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Revista Internacional n° 96 - 1er trimestre de 1999

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Crisis económica - Un hundimiento sin remedio en el abismo

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Crisis económica

Un hundimiento sin remedio en el abismo

 

La caída en una recesión abierta, que será más profunda que las anteriores (algunos hablan incluso de «depresión»), está haciendo callar la boca a todos esos «especialistas» que prometían un crecimiento económico duradero. Según ellos, el hundimiento en cascada de los países del Sudeste asiático desde el verano de 1997 no debería haber sido sino un tropiezo sin mayores consecuencias para la economía de los países desarrollados. Desde entonces ha sonado la hora de las «dolorosas revisiones», pues lo que está ya golpeando el centro mismo de las grandes potencias capitalistas es una marea de fondo.

Entre julio y diciembre de 1998, 3,5 billones de $ como mínimo se han hecho humo con los desplomes de las Bolsas, pérdida irremediable, la mitad para EEUU y el resto para Europa y Asia, equivalente al 12% de la producción anual mundial. En Japón, el Estado ha decidido inyectar 520 mil millones de $ «en sus bancos para salvarlos del naufragio y reanimar la segunda economía mundial». Por todas partes, «los analistas revisan repentinamente a la baja las previsiones de beneficios para las empresas, a la vez que se anuncian los primeros planes de despidos en masa». Las felicitaciones mutuas en torno al lanzamiento del Euro no logran ocultar la inquietud profunda de las burguesías de los países de Europa occidental, que ya no afirman con tanta convicción que Europa estaría «protegida» contra las turbulencias de la crisis mundial. Por todas partes «cabe preguntarse si el crecimiento de 2% para 1999, considerado como muy bajo al principio, no acabará siendo difícil de realizar».

 

Las perspectivas
para los países principales

PIB en volumen – Crecimiento anual en %

 

                                  1997      1998      1999

OCDE                        3,2        2,0          1,2

Estados Unidos          3,9        3,3          1,0

Japón                         0,9     – 3,0       – 1,0

Alemania                    2,3        2,6          1,5

Francia                      2,2        2,8          2,0

Italia                          1,5        1,4          2,0

Reino Unido                3,3        2,3          0,8

España                      3,4        3,6          3,1

Holanda                     3,3        3,3          2,4

Bélgica                      2,7        2,7          1,9

Suiza                         0,7        1,8          1,9

 

Todo eso podría ser una divertida farsa, si no fuera que los primeros en pagar las consecuencias de esa nueva y dramática aceleración de la crisis económica son millones de trabajadores, desempleados y sin trabajo que van a seguir cayendo en una miseria sin perspectivas. Después de África, prácticamente dejada en el abandono estragada por hambres, matanzas y guerras «locales» sin fin, les ha tocado ahora el turno a los países del Sureste asiático ser arrastrados unos tras los otros por la espiral de una descomposición social que lo asola todo a su paso. En EEUU, las pérdidas bursátiles golpean directamente a miles de obreros cuyos fondos de pensión han sido invertidos en la Bolsa. En los países desarrollados, detrás de los discursos tranquilizadores, la clase dominante ha reanudado los ataques contra las condiciones de existencia de la clase obrera: bajas de salarios y de toda clase de subsidios, «flexibilidad», despidos y «reducciones de plantillas», recortes en los presupuestos de salud, alojamiento y educación; la lista sería larga de las pócimas amargas que está fabricando la burguesía de todos los países «democráticos» para intentar salvar las ganancias frente a la tormenta financiera mundial.

Lo que está ocurriendo no es ni «una purga saludable», ni un «reajuste» frente a los excesos de una especulación que bastaría con regular para evitar la catástrofe. La especulación desenfrenada no es la causa, sino la consecuencia del atolladero en que se encuentra la economía mundial. Es resultado de la imposibilidad de contrarrestar el cada vez mayor estrechamiento del mercado mundial y la baja de las cuotas de ganancia. En una guerra comercial sin descanso entre capitalistas de todas partes, los capitales, que resulta imposible colocar en inversiones productivas sin arriesgarse a perder con seguridad a causa de la ausencia de mercados solventes, se refugian en inversiones financieras de lo más arriesgado, al no corresponder a ninguna producción en la economía real y que únicamente se basan en una deuda masiva y general. La ruidosa quiebra del Long Term Capital Management (fondo de pensiones americano) es una perfecta ilustración de lo dicho: «A pesar de que el fondo especulativo sólo poseía 4,7 mil millones de $ de capital, se había endeudado hasta los 100 mil millones y, según algunas estimaciones, sus compromisos con el marcado eran en total de más de 1,3 billón de $, o sea ¡ casi el valor del PIB de un país como Francia! Compromisos de vértigo en los estaban implicados todos los grandes de las finanzas mundiales». En este caso, sin duda, se trata de una especulación desenfrenada, pero lo que no dicen quienes ahora se insurgen contra «semejantes prácticas», es que es el funcionamiento «normal» del capitalismo de hoy. «Todos los grandes de la finanza mundial» – bancos, empresas, instituciones financieras públicas o privadas – actúan del mismo modo, siguiendo directivas de los Estados que fijan las reglas del juego y de los organismos internacionales como el Banco Mundial, el FMI, la OCDE y demás, con sus «analistas», «consejeros» en inversiones lucrativas, cuyos consejos pueden resumirse sobre todo en: comprimir, exprimir, reducir el precio de la fuerza de trabajo por todos los medios.

Con la catástrofe en el corazón mismo del mundo industrializado, los «expertos» parecen haber descubierto de repente los estragos del «menos Estado» y de la «globalización» que han sido desde hace unos veinte años los temas de propaganda de un capitalismo «libre, rico y próspero». La clase obrera ha aprendido durante esos mismos años, en carne propia, en qué consistía esa propaganda: una patraña para justificar los ataques contra las condiciones de existencia de los asalariados, al mismo tiempo que una multiplicación de las medidas destinadas a mantener la competitividad de cada capital nacional frente a sus competidores en la guerra económica. Además de su función antiobrera, la defensa del «menos Estado» y de la «globalización» ha sido, sobre todo, un arma de los países más poderosos contra los más débiles. El pretendido «menos Estado» y la denuncia del proteccionismo propugnados por la burguesía norteamericana no le ha impedido incrementar de 20 a 30% la parte de importaciones que EEUU somete a un control draconiano, en nombre de la «seguridad», de la «polución» o de cualquier otra excusa con la que justificar… su propio proteccionismo. Aunque el Estado se haya quitado de encima toda una serie de responsabilidades en la gestión de las empresas, mediante las privatizaciones, eso no significa, ni mucho menos, que haya abandonado sus prerrogativas de control político del capital nacional o que el marco de gestión económica haya superado las fronteras nacionales. Todo lo contrario, el «menos Estado» no ha sido otra cosa sino la necesaria adaptación para cada capital nacional al incremento de la guerra económica, guerra en la que el Estado se reserva el papel principal mano a mano con las grandes empresas; la «globalización» son las reglas del juego para la guerra económica impuestas por las más grandes potencias capitalistas para abrirse camino contra sus rivales en el campo de batalla del mercado mundial. Hoy, el «más Estado» está volviendo con fuerza en la propaganda de la burguesía, especialmente por parte de los gobiernos socialdemócratas instalados en Europa occidental, porque la nueva aceleración de la inexorable quiebra del capitalismo mundial está haciendo volver al primer plano las duras y elementales necesidades del capital: cerrar filas en torno a cada capital nacional para hacer frente a la competencia y atacar las condiciones de existencia de la clase obrera.

Después de treinta años de sumirse en el abismo de la crisis económica (cuyas características y etapas principales de los años 70 recordamos en el artículo siguiente) hoy «el orden económico mundial» se tambalea en el centro del capitalismo. Tras la solidaridad internacional que se manifestó para encarar la «crisis asiática», detrás de la voluntad común de «revisar el sistema monetario internacional» o «inventar un nuevo Bretton Woods», las burguesías de los principales países industrializados se ven cada día más arrastradas por tendencias de «cada cual para sí» cada vez más fuertes, y un reforzamiento del capitalismo de Estado como política de defensa determinada de cada capital nacional y de la que la clase obrera es la víctima principal en todos los países, una huida ciega en la guerra de todos contra todos como testimonia la intensificación de las tensiones imperialistas, que también abordamos en este número.

MG, 4 de enero de 1999

 

Fuentes de las citas y los datos de este artículo: le Monde de l’économie, «Comment réinventer Bretton-Woods», octubre de 1998; l’Expansion, (www.lexpansion.com [1]) diciembre de 1998; Banco mundial (www.worldbank.org [2]), diciembre de 1998; le Monde diplomatique, «Anatomie de la crise financière», nov.-dic. 1998.

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [3]

VI - 1920: Bujarin y el periodo de transición

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En el último artículo de esta serie ([1]) examinamos con detalle el programa de 1919 del Partido comunista de Rusia, considerándolo como un importante indicador de los niveles más altos de comprensión a los que habían llegado los revolucionarios de aquellos días sobre las formas, los métodos y los fines de la transformación comunista de la sociedad.

Pero el examen quedaría incompleto si ignorásemos el esfuerzo más serio de ese período para elaborar, junto a las medidas prácticas señaladas en el programa del PCR, un cuadro más general y teórico para analizar los problemas del periodo de transición. Este trabajo, igual que el propio Programa, fue obra de Nicolás Bujarin, a quien Lenin consideraba «el teórico más valioso del partido»; el texto en cuestión es Teoría económica del periodo de transición (en adelante: Teoría económica…), escrito en 1920.

Según el editor de la edición inglesa de 1971 de este libro, «Hasta la introducción del plan quinquenal en 1928, que coincidió con la caída de Bujarin como líder del Comintern, la Teoría económica del periodo de transición fue considerada como una de las adquisiciones de la teoría bolchevique cercana en importancia a la de El Estado y la revolución de Lenin» ([2]).

Como pondremos de manifiesto, el libro de Bujarin contiene algunas debilidades fundamentales que no le han permitido pasar el examen del tiempo, contrariamente a El Estado y la Revolución. Sigue siendo, sin embargo, una contribución muy importante a la teoría marxista.

Una contribución a la teoría marxista

Bujarin había empezado a destacar durante la gran guerra imperialista, cuando, junto con Piatakov y otros, militaba en un grupo de bolcheviques exiliados en Suiza (el llamado «grupo Baugy»), que se situaba en la extrema izquierda del partido. En 1915 publicó La Economía mundial y el Imperialismo donde mostraba que el capitalismo, precisamente al convertirse en un sistema global, en una economía mundial, había creado las condiciones para su propia suplantación; pero que, lejos de evolucionar pacíficamente hacia un orden mundial armonioso, esta «globalización» había arrojado el sistema a las fauces de un colapso violento. Esta línea de pensamiento era paralela a la del trabajo de Rosa Luxemburg. En su libro La acumulación del Capital (1913), Luxemburg, con una referencia más profunda a las contradicciones fundamentales del capitalismo, había demostrado por qué el periodo de expansión del capitalismo había llegado ahora a su fin. Como Luxemburg, Bujarin mostró que la forma concreta del declive capitalista era la exacerbación de la competencia interimperialista que culminaba en la guerra mundial. La Economía mundial y el Imperialismo fue también una referencia en el análisis marxista del capitalismo de Estado, el régimen totalitario político y económico que requiere la agudización de los antagonismos imperialistas «externamente» y de los antagonismos sociales «internamente». La subordinación relativa de la competencia en el interior de cada país capitalista, sólo había sido el corolario (enfatizaba Bujarin) de la acentuación de los conflictos entre «trusts capitalistas de Estado» por el dominio del mercado mundial.

En su artículo «Hacia una teoría del Estado imperialista» (1916) Bujarin fue más lejos en las implicaciones de estas premisas. La aparición de ese monstruo-Estado nacional capitalista, que extendía sus tentáculos a todos los aspectos de la vida social y económica, llevó a Bujarin (igual que Pannekoek había hecho unos pocos años antes) a releer los clásicos del marxismo y a volver a defender la opinión de que la revolución proletaria no podía conquistar ese Estado, sino que tendría que luchar por su «destrucción revolucionaria» y la creación de nuevos órganos de poder político. Otra conclusión igualmente radical de su análisis sobre la nueva etapa del capitalismo se resumía en las tesis que el grupo Baugy presentó a la conferencia bolchevique de Berna en 1915. Aquí, Bujarin y Piatakov, en línea con los argumentos que esgrimía Rosa Luxemburg al mismo tiempo, llamaron a que el partido rechazara las consignas de «autodeterminación nacional» y «liberación nacional»: «La época imperialista es una época de absorción de pequeños Estados por grandes unidades estatales... Es imposible por tanto luchar contra la esclavitud de las naciones de otra forma que luchando contra el imperialismo, sea luchando contra el capital financiero, o contra el capitalismo en general. Cualquier desviación de esa ruta, cualquier avance de tareas “parciales” de “liberación de naciones” en la esfera de la civilización capitalista, significa una diversión de las fuerzas del proletariado de la solución del problema» ([3]).

Inicialmente Lenin se puso furioso contra Bujarin por sus dos previsiones. Pero mientras que nunca cambió de opinión sobre la cuestión nacional, se fue convirtiendo paso a paso a lo que él inicialmente había llamado posición «semianarquista» de Bujarin sobre el Estado – y por su puesto fue a su vez acusado de «semianarquismo» cuando expuso su nueva visión en El Estado y la revolución en 1917.

Está claro pues que en esa etapa de germinación y florecimiento de la revolución proletaria provocada por la guerra mundial, Bujarin estaba en la misma punta de lanza del esfuerzo marxista por comprender las nuevas condiciones que planteaba la decadencia del capitalismo; y muchas de sus más importantes contribuciones teóricas, no sólo se enunciaban en Teoría económica del periodo de transición, sino se desarrollaban en dicho libro.

En primer lugar, el libro de Bujarin ha de verse junto a otras obras fecundas como La Revolución proletaria y el renegado Kautsky de Lenin y Terrorismo y comunismo, de Trotski, que fueron la respuesta bolchevique al marxismo «adulterado» de Karl Kautsky, el cual había pasado de una posición centrista a una defensa cada vez más descarada del orden burgués contra la amenaza de la revolución, pero considerándose al mismo tiempo guardián de la ortodoxia marxista. Lenin había respondido principalmente a la defensa que hacía Kautski de la democracia burguesa contra la democracia proletaria de los soviets, mientras que el libro de Trotski se focalizaba en el problema de la violencia revolucionaria. Por su parte Bujarin ya había escrito La economía mundial y el imperialismo y otras obras similares, como una polémica contra la teoría del «superimperialismo» de Kautsky, que pretendía que el capitalismo avanzaba hacia un orden mundial unificado en el que la guerra sólo podía ser una aberración. En Teoría económica del periodo de transición, Bujarin emprendía la tarea de restablecer la concepción marxista de la transformación revolucionaria de la sociedad en oposición a la visión idílica de Kautsky de una transición pacífica y ordenada al socialismo. Haciéndose eco de Marx, Bujarin insiste en que, para que emerja un nuevo orden social, el viejo orden tiene que atravesar una fase de profunda crisis y de colapso – y en que esto es aún más cierto respecto al paso del capitalismo al comunismo: «... la experiencia de todas las revoluciones, que desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas tuvieron una poderosa influencia positiva, muestra que ese desarrollo se hizo al precio de una enorme depredación y destrucción de esas fuerzas... Si esto es así... entonces a priori ha de ser evidente que la revolución proletaria se acompaña inevitablemente de un fuerte declive de las fuerzas productivas, puesto que ninguna otra revolución ha experimentado una ruptura tan amplia y profunda de las viejas relaciones sociales y su reconstrucción de una nueva forma» ([4]). Teoría económica… es en gran parte una defensa de la Revolución rusa, a pesar de los considerables «costes» que supuso, y contra todos aquellos que se aprovechaban de esos «costes» para aconsejar a los obreros a que fueran buenos ciudadanos, respetuosos de las leyes burguesas, cuya única esperanza de cambio social serían las urnas.

En segundo lugar, Teoría económica… reitera el argumento de que el capitalismo, aunque sea efectivamente una economía mundial, es incapaz de organizar las fuerzas productivas de la humanidad como sujeto consciente unificado, puesto que precisamente al alcanzar este desarrollo es cuando la competencia capitalista se ve empujada a sus extremos más catastróficos. Pero aquí Bujarin va más lejos y llega a una serie de anticipaciones brillantes sobre el modo de funcionamiento del capitalismo en su época decadente, por ejemplo la obligación de sobrevivir a costa de la esterilización y la destrucción completa de las fuerzas productivas, sobre todo a través de la economía de guerra y de la propia guerra. Aquí es donde Bujarin introduce su concepto de «reproducción ampliada negativa», expresión que puede cuestionarse, pero que sin duda explica una realidad fundamental. También cuando Bujarin muestra que la producción de guerra, a pesar del aparente crecimiento que comporta, no significa una expansión, sino una destrucción de capital: «La producción de guerra tiene un significado completamente diferente: un cañón no se transforma en un elemento del nuevo ciclo de producción; la pólvora estalla en el aire y de ningún modo aparece en un nuevo proyectil en el siguiente ciclo. Al contrario. El efecto económico de esos elementos es, de hecho, puramente negativo... Observemos los medios de consumo con los que se abastece el ejército. Aquí percibimos lo mismo. Los medios de consumo no producen fuerza de trabajo, puesto que los soldados no figuran en el proceso de producción; están fuera del proceso de producción, el proceso de reproducción asume con la guerra un carácter “deformado”, regresivo, negativo, literalmente: con cada ciclo sucesivo de producción, la base real de la producción se estrecha cada vez más, el “desarrollo” no va hacia una ampliación, sino hacia una espiral continua de reducción». En el capitalismo decadente, esta espiral que se estrecha cada vez más es la realidad esencial de la actividad económica, incluso fuera de los periodos de guerra global abierta, tanto por la tendencia a una economía de guerra permanente, como porque el capitalismo financia su «crecimiento» cada vez más por medio del estímulo totalmente artificial de la deuda. Las clarificaciones de Bujarin proporcionan una excelente refutación de todos esos adoradores del crecimiento económico, que se burlan de la noción de decadencia del capitalismo porque no pueden ver lo ficticio y decadente de ese crecimiento.

Sobre la cuestión del capitalismo de Estado, Teoría económica… repite las fórmulas anteriores sobre el capitalismo de Estado, mostrando que se trata de la forma característica de la organización política en la época de la decadencia. Bujarin recuerda su doble función: limitar la competencia económica dentro de cada capital nacional para así asumir lo mejor posible la competencia económica y sobre todo militar en el ruedo mundial; y preservar la paz social en una situación en que las miserias provocadas por la crisis económica y la guerra tienden a empujar al proletariado al enfrentamiento con el régimen burgués. Tiene un interés particular el reconocimiento de Bujarin de que la forma más importante en que el Estado guarda el orden existente es a través de la anexión de las viejas organizaciones obreras, de su incorporación al Leviatán estatal: «El método de transformación fue el de subordinarse al Estado burgués que todo lo abarca. La traición de los partidos socialistas y los sindicatos se expresa en el hecho mismo de que entren al servicio del Estado burgués, de que sean nacionalizados por ese Estado imperialista, que se transformen en “la sección obrera” de la máquina militar».

Esta lucidez sobre las formas y las características del capitalismo en la decadencia, se completaba con una perfecta comprensión de los métodos y los fines de la revolución proletaria. Teoría económica… muestra que una revolución que pretende sustituir las leyes ciegas mercantiles por la regulación consciente de la vida social por la humanidad liberada, tiene que ser una revolución consciente, fundada en la autoactividad y autoorganización del proletariado en sus nuevos órganos de poder político: los soviets y los comités de fábrica. Al mismo tiempo, la revolución engendrada por el colapso de la economía capitalista mundial, sólo puede ser una revolución mundial, y sólo puede llegar a sus objetivos finales a escala planetaria. Los párrafos de conclusión de Bujarin resumen las auténticas esperanzas internacionalistas del momento, anticipando un futuro en que «por primera vez desde que existe la humanidad, surge un sistema que se construye armoniosamente en todas sus partes; que no conoce jerarquías sociales ni de la producción. Aniquila de una vez por todas la lucha de los pueblos contra los pueblos, y unifica la raza humana en una comunidad que rápidamente se incauta los innumerables bienes de la naturaleza».

Confusión entre embrión y persona plenamente desarrollada

El reconocimiento de los auténticos fines y medios de la revolución no puede sin embargo quedar a nivel de generalidades; tiene que aplicarse y concretarse en el propio proceso revolucionario – una tarea muy difícil que, en el caso de la revolución rusa, requirió muchas experiencias dolorosas y muchos años de reflexión. Globalmente, este trabajo de sacar y profundizar las lecciones de la revolución rusa lo llevó a cabo la Izquierda comunista tras la derrota de la revolución. Pero incluso al calor de la revolución y dentro del propio partido bolchevique, surgieron voces críticas que ya estaban poniendo las bases para la reflexión futura. Sin embargo, aunque el nombre de Bujarin se relaciona con la oposición de Izquierda comunista en el partido en 1918, el Bujarin de Teoría económica…, por el año 1920 se había embarcado en una trayectoria que iba a alejarlo de la Izquierda comunista; y el libro refleja esto porque, junto a sus significativas contribuciones a la teoría marxista, tiene un cariz profundamente «conservador» en el que el autor se aleja de la crítica radical del statu quo – incluso del statu quo «revolucionario»- tendiendo a la apología de las cosas tal como eran. Para ser más exacto, Bujarin, y en esto no era el único, ni mucho menos, pero sí era quien proporcionaba el apuntalamiento teórico de una ilusión ampliamente difundida, tiende a confundir los métodos y exigencias del «comunismo de guerra», con la emergencia del comunismo propiamente dicho; observa una situación contingente – y muy difícil – para la revolución, y de ella deduce ciertas «leyes» o normas que serían universalmente aplicables a todo el periodo de transición. Antes de ir más lejos con esta línea argumental, es preciso señalar que Bujarin se defendió rápidamente contra eso. En diciembre de 1921 escribió un «epílogo» a la edición alemana, que empieza: «Desde que se escribió este libro ha transcurrido algún tiempo. Desde entonces en Rusia se ha introducido la llamada “nueva dirección en política económica” (NEP) : por primera vez, industrias socializadas, economía pequeño burguesa, negocios capitalistas privados, y empresas «mixtas», conviven en una relación económica correcta. Este cambio específicamente ruso, cuya premisa más profunda es el carácter agrario-campesino del país, provocó que algunos de mis ingeniosos críticos señalaran que debía volver a escribir mi trabajo desde el principio. Esta visión es achacable a la ignorancia total de esos listillos, quienes, en su sagrada simpleza, no captan la diferencia entre un examen abstracto, que se representa las cosas y los procesos en sus “relaciones transversales ideales” –según la expresión usada por Marx– y la realidad empírica, que es siempre y en toda circunstancia, infinitamente más complicada que su representación abstracta. Yo no he escrito una historia económica de la Rusia soviética, sino una teoría general del periodo de transición, para la cual no están preparadas las entendederas de los periodistas “par excellence” ni de los limitados “hombres prácticos”, que son incapaces de comprender los problemas generales» ([5]).

Sin duda las recriminaciones de Bujarin a sus críticos burgueses son válidas. Pero lo cierto es que el propio Bujarin, en Teoría económica..., también fracasa al intentar captar la diferencia entre la teoría general y la realidad empírica. Se pueden poner muchos ejemplos que ilustran lo que decimos, pero nos ceñiremos sólo a los más significativos.

Una de las grandes ilusiones del periodo del comunismo de guerra fue precisamente que se trataría realmente de comunismo, y una de las principales fuentes de esa ilusión fue la desaparición aparente de características de capitalismo como el dinero y los salarios. Fue esta misma ilusión – junto con la estatización de amplias ramas de la economía – lo que más tarde suscitó la idea de que la NEP de 1921 representaba un paso atrás hacia el capitalismo porque restauraba una considerable cantidad de propiedad privada formal y volvía a restablecer la economía mercantil abiertamente. De hecho, la desaparición del dinero y los salarios en el periodo 1918-20 no era para nada resultado de una política deliberada, planificada por el poder soviético, sino que más bien expresaba el colapso catastrófico de la economía frente al bloqueo económico, la invasión imperialista y la guerra civil interna. Fue mano a mano con la extensión del hambre y las enfermedades, la disminución de la población en las ciudades y la extenuación física y social de la clase obrera. Por supuesto este pesado «coste» de la revolución fue impuesto por el odio de toda la burguesía mundial; y el proletariado ruso lo aceptó de buen grado, haciendo los mayores sacrificios para asegurar el aplastamiento militar de las fuerzas de la contrarrevolución. Pero como veremos más tarde, el mayor «coste» de esta lucha fue el debilitamiento político muy rápido de la clase obrera y de su dictadura sobre la sociedad. Confundir esta terrible situación con la construcción consciente de la sociedad comunista es un error muy serio, y como muestra el siguiente pasaje, Bujarin cometió este error:

«Este fenómeno (la tendencia hacia la desaparición del valor) también está ligado por su parte al hundimiento del sistema monetario. El dinero representa el verdadero vínculo social, ese lazo con el que se anuda todo el sistema mercantil. Es concebible que en el periodo de transición, en el proceso de aniquilación del sistema mercantil como tal, ocurra un proceso de “autonegación” del dinero. Esto se expresa en primer lugar en la llamada «devaluación monetaria»; en segundo lugar en el hecho de que la distribución  de símbolos monetarios se hace dependiente de la distribución de productos y viceversa. El dinero deja de ser un equivalente universal y se convierte en un símbolo convencional – y por tanto altamente imperfecto – de la circulación de productos.

Los salarios se convierten en una cantidad ilusoria sin contenido. Como la clase obrera es la clase dirigente, el trabajo asalariado desaparece. En la producción socializada no hay trabajo asalariado, y en la medida en que no hay trabajo asalariado, tampoco hay salarios como pago del precio de la fuerza de trabajo vendida a los capitalistas. Solo subsiste la forma externa de los salarios – la forma dinero, que junto con el sistema monetario se acerca a su autoaniquilación. En el sistema de la dictadura del proletariado, el “obrero” recibe un dividendo social (en ruso, “payok”), pero no salarios».

Es evidente que Bujarin confunde aquí muchas cosas. Primero, confunde el periodo de la guerra civil – el periodo de la lucha a vida o muerte entre el proletariado y la burguesía – con el verdadero periodo de transición, que sólo puede empezar su andadura propia y constructiva cuando se ha ganado la guerra civil a escala mundial. En segundo lugar, y consecuentemente, confunde el hundimiento del sistema monetario resultado del hundimiento económico – devaluación, pobreza – con la superación real de la economía mercantil, que solo puede completarse por la unificación comunista de la sociedad global y la emergencia de una sociedad de abundancia. De otro modo, la «abolición» del dinero o los salarios en una región determinada, queda bajo la dominación global de la ley del valor, y no garantiza en absoluto ninguna marcha hacia el comunismo. Y aún más, Bujarin da claramente a entender que en Rusia se habría alcanzado ese deseable estado de cosas (usa incluso una palabra rusa específica para ello, «payok», y escribe «obrero» entre comillas, como dando a entender que ya no pertenecería a los explotados). Y este es el error más peligroso de este pasaje: la idea de que en cuanto el proletariado ha ganado el poder político, ha establecido su dictadura política, y se ha desembarazado de la propiedad privada de los medios de producción, ya no habría trabajo asalariado, ni explotación. Bujarin lo afirma más explícitamente incluso en otra parte, cuando dice que «las relaciones capitalistas de producción son absolutamente inconcebibles bajo el gobierno político de la clase obrera». Por muy radicales que aparenten ser esas afirmaciones, para lo que de hecho servían era para justificar la creciente explotación de la clase obrera.

