La CCI ha celebrado recientemente una Conferencia Internacional Extraordinaria dedicada, principalmente, a los problemas organizativos. Volveremos sobre los trabajos de esta Conferencia, tanto en nuestra prensa territorial como en el próximo número de la Revista internacional. Dicho esto, y en la medida en que las cuestiones tratadas son muy similares a las que ya tratamos en el pasado, consideramos oportuno publicar aquí extractos de un documento interno (adoptado unánimemente por la CCI) que fue la base del combate por la defensa de la organización que libramos en 1993-95, del que dimos cuenta en la Revista internacional nº 82 en el artículo sobre el XIº Congreso de la CCI.
EL Informe de Actividades presentado en el BI plenario ([1]) de octubre de 1993 daba cuenta de la existencia o de la persistencia, en el seno de la CCI, de dificultades organizativas en un gran número de secciones. El Informe para el Xº Congreso internacional ya había tratado estas dificultades. En particular había insistido en la necesidad de una unidad internacional mayor de la organización, una centralización más viva y rigurosa de ésta. La persistencia de esas dificultades prueba que el esfuerzo que suponía ese Informe y los debates del Xº Congreso era aún insuficiente. Los fallos de funcionamiento que se han dado en la CCI durante el último periodo ponen de manifiesto que existen retrasos, lagunas en la comprensión de las cuestiones, en fin una pérdida de vista del marco de nuestros principios en materia de organización. Tal situación nos exige, una vez más, ir al fondo de las cuestiones que el Xº Congreso había planteado. En particular es importante que la organización, las secciones y todos los militantes, vuelvan de nuevo a tratar las cuestiones de base y, en especial, los principios en que se basa una organización que lucha por el comunismo (...).
Una reflexión de este tipo se llevó a cabo en 1981-82 tras la crisis que zarandeó a la CCI (perdida de la mitad de la sección en Gran Bretaña, hemorragia de unos 40 miembros de la organización). La base de esa reflexión la dio el Informe sobre “La estructura y el funcionamiento de la organización” adoptado en la Conferencia extraordinaria de enero de 1982. En ese sentido este documento sigue siendo una referencia para el conjunto de la organización ([2]). El texto que aparece a continuación está concebido como un complemento, una ilustración, una actualización (a partir de la experiencia adquirida desde entonces) del texto de 1982. Se propone, en particular, llamar la atención de la organización y de los militantes sobre la experiencia vivida, no solo por la CCI, sino también por otras organizaciones revolucionarias en la historia.
La cuestión de la estructura y funcionamiento de la organización se plantea en todas las etapas del movimiento obrero. A lo largo de la historia, siempre que se ha puesto en entredicho ha tenido implicaciones de suma importancia. Y no es ninguna casualidad. En las cuestiones de organización se concentran toda una serie de aspectos esenciales de lo que fundamenta la perspectiva revolucionaria del proletariado:
En el primer caso, está claro que la constitución en el seno de la AIT de la “Alianza internacional de la democracia socialista” manifestaba la influencia de la ideología pequeño burguesa a la que se confrontaba regularmente el movimiento obrero al dar sus primeros pasos. Por tanto, no es ninguna casualidad si la Alianza reclutaba a sus miembros, principalmente, entre aquellos con profesiones cercanas al artesanado (los relojeros del Jura suizo, por ejemplo) y en las regiones en las que el proletariado aún sólo se había desarrollado débilmente (como en Italia y, en especial, en España).
Igualmente, la constitución de la Alianza supone un peligro particularmente grave para el conjunto de la AIT, en la medida que:
La Alianza constituía, de hecho, la viva negación de las bases sobre las cuales se había fundado la Internacional. Justamente para que ésta no cayera en manos de la Alianza, lo que con toda certeza la habría desnaturalizado, Marx y Engels propusieron en el Congreso de La Haya, en 1872, que el Consejo general fuese transferido a Nueva York, acuerdo que obtuvieron del Congreso. Eran plenamente conscientes de que esa transferencia conduciría a la AIT a su progresiva extinción (que se hizo efectiva en 1876) pero en la medida que tras el aplastamiento de la Comuna de París (que había provocado un profundo retroceso en la clase) estaba condenada, prefirieron que acabara así antes de que su degeneración desacreditase toda la obra positiva que había realizado entre 1864 y 1872.
Hay que señalar que el conflicto entre la AIT y la Alianza tomó un sesgo muy personalizado en torno a Marx y Bakunin. Bakunin, que no se unió a la AIT hasta 1868 (tras fracasar en su intento de cooperar con los demócratas burgueses dentro de la “Liga por la paz y la libertad”), acusaba a Marx de “dictador” del Consejo general y, por tanto, del conjunto de la AIT ([3]). Sobra decir que era totalmente falso (para convencerse basta leer las actas de las reuniones del Consejo general y de los congresos de la Internacional). Por su parte Marx (con razón) denunciaba las intrigas del líder incuestionable de la Alianza, intrigas facilitadas por el carácter secreto de ésta y sus concepciones sectarias heredadas de una época ya caduca del movimiento obrero. Además hay que señalar que esas concepciones sectarias y conspiradoras, al igual que la carismática personalidad de Bakunin, favorecían su influencia personal sobre sus adeptos y le permitían ejercer su autoridad de “gurú”.
En fin, presentarse como la supuesta víctima de una persecución era uno de los medios que utilizaba para sembrar desavenencias y ganar adeptos entre ciertos obreros mal informados o sensibles a las ideologías pequeño burguesas.
Ese mismo tipo de características lo volvemos a encontrar en la escisión entre bolcheviques y mencheviques que, en un principio, se produce por cuestiones organizativas.
Como después se confirmó, la posición de los mencheviques obedecía a la penetración e influencia de ideologías burguesas y pequeño burguesas en la Socialdemocracia rusa (incluso si ciertas concepciones de los bolcheviques era en sí mismas tributarias de una visión jacobino burguesa). Como señala Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás : “El grueso de la oposición (los mencheviques) está compuesto por elementos intelectuales de nuestro Partido” lo que, en particular, constituyó uno de los vehículos de las ideas pequeño burguesas en materia de organización.
En segundo lugar, la idea de la organización de los mencheviques (que Trotski compartió durante largo tiempo, mientras que sobre otras cuestiones, en especial la naturaleza de la revolución que se estaba gestando en Rusia y sobre las tareas del proletariado en ella, estaba claramente alejado de ellos), daba la espalda a las necesidades de la lucha revolucionaria y era portadora de la destrucción de la organización. Por un lado esa idea era incapaz de distinguir entre miembros del Partido y simpatizantes, como lo evidencia el desacuerdo sobre el punto 1 de los estatutos entre Lenin y la máxima autoridad de los mencheviques, Martov ([4]). Y por otro lado es, sobre todo, tributaria de un período ya caduco del movimiento (como los “aliancistas”, los cuales estaban todavía marcados por el período sectario del movimiento obrero): “Bajo el nombre de ‘minoría’ se han agrupado en el Partido, elementos heterogéneos a los que une el deseo, consciente o no, de mantener las relaciones de círculo, las formas de organización anteriores al Partido. Ciertos militantes eminentes de los círculos más influyentes, al no tener el hábito de las restricciones en materia de organización que se han debido imponer en razón de la disciplina del Partido, se hallan inclinados a confundir mecánicamente los intereses generales del Partido y sus intereses de círculo que, efectivamente, en el periodo de los círculos podían coincidir” (Idem). Debido a su enfoque pequeño burgués estos elementos “... levantan con naturalidad el estandarte de la revuelta contra las restricciones indispensables que exige la organización, y elevan su anarquismo espontáneo a principio de lucha, calificando sin ninguna razón este anarquismo... de reivindicación en favor de la ‘tolerancia’” (Idem).
