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Revista Internacional nº 11, septiembre-Diciembre 1977

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Estado y dictadura del proletariado

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Presentación al período de transición 

En la plataforma de la C.C.I., adoptada en el primer congreso de la C.C.I. de Enero de 1976, el punto sobre las relaciones entre proletariado y Estado durante el período de transición quedó “abierto”:

«La experiencia de la revolución rusa ha hecho aparecer la complejidad y la gravedad del problema planteado por las relaciones entre la clase y el estado en el período de transición. En el período que viene, los revolucionarios no podrán esquivar este problema y deberán consagrar todos los esfuerzos necesarios para resolverlo». (Plataforma de la C.C.I., punto XV sobre la dictadura del proletariado).

En el marco de este esfuerzo se inscribe la decisión del segundo congreso de Révolution Internationale[1]. de abordar este problema y tratar de llegar a una resolución que marque el punto al cual ha llegado la discusión.

Ahora bien, este problema es de orden programático. Puesto que la plataforma de la C.C.I. es, desde el primer congreso, la única base programática para todas las secciones de la Corriente, es obvio que sólo el Congreso general de la C.C.I. es competente para decidir sobre la oportunidad y sobre el contenido de todo cambio eventual de la plataforma.

Al pronunciarse sobre una resolución sobre el período de transición, el segundo congreso de R.I. no modifica, pues, las bases programáticas de R.I. (al igual que todas las secciones de la C.C.I., R.I. no tiene bases programáticas distintas de las de la C.C.I.).

El congreso no hace más que recapitular el esfuerzo  realizado en R.I. con respecto a la labor de examinar en profundidad este problema con el fin de poder inscribirlo mejor dentro del esfuerzo global del conjunto de la Corriente.

Los límites del aporte posible

Para poder orientarse mejor dentro de la complejidad de los problemas del período de transición, estos problemas se pueden  agrupar alrededor de tres temas de preocupación, que distinguimos aquí con el único fin de tratar de hacer más cómoda la presentación del  análisis:

  • Las especificaciones generales que distinguen globalmente las bases del período de transición del capitalismo al comunismo de la génesis de los otros dos sistemas que lo precedieron  en la historia;
  • Las relaciones entre la clase revolucionaria y el resto de la sociedad a lo largo de período de transición, es decir, los problemas planteados por la comprensión de lo que es la “dictadura del proletariado” y, por consiguiente lo que debe ser la relación entre la clase revolucionaria  y el Estado durante el período de transición;
  • Finalmente, los  problemas que conciernen el conjunto de las medidas “económicas” concretas de transformación de la producción social.

El trabajo  de análisis de los revolucionarios no puede dejar sin respuesta al conjunto de estos problemas. Sin embargo, desde que Marx y Engels plantearon las bases del “materialismo científico”, los revolucionarios saben que, so pena de perderse en especulaciones de búsqueda de lo que Marx  llamaba con desprecio “recetas para las ollas del futuro”, tienen que ser conscientes de los límites inmensos que les imponen la experiencia proletaria sobre ese terreno.

Marx subrayaba la amplitud de estos límites en 1875 en su critica del Programa de Gotha, cuando escribía: «¿Cómo se  transformará el estado en una sociedad comunista? ¿Qué funciones sociales se mantendrán que sean análogas a las funciones  actuales del estado?. Este problema sólo lo puede resolver la ciencia y no será combinando de mil maneras la palabra pueblo, con la palabra estado como se hará adelantar el problema a saltitos de pulga».

En esta misma conciencia lo que expresaba Rosa Luxemburgo en 1918 en su folleto sobre la revolución rusa: «Lejos de ser una suma de prescripciones preestablecidas que no hubiera más que poner en aplicación, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico es algo que reside en las nieblas del futuro. Lo que poseemos en nuestro programa no son sino algunos postes indicadores que  muestran la dirección en la cual hay que buscar las medidas que habrá que tomar, indicaciones que, además, son fundamentalmente de carácter negativo (...) [El socialismo] tiene como condición previa, una serie de medidas violentas contra la propiedad, etc. Lo que es negativo -la destrucción- se puede decretar; lo que es  positivo, la construcción, no. Son tierras vírgenes  con problemas a millares. Sólo la experiencia es capaz de poner correctivos y de abrir caminos nuevos».

Además de este límite de orden general, la resolución está conscientemente limitada por el objetivo que se da. No pretende hacer una síntesis de todo lo que han podido destacar los revolucionarios sobre el período de transición. En particular, la resolución no aborda el problema de las medidas económicas de transformación de la producción social.

Agrupa por una parte, posiciones adquiridas desde hace tiempo por el movimiento obrero (antes de la experiencia de la revolución rusa) y que se vieron confirmadas como verdaderas fronteras de clase; por otra parte, posiciones  sobre las relaciones entre la dictadura del proletariado y el estado del período de transición, sacadas principalmente de la revolución  rusa y que, aunque no constituyan por sí mismas  fronteras de clase, se basan sobre una experiencia histórica suficientemente desarrollada como para formar parte integrante de las bases programáticas de una organización revolucionaria.

Las posiciones de clase fundamentales:  lo inevitable del período de transición;  la preeminencia del carácter político de la acción del proletariado como condición y garantía  de la transición hacia la sociedad sin clases; el carácter mundial de esta transformación; la especificidad del poder de la clase obrera, particularmente  el hecho de que el proletariado al contrario de las otras clases revolucionarias de la historia, en vez de afirmar su poder político con el fin de consolidar una posición de clase dominante económicamente, posición que  no poseerá jamás, actúa hacia la eliminación de toda dominación económica de clase, con la eliminación de las clases mismas; la imposibilidad para el proletariado de utilizar el aparato de estado burgués y la necesidad de la destrucción de este último como primera condición del poder político proletario; la inevitable existencia de un estado durante el periodo de transición, aunque profundamente diferente de los estados   que han existido antes en la historia.

Todas estas posiciones constituyen ya por si mismas un rechazo categórico de todas las concepciones socialdemócratas, anarquistas, autogestionarias y modernistas que hicieron estragos en el movimiento obrero desde sus primeros tiempos y sirven hoy como pilares ideológicos de la contrarrevolución.

Sobre la base de estas posiciones de clase fundamentales la resolución destaca, principalmente a partir de la experiencia de la revolución rusa, indicaciones sobre el problema de la relación entre proletariado y estado en el período de transición durante la dictadura del proletariado; como por ejemplo, la comprensión del carácter inevitablemente conservador del estado de transición; la imposibilidad de identificación del proletariado o de su partido con este estado; la necesidad para la clase obrera de entender sus relaciones con ese Estado  en que participa como clase políticamente dominante, como una relación de fuerza: «Dominar la sociedad, es también dominar el Estado»; Necesidad de la existencia y del refuerzo (armado) de las organizaciones propias y especificas de la clase obrera (única clase organizada como tal en la sociedad), organizaciones sobre las cuales el Estado no puede tener ningún poder coercitivo

Estas indicaciones afirman un rechazo de las concepciones que pudieron servir de base mistificadora a la «contrarrevolución que se desarrolla en Rusia bajo la dirección del partido bolchevique y que siguen adoptando hoy el conjunto de las corrientes estalinistas y trotskistas, como fundamento teórico de la presentación del capitalismo de Estado como sinónimo de socialismo».

Estas indicaciones constituyen pues, una  verdadera defensa contra un conjunto de concepciones erróneas contra las cuales el proletariado se va a tropezar mañana en su asalto mundial contra el capitalismo.

Sin embargo, por importantes que puedan ser mañana las consecuencias de estas posiciones en la lucha proletaria, es necesario comprender hoy los limites reales de este aporte:

Las experiencias históricas sobre las  cuales se fundan estas posiciones, con respecto a las relaciones entre clase  y estado de transición, siguen siendo demasiado poco numerosas, demasiado especificas  para que las conclusiones que se sacan puedan ser consideradas hoy por los revolucionarios como fronteras de clase, es decir posiciones que son partes claramente definidas de la línea de demarcación que separa el terreno burgués del terreno proletario.

Las fronteras de clases no pueden ser comprendidas y definidas por los revolucionarios en función de una experiencia histórica insuficiente o de su  apreciación del futuro, sino sobre una base experimental, suministrada por la historia misma de las luchas proletarias, que sea suficientemente neta y clara como para permitir sacar lecciones indiscutibles[2].

