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Las masacres y crímenes de las principales democracias

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Las masacres y crímenes de las principales democracias

El maquiavelismo de la burguesía, su arte de la puesta en escena, su capacidad para llevar a la muerte a cientos de miles de seres humanos no es nuevo. Desde este punto de vista, los horrores del Golfo no son más que la continuación de una larga serie macabra.

A lo largo de la decadencia del capitalismo, las «grandes democracias» han experimentado ampliamente este tipo de escenarios y su conclusión siempre es sangrienta, ya sea en la situación siempre peligrosa que prevalece cuando un país es derrotado al final de una guerra, ya sea para hacer olvidar o intentar justificar sus propios crímenes, centrando toda la atención en los crímenes de los «otros», «satanizándolos».

De la primera a la Segunda Guerra Mundial

La lista de crímenes y carnicerías perpetradas por estos paladines de la ley y la moral, que son las viejas democracias burguesas, es tan larga que todo un número de esta revista apenas sería suficiente. Recordemos la carnicería del primer mundo donde todos los protagonistas eran democracias, incluida la Rusia de 1917 por el muy «socialista y democrático» Kerensky, recordamos igualmente el papel que la socialdemocracia jugó allí como una gran proveedora de carne de cañón. Esta última se quedó decididamente en silencio durante la sangrienta represión de la revolución en Alemania en enero de 1919, cuando miles de trabajadores murieron solo en la ciudad de Berlín. Recordamos aún al cuerpo expedicionario inglés, francés y estadounidense enviado para reducir, sin piedad, a la Revolución de Octubre; el genocidio de los armenios por parte del Estado turco con la complicidad directa de los gobiernos francés y británico; el gasea miento de los kurdos por el ejército inglés en 1925; etc. A medida que el sistema capitalista se hunde en su decadencia, su única muleta, su único medio de supervivencia es cada vez más guerra y terror, tanto en los estados «democráticos» como totalitarios. Pero en el contexto necesariamente limitado de un artículo, denunciaremos en primer lugar lo que sin duda es, a través de la identificación monstruosa entre el comunismo y el estalinismo, la mayor mentira de este siglo: la naturaleza de la Segunda Guerra Mundial, la llamada guerra «de la democracia contra el fascismo, una guerra de ley y moralidad contra la barbarie nazi», como todos los libros de texto escolares todavía enseñan hoy. Guerra en la que la barbarie habría estado esencialmente, de un solo lado, el de las potencias del Eje y donde, en el campo de nuestras virtuosas democracias, la guerra habría sido sólo defensiva y esencialmente, retomando los términos actuales de la propaganda burguesa, «una guerra limpia».

El estudio de la Segunda Guerra Imperialista Mundial no sólo permite medir la enormidad de esta mentira, sino también entender cómo, durante y después de la Guerra del Golfo, la burguesía democrática ha retomado en gran medida de la experiencia que adquirió durante este período histórico crucial.

Los bombardeos de terror de la Segunda Guerra Mundial contra la población alemana

Tan pronto como llegó al poder en 1940, el jefe del Estado de la más antigua democracia del mundo, Inglaterra, a la vez que auténtico dirigente político de la guerra en el lado de los aliados, Sir Winston Churchill, estableció el «Comando de Bombarderos», el núcleo central de los bombarderos pesados que debían sembrar el terror en las ciudades alemanas. Para justificar este desarrollo de una verdadera estrategia de terror, para cubrir ideológicamente su lanzamiento, Churchill utilizará el bombardeo masivo alemán de Londres y Coventry durante el otoño de 1940 y el bombardeo de Rotterdam exagerando deliberadamente el alcance de este último. Los media angloamericanos hablarán de 30 mil víctimas cuando solo habían sido mil. Con la cobertura ideológica así asegurada, Lindemann, consejero de Churchill, pudo en marzo de 1942 hacer la siguiente sugerencia: «Una ofensiva de extenso bombardeo podría socavar la moral del enemigo siempre que esté dirigida contra las zonas obreras de las 58 ciudades alemanas, que tienen una población de 100 mil habitantes», y concluyó diciendo «que entre marzo de 1942 y mediados de 1943, pudo ser posible que un tercio de la población de Alemania se quedara sin hogar». La burguesía británica adoptó entonces esta estrategia de terror, pero en todas sus declaraciones oficiales, el gobierno de su graciosa majestad insistió en que el «Comando de Bombarderos sólo fue formado con fines militares y para atacar únicamente a objetivos militares, cualquier alusión de ataques a zonas obreras o civiles se deben rechazar como absurdas y atentatorias hacia los aviadores ¡que sacrificaron sus vidas por la patria!».

