Durante el verano de 2014, mientras la clase dirigente nos obsequiaba con las ruidosas "conmemoraciones" del estallido de la Primera Guerra mundial, la intensificación de los conflictos bélicos ha confirmado una vez más lo que los revolucionarios ya habían comprendido en 1914: la civilización capitalista se ha vuelto un obstáculo para el progreso, una amenaza para la supervivencia misma de la humanidad. En el Folleto de Junius ([1]), escrito en la cárcel en 1915, Rosa Luxemburg advertía de que si la clase obrera no derribaba el sistema, éste arrastraría necesariamente a la humanidad a una espiral de guerras imperialistas cada vez más devastadora. La historia de los siglos XX y XXI ha verificado trágicamente aquella predicción y hoy, tras un siglo de declive del capitalismo, la guerra es más omnipresente, más caótica e irracional que nunca. Se ha alcanzado un estadio avanzado de la desintegración del sistema, una fase que puede denominarse fase de descomposición del capitalismo.
Todos los grandes conflictos de este verano ilustran las características de dicha fase:
Todas esas guerras concretan la marcha del capitalismo hacia la destrucción. No son, ni mucho menos, la base para un nuevo orden mundial o de una fase de prosperidad como después de la IIª Guerra mundial. Son, como lo escribió Rosa Luxemburg sobre la Iª Guerra mundial, la expresión más palpable de la barbarie. Al mismo tiempo suponen unos costes enormes para la clase explotada que es la única fuerza que puede hacer que cese la caída en la barbarie, afirmando la única alternativa posible: el comunismo. Citando una vez más a Rosa Luxemburg en el Folleto de Junius: "La guerra es asesinato gigantesco, metódico, organizado. Pero en los seres humanos normales este asesinato sistemático es posible sólo si previamente se ha alcanzado cierto grado de ebriedad. Este ha sido siempre el método verificado y garantido de los que libran las guerras. La acción bestial debe contar con la misma bestialidad de pensamiento y sentido; ésta prepara y acompaña a aquélla" ([2]). En Israel, se grita "muerte a los árabes" contra manifestantes pacifistas; le hacen eco en París las manifestaciones "antisionistas" con su consigna "muerte a los judíos"; en Ucrania, el nacionalismo más furibundo es el carburante de las fuerzas pro y antigubernamentales; en Irak, los yihadistas amenazan a los cristianos y a los yezidies, dándoles la alternativa entre conversión al islam o muerte. Esta sed de guerra, esta atmosfera de pogromo, son un ataque contra la conciencia proletaria y, en las zonas de conflicto, ponen al proletariado a plena disposición de sus explotadores y sus movilizaciones bélicas.
Esos factores, esos peligros para la unidad y la salud moral de nuestra clase, requieren una reflexión profundizada. Hemos de volver sobre estas cuestiones en artículos venideros en los que se analizarán a fondo los conflictos imperialistas actuales y el estado de la lucha de clases. Entretanto, invitamos a nuestros lectores a consultar nuestra página web y a leer nuestra prensa territorial los artículos sobre los enfrentamientos imperialistas actuales.
CCI (15 de agosto de2014)
[1] La crisis de la Socialdemocracia (Folleto de Junius) https://www.marxists.org/espanol/luxem/09El%20folletoJuniusLacrisisdelas... [2]
[2] Idem, Cap. II.
De todos los partidos de la II Internacional, el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD) era de lejos el más poderoso. En 1914, contaba con más de un millón de miembros y había recibido más de 4 millones de votos en las elecciones parlamentarias de 1912 ([1]): era, de hecho, el único partido de masas de Alemania y el Partido con más presencia en el Reichstag –aunque bajo el régimen autocrático imperial del Káiser Guillermo II no tenía posibilidad alguna de formar gobierno.
Para el resto de partidos de la II Internacional, el SPD era el partido de referencia. Karl Kautsky ([2]), editor del órgano teórico del Partido Neue Zeit, era el reconocido “Papa del marxismo”, el teórico internacional más avanzado; en el Congreso de la Internacional de 1900, Kautsky redactó la resolución que condenaba la participación del socialista francés Millerand en el gobierno burgués, y el Congreso del SPD celebrado en Dresde, en 1903, bajo el liderazgo de su presidente August Bebel ([3]), condenó rotundamente las tesis revisionistas de Eduard Bernstein y reafirmó los objetivos revolucionarios del SPD; Lenin alabó entonces el “espíritu de partido” del SPD y su capacidad para permanecer inmune frente a las animosidades personales que habían llevado a los mencheviques a fraccionar el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) tras su Congreso de 1903 ([4]). Para el colmo, la supremacía organizacional y teórica del SPD estaba claramente respaldada por la práctica: ningún otro partido de la Internacional podía arrogarse nada parecido siquiera al éxito electoral del SPD, y en lo que concernía a la organización sindical sólo los británicos rivalizaban con los alemanes en cuanto al número y disciplina de sus miembros.
“En la Segunda Internacional la “fuerza decisiva” alemana jugaba el rol determinante. En los Congresos [de la Internacional], en las reuniones del buró socialista internacional, todos esperaban conocer la opinión de los alemanes. Especialmente en las cuestiones de la lucha contra el militarismo y la guerra, la socialdemocracia alemana siempre tomó el liderazgo. Un “Para nosotros los alemanes es inaceptable” solía bastar para decidir la orientación de la Segunda Internacional, que ciegamente otorgó su confianza al admirable liderazgo de la poderosa socialdemocracia alemana: el orgullo de cada socialista y el terror de las clases dominantes en todas partes” ([5]).
Era obvio pues, que mientras las nubes de tormenta de la guerra empezaban a reunirse en el mes de junio de 1914, la actitud de la socialdemocracia alemana iba a ser crítica a la hora de decidir el desenlace. Los trabajadores alemanes –las grandes masas organizadas en el Partido y los sindicatos, que tanto habían luchado por construir– fueron puestos en una posición en la que sólo por ellos mismos, se podía inclinar la balanza: hacia la resistencia, la defensa combatiente del internacionalismo proletario, o hacia la colaboración de clases y la traición, y hacia la más sangrienta carnicería que la humanidad jamás hubiese atestiguado.
“¿Y qué experimentamos en Alemania cuando llegó el gran desafío histórico? La caída más precipitada, el colapso más violento. En ningún sitio se ha acoplado la organización proletaria tan completamente al servicio del imperialismo. En ningún lugar se ha asumido el estado de sitio tan dócilmente. En ningún lugar la prensa está tan maniatada, la opinión pública tan sofocada, la lucha económica y política de clase del proletariado tan rendida como en Alemania” ([6]).
La traición de la socialdemocracia alemana supuso tal golpe a los revolucionarios de todo el mundo que cuando Lenin leyó en Vorwärts ([7]) que la fracción parlamentaria del SPD había votado a favor de los créditos de guerra, al principio se tomó el asunto como una farsa, como propaganda sucia del Gobierno Imperial. ¿Cómo era posible tal desastre? ¿Cómo, en cuestión de días, pudo el orgulloso y poderoso SPD renegar de sus más solemnes promesas, transformándose a sí mismo de la noche a la mañana, de la joya de la corona de la Internacional de los trabajadores en el arma más poderosa del arsenal del belicismo de la clase dominante?
En la respuesta que intentamos dar en este artículo nos vamos a concentrar de forma considerable en los escritos y acciones de un número relativamente pequeño de individuos. Esto puede parecer paradójico pues el SPD y los sindicatos eran, al fin y a cabo, organizaciones de masas, capaces de movilizar a cientos de miles de trabajadores. Y sin embargo esto está justificado, ya que los individuos como Karl Kautsky o Rosa Luxemburg representaban, y en aquélla época eran vistos como representantes, de tendencias definidas dentro del Partido; en este sentido, sus escritos dieron voz a tendencias políticas con las que masas enteras de militantes y trabajadores –que permanecen anónimos en la historia– se identificaban.
También es necesario tener en cuenta el bagaje político de estos líderes si queremos comprender el peso que tenían en el Partido. August Bebel, presidente del SPD desde 1892 hasta su muerte en 1913, era uno de los fundadores del Partido y había sido encarcelado, junto a su compañero de diputación en el Reichstag Wilhelm Liebknecht, por su negativa a apoyar la guerra de Prusia contra Francia en 1870. Kautsky y Bernstein habían estado ambos exiliados en Londres por las leyes antisocialistas de Bismarck, donde trabajaron bajo la dirección de Engels. El prestigio y la autoridad moral que esto les dio en el Partido fueron inmensos. Incluso Georg von Vollmar, uno de los líderes de los reformistas del Sur de Alemania, se dio entonces a conocer como partidario de la izquierda y como un vigoroso agitador y organizador clandestino, sufriendo en consecuencia repetidas sentencias de prisión.
Era ésta la generación que había llegado a la actividad política en los años de la guerra franco-prusiana y la Comuna de París, en los años de propaganda clandestina y agitación bajo la égida de las leyes anti-socialistas de Bismarck (1878-1890). De un temple muy diferente eran hombres como Gustav Noske, Friedrich Ebert o Phillip Scheidemann, miembros todos del ala derecha de la fracción parlamentaria del SPD que votó a favor de los créditos de guerra en 1914 y desempeñó un papel fundamental en la represión de la revolución alemana de 1919 – y en el asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht perpetrado por los Freikorps. De la misma forma que Stalin, aquéllos eran hombres de la máquina burocrática, trabajando entre bastidores más que participando activamente en el debate público, representantes de un Partido que, conforme crecía, tendía más y más a unirse e identificarse con el Estado alemán cuya destrucción era, sin embargo, su objetivo oficial.
La izquierda revolucionaria se alineó contra la tendencia creciente en el Partido a hacer concesiones a la “política práctica”, siendo como era, sorprendentemente, en buena parte tanto extranjera como joven (salvo por la notable excepción del viejo Franz Mehring). Dejando de lado al holandés Anton Pannekoek y al hijo de Wilhelm Liebknecht, Karl, hombres como Parvus, Radek, Jogiches y Marlewski venían todos del Imperio ruso y se habían forjado como militantes bajo duras condiciones de opresión zarista. Y por supuesto, la más eminente figura de la izquierda era Rosa Luxemburg, una “forastera” en el Partido en todos los sentidos: joven, mujer, polaca y judía, y –quizás lo peor de todo desde el punto de vista de algunos líderes del Partido alemán– estaba muy por encima intelectual y teóricamente hablando del resto del Partido.
El Sozialistische Arbeiterpartei (SAP –Partido Socialista de los Trabajadores), que posteriormente se convertiría en SPD, fue fundado en 1875 en Gotha, por la fusión de dos partidos socialistas: el Sozialdemokratische Arbeit Partei (SDAP) ([8]) liderado por Wilhelm Liebknecht y August Bebel, y el Allgemeiner Deutscher Arbeitverein (ADAV), originalmente fundado por Ferdinand Lasalle en 1863.
La nueva organización surgió así de dos orígenes diferentes. El SDAP sólo había existido por un periodo de 6 años; a través de la duradera relación que Marx y Engels sostuvieron con Liebknecht – aunque Liebknecht no era un gran teórico jugó un importante papel en introducir a hombres como Bebel y Kautsky a las ideas de Marx – habían tomado un importante papel en el desarrollo del SDAP. En 1870, el SDAP adoptó una resuelta línea internacionalista contra la agresión militar de Prusia contra Francia: en Chemnitz, en una reunión de delegados que representaba a 50 mil trabajadores sajones, se adoptó unánimemente una resolución a tal efecto: “En nombre de la democracia alemana y especialmente de los obreros que forman el Partido Socialdemócrata, declaramos que la actual es una guerra exclusivamente dinástica... Nos hallamos felices de estrechar la mano fraternal que nos tienden los obreros de Francia... Atentos a la consigna de la Asociación Internacional de los Trabajadores: ¡Proletarios de todos los países, uníos! Jamás olvidaremos que los obreros de todos los países son nuestros amigos y los déspotas de todos los países, nuestros enemigos” ([9]).
La ADAV, por el contrario, había permanecido fiel a la oposición de su fundador Lasalle a la acción huelguística, y a su creencia de que la causa de los trabajadores podría avanzar mediante una alianza con el Estado bismarckiano, y más generalmente mediante las recetas del “socialismo de Estado” ([10]). Durante la guerra franco-prusiana, la ADAV permaneció en una postura pro-germana, y su presidente, Mende, incluso quiso hacer ver las reparaciones de la guerra contra Francia como una oportunidad para establecer talleres nacionales para los trabajadores alemanes ([11]).
Marx y Engels fueron profundamente críticos con la fusión, aunque las notas marginales al programa de Marx no fueron publicadas hasta mucho después ([12]), Marx consideraba que “cada paso del movimiento real vale más que mil programas” ([13]). Aunque se abstuvieron de criticar abiertamente al nuevo Partido, dejaron claro sus puntos de vista a sus líderes, y en una carta a Bebel, Engels destacó dos debilidades que, al no tratarse, acabarían estimulando la semilla de la traición de 1914:
“Se reniega prácticamente por completo, para el presente, del principio internacionalista del movimiento obrero, ¡y esto lo hacen hombres que por espacio de cinco años y en las circunstancias más duras mantuvieron de un modo glorioso este principio! La posición que ocupan los obreros alemanes a la cabeza del movimiento europeo se debe, esencialmente, a la actitud auténticamente internacionalista mantenida por ellos durante la guerra; ningún otro proletariado se hubiera portado tan bien. ¡Y ahora va a renegar de este principio, en el momento en que en todos los países del extranjero los obreros lo recalcan con la misma intensidad que los gobiernos tratan de reprimir todo intento de imponerlo en una organización! (…) El programa plantea como única reivindicación social la ayuda estatal lassalleana en su forma más descarada, tal como Lassalle la plagió de Buchez. ¡Y esto, después de que Bracke demostró de sobra la inutilidad de esta reivindicación; después de que casi todos, si no todos, los oradores de nuestro partido se han visto obligados, en su lucha contra los lassalleanos, a pronunciarse en contra de esta“ayuda del Estado”! Nuestro partido no podía llegar a mayor humillación. ¡El internacionalismo rebajado a la altura de un Armand Gögg, el socialismo, a la del republicano burgués Buchez, que planteaba esta reivindicación frente a los socialistas, para combatirlos!” ([14]).
Esta línea de crítica en lo referido a la práctica política apenas provocó reacción alguna dado el nuevo apuntalamiento teóricamente ecléctico del Partido. Cuando Kautsky funda el Neue Zeit en 1883, pretendía que fuera “publicado como un órgano marxista que se había puesto a sí mismo la tarea de elevar el bajo nivel teórico de la socialdemocracia alemana, destruyendo el socialismo ecléctico y consiguiendo una victoria para el programa marxista”; y le escribió a Engels: “Puede que tenga éxito en mi intento de hacer del Neue Zeit el punto de reagrupamiento de la escuela marxista. Estoy ganándome la colaboración de más fuerzas del marxismo cuanto más me desembarazo del eclecticismo y el Rodberthusianismo” ([15]).
Desde el comienzo, incluyendo su existencia en la clandestinidad, el SAP era un campo de batalla de tendencias teóricas en conflicto – como es normal en cualquier organización proletaria sana. Pero como Lenin remarcó una vez: “Sin teoría revolucionaria, no hay práctica revolucionaria”, y estas diferencias entre tendencias, o puntos de vista sobre la organización y la sociedad, iban a tener consecuencias prácticas.
Para mediados de 1870 el SAP tenía unos 32 mil miembros en más de 250 circunscripciones, y en 1878 el canciller Bismarck impuso una ley “antisocialista” con vistas a desjarretar la actividad del Partido. Por docenas se prohibían los documentos, las reuniones y las organizaciones, y miles de militantes fueron enviados a la cárcel o multados. Pero la determinación de los socialistas permaneció impertérrita frente a la ley. De hecho, la actividad del SAP se incrementó en la semi-legalidad. Estar perseguido obligó al Partido y a sus miembros a organizarse fuera de las vías de la democracia burguesa –incluida la limitada democracia de la Alemania bismarckiana– y a desarrollar una fuerte solidaridad contra la represión policial y la permanente vigilancia del Estado. A pesar del constante acoso policial, el Partido consiguió mantener su prensa y expandir su circulación, hasta el punto de que su periódico satírico Der wahre Jacob (fundado en 1884) tenía 100 mil suscriptores.
A pesar de las leyes anti-socialistas, era aún posible para el SAP desarrollar cierta actividad pública: los candidatos del SAP todavía podían competir en las elecciones al Reichstag como afiliados independientes. Por ello una parte considerable de la propaganda del Partido se centró en las campañas electorales a nivel local y nacional, y esto podía explicarse tanto por el principio de que la fracción parlamentaria debía permanecer estrictamente subordinada a los Congresos del Partido y el órgano central del Partido (el Vorstand) ([16]) como por el hecho de la creciente popularidad de la fracción parlamentaria y el Partido mismo conforme crecía su éxito electoral.
La política de Bismarck era la clásica del “palo y la zanahoria”. Mientras se prevenía a los trabajadores de organizarse por ellos mismos, el Estado imperial trató de cortar la hierba bajo los pies de los socialistas introduciendo los pagos de la seguridad social en caso de paro, enfermedad o jubilación desde 1883 en adelante –20 años antes de la Ley de Pensiones de trabajadores y campesinos francesa (1910) y la ley del Seguro Nacional británica (1911). Para el final de la década de 1880, unos 4,7 millones de trabajadores habían recibido pagos de la seguridad social.
Pero ni las leyes anti-socialistas ni la introducción de la seguridad social consiguieron el deseado efecto de reducir el apoyo a la socialdemocracia. Por el contrario, entre 1881 y 1890 el apoyo electoral del SAP creció de 312 mil a 1 millón 427 mil votos, convirtiendo al SAP en el partido más grande de Alemania. Para 1890 su militancia había crecido a 75 mil y unos 300 mil trabajadores se habían unido a las centrales sindicales. En 1890, Bismarck es destituido del gobierno por el nuevo káiser Guillermo II, y las leyes antisocialistas se acabaron extinguiendo.
Emergiendo de la clandestinidad, el SAP se refundó como una organización legal, el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD –Partido Socialdemócrata Alemán) en su Congreso de Erfurt de 1891. El Congreso adoptó un nuevo programa, y aunque Engels consideraba el programa de Erfurt un paso adelante con respecto a su predecesor de Gotha, no obstante creyó necesario atacar su tendencia hacia el oportunismo: “de una forma u otra [el absolutismo] debe ser atacado. Cómo de necesario es esto lo muestra hoy precisamente el oportunismo, que está ganando terreno en amplias secciones de la prensa socialdemócrata. Temiendo una renovación de la Ley antisocialista, o reavivando todo tipo de pronunciamientos precipitados hechos durante el reinado de esa Ley, ahora quieren que el Partido encuentre adecuado el presente orden legal de Alemania para llevar adelante todas las demandas del Partido de forma pacífica (…) A largo plazo una política tal sólo puede llevar al Partido por el mal camino. Se ponen en primer plano las cuestiones políticas abstractas, generales, ocultando así las cuestiones concretas e inmediatas que se plantean al ocurrir los primeros grandes eventos y crisis políticas. ¿Qué puede resultar de esto salvo que el Partido se muestre impotente en el momento decisivo y que esa incertidumbre y discordia en las cuestiones más decisivas reinen en él por el hecho de que nunca han sido discutidas? (…) Este olvido de las grandes y principales consideraciones por los intereses cotidianos momentáneos, esta lucha y esfuerzo por el éxito inmediato independientemente de las consecuencias posteriores, este sacrificio del futuro del movimiento por su presente, puede que sea pretendido “honestamente”, pero es y sigue siendo oportunismo, ¡y puede que el oportunismo “honesto” sea el más peligroso de todos!” ([17]).
Engels fue marcadamente previsor aquí: las declaraciones públicas del propósito revolucionario iban a marchitarse en la impotencia sin ningún plan de acción concreto que las respaldara. En 1914, el Partido se encontró, de hecho, “repentinamente indefenso”.
No obstante, el lema oficial del SPD seguía siendo “ni un hombre, ni un centavo por este sistema”, y sus diputados en el Reichstag rechazaban sistemáticamente todo apoyo a los presupuestos del gobierno, especialmente a los de gastos militares. Tal oposición de principio a toda colaboración de clase fue posible dentro del sistema parlamentario porque el Reichstag no tenía poder real. El gobierno del Imperio Alemán de Guillermo II era autocrático, no muy diferente al de la Rusia zarista ([18]), y la oposición sistemática del SPD, por lo tanto, no tenía consecuencias prácticas inmediatas.
En el sur de Alemania las cosas eran diferentes. Allí, la sección del SPD que estaba bajo el liderazgo de hombres como Vollmar, clamaba que se movían en “condiciones especiales”, y que a menos que el SPD fuera capaz de votar de forma útil en las legislaturas del Länder, y que a menos que tuviera un política agraria viable para atraer a los pequeños campesinos, estaría condenado a la impotencia y la irrelevancia. Esta tendencia apareció tan pronto como el Partido fue legalizado, en el Congreso de Erfurt de 1891, y tan pronto como en el mismo 1891, los diputados del SPD de los parlamentos provinciales de Würtemberg, Baviera y Baden empezaron a votar a favor de los presupuestos del gobierno ([19]).
La reacción del Partido frente a este ataque directo contra su política, como se expresó en sucesivas resoluciones de Congreso, fue barrer bajo la alfombra. El intento de Vollmar de poner en marcha un programa agrario especial fue rechazado por votación en el Congreso de Frankfurt de 1894, aunque en el mismo congreso también se rechazó una resolución que pretendía prohibir cualquier voto de cualquier diputado del SPD a favor de ningún presupuesto gubernamental. De modo que mientras la política reformista se pudiera limitar a la “excepción” del sur de Alemania, podía ser tolerado ([20]).
Muy pronto, la experiencia acumulada por la clase obrera tras una docena de años en la semi-legalidad empezó a verse socavada por el veneno de la democracia. Por su misma naturaleza, la democracia burguesa y el individualismo que va de su mano, socavan cualquier intento del proletariado por desarrollar una visión de sí mismo como una clase histórica con su propia perspectiva antagónica a la de la sociedad capitalista. La ideología democrática introduce constantemente una cuña en la solidaridad proletaria, porque separa y divide a la clase en una mera masa de ciudadanos atomizados. Al mismo tiempo, el éxito electoral del Partido, tanto en términos de votos como de escaños en el Parlamento, crecía rápidamente mientras más y más trabajadores se organizaban en los sindicatos y se les abría la posibilidad de mejorar sus condiciones materiales.
La creciente fuerza política del SPD y la potencia industrial de la clase obrera organizada dieron luz a una nueva corriente política, que empezó a teorizar la idea de que no sólo era posible construir el socialismo dentro del capitalismo, trabajando en pos de una transición gradual sin la necesidad de tener que superar el capitalismo mediante la revolución, sino que el SPD debería tener una política exterior propia y específica sobre el expansionismo alemán: esta corriente cristalizó en 1897 en torno al Sozialistische Monatshefte, una revista fuera del control del SPD, concretamente en los artículos de Max Schippel, Wolfgang Heine y Heinrich Peus ([21]).
Este incómodo pero tolerable estado de cosas se empezó a hacer insostenible en 1898, con la publicación por parte de Eduard Bernstein de su Die voraussetzungen des sozialismus und die aufgaben der Sozialdemokratie (las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia). La obra de Bernstein explicaba abiertamente lo que él mismo y otros tantos habían estado sugiriendo desde hacía algún tiempo: “Prácticamente hablando, no somos más que un partido radical; no hemos estado haciendo más que lo que hacen los burgueses radicales, con la diferencia de que nosotros lo escondemos bajo un lenguaje fuera de toda proporción con respecto a nuestros actos y capacidades” ([22]). La posición teórica de Bernstein atacaba los fundamentos mismos del marxismo en el sentido de rechazar la inevitable decadencia del capitalismo y su desmoronamiento final. Basándose en la boyante prosperidad de 1890, acompañada de la rápida expansión colonialista del capitalismo a través del mundo, Bernstein argumentó que el capitalismo había superado su tendencia hacia las crisis autodestructivas. En estas condiciones, el objetivo no era nada, el movimiento lo era todo, la cantidad prevalecía frente a la calidad, el antagonismo entre el Estado y la clase trabajadora podía ser, supuestamente, superado ([23]). Bernstein proclamó abiertamente que el principio básico del Manifiesto Comunista, según el cual los trabajadores no tienen patria, había “caducado”. Llamó entonces a los trabajadores alemanes a dar su apoyo a la política colonial del Káiser en África y Asia ([24]).
En realidad, todo un periodo de expansión y ascenso del sistema capitalista estaba llegando a su fin. Para los revolucionarios, tales periodos de profunda transformación histórica siempre suponen un gran desafío, desde el momento en que deben analizar sus características y desarrollar un trabajo teórico para entender los cambios fundamentales que están teniendo lugar, así como adaptar su programa si es necesario, mientras deben continuar defendiendo el mismo objetivo revolucionario.
La rápida expansión del capitalismo por el planeta entero, su masivo desarrollo industrial, el renovado orgullo de la clase dominante y su posicionamiento imperialista –todo ello hizo creer a la corriente revisionista que el capitalismo duraría para siempre, que el socialismo podría ser construido desde el interior del capitalismo, y que el Estado capitalista podría ser utilizado en interés de la clase obrera. La ilusión de una transición pacífica demostró que los revisionistas se habían convertido en la práctica en prisioneros del pasado, incapaces de entender que un nuevo periodo histórico se dejaba entrever en el horizonte: el periodo de la decadencia del capitalismo y de la explosión violenta de sus contradicciones. Su incapacidad para analizar la nueva situación histórica y su teorización sobre la “eternidad” de las condiciones del capitalismo de finales del siglo xix, también supusieron que los revisionistas eran incapaces de ver que las viejas armas de lucha, el parlamentarismo y la lucha sindical, ya no funcionaban. La fijación del trabajo parlamentario como el eje de sus actividades, la orientación hacia la lucha por reformas dentro del sistema, la ilusión de un capitalismo “libre de crisis” y de la posibilidad de introducir el socialismo pacíficamente desde su interior, significaban que en efecto, una gran parte de la dirección del SPD se había identificado con el sistema. La corriente abiertamente oportunista del Partido expresó una falta de confianza en la lucha histórica del proletariado. Tras años de luchas defensivas por el programa “mínimo”, la ideología democrática burguesa había penetrado en el movimiento obrero. Esto suponía que la existencia y las características de las clases sociales se estaban poniendo en duda, en una visión individualista que tendía a dominar y disolver las clases en “el pueblo”. Así, el oportunismo tiró por la borda el método marxista de análisis de la sociedad en los términos de la lucha de clases y las contradicciones de clase; en la práctica, el oportunismo suponía la ausencia total de método, de principios y de teoría.
