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Revista Internacional nº 61: abril a junio 1990

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abril a junio 1990

La crisis del capitalismo de Estado

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La economía mundial se hunde en el caos

«¡Victoria!, ¡El capitalismo ha vencido al comunismo! Mirad el Este: sólo ruinas y pobreza, nada funciona, la población está asqueada del socialismo. Mirad a Occidente riqueza y abundancia, inflación vencida, un crecimiento económico desde hace más de siete años. El mejor sistema es la democracia liberal y pluralista. Es el triunfo de la economía de mercado!»

En las capitales del mundo occidental retumban los aleluyas eufóricos de los aduladores de la economía capitalista. Con el pretexto del derrumbe del bloque del Este, se ha desatado una intensa campaña ideológica de glorificación del capitalismo liberal.

Dos verdades hay sin embargo en medio de esa maraña: la economía del bloque del Este está en ruinas y la ley del mercado se ha impuesto. Lo demás son mentiras, engaños que la clase dominante cultiva para su guerra ideológica contra el proletariado y que expresan sus propias ilusiones sobre su sistema.

El mayor engaño consiste en afirmar que los países del bloque del Este, y en particular la URSS, serían una encarnación del comunismo. El pretendido «socialismo real», según la terminología de moda, sería el infierno al que conduce la teoría marxista. En realidad, el proletariado sigue pagando el trágico fracaso de la revolución proletaria que había empezado en Rusia en 1917: la identificación de la contrarrevolución estalinista con una victoria del comunismo es la peor mentira que le haya tocado soportar en toda su historia.

Una clase obrera reducida al hambre, explotada de la manera más feroz, asesinada al menor signo de rebeldía; una clase dominante -la nomenklatura- aga­rrada férreamente a sus privilegios; un Estado tentacular, totalmente burocratizado y militarizado; una economía fundamentalmente orientada hacia la producción y el mantenimiento de armas; un imperialismo ruso de lo más brutal, que ha impuesto el saqueo y el racionamiento a su bloque. Todos esos rasgos, que caracterizan a los países del Este, no tienen nada que ver con lo que preconizaba Marx: abolición de las clases, debilita miento y desaparición del Estado, internacionalismo proletario.

Sin embargo, aunque tomen una forma caricaturesca bajo la dictadura estalinista, esas características no son una exclusiva del estalinismo. De manera más o menos marcada, el mundo entero las posee. A pesar de lo que le es específico -producto de su historia - la economía de los países del Este es capitalista.

 

El estallido de los bloques
y la crisis del capitalismo de Estado

Al acabar la segunda guerra mundial, la Nomenklatura estalinista, parasitaria (15 por ciento de la población), se encontró a la cabeza de un bloque cuya economía había quedado destruida o seguía siendo subdesarrollada. Su poder lo estableció haciendo trampas con la ley del valor, imponiendo medidas extremas de capitalismo de Estado, debido a la ausencia de la antigua burguesía de propietarios privados de los medios de producción, expropiada por la revolución proletaria de Octubre 1917: estatificación total de los medios de producción, mercado interior controlado y racionado, desarrollo masivo de la economía de guerra y sacrificio de toda la economía a las necesidades del ejército, única garantía, en última instancia, del poder sobre su bloque y de credibilidad imperialista internacional. Incapaz de ir a la guerra, única carta que le quedaba, con un ejército entorpecido por el mal funcionamiento de la economía y con un descontento en la población que el terror policíaco ya no consigue hacer callar, a la nueva burguesía rusa no le queda sino constatar el deterioro de su economía y su impotencia frente a la catástrofe.

El derrumbe económico del modelo estalinista no significa el derrumbe del socialismo sino un nuevo paso del capitalismo hacia su hundimiento en la crisis mundial que dura desde hace años. La tan vanagloriada ley del mercado se impone hoy como se impuso hace diez años a los países del llamado «tercer mundo», a los que hundió de manera definitiva en una miseria y una barbarie que poco tienen que envidiar a las que predominan en los países del Este.

No se juega impunemente con la ley del valor, base del sistema económico capitalista. Los ideólogos occidentales recuerdan sin cesar esta verdad, repitiendo «¡Viva el mercado!». Pero esa ley se impone también al conjunto de la economía llamada «liberal», fuera del bloque del Este. Mientras que la propaganda occidental, frente a la quiebra económica del bloque del Este, repite el mismo estribillo: «Todo anda bien en Occidente», la crisis sigue su labor de zapa y la famosa ley del mercado sigue actuando. A pesar de todas las manipulaciones estadísticas de que son objeto, las tasas de crecimiento siguen bajando en todas partes anunciando un mayor hundimiento de la economía mundial en la recesión.

La bancarrota del bloque del Este no anuncia días radiantes para el capitalismo Después de la del «Tercer mundo», lo que anuncia son las quiebras de los centros más avanzados del capitalismo. La primera potencia mundial, los Estados Unidos, están en primera fila.

La primera potencia mundial, que se presenta como campeón del liberalismo económico en el plano ideológico, no ha concretado sus discursos en la práctica. Al contrario, la intervención del Estado en la economía se ha intensificado durante las últimas décadas.

La caricatura estalinista, las nacionalizaciones y la abolición de la competencia en el mercado interno no bastan para comprender lo que es la tendencia al capitalismo de Estado. El capitalismo de Estado en su forma estadounidense, que integra al capital privado dentro de una estructura estatal y lo somete al control de ésta, el famoso modelo adecuadamente llamado «liberal», es mucho más eficaz, flexible, adaptable, implica un mayor sentido de responsabilidad en la gestión de la economía nacional y posee un mayor poder embaucador por estar mejor disfrazado. Sobre todo, posee una economía y un mercado mucho más poderosos: el PNB global de los países de la OCDE, 12 billones de dólares, equivale a más de seis veces la renta nacional de los países del COMECON (Mercado Común de los Países del ex-bloque ruso) en 1987.

Aunque frente a los medios de comunicación, Reagan y su equipo, aparecían como los principales defensores del liberalismo a todo trapo, en los oscuros pasillos del poder estatal, la política económica que se ha puesto en práctica está en total contradicción con sus credos públicos. Esas políticas estatales son distorsiones de la ley del valor, trampas con la sacrosanta ley del mercado.

Con la muy estatal política de tasas de interés, gestionada por el no menos estatal Banco Federal, los Estados Unidos han impuesto al mercado mundial la ley del Dólar -moneda con la cual se realizan las tres cuartas partes del comercio mundial-. En nombre de la defensa del rey Dólar se ha impuesto una disciplina a los grandes países industrializados, que son competidores pero también vasallos del bloque occidental, a través del G7 que agrupa a los más importantes. Despreciando todas las leyes de la libre competencia, en las discusiones del GATT, se reparten, intercambian y regatean partes de mercado. La famosa «desregulación» de los mercados ha sido tan sólo una expresión de la muy estatal voluntad estadounidense de imponer las normas de su mercado interno al mundo entero. Para proteger su agricultura o para ayudar a los bancos y cajas de ahorro en bancarrota, el Estado Federal otorga directamente subvenciones de centenares de miles de millones de dólares. Los encargos de armas del Pentágono son un subsidio disfrazado para toda la industria estadounidense, que depende cada vez más de esos pedidos. La reactivación económica de los USA, después de la brutal recesión mundial de principios de los años 80 (de la cual no han vuelto a levantarse los países subdesarrollados), fue realizada gracias a un masivo déficit presupuestario que sirvió para financiar un esfuerzo de guerra sin precedentes en tiempos de paz y gracias a un déficit comercial que batió todos los récords históricos. Sólo un endeudamiento astronómico hizo que esa política fuese posible.

Todas esas políticas de capitalismo de Estado han terminado por imponer distorsiones crecientes a los mecanismos de mercado, haciendo de éste algo cada vez más artificial, inestable, volátil. La economía estadounidense navega por un mar da deudas que, como cualquier país subdesarrollado, será incapaz de reembolsar. La deuda global de los USA, interna y externa, corresponde a casi dos años del PNB, la deuda externa de México o de Brasil (la deuda interna tiene poco sentido en países donde la moneda se ha desmoronado), de la que tanto hablan los banqueros del mundo entero, corresponde, respectivamente, a nueve y seis meses de actividad económica. La superpotencia USA tiene pies de arcilla y la deuda pesa cada vez más sobre sus hombros.

El pretendido mercado libre del mundo occidental -en realidad lo esencial del mercado mundial- es tan artificial como el del mundo del Este, pues sobrevive artificialmente mantenido por la emisión de dinero sin garantía real y por un endeudamiento creciente que nunca será reembolsado.

La producción de armas ha permitido un fortalecimiento de la supremacía imperialista de los Estados Unidos, pero no de su industria. Al contrario. En tres sectores claves de la industria: máquinas herramienta, automóviles, computadoras, las partes de mercado de los USA han disminuido, entre 1980 y 1987, de 12,7 a 9 %; de 11,5 a 9,4 %; de 31 a 22 %.

La producción de armas no sirve ni para reproducir la fuerza de trabajo ni para crear nuevas máquinas. Es riqueza, capital destruidos. Es una función improductiva que pesa sobre la competitividad de la economía nacional. Por ello, los dos líderes de los bloques surgidos de la repartición de Yalta, han visto su economía debilitarse y perder en competitividad frente a sus propios aliados. A eso conducen los gastos de fortalecimiento de la potencia militar, pero es la única manera de garantizarse una posición de líder imperialista, condición, en última instancia, de poder económico.

Al perder credibilidad el espantajo del imperialismo ruso, con el derrumbe económico de los países del COMECON, el bloque occidental pierde al mismo tiempo la razón esencial de su unidad.

Después de décadas de políticas de capitalismo de Estado dirigidas por los bloques imperialistas, el actual proceso de disolución de las alianzas, constituye efectivamente, desde cierto punto de vista, una brutal adecuación de las rivalidades imperialistas con las realidades económicas. Lo que se confirma es la incapacidad de las medidas de capitalismo de Estado de seguir trampeando eternamente con las leyes del mercado capitalista. Más allá de la realidad específica del bloque ruso, este fracaso traduce la impotencia en que se encuentra la burguesía mundial para enfrentar su crisis crónica de sobreproducción, la crisis catastrófica del capital. Es la demostración de la ineficacia creciente de las políticas estatales, utilizadas de manera cada vez más masiva, a escala de bloques, durante décadas, y presentadas, desde los años treinta, como la panacea contra las contradicciones insuperables del mercado capitalista.

La caída de los Estados Unidos en la recesión...

Los ideólogos a sueldo del capital se siguen extasiando con lo que llaman «la victoria del capitalismo de mercado», y creen ver, en el Este, signos de una nueva aurora para un capitalismo revivificado y triunfante. El huracán que se acerca a las costas de la economía USA les va a meter por la garganta todas las frases huecas que han pronunciado sobre el mercado.

El símbolo del capitalismo triunfante, la tierra santa de los cruzados del liberalismo, la economía norteamericana, anda alicaída y está iniciando las últimas maniobras improvisadas para un aterrizaje que no será suave.

Los Estados Unidos están perdiendo su credibilidad en el mercado financiero. Los prestamistas se hacen cada vez más reticentes. Tan sólo el pago de los intereses de la deuda federal previstos para 1991, o sea 180 mil millones de dólares, corresponde a más de seis meses de exportaciones. Los capitalistas japoneses y europeos, que han financiado hasta ahora lo esencial de la deuda, se hacen los remolones ante las emisiones del Tesoro USA, y el valor de esas emisiones se está cayendo: los bonos del Tesoro federal se venden hoy en día a 5 % por debajo de su valor nominal.

A la economía estadounidense le falta liquidez, le falta carburante, y su industria, artificialmente protegida, ha perdido su competitividad en el mercado mundial.

Durante el último trimestre de 1989 el crecimiento de la economía ha caído a un nivel de recesión: 0,5 % en comparación con el último trimestre de 1988. Los sectores más avanzados de la industria USA anuncian bajas en los beneficios y pérdidas. En el ramo de las computadoras, IBM anuncia una caída de 74 % de sus beneficios durante el cuarto trimestre de 1989, 40 % en el año; Digital Equipment 40 % en el año; Control Data ha perdido, en 1989, 680 millones de dólares, 196 millones en el último trimestre. Misma situación en el sector del automóvil: General Motors, Ford, Chrysler anuncian despidos por decenas de miles. La producción de petróleo ha caído a su más bajo nivel desde hace 26 años. La siderurgia está arruinada. Las empresas más débiles acumulan pérdidas.

Wall Street está cada día más inestable y, desde octubre, ha perdido 300 puntos pasando por varias situaciones de pánico. Los héroes de la bolsa siguen los pasos de sus colegas industriales y despiden de manera masiva: Merryl Lynch, Drexel-Burnham, Shearson-Lehman, etc. La perspectiva de una reducción del déficit estatal angustia a los industriales que temen una disminución de los encargos del Estado: una reducción de 1000 millones de dólares del presupuesto militar acarrea 30 000 despidos. Y con el desarrollo del desempleo el mercado solvente se reduce cada vez más.

El mercado inmobiliario, por falta de compradores, se hunde después de años de especulación desenfrenada. La brutal desvalorización del sector inmobiliario trae consigo la de los haberes de todo el capital estadounidense. Al ver el valor de sus inversiones inmobiliarias derretirse como nieve al sol, las cajas de ahorro quiebran y los especuladores internacionales, que construyeron imperios industriales a golpe de Ofertas Públicas de Adquisición (OPA) pagadas a crédito, se hallan en la incapacidad de pagar los plazos de sus deudas.

Los grandes bancos empiezan a saber lo que quiere decir pánico. No sólo son incapaces de resolver la cuestión de la deuda impagada de los países pobres, sino que además se enfrentan a la insolvencia creciente de la economía USA. En proporción con los fondos propios de los bancos, los créditos inmobiliarios que plantean problemas, han pasado de 8 a 15 % en un año, en el Noreste industrial. Con las peripecias de Wall Street, los préstamos que sirvieron para financiar las operaciones de concentración de capital y las especulaciones bursátiles, se hacen cada vez más inconsistentes. Así, por ejemplo, la bancarrota de tan sólo uno de los grandes especuladores, Robert Campeau, deja una cuenta que se estima entre 2 y 7 mil millones de dólares. El banco de negocios Drexel-Burnham anuncia perdidas de 40 millones de dólares y se declara en quiebra. Frente al marasmo del mercado, los industriales pueden cada vez menos reembolsar sus deudas y los 200 mil millones de dólares de «junk-bonds» (literalmente «obligaciones podridas», en realidad obligaciones de mucho riesgo pero muy bien remuneradas... mientras marche el negocio) pierden rápidamente su valor.

Los grandes bancos, paladines del capitalismo americano, acumulan pérdidas: J.P. Morgan 1 200 millones de dólares, la Chase Manhattan 665 millones, Manufacturers Hanover 5 18 millones. Y lo peor está por venir. Los efectos de la aceleración de la degradación, que se produjo durante el último trimestre de 1989, van a ser más violentos. Con este nuevo hundimiento en la recesión, el mercado USA está perdiendo su solvencia, no sólo en el plano nacional sino también, y sobre todo, en el plano internacional. La garantía del dólar es la base de la potencia económica de Estados Unidos y el derrumbe del mercado norteamericano conlleva el derrumbe del Dólar.

El sistema financiero internacional se ha transformado en un enorme castillo de naipes que tiembla cada vez más con el soplo asmático de la economía estadounidense. La famosa política de las tasas de interés aparece cada día más incapaz de frenar el aumento de la inflación y el hundimiento en la recesión.

...anuncia un nuevo hundimiento
de la economía mundial

Con la baja de actividad de la economía americana se anuncia un hundimiento en la recesión de la economía mundial todavía más profundo. Si el hundimiento económico de los países del Este ha tenido poco impacto en el mercado mundial -hace décadas que esos mercados estaban cerrados y los intercambios con el resto del mundo eran escasos- no puede ser igual cuando se trata de la economía americana. Aunque después del final de la segunda guerra mundial su parte de mercado cayó del 30 % al 16 %, y aunque su competitividad se ha ido deteriorado constantemente, la economía norteamericana sigue siendo la primera del mundo y su mercado es de lejos el más importante.

Las exportaciones de Japón y de los países industrializados de Europa dependen de aquel mercado. El «Imperio del Sol naciente» vende 34 % de sus exportaciones a EEUU. Es el que más depende del mercado americano. En 1989 su excedente comercial, por repercusión de las dificultades americanas, perdió 17 %. Por consiguiente, la recesión en EEUU, la insolvabilidad creciente de la economía americana, significan que se cierran las puertas a las importaciones procedentes de otros países y, por ende, una caída paralela de la producción mundial. En esa espiral de la catástrofe capitalista, la totalidad de la economía planetaria se está hundiendo en el caos. El desorden increíble que está sumergiendo al mundo y que dificulta todo pronóstico detallado sobre la forma exacta con la que se va a manifestarla aceleración de la crisis, demuestra por lo menos una cosa: la ilusión de estabilidad relativa que el capital había logrado mantener en lo económico en sus metrópolis más desarrolladas durante los años 1980, ha dejado de existir.

El conjunto de los mecanismos llamados «de regulación del mercado» se empieza a atascar. Los Estados tratan de engrasar los engranajes pero los remedios son cada vez más ineficaces.

Los bancos ven con terror sus balances descender hacia abismos sin fondo, mientras que los «golden boys» de Wall-Street, héroes del liberalismo reaganiano, se encuentran hoy en la cárcel o sin empleo. Las grandes plazas bursátiles están inquietas, tuvieron múltiples alertas -el 13 de Octubre de 1989, luego el 2 de Enero para comenzar el año 1990 y el 24 de Enero, para confirmar los augurios-. Cada vez, los Estados han inundado el mercado con liquideces para frenar el pánico, pero ¿hasta cuándo puede durar esa política de improvisación acrobática?

Como dato significativo de la inquietud que gana terreno en el mundo de los especuladores, el 2 de Enero no fue Wall Street sino la bolsa de Tokyo la que cayó primero, la cual se ha convertido en la primera plaza bursátil del mundo, y que hasta entonces se había hecho notar por su solidez y estabilidad. La cuenta atrás ha comenzado y anuncia quiebras y hundimientos futuros.