En tercer lugar, el espíritu de círculo y el individualismo condujo a los mencheviques a personalizar los asuntos políticos. El punto más dramático del Congreso, que provocó una fractura irreparable entre los dos grupos, fue el nombramiento a las diversas instancias responsables del Partido y, en particular, la redacción de Iskra considerada como la verdadera dirección política de éste (la responsabilidad del Comité central era esencialmente sobre temas organizativos). Antes del Congreso esa redacción estaba formada por 6 miembros: Plejánov, Lenin, Mártov, Axelrod, Staroven (Potresov) y Vera Zasúlich. Aunque solo los tres primeros hacían un verdadero trabajo de redacción, mientras los tres últimos no hacían prácticamente nada, a lo sumo se contentaban con enviar sus artículos ([5]). A fin de superar el “espíritu de círculo” que animaba la vieja redacción, particularmente a sus tres miembros menos implicados, Lenin propuso al Congreso una fórmula que permitiera nombrar una redacción más adaptada sin que pareciera una moción de desconfianza hacia esos tres militantes: el Congreso elige una redacción más restringida, de tres miembros, que puede posteriormente asociar, de acuerdo con el Comité central, a otros militantes. En un primer momento Martov, y los demás redactores, aceptan esta fórmula, pero tras el debate sobre los estatutos que le opone a Lenin (que pone de manifiesto el peligro que corrían sus antiguos camaradas de no volver a su puesto), Martov cambia de opinión: pide que el Congreso “confirme” la antigua redacción de seis miembros (de hecho será Trotski el encargado de proponer una resolución en tal sentido). Finalmente la propuesta de Lenin provoca la cólera y los lamentos de los que van a convertirse en “mencheviques” (minoritarios). Martov declara en "nombre de la mayoría de la antigua redacción": “puesto que se ha decidido elegir un comité de tres declaro, en nombre de mis tres camaradas y en el mío propio, que ninguno de nosotros aceptará formar parte de él. En lo que me atañe personalmente añado que consideraría una injuria que se me propusiera como candidato a esa función, y que la mera suposición de que yo consentiría trabajar en ella la consideraré una mancha a mi reputación política”. Para Martov la defensa sentimental de sus viejos compañeros víctimas del “estado de sitio que reina en el Partido” y de su “honor mancillado” suplanta a las consideraciones políticas. Por su parte Tsarev, menchevique, declara: “¿Cómo deben comportarse los miembros no elegidos de la redacción ante el hecho de que el Congreso no quiere ya que formen parte de la redacción?”. Los bolcheviques, por su parte, denuncian la forma no política con la que presentan las cosas ([6]). Los mencheviques acto seguido rechazan y sabotean las decisiones del Congreso, boicotean a los órganos centrales elegidos por éste, y se dedican a atacar sistemáticamente a Lenin. Trostki, por ejemplo, le llama “Maximiliano Lenin” acusándole de querer “adoptar el papel de incorruptible” e instaurar una “República de la Virtud y el Terror” (Informe de la delegación siberiana). Es chocante la semejanza entre las acusaciones lanzadas por los mencheviques contra Lenin y las de los aliancistas contra Marx y su “dictadura”. Lenín responde frente a la actitud de los mencheviques, frente a la personalización de las cuestiones políticas, frente a los ataques que le lanzan y la subjetividad que invade a Martov y sus amigos: “Cuando considero la conducta de los amigos de Martov tras el congreso..., únicamente puedo decir que se trata de una tentativa insensata de hacer añicos el Partido, indigna de miembros del Partido... ¿Por qué?. Unicamente porque están descontentos con la composición de los órganos centrales, ya que objetivamente sólo nos ha separado esta cuestión, las apreciaciones subjetivas (como la ofensa, el insulto, expulsión, separación, deshonra, etc.) no son más que fruto de un amor propio herido y una imaginación enferma. Esta imaginación enferma y este orgullo herido conduce directamente a los más vergonzosos chismes: sin saber aún la actividad de los nuevos centros y sin haberlos visto aun funcionar expanden rumores sobre sus ‘carencias’, sobre el ‘guante de hierro’ de Ivan Ivanovitch, el ‘puño’ de Ivan Nikiforovitch, etc. A la Socialdemocracia rusa le queda por superar la última y más difícil etapa, pasar del espíritu de círculo al espíritu de partido; de la mentalidad pequeño burguesa a la conciencia de su deber revolucionario; de los chismes y la presión de los círculos, considerados como medio de acción, a la disciplina” (relación del 2º Congreso del POSDR).
La CCI como cualquier otra organización del proletariado (...) ha vivido dificultades organizativas similares a las que acabamos de evocar. Entre ellas podemos recordar:
(...) A pesar de sus diferencias podemos ver que, en todos estos momentos de dificultades, hay una serie de características comunes que los acercan a los problemas que vivió, con anterioridad, el movimiento obrero:
Pasar revista a todos estos momentos de dificultad sería demasiado largo. Podemos contentarnos con resaltar la forma en que esas características (que siempre han estado presentes aunque en diversos grados) se han manifestado en ciertos momentos:
a) El peso de la ideología pequeñoburguesa
Este peso es evidente cuando se examina en que se ha convertido la tendencia de 1987: el GCI ha caído en una especie de anarco-bordiguismo, exaltando las acciones terroristas y desconfiando de las luchas del proletariado en los países avanzados mientras que pone de relieve imaginarias luchas proletarias en el tercer mundo. Igualmente identificamos en la dinámica del grupo de camaradas que acabaría formando la FECCI similitudes importantes con la que había animado a los mencheviques en 1903 (ver el artículo de nuestra Revista internacional nº 45 “La Fracción externa de la CCI”) y, especialmente, el peso de la componente intelectual. En fin, en la dinámica contestataria y de desmovilización (...) que afectó a la sección de París en 1988 pusimos por delante la importancia del peso de la descomposición como factor que favorece la penetración de la ideología pequeño burguesa en nuestras filas, en especial en la forma de “democratismo” (...)
b) La puesta en entredicho del marco unitario y centralizado de la organización
Es un fenómeno que hemos encontrado, de forma sistemática y marcada, en los diversos momentos de dificultades organizativas de la CCI:
El rechazo, o la contestación, de la centralización no han sido las únicas formas con las que se ha puesto en entredicho el carácter unitario de la organización a lo largo de los diversos episodios de dificultades que acabamos de evocar. Hay que añadir la manifestación de lo que, parafraseando a Lenin en 1903, podríamos llamar una dinámica de “circulo” o bien de “clan”. Es decir el agrupamiento, incluso informal, de cierto número de camaradas sobre la base, no de un acuerdo político, sino de criterios heteróclitos tales como la afinidad personal, el descontento frente a tal o cual orientación de la organización o la revuelta contra un órgano central.
