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Revista internacional n° 68 - 1er trimestre de 1992

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Revista internacional n° 68 - 1er trimestre de 1992

Dislocación de la URSS, matanzas en Yugoslavia

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Dislocación de la URSS, matanzas en Yugoslavia

Únicamente la clase obrera internacional podrá hacer que la humanidad se libre de la barbarie

El “nuevo orden mundial” anunciado hace menos de dos años por el presidente Bush lo único que está haciendo es acumular horrores y cadáveres. Nada más terminadas las masacres de la guerra del Golfo (las provocadas directamente por la coalición, pues la de los kurdos sigue) ya se encendía la guerra en plena Europa, en lo que ha sido Yugoslavia. El horror descubierto tras la toma de Vukovar por los ejércitos serbios ilustra una vez más hasta qué punto eran falsos los discursos sobre la “nueva era“ de paz , de prosperidad y de respeto de los derechos humanos, era que se iba a iniciar con el hundimiento de los regímenes estalinistas de Europa y la desaparición del antiguo bloque del Este. Al mismo tiempo, la independencia de Ukrania y, más todavía, la constitución de una “Comunidad de Estados “ formada por ese país, Rusia y Bielorrusia [1] han acabado formalizando lo que ya era un hecho patente desde el verano   : la URSS ha dejado de existir. Pero eso no impide, ni mucho menos, que los trozos de ese difunto país sigan descomponiéndose: hoy la amenaza de estallido se cierne sobre la Federación Rusa misma, o sea sobre la más poderosa de las repúblicas del que fuera Imperio soviético. Frente al caos en el que se están hundiendo cada día más el planeta, los países más adelantados, y ante todo el primero de ellos, los Estados Unidos, pretenden aparecer cual oasis de estabilidad, garante del orden mundial. En realidad, esos países tampoco están a salvo de las convulsiones mortales en las que se está hundiendo la sociedad humana. El estado más poderoso de la Tierra, por mucho que se aproveche de su enorme superioridad militar sobre el resto, para reivindicar el papel de “gendarme mundial “, como acabamos de comprobar con la Conferencia sobre Oriente Medio, nada puede hacer, en cambio, para atajar la inexorable crisis económica  que es base y raíz de todas las convulsiones que agitan la humanidad. La barbarie del mundo de hoy pone de relieve la gran responsabilidad que le incumbe al proletariado mundial, un proletariado que debe hacer frente al desencadenamiento de una campaña y a unas maniobras de intensidad nunca vista, destinadas a desviarlo no sólo de su perspectiva histórica sino también de la lucha por sus intereses más elementales.

Hemos analizado regularmente en  nuestra Revista la evolución de la  situación en la antigua URSS[2] Desde el verano de 1989 (o sea dos meses antes de la caída del muro de Berlín), la CCI ha ido insistiendo en la extrema gravedad de las convulsiones que sacudían a todos los países que se pretendían “socialistas “[3]Hoy, cada día que pasa viene a ilustrar un poco más la amplitud de la catástrofe que se ha desencadenado en esa parte del mundo.

La ex URSS en el abismo

Desde el golpe fallido de agosto pasado, las cosas han ido precipitándose sin parar en la antigua URSS. La salida de los países bálticos de la “Unión “parece ahora algo de un remoto pasado. Ahora es Ucrania la que se proclama independiente, o sea, la segunda república de la Unión, que cuenta 52 millones de habitantes, su “granero de trigo “, 25 % de su producción industrial. Además, Ucrania posee en su territorio una cantidad importante de armas atómicas de la ex URSS. Sólo ella ya dispone de un potencial de destrucción superior a los de Gran Bretaña y Francia juntas. En este sentido, la decisión de Gorbachov, el 5 de Octubre, de reducir de 12 000 a 2 000 la cantidad de cargas nucleares tácticas de la URSS no sólo era la respuesta a la decisión similar adoptada por Bush una semana antes. Tampoco era la simple plasmación de la desaparición del antagonismo imperialista, que había dominado el mundo durante cuatro décadas, entre EEUU y la URSS. Era una medida de prudencia elemental para impedir que las repúblicas en cuyo territorio se encuentran esas armas, y especialmente Ucrania, las usaran como armas de chantaje. Por eso se han negado hasta ahora las autoridades ucranias a devolver ese armamento. No hubo que esperar mucho tiempo para que se viera lo justificada que estaba la inquietud de Gorbachov y de la mayoría de quienes gobiernan este mundo, frente al problema de la diseminación nuclear. A primeros de Noviembre estallaba el conflicto entre la autoridad central rusa y la república autónoma de Checheno-Ingushetia, la cual acababa de proclamar, también ella, su “independencia “. Contra la decisión de Yeltsin de instaurar allí el estado de emergencia con las fuerzas especiales del KGB, Dudáiev, ex general del ejército “rojo“ reconvertido en pequeño sátrapa independentista, amenazaba con recurrir a actos terroristas contra las instalaciones nucleares de la región. Además, ante el peligro de enfrentamientos sangrientos, las tropas encargadas de la represión se negaron a obedecer, siendo, al cabo, el Parlamento ruso quien sacara a Yeltsin del aprieto anulando las decisiones de éste. Este suceso, además de evidenciar la amenaza real que representan los enormes medios nucleares desplegados en toda la ex URSS en el momento mismo en que esta antigua superpotencia se desintegra, también pone de relieve el nivel de caos en que se encuentran hoy esas regiones del mundo. Ya no es sólo la URSS la que se está desmoronando, sino también la mayor república, Rusia, amenazada de explosión sin poseer los medios, si no es el de alguna que otra matanza de incierto desenlace, para hacer respetar el orden.

Bancarrota económica total

Esa tendencia al desmoronamiento de la misma Rusia también se plasma en las disensiones entre los “reformadores “de la camarilla actualmente gobernante. Por ejemplo, las medidas de “liberalismo salvaje “propuestas por el presidente ruso a finales de octubre han provocado las protestas de los alcaldes de las dos ciudades mayores del país. Gavril Popov, alcalde de Moscú, ha declarado que “él no cargará con la responsabilidad de la liberación de los precios “y su colega de San Petersburgo, Anatoli Sobchak ha acusado a Yeltsin de querer “matar de hambre a Rusia “. De hecho, esos enfrentamientos entre políticos sobre cuestiones económicas, hacen aparecer el atolladero en que se encuentra la economía de la ex URSS. Todos sus dirigentes políticos, empezando por Gorbachov, no paran de lanzar alarmas ante la amenaza de hambrunas para este invierno. El 10 de Noviembre, Sobchak avisaba: “No hemos acumulado las reservas alimenticias suficientes, sin las cuales las grandes ciudades soviéticas y los grandes centros industriales del país no podrán, sencillamente, sobrevivir “.

También en lo financiero, la situación se ha vuelto de auténtica pesadilla. El Banco Central, el Gosbank, está dándole a la máquina de billetes a ritmo intensivo, lo que acarrea una devaluación del rublo de 3 % por semana. El 29 de Noviembre, ese banco anuncia que ya no se pagarán los sueldos de los funcionarios. El origen de este decisión está en la negativa de los diputados rusos (mayoritarios) en el Congreso de votar una autorización de crédito de 90 mil millones de rublos pedida por Gorbachov. Al día siguiente, Yeltsin, para así apuntarse un nuevo tanto en su pugna de influencia contra Gorbachov, aseguró que Rusia se encargaba del pago de los funcionarios.

En realidad, la quiebra del banco central no se debe únicamente a la negativa de las repúblicas de hacer entrega de la recaudación de impuestos al “centro “. Tampoco ellas son capaces de recaudar los fondos indispensables para funcionar. Las repúblicas autónomas de Yakutia y Buriatia, por ejemplo, bloquean desde hace meses sus entregas de oro y diamantes, entregas que permitirían alimentar en divisas las arcas de Rusia y de la Unión. Las empresas, por su parte, pagan cada vez menos impuestos, ya sea porque tienen las arcas también vacías, ya sea porque consideran (como así ocurre con las empresas privadas más “prósperas “) que “liberalización “significa abolición de los impuestos. La ex URSS se encuentra así metida en una espiral de locura. Tanto las reformas como los conflictos políticos resultantes de la catástrofe económica agravan todavía más esta catástrofe, lo que desemboca en una nueva huida ciega en unas “reformas “ ya muertas al nacer y en enfrentamientos entre camarillas.

Los gobiernos de los países más avanzados son muy conscientes de la amplitud de la catástrofe, cuyas repercusiones, claro está, no van a parase en seco en las fronteras de la antigua URSS. [4]Por eso, se han elaborado planes de urgencia para transportar hacia aquella zona productos de primera necesidad. Pero nadie puede garantizar que esas ayudas lleguen a su destino, a causa de la insondable corrupción reinante a todos los niveles de la economía, a causa de la parálisis de todo el aparato político-administrativo (ante la inestabilidad y las amenazas de despidos, la preocupación principal de la mayoría de los “agentes de decisión “ es la de no tomar ninguna), a causa de la desorganización completa de los medios de transporte (faltan recambios para el mantenimiento de la maquinaria, hay cortes en el abastecimiento de combustible, se producen desórdenes de todo tipo que afectan regularmente a muchas partes del territorio).

También, para aliviar un poquito el estrangulamiento financiero de la ex URSS, los países del G-7 han decidido otorgar un plazo de un año para el reembolso de los intereses de la deuda soviética, la cual asciende hoy a 80 mil millones de dólares. Pero eso es como un esparadrapo en una pata de palo, pues los préstamos otorgados parecen caer en un pozo sin fondo. Hace dos años, nos habían cantado la coplilla de los “nuevos mercados “que quedaban abiertos gracias al desplome de los regímenes estalinianos. Ahora, cuando la crisis económica mundial se está plasmando, entre otras cosas, en una crisis aguda de liquidez[5], los bancos se hacen cada día más remolones para invertir sus capitales en esa parte del mundo. Así se quejaba recientemente un banquero francés: “Allí, no sabe uno a quién le presta ni a quiénes podrá exigir los reembolsos “.

Incluso a los políticos burgueses más optimistas, les resulta difícil imaginarse cómo podría enderezarse tal situación tanto en lo económico como en lo político, del país que, hasta hace poco tiempo, era la segunda potencia mundial. La independencia de cada república, presentada por los diversos demagogos locales como una “solución “ para no hundirse con el navío entero, no hará sino poner todavía peor las dificultades de una economía basada durante décadas en una extrema división del trabajo (algunos productos son fabricados por una sola fábrica para toda la URSS). Además, esas independencias llevan consigo el resurgir de otras reivindicaciones particulares de minorías repartidas por todo el territorio de la ex URSS (existen unas cuarenta “regiones autónomas “y un montón de etnias). Ya ahora, con los enfrentamientos sangrientos entre armenios y azeríes a propósito de Nagorno-Karabaj, entre osetios y georgianos en Osetia del Sur, entre kirghizios, uzbekos y tadyiks en Kirghizia, puede uno hacerse una idea de lo que le espera al conjunto del territorio de la ex URSS. Además, las poblaciones rusas, que están repartidas por toda la ex Unión (38 % de la población de Kazajstán, 22 % en Ucrania, por ejemplo), podrían pagar los platos rotos de esas “independencias “. Yeltsin, por otra parte, ha avisado que él se consideraría “protector “de los 26 millones de rusos que viven fuera de Rusia y que habría que reconsiderar la cuestión de las fronteras de su república con algunas otras. Este tipo de discurso ya se lo hemos oído, hace poco tiempo, al dirigente serbio Milosevic ; cuando se ve lo que está ocurriendo en Yugoslavia, puede uno entender perfectamente la siniestra realidad que tales discursos anuncian para el futuro, y eso a una escala mucho mayor .[6]

Yugoslavia: barbarie y antagonismos entre grandes potencias

En unos cuantos meses, Yugoslavia se ha hundido en los infiernos. Día tras día, los telediarios nos dan imágenes de una barbarie sin nombre que se ha desencadenado a unos cientos de kilómetros de las metrópolis industriales de Italia del Norte y de Austria. Ciudades enteramente destruidas, cadáveres amontonados por las calles, mutilaciones, torturas, muertos por doquier. Desde que terminó la IIª Guerra mundial, ningún país de Europa había conocido semejantes atrocidades. Desde ahora, el horror que parecía reservado a los países del llamado tercer mundo, está alcanzando las zonas inmediatas al corazón del capitalismo. Ése es el “gran progreso “que acaba de realizar la burguesía: crear un Beirut de Danubio, a una hora escasa de Milán y de Viena. El infierno en que viven desde hace décadas los países más pobres del planeta siempre ha sido insoportable, una vergüenza para la humanidad. Que ese infierno esté ahora a las puertas de Europa no es ni más ni menos escandaloso. Pero sí que es el indiscutible signo del grado de putrefacción que ha alcanzado un sistema que durante cuarenta años había conseguido repeler hacia su periferia los aspectos más abominables de la barbarie que él engendra. Es la expresión evidente de que el capitalismo ha entrado en una nueva etapa, la última, de su decadencia: la de la descomposición general de la sociedad[7].

Una de las ilustraciones de esta descomposición es la irracionalidad total con la que se conducen las principales fuerzas políticas en presencia. Por parte de las autoridades de Croacia, la reivindicación de independencia no se basa en la más mínima posibilidad de mejora de las posiciones de su capital nacional. Basta con consultar un mapa para darse cuenta de las dificultades suplementarias que surgirán sin la menor duda cuando esta “nación “ haya alcanzado su “independencia “, dificultades debidas a la conformación misma de sus fronteras. Para ir de Dubrovnik a Vukovar, suponiendo que estas dos ciudades puedan ser un día reconstruidas y pertenezcan a una Croacia independiente, no será por Zagreb por donde habría que pasar, salvo si se quieren recorrer 500 kilómetros suplementarios, sino por Sarajevo, capital de otra república, Bosnia-Herzegovina.

Del lado de las autoridades “federales “(serbias, en realidad), los intentos por someter a Croacia, o al menos de mantener dentro de una “Gran Serbia “el control de las provincias croatas en las que viven serbios, tampoco va a permitir obtener grandes beneficios económicos: el coste de la guerra actual y las destrucciones que está provocando no hacen sino agravar más todavía el marasmo económico en que está metido el país.

Disensiones entre Estados europeos

Desde el inicio de las masacres yugoslavas, los especialistas de la bondad y caridad mediáticas se emocionaron muchísimo; “¡algo hay que hacer!”, venían a decir. Es cierto que los horrores sufridos por los kurdos de Irak se venden hoy peor que hace algunos meses [8]. Sin embargo, para Yugoslavia, la “solicitud” ha ido bastante más allá que el puro “Charity Business”, pues la Comunidad Europea ha organizado una conferencia especial, llamada de La Haya, para poner fin a la guerra. Tras casi veinte ridículos;  alto el fuego y los múltiples viajes del negociador Lord Carrington, las matanzas siguen y siguen. De hecho, la impotencia de Europa para acabar con este conflicto, cuya total absurdez es subrayada por todos, es una ilustración patente de las disensiones que existen entre los Estados que la componen. Estas disensiones no son ni circunstanciales ni secundarias. Esas disensiones cubren, por el contrario, intereses imperialistas muy determinados y antagónicos. El que Alemania haya sido favorable, desde el principio, a la independencia de Eslovenia y de Croacia no es algo fortuito. Para esa potencia, esas independencias son ahora la condición necesaria para acceder al Mediterráneo, mar cuya importancia estratégica es evidente [9]. Por su parte las demás potencias imperialistas presentes en el Mediterráneo, no tienen el más mínimo interés en que Alemania vuelva a asomarse a él. Por eso, al iniciarse el conflicto yugoslavo, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia (sin contar a la URSS, tradicional “protector” de Serbia, pero que bastante tiene con lo suyo) se pronunciaron por el mantenimiento de Yugoslavia unificada.[10]

La tragedia yugoslava ha puesto de relieve que el “nuevo orden mundial” no significa otra cosa que el recrudecimiento de las tensiones no sólo entre nacionalidades o etnias en algunas partes del mundo como en la Europa del Este y Central, en donde el desarrollo tardío del capitalismo impidió la formación de Estados nacionales viables y estables, sino y sobre todo entre los viejos Estados capitalistas formados desde hace ya tiempo y que, hasta hace poco, estaban aliados contra la potencia imperialista soviética. El caos en que se está hundiendo el planeta ya no es sólo algo “típico” de los países de la periferia del capitalismo. Ese caos también está y seguirá afectando cada día más a los países centrales pues tiene sus raíces, no en los problemas específicos de los países subdesarrollados, sino en un fenómeno mundial: la descomposición general de la sociedad capitalista, que no cesará de agravarse al mismo tiempo que se agrava la crisis irreversible de su economía.

La conferencia sobre Oriente Medio afirmación del liderazgo de EE.UU.

Para intentar atajar el caos en que se está precipitando el planeta entero, le incumbe a la primera potencia mundial el desempeñar el papel de gendarme. Es evidente que las motivaciones estadounidenses para hacer ese papel no son desinteresadas, ni mucho menos. A quien más se aprovecha del “orden mundial” actual, le incumbe, sobre todo a él, preservarlo. La guerra del Golfo ha sido una operación de policía ejemplar para disuadir a todos los demás países, grandes o pequeños, de participar en la desestabilización de tal orden. Ahora, la “conferencia de paz” sobre Oriente Medio es otro aspecto, complementario de la guerra, en la estrategia americana. Tras haber demostrado que estaban dispuestos a “mantener el orden” a costa de la mayor brutalidad, los Estados Unidos tenían que dar la prueba de que sólo ellos tienen los medios para ser eficaces en arreglar conflictos que llevan ensangrentando el planeta desde hace décadas. Para ello, la cuestión de Oriente Medio es, evidentemente, una de las más significativas.

En efecto, debe subrayarse la importancia histórica considerable de tal acontecimiento. Es la primera vez en 43 años (desde el reparto de Palestina por la ONU en noviembre del 47 y el final del protectorado inglés en mayo del 48) que Israel se encuentra en la misma mesa junto con sus vecinos árabes con quienes ha hecho ya cinco guerras (1948, 1956, 1967, 1973, 1982). De hecho, esa conferencia internacional es consecuencia directa del hundimiento del bloque ruso en 1989 y de la guerra del Golfo de principios del 91. Ha podido realizarse porque los Estados árabes (incluida la OLP) al igual que Israel ya no pueden seguir jugando con la rivalidad Este-Oeste para hacer prevalecer sus intereses.

Los Estados árabes que pretendían confrontarse con Israel han perdido definitivamente a su “protector” soviético. Y por lo tanto, Israel ha perdido una de las atribuciones que le granjeaba el apoyo total de Estados Unidos, la de ser el principal gendarme del bloque USA en la región frente a las pretensiones del bloque ruso.[11]

Sin embargo, aunque es cierto que la cuestión de Oriente Medio, por su importancia histórica y estratégica, ya da de por sí gran relieve a la conferencia abierta a finales de octubre en Madrid y que proseguirá en Washington en diciembre, su significado va mucho más allá de los problemas de esa parte del mundo. EE.UU. no sólo afirma su autoridad ante los países de la región, sino, y sobre todo, ante las demás grandes potencias que pretendieran jugar una baza “independiente”.

 

Las potencias europeas metidas en cintura

En Madrid, en efecto, al no tener la ONU [12] la menor función (a petición de Israel, pero eso les venía muy bien a los americanos), la única gran potencia presente, al lado de EE.UU, era... ¡la URSS! (lo de “gran potencia”, es un decir). El simple hecho que Bush propusiera la copresidencia de la conferencia a un Gorbachov totalmente devaluado y dirigente de un país ya inexistente, es una afrenta a países que hasta hace poco tenían pretensiones en Oriente Medio. Este era el caso de Francia (definitivamente expulsada de Líbano, totalmente ahora bajo control de Siria) y también de Gran Bretaña (principal potencia presente en la región hasta la IIª Guerra mundial y “ex protectora” de Palestina, Jordania y Egipto). La cosa no es muy grave en el caso de Gran Bretaña, la cual no concibe la defensa de sus intereses imperialistas sino es en el marco de una estrecha alianza con el gran hermano americano. En cambio, en el caso de Francia, es una nuevo ejemplo del segundo orden que Estados Unidos le tiene ya asignado a pesar, y en parte a causa, de sus intentos por llevar a cabo una política “independiente”. Y detrás de Francia, el mensaje también iba dirigido indirectamente a Alemania. Alemania ya no tiene, desde hace tiempo, intereses en la zona (excepto los económicos, claro está). Pero, la afrenta recibida por Francia, país en el que Alemania intenta apoyarse actualmente, tanto en las instituciones europeas como en lo militar, para afirmar sus intereses, también a ella la alcanza. El lugar reservado a Europa en la conferencia de Madrid (la presencia, como observador, del ministro de Asuntos exteriores de Holanda) da una clara idea del papel que Estados Unidos pretende reservar para los Estados europeos o a cualquier alianza entre ellos en los grandes asuntos internacionales  un papel de comparsa.

Y organizar una conferencia sobre Oriente Medio cuando esos mismos Estados europeos lucen un día tras otro su total impotencia ante la situación yugoslava, pone en evidencia una vez más que el único gendarme capaz de asegurar un poco de orden en el mundo es el Tío Sam. Este último ha sido capaz de dar “solución” a uno de los conflictos más antiguos y graves del planeta y que se desarrollaba a 10 000 km de sus fronteras, mientras que los países europeos no logran poner orden del otro lado de las suyas. Así, con la conferencia sobre Oriente Medio se ha reafirmado el mensaje esencial que EE.UU. quería mandar con la guerra del Golfo  sólo de la potencia estadounidense, de su enorme superioridad militar (y también económica) depende “el orden mundial”. Todos los países, incluidos quienes quieren jugar sus propias cartas, necesitan a ese gendarme [13]. El interés de esos países será pues el de facilitar la política de la primera potencia mundial.