Nuevos mercados ilusorios

Sin embargo, a pesar de esas perspectivas sombrías, los ideólogos del capital siguen celebrando el famoso mercado. Y, mientras el mercado mundial se encoge de nuevo de manera drástica con el decaimiento de la economía americana, buscan desesperadamente nuevos oasis capaces de aplacar la sed de mercados de una industria cuyos medios de producción se han desarrollado enormemente, con las inversiones de estos últimos años. No encuentran más que nuevos espejismos para perpetuar la ilusión:

 

-        el mercado japonés que desde hace años debe abrirse pero que sigue desesperadamente cerrado porque su propia industria lo copa y no deja sitio para los exportadores extranjeros;

 

-        el mercado de los países de Este que acaba de abrirse más ampliamente a Occidente, pero que está arruinado por décadas de saqueos y de aberración burocrática estalinistas y que, para importar, deberá pedir créditos masivos a los países occidentales;

 

-        la futura «unificación» europea que en 1992 debería ser el mercado más grande del mundo, perspectiva hipotética que la inestabilidad mundial aleja todavía más y que, de todas maneras, es ya un mercado copado por muy dividido que esté.

Para todos esos mercados el problema es el mismo: con respecto a su capacidad solvente, están ya supersaturados. Una reactivación económica en esas regiones sólo podría hacerse a crédito, haciendo funcionar la fábrica de billetes. Esa es exac­tamente la política económica de EEUU desde hace años. ¡Y ya se ve adónde ha llevado!

La situación financiera mundial no incita a los inversores a conceder nuevos créditos que, como los anteriores tampoco serán reembolsados en su mayor parte. Es significativo que las buenas intenciones de los discursos sobre las ayudas al Este no se hayan transformado sino en créditos occidentales otorgados con cuentagotas. La economía mundial ha llegado a un umbral. La política que consistía, para forzar las exportaciones, en prestar al mismo tiempo el dinero para financiarlas, se está haciendo imposible y cada vez más peligrosa. Las brutales pócimas de la economía liberal administradas a los países del Este, con la apertura de su mercado, se están plasmando en:

-        una inflación galopante, 900 % en Polonia; precios de bienes de primera necesidad duplicados en Hungría;

-        cierre de las fábricas poco competitivas -la mayoría- y por consiguiente, un desempleo masivo, desconocido hasta ahora en esos países.

El Dorado mítico del capitalismo occidental que ha hecho soñar a generaciones de proletarios en el Este, se ha convertido en la pesadilla cotidiana de un deterioro insoportable de las condiciones de vida. Al igual que los países subdesarrollados, los cuales o nunca pudieron salir de la miseria o se hundieron en ella a finales de los años 1970, los países del ex bloque del Este no saldrán mañana de la catástrofe económica en la que se siguen hundiendo. Las recetas del capitalismo de Estado liberal no serán más eficaces que las del capitalismo de Estado estalinista.

¿Quién podría financiar una reactivación destinada a atenuar las consecuencias del hundimiento de la economía americana? Siempre optimista, la burguesía mundial responde «¡Pues Alemania y Japón!». Esos países han demostrado efectivamente en estos últimos años una salud insolente, batiendo récords de exportación, supercompetitivos en unos mercados machacados por la competencia, aplicando una política monetaria más estricta que su jefe norteamericano.

Sin embargo, todas las economías de esos países no bastan para mantener a flote a la economía mundial. Los dos juntos no representaban, en 1987, más que las tres cuartas partes del PNB norteamericano. Lo esencial de sus haberes está inmovilizado en bonos del Tesoro USA, en acciones y en reservas en dólares, que no pueden vender sin sembrar pánico en los mercados. La «reactivación» en Japón, en un mercado nacional superprotegido no puede servir más que a la industria japonesa y tendrá una incidencia ínfima en el mercado mundial. Con respecto a la «reactivación» alemana, el proyecto de unificación monetaria, preludio a la reunificación de las dos Alemanias, da una idea de lo que significa. Primero, nadie puede calcular su costo: las diferentes hipótesis varían entre unos cuantos billones de marcos alemanes y varios centenares de billones. La incertidumbre reina, pero el atractivo de una «Gran Alemania» ha animado a la RFA a soltar los cuartos, a usar una política de reactivación para financiar su reunificación. Como en el caso de Japón, «caridad bien entendida empieza por uno mismo».

Por consiguiente, el impacto de esa reactivación no puede tener más que efectos limitados a nivel internacional. El abandono de la política de rigor monetario de Alemania, tan alabada hasta ahora, despierta inquietud en el mundo de las finanzas atemorizado por ese salto hacia lo desconocido. Como consecuencia, los mercados europeos se desestabilizan, las tasas de interés, ante el temor de que dicha política tenga como efecto principal que vuelva la inflación, se ponen por las nubes en Frankfurt y en París, poniendo en dificultad los mercados especulativos: bolsas, MATIF y demás. Los inversores japoneses vacilan, la «serpiente monetaria» europea sufre. La opción alemana que ha tomado Alemania del Oeste descontenta a los demás países occidentales, especialmente los europeos que ven cómo se les va el dinero con el que contaban para salvar su propia economía.

La RFA no puede financiar a la vez la absorción de la RDA y una mini reactivación en Europa occidental. La Comunidad europea está en dificultad y el mercado único de 1992 cada vez más lejano e improbable, en un momento en que los efectos conjugados de la aceleración de la crisis y de la disgregación de la disciplina de los bloques incita a cada potencia capitalista a una competencia encarnizada en las que predomina el «sálvese quien pueda» y las tentaciones proteccionistas que se refuerzan día tras día.

Lejos de ser, como lo afirmaban los propagandistas del capital, una victoria del capitalismo y el amanecer de un nuevo desarrollo, el hundimiento económico del bloque del Este ha sido el signo precursor de un nuevo hundimiento de la economía mundial en la crisis. Atadas por un paradójico destino, las dos grandes potencias dominantes, que se repartieron el mundo en Yalta, se ahogan hoy en la crisis capitalista. Del Este al Oeste, del Norte al Sur, la crisis económica es mundial y aunque el hundimiento del bloque del Este ha sido un factor de desorientación y no de clarificación para el proletariado mundial, el hundimiento significativo de la economía mundial, tras la recesión norteamericana, en una crisis cada vez más aguda y dramática, va a ser una ocasión de dejar las cosas claras. El fatídico grado cero de crecimiento para EEUU debilitará inevitablemente los temas propagandísticos occidentales.

Las previsiones marxistas sobre la crisis catastrófica del capitalismo se van a concretar cada vez más amplia y claramente. Catástrofe de la economía planetaria que hunde a fracciones crecientes de la población mundial en una miseria insondable. Anarquía creciente de los mercados capitalistas que traduce la impotencia de todas las medidas capitalistas de Estado. Las metrópolis desarrolladas se están hundiendo a su vez: inflación, recesión, desempleo masivo, parálisis del funcionamiento del Estado burocrático, descomposición de las relaciones sociales.

Las leyes ciegas del mercado, las de las contradicciones del capitalismo, están haciendo su labor de zapa. Conducen a la humanidad a la barbarie y la descomposición, espejo de una máquina capitalista que se ha vuelto loca. Comienza otra oleada de ataques contra la clase obrera, más severa que nunca: nivel de vida roído por la inflación galopante, despidos masivos, medidas de austeridad de todo tipo. Por todas partes se está aplicando la misma política de miseria para la clase obrera. Los modelos se derrumban ante la realidad de los hechos, tanto el modelo de quienes pretendían ser los defensores de los intereses de la clase obrera como los demás modelos. No sólo el modelo estalinista, sino también ahora el «socialismo al modo sueco» con un gobierno socialdemócrata que anuncia el bloqueo de los salarios y propone que se prohíba el derecho de huelga. El deterioro se acelera y, más que nunca, el capitalismo, bajo todas sus formas, muestra el atolladero y la destrucción a que está llevando a la humanidad. Más que nunca se plantea la necesidad de la revolución comunista, único medio de poner fin a la ley del mercado, es decir, la ley del capital.

JJ - 15 de Febrero de 1990

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El capitalismo de Estado [1]

La relación entre Fracción y Partido en la tradición marxista II - La Izquierda comunista internacional, 1937-1952

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La polémica cuya publicación continuamos aquí no es un debate académico entre historiadores: El proletariado no posee como arma sino su capacidad de  organización y su conciencia. Esta conciencia es histórica, puesto que es un instrumento cargado de futuro, pero también porque se nutre de la experiencia histórica de dos siglos de luchas proletarias. Se trata aquí de transformar en armas para el presente y el futuro, la terrible experiencia de los revolucionarios durante los años que antecedieron a la IIª guerra mundial y en especial cómo y en qué condiciones los grupos revolucionarios pueden transformarse en  verdaderos partidos políticos del proletariado. Pero para ello, hay que restablecer ciertos hechos históricos, combatir las falsificaciones que se han propalado, incluso, y por desgracia, en el medio revolucionario.

En la primera parte de este artículo[1], mostrábamos cómo en los años cruciales, de 1935 a 1937, la Fracción de la Izquierda Italiana en el extranjero había logrado, a costa de un terrible aislamiento político, mantener el hilo rojo de la continuidad marxista, frente al naufragio en el antifascismo de las demás corrientes de izquierda y de la primera entre ellas, la corriente trotskista[2]. Fue esa dramática delimitación histórica lo que formó los cimientos políticos y programáticos en los que todavía hoy se siguen basando las fuerzas de la Izquierda Comunista Internacional. En el primer artículo, también mostramos que para los camaradas de Battaglia Comunista (publicación del Partito Comunista Internazionalista), todo eso no es válido más que hasta cierto punto, pues para ellos, en 1935, la cuestión central era la de dar una respuesta definitiva al paso a la contrarrevolución de los antiguos partidos mediante la transformación de la Fracción en un nuevo partido comunista. Esta postura, defendida en 1935 por una minoría activista (que rompe al año siguiente con la Izquierda comunista para dar su adhesión a la guerra «antifascista» de España) fue rechazada por la mayoría, la cual, fiel a la posición de siempre de la Izquierda, supeditaba la transformación en partido a la reanudación de la lucha de clase. Según los camaradas de Battaglia, la mayoría, favorable a una actitud de espera (attentista, en italiano) y que en 1935 había defendido aquella posición, según ellos errónea, la habría corregido en 1936, para volverla a adoptar en el 37, con todas sus desastrosas consecuencias.

En especial, su portavoz más prestigioso, Vercesi, «en 1936, para zanjar la controversia entre el "attentista", Bianco, y el partidista Piero-Tito, se inclinaba más bien hacia estos últimos ("hay que, considerar que, en la situación actual, aunque no tengamos y no podamos tener todavía influencia en las masas, nos encontramos ante la necesidad de actuar ya no como fracción de un partido que traicionó, sino como partido en miniatura". Bilan, nº 8). En esta frase, Vercesi parecía acercarse prácticamente a una visión más dialéctica, según la cual, ante la traición de los partidos centristas había que responder haciendo surgir nuevos partidos, no ya para guiar hacia el poder de modo irresponsable a unas masas que no estaban todavía en él (...), sino para expresar la continuidad de clase que se había interrumpido, para llenar el vacío político que se había producido, para volver a dar a la clase un punto de referencia política indispensable incluso en las fases de reflujo, y que fuese capaz, aunque fuera minúsculo, de crecer algún día, a medida que ocurrían los acontecimientos, y no estarlos esperando como al mesías. Pero, en 1937, Vercesi se echó atrás, para, en su "Informe sobre la situación internacional", volver a proponer a las fracciones como única expresión política posible del momento, renunciando así implícitamente a toda transformación. (...) Más allá de los giros personales de Vercesi, con el estallido de la guerra, la fracción se vuelve prácticamente inoperante. Es el final de todas las publicaciones (boletines internos, Prometeo, Bilan y Octobre); se hacen escasos, cuando no cesan del todo, los contactos entre las secciones francesa y belga. En 1945, la Fracción se disuelve sin haber resuelto en el terreno de la práctica uno de los problemas más importantes que habían provocado su creación en Pantin, en 1928. A pesar de todo eso, el partido nace a finales de 1942 bajo la impulsión de camaradas que se habían quedado en Italia (Partito Comunista Internazionalista), partido al que se unirán al final de la guerra muchos elementos de la Fracción disuelta»[3].

Como de costumbre, los camaradas de BC reescriben nuestra historia a su gusto. Primero, Vercesi no era el portavoz de la mayoría attentista (como así la llama Battaglia), sino el portador de un intento de compromiso entre dos posturas que empezaron a afirmarse, aunque de manera ambigua, al final del Congreso de 1935. A principios de 1936, Vercesi usa todavía una expresión que contiene efectivamente toda la ambigüedad combatida por la mayoría, y que aparece en la cita anterior. Es cierto que la cita exacta habla de la necesidad de actuar «ya no como fracción de un partido que traicionó, sino como -si puede uno expresarse así- como un partido en miniatura». Pero incluso con esa expresión condicional, que los camaradas de BC han hecho tramposamente desaparecer, la expresión conserva toda la ambigüedad que consiste en presentar la fracción como un partido que tendría pocos militantes, cuando en realidad se trata de una forma de organización propia de fases de la lucha de la clase que no permiten la existencia de un partido, sea éste pequeño o grande. Los verdaderos portavoces de la mayoría tenían todas las razones de protestar contra esas fórmulas contradictorias que introducían como quien no quiere la cosa, la idea de que, podrían orientarse hacia una actividad de partido, cuando no existen en realidad las condiciones. No es por casualidad si el artículo de Bianco, en Bilan nº 28, que se opone al de Vercesi, se titula «Un poco de claridad, por favor». La claridad sobre el hecho de que sólo una fracción podía existir en las condiciones de entonces, queda restablecida, pero no en 1937, como lo afirma el artículo de Battaglia. Lo que dejó las cosas claras fue que la minoría, frente a los acontecimientos de España, rompió definitivamente amarras, enfangándose en el antifascismo, esclareciendo así, en los hechos mismos, adónde llevan los discursos sobre la necesidad de «acabar de una vez con las esperas». Enfrentado a ese giro brusco, Vercesi reacciona dejando momentáneamente de lado (y sólo momentáneamente, por desgracia) los discursos sobre las «nuevas fases». Al haberse mantenido con firmeza en sus posiciones, en el período crucial que va desde Julio de 1936 a Mayo de 1937 (en que se produjo el aplastamiento de los trabajadores de Barcelona), la fracción fue capaz de poner las bases de lo que hoy es la Izquierda Comunista Internacional, a costa, sin embargo, del mayor aislamiento respecto a un medio político en plena descomposición democrática. Aquella terrible presión ambiente iba a dejar obligatoriamente huellas en el seno mismo de la fracción italiana y de la recién creada fracción belga. En algunos camaradas empieza a despuntar la idea de que, en fin de cuentas, el hecho mismo de ir hacia la guerra no hace sino acercar la respuesta proletaria a la guerra misma, y, para estar preparados para esas futuras reacciones, había que empezar inmediatamente a tener una actividad «diferente». Hacia finales del 37, Vercesi empieza a teorizar el hecho de que en lugar de la guerra mundial, va a haber una serie de «guerras locales» cuya verdadera naturaleza será la de matanzas preventivas contra la amenaza proletaria venida de no sabe dónde ni cómo. Para estar preparados a esas convulsiones, había que «hacer más» y vuelve entonces a surgir, con otras palabras, aquella teoría de que la fracción debería actuar en cierto sentido como un partido en miniatura. Para tener una «actividad» de partido, en septiembre de 1937, las fracciones se meten en una absurda empresa de colecta de fondos para las víctimas de la guerra de España, para así hacerles la competencia, a nivel de las «masas», a los organismos socio-estalinistas como el Socorro Rojo, poniéndose en realidad en el terreno de éstos. Si bien en Diciembre del 36, Bilan nº 38 volvía a publicar el proyecto de 1933 de hacer un Buró Internacional de Informaciones, haciendo amargamente constar que no había la más mínima posibilidad de aceptar esta propuesta mínima, en Bilan nº 43, Vercesi declara que un simple Buró de Informaciones sería hoy «caduco y que hay que entrar en una nueva fase de trabajo» con la formación del Buró Internacional de las fracciones de izquierda. En sí misma, la exigencia de formar un órgano de coordinación entre las dos únicas fracciones existentes estaba totalmente justificada. El problema era que ese Buró, en lugar de coordinar la acción de clarificación y de formación de dirigentes, única labor posible para las fracciones en aquellas condiciones, se seguía viendo más que antes como órgano que debería estar listo en cuanto se reanudara la lucha de la clase obrera, para coordinar «la construcción de nuevos partidos y de la nueva internacional». Y así, con ese método de poner el carro delante de los bueyes, en Enero de 1938, se deja de publicar Bilan, sustituyéndolo por una revista, cuyo nombre, Octobre, quiere ser la anticipación de los movimientos revolucionarios que por parte alguna podían vislumbrarse ¡y de la que iban a sacarse ediciones en francés, inglés y alemán! El resultado de esa locura de querer actuar como «partido en miniatura» era previsible: la revista que iba a salir en tres lenguas no logra ni siquiera salir regularmente en francés, el Buró deja prácticamente de funcionar y, lo que es peor, entre los militantes, completamente desorientados, la desmoralización y las dimisiones se multiplican.

Cuando estalla la guerra mundial en Agosto del 39, la desbandada es total, agravada por el paso a la clandestinidad, el asesinato de muchos de sus mejores dirigentes y la detención de muchos otros, las fracciones se encuentran desorganizadas. A ello contribuye en gran medida el que Vercesi, quien había defendido que la labor de fracción no servía para nada y que se necesitaba un minipartido, con el estallido de la guerra, empieza a teorizar que, en vista de que el proletariado, no reaccionaba, era «socialmente inexistente» y en tales condiciones, la labor de fracción no sirve de nada.

Lo que aparece constantemente es la puesta en tela de juicio de la fracción como órgano revolucionario en fases históricamente desfavorables. De todo ello, Battaglia Comunista saca la conclusión de que quienes se dedicaron durante la guerra a hacer un trabajo de fracción no sacaron nada en limpio. En realidad, quienes no sacaron nada en limpio, como Vercesi, fueron precisamente los que se negaron al trabajo de fracción. Contrariamente a lo que intenta hacemos creer Battaglia, la fracción se mantuvo en actividad, reorganizándose ya a principios del 40 a iniciativa de la sección de Marsella, la que encabezaba la oposición a Vercesi; la fracción organiza conferencias clandestinas anuales, reorganiza las secciones de Lyón, Toulouse, París, reanuda contactos con los camaradas que habían permanecido en Bélgica. A pesar de las inimaginables dificultades materiales, se reanuda la publicación regular de un boletín de discusión, herramienta de formación de militantes, circulan textos de orientación de la Comisión Ejecutiva, que servían de base para las discusiones con otros grupos en contacto. Esa labor clandestina desembocó en la formación (de 1942 a 1944) de una nueva fracción, la fracción francesa, y en el acercamiento a las posiciones de la izquierda italiana, de bastantes comunistas alemanes y austriacos que habían roto con el trotskismo, corriente pasada ya entonces al campo de la contrarrevolución.