 Hay pues que subrayar  aquí el carácter  expresamente limitado de los puntos que podemos considerar  adquiridos sobre este problema, el rechazo de la identificación  del proletariado o de su partido con el Estado de transición; la definición de la dictadura del proletariado con respecto al estado como una dictadura de clase sobre el Estado y de ningún modo del estado sobre la clase; el hacer resaltar la autonomía  de las organizaciones propias del proletariado con respecto al Estado como condición primera de una verdadera autonomía y de una vida verdadera de la dictadura del proletariado.

Estos puntos son abstractos y generales. No ser sino «algunos grandes postes indicadores que enseñan la dirección  en la cual hay que buscar las medidas que se deberán tomar, indicadores de carácter a menudo negativo». Las formas precisas en las cuales podrán concretizarse siguen siendo “tierra virgen” que sólo la experiencia permitirá desbrozar.

Una condición de eficacia de la organización revolucionaria en el saber darse cuenta no solamente de lo que sabe y puede saber sino también de lo que no sabe ni puede todavía saber. De esto depende su capacidad para saber elaborar un verdadero rigor programático así como para saber hacer suyos a tiempo, en la acción de la clase, los aportes fundamentales que sólo la práctica viva de la clase obrera podrá suministrar.

El problema de la relación clase-Estado
en el periodo de transición en la historia del movimiento obrero

El desconocimiento generalizado de la historia del movimiento obrero, agravado por la ruptura orgánica que separa a los revolucionarios de hoy de las  viejas organizaciones políticas de la clase, han hecho que el análisis sobre el cual nos pronunciamos aparezca como un “invento”, una “originalidad” de la C.C.I. Una evocación  breve  de la manera como el problema fue abordado (habría casi decir “descubierto”) por los revolucionarios desde Marx y Engel, bastará para demostrar la falsedad de tal visión.

En el Manifiesto Comunista  de Marx y Engels, que no emplea todavía la formula “dictadura del proletariado”, “el primer paso en la revolución obrera” se define como «la subida del proletariado al rango de clase dominante, la conquista de la democracia». Esta conquista, de hecho, no es más que la conquista del Estado burgués que el proletariado  debería utilizar para «arrancarlo poco a poco toda especie de capital a la burguesía, para centralizar todos  los instrumentos de producción en manos del estado –del proletariado organizado como clase dominante- y para aumentar lo más rápidamente posible la masa de las fuerzas productivas». Aunque la idea de la desaparición inevitable de todo Estado está ya establecida desde “Miseria de la Filosofía”,  aunque la inevitabilidad de la existencia de un estado durante los “primeros pasos de la revolución obrera” está presente, el problema de la relación entre clase obrera y estado del período de transición se entrevé a penas.

Fue con la Comuna de París y su experiencia cuando y como el problema comienza realmente a percibirse a través de las lecciones que Marx y Engels sacaron de ella; necesidad de la destrucción del aparato de Estado burgués por el proletariado, establecimiento de un aparato completamente diferente que «ya no es un Estado en el sentido propio de la palabra» (Engels) en la medida en que ya no es un órgano de opresión de la mayoría por la minoría. Un aparato cuya naturaleza como “peso heredado del pasado” está claramente subrayado por  Engels, cuando habla de él como de una plaga, una plaga que hereda el proletariado en su lucha para llegar a su predominio de  clase, pero de la cual deberá, como lo hizo la Comuna y en la medida de lo posible,  atenuar los efectos, hasta el día en que  «una generación criada en una sociedad de hombres libres e iguales pueda deshacerse de todo ese fárrago gubernamental» (Prefacio de la Guerra Civil en Francia). Sin embargo,  a pesar de que en la Comuna se hubiera intuido la necesidad de que el proletariado debería mantener viva una total desconfianza en ese aparato heredado del pasado (el proletariado, escribía Engels «tenia que tomar precauciones contra sus propios subordinados y sus propios funcionarios declarándolos, sin excepción y en todo momento  amovibles») y, por el hecho de que la experiencia de la Comuna de París  fue muy corta y circunscrita y que no se podía plantear el problema de las relaciones entre el proletariado, el estado y las demás clases no explotadoras de la sociedad, una de las ideas principales que fue sacada de la Comuna fue la de la identificación de la dictadura del proletariado con el Estado del período de transición. Así, tres años después de la Comuna de París, Marx escribía en su Crítica del programa de Gotha:  «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, se sitúa el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde igualmente una fase de transición  política, en donde el estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado».

Será ésta base teórica la que Lenin volverá a formular en el concepto del “estado proletario” en “el estado y la Revolución”; es sobre ella que los bolcheviques y el proletariado ruso instauran la dictadura del proletariado en 1917.

Las condiciones en las cuales debió desarrollarse esta tentativa proletaria, por el hecho mismo que acumulaban las mayores dificultades para el mantenimiento de un poder proletario (aplastante mayoría de campesinos en la sociedad, necesidad de sostener inmediatamente una guerra civil despiadada, aislamiento internacional de Rusia, debilidad extrema del aparato productivo destruido por la primera guerra mundial y luego por la guerra civil), todas esas condiciones tuvieron como resultado el que estallara, en toda su amplitud, el problema de la relación entre dictadura del proletariado y estado

La dura realidad de los hechos debía demostrar que no bastaba con bautizar al estado como "proletario" para que éste actuase en función de los intereses revolucionarios del proletariado; que no bastaba con poner el partido proletario a la cabeza del estado (hasta el punto de identificarse completamente  con él) para que la máquina estatal siguiese el curso que los revolucionarios querían imprimirle.

El aparato de estado, la burocracia de estado, no podía ser la expresión de los intereses de la clase proletaria. Aparato encargado de asegurar la supervivencia de la sociedad, no podía expresar sino los intereses de la supervivencia  de la economía moribunda rusa. Lo  que los marxistas habían repetido desde los primeros tiempos quedaba comprobado con claridad meridiana: los imperativos de la supervivencia económica se imponían despiadadamente a la política del Estado. Y la economía estaba lejos de poder ser influenciada en un sentido proletario.

Lenin acabó manifestando su impotencia ante la situación, durante el XI°  congreso del partido, un año después del principio de la N.E.P.: «Sed capaces vosotros, comunistas, vosotros, obreros, vosotros parte consciente del proletariado que os habéis encargado de dirigir el Estado, sed capaces de hacer que el estado que tenéis en vuestras manos actúe a “voluntad vuestra... el Estado se encuentra en nuestras manos pero ¿ha funcionado en la nueva política económica según nuestra voluntad? ¡NO!... ¿ y cómo ha funcionado  entonces?. Se escapa el automóvil de entre las manos; por lo visto hay quien lo guía, pero el automóvil sigue otro camino como si otro hombre lo condujera de forma clandestina»

La identificación del partido proletario con el estado no logra someter al estado a los  intereses del estado ruso. Es así que, bajo la presión de los imperativos de la supervivencia del estado ruso (en el cual los bolcheviques veían la encarnación misma de la dictadura del proletariado –se trataba de la salvaguardia “del bastión proletario”), el partido bolchevique  terminó por someter la táctica de la Internacional Comunista a los intereses de Rusia (alianzas con los grandes partidos social – patrioteros europeos con vistas a que se aflojara el “cordón sanitario” que ahogaba a Rusia); fue bajo ésta presión que fue firmado el tratado de Rapallo con el imperialismo alemán; fue también para evitar el debilitamiento del poder del aparato de estado “proletario”(y en su nombre) por lo que fueron aplastados los insurrectos de Krondstadt por el Ejercito Rojo.

En cuanto a las masas obreras, si la identificación de su partido con el Estado había llegado a amputarles su vanguardia en el momento mismo en que más la necesitaban la idea de la identificación de su poder con el estado no sirvió más que para dejarlas  impotentes y confusas ante la opresión creciente de la burocracia estatal[3].

La contrarrevolución que redujo a cenizas la dictadura del proletariado había surgido del órgano mismo que los revolucionarios, durante decenas de años, habían creído poder identificar con la dictadura del proletariado.

Pero el largo proceso de sacar las lecciones de la experiencia rusa comenzó desde los principios de la revolución misma.

