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Revista internacional n° 69 - 2° trimestre de 1992

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Revista internacional n° 69 - 2° trimestre de 1992

Situación internacional: Guerras, barbarie, lucha de clases

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Situación internacional:

Guerras,  barbarie,  lucha  de  clases

La única solución contra la espiral de las guerras y de la barbarie es la lucha de clases internacional Desde que empezó la « era de paz y de prosperidad para la humanidad » con el derribo del muro de Berlín, la desaparición del bloque del Este y el desmoronamiento de la URSS, nunca antes habían sido tan numerosos los conflictos locales. Nunca antes había estado tan presente el militarismo, nunca antes habían alcanzado tales cotas las ventas de armamento de todo tipo, nunca había sido tan inminente la amenaza de diseminación nuclear, nunca habían ido tan lejos los proyectos y la planificación de nuevas armas, incluso en el espacio ; como nunca los seres humanos habían padecido tanta hambre, tantas miserias, explotación, guerras y matanzas, nunca, desde que existe el capitalismo, una proporción tan elevada de la población mundial había sido expulsada de la producción, condenada definitivamente en su gran mayoría, al desempleo, a la pobreza absoluta, al pordioserismo total, a la chapucilla para ir tirando, a la delincuencia muy a menudo, abocada a la guerra y las masacres nacionalistas, interétnicas y demás...

La recesión económica abierta se está profundizando en los países industriales, en las mayores potencias y muy especialmente en la primera de ellas, los Estados Unidos, precipitando a cientos de miles de obreros en la pesadilla del desempleo, en la miseria. La era de paz y de prosperidad prometida por el presidente de EEUU, Bush y por toda la burguesía mundial, está apareciendo como la era de guerras y de crisis económica.

Caos y anarquía en todos los rincones del planeta

La URSS ya no existe. Gorbachov fuera. Una CEI nacida muerta. Las tensiones entre las repúblicas se agudizan cobrando un carácter cada día más agresivo. Los Estados recién nacidos se pelean por el despojos de la extinta Unión. Lo más importante en juego: los restos del ejército rojo, sus armas convencionales sí, pero sobre todo las nucleares (de 33.000 a 35.000 cabezas nada menos). Se trata de formar los ejércitos nacionales más poderosos para así asegurar los intereses... imperialistas de cada cual respecto a su vecino. Lo que hoy predomina sin tapujos en la ex URSS es el imperio de cada uno por su cuenta y para sí, el chantaje nuclear empleado por turno primero por unos y luego por otros: a pesar de las presiones internacionales (occidentales), Kazajstán se niega a decir si va a hacer entrega o no de sus armas tácticas y sobre todo estratégicas de su territorio; Ucrania se apodera de una división de bombarderos nucleares (17 de febrero) e intenta quedarse con la flota del mar Negro. La Rusia de Yeltsin, aún estando al mando del ejército “unificado” de la CEI, o sea en teórica posición de fuerza con relación a los demás, llega incluso a temer un posible conflicto nuclear con Ucrania ([1]). Eso da idea de la naturaleza, de las relaciones y del papel de lo militar y de la fuerza entre los nuevos Estados: las relaciones son de entrada imperialistas y antagónicas; lo único en lo que se basan es en la potencia militar y especialmente en la nuclear.

Esta situación conflictiva es tanto más aguda al ser catastrófica la situación económica. El 90 % de la población rusa vive por debajo del umbral de pobreza. El hambre amenaza a pesar de las ayudas occidentales. La producción industrial ha bajado brutalmente a la vez que la liberación de los precios ha acarreado una inflación de tres dígitos, una inflación de tipo suramericano. Esta quiebra total está echando leña al fuego en las peleas entre los nuevos Estados: “La guerra económica entre las repúblicas ya ha empezado” afirmaba el 8 de enero pasado  Anatoli Sobchak, alcalde de San Petersburgo.

 

Esta oposición de intereses tanto políticos como económicos está acelerando el caos, multiplicando las tensiones, los conflictos, las guerras locales y las matanzas de poblaciones, entre las diferentes nacionalidades de lo que ya hoy podemos también llamar ex-CEI. Las repúblicas se enfrentan por la herencia militar dejada por la fallecida URSS. Casi todas andan a la greña por el trazado de las fronteras que las separan: si Crimea pertenece a Ucrania o a Rusia es el caso más conocido. Cada república se las ve con una o varias minorías nacionales que declaran su independencia, con las armas en la mano, formando milicias: el Alto Karabaj y la minoría armenia en territorio azerí; los Chechenos en Rusia que atacan los cuarteles para hacerse con armas; por todas partes, las minorías rusas tienen ahora miedo, en Moldavia, en Ucrania, en el Cáucaso y en la repúblicas de Asia central. Y Georgia, desgarrada por los peleas salvajes y asesinas entre partidarios del presidente Gamsajurdia, “elegido democráticamente”, por un lado y sus principales ministros y sus milicias armadas del otro lado. Muertos por todas partes, heridos, matanzas de paisanos, destrucciones a mansalva, odio y terror nacionalistas de pueblos que hasta ahora habían vivido juntos, que juntos habían tenido que soportar el terror del capitalismo de Estado al modo estalinista. Hoy, es la desolación y el caos lo que por todas partes impera.

Esta situación de explosión de la ex-URSS, esa situación de total anarquía sangrienta, ha despertado los apetitos imperialistas locales, contenidos durante largo tiempo por la omnipotencia “soviética”, y son portadores de enfrentamientos todavía más amplios. Irán y Turquía se han puesto a ver quién corre más para ser el primero en instalar sus embajadas en las repúblicas musulmanas de la ex-URSS. La prensa iraní acusa a Turquía de querer “imponer el modelo occidental” a esas repúblicas para que así pierdan su “identidad musulmana”. Turquía, apoyada por EEUU, utiliza a las nacionalidades turcófonas (uzbekos, kazajos, kirguises, turcomanos) para adelantarse a Irán, país que intenta apoyarse en Pakistán en esta lucha imperialista...

La desaparición de la división del mundo en dos grandes bloques imperialistas ha sido el fin de una disciplina y unas reglas impuestas, disciplina y reglas “estables”, que regían los conflictos imperialistas locales. Hoy, éstos estallan por todas partes y en todas direcciones. La explosión de la URSS no ha hecho sino agravar ese fenómeno. Por todas partes, en todos los continentes, estallan y se desarrollan nuevos conflictos sin que se hayan apagado, ni mucho menos, los anteriores focos de guerra.

Filipinas y Birmania sufren guerrillas sangrientas y permanentes (China ha vendido por más de mil millones de dólares de armamento a Birmania). La mayor anarquía se está desplegando en Asia central. Prosiguen en Oriente Medio enfrentamientos militares de todo tipo (Kurdistán, Líbano) a pesar de que la región se ha “calmado” después del terrible aplastamiento de Irak durante la guerra del Golfo.

África es un continente a la deriva: represiones sangrientas, revueltas de poblaciones hambrientas, golpes de Estado, guerrillas y enfrentamientos interétnicos a mansalva, en medio de un desastre económico total. Las tensiones imperialistas se agudizan entre Egipto y Sudán. El caos social alcanza a Argelia, prosiguen las peleas en Chad, en Yibuti se arma la gresca entre las tribus afares y las issas que componen aquella diminuta república.

“África no cesa de pelearse con el fantasma de la inseguridad alimenticia. (...) Son necesarias ayudas de urgencia en Etiopía, Sierra Leona, incluso en Zaire. Guerras civiles, desplazamientos masivos de poblaciones, sequía, ésas son las causas invocadas por la FAO” ([2]). Ni que decir tiene que lo de la “inseguridad alimenticia” es una elegante manera de evitar la palabra directa de “hambre”.

Comparada con África, Latinoamérica podría parecer un remanso de paz. Hay que decir que “disfruta” de una vigilancia particular del gran vecino del norte. El continente sigue siendo el patio trasero de EEUU. Sin embargo, aunque los antagonismos, numerosos, entre Argentina y Chile, entre Perú y Ecuador, que han dado lugar a recientes escaramuzas militares, por sólo citar dos de los múltiples contenciosos fronterizos, están siendo contenidos, no por eso el continente está menos marcado por una extrema violencia. Violencia de guerrillas (Perú, Colombia, Centroamérica), violencia de la represión estatal contra poblaciones hambrientas (revueltas en Venezuela), violencia resultante de una descomposición muy avanzada de los Estados (guerras entre bandas y cárteles de la droga en Colombia, Perú, Brasil, Bolivia; asesinatos de niños ejecutados por policía y milicias, niños abandonados por millones, sin exageración alguna, niños que sufren hambre, embrutecidos por las drogas, abandonados a su suerte en inmensas barriadas de lata y cartón, auténticas cloacas, que rodean las ciudades).

 

Esta lista de caos y guerras, esta siniestra ristra de matanzas y terror sobre las poblaciones no quedaría completa sin mencionar a Yugoeslavia. Este país ya no existe. Ha estallado en medio del fuego y la sangre. Durante meses se han degollado mutuamente serbios y croatas y las tensiones aumentan entre las tres nacionalidades que componen Bosnia-Herzegovina. Se están cociendo nuevos enfrentamientos a pocos cientos de kilómetros de los grandes centros industriales de Europa. Al igual que con el estallido de la URSS, la explosión de Yugoeslavia reaviva viejas tensiones y crea otras nuevas: la voluntad de independencia de Macedonia, por ejemplo, hace aumentar antagonismos entre Grecia y Bulgaria. Y, sobre todo, se están incrementando más todavía las tensiones entre las grandes potencias, Alemania, EEUU, y en el seno de Europa.

Es ése un retrato rápido, una instantánea muy incompleta, aterradora y dramática, del mundo, de la que por ahora hemos excluido la situación en los grandes países industriales, Estados Unidos, Japón y Europa occidental, que trataremos después. Así es el mundo capitalista que se está pudriendo, que se está descomponiendo. Así es la sociedad capitalista, que no ofrece sino miseria y guerras a la humanidad.

Venta de armas en todas direcciones

Por si alguien dudara de esa perspectiva bélica, las ventas de armas acabarían por convencerle.

Las ventas de armas, desde las más sencillas a las más sofisticadas y mortíferas están escapando a todo control. El planeta se ha convertido en un inmenso supermercado de armamento en el que los vendedores se dedican a una áspera competencia. La desaparición del bloque del Este y la catástrofe económica que afecta a los países de Europa central y de la CEI (ex-URSS) han lanzado al mercado el impresionante arsenal del difunto Pacto de Varsovia, machacando los precios : cientos de carros de combate vendidos a peso, ¡10.000 dólares la tonelada! ([3]).

En 1991, la ex-URSS habría vendido por 12.000 millones de $ en armas. Rusia y Kazajstán vendieron 1000 tanques T-72 y submarinos a Irán. “Informaciones recogidas por los servicios occidentales afirman que la compañía Glavosmos, común a ambos Estados, propone, a sus clientes extranjeros, propulsores de misiles balísticos SS-25, SS-24 y SS-18 para usarlos, en su caso, como lanzadores espaciales” ([4]).

La Checoeslovaquia  del “humanista” Vaclav Havel ha entregado la mayor parte de los 300 tanques vendidos a Siria. Este país, Irán y  Libia habrían comprado a Corea del Norte misiles Scud “mucho más precisos y eficaces que los misiles Scud soviéticos que Irak lanzó durante la guerra del Golfo” ([5]).

Aunque inquietas por esas compras masivas y en todas direcciones, las grandes potencias participan en esos gigantescos saldos. Estados Unidos quiere vender más de 400 carros a bajo precio a España. “Alemania ha prometido entregar a Turquía materiales procedentes de los stocks del antiguo ejército “oriental”, por valor de unos 1000 millones” ([6]).

Al ser imperialistas todos los países, las compras que unos hacen obligan a los demás a seguir, incrementándose así las tensiones: “Irán compra por lo menos dos submarinos de ataque nuevos construidos por los rusos. Arabia Saudita quiere comprar 24 aviones de caza F-15E MacDonnell Douglas para trasformar sus fuerzas aéreas y poder así oponerse a esos submarinos iraníes” ([7]).

Todos los Estados capitalistas, o sea todos, los grandes, los pequeños y los medianos, se ven arrastrados a los enfrentamientos imperialistas, a tensiones en aumento, a la carrera armamentística, a la cima del militarismo.

Aunque el miedo al caos empuja a la acción común de las grandes potencias detrás de Estados Unidos...

Existe una preocupación real frente al caos que está afectando al mundo capitalista, que empuja a las burguesías nacionales más poderosas a intentar acallar sus oposiciones imperialistas.

Tras el desmoronamiento del bloque del Este, EEUU, Alemania, los demás países europeos, se guardaron bien primero de no acelerar el desorden en los países del ex-Pacto de Varsovia. Apoyaron todos, en especial, los esfuerzos de Gorbachov por mantener la unidad y la estabilidad de la URSS y que se mantuviera él en el poder. Pero, como confirmación de sus temores, ha ocurrido lo peor. Lo que ahora preocupa a esos países es el caos económico y social que se está extendiendo, las consecuencias posibles del hambre como las emigraciones masivas, los riesgos de desórdenes militares de todo tipo y, muy especialmente, la cuestión candente del control de las armas nucleares tácticas y estratégicas. Existe un riesgo muy grave de diseminación nuclear. De hecho, hay cuatro nuevos Estados inestables, en lugar de uno solo, que poseen armas de destrucción masiva de ese tipo. Y aunque le es fácil a Estados Unidos el vigilar las armas “estratégicas”, no es lo mismo para las armas “tácticas”. O dicho claramente, las “bombitas” atómicas son muy móviles, están dispersas, cualquiera puede apoderarse de ellas, utilizarlas o venderlas, habida cuenta de la anarquía y el caos que impera. Ésa es la razón de las conferencias de ayuda a la CEI, de las propuestas de desmantelamiento de las armas nucleares, de los acuerdos entre EEUU y Alemania para asegurar el empleo de los sabios atomistas de la ex URSS: intentar mantener un mínimo control sobre lo nuclear y limitar la extensión del caos.

Los antagonismos imperialistas, cada día más fuertes, agudizan las tensiones

Presentando ante el Congreso los diferentes escenarios de guerra que USA podría enfrentar el futuro, el jefe del Pentágono, el General Powell, precisa que “la amenaza real con la que nos enfrentamos ahora es la amenaza de lo desconocido, de lo incierto” ([8]). Y en función de esa incógnita los Estados Unidos cambian de estrategia militar con una versión de la guerra de las galaxias de Reagan adaptada a la nueva situación internacional, y a su temor a que estallen guerras nucleares por sorpresa e incontrolables : el GPALS, “sistema de protección global contra lanzamientos accidentales o limitados” (Global Protection Against Limites Strikes), que tendría la finalidad de neutralizar por completo cualquier lanzamiento de misil nuclear venga de donde venga o vaya a donde vaya.

Los Estados Unidos defienden su hegemonía

EEUU son los primeros interesados en luchar contra el caos en general y contra el riesgo de conflictos locales atómicos incontrolados, en particular, pues éstos podrían poner en entredicho su posición imperialista dominante. Lo hemos visto durante la guerra del Golfo ([9]), durante las Conferencias de paz en Oriente Medio, de las que han quedado excluidos los países europeos ([10]). Esto ha podido comprobarse últimamente una vez más con la Conferencia sobre ayudas a la CEI, reunida en Washington, en la que los EEUU lo regimentaron todo, organizando a su guisa las agendas de cada día, nombrando las comisiones y a sus presidentes según su propia conveniencia, reduciendo una vez más a los demás países europeos, a Alemania y sobre todo a Francia, al papel de comparsas impotentes, ridiculizados cuando la puesta en escena mediática de los primeros envíos aéreos de ayuda alimenticia a Rusia.

El programa GPALS, el cual, dicho sea de paso, pone en evidencia lo mucho que se lo creen las burguesías del mundo, la norteamericana en especial, el cuento de la “era de paz” que iba a reinar con el nuevo orden mundial de Bush, ese nuevo programa de “guerra de las galaxias” es también la última y muy significativa expresión de la voluntad hegemónica de los USA. En efecto, con ese programa se defendería la “seguridad colectiva desde Vancouver hasta Vladivostok (from V. to V.)”, o sea, que aseguraría sin duda definitivamente, o en cualquier caso durante largo tiempo, la supremacía militar estadounidense “desde V. hasta V.” sobre Europa y Japón.

En lo que a “reducciones” de gastos militares se refiere, a los “dividendos de la paz”, de lo que se trata para la burguesía estadounidense no es de reducir su esfuerzo armamentístico y de guerra, sino, sencillamente, mandar a la chatarra lo que ya no sirve, o sea, la mayoría del arsenal que apuntaba hacia la URSS y que tiene menos razones de existir. Van a procurar vender parte de ese arsenal a precios de saldo. ¿Y lo demás? Una montaña de chatarra que costó una fortuna (la mayor parte del gigantesco déficit estadounidense). En cambio, el presupuesto del programa de la guerra de las galaxias (SDI) aumenta 31 %. El coste total del programa sería de 46.000 millones de $: ¡la carrera de armamentos continúa!

Alemania cada día más presente en la escena imperialista mundial

Toda una serie de factores vienen a confirmar la tendencia, inevitable, de que Alemania aparezca como la principal potencia imperialista rival de Estados Unidos ([11]). Y la burguesía americana lo sabe muy bien. Desde el mes de septiembre de 1991, unos meses después de la demostración de fuerza de EEUU en el Golfo, el Washington Post revelaba los elementos de la nueva “arrogancia” (“assertiveness”) alemana: “Alemania amenaza con reconocer a Croacia y Eslovenia; arrastra a Europa a confirmar la independencia de los Estados bálticos; fustiga a sus aliados occidentales por sus vacilaciones sobre el problema de la ayuda a la URSS; exige la prohibición rápida de los misiles de corto alcance, propone que la CSCE forme su propia fuerza para mantener la paz, y emplaza a sus aliados para que le den más control sobre las tropas estacionadas en su territorio” ([12]).

“En diciembre, Alemania forzó a sus socios europeos a que reconocieran aquellas dos repúblicas apenas un mes después de la cumbre de Maastricht en donde se había adoptado el principio de una política extranjera  y de defensa común a petición de Bonn; el Bundesbank ha subido unilateralmente sus tipos de interés en medio punto, diez días después de esa cumbre, en la que se había confirmado el proceso de unión monetaria ; Alemania no facilita la discusión del GATT, a pesar de la promesa de Helmut Kohl de hacer concesiones sobre las subvenciones a los agricultores. En fin, los diplomáticos de Alemania están adoptando una actitud cada vez más imperial en Europa y Estados Unidos: ya se sabe que Kohl desea imponer el alemán como lengua de trabajo comunitario...” ([13]).

