Publicado en Corriente Comunista Internacional (https://es.internationalism.org)

Inicio > España 1936, Franco y la República masacran al proletariado > Capítulo V: El mito de la “revolución española”

Capítulo V: El mito de la “revolución española”

  • 4135 lecturas

Este Capítulo es esencialmente polémico. Tratamos de aportar argumentos y análisis que desmontan la farsa de la pretendida “revolución española de 1936”.

Hay dos trabajos referidos al grupo Fomento Obrero Revolucionario y a su principal animador, Munis, hoy ya fallecido. En el artículo ¿Una revolución más profunda que la revolución rusa de 1917?, aparecido en la REVISTA INTERNACIONAL número 25, respondemos a la teoría de FOR según la cual no solo en España 1936 hubo una revolución sino que ésta fue mucho más “profunda y avanzada” que la de 1917. En otro artículo, que ya apareció en la 2ª edición de nuestro folleto, respondemos al libro JALONES DE DERROTA PROMESA DE VICTORIA obra personal de Munis, el cual tiene un indudable contenido revolucionario en muchos puntos pero que insiste en la tesis de la naturaleza revolucionaria de los acontecimientos de España 1936 y su pretendida superioridad sobre la Revolución Rusa de 1917.

El trabajo sobre las Colectividades Anarquistas que apareció en la REVISTA INTERNACIONAL número 15 desvela, basándose en datos proporcionados por la propia CNT de entonces, la realidad de esa supuesta “obra revolucionaria”: un medio radical de alistar a los obreros y campesinos para el esfuerzo de guerra.

1.Crítica del libro JALONES DE DERROTA PROMESAS DE VICTORIA

  • 3452 lecturas

Se cumple el 50 aniversario de los acontecimientos de 1936 en España.

En Barcelona el grupo Fomento Obrero Revolucionario ha organizado unas jornadas de «Balance Comunista de la Revolución Española de 1936».

Es absolutamente necesaria una reflexión militante sobre los acontecimientos de 1936 en vistas a armar a las generaciones obreras actuales con las lecciones de aquella experiencia, pero el planteamiento de las Jornadas está viciado de origen: considerar como “revolución proletaria” los acontecimientos de 1936.

Siguiendo a BILAN, órgano de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista, nosotros pensamos que aquellos acontecimientos, situados en un curso internacional de derrotas obreras y de degeneración y paso definitivo al Capital de los Partidos Comunistas, constituyeron una cruel derrota del combativo proletariado español, el cual, atrapado por el antifascismo, fue llevado a la matanza de una guerra entre dos bandos capitalistas (Franco y la República), lo que significó la culminación de los largos preparativos del capitalismo mundial para alistar al proletariado en la terrible carnicería de la IIª Guerra Mundial.

La crítica de la pretendida “revolución española” sustentada por FOR no es una cuestión académica sino plenamente militante.

Con la misma fuerza con que FOR defiende la quimera de una “revolución en 1936”, rechaza las potencialidades contenidas en las luchas actuales del proletariado. Contrariamente, la lucidez y la valentía de BILAN denunciando, contra corriente, la matanza imperialista perpetrada en España, nos suministra el método con el que nuestra Corriente afirma las potencialidades de la lucha de clases y asume una intervención decidida en ella.

El FOR, víctima de la ideología burguesa, ve las cosas al revés. La burguesía en sus primeros libros y series sobre 1936 ve aquellos acontecimientos como una “revolución”, al mismo tiempo que insiste en que hoy los obreros “no luchan”, hoy “la revolución proletaria es una utopía del pasado”.

Las tesis de FOR se inspiran en el libro de Munís «Jalones de Derrota, Promesa de Victoria», libro escrito en los años 40, cuando aún era militante de la Internacional Trotskista. El libro está atravesado por una indiscutible voluntad revolucionaria y contiene una elocuente denuncia de los métodos del stalinismo. Sin embargo, su tesis esencial es la caracterización de los acontecimientos como una “revolución proletaria” y el rechazo implícito de que el proletariado fuera encadenado a una guerra imperialista.

El libro incluye una «Reafirmación», escrita en 1977 donde si bien rechaza una serie de posturas sobre las elecciones, la naturaleza de los partidos “socialistas”, los sindicatos, etc., inspiradas en el trotskysmo, insiste y refuerza la tesis de una “revolución española” considerándola como “más profunda” que la revolución proletaria de Rusia 1917.

En la medida en que tan lamentable desvarío oportunista está en la base de toda una serie de confusiones que FOR manifiesta actualmente sobre la dinámica de la lucha obrera, las condiciones de la revolución proletaria y las maniobras de la burguesía contra el proletariado, se hace necesaria una crítica sistemática del libro de Munís, pues esas confusiones dificultan a FOR la comprensión de las potencialidades y la dinámica de las luchas obreras actuales y asumir en consecuencia una intervención activa y positiva frente a ellas[1].

Las condiciones de la revolución proletaria

El 1º Congreso de la Internacional Comunista dejó bien clara la naturaleza de la época abierta con la Iª Guerra Mundial: «Una nueva época surge. Epoca de la disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Epoca de la revolución comunista del proletariado» (Plataforma de la IC).

Pero ¿quiere esto decir que la revolución proletaria es posible en cualquier momento de la decadencia del capitalismo? ¿quiere decir, concretamente, que los acontecimientos que sacuden España desde 1931, y que se aceleran a partir de 1936, constituyen un movimiento revolucionario?.

Para establecerlo no hay que basarse exclusivamente en la violencia y radicalidad de los choques de clases que estremecen la España de la época, sino en el análisis de la relación de fuerzas entre las clases a escala internacional y de toda una época histórica.

Este análisis del curso histórico[2] nos permite determinar si los distintos conflictos y situaciones se inscriben en un proceso de derrotas del proletariado en la perspectiva de la guerra imperialista generalizada, o, por contra, en un proceso de ascenso de la lucha de clases en dirección hacia enfrentamientos de clase revolucionarios.

Para saber en qué curso se inscriben los acontecimientos de España es preciso responder a una serie de preguntas:

- ¿Cual era la relación de fuerzas mundial entre las clases? ¿Evolucionaba en favor del proletariado o de la burguesía?.

- ¿ Cual era la orientación de las organizaciones políticas del proletariado? ¿Era hacia la degeneración oportunista, la disgregación y la integración en el campo capitalista o, por el contrario, era hacia la claridad y hacia el desarrollo de su influencia? Más concretamente: ¿Contaba el proletariado con un Partido capaz de orientar sus combates hacia la toma del poder?

- ¿Se desarrollaron y afirmaron como alternativa de poder los Consejos Obreros?.

- ¿Atacó el proletariado con su lucha hasta destruirlo el Estado capitalista en todas sus formas e instituciones?

Como vamos a ver, Munís no se molesta en analizar, a escala internacional, el balance de fuerzas entre las clases, encuentra en España la “novedad” de que pueda hacerse una revolución proletaria sin que exista el Partido, cual nuevo Quijote toma unos supuestos «Comités-Gobierno» por Consejos Obreros en la más increíble de las ligerezas. Con esas salsas indigestas nos sirve el plato de la “revolución española de 1936”.

Diametralmente opuesto es el método de Bilan y otros comunistas de izquierda (p. ej. la minoría de la Liga de los Comunistas Internacionalistas encabezada por Mitchell): parten de un análisis histórico-mundial de la relación de fuerzas, inscribiendo en él los sucesos de España, constatan no sólo la inexistencia de un partido de clase sino la desbandada y paso a la burguesía de la mayoría de organizaciones obreras; denuncian la rápida recuperación por parte del Estado capitalista de los órganos obreros embrionarios del 19 de Julio, y, sobre todo, alzan su voz contra la trampa criminal de una supuesta “destrucción” del Estado burgués republicano que, en realidad escondido tras el embozo de un “gobierno obrero” destruye el terreno de clase de los trabajadores y los lleva a la matanza imperialista de la guerra contra Franco.

El curso internacional de la lucha de clases

«Jalones de Derrota, Promesa de Victoria» tiene 517 páginas. Inútil encontrar en tan larga extensión un mínimo análisis de las condiciones de la lucha proletaria mundial en los años 30. ¿Cual era la correlación de fuerzas después de las terribles derrotas de los años 20? ¿Cómo venía condicionada la situación de los obreros españoles por la muerte de la Internacional Comunista y la degeneración acelerada de los partidos comunistas? ¿Qué prevalecía, en definitiva, en los años 30? ¿El curso a la guerra imperialista o el curso a los enfrentamientos de clase en el terreno del proletariado?

Responder a estas cuestiones era vital para determinar si había o no revolución en España y, sobre todo, pronunciarse sobre la naturaleza del violento conflicto militar entablado entre las fuerzas franquistas y republicanas y ver su relación con la agravación de los conflictos imperialistas que golpeaban el mundo por esa época.

El libro de Munís elude sistemáticamente esas cuestiones. Por sorprendente que parezca, Munís apenas habla de la guerra entre Franco y la República ni se le ocurre plantear sus conexiones internacionales más que muy de pasada. Ahora bien, encontramos un inequívoco pronunciamiento: «La guerra civil misma, expresión máxima de la revolución, va a ser aprovechada para destruir la revolución» (pag. 334).

Para Munís, los obreros españoles hacen la revolución contra el alzamiento de Franco del 18 de Julio e inmediatamente se lanzan a una guerra militar contra él bajo la bandera del Estado republicano, o sea, bajo una bandera capitalista, y esa guerra sería ¡la “expresión suprema de la Revolución”!

Aclaremos las cosas. El 19 de Julio de 1936, contra el alzamiento de Franco, los obreros declaran la huelga y acuden masivamente a los cuarteles para desarmar la intentona franquista, sin pedir permiso ni al Frente Popular ni al Gobierno Republicano que, por su parte, procuran zancadillearles todo lo que pueden. En esta acción, uniendo la lucha reivindicativa y la lucha política, hacen fracasar la mano asesina de Franco. Pero otra mano asesina los paraliza con un abrazo: es el Gobierno republicano, el Frente Popular, Companys, quienes con el auxilio de la CNT y el POUM, consiguen que los obreros abandonen su terreno clasista de la batalla social, económica y política, contra Franco y la República, y se desplacen hacia el terreno capitalista de una batalla exclusivamente militar en las trincheras y la guerra de posiciones, exclusivamente contra Franco. Ante la respuesta obrera del 19 de Julio el Estado Republicano “desaparece”, la burguesía “no existe”, todos se agazapan detrás del Frente Popular y de organismos “más a la izquierda” como el Comité Central de Milicias Antifascistas, o el Consejo Central de Economía. En nombre de ese “cambio revolucionario” tan fácilmente conquistado, la burguesía pide y consigue de los obreros la Unión Sagrada en torno al objetivo único y exclusivo de batir a Franco. Las masacres sangrientas que se suceden en Aragón, Madrid, Oviedo, no son “la expresión suprema de la revolución”, sino el resultado criminal de la maniobra ideológica de la burguesía republicana que consigue abortar los gérmenes clasistas del 19 de Julio.

Desplazado de su terreno de clase, el proletariado será enrolado en la guerra imperialista, y en el terreno social se le impondrán más y más sacrificios en nombre de la producción de guerra. Reducción de salarios, jornadas agotadoras, racionamientos,… Desarmado políticamente, el proletariado de Barcelona se rebelará desesperadamente en Mayo de 1937, siendo vilmente masacrado por quienes, vilmente, le habían engañado: «El 19 de Julio de 1936, los proletarios de Barcelona, con puño desarmado, repelieron el ataque de los batallones de Franco armados hasta los dientes. El 4 de Mayo de 1937, esos mismos proletarios, armados, dejan en la calle muchas más víctimas que en Julio cuando tuvieron que repeler a Franco, y es el Gobierno Antifascista - en el que están los anarquistas y del que el POUM es indirectamente solidario - quien da rienda suelta a la gentuza de las fuerzas represivas contra los obreros» (BILAN: «Plomo, metralla, cárcel: ¡Así responde el Frente Popular a los obreros de Barcelona que se atreven a resistir el ataque capitalista»).    

 «¿Los frentes militares una necesidad impuesta por la situación? ¡No! ¡Fueron una necesidad para el capitalismo con la finalidad de sitiar y destruir a los obreros! El 4 de Mayo de 1937 es la prueba evidente de que, después del 19 de Julio, el proletariado tenía que combatir contra Companys y Giral al igual que contra Franco. Los frentes militares no podían sino cavar la tumba de los obreros porque representaban los frentes de guerra del capitalismo contra el proletariado. Contra esta guerra, los proletarios españoles, al igual que sus hermanos rusos que dieron el ejemplo de 1917, sólo podían replicar desarrollando el derrotismo revolucionario en los dos campos de la burguesía: el republicano y el fascista. Transformando la guerra imperialista en guerra civil con la finalidad de la destrucción total del Estado burgués» (BILAN, ídem).