No se puede comprender en verdad cómo habrían conseguido hacer todo eso, en condiciones tan difíciles, personas que, según Battaglia, se habían quedado tranquilamente refugiados en sus «teorizaciones» en la «mesiánica» espera de que las masas volvieran a ser capaces por sí mismas de reconocerlos como la dirección justa. Tocamos aquí uno de los puntos esenciales de la cuestión.

Battaglia presenta a la fracción como un órgano (quizás seria mejor decir casi como círculo cultural), que, en períodos en que el proletariado no está a la ofensiva, se limita a estudios teóricos, puesto que intervenir en la clase no sirve de nada. La fracción es, al contrario, el órgano que permite la continuidad de la intervención comunista en la clase, incluso en los períodos más sombríos en los que esa intervención no tiene un eco inmediato. Toda la historia de las fracciones de la Izquierda Comunista lo demuestra de sobras. Junto a la revista teórica Bilan, la fracción italiana publicaba un periódico en italiano, Prometeo, que tenía en Francia una difusión superior a la de los trotskistas franceses, tan peritos éstos en el activismo. Los militantes de la fracción eran tan conocidos por su compromiso en las luchas de la clase que eran necesarias las intervenciones brutales de las direcciones nacionales de los sindicatos para expulsarlos de las estructuras de base que los defendían. Estos camaradas difundían la prensa, a pesar de la persecución conjunta que les hacía la policía y los sindicatos «tricolores»; golpeados hasta la sangre, volvían una y otra vez a difundir octavillas, con la pistola bien visible al cinto para dar claramente a entender su voluntad de dejarse aplastar allí mismo antes de renunciar a intervenir en su clase. A un obrero de la fracción, un tal Piccino, agarrado por estalinistas cuando estaba difundiendo la prensa y entregado por ellos a la policía francesa, le dieron tal paliza que lo dejaron minusválido de por vida, pero no por ello dejó de volver a difundir la prensa. En una carta de Abril de 1929, Togliatti pedía ayuda al aparato represivo de Stalin contra la «basura bordiguista», confesando que el empecinamiento de los camaradas de la fracción le estaba creando problemas por todas partes donde había obreros italianos. Viniendo del enemigo de clase, era ése el mejor de los reconocimientos.

Se necesita valor para presentar como teóricos en zapatillas y albornoz a militantes eliminados en campos de concentración, a militantes caídos en manos de la Gestapo cuando atravesaban clandestinamente la frontera para mantener el contacto con los camaradas de Bélgica, a militantes indocumentados y buscados por la policía que participaban en huelgas ilegales, a militantes que a la salida de las fábricas tenían que pasar entre los matones estalinistas encargados de asesinarlos y que sólo lograban salvarse saltando los muros del recinto. Battaglia escribe que los camaradas en el extranjero deberían haberse batido por transformar la guerra imperialista en guerra civil y que «las enseñanzas de Lenin (...) deberían haber tenido más crédito» sobre todo «en camaradas que se habían criado en la tradición leninista». Pero ¿hacían otra cosa los camaradas de las fracciones italiana y francesa cuando difundían llamamientos al derrotismo revolucionario, redactados en francés y en alemán, cuando en plena orgía patriótica de la «liberación» de París, arriesgaban la vida llamando a los obreros a desertar el encuadramiento de los «partisanos»?

Como puede verse, es totalmente falso escribir que «la única posibilidad de organizar alguna oposición a las tentativas del imperialismo por resolver sus contradicciones en la guerra, era la de la formación de nuevos partidos». Si no hubo transformación en guerra civil, eso no dependía de la ausencia de «alguna oposición» por parte de las fracciones, sino porque el capitalismo mundial había conseguido quebrar los primeros intentos que se hicieron en ese sentido, primero en Italia, después en Alemania, haciendo retroceder así la más mínima perspectiva revolucionaria. Según Battaglia, sin embargo, si la Fracción se hubiese transformado en partido, la presencia de ese partido habría cambiado las cosas. ¿Y en qué sentido habrían cambiado, pues?

Para contestar a esa pregunta, veamos la acción del Partito Comunista Internazionalista fundado en Italia a finales del 42 por camaradas en tomo a Onorato Damen. Este camarada, a diferencia de la fracción, la cual rompió todos sus lazos con el PCI (el PC italiano) en 1928, se quedó en ese partido hasta la mitad de los años 30, dirigiendo todavía en 1933, la revuelta de los detenidos inscritos en ese partido en las cárceles de Civitavecchia. BC, de la que Damen fue hasta su muerte uno de los dirigentes, en el artículo citado, ironiza sobre el llamamiento a salir de los partidos comunistas pasados a la contrarrevolución, llamamiento lanzado por el Congreso de la Fracción en 1935. BC se plantea que si no podía haberse transformado en partido porque las masas permanecían sordas en aquellos momentos a los llamamientos de la fracción, ¿a quién podía dirigirse entonces tal llamamiento? «Surge espontáneamente la sospecha de que la consigna en cuestión se había lanzado con la íntima esperanza de que el proletariado no la oyera para así no plantear problemas que pusieran en entredicho el esquema abstracto del ponente». La ironía de BC no viene muy a cuento, pues el llamamiento se dirigía a aquellos camaradas que como Damen, estaban todavía en las filas del PC con la esperanza de defender posiciones de clase en su seno, y habría interesado personalmente a Damen si los estalinistas no se hubieran encargado ya de resolver el problema expulsándolo del PC a finales de 1934. ¿O piensa BC que Bilan no debería haber animado a esos camaradas a salir de aquellos partidos vendidos y pasados a la burguesía para integrarse en la fracción, único lugar en el que seguía el combate por la reconstrucción del partido de clase? BC afirma, en efecto, que en 1935, para cualquier marxista, estaba claro que la salida definitiva del PCI implicaba automáticamente la fundación del nuevo partido. Y si esto estaba tan claro, ¿por qué Damen no fundó ese nuevo partido en 1935?, ¿Por qué se dedicó a la paciente labor clandestina de selección y formación de dirigentes, exactamente igual que la Fracción en el extranjero? Si fuera cierto que era la fundación de nuevos partidos la «única posibilidad de organizar alguna oposición» a la guerra, ¿por qué no se fundó, al menos en 1939 cuando estalló la guerra, cuando en realidad se esperó hasta finales del 42, tras tres años y medio de matanzas imperialistas? Según los análisis de BC hay que concluir que esos siete años de retraso serían una locura o una traición. Según nuestros análisis, es la mejor demostración de la falsedad de la tesis que pretende demostrar que para fundar un nuevo partido basta con que el antiguo haya traicionado. Si el nacimiento del PC Internazionalista se produjo a finales de 1942, fue porque se estaba desarrollando entonces una fuerte tendencia a la reanudación de la lucha de clases contra el fascismo y contra la guerra imperialista, tendencia que llevó en pocos meses a la huelgas de Marzo de 1943, a la caída del fascismo y a la reivindicación ante la burguesía italiana de una paz separada. Aunque la burguesía mundial consiguió desviar rápidamente esa reacción de clase del proletariado italiano, fue basándose en esa reacción si los camaradas en Italia estimaron que había llegado la hora de constituirse en partido. No es por casualidad si se hizo la misma valoración, de modo totalmente independiente, por los camaradas del extranjero, en cuanto se enteraron de lo de las huelgas de Marzo del 43: la Conferencia de la Fracción, de Agosto del mismo año, declara que se ha abierto «la fase del retorno de la fracción a Italia y de su transformación en partido». No fue posible, sin embargo, ese retorno organizado, en parte a causa de dificultades materiales casi insuperables (recordemos que el propio PC Internazionalista fundado en Italia no pudo dar a conocer su existencia fuera del país hasta 1945), dificultades agravadas por el asesinato y la detención de cantidad de camaradas.

Pero la debilidad fundamental era de orden político: la minoría de la Fracción Italiana ligada a Vercesi, reforzada por la Fracción Belga, negaba todo carácter de clase a las huelgas del 43, oponiéndose a toda actividad organizada por ser «voluntarista». La conferencia anual del 44 denunció las posiciones de la tendencia Vercesi y, a principios del 45, éste fue excluido de la Fracción por haber participado en el Comité de Coalición Antifascista de Bruselas. Sin embargo, la larga lucha había contribuido a reducir las energías para el retorno de la Fracción a Italia, sustituida en los hechos por retornos individuales de muchos militantes que, una vez en Italia, descubrían la existencia del partido y entraban en él, siempre a título individual. Esta política iba a ser duramente criticada por una parte de la Fracción y sobre todo por la Fracción reconstituida en Francia, la cual había desarrollado una labor clandestina contra la guerra, criticando la falta de decisión de la Fracción Italiana a favor de un retorno, a Italia, organizado. Fue entonces, en la primavera del 45, cuando llega como una bomba la noticia de que existe desde hacía años, en Italia, un partido que ya contaba «con miles de miembros» y con la contribución de Damen y Bordiga. La mayoría de la Fracción, rebosante de entusiasmo, decide, en una precipitada conferencia en Mayo 45, su autodisolución y la adhesión de sus militantes a un partido cuyas posiciones programáticas ignoraba totalmente. Como la Fracción en Francia apoyaba a la minoría que se oponía a ese suicidio político, la mayoría de la Conferencia rompió todos los lazos organizativos con el grupo francés, con el pretexto de que los camaradas franceses habían realizado su labor de derrotismo revolucionario junto con internacionalistas alemanes y austriacos que no pertenecían a las fracciones de la Izquierda Comunista.

La decisión de autodisolverse acarreó graves consecuencias para el desarrollo posterior de la Izquierda Comunista. La Fracción era depositaria de las lecciones políticas fundamentales que se habían sacado mediante la selección de las fuerzas comunistas realizada entre 1935 y 1937. La Fracción tenía el deber histórico de garantizar que el nuevo partido se formara basándose en esas lecciones, resumidas así en la primera parte de este artículo:

1)          El partido se formará mediante adhesión individual a las posiciones programáticas de la Izquierda, elaboradas por las fracciones, excluyendo toda integración de grupos de camaradas que se sitúen a medio camino entre la Izquierda y el Trotskismo.

2)          la garantía del derrotismo revolucionario será la denuncia frontal de todo tipo de «milicias partisanas», destinadas a alistar a los obreros para la guerra, como las «milicias obreras» españolas de 1936.

La ausencia de retorno organizado y la disolución de 1945 no permitieron que la Fracción cumpliera su función. Se trata ahora de saber si el partido fundado en Italia fue capaz de formarse en fin de cuentas con aquellas bases. Y esto, no para decidir cómo habría que juzgar a ese partido en particular, sino para comprender si es cierto o no que la labor de fracción es un requisito indispensable para la constitución del partido de clase.

Vamos por orden. Primero, las posiciones políticas y el método de reclutamiento. El primer congreso del PC Internacionalista (28 de Diciembre del 45 al 1 de Enero del 46), que se verifica tras la integración en el partido de los militantes de la Fracción, declara que el PC Internacionalista fue fundado en 1942 «basándose en la tradición política precisa»[4] que representa la Fracción en el extranjero a partir del 27. Los primeros núcleos se referían a «una plataforma compuesta de un breve documento en el que se fijaban las directivas que debía seguir el partido y que sigue manteniendo en lo esencial».

Resulta difícil decir hasta qué punto el documento se basaba en las posiciones de la Fracción, por la sencilla razón de que, al menos por lo que sabemos nosotros, Battaglia no se ha dignado volverlo a publicar, y eso que era corto. En el folleto de 1974 sobre las plataformas del PC Internacionalista, ni siquiera mencionan su existencia. ¡Curioso destino para la plataforma constitutiva del Partido! Nos vemos obligados a referimos a la Plataforma redactada por Bordiga en 1945 y aprobada por el primer Congreso a principios de 1946.

Sin entrar en análisis detallados, baste subrayar que ese texto admite la posibilidad de participar en las elecciones (posición rechazada por la Izquierda desde la época de la Fracción Abstencionista del PSI); que, como bases doctrinales del partido, toman «los Textos constitutivos de la Internacional de Moscú» (rechazando por lo tanto las críticas que de esos Textos había hecho la Fracción a partir de 1927); que en ese texto no se habla para nada de denunciar las luchas de liberación nacional (posición de la Izquierda a partir de 1935); y para acabar rematándola, el texto exalta nada menos que como «hecho histórico de primer orden» el alistamiento de los proletarios en las bandas armadas de «partigiani». La Plataforma es además inaceptable en otras cuestiones (y para empezar, la sindical), pero nos hemos limitado a los puntos en los que la Plataforma se sitúa fuera de las fronteras de clase marcadas ya gracias a la elaboración programática de la Izquierda Comunista.

El método de reclutamiento del partido está en total consonancia con ese batiburrillo ideológico. Es más, esa mezcolanza ideológica es el resultado obligado del método de reclutamiento, basado en la absorción sucesiva de grupos de camaradas con posiciones de lo más dispar cuando no contradictorias. Al final acabaron así encontrándose en el Comité Central: los primeros camaradas del 42, los dirigentes de la Fracción que habían excluido a Vercesi en el 44, a Vercesi en persona, admitido al mismo tiempo que los miembros de la minoría expulsados en 1936 por su participación en la guerra antifascista de España. Son admitidos grupos como la Fracción de Comunistas y Socialistas de Izquierda, del Sur de Italia, los cuales, en 1944, creían en la posibilidad de «enderezar» al partido estalinista y, puestos a ello, ¡hasta al partido socialista...! y que, en 1945, se disolvieron para entrar directamente en el partido. En cambio, el principal teórico y redactor de la Plataforma de 1945, Amadeo Bordiga, no está inscrito en el partido; por lo visto, sólo se integraría en él en 1949.

Sobre la segunda cuestión que quedó clarificada en los años 1935-37, la del peligro que representaban las milicias partisanas, la degradación del PC Internacionalista va emparejada con su aumento numérico a expensas de los principios. En 1943, el PC Internacionalista se sitúa en la valiente línea de denunciar sin equívocos el papel imperialista del movimiento partisano. En el 44, ya empiezan a verse obligados a hacer concesiones a las ilusiones sobre la guerra «democrática»: «Los elementos comunistas creen sinceramente en la necesidad de la lucha contra el nazi fascismo y piensan que una vez derribado este obstáculo, podrán ir hacia la conquista del poder, venciendo al capitalismo» (Prometeo, nº 15, Agosto de 1944).

En 1945, el círculo se va cerrando con la participación de federaciones enteras (como la de Turín) en la insurrección patriótica del 25 de Abril y la adopción de una Plataforma que define el movimiento partisano como «tendencia de grupos locales proletarios a organizarse y armarse para conquistar y conservar el control de situaciones locales», lamentando únicamente que esos movimientos no tuvieran «una orientación política suficiente» (!). Se trata de la misma posición que la que defendió la minoría en 1936 sobre la guerra de España y que le costó la expulsión de la Izquierda Comunista.

Está claro ahora que las posiciones globalmente expresadas por el PC Internacionalista están por debajo del nivel de clarificación alcanzado por la Fracción y de las bases consideradas como intangibles para la construcción del nuevo partido. Los camaradas de Battaglia, al contrario, consideran al partido «nacido a finales del 42» como el que no va más de la claridad en aquel tiempo. ¿Cómo pueden conciliar semejante afirmación con las confusiones y ambigüedades que hemos mencionado? Muy sencillamente: diciendo que esas confusiones no eran las del partido, sino que eran propias de los seguidores de Bordiga que se irán de él más tarde, en 1952, para fundar Programma Comunista. Ya en la Revista Internacional le contestábamos nosotros:

«En otras palabras: ellos y nosotros hemos participado en la formación del partido: lo que en ello hubo de bueno, se debió a nosotros, lo malo fue cosa de ellos. Aun admitiendo que las cosas hubieran sido así, queda el hecho de que ese "malo" fue un elemento fundamental y unitario en el momento de constituirse el partido y del que nadie hizo la menor crítica».

Lo que queremos decir es que las debilidades eran las del partido en su conjunto y no las de una fracción particular que estaría de paso allí por casualidad. Lo primero que BC ha negado siempre, es que las puertas del partido estaban abiertas para cualquiera que expresase la voluntad de apuntarse. Y el caso es que es el propio BC quien afirma que la presencia de Vercesi, procedente del Comité de Coalición Antifascista, se explica por el hecho de que a éste «le parecía que debía adherirse al partido»[5]. ¿Qué es entonces el partido?, ¿un casino provinciano? (aunque al menos, en éste, los nuevos socios deben ser aceptados por los demás para entrar...). Cabe además recordar que Vercesi «estimaba que debía adherirse» directamente al Comité Central del PC Internacionalista, volviéndose así uno de sus principales dirigentes. Y BC va y nos dice que Vercesi estaba en el CC, pero que el partido no era responsable de lo que hacía o decía: «las posiciones expresadas por el camarada Perrone (Vercesi) en la Conferencia de Turín (1946) (...) eran libres manifestaciones de una experiencia muy personal y con una perspectiva política caprichosa a la que no es legítimo referirse para criticar la formación del PC Internacionalista»[6].

Muy bien. Lo que pasa es que cuando se leen las actas de esa primera Conferencia Nacional del PC Internazionalista, se entera uno en la página 13, que esas «libres» afirmaciones políticas «caprichosas eran nada menos que el informe sobre el «partido y los problemas internacionales» presentado por el CC a la Conferencia de la que Vercesi era ponente oficial. Pero las sorpresas no se limitan a eso, pues en la página 16, al final del informe de Vercesi, para sacar las conclusiones, fue Damen mismo quien tomó la palabra afirmando que hasta entonces «no había habido divergencias, sino sensibilidades particulares que permiten una clarificación orgánica de los problemas» Si Damen pensaba que el informe Vercesi era política caprichosa, ¿por qué negó que había divergencias? ¿Porque quizás era entonces útil una alianza sin principios?

No nos paremos más en eso y pasemos directamente a la Plataforma escrita en 1945 por Bordiga. Battaglia la reeditó en 1974, al mismo tiempo que un proyecto de Programa difundido por los camaradas agrupados en torno a Damen, con una introducción en la que se afirma que el proyecto de 1944 es mucho más claro que la Plataforma de 1945. Eso es muy cierto para algunos puntos (balance de la revolución rusa por ejemplo), pero en otros puntos, el proyecto del 44 es peor que el documento del 45. En especial, en el punto que se refiere a la táctica, se dice que: «nuestro partido, que no subestima la influencia de otros partidos de masas, se hace defensor del "frente único"». Y si volvemos a las actas de la Conferencia de Turín, allí se encuentra el Informe de Lecci (Tullio), el cual hace el balance de la labor de la fracción en el extranjero y su delimitación respecto al trotskismo: «esta demarcación presuponía en primer lugar la liquidación de la táctica de frente único de bloques políticos» (p. 8). En la Conferencia del 46, pues, algunos puntos clave del proyecto estaban ya considerados incompatibles con las posiciones de la Izquierda Comunista. Veamos ahora lo que dice la introducción hecha en 1974 a la Plataforma de 1945:

«En 1945, el CC recibe el proyecto de Plataforma política del camarada Bordiga, el cual, subrayémoslo, no estaba inscrito en el partido. El documento, cuya aceptación fue exigida en términos de ultimatum, fue considerado incompatible con las posiciones firmes adoptadas desde entonces por el partido sobre problemas importantes, y, a pesar de las modificaciones aportadas, el documento ha sido siempre considerado como contribución al debate y no como plataforma de hecho. (...) El CC no podía, como ya se ha visto, sino aceptar el documento como una contribución totalmente personal para el debate del futuro congreso, que, postergado hasta 1948, hará surgir posiciones muy diferentes (cf. Reseña del Congreso de Florencia)»[7].