La primera y siniestra ilustración de esta cínica mentira, el bombardeo de Hamburgo en julio de 1943. El uso masivo de bombas incendiarias causó la muerte de 50 mil personas, e hizo 40 mil heridos, en su mayoría, en zonas residenciales y de clase trabajadora. El centro de la ciudad quedó completamente destruido y, en dos noches, el número total de víctimas que se encontraba en Hamburgo era igual al número de muertos bajo los bombardeos, en el lado inglés, ¡durante toda la guerra! En Kassel, en octubre de 1943, casi 10 mil civiles perecieron en una masiva tormenta de fuego. En respuesta a algunas preguntas sobre el alcance de los daños a la población civil, el Gobierno británico invariablemente respondió: «que no se había dado ninguna instrucción para destruir viviendas y que los objetivos del Comando de Bombarderos seguían siendo objetivos militares». A principios de 1944, las redadas de terror en Darmstadt, Konisberg, Heilbronn se cobraron más de 24 mil vidas civiles. En Braunshweig, perfeccionando su técnica hasta el punto de que ningún metro cuadrado de los asentamientos podía escapar de las bombas incendiarias lanzadas por los bombarderos, 23 mil personas quedaron atrapadas en el gigantesco incendio en el que la ciudad se había convertido y perecieron carbonizadas o asfixiadas. Sin embargo, el control mediático era total y un general estadounidense (las fuerzas estadounidenses comenzaron a participar masivamente en estos «extensos bombardeos») dijo en ese momento: «A ningún precio debemos permitir que los historiadores de esta guerra nos acusen de haber dirigido bombardeos estratégicos contra el hombre de la calle». Quince días antes de esta declaración, una incursión estadounidense en Berlín mató a 25 mil civiles, algo que era bien conocido por este general. Las mentiras y el cinismo que prevalecieron durante toda la guerra del Golfo son una larga y sólida tradición de nuestras «grandes democracias».

La estrategia de terror inspirada y dirigida por Churchill, tenía tres objetivos: acelerar la caída y derrota militar de Alemania socavando la moral de la población; sofocar a través del fuego cualquier posibilidad de revuelta y aún más la que pudiese provenir del proletariado. No es casualidad que los bombardeos terroristas hayan sido sistematizados en un momento en que las huelgas proletarias habían estallado en Alemania y, también cuando desde finales de 1943, las deserciones dentro del ejército alemán estaban aumentando. Churchill, que había hecho sus primeras armas de carnicero contra la revolución rusa, estaba particularmente atento a este peligro. Finalmente, en 1945, antes de la conferencia de Yalta de febrero, trató de colocarse, gracias a estos bombardeos, en una posición de fuerza ante un avance del ejército ruso considerado demasiado rápido por Churchill.

El estallido de barbarie y muerte, provocado por los ataques aéreos, cuyas principales víctimas eran trabajadores y refugiados, encontró su clímax en Dresde en febrero de 1945. En Dresde, no había una industria importante, ninguna instalación militar o estratégica, y fue esta ausencia la que convirtió a Dresde en una ciudad de refugio para cientos de miles de refugiados que huían de los bombardeos y el avance del «Ejército Rojo», cegados como estaban por la propaganda democrática de los aliados, convencidos de que Dresde nunca sería bombardeada. Las autoridades alemanas también se dejaron cegar por esta propaganda, ya que crearon muchos hospitales civiles en la ciudad. Esta situación era bien conocida por el Gobierno británico, tanto que algunos líderes militares del Comando de Bombarderos tenían serias reservas sobre la validez militar de tal objetivo. Se les dijo secamente que Dresde era un objetivo prioritario para el Primer Ministro y no había más que decir.