El oportunismo de Munís viendo una “guerra revolucionaria” en una salvaje guerra intercapitalista, se inspira en el oportunismo de ver los acontecimientos de España desde un prisma exclusivamente nacional (olvidando que el acta de defunción de la Internacional Comunista fue la proclamación stalinista del “socialismo en un solo país”). De la misma forma que es imposible la construcción del socialismo en un solo país, es imposible un proceso revolucionario desarrollándose en un solo país. Pero Munís despacha el problema con una valoración de la situación internacional de un optimismo aventurero:

«Se podría tener por cierto que el proletariado español habría disfrutado de una solidaridad internacional mucho más extensa y activa que aquella que, antaño, impidió la intervención extranjera a gran escala contra la revolución rusa. Francia se hallaba al borde de la guerra civil, Mussolini se tambaleaba, en Inglaterra renacía la ofensiva obrera, Hitler mismo resentía el efecto de la esperanza mundial despertada por la revolución española y Stalin habría sido aparatosa y finalmente desenmascarado» («Jalones,…» pag. 380) 

¿Francia al borde de la guerra civil cuando los obreros eran arrastrados hacia la Unión Sagrada por el Frente Popular? ¿Mussolini tambaleándose? ¿Ofensiva obrera en Inglaterra? ¿Hitler sintiendo la esperanza mundial de los oprimidos? ¿Stalin a punto de ser desenmascarado cuando podía liquidar impunemente a todos los viejos bolcheviques?,… ¿En que planeta vivía Munís y ha vivido después? Munís cerró de tal manera las puertas y ventanas para analizar el 36 español, que para él todo el monte es orégano…

«Si el criterio internacionalista significa algo, hay que afirmar que bajo el signo de un crecimiento de la contrarrevolución a nivel mundial, la orientación política de España, desde 1931 a 1936, no podía sino seguir una dirección paralela y no el curso inverso de un desarrollo revolucionario (…), la revolución no puede alcanzar su pleno desarrollo sino como producto de una situación revolucionaria a escala internacional. Solo sobre esta base podemos explicar los fracasos de la Comuna de París y de la Comuna rusa de 1905, así como la victoria del proletariado ruso en Octubre de 1917» (Mitchell: «La guerra en España»; Enero de 1937).

El optimismo oportunista de Munís le hace ver como “solidaridad proletaria internacional”, el envío de proletarios a la masacre imperialista en España, enrolados en las tristemente célebres Brigadas Internacionales: «El ataque feliz del proletariado a los altares del capitalismo encendió las esperanzas de los oprimidos. En todos los países se produjeron manifestaciones de solidaridad, peticiones de ayuda o de envíos de armas a  España (…), y no necesito hablar de las docenas de miles de hombres de todos los países que fueron a ofrecer su sangre por la revolución española» («Jalones,…» pag. 395).

Perdido en el oportunismo, Munís es incapaz de denunciar la preparación “psicológica” de los proletarios del mundo para la guerra imperialista, a través de la “solidaridad antifascista” de las Brigadas Internacionales: «Nos dirigimos con vehemencia a los proletarios de todos los países para que no acrediten con el sacrificio de su vida la masacre de los obreros en España. Para que se nieguen a ir a España con las columnas internacionales y en cambio comprometan su lucha de clase contra su propia burguesía. El proletariado español no debe mantenerse en el frente por la presencia de obreros extranjeros que den la impresión de que verdaderamente luchan por una causa internacional» (BILAN: «La lección de los acontecimientos en España»).

La necesidad del partido revolucionario

Munís reconoce abiertamente la descomposición oportunista de las distintas organizaciones tanto en España como en el mundo. Reconoce la degeneración y paso al capitalismo de los partidos comunistas, reconoce sin ambages la capitulación de la CNT-FAI. Reconoce igualmente cómo la propia organización donde militaba - la Izquierda Comunista - se desagregaba uniéndose la mayoría con el Bloque Obrero y Campesino, infectado de oportunismo hasta la médula, para formar el POUM que pronto capitularía a su vez ante el capitalismo. Munís reconoce finalmente que las tendencias que se rebelan contra esa acumulación de desastres - su grupo, la Fracción Bolchevique Leninista y dentro de la CNT la corriente “Amigos de Durruti” - eran «débiles y sin organización ni cuadros numerosos, no estaban en condiciones de asegurar la victoria» («Jalones,... pag.465).

Así pues para Munís se dió una revolución proletaria en España, mientras todas las organizaciones obreras pasaban al campo burgués o eran reducidas a la mínima expresión. Munís ve posible una revolución proletaria ¡sin que exista Partido de Clase!, lo cual para él, constituye la “novedad fundamental” de la revolución española”: «Queda por señalar otra experiencia del 19 de Julio que tiene validez internacional. Es sin duda la más importante de todas, pues la revolución española la puso de relieve enteramente por primera vez. Se refiere a la objetividad del ritmo de desarrollo de la revolución independientemente de las ideas y los partidos. De 1931 a 1936 las masas absorben una experiencia que las empuja continuamente a la izquierda. No existe ningún partido que condense esa experiencia, coordine la actividad de las masas y la apunte hacia el supremo objetivo histórico» (ídem pag. 281).

Convencido de la importancia de su “descubrimiento”, Munís insiste una y otra vez sobre ello: «El desarrollo de la revolución alcanzaba la fase suprema a despecho de la carencia de un partido propiamente revolucionario» (ídem pag. 282), y «Ninguna revolución ha ido tan lejos como la española por su solo impulso elemental, sin partidos que la ayudaran, la organizaran y la expresaran al mismo tiempo» (pag. 313).

¿Es consciente Munís del alcance político de tamaño descubrimiento? ¿Por qué la Reafirmación escrita en 1977 no critica una tesis tan desastrosa?

En efecto, semejante tesis supone negar la necesidad del Partido para el triunfo de la revolución proletaria. Constituye una brutal concesión al consejismo pese a que tanto Munís como el FOR defienden teóricamente (platónicamente habría que decir) la necesidad del Partido.

Armado de semejante “teoría” ¿Con qué convicción puede el FOR intervenir en las luchas obreras actuales para orientarlas en una perspectiva revolucionaria? ¿Que utilidad puede encontrar a la discusión y al reagrupamiento de los revolucionarios? Una “teoría” así constituye una bomba de relojería sobre la actividad de FOR y de todos los grupos que piensen como él, pues niega radicalmente la base misma de su existencia, empujándolos al nihilismo, la pasividad, la deserción del combate de clase en la actual situación histórica decisiva[3].

El Partido de Clase no es un lujo del cual se puede prescindir, ni es, en manera alguna, un aparato venido a compensar la debilidad de los obreros. Al contrario, el desarrollo de la fuerza y la conciencia de los obreros exige la constitución del Partido como instrumento indispensable para el triunfo de la revolución proletaria. No puede darse una desbandada oportunista hacia la burguesía de todas las fuerzas revolucionarias a la vez que las masas obreras van de victoria en victoria. Es justo al contrario: el ascenso de la lucha de clases es resultado, a la vez que impulso, de un movimiento de clarificación y reagrupamiento de los revolucionarios. Inversamente, la desbandada oportunista de las organizaciones revolucionarias, y su reducción a la mínima expresión traduce, a la vez que refuerza, un curso de derrotas de la clase.

La clave de la monstruosa afirmación de Munís la encontramos en un pasaje donde enumerando todas las hazañas de la “revolución española” aclara que todo eso «ocurría sin que ninguna fuerza consciente, ninguna organización, se lo propusiera deliberadamente, lo que constituye una monumental e irrefutable demostración de la necesidad histórica inmediata de la revolución socialista y de la madurez de todas las condiciones objetivas necesarias» (ídem pag. 356).

Por un lado Munís postula que la revolución proletaria no necesita un partido de clase, por otra parte, yendo aún más lejos, descubre que puede surgir inconscientemente, “sin que nadie se lo proponga deliberadamente” (¡¡¡). En ambas cuestiones cruciales, Munís y con él FOR, abandonan abiertamente el marxismo para deslizarse hacia el oportunismo consejista, pues lo que caracteriza a éste son precisamente esos dos postulados: negación de la necesidad del Partido y afirmación de la ridícula pretensión de que las masas obreras pueden adquirir la conciencia necesaria para el triunfo de la revolución en el momento mismo de la lucha.

Nosotros pensábamos que la revolución proletaria era la primera revolución plenamente consciente de la historia, pero Munís nos descubre que puede hacerse inconscientemente. Munís olvida que «para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el Manifiesto, Marx confiaba tan solo en el desarrollo intelectual de la clase obrera que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y la discusión. Los acontecimientos, las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían caído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera» (Engels: «Prefacio a la edición alemana del Manifiesto», en 1890).

Ese “desarrollo intelectual” lo adquiere la clase obrera en un duro proceso de enfrentamientos con la burguesía en el curso de los cuales se separa progresivamente del control de la ideología burguesa y se orienta hacia sus posiciones de clase defendidas por sus minorías comunistas. Ese proceso, cuya fuerza decisiva son los comunistas, incluye no sólo las luchas inmediatas y las movilizaciones masivas, sino una sucesión de batallas políticas, denuncias ideológicas, decantaciones programáticas, que en su conjunto forjan las armas para el asalto revolucionario del poder capitalista.

Sin ese proceso, desarrollándose a escala mundial, es imposible que la clase obrera modifique en su favor la relación de fuerzas con la clase enemiga, relación que por naturaleza (es una clase explotada) le es desfavorable.

Munís ignora olímpicamente ese proceso, fiándolo todo a que la decadencia del capitalismo en su objetividad establezca “la madurez de las condiciones objetivas necesarias”. Tal forma de ver las cosas supone una brutal subestimación de la clase burguesa, la cual, ante la decadencia de su sistema y la amenaza planteada por el primer intento revolucionario del proletariado (1917-23), ha transformado su Estado en un monstruoso aparato totalitario integrando en su seno, y poniéndolos en primera línea, a los antiguos partidos obreros (socialdemócratas primero, comunistas después) así como a los sindicatos, desarrollando con ello una temible capacidad de engaño y desmovilización del proletariado y de sus organizaciones.

En tales condiciones imaginarse una revolución que surge por los puros imperativos de la decadencia capitalista, es de un oportunismo suicida. El oportunismo no está solamente en olvidarse del objetivo final en nombre del movimiento. Reside también, simétricamente, en olvidarse del movimiento concreto aferrándose a la estupidez de que porque vivimos en la decadencia, y ésta pone a la orden del día la revolución proletaria, ésta puede surgir «literalmente de repente, ante cualquier chispa que la encienda» (Munís: «La trayectoria quebrada de RI»).

Los consejos obreros

Munís, de la misma forma que ve una revolución donde no hay más que una maniobra de la burguesía, encuentra organizaciones de masas obreras en los fantasmales “Comités-Gobierno” que habrían surgido por doquier en las jornadas de Julio.

El hecho mismo de que el nombre “Comités-Gobierno” no sea mencionado por ningún documento de la época, ni por ningún autor o protagonista de los hechos, es de por sí indicador de como Munís confunde sus deseos con la realidad.

Sorprende aún más la naturaleza de esos “Comités-Gobierno”: «Donde sin duda, existía menos democracia era en las grandes ciudades. La fuerza burocrática de las organizaciones obreras interfería en la iniciativa de las masas relegando la democracia a los lugares de trabajo, mientras en el plano de cada ciudad el poder era ejercido, ya por un compromiso burocrático entre los comités superiores de las organizaciones existentes, ya repartiéndoselo tácitamente según la fuerza material de cada una, ya por una combinación de compromiso y reparto. Esta última fue la situación general en las ciudades durante los meses inmediatos a Julio» («Jalones,... pag. 292).

Así pues, allí donde la clase obrera es más fuerte, en las grandes ciudades, quienes organizan su “poder” son las organizaciones “obreras” (todas ellas pasadas a la burguesía). Adentrándonos en ese terreno de la política-ficción, Munís concluye que «toda la zona salvada de la dominación militar estaba en manos de una multitud de Comités-Gobierno sin vínculo nacional entre sí, y sin clara noción de su incompatibilidad con el antiguo estado» (ídem, pag. 293).

¡Extraordinaria revolución cuyos órganos de poder no tienen “vínculo nacional alguno”, ni “noción clara de su incompatibilidad con el antiguo (¿?) estado!

Podríamos esperar que Munís en la Reafirmación escrita en 1977, con tiempo para reflexionar y contrastar posiciones con los grupos comunistas, rectificaría despropósitos de tal calibre. Pero ¡que va! Se adentra aún más en la vía de los descubrimientos geniales, encontrando “otra novedad” en la “revolución española”:

«No menos importante es lo concerniente a la toma del poder político por los trabajadores. Estaba supeditado por la teoría y la experiencia rusa de 1917, a la creación previa de nuevos organismos, allí Soviets. La revolución española la libera de esa servidumbre. Los organismos obreros de poder, los Comités-Gobierno, surgieron, no como condición del aniquilamiento del Estado capitalista, sino como su consecuencia inmediata» (ídem, pag.511).

¿Para que demonios quieren los obreros autorganizarse en Asambleas y Comités elegidos y revocables? ¡Vana empresa! Según la “aportación” de la “revolución española”, primero se destruye el Estado capitalista y luego se constituyen Consejos Obreros.