Así es la reconstitución de los hechos que los camaradas de Battaglia presentaban en 1974. Para comprobar si corresponde a la realidad, volvamos a la Conferencia de enero de 1946, la cual debería haberse pronunciado sobre la «exigencia en términos de ultimatum de la aceptación» de la plataforma redactada por Bordiga. En la página 17 de la Reseña, se lee «Al final del debate, al no haberse expresado ninguna divergencia substancial, la "plataforma del Partido" es aceptada y se deja para el próximo congreso la discusión sobre el "Esquema de Programa" y sobre otros documentos en vías de elaboración». Como puede verse, ocurrió exactamente lo contrario de lo que Battaglia nos cuenta: en la Conferencia de 1946, los camaradas de Battaglia mismos votaron por unanimidad la aceptación de la Plataforma escrita por Bordiga, desde entonces convertida en base oficial de adhesión al partido, y, como tal, publicada hacia el exterior. Los delegados franceses mismos dan su adhesión a la Conferencia en base al reconocimiento de la adecuación de la plataforma (pág. 6) y la resolución de formación del Buró Internacional de la Izquierda comunista empieza con estas palabras: «el CC, teniendo en cuenta que la Plataforma del PC Internacionalista es el único documento que da una respuesta marxista ante los problemas ocasionados por la derrota de la revolución rusa y la segunda guerra mundial, afirma que con esa base y el patrimonio de la izquierda italiana puede y debe constituirse el Buró Internacional de la Izquierda comunista» Para concluir, hagamos notar que existe efectivamente un documento considerado como una simple contribución al debate y cuya discusión se postergó hasta el congreso siguiente, pero resulta que no fue la plataforma de Bordiga sino... el Esquema de Programa elaborado en 1944 por el grupo de Damen y que hoy Battaglia intenta hacer pasar por la plataforma efectiva del PC Internacionalista de los años 1940.

Faltan palabras para condenar la falsificación total de la historia del Partito Comunista Internacionalista hecha durante todos estos años por los camaradas de Battaglia. Son como las falsificaciones estalinistas con sus reescrituras de la historia del partido bolchevique, que borraban los nombres de los camaradas de Lenin fusilados o que atribuían a Trotski los errores cometidos por Stalin. Battaglia, para dar la impresión de que el tinglado se tiene de pie, ha sido capaz de hacer desaparecer de la historia del partido su propia plataforma y en otros documentos[8], no ha vacilado en atribuir a los «padres de la CCI», los camaradas de la Izquierda comunista de Francia, las piruetas de Vercesi, con quien sus padres sí que habían establecido una alianza oportunista en 1945, admitiéndolo en el CC del Partido. Ya sabemos que éste es un juicio muy duro, pero lo basamos en los propios documentos oficiales del PC Int., como el Informe de la Conferencia de 1946, que Battaglia se ha dedicado a ocultar, mientras que sí ha vuelto a publicar el informe del congreso de 1948, porque entonces ya se había roto la alianza oportunista con Vercesi. Nosotros sometemos nuestras conclusiones y nuestros juicios a la voluntad crítica de todos los camaradas del medio político internacional de la Izquierda comunista. Si los documentos que hemos citado no existiesen, que lo diga y lo demuestre Battaglia, y, si no lo hace, así sabremos una vez más de dónde proceden las falsificaciones.

Queda, sin embargo, un problema por esclarecer: ¿cómo es posible que camaradas de la valía de un Onorato Damen, camaradas que mantuvieron alta la antorcha del internacionalismo en los momentos más duros para nuestra clase, hayan podido caer tan bajo con la falsificación de ese período de su historia?. ¿Cómo es posible que los camaradas de Programa Comunista (quienes se separaron de Battaglia en 1952), hayan podido llegar incluso a hacer desaparecer en la nada su historia desde 1926 hasta 1952? En base a todo lo que hemos expuesto en este artículo, la respuesta es clara: ni unos ni otros, en los años cruciales en torno a la segunda guerra mundial, fueron capaces de asegurar, en sus fundamentos, la continuidad histórica de la Fracción de Izquierda, única base posible para el partido de mañana. No se puede, desde luego, echarles en cara el haber creído en 1943 que las condiciones del renacimiento del partido habían madurado, teniendo en cuenta que incluso las Fracciones en el extranjero compartían esa ilusión, basada en el principio de una respuesta proletaria a la guerra que se había manifestado con las huelgas de 1943 en Italia. Pero en enero de 1946, cuando se celebra el congreso de Turín, estaba entonces claro que el capitalismo haba logrado quebrar la menor reacción proletaria, transformándola en un momento de la guerra imperialista, mediante el encuadramiento en las bandas partisanas. En tal situación, era necesario reconocer que no existía la más mínima condición indispensable para la formación del partido, que había que dedicar todas las fuerzas en el trabajo de fracción, en hacer balance y formar militantes basándose en ese balance. Ni unos ni otros fueron capaces de entrar plenamente en esa vía, lo cual explica sus posteriores contorsiones. La tendencia Damen empezó a teorizar que la formación del partido no tenía nada que ver con la reanudación de la lucha de clase, yendo así en contra de su propia experiencia de 1943. La tendencia Vercesi (cercana a Bordiga) empezó a zigzaguear entre algo que todavía no era el partido pero que ya no era la fracción (el viejo «partido-miniatura» de 1936 se reconvirtió en 1948 en «fracción ampliada»), precursora de los malabarismos de Programa Comunista sobre «partido histórico/partido formal». Únicamente la Izquierda comunista de Francia (Internationalisme), de la que se reivindica hoy la CCI, fue capaz de reconocer abiertamente los errores que se hicieron al creer que en 1943 existían las condiciones para la transformación de la fracción en partido, dedicándose a la labor de balance histórico que exigían los tiempos. Por parcial que sea, ese balance sigue siendo la base indispensable desde la que habrá que reconstruir el partido de mañana.

En la continuación de este trabajo, hemos de analizar lo que tal balance debe representar en el proceso de agrupamiento de revolucionarios que se está realizando a escala mundial.

Beyle



[1] Revista Internacional, nº 59, 4º trimestre de 1989.

[2] Véase el folleto: La Izquierda Comunista de Italia, 1917-1952 y su Suplemento sobre las relaciones entre la Izquierda italiana y la Oposición de izquierda internacional, publicados, en francés e italiano, por la CCI.

[3] «Frazione-Partito nell'esperienza della Sinistra Italiana », en Prometeo nº 2, marzo de 1979.

[4] Compte-rendu de la première conférence nationale du Parti Communiste Internationaliste d'Italie. Publicaciones de la Gauche communiste internationale, 1946.

[5] «Carta de Battaglia Comunista a la CCI», publicada en la Revista Internacional nº 8 de diciembre de 1976 Junto con nuestra respuesta.

[6] Prometeo nº 18, antigua serie, 1972:

[7] Documents de la Gauche italienne nº 1, Ed. Prometeo, enero de 1974.

[8] Battaglia Comunista nº 3, febrero de 1983, artículo reproducido en la Revista Internacional nº 34, 3er trimestre de 1983, con nuestra respuesta.

Series: 

  • Fracción y Partido [2]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [3]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [4]

La tormenta del Este y la respuesta de los revolucionarios

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El hundimiento del bloque imperialista ruso es un acontecimiento de dimensión histórica que pone fin al orden mundial que establecieron las grandes potencias después de 1945. Obviamente un acontecimiento de esa envergadura es un verdadero test para las organizaciones políticas de la clase obrera, una especie de prueba de fuego que demostrará si poseen o no las armas teóricas y organizativas que la situación reclama.

Ese test opera a dos niveles de la actividad revolucionaria muy vinculados. En primer lugar, los acontecimientos en el Este han inaugurado una nueva fase de la vida del capitalismo mundial, un período de trastornos y de incertidumbres, de caos creciente, que exige que los revolucionarios desarrollen un análisis sobre el origen y la orientación de esos acontecimientos, así como de sus implicaciones para las principales clases de la sociedad. Ese análisis debe tener bases teóricas sólidas, capaces de resistir a las turbulencias y a las dudas del momento, pero debe también deshacerse de todo apego conservador a hipótesis y esquemas que se han vuelto caducos.

En segundo lugar, el hundimiento del bloque de Este ha abierto un período difícil para la clase obrera: los obreros del Este se han dejado arrastrar por la corriente de ilusiones democráticas y nacionalistas, y la burguesía mundial ha aprovechado la oportunidad para desatar una campaña ensordecedora sobre la quiebra del «comunismo» y el «triunfo de la democracia».

Ante ese torrente ideológico los revolucionarios tienen la obligación de intervenir contra la corriente, aferrarse a los principios de clase fundamentales, para responder a una cacofonía de mentiras que tiene un impacto real en la clase obrera.

En lo que respecta a la CCI, remitimos a los artículos de esta revista y al número anterior, así como a nuestras publicaciones territoriales sobre los acontecimientos. ¿Cómo han respondido los demás grupos del medio revolucionario a esa prueba? Es éste el tema de este artículo(*).

El BIPR: un paso adelante, pero muchos atrás

Los componentes del BIPR son el Partido comunista internacionalista, que publica Battaglia Comunista en Italia y la Communist Workers Organisation en Gran Bretaña. Son grupos serios, que publican con regularidad y, lógicamente, sus números recientes han tratado los acontecimientos en el Este. Esto es en sí algo importante porque, como veremos, una de las principales características de la respuesta del medio político proletario a los acontecimientos ha sido... la ausencia de respuesta o, en el mejor de los casos, una respuesta pero con un retraso lamentable. Pero como tomamos en serio al BIPR, nos ocuparemos aquí principalmente del contenido o de la calidad de su respuesta. Y aunque sea demasiado pronto para hacer un balance definitivo, podemos decir que hasta ahora, si bien hay artículos del BIPR que contienen algunos puntos claros, esos elementos positivos se ven debilitados, por no decir socavados, por una serie de incomprensiones y de francas confusiones.

La CWO (Workers' Voice)

La primera impresión es que de los dos componentes del BIPR, la CWO (Communist Workers Organisation) respondió de la manera más adecuada. El hundimiento del bloque del Este no es solamente un acontecimiento de una importancia histórica considerable, sino que además no tiene ningún precedente en la historia. Nunca antes se había derrumbado un bloque imperialista, no bajo la presión de una derrota militar o de una insurrección proletaria, sino primero y ante todo por su total incapacidad para resistir a la crisis económica mundial. Por esa razón no era posible prever cómo se iban a desarrollar esos acontecimientos, por no hablar de su extraordinaria rapidez. Cogieron por sorpresa no sólo a la burguesía sino a las minorías revolucionarias también, incluso a la CCI. A ese nivel hay que reconocer que la CWO supo ver, desde Abril-Mayo del año pasado, que Rusia estaba perdiendo el control de sus satélites de Europa del Este, posición que World Revolution (nuestra publicación territorial en Gran Bretaña) cometió el error de criticar como concesión a las campañas pacifistas de la burguesía, y eso a causa del retraso con el que acabamos por comprobar la auténtica desintegración del sistema estalinista.

El número de Workers' Voice de Enero de 1990, el primero que salió después del hundimiento efectivo del bloque, comienza con un artículo que denuncia correctamente la mentira de que «el comunismo está en crisis», y, en otros artículos, demuestra cierto nivel de claridad sobre los tres puntos centrales siguientes:

-        la desintegración de los regímenes estalinistas es producto de la crisis económica mundial, que afecta a esos países con particular ferocidad;

-        esa crisis no se ha producido gracias al «poder del pueblo», y menos todavía a la clase obrera; las manifestaciones masivas en RDA y en Checoslovaquia no se sitúan en un terreno proletario;

-        se trata de «acontecimientos de importancia histórica mundial», que significan «el inicio del derrumbe del orden mundial que fue creado a finales de la segunda guerra mundial», y abren un período de «formación de nuevos bloques imperialistas».

Pero a pesar de su importancia, esas intuiciones se quedan a mitad de camino. Así pues, aunque vean el «inicio» de la desaparición del tinglado imperialista montado en la posguerra, no dicen claramente si el bloque ruso está verdaderamente acabado o no. Presentan los acontecimientos como «de importancia histórica mundial», pero el tono frívolo de los dos artículos de primera página apenas si lo sugieren. Y, en la página cinco del mismo periódico, se niega esa posición.

Más importante: las intuiciones de la CWO se basan más en una observación empírica de los acontecimientos que en un marco analítico claro, lo que significa que pueden ser fácilmente ocultadas con la evolución de los acontecimientos. En nuestras «Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este», de Septiembre de 1989 (Revista Internacional, nº 60), tratamos de plantear ese marco: especialmente, explicamos por qué el hundimiento fue tan repentino y total por la peculiar rigidez e inmovilidad de la forma político-económica estalinista, forma que adquirió ese régimen al haber sido la expresión de la contrarrevolución que se produjo en Rusia. En ausencia de ese marco, lo que dice la CWO es ambiguo con respecto a la profundidad real del hundimiento del estalinismo. Así pues, aunque un artículo diga que la política de Gorbachov de no intervención -lo que significaba que ya nada mantenía a los gobiernos estalinistas de Europa del Este- era «muy poco voluntaria pero impuesta al Kremlin por el estado desastroso de la economía soviética», en otras partes se da la impresión de que en el fondo la no intervención es una estrategia de Gorbachov para integrar a Rusia en un nuevo imperialismo basado en Europa, y para mejorar la economía importando tecnología occidental. Es subestimar la pérdida de control de la situación por parte de la burguesía soviética, que está simplemente luchando para sobrevivir como puede, sin ninguna estrategia seria a largo plazo.

Una vez más, la posición de la CWO sobre las manifestaciones masivas en Europa del Este y el éxodo enorme de refugiados de la RDA, no capta la gravedad de la situación. Descarta esos fenómenos alegremente diciendo que se trata de «la revuelta de la clase media contra el capitalismo de Estado» motivada por los deseos de disfrutar de las bellas mercancías occidentales: «Quieren automóviles BMW. (...) Oírles decir que tienen que esperar diez años para poder comprar un automóvil nuevo hace sangrar el corazón democrático de algunos!» Esa actitud despectiva pasa por alto un punto crucial: los obreros de Alemania del Este y de Checoslovaquia participaron masivamente en esas manifestaciones, no como clase, sino como individuos diluidos en el «pueblo». Y eso es un problema serio para los revolucionarios porque quiere decir que la clase obrera se movilizó tras las banderas de su clase enemiga. La CWO se burla más bien tontamente de la CCI porque la represión que habíamos visto como posibilidad para la burguesía de Alemania del Este no ocurrió. Pero las consecuencias trágicas y sangrientas de que los obreros se dejen embaucar en el terreno falso de la democracia fueron demostradas muy claramente por los acontecimientos de Rumania, un mes después, así como por los sucesos violentos de Azerbaiyán y de otras repúblicas de la URSS.

Asimismo, el número de WV de Diciembre no responde realmente a las campañas sobre la «democracia» en Occidente, ni toma posición sobre las consecuencias negativas que esos acontecimientos tienen para la lucha de la clase, tanto en el Este como en el Oeste.

El PCI (Battaglia Comunista)

Aunque la CWO y Battaglia Comunista formen parte del mismo agrupamiento internacional, ha existido siempre bastante heterogeneidad entre los dos grupos, tanto a nivel programático como en sus tomas de posición ante acontecimientos de la situación mundial. Con los acontecimientos del Este, esa heterogeneidad aparece muy claramente: Y en este caso, resulta que Battaglia, a pesar de ser el grupo con más experiencia, ha demostrado confusiones mucho más graves que la CWO. Es lo que resalta cuando se examinan los últimos números de Battaglia Comunista.

Octubre: Battaglia publica un artículo: «La burguesía occidental aplaude la apertura de los países del Este», que afirma que los regímenes estalinistas son capitalistas y que el origen de sus problemas es la crisis económica mundial. Pero aquí se acaba lo positivo, como lo decimos en la crítica de ese artículo que publicamos en Révolution Internationale nº 187; el resto del artículo demuestra una subestimación tremenda del hundimiento económico y político del Este. Las Tesis que adoptamos más o menos en la misma época, es decir antes de los acontecimientos espectaculares de Alemania del Este, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania, reconocen la desintegración efectiva del bloque ruso; BC opina que la formación, de regímenes «democráticos» (es decir, multipartidistas) en Europa del Este es perfectamente compatible con la cohesión del bloque. Al mismo tiempo, para BC la crisis económica que originó esos acontecimientos, pudo haber golpeado a los países occidentales en los años 70, pero no golpeó a los regímenes estalinistas sino «más recientemente» cuando, en realidad, esos países se han ido hundiendo en un pantano económico desde hace veinte años. Quizás esa extraña ilusión sobre la relativa buena salud de las economías estalinistas explica su ingenua creencia en que la apertura del «mercado del Este» representa una esperanza real para la economía capitalista mundial: «el hundimiento de los mercados de la periferia del capitalismo, el de América Latina por ejemplo, ha creado nuevos problemas de insolvabilidad para retribuir al capital... Las nuevas oportunidades que se abren en el Este de Europa pueden representar una válvula de seguridad para esa necesidad de inversiones. (...) Si ese proceso de colaboración entre Este y Oeste se concreta, representará un poco de oxígeno para el capitalismo internacional».

Hemos publicado ya una respuesta a las pretensiones de la burguesía sobre las «nuevas oportunidades» que se abren al Este (ver Revista Internacional nº 60), así que no diremos aquí más que esto: las economías del Este están tan arruinadas como las de Latinoamérica. Agobiadas por las deudas, la inflación, el despilfarro y la polución, ofrecen muy poco a Occidente en términos de oportunidades de inversión y de expansión. La idea del Este como «nuevo mercado» es pura propaganda burguesa y, al igual que en el artículo de RI, tenemos que concluir que Battaglia cayó en la trampa cual mosca en tela de araña.