Al bombardear Dresde los días 13 y 14 de febrero de 1945, la burguesía inglesa y estadounidense sabía perfectamente que había ahí casi un millón y medio de personas, incluyendo un gran número de mujeres y niños, heridos y también prisioneros de guerra. 650 mil bombas incendiarias cayeron sobre la ciudad produciendo la tormenta de fuego más gigantesca de toda la Segunda Guerra Mundial. Dresde ardió durante ocho días, el fuego estuvo a más de 250 km de distancia. Algunas partes de la ciudad estaban tan calientes que pasaron varias semanas antes de poder entrar en algunas bodegas. De los 35 mil edificios de apartamentos, sólo 7 mil permanecían en pie, todo el centro de la ciudad había desaparecido y la mayoría de los hospitales habían sido destruidos. El 14 de febrero, 450 fuerzas aéreas estadounidenses, tomando el relevo de los bombarderos ingleses, arrojaron otras 771 toneladas de bombas incendiarias. El balance de lo que sin duda constituye uno de los más grandes crímenes de la segunda carnicería mundial fue de 250 mil muertos, casi todos civiles. A modo de comparación, los otros abominables crímenes lo fueron Hiroshima con 75 mil víctimas, y el terrible bombardeo estadounidense de Tokio en marzo de 1945 que causó ¡¡85 mil muertos!!

Al ordenar el bombardeo de Chemnitz los días siguientes, el comandante ya no se avergonzaba por ninguna precaución oratoria. Les dijo a los aviadores: «Su razón para ir allí esta noche es para acabar con todos los refugiados que pudiesen haber escapado de Dresde». Con este lenguaje de carniceros, uno puede medir a través de todo esto que, en términos de barbarie, la coalición antifascista no tenía nada que envidiar a los nazis. El 1o de noviembre de 1945, en 18 meses de bombardeos, 45 de las 60 principales ciudades alemanas habían quedado casi completamente destruidas. Al menos 635 mil civiles murieron en estas incursiones de terror.

Asimismo, en términos de cinismo y mentiras desvergonzadas, también tiene poco que envidiar a un Goebbels o a un Stalin. Ante las preguntas planteadas por estas aterradoras masacres, la burguesía angloamericana respondió, en contra de todo lo obvio, que Dresde era un centro industrial y, sobre todo, un centro militar importante. Churchill, por su parte, añadió primero que fueron los rusos los que habían pedido tal bombardeo, lo que ahora todos los historiadores están de acuerdo en que era falso, y luego trató de echar la culpa a los militares, ¡para que pareciera una metedura de pata! Los laboristas, estos perros sangrientos, estos asquerosos hipócritas de la democracia burguesa, se treparon al mismo caballo de batalla en un intento de lavarse las manos ante tanto horror. El laborista Clement Attlee, que sucedió a Churchill, pronunció la respuesta del líder militar del Comando de Bombarderos: «La estrategia de la fuerza de bombarderos criticada por Lord Attlee fue decidida por el gobierno de Su Majestad, de la que él (Señor Attlee) fue uno de los líderes durante la mayor parte de la guerra. La decisión de bombardear ciudades industriales fue tomada, y tomada con gran claridad, antes de que me convirtiera en comandante en jefe del Comando de Bombarderos». La estrategia de terror fue una decisión política tomada por toda la burguesía inglesa, con la que el otro gran demócrata que fue Roosevelt, quien decidió hacer la bomba atómica, estuvo plenamente de acuerdo. La barbarie democrática ha sido totalmente igual a la barbarie fascista y estalinista. Los nietos de Churchill y Roosevelt, los Bush, Mitterrand y Major sí aprendieron durante la Guerra del Golfo, ya sea en términos de masacre, ocultación de información, mentiras o cinismo total[1].

Otro ejemplo de esta larga tradición democrática, consiste en enmascarar y justificar sus propios crímenes y abominaciones poniendo de relieve otros crímenes, otros horrores como: el uso que se ha hecho de los campos de concentración para justificar la barbarie de la carnicería imperialista aliada. Lejos de nosotros está negar la sórdida y siniestra realidad de estos campos de exterminio, pero la obscena publicidad que se ha hecho de ellos no tiene nada que ver con consideraciones humanitarias y, mucho menos con el legítimo horror causado por tal barbarie. La burguesía, tanto inglesa como estadounidense, sabía perfectamente lo que estaba pasando en estos campos. Y, sin embargo, curiosamente, apenas habló de ello durante toda la guerra, y no lo convirtió en un tema central de su propaganda. Fue sólo después de la guerra que ella lo convirtió en el principal axioma de su justificación para la segunda carnicería imperialista mundial y más ampliamente, para la defensa de la sacrosanta democracia.