En medio de una confusión inevitable, atacando aspectos parciales y sin comprender muchas veces el fondo mismo de los problemas, en medio de los torbellinos de una revolución cuyas características de degeneración empezaron  a  aparecer desde el principio, surgieron las primeras reacciones teóricas. Las críticas de Rosa Luxemburgo, realizadas en 1918,  en su folleto sobre la revolución rusa contra la identificación de la dictadura del proletariado con la del partido, al igual que su crítica de toda limitación por el Estado de la vida política  de la clase obrera, llevaban  en sí las bases de la crítica de la identificación del proletariado con el estado del período de transición. Rosa Luxemburgo, a pesar del hecho de considerar siempre al estado de transición como un  “Estado proletario”, a pesar de mantener la idea de la “conquista del poder por el partido socialista”, destaca lo que constituye el único medio real de atenuar los maléficos efectos de la plaga que  es el estado como decía Engels: «El único medio eficaz que puede  tener a mano la revolución proletaria son, aquí como siempre, medidas radicales de naturaleza social y política, la transformación más rápida posible, las garantías sociales de existencia en la masa y el despliegue del idealismo  revolucionario, que sólo se puede mantener de manera duradera con una vida inmensamente activa de las masas, dentro de una libertad política ilimitada».

En Rusia y en el seno mismo del partido bolchevique, el desarrollo de la burocracia del estado y, por consiguiente, del antagonismo entre proletariado y poder estatal provocó, desde los primeros años el nacimiento de reacciones tales como la del grupo de Osinsky o más tarde, del Grupo Obrero de Miasnikov que, al poner en tela de juicio la burocracia, planteaba ya, aunque de manera confusa, el problema de la naturaleza del estado durante el período de  transición.

Pero fue seguramente en la polémica entre Lenin y Trotsky, en el X° congreso del partido a propósito de la cuestión de los sindicatos, cuando la cuestión de la naturaleza del estado fue planteada de la manera más aguda. En efecto, contra Trotsky, que defendía la idea de una integración mayor de los sindicatos obreros dentro del aparato de estado con el fin de encarar mejor las dificultades económicas, Lenin opuso la necesidad de salvaguardar la autonomía de esas organizaciones de clase para que los obreros  pudieran defenderse de «los abusos nefastos  de la burocracia estatal». Lenin hasta llegó a afirmar que el estado no era «obrero, sino obrero y campesino con numerosas deformaciones burocráticas». Aunque es cierto que estos debates se desarrollaban en medio de una confusión generalizada (para Lenin  las divergencias con Trotsky no lo eran sobre cuestiones de principio sino que resultaban de consideraciones contingentes), no por ello dejan de ser auténticas expresiones de la búsqueda del proletariado de respuestas al problema de las relaciones entre su dictadura y el estado.

Las Izquierdas Holandesa y Alemana, después de haber reaccionado en el mismo sentido que Rosa Luxemburgo frente al desarrollo de la burocracia de estado contra el proletariado en Rusia y, habiendo tenido que afrontar los problemas de la degeneración de la política internacional de la I.C., empezaron a desarrollar la crítica de lo que llamaron “socialismo de estado”. Sin embargo, el trabajo de Appel (Jan Appel era militante del KAPD), hecho en colaboración con la izquierda holandesa sobre los “Principios de  base de la distribución comunista” aborda  sobre todo la cuestión del período de transición desde el punto de vista económico, confirmando en lo político, fundamentalmente, las ideas principales de Rosa Luxemburgo.

Con los trabajos de la Izquierda  Italiana en Bélgica y,  particularmente con los artículos de Mitchell publicados a partir del N° 28 de Marzo-Abril de 1936 de la revista “BILAN”, las bases teóricas para una comprensión más profunda del problema quedaron  planteadas: BILAN fue el primero en afirmar con claridad el carácter nefasto de toda identificación de la dictadura del proletariado con el Estado del período de transición y en subrayar paralelamente la importancia de la autonomía de la clase y de su partido con respecto a ese estado.

Sin embargo, los bolcheviques, en medio de las terribles dificultades contingentes, no consideraron nunca al estado como «una plaga que el proletariado hereda y de la que éste tiene que atenuar los efectos más maléficos» (Engels), sino como un órgano que se podía identificar completamente a la dictadura del proletariado, es decir, el Partido.

De ahí resultó la alteración principal de que el fundamento de la dictadura del proletariado no era el partido, sino el estado el cual, a causa de esa inversión, se encontró situado en condiciones de evolución  que desembocaron, no en su desaparición, sino en el refuerzo de su poder coercitivo y represivo. De instrumento de la revolución mundial, el estado proletario se veía inevitablemente destinado a volverse un arma de la contrarrevolución mundial.

Aunque Marx, Engels y sobre todo Lenin hayan subrayado muchas veces la necesidad de oponer al Estado su antídoto proletario, capaz de impedir su degeneración,  la revolución rusa, lejos de asegurar el mantenimiento y la vitalidad de las organizaciones de clase del proletariado, las esterilizó al incorporarles en el aparato de Estado y, de este modo, devoró su propia subsistencia.

El análisis de Bilan contienen todavía titubeos y debilidades, en particular con respecto al análisis de la naturaleza de clase del estado del período de  transición considerado como “Estado proletario”.

Estos titubeos y estas insuficiencias inevitables serán superadas por los análisis de  INTERNATIONALISME en 1945 (ver artículo “La naturaleza del Estado y la revolución proletaria” publicado en el N° 1 del boletín de estudio y de discusión de Révolution Internationale, enero de 1973). INTERNATIONALISME afirma ya de manera clara y basándose en criterios objetivos de análisis sobre el carácter económico y político del período de transición, la naturaleza no proletaria y antisocialista del estado en el período de transición:

«El Estado, en la medida en que se reconstituye después de la revolución, expresa la inmadurez de las condiciones de la sociedad comunista. Es la superestructura política de una estructura económica que no es todavía socialista. Permanece como algo extraño y opuesto al socialismo. Del mismo modo que la fase transitoria es algo inevitable histórica y objetivamente y por la que tiene que pasar el proletariado, el Estado es un instrumento de violencia inevitable para el proletariado, quien lo utiliza contra las clases que ha expropiado pero con el cual no puede identificarse (...). La experiencia rusa puso particularmente en evidencia el error teórico de la noción de estado obrero, de la naturaleza de clase proletaria del estado y de la identificación de la dictadura del proletariado con la utilización, por el proletariado, del instrumento de coerción que es el Estado».

Internationalisme  saca  de la experiencia de la revolución rusa la necesidad vital para el proletariado de aprender a ejercer un control estricto y permanente sobre el aparato de Estado siempre listo para convertirse, al menor retroceso, en la fuerza principal de la contrarrevolución:

«La historia y la experiencia rusa ha demostrado que no existe estado proletario propiamente dicho sino un estado en manos del proletariado, cuya naturaleza permanece anti-socialista y que, apenas la vigilancia política del proletariado se debilita, se convierte en la plaza fuerte, el centro de reunión y la expresión de las clases expropiadas de un capitalismo que renace».

En fin, aunque todavía impregnado de ciertas concepciones de la izquierda italiana de la cual proviene, particularmente respecto a la cuestión del partido y de los sindicatos, pero ya con la visión clara  de la clase obrera como verdadero sujeto de la revolución, INTERNATIONALISME afirma la  necesidad de la libertad política más completa de la clase y de sus órganos unitarios (considera aún como tales a los sindicatos) con respecto al estado,  insistiendo en el rechazo de toda violencia de éste último contra aquellos. Es también el primero en establecer una verdadera coherencia entre los problemas políticos y los problemas económicos que se plantean durante el período:

«Esta fase transitoria del capitalismo al socialismo, bajo la dictadura política del proletariado, se traduce, por una política enérgica que tiende a disminuir la explotación de la clase, a aumentar constantemente la parte del proletariado en el ingreso nacional, del capital variable en relación con el capital constante (…) Esta política no la puede dar una afirmación programática del partido y todavía menos serle atribuida al estado, órgano de gestión y de coerción. Esta política encuentra su condición, su  garantía y su expresión en la clase misma y exclusivamente en ella, en la presión que ejerce la clase en la vida social, en su oposición  y su lucha contra las demás clases (...) Toda tendencia a disminuir el papel de los sindicatos después de la revolución, quien impidiese la libertad de acción sindical y de la huelga bajo pretextos de la existencia del “estado obrero”, quien favoreciese la intromisión del Estado en los sindicatos, quien, a través de la teoría aparentemente revolucionaria de darle la gestión a los sindicatos, incorporarse de hecho estos últimos en la máquina estatal,  quien preconizase la violencia en el seno de proletariado y de su organización pretextando y cubriéndose con la mejor intención revolucionaria de “la meta final”, quien impidiese la existencia de la más amplia democracia por el simple juego de la lucha política y de las fracciones dentro del sindicato, expresaría una política antiobrera, falsificando las relaciones del partido y de la clase, debilitando la posición del proletariado en la fase transitoria. El deber comunista sería el denunciar y combatir con la energía más fuerte todas esas tendencias y obrar por el pleno desarrollo y la independencia del movimiento sindical, indispensable para la victoria de la economía socialista».