Antes de continuar con ese punto, sería instructivo dar otro ejemplo del error metodológico de Bujarin. El comunismo de guerra también se caracterizó por la aplicación de soluciones militares a áreas cada vez más amplias de la vida de la revolución, y, más insidiosamente, a áreas en las que es vital que los aspectos políticos se antepongan a los militares. Y una de estas áreas, de las más importantes, fue la extensión internacional de la revolución. Un bastión proletario que se ha establecido en una región, no puede extender la revolución imponiéndola militarmente a otros sectores de la clase obrera mundial; la revolución se extiende sobre todo por medios políticos, por la propaganda, por el ejemplo, llamando a los obreros del mundo a alzarse contra su propia burguesía. Y así fue como se extendió realmente la revolución en el momento culminante de la oleada revolucionaria que comenzó en 1917. En 1920 sin embargo, la revolución rusa ya estaba experimentando las consecuencias mortales del aislamiento, de la derrota de los asaltos revolucionarios en otros países. En esta situación – que iba pareja con un creciente éxito militar en la guerra civil interna – muchos bolcheviques empezaron a poner sus esperanzas en la extensión de la revolución a otros países a punta de bayoneta. El avance del Ejército rojo hacia Varsovia se alimentaba de esas esperanzas – y el fracaso de este «experimento» que sólo empujó a los obreros polacos a un frente común con su propia burguesía, iba a confirmar cuán infundadas  habían sido esas esperanzas. Por otra parte Bujarin había sido un ferviente abogado de la «guerra revolucionaria» durante los debates de 1918 sobre el tratado de Brest-Litovsk; y su trabajo de 1920 contiene fuertes ecos de esta posición. Una vez más, toma una realidad contingente de la situación rusa – la necesidad de una guerra de frentes en el enorme territorio de Rusia y la inevitable formación de un ejército regular – y la convierte en una «norma» para todo el periodo de guerra civil: «A medida que el proceso revolucionario se convierte en un proceso revolucionario mundial, la guerra civil se transforma en una guerra de clases, que por parte del proletariado, es conducida por un ejército regular: el “ejército rojo”». De hecho es más probable que la verdad sea lo contrario. Cuanto más se extienda la revolución a escala mundial, más será dirigida directamente por los consejos obreros y sus milicias, más predominarán los aspectos políticos sobre los militares, y menos necesitará un «ejército rojo» que dirija la lucha. Una guerra de frentes no es en absoluto un punto fuerte para el proletariado. En términos estrictamente militares, la burguesía siempre dispondrá de mejor armamento. La fuerza del proletariado reside, en cambio, en su capacidad para organizarse, para extender sus luchas, en ir ganando a más y más sectores de la clase, en minar al ejército del enemigo mediante la fraternización y el desarrollo de su conciencia de clase. En otro pasaje se ve, más claramente aún, cómo esa identificación entre guerra de clases y conflictos militares entre Estados burgueses, llevó a Bujarin a una severa confusión:

«La guerra socialista es una guerra de clases que debe ser diferenciada de la simple guerra civil. Mientras ésta no es una guerra, en el verdadero sentido de la palabra, ya que no se trata de una guerra entre dos organizaciones estatales; en la guerra de clases, en cambio, ambos poderes se encuentran organizados como poderes estatales: por una lado el Estado del capital financiero, por otro el Estado del proletariado». Esta idea resulta aún más peligrosa que la posición (una guerra defensiva de resistencia mediante unidades de tipo guerrilla) defendida por Bujarin en 1919, pues es ahora la propia revolución mundial la que se transforma en una batalla apocalíptica entre dos tipos de poder estatal. Resulta muy significativo que Lenin, totalmente opuesto a Bujarin en los debates sobre Brest-Litovsk pero que apenas criticó Teoría económica..., perdiera la paciencia ante esta argumentación, y la calificara de «confusión total».

Ceguera frente al peligro por parte del Estado

Una de las ironías de Teoría económica... es que Bujarin, que demostró comprender muy bien qué era el capitalismo de Estado, se mostrara, en cambio, incapaz de entender el peligro del capitalismo de Estado resultante de la degeneración de la revolución. Ya hemos visto antes cómo Bujarin negaba tozudamente que pudieran existir relaciones capitalistas bajo la dictadura política del proletariado. Más adelante Bujarin señala, explícitamente, que «puesto que el capitalismo de Estado es fruto del desarrollo combinado del Estado burgués y los trusts capitalistas, es evidente que no puede hablarse de ninguna clase de capitalismo de Estado en la dictadura del proletariado, que excluye por principio esa posibilidad». Y abunda aún más en ello con el siguiente argumento: «En el sistema del capitalismo de Estado, el sujeto económicamente activo es el Estado capitalista, el capitalista colectivo total. En la dictadura del proletariado el sujeto económicamente activo es el Estado proletario, la clase obrera colectivamente organizada, “el proletariado organizado como poder estatal”. En el capitalismo de Estado, el proceso de producción es un proceso de producción de un valor excedente, que va a parar a las manos de la clase capitalista, que tiende a transformar este valor en un producto excedente. En la dictadura del proletariado, el proceso de producción  sirve como medio a la satisfacción sistemática de las necesidades sociales. El sistema del capitalismo de Estado es la forma más perfecta de explotación de las masas por un puñado de oligarcas. El sistema de la dictadura del proletariado hace impensable cualquier tipo de explotación ya que transforma la propiedad capitalista colectiva, y su forma capitalista privada, en ‘propiedad’ colectiva del proletariado. Así pues, en razón de su esencia, y a pesar de sus similitudes formales, son diametralmente opuestos». Y, por último: «si partimos de que – al contrario de lo que dicen los científicos burgueses – el aparato estatal no es una organización de naturaleza neutralmente mística, podremos entonces comprender que todas las funciones del Estado, también están sujetas a un carácter de clase. Por ello pueden diferenciarse perfectamente la nacionalización burguesa de la nacionalización proletaria. La nacionalización burguesa lleva al capitalismo de Estado. La nacionalización proletaria conduce a una forma estatal del socialismo. Del mismo modo que la dictadura del proletariado constituye la negación, la antítesis de la dictadura burguesa, podemos igualmente decir que la nacionalización proletaria es la negación, todo lo contrario de la nacionalización burguesa».

De los muchos errores que aparecen en esta argumentación hay dos que deben ser destacados. Para empezar tenemos, nuevamente, que Bujarin confunde el período de la guerra civil (cuando temporalmente pueden existir bastiones proletarios en determinados países o regiones) y el período de transición propiamente dicho que sólo puede comenzar cuando el proletariado ha conquistado el poder a escala mundial. Toda la experiencia de la Revolución rusa nos demuestra que la apropiación por el Estado de los medios de producción, incluso por parte del Estado soviético, no logró suprimir la explotación. Esto ni siquiera sería posible en una dictadura del proletariado que disfrutara de condiciones «óptimas» (un proceso revolucionario que se va extendiendo a escala mundial, máxima democracia obrera, etc.) ya que las exigencias globales de la ley del valor seguirían ejerciendo una implacable presión sobre los trabajadores, es más impensable aún en el caso de un bastión proletario que sufre el aislamiento y unas privaciones materiales extremas. En estas condiciones, que fueron las que se vivieron en Rusia, lo que aparece con toda claridad es una tendencia a la degeneración, y el peligro inminente que amenaza a los trabajadores es el de perder su autoridad política y su independencia, mientras padecen un brutal deterioro de sus condiciones de vida y trabajo. En esas circunstancias decir que «es imposible que exista la explotación» por el mero hecho de que los capitalistas privados hayan sido expropiados, sólo puede contribuir a debilitar la resistencia del proletariado tanto en el terreno económico como en el político.

En segundo lugar, la historia ha demostrado efectivamente, que el órgano en el que se manifiesta más nítidamente ese proceso de degeneración es, precisamente, el Estado «proletario». La simplista explicación de Bujarin, para quien el Estado sería una mera «herramienta» de la clase dominante, da la espalda a la comprensión más profunda del marxismo sobre el Estado. Partiendo de un análisis de sus orígenes históricos, el marxismo no plantea que el Estado «se creó de la nada» por una clase dominante, sino que se desarrolló a partir de los crecientes antagonismos de clase que amenazaban con desgarrar la sociedad. Eso no quiere decir que el Estado tenga una naturaleza «místicamente neutral», pero sí que al surgir para defender un orden social basado en la división de clases, sólo puede operar en favor de la clase económicamente dominante. Aunque tampoco pueda afirmarse que el Estado no sea más que un instrumento pasivo de esa clase. De hecho la aparición del capitalismo de Estado expresa, precisamente, que en su época de decadencia, el capital ha debido funcionar, cada vez más, «sin capitalistas». Incluso en las llamadas «economías mixtas», el capitalista privado – el «financiero» como los demás – es el que ha de subordinar sus intereses particulares a las impersonales necesidades del capital nacional en su conjunto, que se les impone, fundamentalmente, a través del Estado.

En el período de inestabilidad que sucede a la destrucción del viejo orden burgués, también emerge un nuevo estado, una vez más fruto de la necesidad de mantener la cohesión social y de evitar que los antagonismos sociales acaben por desgarrarla. Pero en este caso no existe una clase «económicamente dominante», ya que la nueva clase dominante es, a la vez, una clase explotada y que no posee ningún medio de producción. Por ello resulta aún más difícil creer que ese nuevo Estado actúe, automáticamente, en beneficio del proletariado. Esto sólo sucederá si el proletariado se mantiene organizado y consciente, e impone su dirección revolucionaria al nuevo poder estatal. Cuando la revolución retrocede, las fuerzas sociales conservadoras se reagrupan en torno al Estado para hacer de él un instrumento contra los intereses del proletariado. Por todo ello, el capitalismo de Estado sigue siendo muy peligroso, aún bajo la dictadura del proletariado.

Para que el proletariado pueda protegerse de tal peligro, es necesario que mantenga sus propios órganos de clase – tanto sus órganos unitarios (consejos obreros, comités de fábrica…), como su vanguardia política, el partido – al margen del Estado, y que se esfuerce por dotarles de una plena vitalidad. En su Teoría económica, en cambio, Bujarin propugna que tales órganos no sólo no eludan involucrarse directamente en el Estado, sino que, más aún, se fusionen completamente con él, es decir que se subordinen absolutamente a ese Estado: «Ahora debemos plantear la cuestión como principio general del sistema del aparato proletario, es decir, en lo referente a las relaciones entre las diferentes formas de las organizaciones proletarias. Está claro que tanto la clase obrera como la burguesía en el período del capitalismo de Estado aplican necesariamente el mismo método. Ese método consiste en la coordinación entre todas las organizaciones proletarias con una que las engloba a todas, es decir con la organización estatal de la clase obrera, con el estado soviético del proletariado. La “nacionalización” de los sindicatos y la eficaz nacionalización de todas las organizaciones de masas del proletariado es resultado de la lógica misma del propio proceso de transición. Hasta las células más minúsculas de la organización del trabajo deben transformarse en agentes del proceso general de organización, que es sistemáticamente dirigido y guiado por el interés colectivo de la clase obrera, que encuentra su más alta y más global organización en su aparato de Estado. De esta manera el sistema del capitalismo de Estado se transforma a sí mismo, dialécticamente, en su propia inversión en la forma estatal del socialismo obrero».

Siguiendo esa misma «dialéctica», Bujarin defenderá más adelante que el sistema de dirección por un solo hombre, es decir la designación desde arriba para las industrias – una práctica muy extendida en el período del comunismo de guerra, y que suponía un paso atrás, como resultado de la disgregación del proletariado industrial y de la pérdida de su autoorganización – expresaría, según él, una fase aún más avanzada de la maduración revolucionaria, ya que esta práctica «no se basa en un cambio fundamental en las relaciones de producción, sino en el descubrimiento de una forma de administración que garantiza la máxima eficacia. El principio de las más amplia elegibilidad, de abajo a arriba, práctica habitual incluso en los obreros fabriles, es reemplazado por el principio de una concienzuda selección del personal técnico y administrativo, en función de la competencia profesional y la confianza que inspiren los candidatos». Es decir que como las relaciones capitalistas habrían sido ya abolidas por el «Estado proletario», la concepción militar de la «máxima efectividad» podría suplantar el principio político de la autoeducación del proletariado a través de su participación colectiva y directa en la dirección de la economía y el Estado.

Aplicando esa misma «dialéctica» se llega a la conclusión de que la represión ejercida por el Estado contra el proletariado constituye, en realidad, la más alta expresión de la actividad autónoma de la clase: «Resulta obvio que esta imposición, que es en este caso la disciplina que la clase obrera se autoimpone, parte del núcleo más firme hacia una periferia cada vez más amorfa y dispersa. Se trata del poder consciente que cohesiona hasta las partes más pequeñas de la clase, que si bien es percibido subjetivamente por algunos sectores como una presión externa, supone, objetivamente, para el conjunto de la clase, una aceleración de su autorganización». Cuando Bujarin habla de esa «periferia amorfa», no se está refiriendo únicamente a las demás capas no explotadoras de la sociedad, sino a los sectores «menos revolucionarios» de la propia clase obrera, para los que predica «la necesidad de reforzar una disciplina, cuyo carácter forzoso es más palpable cuanto menor es la disciplina interna voluntariamente aceptada». Y es que si bien es cierto que en la revolución la clase obrera debe mostrar una alto grado de autodisciplina, asegurando el cumplimiento de las decisiones mayoritarias, no por ello cabe plantearse obtener «a la fuerza» la adhesión al proyecto comunista de los sectores más atrasados del proletariado. La tragedia de Cronstadt nos ha enseñado que tratar de solucionar, mediante el recurso a la violencia, incluso los conflictos más agudos en el seno de la clase, sólo conduce a debilitar el dominio del proletariado sobre la sociedad. La dialéctica de Bujarin, en cambio, aparece ya como una apología de una militarización cada vez más intolerable del proletariado. Llevada a su conclusión lógica, conduce directamente al terrible error de Cronstadt, cuando el «núcleo firme» (el aparato del partido-Estado, que se había ido separando de las masas) impuso la «disciplina forzosa» a quienes vio como esa «peri-feria amorfa» de las capas «menos revolucionarias» del proletariado, pero que en realidad luchaban por una más que necesaria regeneración de los soviets para que cesaran los excesos del comunismo de guerra.

La trayectoria de Bujarin: un reflejo del curso de la revolución

Tras criticar inicialmente la NEP, Bujarin acabó convirtiéndose en su más acérrimo defensor. Si en Teoría económica... presentaba el comunismo de guerra como la vía «al fin, descubierta» a la nueva sociedad; en sus últimos escritos, Bujarin ve en la NEP, en su pragmatismo y sus cautelas, el modelo ejemplar para el período de transición. Esta repentina conversión de Bujarin a una especie de «socialismo de mercado», ha suscitado un renovado interés por su obra, entre los modernos economistas burgueses, tanto en los estalinistas arrepentidos como en otros. Lógicamente ese interés no se extiende a sus escritos auténticamente revolucionarios anteriores. En 1924 Bujarin iría más lejos todavía, afirmando que la NEP había conducido al socialismo, o sea al «socialismo en un solo país». Es entonces cuando Bujarin empieza a actuar como aliado de Stalin en el ataque contra la Izquierda, jugando el papel de teórico a su servicio. Aunque ni siquiera este servicio le evitó, pocos años más tarde, ser sacrificado por la bestia criminal estalinista.

Este flagrante «cambio de chaqueta» no fue tan sorprendente como podría parecer. De hecho tanto la defensa del comunismo de guerra, como más tarde de la NEP, estaban basadas en concesiones a la idea de que algún tipo de socialismo podría ser construido en los confines de Rusia, o que en última instancia algún tipo de «acumulación primitiva socialista» (un término que aparece en Teoría económica...) se estaba produciendo. De ahí a concluir que el socialismo ya había sido alcanzado no hay más que un paso, aunque para tal paso se necesitara el trampolín de la contrarrevolución.

Sin embargo la trayectoria de Bujarin, de la extrema izquierda del partido entre 1915 y 1919 a la extrema derecha a partir de 1921, necesita algunas explicaciones. En The tragedy of Buhharin (La tragedia de Bujarin), un trabajo muy sofisticado escrito por Donny Gluckstein en 1994 desde la óptica de la organización trotskista SWP, se vierten numerosas críticas a las teorías de  Bujarin (incluidas las que aparecen en Teoría económica...) que coinciden, sólo formalmente, con las que le hiciera la Izquierda comunista. Pero el sesgo substancialmente izquierdista del libro de Gluckstein se pone en evidencia cuando para tratar de explicar la trayectoria de Bujarin se focaliza únicamente en el «método filosófico» de éste: su tendencia al escolasticismo y la lógica formal, su inclinación a plantear rígidamente las cuestiones en términos de «o blanco o negro», así como en sus simpatías por la filosofía «monista» de Bogdanov, y su afán por amalgamar marxismo y sociología.. O sea que pasar de defender acríticamente el comunismo de guerra, a defender con esa misma falta de crítica la NEP, se debería a un déficit de dialéctica, a una incapacidad para ver la complejidad y la naturaleza en constante cambio de la sociedad. Desde ese mismo punto de vista, el llamamiento de Bujarin a la guerra revolucionaria cuando el debate sobre la paz de Brest-Litovsk estaría igualmente basado en un conjunto de errores metodológicos, puesto que partiría de un análisis según el cual la Revolución rusa estaría abocada inmediatamente a una elección sin más alternativas que «venderse al imperialismo alemán» o realizar un gesto heroico y fatal ante los ojos del proletariado mundial. Y si Teoría económica... reducía la extensión de la revolución mundial a poco más que un dramático gesto final, tras la creación de relaciones comunistas en Rusia, así pues el Bujarin de 1918 había estado preparado para sacrificar completamente el bastión proletario en Rusia en aras de una revolución mundial que aún no era una realidad inmediata y que, por lo tanto, resultaba como una especie de ideal abstracto.

Es verdad que tanto Lenin como Trotski criticaron muchas veces enérgicamente el método de Bujarin (algunas de las críticas de Lenin aparecen en sus comentarios a Teoría económica...). Pero si Gluckstein pone tanto énfasis en esta cuestión, lo hace en realidad con otro objetivo: atribuir ese método esquemático de «o blanco o negro» al comunismo de izquierda. El trabajo de crítica de Bujarin pasa a convertirse así en una especie de «advertencia» sobre las consecuencias de enredarse con las posiciones políticas de la Izquierda comunista.

No pretendemos refutar aquí el ataque de Gluckstein a las «bases teóricas de la izquierda comunista». Sí debemos afirmar que si bien es cierto que los errores políticos de Bujarin están relacionados con algunas de las concepciones «filosóficas» que subyacen en su pensamiento, éstas no son, en absoluto, las que caracterizan a la Izquierda comunista, sino, muy a menudo, exactamente las contrarias. En cualquier caso es mucho más instructivo analizar el conjunto de la trayectoria de Bujarin como reflejo del curso general de la revolución. Se da frecuentemente el caso de que la trayectoria «personal» de un revolucionario guarda una relación casi simbólica con el curso general de la revolución. Lo vemos, por ejemplo, en Trotski, que fue expulsado de Rusia tras la derrota de la revolución de 1905, que regresó para dirigir la victoria de Octubre, y que de nuevo fue expulsado de ese país en 1929, cuando ya la contrarrevolución todo lo arrasaba. La trayectoria de Bujarin es diferente aunque igualmente significativa. Sus mejores contribuciones al marxismo datan de los años 1915-19, es decir cuando la oleada revolucionaria está en pleno desarrollo y alcanza su cima, y cuando el Partido bolchevique actúa como un verdadero laboratorio del pensamiento revolucionario. Pero aunque, como ya hemos visto, el nombre de Bujarin apareció asociado con el grupo de comunista de izquierda en 1918, lo cierto es que él siguió un camino diferente al que llevaron los comunistas de izquierda a partir de 1919. El principal motivo de discordia de Bujarin en 1918 fue su oposición al tratado de Brest-Litovsk. Pero una vez concluido este debate, otros comprometidos militantes de la izquierda concentraron su atención hacia los problemas internos del régimen, en particular el peligro del oportunismo y de la burocratización en el partido y en el Estado. Algunos de estos militantes – como Sapranov y Smirnov – mantuvieron y acentuaron sus críticas a lo largo de todo el proceso de degeneración y aún incluso en medio de la más profunda contrarrevolución. Bujarin, en cambio, fue convirtiéndose paulatinamente en un «hombre de Estado», en la «figura teórica del Estado», cabría decir. Ciertamente esa trayectoria explica las ambigüedades y las inconsistencias que aparecen en Teoría económica..., que mezcla una teoría radical con una defensa conservadora del status quo, ya que en el momento en que aparece Teoría económica..., la Revolución rusa se encuentra en una situación en la que el movimiento de ascenso revolucionario y el de declive y degeneración se contrarrestaban mutuamente. Desde 1921, en cambio, lo que domina claramente es el reflujo, y a partir de ese momento Bujarin se fue convirtiendo en una especie de «portavoz», de «justificador teórico» del proceso de degeneración, aún cuando él mismo acabara siendo otra más de sus víctimas. También detrás de ese declive intelectual de Bujarin, está la historia de un Partido bolchevique que cuanto más se funde con el Estado, menos capaz es de desempeñar el papel del verdadera vanguardia política y teórica. La historia de los elementos que, tanto en el Partido bolchevique como en el movimiento comunista internacional, fueron capaces de ver más lejos, resistiendo contra ese curso, nos ocupará en futuros artículos de esta serie.

CDW

 

[1] Revista internacional nº 95.

[2] Bergman Publishers, New York and Pluto Press, p 212.

[3] Citado en D. Gluckstein, La Tragedia de Bujarin, Pluto Press, 1994, pag. 15.

[4] Teoría económica del periodo de transición, traducido por nosotros. Todas las citas no señaladas se refieren a esta obra.

[5] Idem. En este epílogo Bujarin señala también que su libro ha sido erróneamente tomado como una justificación de la «teoría de la ofensiva» en cualquier circunstancia que tanto influyó en el partido alemán y que contribuyó al desastre de la Acción de Marzo en 1921. Sin embargo una cierta conexión sí existe por cuanto Teoría económica… tiende a presentar el declive del capitalismo, no como una época general, sino como una crisis final, definitiva, en la que «la reconstrucción de la industria con que sueñan los utópicos capitalistas, es imposible». La «teoría de la ofensiva» se basaba, precisamente, en la idea de que no existía perspectiva alguna de reconstrucción capitalista, y que la crisis económica solo podía ir a peor. Es probable, además, que esa visión apocalíptica que defiende Bujarin, alentara la identificación del colapso del capitalismo con emergencia del comunismo. Bujarin tenía razón al defender, en contra de la propaganda burguesa, que la revolución proletaria supone un cierto nivel de anarquía social y de colapso de las actividades productivas de la sociedad. Pero en Teoría económica… hay una subestimación absoluta del riesgo que para el proletariado significa que ese colapso se prolongue. Tal peligro se mostró en toda su crudeza en la Rusia de 1920, cuando la clase obrera resultó diezmada y hasta cierto punto desclasada, como consecuencia de los estragos de la guerra civil. Ciertos pasajes del libro dan la impresión de que cuanto más se desintegra la economía, más y mejor se acelera el desarrollo de las relaciones sociales comunistas.

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [4]

Crisis económica (I) - Treinta años de crisis abierta del capitalismo

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Desde hace 30 años el capitalismo ha sufrido numerosas convulsiones económicas que han desmentido a cada paso los discursos de la clase dominante sobre la «buena salud» y la perennidad de su sistema de explotación. Recordemos, entre otras, las recesiones de 1974-75, 1980-82 o la especialmente severa de 1991-93, o bien, cataclismos bursátiles como el de octubre de 1987, el efecto «Tequila» de 1994 etc. Sin embargo, la sucesión de malas noticias económicas que se vienen acumulando desde agosto 1997 con el desplome de la moneda tailandesa, la debacle de los «tigres» y «dragones» asiáticos, la purga brutal de las bolsas mundiales, la bancarrota de Rusia, la delicada situación de Brasil y otros países «emergentes» de América Latina y sobre todo el estado de gravedad en el que se encuentra Japón, segunda potencia económica mundial, constituye el episodio más grave de la crisis histórica del capitalismo confirmando claramente los análisis marxistas y poniendo en evidencia la necesidad de derribar el capitalismo a través de la revolución proletaria mundial.

Ahora bien, en los últimos 30 años, la forma que ha tomado esta crisis no ha sido, sobre todo en los grandes países industrializados, la de una depresión brutal como ocurrió en los años 30. A lo que hemos asistido es a una caída lenta y progresiva, a un descenso a los infiernos del paro y la miseria, en escalones sucesivos, a la vez que los estragos más grandes se concentraban en la mayoría de países de la «periferia»: África, Sudamérica, Asia, hundidos irremediablemente en el marasmo total, la barbarie y la descomposición.

Esta forma inédita que toma la crisis histórica del capitalismo tiene la ventaja para la burguesía de los grandes países industrializados, aquellos que concentran a su vez las masas más importantes del proletariado, de enmascarar la agonía del capitalismo, creando la ilusión de que sus convulsiones serían pasajeras y responderían a crisis cíclicas como las del siglo pasado, seguidas por un período de desarrollo general intensivo.

Como instrumento de combate contra estas mistificaciones iniciamos aquí un estudio de la evolución del capitalismo durante los últimos 30 años que, por una parte, pone en evidencia que ese ritmo lento y escalonado de la crisis es el resultado de la «gestión» de la misma a través de trampas que los Estados hacen con las propias leyes del sistema capitalista (notablemente el recurso a un endeudamiento astronómico jamás visto en la historia de la humanidad) y por otro lado, que tales políticas no suponen ninguna solución a la enfermedad mortal del capitalismo sino que lo único que consiguen es aplazar en los países más importantes sus expresiones más catastróficas al precio de hacer más explosivas sus contradicciones y de agravar todavía más el cáncer incurable del capitalismo mundial.

¿ Derrumbe o hundimiento progresivo?

El marxismo ha dejado claro que el capitalismo no tiene solución a su crisis histórica, crisis que se viene planteando desde la Primera Guerra mundial. Sin embargo, la forma y las causas de esta crisis ha sido objeto de debate entre los revolucionarios de la Izquierda comunista ([1]). Sobre la forma: ¿adopta la de una depresión deflacionista al estilo de las crisis cíclicas del período ascendente (entre 1820 y 1913)? O bien ¿se presenta como un proceso degenerativo progresivo en el curso del cual toda la economía mundial va hundiéndose en un estado de estancamiento y descomposición cada vez más agudos?.

En los años 20, en algunas tendencias del KAPD, se planteó la «teoría del derrumbe» según la cual la crisis histórica del capitalismo tomaría la forma de un hundimiento brutal y sin salida que pondría al proletariado ante la tesitura de hacer la revolución. Esta visión también se desprende de algunas corrientes bordiguistas para quienes la forma súbita de la crisis colocaría al proletariado en el disparadero de la acción revolucionaria.

No podemos entrar aquí en un análisis detallado de esta teoría. Sin embargo, lo que nos interesa dejar claro es que se ha visto desmentida tanto en el plano económico como en el plano político por la evolución del capitalismo desde 1917.

Lo que ha confirmado la experiencia histórica en el presente siglo es que la burguesía hace lo imposible por evitar el derrumbe espontáneo y súbito de su sistema de producción. El problema del desenlace de la crisis histórica del capitalismo no es estrictamente económico sino sobre todo y esencialmente político, depende de la evolución de la lucha de clases:

– bien el proletariado desarrolla sus combates hasta la imposición de su dictadura revolucionaria que saque a la humanidad del marasmo actual y la conduzca al comunismo como nuevo modo de producción que supera y resuelve las contradicciones insolubles del capitalismo.

– bien, la supervivencia de este sistema hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitivas, bien sea a través de una guerra mundial generalizada, bien sea por la pendiente de una lenta agonía, de una descomposición progresiva y sistemática ([2]).

Frente a la crisis permanente de su sistema, la burguesía responde con la tendencia universal al capitalismo de Estado. El capitalismo de Estado no es únicamente una respuesta económica, también es una respuesta política, tanto como necesidad para llevar a cabo la guerra imperialista como medio de enfrentar al proletariado. Pero desde el punto de vista económico el capitalismo de Estado es una tentativa no tanto de superación o solución de esa crisis sino de acompañamiento y ralentización de la misma ([3]).

La brutal depresión de 1929 mostró a la burguesía los graves riesgos que contenía su crisis histórica en el plano económico, de la misma forma que la oleada revolucionaria internacional del proletariado de 1917-23 le había puesto en evidencia las amenazas gigantescas en el plano decisivo, el político, por parte de la clase revolucionaria, el proletariado. La burguesía no se resignó en ninguno de los dos frentes, desarrolló su Estado de forma totalitaria como baluarte defensivo contra la amenaza proletaria y contra las contradicciones mismas de su sistema de explotación.