La «democracia» cómplice de las masacres contra la clase obrera

La represión masiva de las poblaciones kurda y chiita en Irak y la total complicidad en estas masacres por parte de las autodenominadas «patrias de los derechos humanos», puede compararse en cierta medida con la actitud de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. No se trata aquí de comparar los movimientos fundamentalmente burgueses, en los que los trabajadores no juegan ningún papel, excepto el de carne de cañón, como el movimiento nacionalista kurdo, con lo que ocurrió en Italia, donde, en 1943, los trabajadores tendieron, al menos al principio, a luchar en su terreno de clase. Pero una vez que se hace esta distinción fundamental, se trata de ver lo que es común en la actitud de la burguesía democrática entre ayer y hoy.

En Italia

En Italia, a finales de1942 y, especialmente de 1943, estallaron huelgas en todos los principales centros industriales del Norte. En todas partes reclamaban mejores suministros, mejores salarios, y algunos trabajadores incluso pedían la formación de consejos de fábrica y soviets, y esto contra los estalinistas del PCI de Togliatti. El movimiento es aún más peligroso para la burguesía porque los trabajadores italianos en Alemania también están en huelga y a menudo cumplen con el apoyo de sus hermanos de clase alemanes. En particular, ante las huelgas de los trabajadores, se tomó la decisión de derrocar a Mussolini y sustituirlo por Badoglio. Los aliados, que habían llamado al pueblo italiano a rebelarse contra el fascismo, desembarcaron entonces en Sicilia y en el otoño de 1943 ocuparon todo el sur de Italia. Pero, preocupados por esta situación potencialmente revolucionaria, rápidamente detienen, a petición de Churchill, su avance y permanecen confinados al Sur. Churchill, con su experiencia de la ola revolucionaria que acabó con la Primera Guerra Mundial, temía como a una plaga la renovación de un escenario similar. Luego convenció a los EE.UU. a «Dejar que Italia hirviera a fuego lento en su jugo», y a sabiendas ralentizó el avance del ejército aliado hacia el Norte. Su propósito era: dejar al ejército alemán sofocar y aplastar a la clase obrera, ocupando miilitarmente todo el norte de Italia y todas sus grandes concentraciones proletarias. De esta forma, dejó que el ejército alemán fortificara sus posiciones y el ejército aliado tardaría 18 meses en conquistar toda la península, 18 meses durante los cuales los trabajadores fueron destrozados por los soldados alemanes con la complicidad objetiva de los estalinistas que habían pedido la Unión Sagrada detrás de Badoglio. Una vez realizado el trabajo sucio por los alemanes, los ejércitos aliados pudieron entonces aterrizar como unos «liberadores de Italia» e imponer tranquilamente sus puntos de vista, imponiendo a la «democracia cristiana» en el poder.

En Grecia

En Grecia, un país que pasó a dominio de Inglaterra en la gran división entre tiburones imperialistas, Churchill también ejercerá su talento como «campeón de la libertad y la democracia». Las huelgas y manifestaciones de los trabajadores que estallaron a finales de 1944, huelgas rápidamente encuadradas y desorientadas por los estalinistas que dominaron toda la resistencia griega a través del ELAS (Ejército Popular de Liberación de Grecia). ELAS entrenaba a la población ateniense para enfrentarse a los tanques británicos que ocuparon la ciudad casi con sus propias manos. Los democráticos tanques de Su Graciosa Majestad restablecieron el orden de forma tan sangrienta que Atenas, que hasta entonces nunca había sido bombardeada por ser una ciudad histórica, pronto quedó medio en ruinas. Churchill le dijo al general inglés que comandaba a las tropas: «Usted es responsable del mantenimiento de la ley y el orden en Atenas, y debe destruir o neutralizar a todas las bandas del ELAS que se acercarán a la ciudad... Por supuesto, el ELAS trató de empujar a mujeres y niños dondequiera que se pudiera abrir el tiroteo. No dudó, sin embargo, en actuar como si estuviera en una ciudad conquistada donde se habría desatado una revuelta local». (A. Stinas Memorias de un revolucionario). Como resultado, entre el yunque estalinista y el martillo democrático, miles de trabajadores perdieron la vida.