Sin embargo, la disciplina que la primera potencia mundial está logrando todavía imponer no puede ocultar la situación catastrófica en que se encuentra el mundo capitalista, situación que seguirá agravándose sin remedio. Para empezar, el método empleado para garantizar esa disciplina es ya de por sí generador de nuevos desórdenes. Eso es lo que hemos podido ver con la guerra del Golfo y todas sus desastrosas consecuencias en la región, especialmente en la cuestión kurda; eso es lo que estamos comprobando con Yugoslavia, en donde el mantenimiento de la autoridad norteamericana ha puesto a sangre y fuego al país. Como lo han afirmado siempre los marxistas, no hay sitio, en el capitalismo decadente, para una no se sabe qué “paz general”. Aunque se apagaran en Oriente Medio, las tensiones entre bandas rivales de los gánsteres capitalistas se encenderán en otras partes. Y eso tanto más por cuanto la crisis económica del modo de producción capitalista, que es, en última instancia, la raíz de los enfrentamientos imperialistas, es insoluble y además seguirá agravándose como puede comprobarse en estos días.

Agravación de la crisis y ataques contra la clase obrera

A la vez que Bush celebra sus triunfos diplomáticos y militares, su “frente interior” no para de degradarse, sobre todo con la nueva agravación de la recesión. Durante algunos meses, la burguesía norteamericana y, con ella, la burguesía del mundo entero, se había hecho la ilusión de que la recesión abierta que se había iniciado antes de la guerra del Golfo iba a ser pasajera. Ha llegado hoy el tiempo de las decepciones a pesar de todos los esfuerzos de los gobiernos (que además pretenden que no hay que intervenir en la economía y dejar funcionar las leyes del mercado, cuando en realidad hacen lo contrario) el marasmo se prolonga sin que se le vea salida. En realidad, estamos ante una nueva agravación de la crisis del capital, agravación que ya ha sumido en el pánico a cantidad de sectores de la burguesía.

Tal agravación no va a tener otra consecuencia que la intensificación de los ataques contra la clase obrera. Ya hoy se han ido desencadenando esos ataques por doquier: despidos masivos (incluidos sectores “punta” como la informática, bloqueo de salarios, erosión de subsidios sociales (pensiones, subsidios de desempleo, gastos médicos, etc.), aumento de las cadencias en el trabajo. Sería imposible hacer una lista de todos los tipos de agresiones que en los diferentes países está sufriendo la clase obrera. Son todos los obreros de todos los países quienes están soportando en carne viva las cornadas de la crisis capitalista. Esos ataques producen un evidente descontento en la clase obrera. En muchos países puede efectivamente observarse una agitación social en aumento. Lo que es, sin embargo, significativo es que, al contrario de las grandes luchas que marcaron los años de mitad de los 80, luchas que los medios de comunicación se esmeraron en ocultar casi por completo, la agitación actual, en cambio, nos la brindan en espectáculo en los medios de comunicación. Estamos asistiendo a una de esas maniobras de envergadura con las que la burguesía de la mayoría de los países más desarrollados intenta minar el terreno de los verdaderos combates de clase.

Para la clase obrera no son equivalentes la indignación y la combatividad, como tampoco son equivalentes la combatividad y la conciencia, por mucho que entre ellas haya una estrecha relación. La situación de los obreros de los países ex “socialistas” nos los demuestra cada día. Esos obreros tienen hoy que encarar condiciones de vida que se resumen en una miseria desconocida desde hace décadas. Y sin embargo, sus luchas contra la explotación son de muy flojo alcance y cuando se despliegan es para caer en las trampas más groseras que la burguesía pueda tenderles, en especial las nacionalistas como hemos podido ver en la primavera del 91 con la huelga de los mineros de Ucrania. La situación dista mucho de ser tan catastrófica en los países “adelantados”, tanto desde el punto de vista de los ataques capitalistas como de las mistificaciones que pesan en la conciencia de los obreros. En cambio, sí que hay que subrayar las dificultades con las que en el momento actual se está encontrando el proletariado de estos países. La clase enemiga está empleando todos los medios a su alcance para utilizar esas dificultades y aumentarlas.

Los acontecimientos tan importantes que se han venido sucediendo desde hace dos años han sido ampliamente utilizados por la burguesía para atajar la combatividad de la clase obrera y, sobre todo, intentar destruir su conciencia. Y así, repitiendo hasta el asco que el estalinismo era el “comunismo”, que los regímenes estalinistas, cuya bancarrota se había hecho evidente, eran algo así como la consecuencia inevitable de la revolución proletaria, todas esas campañas propagandísticas de la burguesía han tenido el objetivo de desviar a los obreros de la menor perspectiva de una sociedad diferente, dándoles a entender que la “democracia liberal” sería la única sociedad viable para siempre jamás. Lo que se ha hundido en el Este es una forma particular de capitalismo, y se ha hundido precisamente a causa de la presión de la crisis general del sistema. Y esos acontecimientos, los medios de comunicación no han cesado de presentárnoslos como un “triunfo” del capitalismo.

Esas campañas han tenido un impacto nada desdeñable en los medios obreros, afectándoles en su combatividad y sobre todo en su conciencia. La combatividad obrera estaba viviendo un nuevo ímpetu en la primavera de 1990, como consecuencia, en particular, de los ataques debidos al inicio de la recesión. Pero la crisis del Golfo y la guerra volvieron a minar esa combatividad. Estos trágicos acontecimientos permitieron que apareciera claramente la mentira sobre el “nuevo orden mundial “que nos anunciaba la burguesía tras la desaparición del bloque del Este, el cual habría sido el principal responsable de las tensiones militares. Las matanzas perpetradas por las “grandes democracias”, por los “países civilizados” contra las poblaciones iraquíes permitieron que muchos obreros comprendieran cuán falsos eran los discursos de esas mismas “democracias”, sobre la “paz” y los “derechos humanos”. Pero, al mismo tiempo, la gran mayoría de la clase obrera de los países avanzados, tras las nuevas campañas de mentiras de la burguesía, soportó esta guerra con un fuerte sentimiento de impotencia que ha acabado debilitando sus luchas. El golpe del verano de 1991 en la URSS y la nueva desestabilización que ha acarreado, así como la guerra civil en Yugoslavia, han venido a incrementar ese sentimiento de impotencia. El estallido de la URSS y la barbarie guerrera desencadenada en Yugoslavia son expresiones del grado de descomposición alcanzado hoy por la sociedad capitalista. Pero, gracias a todas las mentiras machacadas una y otra vez por los media, la burguesía ha conseguido ocultar las causas reales de esos acontecimientos, presentándolos como una nueva consecuencia de la “muerte del comunismo” e incluso de un problema de “derecho de los pueblos a la autodeterminación”, hechos ante los cuales a los obreros no les quedaría otro remedio que el ser espectadores pasivos y confiar plenamente en la “sabia cordura” de sus gobernantes.

Las maniobras de la burguesía contra la clase obrera

Así pues, tras haber tenido que soportar durante dos años semejante ametrallamiento propagandístico, la clase obrera ha acusado el golpe, expresándose en un desaliento y un fuerte sentimiento de impotencia. Y es precisamente ese sentimiento de impotencia lo que la burguesía procura utilizar e incrementar con una serie de maniobras con las que cortar de raíz toda posibilidad de renacimiento de la combatividad, provocando enfrentamientos prematuros, en un terreno elegido por la propia burguesía, para que esos enfrentamientos se agoten en el aislamiento y terminen metiéndose en callejones sin salida. Variados son los métodos empleados, pero todos tienen algo común y es que en todos los casos siempre están presentes los sindicatos en actividad intensiva.

En España, por ejemplo, será el terreno minado del nacionalismo y el regionalismo el usado por los sindicatos (Comisiones Obreras próximas al PC y la UGT cercana al PSOE) por el que llevarán a los obreros al aislamiento. El 23 de Octubre convocaron una huelga general en Asturias, en donde van a desaparecer cerca de 50 000 empleos según los planes de “racionalización” de las minas y de la siderurgia, tras la consigna de “defensa de Asturias”. Con semejante consigna, el “movimiento” ha obtenido el apoyo de los comerciantes, los artesanos, los agricultores, los futbolistas y hasta de los curas. A causa de la ira y la inquietud que anima a los obreros, el movimiento ha sido muy seguido, pero semejante reivindicación no podía sino favorecer su encierro en la región, cuando no es en su barrio, como ha ocurrido en el País Vasco, en Bilbao, en donde eran convocados a movilizarse tras una moción del Parlamento autónomo para “salvar la margen izquierda del Nervión”.

En Holanda y en Italia, los sindicatos han echado mano de otros medios. Han convocado a una movilización nacional con grandes manifestaciones callejeras, en cuanto se dio a conocer el presupuesto de 1992, que contiene importantes ataques contra los subsidios sociales, los salarios y los empleos. En Holanda, el movimiento ha sido un éxito para los sindicatos; dos manifestaciones, la del 17 de Septiembre y la del 5 de Octubre, fueron las más importantes desde la guerra. Fue una ocasión para los aparatos sindicales de incrementar el encuadramiento de la clase obrera en previsión de luchas futuras, a la vez que desviaban el descontento hacia el terreno de la “defensa de las adquisiciones sociales de la democracia holandesa”. En Italia, en donde vive uno de los proletariados más combativos del mundo, en donde los sindicatos están muy desprestigiados, la maniobra ha sido más sutil. Dicha maniobra consistió en dividir y desalentar a los obreros mediante un reparto de tareas entre, por un lado, las tres grandes centrales (CGIL, CSIL y UIL) que convocaban a manifestaciones para el 22 de Octubre y, del otro, los sindicatos “de base” (las COBAS) que convocaban a una “huelga alternativa” para... el 25 de Octubre.

En Francia, otra táctica: encerrar a los obreros en el corporativismo. Los sindicatos lanzaron toda una serie de “movimientos”, ampliamente repercutidos por los media, en fechas y por reivindicaciones diferentes: ferrocarriles, trasportes aéreos y urbanos, puertos, siderurgia, enseñanza, asistentes sociales, etc. Hemos podido asistir a una maniobra especialmente asquerosa en el sector de la salud: los sindicatos oficiales, notoriamente desprestigiados, abogaban por “la unidad” entre las diversas categorías, mientras que las coordinadoras, que ya se ilustraron en la huelga del otoño de 1988[14], cultivaban el corporativismo y lo “específico”, en especial entre las enfermeras. El gobierno ya se las arregló para echar oportunamente pimienta “radical” al movimiento de éstas mediante las violencias policiacas en una de sus manifestaciones, violencias ampliamente trasmitidas por los medios de comunicación. El colmo fue cuando los trabajadores de ese sector fueron llamados a manifestarse junto con los médicos liberales, los grandes caciques de la medicina hospitalaria y los farmacéuticos, por la “defensa de la salud”. Al mismo tiempo, los sindicatos, con el apoyo activo de las organizaciones izquierdistas, lanzaron la huelga en la factoría Renault de Cleon, o sea en la empresa “faro” para el proletariado de Francia. Durante semanas los sindicatos no cesaron en sus discursos radicales, a la vez que mantenían encerrados a los obreros en la fábrica, hasta el momento en que, repentinamente, se cambiaron de chaqueta llamando a los obreros a la vuelta al trabajo y eso que la dirección sólo había otorgado unas cuantas migajas. Y en cuanto se reanudó el trabajo en Cleon, convocaron a la huelga en otra factoría del mismo grupo, en Le Mans.

Esos sólo son unos cuantos ejemplos entre muchos, pero son significativos de la estrategia de conjunto elaborada por la burguesía contra los obreros. La burguesía sabe muy bien que, a pesar de las campañas machacadas desde hace dos años, no ha obtenido un éxito definitivo y por eso está desplegando hoy todas esas maniobras apoyándose en las dificultades actuales de la clase obrera.

Pues esas dificultades no son definitivas. La intensificación y el carácter más y más masivo de los ataques que el capitalismo deberá necesariamente desencadenar va a obligar a la clase obrera a reanudar sus combates de gran envergadura. Al mismo tiempo, y eso es lo que en fin de cuentas teme la burguesía, la comprobación de la bancarrota creciente de un capitalismo que nos presentaban como “triunfante” permitirá que se tambaleen las mentiras propaladas desde la muerte del estalinismo. Y, en fin, la intensificación inevitable de las tensiones bélicas que implicarán no sólo a los pequeños Estados de la periferia sino y sobre todo a los países centrales del capitalismo, allí donde están concentrados los destacamentos más fuertes del proletariado mundial, de todo lo cual ya nos ha dado una primera idea la guerra del Golfo, servirá para asestarle un golpe de primera importancia a las mentiras de la burguesía y a poner en evidencia los peligros que para el conjunto de la humanidad entraña la pervivencia del capitalismo.

El camino que le espera a la clase obrera es un camino largo y difícil. Les incumbe a las organizaciones revolucionarias, con la denuncia tanto de las campañas ideológicas del “final del comunismo” como de las maniobras con las que hoy intentan arrastrar a los obreros hacia callejones sin salida, el contribuir activamente en la futura reanudación de los combates de su clase en el camino de ésta hacia su emancipación.

FM, 6/12/91   

 

[1] La noticia de la formación de esa “comunidad” ha llegado cuando ya teníamos cerrado este número de nuestra Revista. Sobre el tema puede leerse la nota 6.

[2] Ver Revista Internacional nº 66 y 67.

[3] “... Pero cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que hoy los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo (...) En esos países se ha abierto un período de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras (...) Los movimientos nacionalistas que, favorecidos por el relajamiento del control central del partido ruso, se desarrollan hoy (en la URSS) (...) llevan consigo una dinámica de separación de Rusia. En fin de cuentas, si el poder central de Moscú no reaccionara, asistiríamos a un fenómeno de explosión, no sólo del bloque ruso, sino igualmente de su potencia dominante. En una dinámica así, la burguesía rusa, clase hoy dominante de la segunda potencia mundial, no se encontraría a la cabeza más que de una potencia de segundo orden, mucho más débil que Alemania, por ejemplo “ (“Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este “, 15 de Septiembre de 1989, Revista Internacional nº 60).

[4] Ver editorial de la Revista Internacional nº 67.

[5] Leer el artículo sobre la recesión en esta misma Revista.

[6] La formación el 8 de diciembre de una “Comunidad de Estados” por Rusia, Ucrania y Bielorrusia no hará sino agravar las cosas. Esa especie de sucedáneo de Unión que sólo agrupa a las repúblicas eslavas avivará el nacionalismo entre las poblaciones no eslavas en las demás repúblicas de la ex URSS, pero también en Rusia misma. Lejos de estabilizar la situación, el acuerdo entre Yeltsin y sus acólitos contribuye a poner aún peor la situación en una región del mundo atiborrada de armas nucleares.

[7] Sobre la descomposición, ver en especial la Revista Internacional nº 57, 62 y 64.

[8] Con el invierno cerca, la situación de las poblaciones kurdas es todavía peor que la que vivieron tras la guerra del Golfo. Pero como se ve que nadie sabe qué hacer con ellas y que empiezan a ser un “fardo”, sobre todo para los países vecinos (en especial Turquía, la cual no vacila en usar los mismos métodos que Saddam Husein como los bombardeos aéreos masivos, y eso que Turquía estaba en el campo de los “buenos” durante la guerra), es preferible suspender discretamente toda ayuda internacional y marcharse de allí sin hacer ruido, aconsejando a los kurdos que vuelvan a sus pueblos, o sea a caer en manos de sus verdugos. La matanza de los kurdos por las hordas de Saddam Husein era un tema excelente para las primeras planas de los telediarios cuando se trataba de justificar a posteriori la guerra contra Irak. Para eso habían preparado los “coaligados” la matanza azuzando, durante la guerra, a las poblaciones kurdas a rebelarse contra Bagdad, dejando a Saddam, después de la guerra, las tropas necesarias para tal “operación de policía”. En cambio, hoy, el calvario de los kurdos ha perdido su interés para las campañas de propaganda: desde ahora, para la burguesía “civilizada”, es preferible que revienten en silencio.

[9] Véase “Hacia el mayor caos de la historia”, en este número.

[10] Eso no quiere decir que haya una “armonía” real entre esas otras potencias. Así, Francia, que tiene la ambición de resistir al liderazgo estadounidense, ha formado contra Gran Bretaña una alianza con Alemania en el seno de la CEE con el objetivo de contrarrestar la influencia de EEUU y a la vez “controlar” las ambiciones de gran potencia de su aliado alemán, sobre el cual tiene al menos la ventaja de disponer del arma atómica. Además es por esta razón por la que Francia es una ardiente partidaria de los proyectos que permitan que la Comunidad Europea, como un todo, pueda afirmar cierta independencia militar: construcción de una nave espacial europea, formación de una división mixta franco-alemana, aumento de las competencias diplomáticas del ejecutivo europeo, sumisión de la Unión de Europa Occidental (único organismo europeo con atribuciones militares) al Consejo de Europa (y no a la OTAN, dominada por EEUU). Y de eso, claro está, Gran Bretaña no quiere ni saber nada.

[11] Aunque ya no posee el mismo margen de maniobra que antes, Israel, país que supo dar pruebas de su “sentido de la responsabilidad” durante la guerra del Golfo en beneficio de EEUU, sigue siendo el peón fundamental de la política americana en la región: dispone del ejército más poderoso y moderno (con más de doscientas cabezas nucleares además) y sigue incrementando su potencial militar, gracias, en particular, a los 3000 millones de dólares anuales de ayuda americana). Además, Israel está dirigido por un régimen más estable que el de cualquier país árabe. Por eso, EEUU no está dispuesto a soltar lo seguro por lo incierto cambiando sus alianzas privilegiadas. Por eso, todos los meandros de Israel ante la presión de EEUU antes de la cumbre de Madrid y de Washington, eran más bien un medio de hacer puja ante los países árabes y no la expresión de una oposición de fondo entre los dos Estados.

[12] Puede verse ahí hasta qué punto la ONU se ha convertido en mero instrumento de la política americana: se la solicita activamente cuando se trata de implicar a aliados recalcitrantes (como con la guerra del Golfo), y, en cambio, se la deja de lado cuando podría permitir que esos mismos aliados desempeñaran un papel en el ruedo internacional.

[13] Por eso es por lo que, a pesar de que ha desaparecido el bloque occidental (desaparición resultante de la de su rival del Este), no existen actualmente peligros para la estructura fundamental que había construido el bloque, la OTAN, totalmente dominada por los Estados Unidos. Eso es lo que expresa el documento adoptado el 8 de noviembre en la cumbre de esa Alianza: “La amenaza de ataques masivos y simultáneos en todos los frentes europeos ha desparecido del todo... (los nuevos riesgos provienen) de las consecuencias negativas de la inestabilidad que podrían provocar las graves dificultades económicas, sociales y políticas, incluidas las rivalidades étnicas y los litigios territoriales que hoy conocen muchos países de la Europa central y oriental...”. En el contexto mundial de la desaparición de los bloques, estamos asistiendo a una reconversión de la OTAN, lo cual ha permitido a Bush afirmar con satisfacción al final del encuentro: “Hemos demostrado que no necesitamos la amenaza soviética para existir”.

[14] Puede leerse: “Francia: las “coordinadoras” sabotean las luchas”, Revista Internacional nº 56, 1er trimestre de 1989.

I - Del comunismo primitivo al socialismo utópico

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Desde su fundación, pero sobre todo  desde los acontecimientos decisivos  que han producido el hundimiento del bloque imperialista del Este y de la URSS, la CCI ha publicado numerosos artículos atacando la mentira de que los regímenes estalinistas fueran un ejemplo de “comunismo”, y por consiguiente de que la muerte del estalinismo significara la muerte del comunismo.

Hemos demostrado la enormidad de esta mentira contrastando la realidad del estalinismo con las metas reales y los principios del comunismo. El comunismo es internacional e internacionalista y pugna por un mundo sin naciones-Estado; el estalinismo es ferozmente nacionalista e imperialista. El comunismo significa abolición del trabajo asalariado y de todas las formas de explotación; el estalinismo impone los niveles más salvajes de explotación precisamente a través del sistema de trabajo asalariado; el comunismo supone una sociedad sin Estado, una sociedad sin clases en la que los seres humanos controlen libremente sus propias fuerzas sociales; el estalinismo significa la presencia aplastante de un estado totalitario, una disciplina jerárquica y militarista impuesta sobre la mayoría por una minoría privilegiada de burócratas. Y así sucesivamente[1]. En suma, el estalinismo no es nada más que una expresión aberrante y brutal del capitalismo decadente.

También hemos mostrado cómo se utiliza esta campaña de mentiras para desorientar y confundir a la única fuerza social capaz de construir una genuina sociedad comunista: la clase obrera. En el Este, la clase obrera ha vivido directamente bajo la sombra de la mentira estalinista y eso ha tenido el efecto desastroso de llenar a la gran mayoría de obreros de un odio feroz por todo lo que tenga que ver con el marxismo, el comunismo y la revolución proletaria de 1917. Como resultado, con el hundimiento de la cárcel estalinista, han caído en las garras de las ideologías más reaccionarias –nacionalismo, racismo, religión y la perniciosa creencia de que su salvación está en el seguimiento de las formas “democráticas” occidentales.

En Occidente, esta campaña se utiliza para bloquear la maduración de la conciencia que se desarrollaba en la clase obrera durante la década de los 80. La trampa esencial ha sido privar a la clase obrera de toda perspectiva para sus combates. La mayor parte de la

Charlatanería triunfalista sobre la victoria del capitalismo, el “nuevo orden” de paz y armonía tras el fin de la “guerra fría” puede que suene cada vez más hueca teniendo en cuenta los sucesos de los dos últimos años (guerra del Golfo, Yugoslavia, hambrunas, recesión...). Pero lo que realmente importa para el capitalismo es que cuele la parte negativa de este mensaje: que el fin del comunismo significa el fin de cualquier esperanza de cambiar el presente orden de cosas; que las revoluciones terminan inevitablemente creando algo peor incluso de lo que surgieron; que no hay nada que hacer más que someterse a la ideología del “cada uno a la suya “del capitalismo en descomposición. En esta ideología burguesa de desesperanza, no sólo el comunismo, sino también la lucha de clases se convierten en una utopía pasada de moda y desprestigiada.