De hecho todas las tendencias que hasta la fecha se han formado en la CCI han obedecido, más o menos, a tal dinámica. Por eso todas han conducido a escisiones. Esto es algo que en cada ocasión hemos puesto de relieve: las tendencias se han formado no en base a destacar una orientación positiva y alternativa a una posición adoptada por la organización, sino como un agrupamiento de “descontentos” que ponen sus divergencias en la misma cazuela y tratan de que de ahí salga, rápidamente, algo coherente. Con tales bases ninguna tendencia no podía dar nada positivo, en la medida en que su lógica no era reforzar la organización buscando la mayor claridad posible, sino que, por el contrario expresaba una actitud (con frecuencia inconsciente) de destrucción de la organización. Tales tendencias no eran el producto orgánico de la vida de la CCI y del proletariado, sino que –por el contrario– expresaban la penetración en su seno de influencias ajenas: la ideología pequeño burguesa en general. Esas tendencias, por tanto, aparecían de entrada como un cuerpo extraño a la organización; de ahí que constituyeran un riesgo para la organización y que su destino estaba prácticamente trazado de antemano: la escisión ([7]).
En cierto modo la tendencia Berard fue la más homogénea, aunque esa “homogeneidad” no venía de una real comprensión común de las cuestiones planteadas sino que se basaba esencialmente en:
Visto el carácter heteróclito de estas tendencias lo que hay que plantearse es: ¿entonces en que se basaba su dinámica y su “unidad”?
Incontestablemente en su base hay incomprensiones y confusiones tanto sobre cuestiones políticas generales como sobre cuestiones de organización. Pero no todos los camaradas que tenían desacuerdos sobre esas cuestiones se integraron en esas tendencias. Y a la inversa, ciertos camaradas que al inicio no tenían ningún desacuerdo los fueron “descubriendo” a medida que se implicaban en el proceso de formación de esas “tendencias” (...). Eso nos lleva a evocar, como Lenin en 1903, otro aspecto de la vida organizativa: la importancia de la subjetividad y las cuestiones “personales”.
c) La importancia de la subjetividad y las cuestiones “personales”
La actitud, el comportamiento, las relaciones emotivas y subjetivas de los militantes, lo mismo que la personalización de ciertos debates, no son de naturaleza "psicológica" sino eminentemente política. La personalidad, la historia de cada uno, su niñez, los problemas afectivos, etc., no explican, ni fundamentalmente ni por sí mismos, las actitudes y comportamientos aberrantes que pueden llegar a adoptar, en tal o cual momento, ciertos miembros de la organización. Tras esos comportamientos siempre está, directa o indirectamente, el individualismo o el sentimentalismo, es decir manifestaciones de la ideología de clases ajenas al proletariado: de la burguesía y de la pequeña burguesía. A lo sumo lo que podemos decir es que ciertas personalidades son más frágiles que otras frente a la presión de tales influencias ideológicas.
Eso no contradice en absoluto, como se ha podido ver en numerosas ocasiones, que cuestiones “personales” puedan desempeñar un importante papel en la vida organizativa:
Pero, no es solo en la formación de “tendencias” donde los problemas personales han desempeñado un papel muy importante.
Así en el 87-88, en un momento de dificultades en la sección en España, se desarrolló por parte de los camaradas de San Sebastián, que se habían integrado con unas bases políticas insuficientemente sólidas y con gran peso de la subjetividad, una fuerte animosidad hacia ciertos camaradas de Valencia. Esta actitud de personalización se vio acentuada, en especial, por el espíritu retorcido y malsano de uno de los elementos de San Sebastián y, sobre todo, por la acción de Albar ([10]), animador del núcleo de Lugo con comportamientos muy similares a los de Chénier: correspondencia y contactos clandestinos, denigración y calumnias, utilización de simpatizantes para “trabajarse” a un camarada de Barcelona que finalmente abandonaría la organización (...).
El examen, necesariamente muy rápido y superficial, de las dificultades organizativas que la CCI ha encontrado a lo largo de su historia pone de relieve dos hechos esenciales:
Este último elemento debe incitar al conjunto de la organización, y a todos los camaradas, a examinar nuevamente y de forma profunda los principios de la organización que fueron precisados en el “Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización” de la Conferencia extraordinaria de 1982, y en los estatutos.
3. Los puntos principales del informe de 1982 y de los estatutos
La idea clave del Informe de 1982 es la unidad de la organización. Este documento trata esa idea en primer lugar desde la óptica de la centralización, y después desde el ángulo de las relaciones entre los militantes y la organización. La elección de este orden correspondía a que los problemas con que se había encontrado la CCI en 1981 se habían expresado, sobre todo, a través de una puesta en entredicho de los órganos centrales y de la centralización. Hoy la mayor parte de los problemas con los que se encuentran las secciones no están directamente ligados a la cuestión de la centralización, sino más bien al tejido organizativo. Incluso cuando las debilidades aparecen relacionadas con problemas de centralización, como es el caso de la sección en Francia, acaban refiriéndose al problema mencionado. Por ello hoy es preferible comenzar a reexaminar el Informe del 1982 por la última parte (el punto 12) que, justamente, se refiere a las relaciones entre la organización y los militantes.
3.1. La relación entre organización y militantes
a) El peso del individualismo
“Una condición fundamental de la aptitud de una organización para cumplir sus tareas en la clase es la correcta comprensión en su seno de las relaciones que se establecen entra los militantes y la organización. Esta es una cuestión particularmente difícil de comprender en nuestra época habida cuenta del peso de la ruptura orgánica con las fracciones del pasado y la influencia del elemento estudiantil en las organizaciones revolucionarias después del 68, lo que ha favorecido el resurgimiento de uno de los fardos del movimiento obrero del siglo XIX: el individualismo” (Informe de 1982, punto 12).
Está claro que a estas causas de la penetración del individualismo en nuestras filas, claramente identificadas desde hace mucho tiempo, hay que añadir actualmente el peso de la descomposición que fomenta la atomización y el “cada uno a la suya”. Toda la organización debe ser muy consciente de esta presión constante que el capitalismo putrefacto ejerce en la cabeza de los militantes, y que irá en aumento mientras no se abra un periodo revolucionario. En este sentido los puntos siguientes, y que corresponden a las dificultades que la organización encontró ya en el pasado, no solo mantienen su plena vigencia sino que cobran un valor aún mayor hoy en día. Esto, obviamente, no debe desanimarnos sino impulsarnos a acrecentar la vigilancia frente a esos peligros y dificultades.
b) La “realización” de los militantes
“Hay la misma relación entre un organismo particular (grupo o partido) y la clase que entre la organización y el militante. E igual que la clase no existe para responder a las necesidades de las organizaciones comunistas, éstas no existen para resolver los problemas del individuo militante. La organización no es el producto de las necesidades de los militantes. Se es militante en la medida en que se comprende y se adhiere uno a las tareas y la función de la organización.
“En este sentido, el reparto de tareas y responsabilidades en la organización no tiene por objeto que los individuos militantes ‘se realicen’. Las tareas deben repartirse de forma y manera que la organización como un todo pueda funcionar óptimamente. Si bien la organización vela, en la medida de lo posible, por el buen estado de cada uno de sus miembros, lo hace ante todo en interés de la organización. Ello no quiere decir que se ignore la individualidad o los problemas de los militantes, significa que el punto de partida y el de llegada es la aptitud de la organización para cumplir sus tareas en la lucha de clases”.