En Polonia

Lo que sucedió en Varsovia puede acercarse aún más directamente a la estrategia cínica empleada por la burguesía occidental al final de la Guerra del Golfo. El «ejército rojo» estaba a las puertas de Varsovia, a 15 km de la ciudad el 30 de julio de 1944; estalló el levantamiento de la población de Varsovia contra la ocupación alemana. Durante meses, los aliados y la URSS habían instado repetidamente a esta población al levantamiento, prometiendo toda su ayuda en este caso y, en vísperas del levantamiento la Radio Moscú llamó a Varsovia a la insurrección armada, asegurándoles el apoyo del «Ejército Rojo». Toda la población entonces se rebeló y, al principio, esta insurrección popular, en la que los trabajadores jugaron un gran papel, aunque el peso de la dirección nacionalista era muy fuerte, logró liberar a buena parte de la ciudad de la ocupación militar alemana. La gente estuvo más embarcada en esta aventura, tanto más masivamente, porque estaban convencidos de que iban a recibir asistencia rápida: «La ayuda combinada con nuestro levantamiento parecía evidente. Estábamos luchando contra el hitlerismo, así que teníamos derecho a asumir que todas las naciones unidas en esta lucha nos proporcionarían un alivio efectivo... Esperábamos que el rescate llegaría inmediatamente». (Z. Zaremba: La Comuna de Varsovia). Stalin había planeado originalmente regresar a Varsovia a principios de agosto: el ejército alemán estaba en desbandada, y ya no había obstáculos militares serios a esta entrada. Pero ante la insurgencia y su escala, cambió deliberadamente su plan y retrasó deliberadamente el avance del ejército ruso, que permaneció confinado a las puertas de Varsovia durante dos meses. No reanudó su avance hasta que la insurgencia fue ahogada en sangre por el ejército alemán después de 63 días. Afirmaría fríamente que «esta insurrección fue reaccionaria y que se desprendió de una aventura temeraria y terrible cuyos instigadores eran criminales». (Z. Zaremba). Durante todo este tiempo, en la ciudad, las tropas alemanas recuperaron posición tras posición, no había agua ni electricidad, y las municiones, del lado insurgente, se volvieron cada vez más raras. Los insurgentes seguían esperando ayuda del ejército ruso. No sólo no llegó, sino que Stalin los denunció como «fascistas sediciosos». La población también esperaba ayuda en el lado angloamericano. Más allá de las bonitas palabras de los gobiernos británico y estadounidense afirmando su «entusiasmo y solidaridad con la insurrección», esta ayuda sólo adoptaría la irrisoria forma de unos escasos lanzamientos de armas en paracaídas, totalmente insuficientes para oponerse al avance de las tropas alemanas y que, de hecho, sólo servirían para aumentar aún más el número de muertos y heridos y prolongar el sufrimiento inútil de la población de la capital polaca.  De hecho, Stalin, ante el tamaño de la insurrección, decidió, al igual que Churchill en Italia, «dejar que Varsovia se cocinara en su propio jugo», con el objetivo obvio de tragarse Polonia sin encontrar ningún obstáculo serio por el lado de la población polaca. Si la insurrección de Varsovia hubiese tenido éxito, el nacionalismo se habría fortalecido mucho y por lo tanto podría haber interpuesto una oposición seria a la base de los objetivos del imperialismo ruso. Al mismo tiempo, inauguró el papel de gendarme anti proletario ante una potencial amenaza obrera en Varsovia, que le fue transferido y que celosamente desempeñaría al final de la Segunda Guerra Mundial para toda Europa del Este, incluida Alemania. Al dejar que el ejército alemán aplastara la insurrección, encontraría ante sí, que era el caso, sólo una población diezmada y agotada, tan incapaz de resistir eficazmente la ocupación rusa sin tener, además, que ensuciarse las manos porque las «hordas bárbaras nazis» estaban haciendo el trabajo sucio en su lugar.