La fuerza de la ideología burguesa está esencialmente en que la burguesía monopoliza los medios de comunicación de masas, repite sin fin las mismas mentiras y no permite que se aireen posiciones realmente alternativas. En este sentido, Goebbels es sin duda el “teórico” de la propaganda burguesa: una mentira que se repite lo suficiente acaba siendo verdad y cuanto mayor sea la mentira, mejor cuela. Y la mentira de que el estalinismo es lo mismo que el comunismo es ciertamente una gran mentira que salta a la vista, una mentira estúpida, obvia, y despreciable sin más.

La mentira es tan evidente para cualquiera que se pare a pensar unos minutos, que la burguesía no puede dejarla correr sin tapujos. En todo tipo de discurso político, gente que está tremendamente confusa sobre la naturaleza de los regímenes estalinistas, que se refiere a ellos como comunismo y los opone al capitalismo, admite a renglón seguido que “por supuesto eso no es verdadero comunismo, no es la idea que Karl Marx tenía sobre el comunismo”. Esta contradicción es potencialmente peligrosa para la clase dominante, y tiene que atajarla por lo sano antes de que pueda llevar a una verdadera clarificación sobre el tema. Eso lo hace de varios modos. Ante los elementos más conscientes políticamente, plantea sofisticadas alternativas “marxistas”, como el trotskismo, que se especializa en denunciar el “papel contrarrevolucionario del estalinismo” —para argumentar simultáneamente que los regímenes estalinistas todavía tienen “conquistas obreras” que defender, como sería la propiedad estatal de los medios de producción, y que aún estarían, no se sabe por qué razones, “en transición” hacia el comunismo auténtico. En otras palabras, la misma mentira con envoltorio “revolucionari”.Pero vivimos en un mundo en el que la mayoría de trabajadores no quiere saber nada de política (lo cual es, en buena medida, resultado de la pesadilla estalinista, que durante años ha servido para asquear a los trabajadores sobre cualquier tipo de actividad política). Para apoyar su gran mentira sobre el estalinismo, la ideología burguesa necesita algo más elaborado y masticado para las masas, algo menos abiertamente político que el trotskismo o sus variantes. Así que plantea más que nada un cliché bondadoso en el que puede confiar para atrapar incluso, especialmente, a los que ven que el estalinismo no es el comunismo: nos referimos a la cantinela tantas veces machacada de que “el comunismo es un bello ideal, pero nunca funcionar”.El primer propósito de la serie de artículos que empezamos aquí es reafirmar la posición marxista de que el comunismo no es un bello ideal. Como planteó Marx, “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente” (La Ideología alemana, 4ª Ed., Grijalbo S.A., Barcelona 1972, pag. 37). Aproximadamente quince años después, Marx expresaba el mismo pensamiento en sus reflexiones sobre la experiencia de la Comuna de París: “Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantarla por decreto del pueblo. Saben que para conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningún ideal, sino simplemente dar rienda suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno” (La Guerra civil en Francia, en : “Obras escogidas de Marx y Engels “, Ed. Ayuso, Madrid 1975, pag. 512).

Contra la noción de que el comunismo no es más que “una utopía lista para servir” inventada por Marx u otras almas piadosas, el marxismo insiste en que la tendencia al comunismo ya está contenida en esta sociedad. Antes del pasaje que hemos citado de La Ideología alemana, Marx señala “las premisas que existen ya” para la transformación comunista:

  • El desarrollo de las fuerzas productivas acometido por el propio capital, sin el cual no podría haber abundancia ni satisfacción generalizada de las necesidades humanas; sin el cual, en otras palabras: “sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia anterior” (Ídem, pag. 36);
  • La existencia de un mercado mundial sobre las bases de este desarrollo, sin el cual: “el comunismo sólo llegaría a existir como fenómeno local”, mientras que: “el comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción “coincidente” o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado” (Ídem, pag. 37);
  • la creación de una inmensa masa desposeída, el proletariado, que se confronta a este mercado mundial como un poder ajeno intolerable;
  • la contradicción creciente entre la capacidad del sistema capitalista para producir riquezas y la miseria que experimenta el proletariado.

En la cita de La Guerra civil en Francia, Marx aborda otra cuestión que hoy es más relevante que nunca: el proletariado simplemente tiene que liberar el potencial que contiene “la vieja sociedad burguesa agonizante”. Como desarrollaremos en otra parte, el comunismo se revela aquí como una posibilidad y una necesidad : una posibilidad porque el capitalismo ha creado las fuerzas productivas que pueden satisfacer las necesidades materiales de la humanidad, y la fuerza social, el proletariado, que tiene un interés directo y “egoísta” en derrocar el capitalismo y crear el comunismo; y una necesidad porque en cierto momento de su desarrollo, estas mismas fuerzas productivas se rebelan contra las relaciones capitalistas dentro de las que se desarrollaron y prosperaron previamente, e inauguran un periodo de catástrofe que amenaza la existencia misma de la sociedad y de la humanidad.

En 1871 Marx se precipitó al declarar que la sociedad burguesa estaba agonizante; hoy, en las últimas fases del capitalismo decadente, la agonía está por todas partes a nuestro alrededor, y nunca ha sido mayor la necesidad de la revolución comunista.

El comunismo anterior al proletariado

El comunismo es el movimiento real, y el movimiento real es el movimiento del proletariado. Un movimiento que empieza en el terreno de la defensa de los intereses materiales contra las usurpaciones del capital, pero que se ve impulsado a poner en entredicho y en último extremo, a enfrentarse a las bases mismas de la sociedad burguesa. Un movimiento que se hace consciente de sí mismo a través de su propia práctica, que avanza hacia su meta por una constante autocrítica. El comunismo es pues “científico” (Engels); es “comunismo crítico” (Labriola). El principal propósito de estos artículos será demostrar, precisamente, que para el proletariado el comunismo no es “una utopía lista para servir”, una idea estática, sino una concepción que evoluciona y se desarrolla, que va madurando y profundizándose con el desarrollo objetivo de las fuerzas productivas y la maduración subjetiva del proletariado a través de su experiencia histórica acumulada. Examinaremos por tanto, cómo la noción de comunismo y los medios para instaurarlo, han ganado en profundidad y claridad por los trabajos de Marx y Engels, las contribuciones del ala izquierda de la socialdemocracia y las reflexiones sobre el triunfo y la derrota de la Revolución de Octubre de las fracciones de la Izquierda comunista, etc. Pero el comunismo es más viejo que el proletariado: de acuerdo con Marx incluso podemos decir que “todo el movimiento de la historia es el acto de génesis” del comunismo (Manuscritos económicos y filosóficos). Para mostrar que el comunismo es más que un ideal, es preciso poner de manifiesto que el comunismo surge del movimiento proletario y, por tanto, precede a Marx; pero para mostrar lo específico del “moderno” comunismo proletario, también es preciso compararlo y contrastarlo con las formas de comunismo que precedieron al proletariado y con las primeras formas inmaduras de comunismo proletario que marcan un proceso de transición entre el comunismo pre-proletario y su forma moderna, científica. Como planteó Labriola: “El comunismo crítico no se ha negado nunca, ni se niega, a dar la bienvenida a las ricas y múltiples sugerencias que puedan venir del estudio y conocimiento de todas las formas de comunismo, desde Phales el calcedonio a Cabet. Y lo que es más, a través del estudio y conocimiento de esas formas podemos desarrollar y establecer una comprensión de la separación entre el socialismo científico y el resto” (In Memory of the Communist Manifesto, 1895).

La sociedad de clases representa sólo una pequeña parte de la historia de la humanidad

Según el “sentido común” convencional, el comunismo no podrá funcionar nunca porque “va contra la naturaleza humana”. La competencia, la codicia, la necesidad de ser mejor que el prójimo, el deseo de acumular riquezas, la necesidad del Estado..., todo eso, nos dicen, es inherente a la naturaleza humana, tan básico como la necesidad de alimentarse o el impulso sexual. Sin embargo esa versión de la naturaleza humana no resiste un mínimo cotejo con la historia de la humanidad. Durante la mayor parte de su historia, durante cientos de miles, quizás millones de años, la humanidad vivió en una sociedad sin clases, una comunidad donde las riquezas esenciales se repartían sin mediación del intercambio y el dinero; una sociedad que no estaba organizada por los reyes, los curas, o un aparato estatal, sino por la asamblea tribal. Los marxistas nos referimos a esta sociedad como comunismo primitivo. Esta noción de “comunismo primitivo” es profundamente desconcertante para la burguesía y su ideología, y por eso hace todo lo que puede para negarla o minimizar su significado. Consciente de que la concepción marxista de la sociedad primitiva fue influida en gran parte por el trabajo de Lewis Henry Morgan sobre los iroqueses y otras tribus indias americanas, los antropólogos universitarios modernos vierten todo tipo de desdenes sobre el trabajo de Morgan, descubriendo tal o cual inconsistencia en sus descubrimientos, tal o cual error secundario, y poniendo en cuestión así la totalidad de su contribución. O, cayendo de nuevo en el empirismo más estrecho de miras, niegan que sea posible saber algo de la prehistoria humana a partir del estudio de lo que sobrevive de los pueblos primitivos. O apuntan a los múltiples y variados defectos y limitaciones de las sociedades primitivas para “matar un fantasma”: la idea de que estas sociedades serían una especie de paraíso libre de sufrimientos y alienación.

El marxismo, sin embargo, no idealiza esas sociedades. Es consciente de que fueron un resultado necesario, no de una especie de bondad humana innata, sino del escaso desarrollo de las fuerzas productivas, que impulsó a las primeras comunidades humanas a adoptar una estructura “comunista” simplemente para sobrevivir y determinó la imposibilidad de producir suficiente plus valor para nutrir la existencia de una clase privilegiada. Es consciente, por tanto, de que este comunismo fue restrictivo, y no permitió el desarrollo pleno de los individuos. Por eso Engels, aunque habló de “la dignidad personal, la honradez, la firmeza de carácter y la valentía “de los pueblos primitivos supervivientes, en su libro esencial : El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado añadió que en esas comunidades “la tribu era una atadura para el hombre, respecto a sí mismo y a los demás : la tribu, los gens y sus instituciones eran sagradas e inviolables, un poder superior instituido por la naturaleza, al cual quedaban sujetos los sentimientos, los pensamientos y los hechos de los individuos. Por muy impresionantes que puedan parecernos los pueblos de esta época, no se diferencian uno de otro; aún están atados, como dice Marx, al cordón umbilical de la comunidad primitiva”.

Este comunismo de pequeños grupos, hostiles a menudo a otros grupos tribales; este comunismo en que el individuo estaba dominado por la comunidad; este comunismo de escasez es muy diferente del comunismo más avanzado de mañana que supondrá la unificación de la especie humana, la realización mutua del individuo y la sociedad, y un comunismo de abundancia. Por eso el marxismo no tiene nada en común con las distintas ideologías “primitivistas” que idealizan la condición arcaica del hombre y expresan una añoranza nostálgica de volver a ella[2].

Sin embargo, el mismo hecho de que existieran esas comunidades, y existieran como resultado de una necesidad material, da pruebas de que el comunismo, ni es meramente “un bello ideal”, ni algo que nunca “puede funcionar”. Rosa Luxemburgo destacó este punto en su Introducción a la economía política: “Morgan ha aportado un nuevo y potente sustento al socialismo científico. Mientras que Marx y Engels, en sus análisis económicos del capitalismo, demostraron el paso inevitable de la sociedad, en un próximo futuro, a una economía mundial comunista, y así dieron un sólido fundamento científico a las aspiraciones socialistas, en cierta medida Morgan ha subrayado el trabajo de Marx y Engels al demostrar que la sociedad comunista democrática, no obstante sus formas primitivas, ha acompañado todo el largo pasado de la historia humana antes de la civilización presente. La noble tradición del pasado distante extiende así su brazo a las aspiraciones revolucionarias del futuro, el círculo del conocimiento se completa armoniosamente, y en esta perspectiva, la existencia de un mundo de gobierno de clases y explotación, que pretende ser el no va más de la civilización, el fin supremo de la historia universal, es simplemente un minúsculo tránsito de paso en el gran movimiento de la humanidad”.

El comunismo como el sueño de los oprimidos

El comunismo primitivo no fue estático. Evolucionó a través de varios estadios y, finalmente, confrontado a contradicciones irresolubles, dio origen a las primeras sociedades de clases. Pero las desigualdades de la sociedad de clases a su vez originaron mitos y filosofías que expresaban un deseo más o menos consciente de acabar con los antagonismos de clase y la propiedad privada. Los mitólogos clásicos como Hesiodo y Ovidio contaron el mito de la Edad de Oro, cuando no había distinción entre lo “mío” y lo “tuyo”; algunos de los últimos filósofos griegos “inventaron” sociedades perfectas en las que todas las cosas se tenían en común. En esas inspiraciones, la memoria no tan remota de una verdadera comunidad tribal se fusionaba con mitos mucho más antiguos sobre la caída del hombre de un paraíso original.

Pero las ideas comunistas fueron popularizándose y extendiéndose, dando lugar a intentos más recientes en la historia de realizarlas en la práctica, en tiempos de crisis social y revueltas de masas contra el sistema de clases en vigor. En la gran revuelta de Espartaco contra el imperio decadente romano, los esclavos rebeldes hicieron algunos intentos desesperados y de corta duración, de establecer comunidades basadas en la hermandad y la igualdad ; pero la tendencia “comunista” paradigmática de esta época fue por supuesto el cristianismo, que, como señalaron Engels y Luxemburg, empezó como una revuelta de los esclavos y otras clases aplastadas por el sistema romano antes de que fuera adoptado más tarde como la ideología oficial del orden feudal que emergía. Las primeras comunidades cristianas predicaban la hermandad humana universal e intentaron instituir un comunismo de los bienes. Pero como argumentó Rosa Luxemburgo en su texto El Socialismo y las Iglesias, ésta fue precisamente la limitación del comunismo cristiano: no se proponía la expropiación revolucionaria de la clase gobernante y la colectivización de la producción, como el comunismo moderno. Únicamente abogaba por que los ricos fueran caritativos y compartieran sus bienes con los pobres; fue una doctrina de pacifismo social y de colaboración de clases que se pudo adaptar fácilmente a las necesidades de una clase dominante. La inmadurez de esta visión del comunismo fue producto de la inmadurez de las fuerzas productivas. Y ello tanto respecto a las capacidades productivas de la época porque en una sociedad moribunda por una crisis de subproducción quienes se rebelaban contra ella no podían vislumbrar nada mejor que un reparto de la pobreza—, como al carácter de las clases explotadas y oprimidas que fueron la fuerza motriz en el origen de la revuelta cristiana. Eran clases sin objetivos comunes ni perspectiva histórica: “no había absolutamente ninguna vía común hacia la emancipación para todos esos elementos. Para todos ellos el paraíso yacía perdido tras ellos; para los hombres libres arruinados estaba en la antigua “polis”, la ciudad y el Estado al mismo tiempo, de la cual sus antecesores habían sido ciudadanos libres; para los esclavos cautivos de guerra en el tiempo de libertad; para los pequeños campesinos en el sistema social gentil abolido y en la propiedad comunal de la tierra”. Así es como Engels, en “Historia del primer cristianismo” (Die Neue Zeit, vol. 1, 1894-5) señala la visión esencialmente nostálgica y de añoranza de la revuelta cristiana. Es cierto que el cristianismo, en continuidad con la religión hebrea, marcó un paso adelante respecto a las diferentes mitologías paganas, por cuanto que contenía una ruptura con las antiguas visiones cíclicas del tiempo y postulaba que la humanidad estaba metida en un drama histórico que avanzaba. Pero las limitaciones inherentes a las clases que sostenían la revuelta, garantizaban que la historia se interpretara todavía en términos mesiánicos y mistificados y que la salvación futura que prometía fuera un fin último más allá de las fronteras de este mundo.

Poco más o menos se puede decir lo mismo de las numerosas revueltas campesinas contra el feudalismo, aunque se sabe que el apasionado predicador Lolardo John Ball, uno de los líderes de la gran revuelta campesina en Inglaterra en 1381, dijo que: “las cosas no pueden ir bien en Inglaterra hasta que todo sea de todos; cuando no hayan vasallos ni señores...”: esas reivindicaciones van más allá de un mero comunismo de las propiedades, hacia una visión en la que toda la riqueza social se hace propiedad común (esto bien podría ser porque los Lolardos fueron los precursores de movimientos posteriores característicos de la emergencia del capitalismo). Pero en general las revueltas campesinas sufrieron las mismas limitaciones fundamentales que las revueltas de esclavos. La famosa consigna de la revuelta de 1381 —“¿Quién era el señor y quien el vasallo cuando Adán cavaba la tierra y Eva hilaba?”— tenía una maravillosa fuerza poética, pero también condensaba las limitaciones del comunismo campesino que, como antes las revueltas cristianas, estaba condenado a volver la vista atrás hacia un idílico pasado, hacia el paraíso, a los primeros cristianos, a “la verdadera libertad inglesa antes del yugo normando”[3]... O, si miraba hacia adelante, veía, con los ojos de los primeros cristianos, un milenio apocalíptico que se implantaría por la vuelta de Cristo en todo su esplendor. Los campesinos no fueron las clases revolucionarias de la sociedad feudal, aunque sus revueltas pudieron contribuir a socavar las bases del orden feudal y allanar el camino así para la emergencia del capitalismo. Y puesto que ellas mismas no contenían ningún proyecto de reorganización de la sociedad, sólo podían ver la salvación fuera de ella —en Jesús, en los “buenos reyes “ malaconsejados por consejeros traidores, en los héroes del pueblo como Robin Hood.

El hecho de que esos sueños comunistas calaran en las masas muestra que correspondían a necesidades materiales reales, de igual modo que los sueños del individuo expresan profundos deseos insatisfechos. Pero como las condiciones de la historia no permitían su realización, se vieron condenados a no ser más que sueños.

Los primeros movimientos del proletariado

“Desde el momento mismo en que nació, la burguesía llevaba en sus entrañas a su propia antítesis, pues los capitalistas, no pueden existir sin obreros asalariados, y en la misma proporción en que los maestros de los gremios medievales se convertían en burgueses modernos, los oficiales y los jornaleros fuera de los gremios se convirtieron en proletarios. Y aunque de manera general en su lucha contra la nobleza la burguesía pudiera arrogarse el derecho de representar al conjunto de las clases trabajadoras de la época, en cada gran movimiento burgués hubo estallidos independientes de aquella clase que era el precedente más o menos desarrollado del proletariado moderno. Tal fue en la época de la reforma y de las guerras campesinas en Alemania la tendencia de los anabaptistas y de Thomas Munzer; en la gran revolución inglesa, los Niveladores; en la gran revolución francesa, Babeuf” (Engels, Socialismo utópico y socialismo científico).

Munzer y el Reino de Dios

En La guerra campesina en Alemania, Engels elabora sus tesis sobre Munzer y los Anabaptistas. Consideraba que representaban una corriente proletaria embrionaria dentro de un movimiento “plebeyo-campesino” mucho más ecléctico. Los Anabaptistas aún eran una secta cristiana, pero extremadamente hereje; las enseñanzas “teológicas” de Munzer viraban peligrosamente hacia una forma de ateísmo, en continuidad con tendencias místicas en Alemania y en otras partes (por ej. Meister Eckhart). A nivel político y social, “su programa político y social se acercaba al comunismo, e incluso en vísperas de la revolución de Febrero,  más de una de las sectas comunistas actuales le gustaría tener un marco de comprensión teórica tan desarrollado como el de Munzer en el siglo XVI. Este programa, que era menos una recopilación de las reivindicaciones de los plebeyos de entonces, que una anticipación visionaria de las condiciones de emancipación de los elementos proletarios que escasamente habían empezado a desarrollarse entre los plebeyos —este programa pedía el establecimiento inmediato del Reino de Dios, el milenio profetizado, restaurando la Iglesia a su condición original y aboliendo todas las instituciones que entraran en conflicto con esta Iglesia supuestamente cristiana primitiva, pero muy moderna en realidad. Munzer entendía por el Reino de Dios una sociedad en la que no hubiera diferencias de clase ni propiedad privada, ni autoridad estatal independiente de los miembros de la sociedad o extraña a ellos. En la medida en que se negaran a someterse y unirse a la revolución, todas las autoridades serían derrocadas, todo el trabajo y las propiedades se poseerían en común y se instauraría la igualdad completa. Tendría que establecerse una unión para cumplir todo esto, no sólo en Alemania, sino en toda la cristiandad”.

No es necesario decir, puesto que se estaba en los albores de la sociedad burguesa, que las condiciones materiales para tan radical transformación estaban completamente ausentes. Esto se reflejaba subjetivamente en el hecho de que las concepciones mesiánico-religiosas todavía definían la ideología de este movimiento. Desde el punto de vista objetivo, la aproximación ineluctable de la dominación del capital, convertía todas estas reivindicaciones radicales comunistas en sugerencias prácticas para el desarrollo de la sociedad burguesa. Esto se aclaró sin duda cuando el partido de Munzer fue catapultado al poder en la ciudad de Mulhausen en Marzo de 1525: “La posición de Munzer a la cabeza del “eterno” consejo de Mulhausen fue realmente mucho más precaria que la de cualquier agente revolucionario moderno. No sólo el movimiento de su época, sino la misma época, no estaba madura para las ideas de las cuales Munzer sólo tenía una tenue noción. La clase que representaba estaba apenas naciendo. Todavía no era capaz de asumir el liderazgo de la sociedad y transformarla. Los cambios sociales que evocaba esta quimera tenían pocas bases en las condiciones existentes. Y lo que es más, esas condiciones estaban despejando el camino para un sistema social que era diametralmente opuesto a lo que aspiraba. Sin embargo, Munzer quedó atado a su sermón cristiano originario de igualdad y comunidad evangélica de la propiedad y se vio impulsado, al menos, a intentar realizarlo. Se proclamó la comunidad de las propiedades, el trabajo universal e igual, y la abolición del derecho a ejercer la autoridad. Pero en realidad Mulhausen siguió siendo una ciudad republicana imperial con una constitución democratizada de alguna manera, un senado elegido por sufragio universal y controlado por una Asamblea de Ciudadanos, y con un sistema improvisado de asistencia a los pobres. La sacudida social que tanto horrorizó a los Protestantes burgueses contemporáneos, nunca pasó de ser un débil, inconsciente y prematuro intento de establecer la sociedad burguesa de un periodo posterior” (Ídem).