Fue pues Internationalisme quien supo definir el marco teórico general en el cual el problema de las relaciones entre la dictadura del proletariado y el estado en el período de transición podía por fin ser planteado sobre bases sólidas y coherentes.

Es inscribiéndose enteramente en este proceso que la resolución presentada en el congreso se concibe como una tentativa de reapropiación de los principios adquiridos del movimiento obrero sobre este tema y un esfuerzo par continuar la obra permanente de profundizar las bases programáticas de la lucha revolucionaria del proletariado.

Se puede ver hasta que punto esta resolución no tiene nada que ver con un “descubrimiento” de la CCI. Pero se ve también la responsabilidad histórica que pesa sobre los miembros de la organización revolucionaria al asumir esta herencia.

 

Contribución al Congreso de R.I. sobre el periodo de transición

 

  1. Entre el capitalismo y el socialismo existe inevitablemente un período mas o menos largo de transición de uno al otro. Es transitorio por el hecho de que no conoce un modo de producción propio ni estable. Su característica específica consiste en el trastorno ininterrumpido y sistemático que ejerce sobre el modo de producción. A través de medidas políticas y económicas, va socavando hasta los cimientos del viejo sistema y crea las bases de nuevas relaciones sociales: el comunismo.
  2. El comunismo es un sociedad sin clases. El período de transición, que no se desarrolla realmente sino después del triunfo de la revolución a escala mundial, es un período dinámico que tiende hacia la desaparición de las clases, pero que contiene todavía la división en clases y la persistencia de intereses divergentes y antagónicos en la sociedad.
  3.  Al contrario de los demás períodos de transición de la historia, que se desarrollaron todos en el seno de la antigua sociedad y culminaban en la revolución, el período de transición del capitalismo al comunismo no puede comenzar sino después de la destrucción de la dominación política del capitalismo y, en primer lugar, de su estado. La toma del poder político general en la sociedad por la clase obrera, la dictadura del proletariado, precede, condiciona y garantiza la marcha de la transformación económica y social.
  4. A diferencia de las revoluciones burguesas que tuvieron la región o la nación como marco, el socialismo no puede realizarse sino a escala mundial. La extensión de la revolución y de la guerra civil es pues el acto primordial que condiciona las posibilidades y el ritmo de la transformación económica y social en el país o los países en donde el proletariado a tomado ya el poder político
  5. Producto de la división de la sociedad de clases, la dictadura del proletariado se distingue, sin embargo, del poder de las clases dominantes del pasado esencialmente por las características siguientes:
  • al no ser una clase económicamente dominante, la clase obrera no ejerce su poder para defender privilegios económicos (que no posee ni poseerá jamás), sino para destruir todos los privilegios;
  • en consecuencia, el proletariado no necesita en absoluto esconder sus fines, como las otras clases; ni mistificar a las demás clases  presentando su dictadura como el reino de la “libertad, igualdad y fraternidad”;
  •  esta dictadura no tiene como función la de perpetuar la situación existente, sino  al contrario, es revolucionaria  para poder garantizar el acceso a la sociedad verdaderamente humana sin explotación ni opresión.

6) En toda sociedad dividida en clases, para impedir que los antagonismos que la agitan estallen en luchas permanentes llegando a amenazar el equilibrio y poniendo en peligro hasta su propia existencia, surgen superestructuras, instituciones cuyo coronamiento es el estado cuya función consiste esencialmente en mantener esas luchas dentro de un marco apropiado, adaptándose y conservando la infraestructura existente.

7) El período de transición al socialismo es, como lo hemos visto, todavía una sociedad en la cual subsiste la división en clases. Por esta razón  surge necesariamente este organismo superestructural, ese mal inevitablemente, es el estado. Pero diferencias substanciales distinguen este estado del Estado de las sociedades antiguas divididas en clase. La experiencia de la Comuna de París puso de evidencia:

  • En primer lugar, el hecho de que, por primera vez en la historia, es el estado de la mayoría de las clases explotadas y no explotadoras contra la minoría (las viejas clases dominantes expropiadas) y no de una minoría explotadora oprimiendo a la mayoría.
  • Por el hecho de que no se constituye sobre una capa especializada, los partidos políticos, sino sobre la base de delegados elegidos por las organizaciones territoriales, los consejos locales, y revocables por ellas;
  • Que toda organización estatal excluye categóricamente toda participación de las capas y clases explotadoras, privadas de todo derecho político o cívico;
  •  Que la remuneración de sus miembros no puede ser jamás superior a la de los obreros.

En este sentido los marxistas podían, con razón, hablar de un semi-Estado, de un Estado en vías de extinción.

8)      La experiencia de la revolución rusa victoriosa aportó enseñanzas precisas, aunque negativas, sobre la relación entre la dictadura del proletariado y la institución estatal durante el período de transición:

  • La función de los partidos políticos del proletariado se distingue fundamentalmente de la de los partidos burgueses, particularmente por el hecho que no son ni pueden ser organismos de estado. De la misma manera que los partidos de la burguesía no pueden existir sin tender a integrarse en el aparato de estado, la integración de los partidos obreros en el estado después de la revolución los desnaturaliza y les hacer perder completamente  su función específica en la clase.
  • Si es verdad que, por su función el estado se confunde con la conservación del estado social existente, el Estado en las sociedades de explotación no puede más que identificarse con la clase económicamente dominante en el sistema y convertirse en la expresión principal de sus intereses generales y de su unidad en el interior mismo de esa clase y frente a las demás clases de la sociedad, nada de eso existe para el proletariado quien, por no ser dominante económicamente, no tiende a conservar el estado de cosas existente sino a trastornarlo y a transformarlo. Su dictadura no puede encontrar en una institución, por excelencia conservadora, como es el Estado, su expresión autentica y total. No hay ni puede haber estado socialista. Estado y socialismo se excluyen por definición. Por ser el socialismo el interés histórico del proletariado, su substancia en desarrollo, no hay identificación entre el uno y el otro. En consecuencia, de la misma manera que se debe hablar de proletariado socialista, no se puede hablar de “Estado obrero” ni de Estado proletario.
  • Por eso pensamos que, sobre la base de la experiencia de la revolución rusas, una distinción neta tiene que hacerse entre el Estado del período de transición –que el proletariado no puede dejar de utilizar y someter en todo instante a su dictadura- y esta dictadura misma. Políticamente, la identificación entre las instituciones estatales del período de transición y la dictadura del proletariado ha acarreado mucho mal a la dictadura revolucionaria  del proletariado y ha servido perfectamente como medio de mistificación a la contrarrevolución en Rusia, bajo la dirección del partido bolchevique en degeneración.
  •  El estado del Período de transición, con todas sus alteraciones y límites, tiene todavía todos los estigmas de una sociedad dividida en clases. No puede ser jamás el órgano que concentra y simboliza el socialismo. Solamente la clase proletaria es la clase portadora del socialismo. Su dominación sobre la sociedad es también su dominación sobre el estado y esto sólo lo puede llevar a cabo a través de su dictadura de clase.

9)   La dictadura del proletariado debe definirse por:

  •  la necesidad de mantener la unidad y la autonomía de la clase en sus organizaciones propias: los consejos obreros; al mismo tiempo que se pronuncia por la disolución de toda organización propia de las demás clases  como tales.
  • porque dicta como regla general su hegemonía en el seno de la sociedad, lo cual se traduce en su participación hegemónica en el seno de la organización de la que dimana el estado, pero prohibe a las demás clases todo derecho de intervención dentro de su propia organización  de clase.
  • se impone como única clase armada independientemente de toda intromisión del resto de la sociedad y, particularmente, del Estado.  

[1] Sección de la CCI en Francia

[2] Las “bases programáticas” de una organización revolucionaria las constituye un conjunto de posiciones de principio y de análisis que definen el marco general de su acción. Las posiciones “fronteras de clase” forman parte de ellas y representan inevitablemente su esqueleto de base. Pero la acción de una organización revolucionaria no se puede definir solamente con fronteras de clase. La necesidad de la mayor coherencia posible en su intervención la obliga a buscar la mayor coherencia en sus concepciones y, así pues, a definir lo más profundamente  posible el marco general que relaciona entre sí a las diferentes posiciones de clase, situándolas en una visión coherente y global de las metas y de los medios de la lucha revolucionaria del proletariado

[3] Estos dos elementos explican en parte la confusión, a veces extrema, que caracteriza los sobresaltos proletarios contra la contrarrevolución estatal (Krondstadt).