Consecuente con tal “innovación”, FOR predica a las luchas obreras actuales que son vanas, pues primero que nada tienen que “destruir los sindicatos”. Así FOR se inhibe del duro proceso actual de luchas en las cuales los obreros, peleando contra el sabotaje sindical de sus luchas, forjan su autorganización, las Asambleas, los Comité elegidos y revocables, los Consejos Obreros en un período revolucionario, y desde esa autorganización destruyen el Estado capitalista y, con él, los sindicatos, como culminación de su combate.

La desorientación de FOR frente a las luchas actuales hunde sus raíces en la deformación de lo que realmente aconteció en 1936. Los órganos obreros surgidos en Barcelona y otros muchos lugares el 19 de Julio, fueron rápidamente ocupados y desfigurados por la canalla de fuerzas capitalistas, desde UGT-PSOE, hasta los advenedizos de la CNT y el POUM:

«Ahogados de inmediato, los comités de fábrica y los comités de control de las empresas en donde la expropiación no se realizó (en consideración al capital extranjero o por otras razones), se transformaron en órganos para activar la producción y, por eso mismo, fueron desdibujados en cuanto a su significación de clase. No se trataba ya de organismos creados en el curso de la huelga insurreccional para derribar el Estado, sino de organismos orientados a la organización de la guerra, condición esencial para permitir la supervivencia y reforzamiento de dicho Estado» (BILAN: «La lección de los acontecimientos en España»).

Para arrastrar a los obreros a la matanza intercapitalista, todos, desde Companys hasta el POUM, desde Azaña a la CNT, “ceden el poder” a los órganos obreros: «Ante un incendio de clase, el capitalismo no puede ni siquiera pensar en recurrir a los métodos clásicos de la legalidad. Lo que lo amenaza es la independencia de la lucha proletaria que condiciona la otra etapa revolucionaria hacia la abolición de la dominación burguesa. Por consiguiente, el capitalismo debe rehacer la malla de su control sobre los explotados. Los hilos de esa malla que antes eran la magistratura, la policía, las prisiones, se transforman, en la situación extrema de Barcelona, en los Comités de Milicias, las industrias socializadas, los sindicatos obreros gerentes de los sectores esenciales de la producción, las patrullas de vigilancia, etc» (BILAN: «Plomo, metralla, cárcel,...).

La destrucción del Estado capitalista

El acto decisivo de la revolución proletaria es la destrucción del Estado burgués. Veamos como Munís entiende la destrucción del Estado capitalista, el 19 de Julio de 1936: «En el momento de la insurrección militar, las organizaciones obreras, o bien sostenían con todas sus fuerzas el Estado capitalista, cual el reformismo y el stalinismo, o bien se acercaban a él, cual la CNT, la FAI y el POUM. Pese a todo, el Estado y la sociedad capitalista, sin que nadie se lo propusiera deliberadamente, cayeron por tierra, desmoronados como consecuencia del triunfo obrero sobre la insurrección reaccionaria» («Jalones...»,  pag. 279).

«Gráficamente puede decirse que España era burguesa y capitalista el 18 de Julio, proletaria y socialista el 20 de Julio. ¿Que había ocurrido el 19? Esencialmente, que con su victoria el proletariado consumó el desarme de la burguesía y el armamento de las masas. Derrotadas y desbaratadas sus instituciones coercitivas, el Estado capitalista cesó de existir, semejante a una llama bruscamente privada del oxígeno atmosférico» (ídem, pag 280).

«La situación inmediatamente después del 19 de Julio se caracteriza por una incompleta atomización del poder político en manos del proletariado y los campesinos. Empleo la palabra atomización porque la dualidad es insuficiente para dar una imagen cabal de la distribución real de poderes. Dualidad indica dos poderes contendientes, rivales, capacidad y voluntad de lucha de una parte y otra. El Estado burgués no estuvo en este caso sino tres meses después de las jornadas de Julio. Entonces comienza la dualidad propiamente dicha. Mientras tanto, el poder atomizado de los Comités-Gobierno locales era la única autoridad existente y obedecida, sin más restricción que su carencia de centralización y la interferencia derechista de las burocracias obreras» (ídem, pag. 295).

¡Que extraña “revolución”! El Estado capitalista “cae por tierra”, la sociedad capitalista “se desmorona”, la única autoridad reconocida son los “Comités-Gobierno”, pero - detalle nimio - el poder obrero “no está centralizado” y sufre la “interferencia derechista de las burocracias obreras”, es decir, el Estado capitalista “desaparecido” y “caído por tierra” sigue más vivo que nunca reagrupado detrás de las “organizaciones obreras”, del Frente Popular, auxiliado por CNT y POUM.

En su vena de innovaciones del marxismo, Munís descubre que primero se destruye el Estado capitalista y ¡¡¡una vez destruido, surge la dualidad de poderes!!!, pues, según Munis, el Estado capitalista resurge a los tres meses,... al parecer, para evitarse los duros calores del verano español, el Estado burgués se largó de vacaciones,...

La desorientación oportunista del trotskysmo que acabaría llevándolo al campo de la contrarrevolución, pesa todavía sobre Munís y el FOR para hacerles decir, y mantener, tamaños despropósitos.¿Que revolución es esa donde subsisten intactos los Gobiernos de Madrid y Barcelona, subsiste incólume el Frente Popular, la CNT y el POUM se pasan al bando burgués (supuestamente inexistente, según Munis), los órganos obreros creados el 19 de Julio son rápidamente encuadrados en la producción de guerra y en las milicias antifascistas y, para rematar la cosa, los obreros son desviados hacia el frente militar para matarse con los campesinos y obreros bajo la férula de Franco?

Dejemos que la voz marxista de Bilan y de la minoría de la Liga de los Comunistas Internacionalistas de Bélgica aclaren el alcance exacto de los hechos:

a) «En lo que respecta a España se ha evocado muy a menudo la revolución proletaria en marcha, se ha hablado de la dualidad de poderes, el poder “efectivo” de los obreros, la gestión “socialista”, la “colectivización” de las fábricas y la tierra, pero en ningún momento se han planteado sobre bases marxistas ni el problema del Estado, ni el del Partido». (Jehan: «La guerra en España»).

b) «Este problema fundamental (se refiere a la cuestión del Estado) se ha sustituido por el de la “destrucción de las bandas fascistas”, y el Estado burgués ha quedado en pié adoptando una apariencia “proletaria”. Se ha permitido que domine el equívoco criminal de su destrucción parcial, y se ha yuxtapuesto a la existencia de un “poder obrero real” el “poder de fachada” de la burguesía, que se concretará en Cataluña en dos organismos “proletarios”: el Comité Central de Milicias Antifascistas y el Consejo de Economía» (Jehan: ídem)

c) «El Comité Central de Milicias representará el arma inspirada por el capitalismo para arrastrar a los proletarios, por medio de la organización de milicias, fuera de las ciudades y de sus lugares comunes, hacia los frentes territoriales donde fueron masacrados despiadadamente. Representará también el órgano que restablece el orden en Cataluña, no con los obreros que serán dispersados hacia el frente, sino en contra suya. Es cierto que el ejército regular fue prácticamente disuelto, pero será reconstituido gradualmente con las columnas de milicianos, en donde el Estado Mayor se conserva netamente burgués, con los Sandino, Villalba y consortes. Las columnas fueron voluntarias y pudieron conservarse así hasta el momento en que desapareció la embriaguez y la ilusión de la revolución y reapareció la realidad capitalista. Entonces se caminará a grandes pasos hacia el restablecimiento oficial del ejército regular y hacia el servicio obligatorio» (BILAN: «La lección de los acontecimientos en España»).

 d) «Los resortes esenciales del Estado burgués permanecieron intactos:

- el ejército tomó otras formas al convertirse en milicia, pero conservó su contenido burgués al defender los intereses capitalistas de la guerra antifascista.

- la policía formada por los guardias de asalto y los guardias civiles no se deshizo sino que se ocultó por un tiempo en los cuarteles para reaparecer en el momento oportuno

La burocracia del poder central siguió funcionando y extendió sus ramificaciones en el interior de las Milicias y del Consejo de Economía, del que no llegó a ser en absoluto agente ejecutivo, sino que les inspiró por el contrario directrices acordes a los intereses capitalistas» (Jehan, op cit).

«Los tribunales fueron restablecidos rápidamente en su funcionamiento, con la ayuda de la antigua magistratura y la participación de las organizaciones “antifascistas”. Los tribunales populares de Cataluña parten siempre de la colaboración con magistrados profesionales y los representantes de todos los partidos.

Toda la banca y el Banco de España quedaron intactos y por doquier se tomaron medidas de precaución para impedir (aún con la fuerza de las armas) que las masas se inmiscuyeran» (BILAN: «La lección,…»).

Conclusión

Si grave es el ver “una revolución proletaria” donde desgraciadamente hay una derrota por el alistamiento de los proletarios en una guerra intercapitalista, más grave es aún mantener, como hacen FOR y Munís, los análisis y concepciones que llevan a ese error.

Esos análisis y concepciones expresan, concebidos globalmente, una visión tendente al consejismo (pese a que FOR y Munís jamás se han reclamado de él) que tiene consecuencias lamentables en como enfoca hoy FOR la situación de la lucha de clases y su intervención ante ella.

De un lado, esas concepciones y análisis suponen una subestimación de la lucha obrera y, por otra parte, una subestimación de la capacidad antiobrera de la burguesía, y, en su conjunto, una subestimación del papel de los revolucionarios.

Por decirlo brevemente, el FOR con su idea de que la revolución proletaria puede venir de repente sin que nadie se lo proponga, sólo con las condiciones de la decadencia, se siente profundamente desilusionado porque los obreros siguen sin hacer la revolución. Al mismo tiempo, esperando un derrumbe del Estado tan fácil como el que creen ver en España 1936, muestran una terrible subestimación de la enorme capacidad de maniobra de la burguesía, de su estrategia de Izquierda a la Oposición[4], de “radicalización” de los sindicatos, del sindicalismo de base. FOR sólo ve en las luchas actuales movimientos sin perspectivas, fácilmente controlados por los sindicatos. Y ve así las cosas porque no consigue tomar en serio la enorme capacidad de maniobra y sabotaje que tiene la burguesía frente a las luchas obreras[5].

Hemos visto en esta crítica de «Jalones,…» que, por una parte, el FOR es incapaz de ver la revolución proletaria como el resultado de un largo y duro proceso de luchas y maduración de la conciencia de clase, y, por otro lado, el FOR pone en cuestión la necesidad del Partido de Clase para el triunfo de la revolución. Con ese bagaje es inevitable que el FOR se encuentre profundamente desarmado para realizar una intervención decidida en las luchas actuales.

En los últimos tiempos, el FOR, sintiendo las necesidades del período, se orienta hacia una mayor actividad de intervención. Esto es absolutamente positivo y nuestras polémicas, y este artículo, buscan, entre otras cosas, animarle en ese camino. Pero para que la intervención sea eficaz ha de tener una clara orientación y dotarse de las armas adecuadas. En ese sentido toda la crítica de «Jalones,…» es una contribución a esa perspectiva.

 


1. En el nº 25 de nuestra Revista Internacional (publicada también en la presente reedición) polemizamos con una de las ideas de «Jalones,…», retomada por FOR, de que la pretendida “revolución española” fue “más profunda y radical” que la revolución rusa.

2. Ver el texto de nuestro 3º Congreso Internacional sobre el curso histórico, así como los artículos de la Revista Internacional números 15 y 36.

3. Este artículo se escribió en 1986. Desgraciadamente el análisis sobre la evolución de FOR se cumplió y a partir de 1989 este grupo proletario ha desaparecido. Antiguos miembros se han reagrupado en el grupo El Esclavo Asalariado aún más confuso que su predecesor.

4. En el momento en que se escribió este texto, 1986, tal era la política de la burguesía con su aparato de izquierdas (PC, PS). Hoy es al revés: propiciar su acceso al gobierno. Sin embargo, entonces y ahora cumple una misma función de engañar y machacar a los trabajadores.

5. En la tradición de la Internacional Comunista, de Bilan, etc, nuestra corriente ha dejado bien claro que la burguesía adopta una estrategia conscientemente planificada contra las luchas obreras a través, en particular, de sus organismos de “colaboración obrera”: sindicatos y partidos de izquierda. Esta estrategia que multiplica y profundiza el peso de la ideología dominante sobre los obreros explica las enormes dificultades y el ritmo lento de la lucha obrera, especialmente en los países donde los recursos del Estado son mucho más sofisticados y experimentados: las grandes naciones industriales de Europa Occidental. Ver sobre estas cuestiones el artículo editorial de la Revista Internacional nº 40/41, el texto del 3º Congreso Internacional de la CCI sobre la Izquierda en la Oposición (Revista Internacional nº 18), y la Revista Internacional nº 31

2.¿Una revolución más profunda que la revolución rusa de 1917?