La reacción de la dirección del Partido al texto de Bernstein fue la de disimular su importancia (Vorwärts lo acogió como una “estimulante contribución al debate”, declarando que todas las corrientes del Partido debían poder expresar libremente sus opiniones), mientras se arrepentía en secreto de que tales ideas se expresasen tan abiertamente. Ignaz Auer, secretario del Partido, le escribió a Bernstein: “Mi querido Ede, nadie toma oficialmente la decisión de hacer las cosas que sugieres que se hagan, nadie dice tales cosas, simplemente se hacen” ([25]).
Dentro del SPD, Bernstein tenía la más determinante oposición de aquellas fuerzas que no se habían acomodado al largo periodo de legalidad que siguió al fin de las leyes anti-socialistas. No es casualidad que los más claros y destacados oponentes a la corriente de Bernstein eran militantes de origen extranjero, específicamente del Imperio ruso. El ruso Parvus, que se había trasladado a Alemania en la década de 1890, y en 1898 trabajaba como editor de la prensa del SPD en Dresde, en el Sächsische Arbeiterzeitung ([26]), lanzó un ardiente ataque contra las ideas de Bernstein, siendo respaldado por la joven revolucionaria Rosa Luxemburg, que se había trasladado a Alemania en 1898 y que había experimentado la represión en Polonia. Tan pronto como se estableció en Alemania, se convirtió en la punta de lanza de la lucha contra los revisionistas con su texto Reforma o revolución, escrito en 1898-99 (en el que descubrió los métodos de Bernstein, refutó la idea del establecimiento del socialismo a través de reformas sociales y desenmascaró la práctica y la teoría del oportunismo). En su respuesta a Bernstein, subrayó que la tendencia reformista había llegado a su apogeo desde la abolición de las leyes anti-socialistas y la posibilidad de trabajar legalmente. El socialismo de Estado de Vollmar, la aprobación de los presupuestos de Baviera, el socialismo agrario del sur de Alemania, las propuestas de compensaciones de Heine, la posición de Schipel sobre las aduanas y las milicias, etc., eran elementos de una creciente práctica oportunista. Señaló el denominador común de esta corriente: su hostilidad hacia la teoría: “¿Qué es lo que se distingue [en todas las tendencias oportunistas del Partido] superficialmente? El rechazo a la teoría, y esto es natural desde que nuestra teoría, es decir, las bases del socialismo científico, dejan claras las tareas de nuestra actividad práctica y sus límites, tanto en relación a los objetivos que alcanzar como respecto de medios que usar, y finalmente con respecto al método de lucha. Naturalmente, aquéllos que sólo persiguen logros prácticos desarrollan pronto un deseo de despreocuparse, es decir, deseo de dejar de lado la teoría, o sea separándola de la práctica, “liberándose así de ese peso”” ([27]).
La primera tarea de los revolucionarios era defender el objetivo final: “el movimiento como tal, sin nada que lo una al objetivo final, el movimiento como meta en sí, no es nada, el objetivo final es lo que cuenta” ([28]).
En su texto “Estancamiento y progreso del marxismo”, de 1903, Luxemburg considera la inadecuación teórica de la socialdemocracia en estos términos: “El escrupuloso empeño de “mantenerse en los límites del marxismo” puede a veces ser tan desastroso para la integridad del desarrollo intelectual como lo puede ser el otro extremo –el repudio completo de la perspectiva marxista, y la determinación de manifestar “independencia de pensamiento” a toda costa”.
Al atacar a Bernstein, Luxemburg también demandó que el órgano de prensa central del Partido defendiera las posiciones acordadas por los Congresos del Partido. Cuando en marzo de 1899 el Vorwärts respondió que la crítica de Luxemburg a la posición de Bernstein (en el artículo “Eitle Hoffnugen” –Esperanzas vanas) no se justificaba, Luxemburg contraataca al Vorwärts diciendo que “está en la afortunada situación de no haber estado nunca en peligro de cometer un error de opinión o de cambiar de opinión, pecado que le gusta ver en otros, simplemente porque nunca ha tenido o defendido una opinión” ([29]).
Luxemburg continuó en la misma línea: “Hay dos tipos de criaturas orgánicas: aquéllas con columna vertebral que pueden caminar de pie, a veces incluso correr; y aquéllas que no tienen columna y por lo tanto sólo pueden reptar adheridos a algo”. Para aquéllos que querían que el Partido se deshiciera de cualquier posición programática y criterio político, ella respondió en la Conferencia del Partido de Hanover, en 1899: “Si esto significa que el Partido –en el nombre de la libertad de crítica– no debería tener derecho a tomar una posición y decidir mediante la mayoría de voto, nosotros no defendemos tal posición, por lo que tenemos que protestar contra esta idea por el hecho de que no somos un club de debate, sino un Partido político combatiente que debe tener determinados puntos de vista fundamentales” ([30]).
Entre la resuelta ala izquierda agrupada en torno a Luxemburg, y la derecha que defendía las ideas de Bernstein y su revisionismo de los principios, había una “pantano”, que Bebel describió en los siguientes términos en el Congreso de Dresde de 1903: “Es siempre la misma vieja y eterna lucha entre izquierda y derecha, y en medio, el pantano. Formado por los elementos que nunca supieron lo que querían o que nunca lo dijeron. Son los sabelotodo, que por regla general dejan que los demás se expresen, y ver quién dice qué en un lado y otro. Siempre intuyen dónde se encuentra la mayoría, y en general se unen a ella. Nosotros también tenemos a este tipo de gente en el Partido (…) el que defiende su posición abiertamente por lo menos no oculta lo que piensa; al menos es un adversario con el que se puede luchar. Independientemente de quién se alce con la victoria, los elementos perezosos que siempre se escabullen y evitan tomar decisiones claras, que siempre dicen “todos estamos de acuerdo, todos somos hermanos”, ésos son los peores. Y es contra ellos contra los que lucho de forma más enconada ([31]).
Este “pantano”, incapaz de tomar una posición clara, vaciló entre el revisionismo descarado de la derecha y la postura clara de la izquierda revolucionaria. El centrismo es una de las caras del oportunismo. Posicionándose siempre en medio de dos fuerzas antagónicas, entre la corriente radical y la reaccionaria, trata de reconciliarlas. Evita el choque abierto de ideas, huye del debate, siempre considera que “uno de los lados no está acertado del todo, pero el otro tampoco tiene toda la razón”, se queja siempre de que en el debate político mediante argumentos claros habría siempre algo de “exageración”, de “extremismo” o incluso de “violencia”. Cree que la única forma de mantener la unidad, de mantener intacta la organización, es dejar coexistir a todas las tendencias políticas, incluso aquéllas cuyos propósitos están en contradicción directa con los de la organización. Rehúye tomar responsabilidades y posicionarse. El centrismo en el SPD tendió a aliarse de mala gana con la izquierda, mientras se lamentaba de su “extremismo” y “violencia” y efectivamente impedía la toma de medidas firmes –como la expulsión de los revisionistas del Partido– para preservar la naturaleza revolucionaria del Partido.
Luxemburg, por el contrario, consideraba que la única manera de defender la unidad del Partido, como organización revolucionaria, era insistir en el desenmascaramiento completo, la discusión pública y la oposición de opiniones: “Ocultar las contradicciones mediante la “unificación” artificial de puntos de vista incompatibles, sólo puede provocar que las contradicciones lleguen a un punto en el que, tarde o temprano, acaben explotando violentamente a través de una escisión (…) Aquéllos que traen las divergencias de opinión al primer plano y luchan contra las opiniones opuestas, trabajan en pos de la unidad del Partido. Pero aquéllos que las intentan ocultar, trabajan en pos de una auténtica escisión en el Partido” ([32]).
El representante más prestigioso de la corriente centrista era Karl Kautsky.
Cuando Bernstein empezó a desarrollar sus tesis revisionistas, Kautsky guardó silencio en primera instancia y prefirió no oponerse en público a su viejo amigo y camarada. También fracasó completamente a la hora de determinar hasta qué punto las teorías revisionistas de Bernstein socavaban los fundamentos revolucionarios en torno a los que el Partido se había levantado. Como Luxemburg hizo notar, si una vez se acepta que el capitalismo puede perdurar por siempre y que no está condenado a demoronarse como consecuencia de sus propias contradicciones internas, entonces se deja de perseguir el objetivo revolucionario ([33]). El fracaso de Kautsky aquí –así como el de la mayoría de la prensa del Partido– fue un claro síntoma del declive del espíritu de lucha de la organización: el debate político ya no era una cuestión de vida o muerte para la lucha de clases, se había convertido en una preocupación académica de especialistas intelectuales.
Luxemburg llegó a Berlín en 1896 desde Zúrich, donde acababa de completar sus estudios sobre el desarrollo de la economía polaca, y su reacción a las teorías de Bernstein iban a desempeñar un importante papel en la actitud de Kautsky.
Cuando Luxemburg se percató de la indecisión y renuencia de Kautsky y Bebel para combatir las opiniones de Bernstein, criticó esa actitud en una carta a Bebel ([34]). Le preguntó cuál había sido el motivo de que no hubieran articulado una respuesta enérgica a Bernstein, y en marzo de 1899, después de haber empezado la serie de artículos que después se convertirían en el panfleto de Reforma o revolución, informó a Jogiches escribiéndole: “En cuanto a Bebel, en una conversación con Kautsky, me quejé de que no quería levantarse y luchar. Kautsky me contó que Bebel había perdido el norte, que había perdido la confianza en sí mismo y que no le quedaban más energías. Le regañé de nuevo y le pregunté: ¿Por qué no intentas inspirarle, darle aliento y energías? Kautsky respondió: “Deberías hacerlo tú, ve tú y habla con él y dale ánimos””. Cuando Luxemburg le preguntó a Kautsky por qué no había reaccionado, él respondió: “¿Cómo me voy a involucrar ahora en las reuniones y encuentros, cuando estoy totalmente ocupado con la lucha parlamentaria? Todo esto anuncia la venida de grandes disputas, ¿adónde nos llevarán? No tengo tiempo ni energías para eso” ([35]).
En 1899, en su Bernstein und das sozialdemokratische Programm. Eine Antikritik (Bernstein y el programa socialdemócrata – una anticrítica), Kautsky se pronuncia al fin contra las ideas de Bernstein sobre la filosofía y economía política marxistas y su punto de vista sobre el desarrollo del capitalismo. Pero, no obstante, acogió su escrito sobre la cuestión como una valiosa contribución al movimiento, se opuso a una moción que pedía su expulsión del Partido y evitó decir que Bernstein estaba traicionando el programa marxista.
En resumen, como Luxemburg dedujo, Kautsky se mostró deseoso de evitar cualquier desafío a la bastante cómoda vida rutinaria del Partido, y a la necesidad de criticar a su viejo amigo en público. Como el mismo Kautsky admitió en privado ante Bernstein: “Parvus y Luxemburg ya han conseguido entender la contradicción entre tus posiciones y nuestros principios programáticos, mientras que yo no quiero todavía admitirlo y creía firmemente que todo esto era un malentendido (…) Era error mío no ser tan previsor como Parvus y Luxemburg, que ya entonces olfatearon la línea de pensamiento que seguía tu panfleto” ([36]). De hecho, Kautsky trivializó y minimizó en Vorwärts los ataques a la nueva teoría revisionista de Bernstein, diciendo que eran totalmente desproporcionados, al típico estilo de las “imaginaciones absurdas” en el que cae una mentalidad pequeñoburguesa ([37]).
Por lealtad a su viejo amigo, Kautsky se sentía como si tuviera que pedir disculpas a Bernstein en privado, escribiendo: “Habría sido cobardía mantenerse en silencio, no creo haberte causado mal alguno ahora que me he pronunciado. Si no le hubiera dicho a August Bebel que contestaría a tus declaraciones, lo habría hecho él mismo. Puedes imaginarte lo que habría dicho, conociendo su temperamento e insensibilidad” ([38]). Esto significaba que prefería seguir mudo y ciego ante su viejo amigo. Reaccionó de mala gana, y sólo después de que la izquierda le obligara a ello. Más tarde admitió que había sido un “pecado” permitir que su amistad con Bernstein dominara su discernimiento político. “En mi vida sólo he pecado una vez con respecto a la amistad, y todavía hoy me arrepiento de este pecado. Si no hubiera titubeado tanto frente a Bernstein, si le hubiera confrontado desde el mismo principio con la severidad necesaria, le habría ahorrado muchos problemas desagradables al Partido” ([39]). De todas formas, tales “confesiones” no tienen valor alguno si no van a la raíz del problema. A pesar de confesar su “pecado”, Kautsky nunca dio una explicación política más profunda de por qué esa actitud, basada en la afinidad personal más que en los principios políticos, es un peligro para la organización política. En realidad, esta actitud lo llevó a conceder a los revisionistas una ilimitada “libertad de opinión” en el Partido. Como Kautsky dijo en la víspera del Congreso del Partido de Hanover: “En general tenemos que dejar en manos de cada miembro del Partido el decidir si comparte o no los principios de la organización. Cuando excluimos a alguien sólo lo hacemos para actuar en contra de los que dañan al Partido; nadie ha sido expulsado todavía por emplear críticas razonables, porque nuestro Partido siempre ha valorado altamente la libertad de discusión. Aunque Bernstein no hubiera merecido tanta estima por su empeño en nuestra lucha y el hecho de que fuera al exilio por sus actividades por el Partido, no podríamos considerar el expulsarle” ([40]).
La respuesta de Luxemburg fue clara: “Por muy grande que sea nuestra necesidad de autocrítica, y por muy amplios que pongamos sus límites, debe haber no obstante unos principios mínimos que mantengan nuestra esencia, nuestra existencia, de hecho, que funda nuestra cooperación como miembros de un partido. En nuestras filas, la “libertad de crítica” no es aplicable a tales principios, que son muy pocos y generales, precisamente porque son la precondición necesaria de toda nuestra actividad y de toda crítica a esta actividad. No tenemos razón alguna para taparnos los oídos cuando estos principios son criticados por alguien ajeno al Partido. Pero mientras los consideremos como la base de nuestra existencia como Partido, debemos permanecer unidos a ellos y no permitir a nuestros miembros ponerlos en cuestión. Aquí, sólo podemos permitir una libertad: la de pertenecer o no a nuestro Partido. No obligamos a nadie a marchar con nosotros, pero mientras se haga voluntariamente, debemos suponer que se hace aceptando nuestros principios” ([41]).
La conclusión lógica de la “ausencia de posición” de Kautsky fue que todo el mundo podía estar en el Partido y defender lo que quisiera, el programa se queda aguado, el Partido se convierte en un “crisol” de diferentes opiniones, no la punta de lanza de una lucha determinada. La actitud de Kautsky demostró que prefería la lealtad a un amigo que la defensa de las posiciones de clase. Al mismo tiempo, quiso adoptar la postura del teórico “experto”. Es cierto que había escrito varias obras de importancia y gran valor (ver abajo), y que había disfrutado de la simpatía de Engels. Pero, como Luxemburg observó en una carta a Jogiches: “Karl Kautsky se limita a la teoría” ([42]). Prefiriendo abstenerse de participar en ninguna lucha por la defensa de la organización y su programa, Kautsky empezó a perder gradualmente toda actitud combativa, y esto suponía que veía sus obligaciones para con sus colegas por encima de cualquier obligación moral hacia su organización y sus principios. Esto llevó a una separación de la teoría y la práctica, la acción concreta: por ejemplo, su valioso trabajo sobre la ética, incluyendo en particular un artículo sobre el internacionalismo, no estaba arrimado a una defensa inquebrantable del internacionalismo en la práctica.
Hay un contraste sorprendente entre la actitud de Kautsky hacia Bernstein y la de Luxemburg hacia Kautsky. A su llegada a Berlín, Luxemburg disfrutó de un contacto cercano con Kautsky y su familia. Pero muy pronto, empezó a sentir que la consideración que la familia de Kautsky había tenido para con ella se estaba convirtiendo en una carga. Ya en 1899, se había quejado de esto a Jogiches: “Estoy empezando a huir de sus palabras melosas. Los Kautsky me consideran parte de su familia” (12-11-1899). “Todos estos detalles afectuosos (él es muy considerado hacia mí, lo sé) se hacen sentir como una pesada carga en vez de un placer para mí. De hecho, cualquier amistad establecida en la edad adulta, y mucho más con una basada en relaciones de Partido, es una carga: te impone ciertas obligaciones, te constriñe, etc. Y precisamente esta faceta de la amistad es la que veo como algo perjudicial. Tras la redacción de cada artículo me pregunto: ¿Le decepcionará? ¿Se enfriará nuestra amistad?” ([43]). Luxemburg era consciente de los peligros de una actitud basada en las afinidades personales, donde las consideraciones de la obligación personal, la amistad o los gustos comunes oscurecen el criterio político de los militantes, pero también lo que quizás nosotros podríamos llamar su discernimiento moral sobre si una línea de acción particular está en conformidad con los principios de la organización ([44]). Luxemburg, pese a la amistad que tenía con la familia Kautsky, no dudó en enfrentarse a Kautsky abiertamente: “Tuve una polémica fundamental con Kautsky sobre la forma en sí de ver todas estas cosas. Me dijo, como conclusión suya, que acabaría pensando como él dentro de veinte años, a lo que respondí que si así fuese, dentro de veinte años me habría convertido en un zombi” ([45]).
En el Congreso del Partido de Lübeck, en 1901, Luxemburg fue acusada de distorsionar las posiciones de otros camaradas, acusación que ella consideraba difamatoria y que demandó aclarar en público. Presentó una declaración para publicar en el Vörwarts a este efecto ([46]). Pero Kautsky, en nombre del Neue Zeit, la urgió a retirar la demanda de publicación de su declaración, a lo que ella respondió: “Por supuesto que estoy dispuesta a abstenerme de publicar mi declaración en el Neue Zeit, pero permíteme añadir unas pocas palabras de explicación. Si fuera una de esas personas, que sin consideración por nadie salvaguardan sus propios derechos e intereses –y tales personas forman una auténtica legión en todo nuestro Partido– insistiría naturalmente en que se publicara, desde que tú mismo has admitido tener ciertas obligaciones como editor hacia mí a ese respecto. Pero al mismo tiempo que admites esta obligación, has puesto un revolver contra mi pecho a modo de amonestación amistosa [para prevenirme] de hacer uso de esa obligación y por lo tanto de mis derechos. Pues bien, ya estoy cansada de tener que insistir en el cumplimiento de los derechos si éstos se van a garantizar entre suspiros y a regañadientes, cuando la gente no sólo me agarra del brazo esperando que me defienda sino que por añadidura intenta apalearme, en la esperanza de que quizás así se me persuada y renuncie a mis derechos. Pues así has conseguido lo que buscabas –estar libre de toda obligación hacia mí en esta cuestión.
“Aun así, pareciera como si obrases bajo la ilusión de que has actuado sólo por amistad y en interés mío. Permíteme destruir esa ilusión. Como amigo mío tendrías que haber dicho: “Te informo de que defenderé tu honor como autora incondicionalmente y a cualquier precio, del mismo modo en el que grandes autores (…) de la talla de Marx y Engels, escribieron largos panfletos y se enzarzaron en interminables conflictos literarios cuando alguien se atrevía a acusarles de cosas tales como la falsificación. Aún más en tu caso, que eres una joven escritora con muchos enemigos, se da el deber de que obtengas una satisfacción completa...”. Eso es lo que ciertamente deberías haberme dicho como amigo.
“Pero la que debería ser una amiga, sin embargo, fue pronto puesta en segundo plano por el editor del Neue Zeit, el cual sólo deseaba una cosa desde el Congreso del Partido [en Lübeck]; la paz, y mostrar que el Neue Zeit había aprendido modales desde la azotaina que recibió, que había aprendido a cerrar la boca ([47]). Y por esa razón los derechos fundamentales de un editor asociado y un colaborador habitual... deben ser sacrificados. ¡Dejemos que un colaborador del Neue Zeit –y uno que sin duda alguna hace el peor de los trabajos– se trague en público, incluso, una acusación de falsificación en aras de mantener la paz y el silencio! ¡Así van las cosas, amigo mío! Y ahora con mis mejores deseos, tu Rosa” ([48]).
Aquí vemos a una joven y resuelta revolucionaria insistiendo en que la “vieja”, “ortodoxa” y experimentada autoridad debería asumir responsabilidades personales. Kautsky respondió a Luxemburg: “como ves, no deberíamos enfrentar a la gente de la fracción parlamentaria, ni dar la impresión de que los estamos tratando con condescendencia. Si quieres hacerles una sugerencia, es mejor que les envíes una carta privada, será algo más efectivo” ([49]). Aun así, Rosa Luxemburg trató de “revivir” el espíritu luchador de Kautsky: “Deberías golpear con fuerza, con coraje y brío, y no como si fuera un interludio aburrido; el público siempre siente el espíritu de los luchadores y el goce del combate da resonancia a la controversia, asegurando la superioridad moral” ([50]). Esta actitud de no querer perturbar el funcionamiento normal de la vida del Partido, de no tomar partido en el debate, de no pugnar por la clarificación de las divergencias, de huir del debate y tolerar a los revisionistas, cada vez alejaba a Luxemburg cada día más, poniendo en primer plano cómo la ausencia de espíritu de lucha y la falta de moralidad, de convicción y de determinación se habían convertido en los rasgos primordiales de la actitud de Kautsky. “Ahora leo su [artículo] “Nacionalismo e internacionalismo”, y es algo horroroso y repugnante. Muy pronto, no seré capaz de leer ninguno de sus escritos. Me siento como si una nauseabunda tela de araña cubriera mi cabeza...” ([51]). “Kautsky se está volviendo más y más salobre, se está fosilizando por dentro más y más y ya no siente preocupación humana alguna que no sea por su familia. Me siento realmente incómoda con él” ([52]).
La actitud de Kautsky también puede contrastarse con la de Luxemburg y Leo Jogiches. Tras la ruptura de su relación en 1906 (que le causó a Rosa un tremendo dolor y estrés, así como grandes decepciones hacia Leo como compañero) ambos siguieron siendo los más cercanos camaradas hasta el día del asesinato de Rosa. A pesar de los profundos rencores personales, las decepciones y los celos, estas profundas emociones y sentimientos sobre su separación nunca les impidió estar hombro con hombro en la lucha política.
Se podría quizás objetar que en el caso de Kautsky, todo esto no sería más que reflejo de su falta de personalidad y carácter, pero sería más correcto decir que personificó la podredumbre moral que recorría por toda la socialdemocracia.
Luxemburg se vio forzada a enfrentarse a la resistencia de la “vieja guardia”. Cuando criticó la política revisionista en el Congreso de Sttutgart de 1898, “Vollmar me reprochó amargamente que yo quería dar una lección a los viejos veteranos, siendo la más joven del movimiento (…) Pero si Vollmar responde a mis explicaciones argumentales con un “tú, novata, yo podría ser tu abuelo”, yo sólo lo veo como prueba de que no tiene argumentos” ([53]). Con respecto al débil espíritu de lucha de los veteranos más centristas, en un artículo escrito posteriormente al Congreso de 1898, Rosa declaró: “Habríamos preferido que los más veteranos hubieran acogido la lucha desde el mismo principio del debate (…) Si el debate tomó cuerpo no fue gracias sino a pesar del comportamiento de los líderes del Partido (…) Abandonar el debate al destino, viendo pasar el aire pasivamente durante dos días, y sólo interviniendo cuando los portavoces del oportunismo se han visto obligados a salir a cara descubierta, es una táctica que no dice nada bueno de los jefes del Partido. Y la explicación de Kautsky sobre por qué no ha hecho hasta ahora declaraciones públicas sobre la teoría de Bernstein, diciendo que quería reservarse el derecho a tener la última palabra en un posible debate, no parece una muy buena excusa. Publicó el artículo de Bernstein en Neue Zeit en febrero, sin añadir ningún comentario editorial, después siguió en silencio durante cuatro meses y en junio abrió la discusión con unos pocos elogios al “nuevo” punto de vista de Bernstein, esta nueva versión mediocre de socialista de salón [expresión usada por Engels en su Anti-Dühring], después vuelve a sumirse en el silencio durante otros cuatro meses, deja comenzar el Congreso del Partido y luego declara durante el debate que le gustaría hacer las apreciaciones finales. Nosotros preferiríamos que el “teórico por definición” interviniera en los debates y no se dedicara exclusivamente a hacer la conclusión de tan cruciales cuestiones, y que no diera la errónea y engañosa impresión de que durante un largo periodo de tiempo no ha tenido ni idea de qué decir” ([54]).
Así, muchos miembros de la vieja guardia, que habían luchado en las condiciones impuestas por las leyes antisocialistas y habían desarmado al democratismo y al reformismo, se vieron de pronto incapaces de entender el nuevo periodo y empezaron a teorizar en su lugar sobre el abandono del objetivo socialista. En vez de transmitir a las nuevas generaciones las lecciones de la lucha bajo la égida de las leyes anti-socialistas, perdieron su espíritu de lucha. Y la corriente centrista que se estaba escondiendo y evitando el combate, pavimentó el camino para el ascenso de la derecha con su renuncia a presentar batalla contra los oportunistas.
Mientras los centristas evitaban la lucha, el ala izquierda agrupada en torno a Luxemburg mostró su espíritu combativo y su preparación para aceptar su responsabilidad, viendo que en realidad “el mismo Bebel se ha vuelto senil, y deja simplemente que las cosas ocurran; se siente aliviado si son otros los que luchan, pero él mismo no tiene ya la energía ni el impulso para tomar la iniciativa. K. [Kautsky] se restringe a sí mismo a la teoría, nadie toma ninguna responsabilidad” ([55]). “Esto significa que el Partido va por el mal camino (…) Nadie lo dirige, nadie asume la responsabilidad”. El ala izquierda dirigió sus esfuerzos a ganar más influencia y estaba convencida de la necesidad de actuar como la punta de lanza del Partido. Luxemburg le escribió a Jogiches: “Sólo un año de trabajo perseverante y enérgico, y mi posición se hará fuerte. Por el momento no puedo limitar la agudeza de mis discursos, porque tenemos que lidiar con la más extrema oposición” ([56]). Esta influencia, no obstante, no se iba a conseguir al precio de diluir las posiciones políticas.