En los últimos 30 años, marcados, tanto por la reaparición en forma abierta de la crisis histórica del capitalismo como por la reanudación de la lucha del proletariado, hemos visto cómo la burguesía perfecciona y generaliza sus mecanismos estatales de acompañamiento y gestión de la crisis económica para evitar una explosión brutal y descontrolada de la misma, al menos en las grandes concentraciones industriales (Europa, Norteamérica, Japón), allí donde está el corazón del capitalismo, en donde se juega su porvenir ([4]).

La burguesía hace todas las trampas imaginables con sus propias leyes económicas para evitar una repetición de la experiencia brutal que supuso 1929 con una caída catastrófica de un 30% de la producción mundial en menos de 3 años y una explosión del paro del 4 al 28% en ese mismo lapso de tiempo. No solo lanza machaconas campañas ideológicas destinadas a enmascarar la gravedad de la crisis y sus verdaderas causas, sino que recurre a todas las artes de su «política económica» para mantener la apariencia de un edificio económico que funciona, que progresa, que podría tener no se sabe qué radiantes perspectivas.

Nuestra Corriente lo ha dejado claro desde su propia constitución. En la Revista internacional nº 1 señalábamos que «En algunos momentos la convergencia de varios factores puede provocar una depresión importante en ciertos países, tales como Italia, Inglaterra, Portugal o España. No negamos tal eventualidad. Sin embargo, aunque tal desastre quebrante de forma irreparable la economía mundial (las inversiones y acciones británicas en el extranjero alcanzan ya ellas solas los 20 billones de $), el sistema capitalista mundial podrá mantenerse todavía en tanto consiga un mínimo de producción en ciertos países avanzados tales como Estados Unidos, Alemania, Japón o los países del Este. Tales acontecimientos golpean al sistema en su conjunto y las crisis son inevitablemente crisis mundiales. Pero por las razones que hemos expuesto previamente pensamos que la crisis será aplazada, con convulsiones en dientes de sierra y su movimiento será más bien el del zigzagueo de una bala que el de una caída brutal y repentina. Incluso el hundimiento de una economía nacional no significará necesariamente que todos los capitalistas en quiebra se ahorquen como ponía en evidencia Rosa Luxemburg. Para que ello ocurra es preciso que la personificación del capital nacional, el Estado, sea destruido y esto sólo puedo hacerlo el proletariado revolucionario»([5]).

En la misma línea, tras las violentas sacudidas económicas de los años 80, poníamos de manifiesto que «la máquina capitalista no se ha derrumbado realmente. A pesar de los récords históricos de quiebras y bancarrotas; a pesar de los crujidos y grietas cada vez más profundos y frecuentes, la máquina de las ganancias sigue funcionando, concentrando fortunas gigantescas – fruto de la lucha mortal y carroñera que opone a los capitales entre si – pavoneándose con la más cínica arrogancia de sus discursos sobre las maravillas del liberalismo mercantil» ([6]).

Una clase dominante no se suicida ni cierra las puertas de su negocio dejando las llaves a la clase que viene después. No ocurrió con la clase feudal que tras una feroz resistencia pactó incluso con la burguesía para hacerse un hueco en el nuevo orden. Menos aún va a pasar con la burguesía que sabe con certeza que bajo el orden social que representa el proletariado no hay ningún resquicio para el mantenimiento de los privilegios de clase, en donde lo único que le queda es desaparecer.

Tanto para mistificar y derrotar al proletariado como para mantener a flote su sistema económico, la burguesía necesita que sus miembros no se desmoralicen y tiren la toalla y eso obliga al Estado a mantener a toda costa el edificio económico, a dar la máxima apariencia de normalidad y eficacia, a asegurar su credibilidad.

Sea como sea, la crisis es el mejor aliado del proletariado para el cumplimiento de su misión revolucionaria. Pero no lo es de una forma espontánea o mecánica, sino a través del desarrollo de su lucha y de su conciencia. Lo es si en el proletariado se desarrolla una reflexión sobre sus causas profundas y si, consecuentemente con ello, las organizaciones revolucionarias llevan a cabo un combate tenaz y obstinado mostrando la realidad de la agonía del capitalismo y denunciando todas las tentativas del capitalismo de Estado para aplazar la crisis, ralentizarla, enmascararla, desplazarla desde los centros neurálgicos del capitalismo mundial a las regiones más periféricas y en las que el proletariado tiene menos peso social.

La « gestión de la crisis »

El «acompañamiento de la crisis», o para emplear los términos del Informe de nuestro último Congreso internacional ([7]), la «gestión de la crisis», es la manera con la que, desde 1967, ha respondido el capitalismo mundial a la reaparición de forma abierta de su crisis histórica. Esa «gestión de la crisis» es clave para comprender el curso de la evolución económica de los últimos 30 años y entender el éxito que ha tenido la burguesía hasta la fecha para velar a los ojos del proletariado la gravedad y la magnitud de la crisis.

Esta política es la expresión más acabada de la tendencia histórica general al capitalismo de Estado. En realidad, y de forma progresiva a lo largo de los últimos 30 años, los Estados occidentales han desarrollado toda una política de manipulación de la ley del valor, de endeudamiento masivo y generalizado, de intervención autoritaria del Estado sobre los agentes económicos y los procesos productivos, de trampas con las monedas, el comercio exterior  y la deuda pública, que dejan en pañales los métodos de planificación estatal de los burócratas estalinistas. Toda la cháchara de las burguesías occidentales sobre la «economía del mercado», el «juego libre de las fuerzas económicas», la «superioridad del liberalismo», etc., es en realidad una gigantesca mistificación: desde hace 70 años y como ha venido afirmando la Izquierda comunista, no existen dos «sistemas económicos», uno de «economía planificada» y otro de «economía libre», sino que existe un solo sistema, el capitalismo, que en su lenta agonía es sostenido por la intervención cada vez más absorbente y totalitaria del Estado.

Esa intervención del Estado para acompañar la crisis, tratar de adaptarse a ella y buscar su ralentización y aplazamiento, ha logrado evitar en los grandes países industrializados un hundimiento brutal, una desbandada general del aparato económico. Sin embargo, no ha conseguido ni solucionar la crisis ni solventar al menos algunas de sus expresiones más agudas como el desempleo o la inflación. Tras 30 años de esas políticas de paliativos su único logro es una especie de descenso organizado hacia el abismo, una suerte de caída planificada cuyo único resultado real ha sido prolongar de forma indefinida los sufrimientos, la incertidumbre y la desesperación de la clase obrera y de la inmensa mayoría de la población mundial. De un lado, la clase obrera de los grandes centros industriales ha sido sometida a un tratamiento sistemático de recorte sucesivo y gradual de sus salarios, sus empleos, sus condiciones de vida, su estabilidad laboral, su supervivencia misma. Por otra parte, la gran mayoría de la población mundial, la que malvive en la enorme periferia que rodea a los centros neurálgicos del capitalismo, ha sido, en su gran mayoría, sumida en una situación de barbarie, hambre y mortalidad que bien se puede calificar del mayor genocidio que jamás haya sufrido la humanidad.

Esta política es, sin embargo, la única posible para el conjunto del capitalismo mundial, la única que puede mantenerle a flote aún al precio de dejar caer en el abismo a partes cada vez más substanciales de su propio cuerpo económico. Los países más importantes y decisivos desde el punto de vista imperialista, económico y sobre todo de confrontación entre las clases, concentran todos sus esfuerzos en descargar la crisis sobre los países más débiles, con menos recursos frente a sus efectos devastadores y con menor trascendencia en la lucha contra el proletariado. Así, en los años 70-80 cayó gran parte de Africa, un buen pedazo de Sudamérica y Centroamérica y toda una serie de países asiáticos. Desde 1989 le tocó el turno a los países de Europa del Este, Asia Central, etc., sometidos hasta entonces a la férula soviética y a ese gigante con pies de barro llamado Rusia. Ahora ha sido el turno de los antiguos «dragones» y «tigres» asiáticos que contemplan la caída más brutal y más rápida de la economía desde hace 80 años.

Mucho nos han hablado políticos, sindicalistas o «expertos» de «modelos económicos», de «políticas económicas», de «soluciones a la crisis». La cruda realidad de la crisis a lo largo de los últimos 30 años ha convertido en insondables estupideces o en vulgares timos de saltimbanquis esos laureados «modelos»: el famoso «modelo japonés» ha tenido que ser apresuradamente retirado de la propaganda y los libros de texto, el «modelo alemán» ha sido discretamente arrinconado en el baúl de los recuerdos, el disco rayado sobre el «éxito» de los «tigres» y los «dragones» asiáticos se ha visto estrepitosamente derribado en el lapso de unos cuantos meses... En la práctica, la única política posible para todos los gobiernos, sean de derechas o de izquierdas, dictatoriales o «democráticos», «liberales» o «intervencionistas», es el acompañamiento y gestión de la crisis, el descenso planificado y lo más gradual posible a los infiernos.

Esa política de gestión y acompañamiento de la crisis no tiene como efecto encerrar el capitalismo mundial en una suerte de punto muerto, de situación estática donde la brutalidad de las contradicciones del régimen de explotación se pudiera contener y limitar de forma perpetua. Esa estabilidad es imposible por la propia naturaleza del capitalismo, por su propia dinámica que lo empujan sin cesar a intentar acumular cada vez más capital, a competir por el reparto del mercado mundial. Por esa razón, la política de aplazamiento, dosificación y ralentización de la crisis tiene como efecto perverso el de agravar y hacer más violentas y más profundas las contradicciones del capitalismo. El «éxito» de las políticas económicas del capitalismo durante los últimos 30 años se ha reducido a aplazar en parte los efectos de la crisis pero, entretanto, la bomba se ha ido cebando, se ha hecho más explosiva, más dañina, más destructiva:

  • Treinta años de endeudamiento han llevado a una fragilización general de los mecanismos financieros que hacen mucho más difícil y arriesgada su utilización para gestionar la crisis.
  •   Treinta años de sobreproducción generalizada han obligado a amputaciones sucesivas del aparato industrial y agrícola de la economía mundial, lo que reduce los mercados y agrava tanto más la sobreproducción.
  •   Treinta años de aplazamiento y dosificación del desempleo han hecho que hoy éste sea mucho más grave y obligue a una cadena sin fin de despidos, de medidas de precarización del trabajo, de subempleo etc.

Todas las trampas del capitalismo con sus propias leyes económicas han conseguido que la crisis no tome la forma de hundimiento repentino de la producción como ocurría con las crisis cíclicas del capitalismo ascendente en el siglo pasado o como pudo verse con la depresión del 29. Pero con ello la crisis ha tomado una forma mucho ampliada, más aniquiladora para las condiciones de vida del proletariado y del conjunto de la humanidad: la de un descenso en escalones sucesivos, progresivamente más brutales, hacia una situación de marasmo, y descomposición cada vez más generalizados.

Las convulsiones que se vienen produciendo desde agosto de 1997 marcan uno de esos escalones en el descenso al abismo. No nos cabe la menor duda de que está siendo el peor episodio de los últimos 30 años. Para comprender mejor el nivel de agravamiento de la crisis del capitalismo al que ese episodio corresponde y evaluar sus efectos sobre las condiciones de vida del proletariado lo que vamos a desarrollar es un análisis de las diferentes etapas hacia abajo en los últimos 30 años.

En la Revista internacional nº 8 señalamos que la política del capitalismo de «gestión y acompañamiento de la crisis» tenía tres ejes: «desplazar la crisis hacia otros países, hacerla recaer sobre las clases intermedias y descargarla sobre el proletariado». Esos tres ejes han definido las diferentes etapas de hundimiento del sistema.

La política de los años 70

En 1967 con la devaluación de la libra esterlina asistimos a una de las primeras manifestaciones de una nueva crisis abierta del capitalismo tras los años de prosperidad relativa otorgados por la reconstrucción de la economía mundial tras la enorme destrucción que supuso la Segunda Guerra mundial. Hay un primer sobresalto del desempleo que sube en países de Europa hasta un 2%. Los gobiernos responden con políticas de aumento del gasto público que rápidamente enmascaran la situación y permiten una recuperación de la producción durante 1969-71.

En 1971 la crisis toma la forma de violentas tormentas monetarias concentradas alrededor de la primera moneda mundial, el dólar. El gobierno de Nixon da un paso que aplazará momentáneamente el problema pero que tendrá graves consecuencias en la evolución futura del capitalismo: se desmontan los acuerdos de Breton Woods adoptados en 1944 y que desde entonces habían regido la economía mundial.

Con estos acuerdos se abandonó definitivamente el patrón oro y se sustituyó por el patrón dólar. Semejante medida ya supuso en su momento un paso adelante en la fragilización del sistema monetario mundial y un estímulo de las políticas de endeudamiento. En su periodo ascendente el capitalismo había vinculado las monedas al respaldo de reservas de oro o plata que establecía una correspondencia más o menos coherente entre la evolución de la producción y la masa monetaria en circulación evitando o al menos paliando los efectos negativos del recurso incontrolado al crédito. Por ello la vinculación de las monedas al patrón dólar eliminaba ese mecanismo de control y, además de dar un ventaja muy importante al capitalismo americano sobre sus competidores, suponía un riesgo considerable de inestabilidad monetaria y crediticia.

Ese riesgo permaneció latente mientras la reconstrucción dejaba un margen para la venta de una producción en continua expansión. Sin embargo, estalló claramente desde 1967 cuando ese margen se redujo dramáticamente. Con el abandono del patrón dólar en 1971 y su sustitución por unos Derechos Especiales de Giro que permitían a cada Estado emitir su moneda sin más garantía que la ofrecida por él mismo, los riesgos de inestabilidad y de endeudamiento descontrolado se hacían más tangibles y peligrosos.

El boom de 1972-73 ocultó una vez más esos problemas y aportó uno de esos espejismos con los que el capitalismo ha tratado de enmascarar su crisis agónica: en esos 2 años se batieron récords históricos de producción basados esencialmente en un impulso desenfrenado del consumo.

Apoyado en ese «éxito» efímero el capitalismo alardeó de la superación definitiva de la crisis, del fracaso del marxismo en su anuncio de la quiebra mortal del sistema. Pero estas proclamaciones se vieron rápidamente desmentidas por la crisis de 1974-75: los índices de producción cayeron en los países industrializados entre un 2 y un 4%.

La respuesta a esta nueva convulsión se polarizó sobre dos ejes:

  •   Incremento impresionante de los déficits públicos de los países industrializados especialmente de los Estados Unidos.
  •   Y, sobre todo, endeudamiento gigantesco de los países del Tercer Mundo y los países del Este. Entre 1974 y 1977 asistimos a la mayor oleada de préstamos de la historia hasta entonces: 78 000 millones de dólares concedidos en créditos solo a países del Tercer Mundo sin incluir a los del bloque ruso. Para darse una idea hay que recordar que los créditos concedidos por el Plan Marshall a los países europeos que ya entonces supusieron un récord espectacular significaron entre 1948-53 un total de 15 000 millones de dólares.

Esas medidas consiguieron relanzar la producción aunque esta no llegó nunca a los niveles de 1972-73. Ahora bien, el coste fue la explosión de la inflación que en algunos países centrales superó la cota del 20% (en Italia llegó al 30%). La inflación es un rasgo característico del capitalismo decadente debido a la inmensa masa de gastos improductivos que el sistema arrastra para sobrevivir: producción de guerra, hipertrofia del aparato estatal, gastos gigantescos de financiación, publicidad etc. Esos gastos no son en nada comparables con los gastos de circulación y de representación típicos del periodo ascendente. Sin embargo, esa inflación permanente y estructural se convirtió, a mediados de los años 70, en inflación galopante debido a la acumulación de déficits públicos realizados mediante la emisión de moneda sin ninguna contrapartida ni control.

La evolución de la economía mundial oscila entonces de forma estéril entre el relanzamiento y la recesión. Cada tentativa de relanzar la economía provoca una llamarada inflacionaria (lo que llaman el «recalentamiento») que obliga a los gobiernos a operar un «enfriamiento»: aumento brusco de los tipos de interés, frenazo a la circulación monetaria, etc., lo cual lleva a la recesión, es decir, muestra el fondo del atolladero en que se encuentra la economía capitalista debido a la sobreproducción.

Balance de los años 70

Tras esta breve descripción de la evolución económica durante los años 70 vamos a sacar unas conclusiones en dos planos:

  •  la situación de la economía,
  •  la evolución de las condiciones de vida de la clase obrera.

Situación general de la economía

  1. Las tasas de producción son altas, así, la media de aumento de la producción para la década de los 24 países pertenecientes a la OCDE es del 4,1%. Durante el boom de 1972-73 se alcanza una media del 8% que en Japón llega al 10%. No obstante, se puede apreciar una clara tendencia al descenso si comparamos con la década anterior:

Media de la producción en los países de la OCDE

1960-70 ..........................  5,6%

1970-73 ..........................  5,5%

1976-79 ............................  4%

2. Los préstamos masivos a los países del llamado «Tercer Mundo» permiten la explotación y la incorporación al mercado mundial de los últimos aunque muy poco relevantes reductos precapitalistas. Podemos decir que el mercado mundial (como sucedió igualmente con la segunda reconstrucción desde 1945) sufre una pequeña expansión.

3. El conjunto de sectores productivos crece, incluidos sectores tradicionales como la construcción naval, la minería y la siderurgia que experimentan una gran expansión entre 1972 y 1978. Sin embargo esta expansión es su canto del cisne: desde ese año los signos de saturación se acumulan obligando a las famosas «reconversiones» (eufemismo para encubrir despidos masivos) que comenzarán en 1979 y marcarán la década siguiente.

4. Las fases de relanzamiento afectan a toda la economía mundial de forma bastante homogénea. Salvo excepciones (un ejemplo significativo es el retroceso de la producción en los países del cono sur de América) todos los países se benefician del incremento de la producción no existiendo la situación de países «descolgados» que veremos en los años 80.

5. Los precios de las materias primas mantienen una tendencia constante al alza que culmina con el boom especulativo del petróleo (entre 1972-77) tras lo cual la tendencia empieza a invertirse.

6. La producción de armamentos se dispara en relación a la década de los años 60 y crece de forma espectacular a partir de 1976.

7. El nivel de endeudamiento sufre una fuerte aceleración desde 1975, aunque en comparación con lo que vendrá después resulta una minucia. Presenta las siguientes características:

– Es bastante moderado en los países centrales (aunque desde 1977 experimenta un aumento espectacular en Estados Unidos, durante la administración Carter);

– En cambio, su escalada es gigantesca en los países del «Tercer Mundo»:

Deuda países «subdesarrollados»

(fuente: Banco Mundial)

1970 ...........  70 000 millones $

1975 .........  170 000 millones $

1980 .........  580 000 millones $

8. El sistema bancario es sólido y la concesión de préstamos (de consumo y de inversión, a las familias, empresas e instituciones) es sometida a una serie de controles y avales muy rigurosa.

9. La especulación es un fenómeno todavía limitado aunque la fiebre especulativa con el petróleo (los famosos petrodólares) anuncia una tendencia que va a generalizarse en la década siguiente.

Situación de la clase obrera

  1. El desempleo es relativamente limitado aunque su crecimiento a partir de 1975 es constante:

Número de desempleados
en los 24 países de la OCDE

1968 .......................  7 millones

1979 .....................  18 millones

2. Los salarios crecen nominalmente de forma significativa (se alcanza hasta el 20-25% de incrementos nominales) y en países como Italia se instaura la escala móvil. Ese crecimiento es engañoso pues globalmente los salarios pierden la carrera frente a una inflación galopante.

3. Predominan masivamente los puestos de trabajo fijos y en los países más importantes crece fuertemente la contratación pública.

4. Las prestaciones sociales, subsidios, sistemas de Seguridad Social, subvenciones a la vivienda, sanidad y educación, crecen de forma bastante significativa.

5. En esta década, el descenso en las condiciones de vida es real pero bastante suave. La burguesía, alertada por el renacimiento histórico de la lucha de clases y gozando de un margen de maniobra importante en el terreno económico, prefiere cargar más los ataques a los sectores más débiles del propio capital nacional que a la clase obrera. La década de los 70 fue la de «los años de la ilusión», caracterizada por la dinámica de «Izquierda al Poder».

*

En el próximo artículo realizaremos un balance de los años 80 y 90 que nos permitirá por una parte evaluar la violenta degradación de la economía y de la situación de la clase y, por otro lado, comprender con más claridad las sombrías perspectivas el nuevo escalón hacia el infierno que ha supuesto el episodio abierto en agosto 1997.

Adalen


[1] Sobre las causas de la crisis se han planteado esencialmente 2 teorías: la de la saturación del mercado mundial y la de la tendencia a la baja de la cuota de ganancia. Ver sobre esta cuestión artículos en la Revista internacional números 13, 16, 23, 29, 30, 76 y 83.

[2] Ver en nuestra Revista internacional nº 62 «La descomposición del capitalismo».

[3] Ver en nuestra Revista internacional nº 21 «Sobre el capitalismo de Estado» y en Revista internacional nº 23 «El proletariado en el capitalismo decadente».

[4] Ver en nuestra Revista internacional nº 31 «El proletariado de Europa occidental en el centro de la lucha de clases».

[5] «La situación internacional: la crisis, la lucha de clases y las tareas de nuestra Corriente internacional», en Revista internacional nº 1.

[6] «¿ Por dónde va la crisis económica?: el crédito no es una solución eterna» en Revista internacional nº 56.

[7] Este informe lo publicamos en la Revista internacional nº 92.

 

Series: 

  • Crisis económica [5]

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [3]

Irak, Kosovo, Acuerdos de Wye Plantation - La ofensiva de Estados Unidos agudiza el caos y la barbarie imperialistas

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Irak, Kosovo, Acuerdos de Wye Plantation

La ofensiva de Estados Unidos agudiza el caos y la barbarie imperialistas

Durante cuatro días, del 16 al 19 de diciembre de 1998, a Irak le han caído más misiles que durante toda la guerra del Golfo de 1991. Tras las amenazas sin consecuencias de febrero y noviembre de 1998, Estados Unidos (EEUU) las han concretado esta vez con un nuevo infierno sobre una población irakí víctima ya de la guerra de 1991 y de unas « sanciones » sinónimo de hambres, enfermedades y de una miseria cotidiana que han superado los límites de lo soportable. En el momento del hundimiento del bloque ruso en 1989, el entonces presidente Bush había anunciado un « nuevo orden mundial de paz y prosperidad ». Desde entonces lo que hemos vivido es un desorden creciente, más guerras todavía y una extensión sin precedentes de la miseria en el mundo. Los recientes bombardeos sobre Irak lo han vuelto a confirmar. Confirman también lo que hemos escrito en el artículo de la página siguiente, escrito antes de esos bombardeos: « Una sangrienta espiral de destrucción en la que el empleo de la fuerza por parte de EEUU, en defensa de su autoridad, tiende a ser más frecuente y más masiva. Pero, al mismo tiempo, los resultados políticos de esas demostraciones de fuerza son cada vez menos palpables, mientras que sí son más ciertos la generalización del caos y la guerra, acentuándose el abandono de las reglas comunes del juego ».

Como lo analiza este artículo, EEUU actúa cada vez más por cuenta propia, sin andar entorpeciéndose con acuerdos de ese pretendido guardián de la «legalidad internacional», la ONU. Esta vez, los bombardeos han comenzado en la hora de mayor audiencia (el «prime time») de la televisión americana mientras el Consejo de Seguridad de la ONU estaba reunido para examinar el famoso informe redactado por Richard Butler, jefe de la Unscom, informe que precisamente ha servido de pretexto a la intervención estadounidense. Es de sobras sabido que ese informe está plagado de mentiras, en total contradicción con otro informe examinado al mismo tiempo y procedente de la Agencia internacional de la energía atómica cuya conclusión es que Irak ha ejecutado las decisiones de la ONU ([1]). La reacción tan poco entusiasta de los « aliados » de EEUU, excepto la de Gran Bretaña ([2]), incluida la de Kofi Annan, tras el ataque, ponen de relieve el hecho de que el gobierno americano ha adoptado una política defendida ya desde hace tiempo por una buena parte de la burguesía, especialmente la representada por el Partido republicano: olvidarse de obtener el asentimiento de las demás potencias o el de la ONU (transformándolas así en rehenes de EEUU), e intervenir unilateralmente en acciones que se consideren útiles para afirmar el liderazgo norteamericano. Es ese desacuerdo en el seno de la burguesía de EEUU sobre los medios de afirmar una hegemonía US en el mundo cada vez más cuestionada, lo que puede explicar el « monicagate ».

Sobre este tema, los « análisis » hechos a profusión en la prensa de muchos países, explicando que los bombardeos americanos de diciembre se debían a la voluntad de Clinton de aplazar su proceso por el Congreso no tienen otro objetivo que el de desprestigiar a Estados Unidos con la sospecha de que siembran la muerte con el único propósito de defender los mezquinos intereses personales de su presidente. En realidad, Clinton no ha decidido llevar a cabo el bombardeo unilateral sobre Irak a causa del « caso Lewinski ». Al contrario, éste se debe, en gran parte, a que Clinton no se había decidido antes a adoptar esa resolución, en febrero de 1998 en particular. Sin embargo, como lo deja claro el artículo que sigue, la afirmación de la nueva orientación de la política de EEUU tampoco será suficiente para cambiar lo esencial en las relaciones internacionales: un caos creciente, la continua pérdida de autoridad del gendarme norteamericano y, por parte de éste, el recurso a repetición a la fuerza de las armas. Ya hoy se puede comprobar que el único éxito real que haya obtenido el gobierno de EEUU es el de haber saboteado el acercamiento que se estaba desarrollando en el ámbito militar entre Gran Bretaña y otros países de Europa. Por lo demás, lo único que han logrado los bombardeos estadounidenses es fortalecer el régimen de Sadam Husein, mientras que el fracaso diplomático del viaje de Clinton a Israel y a Palestina ponían de relieve el limitado éxito de Wye Plantation.

Según los medios de comunicación de la burguesía, el año 1998 acaba con un importante fortalecimiento de la colaboración en pro de la paz mundial y la defensa de los derechos humanos en el mundo. En el golfo Pérsico, la amenaza de las fuerzas armadas norteamericanas y británicas – respaldadas esta vez por la comunidad internacional – ha impuesto a Irak la continuación de las inspecciones de su desarme, con objeto de evitar que un dictador sanguinario como Sadam Husein tenga en sus manos «irresponsables» armas de destrucción masivas. En Oriente Medio, el «proceso de paz» auspiciado por EEUU – y que se encontraba al borde mismo del colapso – ha sido salvado por los Acuerdos de Wye Plantation, en los que el presidente Clinton, dispuesto a «persuadir pacientemente durante el tiempo que haga falta», ha conseguido que Arafat y Netanyahu, hayan empezado a poner en marcha, al menos parcialmente, los Acuerdos de Oslo basados en la célebre fórmula de «paz por territorios». En los Balcanes, la OTAN – amenazando una vez más con una intervención militar – ha puesto fin a las operaciones militares entre Serbia y las fuerzas kosovares-albanesas, y ha impuesto una frágil tregua que deberá ser vigilada por «observadores de paz» internacionales. Y a finales del año, la diplomacia de EEUU y de Sudáfrica, han desencadenado una ofensiva que pretende poner fin a la guerra en el Congo, al mismo tiempo que el presidente francés, Chirac, se ha mostrado dispuesto incluso a estrechar la mano del «dictador congoleño» Kabila en la cumbre del Africa francófona de París, supuestamente con esos mismos loables objetivos.

¿ Acaso la burguesía – cuando finaliza el siglo en el que ha convertido el mundo en una gigantesca carnicería – gobernaría ya la sociedad según la carta de la paz de Naciones Unidas, o los principios «humanitarios» de Amnistía internacional?. La propaganda de la clase dominante alardea de la cruzada democrática contra Pinochet y la supuesta paz establecida en Oriente Medio o en los Balcanes, para tratar de ensombrecer, con estas luminarias, los conflictos imperialistas actuales. Pero la realidad de todos estos conflictos pone de manifiesto exactamente lo contrario, es decir la agravación de la barbarie militarista de una sistema capitalista agonizante, los sucesivos estallidos de pugnas imperialistas de todos contra todos, la necesidad creciente para Estados Unidos de recurrir a la fuerza militar para defender su autoridad mundial.