Este es un punto que jamás debemos olvidar. Estamos al servicio de la organización y no al contrario. La organización no es una especie de sanatorio para curar las enfermedades, especialmente psíquicas, que puedan sufrir sus adherentes. Eso no quita para que el hecho de ser militante revolucionario pueda contribuir a relativizar, por no decir a superar, las dificultades personales que cada uno lleva a cuestas. Bien al contrario, convertirse en un combatiente del comunismo significa dar un sentido profundo a su existencia, un sentido muy superior a todo lo que pueden aportar otros aspectos de la vida (éxito “profesional” o “familiar”, procreación y educación de un niño, creación científica o artística, satisfacciones todas ellas de las que cada ser humano puede ser privado y que, de todas maneras, están fuera del alcance de la mayor parte de la humanidad).
La mayor satisfacción que puede alcanzar un ser humano en su vida es aportar su contribución positiva al bien de sus semejantes, de la sociedad, de la humanidad. Lo que distingue al militante comunista, y da sentido a su vida, es que es un eslabón de la cadena que va hasta la emancipación de la humanidad, su ascenso al “reino de la libertad”, una cadena que pervive más allá de su propia desaparición. De hecho, lo que cada militante puede hoy cumplir es incomparablemente más importante que lo que pueda hacer el mayor de los sabios que descubriera la cura del cáncer o una fuente inagotable de energía no contaminante. En ese sentido, la pasión que aporta a su compromiso es lo que debe permitirle sobreponerse y superar, lo mejor posible, las dificultades que todo ser humano puede atravesar.
Por eso la actitud que la organización debe adoptar frente a las dificultades particulares que pueden atravesar sus miembros ha de ser, ante todo, política y no psicológica. Es evidente que hay que tener en cuenta factores psicológicos a la hora de ver tal o cual problema que pudiera afectar a un militante, pero debe de hacerse en el marco de una actitud organizativa y no a la inversa.
Si un miembro de la organización tiene con frecuencia problemas para cumplir sus tareas, la organización debe comportarse ante ello de forma política y de acuerdo con sus principios de funcionamiento, aunque evidentemente debe reconocer las especificidades de la situación en la que esté ese militante en cuestión. Por ejemplo cuando la organización se encuentra ante el caso de un militante que cae en el alcoholismo, su papel específico no es jugar a psicoterapeuta (papel para el que no tiene ninguna cualificación y, además, en ese terreno corre el riesgo de actuar como un “aprendiz de brujo”) sino reaccionar en lo que es su terreno:
Por esas mismas razones evocadas más arriba, el compromiso militante no ha de verse como una rutina al estilo de la del trabajo, aunque ciertas de las tareas no sean en sí entusiasmantes. En particular, si es necesario que la organización vele por repartir esas tareas, como todas las tareas en general, de la forma más equilibrada posible con el fin de evitar que ciertos camaradas esten sobrecargados mientras otros no tienen prácticamente nada que hacer, es importante también que cada militante destierre de su pensamiento y comportamiento toda actitud de “víctima”, de queja contra los “malos tratos” o la “sobrecarga de trabajo” que le infringiría la organización. Con frecuencia, en ciertas secciones hay un gran silencio cuando se piden voluntarios para hacer tal o cual actividad, esto además de resultar chocante desmoraliza, especialmente a los jóvenes militantes ([11]).
c) Los diversos tipos de tareas y el trabajo de los órganos centrales
“En la organización no hay tareas ‘nobles’ y tareas ‘secundarias’ o ‘menos nobles’. Tanto el trabajo de elaboración teórica como la realización de tareas prácticas, el trabajo dentro de los órganos centrales como el trabajo específico en las secciones locales, son igualmente importantes para la organización y, por tanto, no deberían jerarquizarse (el capitalismo es quien establece tales jerarquías). Por ello hay que rechazar completamente la idea burguesa según la cual nombrar a un militante para formar parte de un órgano central sería darle un ‘ascenso’, darle acceso a un ‘honor’ o a un privilegio. El espíritu de trepa debe ser desterrado con decisión de la organización por ser totalmente opuesto a la dedicación desinteresada que es una de las características dominantes de la militancia comunista”.
Esta afirmación tiene una validez general y permanente, y no solo es aplicable a la situación que vivió la CCI en 1981 ([12]). En cierto modo la mentalidad contestataria a la que con regularidad se enfrenta la CCI está vinculada, con frecuencia, a un concepto “piramidal”, “jerárquico” de la organización, del mismo tipo que el que considera un “objetivo que alcanzar” para cada militante el de tener responsabilidades en los órganos centrales (la experiencia ha mostrado que con frecuencia los anarquista son excelentes – valga el adjetivo – burócratas). Del mismo modo, para darse cuenta de que no es un falso problema, basta ver la repugnancia que suscita la idea de retirar de sus responsabilidades en un órgano central a un militante y el trauma que provoca cuando se adopta tal medida. Está claro que tales traumas son directamente un tributo a la ideología burguesa, aunque saberlo no garantiza estar a la altura y evitarlo totalmente. Por eso, ante tal situación, la organización y sus militantes deben velar por combatir todo lo que pueda favorecer la penetración de tal ideología:
d) Las desigualdades entre militantes
“Efectivamente tanto entre los individuos como entre los militantes hay desigualdad en cuanto a sus aptitudes, sobre todo mantenidas y reforzadas por la sociedad de clases, el papel de la organización no es pretender abolirlas a imagen de las comunidades utopistas. La organización debe reforzar al máximo la formación y aptitudes políticas de sus militantes como condición de su propio reforzamiento, pero jamás plantea el problema en términos de formación escolar individual de sus miembros, ni de una igualación entre la formación de estos.
“La verdadera igualdad que puede existir entre militantes es la que consiste en que cada uno de ellos dé lo máximo que pueda a la vida de la organización (‘de cada uno según su capacidad’, formula de Saint-Simón retomada por Marx). La verdadera ‘realización’ de los militantes, en tanto que militantes, consiste en hacer todo lo que esté en sus manos para que la organización pueda cumplir las tareas para las que la clase obrera le ha hecho surgir”.
Tanto los sentimientos de rivalidad, celos, competencia, como los complejos de inferioridad que pueden aparecer entre militantes, ligados a sus desigualdades, son manifestaciones típicas de la penetración de la ideología dominante en las filas de la organización ([13]). Aunque pretender erradicar tales sentimientos de la cabeza de todos los miembros de la organización es ilusorio, lo que es importante es que cada militante tenga permanentemente la preocupación de no dejarse dominar ni guiar por tales sentimientos en su comportamiento, además incumbe a la organización velar para que ello sea así.
Las actitudes contestatarias son con frecuencia resultado de esos sentimientos y frustraciones. En efecto ya sea frente a los órganos centrales o frente a ciertos militantes que, supuestamente, tendrían “más peso” que el resto (como, precisamente, los miembros de los órganos centrales) se trata de una actitud típica de los militantes o partes de la organización que se sienten “acomplejados” frente a otros u otras. Por eso, en general, suelen tomar la forma de la crítica por la crítica (y no en función de lo que se dice o hace) hacia lo que puede representar la “autoridad” (comportamiento típico de los adolescentes que se “rebelan contra el padre”). La contestación, como manifestación del individualismo, es la otra cara de la moneda de otra manifestación del individualismo: el autoritarismo, el “ansia de poder” ([14]). Hay que saber que la contestación puede ser “muda” lo que no la hace menos peligrosa, sino todo lo contrario, pues resulta más difícil de poner en evidencia. También puede tener como objetivo ocupar el puesto de aquel a quien se impugna (tanto militante como órgano central) con ello se pretende acabar con los complejos que se tenían hacia aquel.