Las burguesías norteamericanas, inglesa, y también la francesa, aunque por diferentes razones, se ofuscan ante la nueva “assertiveness” alemana. Habían perdido la costumbre de ella. La apariencia de unidad que predominaba se está agrietando, pues Alemania está inevitablemente empujada a defender sus intereses imperialistas propios, y éstos son necesariamente antagónicos a los de Estados Unidos. En especial, se está volviendo urgente la revisión de la Constitución, la cual prohíbe enviar tropas al extranjero: “no se excluiría la puesta en servicio de medios militares para realizar objetivos políticos en Europa y en las regiones vecinas”.

En efecto, tras la guerra del Golfo, también Alemania ha puesto en evidencia sus límites en el asunto yugoeslavo: sin peso militar, y además ausente del Consejo de seguridad de la ONU, no ha podido ayudar lo suficiente a Croacia. Los Estados Unidos, al paralizar los esfuerzos de alto el fuego de la CEE, retrasando la decisión de mandar los cascos azules de la ONU, dejaron las manos libres al ejército federal, dominado por Serbia, para llevar a cabo una guerra sangrienta y rechazar las ambiciones territoriales de Croacia.

El imperialismo francés, entre dos males, escoge el menor

La burguesía francesa, que no acaba de conformarse con ser una potencia de segundo orden en la escena imperialista mundial, está atenazada entre su deseo de librarse de la pesada tutela norteamericana y su temor “ancestral” desde que existe el capitalismo, a la potencia alemana.

Francia cree haber encontrado la solución a su problema con la Europa de la CEE. En el marco de una Europa Unida, podría rivalizar con los USA y, a la vez, entre doce naciones, podría atajar y controlar a Alemania.

Por ahora, Francia está jugando la baza alemana, haciendo atrevidos guiños cuando dice estar dispuesta a poner su fuerza nuclear al servicio de una defensa europea. El ministro de Exteriores alemán ha reaccionado con “interés” ante tal propuesta. Mientras EEUU se otorgaba el papel del bueno en la Conferencia sobre la ayuda a la CEI (que Mitterrand había considerado inútil) y en la organización de la “Operación Esperanza” (Provide Hope), Francia proponía que fuera el G-7 quien organizara tal operación. El G-7 está presidido ahora por... Alemania.

Esta última no permanece insensible a los encantos franceses: tras la creación de la brigada mixta franco-alemana, se han hecho acuerdos para construir un “eurocóptero”, helicóptero militar naturalmente, y Alemania se está pensando en comprar el avión caza francés, Rafale.

Pero si hay algún día boda, será una boda de interés. No ha habido flechazo entre Francia y Alemania, como pudo verse en la cuestión yugoeslava, en la que Francia, « potencia mediterránea » tiraba más bien hacia los anglo-norteamericanos, temerosa de que Alemania alcanzara las orillas del Mediterráneo mediante Croacia, viendo así muy menguado el valor de parte de su dote. Por ahora, el idilio sigue. Pero le plantea problemas a Francia.

Las tensiones entre EEUU y Europa se acentúan

De hecho, Francia se encuentra en medio de una batalla que la sobrepasa: “El aumento de tensión entre Francia y Estados Unidos es la señal del advenimiento de una nueva era en la que los antiguos aliados parecen dispuestos a convertirse en nuevos rivales en dominios como el comercio, la estrategia militar y el nuevo equilibrio mundial, según algunos altos funcionarios americanos y franceses” ([14]).

La parte débil de la alianza franco-alemana, sobre la que está pegando duro la burguesía americana, es, evidentemente, Francia. Y pega con tanta más dureza porque Francia podría servir para que Alemania accediera al arma nuclear.

Los acontecimientos en Argelia, Chad y Yibuti, la inestabilidad social y política de esos países son aprovechados por EEUU para presionar sobre Francia, poniendo en entredicho la presencia de este país en sus zonas de influencia históricas, y eso después de haberla expulsado de Líbano. Ya sea con el FIS argelino, financiado por Arabia Saudita, ya sea en el gobierno de Yibuti, bajo influencia de Arabia Saudita y que cuestiona la presencia del ejército francés en su territorio, ya sea mediante Hissene Habré, el protegido de los norteamericanos hoy en Chad, la mano de EEUU está presente, apoyándose en el inenarrable caos que impera en esos países, caos que con su acción agrava todavía más, por sus intereses imperialistas, del mismo modo que la defensa de los apetitos imperialistas de Alemania en Yugoeslavia lo que hicieron fue incrementar la descomposición reinante en este país.

La presión estadounidense aumenta también en el plano económico, en el marco de las negociaciones del GATT con la CEE. También en esto, Francia es el país al que apuntan las amenazas sobre la cuestión de las subvenciones agrícolas. Ligando estrechamente los problemas de seguridad y la presencia militar americana en Europa con el tema del cambio de posición sobre el GATT ([15]), los Estados Unidos están ejerciendo un auténtico chantaje a los países europeos para dividirlos. Como lo dice un periódico búlgaro, Duma: “mientras Europa construye, ladrillo a ladrillo, “la casa común europea desde el Atlántico al Ural”, los Estados Unidos la están destruyendo, ladrillo a ladrillo, con la consigna de “desde Vancouver hasta Vladivostok”” ([16]).

Japón, otra potencia imperialista en auge

Japón está desempeñando cada día más un papel político internacional, aunque esté todavía lejos de sus ambiciones. Al viaje de Bush por Asia, y a Japón especialmente, que tenía como objetivo principal el nuevo despliegue de las fuerzas militares estadounidenses del Pacífico (base militar en Singapur), le han seguido declaraciones repetidas de dirigentes japoneses sobre “el analfabetismo de los obreros americanos” y “su falta de ética” y eso tras las presiones de EEUU para que Japón abriera su mercado a los productos americanos. Más allá de esas anécdotas de segundo orden, pero reveladoras del clima y del despertar de la “assertiveness” de la burguesía japonesa, Japón reivindica más y más un papel político de primer orden que desempeñar en el escenario imperialista: está planteando la cuestión de la recomposición del consejo permanente de la ONU; está en cabeza de la fuerza de la ONU en Camboya; interviene cada día más en el continente asiático (China, Corea), provocando inquietud a Estados Unidos ([17]) ; exige cada día con mayor insistencia la devolución por Rusia de las islas Kuriles (con el apoyo de Alemania).

Japón va mucho más deprisa que Alemania en cuestiones militares. La revisión de una Constitución que limita el envío de cuerpos armados al extranjero está mucho más avanzada. Y sobre todo “está almacenado enormes cantidades de plutonio. Unas cien toneladas. Mucho más de lo que pueden consumir sus 39 centrales nucleares actuales (...). La perspectiva de un Japón estable y pacifista transformado en potencia nuclear no es a priori algo alarmante. Sin embargo, Japón se está dando los medios de fabricar armas nucleares, y cada paso suplementario puede acarrear graves consecuencias internacionales” ([18]).

Es evidente: el nuevo orden mundial que iba a aportar paz a la humanidad está cargado de amenazas. Por un lado, el caos y la descomposición invaden el planeta y agudizan conflictos locales de toda índole, rivalidades y guerras imperialistas regionales, y, por otro lado, los antagonismos imperialistas entre las grandes potencias que son cada día más agudos y tensos. Su desarrollo, por ahora casi “soft” como dicen los finos, bien educado, podría decirse hasta cortés y mesurado, va a ponerse al rojo, a acelerarse y agravar los efectos de la descomposición del mundo capitalista, el caos y la catástrofe social y económica. En realidad ya los está acelerando y agravando.

Una única alternativa a la barbarie capitalista: el comunismo

Frente a la barbarie de un mundo capitalista en el que lo trágico se pelea con lo absurdo, la única fuerza capaz de ofrecer una alternativa a este atolladero histórico, el proletariado, está todavía sufriendo el contragolpe de los acontecimientos que han marcado la caída del bloque del Este y de la URSS. Las mentirosas campañas ideológicas internacionales que la burguesía ha lanzado sobre “el fin del comunismo”, asimilándolo al estalinismo, sobre la “victoria definitiva del capitalismo”, han logrado momentáneamente borrar de las conciencias de las grandes masas obreras toda perspectiva de posibilidad de otra sociedad, de una alternativa al infierno capitalista.

Este desconcierto que afecta al proletariado y la baja de su combatividad ([19]) han venido a añadirse a las dificultades crecientes que encuentra debidas a la descomposición social. La lumpenización, la desesperanza y el nihilismo que ya están afectando a amplias partes del proletariado mundial (en el Este), son un peligro para las capas obreras (especialmente las jóvenes) expulsadas de la producción y desempleadas. La utilización cínica de esa desesperanza por la burguesía es también una dificultad suplementaria. La burguesía desarrolla y aviva sentimientos contra los emigrantes, odios racistas, lo cual puede verse alimentado más todavía en Europa especialmente por las oleadas masivas de emigrantes en el futuro próximo, sobre todo procedentes del Este de Europa. Las falsas oposiciones, racismo-antirracismo, son intentos para desviar a los obreros de sus luchas, del terreno capitalista de defensa de sus condiciones de vida y de oposición al estado burgués, que los revolucionarios deben denunciar implacablemente.

Los tiempos cambian, sin embargo. La crisis económica, la recesión abierta que afecta a las superpotencias mundiales, a EEUU en cabeza, están volviendo al primer plano de las preocupaciones obreras. Los ataques contra la clase obrera están acelerándose brutalmente en los principales países industrializados. Los salarios están bloqueados desde hace tiempo y en EEUU “los salarios reales medios de los obreros son más bajos que hace 10 o 15 años” ([20]). Pero, sobre todo, los despidos se multiplican dramáticamente y muy especialmente en los sectores centrales de la economía mundial. IBM para la informática ha suprimido 30.000 empleos en 1991 y prevé suprimir otros tantos en 1992; General Motors, Ford y Chrysler, en el automóvil, han acumulado pérdidas (7 mil millones de $ USA) y despiden masivamente; y también las industrias de armamento (General Dynamic, United Technologies). En todos esos sectores se han suprimido miles de empleos. Y también en los servicios, bancos, seguros, “la cantidad de demandas de subsidios de desempleo hace pensar que 23 millones de personas han perdido su empleo el año pasado”.

Para una población de 250 millones de habitantes en EEUU, el 9 % de la población, 23 millones de personas, viven de “food stamps”, o sea de bonos de alimentación. Más de 30 millones viven por debajo del umbral de pobreza y por ello “disfrutan” de una protección de salud, la Medicaid. Pero 37 millones, que tienen un nivel de vida por encima de ese umbral no se benefician de la más mínima protección de salud y no se la pueden pagar. Todas esas personas se encuentran en la total imposibilidad de curarse, y la menor enfermedad se transforma en pesadilla para las familias. Resumiendo, como mínimo 70 millones de personas viven hoy en EEUU en la miseria. Ésa es la “prosperidad” tan cacareada por el “capitalismo triunfante”.

Y, claro está, los despidos masivos, no sólo están afectando a los obreros norteamericanos. Las tasas de paro son especialmente altas en países como España, Italia, Francia, Canadá, Gran Bretaña. Y, por todas partes, esas tasas están despegando a gran velocidad en sectores centrales de la economía, en el automóvil, en la siderurgia, en las industrias de armamento. Incluso la flor y nata de la industria alemana, Mercedes, al igual que BMW, va a despedir personal.

La clase obrera de los países industrializados ha empezado a soportar un ataque terrible, un ataque para rebajar al máximo sus condiciones de existencia.

Los despidos, las bajas de salario, la deterioración general de las condiciones de vida, van a obligarle a reanudar el camino del combate y de las luchas masivas. Estas luchas habrán de toparse de nuevo con el callejón sin salida de los partidos de izquierda y de los izquierdistas, de las maniobras sindicales, como el corporativismo, y, pasando por encima de todo ello, tendrán que buscar su extensión y su unificación. En ese combate político, los grupos revolucionarios y los obreros más combativos y conscientes desempeñarán un papel fundamental de intervención para ayudar a la superación de las trampas tendidas por las fuerzas políticas y sindicales de la burguesía.

Paralelamente, esos ataques contra las condiciones de vida obrera vienen a desmentir el mito de la prosperidad del capitalismo y ponen de relieve, ante las grandes masas de obreros, la quiebra del capitalismo, su bancarrota histórica en el plano económico. Esta toma de conciencia los va a empujar a buscar de nuevo una alternativa al capitalismo, borrándose poco a poco los efectos de las campañas burguesas sobre “el final del comunismo” y acelerar la búsqueda de una perspectiva de lucha más amplia, de una lucha histórica y revolucionaria. En este proceso de toma de conciencia, los grupos comunistas tienen un papel indispensable para recordar las experiencias históricas, reafirmar la perspectiva del comunismo, de su necesidad y de su posibilidad históricas.

El futuro va a jugarse en los enfrentamientos de clase que van a ocurrir inevitablemente. Únicamente la revolución proletaria y la destrucción del capitalismo podrán sacar a la humanidad del infierno que cotidianamente está sufriendo. Sólo eso podrá evitar la aceleración de la barbarie capitalista hasta sus últimas y dramáticas consecuencias. Sólo eso podrá permitir que se instaure una comunidad humana en la que la explotación y la miseria, las hambres y las guerras desparezcan para siempre.


[1] Le Monde, diario francés, 31/1/92.

[2] Le Monde, 19/1/92.

[3] Según la prensa checoeslovaca, traducida en Courrier International no 66 y Le Monde del 11/2/1992.

[4] Le Monde, 16/2/92.

[5] International Herald Tribune, 21/2/92.

[6] Le Monde, 16/2/92.

[7] Baltimore Sun recogido en International Herald Tribune, del 12/2/92.

[8] International Herald Tribune, 19/2/92.

[9] Ver Revista Internacional, nos  63, 64, 65.

[10] Ver Revista Internacional, no 68.

[11] Ver « Hacia el mayor caos de la historia », en Revista Internacional no 68.

[12] Washington Post, 18/9/91.

[13] Editorial de Courrier International, semanario francés, no 65, 30/1/92.

[14] Washington Post, recogido por el International Herald Tribune, 23/1/92.

[15] Ver declaraciones del vicepresidente de EEUU, Quayle, en Le Monde, 11/2/92.

[16] Citado por Le Monde.

[17] International Herald Tribune, 3/2/92.

[18]  Financial Times, traducido por Courrier International nº 65.

[19] Ver Revista Internacional no 67 “Resolución sobre la situación internacional” del IXº Congreso de la CCI.

[20] International Herald Tribune, 13/1/92.

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [1]

Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” - III. Las nuevas naciones nacen moribundas

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A principios de siglo apenas había en el mundo 40 Estados independientes, hoy son 169, a los que deben añadirse los casi 20 surgidos últimamente de la explosión de la URSS y Yugoslavia. El fracaso inapelable del rosario de «nuevas naciones» constituidas a lo largo del siglo XX, la ruina segura de las creadas últimamente, constituyen la demostración más evidente de la quiebra del capitalismo. Para los revolucionarios, desde principios del siglo XX lo que está a la orden del día no es la constitución de nuevas fronteras sino su destrucción por la Revolución Proletaria Mundial. Este es el eje central de la presente serie de balance de 70 años de luchas de “liberación nacional”. En el primer artículo de la serie, vimos de qué modo la “liberación nacional” había sido un veneno mortal para la oleada revolucionaria internacional de 1917-23; en la segunda parte demostramos que las guerras de “liberación nacional” y los nuevos Estados constituyen engranajes inseparables del imperialismo y la guerra imperialista. En esta tercera queremos mostrar el trágico descalabro económico y social que ha significado la existencia de esas 150 “nuevas naciones” creadas en el siglo XX.

La realidad ha hecho polvo los discursos sobre los “países en vías de desarrollo” que iban a ser los nuevos polos dinámicos del desarrollo económico. Las charlataneadas sobre las “nuevas revoluciones burguesas”, que iban a hacer estallar la prosperidad a partir de las riquezas naturales que existían en las antiguas colonias, anunciaban en realidad un gigantesco fracaso: el del capitalismo, la de su incapacidad para valorar dos tercios del planeta, para integrar dentro de la producción mundial a los miles de millones de campesinos que ha arruinado.

El ambiente donde nacen las “nuevas naciones” es la decadencia del capitalismo

El criterio determinante para juzgar si el proletariado debe o no apoyar la formación de nuevas naciones es saber cuál es el momento histórico-mundial del capitalismo. Si es de expansión y desarrollo, como en el siglo xix, entonces tiene sentido ese apoyo, sólo para ciertos países que representan de verdad ese impulso de expansión, y a condición de mantener siempre la autonomía de clase del proletariado. Pero ese apoyo ya no tiene validez y debe ser tajantemente rechazado cuando el capitalismo entra, con la Primera Guerra mundial, en su época de decadencia mortal.

“El programa nacional podía desempeñar un papel histórico siempre que representara la expresión ideológica de una burguesía en ascenso, ávida de poder, hasta que ésta afirmara su dominación de clase en los grandes Estados de Europa de uno u otro modo, y creara en su seno las herramientas y condiciones necesarias para su expansión. Desde entonces, el imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa burgués reemplazando el programa original de la burguesía en todas las naciones por la actividad expansionista sin miramientos hacia las relaciones nacionales. Es cierto que se ha mantenido la fase nacional pero su verdadero contenido, su función ha degenerado en su opuesto diametral. Hoy la nación no es sino el manto que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate de las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se puede convencer a las masas de que hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas”[1].

A este criterio global e histórico se opone el criterio basado en especulaciones abstractas y en visiones parciales o contingentes. Así, estalinistas, trotskistas y hasta grupos proletarios han aducido en apoyo de la “independencia nacional” de los países de África, Asia, etc., el argumento de que esos países presentan importantes supervivencias feudales y pre capitalistas de lo que deducen que en ellos lo que está a la orden del día es la “revolución burguesa” y no la Revolución Proletaria.

Lo que estos señores niegan es que la integración en el mercado mundial de todos los territorios esenciales del planeta, cierra las posibilidades de expansión del capitalismo, lo llevan a una crisis sin salida, y esta situación preside y domina la vida de todos los países : “Sobreviviendo, la antigua formación continúa siendo dueña de los destinos de la sociedad, continúa actuando y guiándola no hacia la abertura de campos libres para el desarrollo de las fuerzas productivas, sino, de acuerdo con su nueva naturaleza convertida en reaccionaria, la mueve hacia la destrucción”[2].

Otro argumento en favor de la constitución de nuevas naciones es que éstas poseen inmensos recursos naturales que podrían y deberían desarrollar, liberándose de la tutela extranjera. Este argumento vuelve a caer en lo mismo, en una visión abstracta y localista. Cierto, esas enormes potencialidades existen pero no pueden desarrollarse precisamente por el medio ambiente mundial de crisis crónica y decadencia que determina la vida de todas las naciones.