Tras el restablecimiento de la «autoridad de la ONU en Irak», como tras las negociaciones impuestas por la OTAN a Serbia y al Ejército de Liberación Kosovar (ELK), y la revitalización del proceso de «paz por territorios» entre las burguesías israelí y palestina, lo que se esconde en realidad es una auténtica contraofensiva del imperialismo norteamericano. Una contraofensiva para hacer frente al debilitamiento generalizado de su liderazgo. Si EEUU ha terminado por imponerse en Irak y Kosovo, ha sido precisamente saltándose las «reglas» y la «autoridad» de Naciones Unidas, que en los últimos años había sido cada vez más utilizada en contra de los intereses americanos.

Irak: los Estados Unidos humillan a Francia y a Rusia en el Consejo de Seguridad

Se ha producido un importante giro de la política norteamericana hacia el resto del mundo, un giro hacia una actitud mucho más agresiva y «unilateral» de EEUU en defensa de sus intereses nacionales. Fueron los propios Estados Unidos quienes, cuando prepararon un nuevo ataque militar contra Irak en Noviembre, arrojaron al basurero de la historia las mascaradas de la «unidad» y de la «legalidad internacional» de la ONU, tan ensalzadas por la propaganda burguesa. Pero ésta no ha sido la política tradicional de EEUU. Tras el desplome del «orden mundial» establecido en Yalta como consecuencia de la disgregación del bloque imperialista ruso, fue precisamente Estados Unidos – dada su autoridad al ser la única potencia mundial que persistía – el que usó la ONU, y su «Consejo de Seguridad» para imponer la Guerra del Golfo a todo el mundo. EEUU metió a Sadam Hussein en la trampa de la invasión de Kuwait y ello le permitió justificar la guerra de 1991 como un necesario ejercicio de defensa del «derecho internacional» (que en una sociedad dividida en clases ha sido siempre el derecho del más fuerte) legitimada por la «comunidad internacional». Sadam cayó en la trampa ya que no podía retirarse de Kuwait sin luchar, so pena de arriesgarse a la caída de su régimen. Pero también el resto de potencias del ya extinto bloque occidental cayeron en esa misma trampa, puesto que se vieron obligadas a participar o a sufragar una guerra que, en realidad, tenía como objetivo refrenar sus ambiciones de una mayor independencia respecto a EEUU.

Hace un año, Irak, con la lección bien aprendida, consiguió devolver la jugada a Estados Unidos, utilizando la ONU y su Consejo de seguridad contra el imperialismo estadounidense. En lugar de la ocupación de Kuwait, el «carnicero de Bagdag» jugó esta vez la carta de la obstrucción al trabajo de los inspectores de armamento de la ONU, una cuestión secundaria que le hacía difícil a EEUU el justificar una acción militar común, y que al mismo tiempo permitía a Irak retirar ese envite llegado el momento. Esta vez quien resultó atrapado no fue Irak, sino el propio EEUU, ya que los aliados y consejeros de Irak en el Consejo de seguridad, es decir Francia y Rusia, así como el secretario general de la ONU, Annan, impusieron la «solución diplomática», cuya principal consecuencia fue impedir el despliegue militar de los ejércitos norteamericanos y británicos, humillando con ello al líder mundial. Esta situación fue el punto más álgido del proceso de socavamiento del liderazgo de la superpotencia norteamericana, un proceso que ya venía manifestándose desde poco después de la Guerra del Golfo, cuando la recién reunificada Alemania apadrinó la independencia de Eslovenia y Croacia – propiciando con ello el estallido de Yugoslavia – en contra de los deseos de Washington.

Frente a esta creciente erosión de su liderazgo, los Estados Unidos han desatado la actual contraofensiva para sacudirse el farragoso estorbo que les supone la ONU. Y así Sadam, que buscaba un levantamiento del embargo contra Irak y beneficiarse del conflicto de intereses existente en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, volvió a repetir la jugada de la obstrucción a los inspectores de desarme, para volver a provocar una crisis de la que pudiera retirarse en el último momento, evitando el ataque militar de EEUU. Pero esta vez, Sadam ha debido dar marcha atrás tan rápidamente y en tan humillantes circunstancias, que el resultado de la crisis ha constituido, en cambio, un indudable fortalecimiento de la autoridad mundial de Estados Unidos. La diferencia, esta vez, ha consistido, precisamente, en que EEUU, al contrario de lo que sucedió en la guerra del Golfo o en la crisis de principios de 1998, no le ha importado un comino prescindir del permiso de la ONU para actuar. La «simpatía» y la «comprensión» que las demás potencias han mostrado ante el «final de la paciencia de Washington respecto a Sadam», presentada por la propaganda burguesa como una rememoranza del espíritu de unidad de las «grandes democracias», se explica verdaderamente por la impotencia del resto de potencias para frenar la actuación norteamericana. Una crítica airada de esas potencias a la agresividad de la política de EEUU, equivaldría, en estas circunstancias, es decir cuando carecen de los medios concretos para impedirla, a ahondar públicamente la humillación impuesta a Sadam.

Kosovo: EEUU hace la ley mediante la OTAN

Bastante antes de la crisis de Irak del pasado año, ya se había puesto de manifiesto la utilización de la ONU contra los intereses norteamericanos, especialmente a través de los sucesivos conflictos que estallaron en la ex-Yugoslavia desde principios de los años 90. Aquí, las principales potencias que apadrinan a Serbia (Gran Bretaña, Francia y Rusia) emplearon a la ONU, tratando de retrasar al máximo que EEUU jugara un papel capital, especialmente en lo referente al conflicto de Bosnia. Eso explica por qué, cuando EEUU consiguió finalmente (y aún momentáneamente) imponer su autoridad en Bosnia sobre la de sus rivales europeos, a través de operaciones militares y de los Acuerdos de Dayton, no lo hicieran a través de la ONU, sino mediante la OTAN, o sea, la organización militar específica del bloque imperialista USA, y la única que Estados Unidos es capaz todavía de controlar. Junto a la demostración de fuerza en el Golfo, la amenaza de una intervención militar por parte de la OTAN bajo liderazgo norteamericano en Kosovo y en el resto de Serbia, constituye el segundo pilar de esta contraofensiva americana en defensa de su liderazgo. El principal éxito de EEUU no ha sido tanto obligar a Milosevic a retirar sus tropas de Kosovo, ya que fueron los propios norteamericanos quienes permitieron que el ejército serbio permaneciera allí el tiempo necesario para aplastar prácticamente las milicias del ELK apoyadas por Alemania. La principal victoria de EEUU reside, en realidad, en haber obligado a los aliados de Serbia (Francia y Gran Bretaña), que a su vez son miembros de la OTAN, a alinearse tras el tío Sam en las amenazas a Serbia. Se trata pues de una reedición de su éxito en Bosnia y, en lo referente a Francia, otro revés como el de la Guerra del Golfo. Como Sadam Husein, Milosevic tuvo que dar marcha atrás, para evitar que los misiles de EEUU volaran sobre su cabeza. Y, de nuevo aquí como en Irak, la estrategia antinorteamericana, es decir las exigencias (en este caso más vehementes por parte de Rusia) de un mandato específico de las Naciones Unidas para realizar operaciones militares contra Serbia, fueron descaradamente desoídas por EEUU que abogó por una acción «unilateral», escudado esta vez, tal y como declaró compungido Clinton, en que los rigores invernales y las penurias de los refugiados de guerra de Kosovo, no permitían a los líderes mundiales esperar la «autorización» para atacar de parte de la ONU, lo pidiera Rusia o quien fuera.

ONU y OTAN: restos de un caduco orden mundial que se disputan las grandes potencias

Naciones Unidas, lo mismo que su predecesora la Sociedad de Naciones, no es una organización de salvaguarda de la paz en la que las potencias capitalistas se unen bajo una legalidad internacional común, sino una cueva de ladrones imperialista, cuyo papel está completamente determinado por la relación de fuerzas entre los principales rivales capitalistas. Por ello es muy importante la evolución de la política de EEUU frente a la ONU. Durante el período de la guerra fría, la ONU drásticamente dividida entre los dos bloques imperialistas rivales, sirvió, principalmente como instrumento de la propaganda pacifista de la burguesía, aunque a veces pudo ser rentabilizada por el bloque occidental que tenía una clara mayoría entre los miembros permanentes del Consejo de seguridad (compuesto, claro está, por la potencias victoriosas de la Segunda Guerra mundial). A partir de 1989, la capacidad de EEUU para explotar la ONU en su propio provecho no duró demasiado. La Guerra del Golfo, esa terrible demostración de superioridad militar de EEUU sobre el resto de países, dejó rápidamente paso a la tendencia «cada uno para sí» en las relaciones entre los diferentes Estados capitalistas, y por tanto al socavamiento del liderazgo estadounidense. Y dado que en un mundo en el que ya no existen bloques imperialistas, el caos y el «sálvese quien pueda» se convierten en la tendencia dominante a nivel planetario, la propia ONU inevitablemente ha empezado a servir de instrumento de erosión de esa autoridad norteamericana. Esto explica el creciente distanciamiento, que a lo largo de los años 90, ha manifestado la burguesía EEUU respecto a esta organización, negándose incluso a pagar su cuota de miembro. Sin embargo, hasta la actual contraofensiva norteamericana, la Administración Clinton aún vacilaba a la hora de desentenderse de la ONU como instrumento de movilización de las demás potencias. En efecto, el desasosiego de una importante parte de la burguesía americana frente a estas vacilaciones, explican, en parte, el hostigamiento a Clinton a través del famoso «caso Lewinski». A partir de la actual política de Washington ante Irak y Serbia, EEUU se ve obligado a ir mucho más «por libre» que cuando la guerra del Golfo, o incluso cuando los acuerdos de Dayton. En realidad esta política supone el reconocimiento por parte de la superpotencia mundial de que lo dominante no es el liderazgo norteamericano sino la tendencia a «cada uno para sí». Por supuesto cuando EEUU despliega su formidable maquinaria militar no hay potencia en el mundo capaz de resistirle. Pero actuando así, los propios Estados Unidos, si bien resaltan su papel de primera potencia del planeta, están contribuyendo a minar su propio liderazgo, al atizar el caos y las tendencias centrífugas.

Saltándose a la torera las reglas del juego de la ONU, EEUU relega a ese dinosaurio superviviente del final de la última guerra mundial a un papel poco menos que irrelevante. Pero esto no sólo beneficia a EEUU, sino también a sus más importantes rivales: los países derrotados en la Segunda Guerra mundial, es decir Alemania y Japón que estaban excluidos del Consejo de Seguridad. Y lo que aún es más importante. En lo sucesivo será la OTAN la que se transforme en el más importante terreno de disputas entre los antiguos aliados del bloque occidental. No es por tanto casual que en respuesta a las recientes imposiciones de EEUU en Kosovo, el nuevo ministro de Exteriores alemán, Fischer, realizase un llamamiento para que la OTAN renuncie a la doctrina conocida como «ataque nuclear inicial» ([3]). Tampoco es de extrañar que Blair haya reclamado en la reciente cumbre franco-británica de Saint-Malo, el «fortalecimiento del pilar europeo de la OTAN», en detrimento de EEUU, por supuesto. Todo esto representa una agudización de los conflictos entre las grandes potencias. La OTAN, como la ONU, es una reliquia de un orden mundial ya difunto. Pero lo importante es que sigue representando el principal instrumento de presencia militar norteamericana en Europa.

Los Acuerdos de Wye Plantation: una advertencia de Estados Unidos a sus rivales europeos

Del mismo modo que las amenazas de guerra contra Sadam y Milosevic no expresan la unidad sino la rivalidad entre las grandes potencias, tampoco los recientes acuerdos celebrados en Wye Plantation entre Clinton, Arafat y Netanyahu, pueden ser saludados por las potencias europeas como un triunfo de la persuasión pacifista. Al contrario, los Protocolos de Wye Plantation, por precarios que sean los acuerdos entre Israel y la OLP, suponen un nuevo triunfo del imperialismo EEUU. Lo de menos es que se haya encargado a la CIA la puesta en práctica de algunos de esos acuerdos. La persuasión desplegada  por EEUU no tenía tanto de «pacífica». La reciente movilización militar norteamericana en el Golfo estaba destinada a ser un aviso tanto a Netanyahu y Arafat como al propio Sadam. Pero, sobre todo, constituye una advertencia a los rivales europeos de EEUU para que no anden metiendo sus narices en una zona de las más estratégicas e importantes del mundo, y en la que EEUU va a pelear con uñas y dientes para preservar su dominio.

Esta advertencia resulta más que necesaria, ya que a pesar de la actual ofensiva norteamericana, las tentativas de sus rivales por tratar de desestabilizar ese control americano van a acentuarse necesariamente. Precisamente porque EEUU es capaz de imponer, por la vía militar, sus intereses en perjuicio de las demás potencias, ninguna de éstas tiene el más mínimo interés en un mayor fortalecimiento de la posición norteamericana. Esto también sirve para Gran Bretaña, que, aunque comparta intereses con EEUU en lo referente a Irak, choca con los designios norteamericanos en Europa, África, y mucho más aún en Oriente Medio. Todas esas potencias imperialistas se ven abocadas a poner en entredicho el liderazgo estadounidense, lo quieran o no, y con ello lo que hacen es hundir aún más el mundo en el caos. EEUU, único país que pueda pretender ser la superpotencia de orden mundial capitalista, está, a su vez, condenado a imponer «su orden», empujando también con ello a un creciente abismo de barbarie en todo el planeta.

La raíz de esta contradicción es la ausencia de bloques imperialistas. Cuando tales bloques existían, el fortalecimiento de la posición del jefe del bloque reforzaba la posición de los demás países de ese bloque contra los del bloque rival. En ausencia de ese rival, es decir de bloques imperialistas, el fortalecimiento del líder está en contradicción con los intereses del resto de países. Esto explica que tanto las tendencias centrífugas como las contraofensivas de EEUU, sean un factor fundamental de la situación histórica actual. Hoy, como sucediera cuando la Guerra del Golfo, EEUU está a la ofensiva. Aunque no vuelen misiles americanos sobre Irak o Serbia, la situación actual representa, no una mera repetición de la que se vivió a comienzos de los 90, sino una escalada respecto a ésta. Una sangrienta espiral de destrucción en la que el empleo de la fuerza por parte de EEUU, en defensa de su autoridad, tiende a ser más frecuente y más masiva. Pero, al mismo tiempo, los resultados políticos de esas demostraciones de fuerza son cada vez menos palpables, mientras que sí son más ciertos la generalización del caos y la guerra, acentuándose el abandono de las reglas comunes del juego. Son las rivalidades entre las «democracias occidentales», entre los supuestos «vencedores del comunismo», las que constituyen la verdadera raíz de esta barbarie que amenaza, a largo plazo, la supervivencia misma de la humanidad aún sin que llegue a estallar una tercera guerra mundial. El proletariado debe comprender la esencia de esta barbarie capitalista, como parte de su toma de conciencia y de su determinación para acabar con el sistema capitalista.

Kr, 6 de diciembre de 1998

 

[1] De hecho, se ha podido saber después que el informe de Butler había sido redactado en estrecha colaboración con la Administración de EEUU. No es la primera vez que ésta fabrica documentos falsos para justificar sus acciones de guerra. Por ejemplo, el ataque del 5 de agosto de 1964 por la armada norvietnamita a dos navíos estadounidenses, después se supo que era puro invento. Es una técnica tan vieja como la guerra, uno de cuyos ejemplos más conocidos es el famoso « despacho de Ems », gracias al cual Bismark empujó a Francia a declarar a Prusia una guerra que ésta estaba segura de ganar.

[2] Cabe señalar que el apoyo de Blair a la acción americana no ha obtenido la unanimidad en la burguesía inglesa, y muchos diarios la han criticado duramente.

[3] La estrategia de la OTAN es la de recurrir, la primera, a los bombardeos atómicos.

Geografía: 

  • Irak [6]

Noticias y actualidad: 

  • Irak [7]

Acontecimientos históricos: 

  • Caos de los Balcanes [8]

1918-1919 - La revolución proletaria pone fin a la guerra imperialista

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La burguesía acaba de celebrar el 80 aniversario del final de la Primera Guerra mundial. Ha habido, claro está, emotivas declaraciones sobre la terrible tragedia que esa guerra fue. Pero en ninguna conmemoración, en ninguna declaración de los políticos, en ningún artículo de prensa, en ninguna emisión de televisión se han evocado los acontecimientos que obligaron a los gobiernos a poner fin a la guerra. Sí, se ha mencionado la derrota militar de los imperios centrales, Alemania y su aliado austrohúngaro, pero se ha omitido cuidadosamente el factor determinante que provocó la propuesta de armisticio por parte de esos imperios, o sea, el movimiento revolucionario que se desarrolló en Alemania a finales de 1918. Tampoco se han mencionado (y, la verdad, puede uno comprender a la burguesía) las verdaderas responsabilidades de tamaña matanza. Sí, los «especialistas» se han puesto a compulsar archivos de los diferentes gobiernos para concluir que fueron Alemania y Austria quienes más presionaban hacia la guerra. Los historiadores, también, han puesto de relieve que por parte de la Entente también había objetivos de guerra bien definidos. Sin embargo, en ninguno de sus «análisis» podrá encontrarse al verdadero responsable, o sea, el sistema capitalista mismo. Y sólo el marxismo permite explicar precisamente por qué no es la «voluntad» o la «rapacidad» de este o aquel gobierno lo que origina las guerras, sino las leyes mismas del capitalismo. Para nosotros, el aniversario del fin de la Primera Guerra mundial es una ocasión para recordar los análisis que de ella hicieron los revolucionarios de entonces y la lucha que llevaron a cabo contra ella. Nos apoyaremos especialmente en los escritos, posiciones y actitudes de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, que fueron asesinados pronto hará 80 años por la burguesía. Este es el mejor homenaje que podamos nosotros rendir a esos dos extraordinarios combatientes del proletariado mundial ([1]) ahora que la burguesía intenta por todos los medios acabar con su memoria.

La guerra que estalla en Europa en agosto de 1914 vino precedida de otras y numerosas guerras en el continente. Pueden recordarse, por ejemplo (limitándonos al siglo xix), las guerras napoleónicas y la guerra entre Prusia y Francia de 1870. Existen, sin embargo, entre el conflicto de 1914 y todos los anteriores, diferencias fundamentales. La más evidente, la que más traumatizó, fue evidentemente la carnicería y la barbarie en que sumió al continente pretendidamente «civilizado». Hoy, claro, tras la barbarie todavía mayor de la Segunda Guerra mundial, la de la primera puede parecer poca cosa. Pero en la Europa de principios de siglo, cuando ya el último conflicto militar de importancia remontaba a 1870, en los últimos brillos de la Belle époque, la época del apogeo del modo de producción capitalista que había permitido a la clase obrera mejorar significativamente sus condiciones de existencia, la brutal caída en las matanzas masivas, en el horror cotidiano de las trincheras y en una miseria desconocida desde hacia más de medio siglo, todo ello se vivió, sobre todo por parte de los explotados, como el abismo de la barbarie. En ambos lados, entre los principales beligerantes, Alemania y Francia, los soldados y la población en general habían oído hablar a sus mayores de la guerra de 1870 y de su crueldad. Pero lo que estaban viviendo ya no tenía nada que ver con aquélla. El conflicto de 1870 sólo había durado unos meses, había provocado una cantidad muchísimo menor de víctimas (unas cien mil) y en nada había arruinado ni al vencedor ni al vencido. Con la Primera Guerra mundial, los muertos, los heridos, mutilados e inválidos se van a contar por millones ([2]). El infierno cotidiano de quienes viven en el frente y en la retaguardia dura ahora cuatro años. En el frente, ese infierno es una supervivencia bajo tierra, en un inmundo lodazal, respirando el hedor de los cadáveres, con el miedo permanente a las bombas y a la metralla, en un mundo dantesco que amenaza a los supervivientes: cuerpos mutilados, destrozados, heridos que agonizan durante días y días en las pozas de los obuses. En retaguardia, es el trabajo aplastante para suplir a los movilizados y producir más y más armas; son subidas de precios que dividen por dos o por cinco los sueldos, colas interminables delante de comercios vacíos, el hambre; la angustia constante de enterarse de la muerte del marido, del hermano, del padre, del hijo; dolor y desesperación por doquier, vidas rotas cuando ocurre el drama y ocurre millones de veces.

Otra característica determinante e inédita de esta guerra, que explica la barbarie sin límites, es que es una guerra total. Todo el potencial industrial, toda la mano de obra, se ponen al servicio de un único objetivo: la producción de armas. Todos los hombres, desde el final de la adolescencia hasta el principio de la vejez son movilizados. Es total también por los estragos que provoca en la economía. Los países del campo de batalla son destruidos; la economía de los países europeos sale arruinada de la guerra: es el final de su poderío secular y el principio de su declive en beneficio de Estados Unidos. La guerra es, en fin, total, pues no se limita a los primeros beligerantes: prácticamente todos los países de Europa se ven inmersos en ella, alcanzando a otros continentes con frentes de guerra en Oriente Medio, con la movilización de las tropas coloniales y la entrada en guerra de Japón, de Estados Unidos y de varios países de Latinoamérica junto a los Aliados.

De hecho, ya solo en cuanto a la amplitud de la barbarie y de las destrucciones por ella engendradas, la guerra de 1914-18 es la trágica ilustración de los que habían previsto los marxistas: la entrada del modo de producción capitalista en su período de declive, de decadencia. Confirma con creces la previsión que Marx y Engels había hecho en el siglo xix: «O socialismo, o caída en la barbarie».

Pero también es el marxismo y los marxistas quienes van a dar una explicación teórica de esa nueva fase en la vida de la sociedad capitalista.

Las causas fundamentales de la guerra mundial

La identificación de esas causas fundamentales es el objetivo que se propone Lenin en 1916 con su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo. Pero será Rosa Luxemburg, ya en 1912, dos años antes del estallido de conflicto mundial, quien va a dar la explicación más profunda de las contradicciones que iban a golpear al capitalismo en este nuevo período de su existencia, en su obra La acumulación del capital.

«El capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas (…) Necesita como mercados capas sociales no capitalistas para colocar su plusvalía. Ellas constituyen a su vez fuentes de adquisición de sus medios de producción, y son reservas de obreros para su sistema asalariado. (…) El capitalismo no puede pasarse sin sus medios de producción y sus trabajadores, ni sin la demanda de su plusproducto. Y para privarles de sus medios de producción y sus trabajadores; para transformarlos en compradores de sus mercancías, se propone, conscientemente, aniquilarlos como formaciones sociales independientes. Este método es, desde el punto de vista del capital, el más adecuado, por ser, al mismo tiempo, el más rápido y provechoso. Su otro aspecto es el militarismo creciente (…)» ([3]).

«El imperialismo es la expresión política del proceso de acumulación del capital en su lucha para conquistar los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados (…) Dado el gran desarrollo y la concurrencia cada vez más violenta de los países capitalistas para conquistar territorios no capitalistas, el imperialismo aumenta su agresividad contra el mundo no capitalista, agudizando las contradicciones entre los países capitalistas en lucha. Pero cuanto más violenta y enérgicamente procure el capitalismo el hundimiento total de las civilizaciones no capitalistas, tanto más rápidamente irá minando el terreno a la acumulación del capital. El imperialismo es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un medio seguro para poner objetivamente un término a su existencia. Con eso no se ha dicho que este término haya de ser alegremente alcanzado. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe» ([4]).

«Cuanto más violentamente lleve a cabo el militarismo, tanto en el exterior como en el interior, el exterminio de las capas no capitalistas, y cuanto más empeore las condiciones de vida de las capas trabajadoras, la historia diaria de la acumulación del capital en el escenario del mundo se irá transformando más y más en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales que, junto con las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis, harán necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, aún antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma.

El capitalismo es la primera forma económica con capacidad de desarrollo mundial. Una forma que tiende a extenderse por todo el ámbito de la Tierra y a eliminar a todas las demás formas económicas; que no tolera la existencia de ninguna otra. Pero es también la primera que no puede existir sola, sin otras formas económicas de qué alimentarse, y que al mismo tiempo que tiene la tendencia a convertirse en forma única, fracasa por la incapacidad interna de su desarrollo. Es una contradicción histórica viva en sí misma. Su movimiento de acumulación es la expresión, la solución constante y, al propio tiempo, la graduación de la contradicción. A una cierta altura de la evolución, esta contradicción sólo podrá resolverse por la aplicación de los principios del socialismo; de aquella forma económica que es, al propio tiempo, por naturaleza, una forma mundial y un sistema armónico, porque no se encaminará a la acumulación, sino a la satisfacción de las necesidades vitales de la humanidad trabajadora misma y a la expansión de todas las fuerzas productivas del planeta» ([5]).

Tras el estallido de la guerra, en 1915 en una «Anticrítica» a las que su libro había provocado, Rosa Luxemburg actualizaba su análisis:

«La característica del imperialismo, última lucha por el dominio capitalista del mundo, no es sólo la particular energía y omnilateralidad de la expansión, sino – y éste es un síntoma específico de que el círculo de la evolución comienza a cerrarse – el rebote de la lucha decisiva por la expansión de los territorios que constituyen su objeto, a los países de origen. De esta manera, el imperialismo hace que la catástrofe, como forma de vida, se retrotraiga de la periferia de la evolución capitalista a su punto de partida. Después que la expansión del capital había entregado, durante cuatro siglos, la existencia y la civilización de todos los pueblos no capitalistas de Asia, Africa, América y Australia a incesantes convulsiones y a aniquilamientos en masa, ahora precipita a los pueblos civilizados de Europa en una serie de catástrofes, cuyo resultado final sólo puede ser el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista» ([6]).

Por su parte, el libro de Lenin insiste, para definir el imperialismo, en un aspecto particular, la exportación de capitales de los países desarrollados hacia los países atrasados para contrarrestar así la tendencia decreciente de la cuota de ganancia resultante del incremento de la proporción del capital constante (máquinas, materias primas) en relación con el capital variable (los salarios), único creador de ganancia. Para Lenin, son las rivalidades entre los países industriales para apoderarse de las zonas menos desarrolladas y exportar allí sus capitales, lo que conduce necesariamente al enfrentamiento.

Aunque existen diferencias en los análisis elaborados por Lenin y Rosa Luxemburg y otros revolucionarios de entonces, convergen, sin embargo, todas en un punto esencial: esta guerra no es la consecuencia de malas políticas o de la «maldad» específica de tal o cual camarilla gobernante; es la consecuencia inevitable del desarrollo del modo de producción capitalista. En esto, ambos revolucionarios denunciaban con la misma energía todo «análisis» tendente a hacer creer a los obreros que existiría en el seno del capitalismo una «alternativa» al imperialismo, al militarismo y a la guerra. Y así fue como Lenin echó por los suelos la tesis de Kautsky sobre la posibilidad de un «superimperialismo» capaz de establecer un equilibrio entre las grandes potencias y eliminar sus enfrentamientos guerreros. De igual modo, destruye todas las ilusiones sobre el «arbitraje internacional» que pretendidamente, bajo la batuta de gentes de buena voluntad y de sectores «pacifistas» de la burguesía, reconciliaría los antagonismos y pondría fin a la guerra. De igual modo se expresa Rosa Luxemburg en su libro:

«A la luz de esta concepción, la posición del proletariado frente al imperialismo adquiere el carácter de una lucha general con el régimen capitalista. La dirección táctica de su comportamiento se halla dada por aquella alternativa histórica [el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista].

Muy otra es la dirección del marxismo oficial de los “expertos”. La creencia en la posibilidad de la acumulación en una “sociedad capitalista aislada”, la creencia de que el capitalismo es imaginable también sin expansión, es la forma teórica de una tendencia táctica perfectamente determinada. Esta concepción se encamina a no considerar la fase del imperialismo como necesidad histórica, como lucha decisiva por el socialismo, sino como invención perversa de un puñado de interesados. Esta concepción trata de persuadir a la burguesía de que el imperialismo y el militarismo son peligrosos para ella desde el punto de vista de sus propios intereses capitalistas, aislando así al supuesto puñado de los que se aprovechan de este imperialismo, y formando un bloque del proletariado con amplias capas de la burguesía para “atenuar” el imperialismo, para hacerlo posible por un “desarme parcial”, para “quitarle el aguijón”. (…) La contienda general para resolver la oposición histórica entre el proletariado y el capital truécase en la utopía de un compromiso histórico entre proletariado y burguesía para “atenuar” las oposiciones imperialistas entre Estados capitalistas» ([7]).