Noviembre: En la época de las manifestaciones masivas en RDA y en Checoslovaquia, cuando millones de obreros se pusieron tras las banderas de la «democracia» sin la más mínima reivindicación de clase, Battaglia desafortunadamente saca un editorial que titula «Resurgimiento de la lucha de clases en el Este», otra prueba de la dificultad de Battaglia para sintonizar con la situación. El artículo se refiere no a los acontecimientos de Europa del Este sino, esencialmente, a las luchas de los mineros en la URSS que, aunque se desarrollaron a escala masiva en el verano pasado, quedaron totalmente eclipsadas por la «revolución» democrática y nacionalista que invadió al bloque. Además el artículo contiene ciertas ambigüedades sobre las reivindicaciones democráticas de los obreros rusos, al lado de reivindicaciones que expresaban sus intereses reales de clase. Aunque admite que el primer tipo de reivindicación puede fácilmente ser utilizado por el ala «radical» de la clase dominante, dice también

«... para esas masas embebidas de anti-estalinismo y de ideología del capitalismo occidental, las primeras reivindicaciones necesarias son las de derribar el régimen "comunista" con una liberalización del aparato productivo y con la conquista de libertades democráticas».

No cabe duda de que los obreros en los regímenes estalinistas han presentado reivindicaciones políticas burguesas en el curso de sus luchas (incluso en ausencia de agentes infiltrados de la clase enemiga). Pero esas reivindicaciones no son «necesarias» para la lucha proletaria; al contrario, si sirven para algo es para llevar las luchas a atolladeros, y los revolucionarios deben oponerse a ellas. Pero si Battaglia utiliza el término «necesario» no es por descuido. Es en perfecta coherencia con las teorizaciones acerca de la «necesidad» de reivindicaciones democráticas que contienen sus «Tesis sobre las tareas de los comunistas en los países periféricos»[1] ; está claro que aplican la misma lógica a los países que componían el bloque del Este.

Total, ese número de Battaglia es una respuesta de lo más inadecuada a la riada de mentiras «democráticas» que sufre el proletariado mundial. Después de haberse negado, durante veinte años, a reconocer el verdadero resurgimiento de lucha de clase, ¡Battaglia de repente empieza a verlo y a proclamarlo en el mismo momento en que la ofensiva «democrática» de las burguesías está haciendo retroceder temporalmente la concien­cia de clase!

Diciembre: Aun después de los acontecimientos en la RDA, en Checoslovaquia y en Bulgaria, BC publica un artículo «Derrumbe de las ilusiones sobre el socialismo real», que contiene una serie de ideas diferentes, pero que parece dirigido en contra de la Tesis de la CCI sobre el hundimiento del bloque.

«La perestroika rusa es un abandono de la antigua política con respecto a los países satélites, y tiene por objeto la transformación de éstos. La URSS se debe abrir a la tecnología occidental y el COMECON debe hacer lo mismo, no -como algunos piensan- en un proceso de desintegración del bloque del Este y de una retirada total de la URSS de los países europeos, sino para facilitar, mediante una reactivación de las economías del COMECON, una revitalización de la economía soviética».

Una vez más, como con la CWO, se nos describe un proceso que corresponde a un plan muy bien previsto por Gorbachov, para integrar a Rusia en una nueva prosperidad económica europea. Pero, independientemente de las fantasías de Gorbachov (o de Battaglia), la verdadera política de la clase dominante rusa le ha venido impuesta por un proceso de desintegración interna que no controla en absoluto y cuyo resultado desconoce.

Enero: Ese número contiene un artículo largo, «La deriva del continente soviético» que desarrolla ideas similares sobre los objetivos de la política extranjera de Gorbachov, pero que al mismo tiempo parece admitir que puede haber una «dislocación» del bloque del Este. Quizás BC haya progresado un poco en eso, pero si ese artículo significa un paso adelante, el artículo sobre Rumania equivale a varios pasos atrás, hacia el abismo izquierdista.

La propaganda burguesa, desde la derecha hasta la izquierda, describe los acontecimientos de Rumania en Diciembre pasado como una auténtica «revolución popular»; una sublevación espontánea de toda la población contra el odiado Ceausescu. Es verdad que en Timisoara, en Bucarest y en muchas otras ciudades, cientos de miles de personas, animadas por un odio legítimo al régimen, se echaron a la calle desafiando a la Securitate y al ejército, dispuestas a dar la vida por el derrocamiento de ese aparato de terror monstruoso. Pero también es verdad que las masas, ese «pueblo» amorfo en el que la clase obrera no estuvo nunca presente como fuerza autónoma, fueron utilizadas fácilmente como carne de cañón por los opositores, los que están ahora dirigiendo la maquinaria de la represión de Estado más o menos intacta. Los estalinistas reformistas, políticos, generales del ejército, y ex jefes de la Securitate que forman ahora el Frente de Salvación Nacional habían preparado, en gran parte, su plan con antelación: el propio Frente de Salvación Nacional había sido creado, en secreto, seis meses antes de los acontecimientos de Diciembre. Lo único que estaban esperando era que se presentara la ocasión, que llegó con las matanzas en Timisoara y con las manifestaciones masivas que hubo después. A la una, los generales del ejército ordenaban a los soldados disparar contra los manifestantes, a las dos «pasaban del lado del pueblo», es decir, utilizaban al pueblo de peldaño para subirse al sillón gubernamental. Eso no es una revolución. Una revolución implica que el proletariado se organice él mismo como clase y disuelva el aparato de Estado de la burguesía y especialmente la policía y el ejército. A lo sumo eso fue una revuelta desesperada que fue canalizada inmediatamente hacia un terreno político capitalista por las fuerzas todavía intactas de la oposición burguesa. Ante esa inmensa tragedia que costó la vida a miles de obreros, por una causa que no era la suya, los revolucionarios tienen el deber de elevar la voz en contra de esa marea de propaganda burguesa que la presenta como una revolución.

¿Pero cómo responde BC?... Cayendo en la trampa:

«Rumania es el primer país de las regiones industrializadas en donde la crisis económica mundial ha provocado una auténtica insurrección popular que derrocó al gobierno reinante» («Ceausescu ha muerto, pero el capitalismo sigue vivo»). En efecto, «en Rumania todas las condiciones objetivas y casi todas las condiciones subjetivas estaban presentes para convertir la insurrección en una revolución social verdadera y auténtica» (ibid). Y no es difícil adivinar qué «factor subjetivo» particular faltaba: «La ausencia de una fuerza política de clase genuina dejó el campo abierto a las fuerzas que trabajaron por el mantenimiento de las relaciones burguesas de producción» (ibid).

«Una insurrección popular verdadera y auténtica». ¿Qué bicho es ése? En sentido estricto, insurrección es la toma del poder armada por una clase obrera organizada y consciente como en Octubre de 1917. Una «insurrección popular» es una contradicción en los términos, porque el «pueblo» en sí, que para el marxismo sólo significa un conglomerado amorfo de clases (cuando no es un disfraz de fuerzas de la burguesía), no puede tomar el poder. Lo que en realidad sucede aquí es que, una vez más, Battaglia hace concesiones más que embarazosas a las campañas de la burguesía sobre la «revolución popular», campañas en las cuales los izquierdistas han desempeñado un papel muy importante.

Esos pasajes revelan también el idealismo profundo de Battaglia cuando se trata de la cuestión del partido. ¿Cómo es posible que declaren que el único elemento «subjetivo» que faltaba en Rumania era la organización política? Otro elemento subjetivo indispensable para la revolución es una clase obrera organizada en organismos unitarios, los consejos obreros, En Rumania no sólo era inexistente sino que además la clase obrera ni siquiera estaba luchando en el más elemental terreno de clase; durante los acontecimientos de Diciembre no se vio signo de ninguna reivindicación de clase por parte de los obreros. Toda huelga era canalizada inmediatamente hacia la «guerra civil» burguesa que arrasaba el país.

La organización política de la clase no es un deus ex machina. Sólo puede ganar una influencia significativa en la clase, tener un peso a favor de la revolución, cuando los obreros van hacia enfrentamientos masivos y directos contra la burguesía. Pero en Rumania los obreros ni siquiera luchaban por sus intereses más básicos. Todo su valor y sus ganas de luchar se movilizaron al servicio de la burguesía. En ese sentido estaban más lejos de la revolución que todas las luchas defensivas de Europa occidental en los últimos diez años, luchas que a Battaglia le costó tanto percibir.

Considerando que el BIPR es el segundo polo principal del medio político proletario internacional, el desconcierto de Battaglia ante la «tormenta del Este» es una triste indicación de la debilidad más general del medio. Y por el peso de Battaglia en el mismo BIPR, es muy probable que la CWO retroceda hacia las confusiones de Battaglia en vez de empujar hacia una claridad mayor (hay que esperar a ver qué dicen acerca de la «revolución» en Rumania). En todo caso, la incapacidad del BIPR de hablar con una sola voz sobre esos acontecimientos históricos revela una debilidad que le costará cara en el período venidero.

Bordiguismo, neobordiguismo, consejismo, neoconsejismo, etc.

Como hemos dicho, aparte de la CCI y del BIPR, la respuesta más característica ha sido o el silencio o la rutina de publicaciones irregulares o poco frecuentes, negándose a hacer un esfuerzo especial para responder a esos cambios históricos mundiales. Aunque, aquí también, existen varios grados.

Así, después de un largo silencio, Fomento Obrero Revolu­cionario en Francia publicó un número de Alarme en respuesta a los acontecimientos. El editorial es una respuesta relativamente clara a las campañas de la burguesía sobre «la quiebra del comunismo». Pero cuando, en otro artículo, FOR desciende de ese nivel general a los acontecimientos concretos de Rumania, llega a posiciones cercanas a las de BC: no habrá sido una revolución, pero sí fue una «insurrección». Y «aunque probablemente nadie pensó entonces en hablar de comunismo en Rumania, medidas como el armamento de los obreros, el mantenimiento de comités de vigilancia y la toma en manos de la organización de la lucha, de la producción (determinar las necesidades alimenticias y médicas según su naturaleza, sus calidades y cantidades), la exigencia de disolución de los cuerpos armados estatales (ejército, milicia, policía...), y la confluencia con, por ejemplo, el comité que ocupaba el palacio presidencial, hubieran constituido los primeros pasos de una revolución comunista.».

Como BC, FOR se ha lamentado durante mucho tiempo por «la ausencia» de lucha de clase; ahora ve «los primeros pasos de una revolución comunista» en el momento en que la clase obrera ha sido desviada hacia el terreno de la burguesía. Es lo mismo cuando considera los efectos «positivos» del hundimiento del bloque ruso (hundimiento que parece reconocer, puesto que escribe: «se puede considerar que el bloque estalinista está vencido (...)». Según FOR esto ayudará a los obreros a ver la identidad de su condición a nivel internacional. Puede que eso sea verdad, pero insistir sobre ese punto en este momento es ignorar el impacto esencialmente negativo que la ofensiva ideológica actual de la burguesía tiene en el proletariado.

La corriente «ortodoxa» bordiguista posee todavía cierta solidez política, por ser producto de una tradición histórica en el movimiento revolucionario. Se pueden ver los «restos» de esa solidez, por ejemplo, en la última edición de Le Prolétaire, publicación en Francia del Partido Comunista Internacional (Programa Comunista). A diferencia del entusiasmo injustificado de BC y de FOR por los acontecimientos en Rumania, el número de Diciembre del 89-Febrero del 90 de Le Prolétaire toma posición claramente en contra de la idea de que las manifestaciones de masas en Europa del Este pertenezcan a la revolución, o sean los «primeros pasos» de una revolución:

« Además de las aspiraciones a la libertad y a la democracia, la característica común de todos los manifestantes de Berlín, de Praga y de Bucarest, es el nacionalismo. El nacionalismo y la ideología democrática que pretenden abarcar a «todo el pueblo», son ideologías de clase, ideologías burguesas. Y de hecho, son capas burguesas y pequeño-burguesas, frustradas por verse excluidas del poder, quienes fueron los verdaderos actores de esos movimientos y que finalmente lograron enviar a sus representantes a los nuevos gobiernos. La clase obrera no se manifestó como clase por sus propios intereses. Cuando hizo huelga, como en Rumania y en Checoslovaquia, fue siguiendo el llamamiento de los estudiantes, como simple componente indiferenciado del "pueblo". No ha tenido la fuerza hasta ahora de rechazar los llamamientos a mantener la unión del pueblo, la unión nacional entre las clases.

Aunque esas movilizaciones tuvieron un carácter violento, no alcanzaron el estadio de una «insurrección popular»: «En Rumania, los combates sangrientos que decidieron el desenlace, opusieron el ejército regular a elementos de los cuerpos especiales (Securitate) es decir que los combates se desarrollaron entre fracciones del aparato de Estado, no contra ese mismo aparato.»

Con respecto a las causas históricas y los efectos de esos acontecimientos, Le Prolétaire parece reconocer el papel clave de la crisis económica, y afirma igualmente que la desintegración del bloque occidental es la consecuencia inevitable de la desintegración del bloque del Este. También es consciente de que el pretendido hundimiento del «socialismo» es utilizado para embrollar la conciencia de los obreros en todas partes, y denuncia también correctamente la mentira según la cual los regímenes del bloque del Este no tendrían nada que ver con el capitalismo.

Del lado negativo, Le Prolétaire parece subestimar todavía la verdadera dimensión del hundimiento del Este, puesto que defiende que «quizás la URSS esté debilitada, pero sigue siendo, para el capitalismo mundial, responsable del mantenimiento del orden en su zona de influencia», cuando en realidad, el capitalismo mundial tiene conciencia de que ya no puede contar con la URSS para mantener el orden en el interior de sus propias fronteras. Al mismo tiempo, sobrestima la capacidad de los obreros del Este para superar las ilusiones sobre la democracia con sus luchas propias. En efecto, parece pensar que habrá luchas contra las nuevas «democracias» del Este que ayudarán a los obreros del Oeste a deshacerse de sus ilusiones, cuando lo cierto es lo contrario.

Ahora bien, el PCI-Programa Comunista, en los últimos años, se ha acercado mucho a posiciones abiertamente burgue­sas, sobre cuestiones tan críticas como la «liberación nacional» y la cuestión sindical. La respuesta relativamente sana de Le Prolétaire a los acontecimientos del Este prueba que existe todavía una vida proletaria en ese organismo. Pero no creemos que eso represente realmente un nuevo renacimiento: lo que les permite defender una posición de clase con respecto a estos acontecimientos es más la antipatía «clásica» que le tienen los bordiguistas a la democracia, que un examen crítico de las bases oportunistas de su política.

Se podría decir lo mismo del «otro» PCI, el que publican Partito Comunista en Italia y La Gauche Communiste (La Izquierda Comunista) en Francia. Con respecto a los acontecimientos de la primavera en China y del otoño en Alemania del Este, es capaz de afirmar claramente que la clase obrera no ha aparecido en su propio terreno. En el artículo «En China, el Estado defiende la libertad del capital contra los obreros», llega a la difícil pero necesaria conclusión que «aunque las ametralladoras que barrieron las calles también dispararon contra él, (el proletariado chino) tuvo la fuerza y la voluntad de no dejarse atraer por un ejemplo ciertamente heroico, pero que no le concierne».

Con respecto a Alemania del Este, escribe «por el momento se trata de movimientos interclasistas que se sitúan en un terreno democrático y nacional. El proletariado se encuentra ahogado en la masa pequeño-burguesa y no se diferencia en nada de ella en cuanto a reivindicaciones políticas».

Bueno. Pero ¿cómo puede ese PCI reconciliar esa sobria realidad con el artículo que publica sobre las huelgas de los mineros en Rusia, en donde proclama que el proletariado en los regímenes estalinistas es menos permeable a la ideología democrática que los obreros del Oeste?[2].

Fuera de la corriente bordiguista «ortodoxa» existe un montón de sectas a las que les gusta el plato de la «Izquierda italiana» pero condimentado con una pizca de modernismo, o de anarquismo, pero sobre todo, de academicismo. Así, durante todos los meses en que se desarrollaron esos acontecimientos que son la historia actual, nada perturbó la tranquilidad de grupos como Communisme ou Civilisation o Mouvement Communiste («por el Partido Comunista mundial», eso sí), que prosiguen sus investigaciones sobre la crítica de la economía política, convencidos de estar siguiendo los pasos de Marx cuando se retira del «partido formal» para concentrarse en Das Kapital. ¡Como si Marx se hubiera podido quedar callado ante acontecimientos históricos de tal dimensión! Pero hoy, hasta los elementos más activistas de esa corriente, como el Grupo Comunista Internacionalista, parecen haberse encerrado al calor de sus bibliotecas, pues fuera hace frío y viento...

¿Y qué es de los consejistas? No hay mucho que decir. En Gran Bretaña, silencio por parte de Wildcat y de Subversion. Un grupo de Londres, The Red Menace (La amenaza roja) pidió disculpas por no haber publicado nada sobre Europa del Este en el número de Enero de su boletín. Sus energías estaban ocupadas en la denuncia mucho más apremiante... del Islam, pues es ése el contenido principal de una hoja que publicaron recientemente. Sin embargo, como esa hoja también pone en el mismo nivel bolchevismo y estalinismo, la revolución de Octubre y la contrarrevolución burguesa, sirve también para recordar de qué manera el consejismo hace eco a las campañas de la burguesía que también se dedican a demostrar que existe una continuidad entre la revolución de 1917 y los campos de concentración estalinistas.

Con respecto a los neo-consejistas de la Fracción Externa de la CCI, podemos decir poco por el momento, puesto que su última publicación es del verano pasado y que no les ha parecido necesario hacer publicación especial alguna sobre la situación. Pero lo menos que se puede decir es que su último número (Perspective lnternationaliste nº 14) no inspira mucha confianza. Para la FECCI, la instalación del gobierno Solidar­nosc en Polonia no implicó ninguna pérdida de control por parte de los estalinistas al contrario, reveló su capacidad de utilizar la carta democrática para engañar a los obreros. Aquí también, difícilmente se puede esperar una clara posición de clase con respecto al baño de sangre en Rumania, puesto que vieron detrás de las matanzas en China no una lucha salvaje entre fracciones burguesas sino una huelga de masas embriona­ria, y denuncian a la CCI por no haberla visto. Y, si se pueden tomar en cuenta afirmaciones hechas en reuniones públicas en Bélgica, la FECCI sigue guiándose por el ya viejo principio del medio: decir lo contrario de lo que dice la CCI. Ponen mucho hincapié en negar que el bloque del Este se ha derrumbado; un bloque imperialista sólo se puede derrumbar por derrota militar o por la lucha de clase, porque así sucedió en el pasado. Para un grupo que pretende ser el castigador de todas las versiones osificadas y dogmáticas del marxismo, esto aparece como una tentativa patética de aferrarse a esquemas probados y comprobados. Pero no diremos más mientras no hayamos visto sus posiciones por escrito.