  • 5200 lecturas

Las confusiones del FOR sobre Octubre 1917 y España 1936

“...Muy lejos de ser una suma de prescripciones ya listas que bastaría aplicar, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico, es algo que se pierde completamente en las nieblas del futuro. En nuestro programa poseemos solamente algunas pocas indicaciones generales, que señalan la dirección en la que las medidas a tomar deben ser buscadas, indicaciones, por otra parte, sobre todo de carácter negativo. Nosotros sabemos aproximadamente lo que debemos suprimir en primer término para dejar libre el camino a la economía socialista; sin embargo ¿de qué naturaleza serán los primeros  millares de medidas concretas, prácticas y precisas, grandes y pequeñas, apropiadas para introducir las principios socialistas en la economía, en el derecho, en todas las relaciones sociales?; sobre esto no hay programa de Partido ni manual socialista que puedan enseñarnos algo. Esto no es una falta, sino precisamente una ventaja del socialismo científico sobre el utópico...”[1].

Es así como planteó Rosa Luxemburgo la cuestión de las medidas económicas y sociales que debe asumir la dictadura del proletariado. Este planteamiento sigue siendo válido hoy en día.  El proletariado debe ante todo asegurarse de haber destruido el aparato estatal capitalista. El poder político es la esencia de la dictadura del proletariado. Sin ese poder, le será imposible efectuar ninguna transformación económica, social o jurídica en el período de transición entre el capitalismo y el comunismo.

Es verdad que la experiencia de la contra-revolución estalinista añade otras indicaciones de “carácter negativo” , muy concreto, por ejemplo, las nacionalizaciones no pueden ser identificadas con la socialización de los medios de producción. La nacionalización estalinista, y aún la del período del “comunismo de guerra” (1.918-1.920), consolidaron el poder totalitario de la burguesía estatal rusa, dándole acceso directo a la plusvalía de los trabajadores rusos. La nacionalización ha pasado a ser parte integral de la tendencia general del capitalismo de Estado. Esta es una forma decadente y archireaccionaria del capitalismo, basada en una economía de guerra creciente y permanente. En Rusia, la nacionalización estimuló la contra-revolución directamente.

Sin embargo, hay tendencias en el movimiento revolucionario actual que aunque dicen que defienden esa posición general del marxismo, lo deforman y “revisan” con todo tipo de recetas “económicas y sociales” añadidas al poder político de la dictadura del proletariado.

Entre todas las tendencias, pensamos que el FOR (Fomento Obrero Revolucionario que publica Alarma, Alarme y Focus, entre otras publicaciones) se destaca por sus peligrosas confusiones. Nuestra crítica está por tanto dirigida a su manera de enfocar el problema de las medidas políticas y económicas a tomar por la dictadura de la clase obrera.

Como enfoca el FOR la experiencia de Octubre de 1917

Para el FOR, la experiencia de la Revolución Rusa recalca la necesidad de socializar los medios de producción desde el primer día de la Revolución. La revolución comunista según el FOR, es tan social como política. Veamos: “...La Revolución Rusa constituye una advertencia, y la contra-revolución estalinista que la ha suplantado un escarmiento decisivo para el proletariado mundial: la degeneración de aquella se vio facilitada por la estatalización, en 1.917, de los medios de producción que una revolución obrera ha de socializar. Unicamente la extinción del Estado, como el marxismo la concebía, habría permitido transformar en socialización la expropiación de la burguesía. La estatalización vino a ser un estribo de la contra-revolución....”[2].

El FOR se equivoca al afirmar que en 1.917 hubo estatalización de los medios de producción. Pero necesita decir esto para después presentar el “comunismo de guerra” como una “superación” del proyecto inicial económico bolchevique. La verdad es que: “...Casi todas las nacionalizaciones que tienen lugar antes del verano de 1.918 se deben a razones punitivas, provocadas por la actitud de los capitalistas, que se niegan a colaborar con el nuevo régimen...”[3].

En 1.917 el partido bolchevique no tenía ninguna intención de agrandar a gran escala es sector estatizado ruso. Este ya era un sector enorme, que exhibía todas las características burocráticas y militarizadas de la economía de guerra. Al contrario, lo que los bolcheviques deseaban era controlar políticamente este capitalismo de Estado, en espera de la revolución mundial. La desorganización del país y de la Administración eran tan profundos que prácticamente no existía presupuesto estatal alguno. Los bolcheviques contribuyeron sin querer a una inflación monstruosa ya que los bancos no les ayudaban, obligándoles a emitir su propio papel moneda (¡en 1.921 más de 80.000 rublos billete por un rublo de oro! ).

Los bolchevique no tenían ningún plan económico concreto en 1.917, sólo el mantener el poder obrero de los Soviets, en espera de la revolución mundial, especialmente la europea. El mérito de los bolcheviques, como de decía Rosa Luxemburgo, es haberse “...colocado en la vanguardia del proletariado internacional con la conquista del poder político..” [4]. En el plano económico y social Luxemburgo les criticaba severamente , no porque defendiera una suma de prescripciones teóricas, sino porque muchas de la medidas del Gobierno soviético no eran acertadas, dentro de las circunstancias dadas. Les criticaba porque verá en estas medidas empíricas obstáculos para el futuro desarrollo de la Revolución.

El “comunismo de guerra”, que se desarrolló durante la guerra civil, marca sin embargo una teorización peligrosa de las medidas tomadas. Para el FOR, este período contenía “relaciones no capitalistas”[5]. El FOR románticamente ignora lo que era una economía de guerra, insinuando que era una producción y distribución “no capitalista”. Los bolcheviques Lenin, Trotsky, Bujarin, entre otros, llegaron a afirmar que esta “política económica” los adentraba en el comunismo. Bujarin en tono delirante, escribía en 1.920: “... La revolución comunista del proletariado va acompañada, por una disminución de las fuerzas productivas. La guerra civil, hay agudizada por las vastas proporciones de la moderna guerra de clases, puesto que no sólo la burguesía, sino también el proletariado está organizado como poder de Estado, significa una pérdida neta económicamente hablando...”. Pero no hay que temer esto, nos consuela Bujarin: “...Así, la Revolución y la guerra civil aparecen como una disminución temporal de las fuerzas productivas, pero a través de la cual queda echada la base para su formidable desarrollo, pues las relaciones de producción han sido reestructuradas según un nuevo plan fundamental...”[6].

El FOR observa: “ ...El fracaso de esa tentativa ( del “comunismo de guerra”) debido a la caída vertical de la producción (bajó  al 3% de la de 1.913), provocó el retorno al sistema mercantil que recibió el nombre de NEP: Nueva Política Económica...”[7]. Pero el FOR no critica el “comunismo de guerra” de ninguna manera seria. Es más, basa su crítica contra la NEP, como si esa  política hubiera marcado algo como “un retorno al capitalismo”. Ya que según FOR el “comunismo de guerra” era una política “no capitalista”, sería lógico suponer que la NEP era su contrario. Pero esto es totalmente falso.
Hay que decir abiertamente que el “comunismo de guerra” no tenía nada que ver con la “producción y distribución comunistas”. Identificar el comunismo con el comunismo de guerra es una monstruosidad, aunque se haga entre comillas. La Rusia soviética de 1.918-20 era una sociedad militarizada al máximo. La clase obrera perdió su poder en los Soviets durante ese período que el FOR idealiza. Es verdad, la guerra contra la contrarrevolución tenía que hacerse y ganarse, y sólo podía hacerse en conjunción con el desarrollo de la revolución mundial y la formación de un Ejército rojo. Pero la revolución mundial no llegó y toda la defensa de Rusia recayó sobre un Estado organizado como un cuartel. La clase obrera y los campesinos apoyaron de la manera más heroica y  ferviente esa guerra contra la reacción mundial, pero no hay que idealizar ni pintar de manera diferente lo que en verdad pasó.

La guerra civil y los métodos sociales, económicos y policíacos que se sumaron a los militares, acrecentaron enormemente la burocracia estatal, infectando al partido y aplastando a los Soviets. Este aparato represivo, que ya no tenía nada de “soviético” es el organizador de la NEP. Entre el “comunismo de guerra” y la NEP hay una continuidad innegable.

El FOR no responde a esto: ¿cuál era el modo de producción bajo el “comunismo de guerra”?. “No capitalista” no explica nada, al contrario, oscurece la cuestión. Una economía de guerra no puede ser sino capitalista. Es la esencia de la economía decadente, de la producción sistemática de armamentos, de la dominación total del militarismo.

El “comunismo de guerra” era un esfuerzo político y militar de la dictadura del proletariado en contra de la burguesía. Esto es lo que importa. El aspecto político de control y orientación proletaria, más que todo. Era este, un esfuerzo temporal y pasajero que iba haciéndose más peligroso a medida que la revolución mundial se atrasaba. Era un esfuerzo que contenía enormes peligros para el proletariado organizado ya en cuarteles y, casi sin voz propia. El contenido “no capitalista” no existe excepto al nivel político antes mencionado. ¡De no ser así, el imperio incaico y su producción y distribución “no capitalista” sería un buen precursor de la revolución comunista!.

El “comunismo de guerra” ruso se basaba en estos procedimientos supuestamente “anticapitalistas”:

1)       concentración de la producción y distribución a través de los departamentos burocráticos (los “glavki”).

2)       la administración jerárquica y militar de toda la vida social.

3)       un sistema “igualitario” de racionamiento.

4)       la masiva utilización de la fuerza laboral a través de “ejércitos industriales”.

5)       la aplicación de métodos terroristas de la Cheka en las fábricas, contra las huelgas y elementos “contra-revolucionarios”.

6)       el incremento enorme del mercado negro.

7)       la política de requisas en el campo.

8)       la eliminación de incentivos económicos y el uso desenfrenado de métodos de “choque” (udarnost) para eliminar diferencias en ramas industriales.

9)       la nacionalización efectiva de todos los ramos que servían a la industria de guerra.

10)     la eliminación de la moneda.

11)     el uso sistemático de propaganda estatal para levantar la moral de la clase obrera y del pueblo.

12)     servicios gratuitos de transporte, comunicación y alquiler de viviendas.

Si no consideramos el aspecto político del poder de la clase obrera existente aún – esta es una descripción de una economía de guerra, una economía de crisis. Es interesante hacer notar que el “comunismo de guerra” jamás pudo ser planificado. Semejante medida, que hubiera significado una consolidación rápida, permanente y totalitaria de la burocracia, hubiera sido resistida por la clase obrera. La planificación militar sólo era posible sobre un proletariado completamente agobiado y derrotado. Es por eso que el estalinismo en 1.928 y en adelante, añade la planificación (decadente) a una economía que en todo lo demás se parecería al “comunismo de guerra”. La diferencia fundamental era que la clase obrera había perdido el poder en 1.928. Si en 1.918-20 pudo controlar en algo el “comunismo de guerra” (el cual, en fin de cuentas expresaba necesidades pasajeras aunque urgentes), y aún utilizarlo para derrotar a la reacción externa, durante los últimos años de la NEP ya ha perdido todo su poder político. Por tanto bajo el “comunismo de guerra” como de la NEP y el plan quinquenal estalinista, la ley del valor seguía imperando. El salario se podía disfrazar, la moneda podía “desaparecer” pero el capitalismo no dejó de existir por eso. No se le puede destruir con medidas administrativas o puramente políticas dentro de un solo país.

Que el partido bolchevique ya burocratizado se dio cuenta de que el “comunismo de guerra” no podía sobrevivir al fin de la guerra civil, demuestra que este partido obrero todavía conservaba cierto control político sobre el Estado que surgió de la Revolución Rusa. Hay que decir “cierto” porque este control era relativo y cada vez menor. Tampoco hay que olvidar que la necesidad de acabar con el “comunismo de guerra” se la recordaron a los bolcheviques los obreros y marineros de Petrogrado y Kronstadt. Estos últimos pagaron muy caro su atrevimiento. En realidad la rebelión de Kronstadt es contra la supuesta “producción y distribución no capitalista” y contra todo el aparato terrorista estatal y de partido único ya imperante en Rusia durante la guerra civil.

No tenemos que repetir incesantemente que todo esto se debió al aislamiento de la revolución mundial. Es verdad. Pero no basta. La manera cómo tal aislamiento se manifestó dentro de la revolución rusa es también importante, porque nos da ejemplos y lecciones concretas para la futura revolución mundial. El “comunismo de guerra” fue una expresión inevitable pero funesta de este aislamiento político de la clase obrera rusa frente a sus hermanos de clase en Europa.

Al teorizar el “comunismo de guerra” ciertos bolcheviques como Bujarin, Kritsman, etc implícitamente defendían una especie de comunismo en un solo país. Claro, a ningún bolchevique de 1.920 se le hubiera ocurrido decir eso abiertamente. Pero está contenido en la idea de “producción y distribución no capitalista” hecha en un país o “Estado proletario” (concepción también falsa en FOR que a veces parece defender y otras no).

El error interno fundamental de la Revolución Rusa fue él haber identificado dictadura de partido con dictadura del proletariado, que es la dictadura de los Consejos Obreros. Fue un error substitucionista fatal de los bolcheviques.