Convencida de la necesidad de un liderazgo resuelto, y reconociendo que estaría enfrentándose a la resistencia continua de los diletantes, Luxemburg quería empujar al Partido: “¿Una persona, por otra parte, que no pertenezca a la camarilla dominante [Sippschaft], que no cuente con el apoyo de nadie más que de sí mismo, que tema por el futuro no sólo por oponentes abiertos como Auer y compañía, sino incluso por sus aliados (Bebel, Kautsky, Singer), una persona a la que es mejor mantener a la distancia de un brazo, porque quizá crezca varias cabezas demasiado alto? (…) No tengo intención alguna de limitar mis críticas. Por el contrario, tengo toda la intención y aspiración de “empujar” totalmente, no sólo a individuos sino al movimiento como tal... de indicar nuevas vías, de luchar, de actuar como lo hiciera el tábano – en una palabra, de ser un estimulante permanente para todo el movimiento” ([57]). En octubre de 1905, se le ofreció a Luxemburg la oportunidad de participar en el consejo editorial de Vorwärts, y fue intransigente con respecto a la posible censura de sus posiciones: “Si a causa de los artículos que publique ahí hay algún conflicto con la dirección o con el consejo editorial, entonces no debería ser la única que abandonara el consejo, sino que toda la izquierda mostraría su solidaridad y abandonaría el Vorwärts, provocando el estallido del consejo editorial”. Pero por una breve temporada, la izquierda ganó cierta influencia.
El proceso de degeneración del Partido no sólo estuvo marcado por los intentos de abandonar sus posiciones programáticas y la falta de espíritu de lucha en amplias secciones del mismo. Bajo la superficie se impone una corriente constante de ojeriza mezquina y denigración personal directa hacia aquéllos que defendían de la forma más intransigente los principios de la organización y perturbaban la fachada de unidad. La actitud de Kautsky hacia las críticas que Luxemburg hacía a Bernstein, por ejemplo, era ambivalente. A pesar de su relación amistosa con Luxemburg, escribió, sin embargo, a Bernstein: “Esa rencorosa criatura de Luxemburg no está contenta con la tregua acordada hasta la publicación de tu panfleto, cada día lanza una nueva puya sobre la “táctica”” ([58]).
A veces, como podremos observar, esa corriente emergería a la superficie en la forma de acusaciones calumniosas y ataques personales.
Era sobre todo el ala derecha la que reaccionaba en base al personalismo y haciendo del “enemigo” un chivo expiatorio del Partido. Cuando más se precisaba la clarificación de las profundas divergencias existentes mediante una confrontación abierta, la derecha – en vez de ir hacia delante con argumentos en un debate, rehuía el encuentro y en su lugar se dedicaba a calumniar a los miembros más prominentes de la izquierda.
Mostrando un evidente complejo de inferioridad en el plano teórico, difundían insinuaciones calumniosas, particularmente sobre Luxemburg, haciendo comentarios machistas y chovinistas e insinuaciones sobre su “infeliz” vida emocional y sus relaciones sociales (su relación con Leo Jogiches no era conocida por el Partido): “esta listilla y rencorosa solterona también vendrá a Hanover. La respeto y la considero alguien más firme que Parvus, pero esa mujer me odia desde lo más profundo de su corazón” ([59]).
El secretario del Partido Ignaz Auer, del ala derecha, lo reconoció admitió ante Bernstein: “Incluso si no estamos a la misma altura que nuestros oponentes, porque no todo el mundo es capaz de desempeñar un gran papel, nos mantenemos firmes contra los comentarios retóricos y groseros. Pero si hubiera un divorcio “limpio”, cosa que por cierto nadie considera seriamente, Clara [Zetkin] y Rosa se quedarían solas. Ni siquiera sus [amantes] las defenderían, ni los pasados ni los presentes” ([60]).
El mismo Auer no dudaba en usar tonos xenofóbos, diciendo que “los principales ataques contra Bernstein y sus partidarios y contra Schippel no venían de camaradas alemanes ni del movimiento alemán. Las actividades de esa gente, en particular de la señorita Rosa Luxemburg, eran desleales, e inapropiadas entre camaradas” ([61]). Este tipo de tono xenófobo –especialmente contra Luxemburg, que era de origen judío– se convirtió en una constante en las campañas del ala derecha, adquiriendo un carácter cada vez más perverso en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial ([62]).
El ala derecha del Partido, incluso, llegó a publicar comentarios y textos satíricos sobre Luxemburg ([63]). Luxemburg y otras figuras de la izquierda ya tenían puesta encima la mira de una forma especialmente detestable en Polonia. Paul Frölich indica en su biografía de Luxemburg que fueron formuladas una gran cantidad de calumnias contra figuras del ala izquierda como Warski y Luxemburg. A ésta última se la acusaba de estar pagada por el oficial de la policía varsoviana Markgrafski, cuando publicó un artículo sobre la cuestión de la autonomía nacional; también fue acusada de ser un agente pagado por la Ojrana, la policía secreta rusa ([64]).
Rosa Luxemburg empezó a sentirse asqueada por la atmósfera que reinaba en el Partido. “Cada contacto cercano con la camarilla del Partido crea una sensación tal de malestar, que cada vez estaría decidida a decir: ¡tres millas más allá desde el punto más bajo de la marea baja! Después de haber estado junto a ellos tanto tiempo, empiezo a oler mucha suciedad. Noto tanta debilidad de carácter, tanta mezquindad, que tengo prisa por volver a mi agujero de ratón” ([65]).
Esto ocurría en 1899, pero 10 años después, su opinión sobre el comportamiento de algunas de las figuras dirigentes del Partido no había mejorado: “Después de todo, sigo intentando mantener la calma y no olvidar que, aparte de la dirección del Partido y los sinvergüenzas de la calaña de Zietz, sigue habiendo muchos elementos magníficos y puros. Dejando de lado la inmediata inhumanidad con la que él [Zietz] aparece como doloroso síntoma de la miseria general, en la que nuestra “dirección” se ha hundido, un síntoma de una espantosamente terrible pobreza de estado mental. En un futuro, esperemos que estas algas podridas sean en buena hora barridas por una espumosa ola” ([66]). Y también expresó frecuentemente su indignación por la sofocante atmósfera burocrática presente en el Partido: “A veces me siento realmente desgraciada aquí y me dan ganas de irme lejos de Alemania. En cualquier aldea de Siberia que se te pueda ocurrir hay más humanidad que en toda la socialdemocracia alemana” ([67]). Esta actitud de buscar el chivo expiatorio y de tratar de destruir la reputación del ala izquierda estaba plantando la semilla para lo que posteriormente sería su exterminio físico perpetrado por los Freikorps ([68]), que mataron a Luxemburg en enero de 1919 por orden del SPD. El tono empleado en el Partido contra Rosa anunciaba ya la atmósfera en la que se desataría el pogromo contra los revolucionarios en la oleada revolucionaria de 1918-23. El carácter violento que gradualmente se apoderaba del partido, y la falta de indignación contra él, en particular por parte de la corriente centrista, contribuyeron a desarmar moralmente al Partido.
En añadidura a los chivos expiatorios, la personalización y los ataques xenófobos, las diferentes instancias de Partido, bajo la influencia del ala derecha, empezaron a censurar los artículos de la izquierda, y de Luxemburg en particular. Sobre todo tras 1905, cuando la cuestión de la acción de masas estaba al orden del día (ver abajo), el Partido empezó a intentar amordazarla cada vez más, y a impedir la publicación de sus artículos sobre la huelga de masas y la experiencia rusa. Aunque el ala izquierda contaba con bastiones en algunas ciudades, todo el aparato de Partido del ala derecha intentaba impedir la difusión de sus posiciones en el órgano central del Partido, el Vorwärts: “Tenemos, muy a nuestro pesar, que rechazar tu artículo ya que, de conformidad con el acuerdo entre el ejecutivo del Partido, la comisión ejecutiva de la organización provincial prusiana [del SPD], y el editor, la cuestión de la huelga de masas no debe ser tratada de momento por el Vorwärts” ([69]).
Como veremos, las consecuencias del decaimiento moral y de la solidaridad en el Partido iban a tener un efecto nocivo cuando las tensiones imperialistas se agudizaran, y la izquierda insistiera en la necesidad de responder con la acción de masas.
Franz Mehring, una bien conocida y respetada figura del ala izquierda, era también atacado a menudo. Pero a diferencia de Rosa Luxemburg él se ofendía fácilmente, y tendía a retirarse de la lucha cuando sentía que lo habían atacado injustamente. Por ejemplo, antes del Congreso del Partido de 1903 en Dresde, Mehring criticó la participación literaria que algunos socialdemócratas tenían en la prensa burguesa afirmando que era incompatible con la pertenencia al Partido. Los oportunistas, entonces, lanzaron una campaña de calumnias contra él. Mehring pidió la intervención de un tribunal de Partido, que se reunió y adoptó una “leve resolución” contra los oportunistas. Pero cada vez más y más, al tiempo que Mehring se situaba bajo la creciente presión del ala derecha, tendió a retirarse de la prensa del Partido. Luxemburg insistió en que debía levantarse y resistir la presión del ala derecha y sus calumnias: “Seguramente notarás de que nos estamos acercando cada vez más a los tiempos en los que las masas necesitarán del Partido un liderazgo enérgico, implacable y generoso, y que sin ti nuestras fuerzas –ejecutivo, órgano central, fracción del Reichstag y la “prensa científica”, se debilitará continuamente y se volverá más mezquina y cobarde. Deberíamos hacer frente con claridad a este atractivo futuro, y debemos ocupar y mantener todas esas posiciones, que harán posible rechazar las armas de la dirección oficial a la hora de ejercer nuestro derecho a la crítica (…) Esto hace que sea nuestro deber aguantar hasta el final y no hacerles el favor a los jefes oficiales del Partido de hacer las maletas. Tenemos que aceptar esas continuas fricciones y luchas, particularmente cuando se ataca a ese santo de los santos, el cretinismo parlamentario, tan enérgicamente como tú lo has hecho. Pero a pesar de todo –no ceder una pulgada parece ser el lema correcto. El Neue Zeit no debe ser dejado a merced de la senilidad y la burocracia” ([70]).
Al llegar el nuevo siglo, los fundamentos en torno a los que revisionistas y reformistas por igual habían edificado su teoría y su práctica, empezaron a desmoronarse.
Superficialmente, y a pesar de los retrocesos ocasionales, la economía capitalista seguía aparentando una salud de hierro, y continuando con su expansión imparable por las últimas regiones que quedaban libres de la ocupación de uno u otro poder imperialista, sobre todo en África y China. La expansión del capitalismo por todo el globo había llegado a una fase en la que las facciones imperialistas solo podían expandir su influencia a costa de sus rivales. Todos los grandes contendientes se vieron crecientemente implicados en una carrera armamentística sin precedentes, con Alemania, en particular, comprometida en un programa de expansión naval masiva. Aunque pocos se percataron en aquel momento, el año 1905 marcó un límite: la disputa entre dos grandes potencias (Rusia y Japón) llevó a la guerra a gran escala, y la guerra, sucesivamente, desembocó en el primer movimiento revolucionario a gran escala de la clase obrera.
La guerra, que empezó en 1904, se libró entre Rusia y Japón por el control de la península de Corea. Rusia sufrió una derrota humillante y así tuvieron lugar las huelgas de enero de 1905, una reacción directa contra los efectos de la guerra. Por vez primera en la historia, una ola gigantesca de huelgas de masas sacudió a un país entero. El fenómeno no se limitó a Rusia. Aunque no de forma tan masiva y en un marco diferente y con diferentes demandas, estallaron movimientos huelguísticos similares en toda una serie de países europeos: en Bélgica en 1902, en los Países Bajos en 1903, en el Ruhr alemán en 1905... También se sucedieron cierto número de huelgas salvajes gigantescas en Estados Unidos entre 1900 y 1906 (a destacar el ejemplo de las minas de carbón de Pennsylvania). En Alemania, Rosa Luxemburg – tanto en calidad de agitadora revolucionaria como de periodista para el Partido alemán, y como miembro del Comité Central del SDKPiL ([71]) había estado siguiendo atentamente las luchas en Rusia y Polonia[72]. En diciembre de 1905, sintió que no podía permanecer en Alemania como mera observadora, y viajó a Polonia para participar directamente en el movimiento. Estrechamente implicada en el día a día del proceso de la lucha de clases y la agitación revolucionaria, fue testigo de primera mano del novedoso despliegue dinámico de las huelgas de masas ([73]). Junto a otras fuerzas revolucionarias, comenzó a extraer lecciones del movimiento. Al mismo tiempo, Trotski escribe su famoso libro sobre 1905, en el que destaca el papel de los consejos obreros. Luxemburg, en su escrito Huelga de masas, Partido y sindicatos ([74]), subrayó la significación histórica del “nacimiento de la huelga de masas” y sus consecuencias para la clase obrera en el plano internacional. Su texto sobre la huelga de masas se convirtió en un texto programático de primera línea de las fracciones de izquierda de la II Internacional, se dirigió a sacar las más amplias lecciones y a destacar la importancia de la acción autónoma y masiva de la clase trabajadora ([75]).
La teoría sobre la huelga de masas de Luxemburg estaba completamente en contra de la visión de la lucha de clases generalmente aceptada por el SPD y los sindicatos. Para estos últimos, la lucha de clase era casi como una campaña militar, en la cual la confrontación sólo debía buscarse una vez que el ejército hubiera reunido una fuerza aplastante, mientras se esperaba que el Partido y los jefes sindicales actuaran como el Estado Mayor con las masas de trabajadores maniobrando según sus órdenes. Esto estaba muy alejado de la insistencia de Luxemburg en la autoactividad creativa de las masas, y cualquier idea en la que los trabajadores pudieran actuar independientemente de su dirección era anatema para los jefes sindicales, que en 1905 se enfrentaron por vez primera a la perspectiva de verse desbordados por tal oleada gigantesca de luchas autónomas. La reacción del ala derecha del SPD y de la dirección de los sindicatos fue simplemente prohibir cualquier discusión sobre el tema. En el Congreso de los sindicatos de mayo de 1905, en Colonia, se negaron a discutir de forma alguna sobre la huelga de masas, calificando tal acto como algo “reprobable” ([76]).
La burguesía alemana también había seguido el movimiento con mucha atención, y quería sobre todo prevenir una posible “imitación” del ejemplo ruso por parte de los obreros alemanes. Debido a su discurso sobre la huelga de masas en el Congreso del SPD de Jena, en 1905, Rosa Luxemburg fue acusada de “incitación a la violencia” (Aufreizung zu Gewalttätigkeit) y sentenciada a dos meses de prisión. Kautsky, mientras tanto, intentó restarle importancia a las huelgas de masas, insistiendo en que eran, sobre todo, producto de las primitivas condiciones de Rusia, que no tenían aplicación en un país avanzado como Alemania. Usó el término “método ruso” como símbolo de falta de organización, caos, salvajismo ([77]). En su libro de 1909 El camino al poder, Kautsky reclamó que “la acción de masas es una estrategia obsoleta para derribar al enemigo”, oponiéndole su propuesta de “estrategia de desgaste” (Eramttungsstrategie) ([78]).
Negándose a considerar la huelga de masas como una perspectiva para la clase obrera de todo el mundo, Kautsky atacó la posición de Luxemburg como si de un capricho personal se tratase. Kautsky le escribió a Luxemburg: “No tengo tiempo para explicarte las razones por las que Marx, Engels, Bebel y Liebknecht aceptaron esto. Resumidamente, lo que quieres es una forma totalmente nueva de agitación que siempre hemos rechazado de plano. Pero esta nueva agitación es de tal naturaleza que no es recomendable debatir sobre ella en público. Si publicamos ese artículo, actuarías por tu propia cuenta, a título individual, y proclamarías una forma totalmente nueva de agitación y acción que el Partido siempre ha rechazado. Una persona en solitario, sin importar cuán convencida esté de la situación, no puede actuar por su propia cuenta y proclamar lo que para ella es un hecho consumado, lo que tendría consecuencias impredecibles para el Partido” ([79]).
Luxemburg rechazó el intento de presentar el análisis y la importancia de la huelga de masas como una “política personal” ([80]). Incluso aunque los revolucionarios deban reconocer la existencia de diferentes condiciones en diferentes países, deben por encima de todo comprender la dinámica global de las condiciones cambiantes de la lucha de clases, en particular aquéllas tendencias que anuncian el futuro. Kautsky se opuso a la “experiencia rusa” como una expresión del atraso de Rusia, rechazando indirectamente la solidaridad internacionalista y difundiendo un punto de vista imbuido de prejuicios nacionales, pretendiendo que los trabajadores alemanes, con sus poderosas centrales sindicales, estaban más avanzados y sus métodos eran “superiores”... ¡cuando al mismo tiempo, los jefes sindicales se dedicaban a bloquear las huelgas de masas y la acción autónoma! Y cuando Luxemburg fue enviada a la cárcel por propugnar la huelga de masas, Kautsky y sus partidarios no mostraron signo alguno de indignación ni protestaron.
Luxemburg, que no podía ser silenciada mediante medios tales de censura, reprobó a la dirección del Partido el concentrar toda su atención, exclusivamente, en los preparativos de las elecciones. “¿Deberían ahogarse todas las cuestiones tácticas en el delirio del jolgorio por nuestros presentes y futuros éxitos electorales? ¿Cree verdaderamente el Vorwärts que la profundidad política y la reflexión de grandes capas del Partido se pueden promover con esta atmósfera de permanente aclamación del éxito electoral durante un año, hasta un año y medio antes de las elecciones y silenciando cualquier tipo de autocrítica en el Partido?” ([81]).
Aparte de Rosa Luxemburg, Anton Pannekoek era el crítico más ruidoso de la “estrategia de desgaste” de Kautsky. En su libro Las divergencias tácticas en el movimiento obrero ([82]), Pannekoek emprendió una crítica sistemática y fundamental de las “viejas herramientas” del parlamentarismo y la lucha sindical. Pannekoek también fue víctima de la censura y la represión en la socialdemocracia y el aparato sindical, y perdió su trabajo en la escuela del Partido por ello. Cada vez más, los artículos tanto de Luxemburg como de Pannekoek eran censurados por la prensa del Partido. En noviembre de 1911, Kautsky, por primera vez, se negó a publicar un artículo de Pannekoek en el Neue Zeit ([83]).
Así, las huelgas de masas de 1905 forzaron a la dirección del SPD a mostrar su verdadero rostro y a oponerse a cualquier movilización de la clase obrera que intentara apropiarse de la “experiencia rusa”. Ya años antes del estallido de la guerra, la dirección sindical se había convertido en un baluarte del capitalismo. Bajo el pretexto de tener en cuenta las diferentes condiciones de la lucha de clases, se escondía en realidad la intención de rechazar la solidaridad internacional, con el ala derecha de la socialdemocracia intentando provocar el miedo e incluso azuzar el resentimiento nacional contra el “radicalismo ruso”. Esta iba a ser una importante arma ideológica en la guerra que comenzaría pocos años después. Así, tras 1905, el centro, que había estado dudando y fluctuando hasta entonces, se vio cada vez más y más presionado hacia el ala derecha. La torpeza y falta de voluntad del centro para apoyar la lucha del ala izquierda en el Partido se tradujo en un aislamiento cada vez mayor de ésta última.
Como Luxemburg señaló: “El efecto práctico de la intervención del camarada Kautsky se reduce a esto: ha provisto de una cobertura teórica a aquellos miembros del Partido y los sindicatos que observan el impetuoso crecimiento del movimiento de masas con un creciente malestar, y a los que les gustaría ponerle freno tan pronto como sea posible y retornarlo a los cauces de la bien conocida y cómoda rutina de la actividad parlamentaria y sindical. Kautsky les ha dado un remedio a sus escrúpulos de consciencia bajo la égida de Marx y Engels, al mismo tiempo en el que les ofrece los medios necesarios para romperle la espalda a un movimiento huelguístico al que se supone que siempre quiso hacer más poderoso” ([84]).
El Congreso de la II Internacional de 1907, celebrado en Stuttgart, trató de extraer las lecciones pertinentes de la Guerra ruso-japonesa y de meter el peso de la clase obrera organizada en la balanza contra la creciente amenaza de guerra. Alrededor de 60 mil personas participaron en una manifestación – con oradores venidos de más de una docena de países advirtiendo sobre el peligro de la guerra. August Bebel propuso una resolución contra el peligro de la guerra, que evitó la cuestión del militarismo como parte íntegra del sistema capitalista y no hizo mención alguna de la lucha de los trabajadores rusos contra la guerra. El Partido alemán intentó evitar vincularse a fórmula alguna en cuanto a su actuación en la situación de guerra, como por ejemplo a una huelga general, sobre todo. Lenin, Luxemburg y Martov propusieron una enmienda más robusta a la resolución: “En caso de que, a pesar de todo, la guerra estallase, su deber [de los Partidos socialistas] es interceder por su pronto final, y luchar con todas sus fuerzas para utilizar la violenta crisis económica y política sobrevenida con la guerra para levantar al pueblo, y de ese modo acelerar la abolición del dominio de la clase capitalista” ([85]). El Congreso de Stuttgart votó de forma unánime a favor de esta resolución, pero posteriormente, la mayoría de la II Internacional fracasó a la hora de fortalecer su oposición a los crecientes preparativos bélicos ([86]). El Congreso de Stuttgart entró en la historia como un buen ejemplo de declamación verbal sin acción por parte de la mayoría de los partidos asistentes. Pero fue un importante momento de cooperación entre las corrientes de izquierda, que a pesar de sus diferencias en otras tantas cuestiones, asumieron una posición común sobre la guerra.
En febrero de 1907, Karl Liebknecht publicó su libro Militarismo y antimilitarismo, con especial atención al movimiento internacional de la juventud, en el que denunciaba, en particular, el papel del militarismo alemán. En octubre de 1907 fue sentenciado a 18 meses de prisión por alta traición. Aún en el mismo año, el líder del ala derecha del SPD, Noske, declaró en un discurso en el Reichstag que en caso de una “guerra de defensa”, la socialdemocracia apoyaría al gobierno y “defendería la patria con gran pasión. Nuestra actitud hacia lo militar está determinada por nuestra postura sobre la cuestión nacional. Pero esto significa que también insistimos en la preservación de la autonomía del pueblo alemán. Somos completamente conscientes de que es nuestro deber y nuestra obligación asegurar que el pueblo alemán no sea empujado contra un muro por otro pueblo” ([87]). Éste era el mismo Noske que en 1918 se convertiría en el sabueso de la represión dirigida por el SPD contra los trabajadores.
En 1911, el envío del destructor Panther a Agadir por parte de Alemania provocó la segunda crisis de Marruecos con Francia. La dirección del SPD renunció a todo tipo de acción antimilitarista en aras para evitar poner en riesgo su éxito electoral en las venideras elecciones de 1912. Cuando Luxemburg denunció esta actitud, la dirección del SPD la acusó de revelar secretos de Partido. En agosto de 1911, tras muchas vacilaciones e intentos de evitar la cuestión, la dirección del Partido distribuyó un panfleto que se suponía era una protesta contra la política imperialista de Alemania en Marruecos. El folleto fue fuertemente criticado por Luxemburg en su artículo “Nuestro folleto sobre Marruecos” ([88]), sin tener la menor idea cuando la escribió de que Kautsky era el autor. Kautsky respondió con un ataque marcadamente personalista. Luxemburg contestó: Kautsky, dijo, había presentado su crítica [la de Rosa] como hecha de forma “que era un ataque malicioso, traicionero y pérfido contra [Kautsky] como persona (…) El camarada Kautsky podrá difícilmente dudar de mi resolución para enfrentarme a cualquiera de forma abierta, para criticarle o luchar contra él de forma directa. Nunca he atacado a nadie subrepticiamente y rechazo firmemente la sugerencia de Kautsky de que yo sabía quién había escrito el artículo y de que había – sin nombrarlo – puesto mi punto de mira sobre él (…) Pero yo habría tenido cuidado de no iniciar una innecesaria polémica con un camarada que reacciona exageradamente con tal torrente de injurias personales, encono y recelo hacia una crítica estrictamente objetiva aunque firme, y que hasta sospecha de una intención personal, rencorosa y malévola tras cada palabra de la susodicha crítica” ([89]). En el Congreso del Partido en Jena, en septiembre de 1911, la dirección del Partido hizo circular un panfleto especial contra Rosa Luxemburg, lleno de ataques contra ella, acusándola de romper su confidencialidad y de haber estado informando al Buró Socialista Internacional de la II Internacional sobre la correspondencia interna del SPD.
Aunque en su libro de 1909 El camino al poder, Kautsky advertía que “la guerra mundial se está acercando peligrosamente”, en 1911 predijo que “todo el mundo se haría patriota” una vez que la guerra estallase, y que si la socialdemocracia decidía nadar contracorriente, sería destrozada por la enardecida multitud. Depositó sus esperanzas por la paz en “los países representantes de la civilización europea” que formarían los Estados Unidos de Europa. Al mismo tiempo, empezó a desarrollar su teoría del “superimperialismo”, siendo la verdadera razón de esta teoría la idea de que el conflicto imperialista no era una consecuencia inevitable de la expansión capitalista sino, simplemente, una “política” que los Estados capitalistas avanzados podían rechazar. Kautsky pensaba de hecho que la guerra relegaría las contradicciones de clase a un segundo plano y que la acción de masas del proletariado estaría condenada al fracaso, y que – como diría él mismo tras estallar la guerra – la Internacional sólo servía para tiempos de paz. Esta actitud de percatarse del peligro de la guerra pero al mismo tiempo inclinarse ante la presión nacionalista dominante, huyendo de una lucha determinada, desarmó a la clase obrera y pavimentó el camino a la traición a los intereses del proletariado. Así, con una mano Kautsky minimizaba la explosividad real de las tensiones imperialistas con su teoría del “superimperialismo”, fracasando completamente a la hora de percibir la determinación de la burguesía para preparar la guerra; mientras que con la otra, coqueteaba con la ideología nacionalista del gobierno (y, cada vez más, con la que también era la postura del ala derecha del SPD) en vez de combatirla, por miedo a que el SPD perdiera su éxito electoral. Su carácter, su espíritu de lucha, habían desaparecido.