 

Series: 

  • El Estado en el periodo de transición del capitalismo al comunismo [1]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La revolución proletaria [2]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [3]

Periodo de Transición - proyecto de Resolución 1978

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 La Plataforma de la CCI enuncia las adquisiciones del movimiento obrero sobre el contenido de la revolución comunista. Estas adquisiciones pueden resumirse así:

1) Todas las sociedades, hasta hoy se han fundado sobre la insuficiencia del desarrollo de las fuerzas productoras con respecto a las necesidades del hombre. Por ello, quitando al comunismo primitivo, todas fueron divididas en clases sociales con intereses antagónicos. Esa división ha provocado la aparición de un órgano, el Estado, cuyo funcionamiento especifico siempre ha sido el de impedir que esos antagonismos desgarren y destruyan la misma sociedad.

2) El progreso que el capitalismo ha impulsado al desarrollo de las fuerzas productoras ha permitido que su superación por una sociedad fundada en el pleno desarrollo de las fuerzas productoras, la abundancia, la satisfacción de todas las necesidades humanas: el comunismo. Esa sociedad no está dividida en clases y por ello no conoce ni puede soportar la existencia de un Estado.

3) Como en el pasado, existe entre ambas sociedades que son el capitalismo y el comunismo un periodo de transición, durante el que desaparecen las antiguas relaciones sociales y se colocan las nuevas. Durante ese periodo siguen existiendo clases sociales, conflictos entre ellas y, persiste, por tanto, un órgano que tiene como función impedir que esos conflictos desgarren la sociedad: el Estado.

4) La experiencia de la clase obrera ha demostrado que en ningún caso ese Estado puede tener una continuidad orgánica con el Estado del capitalismo. Es de arriba abajo que éste ha de ser destruido para que pueda abrirse el periodo de transición del capitalismo al comunismo.

5) La destrucción mundial del poder político de la burguesía va con la toma del poder a la misma escala por el proletariado, única clase portadora del comunismo. La dictadura del proletariado que se instaura sobre la sociedad se basa sobre la organización general de la clase: los Consejos obreros. Es la clase obrera en su conjunto la que puede ejercer el poder en el sentido de la transformación comunista de la sociedad: contrariamente a las clases revolucionarias del pasado, no puede delegar su poder a una institución particular, a ningún partido político, y tampoco a los partidos obreros.

6) El ejercicio de su poder por el proletariado supone:

– su armamento general;

– su liberación absoluta de cualquier sumisión a fuerzas exteriores;

– el rechazo de la utilización de cualquier forma de violencia en su seno.

7) La dictadura del proletariado ejerce su función de palanca de la transformación social:

– expropiando a las antiguas clases explotadoras;

– socializando progresivamente los medios de producción;

– conduciendo una política económica en el sentido de la abolición del asalariado y de la producción mercantil, en el sentido de la satisfacción creciente de las necesidades humanas.

I. – Especificidades del periodo de transición del capitalismo al comunismo

El periodo de transición del capitalismo al comunismo contiene varios puntos comunes con los periodos de transición anteriores:

– no conoce modo de producción propio, sino que es un enredo de dos modos de producción;

– durante ese periodo van desarrollándose lentamente los gérmenes del nuevo modo de producción a detrimento del antiguo, hasta suplantarlo totalmente;

– el deterioro de la antigua sociedad no implica automáticamente maduración de la nueva, no es sino la condición de ésta: en particular, si la decadencia del capitalismo expresa que las fuerzas productoras han alcanzado el límite de su desarrollo en el marco de esa sociedad, esas fuerzas productivas siguen siendo insuficientes para permitir el comunismo y tendrán que proseguir su desarrollo durante ese periodo de transición.

Otro punto común entre los diferentes periodos de transición que hay que poner en evidencia es que las medidas tomadas van en el sentido de la sociedad que quieren hacer surgir. En la medida en que el comunismo se distingue fundamentalmente de las demás sociedades, la transición que conduce hasta él contiene una serie de características originales:

–    ya no es el pasaje de un modo de explotación a otro, de una forma de propiedad a otra, sino que lleva a la abolición de cualquier tipo de explotación y de propiedad;

–    no es la obra de una clase explotadora y propietaria de  los medios de producción, sino la de una clase explotada que nunca ha poseído ni poseerá, aun sea colectivamente, medios de producción o una economía propia;

  • no es la conquista del poder político por una clase revolucionaria qua ya ha asentado su dominación económica sobre la sociedad, sino que al contrario su acción sobre la economía está condicionada por esa tomar de poder político. La única dominación que puede ejercer la clase obrera sobre la sociedad es de carácter político y no económico;
  • el poder político del proletariado no tiene como objetivo hacer estable un orden de cosas existente, preservar privilegios particulares o la existencia de una división de la sociedad en clases, sino al contrario trastornar continuamente ese estado de cosas, abolir los privilegios y la división de la sociedad en clases.

II. – El Estado y su papel en la historia

Según los propios términos de Engels:

  • El Estado no es un poder impuesto desde afuera de la sociedad, es un producto de la sociedad en una fase de su desarrollo;
  • Es la manifestación de que esa sociedad se ha enredado en contradicciones insolubles, se ha escindido en oposiciones inconciliables entre clases con intereses económicos antagonistas;
  • Tiene como papel de moderar ese conflicto, mantenerlo en los límites del orden” para que las clases antagónicas y con ellas la sociedad no se destruyan en luchas estériles;
  • Nacido de la sociedad, se sitúa por encima de ella y tiende constantemente a serle extranjera y a conservarse a el mismo;
  • Su función de preservación del orden” identifica el Estado con las relaciones de producción dominantes y entonces a la clase que los encarna, la clase económicamente dominante, que por su intermedio la domina también políticamente.

El marxismo nunca ha considerado el Estado como una creación ex-nihilo de la clase dominante, sino como un producto, una secreción orgánica del conjunto de la sociedad. La identificación entre la clase dominante y el Estado es fundamentalmente el resultado de la identidad de sus intereses comunes de preservación de las relaciones existentes de producción. Partiendo de la concepción marxista, tampoco se puede considerar el Estado como un agente revolucionario, un instrumento de progreso histórico. Para el marxismo:

  1. la lucha de clases es el motor de la historia;
  2. el Estado tiene como función moderar la lucha de clases, particularmente en detrimento de la clase explotada.

La conclusión que se destaca de esas bases es que en cualquier sociedad, el Estado no puede sino ser una institución conservadora por esencia y excelencia. Si el Estado, en las sociedades de clase, es un instrumento indispensable al proceso productivo al asegurar la estabilidad necesaria a su continuación, no puede desempeñar ese papel más que por su función de agente del orden social. Durante el curso de la historia, el Estado aparece entonces como un factor conservador y reaccionario de primer orden, como una traba contra la que choca constantemente la evolución y el desarrollo de las fuerzas productivas.

III. – El Estado en el periodo de transición al comunismo

La existencia en el periodo de transición de una división de la sociedad en clases con intereses antagónicos hace surgir de ella un Estado. Ese Estado tiene como tarea garantizar las bases de la sociedad transitoria contra cualquier intento de restauración del poder de las antiguas clases explotadoras y contra cualquier desrame resultante de las oposiciones entre las clases no explotadoras que en ella subsisten.

El Estado del periodo de transición hacia el comunismo tiene varias diferencias con los de las sociedades anteriores:

  • Por primera vez en la historia, no es el Estado de una minoría explotadora para la opresión de la mayoría sino por contrario el la mayoría de las clases explotadas contra la minoría de las antiguas clases explotadoras;
  • No es la emanación de una sociedad y de relaciones de producción estables sino de una sociedad cuya característica permanente es el trastorno permanente en el que se realizan las mayores transformaciones que haya conocido la historia;
  • No puede identificarse a ninguna clase económicamente dominante porque no existe ninguna clase de ese tipo en el periodo de transición;
  • Contrariamente a los Estados de las sociedades pasadas, el Estado del periodo de transición al comunismo no tiene el monopolio de las armas.

Por esas razone y sus implicaciones los marxistas han podido hablar de semi-Estado al tratar del órgano que surge en el periodo de transición.

