En el conjunto de la clase obrera, incluso en Petrogrado, todavía había fuertes ilusiones sobre la capacidad de los mencheviques y los eseristas de servir la causa del proletariado. A pesar de la radicalización de los soldados, mayoritariamente campesinos en uniforme, un número considerable de regimientos importantes todavía eran leales al gobierno provisional. Las fuerzas de la contrarrevolución, después de una fase de desorganización y desorientación tras la «revolución de Febrero», estaban ahora en el punto culminante de su reconstitución. Y la burguesía tenía una carta marcada en la manga: documentos y testimonios falsificados que supuestamente probarían que Lenin y los bolcheviques eran agentes a sueldo del Kaiser alemán.

Este plan representaba sobre todo una trampa para el Partido bolchevique. Si el partido se ponía a la cabeza de una insurrección prematura en la capital, se desprestigiaría ante el proletariado ruso, apareciendo como representante de una política aventurera irresponsable, e incluso para los sectores atrasados, como apoyo al imperialismo alemán. Pero si se desentendía del movimiento de masas se aislaría peligrosamente de la clase, dejando a los obreros a su suerte. La burguesía esperaba que el partido picara, pero el partido decidió y su decisión forjaría su destino.

La pandilla de contrarrevolucionarios (centurias negras, antisemitas)
organizada por las «democracias» occidentales

¿Eran realmente las fuerzas antibolcheviques excelentes demócratas y defensores de la «libertad del pueblo» como pretendía la propaganda burguesa? Las dirigían los kadetes, el partido de la gran industria y de los grandes terratenientes; el comité de oficiales, que representaba alrededor de 100 000 mandos que preparaban un golpe militar; el pretendido soviet de las tropas contrarrevolucionarias cosacas; la policía secreta y el grupo antisemita de las «centurias negras»

«... tal es el medio del que surge el ambiente de pogromo, las tentativas de organizar pogromos, los disparos contra los manifestantes, etc.» ([1])

Pero la provocación de Julio fue un golpe contra la maduración de la revolución mundial asestado, no sólo por la burguesía rusa, sino por la burguesía mundial, representada por los aliados de guerra de Rusia. En este intento artero de ahogar en sangre la revolución inmadura que todavía está apenas surgiendo, podemos reconocer las formas de la vieja burguesía democrática: la burguesía francesa, que ha acumulado una larga y sangrienta tradición de provocaciones semejantes (1791, 1848, 1870), y la burguesía británica con su incomparable experiencia e inteligencia política. De hecho, en vista de las crecientes dificultades de la burguesía rusa para combatir eficazmente la revolución y mantener el esfuerzo de guerra, los aliados occidentales de Rusia habían sido la principal fuerza, no sólo en la financiación del frente ruso, sino también en lo que se refiere a aconsejar y fundar la contrarrevolución en aquel país. El Comité provisional de la Duma estatal (parlamento)

«... servía de tapadera legal a la labor contrarrevolucionaria, generosamente alimentada con recursos financieros por los bancos y las embajadas de la Entente» ([2]), como lo recuerda Trotski.

«En Petrogrado abundaban las organizaciones secretas y semisecretas de oficiales, que gozaban de la protección de las altas esferas y eran pródigamente sostenidas por las mismas. En la información secreta suministrada por el menchevique Liber, casi un mes antes de las jornadas de julio, se decía que los oficiales conspiradores estaban en relaciones directas con Sir Buchanan. ¿Acaso podían los diplomáticos de Inglaterra dejar de preocuparse del próximo advenimiento de un poder fuerte?» ([3]).

No fueron los bolcheviques, sino la burguesía la que se alió con los gobiernos extranjeros contra el proletariado ruso.

Las provocaciones políticas
de una burguesía sedienta de sangre

A comienzos de julio, tres incidentes amañados por la burguesía fueron suficientes para desencadenar una revuelta en la capital.

El partido kadete retira sus cuatro ministros del gobierno provisional

Puesto que los mencheviques y los eseristas habían justificado hasta entonces su rechazo de la consigna de «todo el poder a los soviets» por la necesidad de colaborar, fuera de los consejos obreros, con los kadetes como representantes de la «democracia burguesa», la retirada de éstos tenía la finalidad de provocar, entre los obreros y los soldados, una nueva exigencia de reivindicaciones favorables a que todo el poder recayera en los soviets.