En el lado angloamericano, donde se sabía lo que estaba pasando, se dejó que sucediera, porque Roosevelt había dejado tácitamente a Polonia al imperialismo ruso, el pueblo de Varsovia fue sacrificado fríamente en el altar de una gran travesura entre tiburones imperialistas. La trampa mortal a la que Stalin y sus cómplices democráticos lanzaron a los habitantes de Varsovia fue particularmente pesada: 50 mil muertos, 350 mil deportados a Alemania, un millón de personas condenadas al éxodo y una ciudad completamente en ruinas[2].

Con respecto a los acontecimientos en Varsovia, el cinismo de la burguesía parece aún más monstruoso si se recuerda que fue la invasión de Polonia la que decidió que Inglaterra y Francia fueran a la guerra para salvar «¡la libertad y la democracia en Polonia!». Al comparar la situación en Varsovia en agosto de 1944 con la situación post-Golfo, y reemplazando a los polacos por los kurdos, Hitler por S. Hussein y a Stalin con Bush, nos encontraremos con el mismo cinismo despiadado de la burguesía y las mismas trampas sangrientas donde la burguesía, por sus sórdidos intereses imperialistas, mientras que vociferan por todas partes las palabras de libertad, democracia y derechos humanos, condena fríamente a ser masacrados a decenas, cientos de miles de seres humanos.

La segunda carnicería mundial fue una gran experiencia para la burguesía, para matar y masacrar a millones de civiles indefensos, pero también para ocultar, para justificar sus propios monstruosos crímenes de guerra, «satanizando» a los de la coalición imperialista antagónica. Al final de la Segunda Guerra Mundial, las «grandes democracias», a pesar de sus mejores esfuerzos para darse un aire respetable, aparecen más que nunca manchados de los pies a la cabeza con la sangre de sus innumerables víctimas.

«Democracia» y masacres coloniales

«El capitalismo nació chorreando sangre y lodo», como dijo Marx, y los crímenes y genocidio que llevó a cabo durante toda la colonización ilustran este monstruoso nacimiento. «Transformación de África en una especie de coto comercial de pieles negras», «los huesos de los tejedores indios blanqueando las llanuras de la India» (Marx), el resultado de la colonización británica del continente indio, etc. La lista exhaustiva de todos estos genocidios también sería demasiado larga para el alcance de este artículo. Además, cualquiera que haya sido el terrible sufrimiento que infligió a la humanidad, el sistema capitalista fue progresista a lo largo de su fase ascendente, porque, al permitir el desarrollo de las fuerzas productivas, se desarrolló al mismo tiempo la clase revolucionaria, el proletariado, y las condiciones materiales necesarias para el advenimiento del comunismo. Nada que ver con la época de las guerras y las revoluciones, que marcó el inicio de un sistema que se ha vuelto puramente reaccionario. Ahora, las masacres coloniales no son más que el terrible precio de la sangre debido a la supervivencia de un Moloch ahora amenazando hasta la supervivencia de la especie humana. En este contexto, los numerosos crímenes y masacres coloniales cometidos por las «patrias de los derechos humanos» que son las viejas democracias burguesas ahora no aparecen más que lo que son: actos puros de barbarie[3].

Al final de la segunda carnicería del mundo, los vencedores, y en particular las tres viejas democracias que son Gran Bretaña, Francia y EE.UU., prometieron al mundo el advenimiento de la libertad y la democracia en todas partes, ¿pues no era por ello que habían hecho tantos sacrificios? Veamos, puesto que hasta ahora se ha hablado mucho del papel desempeñado por los ingleses y los estadounidenses, cómo se comportó el tercer ladrón de este inestimable trío de florilegios democráticos, la «patria por excelencia de los derechos humanos»: Francia.

En Argelia, 1945

En 1945, el mismo día de la capitulación de Alemania, el muy democrático gobierno De Gaulle, integrado entonces por ministros «comunistas», ordenó a la aviación francesa, cuyo ministro era el estalinista Tillon, bombardear Sétif y Constantino, donde los movimientos nacionalistas se atrevieron a desafiar la dominación colonial de la graciosa democracia francesa. Las víctimas y heridos se contabilizaron en miles y algunos barrios obreros fueron reducidos a cenizas.