En un plano histórico más general, este error expresaba todo un período de práctica y teoría revolucionaria que ya no existe. En los bordiguistas se encuentran retazos caricatúrales de esta concepción, la substitucionista, hoy en día caduca y reaccionaria. Pero el error de los bolcheviques, o la limitación de la Revolución Rusa, si se prefiere, no es que no traspasaran el nivel “puramente político” de la revolución social. ¿Cómo iba a hacerse eso si la revolución se hallaba aislada?. Lo que hicieron en el plano social y económico es lo que más se podía. Esto es verdad respecto al “comunismo de guerra” y aún la NEP. Estas dos políticas contenían peligros profundos y trampas insospechadas para el poder político del proletariado. Pero mientras el proletariado se conservaba en el poder, los errores económicos podían arreglarse y componerse, al mismo tiempo que se esperaba a la revolución mundial. Si no se podía llegar al comunismo “integral” (palabra hueca que utiliza el grupo CWO en Gran Bretaña) esto no era porque la clase obrera no quería o no tenía otras “grandes experiencias” (como las de 1.936 en España). La pobreza de Rusia, su bajísimo nivel cultural, el desastre causado por la guerra mundial y la guerra civil, todo esto evitó que la clase obrera conserve su poder político, y también la traición de los bolcheviques se debe añadir como razón interna fundamental.

Pero la falta de medidas “no capitalistas” como la desaparición de la ley del valor, del asalariado, de las mercancías, del Estado y aún  de las clases (¿en un solo país?), ¿Puede esto explicar la derrota interna de la Revolución Rusa?. Esto es lo que parece decir el FOR. Citemos: “....El capitalismo se abrirá brecha siempre, si desde el principio no se le seca su manantial: la producción y la distribución fundadas en el trabajo asalariado. Lo que debe contar para cada proletario es el nivel industrial del mundo, no el de ´su` nación únicamente..” [8].

Sin embargo, pese a lo que FOR sugiere aquí, el “manantial” del capitalismo mundial no existe en pequeños charcos, a secar país por país. El FOR parece que no toma en cuenta que el capitalismo, como sistema social, existe a escala mundial, como relación internacional. La ley del valor por lo tanto no puede ser eliminada más que a escala mundial. Ya que afecta a todo el proletariado mundial, es imposible pensar que un sector aislado del proletariado pueda evitar sus leyes. Esta es una mistificación típica del voluntarismo anarquista, que pensaba que el Estado y el capitalismo se pueden eliminar a través de un falso comunismo de aldea o de comarca. En la tradición anarco-sindicalista la idea adquiere su variante “industrial”, pero sigue siendo la misma mistificación localista, estrecha y egoísta.

En el artículo de Munis citado más arriba se nos advierte que el proletariado no debe contar “únicamente” con el nivel industrial de “su” país. Consejo sabio éste, pero poco clarificador. Si se refiere a la posibilidad de tomar el poder político en un país, sea el que sea, es un buen consejo, aunque en realidad no tan nuevo.

Es verdad que lo que importa es el nivel mundial, no el de cada país. Sin embargo, el plantear la idea de que se puede iniciar la producción y distribución comunista “inmediatamente”, como hace el FOR, el nivel industrial de cada país, sería de importancia primordial. Sería lo fundamental, lo decisivo. Claro que semejante afirmación colocaría al FOR pese a que es una tendencia revolucionaria dentro de la tradición chovinista de un Vollmar o un Stalin. Pero lo realmente trágico es que debería captar que el comunismo es imposible, al no ser posible en un solo país. El FOR responderá iracundo que no defiende la idea del “socialismo en un solo país”. Eso está bien, pero no se puede negar que la manera que tiene de plantear la cuestión de las tareas económicas y sociales, tan importantes como las políticas a su modo de ver, sugiere una especie de “comunismo en un solo país”. ¿Qué otro significado puede tener el decir que el capitalismo se abrirá brecha siempre a menos que se “seque” su “manantial”?. Pero ya hemos dicho que no se puede “secar” en un  solo país. Por tanto, volverá inevitablemente ahí donde el proletariado ha tomado el poder, ya que no pudo “secar su manantial” capitalista del trabajo asalariado. Pero, ¿puede el trabajo asalariado ser eliminado en un solo país o región?.

Según el FOR, parece que sí. He ahí la cuestión. Al aceptar eso, se acepta el socialismo en un solo país. O se es coherente o no.

En una polémica (excelente en otros aspectos) contra los bordiguistas “centinelistas” de “Le Proletaire” , Munis repite: “....En nuestro concepto,...es la más importante de las imposiciones de la dictadura del proletariado, y sin ella no existiría jamás período de transición al socialismo...” [9]. Se refiere a la necesidad de abolir el trabajo asalariado. La necesidad del poder político, la tilda Munis de “...lugar común más que centenario..”. Pero la abolición del salariado lo es también.

Ahora, es cierto, que sin la abolición del salariado no habrá comunismo. Lo mismo se aplica a las fronteras, Estado, clases. No es necesario repetir que el comunismo es un modo de producción basado en la liberación más completa del individuo, en la producción de valores de uso, en la desaparición completa de las clases y la ley del valor. En esto estamos de acuerdo con el FOR.

La diferencia aparece cuando nos topamos con la primacía dada en la actualidad a las medidas económicas y sociales. Veremos aquí que la cuestión del poder político, lejos de ser un “lugar común”, es lo decisivo para la revolución mundial. No así para el FOR.

El enfoque de Munis está encerrado en toda la óptica (miope) de las oposiciones trotskystizantes y aún bujarinistas a la contrarrevolución eslinista. Piensa que las garantías contra la contrarrevolución nos las van a dar medidas económicas o sociales de tipo “no capitalistas”. Pese a la importancia de muchos de los escritos de E. Preobrazhenski, Bujarin, y otros economistas bolcheviques, sus aportaciones no arrojan luz sobre los problemas reales que enfrentaba la clase obrera en 1.924-30. Preobrazhenski hablaba de “acumulación socialista”, de la necesidad de establecer un equilibrio económico entre el campo y la ciudad, etc. Bujarin, pese a sus divergencias políticas con la Oposición de izquierdas, usaba similares argumentos. Todos quedaron encerrados en la idea de que “se puede hacer algo económicamente en un solo país” para sobrevivir.

Este era un falso problema ya que surgía cuando la clase obrera había perdido su poder de clase, su poder político. Cuando esto sucedió, toda la discusión sobre la “economía” soviética pasó a ser charlatanería pura y mistificación tecnocrática. La canalla estalinista dio la contestación definitiva a estos falsos debates con sus bárbaros planes quinquenales, con su terror policíaco y su masacre final del ya vencido partido bolchevique.

Si es verdad que la revolución proletaria de hoy día se hallará en condiciones más favorables que en los años 1.917-27, no podemos consolarnos pensando que los tremendos problemas van a desaparecer. El proletariado heredará un sistema económico putrefacto y decadente. La guerra civil aumentará este desgaste con más destrozos. El delirio aclamador de Bujarin respecto a este declive hay que evitarlo a toda costa como todo tipo de razonamiento apocalíptico o mesiánico sobre una revolución comunista “inmediata”. No se trata de gradualismo. Se trata de llamar a las cosas por su nombre.

Es evidente que si la clase obrera toma el poder, digamos, en Bolivia (aunque sea momentáneamente), su capacidad de “socializar” sería muy limitada. Es posible que para FOR este inconveniente no molestará. El proletariado boliviano podría, por ejemplo, resucitar el espíritu “comunista” aymará y hasta resucitar a Túpac Amarú como comisario del pueblo. En Paraguay, para dar otro supuesto ejemplo, el proletariado podría retornar a un tipo antiguo de “comunismo” jesuita del Tiempo de la Conquista. Siempre hay que poner al mal tiempo buena cara. ¿No hablaba el mismo Marx de un “comunismo bárbaro” basado en la miseria generalizada?, se podría argüir, ¿no era ése un tipo de “comunismo”?, pero, ¿aplicable a nuestros días?. Que nos lo diga el FOR. Parece que su apego a las “colectividades” en España le ha transmitido una añoranza especial del “comunismo primitivo”.

Bromas aparte (que esperamos que el FOR no tome a mal), hay que decir que el proletariado toma el poder político con miras al éxito de la revolución comunista mundial. Por tanto las medidas en el plano económico y social deben orientarse en esa dirección. Por eso están subordinadas a la necesidad de conservar el poder político de los Consejos Obreros libres, soberanos y autónomos en tanto que expresiones de la clase revolucionaria dominante. El poder político es condición previa a toda “transformación social” ulterior, inmediata, mediata o como se quiera llamar. La primacía es el poder político. Eso no se cambia. En el plano económico, hay mucho campo para experimentar (relativamente) y también para cometer errores que no tienen porque ser fatales. Pero cualquier alteración en el plano político implica, rápidamente, el retorno completo del capitalismo.

La profundidad de las transformaciones sociales posibles en cada país dependerá, claro esta, del nivel concreto material de ese país. Pero en ningún caso darán la espalda a las necesidades de la revolución mundial. En este sentido, se puede imaginar un tipo de “comunismo de guerra”, o sea, una economía de guerra bajo el control directo de los Consejos Obreros. No nacionalizaciones, sino la participación activa y responsable de un aparato de Gobierno soviético controlado por la clase obrera. ¿Piensa el FOR que esto es imposible?, ¿Es esto estar “demasiado apegados al modelo ruso”?.

Dar primacía a la abolición del salariado, pensando que con eso se llega al “quebrantamiento inmediato de la ley del valor (intercambio de equivalentes) hasta su desaparición inmediata....”[10] es pura fantasía “modernista”. Es el tipo de ilusiones que en ciertos momentos ayudarían a desarmar al proletariado, aislándolo del resto de la clase obrera mundial. Al decirle que ha “socializado” “su” sector de la economía mundial, que ha “quebrado” la ley del valor de “su” región, se le dice que defienda ese sector “comunista” cualitativamente superior al capitalismo externo. Nada sería más falso que esa demagogia. Lo que defendemos es el poder político de la clase obrera.

Lo que derrotaría  a cualquier sector de la clase obrera que ha tomado el poder es el aislamiento de la revolución, o sea, la falta de conciencia clara por parte del resto de la clase obrera mundial sobre la necesidad de extender la solidaridad y la revolución mundial. He ahí el problema real. El FOR no lo enfoca así aunque a veces agacha la cabeza en esa dirección. El problema no es que el capitalismo va a “resurgir” allí en donde no se le ha “secado el manantial” sino que el capitalismo sigue existiendo a escala mundial pese que uno , o algunos de los Estados, hayan sido derrotados. Pensar que se lo puede destruir en un sólo país es pura charlatanería que implica una profunda ignorancia de la economía capitalista según la analiza Marx. O, se trata de una “revolución simultánea” en todos los países, capaz de acortar enormemente el período de guerra civil para pasar al período de transición propiamente dicho ( a escala mundial, por supuesto). Esto sería ideal, pero probablemente no va a suceder de esta manera instantánea, pese a los esfuerzos del FOR. Tener esperanzas, estar abiertos a posibilidades inesperadas o ideales es una cosa. Pero otra, muy distinta, es basar la perspectiva revolucionaria en eso y hasta escribir un “Segundo Manifiesto Comunista” con ese espíritu. La verdadera libertad nos la da el reconocimiento de la necesidad, no los aspasvientos voluntaristas.

Pese a sus confusiones básicas sobre lo que fue el “comunismo de guerra” en la Revolución de Octubre, al menos el FOR comprende que se trataba de una revolución proletaria, de un esfuerzo político de la clase por mantenerse en el poder. Pero veamos ahora que nos dice el FOR sobre España 1.936.

Como enfoca el FOR el tema de las colectividades de 1936 en España

Según el FOR, la tentativa del “comunismo de guerra”, aunque introdujo relaciones “anticapitalistas”, no sobrepasó nunca el estadio del ejercicio del poder político por la clase obrera. Para mostrarnos un ejemplo aún mucho más profundo de medidas o relaciones “no capitalistas” el FOR presenta las colectividades de 1.936-37 en España. Munis las describe así: “...Las colectividades de 1.936-37 en España no son un caso de autogestión. Algunas organizaron una especie de comunismo local (¿???) sin otras relaciones mercantiles hacia el exterior, precisamente como las antiguas sociedades del comunismo primitivo. Otras eran cooperativas de oficio o de pueblo, cuyos miembros se distribuían los antiguos beneficios del capital. Todas abandonaron, más o menos, la retribución de los trabajadores según las leyes del mercado de la fuerza de trabajo , así como, unas más que otras, según el trabajo necesario y el sobretrabajo de donde el capital saca la plusvalía y toda la substancia de su organización social. Además las colectividades hicieron a las milicias de combate donaciones en especies tan abundantes como reiteradas. No se pueden definir a las colectividades sino por sus características revolucionarias (¡sic!!), en suma, por el sistema de producción y distribución en ruptura con las nociones capitalistas de valor (de cambio necesariamente)...” [11].