Desde sus orígenes, el capitalismo se ha basado en la competencia más feroz, tanto a nivel de empresas como de naciones. Ello ha producido un desarrollo desigual de la producción según los países, sin embargo, mientras “la ley del desarrollo desigual del capitalismo se manifiesta en el período ascendente del capitalismo por un empuje imperioso de los países retrasados hacia la recuperación o incluso la superación del nivel de los más desarrollados, este fenómeno tiende a invertirse a medida que el sistema, como un todo, se aproxima a sus límites históricos objetivos y es incapaz de extender el mercado mundial al nivel de las necesidades impuestas por el desarrollo de las fuerzas productivas. Al haber alcanzado sus límites históricos, el sistema en declive no ofrece más posibilidades de igualación en el desarrollo sino, al contrario, su tendencia es al estancamiento de todo desarrollo, el despilfarro de fuerzas productivas y la destrucción. La única “recuperación” de la que se puede hablar es la que conduce a los países más desarrollados a la situación existente en los más atrasados en cuanto a las convulsiones económicas, la miseria y las medidas del capitalismo de Estado. Si en el siglo xix el país más avanzado, Inglaterra, marcaba el porvenir a los demás, hoy son los países del “tercer mundo” los que indican, en cierto modo, el porvenir a los más desarrollados.

“Sin embargo, incluso en estas condiciones, no podría existir una real “igualación” de la situación de los distintos países que componen el mundo. Aunque no perdona a ningún país, la crisis mundial ejerce sus efectos devastadores no en los más desarrollados, los más poderosos, sino en los que han llegado demasiado tarde al ruedo económico mundial y a los cuales la vía hacia el desarrollo ha quedado definitivamente cerrada por las potencias más antiguas”[3].

Todo ello se concreta en que “la ley de la oferta y la demanda va en contra de cualquier desarrollo de nuevos países. En un mundo donde los mercados se hallan saturados, la oferta supera a la demanda y los precios están determinados por los costes de producción más bajos. Por esto, los países que tienen los costes de producción más elevados se ven obligados a vender sus mercancías con beneficios reducidos cuando no lo hacen con pérdidas. Esto reduce su tasa de acumulación a un nivel bajísimo y, aún con una mano de obra muy barata, no consiguen realizar las inversiones necesarias para la adquisición masiva de una tecnología moderna, lo que por consiguiente ensancha aún más la zanja que separa a esos países de las grandes potencias industriales”[4].

Por ello “el período de decadencia del capitalismo se caracteriza por la imposibilidad de cualquier surgimiento de nuevas naciones industrializadas. Los países que no han logrado su despegue industrial antes de la Primera Guerra mundial se ven condenados a quedarse estancados en el subdesarrollo total o a mantenerse en un estado de atraso crónico respecto de los países que tienen la sartén por el mango” (ídem). En ese marco, “las políticas proteccionistas conocen en el siglo xx un fracaso total. Lejos de ser una posibilidad de respiro para las economías menos desarrolladas llevan a la asfixia de la economía nacional”[5].

La guerra y el imperialismo agravan el atraso y el subdesarrollo

En estas condiciones económicas globales, la guerra y el imperialismo, rasgos inseparables del capitalismo decadente, se imponen como una ley implacable a todos los países y pesan como una losa sobre la economía de las nuevas naciones. En la situación de marasmo que reina en la economía mundial, cada capital nacional solo puede sobrevivir si se arma hasta los dientes. Como consecuencia, cada Estado nacional se ve obligado a alteraciones de su propia economía (creación de una industria pesada, emplazamiento de industrias en zonas estratégicas pero que resultan muy gravosas para la producción global, supeditación de infraestructuras y comunicaciones a la actividad militar, enormes gastos de “defensa”, etc.). Todo esto acarrea graves repercusiones sobre el conjunto de la economía nacional de países cuyo tejido social está subdesarrollado a todos los niveles (económico, cultural etc.):

  • se insertan artificialmente actividades tecnológicamente muy avanzadas, provocando un fuete despilfarro de recursos y el desequilibrio más y más agudizado de la actividad económica y social;
  • de otra parte, fuerza el endeudamiento y el incremento permanente de la presión fiscal para hacer frente a una espiral de gastos que jamás se pueden saldar: “El Estado capitalista, bajo la imperiosa necesidad de establecer una economía de guerra, es el gran consumidor insaciable que crea su poder de compra por medio de préstamos gigantescos que drenan todo el ahorro nacional bajo el control y el concurso retribuido del capital financiero, y que paga con letras que hipotecan las rentas futuras del proletariado y los pequeños campesinos”[6]

En Omán, el presupuesto de defensa absorbe el 46% del gasto público, en Corea del Norte nada menos que el 24% del PIB. En Tailandia mientras cae la producción, la agricultura solo crece un 1% en 1991 y se reduce el presupuesto de educación, “los militares han expresado su voluntad de acercarse a Europa y Estados Unidos en la modernización de su Ejército, alineándose más claramente en el campo occidental proyectando comprar un portahelicópteros alemán, varios Linx franco británicos, una escuadrilla (12 aviones) de cazabombarderos F16 y 500 tanques M60 A1 y M48 A5 americanos”.[7] En Birmania, con una tasa de mortalidad infantil del 64,5 por mil (9 por mil en USA), una esperanza de vida de 61 años (75,9 en USA) y sólo 673libros publicados (para 41 millones de habitantes), “de 1988 a 1990 el ejército birmano aumentó de 170 mil a 230 mil hombres. También mejoró su armamento. Así, en octubre de 1990 encargó 6 aviones G4 a Yugoslavia y 20 helicópteros a Polonia. En noviembre realizó un contrato de 1200 millones de dólares (la deuda exterior es de 4 171 millones de $) con China para adquirir, entre otros, 12 aviones F7, 12 F6 y 60 acorazados”[8].

Un caso particularmente grave es la India. El enorme esfuerzo guerrero de este país es en gran medida responsable de que “entre 1961 y 1970, el porcentaje de la población rural que vive por debajo del mínimo fisiológico haya pasado del 52 al 70%. Mientras en 1880 cada hindú podía disponer de 270 kilos de cereales y legumbres secas, este porcentaje ha disminuido a 134 kilos en 1966.” [9]

“El presupuesto militar equivalía al 2% de su PNB en 1960, o sea, 600 millones de dólares. Para renovar el arsenal y el parque militar, las fábricas de armamentos se multiplican, aumentando y diversificando su producción. Un decenio más tarde, el presupuesto militar se eleva a 1600 millones de dólares, o sea, 3,5% del PNB. A todo ello se une un refuerzo de la infraestructura, en particular rutas estratégicas, bases navales. El tercer programa militar, que cubre 1974-79, va a absorber 2500 millones de dólares anuales”[10]. Desde 1973, India posee la bomba atómica y ha desarrollado un programa de investigación nuclear, centrales para fusión de plutonio, que ha hecho que su porcentaje dedicado a “investigación científica” sea uno de los más altos del mundo: 0,9% del PIB.

El militarismo agrava la desventaja de los nuevos países respecto a los países más avanzados. Así, los 16 países más grandes del “tercer mundo” (India, China, Brasil, Turquía, Vietnam, Sudáfrica, etc.) pasaron de tener 7 millones de soldados en 1970 a 9 millones en 1990, es decir, un incremento del 32%. En cambio, los 4 países más industrializados (USA, Japón, Alemania y Francia) pasaron de 4,392 millones de soldados en 1970 a 3,264 en 1990, lo que representa una reducción del 26% [11] No es que éstos relajaran el esfuerzo militar, sino que éste fue mucho más productivo permitiendo ahorrar en hombres. En los países menos desarrollados, lo que domina, y de lejos, es la tendencia inversa: además de aumentar las inversiones en armas sofisticadas y tecnología, tuvieron que incrementar las realizadas en hombres.

Esa necesidad de dar prioridad al esfuerzo guerrero tiene graves consecuencias políticas que agravan aún más la debilidad y caos económico y social de esas naciones: impone la alianza inevitable y forzada con todos los restos de sectores feudales o simplemente retardatarios, pues es más importante mantener la cohesión nacional, frente a la jungla imperialista mundial, que la propia “modernización” de la economía que pasa a ser un objetivo secundario y, en general, utópico, ante la magnitud de los imperativos imperialistas.

Estas supervivencias feudales o pre capitalistas expresan la carga del pasado colonial o semicolonial que les lega una economía especializada en la producción de materias primas agrícolas o mineras lo que la deforma monstruosamente : “de ahí ese fenómeno contradictorio por el cual el imperialismo exportó el modo de producción capitalista destruyendo sistemáticamente todas las formas pre capitalistas, pero frenando a la vez el desarrollo del capital indígena, saqueando despiadadamente las economías de las colonias, subordinando su desarrollo industrial a las necesidades específicas de la economía metropolitana y apoyándose en el personal más reaccionario y sumiso de las clases dominantes indígenas. En las colonias y semicolonias no iban a prosperar capitales nacionales independientes, plenamente formados con su propia revolución burguesa y su base industrial sana, sino más bien burdas caricaturas de los capitales metropolitanos, debilitadas por el peso de los jirones descompuestos de modos de producción anteriores, industrializados a salto de mata para que sirvieran intereses foráneos, con burguesías débiles y ya viejas de nacimiento tanto en lo económico como en lo político”[12].

Agravando los problemas, las antiguas metrópolis (Francia, Gran Bretaña, etc.), junto a otras concurrentes(USA, la antigua URSS, Alemania), han creado alrededor de las “nuevas naciones” una tupida telaraña de inversiones, créditos, ocupación de enclaves estratégicos, rematados por todo el tinglado de “tratados de asistencia, cooperación y defensa mutuas”, integración en organismos internacionales de defensa, comercio, etc., que los atan de pies y manos y constituyen un hándicap prácticamente insuperable.

Esta realidad es calificada por trotskistas, maoístas y toda clase de “tercermundistas” como “neocolonialismo”. Este término es una cortina de humo pues oculta lo esencial: la decadencia de todo el capitalismo mundial y la imposibilidad de desarrollo de nuevas naciones. Los problemas de las naciones del ”tercer mundo” los resumen en la “dominación extranjera”. Es cierto que la dominación extranjera obstaculiza el desarrollo de las nuevas naciones, pero no es el único factor y sobre todo sólo puede comprenderse como parte, elemento constituyente, de las condiciones globales del capitalismo decadente, dominadas por el militarismo, la guerra y el estancamiento productivo.

Para terminarlo de arreglar, las nuevas naciones surgen con un pecado original: son territorios incoherentes, formados por un caótico agregado de retales étnicos, religiosos, económicos, culturales; sus fronteras son a menudo artificiales e incluyen minorías pertenecientes a países limítrofes; todo lo cual no puede llevar sino a la disgregación y el choque permanentes.

Un ejemplo revelador es la gigantesca anarquía de razas, religiones, nacionalidades que coexisten en una región estratégica vital como Oriente Medio: junto a las 3 religiones más importantes: judaísmo, cristianismo y islamismo. Cada una está dividida a su vez en múltiples sectas enfrentadas entre sí: la cristiana tiene minorías maronitas, caldeas, ortodoxas, coptas; la musulmana alauitas, zaidies, sunnitas y chiítas). “Existen, además, minorías étnico-lingüísticas. En Afganistán se oponen persáfonos (pashtunes, tadyicos) y turcófonos (uzbecos, turmenos), así como otros grupos particulares (nuristaníes, pachais). Las turbulencias políticas del siglo xx han hecho de esas minorías “pueblos sin Estado”. Así, los 22 millones de kurdos: 11millones en Turquía (20% de la población), 6 en Irán (12%), 4,5 en Irak (25%), 1 en Siria (9%), sin olvidar la existencia de una diáspora kurda en Líbano. También existe una diáspora armenia en Líbano y Siria. Y, por último, los palestinos constituyen otro “pueblo sin Estado”. Son 5 millones repartidos entre Israel (2,6 millones), Jordania (1,5millones), Líbano (400 000), Kuwait (350 000), Siria (250 000)”[13].

En tales condiciones, los nuevos Estados expresan de manera caricaturesca la tendencia general al capitalismo de Estado, la cual no constituye una superación de las contradicciones agónicas del capitalismo decadente, sino una pesada traba que agudiza mucho más los problemas. “En los países atrasados, la confusión entre aparato político y económico permite y engendra el desarrollo de una burocracia totalmente parásita, cuya única preocupación es llenarse la faltriquera, chupar del bote y saquear sistemáticamente la economía nacional para acumular fortunas colosales: los ejemplos de Batista, Marcos, Duvalier, Mobutu ya son conocidos, pero no son los únicos. El saqueo, la corrupción y el bandidaje son fenómenos generalizados en los países subdesarrollados que afectan a todos los niveles del Estado y de la economía. Esta situación es evidentemente un lastre suplementario para esas economías, empujándolas todavía más hacia el abismo”[14].

Un balance catastrófico

Así pues, todo nuevo Estado nacional, lejos de reproducir el desarrollo de los jóvenes capitalismos del siglo xix, tropieza desde el principio con la imposibilidad de una real acumulación y se hunde en el marasmo económico, el despilfarro y la anarquía burocrática. Lejos de aportar un marco donde el proletariado podría mejorar su situación, éste encuentra, en cambio, una situación de empobrecimiento constante, amenaza del hambre, militarización del trabajo, trabajos forzados, prohibición de las huelgas, etc.

Durante los años 60-70 políticos, expertos, banqueros, repitieron hasta la náusea el tópico del “desarrollo” de los países del “tercer mundo”. De “países subdesarrollados” se convirtieron en “países en vías de desarrollo”. Una de las palancas de este supuesto “desarrollo” fue la concesión de créditos masivos que se aceleró sobre todo tras la recesión de 1974-75. Las grandes metrópolis industriales concedieron créditos a manos llenas a los países nuevos con los cuales estos compraron los bienes de equipo, instalaciones “llave en mano” que aquellas no podían vender víctimas de la sobreproducción generalizada.

Esto no produjo, como hoy se ha demostrado ampliamente, el más mínimo desarrollo sino un gravísimo endeudamiento de los países nuevos que los ha hundido definitivamente en una crisis sin salida como se ha visto a lo largo de la década de los 80.

Nuestras publicaciones han puesto en evidencia este descalabro generalizado, bástenos recordar algunos datos: en América Latina el PIB per cápita había caído en 1989 al nivel de 1977. En Perú el ingreso per cápita era en 1990 ¡el de 1957! Brasil, presentado en los 70 como el país del “milagro económico”, sufre en 1990 una baja del PNB del 4,5% y una inflación del 1657%. La producción industrial de Argentina ha caído en 1990 al nivel de 1975 [15].

Esto lo ha sufrido duramente la población y especialmente la clase obrera. En África, el 60% de la población vivía por debajo del mínimo vital en 1983 y para 1995, el Banco Mundial calcula que será un 80%. En América Latina hay ya 44% de pobres. En Perú 12 millones de habitantes (sobre una población total de 21) son pobres de solemnidad. En Venezuela un tercio de la población carece de ingresos suficientes para comprar los productos básicos.

La clase obrera se ha visto cruelmente atacada: en 1991, el gobierno de Pakistán ha cerrado o privatizado empresas públicas, echando 250 000 obreros a la calle. En Uganda, un tercio de los empleados públicos han sido despedidos en 1990. En Kenia, “el gobierno decidió en 1990 no cubrir el 40% de los puestos vacantes en la función pública, así como que los servicios sociales los sufragaran directamente los usuarios”[16]. En Argentina, la parte de los asalariados en la renta nacional bajó de un 49% en 1975 al 30% en 1983.

La manifestación más evidente del fracaso total del capitalismo mundial es el desastre agrícola que padecen la inmensa mayoría de las naciones independizadas en el siglo xx: “La decadencia del capitalismo ha llevado a su extremo el problema campesino y agrario. No es, si se toma un punto de vista mundial, el desarrollo de la agricultura lo que se ha realizado, sino su subdesarrollo. El campesinado, como hace un siglo, sigue constituyendo la mayoría de la población mundial” [17]

Los nuevos países, a través del Estado que crea una telaraña burocrática de organismos de “desarrollo rural”, extienden las relaciones de producción capitalistas al campo, destruyendo las viejas formas de agricultura de subsistencia. Pero esto no produce el menor desarrollo sino el desastre total. Esas mafias del “desarrollo”, a las que se unen los caciques, terratenientes y usureros rurales, arruinan a los campesinos obligándoles a introducir cultivos de exportación que les compran a precios de risa mientras que les venden semillas, maquinaria a precios abusivos.

Con la desaparición de los cultivos de subsistencia, “las amenazas de hambre resultan hoy en día tan reales como lo eran en las economías anteriores: la producción agrícola por habitante es inferior al nivel de 1940. Señal de la anarquía total del sistema capitalista, la mayoría de los antiguos países agrícolas productores del “tercer mundo” se han convertido desde la Segunda Guerra mundial en importadores: Irán, por ejemplo, importa el 40% de los productos alimenticios que consume”[18].

Un país como Brasil, el de mayor potencial agrícola del mundo, ve como “a partir de febrero de 1991 es constatable la escasez de carne, arroz, judías, productos lácteos y aceite de soja” [19]. Egipto, granero de imperios a lo largo de la historia, importa hoy el 60% de los alimentos básicos. Senegal sólo produce el 30% de su consumo de cereales. En África, la producción alimenticia apenas llega a 100kilos por habitante mientras que el mínimo vital es de 145.

No obstante, la canalización de la producción hacia monocultivos de exportación tropieza con la caída general de los precios de las materias primas, tendencia que se agrava con la agudización de la recesión económica. En Costa de Marfil, los ingresos por ventas de cacao y café han caído un 55% entre 1986 y 1989. El precio del azúcar bajó en los países del África Occidental un 80% entre 1960 y 1985. En Senegal, un productor de cacahuete gana en 1984 menos que en 1919. En Uganda, la producción de café pasó de 186 000 toneladas en 1989 a 138 000 en 1990[20].

El resultado es la aniquilación creciente de la agricultura, tanto la de subsistencia como la de exportación basada en los cultivos industriales.

En ese contexto, forzados por la caída del precio de las materias primas y obligados por el fenomenal endeudamiento en que están atrapados desde mediados de los años 70, la mayoría de países de África, Asia, América han extendido todavía más los cultivos industriales y de exportación, han talado bosques, han realizado faraónicos pantanos y costosísimas obras de irrigación, con rendimientos cada vez más bajos y la esquilmación casi definitiva de los suelos. El desierto ha avanzado. Los recursos naturales tan generosos han sido aniquilados.