«Suponer que los kadetes podían no prever las consecuencias que tendría el acto de sabotaje que realizaban contra los soviets, significaría no apreciar en su justo valor a Miliukov. El jefe del liberalismo aspiraba evidentemente a empujar a los conciliadores a una situación difícil, de la cual sólo se podría salir con ayuda de las bayonetas: por aquellos días, estaba firmemente convencido de que era posible salvar la situación mediante un golpe audaz de fuerza» ([4]).

La presión de la Entente sobre el Gobierno provisional

La Entente obliga al Gobierno provisional a confrontar la revolución por las armas o a ser abandonado por sus aliados.

«Entre bastidores, los hilos se concentraban en las manos de las embajadas y de los gobiernos de la Entente. En la Conferencia interaliada que se había inaugurado en Londres, los amigos de Occidente se “olvidaron” de invitar al embajador ruso (...) El escarnio de que era objeto el embajador del gobierno provisional y la significativa salida de los kadetes del ministerio – ambos acontecimientos tuvieron lugar el 2 de julio – perseguían el mismo fin: acorralar a los conciliadores» (5).

El Partido menchevique y los eseristas, que todavía estaban en proceso de adhesión a la burguesía, eran aún inexpertos en su función, y estaban llenos de dudas y vacilaciones pequeñoburguesas, y además aún encon­traban en sus filas pequeñas oposiciones internacionalistas y proletarias; no estaban iniciados en el complot contrarrevolucionario, pero maniobraban como podían para cumplir la función que les habían encomendado sus dueños y dirigentes burgueses.

La amenaza de trasladar al frente los regimientos de la capital

De hecho la explosión de la lucha de la clase en respuesta a estas provocaciones no la iniciaron los obreros, sino los soldados, y no incitaron a ella los bolcheviques, sino los anarquistas.

«En general, los soldados eran más impacientes que los obreros, porque vivían directamente bajo la amenaza de ser enviados al frente y porque les costaba mucho más trabajo asimilar las razones de estrategia política. Además tenían un fusil en la mano, y desde febrero el soldado se inclinaba a sobreestimar el poder específico de esta arma» ([5]).

Los soldados se aplicaron inmediatamente a ganar a los obreros para su acción. En la fábrica Putilov, la mayor concentración obrera de Rusia, hicieron su avance más decisivo:

«Unos 10 000 obreros se congregaron frente a las oficinas de la administración. Los ametralladoristas decían, entre gritos de aprobación de los obreros, que habían recibido orden de marchar al frente el 4 de julio, pero que ellos habían decidido «no al frente alemán, no contra el proletariado de Alemania, sino contra sus propios capitalistas». Los ánimos se excitaron. «¡Vamos, vamos!» gritaban los obreros» ([6]).

En unas horas, todo el proletariado de la ciudad se había alzado y armado, y se reagrupaba alrededor de la consigna «todo el poder a los soviets», la consigna de las masas.

Los bolcheviques evitan la trampa

La tarde del 3 de julio, llegaron delegados de los regimientos de ametralladoras para intentar ganar el apoyo de la conferencia de ciudad de los bolcheviques y quedaron pasmados al enterarse de que el partido se pronunciaba en contra de la acción. Los argumentos que daba el partido, que la burguesía quería provocar a Petrogrado para culparle del fracaso en el frente –que la situación no estaba madura para la insurrección armada y que el mejor momento para una acción contundente inmediata sería cuando todo el mundo se enterara del colapso en el frente–, muestran que los bolcheviques captaron inmediatamente el significado y el riesgo de los acontecimientos. De hecho, ya desde la manifestación del 18 de junio, los bolcheviques habían estado advirtiendo contra una acción prematura.

Los historiadores burgueses han reconocido la destacada inteligencia política del partido en ese momento. Ciertamente el Partido bolchevique estaba plenamente convencido de la necesidad imperativa de estudiar la naturaleza, la estrategia, y las tácticas de la clase enemiga, para ser capaz de responder e intervenir correctamente en cada momento. Estaba embebido de la comprensión marxista de que la toma revolucionaria del poder es en cierto modo un arte o una ciencia, y que tanto una insurrección en un momento inoportuno, como no tomar el poder en el momento justo, son igualmente fatales.