Con lo mismos términos explican Lenin y Rosa Luxemburg el que a Alemania le incumbiera el papel de provocadora en el estallido de la guerra mundial. Esto no tiene nada que ver, claro está, con esa «gran idea» de quienes andan buscando el país responsable de ese estallido, pues tanto Lenin como Luxemburg responsabilizan tanto a un campo como al otro:

«Contra el grupo anglo-francés se ha levantado otro grupo capitalista, el alemán, más codicioso todavía, todavía más capaz para la rapiña, que ha venido a sentarse a la mesa del banquete capitalista cuando ya todas los sitios estaban ocupados, aportando nuevos procedimientos de desarrollo de la producción capitalista, una mejor técnica y una organización incomparable en los negocios (…) Esa es la historia económica; ésa es la historia diplomática de estas últimas décadas que nadie puede desconocer. Sólo ella os indica la solución del problema de la guerra y os lleva a concluir que la guerra actual es, también ella, el producto (…) de la política de dos colosos que, mucho antes de las hostilidades, habían extendido por el ancho mundo los tentáculos de su explotación financiera y se habían repartido económicamente el mundo. Y tenían que acabar chocando, pues desde el punto de vista capitalista, un nuevo reparto de la dominación se había hecho inevitable» ([8]).

«Pero, además, cuando se quiere emitir un juicio general sobre la guerra mundial y apreciar su importancia para la política de clase del proletariado, el problema de saber quien es el agresor y quien el agredido, la cuestión de la “culpabilidad”, carece por completo de sentido. Si la guerra de Alemania es menos defensiva que la de Francia e Inglaterra, esto es solo aparente, pues los que estas naciones “defienden” no es su posición nacional, sino la que ocupan en la política mundial: sus antiguas dominaciones imperialistas amenazadas por los asaltos de la advenediza Alemania. Si las incursiones del imperialismo alemán y del imperialismo austríaco en Oriente han significado, sin duda alguna, la chispa, por su parte el imperialismo francés, con su explotación de Marruecos, y el imperialismo inglés con sus preparativos de pillaje en Mesopotamia y Arabia y con sus medidas para asegurar su despotismo en la India, y el imperialismo ruso con su política balcánica dirigida contra Constantinopla, poco a poco, han ido llenando el polvorín que la chispa alemana haría estallar. Los preparativos militares han jugado un papel esencial: el del detonador que desencadenaría la catástrofe, pero en realidad se trataba de una competición en la que participaban todos los Estados» ([9]).

Esta unidad de las causas de la guerra que se aprecia en los revolucionarios procedentes de países de campos opuestos, también se comprueba en la política que propugnan para el proletariado y la denuncia de los partidos socialdemócratas que lo han traicionado.

El papel de los revolucionarios durante la guerra

Cuando estalla la guerra, el papel de los revolucionarios, o sea de quienes se han mantenido fieles al campo proletario, es, evidentemente, el de denunciarla. En primer lugar, deben poner al descubierto las mentiras que la burguesía y quienes se han convertido en sus lacayos, los partidos socialdemócratas, dicen para justificarla, para alistar a los proletarios y mandarlos a la masacre. En Alemania, es en casa de Rosa Luxemburg donde se reúnen algunos dirigentes, entre los cuales Karl Liebknecht, que se han mantenido fieles al internacionalismo, y se organiza la resistencia contra la guerra. Mientras que la prensa socialdemócrata se ha pasado al servicio de la propaganda gubernamental, ese pequeño grupo va a publicar una revista, La Internacional, así como una serie de panfletos que acabará firmando con el nombre de Spartacus. En el Parlamento, en la reunión de la fracción socialdemócrata del 4 de agosto, Karl Liebknecht se opone firmemente al voto de los créditos de guerra, pero se somete a la mayoría por disciplina de partido. Es éste un error que no volverá a hacer cuando el gobierno pedirá créditos suplementarios. En la votación del 2 de diciembre de 1914, será el único en votar en contra y sólo en agosto y diciembre de 1915 adoptarán la misma actitud otros diputados socialdemócratas, los cuales, sin embargo, en diciembre, hacen una declaración basada en el hecho de que Alemania no hace una guerra defensiva puesto que está ocupando Bélgica y parte de Francia, explicación que Karl Liebknecht denuncia por su centrismo y cobardía.

A pesar de las enormes dificultades para la propaganda de los revolucionarios en un momento en que la burguesía ha instaurado el estado de sitio, impidiendo todas las expresiones proletarias, la acción de Rosa y de sus camaradas es esencial para preparar el porvenir. En 1915, escribe, en la cárcel, La crisis de la socialdemocracia, que «es la dinamita del espíritu que hace saltar el orden burgués» como escribirá Clara Zatkin, camarada de combate de Rosa, en su prefacio de mayo de 1919. El libro es una acusación sin concesiones contra la guerra misma y contra todos los aspectos de la propaganda burguesa. El mejor homenaje que podamos rendir a Rosa Luxemburg es publicar algunos, y demasiado cortos, extractos.

Mientras que en todos los países beligerantes, los portavoces de todos los matices de la burguesía pujan en histeria nacionalista, ella, en las primeras líneas del texto, empieza estigmatizando la histeria patriotera que se ha apoderado de la población:

«Se terminó con toda la población de una ciudad convertida en populacho, dispuesta a denunciar a no importa quien, a ultrajar a las mujeres, gritando ¡hurra!, y a llegar hasta el paroxismo del delirio propagando absurdos rumores. Se acabó el clima de crimen ritual, la atmósfera de pogromo en donde el único representante de la dignidad humana era el agente de policía en una vuelta de la calle» ([10]).

Después, Rosa Luxemburg desvela la realidad de esta guerra: «Enlodada, deshonrada, embarrada en sangre, ávida de riquezas: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella. No es cuando, limpita y tan honesta, se viste con los oropeles de la cultura y de la filosofía, de la moral y del orden, de la paz y del derecho, sino cuando es como una alimaña feroz, cuando baila el aquelarre de la anarquía, cuando expande la peste sobre la civilización y la humanidad, es entonces cuando aparece como es de verdad, en toda su desnudez» ([11]).

De entrada, Rosa va directa al meollo del problema: contra las ilusiones del pacifismo de una sociedad burguesa «sin sus excesos», designa al culpable de la guerra: el capitalismo como un todo. E inmediatamente, denuncia el papel y el contenido de la propaganda capitalista, venga ésta de los partidos burgueses tradicionales o de la socialdemocracia: «La guerra es un asesino metódico, organizado, gigantesco. Para que unos hombres normalmente constituidos asesinen sistemáticamente, es necesario, en primer lugar, producir una embriaguez apropiada. Desde siempre, producir esta embriaguez ha sido el método habitual de los beligerantes. La bestialidad de los pensamientos debe corresponder a la bestialidad de la practica, debe prepararla y acompañarla» ([12]).

Buena parte del libro está dedicado a desmontar sistemáticamente todas esas mentiras, a quitarle la careta a la propaganda gubernamental destinada a alistar a las masas para la matanza ([13]). Rosa analiza pues los objetivos de la guerra de todos los países beligerantes, y en primer término Alemania, para así poner en evidencia el carácter imperialista de esta guerra. Analiza el engranaje que desde el asesinato el 28 de junio en Sarajevo del archiduque de Austria, Francisco Fernando, ha llevado a la entrada en guerra de los principales países de Europa, Alemania, Rusia, Francia, Inglaterra y Austria-Hungría. Deja bien en evidencia cómo ese engranaje no se debe ni mucho menos a la fatalidad o a la responsabilidad específica de no se sabe qué «malvado» como pretende la propaganda oficial y socialdemócrata de los países en guerra, sino que ya estaba en marcha desde hacía tiempo en el capitalismo: «La guerra mundial declarada oficialmente el 4 de agosto era la misma por la que la política imperialista alemana e internacional trabajaba incansablemente desde docenas de años, era la misma, pues, que desde hacía diez años la socialdemocracia alemana, también de manera incansable, profetizaba su proximidad cada año; era la misma que los parlamentarios, los periódicos y las publicaciones socialdemócratas estigmatizaron tantas veces como un crimen frívolo del imperialismo, y que nada tenía que ver con la civilización ni con los intereses nacionales, sino que, por el contrario, se trataba del enfrentamiento de ambos principios» ([14]).

Evidentemente, Rosa Luxemburg denuncia con fuerza a la Socialdemocracia alemana, partido faro de la Internacional socialista, cuya traición facilitó enormemente la maniobra del gobierno para enrolar al proletariado en Alemania, pero también en otros países. Y hace especial hincapié en el argumento de la socialdemocracia según el cual el objetivo de la guerra del lado alemán era defender «la civilización» y la «libertad de los pueblos» contra la barbarie zarista.

Denuncia especialmente las justificaciones del Neue Zeit, órgano teórico del partido, el cual nada menos que se saca una cita de un análisis de Marx sobre Rusia como «cárcel de los pueblos» y principal fuerza de la reacción en Europa: «El grupo [parlamentario] socialdemócrata había conferido a la guerra el carácter de una defensa de la nación y de la civilización alemanas; la prensa alemana proclamó su carácter liberador de los pueblos extranjeros. Hindenburg era el ejecutor testamentario de Marx y Engels» ([15]).

Al denunciar las mentiras de la Socialdemocracia, Rosa pone de relieve el verdadero papel que aquélla desempeña: «Al aceptar el principio de la Unión sagrada, la socialdemocracia renegó de la lucha de clase por toda la duración de la guerra. Pero con ello renegaba de los fundamentos de su propia existencia, de su propia política. (...) Ha abandonado la “defensa nacional” a las clases dominantes, limitándose a colocar a la clase obrera bajo el mando de éstas y a asegurar el orden durante el estado de sitio; es decir, que la socialdemocracia juega el papel de gendarme de la clase obrera» ([16]).

En fin, uno de los aspectos importantes del libro de Rosa es la propuesta de una perspectiva para el proletariado: la de poner fin a la guerra mediante su acción revolucionaria. Del mismo modo que afirma (y para ello cita a políticos burgueses que lo tenían muy claro) que la única fuerza que habría impedido el estallido de la guerra era la lucha del proletariado, también recuerda la Resolución del congreso de 1907 de la Internacional, resolución confirmada por el de 1912 (el extraordinario de Basilea): «en el caso en que, no obstante, estallase la guerra, el deber de la socialdemocracia es actuar para hacerla terminar lo antes posible, y aprovechar la crisis económica y política provocada por la guerra para movilizar al pueblo y apresurar la abolición de la dominación capitalista» ([17]).

Rosa se apoya en esa resolución para denunciar la traición de la Socialdemocracia, la cual hace exactamente lo contrario de lo que se había comprometido a hacer. Y llama al proletariado mundial a acabar con la guerra, insistiendo en el enorme peligro que tal guerra representa para el porvenir del socialismo: «Aquí se confirma que la guerra actual no es solamente un asesinato, sino también un suicidio de la clase obrera europea. Pues son los soldados del socialismo, los proletarios de Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia, Bélgica, que desde hace meses se asesinan los unos a los otros por orden del capital; son ellos los que hunden en sus corazones el fuego asesino, enlazados en un abrazo mortal se arrastran mutuamente a la tumba.

Esta locura cesará el día en que los obreros de Alemania, de Francia, de Inglaterra y de Rusia despierten, al fin, de su embriaguez y se tiendan la mano fraternal, ahogando a la vez el coro bestial de los fautores de guerra y el ronco bramido de las hienas capitalistas, lanzando el viejo y poderoso grito de guerra del trabajo: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”» ([18]).

Hay que decir que en su libro, Rosa Luxemburg, como tampoco el resto de la izquierda del partido que se opone con firmeza a la guerra (contrariamente al “centro marxista» animado por Kautsky, el cual haciendo contorsiones justifica la política de la dirección), no lleva hasta sus últimas consecuencias la Resolución de Basilea proponiendo la consigna que Lenin sí expresó claramente: “Transformación de la guerra imperialista en guerra civil». Fue precisamente por eso por lo que, en la conferencia de Zimmerwald de septiembre de 1915, los representantes de la corriente agrupada en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht se quedaron en la posición “centrista» representada por Trotsky y no en la de la izquierda defendida por Lenin. Será en la conferencia de Kienthal, en abril de 1916, cuando aquella corriente se unirá a la izquierda zimmerwaldiana.

Sin embargo, aún con sus insuficiencias, hay que subrayar la enorme labor llevada a cabo por Rosa Luxemburg y sus camaradas durante aquel período, una labor que daría sus frutos en 1918.

Pero antes de evocar este último período, debíamos señalar el papel fundamental desempeñado por el camarada de Rosa, asesinado por la burguesía el mismo día, Karl Liebknecht. Este, que compartía las mismas posiciones políticas, no poseía la misma profundidad teórica que Rosa ni el mismo talento en los artículos que escribía. Por eso, a falta de espacio, no hemos citado aquí sus escritos. Pero su comportamiento, lleno de valentía y determinación, sus denuncias sin rodeos de la guerra imperialista, de todos aquellos que, abiertamente o haciendo contorsiones, la justificaban, al igual que sus denuncias a las ilusiones pacifistas hicieron de Karl Liebknecht, durante aquel período, el símbolo de la lucha proletaria contra la guerra imperialista. Sin entrar en los detalles de su acción ([19]) debemos recordar aquí un episodio significativo de su acción: su participación, el 1º de mayo de 1916 en Berlín, en una manifestación de 10 000 obreros contra la guerra, durante la cual tomó la palabra y exclamó: «¡Abajo la guerra!, ¡Abajo el gobierno!», lo que provocó su inmediata detención. Esta va a originar la primera huelga política de masas en Alemania que se inició a finales de mayo. Frente al tribunal militar que le juzga el 28 de junio, Karl Liebknecht reivindica plenamente su acción, a sabiendas de que su actitud agravará su condena, y aprovecha la ocasión para denunciar una vez más la guerra imperialista, el capitalismo responsable de ella y hacer un llamamiento a los obreros para el combate. Desde entonces, en todos los países de Europa, el nombre y el ejemplo de Liebknecht se convierten en estandarte de quienes, empezando por Lenin, luchan contra la guerra imperialista y por la revolución proletaria.

La revolución proletaria y el fin de la guerra

La perspectiva inscrita en la resolución del congreso de Basilea tiene su primera concreción en febrero de 1917 en Rusia con la revolución que echa abajo al régimen zarista. Tras tres años de matanzas y de una miseria indecible, el proletariado empieza a levantar con fuerza la cabeza hasta el punto de derribar al zarismo e iniciar el camino hacia la revolución socialista. No vamos a tratar aquí los acontecimientos de Rusia que ya hemos tratado en revistas recientes ([20]). Es sin embargo importante señalar que no sólo fue en ese país donde, en el año 1917, los proletarios en uniforme se rebelan contra la barbarie guerrera. Es poco después de la revolución de Febrero cuando se desencadenan en varios ejércitos de los diferentes frentes amotinamientos masivos. En los tres principales países de la Entente, Francia, Gran Bretaña e Italia, ocurren importantes motines que los gobiernos reprimen con brutalidad. En Francia, unos 40 000 soldados desobedecen colectivamente a las órdenes, intentando incluso algunos de ellos ir hacia París, donde, al mismo tiempo, se están produciendo huelgas obreras en las factorías de armamento. Esta convergencia entre lucha de clases en retaguardia y sublevación de soldados en el frente es, sin duda, una de las razones de la relativa moderación con la que la burguesía francesa reprime: de los 554 condenados a muerte por los tribunales militares, «sólo» fusilarán a cincuenta. Esa «moderación» no será tal por parte de ingleses e italianos en donde habrá, respectivamente, 306 y 750 ejecuciones.

En este noviembre de 1998, cuando las celebraciones del final de la Primera Guerra mundial, la burguesía, especialmente los partidos socialdemócratas que hoy gobiernan en la mayoría de los países europeos, nos han dado muestras, con lo de los motines de 1917, de su hipocresía y de su voluntad de descerebrar por completo al proletariado. En Italia, el ministro de Defensa ha hecho saber que había que «devolverles el honor» a los fusilados por amotinamiento y en Gran Bretaña se les ha rendido un «homenaje público». En cuanto al jefe del gobierno «socialista» francés, ha decidido «reintegrar plenamente en la memoria colectiva nacional» a los «fusilados para el ejemplo». En el campeonato de hipócritas, el «camarada» Jospin hubiera subido al podio, pues ¿quiénes eran los ministros de Armamento y de Guerra en aquel entonces? Los «socialistas» Albert Thomas y Paul Painlevé. Lo que se olvidan de decir esos «socialistas», que hoy se emocionan tanto con sus discursos pacifistas sobre las atrocidades de la Primera Guerra, es que en 1914, en los principales países europeos, fueron los primeros en encuartelar a los proletarios y mandarlos a la escabechina. Al querer «reintegrar en la memoria nacional» a los amotinados de la Primera Guerra mundial, la burguesía de izquierdas lo que intenta es que se olvide que pertenecen a la memoria del proletariado mundial ([21]).

En cuanto a la tesis oficial de los políticos, así como la de los historiadores a sus órdenes, que afirman que las revueltas de 1917 estaban dirigidas contra un mando incompetente, difícilmente se tiene de pie cuando se considera que las hubo en los dos campos y en la mayoría de los frentes; ¿habrá que pensar que la Primera Guerra mundial sólo estaba dirigida por inútiles? Es más, esas revueltas se produjeron cuando en los demás países empezaron a llegar noticias de la revolución de Febrero en Rusia ([22]). Es evidente: lo que la burguesía quiere ocultar es el contenido proletario indiscutible de los amotinamientos y el hecho de que sólo de la clase obrera podrá venir la verdadera oposición a la guerra.

Durante el mismo período, las sublevaciones afectan al país en donde vive el proletariado más fuerte y cuyos soldados están en contacto directo con los soldados rusos en el frente del Este, o sea, a Alemania. Los acontecimientos de Rusia levantan gran entusiasmo entre las tropas alemanas y en el Frente, los casos de confraternización son frecuentes ([23]). Es en la Marina en donde se inician los motines en el verano de 1917. El que sean los marineros quienes llevan a cabo esos movimientos, es significativo: casi todos son proletarios en filas, mientras que en Infantería el porcentaje de campesinos es mucho más alto. Entre los marineros, la influencia de los grupos revolucionarios, especialmente de los espartaquistas, es significativa y en pleno crecimiento. Estos plantean claramente la perspectiva para la clase obrera en su conjunto: «La revolución rusa victoriosa unida a la revolución alemana victoriosa son invencibles. A partir del día en que se desmorone el gobierno alemán – incluido el militarismo alemán – bajo los golpes del proletariado se abrirá una nueva era: una era en la que las guerras, la explotación y la opresión capitalistas deberán desaparecer para siempre» (octavilla espartaquista, abril de 1917)

«… sólo con la revolución y la conquista de la república popular se podrá acabar con el genocidio y podrá instalarse la paz general. Y sólo así podrá ser salvada la Revolución rusa.

Sólo la revolución proletaria mundial podrá acabar con la guerra imperialista mundial» (Carta de Spartakus nº 6, agosto de 1917).

Es ese programa el que va a animar cada día más los combates incesantes que ha entablado la clase obrera de Alemania. No podemos, en este artículo detallar todos esos combates ([24]), pero lo que sí cabe recordar es que una de las razones que animaron a los bolcheviques en octubre de 1917 a considerar que las condiciones estaban maduras para la toma del poder del proletariado fue precisamente el desarrollo de la combatividad de los obreros y los soldados en Alemania.

Y lo que hay que subrayar sobre todo es que la intensificación de las luchas obreras y los motines de los soldados con bases proletarias fueron el factor determinante en la petición de armisticio por parte de Alemania y, por lo tanto, del final de la guerra mundial.

«Aguijoneada por el desarrollo revolucionario en Rusia y después de varios movimientos anunciadores, una huelga de masas estalla en abril de 1917. En enero de 1918, un millón de obreros se echan a la calle en un nuevo movimiento huelguístico y fundan un consejo obrero en Berlín. Influenciados por los acontecimientos de Rusia, la combatividad en los frentes militares se va desmoronando durante el verano de 1918. Las fábricas están en efervescencia; cada día se reúnen más obreros en las calles para intensificar la respuesta a la guerra» ([25]).

El 3 de octubre de 1918, la burguesía cambia de canciller. El príncipe Max von Baden sustituye al conde Georg Hertling y hace entrar al Partido socialdemócrata alemán (SPD) en el gobierno. Los revolucionarios comprenden inmediatamente el nuevo papel que le toca desempeñar a la Socialdemocracia. Rosa Luxemburg escribe: «El socialismo de gobierno, por su entrada en el gabinete, se ha vuelto el defensor del capitalismo y está cerrando el paso a la revolución proletaria ascendente».

En este mismo período, los espartaquistas organizan una conferencia con otros grupos revolucionarios, conferencia de la que surge un llamamiento a los obreros:

«Se trata para nosotros de apoyar los motines de los soldados, de pasar a la insurrección armada, ampliar la insurrección armada hasta la lucha por todo el poder en beneficio de los obreros y los soldados, asegurando la victoria mediante huelgas de masas obreras. Ésa es la tarea de los días y las semanas venideras.»

«El 23 de octubre, Liebknecht es liberado de la cárcel. Más de 20 000 obreros vienen a saludarlo a su llegada a Berlín. (…)

El 28 de octubre empieza en Austria, pero también en las provincias checa y eslovaca y en Budapest, una oleada de huelgas que se termina con el derrocamiento de la monarquía. Por todas partes aparecen consejos obreros y de soldados, a imagen de los soviets rusos.

(…) El 3 de noviembre, la flota de Kiel debe zarpar para seguir la guerra, pero la marinería se rebela y se amotina. Se crean inmediatamente consejos de soldados, inmediatamente seguidos por la formación de consejos obreros. (…) Los consejos forman delegaciones masivas de obreros y de soldados que acuden a otras ciudades. Son enviadas grandes delegaciones a Hamburgo, Bremen, Flensburg, al Ruhr y hasta Colonia. Las delegaciones se dirigen a los obreros reunidos en asambleas, haciendo llamamientos a la creación de consejos obreros y de soldados. Miles de obreros se desplazan así de las ciudades del norte de Alemania hasta Berlín y a otras ciudades de provincias. (…) En una semana surgen consejos obreros y de soldados por todas las principales ciudades de Alemania y los obreros toman en sus propias manos la extensión del movimiento» ([26]).

Dirigido a los obreros de Berlín, los espartaquistas publican el 8 de noviembre un llamamiento en el que se puede leer: «¡Obreros y soldados!, Lo que vuestros camaradas han logrado llevar a cabo en Kiel, Hamburgo, Bremen, Lübeck, Rostock, Flensburg, Hannover, Magdeburgo, Brunswick, Munich y Stuttgart, también vosotros debéis conseguir realizarlo. Pues de lo que conquistéis en la lucha, de la tenacidad y del éxito de vuestra lucha, depende la victoria de vuestros hermanos aquí y allá y de ello depende la victoria del proletariado del mundo entero. (…) Los objetivos próximos de vuestra lucha deben ser:

(…)

–  La elección de consejos obreros y de soldados, la elección de delegados en todas las fábricas y unidades de la tropa.

–  El establecimiento inmediato de relaciones con los demás consejos obreros y de soldados alemanes.

–  La toma a cargo del gobierno por los comisarios de los consejos obreros y de soldados.

–  El vínculo inmediato con el proletariado internacional y, muy especialmente, con la República obrera rusa.

¡Viva la república socialista!

¡Viva la Internacional!»

El mismo día, un panfleto espartaquista llama a los obreros a ocupar la calle: «¡Salid de las fábricas! ¡Salid de los cuarteles! ¡Daos la mano! ¡Viva la república socialista!».

«A las primeras horas de la madrugada del 9 de noviembre empieza el alzamiento revolucionario en Berlín. (…) Cientos de miles de obreros responden al llamamiento del grupo Spartakus y del Comité ejecutivo [de los Consejos obreros], dejan el trabajo y afluyen en gigantescos cortejos de manifestaciones hacia el centro de la ciudad. A su cabeza van grupos de obreros armados. La gran mayoría de las tropas se une a los obreros manifestantes y fraterniza con ellos. Al mediodía, Berlín está en manos de los obreros y los soldados revolucionarios» ([27]).

Ante el palacio de los Hohenzollern, Liebknecht toma la palabra: «Debemos tensar todas nuestras fuerzas para construir el gobierno de los obreros y de los soldados (...) Nosotros damos la mano a los obreros del mundo entero y les invitamos a terminar la revolución mundial (...) Proclamo la libre república socialista de Alemania.»

Esa misma noche, los obreros y soldados revolucionarios ocupan la imprenta de un diario burgués, permitiendo así la salida del primer número de Die Röte Fahne (Bandera roja), diario de los espartaquistas, el cual, inmediatamente, advierte contra el SPD: «No existe la más mínima comunidad de intereses con quienes os han traicionado durante 4 años. ¡ Abajo el capitalismo y sus agentes! ¡Viva la revolución! ¡Viva la Internacional!».

El mismo día, frente a la revolución en auge, la burguesía toma sus disposiciones. Obtiene la abdicación del Káiser Guillermo II, proclama la República y nombra canciller a un dirigente del SPD, Ebert. Este recibe igualmente la investidura del comité ejecutivo de los consejos en el que han logrado hacerse nombrar muchos funcionarios socialdemócratas. Se nombra un «Consejo de comisarios del pueblo» compuesto por miembros del SPD y del USPD (o sea los “centristas» excluidos del SPD en febrero de 1917 al mismo tiempo que los espartaquistas). En realidad, tras esa denominación «revolucionaria» se oculta un gobierno perfectamente burgués que va a hacerlo todo por impedir la revolución proletaria y preparar el aplastamiento de los obreros.

La primera medida que toma el gobierno es la de firmar el armisticio al día siguiente de su nombramiento (aún cuando hay tropas alemanas que ocupan todavía territorios de países enemigos). Con la experiencia de Rusia, en donde la continuación de la guerra había sido un factor decisivo para la movilización y la toma de conciencia del proletariado hasta el derrocamiento del poder burgués en octubre de 1917, la burguesía alemana sabe perfectamente que debe parar inmediatamente la guerra si no quiere conocer el mismo destino que la rusa.

Aunque hoy, los portavoces de la burguesía ponen mucho cuidado en ocultar el papel de la revolución proletaria en el final de la guerra, es ésa una realidad que no evitan historiadores serios y con escrúpulos, aunque sus escritos sólo llegan a una minoría de lectores): «Decidido a proseguir la negociación, a pesar de Ludendorff, el gobierno alemán pronto va a verse obligado a ello. Primero, la capitulación austríaca crea una nueva y terrible amenaza sobre el sur del país. Además, y sobre todo, porque la revolución estalla en Alemania (…) [La delegación alemana] firma el armisticio el 11 de noviembre, a las 5 h 20 en el famoso vagón de Foch. Lo firma en nombre del nuevo gobierno que presiona para que se acelere la firma (…) La delegación alemana ha obtenido pocas ventajas, ventajas que, como dice Pierre Renouvin, “tenían el mismo objetivo: dejar al gobierno alemán los medios con los que luchar contra el bolchevismo”. El ejército, por ejemplo, entregará veinticinco mil ametralladoras en lugar de treinta mil. Podrá seguir ocupando el Rhur, foco de la revolución, en lugar de ser “neutralizado”» ([28]).

Efectivamente, una vez firmado el armisticio, el gobierno socialdemócrata va a desarrollar toda una estrategia para atajar el movimiento proletario y aplastarlo. Va a fomentar, en particular, la división entre soldados y obreros de vanguardia, al estimar aquéllos, en su gran mayoría, que no tenía sentido proseguir el combate puesto que la guerra había terminado. La Socialdemocracia va también a apoyarse en las ilusiones que aún suscita en buena parte de la clase obrera para aislar a los espartaquistas de las grandes masas obreras.