En su libro “Jalones de derrota: promesa de victoria” (1.948), Munis es aún más entusiasta: “...Incautada la industria, sin más excepción que la de pequeña escala, los trabajadores la pusieron en marcha organizados en colectividades locales y regionales por rama de industria. Fenómeno que contrasta con el de la Revolución Rusa y evidencia la intensidad del movimiento revolucionario español, la gran mayoría, de los técnicos y hombres especializados en general, lejos de mostrarse renuentes a la integración en la nueva economía, colaboraron valiosamente desde el primer día con los trabajadores de las colectividades. La gestión administrativa y la producción resultaron beneficiadas; el paso a la economía sin capitalistas se efectuó sin los tropiezos y la pérdida de la productividad que el saboteo de los técnicos infligió a la Revolución Rusa de 1.917. Muy al contrario, la economía regida por las colectividades realizó rápidos y enormes progresos. El estímulo de una revolución considerada triunfante, el gozo de trabajar para un sistema que substituiría a la explotación del hombre por su emancipación del yugo de la miseria asalariada, la convicción de aportar a todos los oprimidos de la Tierra una esperanza, una oportunidad de victoria sobre sus opresores, realizaron maravillas. La superioridad productiva del socialismo sobre el capitalismo quedó iluminadamente demostrada por la obra de las colectividades obreras y campesinas, mientras que la intervención del Estado capitalista regida por los arrogantes políticos del Frente Popular no rehizo el yugo destruido en Julio (de 1.936)...” [12].

No es ésta la ocasión de continuar una polémica sobre la llamada “guerra civil en España”. Nosotros ya hemos publicado bastantes artículos sobre ese capítulo trágico de la contrarrevolución, que abrió paso a la segunda masacre imperialista mundial[13]. Aquí diremos brevemente que Munis y el FOR siempre han defendido la errónea idea de que en España hubo tal “revolución”. Nada es más extraño a la realidad histórica. Si bien es cierto que la clase obrera en España desbarató al aparato burgués en 1.936, y que en Mayo de 1.937 se alzó, ya muy tarde, contra el estalinismo y el Gobierno del Frente Popular, esto no niega que la lucha de clases fuera desviada y absorbida entre la República y el fascismo. La clase sucumbió ideológicamente bajo el peso de esta vil campaña antifascista, fue masacrada en la guerra y rematada por la dictadura franquista, una de las más bestiales del siglo.

Las colectividades fueron ideales para desviar la atención del proletariado de su verdadero objetivo inmediato: la destrucción total del aparato estatal burgués con todos sus partidos, de izquierda incluidos. Estos últimos, revivieron el aparato estatal disgregado en 1.936 por los obreros armados. Pero, una vez hecho esto, la clase fue seducida por la lucha del Frente Popular contra la sublevación franquista. Las colectividades y los comités de fábrica se doblegaron ante esta inmundicia. El aparato estatal se reconstituyó integrando a la clase obrera en su frente militar, desviando así la lucha obrera hacia la masacre inter-burguesa[14].

“BILAN” (órgano de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista) se opuso a cualquier idea de apoyar la supuesta “revolución española”. Correctamente escribían: “...cuando el proletariado no tiene el poder – y este es el caso hoy en España – la militarización de las fábricas, equivale a la militarización de las fábricas en cualquier Estado capitalista en guerra...”[15]. BILAN apoyaba a la clase obrera en España en esas horas aciagas y le señalaba el único camino que podía seguir: “...En cuanto a los obreros proletarios de la península  ibérica, no tienen ahora más que una salida, la misma del 19 de Julio de 1.936: huelga en todas las empresas, sean de guerra o no, tanto del lado de Companys como de Franco; contra los jefes de sus organizaciones sindicales y del Frente Popular y por la destrucción del régimen capitalista...”[16].

¡ Qué lejos están estas palabras de la palabrería sobre la “superioridad del socialismo sobre el capitalismo” demostrada por las colectividades!. No, la verdad hay que decirla de frente: en España no hubo ninguna revolución social.

El capitalismo sobrevivió porque la clase obrera en España, aislada de toda perspectiva revolucionaria mundial, fue encaminada a “autogestionarse” la economía de guerra “colectivizada”, en aras del capitalismo español. En estas condiciones, afirmar que la “revolución española” fue más lejos que la rusa en el nivel de las relaciones “no capitalistas”, es una patraña ideológica.

Munis y el FOR revelan aquí una incapacidad para comprender qué fue la Revolución de Octubre y que fue la contrarrevolución de España. Error garrafal para una tendencia revolucionaria. Minimizar el contenido de la primera en aras de la segunda es simplemente increíble. En realidad, al defender las colectividades, Munis y el FOR “teorizan” el apoyo dado al Gobierno republicano por los trotskystas durante la guerra civil. Es que no hay otra manera de explicar este apoyo fanático a las “colectividades”, cepo de la burguesía republicana en 1.936-37. Ya sabemos que según el FOR, la tradición troskystizante es revolucionaria, el FOR sigue siendo su heredero histórico. Pero, veamos de pasada, lo que decían los trotskystas de la sección bolchevique-leninista de España (por la IVª Internacional):

“...¡Viva la ofensiva revolucionaria!. Nada de compromisos. Desarme de la Guardia Nacional Republicana (Guardia Civil) y de la Guardia de Asalto reaccionarias. El momento es decisivo. La próxima vez será demasiado tarde. Huelga General de todas las industrias que no trabajen para la guerra. Sólo el proletariado puede asegurara la victoria militar. ¡Armamento total de la clase obrera! ¡Viva la unidad de acción CNT-FAI-POUM!, ¡Viva el frente revolucionario del proletariado!, ¡En los talleres, en las fábricas, barricadas:. Comités de defensa revolucionaria!...” [17].

Salta a la vista la reaccionaria posición de los trotskystas: “asegurar la victoria militar”. ¿Y de quien? ¡De la República!. Esta “victoria militar” no debía ser amenazada por las huelgas irresponsables en las industrias bélicas, según los trotskystas.

Sí, sin duda, ésta era – y es – una diferencia fundamental entre el trotskysmo y el marxismo. Los primeros no sabían distinguir entre revolución y contrarrevolución, y los segundos, que no sólo sabían, confirmaron también la posición marxista sobre la primacía, la necesidad fundamental, de asegurar el poder político, previo a todo intento de “reorganizar” la sociedad. Si la guerra burguesa de España hizo algo para la teoría revolucionaria fue confirmar esa lección de la lucha histórica de la clase obrera.

En el capítulo XVII de Jalones, titulado “La propiedad”, Munis dice abiertamente que en España “Nacía un nuevo sistema económico, el sistema socialista”[18]. La revolución comunista futura, nos advierte, tendrá una obra a continuar y perfeccionar. No importa para Munis que todo ese esfuerzo “socialista” estuviera plegado a una guerra 100% capitalista, a una masacre y un degüello que preparaba la matanza de la Segunda Guerra Mundial y sus 60 millones de muertos. En el fondo Munis sigue apoyando la guerra antifascista de 1.936-39, y en este sentido, no ha roto con los mitos del trotskysmo. La mistificación sufrida por el proletariado es admitida por Munis, pero sin saber qué decir: “...El proletariado seguía considerandos la economía suya y definitivamente ido el capitalismo...”[19].

En vez de criticar las mistificaciones del proletariado, Munis se adapta a ellas, las idolatra y las “teoriza”. He ahí lo negativo, lo retrógrado del FOR y sus cantinelas sobre la “Revolución Española”. Su crítica es puramente económica: sobre todo se refiere a la falta de planificación a escala nacional. Para Munis “... la incautación y puesta en marcha de los centros productores por los trabajadores respectivos era un primer paso obligado. Quedarse en él debía resultar funesto..”[20]. Habla después también del poder político, que era “decisivo” (¡¡!!) para la revolución. Pero es para decirnos  que la CNT no estuvo a la altura de las circunstancias, aceptando así que la CNT era un organismo de los trabajadores, lo cual es otro embuste. Según  el FOR, la CNT era una organización proletaria a la que se le “olvidó” el “lugar común” del poder político. Es así como plantea la “revolución española” el claro y tajante FOR.

El libro de Munis apareció en 1.948. Puede que sus ideas hayan cambiado. Pero al menos en su Reafirmación de Marzo de 1.972 (al final del citado libro) no hace comentarios, ni críticas de las actividades trotskystas en España.

En este sentido Munis no ha cambiado de ideas sobre la “revolución española” en más de 45 años. Estar demasiado apegados “al modelo ruso” no es un crimen para los revolucionarios; “traba conservadora” puede ser, pero pertenece a la historia de nuestra clase y por eso debemos asimilar todas sus lecciones ya que se trata de una revolución proletaria. Lo que no es el caso de la supuesta “revolución española”. Ahí nuestra clase jamás tomó el poder político, al contrario , se le convenció, en parte a través de las colectividades, que eso era un “lugar común” que era mejor dejarlo en manos de los señores de la CNT-FAI-POUM. Así, la clase obrera fue movilizada y masacrada por los republicanos y por sus verdugos estalinistas, y para remate por los fascistas. Para Munis, esta matanza no empaña en nada la sublime obra redentora de las colectividades. Frente a semejante lirismo, nosotros decimos que estar apegados – siquiera un poquito- al “modelo español”, sí es un error monstruoso para los revolucionarios.

Para Munis y el FOR, el poder político de la clase aparece a veces como algo importante y decisivo, y a veces, como algo que puede (e incluso debe) venir después. Algo como un “lugar común” que  no hay que discutir mucho puesto que “ya nos lo sabemos”. La experiencia en España muestra, de manera negativa, la primacía del poder político sobre tales medidas o relaciones “socialistas”. Munis y el FOR no se percatan que en la guerra de España poder político y mistificación “colectivista” existían en proporción inversa. Lo uno negaba a lo otro, no pudiendo ser de otra manera[21].

En su Reafirmación, Munis escribe: “ Mientras más años contemplamos retrospectivamente hasta 1.917, mayor importancia adquiere la revolución española. Fue más profunda que la Revolución Rusa...en el dominio del pensamiento no pueden elaborarse hoy sino despreciables remedos de teoría si se prescinde del aporte de la revolución española, y precisamente en cuanto contrasta, superándolo o negándolo, con el aporte de la Revolución Rusa...”[22].

Por nuestra parte, preferimos basar nuestras orientaciones en las verdaderas experiencias del proletariado y no en “innovaciones” modernistas como las del FOR.

Como clase explotada y revolucionaria que es, la clase obrera expresa a través de sus luchas históricas esta naturaleza complementaria. Es así que utiliza sus luchas reivindicativas, para ayudarse a alcanzar la comprensión de sus tareas históricas. Esa comprensión revolucionaria halla su obstáculo inmediato en cada Estado capitalista, que debe ser derrocado por la clase obrera de cada país.

Pero no puede la clase disolverse como categoría explotada sino a escala universal, porque esa posibilidad está ligada íntimamente a la economía mundial, que sobrepasa los recursos encontrados en cada economía nacional. El concepto de Rosa Luxemburgo sobre el capital global es muy importante a este respecto. El Estado capitalista si puede ser derrocado en cada economía nacional. Pero el carácter capitalista de la economía mundial, del mercado mundial, sólo puede ser eliminado a escala universal. La clase obrera puede instaurar su dictadura (aunque no por mucho tiempo) en un solo país o en un puñado de países aislados, pero no puede crear el comunismo en un solo país o región del mundo. Su poder revolucionario se expresa por su orientación netamente internacionalista, encaminada sobre todo a ayudar a destruir el Estado capitalista en todas partes, a destruir ese aparato policiaco-terrorista en el mundo entero. Ese período puede tardar algunos años, y mientras no se termine será difícil, sino imposible, tomar medidas reales y definitivamente comunistas. La destrucción total de las bases económicas del modo de producción capitalista no puede ser sino tarea de toda la clase obrera mundial, centralizada y unida, ya sin naciones ni intercambio mercantil. En cierto modo hasta que la clase obrera alcance ese nivel, seguirá siendo una clase económica, teniendo en cuenta las condiciones de penuria y desequilibrio económico que todavía subsistirán. Es así como la naturaleza tanto de clase explotada como de clase revolucionaria – intrínseca al proletariado – se dan mutuamente la mano tendiendo a fusionarse conscientemente en el largo proceso histórico que es la dictadura del proletariado y la total transformación comunista.

No pretendemos dar por terminada esta discusión tan importante. Pero sí queríamos presentar nuestras críticas a las concepciones de FOR sobre estos problemas de la revolución proletaria. Nada de lo que defienden respecto al “comunismo inmediato” nos convence de que el planteamiento de Rosa Luxemburgo citado al comienzo de este artículo sea erróneo. Y menos aún la idea de que la Revolución Rusa no fue tan profunda como la “revolución española”. Las ideas del FOR sobre las “tareas de nuestra época”, están conectadas a esta visión de un socialismo que puede ser alcanzado en cualquier momento y cuando al proletariado le dé la gana. Esta concepción inmediatista, voluntarista, ya ha sido criticada varias veces en nuestras publicaciones[23].

Las peligrosas confusiones del FOR esconden su incapacidad para comprender qué es la decadencia del capitalismo y cuales son las tareas de la clase obrera en este período histórico. Igualmente, no ha sido capaz nunca de comprender el significado de los cursos históricos que se han manifestado en este siglo después de 1.914. No comprendió jamás, por ejemplo, que la lucha del proletariado español en 1.936 no podía cambiar el curso hacia la segunda guerra imperialista. Confirmación crucial de esto fue la tremenda confusión política del proletariado en España, que, en vez de continuar su lucha contra el aparato del Estado y todos sus instrumentos políticos y sindicales, se dejó maniatar por estos últimos, abandonando su terreno de clase.