Sin embargo, ese Estado conserva varias similitudes con los del pasado. Sigue siendo en particular el órgano guardián del estatus-quo, encargado de codificar, legalizar un estado económico existente, sancionarlo, darle fuerza de ley, hacerlo aceptar a todos los miembros de la sociedad. En ese sentido, el Estado sigue siendo un órgano fundamentalmente conservador, que tiende:

  • no a favorecer la transformación social sino a oponerse a ella;
  • a mantener vivas las condiciones que le dan vida: la división de la sociedad en clases;
  • a desatarse de la sociedad, imponerse a ella y perpetuar su existencia y privilegios;
  • a ligar su existencia a la coerción, a la violencia que necesariamente utiliza durante el periodo de transición para intentar mantener la regulación en las relaciones sociales.

Por ello el Estado del periodo de transición ha sido considerado por los marxistas desde sus inicios como una “plaga”, un “mal necesario” del que se trata de “limitar los efectos más dañosos”. Por todas esas razones y contrariamente a lo que ocurrió en la historia, la clase revolucionaria no puede identificarse con el Estado del periodo de transición.

Por un lado, el proletariado no es una clase económicamente dominante. No lo es en la sociedad capitalista como tampoco lo será en la sociedad transitoria. No posee ninguna economía, ninguna propiedad aunque sea colectiva, sino que lucha por la desaparición de la economía, de la propiedad. Por otro, como clase portadora del comunismo, el proletariado, agente del trastorno de las condiciones económicas y sociales de la sociedad transitoria, choca necesariamente contra el órgano que tiende a perpetuar esas condiciones. Por eso no se puede hablar ni de “Estado socialista”, ni de “Estado obrero”, ni de “Estado del proletariado” durante el periodo de transición.

Ese antagonismo entre proletariado y Estado se manifiesta tanto a nivel inmediato como a nivel histórico.

En el terreno inmediato, el proletariado tendrá que oponerse a las intrusiones y a la presión del Estado, representante de esa sociedad en la que siguen subsistiendo clases con intereses antagónicos a los suyos.

En el plano histórico, la necesaria extinción del Estado en el comunismo, ya puesta en evidencia por el marxismo, no será el resultado de su propia dinámica sino el fruto de la presión del proletariado que lo despojará progresivamente de todos sus atributos a medida de la evolución hacia la sociedad sin clases.

El proletariado debe entonces utilizar el Estado del periodo de transición, pero también ha de conservar su independencia total con respecto a él. En ese sentido, la dictadura del proletariado no se confunde con el Estado. Entre ambos existe una relación de fuerzas constante que el proletariado tendrá que mantener a su favor: la dictadura del proletariado no se ejerce en el Estado ni a través del Estado, sino sobre el Estado.

IV. – Medios concretos de las relaciones entre dictadura del proletariado y Estado del periodo de transición

La experiencia de la Comuna de Paris como la de la Revolución rusa, en la que el Estado fue el mayor agente de la contrarrevolución, ponen en evidencia la necesidad de ciertas medidas que permitan:

  • limitar los aspectos más “dañosos” del Estado;
  • reforzar la total independencia de la clase revolucionaria;
  • permitir la dictadura del proletariado sobre el Estado.

a) la limitación de las características más dañosas del Estado del periodo de transición pasa por:

  • limitar el que no se constituye sobre una capa especializada, los partidos políticos, sino que se basa en delegados elegidos por las organizaciones territoriales, los soviets locales, y revocables por ellos;
  • el que esa organización estatal excluye categóricamente cualquier participación de las capas y clases explotadoras, privadas de cualquier derecho político;
  • el que el sueldo de sus miembros, los funcionarios, no pueden jamás ser superiores a los de los obreros.

b) la independencia de la clase obrera se manifiesta por:

  • el programa;
  • la existencia de sus partidos de clase que, contrariamente a los partidos de la burguesía, no pueden como tales ni integrarse al Estado ni asumir funciones estatales, so pena de degenerar y perder completamente su función específica dentro de la clase;
  • so propia organización de clase: los consejos obreros, distintos de cualquier organización estatal;
  • su armamento propio.

Se ejerce contra el Estado y las demás clases de la sociedad:

  • rehúsa cualquier intervención por su parte en la actividad y organización propias al a clase;
  • se reserva la posibilidad de defender sus intereses inmediatos utilizando los medios de los que dispone, de los cuales la huelga.

c) La dominación de la dictadura del proletariado sobre el Estado y el conjunto de la sociedad se basa esencialmente:

  • sobre la prohibición de cualquier tipo de organización propia a las demás clases como tales;
  • en su participación hegemónica en la organización de la que sale el Estado;
  • en el que se impone como única clase armada.

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Resolución sobre los grupos políticos proletarios (1977)

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Esta resolución fue adoptada por el 2º Congreso Internacional de la CCI celebrado en 1977.

La caracterización de las diversas organizaciones que afirman defender el socialismo y la clase obrera es de la mayor importancia para la CCI. Esto no es, ni mucho menos, algo abstracto o puramente teórico; es, al contrario, orientador en la actitud que la Corriente mantiene hacia esas organizaciones, y, por consiguiente, de su actividad respecto a ellas: ya sea denunciándolas como órganos o productos del capital; ya sea polemizando y discutiendo con ellas para ayudarlas a alcanzar una mayor claridad y rigor programático; ya sea impulsando la aparición de tendencias en su seno que busquen tal claridad. Por ello debemos evitar apreciaciones subjetivas o hechas a la ligera sobre las organizaciones con las que la CCI se encuentra, así como definir el criterio con el que nos aproximemos a esos grupos tan precisamente como podamos, sin recurrir a esquemas rígidos o formalistas. Cualquier error o precipitación en esto irá en contra del cumplimiento de la tarea fundamental de constituir un polo de agrupamiento para los revolucionarios, y podrá llevar a desviaciones de cariz ya oportunista, ya sectario, que podría amenazar la vida misma de la Corriente.

I.

El movimiento revolucionario de la clase obrera se expresa en un proceso de maduración de la conciencia, un proceso difícil y tortuoso que nunca es lineal y que atraviesa bastantes vacilaciones y tropiezos. Es algo que se manifiesta necesariamente en la aparición y existencia simultánea de una serie de organizaciones más o menos desarrolladas. Este proceso está basado tanto en la experiencia inmediata de la clase como en la histórica, y necesita de ambas para desarrollarse y enriquecerse. Debe apropiarse de las adquisiciones del pasado de la clase pero al mismo tiempo debe ser capaz de criticar e ir más allá de las limitaciones de lo adquirido, una actividad que sólo es posible si ha habido una asimilación real de las mismas. Así, las diferentes corrientes que aparecen en la clase pueden distinguirse por su mayor o menor capacidad para asumir esas tareas. Si bien el desarrollo de la conciencia de clase implica una ruptura con la ideología burguesa dominante, los grupos que expresan y participan en este desarrollo están en sí mismos sujetos a la presión que ejerce esa ideología, que amenaza constantemente o con hacerlos desaparecer o con ser absorbidos por la clase enemiga.

Esas características generales del proceso de la conciencia revolucionaria son incluso más evidentes en el periodo decadente del capitalismo. Si bien la decadencia ha establecido las bases para la destrucción de este sistema tanto desde el punto de vista objetivo (la crisis mortal del modo de producción) como subjetivo (la descomposición de la ideología burguesa y el debilitamiento de su control sobre la clase obrera), también ha puesto nuevos obstáculos y dificultades en la toma de conciencia del proletariado. Nos referimos a:

  • la atomización experimentada por la clase fuera de los periodos de lucha intensa;
  • el creciente dominio totalitario ejercido por el Estado sobre toda la vida social;
  • la integración en el Estado de todas las organizaciones de masas (partidos y sindicatos) que en el siglo XIX fueron el terreno de desarrollo de la conciencia de clase;
  • finalmente, la confusión añadida proveniente de tendencias radicales producidas por la descomposición de la ideología burguesa oficial.

Hoy, sumado a esos factores, tenemos que tener en cuenta:

  • el peso de la más profunda contrarrevolución que el movimiento obrero haya tenido que atravesar, que ha llevado a la desaparición o esclerosis de las antiguas corrientes comunistas;
  • el hecho de que la crisis crónica del sistema ha acarreado el resurgir histórico del proletariado, también ha llevado a la violenta acentuación de la descomposición de muchos estratos medios, particularmente el estudiantil y el intelectual, cuya radicalización ha echado todo tipo de cortinas de humo sobre el esfuerzo de la clase revolucionaria por tomar conciencia de sí misma.

II.