Cuando se necesitaba de una denuncia resuelta de los preparativos bélicos, y mientras el ala izquierda hacía todo lo que podía por organizar reuniones públicas contra la guerra que atraían a miles de participantes, la dirección del SPD ponía en movimiento todos sus recursos para las próximas elecciones parlamentarias de 1912. Luxemburg denunció el silencio autoimpuesto que se había levantado sobre el peligro de guerra como un intento oportunista de ganar más escaños en el Parlamento, sacrificando el internacionalismo para ganar más votos.
En 1912, la amenaza a la paz que supuso la Segunda Guerra de los Balcanes llevó al Buró Socialista Internacional a organizar un Congreso especial en Basilea, Suiza, en el mes de noviembre, con el objetivo específico de movilizar a la clase obrera internacional contra el peligro inminente de guerra. Luxemburg criticó el hecho de que el Partido alemán se hubiera limitado a respaldar la serie de protestas de bajo perfil que los sindicatos alemanes habían organizado, argumentando que el Partido, como órgano político de la clase trabajadora que se supone que era, no había hecho más que proporcionar un tímido respaldo a la denuncia de la guerra. Mientras que unos pocos partidos en otros países habían reaccionado más vigorosamente, el SPD, el partido obrero más grande del mundo, se había abstenido prácticamente de hacer labor de agitación y de organizar más protestas. El Congreso de Basilea, que una vez más terminó con una gran manifestación y con llamamientos a la paz, ocultó, de hecho, la podredumbre y la futura traición de muchos de sus partidos miembros.
El 3 de junio de 1913, la fracción parlamentaria del SPD votó a favor de un impuesto militar especial: 37 diputados del SPD que se opusieron a votar a favor fueron reducidos al silencio por el principio de disciplina de la fracción parlamentaria. El abismo existente con la antigua fórmula de “ni un solo hombre, ni un solo centavo” para el sistema, anunció el voto que la fracción parlamentaria daría a favor de los créditos de guerra en agosto de 1914. La decadencia moral del Partido también se reveló a través de la reacción de Bebel ([90]). En 1870-71, August Bebel –junto a Wilhelm Liebknecht (padre de Karl Liebknecht)– destacó por su resuelta oposición a la guerra franco-prusiana. Ahora, cuatro décadas después, Bebel fracasa a la hora de tomar una decidida resolución contra el peligro de guerra ([91]).
Se volvía cada vez más evidente que no sólo la derecha estaba cometiendo una traición abierta, sino que también los dubitativos centristas habían perdido todo su ímpetu de lucha y que fracasarían a la hora de oponerse a los preparativos bélicos de forma resuelta. La actitud defendida por el representante más famoso del “centro”, Kautsky, según el cual el partido debía adaptar su posición sobre la cuestión de la guerra en base a las reacciones de la población (sumisión pasiva si la mayoría del país aceptaba el nacionalismo o una postura más resuelta si se incrementaba la oposición a la guerra), se pretendía justificar con el peligro de “aislarse de la mayoría del Partido”. Cuando tras 1910 la corriente reunida en torno a Kautsky reclamó ser “el centro marxista” en contraste con la (radical, extremista, antimarxista) izquierda, Luxemburg calificó a este “centro” como el representante de la cobardía, la cautela y el conservadurismo.
Su deserción de la lucha y su incapacidad para oponerse a la derecha y acompañar a la izquierda en su resuelto combate, ayudó a desarmar a los trabajadores. Así, la traición de la dirección del Partido en agosto de 1914 no les sorprendió; se preparó poco a poco en un proceso gradual. El apoyo al imperialismo alemán se volvió tangible en la forma de los numerosos votos parlamentarios que apoyaron los créditos de guerra, en los esfuerzos por refrenar toda protesta contra la guerra y en la actitud en su conjunto de situarse codo con codo con el imperialismo alemán y encadenar a la clase obrera al nacionalismo y el patriotismo. El amordazamiento del ala izquierda fue crucial en el abandono del internacionalismo y predispuso la represión contrarrevolucionaria de 1919.
Entre tanto, la dirección del SPD había estado concentrando su actividad en las elecciones parlamentarias, y el Partido como tal quedó cegado por el éxito electoral y perdió de vista el objetivo último del movimiento del proletariado. El Partido saludó positivamente el aparentemente ininterrumpido aumento de votantes, tanto en el número de diputados como por el de alcance de la prensa del Partido. El crecimiento fue, en verdad, impresionante: en 1907, el SPD tenía 530 mil miembros; para 1913, la cifra se había duplicado hasta casi 1,1 millones. El SPD era de hecho el único partido de masas de la II Internacional y el Partido más grande de todos los que había en todos los parlamentos europeos. Este crecimiento numérico dio la ilusión de una gran fuerza. Incluso Lenin fue notablemente acrítico con las “impresionantes cifras” de miembros, votantes y el impacto del Partido ([92]).
Aunque es imposible establecer una relación mecánica entre la intransigencia política y las cifras electorales, en el transcurso de las elecciones de 1907, el SPD aún condenaba la represión brutal que el imperialismo alemán había ejercido contra los levantamientos de los Herero en el sureste de África, lo que llevó a un “retroceso” de su apoyo electoral, ya que el SPD perdió 38 escaños parlamentarios y “sólo” se quedó con 43. A pesar del hecho de que parte del voto general al SPD había crecido en realidad, a ojos de la dirección del Partido este retroceso electoral significaba que el Partido había sido castigado por los votantes, sobre todo por los de la pequeña burguesía, por su denuncia del imperialismo alemán. La conclusión que extrajeron fue que el SPD debía evitar oponerse al imperialismo y al nacionalismo tan fuertemente, ya que ello les costaría votos. En vez de ello, el Partido debería concentrar todas sus fuerzas en hacer campaña para las próximas elecciones, incluso si ello conllevaba censurar de sus discusiones y evitar todo aquello que pudiera poner en peligro su éxito electoral. En las elecciones de 1912, el Partido consiguió 4,2 millones de votos (38,5 % del escrutinio electoral) y ganó 110 escaños parlamentarios. Se había convertido en el mayor de los grupos parlamentarios, pero sólo a costa de enterrar su internacionalismo y los principios de la clase obrera. En los parlamentos locales tenía más de 11 mil diputados. A su vez, se vanagloriaba de tener 91 periódicos con 1 millón y medio de suscriptores. En las elecciones de 1912, la integración del SPD en el juego parlamentario fue un paso más allá cuando retiró a varios candidatos en gran número de circunscripciones en beneficio del Fortschrittliche Volkspartei (Partido Progresista del Pueblo), incluso aunque este partido apoyase incondicionalmente la política del imperialismo alemán. Mientras, el Sozialistsche Monatshefte (en principio una publicación no partidaria, pero en la práctica era el órgano teórico de los revisionistas) apoyó abiertamente la política colonial alemana y los reclamos del imperialismo alemán en la redistribución de colonias.
En la práctica, la movilización completa del Partido para las elecciones parlamentarias se acompañaba con su integración gradual en el aparato del Estado. El voto indirecto a favor de los presupuestos de julio de 1910 ([93]) y la creciente cooperación con partidos burgueses (que hasta entonces se había visto como un anatema), así como abstenerse de presentar candidatos en algunos distritos en aras de posibilitar la elección de diputados del burgués Fortschrittliche Volkspartei y la propuesta de un candidato para las elecciones a alcalde en Stuttgart –estos fueron algunos de los pasos que dio el SPD en la dirección de su participación directa en la gestión del aparato administrativo estatal.
Toda esa tendencia hacia una creciente interconexión entre las actividades parlamentarias del SPD y su identificación con el Estado fue severamente criticada por el ala izquierda, en particular por Anton Pannekoek y Luxemburg. Pannekoek dedicó todo un libro a las Divergencias tácticas en el movimiento obrero. Luxemburg, que era extremadamente vigilante hacia el sofocante efecto del parlamentarismo, presionó para alentar la iniciativa y la acción desde las bases: “el más ideal de los ejecutivos de un partido no sería capaz de conseguir nada, se hundiría involuntariamente en la ineficiencia burocrática, si la fuente natural de su energía, la voluntad del Partido, no se hace sentir, y si el pensamiento crítico, la iniciativa de las masas que pertenecen al Partido, se durmiese. De hecho va más allá que todo esto. Si su propia energía, la vida intelectual independiente de la masa del Partido, no es lo suficientemente activa, entonces las autoridades centrales tienen la tendencia natural no sólo a oxidarse burocráticamente sino que también a desarrollar una idea completamente errónea de su propia autoridad oficial y posición de poder con respecto al Partido. El reciente y así llamado “decreto secreto” del ejecutivo de nuestro Partido a los equipos editoriales del Partido pueden servir como una prueba fresca de ello, un intento de tomar decisiones por la prensa del Partido, que no puede ser rechazada con la fuerza necesaria. Sin embargo, aquí también es necesario dejar algo claro: tanto contra la ineficiencia como contra la excesiva ilusión de poder de las autoridades centrales del movimiento obrero no hay otra vía salvo la iniciativa propia, el pensamiento propio, y la recia y vibrante vida política de las más amplias masas del Partido” ([94]).
De hecho, Luxemburg insistía constantemente en la necesidad, para la masa de los miembros del Partido, de “despertar” y asumir su responsabilidad contra la degeneración de la dirección del partido. “Las grandes masas [del Partido] tienen que activarse ellas mismas y a su modo, deben ser capaces de desarrollar su propia energía como masa, su propio impulso, tienen que volverse activas como masa, actuar, mostrar y desarrollar su pasión, coraje y determinación” ([95]).
“Cada paso adelante en la lucha por la emancipación de la clase obrera debe significar, al mismo tiempo, una creciente independencia intelectual de sus masas, su creciente autoactividad, autodeterminación e iniciativa. (…) Es de vital importancia para el desenvolvimiento de la vida política cotidiana del Partido el mantener activos y despiertos el pensamiento y la voluntad de las masas del Partido. Tenemos, por supuesto, las conferencias anuales del Partido como la más alta instancia que regularmente fija la voluntad de todo el Partido. Sin embargo, es obvio que las conferencias del Partido sólo pueden arrojar nociones generales tácticas sobre la lucha de la socialdemocracia. La aplicación de estas guías en la práctica requiere de pensamiento incansable, agudeza de ingenio e iniciativa. (…) Querer hacer responsable al ejecutivo de un Partido del gigantesco cometido de la vigilancia política e iniciativa diarias, a los que comandan la organización de un Partido de casi un millón de almas pasivas, es lo más incorrecto que puede haber desde el punto de vista de la lucha de clase proletaria. Esto es sin duda la reprobable “obediencia ciega” que nuestros oportunistas decididamente quieren ver en la patente subordinación de todos a las decisiones del Partido” ([96]).
El 4 de agosto de 1914, la fracción parlamentaria del SPD vota unánimemente por los créditos de guerra. La dirección del Partido y la fracción parlamentaria habían demandado la “disciplina de fracción”. La censura (¿la del Estado o la propia del Partido?) y la falsa unidad del Partido siguieron su propia lógica, la más opuesta posible a la responsabilidad personal. El proceso de degeneración se tradujo en que la capacidad de pensamiento crítico y de oposición a la falsa unidad se había agotado. Los valores morales del Partido fueron sacrificados en el altar del capital. En nombre de la disciplina de Partido, el Partido exigió el abandono del internacionalismo proletario. Karl Liebknecht, cuyo padre se había atrevido a rechazar el apoyo a los créditos de guerra en 1870, cedió a la presión del Partido. Sólo cuando transcurrieron unas pocas semanas, al tener lugar un primer agrupamiento de camaradas que habían permanecido leales al internacionalismo, se atrevió a expresar abiertamente su rechazo de la movilización en favor de la guerra de la dirección del SPD. Pero el voto a favor de los créditos de guerra por el SPD había desencadenado una avalancha de sumisión al nacionalismo en otros países europeos. Con la traición del SPD, la II Internacional firmó su sentencia de muerte y se desintegró.
El ascenso de las corrientes oportunistas y revisionistas, que habían aparecido más claramente en el partido más grande de la II Internacional, y que abandonaron el objetivo de derribar la sociedad capitalista, se tradujo en que la vida proletaria, el espíritu de lucha y la indignación moral desaparecieron del SPD, o al menos en lo que respecta a su dirección y su burocracia. Al mismo tiempo, este proceso estuvo inseparablemente ligado a la degeneración programática del SPD, visible en su rechazo a adoptar las nuevas armas de la lucha de clases: la huelga de masas y la autoorganización del proletariado, y también en su abandono del internacionalismo. El proceso de degeneración de la socialdemocracia alemana, que no fue un fenómeno aislado en la II Internacional, la llevó a su traición de 1914. Por vez primera, una organización política del proletariado no sólo había traicionado los intereses de los trabajadores, sino que se había convertido en una de las armas más eficaces en manos de la clase capitalista. La burguesía alemana podía ahora contar con la autoridad del SPD y con la lealtad que inspiraba en la clase obrera para desatar la guerra, y posteriormente, aplastar el levantamiento de los trabajadores contra la guerra. Las lecciones de la degeneración de la socialdemocracia alemana conservan, por tanto, un valor crucial para los revolucionarios hoy día.
Heinrich / Jens
[1]) 38,5 % de los votos lo que significó 110 escaños en el Reichstag.
[2]) Karl Kautsky nació en Praga en 1854; su padre era escenógrafo y su madre actriz y escritora. La familia se trasladó a Viena cuando Kautsky tenía 7 años. Estudió en la Universidad de Viena y se unió al Partido Socialista de Austria (SPÖ) en 1875. En 1880 se instaló en Zúrich, adonde ayudó a pasar de contrabando la literatura socialista a Alemania.
[3]) August Bebel nació en 1840, en lo que hoy es un suburbio de Colonia. Huérfano a los 13 años fue aprendiz de carpintero y viajó de joven por toda Alemania. Se encontró con Wilhelm Liebknecht en 1865 y se quedó muy impresionado por su experiencia internacional; en su autobiografía, Bebel recuerda que exclamó: “Se trata de un hombre de quien siempre puedes aprender algo” (“Donnerwetter, von dem kann man das lernen”, Bebel, Aus Meinen Leben, Berlin 1946, citado en el libro de James Joll sobre la 2ª Internacional). Junto con Liebknecht, Bebel se convirtió en uno de los más sobresalientes líderes de la socialdemocracia alemana de sus primeros años.
[4]) Esto se puede ver claramente en el libro de Lenin Un paso adelante, dos atrás, que concierne la crisis del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia) en 1903. Escribiendo sobre los que serían después los mencheviques señala: “su estrecha mentalidad de círculo y su lamentable inmadurez como miembros del partido, no les permite soportar el aire fresco de la controversia abierta en presencia de todos (…) ¿Se puede imaginar que en el partido alemán se montaría el escándalo que se ha organizado aquí acerca de la “falsa acusación de oportunismo? Allí, la disciplina y la organización proletaria hace tiempo que lo protegieron de la flojera intelectualista (…) Tan sólo la más rutinaria psicología de círculos, con su lógica de “o te doy de puñetazos o te beso la mano”, pudo provocar esos histerismos, esas peleas mezquinas y una escisión del partido porque se “acusara falsamente de oportunismo a la mayoría del grupo “Emancipación del Trabajo”.”
[5]) Rosa Luxemburg, La Crisis de la Socialdemocracia, capítulo I, más conocida como el Folleto de Junius. Este libro es esencial para cualquiera que desee conocer en profundidad las causas de la Primera Guerra Mundial.
[6]) Ídem.
[7]) Vorwärts quiere decir “adelante” y era el nombre del órgano de prensa central del SPD.
[8]) Se le conoce también como el partido “eisinachiano” por la ciudad donde se fundó: Eisenach.
[9]) Primer Manifiesto del Consejo General de la AIT sobre La guerra civil en Francia (redactado por Marx). https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gcfran/manif1.htm [3]
[10]) Una tendencia similar sobrevivió en el socialismo francés basada en la nostalgia de los Talleres Nacionales que habían jugado un papel en la revolución de febrero de 1848.
[11]) Ver Toni Offerman, en Between reform and revolution: German socialism and communism from 1840 to 1990, Berghahn Books, 1998, p96.
[12]) Esta toma de posición se conoce como Crítica del Programa de Ghota, ver https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gothai.htm [4]
[13]) Carta de Marx a Bracke, 5-5-1875.
[14]) Carta de Engels a Bebel, marzo 1875.
[15]) Citado en Georges Haupt, Aspects of international socialism 1871-1914, Cambridge University Press & Editions de la Maison des Sciences de l’Homme.
[16]) El voto parlamentario de los créditos de Guerra en 1914 constituyó una clara violación de los Estatutos del Partido y de las decisiones de los congresos, como Rosa Luxemburg se encargó de señalar.
[17]) Contribución a la crítica del programa del partido, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1890s/1891criti.htm [5]
[18]) Hay que decir, sin embargo, que la autocracia rusa era más extrema. Por ejemplo, el equivalente ruso del Reichstag, la Duma estatal, solo fue instaurada como respuesta a la revolución de 1905.
[19]) Ver la notable biografía de Nettl sobre Rosa Luxemburg (página 81 de la edición inglesa, versión abreviada) que contiene una introducción de Hannah Arendt. En este artículo utilizaremos tanto la versión abreviada como la completa.
[20]) Es significativo que mientras el partido toleró el reformismo de derechas, el círculo de los Jungen (Juventudes), que criticaba violentamente las veleidades parlamentarias, fue expulsado del partido en el Congreso de Erfurt. Es cierto que dicho grupo era una oposición literaria e intellectual que tenía tendencias anarquistas (ciertos de sus miembros se dirigieron al anarquismo una vez hubieron abandonado el SPD). Sin embargo, es característico que el partido reaccionara de forma mucho más dura frente a las críticas de izquierda que ante la práctica oportunista de la derecha.
[21]) Ver Historia General del Socialismo, de Jacques Droz, 1974, página 41.
[22]) Carta a Kautsky, citada en la obra de Droz, página 42.
[23]) El revisionismo de Bernstein no era un caso excepcional. En Francia, el socialista Millerand se unió al gobierno de Waldeck-Rousseau en el que figuraba el General Gallifet, verdugo de la Comuna de París. Una tendencia similar existió en Bélgica. En Gran Bretaña el movimiento laborista estaba completamente dominado por el reformismo y la estrecha visión nacionalista de los sindicatos
[24]) “La cuestión colonial (…) es un asunto de extensión de la cultura y dado que hay grandes diferencias culturales es más bien la afirmación de una cultura más elevada. Dado que tarde o temprano llega a suceder que las culturas superiores e inferiores chocan, y con respecto a esta colisión inevitable, esta lucha por la existencia entre las culturas, la política colonial de los pueblos cultos debe ser clasificado como un proceso histórico. Sin embargo, el hecho de que por lo general esto es perseguido por otros motivos y con los medios, así como en las formas, que nosotros, los socialdemócratas condenamos, nos puede conducir, en casos específicos a rechazar y luchar contra ella, pero esto no puede ser una razón para que cambiemos nuestra juicio acerca de la necesidad histórica de la colonización” (Bernstein, 1907, citado en Discovering Imperialism, 2012, Haymarket Books, p41).
[25]) Nettl, op. cit., pag. 101.
[26]) Parvus, también conocido como Alexander Helphand, fue una extraña y controvertida figura en el movimiento revolucionario. Tras estar varios años situado en la izquierda de la Socialdemocracia alemana y también rusa, durante la revolución de 1905, se trasladó a Turquía donde fundó una compañía de comercio de armas, haciéndose rico durante las guerras balcánicas y simultáneamente desarrollándose como consejero de los nacionalistas Jóvenes Turcos y editando la publicación nacionalista Turk Yurdu. Durante la Primera Guerra mundial, Parvus se convirtió en un abierto partidario del imperialismo alemán lo que causó un gran disgusto a Trotski cuyas ideas de la revolución permanente habían sido fuertemente influenciadas por él (ver el libro de Deurscher, El Profeta Armado, capítulo “La Guerra y la Internacional”).
[27]) Citada por Nettl, op. cit., pag.133
[28]) Parteitag der Sozialdemokratie, Oktober 1898 in Stuttgart, Rosa Luxemburg, Ges. Werke, Bd 1/1 p241.
[29]) Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, Bd 1/1, p. 565, 29.9.1899.
[30]) Idem, Bd 1/1, S. 578, 9.-14. Oktober.
[31]) August Bebel, citado por Rosa Luxemburg en After the Jena Party congress, Ges. Werke, Bd 1/1, S. 351.
[32]) “Unser leitendes Zentralorgan”, Leipziger Volkszeitung, 22.9.1899, Rosa Luxemburg in Ges. Werke, op. cit., Bd. 1/1, p. 558.
[33]) Más aún, Bernstein “sigue así la secuencia lógica de la A a la Z. Partió del abandono del objetivo final manteniendo, supuestamente, el movimiento. Pero como no puede haber movimiento socialista sin objetivo socialista, termina renunciando al movimiento”. Rosa Luxemburg, Reforma o Revolución, https://www.marxists.org/espanol/luxem/01Reformaorevolucion_0.pdf [6]
[34]) “Estoy muy agradecida por la información, lo que me ayuda a entender mejor las orientaciones del partido. Por supuesto, era claro para mí que Bernstein con sus ideas presentadas hasta el momento no está en línea con nuestro programa, pero es doloroso que ya no podemos contar con él por completo. Pero si usted y el camarada Kautsky tenían esta evaluación, estoy sorprendida de que usted y el camarada Kautsky no hayan utilizado el ambiente favorable en el Congreso para poner en marcha de inmediato un debate enérgico, y se hayan limitado a animar a Bernstein para escribir un panfleto, lo que no hace sino retrasar la discusión” (Rosa Luxemburg, Ges. Briefe, Bd 1, p. 210, Carta a Bebel, 31.10.1898).
[35]) Rosa Luxemburg, Ges. Briefe, op. cit., p. 289, Carta a Leo Jogiches, 11. 3. 1899.
[36]) Kautsky a Bernstein, 29.7.1899, IISG-Kautsky-Nachlass, C. 227, C. 230, quoted in Till Schelz-Brandenburg, Eduard Bernstein und Karl Kautsky, Entstehung und Wandlung des sozialdemokratischen Parteimarxismus im Spiegel ihrer Korrespondenz 1879 bis 1932, Köln, 1992.
[37]) Rosa Luxemburg, “Parteifragen im Vorwärts”, Gesammelte Werke Bd 1/1, p. 564, 29.9.1899.
[38]) Laschitza, Im Lebensrausch, Trotz Alledem, p.104, 27.Okt. 1898, Kautsky-Nachlass C 209: Kautsky an Bernstein.
[39]) Carta de Kaursky a Víctor Adler 20.7.1905, in Victor Adler Briefwechsel, a.a.O. S. 463, quoted by Till Schelz-Brandenburg, p. 338).
[40]) Rosa Luxemburg – Ges. Werke, Bd 1/1, p. 528, citado de “Kautsky zum Parteitag in Hannover”, Neue Zeit 18, Stuttgart 1899-1900, 1. Bd. S. 12).
[41]) Traducido de Libertad de crítica en la ciencia (versión en francés).
[42]) Rosa Luxemburg, Ges. Briefe, p. 279, Carta a Leo Jogiches, 3. 3. 1899.
[43]) Ídem, p. 423, Carta a Leo Jogiches, 21. 12. 1899.
[44]) Luxemburg sabía distinguir entre amistad o enemistad y toma de posición sobre problemas del partido o de la clase en su conjunto, así fue capaz de dar todo su apoyo como agitador (ella era muy solicitada como orador público) incluso a aquellos miembros del partido que criticó más fuertemente, por ejemplo, durante la campaña electoral del revisionista Max Schippel.
[45]) Rosa Luxemburg, op. cit., p. 491, Carta a Leo Jogiches.
[46]) Rosa Luxemburg, Erklärung, Ges. Werke Bd 1/2, p 146, 1.10.1901.
[47]) En el congreso del partido en Lübeck el Neue Zeit y Kautsky, su editor, habían sido fuertemente atacados por los oportunistas debido a la polémica sobre el revisionismo.
[48]) JP Nettl, Rosa Luxemburg, Vol 1, p. 192 (la cita aquí se ha tomado de la edición no abreviada), Rosa Luxemburg, carta a Kautsky, 03/10/1901.
[49]) Rosa Luxemburg, Ges. Briefe, p. 565, Carta a Leo Jogiches, 12. 1. 1902.
[50]) Cita de Nettl, op. cit., p. 127.
[51]) Rosa Luxemburg, Ges. Briefe, Bd 3 p. 358, Carta a Kostja Zetkin, 27. 6. 1908
[52]) Ídem, p. 57, Carta a Kostja Zetkin, 1. 8. 1909.
[53]) Rosa Luxemburg, Ges. Werke, 1/1, p. 239, p. 245, Parteitag der Sozialdemokratie 1898 in Stuttgart, Oktober 1898.
[54]) Rosa Luxemburg, Ges. Werke BDI 1/1, S. 255, Nachbetrachtungen zum Parteitag 12-14. Oktober 1898, Sächsische Arbeiter-Zeitung Dresden
[55]) Rosa Luxemburg, Ges. Briefe, p. 279, Carta a Leo Jogiches, 3. 3. 1899
[56]) Ídem, p. 384, Carta a Leo Jogiches, 24. 9. 1899.
[57]) Ídem, p. 322, Carta a Leo Jogiches, 1. 5. 1899.
[58]) Kautsky a Bernstein, 29.10.1898, IISG, Amsterdam, Kautsky-Nicholas, C 210.
[59]) Estas palabras fueron dirigidas por Auer en una carta a Bernstein (Laschitza, ibid, p. 129). En su Historia General del Socialismo, Jacques Droz describe a Auer así: “Era un “práctico”, un “reformista” en la práctica, que se vanagloriaba de no saber nada acerca de la teoría, pero nacionalista hasta el punto de elogiar la anexión de Alsacia-Lorena ante audiencias socialistas y oponiéndose a la reconstitución de Polonia, cínico hasta el punto de rechazar la autoridad de la Internacional; en realidad, siguió la línea del Sozialistische Monatshefte (Cuadernos del Socialismo) y alentó activamente el desarrollo del reformismo” (p. 41).
[60]) Laschitza, op. cit., p. 130.
[61]) Idem, p. 136, in Sächsische Arbeiterzeitung, 29.11. 1899.