No podemos aquí repasar todos los detalles del período entre el armisticio y los acontecimientos que llevaron al asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht ([29]). Pero sí vale la pena citar los escritos publicados unos años después de esos hechos por el general Groener, comandante en jefe del ejército entre finales de 1918 y principios del 19, pues son edificantes sobre la política llevada a cabo por Ebert, quien estaba en constante enlace con él:

«Nos aliamos para combatir al bolchevismo. (…) Yo había aconsejado al Feldmarschall no combatir la revolución con las armas, pues era de temer que, a causa del estado de la tropa, ese medio sería un fracaso. Propuse que el alto mando militar se aliara con el SPD, en vista de que no había ningún otro partido que dispusiera de suficiente influencia en el pueblo y entre las masas para reconstruir una fuerza gubernamental junto con el mando militar (…) Se trataba en primer lugar de arrancar el poder de las manos de los consejos obreros y de soldados de Berlín. Ebert estaba de acuerdo. (…) Elaboramos entonces un programa que preveía, tras la entrada de la tropas, la limpieza de Berlín y el desarme de los espartaquistas. Esto también quedó convenido con Ebert, a quien estoy reconocido por su amor absoluto por la patria (…) Esta alianza quedó sellada contra el peligro bolchevique y el sistema de consejos» (octubre-noviembre de 1925, Zeugenaussage).

Fue en enero de 1919 cuando la burguesía dio el golpe decisivo a la revolución. Tras haber concentrado a más de 80 000 soldados en torno a Berlín, el 4 de enero monta una provocación al dimitir al prefecto de policía de Berlín, Eichhorn, miembro del USPD. A esta provocación le responden manifestaciones gigantescas. Aún cuando el congreso constitutivo del Partido comunista de Alemania, y a su cabeza Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, había estimado cuatro días antes que la situación no estaba madura para la insurrección, Karl Liebknecht cae en la trampa participando en un Comité de acción que precisamente llama a la insurrección. Fue un desastre total para la clase obrera. Son asesinados miles de obreros, especialmente los espartaquistas. Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, que se habían negado a abandonar Berlín, son detenidos el 15 de enero y ejecutados fríamente, sin juicio, par la soldadesca, con el pretexto de «intento de fuga». Dos meses más tarde, Leo Jogisches, antiguo compañero de Rosa y también dirigente del Partido comunista es asesinado en la cárcel.

Así se puede comprender hoy por qué la burguesía, y en especial sus partidos «socialistas» tienen el mayor interés en correr un tupido velo ante los acontecimientos que acabaron con la Primera Guerra mundial.

En primer lugar, los partidos «democráticos», y especialmente los «socialistas» no tienen ninguna gana de que aparezca a las claras su función de matarifes de la clase obrera, papel que en las fábulas contemporáneas, queda reservado para las dictaduras «fascistas» o «comunistas».

En segundo lugar, les es de la mayor importancia ocultar al proletariado que su lucha es el único verdadero obstáculo contra la guerra imperialista.

Mientras, por todas partes hoy en el mundo, prosiguen y se intensifican las matanzas, hay que mantener y fomentar los sentimientos de impotencia en la clase obrera. A toda costa hay que impedirles que tomen conciencia de que sus luchas contra los ataques crecientes provocados por una crisis sin salida son el único medio de impedir que esos conflictos se generalicen y acaben por someterlos a una nueva barbarie guerrera como la que ya han tenido que soportar dos veces en este siglo. Hay que seguir quitándoles la idea de revolución, a la que presentan como madre de todos los males de este siglo, cuando fue en realidad su aplastamiento lo que ha permitido que este siglo que se acaba haya sido el más sangriento y bestial de la historia, cuando en realidad es ella, la revolución, la única esperanza para la humanidad.

Fabiana


[1] Unas semanas después de su asesinato, la primera sesión del Primer congreso de la Internacional comunista se iniciaba con un homenaje a ambos militantes, cuya memoria, desde entonces, ha sido reivindicada por las organizaciones del movimiento obrero.

[2] Para un país como Francia, casi 17 % de los movilizados son matados. Poco menos para Alemania (15,4 %), peor en Bulgaria son 22 %, 25 % en Rumania, 27 % en Turquía, 37 % en Serbia. Algunas armas de combatientes sufren hecatombes aún más terroríficas: en Francia son el 25 % de la infantería y un tercio de los mozos de 20 años en 1914 desaparecen. En este país, habrá que esperar a 1950 para que la población alcance el nivel del 1º de agosto de 1914. Además, hay que recordar la tragedia humana de todos los inválidos y mutilados. Algunas mutilaciones son verdaderamente atroces: así, solo del lado francés, hay unos 20 000 «gueules cassées» (caras rotas), soldados totalmente desfigurados, que no pudieron reintegrarse en la sociedad, hasta el punto de que se crearon para ellos instituciones especiales, en las que vivieron como en un gheto hasta su muerte. Y eso por no hablar de los cientos de miles de jóvenes que volvieron dementes de la guerra y a quienes las autoridades prefirieron considerar como «farsantes».

[3] Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, «La lucha contra la economía natural».

[4] Idem, «Aranceles protectores y acumulación».

[5] Idem, «El militarismo como campo de la acumulación del capital».

[6] Idem, Apéndice «La acumulación del capital o en qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Una anticrítica».

[7] Idem.

[8] Lenin, «La guerra y la revolución», Obras.

[9] Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia.

[10] Idem.

[11] Idem, y en parte traducido por nosotros de la versión francesa.

[12] Rosa Luxemburg, idem.

[13] En todos los bandos, las mentiras burguesas rivalizan en grosería e infamia. «Ya desde agosto del 1914, los Aliados denunciaban las “atrocidades” cometidas por los invasores contra la población de Bélgica y del Norte de Francia: las “manos cortadas” de los niños, las violaciones, los rehenes fusilados y los pueblos quemados “para el ejemplo”... Por su parte, los periódicos alemanes barraban cada día las “atrocidades” que los civiles belgas habrían cometido contra soldados alemanes: ojos arrancados, dedos cortados, cautivos quemados vivos» («Réalité et propagande: la barbarie allemande», en l’Histoire, nov. de 1998).

[14] Rosa Luxemburg, op. cit.

[15] Idem.

[16] Idem.

[17] Idem.

[18] Idem.

[19] Ver, al respecto, nuestro artículo «Los revolucionarios en Alemania durante la Primera Guerra mundial» en la Revista internacional nº 81.

[20] Ver los números 88 a 91 de la Revista internacional.

[21] El primer ministro francés citó en su discurso un verso de la «Chanson de Craonne» compuesta sobre los amotinamientos. Pero se cuidó muy bien de citar los versos que dicen: «Quienes tienen dinero, esos volverán / pues es por ellos por quienes nosotros estamos reventando. / Pero se acabó, pues los soldaditos / se van todos a hacer huelga».

[22] Tras los amotinamientos en los ejércitos franceses, unos diez mil soldados rusos que combatían en los frentes occidentales al lado de los soldados franceses fueron retirados del frente y aislados hasta el final de la guerra en el campo de La Courtine (centro de Francia). Había que impedir que el entusiasmo que expresaban por la revolución que se estaba desarrollando en su país contaminara a los soldados franceses.

[23] Hay que señalar que las confraternizaciones habían empezado en el frente occidental justo unos meses después del comienzo de la guerra y de aquellas llamadas a filas con la flor en el fusil y alegres gritos de «¡A Berlín!» o «¡Nach Paris!» de un lado y del otro. «25 de diciembre de 1914: ninguna actividad por parte del enemigo. Durante la noche y el día 25, se establecen comunicaciones entre franceses y bávaros, de trinchera a trinchera (conversaciones, envío de mensajes de simpatía, de cigarrillos…, incluso visitas de algunos soldados a las trincheras alemanas)» (Diario de marcha y de operaciones de la brigada, nº 139). En una carta del 1º de enero de 1915 de un general a otro puede leerse: «Es de notar que los hombres que permanecen demasiado tiempo en el mismo sitio, acaban por conocer a sus vecinos de enfrente, cuyo resultado son conversaciones y a menudo visitas, lo cual puede tener al cabo consecuencias desagradables». Esos hechos ocurrirán durante toda la guerra, sobre todo en 1917. En una carta de noviembre de 1917 interceptada por el control postal, un soldado francés escribía a su cuñado: «Estamos a veinte metros de los “boches” [desp.: alemanes], pero son buena gente pues nos mandan puros y cigarrillos y nosotros les mandamos pan» (citas sacadas de l’Histoire de enero de 1988).

[24] Véase al respecto nuestra serie de artículos sobre la Revolución alemana en la Revista internacional 81 y siguientes.

[25] «La revolución alemana, II», Revista internacional nº 82.

[26] Idem.

[27] Idem.

[28] Jean-Baptite Duroselle, en le Monde del 12/11/1968. J-B Duroselle y P. Renouvin son dos conocidos historiadores franceses especialistas de la época.

[29] De la serie citada, ver los dos artículos de la Revista internacional nº 82 y 83.

Series: 

  • Guerra y proletariado [9]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1905 - Revolución en Rusia [10]

Acontecimientos históricos: 

  • Iª Guerra mundial [11]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [12]

La cuestión china y la Internacional (1920-1940) - La Izquierda comunista contra la traición de la Internacional comunista

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Del combate de la Oposición de izquierdas al rechazo
de las luchas de liberación nacional por la Fracción italiana

Ya hemos publicado une serie de artículos sobre la China pretendidamente «comunista» en la que hemos hecho resaltar el carácter contrarrevolucionario del maoísmo ([1]). Si volvemos aquí a tratar del combate que llevó a cabo el proletariado chino durante los años 20, hasta la terrible derrota que sufrió en particular en Shangai y Cantón, no solo es porque esa lucha fue significativa de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado a nivel internacional, sino también porque tuvo un papel importante en el movimiento revolucionario debido a los combates políticos determinantes que suscitó.

Como lo escribía Zinoviev en 1927: «Los acontecimientos en China tienen tanta importancia como los de Alemania en octubre del 23. Y si en aquel entonces toda la atención de nuestro Partido se concentró en Alemania, hoy día ha de ser lo mismo con respecto a China, tanto más porque la situación internacional se ha vuelto más compleja e inquietante para nosotros» ([2]). Y es con toda la razón si Zinoviev subraya la gravedad de la situación, preocupación compartida por todos los revolucionarios del mundo. En aquel entonces, efectivamente, los acontecimientos en China eran la señal del fin de la oleada revolucionaria mundial, mientras se estaba imponiendo cada día más el estalinismo en la Internacional comunista (IC).

Sin embargo, es la situación en China una de las cuestiones que va a permitir tanto la estructuración de la Oposición de izquierdas como la afirmación política de la Izquierda italiana (Bilan) en tanto que corriente de mayor importancia en la oposición internacional, antes de que empiece a desarrollar una actividad y un trabajo de reflexión política de inestimable valor.

La derrota de la revolución en China

Los mediados años 20 fueron un período crucial para la clase obrera y sus organizaciones revolucionarias. ¿Podía desarrollarse y triunfar todavía la revolución a nivel mundial? En caso contrario, ¿podría la revolución rusa sobrevivir a su aislamiento?. Estas son las preguntas que se plantea el movimiento comunista, y el conjunto de la Internacional comunista (IC) está pendiente de las posibilidades de revolución en Alemania. Zinoviev, que sigue siendo su presidente, subestima totalmente la amplitud de la derrota en Alemania ([3]). Declara que es un episodio más y que nuevos asaltos revolucionarios están a la orden del día en varios países. Es evidente que la IC ya no dispone de une brújula políticamente fidedigna; y es así como al intentar paliar el reflujo de la oleada revolucionaria, no hace sino desarrollar cada día más una estrategia oportunista. A partir de 1923, Trotsky y la primera Oposición denuncian esos graves errores, con trágicas consecuencias, pero sin llegar a hablar de traición. La IC sigue degenerando y, a finales de 1925, se rompe la troika Zinoviev-Kamenev-Stalin; la IC la dirige entonces el dúo Bujarin-Stalin. A la estrategia «golpista» que predominaba con Zinoviev sucede una política basada en la «estabilización» prolongada del capitalismo. Entonces se abre el «curso derechista» con sus políticas de frente único con los «partidos reformistas» en Europa ([4]). La IC desarrolla en China une política incluso por debajo de la que defendían los mencheviques con respecto a los países económicamente poco desarrollados como Rusia. Sostiene que la política del Kuomintang hacia la revolución burguesa es la que está al orden del día, que la revolución comunista no podrá hacerse sino después. Semejante posición llevará a los obreros chinos a la matanza.

Fue durante su período golpista, de ultraizquierdismo, cuando la IC acosará al Partido comunista de China (PCC) hasta que entre en el Kuomintang, declarado «partido simpatizante» en el Quinto congreso (Pravda, 25 de junio del 24). Ese «partido simpatizante» ¡será el verdugo del proletariado!.

La IC estalinizada «consideraba al Kuomintang como órgano de la revolución nacional china. Los comunistas iban hacia las masas bajo la bandera del Kuomintang. En marzo del 27, esta política permite la entrada de comunistas en el gobierno na-cional. Recibieron la cartera de Agricultura (tras haberse pronunciado el Partido contra cualquier revolución agraria, y a favor de “frenar la acción demasiado vigorosa de los campesinos”) y la de Trabajo, para canalizar a las masas obreras hacia una política de compromiso y de traición. El Pleno de Julio del PCC se pronuncia contra la confiscación de las tierras, contra el armamento de los obreros y campesinos, o sea a favor de la liquidación del partido y de los movimientos de clase de los obreros y por la sujeción absoluta al Kuomintang, para evitar a toda costa la ruptura con éste. Todos estaban de acuerdo con esa política criminal, desde las derechas con Pen Chu Chek hasta la presunta izquierda de Tsiu Tsiu-Bo pasando por el centro de Chen Duxiu» ([5]).

Esa política oportunista, que Bilan analizó perfectamente unos años después, fue la que provocó prácticamente la disolución del PCC en el Kuomintang, con la terrible consecuencia que fue la derrota y el aplastamiento de los obreros chinos. «El 26 de marzo, Chiang Kai-chek intentó una primera prueba de fuerza al detener a muchos comunistas y simpatizantes. (...) Este hecho no se comunicó al Comité ejecutivo de la IC; en cambio, se dio mucha importancia a las declaraciones antiimperialistas de Chiang Kai-chek en el Congreso del trabajo, en 1926. Este mismo año, las tropas del Kuomintang empiezan su avance por el Norte. Esto sirve de pretexto para hacer cesar las huelgas en Cantón, Hong Kong, etc. (...) Al acercarse las tropas de Shanghai estallaron insurrecciones en al ciudad. La primera del 19 al 24 de febrero, y la segunda, que triunfó, el 21 de marzo. Las tropas de Chiang Kai-chek no entraron en la ciudad más que el 26 de marzo. El día 3 de abril, Trotsky escribió una advertencia contra el «Pilsudsky chino» ([6]). El día 5 de abril, Stalin declara que Chiang Kai-chek se ha sometido a la disciplina, que el Kuomintang es un bloque, algo así como un parlamento revolucionario» ([7]).

El día 12 de abril, Chiang Kai-chek provoca otra prueba de fuerza, reprimiendo una manifestación con ametralladoras, matando a miles de obreros. «Tras este acontecimiento, el 17 de abril, la delegación de la Internacional comunista apoya en Hunan al Kuomintang de izquierdas ([8]) en el que participan los ministros comunistas. Ahí se asiste el 15 de julio a la reedición del golpe de Shanghai. No cabe duda de que triunfa la contrarrevolución. Sigue un período de masacres sistemáticas, se considera que fueron asesinados unos 25 000 comunistas». Y en septiembre del 27, «la nueva dirección del PCC (...) fija la insurrección para el 13 de diciembre. (...) Un Soviet es designado desde arriba. La sublevación se adelanta al 10 de diciembre. El día 13, es totalmente reprimida. La segunda revolución china es definitivamente aplastada» ([9]).

Obreros y revolucionarios chinos van a sufrir un infierno, este es el precio pagado por la política oportunista de la IC. « A pesar de todas las concesiones, la ruptura con el Kuomintang sucede a finales del 27, cuando el gobierno de Hunan excluye a los comunistas del Kuomintang, ordenando su detención». Después, «... la conferencia del Partido en agosto del 27 desaprobó definitivamente lo que se llamó la línea oportunista de la precedente dirección de Chen Duxiu e hizo tabla rasa de los antiguos dirigentes. (...) Entonces se abrió el período golpista, que se expresó en particular en la Comuna de Cantón en diciembre del 27. Todas las condiciones eran contrarias a una insurrección en Cantón. (...) Claro está que no se trata de disminuir en nada el heroísmo de los comuneros de Cantón, quienes lucharon hasta la muerte. Cantón no fue, sin embargo, un ejemplo aislado. Cinco comités regionales (...) se pronunciaron durante el mismo período a favor de una sublevación inmediata». Y a pesar de la ofensiva victoriosa de la contrarrevolución, «... el VIo Congreso del PCC, de julio del 28, siguió manteniendo la perspectiva de “luchar por la victoria en una o varias provincias”» ([10]).

La cuestión china y la Oposición rusa

La derrota de la revolución china fue la condena más grave de la estrategia de la IC tras la muerte de Lenin, y más todavía de la IC estalinizada. Trotsky subraya en su Carta al VIo Congreso de la IC, el 12 de julio de 1928 ([11]), que la política oportunista de la IC debilitó primero al proletariado en Alemania en el 23, para seguir engañándolo y traicionándolo en Inglaterra y por fin en China. «Esas son las causas inmediatas e indiscutibles de la derrota». Y continúa: «Para entender lo que significa el giro actual hacia la izquierda ([12]), hemos de tener una visión global no solo de lo que fue el deslizamiento hacia el centro derecha que apareció a las claras en 1926-27, sino también de lo que había sido el período precedente de ultraizquierdismo en 1923-25, que preparó ese deslizamiento».

En 1924, la dirección de la IC no para de repetir que la situación revolucionaria sigue desarrollándose y que «batallas decisivas estallarán en un porvenir cercano». «Basándose en esa apreciación fundamentalmente errónea, el Vº Congreso establece toda su orientación, a mediados del 24» ([13]). La Oposición manifiesta su desacuerdo con esa visión y «da la alarma» ([14]). «A pesar del reflujo político, el Vº Congreso se orienta claramente hacia la insurrección (...) 1924 (...) es el año de las aventuras en Bulgaria ([15]) y Estonia» ([16]). Este ultraizquierdismo de 1924-25 «desorientado ante la situación, fue brutalmente sustituido por un desvío derechista» ([17]).

La nueva Oposición unificada ([18]) nace entonces, por la unión de la antigua Oposición de Trotsky con el grupo Zinoviev-Kamenev, etc. Varios temas animan en aquel entonces (1926) las discusiones en el Partido bolchevique, en particular la política económica de la URSS, la democracia en el Partido... Sin embargo, la cuestión china es la que provoca los principales debates, la mayor división en el Partido.

A la línea de «bloque con el Kuomintang» mantenida por Stalin y defendida por Bujarin y el ex menchevique Martinov se opone la de la Oposición de izquierdas. Los temas debatidos tratan del papel de la burguesía nacional, del nacionalismo y de la independencia de clase del proletariado.

Trotsky defiende su posición en un texto, Las relaciones de clase en la revolución china (3 de abril de 1927). En él desarrolla:

  • que la revolución en China depende del curso general de la revolución proletaria mundial. Y en contra de la visión de la IC, que defiende el apoyo al Kuomintang para que cumpla la revolución burguesa, llama a los comunistas chinos a salir del Kuomintang.
  • que para realizar la revolución, los obreros chinos han de organizarse en soviets y armarse ([19]).

A este texto se añaden, el 14 de abril, las Tesis dirigidas por Zinoviev al Buró político del PCUS ([20]), en las que éste reafirma la posición de Lenin en cuanto a las luchas de liberación nacional, insistiendo en particular en que un PC no ha de subordinarse a ningún otro partido y en que el proletariado no debe meterse en el terreno del interclasismo. También reafirma la idea de que «la historia de la revolución ha demostrado que una revolución democrática burguesa, si no se transforma en revolución socialista, se encamina inevitablemente por la vía de la reacción».

Sin embargo, en esta situación en que el proletariado es derrotado no solo en China sino internacionalmente, la Oposición rusa ya no tiene la capacidad de invertir el curso degenerativo de la IC. Se puede afirmar que ya es derrotada en el mismo Partido bolchevique. «El proletariado conoce entonces su más terrible derrota» ([21]), en la medida en que los revolucionarios, los que hicieron la Revolución de octubre, poco a poco van a ser detenidos, mandados a presidio o asesinados. Pero hay más grave todavía: «el programa internacional es proscrito, las corrientes de la izquierda internacionalista son excluidas (...), una teoría reciente se afirma triunfalmente en la IC» (ídem): la del «socialismo en un solo país». Ya no tienen otro objetivo, Stalin y la IC, sino el de defender el Estado ruso. Al romper con el internacionalismo, la Internacional comunista desaparece entonces en tanto que órgano del proletariado.

China y la Oposición de izquierdas internacional

A pesar de haber sido derrotada, el combate de la Oposición en la IC fue fundamental. Tuvo repercusiones importantísimas a nivel internacional, en todos los PC. Y sobre todo, es probable que no existirían hoy las corrientes de la Izquierda comunista si ese combate no se hubiera entablado. En China, en donde los estalinistas lograron sin embargo impedir que se conocieran los textos de la Oposición, Chen Duxiu logró mandar su Carta a todos los miembros del PCC (fue excluido en agosto del 29, y su Carta es del 10 de diciembre de ese mismo año) en la que toma claramente posición en contra del oportunismo estaliniano sobre la cuestión china.

En Europa y el resto del mundo, ese combate les permitió estructurarse y organizarse a los grupos oposicionistas excluidos de los PC. Sin embargo se dividen rápidamente y no logran pasar del estado de oposición al de verdadera corriente política.

En Francia por ejemplo, el grupo de Souvarine «Circulo Marx y Lenin», el grupo de Maurice Paz «Contra la corriente» y el de Treint «Restablecimiento comunista» publican cada uno por su lado los documentos de la Oposición de izquierdas rusa, y agrupan las energías revolucionarias. Este tipo de grupos va multiplicándose en un primer tiempo, sin lograr desgraciadamente alcanzar una colaboración mutua.

También nace un agrupamiento tras la expulsión de Trotsky de la URSS, la Oposición de izquierdas internacional, un agrupamiento que, sin embargo, va a desperdiciar muchas energías revolucionarias.

En 1930, los grupos:

  • la Liga comunista (Oposición) en Francia con A. Rosmer,
  • la Oposición de izquierdas unificada del PC alemán con K. Laudau,
  • la Oposición comunista española, con J. Andrade y J. Gorkin,
  • la Oposición comunista belga, Hennaut,
  • la Liga comunista de Norteamérica, M. Schachtman y M. Abern,
  • la Oposición comunista (Izquierda comunista de Austria), D. Karl y C. Mayer,
  • el PC austríaco (Oposición), Frey,
  • el Grupo interior del PC austríaco, Frank,
  • la Oposición de izquierdas checa, W. Krieger,
  • la Fracción de izquierdas italiana, Candiani,
  •  la Nueva oposición italiana (NOI), Santini y Blasco,

se pronuncian a favor de las posiciones defendidas por Trotsky en 1927 y de las propuestas en su Carta al VIº Congreso de al IC en el 28. Firman, incluso, una declaración común «A los comunistas de China y del mundo entero» (12 de diciembre de 1930). Candiani ([22]) la firma en nombre de la Fracción italiana.

Esta declaración no contiene la menor concesión a ninguna política oportunista de colaboración de clases. «Nosotros, representantes de la Oposición de izquierdas internacional, bolcheviques-leninistas, siempre hemos sido adversarios de la entrada del Partido comunista en el Kuomintang, en nombre de una política proletaria independiente. Desde los inicios de la oleada revolucionaria, hemos exigido que los obreros tomen la dirección del sublevación campesina para llevar a cabo la revolución agraria. Nuestra posición fue rechazada. Nuestros partidarios han sido perseguidos, excluidos de la IC y, en la URSS, detenidos y exilados. ¿En nombre de qué? ¡en nombre de la alianza con Chiang Kai-chek!».

Lecciones sacadas por la Izquierda italiana

Aunque alcanza un buen nivel de claridad sobre las tareas del momento, la Oposición de izquierdas internacional – debido a su apego político sin la menor crítica a los cuatro primeros congresos de la IC – va a acabar cayendo en el oportunismo en cuanto se invierte por completo el curso revolucionario en los años 30. Eso no ocurre con la Fracción italiana, pues ésta se ha desmarcado claramente en los tres aspectos en discusión sobre los países coloniales: las luchas de liberación nacional, las consignas democráticas y la guerra entre potencias imperialistas en esos países.

La cuestión nacional y la revolución en los países de la periferia del capitalismo

Contrariamente a la resolución del IIº Congreso de la IC, la Oposición de izquierdas internacional en la Resolución sobre el conflicto chino-japonés (febrero del 32), la Fracción italiana plantea esta cuestión de forma radicalmente nueva en el movimiento comunista. En esta resolución rompe con la posición clásica sobre las luchas de liberación nacional ([23]).

«Punto 1. – En la época del imperialismo capitalista, ya no existen las condiciones para que se produzca una revolución burguesa en las colonias y países semicoloniales, que lleve al poder a una clase capitalista capaz de vencer a los imperialismos extranjeros (...).

Siendo la guerra el único medio para la liberación de los países coloniales (...), se trata de saber cuál es la clase llamada a dirigirla en la época actual del imperialismo capitalista. En el complicado marco de las estructuras económicas de China, el papel de la burguesía indígena es el de impedir que se desarrollen los movimientos revolucionarios de obreros y campesinos, de aplastar a los obreros comunistas precisamente cuando la clase obrera surge como la única fuerza capaz de llevar a cabo la guerra revolucionaria en contra del imperialismo extranjero».

Y sigue: «El papel de la clase obrera consiste en luchar por la instauración de la dictadura del proletariado (...).

Punto 4. – La Fracción de izquierda siempre ha mantenido que el eje central de las situaciones es el que se expresa en el dilema “guerra o revolución”. Los acontecimientos actuales en Oriente confirman esta posición fundamental (...).

Punto 7. – El Partido comunista chino tiene el deber de ponerse en primera línea en la lucha contra la burguesía indígena y sus representantes de izquierdas en el Kuomintang, los verdugos de 1927. (...) El Partido comunista chino debe reorganizarse basándose en el proletariado industrial, reconquistar su influencia sobre el proletariado de la ciudad, única clase capaz de arrastrar tras ella a los campesinos en la lucha consecuente y decisiva que llevará a la instauración de los verdaderos soviets en China».

Ni que decir tiene que se trata aquí, primero, de un rechazo a la política del Partido comunista chino estalinizado (que no tardará en ser, además, «maoizado»), pero también de una crítica abierta a las posiciones políticas de Trotsky, que lo llevarán más tarde a defender a China contra Japón en el conflicto imperialista que va oponer a ambos países.

Durante los años 30, la posición de la Fracción italiana se va precisando, como lo demuestra la «Resolución sobre el conflicto chino-japonés» de diciembre del 37 (Bilan, nº 45): «Los movimientos nacionales, de independencia nacional, que tuvieron una función progresista en Europa al expresar la función progresista que tenía en aquel entonces el modo de producción burgués, ya no pueden tener en Asia más que una función reaccionaria, la de oponer, durante la revolución proletaria, las conflagraciones de que son las únicas víctimas los explotados de los países en guerra (y) el proletariado de todos los países».

Las consignas democráticas

Con las consignas democráticas ocurre lo mismo que con la cuestión de la liberación nacional. ¿Siguen existiendo programas diferentes para el proletariado de los países desarrollados y para el proletariado de aquellos países en que la burguesía todavía no ha cumplido su revolución?.

¿Pueden seguir siendo «progresistas» las consignas democráticas, tal como lo defiende la Oposición de izquierdas internacional?. «En realidad, la conquista del poder por parte de la burguesía no coincide para nada con la realización de sus consignas democráticas. Al contrario, en la época actual asistimos al hecho de que en una serie de países no es posible el poder de la burguesía más que basándose en relaciones sociales e instituciones semifeudales. Sólo el proletariado puede destruir tales relaciones e instituciones, o sea realizar los objetivos históricos de la revolución burguesa». Es ésa, en cambio, una posición menchevique, en total oposición con la que Trotsky fue capaz de defender en los años 20 sobre las tareas de los comunistas en China (cf. cita de Trotsky).

La posición de la Izquierda italiana es radicalmente diferente, y su delegación la defiende a la Conferencia nacional de la Liga comunista en 1930 ([24]). Defiende la idea de que las consignas democráticas ya no están al orden del día en los países semicoloniales. El proletariado ha de luchar por la integridad del programa comunista, siendo la revolución comunista la que internacionalmente está al orden del día.