En ese marco general de examen del movimiento de la clase en pos de la conciencia de sus objetivos históricos, podemos analizar tres tipos básicos de organización.

El primero, los partidos que una vez fueron órganos de la clase pero que han sucumbido a la presión del capitalismo y acabaron por convertirse en defensores del sistema tomando un papel más o menos directo en la gestión de su capital nacional. Con estos partidos, la historia nos enseña lo siguiente:

  • que volver al campo proletario les es imposible;
  • que tan pronto como se pasan al campo contrario, toda su dinámica queda determinada por las necesidades del capital y se convierte en expresión de la vida del capitalismo;
  • que aunque haya todavía en su lenguaje y programa referencias a la clase obrera, al socialismo o a las posiciones revolucionarias, sólo sirven de mistificación. Aunque las posiciones de estos partidos no siempre son coherentes entre ellas, están basadas en la coherencia general que exige la defensa de los intereses capitalistas.

Entre estos partidos, podemos citar principalmente a los Partidos Socialistas procedentes de la II Internacional, a los Partidos Comunistas procedentes de la III Internacional, a las organizaciones del anarquismo oficial y a las tendencias trotskistas. Todos estos partidos han participado en la defensa del capital nacional como agentes de la ley y el orden o como pregoneros de la guerra imperialista.

El segundo tipo, son las organizaciones cuya naturaleza proletaria de clase es indiscutible por su capacidad para extraer lecciones de las experiencias pasadas de la clase, para entender las nuevos elementos del desarrollo histórico, para rechazar todas las concepciones que han demostrado ser ajenas a la clase trabajadora, y cuyas posiciones en conjunto han alcanzado un alto nivel de coherencia. Por mucho que el proceso por el cual se desarrolla la conciencia nunca se complete definitivamente, por mucho que nunca pueda existir una coherencia perfecta y las posiciones de clase necesiten ser enriquecidas constantemente, hemos sido testigos, a lo largo de la historia, de la existencia de corrientes que, en un momento dado, han representado la expresión no exclusiva de la conciencia de clase más avanzada y completa y que han desempeñado un papel central en la aceleración de esa toma de conciencia.

En nuestra relación con grupos de este tipo, cercanos a la CCI, nuestro objetivo está claro. Intentamos participar en un debate fraterno con ellos y asumir los diferentes problemas que enfronta la clase obrera para:

  • alcanzar la mayor claridad posible en el movimiento como tal;
  • explorar las posibilidades de reforzar nuestra concordancia política y avanzar hacia el agrupamiento.

El tercer tipo de organización, cuya naturaleza de clase, a diferencia de los dos primeros, no se ha establecido de forma clara y que, como expresión de la complejidad y dificultad del proceso de toma de conciencia de la clase obrera, puede ser distinguido del segundo tipo de organización porque:

  • no se han deshecho de forma tan clara de la ideología capitalista y son más vulnerables a ella,
  • tienen una menor capacidad de asimilar tanto las adquisiciones pasadas como las nuevas formas de desarrollo de la lucha de clases,
  • porque coexisten en su programa, en detrimento de una coherencia sólida, posiciones proletarias y posiciones de la clase enemiga,
  • son susceptibles a las tendencias contradictorias, por un lado, hacia la absorción o destrucción por el capital, y, por otro, una tendencia a recuperarse.

Con estos grupos, debido a que están sumidos en la confusión, la línea de demarcación entre el campo proletario y el campo burgués es muy difícil de establecer de manera formal, aunque sí existe. Por las mismas razones es difícil clasificar a estos grupos de forma precisa. Sin embargo, podemos distinguir claramente tres categorías:

  • corrientes más o menos formales que surgen de movimientos de clase embrionarios y aún confusos;
  • corrientes que provienen de una ruptura con organizaciones que se han pasado al campo del enemigo y que rompen con ellas, lo cual es una expresión del proceso general de ruptura con la ideología burguesa;
  • corrientes comunistas que están degenerando, generalmente como resultado de esclerosis y agotamiento al ser incapaces de actualizar sus posiciones de originen.

III.

Los grupos de la primera categoría incluyen corrientes de la informalidad del ''Movimiento del 22 de marzo'' del 68, ''grupos autónomos'', etc., organizaciones, todas ellas, que surgieron del movimiento inmediato y, por lo tanto, sin raíces históricas, sin programa elaborado, pero establecidas sobre las bases de unas pocas posiciones vagas y parciales carentes de coherencia global e ignorantes de la totalidad de las adquisiciones históricas de la clase.

Estas características hacen muy vulnerables a estas corrientes, algo usualmente expresado en su desaparición tras un corto periodo de tiempo, o su rápida transformación en simple furgón de cola del campo izquierdista.

Sin embargo, también es posible para esas corrientes adherirse a un proceso de clarificación y profundización de sus posiciones, a una evolución que lleve a su desaparición como grupos independientes y a la integración de sus miembros en la organización política de la clase.

En su relación con cada una de esas corrientes, la CCI debe intervenir en el sentido de animar y estimular una evolución positiva en este sentido, tratando de evitar que desaparezcan en la confusión o sean recuperadas por el capitalismo.

 IV.

En relación a la segunda categoría de grupos, sólo hablamos de las corrientes que se separan de sus organizaciones de origen sobre la base de una ruptura con determinados puntos de su programa, y no para salvar los pretendidos principios revolucionarios que estarían siendo traicionados. Por eso no hay nada que esperar de las diversas escisiones trotskistas que proponen salvaguardar o volver al trotskismo ''puro''.

Esos grupos, surgidos tras una ruptura con la organización de origen, no tienen nada que ver con las fracciones comunistas que aparecen como reacción a la degeneración de una organización proletaria. Estas últimas se basan no en una ruptura sino en una continuidad con el programa revolucionario que está siendo amenazado por la política oportunista de la organización, por mucho que, después, las fracciones comunistas aporten rectificaciones y profundicen el programa a la luz de la experiencia. Mientras que las fracciones comunistas aparecen con un programa revolucionario coherente y elaborado, las corrientes que rompen con la contrarrevolución tienden a basarse en posiciones esencialmente negativas, en una oposición parcial a las posiciones de su organización de origen, y esto no ayuda a la formación de un programa comunista sólido. Romper con la coherencia contrarrevolucionaria no es suficiente para otorgarles una coherencia revolucionaria. Además, el aspecto inevitablemente parcial de su ruptura se expresa en la tendencia a conservar un determinado número de prácticas de la organización de origen (activismo, arribismo, mentalidad maniobrera) o a asumir simétricamente posiciones no menos erróneas (academicismo, rechazo a organizarse, sectarismo...).

Por todas esas razones, es muy difícil para esos grupos evolucionar positivamente como tales grupos. Sus deformaciones iniciales son casi siempre demasiado fuertes para deshacerse por completo de la contrarrevolución, y eso cuando no desaparecen simplemente. La disolución es, en última instancia, el mejor desenlace porque hace posible que los militantes del grupo se quiten de encima sus taras de origen y puedan así avanzar hacia una coherencia revolucionaria.

Sin embargo, una alta probabilidad no es una certeza absoluta, y la CCI debe guardarse de cualquier tendencia a rechazar totalmente a estos grupos como irremediablemente contrarrevolucionarios. Esto no haría sino entorpecer el esfuerzo hacia una evolución positiva de tales grupos o de sus militantes. Puede haber una gran diferencia en el desarrollo de estos grupos según sea la naturaleza de sus organizaciones de origen. Los grupos que se separan de organizaciones que tienen un programa y una práctica contrarrevolucionarios coherentes y confirmados (como los trotskistas, por ejemplo) son a menudo los que sufren de más desventajas. En cambio, los grupos que provienen de organizaciones más informales, que tienen un programa menos elaborado (como los procedentes del anarquismo), o que han traicionado a la clase más tardíamente, tienen una mayor probabilidad de avanzar hacia posiciones revolucionarias, incluso manteniéndose como grupos.

Por otra parte, el carácter cada vez más evidente, a medida que se profundiza la crisis del capitalismo, del desfase entre la fraseología radical de las organizaciones izquierdistas y su política burguesa, provoca y seguirá provocando aún más en su seno la reacción de sus elementos más sanos, seducidos en un primer momento por tal fraseología, lo que alimentará este tipo de escisiones.