El nuevo período
y la responsabilidad de los revolucionarios

Aunque se trate de una situación en evolución, tenemos ya suficientes elementos como para concluir que los acontecimientos del Este han puesto violentamente en evidencia las debilidades del medio proletario existente. Fuera de la CCI que, a pesar de atrasos y errores, fue capaz de asumir sus responsabilidades ante estos sucesos, y aparte de algunos rasgos de clarividencia mostrados por los grupos políticos más serios, hemos visto diversos grados de confusión, o una incapacidad total para decir algo. Para nosotros eso no provoca ningún sentimiento victorioso de «superioridad», sino que pone en evidencia la enorme responsabilidad que pesa en la CCI. Al haber entrado en un período de reflujo de la conciencia de la clase, las dificultades del medio no se van a atenuar. Al contrario, pero eso no es un argumento para caer en la pasividad o el pesimismo. Por un lado, la aceleración de la historia va a incrementar a su vez el proceso de decantación que habíamos observado ya en el medio. La rueda implacable de la historia arrasará con los grupos efímeros y parasitarios que han demostrado su total incapacidad para responder al nuevo período, pero va a sacudir desde la raíz también a las corrientes más importantes si no son capaces de corregir sus errores y sus ambigüedades. Ese proceso será sin duda doloroso pero no negativo obligatoriamente, a condición de que los elementos más avanzados en el medio, y la CCI particularmente, sean capaces de despejar una orientación clara que pueda servir en un momento difícil de la historia.

Una vez más, un reflujo general de la conciencia de la clase, es decir, a nivel de la extensión de la conciencia en la clase, no significa «desaparición» de la conciencia de clase, el fin de su desarrollo en profundidad. Hemos visto ya, de hecho, que los acontecimientos del Este han sido un estímulo considerable para una minoría de personas que tratan de comprender lo que está pasando y que han vuelto a tomar contacto con la vanguardia política. Aunque habrá vacilaciones, el proceso subyacente continuará. Nuestra clase no ha sufrido derrota histórica y existen posibilidades reales de que vuelva a salir del repliegue actual para desafiar al capitalismo de manera más profunda que nunca.

Para la minoría revolucionaria, es indudablemente un momento durante el cual las tareas de clarificación política y de propaganda general tenderán a adquirir más importancia que la intervención de agitación. Pero eso no significa que los revolucionarios deban retirarse a sus estudios. Nuestra tarea es quedarnos con y en nuestra clase, aunque nuestra intervención se haga en condiciones más difíciles y vaya más que antes «contra la corriente». Más que nunca, las voces de los revolucionarios deben hacerse oír; es efectivamente una de las condiciones para que la clase supere sus dificultades actuales y vuelva al centro del escenario de la historia.

CDW, Febrero de 1990.



(*)Terminando ya esta revista, nos llegaron nuevas publicaciones: Workers' Voice, Battaglia Comunista, Suplemento a Perspective Internationa­liste, cuya critica no podemos incluir en este articulo. Globalmente, WV mantiene el mismo análisis del periodo, denunciando más claramente los peligros para el proletariado. BC parece haber abandonado en parte sus delirios sobre la «Insurrección popular» en Rumania. PI anda con rodeos y minimiza el hundimiento del bloque y, sin decir nada sobre su gran descubrimiento «teórico» sobre «la transición de la dominación formal a la dominación real del capital» como explicación de la situación en la URSS, ve la situación bastante bien controlada por Gorbachov. La posición minoritaria del mismo PI admite más claramente el hundimiento del bloque ruso y sus orígenes en la crisis económica. La evolución de las posiciones demuestra que los acontecimientos empujan a la clarificación, pero el problema del marco general de análisis sigue planteado tal y como lo enfocamos en este articulo, escrito antes de recibir estas publicaciones.

 

[1] Ver nuestra critica de ese texto en la Revista Internacional nº 46, 3er trimestre de 1986.

[2] Ver articulo: «La responsabilidad de los revolucionarios» en Rivoluzíone Internazionale nº 62.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [3]

Acontecimientos históricos: 

  • Hundimiento del Bloque del Este [5]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [6]

Tras el hundimiento del bloque del este, inestabilidad y caos

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El hundimiento del bloque del Este que acabamos de presenciar, es, junto con la reanudación histórica del proletariado a finales de los años 60, el hecho más importante desde la segunda guerra mundial. En efecto, lo ocurrido en la segunda mitad del año 1989 ha significado el final de la configuración del mundo tal como había sido durante décadas. Las Tesis sobre la crisis económica y política en URSS y en los países del Este (véase Revista Internacional nº 60), redactadas en septiembre del 89, proporcionan el marco para comprender lo que

El hundimiento del bloque del Este que acabamos de presenciar, es, junto con la reanudación histórica del proletariado a finales de los años 60, el hecho más importante desde la segunda guerra mundial. En efecto, lo ocurrido en la segunda mitad del año 1989 ha significado el final de la configuración del mundo tal como había sido durante décadas. Las Tesis sobre la crisis económica y política en URSS y en los países del Este (véase Revista Internacional nº 60), redactadas en septiembre del 89, proporcionan el marco para comprender lo que está en juego en esos acontecimientos. Esencialmente, ese análisis ha sido ampliamente confirmado por lo ocurrido en estos últimos meses. Por eso, no es necesario volver aquí ampliamente sobre dicho análisis, si no es para dar cuenta de los principales acontecimientos producidos desde la aparición del número anterior de esta Revista. En cambio, es esencial para los revolucionarios examinar las implicaciones de esta nueva situación histórica, sobre todo por la importancia de las diferencias que tiene con el período anterior. Esto es lo que se propone este artículo.

Durante varios meses, la evolución de la situación en los países del Este parecía cumplir los deseos de la burguesía en favor de una «democratización pacífica». Sin embargo, desde finales de diciembre, la perspectiva de enfrentamientos homicidas que ya preveíamos en las Tesis obtenía su trágica confirmación.

Las convulsiones brutales y el baño de sangre que se han vivido en Rumania y en Azerbaiyán soviético no serán una excepción. La «democratización» de aquel país era el final de una etapa en el hundimiento del estalinismo, el de la desaparición de las «democracias populares»[1]. A la vez, abría un período nuevo: el de las convulsiones sangrientas que van afectar a esa parte del mundo, y muy especialmente a ese país de Europa donde el partido estalinista sigue conservando el poder (haciendo salvedad de la minúscula Albania), o sea, la URSS misma. En efecto, los acontecimientos de las últimas semanas en ese país confirman la total pérdida de control de la situación por las autoridades, incluso si, por el momento, Gorbachov parece ser capaz de mantener su posición al mando del Partido. Los tanques rusos en Bakú no son en absoluto una demostración de fuerza del poder que dirige la URSS; son, al contrario, una terrible demostración de flaqueza. Gorbachov había prometido que desde ahora, las autoridades no recu­rrirían a la fuerza armada contra la población: el baño de sangre del Cáucaso ha rubricado el fracaso total de su política de «reestructuración». Ya que lo que está ocurriendo en esas regiones no es sino el anuncio de convulsiones mucho mayores que van a zarandear y, en fin de cuentas, hundir a la URSS.

La URSS se hunde en el caos

En unos cuantos meses, la URSS ha perdido el bloque imperialista que dominaba hasta el verano pasado. Ya no existe el «bloque del Este»; se ha ido deshaciendo a la vez que se iban derrumbando cual castillo de naipes los regímenes estalinistas que dirigían las «democracias populares». Pero no iba a quedarse ahí semejante ruina. La causa primera de la descomposición del  bloque del Este es la quiebra económica y política total del régimen de su potencia dominante, debida a los golpes de la agravación inexorable de la crisis mundial del capitalismo. Y es obligatoriamente en esa potencia dominante en donde esa quiebra iba a aparecer con mayor brutalidad. La explosión del nacionalismo en el Cáucaso, los enfrentamientos armados entre azeríes y armenios, los pogromos de Bakú, todas las convulsiones que originaron la intervención masiva y sangrienta del Ejército «rojo», son un paso más en el hundimiento, en el estallido de lo que era, hace menos de un año, la segunda potencia mundial. La secesión abierta de Azerbaiyán (en donde incluso el Soviet supremo se ha levantado contra Moscú), pero también la de Armenia, en donde quien domina en la calle son fuerzas armadas que no tienen nada que ver con las autoridades oficiales, no son sino los precedentes de otras secesiones del conjunto de regiones que rodean a Rusia. El recurso a la fuerza armada ha sido para las autoridades de Moscú el intento de acabar con ese proceso, cuyas próximas etapas vienen anunciadas ya por la secesión «tranquila» de Lituania y las manifestaciones nacionalistas en Ukrania a primeros de enero. La represión no podrá, en el mejor de los casos, sino postergar lo ineluctable. En Bakú, ya hoy, por no mencionar otras ciudades y el campo, la situación dista mucho de estar bajo el control de las autoridades centrales. El silencio que ahora mantienen los media no significa ni mucho menos que las «aguas hayan vuelto a sus cauces». En la URSS, al igual que en Occidente, la glasnost es selectiva. No hay que animar a otras nacionalidades a que sigan el ejemplo de armenios y azeríes. Y aunque, por ahora, los tanques han logrado imponer la losa del silencio sobre las manifestaciones nacionalistas, el poder de Moscú no ha arreglado nada. Hasta ahora, sólo una parte de la población se había movilizado activamente contra la tutela de Rusia. La llegada de los tanques y las matanzas han unificado a los azeríes contra el «ocupante». Los armenios no son los únicos en temer por sus vidas. La población rusa de Azerbaiyán corre el riesgo de pagar los platos rotos de la operación militar. Además, las autoridades de Moscú no tienen medios para emplear por todas partes el mismo método de «mantenimiento del orden». Primero, los azeríes no son sino una pequeña parte de la totalidad de pueblos no rusos que viven en la URSS. Cabe preguntarse, por ejemplo, con qué medios podría el gobierno, meter en cintura a 40 millones de ukranianos. Segundo, las autoridades no pueden contar con la obediencia del mismísimo Ejército «rojo». En él, los soldados pertenecientes a las minorías que hoy exigen su independencia están cada vez menos dispuestos a que los maten para garantizar la tutela rusa sobre esas minorías. Los rusos mismos, por lo demás, cada vez tienen menos ganas de asumir tal labor. Eso lo han demostrado manifestaciones como la del 19 de enero en Krasnódar, en el sur de Rusia, cuyas consignas demostraban claramente que la población no está dispuesta a aceptar un nuevo Afganistán y que obligaron a las autoridades a liberar a los reservistas movilizados días antes.

Es así como el mismo fenómeno que llevó hace algunos meses a la explosión del ex-bloque ruso, continúa hoy con la de su ex-líder. Al igual que sus regímenes estalinistas mismos, el bloque del Este no aguantaba sino con el terror, con la amenaza, varias veces llevada a cabo, de una represión armada bestial. En cuanto la URSS, a causa de su bancarrota económica y la parálisis resultante en su aparato político y militar, dejó de tener los medios de ejercer tal represión, su imperio se dislocó inmediatamente. Y esta dislocación ha arrastrado con ella la de la URSS misma, puesto que este país está también formado por un mosaico de nacionalidades bajo la tutela de Rusia. El nacionalismo de esas minorías, cuyas manifestaciones abiertas habían sido impedidas por la despiadada represión estalinista, pero que se ha acrecentado a causa de esa misma represión y del silencio a que estaba condenado, se ha desencadenado en cuanto pareció, con la perestroika gorbachoviana, que se alejaba la amenaza de la represión. Hoy, la represión está de nuevo al orden del día, pero ya es demasiado tarde para dar marcha atrás a la rueda de la historia. Al igual que la situación económica, la situación política escapa totalmente al control de Gorbachov y su partido. Lo único que su perestroika ha permitido es que haya todavía menos cosas en los estantes de los almacenes, que haya más miseria y que, además, se haya dado rienda suelta a los más sórdidos sentimientos patrioteros y xenófobos, a los pogromos, matanzas y persecuciones de todo tipo.

Y eso sólo es el principio. El caos que impera ya hoy en la URSS se irá agravando, pues el régimen que gobierna todavía el país, al igual que el estado de su economía, no ofrecen la menor perspectiva. La perestroika, o sea la tentativa de adaptar pasito a paso un aparato económico y político paralizado frente a la agravación de la crisis mundial, está demostrando cada día más su quiebra total. El retorno a la situación anterior, restableciendo la centralización total del aparato económico y el terror de la época estalinista o brezhneviana, incluso si es intentado por los sectores «conservadores» del aparato, no resolvería nada. Estos métodos ya demostraron su ineficacia, puesto que la perestroika surgió precisamente de la comprobación de su inutilidad. Desde entonces, la situación no ha ido sino empeorándose en todos los planos y a una escala considerable. La resistencia todavía muy fuerte de un aparato burocrático que comprueba cómo se van disolviendo a sus pies las bases mismas de su poder y de sus privilegios, acabará en baño de sangre sin que ello permita superar el caos. Y, en fin, el establecimiento de formas más clásicas de dominación capitalista (autonomía de gestión de las empresas, introducción de criterios de competencia en el mercado), aunque sea la única «perspectiva», no podrá, en lo inmediato, sino agravar todavía más el caos de la economía. Ya pueden verse hoy en Polonia las consecuencias de tal política: 900 % de inflación, aumento imparable del desempleo, parálisis creciente de las empresas (en el 4º trimestre del 89, la producción de bienes alimenticios tratados por la industria bajó en un 41 %, la del vestido en un 28 %). En un contexto así, de caos económico, no hay cabida para una «democratización suave», ni para la estabilidad política.

Así, sea cual sea la política que surgirá de las esferas dirigentes del PC de la URSS, sea cual sea el posible sucesor de Gorbachov, el resultado no sería muy diferente, la perspectiva en ese país es la de convulsiones en aumento. De éstas, las últimas semanas no nos han dado sino una pequeña muestra: hambres, matanzas, ajustes de cuentas entre camarillas de la «Nomenklatura» y entre poblaciones embrutecidas por el nacionalismo. Mediante la mayor de las barbaries logró el estalinismo establecer su poder sobre el cadáver de la Revolución comunista de octubre de 1917, víctima de su trágico aislamiento internacional. Y en la barbarie, el caos, la sangre y el fango está hoy agonizando ese inmundo sistema estalinista.

Cada día más, la situación de la URSS y de la mayoría de los países de Europa del Este, va a parecerse a la de los países del «Tercer Mundo». La barbarie total que desde hace años ha convertido a estos países en auténtico infierno, la descomposición de toda vida social, la ley impuesta por cuadrillas armadas, todo lo que nos propone como ejemplo el Líbano, serán cada día menos una especialidad de las áreas alejadas del corazón del capitalismo. Ya hoy, toda una parte del mundo dominada hasta ahora por la segunda potencia mundial está amenazada de «libanización». Y ello, en Europa misma, a unos cuantos cientos de kilómetros de las concentraciones industriales más antiguas e importantes del mundo.

Por todo ello, el hundimiento del bloque imperialista del Este no sólo acarrea trastornos para los países del área y para las constelaciones imperialistas tal como habían surgido de la segunda guerra mundial. Ese hundimiento lleva consigo una inestabilidad general que acabará afectando a todos los países del mundo, incluidos los más sólidos. Es, por eso, de suma importancia que los revolucionarios sean capaces de comprender la amplitud de estos cambios y, en especial, de actualizar el marco de análisis que era válido hasta el verano pasado, cuando se celebró nuestro último congreso internacional (véase Revista Internacional nº 59), pero que los acontecimientos de la segunda mitad de 1989 han vuelto en parte caducos. Esa actualización es lo que aquí nos proponemos hacer, en torno a los tres «clásicos» ejes del análisis de la situación internacional:

  • la crisis del capitalismo,
  • los conflictos imperialistas,
  • la lucha de clases.

La crisis del capitalismo

Es el punto de los análisis del último Congreso que sigue estando de actualidad. En efecto, la evolución de la situación de la economía mundial durante los 6 últimos meses ha confirmado plenamente los análisis del Congreso en cuanto a la agravación de la crisis de la economía mundial. Las ilusiones que los «especialistas» burgueses habían intentado mantener en cuanto al «desarrollo» y la «salida de la crisis» -ilusiones basadas en las cifras de 1988 y principios del 89, particularmente en la evolución del PNB- ya están siendo puestas en entredicho (véanse los artículos sobre el tema en este número de la Revista Internacional y en el precedente).

Por lo que se refiere a los países del ex-bloque del Este, la glasnost, que hoy permite hacerse una idea más realista de su verdadera situación, también permite darse una idea de la amplitud del desastre. Las cifras oficiales anteriores, que ya daban cuenta de un desastre de primera importancia, estaban muy por debajo de la realidad. La economía de los países del Este aparece como un auténtico mundo en ruinas. La agricultura (que emplea sin embargo una proporción mucho más alta de la población que en los países occidentales), está totalmente incapacitada para alimentar a la población. El sector industrial no sólo es totalmente anacrónico y caduco, sino que además está totalmente bloqueado, incapaz de funcionar, por falta de transportes y de abastecimiento en piezas de recambio, a causa del desgaste de las máquinas etc., y, sobre todo, a causa del desinterés general de todos sus protagonistas, desde los aprendices hasta los directores de fábrica. Casi medio siglo después de la segunda guerra mundial, una economía que, según lo que decía Jruschev a principios de los años 60, iba a alcanzar y adelantar a la de los países occidentales y «dar la prueba de la superioridad del "socialismo" sobre el capitalismo», parece como si acabara de salir de la guerra. Como ya hemos dicho, es la quiebra total de la economía estalinista, comprobada ya desde hace años frente a la agravación de la crisis mundial, lo que ha originado el hundimiento del bloque del Este, pero tal quiebra no ha alcanzado su punto extremo ni mucho menos. Y eso tanto más por cuanto a nivel mundial, la crisis económica va a agravarse todavía más, acentuándose encima sus efectos a causa precisamente de la catástrofe que afecta a los países del Este.  

A este respecto, hay que denunciar la imbecilidad, propagada por sectores de la burguesía, pero también por ciertos grupos revolucionarios, de creer que la apertura de la economía de los países del Este al mercado mundial sería un «balón de oxí­geno» para la economía capitalista en su conjunto. La realidad es muy diferente.