La catástrofe es de incalculables dimensiones: el río Senegal, que en 1960 tenía un caudal de 24 000 millones de metros cúbicos en 1983, había bajado a sólo 7000. La cobertura vegetal del territorio mauritano era del 15% en 1960 para caer al 5% en 1986. En Costa de Marfil (exportador de maderas valiosas), la superficie de bosques ha caído de 15 millones de hectáreas en 1950 a sólo 2 millones en 1986. En Níger, 30% de los suelos cultivables han sido abandonados y el rendimiento por hectárea de los cultivos cerealistas ha pasado de 600 kilos en 1962 a 350 en 1986. La ONU cifraba en 1983 el avance del desierto sahariano hacia el Sur en 150 km anuales[21].

Los campesinos son expulsados de sus lugares de origen y se amontonan en las grandes ciudades en horribles campos de chabolas. “Lima, que fue la ciudad jardín de los años 40, ha visto secarse sus aguas subterráneas e está invadida por el desierto. De 1940 a 1981 su población se multiplicó por 7. Ahora, con 400 kilómetros cuadrados de superficie y una tercera parte de la población peruana, ha cubierto el oasis de basurales y cemento y avanza sobre arenales. En el basurero del Callao niños descalzos y familias enteras trabajan en medio de un infierno donde el hedor es insoportable y millones de moscas pululan”[22].

“El capital ama a sus clientes pre capitalistas como el ogro a los niños: devorándolos. El trabajador de las economías pre capitalistas que ha tenido la desgracia de verse afectado por el comercio con los capitalistas sabe que, tarde o temprano, acabará en el mejor de los casos proletarizado, y en el peor - y es cada día lo más frecuente desde que el capitalismo entró en decadencia - en la miseria y la indigencia, en campos estériles o marginales, en las chabolas del extrarradio o de una aglomeración”[23].

Esa incapacidad para integrar a las masas campesinas en el trabajo productivo es la manifestación más evidente de la quiebra del capitalismo mundial. Su esencia es la generalización del trabajo asalariado, arrancando a los campesinos y los artesanos de sus viejas formas de trabajo pre capitalista, transformándolos en obreros asalariados. Esta capacidad de creación de nuevos empleos se estanca y retrocede a escala mundial a lo largo del siglo xx. Este fenómeno se manifiesta de manera aplastante en los nuevos países: mientras en el siglo xx la media de desempleo era en Europa del 4 al 6% y podía absorberse tras las crisis cíclicas, en los países del “tercer mundo” asciende al 20-30% y se convierte en un fenómeno permanente y estructural.

Las primeras víctimas de la descomposición mundial del capitalismo

Con la entrada del capitalismo desde fines de los años 70 en su etapa terminal de descomposición mundial, las primeras víctimas han sido toda la cadena de “jóvenes naciones” que, en los años 60-70, nos fueron presentadas por los adalides del orden burgués, desde “liberales” a estalinistas, como las “naciones del futuro”.

El hundimiento de los regímenes estalinistas desde mediados de 1989 ha dejado en un segundo plano la situación espantosa en la que se hunden esas “naciones del futuro”. Los países bajo la bota estalinista pertenecen al pelotón de países llegados demasiado tarde al mercado mundial y manifiestan todos los rasgos de los “nuevos países” del siglo xx, aunque sus especificidades[24] han hecho mucho más grave y caótico su hundimiento y le han dado una repercusión de una importancia histórico-mundial incalculablemente superior, especialmente a nivel de la agravación del caos imperialista[25].

Sin embargo, sin subestimar las particularidades de los países estalinistas, los demás países subdesarrollados presentan hoy las mismas características de base en cuanto a caos, anarquía y descomposición generalizada.

Explosión de Estados en mil pedazos

En Somalia, los jefes tribales del Norte anuncian el 24 de abril de 1991 la partición del país y la creación del Estado de “Somalilandia”. Etiopía se desmembra: el 28 de mayo, Eritrea se declaraba “soberana”; el Tigre, los Oromos, el Ogadén han escapado totalmente al control de la autoridad central. Afganistán se halla dividido en 4 gobiernos diferentes, cada cual controlando sus propios territorios: el de Kabul, el Islámico radical, el Islámico moderado y el Chiíta. Casi dos terceras partes del territorio peruano están en poder de mafias de narcotraficantes o de las mafias guerrilleras de Sendero Luminoso o Tupac Amaru. La guerra en Liberia ha provocado 15 000 muertos y la huida de más de un millón de personas (para una población total de 2,5 millones). Argelia, con el enfrentamiento abierto entre el FLN y el FIS (que recubre una pugna imperialista entre Francia y USA) se sumerge en el caos.

Derrumbe del Ejército

Las revueltas de soldados en Zaire, la explosión del ejército ugandés en múltiples bandas que aterrorizan a la población, la gangsterización generalizada de las policías de Asia, África, Sudamérica, expresan la misma tendencia, aunque de manera menos espectacular, que la actual explosión del Ejército de la ex-URSS.

Parálisis general del aparato económico

Los abastecimientos, los transportes, los servicios, se colapsan totalmente y la actividad económica se reduce a la mínima expresión: en la República Centroafricana, Bangui - la capital- “ha quedado totalmente aislada del resto del país, la ex-metrópoli colonial vive de los subsidios que llegan de Francia y del tráfico de diamantes “[26].

En estas condiciones el hambre, la miseria, la muerte, se generalizan. La vida no vale nada. En Lima, los hombres y mujeres más gruesos son secuestrados por bandas que los asesinan y venden su grasa a las empresas farmacéuticas y cosméticas de Estados Unidos. En Argentina, medio millón de personas sobreviven de la venta de hígados, riñones y otras vísceras. En El Cairo (Egipto), un millón de personas tienen como vivienda las tumbas del cementerio copto. Los niños son secuestrados en Perú o en Colombia para ser enviados a minas o explotaciones agrícolas donde trabajan en condiciones de esclavitud y mueren como moscas. La caída en el mercado mundial del precio de las materias primas lleva al capitalismo local a esas atroces prácticas para compensar la baja de sus ganancias. En Brasil, la imposibilidad de integrar a las nuevas generaciones en el trabajo asalariado dicta el salvajismo de bandas de policías y matones que se dedican al asesinato pagado de niños de las calles alistados en bandas mafiosas traficantes de todo tipo. Tailandia se ha convertido en el mayor prostíbulo del mundo, el SIDA se ha generalizado: 300 000 afectados en 1990, se prevén más de 2 millones para el año 2000.

La oleada de emigración que se ha acelerado desde 1986 proveniente de América Latina, África, Asia sanciona la quiebra histórica de esas naciones y, a través de ella, la quiebra del capitalismo.

La desintegración de unas estructuras sociales, nacidas como células degeneradas de un cuerpo mortalmente enfermo, el capitalismo decadente, vomitan literalmente masas humanas que huyen del desastre hacia las viejas naciones industriales, las cuales, confirmando su estancamiento económico, hace tiempo que han puesto el cartel de “cerrado” y sólo tienen frente a esas masas hambrientas el lenguaje de la represión, las matanzas, la deportación.

La humanidad no necesita nuevas fronteras sino abolir todas las fronteras

Las nuevas naciones del siglo xx no han engrosado el ejército proletario sino, lo que es más comprometedor para la perspectiva revolucionaria, han situado al proletariado de esas “nuevas naciones” en condiciones de una extrema fragilidad y debilidad.

El proletariado es una minoría en la inmensa mayoría de los países subdesarrollados: apenas constituye el 10-15% de la población (por más de 50% en los grandes países industrializados); está muy disperso en centros de producción a menudo alejados de los centros neurálgicos del poder político y económico; vive inmerso en una masa gigantesca de marginados y lumpen muy vulnerables a las ideologías más reaccionarias y que le influyen muy negativamente.

De otro lado, la forma en que se manifiesta el derrumbe del capitalismo en esos países, hace más difícil la toma de conciencia del proletariado:

  • dominación arrolladora de las grandes potencias imperialistas, lo que favorece la influencia del nacionalismo;
  • corrupción generalizada y despilfarro increíble de recursos económicos, lo que oscurece la comprensión de las verdaderas raíces de la quiebra del capitalismo;
  • dominación abiertamente terrorista del Estado capitalista, incluso cuando se dota de una fachada “democrática”, lo que da más peso a las mistificaciones democráticas y sindicales;
  • formas especialmente bárbaras y arcaicas de explotación del trabajo, lo que facilita la influencia del sindicalismo y el reformismo.

Comprender esta situación no significa negar que también en ellos, como parte inseparable de la lucha del proletariado mundial[27], los obreros tienen la fuerza y el potencial necesarios para luchar por la destrucción del Estado Capitalista y el poder internacional de los Consejos obreros: “la fuerza del proletariado en un país capitalista es infinitamente mayor que su proporción numérica dentro de la población. Y esto es así porque el proletariado ocupa una posición clave en el corazón de la economía capitalista y también porque el proletariado  expresa, en el dominio económico y político, los intereses reales de la inmensa mayoría de la población laboriosa bajo la dominación capitalista” (Lenin).

La verdadera lección es que la existencia de esas nuevas naciones en vez de aportar algo a la causa del socialismo lo que ha hecho ha sido justo lo contrario: oponer nuevos obstáculos, nuevas dificultades, a la lucha revolucionaria del proletariado.

“No se puede sostener, como lo hacen los anarquistas, que una perspectiva socialista seguiría abierta incluso aunque las fuerzas productivas estuvieran en regresión. El capitalismo representa una etapa indispensable y necesaria para la instauración del socialismo en la medida en que consigue desarrollar suficientemente las condiciones objetivas.

"Pero, de la misma forma que en el estadio actual se convierte en un freno respecto al desarrollo de las fuerzas productivas, igualmente la prolongación del capitalismo, más allá de este estadio, podría arrastrar la desaparición de las condiciones del socialismo. En ese sentido se plantea hoy la alternativa histórica: Socialismo o Barbarie”[28].

Las nuevas naciones no favorecen ni el desarrollo de las fuerzas productivas, ni la tarea histórica del proletariado, ni la dinámica hacia la unificación de la humanidad. Al contrario, son, como expresión orgánica de la agonía del capitalismo, una fuerza ciega que empuja hacia la destrucción de fuerzas productivas, las dificultades y la dispersión del proletariado, la división y atomización de la humanidad.

Adalen, 8/2/1992   


[1] Rosa Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia, parte VII.

[2]  Ídem, parte VII.

[3] Revista internacional, no.31, “El proletariado de Europa Occidental en el centro de la generalización de la lucha de clases”.

[4] Revista internacional, no.23, “La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo”.

[5] Ídem.

[6] Bilan, no.11, “Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante”.

[7] El estado del mundo, 1992.

[8] Ídem.

[9] “La India: cementerio a cielo abierto”, Revolución internationale, no.10.

[10] Ídem.

[11] Los datos han sido tomados de las estadísticas sobre ejércitos del mencionado anuario El estado del mundo, 1992. La selección de países y el cálculo de las medias han sido hechos por nosotros.

[12] “Acerca del imperialismo”, Revista internacional, no. 19.

[13] El estado del mundo.

[14] “Tesis sobre la crisis económica y política de los países del Este”, Revista internacional, no. 60.

[15] El estado del mundo, 1992.

[16] Ídem.

[17] Revista Internacional, no.24, “Notas sobre la cuestión agraria y campesina”.

[18] Ídem.

[19] El estado del mundo, 1992.

[20] Datos tomados del libro de R. Dumont Pour l'Afrique, j'accuse.

[21]  Ídem.

[22] Del artículo “El cólera de los pobres”, publicado en El País del 27 de mayo de 1991.

[23] Revista internacional, no.30: “Crítica de Bujarin”, 2ª parte.

[24] Ver las “Tesis sobre la crisis económica y política de los países del Este” en Revista internacional, no.60.

[25] Por otro lado, la identificación estalinismo = comunismo que tanto emplea hoy la burguesía para convencer a los proletarios de que no hay alternativa al orden capitalista, se hace más persuasiva sí se amplifican los fenómenos en el Este y se relativiza o se trivializa lo que sucede en las otras naciones del “tercer mundo”.

[26] El estado del Mundo, 1992.

[27] El centro de la lucha revolucionaria del proletariado lo constituyen las grandes concentraciones obreras de los países industrializados: ver en Revista Internacional, no.31 “El proletariado de Europa Occidental en el centro de la generalización de la lucha de clases”.

[28] “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, en Internationalisme, no.45.

 

Series: 

  • Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” [2]

II - Cómo el proletariado se ganó a Marx para el comunismo

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Las tesis teóricas de los   comunistas no se basan en  modo alguno en ideas o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.

“No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos” (Manifiesto comunista).

En el primer artículo de esta serie (Revista internacional, nº 68), tratamos de refutar el tópico burgués según el cual “el comunismo es un bello ideal, pero nunca funcionará”. Para ello, demostramos por qué el comunismo no es una “idea” inventada por Marx o cualquier otro “reformador del mundo”, sino el producto de un inmenso movimiento histórico que se remonta a las primeras sociedades humanas. Y, sobre todo, que la exigencia de una sociedad sin clases, sin propiedad privada y sin Estado, latía ya en cada gran agitación obrera, desde los orígenes del proletariado como clase social.

Antes incluso de que Marx naciera, ya existía un movimiento comunista del proletariado. Cuando Marx era aún un joven estudiante que comenzaba a interesarse por los grupos políticos democráticos radicales en Alemania, había ya una auténtica plétora de grupos y tendencias comunistas, especialmente en Francia, donde el movimiento obrero había dado ya los primeros pasos para el desarrollo de una perspectiva comunista. El París de finales de los años 1830 y principios de los 40, era un auténtico “hervidero” de esas corrientes. Por un lado, el comunismo utópico de Cabet –sucesor de las ideas bosquejadas por Saint-Simon y Fourier. Por otro, Proudhon y sus seguidores –precursores del anarquismo– pero que entonces realizaban una tentativa rudimentaria de crítica de la economía política de la burguesía, desde el punto de vista de los explotados. Estaban también los más insurgentes, los blanquistas, que habían dirigido un abortado levantamiento en 1839. Pervivían igualmente los herederos de Babeuf y la “Conspiración de los Iguales” de la gran revolución francesa. Junto a estas corrientes, coexistía además en aquel París, todo un medio de trabajadores e intelectuales alemanes exiliados. Los obreros comunistas se reagrupaban principalmente en la Liga de los Justos, animada por Weitling.

Marx entró en la lucha política a partir de la crítica de la filosofía. Durante sus estudios universitarios, sucumbió –a disgusto, pues Marx era poco dado a abrazar a la ligera cualquier principio– ante el hechizo de Hegel, que era entonces el “Maestro” reconocido en el campo de la filosofía en Alemania. El trabajo de Hegel representaba –en un sentido más profundo– el esfuerzo cumbre de la filosofía burguesa, el último gran intento de esta clase por dotarse de una visión global del movimiento de la historia y la conciencia humanas, tratando de hacerlo además, a través de un método dialéctico.

Sin embargo, muy pronto, Marx se sumó a los “Jóvenes hegelianos” (Bruno Bauer, Feuerbach...) que empezaban a darse cuenta de que las conclusiones del “Maestro”, no estaban en concordancia con su método, e incluso, que los elementos clave de ese método no eran ni siquiera correctos. Así, mientras que el método dialéctico de Hegel para abordar la historia, enseñaba que todas las formas históricas eran transitorias, que lo que en un período era “racional”, resultaba “irracional” en otro periodo... Hegel acababa planteando un “fin de la historia”, al considerar al Estado prusiano de entonces como una encarnación de la Razón. Del mismo modo, para los Jóvenes hegelianos que habían socavado con su rigor filosófico, la teología y la fe ciega, quedó definitivamente claro –y en ello tuvo mucho que ver el trabajo de Feuerbach– que Hegel reinstauraba a Dios y a la teología bajo la forma de la Idea absoluta. La intención de los Jóvenes hegelianos era, ante todo, la de llevar la dialéctica de Hegel hasta su conclusión lógica, llegando a una minuciosa crítica de la teología y la religión. Para Marx y los Jóvenes hegelianos, era absolutamente cierto que “la crítica de la religión es el origen de toda crítica” (Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, 1842).

Pero los Jóvenes hegelianos vivían en un Estado semifeudal, en el que criticar la religión estaba prohibido por el Estado censor, por lo que la crítica de la religión conducía rápidamente a la crítica política. Marx, tras la expulsión de Bauer de su cátedra en la Universidad, perdió toda esperanza de encontrar un cargo decente en ésta, por lo que se reorientó entonces hacia el periodismo político, comenzando pronto a atacar la política predominante en Alemania, es decir la lamentable política de los estúpidos “junkers”. Sus simpatías se inclinaron pronto por el campo republicano y democrático, como puede verse en sus primeros artículos de los Anales franco-alemanes o la Gaceta renana, donde se expresaba la oposición radical burguesa al feudalismo, y concentrándose en cuestiones de “libertad política”, tales como la libertad de prensa y el sufragio universal. De hecho, Marx se opuso explícitamente a las tentativas de Moses Hess que ya predicaba abiertamente posiciones comunistas, si bien de una manera bastante sentimental, tratando de colar ideas comunistas en las páginas de la Gaceta renana. En respuesta a una acusación formulada por la Gaceta general de Augsburgo que denunciaba que el periódico de Marx había adoptado el comunismo, Marx replicaba : “La Gaceta renana, que a las ideas comunistas en su forma actual no puede ni siquiera concederles realidad teórica y por lo tanto aun menos puede desear o considerar posible su realización práctica, someterá sin embargo estas ideas a una concienzuda crítica” (El comunismo y la Gaceta general de Augsburgo, Fernando Torres Ed., Valencia, 1983, pág. 165). Más tarde, en su famosa e igualmente programática Carta a Arnold Ruge (Septiembre, 1843, Correspondencia de los Anales franco-alemanes) expondrá que el comunismo de Cabet, Weitling..., no era más que una “abstracción dogmática”.