Pero por mucho que el análisis del partido fuera correcto, haberse quedado ahí hubiera significado caer en la trampa de la burguesía. El primer punto de inflexión decisivo de las jornadas de julio se produjo la misma noche que el Comité central y el Comité de Petrogrado del Partido decidieron legitimar el movimiento y ponerse a su cabeza, pero para garantizar su «carácter pacífico y organizado». Contrariamente a los acontecimientos espontáneos y caóticos del día anterior, las gigantescas manifestaciones del 4 de julio dejaron ver «la mano del partido intentando imponer orden». Los bolcheviques sabían que el objetivo que se habían trazado las masas – obligar a que los dirigentes mencheviques y eseristas del soviet tomaran el poder en nombre de los consejos obreros – era imposible que se produjera. Los mencheviques y eseristas, que la burguesía presenta hoy como los auténticos representantes de la democracia soviética, ya estaban entonces integrándose en la contrarrevolución, y sólo esperaban una oportunidad para liquidar los consejos obreros. El dilema de la situación, el hecho de que la conciencia de las masas obreras era aún insuficiente, se concretó en la famosa anécdota del obrero encolerizado que agitaba su puño en torno al mentón de uno de los ministros «revolucionarios» gritándole: «¡hijo de puta! toma el poder puesto que te lo estamos entregando». En realidad los ministros y dirigentes traidores de los soviets, dejaban pasar el tiempo hasta que llegaran los regimientos leales al gobierno.

Para entonces los obreros se estaban percatando por sí mismos de las dificultades de transferir todo el poder a los soviets mientras los traidores y los conciliadores ocuparan su dirección. Puesto que la clase todavía no había encontrado el método de transformar los soviets desde dentro, intentaba en vano imponer por las armas su voluntad desde fuera.

El segundo punto de inflexión decisivo vino con el llamamiento del orador bolchevique a decenas de miles de obreros de Putilov y otros, el 4 de julio, al final de un día de manifestaciones de masas; Zinoviev comenzó con una broma, para rebajar la tensión, y terminó con un llamamiento a volver a casa pacíficamente que los obreros siguieron. El momento de la revolución no es ahora, pero se acerca. Nunca se había probado más espectacular la frase de Lenin de que la paciencia y el buen humor son cualidades indispensables de los revolucionarios.

La capacidad de los bolcheviques de conducir al proletariado a sortear la trampa de la burguesía no se debía solamente a su inteligencia política. Sobre todo fue decisiva la confianza del partido en el proletariado y en el marxismo, que le permitía basarse plenamente en la fuerza y el método que representa el futuro de la humanidad, y evitar así la impaciencia de la pequeña burguesía. Fue decisiva la profunda confianza que había desarrollado el proletariado ruso en su partido de clase, que permitió al partido permanecer con las masas e incluso dirigirlas, aunque no compartían ni sus objetivos inmediatos ni sus ilusiones. La burguesía fracasó en su tentativa de abrir un foso entre el partido y la clase, foso que hubiera significado la derrota segura de la Revolución rusa.

«Era un deber ineludible del partido proletario permanecer al lado de las masas, esforzarse por dar un carácter lo más pacífico y organizado posible a sus justas acciones, no hacerse a un lado, ni lavarse las manos como Pilatos, basándose en el pedantesco argumento de que las masas no estaban organizadas hasta el último hombre y de que en su movimiento suele haber excesos» ([7]).

Los pogromos y las calumnias de la contrarrevolución

En la mañana del 5 de julio, temprano, tropas del gobierno empezaron a llegar a la capital. Empezó un trabajo de dar caza a los bolcheviques, de privarles de sus escasos medios de publicación, de desarmar y culpar de terrorismo a los obreros, y de incitar a pogromos contra los judíos. Los salvadores de la civilización, movilizados contra la «barbarie bolchevique», recurrieron esencialmente a dos provocaciones para movilizar a las tropas contra los obreros.

La campaña de mentiras según la cual los bolcheviques eran agentes alemanes

«El gobierno y el Comité Ejecutivo habían intentado inútilmente conquistarlos, valiéndose de su autoridad: los soldados no se movían, sombríos, de los cuarteles, y esperaban. Hasta la tarde del 4 de julio los gobernantes no descubrieron, al fin, un recurso eficaz: enseñar a los soldados de Preobrajenski un documento que demostraba, como dos y dos son cuatro, que Lenin era un espía alemán. Esto surtió efecto. La noticia circuló de un regimiento a otro (...) El estado de ánimo de los regimientos neutrales se modificó» ([8]).