Winstanley y la verdadera comunidad

Los fundadores del marxismo no estaban tan familiarizados con la revolución burguesa en Inglaterra como con la reforma en Alemania o la revolución francesa. Y fue una lástima, porque como han puesto de manifiesto historiadores como Christopher Hill, esta revolución dio lugar a una explosión de pensamiento creativo, a una deslumbrante profusión de partidos, sectas y movimientos audazmente radicales. Los Niveladores, a los que Engels se refiere alguna vez, fueron más un movimiento heterogéneo que un partido formal. Su ala moderada no eran más que demócratas radicales que defendían ardientemente el derecho del individuo a disponer de su propiedad. Pero teniendo en cuenta la profundidad de la movilización social que impulsó la revolución burguesa, inevitablemente dio lugar a un ala izquierda que se implicó más y más con las necesidades de las masas desposeídas y que tomó un carácter claramente comunista. Esta ala estuvo representada por los “verdaderos Niveladores” o los Enterradores y su portavoz más coherente fue Gerrard Winstanley.

En los escritos de Winstanley, especialmente su último trabajo, hay un alejamiento mucho más claro de las concepciones religioso-mesiánicas que en todo lo que pudo hacer Munzer. Su obra más importante, La ley de la Libertad en Plataforma, representa, cómo su nombre indica, un giro definitivo hacia el terreno del discurso explícitamente político: las referencias que aún subsisten a la Biblia, particularmente al mito de la pérdida del paraíso, son esencialmente alegóricas y tienen una función simbólica. Sobre todo para Winstanley, contrariamente a los Niveladores moderados, “no puede haber libertad universal hasta que no se establezca la comunidad universal” (citado por Hill en su introducción a The Law of Freedom and other writings, 1973, Penguin ed., p. 49): los derechos político-constitucionales que dejaban intactas las relaciones de propiedad existentes eran un fraude. Y así señala, con gran detalle, su visión de una verdadera comunidad, en la que el trabajo asalariado y la compraventa se abolirían, donde se promovería la educación y la ciencia en lugar del oscurantismo religioso y la Iglesia, y donde las funciones del Estado se reducirían a un estricto mínimo. Veía incluso más allá de su tiempo, cuando “toda la tierra sea de nuevo un tesoro común, como tiene que ser... entonces cesará toda esa enemistad entre todos los territorios y nadie osará buscar el dominio sobre los demás” ya que “los alegatos en favor de la propiedad y el interés privado dividen el pueblo de un territorio y el mundo entero en partes diferentes, y esa es la causa de todas las guerras, las masacres y las disputas por todas partes” (citado por Hill en The world turned upside down, p. 139, 1984, Peregrin ed.).

También en este caso, lo que Engels dice sobre Munzer viene a cuento con Winstanley: la nueva sociedad que emergió de esta gran revolución no fue la “comunidad universal” sino la sociedad capitalista. La visión de Winstanley fue un escalón más hacia el comunismo “moderno”, pero seguía siendo totalmente utópica. Esto se expresaba sobre todo en la incapacidad de los verdaderos Niveladores para ver cómo se produciría la gran transformación. El movimiento de los Enterradores, que apareció durante la guerra civil, se limitó a intentos de pequeñas bandas de desposeídos de cultivar tierras perdidas y comunales. Las comunidades de Enterradores tenían que servir como un ejemplo de no-violencia para todos los pobres y desposeídos, pero pronto fueron disueltas por las fuerzas del orden cromwelliano, y en cualquier caso, sus horizontes no iban realmente más allá de la que otrora fuera honrosa reivindicación de los antiguos derechos comunales. Tras la supresión de este movimiento y de la corriente niveladora en general, Winstanley escribió la Ley de la libertad para sacar las lecciones de la derrota. Pero fue una ironía significativa que, mientras que este trabajo expresó el punto más álgido de la teoría comunista en su época, fuera dedicado nada menos que a Oliver Cromwell, que sólo tres años antes, en 1649, había aplastado la revuelta Niveladora por la fuerza de las armas para salvaguardar la propiedad y el orden burgués. Dándose cuenta de que no había ninguna fuerza homogénea capaz de conducir la revolución desde abajo, Winstanley se vio reducido a la vana esperanza de una revolución desde arriba.

Babeuf y la República de los Iguales

En la gran Revolución francesa apareció una corriente muy similar: en la marea menguante del movimiento, emergió un ala extrema izquierda que expresaba su insatisfacción con las libertades puramente políticas que pretendía contener la nueva constitución, puesto que favorecían sobre todo la libertad del capital para explotar a la mayoría desposeída. La corriente de Babeuf expresaba los esfuerzos del proletariado urbano emergente, que había hecho tantos sacrificios por la revolución burguesa, de luchar por sus propios intereses de clase, y por eso ineluctablemente llegaba a la reivindicación del comunismo. En el Manifiesto de los Iguales proclamaba la perspectiva de una nueva y final revolución: “La Revolución francesa no es más que el antecedente de otra revolución, mucho más grande, mucho más solemne, y que será la última...”. A nivel teórico, los Iguales fueron una expresión más madura del impulso comunista que los Verdaderos Niveladores de un siglo y medio antes. No sólo se habían librado casi completamente de la vieja terminología religiosa, sino que avanzaban a tientas hacia una concepción materialista de la historia como la historia de la lucha de clases. De manera aún más significativa, reconocieron la inevitabilidad de la insurrección armada contra el poder de la clase dominante: en la “Conspiración de los Iguales” en 1796 se concretó esa comprensión. Basándose en la experiencia directa que habían desarrollado en las secciones de París y la “Comuna” del 93, también imaginaron un Estado revolucionario que fuera más allá del parlamentarismo convencional imponiendo el principio de revocabilidad para los oficialmente elegidos.

Pero otra vez la inmadurez de las condiciones materiales encontró su expresión en la inmadurez política del “partido” de Babeuf. Puesto que el proletariado de París no había emergido claramente como una fuerza distinta de los “sans culottes”, los pobres urbanos en general, los propios babeuvistas no tenían claro quién podía ser el sujeto revolucionario : el Manifiesto de los Iguales no se dirigía al proletariado, sino al “pueblo de Francia”. En ausencia de una visión clara del sujeto revolucionario, la posición de los babeuvistas sobre la insurrección y la dictadura revolucionaria era esencialmente elitista: unos pocos seleccionados tomarían el poder en nombre de la masa informe y detentarían en el poder hasta que esas masas fueran capaces de gobernarse por sí mismas (posiciones de ese tipo persistirían en el movimiento obrero durante algunas décadas después de la revolución francesa, sobre todo en la tendencia blanquista, que descendía orgánicamente del babeuvismo, particularmente a través de la persona de Buonarotti ).

Pero la inmadurez del babeuvismo no sólo se expresaba en los medios por los que abogaba (que en cualquier caso terminaron en un fiasco total en el golpe de 1796), sino también en la tosquedad de su concepción de la sociedad comunista. En los Manuscritos económicos y filosóficos, Marx ponía como un trapo a los herederos de Babeuf, como expresiones de “ese comunismo burdo e instintivo” que “se manifiesta como una tentativa de nivelar por lo bajo a partir de un mínimo preconcebido... Lo que prueba lo poco que tiene que ver la abolición de la propiedad privada con una apropiación real es la negación abstracta de todo el mundo de la cultura y la civilización, la regresión a la simplicidad artificial del hombre desposeído y sin inquietudes, que no sólo no va más allá de la propiedad privada, sino que no ha llegado a ella todavía” (del capítulo “Propiedad privada y comunismo “)[4]. Marx fue incluso más lejos y dijo que ese burdo comunismo sólo podría ser realmente la continuación del capitalismo: “esa comunidad es sólo una comunidad de trabajo, y de igualdad de salarios pagados por el capital comunal —la comunidad como el capitalista universal”. El ataque de Marx a los herederos de Babeuf, cuyas posiciones habían llegado a ser reaccionarias estaba más que justificado, pero el problema original era real. A finales del siglo XVIII, Francia era aún en su mayor parte una sociedad agrícola, y los comunistas de entonces no podían haber visto fácilmente la posibilidad de una sociedad de abundancia. Por ello su comunismo sólo podía ser “ascético, que denunciaba todos los placeres de la vida, espartano” (Engels, Socialismo utópico y socialismo científico), un mero “nivelar por lo bajo a partir de un mínimo preconcebido”. Fue otra ironía de la historia el que tuvieran que suceder las inmensas privaciones de la revolución industrial para despertar en la clase explotada la posibilidad de una sociedad en la que el esparcimiento y el goce de los sentidos sustituirían a su negación espartana.

Los inventores de la utopía

El reflujo del gran movimiento revolucionario de finales de la década de los 90 del siglo XVIII, la incapacidad del proletariado de actuar como una fuerza política independiente, no significaba que el virus del comunismo se hubiera erradicado. Tomó una nueva forma: la de los socialistas utopistas. Los utopistas —Saint-Simon, Fourier, Owen y otros— fueron menos insurrecionales y estaban menos relacionados con la lucha revolucionaria de las masas que los babeuvistas. A primera vista podían parecer por tanto un paso atrás. Es verdad que fueron el producto característico de un período de reacción y representaban un alejamiento del combate político. Sin embargo Marx y Engels siempre reconocieron su deuda a los utopistas y consideraron que habían hecho avances significativos respecto al “comunismo burdo” de los Iguales, sobre todo en su crítica de la civilización capitalista y su elaboración de una posible alternativa comunista: “Mas estas obras socialistas y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad existente. Y de este modo han proporcionado materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura, tales como la desaparición del contraste entre la ciudad y el campo, la abolición de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación del estado en una simple administración de la producción ; todas estas tesis no hacen sino enunciar la desaparición del antagonismo de las clases, antagonismo que comienza solamente a perfilarse y del que los inventores de sistemas no conocen todavía sino las primeras formas indistintas y confusas” (El Manifiesto comunista, “El socialismo y el comunismo crítico-utópicos”).

En Socialismo utópico y socialismo científico, Engels entra en más detalles sobre las contribuciones específicas de los principales pensadores utopistas: a Saint-Simon le atribuye el mérito de reconocer la revolución francesa como una guerra de clase, y de prever la absorción total de la política por la economía y, por tanto, la posible abolición del Estado. A Fourier lo presenta como un brillante crítico-satírico de la hipocresía, la miseria y la alienación burguesa, que utilizó magistralmente el método dialéctico para comprender las principales etapas de la evolución histórica. Deberíamos añadir que, en particular con Fourier, hay una ruptura definitiva con el comunismo ascético de los Iguales, sobre todo por su profunda preocupación de sustituir el trabajo alienado por el disfrute y la actividad creativa. La breve biografía de Robert Owen, que escribió Engels, se focaliza sobre todo en sus investigaciones más prácticas, anglosajonas, sobre una alternativa a la explotación capitalista, sea en las hilanderías de algodón “ideales” de New Lanark, o sus diversas experiencias de vida de cooperativa y en comuna. Pero Engels también reconoce la valentía de Owen de romper con su propia clase y unirse al proletariado; sus últimos esfuerzos por construir un gran sindicato para todos los trabajadores de Inglaterra van más allá de la filantropía bienintencionada y forman parte de los primeros intentos del proletariado para encontrar su propia identidad de clase y su organización.

Pero en último extremo, lo que se aplica a los primeros movimientos del comunismo proletario se aplica en igual medida a los utopistas: la tosquedad de sus teorías era resultado de las toscas condiciones de la producción capitalista en las que emergieron. Incapaces de ver las contradicciones económicas y sociales que llevarían finalmente al derrocamiento de la explotación capitalista, sólo podían imaginar la nueva sociedad como resultado de planes e invenciones elaborados por ellos. Incapaces de reconocer el potencial revolucionario de la clase obrera, “se consideran muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los más privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedades posibles” (Manifiesto comunista).

Los utopistas terminaron, no sólo construyendo castillos en el aire, sino predicando la colaboración de clases y el pacifismo social. Pero lo que era sin duda comprensible teniendo en cuenta la inmadurez de las condiciones objetivas en las primeras décadas del siglo xix, resultaba imperdonable después, cuando se escribió el Manifiesto comunista. En este momento, los descendientes de los utopistas fueron un obstáculo importante para el desarrollo del comunismo científico representado por la fracción Marx-Engels en la Liga de los Comunistas.

En el próximo artículo de esta serie examinaremos la emergencia y maduración de la visión marxista de la sociedad comunista y del camino que lleva hasta ella.

CDW   


[1] Véase, por ejemplo, el editorial de la Revista internacional nº 67 : “No es el capitalismo lo que se hunde, sino que es el caos capitalista lo que se acelera”; la serie sobre “El estalinismo enemigo del comunismo”, en Acción proletaria, y el Manifiesto del IXº Congreso de la CCI: Revolución comunista o destrucción de la humanidad.

[2] En la mayoría de los casos, esas ideologías son hoy expresiones características del impacto de la descomposición en la pequeña burguesía, en particular de las corrientes anarquistas que están desilusionadas, no sólo de la clase obrera, sino de toda la historia desde el amanecer de la civilización, y se consuelan proyectando el mito del paraíso perdido en las primeras comunidades humanas. Una ironía que a menudo pasa desapercibida es que, cuando se investigan las creencias de los pueblos primitivos, está claro que también ellos tenían su “paraíso perdido” sepultado en un lejano y mítico pasado. Si consideramos que esos mitos expresan el deseo irrealizado de trascender los límites de la alienación, es obvio que el hombre primitivo experimentaba también una forma de alienación, conclusión coherente con la visión marxista de esas sociedades.

[3] La naturaleza conservadora de esas revueltas se veía reforzada por el hecho de que, en mayor o menor medida, en todas las sociedades de clase que precedieron al capitalismo quedaban vestigios de los originales lazos comunales. Esto significa que las revueltas de las clases explotadas estuvieron siempre fuertemente influidas por un deseo de defender y preservar los derechos comunales tradicionales que la extensión de la propiedad privada les había usurpado.

[4] En esta crítica del “babeuvismo”, se puede notar que Marx presiente ya que el capitalismo no se basa únicamente en la propiedad privada individual, cuando habla de un “capital colectivo”. También se aprecia lo opuesto que es la idea de Marx sobre el comunismo, y eso desde el principio, a esa gran mentira de este siglo que ha consistido en presentarnos al capitalismo de Estado de la URSS como “comunista”, porque allí la burguesía privada había sido expropiada.

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material [1]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Utopistas [2]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [3]

Crisis Económica - Crisis del crédito, relanzamiento económico imposible y una recesión cada vez más profunda

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Crisis Económica

Crisis del crédito, relanzamiento económico imposible y una recesión cada vez más profunda

La economía americana sigue hundiéndose en el infierno de la recesión arrastrando con ella al resto de la producción mundial. El optimismo del que alardeaban los dirigentes americanos desde la primavera del 1991 no ha durado más allá del verano. Desde Septiembre las cifras se encargan de tirar por tierra toda clase de ilusiones. La confianza en la perspectiva siempre renovada del capitalismo que, como el ave fénix, renacería eternamente de sus cenizas y la idea de que será siempre capaz, tras una recesión pasajera, de volver a encontrar el camino hacia un crecimiento sin límite, es algo que ya no se sostiene en pie. La dura realidad de la crisis económica hace trizas las declaraciones triunfales de aquellos que, hace apenas dos años, al hundirse el “modelo” estalinista de capitalismo, saludaban la victoria del capitalismo liberal como la única forma viable para la sobrevivencia de la humanidad (véase cuadro).

Enfangados en la recesión

La economía americana patina desde hace dos años en su propio estiércol, incapaz de salir del marasmo económico en el que se halla. Desde que llegó Bush a la presidencia el “crecimiento“medio del PNB ha sido del 0,3 %.

El que después de tres trimestres de recesión del PNB haya habido una mejora en el tercer trimestre de este año con un  2,4 % de crecimiento, según cifras oficiales, es algo que no tranquiliza a ningún capitalista. Los responsables económicos esperaban un resultado bastante mejor, de un 3 a un 3,5 %. La publicación al mismo tiempo de las cifras mensuales de la producción industrial en el mes de Setiembre: 0,1 % en descenso regular desde junio, reforzaba el siniestro ambiente que existía entre los altos responsables de la burguesía.

La economía americana ve como avanza ante sí la perspectiva de un hundimiento aun más profundo en la recesión, estremeciéndose al mismo tiempo los pilares mismos de la economía mundial.

Junto con los índices de todo tipo que se publican diariamente en el mundo entero, cada día que pasa trae consigo un raudal de malas noticias.

La cifra “optimista” de un 2,4 % de crecimiento para el tercer trimestre de 1991 no significa una mejora para las empresas, al contrario, la competencia se exacerba y la guerra de precios se pone al rojo vivo a la vez que los márgenes de beneficio se derriten como hielo al sol. En consecuencia, no son solamente los beneficios los que caen en picado sino que además las pérdidas acumuladas son enormes. Todos los sectores están afectados. Citemos, entre otros muchos ejemplos que no cabrían en esta publicación, algunos de los resultados más sonados y espectaculares de la economía americana durante este período.

Para encarrilar estos desastrosos balances, los “planes de reconversión” suceden a los “planes de reestructuración”, lo que se ha concretado en cierres de empresas y en consecuencia, en despidos y en ataques contra los salarios. Las empresas más débiles suspenden pagos y sus empleados, tirados a la calle sin contemplaciones, acaban incrementando la creciente cohorte de parados y miserables.

Mientras pudo, Reagan se jactaba de haber enterrado el paro aunque fue, claro está, a costa de recurrir sobre todo al desarrollo de “pequeños negocios” precarios y mal remunerados y manipulando vergonzosamente las modalidades de cálculo del número de parados. Con todo aparecían cifras que mostraban un crecimiento regular del número de parados que iba desde un 5,3 % de la población activa a finales de 1988 hasta un 6,8 % en Octubre de 1991. Conviene no perder de vista que un aumento del 0,1 %, aparentemente una cantidad insignificante en esas tasas, significa alrededor de 130 000 parados más. Todo esto además según las cifras que difunde el gobierno que, como bien se sabe, suelen subestimar la realidad. La tendencia es a la aceleración: solamente en el mes de Octubre de 1991 se han perdido 132 000 empleos en la industria manufacturera, 47 000 en el sector de la venta al público y 29 000 en el de la construcción. No obstante lo peor está por venir... decenas de miles de despidos anunciados pero que aún no se han contabilizado, entre otros en el sector informático: 20 000 en la IBM, 18 000 en la NCR, 10 000 en Digital  Equipment, etc.

El potencial de la primera economía del mundo, de la súper-liberal, del símbolo del capitalismo triunfante, de la superpotencia imperialista que tras el hundimiento económico de su gran rival “soviético”, domina con mucho la escena internacional, está minado interiormente por los destrozos de la crisis económica que afecta al capital en el mundo entero. La locomotora que tiró a la economía mundial durante decenios se ha averiado. Con la caída de la economía americana en la recesión toda la economía mundial se ralentiza y se hunde tras sus pasos.

En todos los países las tasas de crecimiento son revisadas a la baja incluso en las “estrellas “de la economía mundial como Alemania y Japón. En aquellos que están ya inmersos en la recesión, como Canadá y Gran Bretaña, las ilusiones de recuperar los índices de crecimiento pasados se esfuman con las de los EEUU.

El corazón industrial del mundo capitalista está en vías de sumergirse aún  más en la catástrofe económica. El derrumbe de la economía capitalista en los países más desarrollados da al traste con las ilusorias esperanzas acerca de una posible reconstrucción económica en los países surgidos tras el estallido del bloque ruso o de cualquier salida en  los países de África, de América del Sur o de Asia, para la horrible miseria en la que les tiene embarrancados la recesión desde los inicios de los años ochenta.

En esa dinámica de hundimiento en que se halla la economía mundial, la perspectiva hacia la que se precipita el conjunto del mundo industrial es la misma que hoy podemos ver ya claramente expresada en el caos económico que reina en los países subdesarrollados.

Un nuevo “relanzamiento” es imposible

Las previsiones de los revolucionarios sobre la irremediable y catastrófica perspectiva de la crisis económica mundial resultado de las contradicciones insuperables del sistema capitalista, se ven, hoy más que nunca, confirmadas.

La clase dominante no puede aceptar la constatación del implacable fracaso de la economía capitalista, pues eso significaría la aceptación de su propia desaparición. Por esa razón, todas sus hermosas frases sobre la futura “reactivación” de la economía lo que revelan es la necesidad que tiene la burguesía tanto de calmar las inquietudes de las masas, como de persuadirse a sí misma de la eternidad de su sistema. Aunque bien es verdad que la capacidad que tuvo el capitalismo en el pasado de eludir y enmascarar los efectos más brutales de la crisis le ayudan hoy a reforzar esa ilusión.

 

Las medidas para “reactivar” la economía están gastadas y agravan la situación.

Desde finales de los años sesenta, con el retorno de la crisis abierta del capitalismo que acaba con los años de crecimiento de la reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial, la economía americana y, a renglón seguido la economía mundial, se han visto metidas en sucesivos periodos recesivos : 1967, 1969-70, 1974-75, 1981-82. En cada uno de ellos los capitalistas creían haber vencido definitivamente al espectro del retroceso de la producción. Se felicitaban por haber encontrado el remedio eficaz para arrojar al basurero de la historia las previsiones de los marxistas. Pero los hechos eran tercos  en cada nuevo período los efectos de la crisis volvían a reproducirse y cada vez de manera mucho más extensa, más dura y más profunda.