Otro aspecto que debe vigilarse, en especial cuando llegan nuevos elementos a la organización, es la posibilidad de que viejos militantes temerosos de que los recién llegados “les hagan sombra”, más cuando éstos últimos demuestran capacidades políticas importantes, tengan comportamientos hostiles hacia ellos. No es un falso problema: una de las razones importantes de la hostilidad de Plejanov a que Trotski entrase en la redacción de Iskra era el miedo a que su prestigio se resintiera por la llegada de alguien de reconocida gran capacidad ([15]). Si esto era cierto a principios del siglo XX hoy lo es mucho más. Si la organización (y sus militantes) no es capaz de erradicar, o como mínimo neutralizar, ese tipo de actitudes, no será capaz de preparar su futuro y el del combate revolucionario.
Por último sobre la cuestión de la “formación escolar individual” que se evoca en el Informe de 1982, hay que precisar que la entrada en un órgano central no es, en modo alguno, un medio de "formación" de los militantes. Lo que forma a los militantes es su actividad en el seno de lo que constituye “la unidad de base de la organización” (estatutos), la sección local. En este marco es, fundamentalmente, donde adquieren y perfeccionan, para mejor contribuir a la vida de la organización, sus capacidades como militantes (tanto en lo que respecta a cuestiones teóricas, organizativas, prácticas, sentido de la responsabilidad, etc.). Si las secciones locales no están en condiciones de hacer ese papel, es porque su funcionamiento, actividades y discusiones tampoco están a la altura de lo que deberían estar. En necesario que la organización pueda formar regularmente a nuevos militantes para las tareas específicas de los órganos centrales o comisiones especializadas (para poder, por ejemplo, hacer frente a situaciones en que la represión neutraliza esos órganos) pero en ningún momento lo hace con el objetivo de satisfacer alguna “necesidad de formación” de los militantes concernidos, sino para permitir a aquella, como un todo, hacer frente a sus responsabilidades.
e) Las relaciones entre militantes
“Las relaciones que se forjan entre los militantes de la organización aunque llevan consigo los estigmas de la sociedad capitalista... no pueden estar en contradicción flagrante con el objetivo que persiguen los revolucionarios... se apoyan en una solidaridad y confianza mutuas que son una característica de la clase portadora del comunismo a la que pertenece la organización” (extractos de la Plataforma de la CCI, recogidos en el Informe).
Eso significa, en particular, que la actitud de los militantes entre sí debe estar marcada por la fraternidad y no por la hostilidad. En especial:
Al margen de este caso extremo, que no tiene cabida en la organización, está claro que nunca pueden desaparecer totalmente las enemistades en su seno. En ese caso hay que actuar de forma que el funcionamiento de la organización no las favorezca sino que tienda a atenuarlas y limitarlas. Por ello, la franqueza que debe existir entre camaradas de combate no puede confundirse con rudeza o falta de consideración hacia los otros militantes. En las relaciones entre militantes las injurias están, por supuesto, absolutamente proscritas. Por eso hay que actuar de modo que el funcionamiento de la organización no favorezca sino que tienda a atenuar o neutralizar tales enemistades.
Dicho esto, la organización no debe concebirse como un “grupo de amigos” o como una reunión de tales grupos ([16]).
En efecto uno de los graves peligros que amenazan permanentemente a la organización, poniendo en dificultades su unidad y arriesgando destruirla, es la formación, deliberada o no, de “clanes”. En una dinámica de clan las posturas comunes no parten de un acuerdo político real sino de las relaciones de amistad, fidelidad, convergencia de intereses “personales” específicos o de frustraciones compartidas. Con frecuencia tal dinámica, que no se basa en una convergencia política real, lleva pareja la existencia de “gurús” o “jefes de banda” que garanticen la unidad del clan y que sacan su poder ya sea de su carisma personal, neutralizando las capacidades políticas y de juicio de otros militantes, o presentándose ellos mismos como “víctimas” de tal o cual política de la organización, o siendo presentados así por otros. Cuando aparece tal dinámica, el comportamiento y las decisiones de los miembros o simpatizantes del clan ya no está determinados por una elección consciente y razonada basada en los intereses generales de la organización, sino en función de los intereses del clan que tienden a aparecer como contradictorios con los del resto de la organización ([17]). Así cualquier intervención o toma de posición que cuestione lo que hace o dice un miembro del clan se vive, por su parte y por el resto del clan, como “un ajuste de cuentas” personal. De la misma manera, en tal dinámica, el clan tiende a presentar un frente monolítico (prefiere “lavar la ropa sucia en casa”) acompañado de una disciplina ciega y una adhesión inquebrantable al “jefe de la banda”.
Es cierto que algunos miembros de la organización pueden adquirir, debido a su experiencia, sus capacidades políticas o sus juicios, una autoridad mayor a la de otros militantes. La confianza que los demás militantes les otorgan espontáneamente, incluso si no están seguros de compartir inmediatamente su punto de vista, forma parte de las cosas “normales” y corrientes en la vida de la organización. Es más, puede darse el caso de que los órganos centrales, o algún militante, pida que se le tenga confianza momentáneamente cuando no puede dar inmediatamente todos los elementos en los que basa su convicción, o cuando no se dan las condiciones para un debate claro en la organización. Lo que no es en absoluto normal es que se este de acuerdo con tal o cual posición porque es “X” quien la plantea. Incluso los nombres más prestigiosos del movimiento obrero han cometido ese error. La adhesión a una posición solo puede basarse en un profundo acuerdo con ella, para lo cual es condición indispensable la calidad y profundidad de la discusión. Esa es la mejor garantía de la solidez de una posición y de que no se verá alterada porque “X” cambie de parecer. Los militantes no tienen por qué “creer” de una vez por todas y sin discusión lo que ha dicho tal o cual, inclusive un órgano central. Su pensamiento crítico debe estar permanentemente despierto (lo que no quiere decir que esté permanentemente criticando). Eso da a los órganos centrales, y a los militantes que tienen más “peso” la responsabilidad de no utilizar su “autoridad como argumento”. Por el contrario, deben combatir cualquier tendencia al “seguidismo” y a los acuerdos superficiales, sin reflexión ni convicción.
Una dinámica de clan puede acompañarse de una actitud, no necesariamente voluntaria, de "copo" es decir designar para los puestos clave de la organización (como los órganos centrales por ejemplo, pero no sólo) a miembros del clan o personas que éste pretenda ganarse. Esa es una práctica corriente en los partidos burgueses, de la que la organización comunista debe precaverse. En esto hay que ser muy vigilantes. Por ello, si en la elección de los órganos centrales “hay que tener en cuenta... la capacidad [de los militantes] para trabajar colectivamente” (estatutos) la organización debe velar por evitar en lo posible la aparición en su seno de dinámicas de clan fruto de afinidades particulares o relaciones personales que pudieran darse entre los militantes concernidos. La organización debe evitar, especialmente y en la medida de lo posible, nombrar en una misma comisión a los miembros de una pareja. La falta de vigilancia a este respecto puede tener graves consecuencias tanto para las capacidades políticas de los militantes como para las del órgano en su conjunto. En el mejor de los casos se puede percibir al órgano en cuestión, independientemente de la calidad de su trabajo, como una “pandilla de amigos” lo que constituye una pérdida de autoridad no despreciable. Y en el peor, ese órgano puede llegar a comportarse efectivamente como un clan con todos los peligros que ello conlleva, o bien acabar totalmente paralizado por un conflicto entre clanes. En ambos casos la vida misma de la organización estría en peligro.
En resumen, una dinámica de clan constituye un terreno en el cual pueden desarrollarse prácticas más cercanas al juego electoral burgués que al militantismo comunista:
La alerta contra los comportamientos ajenos al militantismo revolucionario en las organizaciones revolucionarias no debe considerarse un combate contra molinos de viento. De hecho el movimiento obrero se ha visto enfrentado con frecuencia, a lo largo de toda su existencia, a este tipo de comportamientos que ponen de manifiesto la presión en sus filas de la ideología dominante. Evidentemente la propia CCI no ha estado exenta de ellos. Creer que en adelante estaría inmunizada es más deseo piadoso que clarividencia política. El peso creciente de la descomposición en la medida que refuerza la atomización (de hecho la búsqueda de un “refugio”), las actitudes irracionales, los enfoques emocionales, la desmoralización, solo puede acrecentar la amenaza de tales comportamientos. Ello debe incitarnos a estar siempre vigilantes frente a ese peligro.
Esto no quiere decir que en la organización se deba desarrollar una desconfianza permanente entre los camaradas. Todo lo contrario: el mejor antídoto contra la desconfianza es, justamente, la vigilancia que impide que se desarrollen las situaciones y desviaciones que la nutren. Hay que ejercer esa vigilancia frente a todo comportamiento o actitud que pudieran llevar a tales desviaciones. En especial la práctica de discusiones informales entre camaradas, particularmente sobre cuestiones que atañen a la vida de la organización, que en cierto forma son inevitables, deben limitarse lo más posible y, en cualquier caso, deben hacerse de forma responsable. Mientras el marco formal de las diversas instancias de la organización, empezando por las secciones locales, es el que mejor se presta tanto para las actividades y declaraciones responsables como para una reflexión consciente y realmente política, el marco “informal” da mayor cancha a actitudes y palabras irresponsables marcadas por la subjetividad. En particular es importante cerrar la puerta expresamente a cualquier campaña de denigración contra miembros de la organización (como, evidentemente, contra un órgano central). Tal vigilancia debe hacerse tanto contra los deslices propios como frente a los ajenos. En este terreno, como en otros, los militantes más experimentados, y especialmente los miembros de los órganos centrales, deben observar un comportamiento ejemplar dado el impacto que pueden provocar sus palabras. Ello es más importante aún, y más grave, cuando se dirigen hacia camaradas nuevos:
Para concluir esta parte sobre las relaciones entre la organización y los militantes hay que recordar y resaltar que la organización no es una suma de militantes. En su lucha histórica por el comunismo, el ser colectivo del proletariado hace surgir, como parte de si mismo, otro ser colectivo que es la organización revolucionaria. Cualquier otra visión, especialmente la de la organización como una suma de militantes es presa de la influencia de la ideología burguesa y constituye una amenaza de muerte para la organización.
Sólo a partir de esta visión colectiva y unitaria de la organización se puede comprender la cuestión de la centralización.
Aunque ésta era una cuestión central del Informe de actividades para el Xº Congreso Internacional la parte de este texto que se dedica a la cuestión de la centralización será menos extensa que las precedentes y se compondrá, en gran parte, de extractos de los textos fundamentales acompañados de los comentarios necesarios frente a las incomprensiones que se han desarrollado en estos últimos tiempos; esto es así porque, de un lado las dificultades que han encontrado la mayor parte de las secciones no atañen directamente a la cuestión de la centralización, y de otro que es más fácil comprender la cuestión de la centralización cuando se ha entendido claramente la relación entre la organización y sus militantes.
a) Unidad de la organización y centralización
“El centralismo no es un principio abstracto o facultativo de la estructura de la organización. Es la concreción de su carácter unitario. Expresa que es una misma y única organización la que toma posición y actúa dentro de la clase” (Informe de 1982, punto 3).
“En las relaciones entre las diferentes partes de la organización y el todo, siempre prima el todo... Hay que proscribir absolutamente la concepción según la cual tal o cual parte de la organización puede adoptar frente a la clase o a la organización posiciones o actitudes que le parezcan correctas en lugar de las de la organización que estima erróneas ... la responsabilidad de los miembros que creen defender una posición correcta, y piensan que la organización va por mal camino, no es salvar su pellejo por su cuenta sino luchar dentro de la organización para llevarla al ‘camino recto’” (Idem, punto 3).
“En la organización el todo no es la suma de las partes. La organización delega en ellas el cumplimiento de tal actividad particular (publicaciones territoriales, intervenciones locales, etc.) y son por tanto responsables, ante el conjunto, del mandato que han recibido” (Idem, punto 4).
Estos breves recordatorios del Informe de 1982 ponen en evidencia la insistencia, que es el eje principal de ese documento, en la unidad de la organización. Las diversas partes de la organización solo pueden concebirse como partes de un todo, como delegaciones e instrumentos de ese todo. ¿Hay que repetir, una vez más, que esta concepción debe estar presente en todas las partes de la organización?
A partir de esa insistencia sobre la unidad de la organización el Informe introduce la cuestión de los Congresos (sobre la que no vamos a volver aquí) y de los órganos centrales.
“El órgano central es una parte de la organización y, como tal, es responsable ante ella cuando ésta se reúne en Congreso. Sin embargo es una parte cuya especificidad es expresar y representar al todo, por ello las posiciones y decisiones del órgano central priman siempre sobre las de otras partes de la organización tomadas por separado” (Idem, punto 5).
“... El órgano central es un instrumento de la organización, y no a la inversa. No es la cumbre de una pirámide como en las visiones jerárquicas o militares, sino que constituye un tejido tupido y unido en el que se imbrican y viven todos sus componentes. Por tanto hay que ver al órgano central más bien como el núcleo de una célula que coordina el metabolismo de una entidad viva” (Idem, punto 5).
Para entender la centralización es fundamental esta última imagen, pues permite comprender plenamente que en el seno de una organización unitaria puede haber varios órganos centrales con escalas de responsabilidad diferentes. Si se considera la organización como una pirámide cuyo órgano central seria su cima nos vemos abocados a una figura geométrica imposible: una pirámide que tiene una cima y está formada por un conjunto de pirámides que cada tiene su propia cima. En la práctica una organización así seria tan aberrante como esa figura geométrica y no podría funcionar. Las administraciones y laS empresas privadas tienen una estructura piramidal: para poder funcionar las responsabilidades se atribuyen, necesariamente, de arriba a abajo. Ese no es en nada el caso de la CCI que dispone de órganos centrales elegidos a diferentes niveles territoriales. Tal modo de funcionamiento se corresponde con el hecho de que la CCI es una entidad viva (como lo una célula o un organismo) en la que las diversas instancias organizativas son vínculos de un todo unitario.