En realidad, las vacilaciones de Marx para adoptar una posición comunista recuerdan las dudas que tenía en sus primeras confrontaciones con Hegel. Y, aunque en realidad cada vez estuviera más cerca del comunismo, se negaba a cualquier tipo de adhesión superficial, consciente además de la debilidad de las tendencias comunistas de entonces. Por ello, en el mencionado artículo escrito para rechazar las ideas comunistas, añadía: “Si la augsburguesa, reclamara y fuera capaz de algo más que frases lustrosas, entonces comprendería que escritos como los de Leroux, Considérant, y sobre todo la inteligente obra de Proudhon no pueden ser criticadas con superficiales ocurrencias del momento, sino sólo después de estudios prolongados y profundos” (Ídem, pag. 165). Igualmente, en la ya citada Carta a Arnold Ruge aclaró que sus verdaderas objeciones al comunismo de Weitling y Cabet, no eran porque éste fuera comunista, sino porque era dogmático, por ejemplo, cuando se presentaba a sí mismo como si simplemente se tratase de una buena idea, o de un imperativo moral que un redentor celestial debería aportar a las doloridas masas. Frente a esto, Marx señalaba su propio planteamiento:

“Nada nos impide pues, encaminar nuestra crítica hacia la crítica política; tomar parte en la política, por ejemplo participando en las luchas existentes e identificándonos con ellas. Esto no quiere decir que debamos confrontarnos al mundo con nuevos principios doctrinarios y que proclamemos: aquí está la verdad. ¡Arrodillaos! Esto significa que deberemos desarrollar nuevos principios para el mundo a partir de los principios que ya existen en el mundo. Nosotros no decimos: abandonad vuestras  luchas pues son pura locura, y dejad que nosotros os proveamos de la verdad de nuestras consignas. En vez de esto, mostramos simplemente al mundo por qué lucha, y cómo deberá tomar conciencia de ello tanto si quiere como si no” (Carta a Arnold Ruge, de Septiembre de 1843).

Tras haber roto con la mistificación hegeliana que planteaba una etérea “autoconciencia” al margen del mundo real del hombre, Marx no podía reproducir el mismo error teórico a nivel político. La conciencia no existe previamente al movimiento histórico, ella sólo puede ser la conciencia del propio movimiento real.

El proletariado, clase comunista

Aunque en esta carta no hay una referencia explícita al proletariado, ni se define una adopción del comunismo, sabemos sin embargo que en esas fechas, Marx ya estaba en camino de hacerlo. Los artículos escritos en el periodo 1842-1843 sobre cuestiones sociales - la ley contra el robo de la leña en Prusia y la situación de los viticultores del Mosela - le llevaron a reconocer la importancia fundamental de los factores económicos y de la lucha de clases en la política. Efectivamente, más tarde Engels reconoció que “siempre oí decir a Marx que precisamente a través tanto de las leyes sobre el robo de leña, y la situación de los viticultores del Mosela, llegó a las relaciones entre economía y política y de ahí al socialismo”  (Carta de Engels a R. Fisher). Igualmente el artículo de Marx Sobre la cuestión judía, escrito a finales de 1843, es comunista en todo -excepto en el nombre- ya que aspira a una emancipación que va mas allá del simple ámbito político, a la liberación de la sociedad de la compra-venta, del egoísmo y la competitividad individual, de la propiedad privada.

No debe deducirse, sin embargo, que Marx alcanzó tales planteamientos únicamente a través de su propia capacidad para el estudio y la reflexión, por grande que ésta fuera. Marx no era un genio solitario que contemplara el mundo desde su pedestal. Al contrario, mantenía constantes discusiones con sus contemporáneos. Marx reconoció lo que debía a los escritos de Weitling, Proudhon, Hess y Engels. Particularmente con estos dos últimos mantuvo intensas discusiones cara a cara cuando estos ya eran comunistas y Marx aun no lo era. Engels tenía sobre todo la ventaja de haber sido testigo del capitalismo más avanzado en Inglaterra, y haber empezado a plantear una teoría sobre el desarrollo capitalista y la crisis que resultó vital en la elaboración de una crítica científica de la economía política. Engels tenía igualmente el privilegio de tener una visión de primera mano sobre el movimiento Cartista en Gran Bretaña, que ya no era un pequeño grupo político, sino un auténtico movimiento de masas ; clara evidencia de la capacidad del proletariado para constituirse en una fuerza política independiente en la sociedad. Pero quizás lo que más influyó para convencer a Marx de que el comunismo podía ser más que una utopía, fue su contacto directo con los grupos de obreros comunistas en Paris. Las reuniones de estos grupos le causaron una tremenda impresión:

“Cuando los obreros comunistas se asocian, su finalidad es inicialmente la doctrina, la propaganda, etc. Pero al mismo tiempo adquieren con ello una nueva necesidad, la necesidad de la sociedad, y lo que parecía medio se ha convertido en fin. Se puede contemplar este movimiento práctico en sus más brillantes resultados cuando se ven reunidos a los obreros socialistas franceses. No necesitan ya medios de unión, o pretextos de reunión como el fumar, el beber, el comer, etc. La sociedad, la asociación, la charla, que a su vez tienen la sociedad como fin, les basta. Entre ellos la fraternidad de los hombres no es una frase, sino una verdad, y la nobleza del hombre brilla en los rostros endurecidos por el trabajo” (Manuscritos de economía y filosofía, 1844. Ed. Alianza, Madrid 1989, pag. 165).

Debemos disculpar a Marx una cierta exageración en este pasaje ya que las asociaciones comunistas, las organizaciones obreras no han sido nunca un fin en sí mismas. Sin embargo para lo que nos interesa el pasaje es plenamente significativo: al participar en el emergente movimiento obrero, Marx fue capaz de darse cuenta de que el comunismo, la fraternidad real y concreta de los hombres, no tenía por qué ser únicamente un bello ideal, sino un proyecto práctico. Fue en el París de 1844, cuando Marx se identificó a sí mismo, por primera vez, como comunista.

Así pues, lo que sobre todo permitió a Marx superar sus dudas sobre el comunismo, fue el reconocimiento de que existía una fuerza en la sociedad que tenía un interés material en el comunismo. Desde que el comunismo ha dejado de ser una abstracción dogmática, un simple “bello ideal”, el papel de los comunistas no puede reducirse a predicar sobre los males del capitalismo y los beneficios del comunismo, sino que han debido involucrarse, identificándose con las luchas de la clase obrera, mostrando al proletariado el porqué de su lucha y  cómo deberá tomar conciencia del fin último de ella. La adhesión de Marx al comunismo coincide con su adhesión a la causa del proletariado, ya que éste es la clase portadora del comunismo. La exposición clásica de esta posición puede encontrarse en la Introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Aunque este artículo estaba dedicado a tratar la cuestión de qué fuerza social podía conseguir la emancipación de Alemania de sus cadenas feudales, la respuesta que proporciona es ciertamente más apropiada a la pregunta de cómo el género humano puede emanciparse del capitalismo: “¿Dónde reside, pues, la posibilidad positiva de emancipación alemana? Respuesta : en la formación de una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad burguesa que no es una clase de la sociedad burguesa ; de un Estado que es la disolución de todos los Estados ; de una esfera que posee un carácter universal por sus sufrimientos universales y que no reclama para sí ningún derecho especial, porque no se comete contra ella ningún desafuero especial, sino el desafuero puro y simple ; que no puede apelar ya a un título histórico, sino simplemente al título humano ; ... de una esfera, por último, que no puede emanciparse sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y, al mismo tiempo, emanciparlas a todas ellas ; que es, en una palabra, la pérdida total de la humanidad y que, por tanto, sólo puede ganarse a sí misma mediante la recuperación total del hombre. Esta disolución de la sociedad como una clase especial es el proletariado”.

A pesar de que en Alemania, la clase obrera estaba en los albores de su formación, la relación de Marx con el movimiento obrero en Francia y Gran Bretaña, le había convencido del potencial revolucionario de esta clase. Existía por fin una clase que encarnaba todos los sufrimientos de la humanidad, en esto no se diferencia de las clases explotadas que la habían precedido en la historia, aunque su “pérdida de humanidad” alcanza un nivel mucho más avanzado en ella. Pero en otros aspectos, la clase obrera era totalmente diferente de las clases explotadas anteriores, lo cual apareció claramente una vez que el desarrollo de la industria moderna hizo surgir el proletariado industrial moderno. Contrariamente a las anteriores clases explotadas, como el campesinado en el feudalismo, el proletariado es, ante todo, una clase que trabaja de manera asociada. Eso quiere decir, para empezar, que no puede defender sus intereses inmediatos más que mediante una lucha asociada, uniendo sus fuerzas contra todas las divisiones impuestas por el enemigo de clase. Pero eso quiere decir también que la respuesta final a su condición de clase explotada no puede basarse sino en la creación de una auténtica asociación humana, de una sociedad basada en la libre cooperación y no en la competencia y la dominación. Y al fundarse en el enorme progreso de la productividad del trabajo aportado por la industria capitalista, esa asociación no volvería atrás, hacia una forma inferior, bajo la presión de la penuria, sino que sería la base de la satisfacción de las necesidades humanas en la abundancia. Es así como el proletariado moderno contiene en sí mismo, en su propio ser, la disolución de la vieja sociedad, la abolición de la propiedad privada y la emancipación de toda la humanidad:

“Cuando el proletariado anuncia la disolución del actual orden del mundo, enuncia de hecho el secreto de su propia existencia, porque representa la disolución efectiva de ese orden del mundo. Cuando el proletariado exige la negación de la propiedad privada lo que en realidad hace es elevar a principio para toda la sociedad, lo que la sociedad ha establecido ya como principio para el proletariado, que encarna en el proletariado, sin su consentimiento, como resultado negativo de la sociedad” (Ídem).

Por ello, apenas un par de años más tarde, Marx pudo definir en La ideología alemana, (Ed. Grijalbo, Barcelona 1972) el comunismo como “el movimiento real que realiza la abolición del vigente estado de cosas”. El comunismo es pues el movimiento real del proletariado, que llevado por su naturaleza más profunda, por sus intereses materiales más prácticos, exige la apropiación colectiva de toda la riqueza de la sociedad.

Frente a tales argumentos, los filisteos de entonces replicaron de idéntica manera a como lo hacen hoy: “¿Cuantos obreros conocéis que quieran una revolución comunista? La inmensa mayoría de ellos parecen bastante resignados a la suerte que pueda depararles el capitalismo”. A lo que Marx pudo responder: “No se trata de saber lo que tal o cual proletario, ni incluso el proletariado en su conjunto se propone en un momento determinado como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser” (La sagrada familia, 1844, Ed. Acal Madrid 1977, pag. 51). Marx previene aquí contra una comprensión basada en el simple empirismo de la opinión de un obrero particular, o por el nivel de conciencia que la inmensa mayoría del proletariado tiene en un momento determinado. En cambio, el proletariado y su lucha deben ser vistos en un contexto que abarque la globalidad de su movimiento histórico, incluyendo su futuro revolucionario. Precisamente la capacidad de Marx para ver al proletariado en un cuadro histórico le permitió predecir que una clase que en aquel entonces representaba una minoría de la sociedad, y que solo había alterado el orden burgués a escala local, podría algún día ser la fuerza que trastornase todo el mundo capitalista hasta sus cimientos.

Los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo,
se trata ahora de transformarlo

El mismo artículo en el que Marx reconocía el carácter revolucionario de la clase obrera, contenía igualmente el atrevimiento de proclamar que  “la filosofía encuentra sus armas materiales en el proletariado”. Para Marx, Hegel había marcado el punto álgido de la evolución no sólo de la filosofía burguesa, sino de la filosofía en general, desde sus primeros pasos en la Grecia antigua. Pero tras alcanzar la cima, el descenso era vertiginoso. Primero con Feuerbach, materialista y humanista que puso al descubierto el Espíritu absoluto de Hegel como la última manifestación de Dios, y que tras desenmascarar a Dios como la proyección de los poderes usurpados a los hombres, elevó en su lugar el culto al hombre. Este era sin duda un síntoma del inminente fin de la filosofía como tal. Todo ello animaba a Marx, como vanguardia del proletariado, a darle el tiro de gracia. El capitalismo había establecido su dominación efectiva sobre la sociedad, y la filosofía había dicho su última palabra, ya que ahora la clase obrera había formulado (de manera más o menos grosera aún) un proyecto realizable para la emancipación práctica de la humanidad de las cadenas seculares. Desde ese punto de vista, era totalmente correcto afirmar como hizo Marx que “entre la filosofía y el estudio del mundo, hay una relación similar a la que existe entre la masturbación y el amor sexual” (La ideología alemana, 1845, Ed. Grijalbo, Barcelona 1972). El vacío en el terreno de la “filosofía” burguesa después de Feuerbach avala esta tesis[1].

Los filósofos realizaron sus distintas interpretaciones del mundo. En el campo de la “filosofía natural”, los estudios del universo físico, han debido ceder su sitio a los científicos de la burguesía. Y ahora, con la aparición del proletariado, tuvieron que ceder su autoridad en todas las materias referentes al mundo humano. Al encontrar sus armas prácticas en el proletariado, la filosofía carecía de sentido como una esfera independiente. Para Marx, esto significaba en la práctica una ruptura tanto con Bruno Bauer como con Feuerbach. Respecto a Bauer y sus seguidores que se habían retirado a una auténtica torre de marfil del auto contemplación -presentada bajo el oropel de la Crítica crítica-, Marx fue extremadamente sarcástico, calificando su filosofía como auto abuso. Respecto a Feuerbach, sin embargo manifestó un profundo respeto, y nunca olvidó las contribuciones de éste para “poner a Hegel en su sitio”. Básicamente, la crítica que dirigió al humanismo de Feuerbach era que según éste, el hombre era una abstracción, una criatura encadenada, divorciada de la sociedad y de su evolución histórica. Por tal razón, el humanismo de Feuerbach sólo podía desembocar en una nueva religión basada en el ser humano. Pero, como insiste Marx, la humanidad no podrá ser una unidad hasta que la división en clases haya alcanzado su punto final de antagonismo. Por ello, lo que los filósofos honrados deben hacer a partir de entonces es unir su suerte a la del proletariado.

La frase antes mencionada dice en su totalidad: “Del mismo modo que la filosofía encuentra sus armas materiales en el proletariado, también éste halla sus armas intelectuales en la filosofía”. La supresión efectiva de la filosofía por el movimiento proletariado no implica que éste lleve a cabo una decapitación de la vida intelectual. Al contrario, habiendo asimilado lo mejor de la filosofía, y por extensión, los conocimientos acumulados por la burguesía y las formaciones sociales anteriores; y acometiendo la tarea de transformarlos en una crítica científica de las condiciones existentes, Marx no llegó al movimiento obrero con las manos vacías, sino que trajo con él sobre todo los métodos más avanzados y las conclusiones elaboradas por la filosofía alemana. A los que sumó, junto a Engels, los descubrimientos de los más lúcidos economistas políticos de la burguesía. En ambos terrenos, esto era la expresión del apogeo intelectual de una clase que no sólo tenía aún un carácter progresista, sino que además acababa de completar el período heroico de su fase revolucionaria. La incorporación de personalidades como Marx y Engels a las filas del proletariado marca un salto cualitativo en el auto clarificación de éste, un avance desde los balbuceos intuitivos, especulativos, semi-teóricos,  al estadio de la investigación y comprensión científicas. En materia organizativa, este paso se saldó con la transformación de lo que se parecía más a una secta conspirativa -la Liga de los Justos- en la Liga de los Comunistas, que adoptó el Manifiesto comunista, como programa en 1847.

Insistimos en que esto no significa que la conciencia haya sido inyectada al proletariado, desde no se sabe qué altísimo plano astral. A la luz de lo que antes hemos expuesto, puede verse con claridad que la tesis de Kautsky de que la conciencia socialista es exportada a la clase obrera desde la intelectualidad burguesa, es simplemente una repetición del error utopista que Marx criticó en las Tesis sobre Feuerbach:

“La doctrina materialista por el medio y por la educación se olvida de que el medio es transformado por los hombres y que el propio educador ha de ser previamente educado. De ahí que esta doctrina desemboque necesariamente en una división de la sociedad en dos partes, estando una de ellas por encima de la sociedad.

“La coincidencia de los cambios en las circunstancias y de la actividad humana puede únicamente ser concebida y racionalmente comprendida como práctica revolucionaria”.

En otros palabras, la tesis de Kautsky -que retomó Lenin en el Qué hacer aunque posteriormente la abandonó ([2])- es de entrada, una expresión del materialismo grosero que ve a la clase obrera eternamente condicionada por las circunstancias de su explotación e incapaz de tomar conciencia de su situación real. Para romper este círculo vicioso, el materialismo vulgar, retorna entonces al más abyecto idealismo, sacándose de la manga una “conciencia socialista” que no se sabe por qué misteriosa razón resulta que es inventada... ¡ por la burguesía ! Esta forma de ver las cosas es justamente la contraria de la que Marx planteó. Así en La ideología alemana, se puede leer :

“Desde la concepción de la historia que hemos bosquejado, extraemos las siguientes conclusiones : en el desarrollo de las fuerzas productivas, llega un momento en que las fuerzas productivas y los medios de intercambio alcanzan una situación en que, bajo las actuales relaciones, sólo pueden causar maldad y dejan de ser productivas para convertirse en fuerzas destructivas... y relacionado con esto,  una clase está llamada, una clase que tiene que sostener todas las cargas de la sociedad sin gozar de sus ventajas ; que expulsada de la sociedad se ve empujada al más decidido antagonismo con todas las otras clases, una clase que forma la mayoría de los miembros de la sociedad y de la que emana la conciencia de la necesidad de una revolución fundamental, la conciencia comunista, que debe, por supuesto, expandirse también entre las otras clases, mediante la comprensión de la situación de esta clase”.

Más claro todavía: la conciencia comunista emana del proletariado, y como resultado de ello, elementos provenientes de otras clases son capaces de alcanzar una conciencia comunista, pero sólo rompiendo con la ideología “heredada” de su clase y adoptando el punto de vista del proletariado. Este punto de vista fue especialmente enfatizado en el siguiente pasaje del Manifiesto comunista:

“En los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días una parte de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico”.

Marx y Engels pudieron aportar al proletariado lo que le aportaron porque  renegaron de la clase dominante; pudieron comprender teóricamente el conjunto del movimiento histórico porque analizaron la filosofía burguesa y la economía política desde el punto de vista de la clase explotada. O dicho de otra manera, el proletariado al ganarse a Marx y Engels fue capaz de apropiarse de la riqueza intelectual de la burguesía y aprovecharla para sus propios fines. Pero no hubiera sido capaz de hacerlo si no estuviera ya acometiendo la tarea del desarrollar una teoría comunista. Marx fue bastante explícito sobre esto al describir a los trabajadores Proudhon y Weitling como teóricos del proletariado. En resumen, la clase obrera tomó la filosofía burguesa y la economía política y las fraguó con yunque y martillo hasta lograr esa arma indispensable que llamamos marxismo, pero que no es sino “la adquisición teórica fundamental de la lucha del proletariado..., la única concepción que expresa realmente el punto de vista de esta clase” (Plataforma de la Corriente comunista internacional).

En el próximo artículo de esta serie veremos las primeras descripciones de Marx y Engels sobre la sociedad comunista, y las concepciones iniciales del proceso revolucionario que lleva a ella.