Los famosos remedios, presentados como innovaciones decisivas (no hace mucho los economistas enfatizaban en sus discursos a los “reaganomics” para saludar las “cruciales aportaciones”  de Reagan a la ciencia económica), no son, de hecho, otra cosa que las medidas preconizadas y teorizadas por Keynes y que fueron aplicadas a partir de los años treinta. Son pura y simplemente una política de capitalismo de Estado caracterizado por: la reducción de los tipos de interés de los bancos centrales, el recurso al déficit presupuestario, la intervención masiva, cada vez más restrictiva y agobiante, del Estado en todos los sectores de la economía y añadido a esto la puesta en práctica generalizada de la economía de guerra. No es, ni más ni menos, que una imitación de la economía de capitalismo de Estado empleada por Hitler, o sea, la aplicación práctica de las teorías keynesianas. Estas genialidades económicas se fundamentan, sencillamente, en el recurso, ad infinitum, al crédito y en el endeudamiento creciente.

La crisis económica del capitalismo es una crisis de sobreproducción generalizada, ocasionada por la incapacidad para encontrar, a escala planetaria, los mercados solventes que sean capaces de absorber la producción. En esta situación el desarrollo del crédito es el medio óptimo para ampliar artificialmente los limitados mercados existentes aplazando los pagos para el futuro (incierto además). Sin embargo esta política de endeudamiento generalizado encontró límites a su desarrollo. Durante los años setenta el relanzamiento conseguido a base de créditos fáciles se hizo a costa de un endeudamiento que cayó como una losa sobre los países subdesarrollados, pero que permitió al conjunto de la economía mundial superar las fases de recesión de este período. Algo seguía fallando, la “recuperación triunfal” de la economía que siguió a la recesión de 1981-82 empezaba a mostrar los límites de esa política. Aplastados por el peso de una deuda de casi 120 000 millones de dólares, los países subdesarrollados se veían definitivamente incapaces de hacer frente a los vencimientos de su deuda y a partir de ese momento no podrán absorber el sobrante de la producción de los países industrializados. Los países del Este, a pesar de la creciente cantidad de préstamos concedidos por Occidente a lo largo de los ochenta, se acaban hundiendo en un marasmo económico que será la causa de la implosión del bloque imperialista que formaban.

Únicamente se han mantenido a flote las economías de los países más desarrollados gracias sobre todo a la política de endeudamiento de los Estados Unidos, una política, como hemos visto, de auténtica huída hacia adelante. Los USA absorben excedentes de la producción mundial que no pueden venderse en el “tercer mundo” metiéndose en deudas comerciales gigantescas que sirven sobre todo para financiar la producción de armamentos. El desarrollo de una especulación desenfrenada en mercados inmobiliarios y bursátiles permite atraer a los EE.UU. capitales del mundo entero con lo que se van a inflar artificialmente los balances de las empresas y crear la peligrosa impresión de una intensa actividad económica.

A finales de los ochenta el capital americano flotaba en un fenomenal océano de deudas tanto más difíciles de cuantificar si se tiene en cuenta que al estar el dólar impuesto como la moneda internacional utilizada en todo el planeta, no era, en consecuencia, realmente posible distinguir la deuda externa de la interna. Si la deuda externa USA se puede estimar hoy, aproximadamente, en 900 000 millones de dólares, batiendo así todos los records, la deuda interior alcanza los 10 billones de dólares, dos veces el PNB anual de los Estados Unidos. Es decir que para recuperarla sería necesario que todos los trabajadores norteamericanos trabajaran durante dos años seguidos ¡sin cobrar un solo duro!

Esta huída de los USA hacia el endeudamiento no sólo no ha permitido relanzar el conjunto de la economía mundial durante los años ochenta, sino que tampoco ha podido impedir que poco a poco los signos de la crisis abierta y de la recesión surjan con mayor fuerza al final del decenio. El derrumbe continuado de la especulación bursátil a partir de 1987, el declive acelerado de la especulación inmobiliaria desde 1988 y que provocó bancarrotas en serie, han sido los indicadores de la caída de la producción que determinó la recesión abierta, oficialmente reconocida desde finales de 1990.

 

El crédito a punto de ahogarse

En estas condiciones una nueva caída en la recesión, comenzada con el decenio, no traduce únicamente la incapacidad fundamental del capitalismo para encontrar mercados solventes en los que colocar su producción, sino también el desgaste de los instrumentos económicos que hasta ahora ha utilizado para paliar esta insuperable contradicción de su sistema. Las distintas “recuperaciones” acometidas durante 20 años han acabado en  crisis crediticia y en el corazón de esta crisis, la primera potencia mundial: los EEUU.

Mientras que en los inicios de los ochenta es la deuda de los países subdesarrollados lo que hace estremecerse al sistema financiero internacional, en los principios de los noventa es la deuda de los Estados Unidos lo que hace temblar las bases mismas del sistema financiero mundial. Esta simple constatación muestra suficientemente que lejos de ser años de prosperidad, los ochenta fueron tiempos de agravación cualitativa de la crisis. La poción mágica del crédito se mostró como el remedio a medias que es y sobre todo como algo ilusorio ya que una vez se habían quedado atrás las oportunidades para que pudiera causar efectos positivos, lo que hizo fue agravar aún más los problemas y llevar las contradicciones más allá de cualquier solución posible. Si bien es verdad que el crédito ha sido tradicionalmente necesario para el buen funcionamiento y el desarrollo del capital, empleado en dosis abusivas, como fue el caso de los años veinte, se convierte en un veneno mortífero.

Desde el mismo momento en que el capitalismo occidental festejaba su victoria sobre su rival del Este y expresaba su contento con toda una sarta de declaraciones triunfales acerca de la “superioridad del capitalismo liberal”, capaz de sobreponerse a todas las crisis y acerca de la infalibilidad de la ley del mercado que barrería de un plumazo todas las brutales y caricaturescas fullerías del capitalismo de Estado de estilo estalinista, esta misma ley del mercado comenzaba rápidamente a tomarse la revancha poniendo al desnudo todas las mentiras vertidas en el Oeste. Si durante dos años el Banco Federal americano hizo bajar diecinueve veces consecutivas sus tipos de interés, medida clásica de todo capitalismo de Estado que se precie, la economía real no fue capaz de responder a este estímulo. No sólo la oferta de nuevos créditos no ha bastado para relanzar ni las inversiones, ni el consumo interior, ni por lo tanto, la producción; sino además, lo que es peor, los bancos se resisten, cada vez más, a prestar capitales, a sabiendas de que no los recuperarán jamás; lo que por otro lado también  forma parte de la lógica del mercado capitalista.

Tras las debacles bursátiles de 1987 y 1989, Wall Street, el 15 de noviembre de 1991, registra la quinta bajada más fuerte de su historia. Este rebrote de debilidad, a pesar de que se tomaron, a partir de 1989, toda una serie de medidas draconianas de control, es el reflejo de las contradicciones de fondo entre el desarrollo desenfrenado de la especulación, que alcanzó su cenit pasado 1989 y la realidad económica, prácticamente en números rojos.

El factor coyuntural, la chispa, que desencadenó en USA esta nueva caída en las cotizaciones de bolsa es también significativa: fue el descontento de los bancos ante la voluntad del gobierno de imponer por decreto la bajada de los tipos de interés de los títulos bancarios. Mientras los bancos acumulan deudas crediticias y son obligados a cubrir fondos perdidos cada vez más grandes, los altos intereses sobre los créditos concedidos para obtener bienes de consumo, –un 19 %–, son el único medio del que disponen para restablecer sus deficitarias arcas. Ante las protestas de los banqueros Bush se ha visto forzado a dar marcha atrás para tranquilizar al mercado financiero y ha tenido que tragarse que el Congreso aplazara su primer proyecto de reforma del sistema bancario que habría supuesto la quiebra en cascada de los bancos más frágiles de todo el país. Todo el sistema crediticio estadounidense está al borde de la asfixia, justo en un momento, además, en que el Estado necesita cada día más esos préstamos para intentar financiar el relanzamiento. Ya se entrevén quiebras estrepitosas a no muy largo plazo y a las que el Congreso ha empezado a plantar cara, votando una asignación de setenta mil millones de dólares para el FDIC, el Fondo de Garantía Federal para la Banca. No obstante, esta suma, que parece enorme así de golpe, será, como veremos, del todo insuficiente para cubrir las pérdidas que se anuncian. Para hacerse una idea sobre ese futuro basta con acordarse de 1989: el socavón que abrió el derrumbe de cientos de Cajas de Ahorros cuando se vino abajo el mercado inmobiliario fue de un billón de dólares.

El hecho de que el Estado socorra a bancos en quiebra, no resuelve en absoluto las cosas. Al contrario, lo que hace es situar el problema en un nivel de mayor dificultad. Estas repetidas sangrías a los presupuestos y a expensas del Estado, agotan aún más las arcas de éste en un momento en que disminuyen los ingresos fiscales debido al freno de la actividad económica. Para 1991, ciertas estimaciones cuentan con un nuevo record en el déficit presupuestario: alrededor de 400 000 millones de dólares. Para tapar ese hoyo que se ahonda año tras año, el Estado norteamericano necesita recurrir a capitales del mundo entero, colocando en el mercado mundial sus bonos del Tesoro.

 

Ya no quedan “locomotoras” para la economía mundial

Los EEUU, en su huída hacia adelante en el endeudamiento, tropiezan ya con los límites de esa “solución“. Los inversores del mundo entero empiezan a desconfiar, y mucho, de la economía norteamericana. No sólo el fabuloso endeudamiento del capital estadounidense plantea la duda de su capacidad para devolver lo que se le prestó, sino que además, la situación de recesión en que se halla, hace temer lo peor. Y no solamente los bajos tipos de interés ofertados, forzados por la exigencia de la recuperación, hacen poco atrayente la inversión, sino que además el conjunto del planeta está enfrentado a una escasez enorme de créditos. Veamos: los principales abastecedores de fondos capitalistas del decenio precedente no están hoy tan disponibles: Alemania necesita también dinero para financiar la integración de la ex-RDA y el Japón, que ha prestado al mundo entero y que no ve sus créditos reembolsados, comienza a mostrar signos de debilidad: el hundimiento de la especulación inmobiliaria local y la caída de la bolsa de Tokio colocan a los bancos japoneses en una posición delicada. La crisis de confianza que afecta a EE.UU. se ve concretamente en la caída en picado del porcentaje de inversiones extranjeras en ese país: alrededor de un setenta por ciento menos durante el primer semestre de 1991, con relación al mismo semestre del año precedente. En cuanto a las inversiones japonesas, que fueron las más importantes durante los años 80, han caído en ese mismo período desde 12 300 a 800 millones de dólares.

En el mundo entero, la demanda de nuevos créditos aumenta mientras que la oferta disminuye. La URSS, cuyos días están contados, pide insistentemente nuevos créditos, simplemente para poder pasar el invierno sin hambre. Kuwait necesita capitales para reconstruir. Los países subdesarrollados necesitan nuevos créditos para poder devolver los anteriores, etc. Mientras la economía cae en la recesión, todos los países corren frenéticos a la búsqueda de esa droga que los enganchó y los sumió durante años en el sueño ilusorio de una salida a la crisis. Por todas partes son iguales los signos que anuncian una gran crisis financiera, un seísmo cuyo epicentro es la principal moneda del mundo, el dólar.

Los capitalistas del mundo entero aguardan angustiados el fatídico momento en que los USA dejen de colocar sus bonos del Tesoro en los mercados internacionales, momento que se aproxima ineludiblemente y que va a estremecer todo el sistema financiero, bancario y monetario internacional, precipitando la economía en la sima insondable de una crisis generalizada que tendrá efectos explosivos en todos los aspectos.

Cualesquiera que sean las fluctuaciones inmediatas de la economía americana, que centran la atención diaria de los capitalistas del mundo entero, la dinámica hacia la caída está ya trazada y un sobresalto del crecimiento en estas condiciones (1), no haría sino prolongar algunos meses el sueño ilusorio de la recuperación del enfermo, sin que en realidad se resuelva la enfermedad. Frente a tal situación, los economistas de todo el planeta buscan desesperadamente el remedio pero todas las medidas dirigidas a manipularla, se enfrentan a la terca realidad de los hechos y son, en cualquier caso, ilusorias o catastróficas, impotentes para regular la crisis.

 

Una recesión inevitable y el retorno de la inflación

El método de purga brutal que puso en práctica Reagan tras su llegada a la presidencia en 1980, elevando los tipos de interés y que provocó la recesión mundial que comenzó en 1981, no consiguió otro resultado que acelerar inmediata y dramáticamente la recesión que ya estaba presente. Ésta desestabilizó violentamente el conjunto de la economía mundial abriendo una verdadera “caja de Pandora” de fenómenos completamente caóticos e incontrolables a escala planetaria, uno de cuyos ejemplos lo tenemos en lo que queda de la URSS.

Recordemos lo que pasó : Reagan mismo cortó rápidamente con esa política de rigor que implicaba un alto riesgo, sustituyéndola inmediatamente por su inversa lo que permitió al capitalismo americano mantener una relativa estabilidad en los países más industrializados, y con ello la defensa de sus intereses capitalistas.

Es ese segundo elemento de la política reaganiana, el del “relanzamiento”, el que está dando, hoy ya, las últimas bocanadas. Relanzar el consumo a base de bajar los impuestos se hace cada vez más difícil, y más cuando el déficit presupuestario ha alcanzado una profundidad abismal. En cuanto al relanzamiento por medio del recurso al crédito, como se ha visto ya, choca con los límites del mercado de capitales, prácticamente seco de tanto préstamo como se le ha sacado al Estado norteamericano al cabo de años. El dinero fresco que EE.UU. necesita para hacer carburar su máquina económica y que no puede encontrar en el mercado mundial no tiene más remedio que sacarlo haciendo girar la “máquina de billetes”. El resultado de esa política es obvio: la vuelta de la inflación. Esta “solución” por así decirlo, de “mal menor”, frenará, por poco tiempo, el hundimiento en la recesión.

Esta política de “soluciones” de ese tipo, además de acabar definitivamente con el dogma de la lucha contra la inflación, caballo de batalla de la clase dominante, durante años, para justificar los sacrificios exigidos a los proletarios, también será el origen del caos creciente de la economía capitalista, y sobre todo del sistema monetario internacional.

La política que ha seguido la administración USA es típicamente inflacionista, lo que se traduce en una fuerte caída de la cotización del dólar. Si la inflación ha podido ser controlada, hasta el presente, tanto en EEUU como en los otros países desarrollados, ha sido esencialmente por el desarrollo de la competencia frente a un mercado que se reduce día a día provocando la caída de la cotización de las materias primas, empujando a las empresas a recortar sus márgenes de beneficio y atacando a fondo las condiciones de vida de la clase obrera con lo que se logra hacer bajar el “precio de la fuerza de trabajo”.

Estos aspectos, típicos de los efectos de la recesión, van, a la larga, a darse de bruces con sus propios límites. Las condiciones para una nueva hoguera inflacionista están a punto de reunirse. De entrada no hay que olvidar que fuera de los países más industrializados, la inflación sigue asentada y arruinando la economía de los países subdesarrollados y que está cerca el momento de instalarse con fuerza en los países del viejo bloque del Este.

Nunca en toda la historia del capitalismo la perspectiva ha sido tan sombría para su economía. Lo que las frías cifras y los índices abstractos de sus economistas anuncian es pura y simplemente la catástrofe en la que el mundo está a punto de hundirse.

El corazón del capitalismo, los países más desarrollados, donde se concentran los principales bastiones del proletariado mundial, está ahora en el ojo del huracán. La gran manta de miseria que arropa a los explotados del “tercer mundo” y de los países del ex-bloque del Este desde hace años, va a extender su sombra sobre los obreros de los países “ricos”. La certeza de que el capitalismo lleva a la humanidad al estancamiento absoluto, de que la perspectiva de ese sistema es un porvenir de miseria y de muerte vuelve a plantear a toda la especie humana la necesidad de buscar la única salida válida para hacer frente a esa tragedia, de volver a poner a la orden del día la verdadera perspectiva comunista. Los proletarios y los explotados del mundo entero van a tener que aprender y comprender esa exigencia en el dolor de una amputación tan brutal y tan dramática de sus condiciones de vida como jamás la habían conocido hasta ahora.

JJ, 28-11-91  

 

Esta mentira de la prosperidad económica capitalista, ha sido denunciada constantemente por la CCI en su prensa.

La presente recesión abierta, con todas sus características, no supone ninguna sorpresa, sino que es la escandalosa confirmación de la naturaleza irremediable y catastrófica de la economía capitalista. Esto, que ha sido puesto en evidencia por los marxistas durante generaciones, lo ha defendido la CCI a lo largo de toda su historia. Para comprobarlo basta consultar los artículos de la rúbrica: “¿Por dónde va la crisis económica?” de nuestra Revista Internacional que recomendamos a los lectores interesados:

“No está descartada la perspectiva de una recesión, al contrario”, No. 54, 2o trimestre 1988.

“El crédito no es una solución eterna”, No 56, 1er trimestre 1989.

“Balance económico de los años ochentas, la bárbara agonía del capitalismo decadente”, No 57, 2o trimestre 1989.

“Tras el Este, el Oeste”, No  60, 1er trimestre 1990.

“La crisis del capitalismo de Estado, la economía mundial se hunde en el caos” No 61, 2o trimestre 1990.

“La economía mundial al borde del abismo”, No 64, 1er trimestre 1991.

“La reactivación... de la caída de la economía mundial”, No. 66, 3er trimestre 1991.

Notas sobre el imperialismo y la descomposición - Hacia el mayor caos de la historia

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¿Van a iniciar una era más pacífica los enormes cambios provocados por el hundimiento del bloque del Este y la dislocación de la URSS? Frente al caos, ¿va a atenuarse la brutalidad en las relaciones entre potencias imperialistas? ¿Cabe la posibilidad de que se formen nuevos bloques imperialistas? ¿Qué nuevas contradicciones hace surgir la descomposición capitalista a nivel del imperialismo mundial?

Las rivalidades entre potencias no desaparecen, sino que se extremizan

El mundo se ha modificado profundamente desde el desmoronamiento del bloque del Este. En cambio, sí que permanecen las leyes salvajes que rigen la supervivencia de este sistema moribundo. Y, conforme el capitalismo se hunde en la descomposición, se va reforzando su carácter destructor, poniendo en peligro la existencia misma de la humanidad. La plaga de la guerra, ese hijo monstruoso pero natural del imperialismo, está y estará cada día más presente, y la lepra del caos, tras haber sumido a las poblaciones del Tercer mundo en una pesadilla sin nombre, está ahora haciendo sus estragos en todo el Este de Europa.

Tras las proclamas pacifistas de las grandes potencias imperialistas del antiguo bloque occidental, tras las respetables caretas de buen entendimiento con que se disfrazan, las relaciones entre los Estados del ya inexistente bloque occidental, están en realidad regidas por la ley del hampa. Entre bastidores, como cualquier gánster, lo que les importa es saber si podrán robarle su parte de acera al otro, con quién entenderse para deshacerse de un competidor de uñas demasiado afiladas, cómo hacer para quitarse de encima a un “padrino” muy poderoso. Ésas son los verdaderos temas de los “debates” entre las burguesías de los “grandes países civilizados y democráticos”.

“La política imperialista no es propia de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo... Es un fenómeno internacional por naturaleza... al cual ningún Estado podría sustraerse” [1].Desde que se inició la decadencia del capitalismo, el imperialismo domina el planeta entero, “se ha convertido en el medio de subsistir de todas las naciones, grandes o pequeñas” [2]. No se trata de una política “escogida” por la burguesía, o de una u otra de sus fracciones, sino de una necesidad absoluta que se le impone.

Por eso, la desaparición del bloque imperialista del Este y, por consiguiente, la del bloque del Oeste, no significa ni mucho menos el final del “reino del imperialismo”. El que se haya terminado el reparto del mundo entre “bloques”, tal como había surgido de la Segunda Guerra mundial, está, al contrario, abriendo de par en par las puertas al desencadenamiento de nuevas tensiones imperialistas, a la multiplicación de guerras locales, a la agudización de las rivalidades entre las grandes potencias que antes estaban más o menos controladas por el bloque occidental.

Las rivalidades dentro del mismo bloque han existido siempre, declarándose incluso abiertamente en algunas ocasiones como entre Turquía y Grecia, miembros ambos de la OTAN, a causa de la situación en Chipre en 1974. Sin embargo, esos antagonismos permanecían sólidamente contenidos dentro del férreo armazón del bloque tutelar. Una vez desaparecido ese armazón, las tensiones, hasta ahora reprimidas, van a dispararse sin remedio.

El capital estadounidense frente a los nuevos apetitos de sus vasallos

La sumisión de Europa y Japón a Estados Unidos ha sido, durante décadas, el precio a pagar por su protección frente a la amenaza soviética. Esta amenaza ha desaparecido hoy y Europa y Japón no tienen ya el mismo interés en obedecer a las órdenes norteamericanas. Hoy se está desarrollando plenamente la tendencia a que cada cual tire por su cuenta.

Eso ya se manifestó claramente durante todo el otoño de 1990, con Alemania, Japón y Francia intentando impedir que se declarara una guerra cuyo resultado no podía ser otro que el de reforzar más todavía la superioridad estadounidense[3]. Estados Unidos, al imponer la solución bélica, al obligar a Alemania y Japón a pagar por la guerra, al forzar a Francia a participar en ella, alcanzó una clara victoria, pues dejaron bien patente la debilidad de aquéllos que pretendiesen poner en entredicho su dominación. Estados Unidos lució su enorme superpotencia militar para así demostrar que ningún otro Estado, sea cual fuere su potencia económica, podría rivalizar con él en el terreno militar.