Primero, para que los países del Este pudieran contribuir a mejorar la situación de la economía mundial, antes deberían ser un mercado real. Necesidades no deja de haber, desde luego, como también las hay en los países subdesarrollados. De lo que se trata es de saber con qué van a comprar todo lo que les falta. Y ahí es donde se comprueba inmediatamente la absurdez de aquel análisis. Esos países NO TIENEN NADA con qué pagar lo que compren. No disponen del más mínimo recurso finan­ciero; de hecho, hace ya tiempo que se han apuntado a la peña de los países endeudados: la deuda externa del conjunto de las ex-democracias populares ascendía en 1989 a 100 mil millones de dólares[2], o sea, un monto cercano al de Brasil para una población y un PNB igualmente comparables. Para poder comprar, primero tendrían que vender. Y ¿qué van a vender en el mercado mundial cuando precisamente la causa primera del hundimiento de los regímenes estalinistas, en el contexto de crisis general del capitalismo, es la falta total de capacidad competitiva en el mercado mundial de las economías que dirigían?

Ante esa objeción, algunos sectores de la burguesía responden que estaría bien un nuevo «Plan Marshall» que permitiera reconstituir el potencial económico de esos países. Cierto es que la economía de los países del Este tiene algunas analogías con la de toda Europa tras la segunda guerra mundial, pero, hoy, un nuevo «Plan Marshall» es totalmente imposible. Ese Plan, cuya finalidad esencial no era tanto la de reconstruir Europa sino sustraerla a la amenaza de control por parte de la URSS, tuvo éxito en la medida en que el mundo entero (salvo Estados Unidos) necesitaba reconstruirse. En aquella época no existía el problema de sobreproducción general de mercancías; fue precisamente el final de la reconstrucción de Europa Occidental y de Japón lo que originó la crisis abierta que hoy conocemos desde finales de los años 60. Por eso, una inyección masiva de capitales en los países del Este hoy, para desarrollar su potencial económico y especialmente el industrial, está fuera de lugar. Aún suponiendo que se pudiera poner en pie ese potencial productivo, las mercancías producidas no harían sino atascar todavía más un mercado mundial supersaturado. Con los países que hoy están saliendo del estalinismo ocurre lo mismo que los subdesarrollados: toda la política de créditos masivos inyectados en éstos durante los años 70 y 80 ha desembocado obligatoriamente en la situación catastrófica bien conocida: una deuda de 1 billón 400 millones de $ y unas economías todavía más destrozadas que antes. A los países del Este, cuya economía se parece en muchos aspectos a la de los subdesarrollados, no les espera otro destino. Los financieros de las grandes potencias occidentales no se engañan y no andan corriendo a codazo limpio para aportar capitales a países que, como la recién «desestalinizada» Polonia que necesitaría como mínimo 10 mil millones de dólares en tres años, los piden a gritos, mandando de pedigüeño incluso al «obrero» premio Nóbel, Walesa en persona. Y como esos responsables financieros lo son todo menos filántropos, no habrá ni créditos ni ventas masivas de los países más desarrollados hacia los países que acaban de «descubrir» las «virtudes» del liberalismo y de la «democracia». Lo único que podrán esperar es que les manden algún que otro crédito y ayuda urgente para que esos países eviten la bancarrota financiera abierta y hambres que no harían sino agravar las convulsiones que los están sacudiendo. Y no será eso lo que podría significar un «balón de oxígeno» para la economía mundial.

Entre los países del ex-bloque del Este, la RDA es, evidentemente, un caso aparte. Este país no está destinado a mantenerse como tal. La perspectiva de su absorción por la RFA es algo ya admitido, no sólo, de mala gana, por las grandes potencias sino también por su actual gobierno. Sin embargo, la integración económica, primera etapa de la «reunificación», único medio para atajar el éxodo masivo de la población de la RDA hacia la RFA, está ya planteando problemas considerables, tanto a este país como a sus socios occidentales. El «salvamento» de la economía de Alemania Oriental es un fardo enorme financieramente hablando. Si bien, por un lado, las inversiones que se realizarán en esa parte de Alemania, podrán ser una «salida» momentánea para ciertos sectores industriales de la Occidental y de otros países de Europa, por otro lado, esas inversiones acabarán agravando el endeudamiento general de la economía capitalista, a la vez que servirán para atascar más todavía el mercado mundial. Por eso, el reciente anuncio de la creación de una unión monetaria entre las dos Alemanias, decisión motivada más por razones políticas que económicas (como lo demuestran las reticencias del presidente del Banco federal), no ha levantado, ni mucho menos, mareas de entusiasmo en los países occidentales. En realidad, la RDA es, en lo económico, un regalo envenenado para la RFA. Alemania del Este es: una industria arruinada, una economía agotada, un montón de deudas y vagones enteros de marcos-Este que apenas si valen el papel con que están hechos, pero que la RFA deberá comprar a precio fuerte cuando el marco alemán se convierta en moneda común para las dos partes de Alemania. En RFA, la fábrica de billetes va a ponerse a tope, y la inflación también.

Es así como lo que fundamentalmente puede esperar la economía capitalista del bloque del Este, no es ni mucho menos, una atenuación de la crisis sino dificultades en aumento. Por un lado, como ya hemos visto, la crisis financiera (la montaña de deudas impagables) se agravará; además, el debilitamiento en la cohesión del bloque occidental y, a la larga, su desaparición (véase más lejos) traen la perspectiva de mayores dificultades para la economía mundial. Como ya hemos puesto en evidencia desde hace tiempo, una de las razones por las que el capitalismo ha podido hasta ahora aminorar el ritmo de su hundimiento, ha sido la instauración de una política de capitalismo de Estado a escala de todo el bloque occidental, o sea, de la esfera dominante del mundo capitalista. Esta política exigía una disciplina muy seria por parte de los diferentes países que componen el bloque, disciplina obtenida sobre todo con la autoridad ejercida por Estados Unidos sobre sus aliados, gracias a su potencia económica y también militar.

El «paraguas militar» de EEUU frente a la «amenaza soviética», de igual modo, claro está, que tenía su lugar preponderante y el de su moneda en el sistema financiero internacional, exigía, como contrapartida, la sumisión ante las decisiones norteamericanas en lo económico. Hoy, tras la desaparición de la amenaza militar de la URSS sobre los Estados del bloque occidental (en especial sobre los de Europa occidental y Japón), los medios de presión de Estados Unidos sobre sus «aliados» han disminuido considerablemente, y esto tanto más por cuanto la economía norteamericana, con sus déficits enormes y el continuo retroceso de su competitividad en el mercado mundial, ha ido perdiendo mucho terreno respecto a sus principales competidores. La tendencia que se irá reforzando cada vez más será que las economías más capacitadas, y en primer término las de Alemania y Japón, van a procurar quitarse de encima la tutela americana para jugar sus propias bazas en el tapete económico mundial, lo cual hará que se agudice la guerra comercial y se agrave la inestabilidad general de la economía capitalista.

Hay que afirmar claramente, en fin de cuentas, que el hundimiento del bloque del Este, las convulsiones económicas y políticas de los países que lo formaban, no son ni mucho menos signos de no se sabe qué mejora de la situación económica de la sociedad capitalista. La quiebra económica de los regímenes estalinistas, consecuencia de la crisis general de la economía mundial, no hace sino anticipar, anunciándolo, el hundimiento de sectores más desarrollados de esta economía.

Los antagonismos imperialistas

Los acontecimientos que se desarrollaron durante la segunda mitad del año 89 han puesto en entredicho la configuración geopolítica en la cual vivía el mundo desde la segunda guerra mundial. Ya han dejado de existir los dos bloques imperialistas que se repartían el planeta.

El bloque del Este ya no existe, es una evidencia incluso para los sectores de la burguesía que durante años tanto nos querían asustar con el peligro del «imperio del mal» y su «formidable» potencia militar. Esta realidad la confirma toda una serie de acontecimientos recientes tales como:

  • el apoyo que los principales dirigentes occidentales (Bush, Thatcher, Mitterrand especialmente) dan a Gorbachov (apoyo acompañado de elogios ditirámbicos);
  •  los resultados de diferentes encuentros en recientes Conferencias en la cumbre (Bush-Gorbachov, Mitterrand-Gorbachov, etc.) que ponen de relieve la desaparición efectiva de los antagonismos que han opuesto durante décadas al Este y el Oeste;
  • anuncio por la URSS de la retirada de sus tropas en el extranjero;
  • reducción de los gastos militares de Estados Unidos, planificados ya;
  • la decisión conjunta de reducir rápidamente a 195 000 las tropas de los ejércitos soviético y norteamericano basados en Europa Central (en especial en las dos Alemanias), lo cual corresponde de hecho, a una retirada de 405 000 hombres para la URSS contra 90 000 para EEUU;
  • la actitud de los principales dirigentes occidentales cuando los acontecimientos de Rumania, pidiendo a la URSS una intervención militar para apoyar a las fuerzas «democráticas» ante la resistencia encontrada por parte de los últimos fieles de Ceaucescu;
  • el apoyo aportado por esos mismos a la intervención de los tanques rusos en Bakú, en Enero.

Diez años después de la ruidosa protesta provocada en los países occidentales por la entrada de esos mismos tanques en Kabul, el contraste con la actitud de hoy no puede ser más significativo del cambio total en la geografía imperialista del planeta. Ese cambio ha estado confirmado por la conferencia, co-presidida por Canadá y Checoslovaquia, celebrada en Ottawa, entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, durante la cual la URSS aceptó prácticamente todas las exigencias occidentales.

¿Significa esa desaparición del bloque del Este que el mundo, desde ahora en adelante, estará dominado por un solo bloque imperialista o que el capitalismo ya no conocerá más enfrentamientos imperialistas? Estas hipótesis son totalmente ajenas al marxismo.

La tesis del «superimperialismo», desarrollada por Kautsky antes de la primera guerra mundial fue combatida tanto por los revolucionarios (en particular, Lenin) como por los hechos mismos. Y seguía siendo tan falsa y mentirosa cuando fue recogida y aumentada por estalinistas y trotskistas para afirmar que el bloque dominado por la URSS no era imperialista. Y no será, hoy, el hundimiento del bloque del Este lo que podría volver a dar vida a semejantes análisis; ese hundimiento lleva en sí el del bloque occidental. Además, no sólo las grandes potencias que dirigen los bloques son imperialistas, contrariamente a la tesis que defienden grupos como la CWO. En el período de decadencia del capitalismo[3], TODOS los Estados son imperialistas y toman sus disposiciones para asumir esa realidad: economía de guerra, armamento, etc. Por eso, la agravación de las convulsiones de la economía mundial va a agudizar las peleas entre los diferentes Estados, incluso, y cada vez más, militarmente hablando. La diferencia con el período que acaba de terminar, es que esas peleas; esos antagonismos, contenidos antes y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, van ahora a pasar a primer plano. La desaparición del gendarme imperialista ruso, y lo que de ésa va a resultar para el gendarme norteamericano respecto a sus principales «socios» de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán, por ahora, degenerar en conflicto mundial, incluso suponiendo que el proletariado no fuera capaz de oponerse a él. En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil.

Hasta ahora, en el período de decadencia del capitalismo, una situación así, de dispersión de los antagonismos imperialistas, de ausencia de reparto del mundo (o de sus zonas decisivas) entre dos bloques, no se había prolongado nunca. La desaparición de las dos constelaciones imperialistas surgidas de la segunda guerra mundial lleva inscrita la tendencia a la recomposición de dos nuevos bloques. Sin embargo, una situación así no está todavía al orden del día a causa de:

  • la permanencia de ciertas estructuras del antiguo reparto, como la existencia formal de las dos grandes alianzas militares, la OTAN y el Pacto de Varsovia, con el despliegue de los dispositivos militares correspondientes;
  • la ausencia de una gran potencia capaz de tomar ya la función, perdida definitivamente por la URSS, de cabeza de bloque que se enfrentaría al teóricamente dominado por Estados Unidos.

Para esa función, un país como Alemania, sobre todo tras su reunificación, sería el mejor situado gracias a su poderío económico y a su situación geográfica. Por esta razón, se ha producido ahora una unidad de intereses entre países occidentales y la URSS para frenar un poco, o al menos procurar controlar, el proceso de reunificación. Sin embargo, aunque de un lado hay que constatar el considerable debilitamiento de la cohesión del bloque USA, debilitamiento que irá acentuándose, hay que tener cuidado, como acabamos de poner de relieve, con anunciar precipitadamente la formación de un nuevo bloque dirigido por Alemania. En lo militar, este país dista mucho de poder asumir ese papel. Por su situación de «vencido» de la segunda guerra mundial, sus ejércitos están muy por debajo de su poderío económico. La RFA no ha sido autorizada hasta hoy para poseer armas atómicas, y el enorme arsenal de material nuclear desplegado en su suelo está totalmente controlado por la OTAN. Además, y eso es todavía más importante a largo plazo, la tendencia a un nuevo reparto del mundo entre dos bloques militares está frenada, quizás incluso definitivamente, por el fenómeno cada día más profundo y general de la descomposición de la sociedad capitalista, tal como ya lo hemos recalcado nosotros (véase Revista Internacional nº 57).

Ese fenómeno de descomposición, que se ha venido desarrollando a lo largo de los años 80, es resultado de la incapacidad de las dos clases fundamentales de la sociedad para dar su propia respuesta a la crisis sin salida en la que se está hundiendo el modo de producción capitalista. Aunque la clase obrera, al no dejarse alistar tras las banderas de la burguesía, lo que sí ocurrió en los años 30, ha podido hasta ahora impedir que el capitalismo pudiera desencadenar una tercera guerra mundial, no ha encontrado, sin embargo, la fuerza de afirmar claramente su perspectiva: la revolución comunista. En una situación así, con una sociedad momentáneamente «bloqueada», sin perspectiva alguna mientras que la crisis del capitalismo no deja de agravarse, no por eso se va a parar la historia. Su «curso» se concreta en una putrefacción creciente de toda vida social, cuyas múltiples manifestaciones ya hemos analizado en esta Revista: desde la plaga de la droga hasta la corrupción general de los políticos, pasando por las amenazas constantes al medio ambiente, la multiplicación de catástrofes «naturales» o «accidentales», el aumento de la criminalidad, del nihilismo y la desesperación entre los jóvenes. Una de las expresiones de la descomposición es la incapacidad creciente de la clase burguesa para controlar no sólo la situación económica, sino también la política. Evidentemente, ese fenómeno es ya muy profundo en los países de la periferia del capitalismo, en aquéllos que por haber llegado demasiado tarde al desarrollo industrial, han sido los primeros y los más duramente golpeados por la crisis del sistema. Hoy, el caos económico y político que se está desplegando en los países del Este, la total pérdida de control de la situación por parte de las burguesías locales, es una nueva expresión del fenómeno general. Y la burguesía más fuerte, la de los países avanzados de Europa y América del Norte, es también consciente de que no está al abrigo de todas esas convulsiones. Por eso le ha dado todo su apoyo a Gorbachov en sus intentos por «poner orden» en su imperio, incluso cuando lo ha hecho aplastando en la sangre como ocurrió en Bakú. Aquélla tiene mucho miedo de que el caos que se está instaurando en el Este traspase las fronteras y acabe afectando al Oeste, al igual que la nube radioactiva de Chernóbil.

Respecto a eso, la evolución de la situación en Alemania es significativa. La increíble rapidez con la que se han ido encadenando los acontecimientos desde el último otoño no significa en absoluto que a la burguesía le haya entrado el frenesí de la «democratización». En realidad, si ya la situación en Alemania Oriental dejó hace tiempo de ser la concreción de una política deliberada de la burguesía local, para la burguesía de la RFA, y para el conjunto de la burguesía mundial, ocurre otro tanto. La reunificación de ambas Alemanias, que ninguno de los «vencedores» de 1945 quería hace tan sólo unas semanas (hace 3 meses, Gorbachov la veía para «dentro de un siglo»), por miedo a que a una «Gran Alemania» hegemónica en Europa se le afilaran los colmillos imperialistas, ahora se impone cada día más como único medio para atajar el caos en RDA y el contagio a los países vecinos. Y eso a pesar de que incluso para la burguesía germano-occidental las cosas van «demasiado deprisa». En las condiciones en que se está produciendo, la reunificación, tan deseada desde hace décadas, no acarreará más que dificultades. Y cuanto más se retrase, mayores serán esas dificultades. El que la burguesía de RFA, una de las más sólidas del mundo, esté hoy obligada a correr detrás de los acontecimientos da una idea de lo que le espera al conjunto de la clase dominante.

En un contexto así, de pérdida de control de la situación para la burguesía mundial, no es evidente que haya sectores dominantes de ella que hoy sean capaces de imponer la organización y la disciplina necesarias para la reconstitución de bloques militares. Una burguesía que ya no controla la política de su propio país, mal armada está para imponerse a otras, lo cual es en fin de cuentas lo que acabamos de ver con el desmoronamiento del bloque del Este, cuya causa primera ha sido el derrumbe económico y político de su potencia dominante.

Por todo eso, es fundamental poner de relieve que: la solución proletaria, la revolución comunista, es la única capaz de oponerse a la destrucción de la humanidad, tal destrucción es la única «respuesta» que la burguesía puede dar a su crisis; pero esta destrucción no vendría necesariamente de una tercera guerra mundial. Podría ser el resultado de la continuación hasta sus más extremas consecuencias de la descomposición ambiente: catástrofes ecológicas, epidemias, hambres, guerras locales sin fin, y un largo etcétera.

La alternativa histórica «Socialismo o Barbarie», tal como la puso de relieve el marxismo, tras haberse concretado en «Socialismo o Guerra imperialista mundial» durante la mayor parte del siglo XX, se fue precisando bajo la forma aterradora de «Socialismo o Destrucción de la humanidad» durante las últimas décadas con el desarrollo de las armas atómicas. Hoy, tras el derrumbe del bloque del Este, esa perspectiva sigue siendo totalmente válida. Pero hay que decir que semejante destrucción puede venir de la guerra imperialista generalizada O de la descomposición de la sociedad.