[62]) Rosa Luxemburg era consciente de la hostilidad hacia ella desde una etapa muy temprana. En el congreso del partido de Hannover en 1899 la dirección no había querido dejarla hablar sobre la cuestión de las Aduanas. Ella describió su actitud en una carta a Jogiches: “Estamos mejor si lo tienes esto resuelto en el Partido, es decir, en el clan. Así es cómo funcionan las cosas con ellos: Si la casa se está quemando, necesitan un chivo expiatorio (un Judio), si el fuego ha sido extinguido, el Judío es expulsado” (Rosa Luxemburg, Ges. Briefe, Bd 1, p. 317, Carta a Leo Jogiches, 27/04/1899). Víctor Adler escribió a Bebel en 1910 que tenía “instintos suficientemente bajas para obtener una cierta cantidad de placer de lo que Karl estaba sufriendo a manos de sus amigos. Pero lo que realmente malo es que la perra rabiosa todavía hará mucho daño, sobre todo porque ella es tan inteligente como un mono mientras que, por otro lado su sentido de la responsabilidad está totalmente ausente y su único motivo es un deseo casi perverso de autojustificación” (Nettl, 1, p. 432, versión completa, Victor Adler a August Bebel, 08/05/1910).
[63]) El semanario satírico Simplicissimus publicó un poema desagradable dirigido a Luxemburg: “Nur eines gibt es was ich wirklich hasse: Das ist der Volksversammlungsrednerin. Der Zielbewussten, tintenfrohen Klasse. Ich bin der Ansicht, dass sie alle spinnen. Sie taugen nichts im Hause, nichts im Bette. Mag Fräulein Luxemburg die Nase rümpfen, Auch sie hat sicherlich – was gilt die Wette? – Mehr als ein Loch in ihren woll’nen Strümpfen. Laschitza, 136, Simplicissimus, 4. Jahrgang, Nr. 33, 1899/1900, S. 263).
[64]) Frölich, Paul, “Gedanke und Tat”, Rosa Luxemburg, Dietz-Verlag Berlin, 1990, p. 62.
[65]) Rosa Luxemburg, Ges. Briefe Bd. 1, S. 316, Carta a Leo Jogiches, 27.4.1899.
[66]) Ídem, Bd. 3, S. 89, Carta a Clara Zetkin, 29.9.1909.
[67]) Ídem, Bd. 3, p. 268, Carta a Kostja Zetkin, 11/30/1910. Estas líneas fueron provocadas por la reacción pequeñoburguesa dentro de la dirección del partido a un artículo que había escrito sobre Tolstoi, que se consideran irrelevantes (las materias artísticas no eran importantes), y no deseable en la prensa del Partido, ya que elogió un artista que era a la vez ruso y místico.
[68]) Cuerpos Francos: milicias organizadas por el gobierno socialdemócrata para reprimir las tentativas revolucionarias del proletariado en Alemania (1918-23).
[69]) Nettl 1, p. 421 (edición completa).
[70]) Idem, p. 464.
[71]) SDKPiL: Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y Lituana. El partido fue formado en 1893 como la Social Democracia del Reino de Polonia (SDKP), sus principales miembros más conocidos son Rosa Luxemburg, Leo Jogiches, Julian Marchlewski, y Adolf Warszawski. Se convirtió en el SDKPiL tras la fusión con la Unión de Trabajadores de Lituania dirigido por Feliks Dzerzhinsky entre otros. Una de las más importantes características distintivas del SDKPiL era su internacionalismo firme y su convicción de que la independencia nacional polaca no estaba en los intereses obreros, y que los trabajadores polacos debían aliarse con la socialdemocracia rusa y los bolcheviques en particular. Estuvo permanentemente en desacuerdo con el Partido Socialista Polaco (Polska Partia Socjalistyczna –PPS), que adoptó una orientación más nacionalista bajo el liderazgo de Josef Pilsudski, que desde 1919 se convirtió en dictador de Polonia Polonia (algo similar a lo ocurrido con Mussolini en Italia).
[72]) Hay que recordar que Polonia no existía como país independiente. La mayor parte de la histórica Polonia pertenecía al imperio zarista, mientras que otras regiones estaban bajo el poder de Alemania y Austria-Hungría
[73]) Rosa fue detenida en marzo de 1906, junto con Leo Jogiches que también había regresado a Polonia. Existían serios temores por su seguridad y el SDKPiL estaba dispuesto a ejercer represalias físicas contra agentes del gobierno si sufría algún daño. Con subterfugios y la ayuda de su familia fue liberada de las cárceles zaristas, consiguiendo regresar a Alemania. Jogiches fue condenado a ocho años de trabajos forzados, pero logró escapar de la cárcel.
[75]) Ver nuestra serie de artículos sobre “la Revolución de 1905” en Revista Internacional números 120, 122, 123 y 125. El primero tiene como enlace: https://es.internationalism.org/rint/2005/120_1905.html [8]
[76]) Rosa Luxemburg, Ges. Werke, Bd 2, p. 347.
[77]) Rosa Luxemburg, “Das Offiziösentum der Theorie”, Ges. Werke Bd. 3, p. 307, articulo publicado en Neue Zeit, 1912.
[78]) Este debate en el que participaron Rosa, Kautsky, Parvus, Pannehoek, Mehring y Vandervelde, ha sido publicado en español en un libro titulado Debate sobre la Huelga de masas, Cuadernos Pasado y Presente, Argentina 1975.
[79]) Rosa cita a Kautsky en su texto “La teoría y la práctica” que aparece en el libro citado en la nota 78, p. 229.
[80]) Ídem.
[81]) Rosa Luxemburg, Ges. Werke, Bd. 3, S. 441 “Die totgeschwiegene Wahlrechtsdebatte” (“El debate ocultado sobre los derechos electorales”), 17.8.1910.
[82]) Este libro se puede encontrar en Internet en https://www.edicionesespartaco.com/libros/materialismo.pdf [9] junto con una obra de Gorter.
[83]) En ese momento otra gran voz de la izquierda en Holanda, Herman Gorter, escribió a Kautsky. “Divergencias tácticas a menudo implican un alejamiento entre amigos. En mi caso en cuanto a mi relación con usted se refiere, esto no es cierto; como usted ha notado. A pesar de que a menudo ha criticado Pannekoek y Rosa, con quienes estoy de acuerdo en general (y también usted me ha criticado a mi) siempre he mantenido el mismo tipo de relación con usted” (Gorter, Carta a Kautsky, diciembre de 1914, Kautsky Archivo IISG, DXI 283, cita en Herman Gorter, Herman de Liagre Böhl, Nijmegen, 1973, p. 105). “Aparte del viejo amor y admiración que en la Tribuna siempre nos abstuvimos tanto como fuera posible de luchar contra usted” (ídem).
[84]) Debate sobre la huelga de masas, op. cit.
[85]) Nettl, I, p. 401, op. cit.
[86]) Una de las principales debilidades de las declaraciones más militantes fue la idea de una acción simultánea. Así, la Joven Guardia Socialista belga aprobó una resolución: “es deber de los partidos socialistas y sindicatos de todos los países oponerse a la guerra. Los medios más eficaces de esta oposición son la huelga general y la insubordinación en respuesta a la movilización para la guerra” (El peligro de la guerra y la Segunda Internacional, J. Jemnitz,. p. 17). Pero para usar estos medios pedían que si adoptaron de forma simultánea en todos los países, en otras palabras, el internacionalismo intransigente y acciones anti-militaristas se condicionaron a que todo el mundo a la vez compartiera la misma posición.
[87]) Fricke, Dieter, Handbuch zur Geschichte der deutschen Arbeiterbewegung, 1869 bis 1917; Dietz-Verlag, Berlin, 1987, p. 120.
[88]) Rosa Luxemburg, Ges. Werke, Bd. 3, S. 34, publicado en el Leipziger Volkszeitung, 26.8.1911.
[89]) Idem, S. 43, publicado en el Leipziger Volkszeitung, 30.8.1911
[90]) Ídem, Bd. 3, S. 11
[91]) “Estoy en una situación absolutamente absurda. Tengo que asumir la responsabilidad lo que me obliga a silenciarme a mí mismo, aunque si siguiera mis propios deseos me revolvería contra mi propio liderazgo” (Jemnitz, p. 73, Carta de Bebel a Kautsky.). Bebel murió de un ataque al corazón en un sanatorio suizo, el 13 de agosto.
[92]) En el artículo “Partei und breite Schicht”, escribió: “Hay alrededor de un millón de miembros del partido en Alemania hoy en día. Los socialdemócratas allí reciben alrededor de 4.250.000 votos y hay cerca de 15 millones proletarios. (...) Un millón –que es el partido, un millón en las organizaciones de los partidos; 4250000 es un “amplio sector”. Hago hincapié en que “En Alemania, por ejemplo, cerca de una quinceava parte de la clase se organiza en el Partido; en Francia es la ciento cuarentava parte”. Lenin añadió: “El partido es la sección con conciencia política, avanzada de la clase, es su vanguardia. La fuerza de esa vanguardia es diez veces, cien veces, más de un centenar de veces, mayor que sus números... la organización aumenta su fuerza diez veces” (septiembre de 1913, en “¿Cómo Vera Sassulitch extiende el liquidacionismo?”, Lenin, Obras completas, vol. 19).
[93]) Rosa Luxemburg, Ges. Werke, Bd. 3, S. 11.
[94]) Rosa Luxemburg, “Again on the masses and the leaders [10]” (De nuevo sobre masas y líderes), August 1911, publicada originalmente en el Leipziger Volkszeitung
[95]) Rosa Luxemburg, Ges. Werke, Bd. 3, S. 253. Tactik frage (La cuestión de la táctica) junio 1913.
[96]) Op. cit., nota 94.
El documento que aquí publicamos apareció por primera vez en 1948 en las páginas de Internationalisme, revista del pequeño grupo Gauche Communiste de France (GCI, Izquierda Comunista de Francia), que la CCI reivindica desde su fundación en 1975. Lo reproducimos a principios de los años 70, en el Bulletin d’études et de discussion que publicaba el grupo francés Révolution internationale que sería luego la sección en Francia de la Corriente Comunista Internacional. El Boletín fue, por su parte, el precursor del órgano teórico de la CCI, la Revista internacional. El objetivo de ese boletín era afianzar más sólidamente al nuevo grupo RI – y a sus jovencísimos militantes – mediante la reflexión teórica y un mejor conocimiento de la historia del movimiento obrero, incluida la relación de sus confrontaciones con los nuevos problemas teóricos planteados por la historia.[1]
El objeto principal de este texto es examinar las condiciones históricas que determinan la formación y la actividad de las organizaciones revolucionarias. Le idea misma de “determinación” es fundamental. La creación y la preservación de una organización revolucionaria son el fruto de una voluntad militante que quiere ser factor activo de la historia. Sin embargo, la forma que se da dicha voluntad no existe independientemente de la realidad social y sobre todo independiente del nivel de combatividad y de conciencia en las amplias masas de la clase obrera. La idea de que crear un partido sólo depende de la “voluntad” de los militantes era la del trotskismo en los años 1930 pero también lo fue, al final de la IIª Guerra Mundial, la del nuevo Partito Comunista Internazionalista, precursor de los múltiples grupos bordiguistas y de la actual Tendencia Comunista Internacional (ex-BIPR). El artículo de Internationalisme subraya, con toda la razón a nuestro entender, que son dos concepciones fundamentalmente diferentes de la organización política: una voluntarista e idealista, la otra materialista y marxista. En el mejor de los casos, la voluntarista no desemboca sino en oportunismo congénito - como así fue con el PCInt y sus descendientes; en el peor, en conciliación con el enemigo de clase y en paso al campo de la burguesía.
La importancia de la reflexión teórica e histórica sobre la cuestión, para la joven generación post-68, es evidente. Tal reflexión iba a preservar a la CCI (aunque no la haya inmunizado ni mucho menos) de los peores efectos del activismo y la impaciencia típicos de aquel período, que llevaron a tantos grupos hacia la nada política.
Estamos plenamente convencidos de que el texto que aquí presentamos sigue estando de plena actualidad para una nueva generación de militantes, especialmente en su insistencia en que la clase obrera no es una simple categoría sociológica sino una clase con un papel especifico que desempeñar en la historia: el de derribar el capitalismo y edificar la sociedad comunista[2]. El papel de los revolucionarios también depende de los períodos históricos: cuando la situación en que se encuentra la clase obrera le impide influir en el curso de los acontecimientos, el papel de los revolucionarios no es ignorar tal realidad y hacerse ilusiones de que su intervención inmediata podría cambiar dicho curso, sino dedicarse a una tarea mucho menos espectacular, la de preparar las condiciones teóricas y políticas para intervenir de manera determinante en las luchas de clases del futuro.
CCI, 2014.
Nuestro grupo se ha dado la tarea de reexaminar los grandes problemas que plantea la necesidad de reconstituir un nuevo movimiento obrero revolucionario. Debe estudiar la evolución de la sociedad capitalista hacia el capitalismo de Estado, y teniendo en cuenta que lo que queda del antiguo movimiento obrero está sirviendo desde hace cierto tiempo de apoyo a una clase capitalista que lo está arrastrando tras ella, también debe examinar lo que, en ese antiguo movimiento obrero, sirve de material para esa clase, con qué fin y de qué manera. Y también hemos acabado por reconsiderar lo que, en el movimiento obrero, sigue siendo permanente y lo que ha sido superado desde el Manifiesto Comunista.
En fin, era normal que tendiéramos a estudiar los problemas planteados por la revolución y el socialismo. Con este fin hemos presentado un estudio sobre el Estado después de la revolución y hoy presentamos para la discusión un estudio sobre el problema del partido revolucionario del proletariado.
Esa cuestión es, recordémoslo, una de las más importantes del movimiento obrero revolucionario. Fue la que opuso a Marx y los marxistas a los anarquistas, a ciertas tendencias socialistas-democráticas y, después, a las tendencias sindicalistas-revolucionarias. Fue central en las preocupaciones de Marx, el cual sobre todo mantuvo una actitud crítica hacia los diferentes órganos que se nombraron partidos “obreros”, “socialistas”, Internacionales y demás. Marx, aunque participó activamente en ciertos momentos en la vida de algunos de esos organismos, no los consideró nunca de otra manera que como grupos políticos en cuyo seno, según la frase del Manifiesto, los comunistas pueden aparecer como “vanguardia del proletariado”. El objetivo de los comunistas era animar a esos organismos a llevar sus acciones lo más lejos posible y mantener en su seno la plena posibilidad de crítica y de organización autónoma. Después sería la escisión en el partido obrero socialdemócrata ruso entre las tendencias menchevique y bolchevique en torno a la idea desarrollada por Lenin en ¿Qué hacer? Luego, el problema que opuso en los grupos marxistas que habían roto con la socialdemocracia, Raden-kommunisten y el KAPD en la IIIª Internacional. Y es también en ese ámbito del pensamiento en el que se inscribe la divergencia entre el grupo de Bordiga, por un lado, y Lenin por otro, sobre la política de “frente único” preconizada por Lenin y Trotski y adoptada por la Internacional Comunista. Y fue sobre ese problema en el que se produjo una de las divergencias esenciales entre los diferentes grupos de la oposición: entre los “trotskistas” y los “bordiguistas” y fue ese problema la base de las discusiones de todos los grupos de aquel entonces.
Debemos, hoy, volver a hacer un examen crítico de todas esas expresiones del movimiento obrero revolucionario. Debemos extraer de su evolución – es decir en la manifestación de diferentes corrientes de ideas al respecto – una corriente que, a nuestro parecer, exprese de la mejor manera la actitud revolucionaria, e intentar plantear el problema para el futuro movimiento obrero revolucionario.
Debemos también reconsiderar de manera crítica los enfoques desde los que se ha abordado tal problema, ver lo que hay de permanente en la expresión revolucionaria del proletariado, pero también lo que está superado y los nuevos problemas que se plantean.
Es evidente que un trabajo así no podrá dar fruto si no se discute entre grupos y dentro de los grupos que se proponen reconstruir un nuevo movimiento obrero revolucionario.
Este estudio que presentamos aquí es pues una participación en esa discusión; es su preocupación y no tiene otra pretensión, aunque se presente en forma de tesis. Tiene sobre todo el objetivo de suscitar la discusión y la crítica, más que de aportar soluciones definitivas. Es un trabajo de investigación que busca menos el simple asentimiento o el rechazo y más animar a que surjan otros trabajos de este tipo.
La preocupación esencial de este trabajo es “la manifestación de la conciencia revolucionaria” del proletariado. Pero hay muchos problemas contenidos en lo que se refiere al partido y que sólo serán esbozados: problemas organizativos, problemas sobre las relaciones entre el partido y organismos como los consejos obreros, problemas sobre la actitud de los revolucionarios ante la constitución de varios grupos que reivindican el partido revolucionario y laboran en su construcción, problemas que plantean las tareas pre y postrevolucionarias, etc…
Es conveniente pues que los militantes que hayan comprendido que la tarea del momento es examinar esos diferentes problemas intervengan activamente en esta discusión, ya sea por medio de sus propios periódicos o boletines, ya sea en este boletín, para quienes no dispongan por ahora de un medio de expresión de ese tipo.
1. La idea de la necesidad de un organismo político activo del proletariado, para la revolución social, parecía ser algo adquirido en el movimiento obrero socialista.
Es cierto que los anarquistas siempre han estado en contra del contenido “político” dado a ese organismo. Pero esa condena viene de que entienden el término de la acción política en un sentido muy estrecho, sinónimo, para ellos, de acción por reformas legislativas: participación en las elecciones et en el parlamento burgués, etc... Pero ni los anarquistas, ni ninguna otra corriente del movimiento obrero niegan la necesidad del agrupamiento de los revolucionarios socialistas en asociaciones que, por la acción y la propaganda, se dan la tarea de intervenir y orientar la lucha de los obreros. Ahora bien, todo agrupamiento que se dé la tarea de orientar en cierta dirección las luchas sociales es un agrupamiento político.
En ese sentido, la lucha de ideas en torno al carácter político o no político que deben tener esas organizaciones sólo son palabras que ocultan, por debajo de las generalidades, unas divergencias concretas sobre la orientación, los fines que alcanzar y los medios para lograrlo. En otras palabras, se trata de divergencias precisamente políticas.
Si hoy vuelven a surgir tendencias que ponen en entredicho la necesidad de un órgano político para el proletariado, se debe a la degeneración y el paso al servicio del capitalismo de los partidos que fueron antaño organizaciones del proletariado, o sea los partidos socialistas y comunistas. Las palabras ‘político’ y ‘partidos políticos’ están sufriendo actualmente un desprestigio incluso en los medios burgueses. Sin embargo, lo que ha desembocado en quiebras estrepitosas no es la política, sino ciertas políticas. La política no es otra cosa que la orientación que se dan los humanos en su vida social; dar la espalda a esa acción es renunciar a querer orientar la vida social y, por consiguiente, querer transformarla, es soportar y aceptar la sociedad tal como es hoy.
2. La noción de clase es esencialmente una noción histórico-política, y no una simple clasificación económica. Económicamente, todos los hombres forman parte de un único y mismo sistema de producción en un período histórico determinado. La división basada en las posiciones distintas que los hombres ocupan en un mismo sistema de producción y distribución y que no sobrepasa el marco de ese sistema, no puede ser el postulado de la necesidad histórica de la superación de dicho sistema. La división en categorías económicas no es, en ese caso, sino un elemento de la contradicción interna constante que se desarrolla con tal sistema, pero que queda circunscrita dentro de sus límites. La oposición histórica es, en cierto modo, exterior, en el sentido de que se opone al sistema entero como un todo, y esa oposición se concreta en la destrucción del sistema social existente y su sustitución por otro basado en un nuevo modo de producción. La clase es la personificación de esa oposición histórica a la vez que también es la fuerza social humana que la realiza.
El proletariado no existe como clase en el pleno sentido de la palabra sino es en la orientación que da a sus luchas, no para mejorar sus condiciones de vida dentro del sistema capitalista, sino en su oposición al orden social existente. El paso de la categoría a la clase, de la lucha económica a la lucha política, no es un proceso evolutivo, no es un desarrollo continuo inherente, o sea que la oposición histórica de clase surgiría de manera automática y natural tras haber estado largo tiempo contenida en la posición económica de los obreros. Entre una y otra se realiza un salto dialéctico que consiste en la toma de conciencia de la necesidad histórica de la desaparición del sistema capitalista. Tal necesidad histórica coincide con la aspiración del proletariado a liberarse de su condición de explotado, una aspiración que contiene tal necesidad.
3. La condición fundamental determinante de todas las transformaciones sociales en la historia ha sido el desarrollo de las fuerzas productivas que acaban por volverse incompatibles con la estructura demasiado estrecha de la antigua sociedad. Y también el capitalismo, incapaz de dominar durante más tiempo las fuerzas productivas que ha desarrollado, revela su propio fin y la razón de su hundimiento, aportando así la condición y la justificación histórica de su superación por el socialismo.
Pero excepto esa condición, las diferencias en el desarrollo entre les revoluciones precedentes (incluida la revolución burguesa) y la revolución socialista, son fundamentales y requieren un estudio profundizado por parte de la clase revolucionaria.
En la revolución burguesa, por ejemplo, la condición del desarrollo de unas fuerzas de producción incompatibles con el feudalismo, seguía siendo un sistema de propiedad de clase poseedora. Por eso es por lo que el capitalismo desarrolló económicamente sus bases con lentitud y durante largo tiempo dentro del mundo feudal. La revolución política sigue la realidad económica y la consagra. Por eso también, a la burguesía no le es imprescindible una conciencia del movimiento económico y social. Es la presión de las leyes del desarrollo económico la que actúa como fuerza ciega de la naturaleza sobre la burguesía determinando su voluntad. Su conciencia queda como factor de segundo plano, retrasada respecto a los hechos. Es más una constatación que una orientación. La revolución burguesa se inscribe en la prehistoria de la humanidad en la que las fuerzas productivas todavía poco desarrolladas dominan a los hombres.
El socialismo, al contrario, se basa en un desarrollo de las fuerzas productivas incompatible con toda propiedad individual o social de una clase. Por eso el socialismo no puede sentar sus bases económicas en el seno de la sociedad capitalista. La revolución política es el primer requisito para una orientación socialista de la economía y de la sociedad. Por eso también, el socialismo solo puede realizarse con la conciencia de los objetivos del movimiento, conciencia de los medios de su realización y voluntad consciente de la acción. La conciencia socialista precede y condiciona la acción revolucionaria de la clase. La revolución socialista es el inicio de la historia en la que el hombre dominará unas fuerzas productivas que ya ha desarrollado poderosamente y es precisamente ese dominio el objetivo de la revolución socialista.
4. Por esa razón, todos los intentos por asentar el socialismo en realizaciones obtenidas en el seno de la sociedad capitalista están, por la naturaleza misma del socialismo, abocadas al fracaso. El socialismo exige en el tiempo, un desarrollo avanzado de las fuerzas productivas y por espacio, la Tierra entera, y como requisito primordial la voluntad consciente de los hombres. La demonstración experimental del socialismo en el seno de la sociedad capitalista no puede ir, en el mejor de los casos, más allá de la utopía. Y la persistencia en esa vía lleva de la utopía a una posición de conservación y de reforzamiento del capitalismo[3]. El socialismo en régimen capitalista no puede ser más que una demonstración teórica, su concreción sólo puede tener la forma de una fuerza ideológica, su realización no puede ser sino la lucha revolucionaria del proletariado contra el orden social existente.
Y puesto que la existencia del socialismo sólo puede plasmarse ante todo en la conciencia socialista, la clase que lo lleva en sí y lo personifica sólo tiene existencia histórica gracias a esa conciencia. La formación del proletariado como clase histórica es, ni más ni menos que la formación de su conciencia socialista. Son dos aspectos de un mismo proceso histórico inconcebibles por separado al ser inexistentes el uno sin el otro.
La conciencia socialista no se deriva de la posición económica de los obreros, no es el reflejo de su condición de asalariados. Por esa razón, la conciencia socialista no se forja simultánea ni espontáneamente en el cerebro de todos los obreros ni únicamente en sus cerebros. El socialismo como ideología aparece separada y paralelamente a las luchas económicas de los obreros, ambas cosas no se engendran una a la otra aunque se influyan mutuamente y se condicionen en su desarrollo, ambas cosas tienen sus raíces en el desarrollo histórico de la sociedad capitalista.
5. Si los obreros se transforman en “clase por sí misma y para sí misma” (según la expresión de Marx y Engels) únicamente mediante la toma de conciencia socialista, puede decirse que el proceso de constitución de la clase se identifica con el proceso de formación de los grupos de militantes revolucionarios socialistas. El partido del proletariado no es una selección, menos todavía una “delegación” de la clase, sino el modo de existencia y de vida de la clase misma. Del mismo modo que no se puede captar la materia sin el movimiento, tampoco puede comprenderse la clase sin su tendencia a constituirse en organismos políticos. “La organización del proletariado en clase, o sea en partido político” (Manifiesto Comunista) no es una fórmula casual sino que expresa el pensamiento profundo de Marx-Engels. Un siglo de experiencia ha confirmado con creces la validez de esta manera de concebir la noción de clase.
6. La conciencia socialista no se produce por generación espontánea sino que se reproduce sin cesar y, en cuanto surge, se convierte en la oposición al mundo capitalista existente, el principio activo determinante y acelerador, en la acción y por la acción, del propio desarrollo. Sin embargo, ese desarrollo está condicionando y limitado por el desarrollo de las contradicciones del capitalismo. En este sentido, la tesis de Lenin de que el partido “inyecta la conciencia socialista a los obreros” en oposición a la tesis de Rosa [Luxemburg] de la “espontaneidad” de la toma de conciencia que se realiza durante un movimiento que partiendo de la lucha económica desemboca en la lucha socialista revolucionaria, es sin duda más más exacta. La tesis de la “espontaneidad”, de apariencias democráticas, expresa, en el fondo, una tendencia mecanicista de un determinismo económico riguroso. Parte de una relación de causa a efecto: la conciencia socialista sólo sería la resultante, el efecto de un primer movimiento, o sea, la lucha económica de los obreros que la engendraría. Sería de una naturaleza básicamente pasiva con relación a las luchas económicas, las cuales serían el elemento activo. La idea de Lenin restituye a la conciencia socialista y al partido que la materializa su carácter de factor y de principio esencialmente activos. Esa idea no separa la conciencia de la vida, sino que la incluye en ella y en el movimiento.