El “Escudo” y después la “Tempestad del desierto” de siniestra memoria, guerra impuesta y llevada de cabo a rabo por Bush y su equipo, ha hecho acallar las pretensiones de los países centrales. En última instancia, el objetivo principal de la guerra del Golfo ha sido prevenir, frenar la eventual formación de un bloque rival y mantener para Estados Unidos su estatuto de única superpotencia.

“Sin embargo, el éxito inmediato de la política norteamericana no será un factor de estabilización duradera de la situación mundial, pues no afecta en nada a las causas mismas del caos en que se hunde la sociedad. Si bien las demás potencias tendrán que reprimir por algún tiempo sus ambiciones, no por ello han desaparecido sus antagonismos de fondo con los Estados Unidos. Es esto lo que expresa la hostilidad larvada de países como Francia o Alemania respecto a los proyectos norteamericanos de utilizar las estructuras de la OTAN para una “fuerza de intervención rápida”, que estaría al mando, y no es casualidad, del único aliado de confianza de Estados Unidos, o sea, Gran Bretaña” [4].

Desde entonces, la evolución de la situación ha confirmado plenamente ese análisis. Las relaciones entre los Estados de la CEE, y en especial entre algunos de ellos como Francia y Alemania, y Estados Unidos, ya sea a propósito del futuro de la OTAN y de la “defensa europea”, ya sea sobre la crisis yugoslava, ponen bien de relieve los límites del frenazo que la guerra del Golfo ha sido contra la tendencia de las principales potencias a ir cada una por su cuenta.

Quien hoy ponga en entredicho el reparto imperialista actual, reparto siempre impuesto por la fuerza, está atacando directamente a la primera potencia mundial, los Estados Unidos, al ser este país el primer beneficiario de dicho reparto. Y como a la ex URSS ya no le queda la más mínima posibilidad de participar en primera fila en la arrebatiña imperialista, las más fuertes tensiones imperialistas van a producirse entre los propios “vencedores de la guerra fría”, o sea, entre los Estados centrales del extinto bloque del Oeste [5]

Y en esa pugna de golpes bajos que es el imperialismo, la desaparición del sistema de bloques va obligatoriamente a engendrar una tendencia a la formación de nuevos bloques, pues cada estado necesita aliados para llevar a cabo una lucha, por definición, mundial. Los bloques son, en efecto, “la estructura clásica que adoptan los principales Estados en el período de decadencia para “organizar” sus enfrentamientos armados” [6].

¿Hacia nuevos bloques?

El aumento actual de las tensiones imperialistas lleva consigo la tendencia hacia la formación de nuevos bloques, uno de los cuales estaría obligatoriamente dirigido contra Estados Unidos. Sin embargo, el interés por esa formación es muy variable según qué países.

¿Quién?

Gran Bretaña no tiene ningún interés en formar un nuevo bloque pues defiende mejor los suyos en una indefectible alianza con la política estadounidense [7].

Toda una serie de países, como Holanda o Dinamarca, tienen la aprehensión de que quedarían prácticamente absorbidos en caso de que se convirtieran en aliados de una posible superpotencia alemana en Europa, alianza favorecida por los lazos económicos ya existentes y la proximidad geográfica y lingüística. Según el viejo principio de estrategia militar que recomienda no aliarse con un vecino demasiado poderoso, ese tipo de países tienen poco interés en poner en entredicho la prepotencia norteamericana.

Para una potencia más importante, pero mediana, como lo es Francia, cuestionar el liderazgo americano y participar en un nuevo bloque tampoco es algo evidente, pues, para ello, estaría obligada a seguirle los pasos a la política alemana, cuando Alemania es para el imperialismo francés el rival más inmediato y más peligroso. Cogida entre el martillo americano y el yunque alemán, lo único que puede hacer la política imperialista de Francia es oscilar entre ambos. El imperialismo no es, sin embargo, un fenómeno racional como tampoco lo es el modo de producción del que es expresión. Francia, por mucho que acabe perdiendo en el asunto, por muy dudosos que sean los beneficios, está, por ahora, jugando la baza alemana, tendiendo a oponerse a la tutela norteamericana; esto se ha visto en su actitud respecto a la OTAN y con la creación de una brigada franco-alemana. Pero no por eso quedan excluidos otros posibles cambios de rumbo.

Las cosas son mucho más claras para potencias de primer plano como Alemania y Japón. Para éstas, volver a ocupar el rango imperialista equiparable a su fuerza económica, implicará obligatoriamente cuestionar la dominación mundial ejercida por los USA. Además, únicamente esos dos Estados poseen los medios para pretender desempeñar un papel mundial.

Pero las posibilidades de Alemania y Japón, en la carrera por el liderazgo de un futuro bloque enemigo de EEUU no son las mismas.

No deben subestimarse la fuerza y las ambiciones del imperialismo japonés. También él está intentando entrar en la arrebatiña imperialista. De ello son testimonio el proyecto de modificar la constitución para que quede autorizado el envío de tropas japonesas al extranjero, el reforzamiento importante de su armada, su voluntad afirmada con mayor fuerza de recuperar las islas Kuriles a expensas de la URSS, cuando no se trata de declaraciones sin rodeos de dirigentes japoneses de que “ya va siendo hora de que el Japón se deshaga de los lazos que lo unen a los Estados Unidos“[8]Sin embargo, Japón, a causa de su posición geográfica descentrada respecto a la mayor concentración industrial del mundo, o sea Europa, que sigue siendo el principal campo en las rivalidades imperialistas, no puede competir realmente en esa carrera con Alemania. El imperialismo japonés está intentando extender su influencia y tener las manos más libres, procurando por ahora no enfrentarse demasiado abiertamente al gran “padrino” norteamericano. Alemania, en cambio, por el lugar central que ocupa en Europa, por su potencia económica, se ve cada día más obligada a enfrentarse a la política estadounidense, encontrándose a menudo en el centro de las tensiones imperialistas, como lo expresan sus reticencias frente a los proyectos norteamericanos para la OTAN, su voluntad de construir un embrión de “defensa europea“, y, sobre todo, su actitud en Yugoslavia.

 El capital alemán, en el papel de “inductor de violencia” en Yugoslavia

El imperialismo alemán ha desempeñado en Yugoslavia el papel de auténtico “instigador de crímenes”, azuzando y apoyando las veleidades secesionistas eslovenas y sobre todo croatas, como demuestra la voluntad reiterada de Alemania de reconocer unilateralmente la independencia de Croacia. Históricamente, el Estado yugoslavo fue un montaje hecho de retales para atajar el expansionismo alemán, cerrándole la salida al Mediterráneo [9]. Así que en cuanto se manifestó la voluntad de independencia de Croacia, la burguesía alemana entrevió la oportunidad y ha intentado sacar el mejor partido de la situación. Gracias a sus estrechos lazos con los dirigentes de Zagreb, capital croata, Alemania esperaba, en caso de independencia, utilizar los valiosos puertos del Adriático. Y ha sido así cómo Alemania, con la ayuda de Austria [10] no ha cesado de echar leña al fuego apoyando abiertamente o entre bastidores el secesionismo croata, lo cual no ha hecho sino acelerar la dislocación de Yugoslavia.[11]

EEUU para los pies a Alemania

La burguesía norteamericana, consciente de la gravedad de lo que está en juego y tras una aparente discreción, lo ha hecho todo por frenar y quebrar, con la ayuda de Inglaterra y de Holanda, ese intento de penetración del imperialismo alemán. Su caballo de Troya en la CEE, Gran Bretaña, se ha opuesto sistemáticamente a todo envío de tropas europeas de intervención. El aparato militar-estaliniano serbio, tras firmar y violar sistemáticamente todos los alto el fuego organizados por la impotente y lloricona CEE, ha podido llevar a cabo una auténtica guerra de reconquista, gracias al silencio complaciente de Estados Unidos.

El fracaso alemán en Yugoslavia ya es patente, como lo son la división e impotencia completa de la CEE. Este fracaso pone de relieve toda la fuerza, todas las ventajas que posee la primera potencia mundial en su lucha por mantener su hegemonía, pone de relieve las enormes dificultades que tendrá el imperialismo alemán para alcanzar la capacidad de cuestionar realmente a Estados Unidos en su dominación mundial.

*

Todo eso no significa, ni mucho menos, ni la vuelta a cierta estabilidad en Yugoslavia, pues la dinámica que en ese país se ha desatado lo condena a hundirse más y más en una situación “a la libanesa“, ni que Alemania vaya ahora a renunciar y doblegarse dócilmente ante las órdenes del “Tío Sam”. El imperialismo alemán ha perdido una batalla, pero no puede renunciar a sus intentos de quitarse de encima la tutela americana, de lo cual es testimonio su decisión, junto con Francia, de formar un cuerpo de ejército, dejando así clara su voluntad de ganar una mayor autonomía respecto a la OTAN y, por lo tanto, de los Estados Unidos.

El caos entorpece la formación de nuevos bloques

Aunque hay que reconocer que hay, desde ya, una tendencia a la reconstitución de nuevos bloques imperialistas, proceso en el cual Alemania ocupa, y ocupará cada día más, un lugar central, nada permite afirmar que esta tendencia podría realizarse de verdad, pues se enfrenta, a causa de la descomposición social reinante, a toda una serie de obstáculos y contradicciones muy importantes y, en gran parte, desconocidos hasta hoy.

Para empezar, Alemania no posee por ahora, y es una diferencia fundamental con la situación previa a la Primera y a la Segunda Guerras mundiales, los medios militares para sus ambiciones imperialistas. Alemania está muy desprotegida frente a la impresionante superpotencia norteamericana.[12] Para reunir los medios en conformidad con sus ambiciones, Alemania necesitaría tiempo, entre 10 y 15 años como mínimo, mientras que EEUU lo hacen todo por impedir que tales medios puedan desplegarse. Pero lo que es más, para instaurar la economía de guerra necesaria a tal esfuerzo de armamento, la burguesía debería antes imponer al proletariado en Alemania una auténtica militarización en el trabajo. Y esto sólo podría obtenerlo infligiendo una derrota total a la clase obrera; ahora bien, por el momento, las condiciones para una derrota así no están reunidas, ni mucho menos. Sólo con esto, los obstáculos que Alemania debe franquear son ya enormes.

Pero, además, hay otro factor, tan importante como los mencionados, que se opone a la tendencia hacia la formación de un bloque liderado por Alemania: el caos que está invadiendo a cada día más países. La disciplina necesaria para instaurar un bloque de alianzas imperialistas se hace mucho más difícil en medio de ese caos, un caos cuyo avance ya está preocupando seriamente a la burguesía alemana, como a la del resto de los países más desarrollados, pero sobre todo a ella a causa de su posición geográfica. Es este temor, al que hay que añadir evidentemente las presiones estadounidenses, lo que hizo que Alemania, a pesar de todas sus reticencias, acabara apoyando a Bush, al igual que Japón y Francia, en su guerra del Golfo. Por muy deseosa que esté de sacudirse la tutela americana, la burguesía alemana sabe muy bien que, hoy por hoy, únicamente EEUU tiene los medios para poner freno, por poco que sea, al caos.

A ninguna gran potencia imperialista le interesa que el caos se extienda, con sus secuelas: llegada masiva de inmigrantes, a quienes resulta imposible integrar en la producción en un momento en que se está produciendo despidos a mansalva, diseminación incontrolada de armamento, incluidas las enormes cantidades de armas atómicas almacenadas, riesgos de catástrofes industriales de primer orden, y especialmente nucleares, etc. Lo único a lo que lleva tal situación es a desestabilizar a los estados más expuestos a ella, lo cual hace todavía más difícil la gestión de su capital nacional. La putrefacción del sistema es, en las condiciones actuales, muy negativa para el conjunto de la clase obrera, pero también es una amenaza para la burguesía y el funcionamiento de su sistema de explotación. Al estar en primera línea frente a las consecuencias más peligrosas del hundimiento del bloque del Este, frente a la implosión de la ex URSS, Alemania está obligada a acatar, al menos en parte, las órdenes del único país capaz hoy de desempeñar el papel de “gendarme” a nivel internacional, los Estados Unidos.

En este período de descomposición, cada burguesía nacional de los países más desarrollados se encuentra, por lo tanto, ante una nueva contradicción:

  • asumir la defensa de sus propios intereses imperialistas, enfrentando a sus competidores de igual rango, a riesgo de acelerar la situación de caos;
  • defenderse contra la inestabilidad y las manifestaciones peligrosas de la descomposición, preservando el “orden” mundial gracias al cual ha podido conservar su rango de potencia imperialista, en detrimento de sus propios intereses imperialistas frente a sus grandes rivales.

Es posible que la tendencia a la formación de nuevos bloques imperialistas, inscrita en la tendencia general del imperialismo hacia el enfrentamiento entre las potencias mayores, ante tal contradicción no pueda realizarse plenamente nunca.

Ni siquiera el “gendarme del mundo”, Estados Unidos, país para el cual la lucha contra el caos se identifica más plena e inmediatamente con la lucha por el mantenimiento del statu quo reinante, que a él le beneficia por su posición hegemónica, puede evitar el dilema. Al desencadenar la guerra del Golfo, Estados Unidos quería dar un ejemplo de su capacidad para “mantener el orden”, obligando a ponerse firmes a quienes pretendieran cuestionar su liderazgo mundial. El resultado ha sido una mayor inestabilidad en toda la región, de Turquía a Siria, con la continuación, entre otras cosas, de la matanza de las poblaciones de Kurdistán y no sólo por la soldadesca iraquí, sino también por el ejército turco. En Yugoslavia, el apoyo implícito de Estados Unidos al bloque serbio le ha permitido cerrar el camino a las intentonas de Alemania de conseguir un acceso al Mediterráneo, pero a su vez, eso ha sido como echar leña al fuego, contribuyendo en la extensión de la barbarie a todo el territorio yugoslavo, propagando la inestabilidad a toda la región de los Balcanes. El único medio, en última instancia, del que dispone el “gendarme mundial”, o sea el militarismo y la guerra, acentúa todavía más la barbarie llevándola a sus extremos.

La dislocación de la URSS agudiza la contradicción entre la tendencia a ir cada cual por su cuenta y la necesidad de atajar el caos

La dislocación de la URSS, por sus dimensiones, su profundidad (la amenaza de desintegración está afectando ahora a Rusia) es un factor de agravación considerable del caos a escala mundial: riesgo de los mayores éxodos de población de la historia, riesgos nucleares gravísimos[13]. Ante semejante cataclismo, la contradicción ante la que se encuentran las grandes potencias va a agudizarse al extremo. Por un lado, un mínimo de unidad es necesario para encarar la situación, por otro lado, el desmoronamiento del ex imperio soviético está excitando las ansias imperialistas.

En esto también, Alemania está en situación delicada. El Este de Europa, incluida Rusia, es para el imperialismo alemán una zona de influencia y de expansión privilegiada. Las alianzas y los enfrentamientos con Rusia han sido siempre algo central en la historia del capitalismo alemán. Tanto la historia como la geografía empujan al capital alemán a extender su influencia hacia el Este, y deberá sacar tajada del desmoronamiento del bloque del Este y de su cabeza. Desde la caída del muro de Berlín, es, evidentemente, el capital alemán el que está más presente, en lo económico como en lo diplomático, en Checoslovaquia, Hungría y, en general, en todos los países del Este, excepto quizás en Polonia, la cual, a pesar de los lazos económicos con Alemania, intenta resistir ante ella, por razones históricas.

Sin embargo, ante la dislocación completa de la URSS, las cosas se están volviendo mucho más difíciles y complejas para la primera potencia económica europea. Alemania podrá intentar aprovecharse de la situación para defender sus intereses, en especial el de construir una auténtica “Mittel Europa”, una Europa Central bajo su influencia, pero el desmoronamiento soviético, con el hundimiento de todos los países del Este, es también una amenaza directa, mucho más peligrosa para Alemania que para cualquier otro país del corazón del sistema capitalista internacional.

“La unificación “, la integración de la ex RDA, ya de por sí es un pesado fardo que está entorpeciendo y seguirá entorpeciendo más y más la competitividad del capital alemán. La llegada masiva de emigrantes para quienes Alemania es como la “tierra prometida”, conjugada con los riesgos nucleares mencionados arriba, están provocando gran inquietud en la clase dominante de Alemania.

Contrariamente a la situación en Yugoslavia, situación que, a pesar de ser muy grave, afecta a una país de 22 millones de personas, la de la ex URSS inspira mayor prudencia a la burguesía germana. Por ello, a la vez que procura ampliar su influencia, también hace todos sus esfuerzos por estabilizar un mínimo la situación, evitando cuidadosamente no echar leña al fuego[14]. Por eso, la burguesía alemana  ha sido el más firme apoyo a Gorbachov y el principal sostén económico del ex imperio. Y está siguiendo globalmente la política llevada por EEUU respecto a la ex URSS. No le ha quedado más remedio que apoyar la reciente iniciativa sobre “desarme” nuclear táctico, en la medida en que con esa iniciativa se intenta ayudar y obligar a lo que queda de poder central en la ex URSS para que destruya sus armas, pues su diseminación es como una verdadera espada de Damocles nuclear sobre la URSS, pero también sobre gran parte de Europa[15].

La amplitud de los peligros de caos obliga a los estados más desarrollados a cierta unidad para hacerles frente, y ninguno de ellos se dedica por ahora a echar leña al fuego en la ex URSS. Esta unidad es, sin embargo,  muy puntual y limitada. El caos y sus consecuencias nunca podrán acallar sus rivalidades imperialistas. O sea que el capitalismo alemán no puede renunciar, ni renunciará, a sus naturales impulsos imperialistas; y lo mismo les ocurre a las demás potencias centrales.

Incluso enfrentada a los gravísimos peligros que entraña la desintegración del bloque del Este y de la URSS, cada imperialismo va a intentar preservar del mejor modo posible sus propios intereses. Así, en el encuentro de Bangkok sobre la ayuda económica que aportar al ex país líder del ex bloque del Este, todos los gobiernos presentes eran conscientes de la necesidad de reforzar las ayudas para así frenar la posible explosión de catástrofes en un futuro cercano. Pero cada cual procuró que la cosa le costara lo menos posible y que fueran los demás, rivales y competidores, quienes soportaran la pesada carga. Estados Unidos hizo la “generosísima” propuesta de que se anulara una parte de la deuda soviética, propuesta rechazada firmemente por Alemania por la sencilla razón de que sólo a ella le corresponde casi el 40 % de esa deuda.

Esa contradicción entre la necesidad para las grandes potencias de poner freno al caos, limitar al máximo su extensión, y la necesidad, tan vital como aquélla, de defender sus propios intereses imperialistas, ha ido alcanzando su paroxismo a medida que lo que queda de lo que fue Unión Soviética se muere y se desintegra.

El caos está ganando la partida

La descomposición del capitalismo, al agudizar las taras de su decadencia, y en especial las del imperialismo, trastorna de manera cualitativa la situación mundial, en especial, las relaciones interimperalistas.

En un contexto de barbarie cada día más sanguinaria, barbarie de horrores tan monstruosos como absurdos, absurdos como lo es un modo de producción, el capitalismo, que se ha vuelto totalmente caduco desde un punto de vista histórico, la clase explotadora no puede ofrecer otro porvenir a la humanidad que el mayor caos de toda la historia.

Las rivalidades imperialistas entre los Estados más desarrollados del difunto bloque occidental se están desencadenando en el contexto de putrefacción de raíz del sistema capitalista. Las tensiones entre las “grandes democracias” van a avivarse, en especial entre Estados Unidos y la potencia dominante del continente europeo, Alemania. Este enfrentamiento se ha desarrollado hasta ahora de manera solapada, pero no por eso deja de ser muy real.

Aunque las fracciones nacionales más poderosas de la burguesía mundial tienen un interés común frente al caos, tal comunidad de intereses sólo puede ser circunstancial y limitada. No puede anular la tendencia natural y orgánica del imperialismo al desencadenamiento de la competencia, de la rivalidad y de las tensiones bélicas.

La pugna en la que ya están metidas y en la que se meterán cada día más las grandes potencias imperialistas, sólo puede acabar en mayor caos en el corazón mismo de Europa, como lo está ilustrando trágicamente la barbarie guerrera en Yugoslavia.

La política oscilante e incoherente de los Estados más fuertes del mundo capitalista se traduce en una inestabilidad creciente de las alianzas. Estas serán cada vez más circunstanciales y estarán sometidas a múltiples cambios. Francia, por ejemplo, tras haberse acercado a Alemania, puede muy bien apostar mañana por Estados Unidos, para acabar después yendo en otra dirección. Alemania, que hasta hoy apoyaba al “centro” en la ex URSS, puede muy bien escoger las repúblicas secesionistas. El carácter contradictorio e incoherente de la política imperialista de las grandes potencias expresa en última instancia la tendencia de la clase dominante a perder el control de un sistema devastado por su decadencia avanzada, por la descomposición.

Putrefacción, dislocación creciente del conjunto de la sociedad, ésa es la “radiante” perspectiva que ofrece a la humanidad este sistema agonizante, lo cual pone de relieve la importancia y la gravedad de lo que está en juego en el período actual. También pone de relieve la gran responsabilidad de la única clase portadora de verdadero porvenir: el proletariado.

RN, 18/11/1991   


[1] Rosa Luxemburg, La crisis de la Socialdemocracia (Folleto de Junius).

[2] Plataforma de la Corriente Comunista Internacional.

[3] Sobre la falsa unidad de los países industrializados durante la guerra del Golfo, véase el artículo editorial de la Revista Internacional nº 64, 1er trimestre de 1991

[4] “Resolución sobre la situación internacional“, punto 5, ídem.

[5] “La URSS en trizas“, “Ex URSS: No es el comunismo lo que se hunde...”, artículos de la Revista Internacional nº 67 y 68 (3º y 4º trimestre de 1991).

[6] “Resolución sobre la situación internacional“, punto 4, julio de 1991. IXº Congreso de la CCI, Revista Internacional nº 67.