En una concepción así, que se expresa de forma detallada en los estatutos, no debe haber conflictos, oposiciones, entre las diversas estructuras de la organización. Evidentemente, como en cualquier otra parte de la organización, pueden surgir desacuerdos lo que es algo normal y forma parte de su vida. Cuando esos desacuerdos desembocan en conflictos es que, de alguna manera, se ha perdido esta concepción de la organización y se ha introducido una visión piramidal que necesariamente conduce al enfrentamiento entre las diferentes “cimas”. Tal dinámica que conduce a la aparición de varios “centros”, y por tanto a que se opongan entre sí, pone en peligro la unidad de la organización y, por tanto, su propia existencia.
* * *
Lo relativo a la organización y al funcionamiento, que son de suma importancia, resulta más difícil de comprender ([19]). Su comprensión, mucho más que en otras cuestiones, es tributaria de la subjetividad de la subjetividad de los militantes y, por ello, puede constituir un canal privilegiado de penetración de ideologías ajenas al proletariado. Estas cuestiones, por excelencia, jamás se adquieren definitivamente. Por ello deben ser objeto de una atención y vigilancia sostenida tanto por parte de la organización como por la de todos los militantes (...)
(14/10/1993)
[1] La CCI, a imagen de la 2ª Internacional y de la Internacional comunista, se dota de un órgano central internacional, el Buró Internacional (BI) compuesto de militantes de diferentes secciones territoriales. Este se reúne regularmente en sesiones plenarias (BI plenario) y entre esas reuniones la continuidad del trabajo internacional la asume el Secretariado Internacional (SI) que es una subcomisión permanente de aquel.
[2] “Los textos de la Conferencia extraordinaria, menos aún que los demás textos fundamentales de la CCI, no se hicieron para ser enterrados en el fondo de un cajón o bajo una pila de papeles. Deben ser una referencia constante en la vida de la organización” (Resolución de Actividades del Vº Congreso de la CCI).
[3] Tampoco se privaba de tildarlo frecuentemente de judío y alemán, dos orígenes que Bakunin detestaba: “Es un compendio (...) de todos los relatos absurdos y sucios que la maldad, más perversa que espiritual, de los judíos alemanes y rusos, sus amigos, sus agentes, sus discípulos [de Marx] ha propagado y dirigido contra todos nosotros, pero sobre todo contra mí... ¿Recuerdan el artículo del judío alemán M. Hess en Le Réveil... reproducido y desarrollado por los Borkheim y otros judíos alemanes del Volksstaat?” (Respuesta de Bakunin a la Circular del Consejo general de Marzo 1872 sobre “Las pretendidas escisiones de la Internacional”). Igualmente hay que señalar que Bakunin, al que los anarquistas presentan como una especie de “héroe sin miedo ni mancha” hacia gala de una buena dosis de hipocresía y duplicidad. De hecho, en el mismo momento que comenzaba a tramar sus intrigas contra el Consejo general y contra Marx le escribía a este último: “Yo hago ahora lo que tú comenzaste hace 20 años... Mi patria ahora es la Internacional, de la cual tú eres uno de los principales fundadores. Observa pues, querido amigo, que yo soy tu discípulo y que estoy orgulloso de serlo” (22/12/1868).
[4] La fórmula defendida por Lenin: “Es miembro del partido quien reconoce su programa y apoya al partido tanto materialmente como militando personalmente en una de sus organizaciones”. La fórmula defendida por Martov (y adoptada por el Congreso gracias a los votos de Bund): “Es miembro del partido quien reconoce su programa y apoya al partido tanto materialmente como trabajando bajo el control y la dirección de una de sus organizaciones”.
[5] Es significativo que estos tres militantes, lo mismo que Plejánov que se unió a los mencheviques algunos meses después del Congreso, fueron social-chovinistas durante la guerra y se opusieron a la Revolución de 1917. Sólo Martov adoptó una postura internacionalista pero, más tarde, tomó posición en contra del poder de los soviets.
[6] Esta es la respuesta del bolchevique Russov (citado y saludado por Lenin en Un paso a delante dos pasos atrás): “En boca de revolucionarios se escuchan discursos singulares en claro desacuerdo con la noción del trabajo del Partido, de la ética del partido... Colocándonos en ese punto de vista ajeno al Partido, en ese punto de vista pequeño burgués, nos encontraremos en cada elección ante la cuestión de saber si Pétrov no se molestaría al ver que en su lugar se ha elegido a Ivanov... Por tanto, camaradas ¿a dónde nos va a conducir esto?. Estamos reunidos no para dirigirnos mutuamente amables discursos ni para intercambiar afables cumplidos, sino para crear un Partido y no podemos aceptar, en modo alguno, ese punto de vista. Hemos de elegir responsables y aquí no cabe la falta de confianza de tal o cual que no ha sido elegido; lo único que debe saberse es si es a favor de la causa y si la persona elegida es la adecuada para el puesto en el que se le ha designado”. En el mismo folleto, Lenin, resume así los retos de ese debate: “La lucha del espíritu pequeño burgués contra el espíritu de partido, las peores ‘consideraciones personales’ contra los objetivos políticos, las palabras vergonzosas contra las nociones elementales del deber revolucionario, he aquí lo que fue la lucha en torno a los seis y a los tres en la trigésima sesión de nuestro congreso” (los subrayados son de Lenin).
[7] En repetidas ocasiones algunos camaradas que estaban en desacuerdo con las orientaciones de la CCI en materia de organización ha afirmado que ese destino sistemáticamente “trágico” de las tendencias que hemos conocido revelaba una debilidad de nuestra organización y, especialmente, una política errónea por parte de los órganos centrales. Es conveniente aportar, al respecto, los siguientes elementos:
[8] MC fue un camarada que militó tras la oleada revolucionaria que siguió a la Primera Guerra mundial. A finales de los años 20 fue excluido del Partido comunista francés como opositor de izquierda que era. Militó en diversas organizaciones de la Izquierda comunista, en especial en la Fracción italiana. Fue el principal fundador de la Izquierda comunista de Francia, predecesor político de la CCI. Murió en diciembre de 1990 (ver los artículos que sobre él publicamos en la Revista internacional nos 65 y 66).
[9] “No es Chénier quien funda la tendencia y la crisis, sino que es la crisis latente en la CCI la que permite a Chénier catalizarla y manipularla por motivos que, si bien no han podido ser totalmente esclarecidos, tienen claramente más connotaciones patológicas y de ambición arribista que naturaleza política. La comisión no puede responder, ni en un sentido ni en otro, a si sus maniobras obedecían a órdenes exteriores – como lo sugieren ciertos testimonios – lo que sí podemos afirmar es que se trata de un sujeto profundamente turbio, ruin e hipócrita, perfectamente susceptible de servir a cualquier causa con el fin de destruir, desde dentro, toda organización en la que logre infiltrarse” (Informe de la Comisión de Encuesta). Para aquellos camaradas que no han vivido este periodo de la historia de la CCI se pueden dar algunas ilustraciones muy significativas de la personalidad y el comportamiento de Chénier:
Ésa la calaña del personaje que la CCI había tenido la debilidad, por falta de vigilancia, de permitir que entrara en sus filas. Hay que señalar que este elemento llegó a ser miembro de la CE de RI, y no es descabellado pensar que de no haberle desenmascarado tan rápidamente podría haber llegado a ser miembro del BI.