7. La dificultad fundamental de la revolución socialista estriba en la situación compleja y contradictoria siguiente: por un lado la revolución sólo puede llevarse a cabo mediante la acción consciente de la gran mayoría de la clase obrera, y, por otro, esa toma de conciencia choca contra las condiciones a que son sometidos los obreros en la sociedad capitalista, condiciones que destruyen e impiden constantemente que los obreros tomen conciencia de su misión histórica revolucionaria. Esta dificultad no puede en ningún caso superarse únicamente mediante la propaganda teórica independientemente de la coyuntura histórica. Pero, menos todavía que mediante la propaganda pura, esa dificultad tampoco se solucionaría mediante las luchas económicas de los obreros. Las luchas de los obreros contra las condiciones de explotación capitalista dejadas a su propio desarrollo interno, podrán llevar, en el mejor de los casos, a explosiones de rebeldía, o sea, a reacciones negativas totalmente insuficientes para sus acciones positivas de transformación social, sólo posibles si posee la conciencia de la finalidad del movimiento. Ese factor sólo puede ser el elemento político de la clase que extrae su substancia teórica, no de lo contingente y lo particular de la posición económica de los obreros, sino de las posibilidades y necesidades históricas. Sólo la intervención de ese factor permite a la clase pasar de la reacción negativa a la acción positiva, de la revuelta a la revolución.
8. Sería totalmente erróneo, sin embargo, querer poner a esos órganos, expresiones de la conciencia y de la existencia de la clase, en el lugar de la propia clase, no considerando a ésta sino como una masa informe destinada a servir de material a esos órganos políticos. Eso equivaldría a proponer una idea militarista en lugar de la idea revolucionaria de la relación entre conciencia y ser, entre partido y clase. La función histórica del partido no es la de ser un estado mayor que dirige la acción de la clase vista como un ejército, ignorante, como tal, del objetivo final, de los objetivos inmediatos de las operaciones, y del movimiento de conjunto de las maniobras. La revolución socialista no tiene nada que ver con la acción militar. Su realización está condicionada por la conciencia que los propios obreros tienen al tomar sus decisiones y sus propias acciones.
El partido no actúa pues en lugar de la clase. No exige la “confianza” al estilo burgués de la palabra, o sea el ser una delegación a la que se le confía la suerte y el destino de la sociedad. Tiene únicamente la función histórica de actuar para que la clase pueda adquirir por sí misma la conciencia de su misión, de sus fines y medios que son la base de su acción revolucionaria.
9. Debe combatirse esa idea de partido “estado mayor”, que actúa por cuenta y en lugar de la clase; debe también rechazarse, con el mismo empeño, esa otra idea de que, basándose en que “la emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores” (Llamamiento inaugural de la Primera Internacional) pretende negar el papel del militante y del partido revolucionario. Con el pretexto muy encomiable de no imponer su voluntad a los obreros, esos militantes se inhiben de su tarea, huyen de su propia responsabilidad poniendo a los revolucionarios a la cola del movimiento obrero.
Aquéllos se ponen fuera de la clase, negándola y poniéndose en su lugar, éstos también se colocan fuera de ella, negando la función propia de la organización de clase que es el partido, negándose como factor revolucionario y autoexcluyéndose con la prohibición que imponen a su propia acción.
10. Una idea correcta de las condiciones de la revolución socialista debe partir de los elementos siguientes, englobándolos:
11. La tendencia a la constitución del partido del proletariado existe desde el nacimiento de la sociedad capitalista. Pero mientras las condiciones históricas para el socialismo no estaban lo bastante desarrolladas, la ideología del proletariado y la construcción del partido permanecieron en estado embrionario. Será con la “Liga de los Comunistas” cuando aparecerá por vez primera una forma acabada de organización política del proletariado.
Cuando se observa de cerca cómo se formaron los partidos de clase, aparece de inmediato que la organización en partido no sigue una progresión constante, sino que, al contrario, hubo períodos de gran desarrollo alternándose con otros durante los cuales desaparecía el partido. La existencia del partido no parece así depender únicamente de la voluntad de los individuos que lo componen. Son las situaciones objetivas las que condicionan su existencia. Al ser el partido sobre todo un organismo de acción revolucionaria de la clase, sólo puede existir en situaciones en las que emerge la acción de la clase. Sin condiciones para la acción de clase de los obreros (estabilidad económica y política del capitalismo, o tras profundas derrotas de las luchas obreras), el partido no puede subsistir. Se disloca orgánicamente o, si no, se ve obligado, para mantenerse, o sea para ejercer una influencia, a adaptarse a las nuevas condiciones que niegan la acción revolucionaria, y entonces el partido acaba teniendo, inevitablemente, un contenido nuevo. Se hace conformista, o sea que deja de ser el partido de la revolución.
Marx, mejor que nadie, comprendió los condicionantes de la existencia del partido. En dos ocasiones fue el artífice de la disolución de la gran organización, en 1851, tras la derrota de la revolución y el triunfo de la reacción en Europa, y una segunda vez en 1873 tras la derrota de la Comuna de París, se pronunció sin rodeos por la disolución. La primera vez se trataba de la Liga de los Comunistas; la segunda, de la Iª Internacional.
12. La experiencia de la IIª internacional confirma que es imposible que el proletariado mantenga su partido en un período prolongado de una situación no revolucionaria. Lo que puso de relieve la participación final de los partidos de la IIª internacional en la guerra imperialista de 1914, fue el largo período de corrupción de la organización. La permeabilidad y la penetración, siempre posibles, de la organización política del proletariado por la ideología de la clase capitalista imperante, toman, en períodos prolongados de estancamiento y de reflujo de la lucha de clases, una amplitud tal que la ideología de la burguesía acaba sustituyendo la del proletariado, vaciándose el partido inevitablemente de su contenido de clase original para acabar siendo instrumento de clase del enemigo.
La historia de los partidos comunistas de la IIIª internacional demostró nuevamente lo imposible que es salvaguardar el partido en un período de reflujo revolucionario acabando por degenerar en un período así.
13. Por esas razones, la formación de partidos, la de una Internacional por los trotskistas en 1935 y la formación reciente de un partido Comunista Internacionalista en Italia, además de ser formaciones artificiales, no pueden ser sino proyectos de confusión y de oportunismo. En lugar de ser momentos de la constitución del futuro partido de clase, son obstáculos que lo desprestigian por lo caricaturesco del empeño. Lejos de expresar una maduración de la conciencia y una superación del viejo programa que esas formaciones han transformado en dogmas, lo único que hacen es reproducir el antiguo programa haciéndose prisioneras de esos dogmas. No es de extrañar que esas formaciones retomen las posiciones atrasadas y superadas del antiguo partido agravándolas incluso, tales como la táctica du parlamentarismo, sindicalismo, etc...
14. La ruptura de la existencia organizativa del partido no significa, sin embargo, ruptura en el desarrollo de la ideología de clase. Los reflujos revolucionarios significan en primer lugar, inmadurez del programa revolucionario. La derrota es la señal de que es necesario reexaminar de manera crítica las posiciones programáticas anteriores, y de que es obligatoria su superación en base a la experiencia viva de la lucha.
Esa labor crítica positiva de elaboración programática prosigue en los órganos surgidos del antiguo partido. Forman el elemento activo en el periodo de retroceso para la constitución del futuro partido en un periodo de nuevo empuje revolucionario. Esos organismos son los grupos o fracciones de izquierda salidos del partido tras su disolución organizativa o su alienación ideológica. Así ocurrió con la fracción de Marx en el período entre la disolución de la Liga y la constitución de la Iª Internacional, las corrientes de izquierda en la IIª Internacional (durante la Iª Guerra mundial) que hicieron surgir los nuevos partidos y la Internacional en 1919; y lo mismo con las fracciones de izquierda y los grupos que prosiguieron su labor revolucionaria desde que degeneró la IIIª Internacional. Su existencia y desarrollo son la condición del enriquecimiento del programa de la revolución y de la reconstrucción del partido del mañana.
15. El antiguo partido una vez que ha sido atrapado y ha pasado al servicio de la clase enemiga deja de ser, definitivamente, un ámbito en el que se elabora y avanza el pensamiento revolucionario y en el que pueden formarse militantes del proletariado. Es pues ignorar las bases de la noción de partido el esperar que corrientes procedentes de la socialdemocracia o del estalinismo, puedan servir como elementos de construcción del nuevo partido de clase. Los trotskistas adherentes de los partidos de la IIª Internacional o que prosiguen la práctica hipócrita de infiltración en esos partidos, con el fin de suscitar corrientes “revolucionarias” en esos medios antiproletarios con las que quisieran construir el nuevo partido du proletariado, muestran así que ellos mismos son una corriente muerta, expresión de un movimiento pasado y no del futuro.
De igual modo que el nuevo partido de la revolución no puede constituirse con un programa superado por los acontecimientos, tampoco puede construirse con elementos que se mantienen orgánicamente apegados a organismos que han dejado de pertenecer para siempre a la clase obrera.
16. La historia du movimiento obrero no ha conocido jamás un período más sombrío y un retroceso tan profundo de la conciencia revolucionaria como el período actual. Si ya la explotación económica de los obreros es una condición de lo más insuficiente para la toma de conciencia de su misión histórica, se revela evidente que esta toma de conciencia resulta mucho más difícil que lo que pensaban los militantes revolucionarios. Quizás sería necesario, para que el proletariado pueda recuperarse, que la humanidad tenga que vivir la pesadilla de la tercera guerra mundial y el horror del mundo en caos, de modo que el proletariado se encuentre de manera tangible ante el dilema: morir o salvarse por la revolución, para que así encuentre la condición de su restablecimiento y de su conciencia.
17. No se trata aquí, en el marco de estas tesis, de buscar las condiciones precisas que permitirán la toma de conciencia del proletariado, ni cuáles son los factores para el agrupamiento y la organización unitaria que se dará el proletariado para su combate revolucionario. Lo que sí podemos decir al respecto y que la experiencia de los últimos treinta años nos permite afirmar categóricamente es que ni las reivindicaciones económicas, ni toda la gama de reivindicaciones llamadas “democráticas” (parlamentarismo, derecho de los pueblos a la autodeterminación, etc...) pueden servir de base a la acción histórica del proletariado. Y en cuanto a las formas de organización, aparece con mayor evidencia todavía que no podrán ser los sindicatos, con su estructura vertical, profesional, corporativista. Habrá que arrinconar todas esas formas de organización en el museo de historia pues pertenecen al pasado del movimiento obrero. Y hay que abandonarlas totalmente en la práctica pues son totalmente caducas. Las nuevas organizaciones deberán ser unitarias, o sea englobar la gran mayoría de los obreros y sobrepasar la sectorización particularista de los intereses profesionales. Su base será lo social, su estructura la localidad. Los consejos obreros, tal como surgieron en 1917 en Rusia y en 1918 en Alemania, aparecen como el nuevo tipo de organización unitaria de la clase, es en esos consejos obreros, y no en renovar los sindicatos, donde los obreros encontrarán la forma más idónea de su organización.
Sean cuales sean las formas nuevas de organización unitaria de la clase, no cambian para nada el problema de la necesidad del organismo político que es el partido, ni el papel decisivo que debe desempeñar. Le partido es y será el factor consciente de la acción de clase. Es la fuerza motriz ideológica indispensable para la acción revolucionaria del proletariado. En la acción social desempeña un papel análogo a la energía en la producción. La reconstrucción de ese organismo de clase está condicionada por una tendencia emergente en la clase obrera de ruptura con la ideología capitalista y que, al mismo tiempo, entabla en la práctica una lucha contra el régimen imperante y, a su vez, dicha reconstrucción es requisito para acelerar y profundizar la lucha y condición determinante de su triunfo.
18. No hay que deducir del hecho de que no existan, en el período actual, las condiciones necesarias para construir partido que sea inútil o imposible toda actividad inmediata de los militantes revolucionarios. Entre el “activismo” hueco de los hacedores de partidos y el aislamiento individual, entre aventurerismo y pesimismo estériles, el militante no debe escoger, sino combatirlos como ajenos que son al espíritu revolucionario y dañinos a la causa de la revolución. Combatir igualmente la visión voluntarista de la acción militante que se presenta como el único factor determinante del movimiento de la clase y la idea mecanicista del partido, el cual sería un simple reflejo pasivo del movimiento, el militante debe considerar su acción como uno de los factores que, en interacción con los demás factores, condiciona y determina la acción de la clase. A partir de esa concepción, el militante comprende la necesidad y el valor de su actividad y, al mismo tiempo, el límite de sus posibilidades y de su alcance. Adaptar su actividad a las condiciones de la coyuntura actual es la única manera de hacerla eficaz y fecunda.
19. La voluntad de construir, a toda prisa y a cualquier precio, el nuevo partido de clase, a pesar de lo desfavorables que son las condiciones objetivas e intentando forzarlas, es a la vez voluntarismo aventurista e infantil y apreciación errónea de la situación y de sus perspectivas inmediatas, y, al fin y al cabo, es desconocer por completo lo que significa partido y las relaciones entre partido y clase. Por eso todas esas tentativas están llamadas a fracasar, no logrando, en el mejor de los casos, más que fabricar agrupamientos oportunistas que siguen los pasos a los grandes partidos de la IIª y IIIª Internacionales. La única razón que justifica entonces su existencia ya sólo es el desarrollo en su seno de un espíritu de camarilla y de secta.
Así, todas esas organizaciones no sólo son, en el mejor de los casos, arrastradas por su “activismo” inmediato en el engranaje del oportunismo, sino que además engendran, en el peor de los casos, la mentalidad obtusa típica de las sectas, el patriotismo pueblerino, un apego asustadizo y supersticioso hacia sus “jefes”, una reproducción caricaturesca del juego de las grandes organizaciones, el endiosamiento de las reglas de la organización y la sumisión a una disciplina “libremente consentida” tanto más tiránica e intolerable cuanto menor es la cantidad.
En su doble conclusión, la construcción artificial y prematura del partido acaba negando la construcción del organismo político de la clase, destruyendo a sus dirigentes y, en plazo más o menos breve pero seguro, perdiendo en la nada a unos militantes agotados, completamente desmoralizados.
20. La desaparición del partido, ya sea a causa de su reducción drástica o de su desmoronamiento organizativo, como así ocurrió con la Iª Internacional, ya sea por su paso al servicio del capitalismo como así fue con los partidos de la IIª y IIIª Internacionales, expresa, en uno u otro caso, el final de un período en la lucha revolucionaria del proletariado. La desaparición del partido es entonces inevitable y ningún voluntarismo o presencia de un jefe más o menos genial podría impedirla.
Marx y Engels presenciaron en dos ocasiones cómo se rompía y moría la organización del proletariado en cuya vida habían participado de manera preponderante. Lenin y Luxemburgo tuvieron que asistir, sin poder evitarla, a la traición de los grandes partidos socialdemócratas. Trotski y Bordiga no pudieron evitar en nada la degeneración de los partidos comunistas y su transformación en máquinas monstruosas del capitalismo que desde entonces hoy conocemos.
Esos ejemplos no nos enseñan ni mucho menos la inutilidad del partido como lo pretende un análisis superficial y fatalista, sino sencillamente que la necesidad de partido de clase no existe sobre una línea uniformemente continua y ascendente, que su existencia misma no es siempre posible, que su desarrollo y pervivencia están estrechamente vinculados a la lucha de clase del proletariado, que lo ha hecho surgir y que el partido expresa. De ahí que la lucha de los militantes revolucionarios en el partido en su período de degeneración y antes de su muerte como partido obrero tiene sentido, pero no el sentido vulgar que le dieron las diversas oposiciones trotskistas. Para éstas se trataba de enderezar y para ello lo que se necesitaba ante todo era que la organización y su unidad no se pusieran en peligro. Para ellos se trataba de mantener la organización en su esplendor pasado cuando precisamente las condiciones objetivas no lo permitían, de modo que la tal grandeza de la organización no podía mantenerse sin alterar cada día más su naturaleza revolucionaria y de clase. Buscaban en medidas organizativas los remedios para salvar la organización, sin entender que el desmoronamiento organizativo es siempre la expresión y el reflejo de un período de reflujo revolucionario. Y suele ser a veces la mejor solución para sobrevivir, pues lo que de verdad debían salvar los revolucionarios no era tanto la organización sino la ideología de la clase que corría el riesgo de acompañar a la organización en su desmoronamiento.
Al no comprender las causas objetivas de la inevitable pérdida del antiguo partido, no podía entenderse la tarea de los militantes en este período. Del fracaso en salvaguardar para la clase el antiguo partido, se concluía que había que construir ya un nuevo partido. A la incomprensión se le añadía así el aventurismo, todo ello basado en un concepto voluntarista del partido.
Un estudio correcto de la realidad da a entender que la muerte del antiguo partido hace precisamente imposible en lo inmediato construir un nuevo partido; la realidad muestra que en el período actual no existen las condiciones necesarias para la existencia del partido, viejo o nuevo.
En este período, sólo pueden subsistir pequeños grupos revolucionarios que aseguren una solución de continuidad menos organizativa que ideológica, que condense en su seno la experiencia pasada del movimiento y de la lucha de nuestra clase, que sea el vínculo entre el partido de ayer y el de mañana, entre la cumbre de la lucha y de la madurez de la conciencia de clase en la oleada pasada y su superación en la nueva marea del futuro. La vida ideológica de la clase continúa en esos grupos, con la autocrítica de sus luchas, el reexamen crítico de sus ideas anteriores, la elaboración de su programa, la maduración de su conciencia y la formación de nuevos dirigentes para los militantes de la próxima etapa del asalto revolucionario.
21. El período actual en que vivimos es el producto, por un lado, de la derrota de la primera y grandiosa oleada revolucionaria del proletariado internacional que puso fin a la Primera Guerra imperialista, que alcanzó su cumbre en la revolución de Octubre de 1917 en Rusia y en el movimiento espartaquista de 1918-19, y por otro lado de las profundas transformaciones en la estructura económico-política del capitalismo que evoluciona hacia su forma última y decadente, el capitalismo de Estado. Existe, además, un vínculo entre esa evolución del capitalismo y la derrota de la revolución.
A pesar de su heroica combatividad, a pesar de la crisis permanente e insuperable del sistema capitalista y la agravación enorme y creciente de las condiciones de vida de los obreros, el proletariado y su vanguardia no pudieron resistir a la contraofensiva del capitalismo. No encontraron frente a ellos al capitalismo clásico, sorprendidos por sus transformaciones que planteaban problemas para los que no estaban preparados ni teórica ni políticamente. El proletariado y su vanguardia que, durante largo tiempo y corrientemente, habían identificado capitalismo y posesión privada de medios de producción, socialismo y estatalización, se encontraron perdidos y desamparados ante las tendencias del capitalismo moderno a la concentración estatal de la economía y su planificación. En su gran mayoría, los obreros se han dejado embarcar en la idea de que esa evolución significa transformación original de la sociedad del capitalismo hacia el socialismo. Se asociaron a esa labor, abandonaron su misión histórica convirtiéndose en los artesanos más seguros de la conservación de la sociedad capitalista.
Esas son las razones históricas que dan al proletariado su fisionomía actual. Mientras prevalezcan esas condiciones, mientras la ideología de capitalismo de Estado domine el cerebro de los obreros, ninguna posibilidad hay de reconstruir el partido de clase. El proletariado deberá atravesar los cataclismos sangrientos que jalonan esta fase de capitalismo de Estado para lograr comprender el enorme abismo que separa el socialismo liberador del monstruoso régimen estatal actual, será entonces cuando haga surgir en su seno una tendencia creciente a separarse de esta ideología que lo encarcela y lo aniquila, cuando el camino volverá a abrirse a “la organización del proletariado en clase, o sea en partido político”. Y el proletariado podrá franquear esa etapa con mayor rapidez y facilidad si los núcleos revolucionarios han sabido hacer el esfuerzo teórico necesario para responder a los problemas nuevos planteados por el capitalismo de Estado y ayudar al proletariado a volver a encontrar su solución de clase y los medios para llevarla a cabo.
22. En el período actual, los militantes revolucionarios sólo pueden subsistir formando pequeños grupos que se dedican a una labor paciente de propaganda forzosamente limitada en su amplitud, y, al mismo tiempo, un esfuerzo obstinado de investigación y clarificación teóricas.
Esos grupos desempeñarán su tarea buscando contactos con otros grupos en el plano nacional e internacional, con el criterio de las fronteras de clase. Solo esos contactos y su multiplicación para confrontar posiciones y esclarecer los problemas permitirán a grupos y militantes resistir física y políticamente a la terrible presión del capitalismo en el período actual y permitir que todos los esfuerzos sean una contribución real a la lucha emancipadora del proletariado.
23. El partido no podrá ser una simple reproducción del de ayer. No podrá reconstruirse siguiendo un modelo ideal sacado del pasado. Al igual que su programa, su estructura orgánica y la relación que se establece entre él y el conjunto de la clase se basan en una síntesis de la experiencia pasada y de las nuevas condiciones más avanzadas de la etapa actual. El partido sigue la evolución de la lucha de clases y a cada etapa de la historia de esa lucha le corresponde un tipo propio de órgano político del proletariado.
En los albores del capitalismo moderno, en la primera mitad del siglo XIX, con una clase obrera todavía en formación, luchando todavía local y esporádicamente sólo podía hacer surgir escuelas doctrinarias, sectas y ligas. La Liga de los Comunistas fue la expresión más avanzada de aquel período y junto con su Manifiesto y su llamamiento de “proletarios de todos los países, uníos”, anunciaba el período siguiente.
La Iª Internacional correspondió a la entrada efectiva del proletariado en la escena de las luchas sociales y políticas en los principales países de Europa. Por eso agrupó a todas las fuerzas organizadas de la clase obrera, sus tendencias ideológicas más diversas. La Iª Internacional reunió a la vez a todas las corrientes y todos los aspectos de la lucha obrera del momento: económicos, educativos, políticos y teóricos. Fue lo más elevado en la organización unitaria de la clase obrera, en toda su diversidad.
La IIª Internacional marcó la etapa de diferenciación entre la lucha económica de los asalariados y la lucha política social. En aquel período de pleno florecimiento de la sociedad capitalista, la IIª Internacional fue la organización de la lucha por reformas y conquistas políticas, representó la afirmación política del proletariado, al mismo tiempo que determinó una etapa superior en la delimitación ideológica en el seno del proletariado, precisando y elaborando las bases teóricas de su misión histórica revolucionaria.
La Iª Guerra mundial significó la crisis histórica del capitalismo y la apertura de su fase de declive. La revolución socialista pasó desde entonces del plano de la teoría al de la demonstración práctica. Al calor de los acontecimientos, el proletariado se vio en cierto modo forzado a construir a toda prisa su organización revolucionaria de combate. Los aportes programáticos monumentales de los primeros años de la IIIª Internacional fueron sin embargo insuficientes ante la inmensidad de problemas que resolver planteados por la fase postrera del capitalismo y su transición revolucionaria. Al mismo tiempo, la experiencia demostró rápidamente la inmadurez ideológica general del conjunto de la clase. Ante esos dos escollos y bajo la presión de las necesidades que surgían de lo que estaba ocurriendo y de la rapidez de los acontecimientos, la IIIª Internacional se vio en la tesitura de responder a todo ello con medidas organizativas: la disciplina férrea de los militantes, etc.
Lo organizativo debía compensar lo inacabado del programa y el partido la inmadurez de la clase, todo lo cual acabó dando el resultado de que el partido sustituyó la acción de la clase misma, alterándose la noción misma de partido y de sus relaciones con la clase.
24. Tras esa experiencia, el futuro partido deberá basarse en la rehabilitación de la siguiente certeza: por mucho que la revolución tenga un problema de organización no por ello la revolución es un problema de organización. La revolución es ante todo un problema ideológico de maduración de la conciencia en las más amplias masas del proletariado.
Ninguna organización, ningún partido puede sustituir a la clase misma, pues más que nunca sigue siendo cierto que “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. El partido, cristalización de la conciencia de la clase, no es ni diferente ni sinónimo de la clase. El partido es necesariamente una pequeña minoría; su ambición no es conseguir la mayor fuerza numérica. En ningún momento podrá ni separarse ni sustituir la acción viviente de la clase. Su función es la inspiración ideológica durante el movimiento y la acción de la clase.
25. Durante el período insurreccional de la revolución, el papel del partido no es revindicar el poder para sí, ni pedir a las masas que le den “confianza”. Interviene y desarrolla su actividad con vistas a la movilización propia de la clase en cuyo seno tiende a hacer triunfar los principios y los medios de acción revolucionarios.
La movilización de la clase en torno al partido al que “confía” la dirección (más bien la abandona), es una idea que refleja una inmadurez de la clase. La experiencia ha demostrado que en esas condiciones, la revolución no podrá finalmente triunfar, acabando por degenerar rápidamente y desembocando en divorcio entre clase y partido. Este se ve rápidamente obligado a recurrir a medios coercitivos para imponerse a la clase convirtiéndose así en obstáculo temible en el avance de la revolución.
Le partido no es un órgano de dirección ni de ejecución, pues esas funciones pertenecen plenamente a la organización unitaria de la clase. Si los militantes del partido, participan en esas funciones, lo hacen como miembros que son de la gran comunidad del proletariado.
26. En el período posrevolucionario, el de la dictadura del proletariado, el partido no es el partido único, clásico de los regímenes totalitarios, partido único que se caracteriza por su identificación y asimilación con el poder estatal cuyo monopolio posee. El partido de clase del proletariado, al contrario, se caracteriza porque se distingue del Estado del cual es la antítesis histórica. El partido único totalitario tiende a hincharse incorporando a millones de individuos para hacer de ellos el dispositivo físico de su dominación y opresión. El partido del proletariado, al contrario, por su naturaleza sigue siendo una selección ideológica severa, sus militantes no tienen ventajas que conquistar o defender. Su único privilegio es ser únicamente los combatientes más clarividentes y entregados a la causa revolucionaria. El partido no busca incorporar en su seno a grandes masas, pues a medida que su ideología será la de las grandes masas, la necesidad de su existencia tenderá a desaparecer y la hora de su disolución empezará a sonar.
27. Todo lo que concierne las reglas de organización, que son el régimen interior del partido, ocupan un lugar tan decisivo como su contenido programático. La experiencia pasada, y especialmente la de los partidos de la IIIª Internacional demostró que la concepción del partido es un todo unitario. Las reglas organizativas son un aspecto y una expresión de tal concepción. No hay problema de organización separado de la idea que uno se hace de su papel y de la función del partido y de la relación de éste con la clase. Ninguna de esas cuestiones existe por sí sola, sino que son elementos constitutivos y expresivos de un todo.
Los partidos de la IIIª Internacional tenían las reglas o regímenes interiores que tenían porque se formaron en una época de inmadurez evidente de la clase, lo que los condujo a sustituir la clase por el partido, la conciencia por la organización, la convicción por la disciplina.