[7] Sobre la actitud de Gran Bretaña y Francia para con EEUU, véase el “Informe sobre la situación internacional, extractos”, nota 1, Revista Internacional nº 67.

[8] T. Kunugi, ex secretario adjunto de la ONU, en el diario francés Liberation, 27/9/91.

[9] Véase “Balance de 70 años de “liberación nacional”, en este número.

 

[10] Francia e Italia, con sus interminables oscilaciones, también han contribuido en esa empresa de desestabilización asesina.

[11] Alemania, como ningún otro Estado capitalista, no podría evitar las leyes del imperialismo que rigen toda la vida del capitalismo en su decadencia. El problema frente a los avances del imperialismo alemán no es en sí el deseo o la voluntad de la burguesía alemana. Nadie duda de que esta burguesía, o al menos algunas de sus fracciones, estén inquietas frente a la actual fiebre de arrebatiña imperialista. Pero, sean cuales fueran sus inquietudes, está obligada, aunque sólo sea por impedir que un competidor le coja el sitio, a afirmar cada día más sus intenciones imperialistas. Como en el caso de la burguesía japonesa en 1940, cuando muchas de sus fracciones eran reticentes para entrar en guerra, lo que cuenta no es la voluntad, sino lo que la burguesía está obligada a hacer.

[12] Alemania está todavía ocupada militarmente por EE.UU. y, en lo esencial, el control sobre el conjunto de las municiones del ejército alemán, lo sigue ejerciendo el estado mayor norteamericano. Las tropas alemanas no tienen una autonomía de más de unos cuantos días. La brigada franco-alemana tiene el objetivo, entre otros, de darle mayor autonomía al ejército alemán.

[13] Recientemente, los nacionalistas chechenos amenazaban con atentados a centrales nucleares; trenes blindados con armas nucleares tácticas circulan por las fronteras de la ex URSS fuera de todo control.

[14] Véase por un lado la actitud de Alemania respecto a los países bálticos y sus pretensiones para que se cree una “República alemana de Volga” y, por otro lado, su apoyo, hasta el final, de lo poco que quedaba de “centro” en la URSS.

[15] Y eso por no hablar de la mentira del “desarme”, que no suprime sino las armas caducas y que de todos modos iban a acabar en chatarra y ser sustituidas por armas más modernas y sofisticadas.

 

Series: 

  • Entender la descomposición [4]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [5]
  • Imperialismo [6]

Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” II —En el siglo XX, la “liberación nacional”, eslabón fuerte de la cadena imperialista

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Marx decía que la verdad de una teoría se demuestra en la práctica. Setenta años de experiencias trágicas para el proletariado han zanjado claramente el debate sobre la cuestión nacional en favor de la postura de Rosa Luxemburgo desarrollada posteriormente por los grupos de la Izquierda Comunista y especialmente por Bilan, Internationalisme y nuestra Corriente : en la 1ª parte de este artículo vimos cómo el apoyo a la “liberación nacional de los pueblos” desempeñó un papel clave en la derrota del primer intento revolucionario internacional del proletariado en 1917-23 (ver Revista Internacional, n° 66). En esta 2ª parte vamos a ver de qué modo las luchas de “liberación nacional” han sido un instrumento de las guerras y enfrentamientos imperialistas que han devastado el planeta durante los últimos 70 años.

1919-45: detrás de la “liberación nacional”, las maniobras imperialistas

La Primera Guerra mundial marca el fin del período ascendente del capitalismo y su hundimiento en el marasmo de la lucha entre Estados nacionales por el reparto de un mercado mundial fundamentalmente saturado. En este marco, la formación de nuevas naciones y las luchas de liberación nacional dejan de ser un instrumento de expansión de las relaciones capitalistas y desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en un engranaje de la tensión imperialista generalizada entre los distintos bandos capitalistas. Ya antes de la Iª Guerra mundial, con las guerras balcánicas que habían dado la independencia a Serbia, Montenegro, Albania... Rosa Luxemburgo había constatado que esas nuevas naciones tenían un comportamiento tan imperialista como las viejas potencias y se insertaban claramente en la espiral sangrienta hacia la guerra generalizada: “Serbia participa desde el punto de vista formal en una guerra de defensa nacional. Pero su monarquía y sus clases dominantes están tan animadas de deseos expansionistas como todas las clases dominantes de los Estados modernos... Serbia extiende sus brazos hacia la costa del Adriático donde está librando un conflicto netamente imperialista con Italia a costa de los albaneses... Pero, por encima de todo no debemos olvidar que detrás del nacionalismo serbio está el imperialismo ruso“[1].

El mundo tal y como sale tras la terminación de la Primera Guerra mundial impuesta por el desarrollo revolucionario del proletariado, está marcado por dos perspectivas históricas contrapuestas: la extensión de la Revolución mundial o la supervivencia del capitalismo decadente atrapado en una espiral de crisis y guerras. El aplastamiento de la oleada proletaria mundial marca la agudización de las tensiones entre el bloque vencedor (Gran Bretaña y Francia) y el gran vencido (Alemania) todo ello trastornado y agravado por la expansión, que amenaza a todos, de Estados Unidos.

En este contexto histórico-mundial la “liberación nacional” no se puede ver desde el punto de vista de la situación de un país sino que “desde el punto de vista marxista sería absurdo examinar la situación de un solo país al hablar del imperialismo, ya que los diferentes países capitalistas están vinculados entre sí del modo más estrecho. Y hoy, en plena guerra, esta vinculación es inconmensurablemente mayor. Toda la humanidad se ha convertido en un amasijo sanguinolento y es imposible salir de él aisladamente. Sí bien hay países más desarrollados y menos desarrollados, la guerra actual los ha atado a todos de tal manera que es imposible y disparatado que ningún país pueda salir de él solo de la conflagración”[2]. Con este método podemos comprender cómo la “liberación nacional” se convierte en el santo y seña de la política imperialista de todos los Estados: los vencedores directos de la Primera Guerra mundial, Gran Bretaña y Francia, la emplean para justificar la desmembración de los imperios derrotados (el Austro-Húngaro, el Otomano y el Zarista) y crear un cordón sanitario alrededor de la Revolución de Octubre. Estados Unidos la eleva a doctrina universal, “principio” de la Sociedad de naciones, para, por un lado, combatir la Revolución proletaria, y, por otra parte, ir minando los imperios coloniales de Gran Bretaña y Francia que constituyen el obstáculo principal a su expansión imperialista. Alemania, ya desde los primeros años 20, hace de su “independencia nacional” frente al Tratado de Versalles la bandera de su recuperación como potencia imperialista. El principio “justo” y “progresista” de la “liberación nacional de Alemania”, defendido en 1923 por el KPD (Partido comunista de Alemania) y la IC (Internacional comunista) a partir del segundo congreso, se transformó en manos del partido nazi en el “derecho de Alemania a tener un espacio vital”. Por su parte, la Italia de Mussolini se considera una “nación proletaria”[3] y reivindica sus “derechos naturales” en África, los Balcanes etc.

La obra del Tratado de Versalles

Durante los primeros años 20 las potencias vencedoras tratan de implantar un “nuevo orden mundial” a la medida de sus intereses. Su principal instrumento es el Tratado de Versalles (1919), basado oficialmente en la “paz democrática” y el “derecho de autodeterminación de los pueblos”, que otorga la independencia a un conjunto de naciones en Europa Oriental y Central: Finlandia, países bálticos, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Polonia...

La independencia de estas naciones responde a dos objetivos del imperialismo británico y francés: por un lado, como analizamos en la primera parte de esta serie (Revista internacional, nº 66) enfrentar la Revolución proletaria y, por otro lado, crear alrededor del imperialismo alemán derrotado una cadena de naciones hostiles que bloquearan su expansión en esa zona que por razones estratégicas, económicas e históricas constituye su área de influencia natural.

El maquiavelismo más retorcido no podía haber concebido Estados más inestables, más abocados desde el principio a violentos conflictos internos y externos, más obligados a ponerse bajo la tutela de potencias superiores y a servir a su juego guerrero. Checoslovaquia contenía dos nacionalidades históricamente rivales, checa y eslovaca, y una importante minoría alemana en los Sudeste; los Estados bálticos encerraban importantes minorías polacas, rusas y alemanas; Rumania húngaras; Bulgaria turcas; Polonia alemanas... Pero la obra cumbre fue, sin lugar a dudas, Yugoslavia (hoy de triste actualidad por los horribles baños de sangre que la sacuden). La “nueva” nación contenía 6 nacionalidades con los niveles de desarrollo económico más disparatados que imaginarse pueda (desde el alto nivel económico de Eslovenia y Croacia al nivel semifeudal de Montenegro), cuyas áreas de integración económica estaban en países fronterizos (Eslovenia es complementaria con Austria, la Voivodina —perteneciente a Serbia— es una prolongación natural de la llanura húngara ; Macedonia está separada del resto por una barrera montañosa que la une a Grecia y Bulgaria), y pertenecientes a tres religiones clásicamente enfrentadas : católicos, ortodoxos y musulmanes. Para colmo, cada una de las “nacionalidades” contenía minorías de la nacionalidad vecina y, lo que es peor, de Estados vecinos: Serbia de albaneses y húngaros; Croacia de italianos y serbios; Bosnia-Herzegovina de serbios, musulmanes y croatas.

“Los pequeños Estados burgueses recientemente creados solo son subproductos del imperialismo. Al crear, para contar con un apoyo provisorio, toda una serie de pequeñas naciones, en realidad vasallos —Austria, Hungría, Polonia, Yugoslavia, Bohemia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Armenia, Georgia etc. Dominándolas mediante los bancos, los ferrocarriles, el monopolio del carbón, el imperialismo los condena a sufrir dificultades económicas y nacionales intolerables, conflictos interminables, sangrientas querellas”[4].

Las nuevas naciones tuvieron desde el principio un claro comportamiento imperialista, como dejó claro la IC : “Los pequeños Estados creados artificialmente, divididos, ahogados desde el punto de vista económico en los límites que les han sido prescritos combaten entre sí para tratar de ganar puertos, provincias, pequeñas ciudades, cualquier cosa. Buscan la protección de los Estados más fuertes, cuyo antagonismo crece día a día“[5]. Polonia manifestó sus ambiciones sobre Ucrania provocando la guerra contra el bastión proletario en 1920. También ejerció presión sobre Lituania apelando a la defensa de la minoría polaca en ese país. Para contrarrestar a Alemania se alió con Francia, sirviendo fielmente a sus designios imperialistas.

La Polonia “liberada” cayó bajo la feroz dictadura de Pildsuski. Esta tendencia a anular rápidamente las formalidades de la “democracia parlamentaria” que se desarrolló en los demás países “nuevos” (con la excepción de Finlandia y Checoslovaquia) contradecía la ilusión —sobre la cual había especulado la IC en degeneración— de que la “ liberación nacional” iría unida a la “más amplia democracia”. Al contrario, el entorno imperialista mundial, sus propias tendencias imperialistas, la crisis económica crónica y su inestabilidad congénita, les hacía expresar de manera extrema y caricaturesca —dictaduras militares— la tendencia general del capitalismo decadente al capitalismo de Estado.

Los años 30 iban a poner la tensión imperialista al rojo vivo demostrando que el Tratado de Versalles no era un instrumento de “paz democrática” sino el combustible de nuevos y mayores incendios imperialistas. El reconstituido imperialismo alemán emprende la lucha abierta contra el “orden de Versalles” tratando de reconquistar la Europa Central y Oriental. Su principal arma ideológica será la “liberación nacional”: invocará el “derecho de las minorías nacionales” para hacerse con los Sudetes en Checoslovaquia, impulsará la “liberación nacional” de Croacia para quebrar la hostilidad serbia y poner un pie en el Mediterráneo, en Austria su discurso será la “unión con Alemania”, a los Estados bálticos les ofrecerá “protección” contra Rusia...

El “orden de Versalles” se derrumbaba estrepitosamente. La pretensión de que los nuevos Estados podrían ser una garantía de “paz y estabilidad” —sobre la cual tanto habían insistido los kautskistas y los social-demócratas avalando la “paz de Versalles”— quedaba totalmente desmentida. Metidos en el torbellino imperialista mundial no tenían otra opción que zambullirse en él contribuyendo a amplificarlo y agravarlo.

China: la masacre del proletariado da luz verde a los antagonismos imperialistas

Junto a Europa Central y Oriental, China será otro de los puntos calientes de la tensión imperialista mundial. La burguesía china intentó en 1911 una revolución democrática tardía, débil y rápidamente condenada al fracaso. El derrumbe del Estado imperial dio paso a la desintegración general del país en mil reinos de Taifas dominados por Señores de la Guerra enfrentados entre sí, los cuales, a su vez, serán manipulados por Gran Bretaña, Japón, USA y Rusia en la batalla sangrienta que libran por el dominio del estratégico subcontinente chino.

Para el imperialismo japonés China era clave para dominar todo el Extremo Oriente. Con este objetivo se presta “desinteresadamente” a la causa de la independencia de Manchuria, la zona más industrial de China, centro neurálgico para el control de Siberia, Mongolia y todo el centro de China. Tras haber utilizado entre 1924-28 los servicios de Chang-Tso-Long, un antiguo bandolero convertido en Mariscal y después en Virrey de Manchuria, se desprende de él mediante un atentado provocado para, en 1931, invadir y ocupar toda Manchuria, convertirla en Estado soberano y elevarla a la categoría de “Imperio” con Picuyi, el último descendiente de la dinastía manchú, al frente.

La expansión japonesa chocaba con la Rusia estalinista que tenía en China un campo de expansión natural. Para hacer valer sus intereses, Stalin utiliza la traición abierta contra el proletariado chino con lo que se puso en evidencia el antagonismo irreconciliable que existe entre “liberación nacional” y Revolución Proletaria e, inversamente, la completa solidaridad entre “liberación nacional” e imperialismo: “En China, donde se desarrollaba una lucha revolucionaria proletaria, la Rusia estalinista busca sus alianzas con el Kuomitang de Tchan-Kai-Tchek, obligando al joven partido comunista chino a renunciar a su autonomía organizacional, haciéndole adherir al Kuomitang, proclamado para la ocasión, como el “Frente de las 4 Clases”... Sin embargo, la situación económica desesperada y el empuje de millones de trabajadores, llevan a los obreros de Shanghái a la insurrección y toma de la ciudad en contra de los imperialistas y del Kuomitang al mismo tiempo. Los obreros insurrectos, organizados por la base del PCCh, deciden enfrentarse al Ejército de Liberación de Tchan-Khai-Tchek apoyado por Stalin. Este ordena entonces a los cuadros de la Internacional la ignominiosa tarea de llevar de nuevo a los obreros bajo las órdenes de Tchang-Khai-Tchek, cosa que se logra a duras penas“[6].

Este fuego cruzado de intereses imperialistas, al que se sumaron activamente las maniobras de los imperialismos yanqui y británico, provocó una larguísima guerra de más de 30 años que sembró la muerte, la destrucción, la desolación, en los obreros y campesinos chinos.

La guerra de Etiopía: un momento crucial en la pendiente hacia la IIª Guerra mundial

El imperialismo italiano que había ocupado Libia y después Somalia, al invadir Etiopía atentaba, amenazando su posición en Egipto, contra el sistema de dominación imperialista británica sobre el Mediterráneo, África y las comunicaciones con la India.

La guerra de Etiopía marca un paso decisivo, junto con la guerra de España de 1936[7], en la pendiente hacia la Segunda Guerra mundial. Por ello, un aspecto importante de esta masacre fue los enormes esfuerzos de propaganda y movilización ideológica de la población desplegados por ambos bandos y especialmente por el “democrático” (Francia y Gran Bretaña). Este, interesado en la “independencia” de Etiopía levanta la bandera de su “libertad nacional”, mientras que el imperialismo italiano invoca una misión “humanitaria” y “liberadora” para justificar la invasión: el Negus no ha abolido la esclavitud como había prometido.

La guerra etíope evidencia la “liberación nacional” como banderín de enganche ideológico para la guerra imperialista, como preparación para la orgía de nacionalismo y chauvinismo que van a desencadenar los dos bandos imperialistas como medio de movilización para las matanzas a lo largo de la Segunda Guerra mundial. Como denunció Rosa Luxemburgo : “Hoy la nación no es sino un manto ideológico que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate para las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se pueden convencer a las masas para que hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas”[8].

1945-89: la “liberación nacional”, instrumento de los bloques imperialistas

El desenlace de la Segunda Guerra mundial con la victoria de los imperialismos aliados marca una agravación cualitativa de las tendencias del capitalismo decadente hacia el militarismo y la economía de guerra permanente. El bloque vencedor se divide en dos bloques imperialistas rivales —Estados Unidos y la URSS— que estructuran rígidamente sus áreas de influencia con una tupida red de alianzas militares —la OTAN y el Pacto de Varsovia— y las someten al control de una selva de organismos de “cooperación económica”, regulación monetaria, etc. Todo esto se ve respaldado por el desarrollo de alucinantes arsenales nucleares cuyo nivel, a principios de los años 60, permite destruir todo el mundo.

En tales condiciones hablar de “liberación nacional” es una broma macabra: “La independencia nacional es concretamente imposible, irrealizable, en el marco del capitalismo actual. Los grandes bloques imperialistas dirigen la vida de todo el capitalismo y ningún país puede escapar de un bloque imperialista sin caer bajo la férula del otro... Es absolutamente evidente que los movimientos de liberación nacional no son peones que Stalin o Truman manejarían a su antojo el uno contra el otro. Pero no es menos verdad que, el mismísimo Ho-Chi-Minh, expresión de la miseria annamita, sí quiere asentar su poder, deberá, haciendo luchar a sus hombres con el encarnizamiento de la desesperación, ponerse a la merced de las competiciones imperialistas y resignarse a abrazar la causa de uno de ellos”[9].

En este periodo histórico las guerras regionales, presentadas sistemáticamente como “movimientos de liberación nacional” no son sino los distintos episodios de la concurrencia imperialista sangrienta entre los dos bloques.

La descolonización

La oleada de “independencias nacionales” en África, Asia, Oceanía etc. que sacudió el mundo entre 1945-60 se inscribe en la larga lucha del imperialismo americano por desalojar de sus posiciones a los viejos imperialismos coloniales y, principalmente, a su rival más directo por la riqueza económica y la posición estratégica de sus posesiones y por su poderío naval, el imperialismo británico.

Al mismo tiempo, los viejos imperios coloniales se habían convertido en una traba para las metrópolis: con la saturación del mercado y el desarrollo de la competencia a escala mundial, con los costes cada vez mayores del ejército y la administración coloniales, de fuente de beneficios se estaban transformando en un pasivo cada vez más gravoso.

Ciertamente, las burguesías locales estaban interesadas en arrebatar el poder a los viejos amos y su organización en movimientos guerrilleros o en partidos de “desobediencia civil”, todos ellos bajo la bandera de la Unión Nacional que preconizaba la sumisión del proletariado local a la “liberación nacional”, jugó un papel en el proceso, pero este papel fue esencialmente secundario y supeditado siempre a los designios del bloque americano o a las tentativas del bloque ruso de aprovechar los procesos de “descolonización” más conflictivos para conquistar posiciones estratégicas más allá de su zona de influencia euro-asiática.

La descolonización del imperio británico ilustra lo anterior de la manera más clara : “Las retiradas británicas en India y Palestina fueron los momentos más espectaculares del desmoronamiento del Imperio y el fiasco de Suez en 1956 acabó con toda ilusión de que Gran Bretaña fuese una potencia mundial de primer orden”[10].

Los nuevos Estados “descolonizados” nacen con taras aún peores que la hornada de Versalles en 1919. Fronteras totalmente artificiales trazadas con escuadra y cartabón ; divisiones étnicas, tribales, religiosas ; economías de monocultivo agrario o minero ; burguesías débiles o inexistentes ; élites administrativas y técnicas poco preparadas y dependientes de la vieja potencia colonial... Un ejemplo de esta situación catastrófica nos lo da la India: el Estado recién nacido sufre en 1947 una apocalíptica guerra entre musulmanes e hindúes que desemboca en la secesión de Pakistán donde se agrupa la gran mayoría de los musulmanes. Los dos Estados han librado desde entonces guerras devastadoras y hoy la tensión imperialista es uno de los mayores factores de inestabilidad mundial. Ambos países —donde el nivel de vida de la población es uno de los más bajos del mundo— mantienen sin embargo costosas inversiones en instalaciones nucleares que les permite poseer la bomba atómica. En el marco de esta confrontación imperialista permanente, India en 1971 propició una guerra de “liberación nacional” de la parte oriental de Pakistán —Bangla Desh—, la cual, otra de las absurdeces del imperialismo, ¡está a más de 2 000 kilómetros de Pakistán! Esta guerra que costó cientos de miles de muertos dio lugar a un nuevo Estado “independiente” que no ha conocido más que golpes de Estado, masacres, dictaduras..., mientras la población muere de hambre o por devastadoras inundaciones.

Las guerras de Oriente Medio

Oriente Medio sigue siendo, desde hace cuarenta años, un foco de tensión imperialista a escala mundial por sus enormes reservas de petróleo y su papel estratégico vital. En manos del moribundo Imperio Otomano, antes de la guerra del 14 había sido presa de las ambiciones expansionistas de Alemania, Rusia, Francia, Gran Bretaña... Tras la guerra mundial fue el imperialismo británico el que se llevó el gato al agua con algunas migajas para el francés (Siria y Líbano).

Aunque ya en esa época las burguesías locales de la zona empezaban a empujar hacia la independencia, lo determinante en la configuración de esta región del mundo fueron las maniobras del imperialismo británico que en vez de atenuar las tensiones y rivalidades existentes en ella las iba a multiplicar a una escala más vasta. “El imperialismo inglés empujó a los latifundistas y burgueses árabes a entrar en guerra a su lado en la Primera Guerra mundial prometiéndoles la constitución de un Estado nacional árabe. La revuelta árabe fue decisiva en el hundimiento del frente turco-alemán en Oriente Próximo”[11]. Como “premio” Gran Bretaña creó un rosario de Estados “soberanos” en Irak, Transjordania, Arabia, Yemen... enfrentados entre sí, con territorios económicamente incoherentes, minados por divisiones étnicas y religiosas... Una sabia y típica manipulación del imperialismo británico que al tenerlos a todos divididos y con contenciosos permanentes sometía el conjunto de la zona a sus designios. Pero no se conformó con ello, además “solicitó y obtuvo como contrapartida el apoyo de los sionistas judíos diciéndoles que Palestina les sería entregada tanto desde el punto de vista de la administración como de la colonización”[12].