En Madagascar, 1947

En 1947, el ministro francés de Ultramar, el muy «demócrata y socialista» Marius Moutet, organizó la terrible represión del movimiento independentista malgache, utilizando de nuevo la aviación, y luego fue apoyado por tanques y artillería. Muchas aldeas fueron arrasadas, allí, por primera vez, pusieron en práctica la siniestra táctica de lanzar prisioneros desde lo alto de los aviones para estrellarlos contra los poblados, y hubo un total de ¡80 mil muertos!

En Indochina

Por la misma época, el mismo M. Moutet ordenó el bombardeo de Haiphong, en Indochina, sin declaración de guerra previa. Durante la guerra de Indochina, el ejército francés sistematizó la tortura: grilletes, baños, todo el arsenal. Estableció la regla más democrática de todas, ordenando que, por cada soldado francés muerto, ¡se quemaran ocho pueblos! Un testigo contó que en Indochina «el ejército francés se comportaba como los alemanes aquí», y añadió que «al igual que en Buchenwald, donde se encontró una cabeza humana cortada en el despacho del comandante del campo, el mismo objeto similar, utilizado como pisapapeles, se podía encontrar en muchos despachos de oficiales franceses». Una vez más, ¡los soldados democráticos de uniforme no tienen nada que envidiar a los soldados nazis o estalinistas de uniforme! Por su parte los «viets» y sus atrocidades, que ocuparon los titulares de la prensa de la época (recuérdese de paso que en 1945 Ho Chi Minh ayudó a los «imperialistas extranjeros» a aplastar la comuna obrera de Saigón, véase nuestro folleto Nación o Clase), o más tarde el FLN en Argelia, estaban bien instruidos y aplicaban las lecciones impartidas por el muy democrático ejército francés.

La guerra argelina

Al comienzo de la insurrección y rebelión nacionalista argelina, los «socialistas» estaban en el poder en Francia y el gobierno incluía entonces a Guy Mollet, Mendés-Francia y el joven F. Mitterrand, entonces ministro del Interior. La sangre de todos estos «auténticos demócratas» dio un solo giro y los plenos poderes fueron confiados al ejército en 1957 para restaurar el «orden republicano». Muy rápidamente, se aplicaron medidas drásticas en represalia por un ataque contra los colonos o el ejército: pueblos y aduares (aldeas) enteras fueron arrasadas, y las caravanas fueron ametralladas sistemáticamente por la fuerza aérea. Dos millones de argelinos, casi una cuarta parte de la población total, fueron expulsados de sus aldeas y zonas residenciales, para ser conducidos a la completa merced del ejército a «campos de reagrupamiento» donde, según un informe de M. Rocard, entonces inspector de finanzas: «Las condiciones son deplorables y al menos un niño muere al día». Muy pronto, el general Massu y su cómplice Bigeard, quien posteriormente se convirtió en ministro de Giscard, descubrieron su talento como torturadores. La tortura se volvió sistemática en todas partes, y en Argelia, una palabra se hizo famosa rápidamente: «desaparecido». Un gran número de los entregados a los soldados nunca reaparecieron. Como se destaca en una nota del inspector general Wuilhaume dirigida a Mitterrand en 1957: «Los golpes, la bañera, la tubería de agua, la electricidad se utiliza en todas partes”. «En Boulemane, como en muchos pueblos pequeños de Aurés, la sala de tortura trabajaba día y noche... y no era raro que en el comedor de los oficiales se bebiera champán en calaveras de los fellagas (combatientes del FLN)». En 1957, el secretario general de la prefectura de Argel, P. Teitgen, le dijo a propósito de la tortura al abogado P. Vergès: «(...) Sé todo esto, por desgracia, y comprenderá que como antiguo deportado que soy no puedo soportarlo (y dimitió poco después). A veces nos comportamos como se comportaban los alemanes», y añadió que conocía todas las villas de Argelia donde se practica la tortura...