En particular se empleó en esta campaña a un parásito político llamado Alexinski, un bolchevique renegado que había sido apoyado ya antes para intentar crear una oposición de «ultraizquierda» contra Lenin, pero que al haber fracasado en sus ambiciones se convirtió en un enemigo declarado de los partidos obreros. Como resultado de esta campaña, Lenin y otros bolcheviques se vieron obligados a ocultarse, mientras que Trotski y otros fueron arrestados.

«Lo que el poder necesita no es un proceso judicial, sino acosar a los internacionalistas. Encerrarlos y tenerlos presos: eso es lo que precisan los señores Kerenski y Cía» (10).

La burguesía no ha cambiado. 80 años después organiza una campaña similar con la misma «lógica» contra la Izquierda comunista. Entonces, en 1917, puesto que los bolcheviques se niegan a apoyar a la Entente, es que ¡están de parte de los alemanes! Ahora, puesto que la Izquierda comunista se negó a apoyar al bando imperialista «antifascista» en la Segunda Guerra mundial, ella y sus sucesores de hoy deben haber estado de parte de los alemanes. Campañas «democráticas» del Estado que preparan futuros pogromos.

Los revolucionarios actuales, que a menudo subestiman el significado de estas campañas contra ellos, tienen mucho que aprender aún del ejemplo de los bolcheviques tras las jornadas de julio, que movieron cielo y tierra en defensa de su reputación en la clase obrera. Más tarde Trotski habló de julio de 1917 como «el mes de la calumnia más gigantesca de la historia de la humanidad», pero incluso aquellas mentiras se quedan cortas comparadas con las actuales según las cuales el estalinismo sería el comunismo.

Otra forma de atacar la reputación de los revolucionarios, tan vieja como el método de la denigración pública, y que normalmente se ha usado en combinación con ésta, es la actitud del Estado de animar a elementos no proletarios y antiproletarios, que pretenden presentarse como revolucionarios, a entrar en acción.

«Es indudable que, tanto en los acontecimientos del frente como en los de las calles de Petrogrado, la provocación desempeñó su papel. Después de la Revolución de Febrero, el Gobierno había mandado al ejército de operaciones a un gran número de ex gendarmes y policías. Ninguno de ellos, naturalmente, quería combatir. Temían más a los soldados rusos que a los alemanes. Para hacer olvidar su pasado, se presentaban como los elementos más extremos del Ejército, azuzaban a los soldados contra los oficiales, gritaban más que nadie contra la disciplina y la ofensiva y, con frecuencia, se proclamaban incluso bolcheviques. Apoyándose recíprocamente por el lazo natural de la complicidad, crearon una especie de orden, muy original, de la cobardía y de la abyección. Por su mediación penetraban entre las tropas y se difundían rápidamente los rumores más fanáticos, en los cuales el ultrarrevolucionarismo se daba la mano con el reaccionarismo más oscurantista. En los momentos críticos, estos sujetos eran los primeros que daban la señal de pánico. La prensa había hablado repetidas veces de la labor desmoralizadora de policías y gendarmes. En los documentos secretos del propio Ejército se alude a ello con no menos frecuencia. Pero el mando superior se hacía el sordo y prefería identificar a los provocadores reaccionarios con los bolcheviques» ([9]).

Francotiradores disparan contra las tropas que llegan a la ciudad,
a las que se decía que los disparos eran de los bolcheviques

«La deliberada insensatez de aquellos disparos excitaba profundamente a los obreros. Era evidente que provocadores expertos acogían a los soldados con plomo con el fin de inyectarles, desde el primer momento, el morbo antibolchevique. Los obreros se apresuraban a explicárselo a los soldados, pero no les dejaban llegar hasta ellos; por primera vez, desde las jornadas de febrero, el junker y el oficial se interponían entre el obrero y el soldado» ([10]).

Viéndose forzados a trabajar en la semi ilegalidad tras las jornadas de julio, los bolcheviques tuvieron que combatir contra las ilusiones democráticas de quienes, en sus propias filas, pensaban que debían comparecer ante un tribunal contrarrevolucionario para responder a las acusaciones de que fueran agentes alemanes. Lenin reconoció en esto otra trampa tendida al partido.

«Actúa la dictadura militar. En este caso es ridículo hablar de “justicia”. No se trata de “justicia”, sino de un episodio de la guerra civil» ([11]).