«Nosotros decimos que allí donde el capitalismo no dirige económica y políticamente la sociedad (por ejemplo en las colonias), existen las condiciones para una lucha del proletariado a favor de la democracia – durante un período determinado. Sin embargo (...) pedimos que se aclare, que se precise sobre qué bases de clase ha de desarrollarse esta lucha. (...) En la situación actual de crisis mortal del capitalismo, esto ha de precipitar la dictadura del partido del proletariado (...).

Pero en lo que toca a los países en que ya está hecha la revolución burguesa (...), esto conduce al desarme del proletariado ante las tareas que los acontecimientos permiten (...).

Se ha de empezar dando contenido político a la formula “consignas democráticas”. Pensamos que puede dársele éstas:

1)  consignas ligadas directamente al ejercicio del poder político por una clase precisa;

2)  consignas que expresen el contenido de las revoluciones burguesas y que no puede realizar el capitalismo debido a la situación actual;

3)  consignas que conciernen a los países coloniales en los que se mezclan los problemas de lucha contra el imperialismo, los de la revolución burguesa y los de la revolución proletaria;

4)  las “falsas” consignas democráticas, o sea las que corresponden a las necesidades vitales de las masas trabajadoras;

Al primer punto se refieren todas las fórmulas propias a la vida del gobierno burgués, tales como la “reivindicación de un parlamento y de su libre funcionamiento”, las “elecciones de administraciones territoriales y su libre funcionamiento”, “asamblea constituyente”, etc.

Al segundo punto se refieren en particular todas las obras de transformación social en el campo.

Al tercer punto los problemas de táctica en los países coloniales

Al cuarto las luchas parciales de los obreros en los países capitalistas».

La Fracción sigue tratando esos cuatro temas añadiendo que la táctica ha de adaptarse en función de las situaciones, manteniéndose firme sobre los principios.

Las consignas democráticas institucionales

(...) La divergencia política se ha revelado más claramente entre nuestra fracción y la izquierda rusa. Sin embargo, se ha de precisar que esta divergencia debe limitarse al campo de la táctica, como lo prueba el encuentro entre Lenin y Bordiga (...)».

En España, en Italia, como en China, la Fracción italiana se distingue claramente de la táctica utilizada por la Oposición de izquierdas.

«La transformación del Estado de monarquía en república, que antiguamente era el resultado de una batalla armada, se ha plasmado hoy en España en la comedia de la salida del rey tras los acuerdos entre Zamora y Romanones (...).

El hecho de que en España la Oposición adopte posiciones políticas a favor de la transformación supuestamente democrática del Estado anula toda posibilidad de desarrollo serio a nuestra sección a causa de los propios problemas de la crisis comunista.

El hecho de que en Italia el partido haya alterado el programa de la dictadura del proletariado y defienda el programa democrático de la revolución popular ([25]) ha contribuido en gran medida al fortalecimiento del fascismo.

Las consignas democráticas y la cuestión agraria

(...) una transformación (la liberación de la economía agraria de las relaciones sociales propias al feudalismo) de la economía de un país como España en economía del tipo de las que existen en otros países más avanzados no coincidirá sino con la victoria de la revolución proletaria. Esto no significa, sin embargo, que no tenga el capitalismo la posibilidad de poner en marcha esa transformación (...). La posición programática comunista ha de seguir siendo la de la afirmación íntegra de la «socialización de la tierra»».

La Fracción da muy poca importancia a las consignas intermedias referentes al problema del campo.

«Las consignas institucionales y la cuestión colonial

(...) Aquí queremos referirnos a aquellos países coloniales en que no existe todavía el capitalismo como clase gobernante, a pesar de la industrialización de parte importante de su economía».

Aunque sea necesario adaptar la táctica en ciertos países, no se trata para la Fracción italiana de dar consignas diferentes para el proletariado de China, de España o de países del centro del capitalismo.

«En China, ni cuando el manifiesto de 1930 ni tampoco hoy se trata de establecer un programa para la conquista del poder político (...), mientras que el centrismo ([26]) no cesa de hacer malabarismos políticos para hacer creer que son soviets sus falsedades sobre los fines y los movimientos de los campesinos.

Una vez más, no existe más que una clase capaz de llevar a cabo la lucha victoriosa, y es la clase obrera.

Las reivindicaciones parciales de la clase obrera

Los partidos burgueses y en particular la socialdemocracia insisten para orientar a las masas hacia la necesidad de defensa de la democracia y piden y obtienen – por culpa del partido comunista – el abandono de la lucha en defensa de los salarios y en general del nivel de vida de las masas, como ocurre por ejemplo actualmente en Alemania».

Aquí, la Fracción defiende la idea de que la clase obrera no ha de luchar sino es para defender sus intereses propios y debe quedarse firme en su terreno de clase, único terreno que permite avanzar a las masas hacia la lucha revolucionaria.

La guerra imperialista y los trotskistas chinos

Trotsky sobre este tema va a renegar las posiciones que había defendido en 1925-27, en La Internacional después de Lenin (así como en su declaración «A los comunistas chinos y del mundo entero» de 1930). Entonces defendía la idea de que para oponerse a la solución guerrera imperialista, el proletariado tenía que desarrollar sus propias luchas por sus intereses revolucionarios, puesto que «la burguesía había pasado definitivamente al campo de la contrarrevolución». Y dirigiéndose a los miembros del Partido comunista chino, añadía: «Vuestra coalición con la burguesía fue justa desde 1924 hasta finales de 1927, ahora ya no vale nada».

Sin embargo, durante los años 30, llama a los obreros chinos a «cumplir con su deber en la guerra contra Japón» (La Lutte ouvrière, nº 43, 23 de octubre de 1937). Ya afirmaba en el número 37 de esa publicación que «si hay una guerra justa, es la del pueblo chino en contra de sus invasores». Esta no es otra posición sino la de ¡los socialtraidores durante la Primera Guerra mundial!. Y añade: «Todas las organizaciones obreras, todas las fuerzas progresistas de China, sin ceder en nada en su programa e independencia política, cumplirán su deber hasta la muerte en esta guerra de liberación, independientemente de su actitud con respecto al gobierno de Chiang Kai-chek».

Bilan ataca con violencia la posición de Trotsky en su Resolución sobre el conflicto chino-japonés, en febrero del 32: «Trotsky, al defender en España y en China una posición de Unión sagrada cuando en Francia o Bélgica defiende un programa de oposición al Frente popular, es un eslabón de la dominación capitalista y no se puede llevar a cabo ninguna acción con él. Lo mismo vale para la Liga comunista internacionalista de Bélgica, que adopta una posición de Unión sagrada en España e internacionalista en China» ([27]).

La Fracción titulará incluso uno de sus artículos publicados en Bilan nº 46, en enero del 38: «Un gran renegado adornado con plumas de pavo real: León Trotsky» ([28]).

Esa regresión de Trotsky, que lo hubiese conducido (de haber vivido más tiempo y haber tomar posición sobre los conflictos guerreros con esa misma orientación política) al campo de la contrarrevolución, va a llevar a los trotskistas chinos primero y luego a toda la IVª Internacional a caer durante la Segunda Guerra mundial en brazos del patriotismo y del socialimperialismo.

El grupo que publica La Internacional, en torno a Zheng Chaolin y Weng Fanxi, es el único en mantener la posición de defensa del «derrotismo revolucionario», y por ello, algunos de sus miembros van a ser excluidos, y otros romperán con la Liga comunista de China (trotskista) ([29]).

Al concluir este artículo, es importante señalar que únicamente la Fracción italiana fue capaz de desarrollar argumentos para demostrar por qué ya no son progresistas las luchas de liberación nacional y que, al contrario, se han vuelto contrarrevolucionarias en al fase actual del desarrollo del capitalismo.

Le incumbirá luego a la Izquierda comunista de Francia y, tras ella, a la CCI, la tarea de reforzar esta posición dándole una base teórica sólida.

MR


[1] Revista internacional nos 81, 84, 94.

[2] Tesis de Zinoviev para el Buró político del PC de URSS, el 14 de abril de 1927.

[3] Cf. los artículos en números anteriores de esta Revista internacional sobre la Revolución en Alemania. Trotsky escribe que el fracaso de 1923 en Alemania es «una gigantesca derrota», en l’Internationale après Lénine, PUF, París.

[4] Así llamaban a los partidos socialistas o socialdemócratas que traicionaron durante la Primera Guerra mundial.

[5] Bilan no 9, julio del 34.

[6] Dictador polaco que acababa de reprimir a la clase obrera, fundador del Partido socialista polaco de tendencia reformista y nacionalista.

[7] Trotsky, l’Internationale après Lénine, op. cit.

[8] La existencia de un Kuomintang de izquierdas es una leyenda de la IC estalinizada.

[9] Harold Isaacs, la Tragedia de la revolución china – 1935-27, citado por Trotsky, l’Internationale après Lénine, op. cit.

[10] Bilan no 9, julio del 34.

[11] Cf. l’Internationale après Lénine, op. cit.

[12] Así nombraron el curso de la IC tras 1927.

[13] Subrayado de Trotsky.

[14] Trotsky.

[15] Sublevamiento que duró del 19 al 28 de septiembre antes de ser derrotado.

[16] En diciembre del 24 se organizó un sublevamiento. En él participaron unos 200 miembros del PC de Estonia que serán aplastados en unas cuantas horas.

[17] Trotsky, op. cit.

[18] A finales de 1925 se rompe la troica Stalin-Zinoviev-Kamenev. Entonces se forma un «bloque» de las oposiciones que se llamará Oposición unificada.

[19] Es sabido hoy que esa consigna no correspondía a la situación – y el mismo Trotsky cuestiona su validez (op. cit., p. 211) – puesto que el curso ya no era favorable a la revolución proletaria.

[20] Tesis que hubiesen debido ser discutidas en el VIIº Pleno de la IC y en el XVº Congreso del Partido comunista ruso.

[21] Bilan, nº 1, noviembre del 33. Esa derrota fue llamada por la Oposición rusa: el Termidor de la Revolución rusa.

[22] Enrico Russo (Candiani), miembro del Comité central de la Fracción italiana.

[23] Hoy todavía, a la componente bordiguista le cuesta recuperar la posición de la Fracción italiana y trata la posición de la CCI de «indiferentista».

[24] Bulletin d’information de la Fraction italienne, nº 3 y 4.

[25] Se trata de la política del «Aventino», que consistió para el PC en retirarse del parlamento dominado por los fascistas para reunirse en el Aventino con los centristas y socialdemócratas. Esta política fue denunciada por Bordiga como oportunista.

[26] Aquí se trata de la IC y de los partidos comunistas estalinizados.

[27] La única tendencia que adoptará la misma posición que la Fracción italiana y la Fracción belga de la Izquierda comunista estaba constituida por la Revolucionary Workers League (más conocida por el nombre de su representante, Oelher) y por el Grupo de trabajadores marxistas (también más conocido por el nombre de su representante, Eiffel).

[28] Nosotros no consideramos que Trotsky haya traicionado a la clase obrera, puesto que falleció antes de que estallara la Segunda Guerra mundial. Sin embargo, esto no vale para los trotskistas. Cf. nuestro folleto el Trotskismo en contra de al clase obrera.

[29] Cf. Revista internacional, no 94.

Geografía: 

  • China [13]

Series: 

  • China 1928-1949: eslabón de la guerra imperialista [14]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [15]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Tercera Internacional [16]

Sobre organización (I) - ¿Nos habremos vuelto leninistas?

  • 5659 lecturas

Desde finales de los 60, cuando se formaron los grupos políticos que iban luego a constituir la CCI en 1975, nos hemos enfrentado siempre a una doble crítica. Para unos, en general las diferentes organizaciones denominadas «Partido comunista internacional», venidas directamente de la Izquierda italiana, nosotros seríamos unos idealistas en lo que a conciencia de clase se refiere y unos anarquistas en cuanto a organización política. Para los otros, en general venidos del anarquismo o de la corriente consejista, la cual rechaza, o subestima, la necesidad de la organización política y del partido comunista, nosotros seríamos «partidistas» o «leninistas». Aquéllos basan su afirmación en nuestro rechazo de la posición «clásica» del movimiento obrero sobre la toma del poder por el partido comunista en la dictadura del proletariado y en nuestra visión no monolítica del funcionamiento de la organización política. Éstos rechazan nuestra visión rigurosa del militantismo revolucionario y nuestros esfuerzos incesantes por la construcción de una organización internacional unida y centralizada.

Hoy, otra crítica del mismo tipo que la de los consejistas, pero más virulenta, se está desarrollando: la CCI estaría en plena degeneración, se habría vuelto «leninista» ([1]) y estaría al borde de la ruptura con su plataforma política y sus posiciones de principio. Desafiamos a quien quiera a que pruebe esa mentira, que nada, ni en nuestras publicaciones, ni en nuestros textos programáticos, justifica. La exageración de la denuncia – porque eso ya no es crítica – es evidente para cualquiera que siga con seriedad y sin prejuicios la prensa de la CCI. Sin embargo cuando la crítica la hacen antiguos militantes de nuestra organización puede hacer dudar al lector menos atento y experimentado y hacerle decir aquello de que «si el río suena, agua lleva». En realidad, esos ex militantes se han unido a lo que nosotros denominamos «parasitismo político» ([2]). Este medio se opone a nuestra lucha de siempre por el agrupamiento internacional de fuerzas militantes y por la unidad del medio político proletario en la lucha contra le capitalismo. Con ese fin, el parasitismo procura minar y debilitar nuestra lucha contra todo tipo de diletantismo e informalismo en la actividad militante y por una defensa sin concesiones de una organización internacional unida y centralizada.

¿Nos habríamos vuelto leninistas como lo afirman nuestros críticos y denunciadores? Es esa una grave acusación a la que tenemos que contestar. Y para hacerlo con seriedad hay, primero, que saber de qué se está hablando. ¿Qué es el «leninismo»?, ¿Qué ha representado en el movimiento obrero?

El «leninismo» y Lenin

El «leninismo» aparece al mismo tiempo que el culto a Lenin, nada más fallecer éste. Enfermo a partir de 1922, su participación en la vida política disminuye hasta su muerte en enero de 1924. El reflujo de la oleada internacional que había hecho parar la Primera Guerra mundial y el aislamiento del proletariado en Rusia son las causas fundamentales del auge de la contrarrevolución en el país. Las principales manifestaciones de ese proceso son la aniquilación del poder de los consejos obreros y de toda vida proletaria en su seno, la burocratización y el ascenso del estalinismo en Rusia y muy especialmente en el seno del Partido bolchevique en el poder. Los errores políticos, dramáticos a veces (especialmente la identificación del partido y del proletariado con el Estado ruso, que justificó la represión de Cronstadt por ejemplo) desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo de la burocracia y del estalinismo. Lenin no está libre de culpa, aunque fue muy a menudo el más decidido para oponerse a la burocratización como así ocurrió en 1920 contra Trotski y una gran parte de los dirigentes bolcheviques que propugnaban la militarización de los sindicatos, o como en el último año de su vida cuando denuncia el poder de Stalin y propone a Trotski, a finales de 1922, formar una alianza, un bloque como lo llama él, «contra el burocratismo en general y contra el comité de organización en particular [en manos de Stalin]» ([3]). Una vez anulada su autoridad política con su desaparición, la tendencia burocrática contrarrevolucionaria desarrolla el culto a la personalidad ([4]) en torno a Lenin: cambian el nombre de Petrogrado en Leningrado, momifican su cuerpo y sobre todo crean la ideología del «leninismo» y del «marxismo leninismo». Se trata para la troica formada por Stalin, Zinoviev y Kamenev de echar mano de la «herencia» de Lenin como arma contra Trotski en el seno del partido ruso y para apoderarse por completo de la Internacional comunista (IC). La ofensiva estalinista para controlar a los diferentes partidos comunistas, va a concentrarse en torno a la «bolchevización» de esos partidos y la exclusión de militantes que no se doblegan ante la nueva política.

El «leninismo» es la traición a Lenin, es la contrarrevolución

En 1939, en su biografía de Stalin, Boris Souvarine ([5]) subraya la ruptura entre Lenin y el «leninismo»: «Entre el antiguo «bolchevismo» y el nuevo «leninismo», no hay solución de continuidad, hablando con propiedad» ([6]). Y así es como define el «leninismo»: «Stalin se autoproclamó clásico [del leninismo] con su folleto Fundamentos del leninismo, serie de conferencias leídas a los «estudiantes rojos» de la universidad comunista de Sverdlov, a principios de abril de 1924. En esa trabajosa compilación en la que las frases subrayadas alternan con las citas, uno buscará en vano el pensamiento crítico de Lenin. Todo lo vivo, relativo, condicional y dialéctico en una obra utilizada se convierte en algo pasivo, absoluto, catequista y, además, plagado de contrasentidos» ([7]).

El «leninismo» es la «teoría» del socialismo en un solo país,
totalmente opuesta al internacionalismo de Lenin

La imposición del «leninismo» significó la victoria del rumbo oportunista que había tomado la IC desde su IIIer congreso, sobre todo mediante la táctica del Frente único y la consigna de «ir a las masas» en un momento en que el aislamiento de la Rusia revolucionaria se estaba viviendo cruelmente. Los errores de los bolcheviques fueron un factor negativo que favoreció ese rumbo oportunista. Hay que recordar aquí que la posición falsa de que «el partido ejerce el poder» era en aquel entonces la de todo el movimiento revolucionario, incluida Rosa Luxemburg y la izquierda alemana. Será al iniciarse los años 20 cuando el KAPD empiece a poner de relieve la contradicción que es para el partido revolucionario estar en el poder e identificarse con el nuevo Estado surgido de la insurrección victoriosa.

Fue contra esa gangrena, oportunista primero y luego abiertamente contrarrevolucionaria, contra la que surgieron y se desarrollaron las diferentes oposiciones. Entre éstas las más consecuentes fueron las diferentes oposiciones de izquierda, rusa, italiana, alemana y holandesa, que se mantuvieron fieles al internacionalismo y a Octubre de 1917. Por ir en contra del creciente rumbo oportunista de la IC, unas tras las otras fueron siendo excluidas de ella a lo largo de los años 20. Las que lograron mantenerse en ella, se opusieron con todas sus fuerzas a las consecuencias prácticas del «leninismo», es decir, a la política de «bolchevización» de los partidos comunistas. Combatieron, especialmente, la sustitución de la organización en secciones locales, es decir con una base territorial, geográfica, por otra en células de fábrica y empresa que acabó agrupando a los militantes en bases corporativistas y contribuyendo en vaciar a los partidos de toda vida realmente comunista hecha de debates y de discusiones políticas de tipo general.

La imposición del «leninismo» agudiza el combate entre el estalinismo y las oposiciones de izquierda. Viene acompañada del desarrollo de la ideología del «socialismo en un solo país», que es una ruptura total con el internacionalismo intransigente de Lenin y la experiencia de Octubre. Marca la aceleración del rumbo oportunista hasta la victoria definitiva de la contrarrevolución. Con la adopción en su programa del «socialismo en un solo país» y el abandono del internacionalismo, la IC – como tal internacional – muere definitivamente en su VIº congreso en 1928.

El «leninismo»: una ideología para establecer una división entre Lenin y Rosa,
entre la fracción bolchevique y las demás izquierdas internacionalistas

En 1925, el Vº congreso de la IC adopta las «Tesis sobre la bolchevización», que expresan el control creciente de la burocracia estalinista sobre los PC y la IC. Producto de la contrarrevolución estaliniana, la bolchevización es, en plano organizativo, el transmisor principal de la degeneración acelerada de los partidos de la IC. El incremento de la represión y del terror de Estado en Rusia y de las exclusiones en los demás partidos son expresión de la ferocidad de la lucha. Para el estalinismo, existe todavía, en ese momento, el peligro de que se forme una fuerte oposición en torno a la figura de Trotski, único entonces capaz de agrupar a la mayor parte de las energías revolucionarias. Esa oposición contrarresta con creces la política del oportunismo y puede disputarle al estalinismo, y con posibilidades de éxito, la dirección de partidos como los ejemplos de Italia o Alemania lo demuestran.

Uno de los objetivos de la «bolchevización» es pues el de levantar una barrera entre Lenin y las demás grandes figuras del comunismo pertenecientes a las demás corrientes de izquierda, especialmente entre Lenin y Trotski evidentemente, pero también con Rosa Luxemburg: «Una verdadera bolchevización es imposible sin vencer los errores del luxemburguismo. El leninismo debe ser la única brújula de los partidos comunistas del mundo entero. Todo lo que se aleje del leninismo, se aleja del marxismo» ([8]).

Reconozcámosle al estalinismo la primicia de haber pretendido romper el vínculo y la unidad entre Lenin y Rosa Luxemburg, entre la tradición bolchevique y las demás izquierdas surgidas de la IIª Internacional. Siguiendo los pasos del estalinismo, los partidos de la socialdemocracia participaron también en levantar una barrera infranqueable entre «la bondadosa y democrática» Rosa Luxemburgo y el «malvado y dictatorial» Lenin. Esta política pertenece hoy al pasado. Hoy, lo que siempre ha representado la unidad entre esos dos grandes revolucionarios es objeto de ataques. Los saludos hipócritas a la clarividencia de Rosa Luxemburg por… sus críticas a la Revolución rusa y al partido bolchevique son a menudo lanzadas por los descendientes políticos directos de sus asesinos socialdemócratas, o sea, los partidos socialistas de hoy. Y especialmente por el partido socialista alemán, quizás porque Rosa Luxemburg era… alemana. Una vez más queda confirmada la alianza de intereses comunes entre la contrarrevolución estaliniana y las fuerzas «tradicionales» del capital. Se comprueba, en particular, la alianza entre la socialdemocracia y el estalinismo para falsificar la historia del movimiento obrero y destruir el marxismo. Se puede apostar que la burguesía celebrará a su manera el aniversario del asesinato de Rosa Luxemburg y de los espartaquistas en 1919, en Berlín.

«Qué doloroso espectáculo para los militantes revolucionarios ver a los asesinos de los artífices de la revolución de Octubre [los estalinistas], convertidos en aliados de los asesinos de los espartaquistas [los socialdemócratas] atreviéndose a conmemorar la muerte de los dirigentes proletarios. No, no tienen ningún derecho a hablar de Rosa Luxemburg, cuya vida se construyó en la intransigencia, en la lucha contra el oportunismo, en la firmeza revolucionaria, aquellos que, de una traición a otra han acabado siendo hoy la vanguardia de la contrarrevolución internacional» ([9]).

¡Dejen en paz a Rosa Luxemburg y a Lenin, pues pertenecen al campo revolucionario!

Hoy, la mayoría de los del medio parásito ([10]), están contribuyendo con sus falsificaciones históricas y sobre todo porque merodean por ambientes anarquistas, especialistas también en ataques contra Lenin y lo que éste significó.

Por desgracia, la mayoría de las corrientes y grupos verdaderamente proletarios pecan por su falta de claridad política. Por sus debilidades teóricas y errores políticos, el consejismo aporta su ladrillito para intentar levantar una pared entre el partido bolchevique y las izquierdas alemana y holandesa, entre Lenin de un lado y Rosa del otro. Y lo mismo ocurre con los grupos bordiguistas, e incluso con el PCint Battaglia Comunista, los cuales, también a causa de sus debilidades teóricas (por no hablar de aberraciones como ocurre con la teoría de la «invariación» de los bordiguistas), son incapaces de percibir lo que está en juego en la defensa tanto de Lenin y Luxemburg como de todas las fracciones de izquierda surgidas (y salidas) de la IC.

Lo que importa saber de Lenin y de Luxemburg y, más allá de sus personas, del partido bolchevique y de las demás izquierdas en el seno de la Internacional, es la unidad y la continuidad de su combate. A pesar de los debates y de las divergencias, siempre estuvieron del mismo lado de la barricada frente a cuestiones esenciales cuando el proletariado se encontró en situaciones decisivas. Fueron los líderes de la izquierda revolucionaria en el congreso de Stuttgart de la Internacional socialista (1907), durante el cual presentaron juntos una enmienda a la resolución sobre la actitud de los socialistas, que los llamaba a «utilizar por todos los medios la crisis económica y política que provocaría una guerra para despertar al pueblo y acelerar así la caída de la dominación capitalista»; Lenin confió el mandato del partido ruso a Rosa Luxemburg en la discusión sobre ese tema. Fieles a su combate internacionalista en sus respectivos partidos, están en contra de la guerra imperialista: la corriente de Rosa Luxemburg, los espartaquistas, participan con los bolcheviques y Lenin en las conferencias internacionales de Zimmerwald y Kienthal (1915 y 1916). Y siguen juntos, con todas las izquierdas, entusiastas y unánimes en el apoyo a la revolución rusa:

«La revolución rusa es el acontecimiento más prodigioso de la guerra mundial (…) Al haber apostado a fondo sobre la revolución mundial del proletariado, los bolcheviques han dado la prueba patente de su inteligencia política, de la firmeza de sus principios, de la audacia de su política. (…) El partido de Lenin ha sido el único que ha comprendido las exigencias y deberes que incumben a un partido verdaderamente revolucionario para asegurar la continuidad de la revolución lanzando la consigna: todo el poder en manos del proletariado y del campesinado. [Los bolcheviques] han definido inmediatamente como objetivo a esa toma del poder el programa revolucionario más avanzado en su integridad; no se trataba de apuntalar la democracia burguesa, sino de instaurar la dictadura del proletariado para realizar el socialismo. Han adquirido así ante la historia el mérito imperecedero de haber proclamado por vez primera los objetivos últimos del socialismo como programa inmediato de política práctica» ([11]).

¿Quiere eso decir que no había divergencias entre esas dos grandes figuras del movimiento obrero? Claro que las había. ¿Significa eso que habría que ignorarlas? Ni mucho menos. Pero para abordarlas y poder sacar el máximo de lecciones, hay que saber reconocer y defender lo que los une. Y lo que los une es el combate de clase, el combate revolucionario consecuente contra el capital, la burguesía y todas sus fuerzas políticas. El texto de Rosa Luxemburg que acabamos de citar es una crítica sin concesiones a la política del partido bolchevique en Rusia. Pero pone cuidado en dibujar el marco en el que deben comprenderse esas críticas: el de la solidaridad con los bolcheviques. Ella denuncia violentamente la oposición de los mencheviques y de Kautsky a la insurrección proletaria. Y para evitar cualquier equívoco sobre su posición de clase, toda desvirtuación de su propósito, termina así: «En Rusia, sólo se podía plantear el problema. Pero no podía resolverse en Rusia. En este sentido, el porvenir pertenece al “bolchevismo”».

La defensa de esas figuras y de su unidad de clase es una tarea que la tradición de la izquierda italiana nos ha legado y que nosotros vamos a proseguir. Lenin y Rosa Luxemburg pertenecen al proletariado revolucionario. Así es cómo la Fracción italiana de la Izquierda comunista comprendía la defensa de ese patrimonio contra el «leninismo» estalinista y la socialdemocracia:

«Pero junto a la figura genial del dirigente proletario (Lenin) también se yerguen tan importantes como él las figuras de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. Productos de una lucha internacional contra el revisionismo y el oportunismo, expresión de una voluntad revolucionaria del proletariado alemán, nos pertenecen a nosotros y no a quienes quieren hacer de Rosa la bandera contra Lenin y del antipartido; de Liebknecht el abanderado de un antimilitarismo que se expresa en el voto de los créditos militares en los diferentes países “democráticos”» ([12]).

Todavía no hemos contestado a la acusación de haber cambiado de posición sobre Lenin. Pero el lector podrá, concretamente, darse ya perfecta cuenta de que nosotros estamos en total oposición al «leninismo». Y que nos mantenemos fieles a la tradición de las fracciones de izquierda de las que nos reivindicamos, especialmente de la fracción italiana de los años 30.

Procuramos explicar cada vez que sea necesario el método que consiste en luchar por la defensa y la unidad de la continuidad históricas del movimiento obrero. Contra el «leninismo» y todos los intentos de dividir y oponer entre sí a las diferentes fracciones marxistas del movimiento obrero, nosotros luchamos por la defensa de su unidad. Contra la oposición abstracta y mecánica hecha basándose en unas cuantas citas sacadas de su contexto, nosotros restituimos las condiciones reales en las que se fraguaron las posiciones, siempre basándonos en los debates y polémicas en el seno del movimiento obrero. Es decir: en el mismo campo.