Esta declaración de un alto funcionario es particularmente interesante porque pone de relieve, una vez más, la increíble duplicidad de quienes nos gobiernan, y particularmente de los socialdemócratas. Así, Guy Mollet declaró el 14 de abril de 1957 a la Federación Socialista del Marne: «Sin duda, se han deplorado actos de violencia extremadamente raros. Pero, afirmo, fueron consecuencia de los combates y las atrocidades de los terroristas. En cuanto a los actos de tortura premeditados y deliberados, si así fuera, serían intolerables. El comportamiento del ejército francés se ha comparado en este sentido con el de la Gestapo. Esta comparación es escandalosa. Hitler dio directivas que abogaban por estos métodos, mientras que Lacoste y yo siempre dimos órdenes en sentido absolutamente opuesto». Dicen ignorarlo todo, aunque conocen perfectamente la situación y son ellos quienes dan las órdenes. Como en cualquier banda de gánsteres, siempre hay quienes ordenan el crimen y quienes lo ejecutan. La atención se centra constantemente en los pistoleros, en este caso Massu y Bigeard, para encubrir a los verdaderos culpables, en este caso la escoria socialdemócrata en el poder. La burguesía francesa, con los «socialistas» a la cabeza, siempre ha presentado las masacres y atrocidades cometidas en Argelia (por ejemplo, desde 1957 hasta la llegada de De Gaulle al poder en 1958, 15 mil niños argelinos desaparecieron cada mes) como obra de soldados sanguinarios, que iban más allá de las órdenes, pero quien dio estas órdenes era, sin duda, el gobierno «socialista». Una vez más, ¿quién es el más criminal: el que ejecuta el crimen o el que lo ordena?[4]

La burguesía, en su versión democrática, siempre ha trabajado duro para presentar sus crímenes, una vez que estos son demasiado obvios que ya no pueden ser escondidos, como un error, un accidente, o como el trabajo de los soldados que superan la misión que se les ha encomendado. Lo vimos en Francia sobre Argelia, lo vimos en los EE.UU. sobre Vietnam. Todo esto no es más que una siniestra hipocresía cuyo único propósito es preservar la gran mentira democrática.

Para perpetuar su dominación sobre la clase obrera, es vital que la burguesía mantenga viva la mistificación democrática, y ha utilizado y sigue utilizando la bancarrota definitiva del estalinismo para fortalecer esta ficción. Frente a esta mentira de una supuesta diferencia de naturaleza entre «democracia y totalitarismo», toda la historia de la decadencia del capitalismo nos muestra que la democracia se ha revolcado en sangre tanto como el totalitarismo, y que sus víctimas se cuentan por millones. El proletariado debe recordar también que la burguesía «democrática» nunca ha dudado, para defender sus intereses de clase o sus sórdidos intereses imperialistas, en apoyar y alabar a los dictadores más feroces. Recordemos la época de los Blum, Churchill, etc., llamaban a Stalin «Sr. Stalin» y fue nombrado «¡el hombre de la Liberación!». Más cerca de nosotros, recordemos el apoyo brindado a Sadam Husein y Ceausescu, felicitados por De Gaulle y condecorados por Giscard d'Estaing. La clase obrera debe comprender el hecho de que la democracia, ayer, hoy y aún más mañana, nunca ha sido ni será otra cosa que la máscara hipócrita con la que la burguesía cubre el rostro atroz de su dictadura de clase, para encadenarla y reducirla a la misericordia.

 

[1] Las citas de esta sección proceden de:

- "La destrucción de Dresde" de David Irving, Editions Art et Histoire d'Europe.

- "La Segunda Guerra Mundial" de Henri Michel, Ediciones PUF.

[2] “La Comuna de Varsovia traicionada por Stalin, masacrada por Hitler” por Zygmunt Zaremba, Editions Spartacus.

[3] Para más información sobre la diferencia entre la democracia burguesa en el auge y la caída del capitalismo, consulte nuestra plataforma y nuestro folleto "La decadencia del capitalismo".

[4] Les crimes de l'armée franaise" de Pierre Vidal-Naquet, Editions Maspéro. Mientras la burguesía francesa intenta presentar a Argelia como su último "pecado colonialista", insinuando que desde entonces ha tenido las manos limpias, se han perpetrado otras masacres desde la guerra de Argelia, especialmente en Camerún, donde el ejército francés cometió atrocidades.

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