Si los judíos habían sido expulsados de muchos países durante la baja Edad Media, a lo que asistimos en el siglo XIX es a su integración, tanto en sus capas altas —en la burguesía— como en sus capas bajas —en el proletariado— dentro de las naciones donde viven. Esto revela la dinámica de integración y de relativa superación de las diferencias raciales y religiosas que desarrollan las naciones capitalistas en su época progresiva. Es únicamente a finales de siglo, es decir, con el creciente agotamiento de la dinámica de expansión capitalista, cuando sectores de la burguesía judía lanzan la ideología del sionismo (creación de un Estado en la “tierra prometida”). Su creación en 1948 no sólo constituye una maniobra del imperialismo americano para desalojar al británico de la zona y parar los pies a las tentativas rusas de inmiscuirse allí, también revela —en conexión con ese objetivo imperialista— el carácter reaccionario de la formación de nuevas naciones : no es una manifestación de una dinámica de integración de poblaciones como en el siglo pasado sino de separación y aislamiento de una etnia para utilizarla como palanca de exclusión de otra —la árabe.

El Estado israelí es desde el principio un inmenso cuartel en pie de guerra permanente que utiliza la colonización de las tierras desérticas como un arma militar: los colonos están encuadrados por el Ejército y reciben instrucción militar. En realidad, el Estado de Israel es en su conjunto una empresa económicamente ruinosa sostenida por enormes créditos de USA y basado en una explotación draconiana de los obreros, tanto judíos como palestinos[13].

La opción americana por Israel llevó a los Estados árabes más inestables y con mayores contradicciones internas y externas a la alianza con el imperialismo ruso. Su bandera ideológica fue desde el principio la “causa árabe” y la “liberación nacional del pueblo palestino” que se convirtió en un tema predilecto de la propaganda del bloque ruso.

Como en otros muchos casos lo que menos les importaba eran los palestinos. Estos fueron hacinados en campos de refugiados en Egipto, Siria, etc., en condiciones espantosas y utilizados como mano de obra barata en Kuwait, Arabia, Egipto, Líbano, Siria, Jordania, etc., de la misma forma que lo hacía Israel. La OLP, creada en 1963 como movimiento de “liberación nacional”, se ha constituido desde el principio como una banda de gánsteres que extorsiona a los obreros palestinos obligándoles a deducir un tributo de sus miserables salarios; en Israel, Líbano, etc., la OLP es un vulgar prestamista de mano de obra palestina de la que arranca hasta la mitad del salario que pagan los patronos. Sus métodos de disciplina en los campos de refugiados y en las comunidades palestinas no tienen nada que envidiar a los del ejército israelí.

Debemos recordar finalmente que las peores masacres de palestinos las han perpetrado sus gobiernos “hermanos” árabes: en Líbano, en Siria, en Egipto y, sobre todo, en Jordania, donde el “amigo” Hussein en septiembre de 1970 bombardeó brutalmente los campamentos palestinos causando millares de víctimas.

Es importante subrayar a este respecto la utilización sistemática que hace el imperialismo, tanto por parte de las grandes potencias como por las pequeñas, de las divisiones étnicas, religiosas, etc., especialmente importantes en las zonas más atrasadas del planeta : “Que las poblaciones judías y palestinas sirven de peones a las intrigas imperialistas internacionales, eso no lo duda nadie. Que para esto, los manipuladores del juego suscitan y explotan a fondo los sentimientos y prejuicios nacionales, atrasados y anacrónicos, fuertemente reforzados en las masas por las persecuciones de las que han sido objeto, esto no nos extraña. Así es como ha sido reanimado uno de estos incendios locales: la guerra de Palestina, donde judíos y árabes se matan unos a otros con un frenesí cada vez más sangriento”[14]. El imperialismo hace con estas manipulaciones el juego del aprendiz de brujo: las exalta, las radicaliza, las hace insolubles, porque esencialmente la crisis histórica del sistema no ofrece ningún terreno para poder absorberlas, hasta el extremo que, en ciertas ocasiones, acaban tomando “autonomía propia” agravando y haciendo más contradictorias y caóticas las tensiones imperialistas.

Las guerras de Oriente Medio no han tenido como objetivo real ni los “derechos palestinos” ni la “liberación nacional” del pueblo árabe. La de 1948 sirvió para desalojar al imperialismo británico de la zona. La de 1956 marcó el reforzamiento del control americano. Las de 1967, 1973 y 1982 marcaron la contraofensiva del imperialismo americano contra la creciente penetración del imperialismo ruso que había anudado alianzas, más o menos estables, con Siria, Egipto e Irak.

En todas ellas salieron bastante malparados los Estados árabes y militarmente reforzado el Estado judío pero el verdadero vencedor fue Estados Unidos.

La guerra de Corea (1950-53)

En esta guerra abierta en Extremo-Oriente entre el bloque imperialista ruso y el americano lo que estaba en juego era detener la expansión rusa, cosa que logró el bando americano.

El bando ruso presentó su empresa como un “movimiento de liberación nacional”: “La propaganda estalinista ha insistido especialmente en que sus “demócratas” estarían luchando por la emancipación nacional y dentro del marco del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. La extraordinaria corrupción que reina al interior de la clase dirigente en Corea del Sur, sus métodos “japoneses” en materia de policía, su incapacidad de feudales para resolver la cuestión agraria... les aportarían argumentos indiscutibles. Hasta el extremo de que Kim Il Sung se presenta como el “nuevo Garibaldi”[15].

Otro aspecto sobresaliente de la guerra coreana es la formación, como resultado directo de la confrontación interimperialista, de dos Estados nacionales sobre el suelo de una misma nación: Corea del Norte y del Sur, Alemania del Este y del Oeste, Vietnam del Norte y del Sur... Esto, desde el punto de vista del desarrollo histórico del capitalismo es una completa aberración que pone aún más en evidencia la farsa sangrienta y ruinosa que es la “liberación nacional”. La existencia de esos Estados ha estado directamente ligada no a un hecho “nacional” sino al hecho imperialista de la lucha de un bloque contra otro. Esas “naciones” se han sostenido como tales, en la mayoría de los casos, por medio de una bárbara represión y su carácter artificial y contraproducente se ha podido comprobar con el estrepitoso derrumbe —en el marco general del colapso histórico del estalinismo— del Estado alemán oriental.

Vietnam

La lucha de “liberación nacional” de Vietnam, iniciada en los años 20, ha caído siempre en la órbita de un bando imperialista contra el otro. Durante la IIª Guerra mundial Ho-chi-Minh y su Viet-Minh fue abastecido de armas por los americanos y los ingleses pues jugaba un papel contra el imperialismo japonés. Después de la Segunda Guerra mundial americanos e ingleses apoyaron a Francia —potencia colonial en Indochina– dada la alineación pro-rusa de los dirigentes vietnamitas. Aún así, ambas partes llegan a un “compromiso” en 1946 pues, entretanto, una serie de revueltas obreras habían estallado en Hanoi y para aplastarlas “la burguesía vietnamita tenía igualmente necesidad de las tropas francesas para mantener el orden en sus asuntos”[16].

Sin embargo, desde 1952-53, con la derrota de la guerra de Corea, el imperialismo ruso se vuelve decididamente hacia Vietnam y durante 20 años, el Vietcong se enfrentará primero a Francia y después a Estados Unidos en una guerra salvaje donde ambos bandos cometerán todas las atrocidades imaginables y que dejará como resultado un país arruinado que, hoy, 16 años después de la  “liberación”, no sólo no se ha reconstruido sino que se ha hundido aún más en una situación catastrófica. Lo absurdo y degenerado de esta guerra se comprueba al ver que Vietnam pudo ser “libre” y “unido” porque Estados Unidos, entretanto, había ganado para su bloque imperialista la enorme pieza constituida por la China estalinista y, en consecuencia, el pigmeo vietnamita resultaba secundario para sus designios.

Hay que subrayar que el “nuevo Vietnam anti-imperialista” ejerce, incluso antes de 1975, como potencia imperialista regional en el conjunto de Indochina: sometiendo a su influencia Laos y Camboya donde, so pretexto de “liberar” al país de la barbarie de los Jemeres Rojos —ligados a Pekín ya atado al bloque americano— invadió el país e instaló un régimen basado en un ejército de ocupación.

La guerra del Vietnam, especialmente en los años 60, suscitó una formidable campaña de estalinistas, trotskistas, con la compañía de viaje de otros sectores burgueses con coloración “liberal“, presentando dicha barbarie como la punta de lanza del despertar del proletariado de los países industrializados. De manera grotesca los trotskistas pretendían resucitar los errores de la IC sobre la cuestión nacional y colonial acerca de la “unión entre las luchas obreras en las metrópolis y las luchas de emancipación nacional en el Tercer Mundo“[17].

Uno de los “argumentos” empleados para avalar esta mistificación era que la multiplicación de manifestaciones contra la guerra del Vietnam en USA y en Europa sería un factor del despertar histórico de las luchas obreras desde 1968. En realidad la defensa de las luchas de “liberación nacional”, junto a la defensa de los “países socialistas”, de moda sobre todo en los medios estudiantiles, jugaron al contrario un papel mistificador y constituyeron mas bien una barrera de primer orden contra la recuperación de la lucha proletaria.

Cuba

Durante los años 60, Cuba fue un fuerte eslabón de toda la propaganda “antiimperialista”. Todo estudiante politizado tenía que tener en su habitación un cartelito del “guerrillero heroico”, Che Guevara. Hoy, el desastre que vemos en Cuba (emigraciones masivas, escasez de todo, hasta de pan) ilustra perfectamente la total imposibilidad de una real “independencia nacional”. Al empezar, los barbudos de la Sierra Maestra no tenían, en principio, una especial inclinación pro-rusa, simplemente su intento de llevar una política mínimamente “autónoma” respecto a Estados Unidos, los empujó fatal e inevitablemente a los brazos rusos.

En realidad Fidel Castro encabezaba una fracción nacionalista de la burguesía cubana que adoptó el “socialismo científico”, liquidando a muchos de sus “compañeros” de primera hora —que han acabado en el bando de Miami, es decir, el del bloque americano— porque su única carta de supervivencia estaba en el bloque ruso. Este se ha cobrado con creces su “ayuda”, entre otras maneras, haciendo que Cuba ejerciera de sargento imperialista en Etiopía —en apoyo del régimen pro ruso—, en Yemen del Sur y, sobre todo, en Angola, donde Cuba llegó a destacar a 60 000 soldados. Este papel subimperialista de poner la carne de cañón en las guerras africanas ha costado la vida a muchos obreros cubanos —a añadir a los africanos muertos por su “liberación”— ha influido tanto como el manoseado bloqueo yanqui —que es real— en la miseria atroz a la que es sometido el proletariado y la población cubana.

Años 80: los “combatientes de la libertad”

Después de haber ido arrancando una tras otra las posiciones rusas en Oriente Medio, África, Asia, el bloque americano prosigue su ofensiva de completo cerco de la URSS. En este marco se incluye la guerra de Afganistán donde al zarpazo soviético invadiendo Afganistán en 1979, USA responde apadrinando una coalición de 7 grupos guerrilleros afganos a los que dota con las armas más sofisticadas con lo que acaba atrapando a las tropas rusas en un callejón sin salida, que alimenta el enorme descontento existente en toda la URSS y que contribuirá —en el marco más global de la descomposición del capitalismo y el derrumbe histórico del estalinismo— al espectacular colapso del bloque ruso en 1989.

Como traducción de este importante reforzamiento del bloque americano, éste podrá arrebatar al ruso la bandera ideológica de la “liberación nacional” que durante los últimos 30 años había monopolizado.

Como hemos mostrado a lo largo de este artículo, la “liberación nacional” ha sido un arma que pueden utilizar a su gusto los distintos imperialismos: el bando fascista la empleó en todas las salsas imaginables, al igual que el “democrático”. Sin embargo, desde los años 50, el estalinismo había conseguido presentarse como el bloque “progresista” y “anti-imperialista”, envolviendo sus designios tras el ropaje ideológico de representar a los “países socialistas” que no serían “imperialistas” sino al contrario “militantes anti-imperialistas” y llegando, en el colmo del delirio, a presentar la “liberación nacional” como paso directo al “socialismo”, superchería frente a la cual las Tesis sobre la cuestión nacional y colonial de la IC en 1920, a pesar de sus errores, habían insistido claramente en “la necesidad de luchar resueltamente contra los intentos hechos por los movimientos de liberación, que no son en realidad ni comunistas ni revolucionarios, de adoptar el color del comunismo”[18].

Todo este tinglado se vino abajo en los años 80. Junto al factor principal —el desarrollo de las luchas y la conciencia obrera— los interminables virajes y volteretas dictadas por las necesidades imperialistas de Rusia, propiciaron su desgaste: recordemos, entre otros muchos, el caso etíope. Hasta 1974, al estar el régimen del Negus en el bando occidental, Rusia apoyó el Frente de Liberación Nacional de Eritrea —convertido en paladín del “socialismo”— con el derrumbe del Negus, sustituido por los militares “nacionalistas “ que se orientaron hacia Rusia, las cosas cambiaron : ahora Etiopía se convertía en un régimen “socialista marxista-leninista” y el Frente Eritreo se transformaba de la noche a la mañana en un “agente del imperialismo”, al alinearse este tras el bloque americano.

Después de 1989: la “liberación nacional” punta de lanza del caos

Los acontecimientos de 1989, con la estrepitosa caída del bloque oriental y el hundimiento de los regímenes estalinistas, ha dado lugar a la desaparición de la anterior configuración imperialista del mundo, caracterizada por la división en dos grandes bloques enemigos y, por ende, a una explosión de conflictos nacionalistas.

El análisis marxista de esta nueva situación, que se enmarca en la comprensión del proceso de descomposición del capitalismo[19], permite ratificar de manera concluyente las posiciones de la Izquierda comunista contra la “liberación nacional”.

Respecto al primer aspecto de la cuestión —la explosión nacionalista— vemos cómo en el torbellino del hundimiento del estalinismo crea una espiral sangrienta de conflictos interétnicos, matanzas, pogromos[20]. Este fenómeno no es específico de los antiguos regímenes estalinistas. La mayoría de países africanos tienen viejos contenciosos tribales y étnicos que —en el marco del proceso de descomposición— se han acelerado en los últimos años conduciendo a matanzas y guerras interminables. Del mismo modo la India sufre idénticas tensiones nacionalistas, religiosas y étnicas que causan miles de víctimas.

“Los conflictos étnicos absurdos donde las poblaciones se masacran entre sí porque no tienen la misma religión o la misma lengua, porque perpetúan tradiciones folklóricas diferentes, parecían reservados desde hace decenios a los países del “Tercer Mundo”, África, India, Oriente Medio... Pero ahora es en Yugoslavia, a unos cientos de kilómetros de las metrópolis industriales de Italia del Norte y Austria, donde se desencadenan tales absurdos... El conjunto de estos movimientos revela un absurdo aún más grande: en el período en que la economía ha alcanzado un grado de mundialización desconocido en la historia, en que la burguesía de los países avanzados intenta, sin éxito, darse un marco más vasto que el de la nación para gestionar su economía —como es por ejemplo la CEE— la dislocación de los Estados que nos habían sido legados por la IIª Guerra mundial en una multitud de pequeños Estados es una pura aberración, incluso si se mira desde el punto de vista de los intereses capitalistas. En cuanto a las poblaciones de estas regiones su suerte no será mejor sino peor aún: desorden económico creciente, sumisión a demagogos chauvinistas y xenófobos, ajustes de cuentas y progromos entre comunidades que habían cohabitado hasta el presente y, sobre todo, división trágica entre los diferentes sectores de la clase obrera. Todavía más miseria, opresión, terror, destrucción de la solidaridad de clase entre los proletarios frente a sus explotadores, esto es lo que significa el nacionalismo hoy”[21].

Esta explosión nacionalista es la consecuencia extrema, la agudización hasta el colmo de sus contradicciones, de la política del imperialismo durante los últimos 70 años. Las tendencias destructivas y caóticas de la “liberación nacional”, ocultadas por las mistificaciones del “anti-imperialismo”, del “desarrollo económico”, etc. y que han sido claramente denunciadas por la Izquierda Comunista, aparecen hoy de manera brutal y extrema, superando en su furia aniquiladora las previsiones más pesimistas. La “liberación nacional” en la fase de descomposición se presenta como la fruta madura de toda la obra aberrante, destructiva, desarrollada por el imperialismo.

“La fase de descomposición es la resultante de la acumulación de todas las características de este sistema moribundo, la fase que remata tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia. O sea, que no sólo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de la guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el monstruo estatal, la crisis permanente de la economía capitalista, se mantienen en la fase de la descomposición, sino que además, ésta aparece como la consecuencia última, como síntesis acabada de todos esos elemento” [22].

Los mini-Estados que emergen de la dislocación de la ex-URSS o de Yugoslavia dan sus primeros pasos caracterizados por el más brutal imperialismo. La Federación Rusa del “héroe democrático” Yeltsin amenaza a sus vecinos y reprime salvajemente el independentismo de la República autónoma Chechena. Lituania reprime a su minoría polaca. Moldavia a su minoría rusa. Azerbayán se enfrenta abiertamente con Armenia...

El inmenso subcontinente ex-soviético está dando lugar a 16 mini-Estados imperialistas que pueden muy bien enzarzarse en conflictos mutuos que dejarían la carnicería yugoslava a la altura del betún porque, entre otros peligros, podrían poner en juego los arsenales atómicos dispersos por la ex-URSS.

Las grandes potencias aprovechan, de manera relativa dado el caos existente, las tensiones nacionalistas y los impulsos independentistas de los nuevos mini-Estados. Esta enésima utilización de la “liberación nacional” no puede tener sino consecuencias aún más catastróficas y caóticas que en el pasado[23].

Hoy más que nunca, el proletariado debe reconocer en las “liberaciones nacionales”, las “independencias”, las “autonomías nacionales”, una política, una consigna, un estandarte, parte integrante al cien por cien del orden reaccionario y aniquilador del capitalismo decadente. Contra ellas debe desarrollar su propia política: el internacionalismo, la lucha por la revolución mundial.

Adalen, 18/11/1991


[1] La crisis de la socialdemocracia, parte VII

[2] Lenin: intervención en la VIIª Conferencia del POSDR mayo 1917, “Informe sobre la situación actual”.

[3] Concepto que luego sería retomado por el “marxista-leninista” Mao-Tse-Tung.

[4] IIº Congreso de la Internacional Comunista: “El mundo capitalista y la Internacional Comunista”, parte I : “ Las relaciones internacionales después de Versalles”.

[5] Ibídem.

[6] Internacionalismo, nº 1, “ Paz democrática, lucha armada y marxismo”, 1964.

[7] No analizamos en este artículo la guerra de España dado que hemos publicado numerosos artículos en esta Revista sobre ella (ver Revista Internacional nos 7, 25, 47) así como el folleto que recoge los textos de Bilan sobre la misma. Las mistificaciones antifascista y nacionalista que, en grandes dosis, cayeron sobre el proletariado local e internacional ocultaban la realidad de que la guerra española fue un episodio clave, junto a la etíope, en la maduración de la IIª Guerra mundial.

[8] La crisis de la socialdemocracia, parte VII.

[9] Internationalisme, nº 21, pag. 25, mayo 1947, “ El derecho de los pueblos a disponer de sí mismos”.

[10] “Gran Bretaña: evolución desde la IIª Guerra mundial”, parte 1ª, punto VII, artículo publicado en la Revista Internacional, nº 19.

[11] Bilan, nº32, “ El conflicto árabe-judío en Palestina”, junio-julio 1936

[12] Idem.

[13] Internationalisme, nº 35, junio 1948, pag.18.

[14] Internationalisme, órgano de la Gauche Communiste de France, nº 35, junio 1948).

 

[15] Internationalisme, nº 45, pag. 23, “ La Guerra en Corea”.

[16] Internationalisme, nº 13, “La cuestión nacional y colonial”, septiembre 1946.

[17] Ver crítica de esta posición en el primer artículo de esta serie.

[18] Tesis sobre la cuestión nacional y colonial, punto 5, IIº Congreso de la IC, marzo 1920.

[19] Ver Revista Internacional, nos 57 y 62.

[20] Para un análisis de estos acontecimientos ver “La barbarie nacionalista”, en Revista Internacional, n° 62.

[21] Manifiesto del IXº Congreso de la CCI.

[22] Revista Internacional, n° 62, “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, punto 3, pag.16.

[23] Ver en este número “Hacia el mayor caos de la historia”.

Series: 

  • Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” [7]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [8]

Acontecimientos históricos: 

  • Guerra de Corea [9]
  • La guerra de Vietnam [10]
  • Tratado de Versalles [11]

Cuestiones teóricas: 

  • Imperialismo [6]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/201110/3227/revista-internacional-n-68-1er-trimestre-de-1992

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/21/365/el-comunismo-no-es-un-bello-ideal-sino-una-necesidad-material [2] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/utopistas [3] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo [4] https://es.internationalism.org/tag/21/472/entender-la-descomposicion [5] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion [6] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo [7] https://es.internationalism.org/tag/21/500/balance-de-70-anos-de-luchas-de-liberacion-nacional [8] https://es.internationalism.org/tag/2/33/la-cuestion-nacional [9] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/guerra-de-corea [10] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/la-guerra-de-vietnam [11] https://es.internationalism.org/tag/5/501/tratado-de-versalles