¡ Esta es la real tragedia del proletariado mundial en España!. Pero para el FOR, este “jalón de derrota” confirmó la “superioridad” del socialismo sobre el capitalismo.

Qué errónea es esta apreciación sobre la revolución comunista, incapaz de comprender en qué momento el movimiento por la liberación total de la humanidad se hundió en el más bárbaro abismo. Si el proletariado es incapaz de comprender cuándo y cómo se lucha, sus perspectivas y esfuerzos más abnegados, serán desplazados por la clase enemiga y recuperados por ella momentáneamente y jamás estará a la altura de su misión histórica. Su futura liberación mundial requiere constantemente un balance profundo de los últimos 50 años. Cuando el FOR se dé cuenta de esta necesidad, y más que todo de lo que fue el trotskysmo y la tal “revolución española”, sólo entonces podrá realmente avanzar y realizar la promesa de toda esa enorme pasión revolucionaria contenida en sus publicaciones.

Revista Internacional nº 25 ( 2º Trimestre de 1.981)

 


[1] Rosa Luxemburgo, “La Revolución Rusa”, Editorial Anagrama, Barcelona 1.969, paginas 75-76.

[2] FOR, “Pro-Segundo Manifiesto Comunista”, Losfeld, París 1.965, pagina 24.

[3] Citado en el interesante opúsculo de Juan Antonio García Diez, URSS 1.917-1.929: De la Revolución a la Planificación. Madrid 1.969, pagina 53. Esto también lo afirman otros historiadores económicos de la Revolución Rusa como Carr, Davies, Dobb, Erlich,Levin, Nove, etc.

[4] R. Luxemburgo, ídem., pagina 85.

[5] FOR, ibídem, pagina 25.

[6] Nikolai Bujarin, “Teoría económica del período de transición”, Ed Siglo XX, Buenos Aires 1.974, pagina 35

[7] FOR, ibídem, pagina 25.

[8] Grandizo-Munis “Clase revolucionaria, organización política, dictadura del proletariado”, en Alarma nº 24, 1er Trimestre de 1.973, pagina 9

[9] Munis, ibídem, Alarma nº 25, 2º Trimestre 1.973, pagina 13

[10] Munis, ibídem, Alarma nº 25, pagina 6

[11] Munis, “Carta de protesta a la revista ´Autogestión et socialisme”, Alarma nº 22 y 23, Tercer y cuarto Trimestre de 1.972, pagina 11.

[12] Munis “Jalones de derrota, promesa de victoria” (España 1.930-39), México 1.948, pagina 340

[13] Citamos aquí los artículos de BILAN aparecidos en la REVISTA INTERNACIONAL número 15 (especial), Julio 1.977, y “El mito de las colectividades anarquistas” en ACCION PROLETARIA nº 20

[14] BILAN, “Textos sobre la Revolución española” (sic), Barcelona 1.978, pagina 103.

[15] Ibídem, pagina 116

[16] Ibidem. Pag.118

[17] Munis, “Jalones...”, pagina 305

[18] Munis, ibídem, pagina 339-340

[19] Munis, ibídem, pagina 346

[20] Munis, ibídem, pagina 345

[21] Como ya hemos dicho, Munis, a veces, insiste en que el poder político es lo decisivo. Ver, por ejemplo en “Jalones”, pagina 357-358. Es un dualismo del que no se escapa el FOR

[22] Munis, ibídem

[23] Mencionamos, entre otras: artículos en REVOLUTION INTERNATIONALE nos 7,14, 54,56,57,58; REVISTA INTERNACIONAL nº 16; la crítica a FOCUS en INTERNATIONALISME (USA) nº 25, “FOR, una confusión peligrosa”

3.El mito de las colectividades anarquistas

  • 4810 lecturas

Las colectividades españolas de 1936 han sido presentadas como el modelo perfecto de la revolución. Al decir de anarquistas, trotskistas y también de muchos intelectuales bienpensantes en ellas se vivió la autogestión obrera de la economía, eliminaron la burocracia, aumentaron el rendimiento del trabajo y - maravilla de maravillas - fueron “obra de los obreros mismos”, ...«dirigidos y orientados en todo momento por los libertarios» (en palabras de Gastón Leval, anarquista autor de un libro sobre las Colectividades del 36).

Pero no sólo los radicales nos ofrecen el “paraíso” de las colectividades. Heribert Barrera - en 1936 republicano catalanista y hoy diputado a Cortes -, las elogia como «un ejemplo de economía mixta respetuosa de la libertad y la iniciativa humana», mientras los trotskistas y el POUM nos enseñan que «la obra de las colectividades dio un carácter más profundo a la revolución española que a la revolución rusa». También G. Munis y los compañeros del FOR, se hacen ilusiones sobre el carácter “revolucionario” y “profundo” de las colectividades.

Por nuestra parte nos vemos obligados, una vez más, a hacer de aguafiestas: las colectividades de 1936 no fueron un medio de la revolución proletaria sino un instrumento de la contrarrevolución burguesa; no fueron la organización de la nueva sociedad sino la tabla de salvación de la vieja, que se mantuvo con todo su salvajismo.

Y con esto no pretendemos desmoralizar a nuestra clase. Al contrario: la mejor manera de desmoralizarla es hacerla luchar por falsos modelos de revolución. La condición de su liberación y la de toda la humanidad es liberarse completamente de todo falso modelo, de todo falso paraíso,...

¿Qué fueron las colectividades?

En 1936 España, cogida de lleno por la crisis económica que desde 1929 sacude el capitalismo mundial, vive convulsiones particularmente graves.

Todo capital nacional sufre tres tipos de convulsiones sociales:

- la derivada de la contradicción fundamental entre burguesía y proletariado.

- la proveniente de los conflictos internos entre las distintas fracciones de la propia burguesía.

- la que ocasiona el enfrentamiento entre bloques imperialistas que toman cada país como escenario de su reparto de influencias y de mercados.

En la España de 1936 esas tres convulsiones confluyeron con una intensidad bestial, llevando al capitalismo español a una situación extrema.

En primer lugar, el proletariado español - todavía sin derrotar, al contrario de lo que ocurría con sus hermanos europeos -, presentó una enérgica batalla contra la explotación, jalonada por una extraordinaria escalada de huelgas generales, revueltas, e insurrecciones que causan la alarma de la clase dominante.

En segundo lugar, los conflictos internos de ésta se agravan por momentos. Una economía atrasada, desgarrada por formidables desequilibrios y devorada por ello con más intensidad por la crisis mundial, es el mejor caldo de cultivo para el estallido de conflictos entre la burguesía de derechas (terratenientes, financieros, militares, iglesia,... comandados por Franco) y la burguesía de izquierdas (industriales, clases medias urbanas, sindicatos, etc., dirigidos por la República y el Frente Popular).

Finalmente, la inestabilidad del capitalismo español, lo hace presa fácil de las apetencias imperialistas del momento, que espoleadas por la crisis, necesitan nuevos mercados y nuevas posiciones estratégicas, en su carrera de dominio. Alemania e Italia tienen su peón en Franco, disimulado bajo las caretas de la “tradición” y la “cruzada contra el comunismo ateo”, mientras que las potencias occidentales y Rusia - entonces aliadas -, encuentran en la República y el Frente Popular su bastión, parapetados tras las cortinas del “antifascismo” y la “lucha por la revolución”.

En este contexto surge la sublevación de Franco el 18 de Julio de 1936, la cual significa para la clase obrera, la culminación de la sobrexplotación y la represión iniciadas por la república desde 1931. Pero su respuesta es inmediata y fulminante: la huelga general, la insurrección, el armamento de masas y la expropiación y ocupación de las empresas.

Desde el primer momento todas las fuerzas de la burguesía de izquierdas, que van desde los partidos republicanos hasta la CNT, tratan de encerrar a los obreros en la trampa de la “lucha antifascista” y, dentro de ella, de convertir las expropiaciones de empresas en un fin en sí mismo, para hacer volver al trabajo a los obreros con la ilusión de que las empresas son suyas, pues están “colectivizadas”.

Las jornadas de julio no iban solo contra Franco, sino a la vez, contra el Estado republicano: los obreros, si no quieren verse derrotados, deben concebir la huelga, la expropiación de empresas y el armamento como inicio de una ofensiva contra todo el Estado capitalista, tanto el franquista como el republicano. Por ello, para rematar con éxito la huelga insurreccional, los obreros no podían conformarse con la expropiación de empresas y la formación de milicias, sino que debían destruir al mismo tiempo que al ejército franquista, a todas las fuerzas políticas republicanas. (Los Azaña, Companys, PC, CNT, etc) y, en segundo lugar, destruir totalmente el Estado capitalista, levantando sobre sus escombros, el poder de los Consejos Obreros.

Sin embargo la clave del fracaso proletario, de su aislamiento, y de su alistamiento en la barbarie de la guerra civil, estuvo en que las fuerzas republicanas, y sobre todo la CNT y el POUM, consiguieron impedir a los obreros dar el paso decisivo - destruir el Estado capitalista -, y encerrarlos en la “colectivización de la economía” y la “lucha antifascista”.

Catalanistas, Frente Popular, POUM y sobre todo CNT, logran encerrar a los obreros en la simple expropiación de las empresas, convirtiéndolas en “COLECTIVIDADES REVOLUCIONARIAS”, las cuales, al mantenerse dentro del Estado capitalista, dejándolo intacto, no sólo se vuelven inútiles para los obreros, sino que se convierten en un medio de sobrexplotación y control por el Capital:

«Como el poder del Estado quedó en pie, la Generalitat de Cataluña podía legalizar tranquilamente las expropiaciones obreras y formar corro con todas las corrientes “obreras” que engañaban a los trabajadores con las expropiaciones, el control obrero, el reparto de la tierra, las depuraciones,... pero que guardaban un silencio criminal respecto a la realidad terriblemente efectiva y poco aparente, de la existencia del Estado Capitalista. Por ello las expropiaciones obreras quedaban integradas en el marco del Capitalismo de Estado.» (BILAN).

Y así vemos como la CNT, que nunca había convocado la huelga espontánea de los obreros del 19 de Julio, ni nunca había llamado a tomar las armas, llama enseguida a volver al trabajo, a terminar la huelga, o sea a impedir el asalto obrero al Estado capitalista, con la excusa de que las empresas “están colectivizadas”. Gastón Leval en su libro «Colectividades libertarias en España», razona así: «Al producirse el ataque fascista, la lucha y el estado de alerta movilizaron a la población durante cinco o seis días, al cabo de los cuales la CNT dió orden de reanudar el trabajo. Prolongar la huelga habría sido contra los intereses de los mismos trabajadores que asumían la responsabilidad de la situación».

Estas colectividades que según el POUM eran «una revolución más profunda que la revolución rusa», sirvieron para justificar la vuelta al trabajo y someter a los obreros a la producción para la guerra. En las condiciones de entonces, de convulsión y disgregación extrema del edificio capitalista, la fachada radical de las colectividades era el último recurso para hacer trabajar a los obreros y salvar el orden explotador, como reconoció francamente Osorio y Gallardo, político de derechas: «Enjuiciemos imparcialmente. Las colectividades fueron una necesidad. El capitalismo había perdido toda su autoridad moral y ni los dueños podían mandar, ni los obreros querían obedecer. En tan acongojante situación o la industria quedaba abandonada o se incautaba de ella la Generalitat estableciendo un comunismo soviético».

Al servicio de la economía capitalista

Cuando nos dicen que las colectividades fueron un modelo de “comunismo”, de “poder obrero”, que “fueron una revolución más profunda que la rusa”,... hay que echarse a reír. La cantidad de datos, hechos y testimonios que demuestran lo contrario es abrumadora. Veamos:

Primero. Gran número de colectivizaciones se hicieron de acuerdo con los propios patronos. A propósito de la colectividad de la industria chocolatera de Torrente (Valencia), Gastón Leval en el libro antes citado, nos dice: «Motivados por el deseo de modernizar la producción tanto como de suprimir la explotación del hombre por el hombre, la CNT convocó una asamblea el 1º de Septiembre de 1936. Los patronos fueron invitados a participar en la colectividad lo mismo que los obreros. Y todos aceptaron asociarse para organizar la producción y la vida sobre bases inéditas».

Las “bases inéditas” de la vida se hacían respetando todos los pilares del régimen capitalista. Así la Colectividad de Tranvías de Barcelona,... «no sólo aceptó pagar a los acreedores de la compañía las deudas contraídas, sino que también trató con los accionistas que fueron convocados a una asamblea general» (Gastón Leval, libro citado).

¡Profunda “revolución” ésta que asume las deudas adquiridas y respeta los intereses de los rentistas! ¡Extraña manera de organizar la producción y la vida sobre bases inéditas!