En todo caso, a la vez que hay que ser de lo más prudente respecto a grupos del primer tipo y evitar toda creación de “comités” comunes con ellos como hace, por ejemplo, el PIC, la CCI debe intervenir activamente en la evolución de estas corrientes, favoreciendo por sus críticas abiertas y no sectarias la discusión y la clarificación en su seno y evitar cometer los errores que en el pasado condujeron por ejemplo a Révolution Internationale a escribir “dudamos de la evolución positiva de un grupo procedente del anarquismo” en una carta dirigida al Journal des Luttes de Classe, cuyos miembros iban a fundar, un año más tarde, en compañía de los del RRS y a los del VRS, la sección de la CCI en Bélgica.

V.

El problema que nos plantean los grupos comunistas en proceso de degeneración es uno de los más difíciles de resolver y pide ser examinado con muchísimo cuidado. El hecho de que franquear la frontera entre el campo proletario y el campo capitalista sólo pueda hacerse en un único sentido, pues una organización proletaria que pasa al campo burgués lo hace de forma definitiva, sin esperanza de retorno, tiene que llevarnos a una mayor prudencia para determinar el momento en que se produce ese paso y los criterios que nos permitan afirmarlo.

No hay que considerar por ejemplo que una organización es burguesa porque no actúe en la realidad de los hechos como factor de clarificación de la conciencia de clase sino como factor de confusión: todo error de una organización proletaria, y del proletariado en general, beneficia evidentemente al enemigo de clase pero no se puede decir que, puesto que una organización comete errores, incluso muy graves, ya por ello sea la emanación de la clase enemiga. En un ejército, la existencia de malas tropas es incontestablemente una debilidad que favorece al enemigo. ¿Hay que considerar por ello que tales tropas son unas traidoras?

En segundo lugar, no se puede considerar que franquear una frontera de clase por parte de una organización signifique de modo obligatorio su muerte como órgano del proletariado. Entre las fronteras de clase, las hay que, efectivamente, afectan a la coherencia global del programa y cuya puesta en entredicho puede constituir un criterio decisivo: por ejemplo el apoyo a la “defensa nacional” sitúa de golpe a una organización en el campo de la burguesía. Sin embargo, aunque una posición errónea, incluso sobre un solo punto, pone de relieve la ambigüedad de todo el programa de un grupo, ciertas posiciones, aun estando fuera de una coherencia comunista, no le impiden mantener una serie de posiciones auténticamente revolucionarias. Ciertas corrientes comunistas, por ejemplo, han podido aportar contribuciones fundamentales a la clarificación del programa revolucionario, aun conservando posiciones claramente falsas sobre puntos importantes (por ejemplo la Izquierda Italiana, la cual, sobre cuestiones como el sustitucionismo, los sindicatos e incluso sobre la naturaleza de la URSS ha mantenido posiciones y análisis claramente erróneos).

En fin, uno de los elementos fundamentales a tener en cuenta es la evolución del grupo considerado. Una opinión no tiene que ser formulada a partir de un análisis estático sino dinámico. Por ejemplo, con todas sus posiciones idénticas, existe una diferencia entre un grupo que surge hoy y apoya las luchas de liberación nacional, y un grupo que se ha formado en la lucha contra la guerra imperialista y que, sin comprender la relación entre las dos posiciones, capitula sobre tal cuestión.

Mientras que en el caso de un grupo reciente, cualquier posición contrarrevolucionaria corre el riesgo de arrastrarle rápida y plenamente al terreno de la burguesía, las corrientes comunistas que se han forjado en las grandes pruebas históricas, aunque lleven consigo elementos muy importantes de degeneración, no evolucionan de un modo tan rápido. Las condiciones muy difíciles en las que han surgido las han obligado a dotarse de una armadura programática y organizativa mucho más resistente contra los asaltos de la clase dominante. En regla general, por lo demás, su esclerosis es en parte el precio que pagan por su apego y fidelidad a los principios revolucionarios, a su desconfianza ante toda innovación que ha sido para otros grupos el caballo de Troya de la degeneración, desconfianza que les ha llevado a rechazar las actualizaciones de su programa que la experiencia histórica ha hecho necesarias. Por el conjunto de esas razones, por regla general, sólo los acontecimientos más importantes de evolución de la sociedad, guerra imperialista o revolución, son fases esenciales de la vida de las organizaciones políticas, permitiendo trazar de manera patente el paso definitivo como organismo al campo enemigo. Con frecuencia sólo estas situaciones nos permiten clarificar de un modo adecuado los problemas para poder quitar el velo que impide comprender algunas aberraciones que son propias más de la ceguera de elementos proletarios que de una coherencia en la contrarrevolución. Es generalmente en esos momentos donde ya no queda espacio para las ambigüedades cuando los órganos en degeneración dan prueba ya sea de su trayectoria definitiva hacia el otro campo, por una colaboración abierta con la burguesía, ya sea su mantenimiento en el campo obrero, como resultado de una sana reacción que demuestra que son todavía un terreno fértil para la aparición de un pensamiento comunista. Pero lo que es posible para las grandes organizaciones comunistas de la clase en degeneración, lo es en un grado muy inferior para los pequeños grupos comunistas de impacto limitado. Si aquéllas son recibidas con entusiasmo por la burguesía y están llamadas a desempeñar un papel de primer plano, éstas, cuando se ven atrapadas en el engranaje, como no tienen la posibilidad real de asumir una función capitalista, son implacablemente aplastadas y mueren en una larga y dolorosa agonía de sectas.

VI.

En el momento actual se pueden distinguir dos grandes corrientes que entran en la caracterización que acabamos de realizar y que se encuentran en un proceso similar de esclerosis y degeneración. Se trata de los grupos que proceden de las Izquierdas Holandesa y Alemana, por una parte, y de la Italiana por la otra. Entre ellos hay algunos que han resistido mejor que otros la degeneración, especialmente Spartacusbond para la primera corriente y Battaglia Comunista para la segunda, hasta llegar a poder desprenderse en buena parte de las posiciones esclerotizadas. Al contrario, otros grupos han ido muy lejos en el retroceso: por ejemplo Programme Communiste. Sobre esta organización, sea cual sea el grado alcanzado por su regresión, no existe sin embargo, en el momento actual, el elemento decisivo que nos permita establecer que se ha pasado como organismo al campo de la burguesía. Hay que precaverse contra una apreciación prematura sobre estos temas que corre el riesgo no sólo de no favorecer sino de entorpecer la evolución y el trabajo de los elementos o tendencias que procuren en el seno de ese grupo resistir contra ese proceso de degeneración o evitarlo incluso.

Respecto al conjunto de estos grupos, se trata de mantener una actitud serena que combine la intransigencia en la defensa de nuestras posiciones y la denuncia de sus errores, con la manifestación de nuestra voluntad de discutir con ellos. No hacerlo así implicaría una incomprensión fundamental de nuestras responsabilidades, una incomprensión también de que la degeneración completa de estos grupos implicaría una pérdida y un debilitamiento para el proletariado.

VII.

En la definición de la actitud general de la CCI hacia los diferentes grupos y elementos que puedan existir o aparecer en su entorno con posiciones más o menos confusas, hay que tener en cuenta el hecho de que nosotros nos situamos hoy en un período de recuperación histórica de la lucha de clases.

En los períodos de retroceso o de vacío proletarios como aquél del que salimos a mediados de los años 60, la mayor preocupación de los núcleos comunistas es la de salvaguardar el rigor de los principios, lo que les conduce más bien a aislarse del ambiente dominante para no dejarse contaminar por él. En esas circunstancias es vano apostar por la aparición de nuevos elementos o fuerzas revolucionarias: la difícil tarea de defender los principios comunistas amenazados por la contrarrevolución incumbe sobre todo a algunos elementos salidos de los antiguos partidos que no fueron arrastrados por aquélla y que permanecieron fieles a los principios.

En cambio, en el período de recuperación actual, a la vez que hay que prestar la mayor atención a la evolución de las corrientes comunistas que proceden de la ola revolucionaria precedente y a la discusión con ellas, debemos tener como preocupación principal no separarnos de los elementos y grupos que surgen necesariamente en la clase como manifestación de dicha recuperación. Nosotros no podremos realmente asumir nuestra función como polo de agrupamiento para ellos si no somos al mismo tiempo capaces de:

  • evitar creernos que somos el único agrupamiento revolucionario que existe hoy;
  • defender ante ellos nuestras posiciones con firmeza;
  • conservar respecto a ellos una actitud abierta a la discusión, que tiene que ser realizada de modo público y no por medio de intercambios confidenciales.

Lejos de excluirse, la firmeza en los principios y la apertura como actitud van de la mano: no tenemos miedo de discutir precisamente porque estamos convencidos de la validez de nuestras posiciones. 

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