CDW   


[1] Desde entonces, sólo aquellos filósofos que han reconocido la bancarrota del capitalismo han aportado algo. Traumatizados  por la barbarie creciente del sistema capitalista decadente, pero incapaces de concebir que pueda existir otra cosa que el capitalismo, decretan no sólo que la sociedad actual, sino la existencia misma, es un absurdo total. Pero el culto a la desesperación no es una buena publicidad para la salud de la filosofía de una época.

[2] Ver nuestro artículo en la Revista internacional nº 43: “Respuesta a la Communist Workers Organization. Sobre la maduración subterránea de la conciencia”. La CWO, y el Buró internacional para el Partido revolucionario a la que está afiliada, continúan hoy defendiendo una versión apenas matizada de la teoría de Kautsky sobre la conciencia de clase.

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material [3]

Crisis Económica: Guerra comercial, engranaje infernal de la concurrencia capitalista

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Crisis Económica: Guerra comercial

engranaje infernal de la concurrencia capitalista

Con los términos “guerra “, “batalla “, “invasión “, el lenguaje belicista invade la economía y el comercio. La crisis económica que hace estragos desde hace tiempo, provoca la competencia por unos mercados solventes, que se derriten como nieve al sol, que se hace cada día más áspera y toma la forma de una verdadera guerra comercial. En el capitalismo siempre ha existido la competencia económica, es inherente a su ser; pero hay una diferencia fundamental entre los períodos de prosperidad, cuando las empresas capitalistas luchan para abrir mercados y aumentar sus beneficios, y los períodos de crisis aguda como el actual en los que ya no se trata tanto de aumentar los beneficios como de reducir las pérdidas y poder sobrevivir en una batalla económica cada vez más dura. Una prueba evidente de esa pelea económica que causa estragos es el récord histórico de quiebras en todos los países del mundo. Estas han aumentado en Inglaterra el 56 % en 1991 y el 20 % en Francia, una hecatombe que afecta a todos los sectores de la economía.

El transporte aéreo un ejemplo entre otros muchos

El transporte aéreo es un ejemplo muy significativo de la guerra comercial que afecta a todos los sectores. Desde hace décadas el avión es el símbolo del desarrollo de los intercambios internacionales y del comercio moderno.

Desde la Segunda Guerra mundial hasta principios de los años 70, el boom de este tipo de transporte permitió a las empresas del sector repartirse un mercado en plena expansión, que les permitía amplios márgenes de desarrollo en unas condiciones de escasa competencia. Las grandes compañías crecieron   apacible-mente bajo la protección de las leyes y los reglamentos de unos Estados que las apadrinaban. Las quiebras eran raras y solo afectaban a empresas de menor importancia.

Con la reaparición de la crisis a finales de los 60 la competencia se hace mucho más ruda. El desarrollo de las compañías “charter “, que hacen la competencia a las grandes compañías en las líneas más rentables, rompe el monopolio y anuncia la terrible crisis que se desarrollará en los años 80. Los reglamentos que limitaban la competencia vuelan en pedazos bajo la presión de ésta: la desregulación del mercado interior americano a principios de la era Reagan es el toque de difuntos para el período de prosperidad y seguridad que durante años habían vivido las grandes compañías aéreas. En una década las grandes compañías aéreas americanas han pasado de 20 a 7. En los últimos años los monstruos del transporte aéreo americano han aterrizado brutalmente en la bancarrota: aún más recientemente la TWA se ha declarado en quiebra engrosando el cementerio de alas caídas de los PanAm, Eastern, Braniff...

Las pérdidas se acumulan. En 1990, la Continental ha tenido unas pérdidas de 2 343 millones de $; la US Air de 454 millones; la TWA 237 millones. La situación es aún peor en 1991: United Airlines y Delta Airlines, las dos únicas grandes compañías que en 1990 anunciaban beneficios tuvieron respectivamente 331 millones de pérdidas para el año y 174 millones para el primer semestre.

En Europa la situación no es más boyante para las grandes compañías aéreas: Lufthansa acaba de anunciar una provisión 400 millones de marcos para pérdidas, Air France anuncia unas pérdidas consolidadas de 1,15 millones de francos en el primer semestre de 1991. SAS acumula 514 millones de coronas suecas de pérdidas en el primer trimestre de 1991. Sabena está en venta, y es la hecatombe para las pequeñas compañías de transporte regional. En cuanto a la primera compañía aérea mundial, oficialmente Aeroflot, no tiene queroseno para sus aviones y está a punto de desmembrarse con la desaparición de la URSS.

Este sombrío balance tiene su explicación oficial en la guerra del Golfo que, en efecto, hizo bajar la demanda durante algunos meses. Pero una vez acabada las cuentas no se han enderezado y la mentira se ha acabado. La recesión de la economía mundial no es resultado de la guerra del Golfo, y el transporte aéreo es un perfecto resumen de sus efectos devastadores.

Se abandonan las líneas menos rentables y regiones enteras del planeta, las menos desarrolladas, están cada vez peor comunicadas con los centros industriales del capitalismo.

La competencia hace estragos en los trayectos más rentables, los vuelos sobre el Atlántico norte se han multiplicado llevando a un exceso de capacidad y disminuyendo la tasa de ocupación en los aviones, mientras que la guerra de precios produce tarifas de dumping destruyendo así su rentabilidad.

Durante los años en que el mercado era más floreciente, las compañías aéreas emprendieron programas ambiciosos de compra de aviones, endeudándose fuertemente en la perspectiva de un próspero futuro. Hoy se encuentran con aviones nuevos que no pueden usar al tiempo que anulan o retrasan los pedidos de otros nuevos a los constructores. Los aviones no encuentran comprador ni siquiera en el mercado de segunda mano, y los “jets “ se encuentran inmovilizados en aeropuertos-parking.

Las compañías aéreas, para restaurar sus deficitarias arcas, recortan en todas las rúbricas de sus cuentas de explotación:

- despiden a manos llenas: en los últimos diez años no hay una sola compañía que no haya despedido; decenas de miles de trabajadores muy cualificados pasan al paro sin ninguna posibilidad de encontrar trabajo en un sector en crisis;

-”aligeran “ el mantenimiento de los aviones: varias compañías han sido descubiertas en los últimos años saltándose las estrictas reglas de control del estado de los aparatos;

- reducen los presupuestos de formación del personal y flexibilizan las exigencias de cualificación de técnicos y pilotos;

-someten a unas condiciones de explotación cada vez más severas al personal de vuelo.

Con estas medidas la seguridad se degrada y los accidentes se multiplican.

De un lado las compañías hacen draconianas economías para reflotar sus resultados, y de otro las reglas de la competencia las empujan hacia gastos exorbitantes. Una regla de supervivencia en condiciones de competencia exacerbada es buscar un tamaño óptimo, a través de alianzas comerciales, para aprovechar las “economías de escala “, mejorar la gestión del material de vuelo y las redes comerciales, lo que significa de entrada fuertes inversiones. Un ejemplo entre otros muchos : Air France, que acaba de comprar UTA, fusionarse con Air Inter, participar en la compañía checa, quiere comprar la compañía belga Sabena no porque sea muy interesante económicamente, sino simplemente para impedir que se apodere de ella la competencia. Tales dispendios conducen ante todo a una escalada del endeudamiento. Para tratar de sobrevivir, todas las compañías entran en este juego de “quien pierde gana “, donde las victorias son pírricas y se hipoteca el futuro.

La guerra comercial que sacude el transporte aéreo ilustra lo absurdo de un sistema que se fundamenta en la concurrencia, y manifiesta las contradicciones catastróficas en que se hunde el capitalismo en crisis. Esta realidad afecta a todos los sectores de la economía y a todas las empresas, desde las más grandes a las más pequeñas. Pero al mismo tiempo pone al desnudo otra realidad característica del capitalismo en su fase decadente: el papel dominante del capitalismo de Estado.

Los Estados en el centro de la guerra comercial

El transporte aéreo es un sector estratégico esencial para cualquier Estado capitalista, no solo en el plano estrictamente económico sino también en el militar. Durante el conflicto del Golfo, se han requisado aviones para el transporte de las tropas, poniendo la aviación civil al servicio de las necesidades de la guerra. Cada Estado, cuando puede, se dota de una compañía aérea que lleva su bandera y que ostenta una posición monopolística sobre las líneas interiores. Todas las compañías aéreas, por poco importantes que sean, están bajo el control de un Estado. Eso es evidente para compañías como Air France, cuyo propietario es directamente el Estado francés, pero también es cierto para compañías que ostentan la condición de privadas. Estas dependen totalmente de un arsenal jurídico-administrativo que los Estados articulan para controlarlas de cerca. Son, a menudo, los lazos más ocultos de control de capital los que están en juego, como se vio durante la guerra de Vietnam con Air América que estaba realmente controlada por la CIA. En la guerra comercial en que está metido el sector del transporte aéreo, como en los demás sectores, quienes se enfrentan no son simplemente las compañías, entre bastidores están los Estados.

El discurso ofensivo del capitalismo norteamericano envuelto en los pliegues de los estandartes del “liberalismo “, las sacrosantas leyes del mercado y “libre competencia “, es pura mentira. El proteccionismo estatal es la regla general. Cada Estado protege su mercado interior, sus empresas, su economía. Ahí también el sector aéreo es un buen ejemplo. Mientras que USA se erige en campeón de la desregulación en nombre de la “libre competencia “, en realidad el mercado interior está protegido, y reservado a los transportistas americanos. Cada Estado dicta un fárrago de leyes, reglamentos, normas, para limitar la penetración de los productos extranjeros. El discurso del liberalismo trata de hacer que los demás Estados abran su mercado interior. En todas partes, el Estado es el principal agente económico y sus empresas son los paladines de un capitalismo de Estado u otro. La forma jurídica de su propiedad, pública o privada, no cambia nada. El mito de las multinacionales agitado por los izquierdistas en los años 70 es ya viejo. Estas empresas no son independientes del Estado, son la flecha del imperialismo económico de los mayores Estados del mundo.

Las rivalidades económicas en la lógica del imperialismo

El hundimiento del bloque ruso, al terminar con la amenaza militar del ejército rojo, quiebra una de las bazas esenciales con que contaba USA para imponer su disciplina a los países que componían el bloque occidental. Alemania o Japón, principales competidores de los EE.UU., ya no son fieles aliados. Antes aceptaban la disciplina económica que les imponía el tutor norteamericano a cambio de su protección militar. Pero hoy ya no es el caso. Es el cada uno a la suya y la guerra comercial. Lógicamente, a las armas de la competencia económica se unen los medios del imperialismo. Esta es la realidad que Dan Quayle expresa en voz alta: “No hace falta reemplazar la guerra fría por la guerra comercial “, a lo que añade por si cabe alguna duda que “el comercio es una cuestión de seguridad “ y “una seguridad nacional e internacional exige una coordinación entre seguridad política, militar y económica “.

En la batalla económica, los argumentos de la propaganda ideológica sobre el liberalismo no tienen nada que ver con la realidad. La última reunión del G7 [1] y las negociaciones del GATT [2] son un ejemplo evidente de que son los Estados quienes negocian en nombre del liberalismo.

Se acabó el tiempo en que los Estados- Unidos imponían su ley. El G7 no ha logrado acuerdo alguno para intentar un relanzamiento mundial ordenado. Alemania enfrascada en su reunificación hace de Llanero solitario, manteniendo elevadas tasas de interés, dificultando a otros países bajar las suyas lo que habría favorecido ese hipotético relanzamiento. El viaje del presidente Bush a Japón, que tenía como misión explícita abrir el mercado japonés a las exportaciones americanas, ha sido un fiasco. Las negociaciones del GATT se atascan pese a los esfuerzos de USA, que utiliza todas las bazas de su poderío económico e imperialista para tratar de imponer sacrificios económicos a sus competidores europeos.

Estas negociaciones parecen una jaula de grillos donde USA y la CEE se acusan mutuamente, con razón,  de hacer trampas al subvencionar sus exportaciones, y saltarse las sacrosantas leyes del libre cambio. Los Estados europeos subvencionan directamente a los constructores del avión Airbus con ayudas, préstamos, avales, mientras que el Estado norteamericano subvenciona indirectamente a sus constructores aeronáuticos con encargos militares o presupuestos de investigación. En 1990 los países de la CEE dedicaron 600 mil millones de dólares a ayudar a sus industrias. En el sector agrícola, ese mismo año, crecieron las subvenciones un 12 % en la CEE. Un granjero americano se beneficia, como media, de una subvención de 22 000 dólares; uno japonés de 15 000 dólares; y un europeo de 12 000 dólares. Las dulces palabras liberales sobre la magia del mercado son pura hipocresía: asistimos a la intervención permanente y reforzada del Estado en todos los terrenos.

Las frases sobre la libre competencia, el libre comercio y la lucha contra el proteccionismo son pólvora del salvas, cualquier medio es bueno para que los capitales nacionales aseguren la supervivencia de su economía y la de sus empresas en la pelea por el mercado mundial: subvenciones, dumping, sobornos, son prácticas corrientes entre empresas que actúan bajo el manto protector de su Estado. Cuando esto no basta, los hombres de Estado se erigen en representantes del comercio, añadiendo a los argumentos económicos el de su potencia imperialista. Ahí EE.UU. da un buen ejemplo. Con su economía agarrotada por la recesión y su competitividad disminuida, echa mano de los argumentos que le suministra su poderío imperialista, como medio esencial para abrirse mercados que el simple juego de la competencia económica no le permite conquistar. Todos los Estados, en la medida de sus posibilidades, hacen lo mismo.

Todo vale en la batalla por sobrevivir, es la ley de la guerra comercial, como en cualquier otra guerra. El “exportar o morir “que decía Hitler, se ha convertido en la obsesiva consigna de todos los Estados del mundo.

La desorganización y la anarquía reinan en el mercado mundial, la tensión aumenta y la dinámica hacia el caos no podrá frenarse con un acuerdo formal del GATT. Después de muchos años de negociaciones a navajazos intentando poner algo de orden en el mercado, la situación se hace totalmente incontrolable. Se multiplican los trueques, cosa que se pega de tortas con los reglamentos del GATT, y cada Estado se dedica a buscarle las vueltas a los futuros acuerdos para saltárselos a la torera.

Con el desarrollo de la recesión la guerra comercial se va a intensificar

Pese a los deseos y esperanzas de los dirigentes del mundo entero la economía americana no logra salir de recesión en la que entró, oficialmente, hace más de un año. La reducción de la tasa de descuento del Banco Federal, destinada a relanzar la economía, solo ha conseguido frenar su caída y limitar los estragos. El año 1991 se salda con una caída del 0,7 % del PNB americano. Los demás países industrializados siguen el mismo camino.

En Japón, la producción industrial ha bajado un 4 % en los doce meses anteriores a Enero de 1992. En el último trimestre de 1991, la producción industrial ha caído un 4 % en la parte occidental de Alemania, un 29,4 % en Suecia (!), un 0,9 % en Francia. En Inglaterra, el PIB ha disminuido un 1,7 % en el año 91. La recesión se ha generalizado a los grandes países industriales.

El reciente discurso de Bush sobre el estado de la Unión del que se esperaba el anuncio de medidas para salir del marasmo, ha sido una decepción. En lo esencial se trata de un mezcladillo de recetas que ya han demostrado ampliamente su ineficacia y cuyo objetivo es más electoralista que otra cosa. La disminución de los impuestos va a aumentar aún más el déficit presupuestario que alcanzó ya los 270 mil millones de dólares en 1991 y que será en 1992 de 399 mil millones según las previsiones oficiales, lo que agrava todavía más el problema de la deuda americana. En cuanto a la reducción del presupuesto de armamento, los famosos dividendos de la paz, hundirá aun más la economía americana en el marasmo al disminuir los encargos de Estado a un sector ya en crisis, en el que se anuncian ya más de 400 000 despidos para el año próximo.

El único aspecto que se podría calificar de positivo en la economía americana en 1991 ha sido el enderezamiento de su balanza comercial, aunque ésta continua siendo ampliamente deficitaria. Para los 11 primeros meses del 91 alcanzó 64 700 mil millones de dólares, que absorbieron el 36 % de los 101 700 mil millones de dólares del mismo período del año anterior. Pero este resultado no viene de una mayor competitividad de la economía americana, sino de que USA ha empleado conjuntamente todos los medios económicos y militares que le permite su estatuto de primera potencia en la guerra económica que se libra en el mercado mundial. El enderezamiento de la balanza comercial americana significa, ante todo, la degradación de la balanza de otros países, en particular sus competidores, y por tanto una agravación de la crisis mundial y una competencia cada vez más fuerte en el mercado mundial.

La mentira nacionalista es un peligro para la clase obrera

El corolario de la guerra comercial es el nacionalismo económico. Cada Estado intenta enrolar a sus obreros en la guerra económica, pidiéndoles que se aprieten el cinturón solidariamente como necesita el defensa de la economía nacional, y lanza campañas para alentar la compra de productos nacionales. Buy american (“compre americano “) es el nuevo eslogan de los lobbis proteccionistas americanos.

Desde hace muchos años los obreros son llamados a la cordura, la responsabilidad, a aceptar las medidas de austeridad para que mañana las cosas andén mejor, pero cada año van peor. En todos los países la clase obrera es la primera víctima de la guerra económica. Su salario y su poder de compra se han reducido en nombre de la competitividad económica, se le ha despedido en nombre de salvar la empresa. La peor trampa para los proletarios sería creer la mentira del nacionalismo económico como solución, como mal menor, frente a la crisis. Esta propaganda nacionalista que hoy martillean incesantemente para que los obreros destilen más sudor para el capital, es la misma justificación con la que pidieron su sangre en defensa de la patria.

La guerra comercial, con sus estragos en la economía mundial, expresa el callejón sin salida absurdo en el que se mete el capitalismo mundial víctima de la mayor crisis económica de su historia. La penuria y la pobreza dominan la mayor parte del planeta, la producción se hunde, cierran las empresas, se abandonan los campos, los obreros van al paro y se inutilizan los medios de producción. Es la lógica del capitalismo basado en la competencia, que conduce a cada cual a ir a la suya, al enfrentamiento de todos contra todos, a la guerra, y a mayores destrucciones cada día. Sólo la clase obrera, que no tiene intereses particulares que defender, que en todas partes sufre la miseria y la explotación, puede ofrecer con su lucha una perspectiva a la humanidad. Defendiendo su unidad y su solidaridad de clase, contra todas las divisiones y fronteras que le impone el capitalismo, podrá acabar con la tragedia cada día más dramática en que el capitalismo hunde el planeta.

JJ, 3/3/92.


[1] ) Grupo de los siete países más industrializados que organiza reuniones regulares para “intentar “coordinar sus políticas económicas para hacer frente a la crisis.