Pero si el partido sobrevivió al periodo de represión que siguió a las jornadas de julio, fue sobre todo por su tradición de vigilancia respecto a la defensa de la organización contra todos los intentos del Estado de destruirla. Hay que señalar, por ejemplo, que el agente de policía Malinovski, que se las había apañado antes de la guerra para ser miembro del comité central del partido directamente responsable de la seguridad de la organización, si no hubiera sido desenmascarado previamente (a pesar de la ceguera de Lenin), hubiera sido el encargado de ocultar a Lenin, Zinoviev, etc, tras las Jornadas de julio. Sin esa vigilancia en la defensa de la organización, el resultado hubiera sido probablemente la liquidación de los líderes revolucionarios más experimentados. En enero-febrero de 1919, cuando fueron asesinados en Alemania, Luxemburg, Jogisches, Liebknecht y otros veteranos del KPD, parece que las autoridades fueron advertidas previamente por un agente de policía «de alto rango» infiltrado en el partido.

Balance de las Jornadas de julio

Las Jornadas de julio pusieron de manifiesto una vez más el gigantesco potencial revolucionario del proletariado, su lucha contra el fraude de la democracia burguesa, y el hecho de que la clase obrera es un factor contra la guerra imperialista frente a la decadencia del capitalismo. En las jornadas de julio no se planteaba el dilema «democracia o dictadura», sino que se planteó la verdadera alternativa a la que se enfrenta la humanidad, dictadura del proletariado o dictadura de la burguesía, socialismo o barbarie, sin que todavía pudiera darse una respuesta. Pero lo que ilustraron sobre todo las Jornadas de julio es el papel indispensable del partido de clase del proletariado. No hay que extrañarse, pues, si la burguesía hoy «celebra» el 80 aniversario de la Revolución Rusa con nuevas denigraciones y maniobras contra el medio revolucionario actual.

Julio de 1917 también mostró que es indispensable superar las ilusiones en los partidos renegados ex obreros, en la izquierda del capital, para que el proletariado pueda tomar el poder. De hecho esa fue la ilusión principal de la clase durante las Jornadas de julio. Pero esta experiencia fue decisiva. Las Jornadas de julio esclarecieron definitivamente, no sólo para la clase obrera y los bolcheviques, sino también para los propios mencheviques y eseristas, que éstos dos últimos partidos habían abrazado irrevocablemente la causa de la contrarrevolución. Como escribió Lenin a principios de septiembre:

«...en aquel entonces, Petrogrado no podía haber tomado el poder ni siquiera materialmente, y si lo hubiera hecho, no lo habría podido conservar políticamente, porque Tsereteli y Cía. no habían caído aún tan bajo como para apoyar la cruel represión. He aquí por qué, en aquel entonces, entre el 3 y el 5 de julio de 1917, en Petrogrado, la consigna de la toma del poder hubiera sido incorrecta. En aquel entonces, ni siquiera los bolcheviques tenían, ni podían tener, la decisión consciente de tratar a Tsereteli y Cía. como contrarrevolucionarios. En aquel entonces, ni los soldados, ni los obreros podían tener la experiencia aportada por el mes de julio» ([12]).

A mitad de julio Lenin ya había sacado claramente esta lección:

«A partir del 4 de julio, la burguesía contrarrevolucionaria, del brazo de los monárquicos y de las centurias negras, ha puesto a su lado a los eseristas y mencheviques pequeñoburgueses, apelando en parte a la intimidación, y ha entregado de hecho el poder a los Cavaignac, a una pandilla militar que fusila en el frente a los insubordinados y persigue en Petrogrado a los bolcheviques» ([13]).

Pero la lección esencial de julio fue el liderazgo del partido. La burguesía ha empleado a menudo la táctica de provocar enfrentamientos prematuros. Tanto en 1848 o 1870 en Francia, como en 1919 o 1921 en Alemania, en todos estos casos el resultado fue una represión sangrienta del proletariado. Si la Revolución rusa es el único gran ejemplo de que la clase obrera ha sido capaz de eludir la trampa e impedir una derrota sangrienta es, en gran parte, porque el partido bolchevique de clase fue capaz de cumplir su papel decisivo de vanguardia. Al evitar a la clase obrera una derrota semejante, los bolcheviques salvaban de quedar pervertidas por el oportunismo las profundas lecciones revolucionarias de la famosa introducción de Engels en 1895 a La Lucha de clases en Francia de Marx, especialmente su advertencia:

«Y sólo hay un medio para poder contener momentáneamente el crecimiento constante de las fuerzas socialistas en Alemania e incluso para llevarlo a un retroceso pasajero: un choque a gran escala con las tropas, una sangría como la de 1871 en París» ([14]).