Ese es el método que el marxismo ha procurado aplicar siempre, método que es todo lo contrario del «leninismo», cuyos verdaderos discípulos contemporáneos rechazan. Porque es bastante jocoso ver que entre los continuadores del estalinismo, al menos en lo que a «método» se refiere, están precisamente quienes acusan a la CCI de haberse vuelto «leninista»...

¡Dejen en paz a la izquierda holandesa y a las figuras de Pannekoek y Gorter!

A los adeptos contemporáneos de la «metodología» del «leninismo», al menos en ese aspecto, se les identifica con facilidad en los diferentes ámbitos por los que merodean. Está de moda, en los círculos anarco-consejistas y entre los parásitos, el intentar apropiarse fraudulentamente de la Izquierda holandesa, oponiéndola a otras fracciones de izquierda, y a Lenin, evidentemente. A su vez, al igual que Stalin y su «leninismo» traicionaron a Lenin, esos elementos traicionan la tradición de la Izquierda holandesa y de sus grandes figuras como la de Anton Pannekoek, a quienes Lenin saluda con respeto y admiración en El Estado y la revolución, o la de Herman Gorter, quien traduce inmediatamente, en 1918, esa obra ya clásica del marxismo. Antes de haber desarrollado la teoría del comunismo de consejos en los años 30, Pannekoek fue uno de los militantes más eminentes del ala izquierda marxista en la IIª Internacional, junto a Rosa Luxemburg y Lenin y siguió siéndolo durante toda la guerra. Es más fácil sacar a Pannekoek del campo proletario, a causa de sus críticas consejistas contra los bolcheviques a partir de 1930, que a alguien como Bordiga, y por ello aquél sigue siendo hoy objeto de especial solicitud para acabar borrando todo de recuerdo de su adhesión a la IC, de su participación de primer plano en la constitución del Buró de Amsterdam para occidente y su entusiasmado y decidido apoyo a Octubre 1917. Tanto como las fracciones de izquierda italiana y rusa en el seno de la IC, las izquierdas holandesa y alemana pertenecen al proletariado y al comunismo. Y cuando nos reivindicamos de todas las fracciones de izquierda salidas de la IC, lo que hacemos es retomar también el método utilizado por la izquierda holandesa como por todas las izquierdas:

«La guerra mundial y la revolución que ha engendrado, han demostrado de manera evidente que sólo hay una tendencia en el movimiento obrero que lleve de verdad los trabajadores al comunismo. Sólo la extrema izquierda de los partidos socialdemócratas. Las fracciones marxistas, el partido de Lenin en Rusia, de Bela Kun en Hungría, de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht en Alemania han encontrado el único y buen camino.

La tendencia que ha tenido siempre como objetivo la destrucción del capitalismo por la violencia y que, en los tiempos de la evolución y del desarrollo pacíficos, usaba la lucha política y la acción parlamentaria para la propaganda revolucionaria y la organización del proletariado es la que ahora hace uso de la fuerza del Estado por la revolución. La misma tendencia que ha encontrado el camino de quebrar el Estado capitalista y transformarlo en Estado socialista, así como el medio mediante el cual se construye el comunismo: los consejos obreros, los cuales encierran en sí mismos todas las fuerzas políticas y económicas; es la tendencia que ha descubierto por fin lo que la clase ignoraba hasta ahora y lo ha establecido para siempre: la organización mediante la cual el proletariado puede vencer y sustituir al capitalismo» ([13]).

Incluso después de la exclusión del KAPD de la IC en 1921, intentan mantenerse fieles a sus principios y solidarios con los bolcheviques.

«Nos sentimos, a pesar de la exclusión de nuestra tendencia por el congreso de Moscú, totalmente solidarios con los bolcheviques rusos (…) permanecemos solidarios no sólo con el proletariado ruso sino también con sus jefes bolcheviques, aunque hayamos tenido que criticar de la manera más vehemente su conducta en el seno del comunismo internacional» ([14]).

Cuando la CCI se reivindica y defiende la unidad y la continuidad «de los aportes sucesivos de la Liga de los Comunistas de Marx y Engels (1847-1852), de las tres Internacionales (la Asociación internacional de los trabajadores, 1864-1852, la Internacional socialista, 1889-1914, la Internacional comunista, 1919-1928), de las fracciones de izquierda que se fueron separando en los años 1920-30 de la Tercera internacional en su proceso de degeneración, y más particularmente de las Izquierdas alemana, holandesa e italiana» ([15]), lo que la CCI hace es mantenerse fiel a la tradición marxista en el seno del movimiento obrero, inscribiéndose en la lucha unida y permanente de la «tendencia» que definía Gorter, de las fracciones de izquierda en el seno de la IIª y IIIª Internacionales. Permanecemos así fieles a Lenin, a Rosa Luxemburg y a la tradición de las fracciones de izquierda de los años 30 y, en primer término, de Bilan.

Los «leninistas» de hoy no están en la CCI

Fieles también a las fracciones de izquierda que combatieron el estalinismo en unas condiciones dramáticas, rechazamos de plano toda acusación de «leninismo». Y denunciamos a quienes nos la lanzan: son ellos quienes retoman los métodos usados por Stalin y su teoría del «leninismo» asimilándolo a Lenin. Y siguiendo los métodos estalinistas, ni siquiera se preocupan de basar sus acusaciones en elementos reales, concretos – como, por ejemplo, nuestras tomas de postura escritas u orales –, sino en «se dice que…» y otras patrañas. Afirman que nuestra organizacion se ha vuelto una secta y que está en plena degeneración para así alejar de nosotros a todos aquellos que están en busca de una perspectiva política y revolucionaria consecuente. La acusación es tanto más calumniosa porque, detrás del término «leninismo» se oculta, cuando no lo afirman claramente, la acusación de estalinismo.

La acusación de nuestro «leninismo» supuesto se apoya esencialmente en chismes sobre nuestro funcionamiento interno, en particular sobre la pretendida imposibilidad de discutir en nuestro seno. Ya hemos contestado a esas acusaciones ([16]) y no vamos a volver aquí sobre ellas. Nos limitaremos a devolverles el cumplido después de haber demostrado quiénes son los verdaderos continuadores del método «leninista», no marxista, falsamente revolucionario.

La CCI se ha reivindicado siempre del combate de Lenin por la construcción del partido

Una vez rechazada la acusación de «leninismo», hay que responder a preguntas más serias: ¿habríamos abandonado nuestro espíritu crítico respecto a Lenin sobre la cuestión de la organización política? ¿Ha habido un cambio de posición de la CCI sobre Lenin, especialmente en materia de organización, sobre la cuestión del partido, de su papel y de su funcionamiento? Nosotros no vemos en dónde habría una ruptura en la posición de la CCI sobre la cuestión organizativa y respecto a Lenin, entre la CCI de sus principios, en los años 70, y la de 1998.

Seguimos manteniendo que estamos de acuerdo con el método utilizado y con la crítica argumentada y desarrollada contra el economismo y los mencheviques. Y seguimos diciendo que estamos de acuerdo con una gran parte de los diferentes puntos desarrollados por Lenin.

Mantenemos nuestras críticas en algunos aspectos planteados por Lenin en temas de organización. «Algunos conceptos defendidos por Lenin (especialmente en Un paso adelante, dos pasos atrás) sobre el carácter jerarquizado y “militar” de la organización, que han sido explotados por el estalinismo para justificar sus métodos, deben ser rechazados» ([17]). Tampoco, en esas críticas, hemos cambiado de opinión. Pero la cuestión merece una respuesta más profundizada para comprender al mismo tiempo la amplitud real de los errores de Lenin y el sentido histórico de los debates que tuvieron lugar en el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR).

Para poder tratar seriamente esta cuestión central para los revolucionarios, incluso los errores de Lenin, debe uno mantenerse fiel al método y las enseñanzas de las diferentes izquierdas comunistas tal como lo hemos subrayado en la primera parte de este artículo. Nos negamos a escoger entre lo que nos gustaría en la historia del movimiento obrero y lo que nos disgustaría. Una actitud así sería ahistórica y típica de quienes se permiten juzgar, cien u ochenta años más tarde, un proceso histórico hecho de tanteos, de éxitos y fracasos, de múltiples debates y contribuciones, a costa de enormes sacrificios y de duras luchas políticas. Esto es así para las cuestiones teóricas y políticas. También lo es en temas de organización. Ni el final menchevique de Plejánov y su actitud chovinista durante la Primera Guerra mundial, ni la utilización de Trotski por… el «trotskismo», ni la de Pannekoek por el anarco-consejismo, disminuyen en nada la enorme riqueza de sus contribuciones políticas y teóricas que siguen siendo actuales y de un gran interés militante. Ni las muertes vergonzosas de la IIª y IIIª Internacionales, ni el final del partido bolchevique en el estalinismo, disminuyen en nada lo que fue su papel en la historia del movimiento obrero y la validez de sus adquisiciones organizativas.

¿Hemos cambiado al respecto?. En absoluto: «Existe una adquisición organizativa, al igual que existe una adquisición teórica, condicionándose mutuamente de manera permanente» ([18]).

Así como las críticas de Rosa Luxemburg a los bolcheviques en La Revolución rusa deben situarse en el marco de la unidad de clase que la asocia a los bolcheviques, de igual modo, las críticas que podamos nosotros hacer sobre la cuestión organizativa deben situarse en el marco de la unidad que nos asocia a Lenin en su combate – antes y después de la formación de la fracción bolchevique – por la construcción del partido. Esta posición no es nueva y no debería sorprender. Hoy, una vez más, como ya lo «repetíamos» en 1991, «repetimos ([19]) que “la historia de las fracciones es la historia de Lenin” ([20]) y únicamente basándose en la labor por ellas cumplida será posible reconstruir el partido comunista mundial de mañana» ([21]).

¿Quiere decir eso que la comprensión sobre la organización revolucionaria que la CCI tenía desde su constitución ha permanecido exactamente la misma? ¿Quiere eso decir que esa comprensión no ha ido enriqueciéndose, profundizándose, a lo largo de los debates y de los combates organizativos que nuestra organización ha tenido que entablar? Si así fuera, podría acusársenos de ser una organización sin vida, ni debates, de ser una secta que se contenta con recitar las Santas Escrituras del movimiento obrero. No vamos ahora aquí a reproducir todos los combates y debates organizativos que han atravesado nuestra organización desde su fundación. Y cada vez hemos tenido que analizar las «adquisiciones organizativas» de la historia del movimiento obrero, volviendo a hacerlas nuestras, precisándolas, enriqueciéndolas. Y así tenía que ser si no queríamos correr el riesgo de debilitarnos, por no decir desaparecer.

Pero las reapropiaciones y los enriquecimientos que hemos llevado a cabo en materia de organización no significan, ni mucho menos, que hayamos cambiado de posición sobre esta cuestión en general, ni siquiera con relación a Lenin. Esa labor está en continuidad con la historia y las adquisiciones organizativas que nos ha legado la experiencia del movimiento obrero. Retamos a quien quiera a que nos demuestre que ha habido ruptura en nuestra posición. La organizativa es una cuestión plenamente política tanto como las demás. Afirmamos, incluso, que es la cuestión central, la que, en última instancia, determina la capacidad para abordar todas las demás cuestiones teóricas y políticas. Al decir esto, estamos en la misma longitud de onda que Lenin. Al afirmar eso, no estamos cambiando de posición en relación con lo que hemos afirmado siempre. Hemos defendido siempre que fue la mayor claridad sobre organización, especialmente sobre el papel de la fracción, lo que permitió a la izquierda italiana no sólo mantenerse como organización, sino también ser capaz de sacar las lecciones teóricas y políticas más claras y más coherentes, incluso recogiendo y desarrollando los aportes teóricos y políticos iniciales de la izquierda germano-holandesa: sobre los sindicatos, sobre el capitalismo de Estado, sobre el Estado en el período de transición.

La CCI se reivindica de Lenin en su combate contra el economicismo y los mencheviques

La CCI siempre se ha reivindicado de Lenin en materia de organización. De su ejemplo nos inspiramos cuando escribíamos que «la idea de que una organización revolucionaria se construye voluntaria, consciente y premeditadamente, lejos de ser una idea voluntarista, es, por el contrario, una de las consecuencias concretas de toda praxis marxista» ([22]).

Hemos afirmado siempre nuestro apoyo al combate de Lenin contra el economismo. De igual modo, siempre nos hemos reivindicado de su combate contra quienes iban a ser los mencheviques, en el IIº congreso del POSDR. Esto no es nada nuevo. Como tampoco lo es que consideráramos ¿Qué hacer? (1902) como una obra esencial en el combate contra el economicismo y Un paso adelante, dos pasos atrás (1903) como herramienta indispensable para comprender lo se estaba jugando y las líneas de ruptura en el seno del partido. Tomar esos dos libros como clásicos del marxismo en materia de organización, afirmar que las principales lecciones que sacaba Lenin en ellos, siguen de actualidad, todo eso no es nada nuevo para nosotros. Decir que estamos de acuerdo con el combate, con el método utilizado, y buena cantidad de argumentos de ambos textos, no relativiza nuestra crítica a los errores de Lenin.

¿Qué es lo esencial en ¿Qué hacer?, en la realidad del momento, es decir en 1902 en Rusia? ¿Qué es lo que permitía al movimiento obrero dar un paso adelante? ¿De qué lado había que ponerse? ¿Del lado de los economicistas porque Lenin recoge la idea falsa de Kautsky sobre la conciencia de clase? ¿O del lado de Lenin contra el obstáculo que representaban los economicistas para la constitución de una organización consecuente de revolucionarios?.

¿Qué es lo esencial en Un paso adelante, dos pasos atrás? Estar con los mencheviques porque Lenin, llevado por la polémica, defiende en algunos puntos conceptos falsos? ¿O estar al lado de Lenin en la adopción de criterios rigurosos de adhesión de los militantes, por un partido unido y centralizado y contra la pervivencia de círculos autónomos?

Aquí, plantear la pregunta es darle respuesta. Los errores sobre la conciencia y sobre la visión del partido «militarizado» fueron corregidos por el propio Lenin, en particular con la experiencia de la huelga de masas de 1905 en Rusia. La existencia de una fracción y de una organización rigurosa dio los medios a los bolcheviques para estar entre los primeros que mejor lograron sacar las lecciones políticas de 1905, y eso que, al principio, no eran los más claros, sobre todo comparados con Trotski o Rosa Luxemburg, Plejánov incluso, sobre la dinámica de la huelga de masas. Eso les permitió superar los errores anteriores.

¿Cuáles eran los errores de Lenin? De dos tipos: unos se deben a la polémica, otros a problemas teóricos, especialmente sobre la conciencia de clase.

Los «torcimientos de bastón» de Lenin en las polémicas

Lenin tenía los defectos de sus cualidades. El defecto de una de sus cualidades: gran polemista, tuerce el timón tomando a cuenta propia los argumentos de sus oponentes para volverlos contra ellos. «Todos nosotros, sabemos ahora que los economistas curvaron el bastón hacia un lado. Para enderezarlo era preciso curvarlo del lado opuesto, y yo lo he hecho» ([23]). Pero este método, muy eficaz en la polémica y en la polarización clara – indispensable en todo debate – tiene sus límites y puede acarrear fallos en otros aspectos. Al torcer el bastón, cae en exageraciones, deformando sus verdaderas posiciones. ¿Qué hacer? es un buen ejemplo de ello, como el propio Lenin lo reconoció en varias ocasiones:

«Tampoco en el 2º Congreso, pensé erigir en algo “programático”, en principios especiales, mis formulaciones hechas en ¿Qué hacer? Por el contrario, empleé la expresión de enderezar todo lo torcido que más tarde se citaría tan a menudo. En ¿Qué hacer?, dije que hay que enderezar todo lo que ha sido torcido por los “economicistas” (…) El significado de estas palabras es claro: ¿Qué hacer? rectifica en forma polémica el economismo, y sería erróneo juzgar el folleto desde cualquier otro punto de vista» ([24]).

Por desgracia, son muchos los que juzgan ¿Qué hacer? y Un paso adelante, dos pasos atrás con otro enfoque que se preocupa más por la letra que por el significado del texto. Muchos son los que toman las exageraciones al pie de la letra; y para empezar, sus críticos y oponentes de entonces, entre los cuales están Trotski y Rosa Luxemburg, la cual contesta en Cuestión de organización en la Socialdemocracia rusa (1904) al segundo texto. Después, 20 años más tarde y con consecuencias mucho más graves, sus aduladores estalinistas quienes, para justificar el «leninismo» y la dictadura estalinista, se apoyan en las torpes fórmulas empleadas en el fuego de la polémica. Cuando se le acusa de dictador, jacobino, burócrata, de preconizar la disciplina militar y una visión conspiradora, Lenin retoma y desarrolla los términos de sus oponentes, «torciendo el bastón» a su vez. Si se le acusa de tener una visión conspiradora de la organización cuando defiende unos criterios estrictos de adhesión de los militantes y la disciplina en condiciones de ilegalidad y de represión, así contesta el polemista:

«Por su forma, una organización revolucionaria de esa fuerza en un país autocrático puede llamarse también organización de “conjuradores” (…) y el carácter conspirativo es imprescindible en el grado máximo para semejante organización. Hasta tal punto es el carácter conspirativo condición imprescindible de tal organización, que todas las demás condiciones (número de miembros, su selección, sus funciones, etc.) tienen que coordinarse con ella. Sería, por tanto, extrema candidez temer que nos acusaran a los socialdemócratas de querer crear una organización de conjuradores. Todo enemigo del “economismo” debe enorgullecerse de esa acusación como la acusación de seguir a La Voluntad del Pueblo ([25]) » ([26]).

En su respuesta a Rosa Luxemburg (septiembre de 1904), cuya publicación rechazan Kautsky y la dirección del partido SD alemán, niega ser responsable de las fórmulas sobre las que él vuelve a tratar:

«La camarada Luxemburg declara que según yo, el “Comité central es el único núcleo activo del partido”. Eso no es exacto. Yo nunca he defendido esa opinión (…) La camarada Luxemburg escribe que yo preconizo el valor educativo de la fábrica. Eso es inexacto: no soy yo, sino mi adversario quien ha pretendido que yo asimilo el partido a una fábrica. Ridiculicé a ese contradictor como debe hacerse utilizando sus propios términos para demostrar que confunde dos aspectos de la disciplina de fábrica, lo cual, por desgracia, ocurre también con la camarada Luxemburg» ([27]).

El error de ¿Qué hacer? sobre la conciencia de clase

Es, en cambio, mucho más importante y serio poner de relieve y criticar un error teórico de Lenin en ¿Qué hacer?. ¿Cuál? Según él: «Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser traída desde fuera» ([28]).

No vamos a repetir aquí nuestra crítica y nuestra posición sobre la cuestión de la conciencia ([29]). Evidentemente esta posición que Lenin retoma de Kautsky no sólo es falsa sino que es además muy peligrosa. Servirá de justificación para el ejercicio del poder por el partido después de 1917 en el lugar de la clase obrera. Servirá de arma letal al estalinismo después, especialmente para justificar las intentonas golpistas en Alemania en los años 20, y sobre todo para justificar la represión sangrienta de la clase obrera en Rusia.

¿Hará falta precisar que nosotros no hemos cambiado de postura sobre esa cuestión?

Las debilidades de la crítica de Rosa Luxemburg

Tras el IIª congreso del POSDR y la escisión entre bolcheviques y mencheviques, Lenin debe afrontar muchas críticas. Entre ellas, únicamente Plejánov y Trotski rechazan explícitamente la posición sobre la conciencia de clase «que debe ser introducida desde el exterior de la clase obrera». Es sobre todo conocida la crítica de Rosa Luxemburg, Cuestión de organización en la socialdemocracia rusa en la que se apoyan los anti-Lenin de hoy para…oponer a los dos eminentes militantes y probar que el gusano estaliniano estaba ya en la fruta «leniniana», lo cual viene a ser la misma mentira estalinista pero dándole la vuelta. En realidad, Rosa se fija sobre todo en los «torcimientos de bastón» y plantea conceptos justos en sí, pero que son abstractos, fuera del combate real práctico que se entabló en el mencionado congreso.

«La camarada Luxemburg ignora soberanamente nuestras luchas de Partido y se extiende generosamente sobre temas que no es posible tratar con seriedad (…) Esta camarada no quiere saber qué controversias he mantenido en el Congreso y contra quién iban dirigidas mis tesis. Prefiere gratificarme con un cursillo sobre el oportunismo… en los países parlamentarios!» ([30]).

Un paso adelante, dos pasos atrás pone bien de relieve lo crucial del congreso y la lucha que hubo en él, o sea la lucha contra el mantenimiento de los círculos en el partido y una delimitación clara y rigurosa entre la organización política y la clase obrera. A falta de haber comprendido bien tal como se plantearon las cosas en la lucha concreta, Rosa Luxemburg es, en cambio, muy clara en lo que a objetivos generales se refiere:

«El objetivo detrás del cual la socialdemocracia rusa se afana desde hace varios años consiste en el paso del tipo de organización de la fase preparatoria (cuando al ser la propaganda la forma principal de actividad los grupos locales y ciertos cenáculos pequeños se mantenían sin establecer ningún vínculo entre sí) a la unidad de una organización más vasta tal como lo requiere una acción política concertada sobre todo el territorio del Estado» ([31]).

Leyendo este pasaje, se da uno cuenta de que Rosa se encuentra en el mismo terreno que Lenin y con la misma finalidad. Conociendo la idea «centralista», y hasta «autoritaria» de Rosa Luxemburg y de Leo Jogisches en el seno del partido socialdemócrata polaco – el SDKPiL –, su postura no habría sido la misma si hubiera estado presente en el POSDR, en la lucha concreta contra los círculos y los mencheviques. A lo mejor Lenin se hubiera visto obligado a refrenar sus energías e incluso sus excesos.

Nuestra posición, hoy, casi un siglo más tarde, sobre la distinción precisa entre organización política y organización unitaria de la clase obrera nos viene de los aportes de la Internacional socialista, gracias especialmente a los avances de Lenin. En efecto, fue el primero en plantear – en la situación particular de la Rusia zarista – las condiciones del desarrollo de una organización minoritaria y reducida, contrariamente a las respuestas de Trotski y Rosa Luxemburg, quienes tenían todavía entonces la visión de los partidos de masas. De igual modo, fue en el combate de Lenin contra los mencheviques sobre el punto 1 de los Estatutos, en el 2º congreso del POSDR, de donde sacamos nosotros nuestra visión de la adhesión y pertenencia militante a una organización comunista: rigurosa, precisa y claramente definida. En fin, a nuestro parecer ese congreso y la lucha de Lenin fueron un momento importante de profundización política sobre la cuestión de la organización, especialmente sobre la centralización contra las ideas federalistas, individualistas y pequeño burguesas. Fue un momento en el que, aun reconociendo el papel histórico positivo de los círculos de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias en una primera etapa, quedó patente la necesidad de ir más allá de ese estadio para formar verdaderas organizaciones unidas y desarrollar relaciones políticas fraternas y de confianza entre todos los militantes.

No hemos cambiado de posición respecto a Lenin. Y nuestros principios organizativos de base, especialmente nuestros estatutos, que se apoyan y sintetizan la experiencia del movimiento obrero sobre el tema, se inspiran en muchos aspectos en el Lenin de sus combates por la organización. Sin la experiencia de los bolcheviques en materia de organización, faltaría una parte importante y fundamental de las adquisiciones organizativas en que se fundó y se ha basado la CCI y en las que deberá erigirse el partido comunista de mañana.

En la segunda parte de este artículo, volveremos sobre lo que dice ¿Qué hacer? y sobre lo que no dice, pues su finalidad y su contenido han sido y siguen siendo o muy ignorados, o desvirtuados a propósito. Precisaremos en qué medida la obra de Lenin es un clásico del marxismo y un aporte histórico al movimiento obrero, tanto en el plano de la conciencia como en el organizativo. En resumen, en qué medida, la CCI se reivindica también de ¿Qué hacer?.

RL


[1] Ver, por ejemplo, el texto de uno de nuestros antiguos militantes, RV, «Prise de position sur l’évolution récente du CCI», publicado por nosotros en nuestro folleto La prétendue paranoïa du CCI, tome I.

[2] Ver nuestras «Tesis sobre el parasitismo político» en Revista internacional nº 94.

[3] Citado por Pierre Broué. Trotski: Mi vida.

[4] Recordemos una vez más lo que decía el propio Lenin de las tentativas de recuperación de las grandes figuras revolucionarias: «Tras su muerte, se intenta hacer de ellas iconos inofensivos, canonizándolas por decirlo así, rodeando su nombre de cierta gloria, para “consolar” y embaucar a las clases oprimidas: y así se vacía de contenido su doctrina revolucionaria, envileciéndola (…) Y los sabios burgueses de Alemania, ayer todavía especialistas en la destrucción del marxismo, hablan cada día más de un Marx “nacional alemán”». Y podría añadirse que los estalinistas hablan de un Lenin «nacional gran ruso»…

[5] Boris Souvarine, Stalin, Editions Gérard Lévovici, París, 1985.

[6] Souvarine, idem.

[7] Idem.

[8] Tesis 8, Vº Congreso de la IC, segunda parte. Cuadernos del pasado y del presente.

[9] Bilan nº 39, boletín teórico de la fracción italiana de la Izquierda comunista, enero de 1937.

[10] Ver «Tesis sobre el parasitismo político», Revista internacional nº 94.

[11] Rosa Luxemburg, La Revolución rusa.

[12] Bilan nº 39, 1937.

[13] Herman Gorter, «La victoria del marxismo», publicado en 1920 en Il Soviet, recogido en Invariance nº 7, 1969.

[14] Artículo de Pannekoek en Die Aktion nº 11-12, 19 de marzo de 1921, citado en nuestro folleto La Izquierda holandesa.

[15] Del resumen de las posiciones de la CCI que aparece en cada una de nuestras publicaciones.

[16] Ver «El reforzamiento político de la CCI» (XIIº congreso de la CCI), Revista internacional nº 90.

[17] «Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de los revolucionarios», Conferencia internacional de la CCI, enero de 1982, Revista internacional nº 33.

[18] «Informe sobre la cuestión de la organización de nuestra corriente internacional», Revista internacional nº 1, abril de 1975.

[19] No podemos resistir a la tentación de citar a uno de nuestros antiguos militantes que hoy nos acusa de ser leninistas: «Debemos, en cambio, saludar la lucidez de Rosa Luxemburg (…) así como la capacidad de los bolcheviques para organizarse en fracción independiente con sus propios medios de intervención en el seno del Partido obrero socialdemócrata de Rusia. Por eso pudieron llegar a ser la vanguardia del proletariado en la oleada revolucionaria del final de la Iª Guerra mundial» (RV, «La continuidad de las organizaciones políticas del proletariado», Revista internacional nº 50, 1987).

[20] Intervención de Bordiga en el VIº comité ejecutivo ampliado de la Internacional comunista en 1926.

[21] Introducción a nuestro artículo sobre «La relación fracción-partido en la tradición marxista», 3ª parte, Revista internacional nº 65.

[22] «Informe sobre la cuestión de la organización de nuestra corriente», Revista internacional nº 1, abril de 1975.

[23] Lenin en Actas del IIº congreso del POSDR, Ediciones Era, 1977.

[24] Lenin, Prólogo a la recopilación En doce años, septiembre de 1907, ediciones Era, 1977.

[25] En ruso Norodnaia Volia, organización secreta y terrorista procedente del movimiento «populista» ruso de mediados del siglo XIX.

[26] «La organización de «conjuradores» y la «democracia»» en ¿Qué hacer?; el subrayado es de Lenin.

[27] Un paso adelante, dos pasos atrás, respuesta a Rosa Luxemburg, publicada en Nos tâches politiques de Trotski, ed. Pierre Belfond, París, 1970.

[28] Lenin, ¿Qué hacer?, «II. La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia, a) Comienzo de la marcha ascensional espontánea» (Ed. Progreso).

[29] Ver nuestro folleto Organizaciones comunistas y conciencia de clase.

[30] Lenin, Respuesta a Rosa Luxemburg.

[31] Rosa Luxemburg, Cuestión de organización…, cap. 1.

Series: 

  • Cuestiones de organización [17]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [18]

Cuestiones teóricas: 

  • Partido y Fracción [19]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1173/revista-internacional-n-96-1er-trimestre-de-1999

Enlaces
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