 

[2] ) Acuerdo general de aranceles y libre comercio: negociaciones internacionales destinadas a establecer acuerdos que regulen el mercado mundial “reglamentando “las condiciones de la competencia.

 

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [4]

La crisis más grave de la historia del capitalismo - La confirmación evidente del marxismo.

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Ahora que el capitalismo está viviendo la crisis económica más grave de su historia, los defensores del orden establecido no cesan de proclamar que el marxismo ha muerto, que habría muerto la única teoría que permite comprender la realidad de esta crisis, la única que ha sido capaz de preverla. La burguesía, manejando hasta el empacho la vieja y desvergonzada mentira que identifica marxismo y estalinismo, revolución y contrarrevolución, quiere hacer pasar la quiebra del capitalismo de Estado al modo estalinista como si fuera el hundimiento del comunismo y de su teoría, el marxismo. Es uno de los más virulentos ataques que ha tenido que soportar, en su conciencia, la clase obrera desde hace décadas. Pero esos exorcismos histéricos de la clase dominante no pueden cambiar en nada la dura realidad: las teorías burguesas aparecen como lo que son, incapaces de explicar el desastre actual de la economía, mientras que el análisis marxista de las crisis del capitalismo se confirma plenamente.

La impotencia de las “teorías “ de la burguesía

Resulta sorprendente ver a los más lúcidos “pensadores y comentaristas“ de la clase dominante, comprobar la amplitud del desastre que está trastornando el planeta, sin que por ello puedan dar el más mínimo principio de explicación coherente de lo que está pasando. Y se pasan horas y horas echando peroratas en la televisión, llenan páginas de periódicos sobre los estragos de la miseria y de las enfermedades en África, sobre la anarquía destructora que amenaza de hambre al antiguo imperio “soviético“, sobre los devastadores desastres ecológicos del planeta que ponen en peligro la supervivencia misma de la humanidad, los estragos de la droga cuyo tráfico se ha hecho un comercio tan importante como el del petróleo, sobre lo absurdo de hacer baldías tierras cultivables en Europa mientras se multiplican las hambrunas en el mundo, sobre la desesperanza y la descomposición que corroen los suburbios de las grandes metrópolis, sobre la falta de perspectivas que invade toda la sociedad mundial...; podrán multiplicar los estudios “sociológicos“ y “económicos“ en todos los dominios y desde todos los enfoques, no por eso dejará de ser para ellos un misterio el porqué de lo que está ocurriendo.

Los menos mentecatos se dan un poco de cuenta de que en la base de todo hay un problema económico. Aunque no lo dicen, o quizás no lo saben, se rinden ante el tan antiguo descubrimiento del marxismo que dice que, hasta ahora, la economía es la clave de la vida social. Pero eso no hace sino aumentar su perplejidad. Pues, en el caldo espeso que les sirve de marco teórico, el bloqueo de la economía mundial sigue siendo para ellos el misterio de los misterios.

La ideología dominante se enraíza en el mito de la eternidad de las relaciones de producción capitalistas. Pensar un solo instante que esas relaciones, el salariado, las ganancias, las naciones, la competencia, no serían el único modo de organización posible, comprender que esas relaciones se han convertido en una calamidad, fuente de todos las plagas que hoy se abaten sobre la humanidad, sería como echar por los suelos los pocos tabiques que le quedan a su edificio filosófico.

Los economistas no han cesado de proponer desde hace dos décadas, en una jerga cada vez más incomprensible, “explicaciones“ que tienen, todas, dos características comunes : la defensa del capitalismo como único sistema posible y el hecho que de que todas, una tras otra, han quedado meridianamente ridiculizadas por la realidad poco tiempo después de haber sido formuladas. Recordémoslas.

A finales de los 60, cuando la “prosperidad“, que había acompañado la reconstrucción de la posguerra, empezó a agotarse, hubo dos recesiones: en 1967 y en 1970. Comparadas con los terremotos que hemos conocido desde entonces, esas recesiones pueden hoy parecer muy insignificantes[1]. Pero en aquel entonces, eran un fenómeno relativamente nuevo. El espectro de la crisis económica, que se creía enterrado definitivamente desde la depresión de los años 30, volvía a espantar las almas de los economistas burgueses[2]. La realidad hablaba por sí misma: una vez terminada la reconstrucción, el capitalismo se hundía de nuevo en la crisis económica. El ciclo de vida del capitalismo decadente desde 1914 se confirmaba: crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis. Los “expertos “nos explicaron que de eso nada. El capitalismo estaba sencillamente en el inicio de una nueva juventud y que sólo se trataba de una crisis de crecimiento. Esas sacudidas se debían ni más ni menos que a “la rigidez del sistema monetario heredado de la Segunda Guerra mundial“, los famosos acuerdos de Bretton-Woods que se basaban en un dólar que servía de referencia y un sistema de tipos de cambio entre las monedas. Así que crearon una nueva moneda internacional, los Derechos de Tirada Especiales (DTS) del FMI y decidieron que los tipos de cambio flotarían libremente.

Pero, uno cuantos años después, dos nuevas recesiones, mucho más profundas, largas y extensas geográficamente golpearon de nuevo el capitalismo mundial, en 1974-75 y luego en 1980-82. Los “expertos“ encontraron entonces una nueva explicación: la penuria de fuentes de energía. A esas nuevas convulsiones las bautizaron “crisis petroleras“. Otras dos ocasiones en las que nos explicaron que el sistema no tenía nada que ver con esas dificultades, que todo se debía a la codicia de unos cuantos jeques de Arabia, o, incluso, a la venganza de algunos países subdesarrollados productores de petróleo. Y, para convencerse mejor de la eterna vitalidad del sistema, la “reanudación“ de los años 80 se hizo en nombre del retorno a un “capitalismo puro“. La economía de Reagan, llamada “reaganomics“, al volver a entregar a los empresarios privados unos poderes y una libertad que los Estados supuestamente les habría confiscado, iban a hacer estallar por fin toda la potencia creadora del sistema. Privatizaciones, eliminación despiadada de las empresas deficitarias, generalización del empleo precario para permitir un mejor juego del mercado en lo que a fuerza de trabajo se refiere, la afirmación del “capitalismo salvaje“ que debía demostrar hasta qué punto los cimientos del capitalismo seguían siendo sanos y ofrecían la única salida posible. Sin embargo, ya a principios de los 80, las economías de los países del llamado Tercer mundo se hundían. A mitad de los años 80, la URSS y los países de Europa del Este se meten en una vía “liberal“, intentando salirse de las formas más rígidas de su capitalismo de Estado ultra estatalizado. La década se termina con una nueva agravación del desastre: el antiguo bloque soviético se hunde en un caos sin precedentes.

En un primer tiempo, los ideólogos de las democracias occidentales presentaron esos hechos como la corroboración de su evangelio: la URSS y los países de Europa del Este se hunden porque todavía no han logrado convertirse en totalmente capitalistas; los países del tercer mundo porque gestionan mal el capitalismo. Pero, a principios de los 90, se confirma que la crisis económica golpea a los países más poderosos del planeta, el corazón del capitalismo “puro y duro“. En vanguardia de esa nueva caída están precisamente los campeones del nuevo liberalismo, los países que por lo visto tenían que dar el ejemplo de los milagros que puede realizar “la economía de mercado“, Estados Unidos y Gran Bretaña.

A principios de este año 1992, la flor y nata del capitalismo occidental, las empresas mejor gestionadas de la Tierra, anuncian que sus beneficios se desmoronan y que van a suprimir decenas de miles de empleos: IBM, primer constructor de ordenadores del mundo, modelo de los modelos, que desde su fundación desconocía las pérdidas; General Motors, primera empresa industrial del mundo, cuya potencia queda resumida en la famosa frase de “lo que es bueno para General Motors es bueno para los Estados Unidos“; United Technologies, uno de los primeros y más modernos grupos industriales americanos; Ford; Mercedes Benz, símbolo de la potencia del capital alemán, que alardeaba de ser el único constructor de coches que incrementó sus empleos durante los años 80; Sony, campeón del dinamismo y de la eficacia del capital japonés...

En cuanto al sector bancario y financiero mundial, el que ha conocido la mayor “prosperidad“ durante los años 80, beneficiario directo de este período marcado por las mayores especulaciones y las deudas más demenciales de la historia, ha recibido de lleno el latigazo de la crisis y corre el riesgo de desplomarse por sus propios abusos. “Abusos“ que algunos economistas parecen descubrir hoy, pero que han sido desde hace dos décadas el salvavidas de la economía mundial: la huida ciega en el crédito. La “máquina de dejar los problemas para otros tiempos“ se hace añicos, aplastada por el peso de las deudas acumuladas durante años y años[3].

¿Qué queda de las explicaciones de la crisis por “la excesiva rigidez del sistema monetario“ ahora que la anarquía de las tipos de cambio se ha convertido en factor de la inestabilidad económica mundial? ¿Qué queda del discurso imbécil sobre las “crisis del petróleo“ ahora que el precio del crudo se hunde en la sobreproducción? ¿Qué queda de las patrañas sobre “el liberalismo“ y “los milagros de la economía de mercado“ ahora que el desplome de la economía está ocurriendo en medio de la más salvaje de las guerras comerciales por un mercado mundial que se está encogiendo a velocidades de vértigo? ¿Y de qué sirven ahora las explicaciones basadas en el tardío descubrimiento de los peligros de la deuda cuando se ignora que ese endeudamiento suicida era el único medio de prolongar la supervivencia de una economía agonizante?

Esos sacerdotes del absurdo en que se han convertido los economistas en el capitalismo decadente, son tan incapaces de comprender el porqué de la crisis económica como de diseñar la más mínima perspectiva seria para el porvenir, a medio o corto plazo[4]. Su oficio de defensores del sistema capitalista les impide, por muy listos que sean, comprender la más elemental de las realidades: el problema de la economía mundial no estriba en saber si es éste o el otro país o si es ésta o la otra manera de gestionar el sistema capitalista. El sistema mundial, el capitalismo mismo, es el problema. Sus “razonamientos“, sus “pensamientos“ pasarán sin duda a la historia, pero como uno de los ejemplos más siniestros de la ceguera y de la necedad del pensamiento de una clase decadente.

El marxismo, primera concepción coherente de la historia

Antes de Marx, la historia humana aparecía generalmente como una concatenación de acontecimientos más o menos disparatados, que evolucionaban a golpe de batallas militares o de convicciones ideológicas o religiosas de tal o cual potencia de este mundo. En última instancia, la única lógica que podía servir de hilo conductor a esa manera de ver la historia tenía que ser buscada fuera del mundo material, en las esferas etéreas de la divina Providencia o, en el mejor de los casos, en el desarrollo de la Idea Absoluta de la Historia en Hegel[5]. Hoy, los economistas y demás “pensadores“ de la clase dominante se han quedado en el mismo punto, al que hay que añadir el retraso. Tras el hundimiento de lo que ellos consideran que era “el comunismo“, los hay incluso que, transformando en caricatura el pensamiento de Hegel, están anunciando el “fin de la historia“: puesto que todos los países están alcanzando la forma más acabada del capitalismo (“el liberalismo democrático“), puesto que no puede haber nada más allá del capitalismo, estaríamos al final del camino. Con semejantes ideas, el caos actual, el bloqueo económico de la sociedad, su disgregación acelerada sólo como misterios podrán considerarse, misterios... de la Providencia. Para quien cree que más allá del capitalismo nada puede existir, la aterradora comprobación de la quiebra, tras tantos siglos de dominación capitalista, sólo puede producir estupor, un estupor de pérdida de confianza en la humanidad.

Para el marxismo, en cambio, se trata de la confirmación más patente de las leyes históricas que esa teoría descubrió y ha ido formulando. Desde el punto de vista del proletariado revolucionario, el capitalismo no es eterno como tampoco lo fueron los antiguos modos de explotación, el feudalismo o la esclavitud antigua por ejemplo. El marxismo se distingue precisamente de las teorías comunistas que lo precedieron por el hecho de que funda el proyecto comunista en una compresión dinámica de la historia: el comunismo se vuelve posible históricamente porque el capitalismo crea simultáneamente las condiciones materiales que permiten acceder a una verdadera sociedad de abundancia y crea la clase capaz de emprender la revolución comunista, el proletariado. El comunismo se vuelve necesidad histórica porque el capitalismo lleva a un atolladero.

Ese atolladero capitalista desconcierta a los burgueses y a sus economistas lo mismo que confirma a los marxistas en sus convicciones revolucionarias.

¿Y cómo explican los marxistas esta situación de atasco histórico? ¿Por qué no puede el capitalismo desarrollarse infinitamente? Una frase del Manifiesto comunista de Marx y Engels resume la respuesta: “Las instituciones burguesas se han vuelto demasiado estrechas para contener la riqueza que han creado“.

¿Qué significa esa fórmula? ¿Queda confirmada por la realidad actual?

“Las instituciones burguesas“

Una de las trampas de la ideología burguesa, cuyas primeras víctimas son los economistas mismos, consiste en creer que las relaciones capitalistas serían relaciones “naturales“. El egoísmo, la rapacidad, la hipocresía y la cínica crueldad de la explotación capitalista no serían otra cosa sino la forma más refinada alcanzada por una eterna y siempre “malvada“ “naturaleza humana“.

Cualquiera que eche un simple vistazo a la historia se da cuenta de que esos son cuentos. Las relaciones sociales actuales dominan la sociedad desde hace unos 500 años, si situamos, como lo hace Marx, el inicio de este dominio en el siglo xvi, cuando el descubrimiento de América y la explosión del comercio mundial que siguió a ese descubrimiento permitieron a los mercaderes capitalistas empezar a imponer definitivamente su poder en la vida económica del planeta. Antes, la humanidad había conocido otras sociedades de clase, como el feudalismo y el sistema de esclavitud antiguo, y antes de eso, había vivido durante milenios en diferentes formas de “comunismo primitivo“, o sea, en sociedades sin clase ni explotación.

“En la producción social de su existencia, - explica Marx[6] - los hombres traban relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; esas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de esas relaciones forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta un edificio jurídico y político y al que corresponden formas determinadas de la conciencia social.“

Las instituciones burguesas, las relaciones de producción capitalista y su “edificio jurídico y político“, lejos de ser realidades eternas, no son sino una forma particular, momentánea, de la organización social que corresponde a “un grado determinado de las fuerzas productivas“. Marx ponía el ejemplo de que un molino de mano correspondía al sistema antiguo de esclavitud, el molino de agua al feudalismo, el molino de vapor al capitalismo.

¿En qué consisten esas relaciones? En la mitología que identifica estalinismo y comunismo, es común definir las relaciones capitalistas como las opuestas a las que predominaban en los países pretendidamente comunistas como la ex URSS. La cuestión de la propiedad de los medios de producción por capitalistas individuales o por el Estado sería el criterio determinante. Pero, como lo demostraron ya Marx y Engels en su lucha contra el socialismo estatal de Lassalle, el que el Estado capitalista posea los medios de producción no significa otra cosa que la de dar a ese Estado el estatuto de “capitalista colectivo ideal“.

Rosa Luxemburgo, una de los principales marxistas después de Marx, insiste en dos criterios principales, dos aspectos de la organización social para determinar lo específico de un modo de producción con relación a los demás: el objetivo de la producción y la relación que liga al explotado con sus explotadores. Estos criterios, definidos mucho antes de la revolución rusa y de la destrucción de ésta, no pueden dejar la menor duda en cuanto a la naturaleza capitalista de las economías estalinistas[7].

El objetivo de la producción

Rosa Luxemburg resume lo específico de la meta de la producción capitalista de la manera siguiente: “el amo de esclavos los compraba para su comodidad y su lujo, el señor feudal exigía prestaciones y sacaba rentas a los siervos con el mismo fin: para vivir a sus anchas con su parentela. El empresario moderno no hace producir a los trabajadores ni víveres, ni ropa, ni objetos de lujo para su consumo. Les hace producir mercancías para venderlas y sacar dinero de ellas“[8].

El objetivo de la producción capitalista es la acumulación del capital, hasta el punto de que los despilfarros en lujos a que se dedicaban los miembros de la clase explotadora eran, en los tiempos radicales del capitalismo naciente, condenados por el puritanismo burgués. Marx habla de ellos como de un “robo de capital“.

Los burgueses-burócratas pretenden que en sus regímenes no se proponían objetivos capitalistas y que la renta de los “responsables“ tenía forma de “salario“. Pero el que la renta sea distribuida en forma de renta fija (falsamente llamada en ese caso “salario“) y en ventajas por función, en lugar de serlo en forma de rentas por acciones o inversiones individuales, todo eso no es en absoluto significativo cuando se trata de determinar si es o no es un modo de producción capitalista[9]. La renta de los grandes burócratas del Estado también es el fruto de la sangre y el sudor de los proletarios. La “planificación“ estalinista de la producción no se proponía objetivos diferentes de los de los inversores de Wall Street: se trata de alimentar al dios Capital nacional con el sobre trabajo extraído a los explotados, incrementar la potencia del capital y asegurar su defensa frente a otros capitales nacionales. El estilo “espartano“ de que alardeaban, hipócritamente, las burocracias estalinistas, sobre todo cuando acababan de hacerse con el poder, no es sino una caricatura degenerada del puritanismo de la acumulación primitiva del capital, una caricatura deformada por las lepras del capitalismo decadente : la lepra burocrática y la lepra del militarismo.

El lazo explotado-explotador

Lo específico del capitalismo, en lo que a la relación entre el explotado y su explotador se refiere, no es menos importante ni está menos presente en el capitalismo de Estado estalinista.

En la esclavitud antigua, el esclavo estaba alimentado ni más ni menos que como los animales del amo. Recibía de su explotador lo mínimo indispensable para vivir y reproducirse. Esto era relativamente independiente del trabajo que ejecutaba. Aunque no hubiera trabajado, aunque la cosecha quedara destruida, el amo tenía que alimentarlo, a riesgo de perderlo, como se pierde un caballo al que se ha dejado de alimentar.

En la servidumbre feudal, el siervo tenía en común con el esclavo, aunque con formas más distendidas y emancipadas, su condición de objetor personalmente unido a su explotador o a una explotación: se cedía un castillo con sus tierras, sus animales y sus siervos. Sin embargo, la renta del ciervo ya no era algo independiente del trabajo que efectuaba. Su derecho a sacar parte de la producción se definía en porcentaje de la producción realizada.

En el capitalismo, el explotado es “libre“. “Libertad“, de la que tanto alardea la propaganda burguesa, que se resume en que el explotado no tiene ningún lazo personal con su explotador. El obrero no pertenece a nadie, no está atado a ninguna tierra o propiedad. Su lazo con su explotador se reduce a una operación comercial: no se vende a sí mismo, vende su fuerza de trabajo. Su “libertad“ es la de haber sido separado de sus medios de producción. Es la libertad del capital para explotarlo en cualquier lugar, para hacerle producir lo que le parezca oportuno. La parte que el proletario tiene derecho a sacar del producto social (y eso cuando existe ese derecho) es independiente del producto de su trabajo. Esa parte equivale al precio de la única mercancía importante que él posee y reproduce: su fuerza de trabajo.