Las reglas organizativas del futuro partido deberán pues serlo en función de una idea inversa del papel del partido, en una etapa más avanzada de la lucha, que se basará en una mayor madurez ideológica de la clase.
28. La cuestión del centralismo democrático u orgánico que ocupó un lugar preponderante en la IIIª Internacional habrá de perder su intensidad para el futuro partido. Cuando la acción de la clase se basaba en la acción del partido, lo que necesariamente predominaba en él era la búsqueda de la máxima eficacia práctica, la cual, por otra parte, sólo podía dar soluciones fragmentarias.
La eficacia de la acción del partido no estriba en su acción práctica de dirección y de ejecución, sino en su acción ideológica. La fuerza del partido no se basa, por lo tanto, en la sumisión disciplinaria de los militantes sino en su conocimiento, su mayor desarrollo ideológico posible, sus convicciones más firmes.
Las reglas de la organización no se derivan de nociones abstractas, elevadas a alturas de principios inmanentes e inmutables, democracia o centralismo. Esos principios están vacíos de sentido. Si la regla de la toma de decisiones por mayoría (democracia) parece ser, a defecto de otra, la más apropiada, la regla que debe mantenerse, eso no significa en absoluto que por definición la mayoría posea la virtud del monopolio de la verdad y de las posiciones justas. Las posiciones justas se derivan del mayor conocimiento del objeto, de la mayor profundización y la comprensión más ceñida de la realidad.
Por eso, las reglas internas de la organización lo son en función del objetivo que se da y que es el del partido. Sea cual sea la eficacia de su acción práctica inmediata, que puede darle el ejercicio de una mayor disciplina, es en cualquier caso menos importante que el máximo desarrollo posible del pensamiento de sus militantes y por consiguiente le está subordinada.
Mientras el partido sea el crisol en el que se elabora la ideología de la clase, su regla es no sólo la mayor libertad de ideas y de divergencias dentro del marco de sus principios programáticos, sino que además su base es favorecer y mantener sin descanso la llama del pensamiento, proporcionando los medios para la discusión y la confrontación de ideas y de tendencias en su seno.
29. Vistas así las cosas, nada es más ajeno a la idea del partido que esa monstruosa concepción de un partido homogéneo monolítico y monopolista.
Que existan tendencias y fracciones en el partido no se debe a que “se toleran”, ni es un derecho que pueda otorgarse y, por lo tanto, someterse a discusión. Al contrario, la existencia de corrientes en el partido – en el marco de los principios adquiridos y verificados – es una de las expresiones de lo más sano que pueda ser el partido.
Marco, Junio de 1948
[1] Seguimos hoy compartiendo el fondo de las ideas presentadas en el texto e incluso a veces las apoyamos en su letra. Así es, en particular, con el papel político fundamental e irremplazable del partido del proletariado para la victoria de la revolución, pero la expresión siguiente del texto: "Dejadas a su desarrollo interno, las luchas de los obreros contra las condiciones de explotación capitalista pueden desembocar, en el mejor de los casos, en revueltas explosivas", no permite describir la dinámica del desarrollo de la lucha de clases y de las relaciones entre la clase y el partido: En efecto, el papel de los revolucionarios debe precisarse aquí. No es el de aportar la conciencia a los obreros, sino profundizar y acelerar su desarrollo en la clase. Los lectores podrán conocer mejor nuestra posición sobre ese tema en los artículos siguientes: "1905: la huelga de masas abre la puerta a la revolución proletaria” en https://es.internationalism.org/book/export/html/1225 ; [23] “Sobre organización: ¿Nos habremos vuelto leninistas?” en los números 96 y 97 de la Revista internacional ; “1903-1904: el nacimiento del bolchevismo (III): la polémica entre Lenin y Rosa Luxemburg” en la Revista internacional no 118 https://es.internationalism.org/rint/2004/118_histo3.html [24]
Señalemos, por otra parte, que hemos procurado mejorar la lectura de la reedición de este artículo de Internationalisme corrigiendo algunas erratas o algún que otro error gramatical y añadiendo títulos intermedios.
[2] Otro artículo se basa en la misma reflexión teórica: “Las tareas del momento”, publicado en Internationalisme en 1946 y reeditado en la Revista internacional no 32 (https://fr.internationalism.org/rinte32/Internationalisme_1947_partido_o... [25])
[3] Eso fue lo que ocurrió con todas las corrientes del socialismo utópico, las cuales, convertidas en escuelas, perdieron su índole revolucionaria para acabar en fuerzas conservadoras activas: el proudhonismo, el furierismo, el cooperativismo, el reformismo y el socialismo de Estado.
El artículo anterior de esta serie nos llevó hasta la labor realizada por el movimiento revolucionario al salir de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Mostrábamos cómo, a pesar de tal desastre, los mejores elementos del movimiento marxista se mantuvieron firmes en la perspectiva del comunismo. Su convicción a este respecto no desapareció a pesar de que la Guerra mundial no acarreó, al contrario de lo que preveían muchos revolucionarios, un nuevo surgimiento del proletariado contra el capitalismo y a pesar también de que la guerra agravó más si cabe la derrota ya terrible que se abatió sobre la clase obrera en los años 1920 y 1930. Nos dedicamos sobre todo a la labor de la Gauche communiste de France (izquierda comunista de Francia, ICF) probablemente la única organización en comprender que las tareas del momento seguían siendo las propias de una fracción, con el fin de preservar y profundizar las adquisiciones teóricas del marxismo para así tender un puente hacia los futuros movimientos proletarios que crearían las condiciones para la reconstrucción de un verdadero partido comunista. Ese fue el proyecto de las fracciones de Izquierda italiana y belga antes de la guerra, incluso si una parte importante de esta izquierda comunista internacional perdió de vista tal proyecto con la euforia de corta duración que surgió tras la reanudación de las luchas obreras en Italia en 1943 y la fundación del Partido Comunista Internacionalista en dicho país.
En el marco de ese esfuerzo por desarrollar la labor de las fracciones de izquierda antes de la guerra, la ICF prosiguió el trabajo consistente en sacar las lecciones de la revolución rusa y examinar los problemas del período de transición: la dictadura del proletariado, el Estado de transición, el papel del partido y la eliminación del modo de producción capitalista. Reeditamos y presentamos la tesis de la ICF sobre el papel del Estado, para que sirva de base a debates futuros sobre el período de transición en el seno del medio revolucionario que estaba renaciendo a principios de los años 1970.
Pero antes de dedicarnos a un estudio de esos debates, debemos dar una vuelta atrás a una etapa histórica decisiva de la historia del movimiento obrero: la de España 1936-37. Como hemos de argumentar, nosotros no somos de quienes consideran los acontecimientos allí ocurridos como un modelo de revolución proletaria que habría ido más lejos que cualquier punto alcanzado en Rusia en 1917-21. Lo cual no quita que, sin lugar a dudas, la guerra en España nos ha enseñado muchas cosas, por mucho que sus lecciones lo sean en negativo. Nos ofrece en especial una visión de conjunto muy importante de las insuficiencias de la visión anarquista de la revolución y una reafirmación sólida de la visión preservada y desarrollada por las tradiciones auténticas del marxismo. Hemos de insistir en esto, pues durante las últimas décadas, esas tradiciones han sido tildadas de trasnochadas y pasadas de moda y porque, además, entre la minoría politizada de la generación actual, las ideas anarquistas bajo diferentes formas han adquirido una influencia indiscutible.
Esta serie siempre se ha basado en la convicción de que únicamente el marxismo propone un método coherente para comprender qué es el comunismo y su necesidad y, apoyándose en la experiencia histórica de la clase obrera, también es una posibilidad real y no sólo el deseo de un mundo mejor. Por eso es por lo que una gran parte de esta serie se reanudó estudiando los avances y los errores del ala marxista del movimiento obrero en su esfuerzo por comprender y elaborar el programa comunista. Por la misma razón, este estudio también se ocupó en algunas de sus páginas de los intentos del movimiento anarquista por desarrollar su visión de la futura sociedad. En el artículo “Anarquismo o comunismo” ([1]), planteábamos que la visión anarquista tiene sus orígenes históricos en la resistencia de las capas de la pequeña burguesía, artesanos y pequeños campesinos, al proceso de proletarización, producto inevitable de la emergencia y la expansión del modo de producción capitalista. Cierta cantidad de corrientes anarquistas forman parte claramente del movimiento obrero, pero ninguna de ellas consiguió borrar completamente esas marcas pequeñoburguesas de nacimiento. El artículo de la Revista Internacional no 79 muestra cómo, en el periodo de la Primera Internacional, la ideología anarquista, mirando sobre todo hacia el pasado, expresó la resistencia del clan formado en torno a Bakunin ante los avances teóricos del marxismo a tres niveles cruciales: en el concepto de la organización de los revolucionarios, muy infectada por los métodos conspirativos de unas sectas ya caducas; en el rechazo del materialismo histórico a favor de una idea voluntarista e idealista de las posibilidades de revolución; y en cómo conciben la futura sociedad, vista como una red de comunas autónomas ligadas entre sí por el intercambio de mercancías.
A pesar de ello, con el desarrollo del movimiento obrero en la segunda mitad del siglo xix, las tendencias más importantes del anarquismo tendieron a integrarse con más firmeza en la lucha del proletariado y en la perspectiva de una nueva sociedad; así fue sobre todo con la corriente anarcosindicalista, si bien es cierto que, al mismo tiempo, la faceta del anarquismo como expresión de la revuelta de la pequeña burguesía se mantuvo por medio de las “acciones ejemplares” como las de la banda de Bonnot, entre otras ([2]). La realidad de la tendencia proletaria quedó patente en la capacidad de algunas corrientes anarquistas para tomar posiciones internacionalistas ante la Iª Guerra Mundial (y en menor medida, ante la Segunda) y en la voluntad de elaborar un programa más claro para su movimiento. Así, durante el período de finales del xix hasta los años 1930 hubo varios intentos por elaborar documentos y plataformas que podrían ser guías para instaurar el “comunismo libertario” mediante la revolución social. Un ejemplo evidente fue La conquista del pan de Kropotkin que apareció primero en versión íntegra en francés en 1892 y más de diez años después, en inglés ([3]). A pesar de que Kropotkin traicionó el internacionalismo en 1914, ese texto y otros suyos forman parte del corpus clásico del anarquismo y merecen una crítica mucho más desarrollada que lo que podemos hacer en este artículo.
En 1926, Majnó, Arshinov y otros publican la Plataforma de la Unión General de Anarquistas ([4]). Fue el acto fundador de la corriente “Plataformista” del anarquismo, la cual llama a un examen más profundizado de la trayectoria histórica del plataformismo desde finales de los años 1920 hasta nuestros días. Su principal interés está en las conclusiones que saca del fracaso del movimiento anarquista en la Revolución rusa, especialmente la idea de que los revolucionarios anarquistas deben agruparse en su propia organización política, basada en un programa claro para la instauración de una nueva sociedad. Fue especialmente esta idea la que atrajo las iras de otros anarquistas –nada menos que Volin y Malatesta– que la consideraron como la expresión de una especie de anarco-bolchevismo.
Sin embargo, en este artículo nos vamos a interesar sobre todo por la teoría y la práctica de la tendencia anarcosindicalista de los años 1930. Tampoco aquí hay penuria de material. En nuestra serie más reciente sobre la decadencia del capitalismo, publicada en esta Revista, mencionábamos el texto del anarcosindicalista ruso exiliado Gregori Maksimoff, Mi credo social. Editado en plena Gran Depresión, fue un testimonio de una notable clarividencia sobre la decadencia del sistema capitalista, un tema casi nunca tratado por los anarquistas de hoy ([5]). El texto contiene también una sección en la que describe las ideas de Maksimoff sobre la organización de la nueva sociedad. En aquel período había también debates importantes en el medio anarcosindicalista “internacional” creado en 1922 (la Asociación Internacional de Trabajadores, AIT) sobre cómo pasar del capitalismo al comunismo libertario. Y sin duda el escrito más pertinente fue el folleto de Isaac Puente, El comunismo libertario. Se publicó en 1932, destinado a servir de base a la plataforma de la CNT en el Congreso de Zaragoza de 1936, por lo que puede suponerse que influyó en la política de la CNT durante la inmediata “revolución española”. Volveremos a esto, pero antes queremos examinar algunos debates que hubo en la AIT, puestos de relieve en el muy instructivo trabajo de Vadim Damier, Anarcho-syndicalism in the 20th Century (el anarcosindicalismo en el s. xx) ([6]).
Uno de los principales debates –sin duda a causa del auge espectacular de las técnicas fordistas-tayloristas de producción de masas en los años 1920– se centró en saber si sí o no, ese tipo de racionalización capitalista y, evidentemente, también el proceso de industrialización, eran una expresión del progreso, que hacían de la sociedad comunista libertaria una perspectiva más tangible, o, sencillamente, una intensificación de la sumisión de la humanidad a la máquina. Hubo tendencias diferentes que aportaron sus matices diversos a la discusión, pero, a grandes rasgos, la demarcación se hizo entre los anarco-comunistas, favorables al segundo análisis y que articularon su posición con un llamamiento a dar el paso inmediato al comunismo; esto se consideraba posible incluso (o sobre todo), en una sociedad esencialmente agraria. La posición alternativa la defendían sobre todo las tendencias vinculadas a la tradición sindicalista-revolucionaria, con una visión más “realista” de las posibilidades que ofrecía la racionalización capitalista a la vez que planteaban que se necesitaría algún tipo de régimen de transición económica durante el cual seguirían existiendo formas monetarias.
Esas divergencias atravesaron algunas secciones nacionales (como la FAUD alemana). La FORA ([7]) argentina parece que tuvo una visión más homogénea que defendió con cierta convicción, estando en la vanguardia de las perspectivas “anti-industriales”. Rechazó abiertamente las premisas del materialismo histórico, al menos tal como las comprendió la FORA (para la mayoría de los anarquistas, “marxismo” viene a ser como un cajón de sastre donde meten a cualquiera que les parezca estar entre, por un lado, el estalinismo o la socialdemocracia y, por otro, el trotskismo y la izquierda comunista) a favor de una visión de la historia en la que la ética y las ideas no tienen menos importancia que el desarrollo de las fuerzas productivas. Rechazaron categóricamente la idea de que la nueva sociedad podría formarse basándose en la antigua, por eso no sólo criticaron el proyecto de construcción del comunismo libertario sobre los cimientos de la estructura industrial existente, sino también el proyecto sindicalista de organizar a los obreros en sindicatos industriales que, una vez llegada la revolución, se encargarían de esas estructuras dirigiéndolas en nombre del proletariado y de la humanidad. Propusieron una nueva sociedad organizada en una Federación de comunas libres; la revolución sería une ruptura radical con todas las formas antiguas y obraría por el paso inmediato a la etapa de la libre asociación. Una declaración del Vº Congreso de la FORA en 1905 –que, según lo afirmado por Eduardo Colombo, iba a ser su base política para muchos años– exponía las críticas de la FORA a la forma sindical: “No debemos olvidar que un sindicato es sólo un subproducto económico del sistema capitalista, nacido de las necesidades de esta época. Mantenerlo tras la revolución significaría mantener el sistema que lo ha generado. La doctrina llamada del sindicalismo revolucionario es una ficción. Nosotros, como anarquistas, aceptamos los sindicatos como armas en la lucha e intentamos que estén lo más cerca posible de nuestros ideales revolucionarios... O sea, que no aceptaremos estar dominados por los sindicatos en lo que a ideas se refiere. Nuestra intención es dominarlos. En otras palabras, poner a los sindicatos al servicio de la difusión, de la defensa y de la afirmación de nuestras ideas en el seno del proletariado” ([8]).
Sin embargo, las diferencias entre “foristas” y sindicalistas respecto a la forma sindical quedaron bastante oscuras en muchos aspectos: por un lado, la FORA se concebía como una organización de trabajadores anarquistas más que como un sindicato “de todos los trabajadores” pero, por otra parte, surgió y se concebía como formación de tipo sindical organizadora de huelgas y otras formas de acción de clase.
Lo incierto de esas divergencias no impidió que originaran confrontaciones animadas durante el IV Congreso de la CNT en Madrid en 1931, con dos enfoques defendidos sobre todo por la CGT-SR ([9]) francesa por un lado y la FORA por otro. Damier hace las apostillas siguientes sobre los enfoques de la FORA: “Las ideas de la FORA contienen una crítica, brillante para aquel entonces, del carácter alienante y destructor del sistema industrial-capitalista: las propuestas de la FORA anticiparon en medio siglo las recomendaciones y propuestas del movimiento ecologista contemporáneo. Sin embargo, su crítica tenía una debilidad importante: un rechazo categórico a elaborar nociones más concretas sobre la sociedad del futuro, cómo llegar a ella, cómo prepararse. Según el pensamiento de los teóricos argentinos, eso habría menoscabado la espontaneidad revolucionaria y la creatividad de las propias masas. Los obreros anarquistas argentinos insistían en que la realización del socialismo no era una cuestión de preparación técnica y organizativa, sino más bien de difusión de sentimientos de libertad, igualdad y solidaridad” ([10]).
La perspicacia de la FORA sobre el carácter de las relaciones sociales capitalistas –como las que se expresan en la forma sindical– son sin duda interesantes, pero lo que perjudica a una gran parte de esos debates es lo erróneo de su punto de partida, la ausencia de método consecuencia de su rechazo del marxismo cuando no la falta de voluntad para discutir con las corrientes marxistas auténticas de entonces. La crítica del materialismo histórico por la FORA parece sobre todo una crítica de una versión rígidamente determinista del marxismo, típica de la IIª Internacional y de los partidos estalinistas. Repitámoslo, la FORA tenía razón cuando atacaba la naturaleza alienada de la producción capitalista y rechazaba la idea de que el capitalismo fuera progresista por sí mismo –sobre todo en un periodo en el que las relaciones sociales capitalistas ya habían demostrado que se habían vuelto un obstáculo irremediable para el desarrollo humano; en cambio, su evidente rechazo a la industria como tal aparecía como algo abstracto desembocando en una nostalgia trasnochada de las comunas rurales locales.
Quizás lo más importante sea la ausencia de toda relación entre esos debates y las experiencias entre las más importantes de la lucha de clases en la nueva época iniciada por las huelgas de masas en Rusia en 1905 y la oleada revolucionaria internacional de 1917-23. Esos acontecimientos mundiales e históricos, entre los que se incluye evidentemente, la Primera Guerra imperialista, ya habían demostrado el agotamiento de las formas antiguas de organización obrera (partidos de masas y sindicatos), originando las nuevas: por un lado los soviets o consejos obreros, constituidos en el calor de la lucha y no como estructura preexistente a ella; por otro lado, la organización de la minoría comunista ya no vista como partido de masas que actúa sobre todo en el terreno de la lucha por reformas. La formación de los sindicatos revolucionarios o industriales en la segunda parte del siglo xix y en las décadas siguientes fueron, en gran parte, tentativas de una fracción radical del proletariado por adaptarse a la nueva época sin renunciar a los viejos conceptos sindicalistas (e incluso socialdemócratas) de instaurar progresivamente una organización de masas de trabajadores en el interior del capitalismo, con la finalidad de tomar el control de la sociedad en una fase de crisis aguda. La prevención de la FORA contra la idea de construir una nueva sociedad en el mismo hueco dejado por la antigua estaba justificada. Sin embargo, sin ninguna referencia seria a la experiencia de la huelga de masas y de la revolución, cuya dinámica fue analizada con tanta perspicacia por Rosa Luxemburg en Huelga de masas, partido y sindicatos, folleto escrito en 1906, o las nuevas formas de organización que Trotski, por ejemplo, definió como fruto de la revolución de 1905 en Rusia de una importancia crucial, la FORA volvió a caer en una esperanza difusa de transformación repentina y total, pareciendo incapaz de examinar los vínculos reales entre las luchas defensivas del proletariado y la lucha por la revolución.
En los debates de 1931, la mayoría de la CNT española se puso del lado de los anarcosindicalistas más tradicionales. Sin embargo, las ideas “comunitarias” persistieron y el programa de Zaragoza de 1936, basado en el folleto de Puente, contenía elementos de ambas tendencias.
El folleto de Puente ([11]) expresa claramente un enfoque proletario y su meta final es el comunismo “libertario”, o sea lo que nosotros llamaríamos sencillamente comunismo, una sociedad basada en el principio, como dice Puente, “de cada uno según su aptitud… a cada uno según sus necesidades”. Y al mismo tiempo es una expresión bastante clara de la indigencia teórica propia de la visión anarquista del mundo.
Una gran parte del principio del texto está dedicada a argumentar contra todos los prejuicios que proclaman que los trabajadores son unos ignorantes y estúpidos, incapaces de emanciparse por sí mismos, que desprecian la ciencia, el arte y la cultura, que necesitan una élite intelectual, un arquitecto “social” o un poder policiaco, para administrar la sociedad en su nombre. Esta polémica está perfectamente justificada. Sin embargo, cuando escribe que “Lo que llamamos buen sentido, rapidez de visión, capacidad de intuición, iniciativa y originalidad, no se compran ni venden en las universidades”, hemos de recordar que la teoría revolucionaria no es únicamente buen sentido: sus propuestas, al ser dialécticas, suelen ser consideradas como exageradas y absurdas desde el punto de vista del “viejo buen sentido” que Engels ridiculiza en Del socialismo utópico al socialismo científico (1880) ([12]). La clase obrera no necesita educadores por encima de ella para librarse del capitalismo, pero sí necesita una teoría revolucionaria que le permita ir más lejos que las meras apariencias y comprender las evoluciones más profundas que actúan en la sociedad.
Las insuficiencias del anarquismo, a ese respecto, aparecen en todas las tesis principales del texto de Puente. Respecto a los medios utilizados por la clase obrera para enfrentarse y derribar al capitalismo, Puente, a imagen de los debates de la AIT de aquel tiempo, para nada tiene en cuenta toda la dinámica de la lucha de clases en la época de la revolución, que se inicia con la huelga de masas y la aparición de la forma “Consejo”. En lugar de ver que las organizaciones que realizarán la transformación comunista plasman la ruptura radical con las viejas organizaciones de clase que se habían integrado en la sociedad burguesa, Puente insiste en que “El comunismo libertario se basa en organismos existentes ya, merced a los cuales se puede organizar la vida económica en la ciudad y en los pueblos teniendo en cuenta las necesidades peculiares de cada localidad. Son el sindicato y el municipio libre”. Es aquí donde Puente alía sindicalismo y comunitarismo: en las ciudades, los sindicatos tomarán el control de la vida pública, en el campo serán las asambleas tradicionales del pueblo. Las actividades de esos órganos se consideran sobre todo como algo local: pueden también federarse y formar estructuras nacionales donde sea necesario, pero según Puente el producto excedentario de unidades económicas locales debe intercambiarse con el de otras. En otras palabras, ese comunismo libertario puede coexistir con relaciones de valor, no sabiendo si se trata de medidas transitorias o de algo que existirá siempre.
Mientras tanto, la transformación se desarrolla mediante “la acción directa” y no mediante la responsabilidad en el ámbito político, esfera que se identifica totalmente con el Estado actual. Por medio de un cuadro comparativo entre “La organización a base política, común a todos los regímenes que se basan en el Estado, y la organización [económica de la sociedad, que evita el Estado]”, Puente diseña el carácter jerárquico y explotador del Estado, oponiéndole la vida democrática de sindicatos y municipalidades libres, basada sobre decisiones tomadas por las asambleas y sobre necesidades comunes. Hay dos problemas fundamentales en este enfoque: primero, es incapaz de explicar que los sindicatos –incluidos los sindicatos anarcosindicalistas como la CNT– nunca fueron un modelo de autoorganización o de democracia, sino que están sometidos a una presión muy fuerte para integrarse en la sociedad capitalista, para convertirse, también ellos, en instituciones burocráticas que tienden a incorporarse al Estado. Y, segundo, ignora la realidad de la revolución, en la que la clase obrera se verá necesariamente enfrentada a una conjunción de problemas que son inevitablemente políticos: la autonomía organizativa y teórica de la clase obrera respecto a los partidos y las ideologías de la burguesía, la destrucción del Estado capitalista y la consolidación de sus propios órganos de poder. La realidad de la guerra que estalló en España poco después del Congreso de Zaragoza iba a dejar crudamente a la luz del día esas profundas lagunas del programa libertario.
Pero hay otro problema no menos decisivo: la incapacidad del texto para tomar en cuenta la dimensión internacional, de modo que solo aparece una perspectiva estrictamente nacional. Cierto es que el texto rebate el principal de los numerosos “prejuicios”, el de “Atribuir carácter pasajero a las crisis”. Como Maksimoff, la gran depresión de los años 30 parece haber convencido a Puente de que el capitalismo es un sistema en declive, y el párrafo siguiente del mismo capítulo tiene al menos una dimensión más global, mencionándose la situación de la clase obrera en Italia y en Rusia. Pero no hay el más mínimo esbozo de evaluación de la relación de fuerzas entre las clases, y esto era una tarea primordial para los revolucionarios tras un período de apenas 20 años que conoció la Guerra mundial, una oleada revolucionaria internacional y la serie de derrotas catastróficas para el proletariado. Y cuando se trata de examinar el potencial para el comunismo libertario en España, es casi como si el mundo exterior no existiera: hay toda una amplia parte dedicada a estimar los recursos económicos de España y sus naranjas, manzanas, algodón, madera, aceite y demás. El objetivo de tales cálculos es mostrar que España podría existir como un islote autosuficiente de comunismo libertario. Cierto, Puente afirma que “la implantación del comunismo libertario en nuestro país, aisladamente de los otros de Europa, nos acarreará, como es de presumir, la enemiga de las naciones capitalistas. Pretextando la defensa de los intereses de sus súbditos, el imperialismo burgués tratará de intervenir por las armas para hundir nuestro régimen naciente”. Pero tal intervención se vería entorpecida por la amenaza o de una revolución social en el país del agresor o de la guerra mundial contra las demás potencias. Los capitalistas extranjeros preferirían recurrir a ejércitos mercenarios antes que a los suyos propios como lo hicieron en Rusia: en ambos casos, los trabajadores deben estar dispuestos a defender la revolución con las armas en la mano. También, los Estados capitalistas intentarían imponer un bloqueo económico mediante buques de guerra, lo cual podría acarrear problemas pues España no dispone de ciertos recursos esenciales, especialmente el petróleo, estando obligada a importarlo. La solución al bloqueo de importaciones no es, sin embargo, difícil de encontrar: “Por ello, en caso de bloqueo, sería menester enfocar las actividades de conjunto a la intensificación de los sondeos en busca de petróleo (…). El petróleo puede [también] obtenerse por destilación de la hulla y de los lignitos, ambos abundantes en nuestro país.”
Resumiendo: para instaurar el comunismo libertario, España deberá volverse autárquica. Es la visión en estado puro de la anarquía en un solo país ([13]). La incapacidad de partir del punto de vista del proletariado mundial acabaría siendo otro error irremediable cuando España se convirtió en escenario de un conflicto imperialista mundial.
El modelo anarcosindicalista de la revolución tal como se expone en el texto de Puente y el programa de Zaragoza iba a aparecer definitivamente a la luz del día impugnados por los acontecimientos importantes históricos que desencadenó el golpe de Estado franquista de julio de 1936.
No es éste el lugar para escribir una narración detallada de aquellos sucesos. Nos limitaremos a recordar su esquema general para reafirmar la visión de la izquierda comunista de aquel entonces, o sea: la incoherencia congénita de la ideología anarquista se había convertido en el medio para traicionar a la clase obrera.
No hay mejor análisis de los primeros instantes de la guerra en España que el artículo publicado en el periódico de la Fracción de izquierda italiana, Bilan no 34, octubre-noviembre de 1936 y reeditado en la Revista internacional no 6 ([14]). Los camaradas de Bilan lo escribieron muy poco después de lo acaecido, sin duda tras haber compulsado una masa de informaciones muy confusas y desconcertantes. Hay que subrayar la manera con la que los compañeros de Bilan lograron librarse de la enorme confusión ambiente, de las falsificaciones de la “revolución española” en sus dos versiones: la más difundida en aquella época por los poderosos medios de comunicación controlados por demócratas y estalinistas, o sea, la de una especie de revolución democrática burguesa contra la reacción feudal-fascista; o la versión de anarquistas y trotskistas que, aun presentando la lucha en España como una revolución social que habría ido mucho más lejos que cualquier momento alcanzado en 1917 en Rusia, también sirvió para reforzar la opinión dominante según la cual la lucha era una barrera popular contra el avance del fascismo en Europa.
El artículo de Bilan reconoció plenamente que, ante el ataque de las derechas, la clase obrera, sobre todo la de su centro neurálgico de Barcelona, replicó con sus propias armas de clase: huelga espontánea de masas, manifestaciones callejeras, confraternización con los soldados, armamento general de los trabajadores, formación de comités de defensa y de milicias con base en los barrios, ocupación de las fábricas y elección de comités de fábrica. Bilan reconoció también que fueron los militantes de la CNT-FAI quienes desempeñaron por todas partes el papel de primer plano en el movimiento, el cual, además, se había extendido por la mayoría de la clase obrera barcelonesa.
Y fue, sin embargo, precisamente en ese momento en que la clase obrera estaba a punto de tomar el poder político en sus propias manos, cuando las debilidades programáticas del anarquismo, su insuficiencia teórica, iban a revelarse como un obstáculo letal.
Primero, el fracaso del anarquismo para comprender el problema del Estado condujo no sólo a dejar escapar la posibilidad de una dictadura proletaria –por aquello de que el anarquismo está “en contra de todo tipo de dictadura”– pero quizás lo peor fue que condujo al desarme total de los obreros frente a las maniobras de la clase dominante, la cual consiguió reconstituir un poder de Estado con formas nuevas y “radicales”, pues sus fuerzas tradicionales habían quedado paralizadas frente a la sublevación proletaria. El Comité Central de Milicias y el Consejo Superior de Economía fueron instrumentos clave contra el fascismo:
“La constitución de un Comité Central de las milicias debía dar la impresión del inicio de una fase de poder proletario y la constitución del Consejo Central de Economía la ilusión de que se entraba en una fase de gestión de una economía proletaria.
“Sin embargo, lejos de ser organismos de dualidad de poder, se trataba de organismos con una naturaleza y función capitalista ya que, en lugar de constituirse sobre la base del impulso del proletariado buscando formas de unidad de la lucha para plantearse el problema del poder, fueron desde su comienzo órganos de colaboración con el Estado capitalista.
“El CC de las Milicias de Barcelona será por otra parte un conglomerado de partidos obreros y burgueses, y de sindicatos, y no un organismo del tipo de los Soviets que surge de un planteamiento de clase, espontáneamente y en donde se puede verificar la evolución de la conciencia de los obreros. Ese organismo se unirá a la Generalitat para luego desaparecer por simple decreto cuando se constituya, en Octubre, el nuevo Gobierno de Cataluña.
“El CC de Milicias representará el arma inspirada por el capitalismo para arrastrar a los proletarios, por medio de la organización de las milicias, fuera de las ciudades y de sus lugares hacia los frentes territoriales donde fueron despiadadamente masacrados. Representará también el órgano que restablece el orden en Cataluña, no con los obreros que han sido dispersados en los frentes sino contra ellos. Es cierto que el ejército regular fue prácticamente disuelto, pero será reconstituido gradualmente con las columnas de milicianos donde el Estado Mayor se conserva netamente burgués con los Sandino, los Villalba y consortes. Las columnas fueron voluntarias y pudieron conservarse así hasta el momento en que desapareció la embriaguez y la ilusión de la revolución y reapareció la realidad capitalista. Entonces se caminará a grandes pasos hacia el restablecimiento oficial del ejército regular y el servicio obligatorio” ([15]).
La participación inmediata de la CNT y del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista, situado éste en un espacio entre la izquierda de la socialdemocracia y el trotskismo) en esas instituciones burguesas fue un golpe muy duro asestado contra la posibilidad para los órganos de clase creados en la calle y las fábricas durante las jornadas de julio de centralizarse y establecer un auténtico doble poder. Al contrario, esos comités se vieron pronto vaciados de su contenido proletario e incorporados en las nuevas estructuras del poder burgués.
Segundo, había una cuestión política candente que no se encaraba y que los anarquistas eran incapaces de encarar al no disponer de un método de análisis de las tendencias históricas en el interior mismo de la sociedad capitalista: la cuestión de la naturaleza del fascismo y de lo que Bordiga llamó su “peor producto”, el antifascismo. El avance del fascismo fue uno de los fenómenos en que se plasmó la serie de derrotas históricas de la revolución proletaria, preparándose así la sociedad burguesa para una segunda carnicería interimperialista, pero el antifascismo también fue un grito de alistamiento para la guerra imperialista, fue un llamamiento a los trabajadores para que abandonaran la defensa de sus propios intereses de clase en nombre de una “unión sagrada” nacional. Fue sobre todo esa ideología de la unidad contra el fascismo lo que permitió a la burguesía quitarse de en medio el peligro de revolución proletaria desviando la lucha de la clase desde las ciudades hacia un conflicto bélico en el frente. El llamamiento a sacrificarlo todo por la lucha contra Franco llevó incluso a los más apasionados defensores del comunismo libertario, como Durruti, a aceptar tal enorme maniobra. Las milicias acabaron incorporándose en el Comité Central de Milicias Antifascistas, un órgano dominado por partidos y sindicatos como la izquierda republicana y nacionalista, los socialistas y los estalinistas, abiertamente enemigos de la revolución proletaria, convirtiéndose en instrumentos de una guerra entre dos facciones capitalistas, un conflicto que casi inmediatamente se transformó en un campo de batalla interimperialista global, un ensayo para la Guerra mundial que se avecinaba. Sus formas democráticas, como la elección de oficiales, no cambió fundamentalmente nada. Cierto, las principales fuerzas burguesas del mando –estalinistas y republicanos– no estaban a gusto con esas formas, insistiendo más tarde para que se integraran totalmente en un ejército burgués tradicional, como así lo había anticipado Bilan. Pero también, como lo entendió Bilan, el golpe fatal ya había sido asestado durante las primeras semanas tras el golpe de Estado militar.
Y lo mismo ocurrió con el ejemplo más evidente de la quiebra de la CNT, la decisión de cuatro de sus dirigentes más conocidos, incluido el radical García Oliver, de aceptar ser ministros en el gobierno central de Madrid, acto de traición agravado por su infame declaración de que gracias a su participación en el gabinete, el Estado republicano “había dejado de ser una fuerza de opresión sobre la clase obrera, de igual modo que el Estado ya no es el organismo que divide a la sociedad en clases. Y ambos tenderán cada vez menos a oprimir al pueblo gracias a la intervención de la CNT” ([16]). Fue la última etapa de una trayectoria, iniciada hacía ya tiempo, de degeneración lenta de la CNT. En una serie de artículos sobre la historia de la CNT, mostramos cómo la CNT, a pesar de sus orígenes proletarios y las convicciones profundamente revolucionarias de gran cantidad de sus militantes, no pudo resistir, en esta época de totalitarismo de Estado del capitalismo, a la tendencia imparable para las organizaciones obreras permanentes de masas a integrarse en el Estado. Esto quedó demostrado ya antes de julio del 36 cuando la CNT, en las elecciones de febrero de ese año, abandonó su abstencionismo tradicional por el apoyo táctico al Frente Popular ([17]). En el período justo después del golpe de Estado de Franco, con un gobierno republicano a la deriva, el proceso de participación anarquista en el Estado burgués se fue acelerando a todos los niveles. Ya antes del escándalo de los cuatro ministros anarquistas, la CNT había entrado en el gobierno territorial de Cataluña, la Generalitat, y también hubo, a nivel local (tal vez en conformidad con esa idea más bien borrosa de los “municipios libres”), militantes anarquistas que acabaron siendo representantes y responsables de órganos de la administración local, o sea las unidades de base del Estado capitalista. Como cuando la traición de la socialdemocracia en 1914, no se trataba tampoco aquí de una cuestión de unos cuantos malos jefes, sino el resultado de un proceso gradual de la integración del aparato organizativo como un todo en la sociedad burguesa y su Estado. Bien es verdad que hubo en la CNT-FAI y en el movimiento anarquista en general, tanto dentro como fuera de España, voces proletarias contra tal trayectoria, aunque, como veremos en la segunda parte de este artículo, pocas de ellas llegaron hasta las raíces teóricas subyacentes de la traición.
Sí, ¿y de las colectividades, qué? Los anarquistas más entregados y valientes, como Durruti, ¿no insistieron en que avanzar en la revolución social era la mejor manera de vencer a Franco? ¿Acaso no fueron ante todo los ejemplos de fábricas y alquerías autogestionadas, todos los intentos por liquidar la forma salarial en cantidad de pueblos de toda España, lo que convenció a muchos, incluidos marxistas como G. Munis ([18]), de que la revolución social en España había alcanzado cotas desconocidas en Rusia con su rápida caída en el capitalismo de Estado?
Bilan, al contrario, se negó a idealizar las ocupaciones de fábricas:
“Cuando los obreros reanudaron el trabajo allí donde los patronos habían huido o habían sido fusilados por las masas, se constituyeron Consejos de Fábrica que fueron la expresión de la expropiación de dichas empresas por los trabajadores. Aquí intervinieron rápidamente los sindicatos para establecer normas con el fin de constituir una representación proporcional de los miembros de la CNT y de la UGT. En fin, al tiempo que se efectúa la vuelta al trabajo con la petición de los obreros de la semana de 36 horas y el aumento de salarios, los sindicatos intervienen para defender la necesidad de trabajar a pleno rendimiento para la organización de la guerra sin respetar demasiado una reglamentación del trabajo y del salario.
“Ahogados de inmediato, los comités de fábrica y los comités de control de las empresas donde la expropiación no se realizó (en consideración al capital extranjero o por otras razones) se transformaron en órganos para activar la producción y, por eso mismo, se diluyeron en su significado de clase. No se trata ya de organismos creados durante una huelga insurreccional para derribar al Estado sino de organismos orientados hacia la organización de la guerra, condición esencial para permitir la supervivencia y reforzamiento de dicho Estado” ([19]).
Damier no se detiene mucho rato en analizar las condiciones vividas en las fábricas “controladas por los trabajadores”. Es significativo que pase más tiempo examinando las formas democráticas de las colectividades rurales, su profunda preocupación por el debate y la autoeducación mediante asambleas y comités regulares y elegidos, sus intentos para acabar con el sistema salarial. Fueron esfuerzos heroicos si la menor duda, pero las condiciones del aislamiento rural hicieron que fuera menos urgente para el Estado capitalista atacar las colectividades campesinas mediante artimañas o abiertamente por la fuerza. En resumen, esos cambios que hubo en el campo no alteraron el proceso general de recuperación burguesa que se concentró en las ciudades y las fábricas en donde Estado capitalista impuso rápida y brutalmente la disciplina en el trabajo en pro de la economía de guerra cosa que no habría podido realizar sin la ficción del “control sindical” por medio de la CNT:
“El hecho más interesante en este terreno es el siguiente: a la expropiación de las empresas en Cataluña, a su coordinación efectuada por el Consejo de Economía en Agosto, al decreto del Gobierno en Octubre dando las normas para pasar a la “colectivización”, sucedieron cada vez nuevas medidas para someter a los proletarios a una disciplina en las fábricas, disciplina que nunca hubiera sido tolerada viniendo de los antiguos patronos.
“En Octubre la CNT lanzará sus consignas sindicales por medio de las cuales prohibirá las luchas reivindicativas de cualquier tipo y hará del aumento de la producción el deber más sagrado del proletariado. Aparte del hecho que hemos rechazado ya frente al engaño [en Rusia] que consiste en asesinar físicamente a los proletarios en nombre de la “construcción de un socialismo” que nadie atisba aún, ¡declaramos abiertamente que, a nuestro entender, la lucha en las empresas no debe cesar ni un momento mientras subsista la dominación del Estado capitalista! Es verdad que los obreros deberán hacer sacrificios después de la revolución proletaria, pero un revolucionario nunca podrá predicar el fin de la lucha reivindicativa para llegar al socialismo. Ni siquiera después de la revolución les quitaremos el arma de la huelga a los obreros, y es más evidente todavía que cuando el proletariado no tiene el poder –y así es en España– la militarización de las fábricas equivale a la militarización de las fábricas en cualquier Estado capitalista en guerra” ([20]).
Bilan se ciñe al principio de base de que revolución social y guerra imperialista son tendencias diametralmente opuestas en la sociedad capitalista. La derrota de la clase obrera –ideológica en 1914, física e ideológica en los años 1930– dejó abierto el camino hacia la guerra imperialista. La lucha de clases, al contrario, no puede llevarse a cabo sino es en detrimento de la economía de guerra. Huelgas y motines no fortalecen la guerra nacional. Fueron la irrupciones revolucionarias de 1917 y 1918 las que obligaron a los imperialismos beligerantes a poner fin inmediato a las hostilidades.
Es lo mismo para la guerra revolucionaria. Pero solo puede llevarse a cabo cuando la clase obrera está en el poder, algo que Lenin y quienes se le unieron en el partido bolchevique dejaron claro entre febrero y octubre de 1917. E incluso en ese caso, las exigencias de una guerra revolucionaria en la que se lucha en frentes territoriales no crean, ni mucho menos, las mejores condiciones para el desarrollo del poder de la clase y la transformación social radical. De tal modo que entre 1917 y 1920, el Estado soviético derrotó a las fuerzas contrarrevolucionarias internas y externas en lo militar, pero a un precio muy elevado: el de la erosión del control político por parte de la clase obrera y el proceso de autonomía del aparato de Estado.
Esa oposición fundamental entre guerra imperialista y revolución social quedó confirmada por doble con los acontecimientos de mayo del 37.
Una vez más entonces, pero esta vez ante una provocación de estalinistas y otras fuerzas del Estado, que intentaron apoderarse de la central telefónica controlada a la sazón por los trabajadores, el proletariado de Barcelona replicó masivamente y con sus propios métodos de lucha: huelga de masas y barricadas. El “derrotismo revolucionario” propugnado por la Izquierda italiana, condenado como una locura traicionera por prácticamente todas las tendencias políticas, desde los liberales hasta grupos como Unión Comunista, lo llevaron a la práctica los trabajadores de Barcelona. Fue más que nada una reacción de defensa a un ataque por parte de las fuerzas represivas del Estado republicano, pero eso sí, una vez más, fue la antagonismo entre los trabajadores y el conjunto de la máquina estatal, cuyos portavoces más ignominiosos no vacilaron en tratarlos de traidores, saboteadores del esfuerzo de guerra. E, implícitamente, fue en efecto un reto directo a la guerra contra el fascismo, no menos que el motín de Kiel de 1918 había sido un reto contra el esfuerzo de guerra del imperialismo alemán y, por extensión, contra el conflicto interimperialista como un todo.
Los defensores notorios del orden burgués iban a replicar con el terror contra los trabajadores. Detuvieron a revolucionarios, los torturaron, los mataron. Camillo Berneri, el anarquista italiano que había expresado abiertamente sus críticas a la política de colaboración de la CNT fue uno de los numerosos militantes secuestrados y asesinados, en la mayoría de los casos por esbirros del Partido “Comunista”. Pero la represión se ejerció sobre los trabajadores sólo cuando los portavoces de la “izquierda”, de la CNT y del POUM, atemorizados sobre todo por una fractura en el frente antifascista, acabaron por convencerles de que dejaran las armas y volvieran al trabajo. La CNT –como el SPD cuando la revolución alemana de 1918– era indispensable para la restauración del orden burgués.
C D Ward
En la segunda parte de este artículo, estudiaremos algunas tendencias anarquistas que denunciaron la traición de la CNT durante la guerra en España –los Amigos de Durruti, por ejemplo, en 1937-38, o un representante más reciente del anarcosindicalismo como Solidarity Federation en Gran Bretaña. Procuraremos mostrar que por muy saludables que fueran esas reacciones proletarias, en raras ocasiones sacaron a la luz las debilidades subyacentes del “programa” anarquista.
[1]) Volumen I de la serie, Revista Internacional no 79. En la serie “El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material [30]”, cap. 10 “¿Anarquismo o comunismo?” /revista-internacional/199501/1837/x-anarquismo-o-comunismo [31] (1994).
[2]) En nuestro artículo de la Revista Internacional no 120 (2005), “El anarcosindicalismo frente al cambio de época; la CGT francesa hasta 1914” /revista-internacional/200510/203/historia-del-movimiento-obrero-el-anarcosindicalismo-frente-al-camb [32], subrayábamos que esa orientación de ciertas corrientes anarquistas hacia los sindicatos se debía más a la búsqueda de un público más receptivo a su propaganda que a una verdadera comprensión de la naturaleza revolucionaria de la clase obrera.
[3]) En castellano hay una versión en https://bivir.uacj.mx/libroselectronicoslibres/Autores/PedroKropotkin/Kr... [33]
[4]) nefac.net/node/677.
[5]) "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo [34]" (2011).
[6]) En inglés, Black Cat Press, Edmonton, 2009. Inicialmente se publicó en ruso 2000. Damier es miembro de KRAS, sección rusa de la AIT. La CCI ha publicado varias declaraciones internacionalistas de KRAS sobre las guerras en la antigua URSS.
[7]) Federación Obrera Regional Argentina.
[8]) Traducido por nosotros del inglés: “Anarchism in Argentina and Uruguay” en Anarchism Today, Ed. por J. Apter y J. Joll. Nueva York: MacMillan, 1971. Accesible en Internet en https://files.libcom.org/files/Argentina.pdf [35].
[9]) Esa organización –SR significa “Sindicalista Revolucionario”– fue el resultado de una escisión en 1926 de la CGT “oficial” que, en aquel entones, estaba dominada por el Partido Socialista. Fue un grupo relativamente pequeño. Desapareció bajo el régimen de Pétain durante la IIª Guerra Mundial. Su portavoz principal en el Congreso de Zaragoza fue Pierre Besnard.
[10]) Vadim Damier, obra citada, pp 110-11.
[11]) Reeditado por Likiniano Elkartea, Bilbao. Accesible en la página web https://losincendiadores.files.wordpress.com/2009/09/comunismo-libertario-y-otras-proclamas-insurrecionales-y-naturistas.pdf [36]
[12]) “A primera vista, este método discursivo nos parece extraordinariamente razonable, porque es el del llamado sentido común. Pero el mismo sentido común, personaje muy respetable de puertas adentro, entre las cuatro paredes de su casa, vive peripecias verdaderamente maravillosas en cuanto se aventura por los anchos campos de la investigación; y el método metafísico de pensar, por muy justificado y hasta por necesario que sea en muchas zonas del pensamiento, más o menos extensas según la naturaleza del objeto de que se trate, tropieza siempre, tarde o temprano, con una barrera franqueada, la cual se torna en un método unilateral, limitado, abstracto, y se pierde en insolubles contradicciones, pues, absorbido por los objetos concretos, no alcanza a ver su concatenación; preocupado con su existencia, no para mientes en su génesis ni en su caducidad; concentrado en su estatismo, no advierte su dinámica; obsesionado por los árboles, no alcanza a ver el bosque.” Http://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc/2.htm [37].
[13]) Nuestro artículo sobre la CGT, citado en la nota 2, plantea el mismo problema acerca de un libro de dos líderes de la organización anarcosindicalista francesa en 1909: “La lectura del libro de Pouget y Pataud (Cómo haremos la revolución), ya citado, es muy instructiva a ese respecto, pues describe una revolución puramente nacional. Los dos autores anarcosindicalistas no esperaron a Stalin para plantear la construcción del “anarquismo en un solo país”: tras haber triunfado la revolución en Francia, hay todo un pasaje del libro dedicado a describir el sistema de comercio exterior que sigue funcionando según el modo comercial, mientras que en el interior de las fronteras nacionales, se produce según el modo comunista”.
[14]) Véase el libro de la CCI España 1936, Franco y la República masacran al proletariado, con una selección de artículos de Bilan, 1936, publicado también en internet: https://es.internationalism.org/booktree/539 [38].
[16]) Hemos traducido esta declaración del libro en inglés de Vernon Richards, Lessons of the Spanish Revolution, c. VI, p 69.
[17]) Léase al respecto la serie sobre la historia de la CNT en los nos 129 a 133 de la Revista Internacional (2008), especialmente el artículo “El antifascismo, el camino a la traición de la CNT (1934-36)”. https://es.internationalism.org/rint133-cnt [40].
[18]) Munis fue el militante más conocido del Grupo bolchevique-leninista en España que estaba relacionado con la tendencia de Trotski. Más tarde rompería con el trotskismo por el alistamiento de esta corriente en la IIª Guerra mundial, evolucionando en muchas posiciones hacia las de la Izquierda comunista. Ver: Revista internacional nº 58 (1984):“En memoria de Munis, militante de la clase obrera”, /revista-internacional/200608/1028/en-memoria-de-munis-militante-de-la-clase-obrera [41]. Publicamos polémicas con el grupo fundado más tarde por Munis, Fomento Obrero Revolucionario, sobre sus posiciones sobre la guerra de España: https://fr.internationalism.org/rinte29/corresp.htm [42]. https://fr.internationalism.org/rinte52/for.htm [43] (en francés e inglés)
[19]) “Bilan ante los acontecimientos de España”, en España 1936, Franco y la República masacran al proletariado (Libro editado por la CCI): https://es.internationalism.org/libros/1936/cap1 [44]
[20]) Ídem.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint-153_web.pdf
[2] https://www.marxists.org/espanol/luxem/09El%20folletoJuniusLacrisisdelasocialdemocraciaalemana_0.pdf
[3] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gcfran/manif1.htm
[4] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gothai.htm
[5] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1890s/1891criti.htm
[6] https://www.marxists.org/espanol/luxem/01Reformaorevolucion_0.pdf
[7] https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos_0.pdf
[8] https://es.internationalism.org/rint/2005/120_1905.html
[9] https://www.edicionesespartaco.com/libros/materialismo.pdf
[10] https://www.marxists.org/archive/luxemburg/1911/08/29.h
[11] https://es.internationalism.org/tag/personalidades/rosa-luxemburgo
[12] https://es.internationalism.org/tag/20/517/kautsky
[13] https://es.internationalism.org/tag/20/638/bernstein
[14] https://es.internationalism.org/tag/20/640/karl-liebknecht
[15] https://es.internationalism.org/tag/20/641/parvus
[16] https://es.internationalism.org/tag/20/642/radek
[17] https://es.internationalism.org/tag/20/643/jogiches
[18] https://es.internationalism.org/tag/20/644/marlewski
[19] https://es.internationalism.org/tag/20/673/mehring
[20] https://es.internationalism.org/tag/20/674/bebel
[21] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/segunda-internacional
[22] https://es.internationalism.org/tag/5/632/1914
[23] https://es.internationalism.org/book/export/html/1225 ;
[24] https://es.internationalism.org/rint/2004/118_histo3.html
[25] https://fr.internationalism.org/rinte32/Internationalisme_1947_partido_ou_cadres.htm
[26] https://es.internationalism.org/tag/21/507/la-organizacion-politica-revolucionaria
[27] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[28] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria
[29] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/izquierda-comunista-francesa
[30] https://es.internationalism.org/series/365
[31] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199501/1837/x-anarquismo-o-comunismo
[32] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/203/historia-del-movimiento-obrero-el-anarcosindicalismo-frente-al-camb
[33] https://bivir.uacj.mx/libroselectronicoslibres/Autores/PedroKropotkin/Kropotkin,%20Pedro%20-%20La%20conquista%20del%20pan.pdf
[34] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201108/3170/decadencia-del-capitalismo-x-para-los-revolucionarios-la-gran-depr
[35] https://files.libcom.org/files/Argentina.pdf
[36] https://losincendiadores.files.wordpress.com/2009/09/comunismo-libertario-y-otras-proclamas-insurrecionales-y-naturistas.pdf
[37] http://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc/2.htm
[38] https://es.internationalism.org/booktree/539
[39] https://es.internationalism.org/libros/1936/cap1/1_leccion
[40] https://es.internationalism.org/rint133-cnt
[41] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1028/en-memoria-de-munis-militante-de-la-clase-obrera
[42] https://fr.internationalism.org/rinte29/corresp.htm
[43] https://fr.internationalism.org/rinte52/for.htm
[44] https://es.internationalism.org/libros/1936/cap1
[45] https://es.internationalism.org/tag/20/646/durruti
[46] https://es.internationalism.org/tag/20/675/isaac-puente
[47] https://es.internationalism.org/tag/20/676/damier
[48] https://es.internationalism.org/tag/20/677/puente
[49] https://es.internationalism.org/tag/20/678/berneri
[50] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/guerra-de-espana-del-1936