Segundo. Las colectividades sirvieron, en manos de los sindicatos y partidos burgueses, para reconstruir la economía capitalista:

a) para concentrar empresas: «Nos hemos hecho cargo de talleres microscópicos con un número insignificante de trabajadores, sin esbozo de actividad sindical, cuya inactividad perjudicaba a la economía» (Informe del sindicato de la madera de la CNT de Barcelona).

b) para racionalizar la economía: «Como primer paso hemos establecido la solidaridad financiera de las industrias, organizando un Consejo General de Economía, donde cada ramo tiene dos delegados. Los recursos excedentes servirán para ayudar a las industrias deficitarias para que reciban la materia prima y demás elementos de la producción» (CNT de Barcelona, 1936).

c) para centralizar la plusvalía y el crédito canalizándolos según las necesidades de la economía de guerra: «En toda empresa colectivizada el 50% de los beneficios se destinará a la conservación de los recursos propios y el otro 50% pasará a poder del Consejo Económico local o comarcal, según corresponda» (Ponencia de la CNT sobre colectividades, diciembre de 1936).

Como se ve, ni un céntimo de los beneficios para los trabajadores. Pero ¡no pasa nada!, Gastón Leval lo justifica con el mayor cinismo: «Puede con razón preguntarse por qué los beneficios no son repartidos entre los trabajadores a cuyo esfuerzo son debidos. Respondemos: porque son reservados para fines de solidaridad social»

¡”Solidaridad social” con la explotación, con el esfuerzo de guerra, con la miseria más terrible!

Tercero. Las colectividades se detienen respetuosas ante el capital extranjero. Según el POUM «para no molestar a los países amigos». Traduzcamos: para supeditarse a las potencias imperialistas a las que estaba enfeudado el bando republicano.

¡Maravillosa y profunda revolución!

Cuarto. Los organismos que gestionaban y dirigían las colectividades (sindicatos, partidos políticos, comités) estaban plenamente integrados en el Estado capitalista: «Los comités de fábrica y los comités de control de las empresas expropiadas se transformaron en órganos para activar la producción y, por eso mismo, fueron desdibujados en cuanto a su significación de clase. No se trataba ya de organismos creados en el curso de una huelga insurreccional para derribar al Estado, sino de organismos orientados hacia la organización de la guerra, condición esencial para permitir la supervivencia y el reforzamiento de dicho Estado» (BILAN).

La CNT participó en el Consejo de Economía de Cataluña con 4 delegados, en el Gobierno de la Generalitat con 3 ministros, y en el Gobierno central de Madrid con otros tres ministros. Pero no sólo participaron de lleno en la cumbre del Estado sino también en la base del mismo, pueblo a pueblo, empresa a empresa, barrio a barrio. En la España republicana había cientos de alcaldes, concejales, administradores, jefes de policía, oficiales militares, etc., “libertarios”.

Pero esas fuerzas no sólo eran parte integrante del Estado por su participación directa en él. Era toda la política que defendían la que les hacía carne y sangre del orden capitalista. Esa política que ató en todo momento la acción de las colectividades fue la unidad antifascista, que justificó el sacrificio de los obreros en el frente de guerra y la sobrexplotación en la retaguardia. Gastón Leval nos explica claramente esa política llevada, junto a otros, por la CNT: «Había que defender las libertades tan relativas y sin embargo tan apreciables representadas por la República». Gastón Leval “olvida” la “apreciable libertad obrera” que significó la represión de la República contra las huelgas de los trabajadores (recuérdese Casas Viejas, Alto Llobregat, Asturias,...)

«No se trataba de hacer una revolución social, ni de la implantación del comunismo libertario, ni de la ofensiva contra el capitalismo, el Estado, o los partidos políticos: se trataba de impedir el triunfo del fascismo» (Leval, op cit) ¡Más claro agua!. El programa de la CNT era el mismo que el PCE: la defensa del capitalismo bajo el camelo antifascista!

Quinto. El carácter “revolucionario”, “anticapitalista”, “libertario”, etc. de las colectividades fue convenientemente avalado por el Estado capitalista que las reconoció mediante el Decreto de Colectividades (24/10/36), y las coordinó por la constitución del Consejo de Economía ¿Quién firmó ambos decretos? ¡El Sr. Terradellas, hoy flamante presidente de la Generalitat de Cataluña!

Forzoso es concluir que las colectividades no significaron el más mínimo ataque al orden burgués, sino que fueron una forma que este adoptó para reorganizar la economía y salvar la explotación, en unos momentos de máxima tensión social y enorme radicalización obrera que no permitían usar los métodos tradicionales: «Ante un incendio de clase, el capitalismo no puede ni siquiera pensar en recurrir a los métodos clásicos de la legalidad. Lo que le amenaza es la independencia de la lucha proletaria que condiciona la próxima etapa revolucionaria hacia la abolición de la dominación burguesa. Por consiguiente el capitalismo debe rehacer la malla de su control sobre los explotados. Los hilos de esta malla que antes eran la magistratura, la policía, las prisiones, se transforman, en la situación explosiva de Barcelona, en los Comités de Milicias, las industrias socializadas, los sindicatos obreros, las patrullas de vigilancia, etc» (BILAN).

La implantación de la economía de guerra

Una vez visto el carácter de instrumento capitalista de las colectividades, vamos a ver que papel jugaron, y este fue el de implantar dentro de los obreros una draconiana economía de guerra que permitiera afrontar los enormes gastos y la gigantesca sangría de recursos que suponía la guerra imperialista que se libraba en España en 1936-39.

La economía de guerra supone, en pocas palabras, tres cosas:

1º.- La militarización del trabajo.

2º.- Los racionamientos

3º.- Dirigir toda la producción hacia un fin exclusivo, totalitario y monolítico: la guerra.

El taparrabo de las colectividades sirvió a la burguesía para imponer a los obreros una disciplina militar en el trabajo, la ampliación de la jornada laboral, la realización de horas extra gratuitas: «Artículo 24: todos vendrán obligados a trabajar sin límite de tiempo lo que precise el bien de la colectividad. Artículo 25: todo colectivista está obligado, aparte del trabajo que normalmente le sea asignado, a prestar, allí donde se encuentre, su ayuda en todos los trabajos urgentes o imprevistos» (Colectividad de Jávea -Alicante-).

En las “asambleas” de las colectividades se imponían “democráticamente”, más y más medidas cuartelarias: «Se acordó organizar un taller donde las mujeres irían a trabajar en lugar de perder el tiempo charlando en las calles. Se acabó diciendo que en cada taller hubiera una delegada que se encargara de controlar a las aprendizas, las cuales si faltan dos veces sin motivo serán expulsadas sin apelación» (Colectividad de Tamarite -Huesca-).

Respecto a los racionamientos, una revista catalanista de la época no explica con la mayor caradura, el método “democrático” de imponérselos al proletariado: «En todos los países se obliga a los ciudadanos a guardarlo todo desde los metales preciosos hasta las pieles de patata. El poder público les exige este régimen de rigor,... Pero aquí en Cataluña, el Gobierno calla pues no tiene necesidad de pedir, es el pueblo quien, espontáneamente, completa su obra, imponiéndose voluntariamente, conscientemente, un racionamiento riguroso».

La primera ley del “ultrarevolucionario” Consejo de Aragón de Durruti fue: «Para efecto de suministro de los colectivistas se establecerá la carta de racionamiento». Estos racionamientos impuestos por “medidas revolucionarias” y “conscientemente aceptados por los ciudadanos” significaron una miseria indescriptible para los obreros y para toda la población. Gastón Leval, en el mencionado libro, reconoce que: «En la mayoría de las colectividades faltó casi siempre la carne y, a menudo, hasta las patatas».

Finalmente, la disciplina cuartelaria, los racionamientos que la burguesía impuso tras la careta de las colectividades, tenían un fin exclusivo: sacrificar todos los recursos humanos al dios sanguinario de la guerra imperialista:

En la colectividad de Mas de las Matas y a propuesta de la CNT: «Se adaptaron las instalaciones de la bodega a la fabricación de alcohol de 96º, imprescindible para la medicina en los frentes. Se limitó igualmente la compra de vestidos, máquinas, etc., destinados al consumo de los colectivistas, pues esos recursos no debían ser para lujos sino para el frente». Y en la colectividad de Alicante: «el Gobierno, reconociendo los progresos de las colectividades en la provincia, encargó armamento a los talleres sindicales de Alcoy, paños a la industria textil socializada y zapatos a la industria de Elda igualmente en manos libertarias, con objeto de armar, vestir y calzar a los soldados» (Gastón Leval, libro citado).

Las colectividades instrumento de sobreexplotación

La demostración más palpable del carácter antiobrero de las siniestras “colectividades” anarquistas es que a través de ellas la burguesía republicana redujo hasta límites insospechados , las condiciones laborales y humanas de los obreros:

- los salarios descendieron desde Julio de 1936 y Diciembre de 1938 un 30% nominal, mientras que el descenso del poder adquisitivo fue mucho mayor: más de un 200%.

- los precios pasaron de un 166’8 en Enero de 1936 (índice 100 para 1933), a un 564% en Noviembre de 1937 y un 687’8 en Febrero de 1938.

- el paro a pesar de la enorme sangría de gente enviada a los frentes subió entre Enero del 36 y Noviembre de 1937, un 39%.

- la jornada laboral subió a 48 horas (en 1931 era de 44, en Julio de 1936 la Generalitat catalana para calmar las luchas obreras decretó la semana de 40 horas pero a los pocos meses desaparecería con la excusa del esfuerzo de guerra y la “colectivización”). El número de horas extra gratuitas recargó la jornada laboral en un 30% más.

Fueron precisamente las fuerzas “obreras” (PCE, UGT, POUM y, especialmente, la CNT) quienes reclamaron con más ahínco la sobrexplotación y el empeoramiento de la situación de los obreros.

Peiró, bonzo de la CNT, escribía en Agosto de 1936: «Para las necesidades nacionales no es bastante la semana de 40 horas, la cual, por cierto, no puede ser más inoportuna».

Las consignas sindicales de la CNT son de lo “más favorables” para los trabajadores: «Trabajar, producir y vender. Nada de reivindicaciones salariales o de otro tipo. Todo ha de quedar subordinado a la guerra. En todas las producciones que tengan relación directa o indirecta con la guerra antifascista no se podrá exigir que sean respetadas las bases de trabajo ni en jornada ni en salario. Los obreros no podrán pedir remuneraciones especiales por las horas extras efectuadas para la guerra antifascista y deberán aumentar la producción respecto al período anterior al 18 de Julio».

EL PCE grita: «No a las huelgas en la España democrática. ¡Ningún obrero ocioso en la retaguardia!».

Naturalmente las colectividades como instrumento de “poder obrero” y “socialización” en manos del Estado fueron la excusa que hacía tragar a los obreros esa brutal reducción de sus condiciones de vida.

Así, en la Colectividad de Graus (Huesca): «A las muchachas no se les paga el sueldo por su trabajo, dado que sus necesidades están ya cubiertas por el salario familiar». En la colectividad de Hospitalet (Barcelona),... «comprendiendo la necesidad de un esfuerzo excepcional se rechaza el aumento del 15% en los salarios y la disminución de la jornada laboral decretada por el Gobierno» ¡más papistas que el Papa!.

Conclusiones

Recordar esta dolorosa experiencia histórica que padeció el proletariado español, denunciar el gran timo de las colectividades con el que la burguesía logró engañarle, no es cuestión de intelectuales o eruditos, es una necesidad vital para no volver a caer en la misma trampa. Para derrotarnos y hacernos tragar medidas de sobrexplotación, paro y sacrificio, la burguesía recurre al engaño: se disfraza de “obrera” y “popular” (en 1936 los burgueses se hacían callos en las manos y se vestían de obreros), “socializa” y “autogestiona” las fábricas, llama a todo tipo de solidaridades interclasistas con banderas como el “antifascismo”, la “defensa de la democracia” o la “lucha antiterrorista”..., da a los obreros la impresión de “ser libres”, de “controlar la economía”, etc. Pero detrás de tanta “democracia”, “participación” y “autogestión”, se esconde, intacto, más poderoso y reforzado que nunca, el aparato de Estado burgués, alrededor del cual, las relaciones capitalistas de producción se mantienen y agravan en todo su salvajismo.

Hoy, cuando las leyes fatales del capitalismo senil lo conducen hacia la guerra imperialista, es la “sonrisa”, la “confianza en los ciudadanos”, la “más profunda democracia”, la “autogestión”,... el gran teatro tras el cual el capitalismo pide más y más sacrificios, más y más paro, más y más miseria, más y más sangre en los campos de batalla. De los escarmentados nacen los avisados. Las colectividades del 36 fueron uno de esos falsos modelos, de esas bellas ilusiones, a través de las cuales el capitalismo llevó a los obreros a la derrota y a la matanza. La lección de aquellos hechos debe servir a los proletarios de hoy para salvar las trampas que les tiende el capital y poder avanzar hacia su liberación definitiva.

Junio de 1978

Artículo publicado en el nº 15 de la Revista Internacional (órgano internacional de la CCI).


URL de origen:https://es.internationalism.org/cci/200602/491/capitulo-v-el-mito-de-la-revolucion-espanola