Trotski resumía así el balance de la acción del partido:

«Si el partido bolchevique, obstinándose en apreciar de un modo doctrinario el movimiento de julio como “inoportuno”, hubiera vuelto la espalda a las masas, la semi-insurrección habría caído bajo la dirección dispersa e inorgánica de los anarquistas, de los aventureros que expresaban accidentalmente la indignación de las masas, y se habría desangrado en convulsiones estériles. Y, al contrario, si el Partido, al frente de los ametralladoristas y de los obreros de Putilov, hubiera renunciado a su apreciación de la situación y se hubiera deslizado hacia la senda de los combates decisivos, la insurrección habría tomado indudablemente un vuelo audaz, los obreros y soldados, bajo la dirección de los bolcheviques, se habrían adueñado del poder, para preparar luego, sin embargo, el hundimiento de la revolución. A diferencia de febrero, la cuestión del poder en el terreno nacional no habría sido resuelta por la victoria en Petrogrado. La provincia no habría seguido a la capital. El frente no habría comprendido ni aceptado la revolución. Los ferrocarriles y los teléfonos se habrían puesto al servicio de los conciliadores contra los bolcheviques. Kerensky y el Cuartel general habrían creado un poder para el frente y las provincias. Petrogrado se habría visto bloqueado. En la capital se habría iniciado la desmoralización. El gobierno habría tenido la posibilidad de lanzar a masas considerables de soldados contra Petrogrado. En estas condiciones el coronamiento de la insurrección habría significado la tragedia de la Comuna petrogradesa.

“Cuando en el mes de julio se cruzaron los caminos históricos, sólo la intervención del partido de los bolcheviques evitó que se produjeran las dos variantes que entrañaban el peligro fatal tanto en el espíritu de las Jornadas de junio de 1848, como en el de la Comuna de París de 1871. El partido, al ponerse audazmente al frente del movimiento, tuvo la posibilidad de detener a las masas en el momento en que la manifestación empezaba a convertirse en colisión en la cual los contrincantes iban a medir sus fuerzas con las armas. El golpe asestado en julio a las masas y al Partido fue muy considerable. Pero no fue un golpe decisivo. (...) La clase obrera no salió decapitada y exangüe de esa prueba, sino que conservó completamente sus cuadros de combate, los cuales aprendieron mucho en esa lección.» ([15])

La historia probó que Lenin tenía razón cuando escribía:

«Empieza un nuevo periodo. La victoria de la contrarrevolución ha hecho que las masas se desilusionen de los partidos eserista y menchevique y desbroza el camino que llevará a esas masas a una política de apoyo al proletariado revolucionario.» ([16])

 

[1]) Lenin, Obras completas, t. 32, «¿Dónde está el poder y dónde, la contrarrevolución?».

 

[2]) Trotski, Historia de la revolución rusa.

 

[3]) Idem. Buchanam era un diplomático británico en Petrogrado.

 

[4]) Idem.

 

[5]) Idem.

 

[6]) Idem.

 

[7]) Lenin, Obras completas, t. 34, «Sobre las ilusiones constitucionalistas».

 

[8]) Trotski, op. cit.

 

[9]) Trotski, op. cit. Una función similar, que fue incluso más catastrófica, hicieron esos elementos ex policías y lumpen proletarios, mezclándose entre los «soldados de Spartakus» y los «inválidos revolucionarios» durante la revolución alemana, particularmente durante la trágica «semana Spartakus» en Berlín, en enero de 1919.

 

[10]) Trotski, op. cit.

 

[11]) Lenin, Obras, t. 32, «¿Deben los dirigentes bolcheviques comparecer ante los tribunales?»

 

[12]) Lenin, Obras, t. 34, «Rumores sobre una conspiración».

 

[13]) Lenin, Obras, t. 34, «A propósito de las consignas».

 

[14]) Engels, «Introducción» a Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850.

 

[15]) Trotski, op. cit.

 

[16]) Lenin, Obras, t. 34, «Sobre las ilusiones constitucionalistas».

 


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