[10] En una "Advertencia al medio revolucionario", publicada en Acción proletaria nº 78 (marzo-abril de 1988) escribíamos al respecto: “Por la presente declaración queremos dar a conocer públicamente la suspensión inmediata de nuestra organización internacional del denominado “Albar”. Esta medida la hemos tomado como consecuencia de un examen riguroso del comportamiento de esta persona que juzgamos absolutamente incompatible don la pertenencia a toso grupo revolucionaria proletario. CCI.”
[11] En un texto escrito en 1980 el camarada MC ya plantea esta cuestión: “No quisiera detenerme en este tipo de recriminaciones pues, más que desconsoladora, la encuentro indecente. Cuando se conoce, aunque sea un poco, lo que era la vida de los militantes revolucionarios, no solo en los momentos excepcionales como la guerra o la revolución, sino su vida corriente, ‘normal’, cuando se piensa por ejemplo lo que era la vida de los militantes de la Fracción italiana en los años 30, todos ellos emigrados y gran parte de entre ellos expulsados, ilegales, obreros no cualificados, desempleados, siempre con trabajos y residencias inestables, con hijos (sin poder contar con ningún apoyo o sostén de la familia que está tan lejos) que, con frecuencia, no saciaban su hambre, esos militantes que en esas condiciones proseguían su actividad 20-30-40 años... no se puede escuchar las quejas y recriminaciones de cierto ‘críticos’ sin hallarlas pura y simplemente indecentes. En vez de lloriquear, debemos tomar más conciencia de que el grupo y los militantes viven actualmente en condiciones excepcionalmente favorables. Hasta el presente no hemos vivido la represión, ni la clandestinidad, ni el paro, ni dificultades materiales mayores. Por eso, hoy más que nunca, el militante no debe hacer recriminaciones de carácter personal sino tener siempre a gala dar lo máximo que pueda, sin esperar siquiera a ser solicitado” (MC, “La organización revolucionaria y los militantes” 1980).
[12] “Es un desatino ver en la elección de camaradas a comisiones no se sabe qué ‘ascenso’ y considerarla como un honor y un privilegio. Ser nombrado para una comisión es una carga de responsabilidades suplementarias, y hay muchos camaradas que desearían librarse de ellas. Y mientras esto no sea posible lo importante es que las cumplan lo más a conciencia que se pueda. Es importante velar para que la verdadera pregunta de ‘cumplen bien las tareas que se les ha confiado’ no sea sustituida por la falsa cuestión, típicamente izquierdista, de ‘la carrera por los puestos de honor’” (MC, 1980).
[13] “La visión proletaria es completamente distinta. Dado que es una clase histórica y la última clase de la historia, su visión tiende de entrada a ser global, y en ésta los diversos momento son solo aspectos, momentos de un todo. Por ello la militancia comunista no está condicionada por ‘qué lugar ocupo yo’, ni motivada por la ambición individual por legítima que parezca. Ya sea escribiendo o estrujándose el cerebro con una cuestión teórica, pasando a máquina, imprimiendo un panfleto, manifestándose en la calle, o difundiendo un periódico que han escrito otros camaradas, se es siempre el mismo militante porque la acción en la que se participa es siempre política y cualquiera que sea la práctica particular es siempre producto de una opción política y expresa su pertenencia a esta unidad, a ese cuerpo político: el grupo político” (MC, 1980).
[14] “La división de la sociedad en clases antagónicas no se manifiesta solo en la división de hecho entre trabajo teórico y trabajo práctico, entre teoría y práctica, dirección que decide y base que ejecuta, sino también en la obsesión intelectual que hace de ese hecho un eje central de preocupación, lo que expresa que no se ha llegado a superar ese plano, y que aún se sitúa en el mismo terreno, se le da la vuelta a la medalla pero ésta se conserva” (MC, 1980).
[15] Era la prueba de que Plejanov empezaba a ser presa de la ideología burguesa (él, que había escrito el excelente libro El papel del individuo en la historia): a fin de cuentas la diferencia de actitud entre Lenin y Plejanov sobre esta cuestión prefiguraba, en cierta forma, la actitud que posteriormente tendrían respecto a la revolución del proletariado.
[16] “En la segunda mitad de los años 60 se constituyen pequeños núcleos, pequeños círculos de amigos, compuestos por elementos en su mayoría muy jóvenes, sin ninguna experiencia política y que vivían en el medio estudiantil. En el plano individual ese encuentro parece fruto de pura casualidad. En el plano objetivo – el único que puede darnos una explicación real – estos núcleos corresponden al final de la reconstrucción de la posguerra y a los primeros signos de que el capitalismo está de nuevo entrando en una fase aguda de crisis permanente que hace resurgir la lucha de clases.
Más allá de lo que pudieran pensar los individuos que componían esos núcleos, se imaginaban que lo que les unía era su afinidad afectiva, la amistad, el deseo de hacer juntos su vida cotidiana, estos núcleos solo sobrevivieron en la medida en que se politizaron, o se volvieron grupos políticos, cosa que sólo pudieron hacer cumpliendo y asumiendo conscientemente su destino. Los núcleos que no alcanzaron esa conciencia fueron engullidos y se descompusieron en el pantano izquierdista, modernista o simplemente desaparecieron del mapa. Esa es nuestra propia historia. Ese proceso de transformación de un círculo de amigos en grupo político, en el que la unidad basada en el afecto, las simpatías personales, el mismo modo de vida cotidiano debe ceder el sitio a un cohesión política y una solidaridad basada en la convicción de que se está comprometido en un mismo combate histórico: la revolución proletaria, no estuvo exento de dificultades...
No debemos confundir la organización política que somos con las ‘comunidades’, tan queridas por el movimiento estudiantil, cuya única razón de ser es la ilusión de algunos individuos descontentos de poder sustraerse, en conjunto, a las obligaciones que la sociedad decadente les impone y ‘realizar’ así mutuamente su vida personal” (MC, 1980).
[17] “... En una organización burguesa la existencia de divergencias se basa en la defensa de tal o cual orientación de gestión del capitalismo, o más sencillamente en la defensa de tal o cual sector de la clase dominante o de tal o cual camarilla, orientaciones e intereses que se mantienen de forma duradera y que hay que conciliar mediante una ‘reparto equitativo’ de los puestos entre quienes las representan. No hay nada de eso en una organización comunista, en ella las divergencias no expresan en absoluto que se defiendan intereses materiales, personales o de grupos de presión particulares, sino que son la traducción de un proceso vivo y dinámico de clarificación de los problemas que se le plantean a la clase, y su destino como tales es absorberse fruto de una discusión profunda y a la luz de la experiencia histórica” (Informe de 1982, punto 6).
[18] Es importante, a este respecto, que la costumbre de invitarse a comer o a encuentro “privados” se realice con sentido de la responsabilidad. Reunirse entre camaradas alrededor de una buena mesa puede ser una excelente ocasión para reforzar los vínculos entre miembros de la organización, desarrollar entre ellos sentimientos de fraternidad, superar la atomización que engendra la sociedad actual (especialmente los camaradas más aislados). Sin embargo hay que velar para que esta practica no se transforme en una “política de clan”:
[19] Baste con decir que un revolucionario de la talla de Trotski demostró en bastantes ocasiones que no entendía muy bien esos problemas.