El retroceso de la conciencia en la clase obrera

Las «Tesis sobre la crisis: económica y política en los países del Este», que hemos publicado en la Revista Internacional nº 60, ponen en evidencia que el derrumbamiento del bloque del Este y la agonía del estalinismo van a repercutir en la conciencia del proletariado, con un retroceso de dicha conciencia. Las causas y manifestaciones de este retroceso se analizaban en el artículo «Dificultades en aumento para el proletariado» en la mencionada publicación. Pueden resumirse así:

  • al igual que la aparición, en 1980, de un sindicato «independiente» en Polonia, pero a una escala mucho más amplia, debido a la importancia de los acontecimientos actuales, el desmoronamiento del bloque del Este y la agonía del estalinismo van a permitir que se desarrollen las ilusiones democráticas, no sólo en el proletariado de los países del Este, sino también en el de los países occidentales;
  • « el que tal acontecer histórico haya tenido lugar sin la presencia activa de la clase obrera engendrará en ella un sentimiento de impotencia» (ibídem);
  • «Además, al producirse el hundimiento del bloque del Este tras un período de "guerra fría" con el bloque del Oeste, "guerra" de la que este último aparece como "vencedor" sin haber librado batalla, va a crear y alimentar entre las poblaciones de Occidente y entre ellas los obreros, un sentimiento de euforia y de confianza hacia sus gobernantes, algo similar, aunque salvando las distancias, al que desorientó a la clase obrera de los países "vencedores" tras las dos guerras mundiales»;
  • la dislocación del bloque del Este va a aumentar el peso del nacionalismo en las repúblicas periféricas de la URSS y en las antiguas «democracias populares», pero también en algunos países de Occidente y, en especial, en uno tan importante como Alemania, a causa de la reunificación de sus dos partes;
  • «los mitos nacionalistas (...) también van a ser un lastre para los obreros de Occidente (...) por el desprestigio y la alteración que en sus conciencias va a cobrar la idea misma de internacionalismo proletario (...), noción totalmente pervertida por el estalinismo y, siguiéndole los pasos, por la totalidad de las fuerzas burguesas, identificándola con la dominación imperialista de la URSS sobre su bloque»;
  • « de hecho (...) es la perspectiva misma de la revolución comunista mundial la que se ve afectada por el hundimiento del estalinismo. (...) La identificación entre comunismo y estalinismo (...) había permitido a la burguesía en los años 30, el alistar a la clase obrera tras el estalinismo para así rematar la derrota de ésta. Ahora que el estalinismo está totalmente desprestigiado entre los obreros, la misma mentira le sirve para desviarlos de la perspectiva del comunismo».

Puede completarse lo dicho considerando la evolución de lo que queda de los partidos estalinistas en los países occidentales.

El derrumbamiento del bloque del Este implica, a la larga, la desaparición de los partidos estalinistas, no solamente en los países en donde dirigían el Estado, sino también en los países en donde su función consistía en controlar a la clase obrera. Esos partidos o bien se transformarán radicalmente, como está ocurriendo con el PC de Italia, abandonando por completo lo que les era específico (incluso su propia apelación), o bien se hallarán convertidos en pequeñas sectas (como ya ocurre en Estados Unidos y en la mayoría de los países de Europa del Norte). Aún podrán representar algún interés para los etnólogos o los arqueólogos, pero dejarán de ejercer un papel serio como órganos de control y de sabotaje de las luchas obreras. El lugar que hasta ahora ocupaban para eso en ciertos países, se verá ocupado por la socialdemocracia o por sectores de la izquierda de ésta. Por esto, el proletariado tendrá cada vez menos ocasiones, en el desarrollo de su lucha, de enfrentarse con el estalinismo, lo cual no podrá sino favorecer aún más el impacto del embuste que identifica estalinismo y comunismo.

Las perspectivas para la lucha de clases

El hundimiento del bloque del Este y la muerte del estalinismo han creado nuevas dificultades para la toma de conciencia en el proletariado. ¿Quiere eso decir que lo sucedido va también a provocar una baja sensible en los combates de clase?

Sobre esto, cabe recordar que las tesis hablan de un «retroceso de la conciencia» y no de un retroceso de la combatividad del proletariado. Hasta precisan que «el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques cada vez más duros contra los obreros, lo cual les obligará a entrar en lucha», pues sería falso considerar que el retroceso de la conciencia vendrá acompañado de un retroceso de la combatividad. Ya se ha evidenciado en varias ocasiones la no identidad entre conciencia y combatividad. No vamos, pues, a volver sobre el tema aquí. En el preciso marco de la situación actual, hay que subrayar que el actual retroceso de la conciencia no es el resultado de una derrota directa de la clase obrera consecutiva a un combate que habría entablado. Los acontecimientos que hoy día siembran la confusión en su seno, han sido completamente ajenos a ella y a sus luchas. Por esta razón, lo que hoy pesa sobre ella no es la desmoralización. Aunque su conciencia haya quedado afectada, su potencial de combatividad, en cambio, sigue estando entero. Y este potencial, con los ataques cada vez más brutales que se van a desencadenar, puede manifestarse a la menor ocasión. Es, pues, importante no dejarse sorprender por las previsibles explosiones de combatividad. No hemos de interpretarlas como una puesta en entredicho de nuestro análisis sobre el retroceso de la conciencia, ni «olvidar» que la responsabilidad de los revolucionarios es intervenir en su seno.

En segundo lugar, sería falso establecer una continuidad entre la evolución de las luchas y de la conciencia del proletariado en el período anterior al derrumbamiento del bloque del Este y el período actual. En el periodo anterior, la CCI criticó la tendencia dominante, en el medio político proletario, a subestimar la importancia de las luchas de la clase y los avances realizados por ésta en su toma de conciencia. Poner de relieve el retroceso actual en la conciencia del proletariado no significa en absoluto poner en entredicho nuestros análisis del período anterior y, en particular, los que se hicieron en el VIIIº Congreso (Revista Internacional nº 59).

Es verdad pues, que el año 88 y la primera mitad del 89 estuvieron marcados por las dificultades en el desarrollo de la lucha y de la conciencia de la clase, y particularmente por el retorno de los sindicatos al primer plano. Esto ya se había señalado antes del VIIIº Congreso, particularmente en el editorial de la Revista Internacional nº 58, en la que se decía que «esta estrategia (de la burguesía) ha conseguido por ahora desorientar a la clase obrera y entorpecer su camino hacia la unificación de sus luchas». Sin embargo, nuestro análisis basado en los elementos de la situación internacional de entonces, ponía de relieve los límites de aquel momento de dificultad. En realidad, las dificultades que encaraba la clase obrera en el 88 y a principios del 89 eran parecidas (aunque más agudas) a las del año 85, puestas de relieve éstas en el VIº Congreso de la CCI (cf. «Resolución sobre la situación internacional», Revista Internacional, nº 44). No se excluía de manera alguna la posibilidad «de nuevos surgimientos masivos cada vez más determinados y conscientes de la lucha proletaria» (Revista Internacional, nº 58), de la misma manera que la baja de 1985 había desembocado en el 86 en movimientos tan importantes y significativos como las huelgas masivas de la primavera en Bélgica y la huelga del ferrocarril en Francia. En cambio, las dificultades con que se enfrenta el proletariado hoy están a un nivel completamente diferente. El derrumbamiento del bloque del Este y del estalinismo es un acontecimiento histórico considerable cuyas repercusiones en todos los aspectos de la situación mundial son de la mayor importancia. Ese acontecimiento, desde el punto de vista de su impacto en la clase obrera, no se puede considerar al mismo nivel que tal o cual serie de maniobras de la burguesía como las que hemos presenciado durante estos 20 últimos años, incluida la baza de la izquierda en la oposición, a finales de los años 70.

En realidad, es otro período el que se está abriendo hoy, distinto del que hemos estado viviendo desde hace 20 años. Desde 1968, el movimiento general de la clase, a pesar de algunos momentos de disminución o de breves retrocesos, se ha ido desarrollando en el sentido de luchas cada vez más conscientes que, en especial, iban liberándose cada vez más del imperio de los sindicatos. Al contrario, las condiciones mismas en las que se ha derrumbado el bloque del Este, el que el estalinismo no haya sido derribado por la lucha de clases sino por implosión interna, económica y política, determinan el desarrollo de una cortina de humo ideológica (independientemente de las campañas mediáticas que se están desencadenando hoy), de un desconcierto en el seno de la clase obrera sin comparación con todo lo que ésta ha tenido que encarar hasta ahora, ni siquiera con la derrota de 1981 en Polonia. En realidad, hemos de considerar que incluso si el derrumbamiento del bloque del Este se hubiera producido cuando las luchas del proletariado estaban en pleno desarrollo (por ejemplo a finales del 83 y principios del 84, o en el 86), la profundidad del retroceso que ese acontecimiento hubiera provocado en la clase no habría sido diferente (incluso si este retroceso hubiera podido tardar un poco más en producir sus efectos).

Por esto es por lo que resulta necesario reactualizar el análisis de la CCI sobre la «izquierda en la oposición». Esta baza le era necesaria a la burguesía desde finales de los años 70 y todo a lo largo de los años 80, frente a la dinámica general de la clase obrera hacia enfrentamientos cada vez más determinados y conscientes, frente a su creciente rechazo de las mistificaciones democráticas, electorales y sindicales. A pesar de las dificultades encontradas en algunos países (como por ejemplo en Francia) para realizar esa política en las mejores condiciones, ésta era el eje central de la estrategia de la burguesía contra la clase obrera, plasmada en los gobiernos de derechas en EEUU, en la RFA y en Gran Bretaña. Al contrario, el actual retroceso de la clase ha dejado de imponer a la burguesía por algún tiempo el uso prioritario de esta estrategia. Esto no significa que la izquierda vaya necesariamente a volver al gobierno en esos países: ya hemos evidenciado en varias ocasiones (Revista Internacional, nº 18) que esta fórmula sólo le es indispensable a la burguesía en los períodos revolucionarios o de guerra imperialista. No nos hemos de sorprender, sin embargo, si ocurre semejante acontecimiento, o considerar que se trata de un «accidente» o de la expresión de una «debilidad particular» de la burguesía en tal o cual país. La descomposición general de la sociedad se plasma para la clase dominante en crecientes dificultades para dominar su juego político, pero estamos lejos del momento en que las burguesías más fuertes del mundo dejen el terreno social desguarnecido frente a una amenaza del proletariado.

Así, la situación mundial, en el plano de la lucha de clases, aparece con características muy diferentes a las que prevalecían antes de que se desmoronara el bloque del Este. La evidencia de lo importante que es el actual retroceso de la conciencia en la clase, no debe llevar, sin embargo, a poner en entredicho el curso histórico tal como la CCI lo ha analizado desde hace más de 20 años, incluso si se ha de precisar esta noción como ya se ha dicho.

En primer lugar, hoy un curso hacia la guerra mundial resulta imposible: han dejado de existir los dos bloques imperialistas.

En segundo lugar, hay que subrayar los límites del actual retroceso de la clase. Incluso si la naturaleza de las mistificaciones democráticas que hoy se están reforzando en el seno del proletariado puede ser comparada con las que se desencadenaron cuando la «Liberación», también hay que señalar las diferencias entre las dos situaciones. Por una parte, fueron los principales países industrializados, y por consiguiente el corazón del proletariado mundial, los que resultaron directamente implicados en la IIª guerra mundial. Por lo tanto, la euforia democrática sobre ese proletariado fue un peso directo. Al contrario, los sectores de la clase que están hoy en primera fila de esas mistificaciones, los de los países del Este, son relativamente periféricos. Es principalmente a causa del «viento del Este» que está soplando hoy si el proletariado del Oeste ha de enfrentarse a esas dificultades, y no porque estuviera en el centro del ciclón. Por otra parte, las mistificaciones democráticas de después de la guerra tuvieron un poderoso relevo en la «prosperidad» que acompañó la reconstrucción. El considerar la «Democracia» como «el mejor de los mundos», pudo basarse durante dos décadas en una real mejora de las condiciones de vida de la clase obrera en los países avanzados y en la impresión que daba el capitalismo de haber conseguido superar sus contradicciones (impresión que hasta se introdujo en ciertos revolucionarios). Hoy la situación es totalmente diferente: los parloteos burgueses sobre la «superioridad» del capitalismo «democrático» se van a enfrentar con la dura realidad de una crisis económica insuperable y cada día más profunda.

Dicho esto, también es importante no forjarse ilusiones y dejarse adormecer. Incluso si la guerra mundial no podrá ser hoy, y quizás definitivamente, una amenaza para la vida de la humanidad, esta amenaza podría muy bien venir de la descomposición de la sociedad. Y eso más todavía si se considera que si bien el desencadenamiento de la guerra mundial requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, fenómeno que no está ni mucho menos al orden del día en la situación actual para los batallones decisivos de aquél, la descomposición no requiere adhesión alguna para acabar destruyendo a la humanidad. En efecto, la descomposición de la sociedad no es, en sentido estricto, una «respuesta» de la burguesía a la crisis abierta de la economía mundial. En realidad, ese fenómeno puede agudizarse precisamente porque la clase dominante es incapaz, a causa de la ausencia de alistamiento proletario, de dar SU respuesta específica a la crisis, o sea, la guerra mundial y la movilización que ésta entraña. La clase obrera, al ir desarrollando sus luchas (como así lo ha hecho desde finales de los años 60), al no dejarse alistar tras las banderas de la burguesía, ha podido impedir que la burguesía desencadene la guerra mundial. En cambio, únicamente el derrocamiento del capitalismo podrá acabar con la descomposición de la sociedad. Las luchas del proletariado en el sistema no son un freno a su descomposición, del mismo modo que tampoco pueden ser un freno al hundimiento económico del capitalismo.

Por todo eso, si hasta ahora considerábamos que «el tiempo iba obrando a favor del proletariado», que la lentitud del desarrollo de las luchas de la clase le iba permitiendo a ésta, y también a las organizaciones revolucionarias, volver a hacer suyas las experiencias que la contrarrevolución había sumido en el abismo, no podemos ahora seguir pensando igual. No se trata para los revolucionarios de impacientarse o de querer «forzar la historia», sino de tomar conciencia de la creciente gravedad de la situación si quieren estar a la altura de sus responsabilidades.

Por esto, en su intervención, aunque deben evidenciar que la situación histórica sigue en manos del proletariado, que éste sigue siendo perfectamente capaz, en sus luchas y mediante ellas, de superar los obstáculos que ha sembrado la burguesía en su camino, también deben insistir en la importancia de lo que está en juego en la situación actual, y por consiguiente sobre su propia responsabilidad.

Así pues, para la clase obrera, la perspectiva actual consiste en la continuación de sus luchas contra los crecientes ataques económicos. Estas luchas se van a desarrollar durante todo un período en un contexto político e ideológico difícil. Esto es muy evidente, claro está, para el proletariado de los países en donde se está instaurando hoy la «Democracia». En estos países, la clase obrera se halla en una situación de extrema debilidad, como lo viene confirmando, día a día, lo que allí está ocurriendo (incapacidad de expresar la menor reivindicación independiente de clase en los diferentes «movimientos populares», alistamiento en los conflictos nacionalistas -particularmente en la URSS-, participación incluso en huelgas típicamente xenófobas contra tal o cual minoría étnica, como recientemente en Bulgaria). Estos acontecimientos nos dan una imagen de lo que sería una «clase obrera» dispuesta a dejarse alistar en la guerra imperialista.

Para el proletariado de los países occidentales, la situación es, claro está, muy diferente. Este proletariado no está sufriendo ni mucho menos las mismas dificultades que el del Este. El retroceso de su conciencia se plasmará particularmente en el retomo de los sindicatos, cuya labor estará facilitada por el desarrollo de las mentiras democráticas y de las ilusiones reformistas: «la patronal puede pagar», «reparto de beneficios», «interesémonos por el crecimiento», patrañas que facilitan la identificación por parte de los obreros de sus intereses con los del capital nacional. Además, la continuación y la agravación del fenómeno de putrefacción de la sociedad capitalista ejercerán, aún más que durante los años 80, sus efectos nocivos sobre la conciencia de la clase. En el ambiente general de desesperanza que impera en la sociedad, en la descomposición misma de la ideología burguesa cuyas pútridas emanaciones emponzoñan la atmósfera que respira el proletariado, ese fenómeno va a significar para él, hasta el período prerrevolucionario, una dificultad suplementaria en el camino de su conciencia.

Para el proletariado no hay otro camino que el de negarse en redondo a dejarse alistar en luchas interclasistas contra algunos aspectos particulares de la sociedad capitalista moribunda (la ecología por ejemplo). El único terreno en donde puede hoy movilizarse como clase independiente (y es ésta una cuestión todavía más crucial en un momento en que en medio de la marea de mentiras democráticas sólo existen «ciudadanos», o «pueblos») es el terreno en el que sus intereses específicos no se pueden confundir con las demás capas de la sociedad y que, más globalmente, determina todos los demás aspectos de la sociedad: el terreno económico. Y es precisamente por eso; como lo venimos afirmando desde hace ya tiempo, por lo que la crisis es «el mejor aliado del proletariado». La agudización de la crisis es lo que va a obligar al proletariado a unirse en su propio terreno, a desarrollar sus luchas que son la condición para superar las actuales trabas en su toma de conciencia, lo que le va a abrir los ojos sobre las mentiras sobre la «superioridad» del capitalismo, lo que le va a obligar a perder sus ilusiones sobre la posibilidad para el capitalismo de superar su crisis y por consiguiente también las ilusiones sobre quienes quieren atarlo al «interés nacional» mediante «el reparto de los beneficios» y demás cuentos.

Ahora que la clase obrera tiene que batallar contra todas las cortinas de humo que la burguesía ha conseguido momentáneamente ponerle delante, siguen siendo válidas las palabras de Marx:

«No se trata de lo que tal o cual proletario o incluso el proletariado entero se representa en tal momento como meta final. Se trata de lo que es el proletariado y de lo que, conforme a su ser, estará obligado históricamente a hacer».

Les incumbe a los revolucionarios el contribuir plenamente en la toma de conciencia en la clase de esa meta final para la que la historia la ha designado, para que así pueda ella hacer por fin realidad la necesidad histórica de la revolución que nunca fue tan acuciante.

CCI, 10 de Febrero de 1990



[1]  La poquísima resistencia de la casi totalidad de los antiguos dirigentes de las «democracias populares» que ha facilitado una transición «suave» en esos países no es en absoluto expresión de que esos dirigentes, al igual que los partidos estalinistas, hayan renunciado de buena gana y voluntariamente a su poder y privilegios. En realidad, eso da una idea, además de la quiebra económica total de esos regímenes, de su profunda fragilidad política, fragilidad que ya habíamos evidenciado nosotros desde hace tiempo pero que se ha revelado todavía mayor de lo que podía uno imaginarse.

[2] Entre esos países, Polonia y Hungría son «campeones» con 40 mil 600 millones de $ de deudas aquélla y 20 mil 100 millones ésta, o sea el 63,4 % y el 64,6 % del PNB anual respectivamente. A su lado, Brasil, con una deuda equivalente a «sólo» el 39,2 % de su PNB, parece un «buen alumno».

[3] Véase nuestro folleto La Decadencia del Capitalismo.

Series: 

  • Entender la descomposición [7]

Acontecimientos históricos: 

  • Hundimiento del Bloque del Este [5]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [6]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200712/2113/revista-internacional-n-61-abril-a-junio-1990

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/2/27/el-capitalismo-de-estado [2] https://es.internationalism.org/tag/21/490/fraccion-y-partido [3] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista [4] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria [5] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/hundimiento-del-bloque-del-este [6] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion [7] https://es.internationalism.org/tag/21/472/entender-la-descomposicion