“Como cualquier otra mercancía, la mercancía “fuerza de trabajo” tiene su valor determinado. El valor de toda mercancía está determinado por la cantidad de trabajo necesaria para su producción. Para producir la mercancía “fuerza de trabajo”, una cantidad determinada de trabajo es igualmente necesaria, el trabajo que produce los alimentos, la ropa, etc., para el trabajador. La fuerza de trabajo de un hombre vale lo que se necesita para mantenerlo en estado de trabajar, para mantener su fuerza de trabajo.“[10]

Eso es el salariado

Los estalinistas pretenden que sus regímenes no practicaban esa forma de explotación puesto que no había desempleo. Es cierto que de manera general, en los regímenes estalinistas “hacían trabajar a los desempleados“. En esos países, el mercado del trabajo se ha caracterizado por una situación de monopolio del Estado, el cual compraba prácticamente todo lo que se encuentra en el mercado a cambio de salarios de miseria. Pero el Estado, ese “capitalista colectivo “no deja de ser menos comprador ni menos explotador. El proletario, la garantía del empleo, la tiene que pagar con la prohibición absoluta de la menor reivindicación y con la aceptación de las condiciones de vida más miserables. El estalinismo no ha sido la negación del salariado, sino la forma más totalitaria de éste.

Hoy, las economías de los países estalinistas no se están volviendo capitalistas; lo único que están haciendo es intentar abandonar las formas más rígidamente estatales del capitalismo decadente que las caracterizaban.

Producción con el objetivo exclusivo de vender para la acumulación del capital, remuneración de los trabajadores mediante el salariado, esto no define claro está todas las instituciones burguesas, pero sí es lo más específico de ellas. Es lo que permite comprender por qué el capitalismo está abocado a un callejón sin salida.

“La riqueza que han creado...“

Al salir de la sociedad feudal, las relaciones de producción capitalistas, las “instituciones burguesas “, hicieron dar un salto gigantesco a las fuerzas productivas de la sociedad. En la época en que el trabajo de un hombre le daba apenas para comer a él y a otra persona, cuando la sociedad estaba dividida en una multitud de feudos casi autónomos entre sí, el desarrollo de la “ libertad “ del salariado y de la unificación de la economía mediante el comercio fue un poderoso factor de desarrollo.

“La burguesía... ha demostrado lo que es capaz de realizar la actividad humana. Ha realizado maravillas mucho más ingentes que las pirámides egipcias, los acueductos romanos, las catedrales góticas... Durante su dominación de clase apenas secular, la burguesía ha creado fuerzas productivas más masivas y colosales que las que hicieron en el pasado todas las generaciones juntas.“[11]

Contrariamente a las teorías comunistas pre marxistas, que decían que el comunismo era posible en todo momento de la historia, el marxismo reconoce que únicamente el capitalismo ha creado los medios materiales para una sociedad comunista. Antes de volverse “demasiado estrechas para contener la riqueza que han creado“, las instituciones burguesas eran lo suficientemente amplias para aportar, “en el fango y en la sangre“, dos realidades indispensables a la instauración de una verdadera sociedad comunista: la creación de una red productiva mundial (el mercado mundial) y un desarrollo suficiente de la productividad del trabajo. Dos realidades que, como veremos, acabarán por transformarse en una pesadilla para la supervivencia del capitalismo.

“La gran industria ha hecho surgir el mercado mundial, que había preparado el descubrimiento de América..., dice El Manifiesto comunista. Empujada por la necesidad de salidas mercantiles cada día más amplias para sus productos, la burguesía invade toda la superficie del globo. Por todas partes tiene que incrustarse, por todas partes necesita construir, por todas partes establece relaciones... Obliga a todas las naciones, so pena de perderse, a adoptar el modo de producción burgués; las obliga a importar lo que se ha dado en llamar civilización, o sea, que las transforma en naciones de burgueses. En una palabra, la burguesía crea un mundo a su imagen.“[12]

Estimulante y a la vez fruto de esa unificación de la economía mundial, la productividad del trabajo hizo los progresos más importantes de la historia. La naturaleza misma de las relaciones capitalistas, la competencia a muerte en que viven las diferentes fracciones del capital, tanto a nivel nacional como internacional, obliga a esas fracciones a una carrera permanente por la productividad. Bajar los costes de producción, para ser más competitivos, es una condición de supervivencia en el mercado[13].

A pesar del lastre destructor de la economía de guerra, que se ha hecho casi permanente desde la Primera Guerra mundial, a pesar de los aspectos irracionales debidos a un funcionamiento cada vez más militarizado, difícil y contradictorio desde que se constituyó definitivamente el mercado mundial a principios de siglo[14], el capitalismo ha mantenido el desarrollo de la productividad técnica del trabajo. Se calcula[15] que, hacia 1700, un obrero agrícola en Francia podía alimentar a 1,7 personas, o sea que se alimentaba a sí mismo y producía las tres cuartas partes de la alimentación de otra persona; en 1975, un trabajador agrícola en Estados Unidos podía, con su trabajo, alimentar a 74 personas además de a sí mismo. La producción de un quintal de trigo exigía 253 horas de trabajo en 1708 en Francia; en 1984, 4 horas. En el plano industrial, los progresos no han sido menos espectaculares: para fabricar una bicicleta en la Francia de 1891 se necesitaban 1500 horas de trabajo; en 1975, se necesitaban 15 en EEUU. El tiempo de trabajo necesario para producir una bombilla eléctrica en Francia se ha dividido por 50 entre 1925 y 1982, el de un aparato de radio, ¡por 200! Durante la última década, marcada por la agudización desenfrenada de la guerra comercial, que desde el desmoronamiento del bloque del Este se ha acentuado todavía más entre las principales potencias occidentales[16], el desarrollo de la informática y el incremento de los robots en la producción han dado un nuevo acelerón al desarrollo de esa productividad[17].

Pero esas condiciones, que ya harían posible la organización consciente, en función de las necesidades humanas, de la producción a nivel mundial, que permitirían en pocos años eliminar definitivamente el hambre y la miseria del planeta con la eclosión de la ciencia y de las demás fuerzas productivas, en resumen, esas condiciones materiales, que hacen posible el comunismo, se transforman para la burguesía en una auténtica obsesión. Y la pervivencia de las relaciones burguesas se está volviendo para la humanidad una auténtica pesadilla.

“Instituciones demasiado estrechas...“

“En determinado grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con el marco de relaciones de propiedad, que son su expresión jurídica, en el que se habían movido hasta entonces. Esas condiciones, que hasta ayer habían sido formas para el desarrollo de las fuerzas productivas, se convierten en pesadas trabas“ [18]

En el caso de las sociedades de explotación pre capitalistas, como en  el del capitalismo, esa “colisión“ entre “el desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad“ y “las relaciones de propiedad“ se concreta en una situación de penuria, de escasez. Sin embargo, cuando las relaciones de producción de la antigua esclavitud o del feudalismo se volvieron “demasiado estrechas“, la sociedad se encontró ante la imposibilidad material de producir más, de extraer los bienes y los alimentos suficientes a partir de la tierra y del trabajo. Mientras que en el capitalismo, asistimos a un bloqueo de tipo particular: la “sobreproducción”.

“La sociedad retrocede a un estado de barbarie momentáneo; se diría que un hambre, una guerra de destrucción universal le han cortado los víveres; la industria, el comercio parecen aniquilados. ¿Cómo ha sido así?, pues porque la sociedad tiene demasiada civilización, demasiados víveres, demasiada industria, demasiado comercio“ (Manifiesto comunista).

Lo que Marx y Engels describían a mediados del siglo xix, al analizar las crisis comerciales del capitalismo históricamente ascendente, se ha convertido en situación crónica o poco menos en el capitalismo decadente. Desde la Primera Guerra mundial la “sobreproducción“ de armamento se ha transformado en enfermedad permanente del sistema; el  hambre se han incrementado en los países subdesarrollados al mismo tiempo en que el capital norteamericano y el capital “soviético“ rivalizaban en el espacio a base de técnicas costosísimas e hipersofisticadas. Desde la crisis de 1929, el gobierno estadounidense ha dedicado, casi cada año, una parte de sus subvenciones agrícolas para que los agricultores no cultiven una parte de sus tierras[19]. A finales de los años 80, a la vez que el secretario general de la ONU anunciaba que habría más de 30 millones de muertos en África a causa del hambre, en EEUU casi la mitad de la cosecha de naranjas era quemada voluntariamente. A principios de los 90, la CEE ha iniciado un gigantesco plan de congelación de tierras de cultivo (15 % de las tierras dedicadas a cereales). La nueva recesión abierta, que no es otra cosa sino una dura agravación de la crisis con la que se las ve el sistema desde finales de los 60, golpea a todos los sectores de la economía, y, en el mundo entero, el cierre de minas y de fábricas sigue los pasos a la esterilización de las tierras.

Entre las necesidades de la humanidad y los medios materiales para satisfacerlas se yergue una “mano invisible“ que obliga a los capitalistas a dejar de producir, a efectuar despidos, y a los explotados a pudrirse en la miseria. Esa “mano invisible“ es la “milagrosa economía de mercado“, las relaciones capitalistas de producción que se han vuelto “demasiado estrechas”.

Por muy cínica y desalmada que sea la burguesía, no por eso engendra voluntariamente una situación así. Ella preferiría hacer funcionar a plena producción su industria y su agricultura, extirpar una masa siempre mayor de sobre trabajo a los explotados, vender sin límites y acumular ganancias hasta el infinito. Si no lo hace es porque las relaciones capitalistas que ella encarna, se lo prohíben. Como ya hemos visto, el capital no produce para satisfacer las necesidades humanas, ni siquiera las de la clase dominante; produce para vender. Ahora bien, el capitalismo, al basarse en el salariado, es incapaz de entregar a sus propios trabajadores, y menos todavía a los que no explota, los medios para comprar toda la producción que es capaz de realizar.

Como ya hemos visto también, la parte de la producción que le toca al proletariado está determinada, no por lo que produce, sino por el valor de su fuerza de trabajo, y ese valor, el trabajo necesario para alimentarlo, vestirlo, etc., va disminuyendo al mismo ritmo que se incrementa la productividad general del trabajo.

El aumento de la productividad, al bajar el valor de las mercancías, permite a un capitalista echar mano de los mercados de otro o impedir que otro eche mano de los suyos. Pero la productividad no crea nuevos mercados. Al contrario. Reduce el mercado que los productores mismos forman.

“(...) la capacidad de consumo de los obreros se halla limitada en parte por las leyes del salario y en parte por el hecho de que estas leyes sólo se aplican en la medida en que su aplicación sea beneficiosa para la clase capitalista. La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad.“[20]

Esa es la contradicción fundamental que arrastra al capitalismo hacia el callejón sin salida[21].

Esa contradicción, esa incapacidad para crear sus propias salidas mercantiles, la lleva en sí en capitalismo desde su nacimiento. En sus inicios, la superó vendiendo a los amplios sectores feudales o semifeudales, y después, mediante la conquista de mercados coloniales. La burguesía ha “invadido el planeta entero“ precisamente porque buscaba esas salidas. Y esa búsqueda, en cuanto el mercado mundial quedó constituido y repartido entre las potencias principales, a principios de este siglo, fue lo que llevó a la Primera, y después a la Segunda Guerra mundial.

Hace 20 años que terminó el “respiro“ de la reconstrucción tras las destrucciones masivas de la Segunda Guerra y ahora, tras 20 años de huida ciega, retrasando los plazos mediante créditos que se han ido superponiendo a otros créditos, el capitalismo vuelve a enfrentarse a la misma, antigua e inevitable contradicción, a una deuda equivalente... ¡a año y medio de producción mundial!

La estrechez de las instituciones burguesas ha acabado por hacer de la vida económica mundial un monstruo en el que ¡menos del 10 % de la población produce más del 70 % de las riquezas! Contrariamente a todos los cantos de alabanzas a los futuros “milagritos de la economía de mercado“ que hoy está entonando la burguesía sobre las ruinas del estalinismo, la realidad hace aparecer con la mayor crueldad la plaga que es para la humanidad el mantenimiento de las relaciones capitalistas de producción. Más que nunca, la supervivencia misma de la humanidad exige el advenimiento de una nueva sociedad. Una sociedad que para superar el atolladero capitalista, deberá basarse en dos principios esenciales:

  • a producción exclusivamente dedicada a las necesidades humanas;
  • la eliminación del salariado y la organización de la distribución en función primero de las riquezas existentes y, después, cuando se haya alcanzado por fin la abundancia material a nivel mundial, en función de las necesidades de cada uno.

Más que nunca, la lucha por una sociedad basada en el viejo principio comunista: “De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades“ puede abrir la única vía a la humanidad.

El apego de los economistas al modo de explotación capitalista los ciega y les impide ver y comprender su quiebra. Al contrario, la revuelta contra la explotación exige al proletariado la mayor lucidez histórica. Situándose desde el enfoque de la clase proletaria, Marx, los marxistas, los de verdad, pudieron ponerse a la altura de una visión histórica coherente. Una visión que es capaz no sólo de comprender lo que es específico del capitalismo en relación con los demás tipos de sociedades pasadas, pero también comprender las contradicciones que hacen que ese sistema sea un modo de producción tan transitorio como los del pasado. El marxismo funda la posibilidad y la necesidad del comunismo en una base material científica. Por eso, lejos de estar muerto y enterrado como lo desean y pretenden los defensores del orden establecido, sigue siendo más actual que nunca.

RV, 6/3/92   


[1] En 1967 fue sobre todo Alemania la más golpeada. Por primera vez desde la guerra su producto interior dejó de aumentar. El « milagro alemán » dejaba el sitio a un retroceso de - 0,1 % del PIB. En 1970 le tocó el turno a la primera potencia mundial, EEUU, con una baja de la producción de - 0,3 %.

[2] En 1929, la revista económica francesa l'Expansion se pregunta en primera plana: “¿Podría volver 1929? “.

[3] Algunas estimaciones estiman el endeudamiento mundial en 30 Billones (30 millones de millones) de dólares (Le Monde diplomatique, febrero del 92). Eso equivale a siete veces el producto anual de los EEUU, o de la CEE, o, también, cerca de un año y medio de trabajo (en las condiciones actuales) de toda la humanidad!

[4] En diciembre del 91, la OCDE, una de las principales organizaciones de previsión económica occidentales, presentaba sus Perspectivas económicas a la prensa : anunciaban una reanudación económica inminente, animada, entre otras cosas, por la baja de los tipos de interés alemanes. El mismo día, el Bundesbank decidió una importante subida de su tipo de interés y unos cuantos días después, la misma OCDE revisaba a la baja sus previsiones, insistiendo... en las incertidumbres que planean en nuestros tiempos...

[5] Véase en este número el artículo “Cómo el proletariado ganó a Marx para el comunismo “.

[6] “ Prefacio “ a la Crítica de la economía política.

[7] A los economistas les cuesta comprender que sólo desde un enfoque marxista se pueda entender realmente la naturaleza capitalista de esas economías.

[8] Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política, cap. 5, “El trabajo asalariado “.

[9] Esta diferencia es, en cambio, importante para comprender la diferencia de eficacia entre el capitalismo de Estado estalinista y llamado “liberal “. El que la renta de los burócratas no tenga que ver con el resultado de la producción de la que son teóricamente responsables, los transforma en paradigma de la irresponsabilidad, de la corrupción y de la ineficacia (ver “Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este “, Revista Internacional, nº 60).

[10] Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política.

[11] Manifiesto comunista, “Burgueses y proletarios“.

[12] Ídem.

[13] En el caso de un país como la URSS, en donde la competencia interna del país era casi inexistente a causa del monopolio estatal, la presión para el incremento de la productividad se ejercía en el plano de la competencia militar internacional.

[14] Ver nuestro folleto La decadencia del capitalismo.

[15] Los datos sobre la productividad están sacados de diferentes obras de Jean Fourastié : La productivité (ed. PUF, 1987, París), Pourquoi les prix baissent (Por qué bajan los precios)(ed. Hachette, 1984, París), Pouvoir d'achat, prix et salaires (Poder adquisitivo, precios y salarios) (ed. Gallimard, 1977, París).

[16] Ver en este número el artículo “Guerra comercial, engranaje infernal de la competencia capitalista “.

[17] Puede uno hacerse una idea de lo importante que ha sido el aumento de la productividad en el trabajo fijándose en la evolución de la cantidad de personas “improductivas “ mantenidas por el trabajo realmente productivo (en el sentido general del término, es decir, útiles a la subsistencia de la gente). Los agricultores, los trabajadores de la industria, de los servicios o de la construcción que producen bienes o servicios destinados a la producción de bienes de consumo, permiten a una cantidad cada vez mayor de personas vivir sin ejercer un trabajo realmente productivo : militares, policías, trabajadores de todas las industrias productoras de armas y pertrechos militares, una buena parte de la burocracia estatal, los trabajadores de los servicios financieros y bancarios, del marketing y de la publicidad, etc. La parte del trabajo generalmente productivo en la sociedad capitalista decadente no ha cesado de disminuir en provecho de actividades, indispensables para la supervivencia de cada capital nacional, pero inútiles, cuando no son destructoras, desde el punto de vista de las necesidades de la humanidad.

[18] “Prefacio “ a la Crítica de la economía política.

[19] Desde un simple punto de vista técnico, Estados Unidos sería capaz de alimentar al planeta entero.

[20] El Capital, vol. III, pág. 455. F.C.E., México.

[21] El análisis marxista no sólo ha evidenciado esa contradicción en las relaciones de producción capitalistas : la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, la contradicción entre la necesidad de recurrir a inversiones cada día más importantes y la exigencia de la rotatividad del capital, la contradicción entre el carácter mundial del proceso de producción capitalista y el carácter nacional de la apropiación del capital, etc., el marxismo ha descubierto otras contradicciones esenciales que son a la vez motor y colapso en la vida del capital. Pero todas estas otras contradicciones no se transforman en trabas efectivas para el crecimiento del capital más que en cuanto éste se enfrenta a la “razón última“ de sus crisis: su incapacidad para crear sus propias salidas mercantiles.


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Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/3/47/guerra [2] https://es.internationalism.org/tag/21/500/balance-de-70-anos-de-luchas-de-liberacion-nacional [3] https://es.internationalism.org/tag/21/365/el-comunismo-no-es-un-bello-ideal-sino-una-necesidad-material [4] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia