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Con motivo del aniversario de la Revolución rusa de octubre de 1917, los plumíferos de la clase dominante nos sirven regularmente el mismo estribillo: el dictador Stalin sería el heredero de Lenin; sus crímenes eran las consecuencias ineludibles de la política de los bolcheviques a partir de 1917. Moraleja: la revolución comunista no puede conducir sino al terror del Estalinismo.
Son los hombres quienes hacen la historia, pero la hacen en circunstancias determinadas que pesan necesariamente sobre sus actos. Así pues, la principal causa de la instauración de un régimen de terror en la URSS fue el aislamiento trágico de la Revolución de octubre de 1917, ya que, como lo decía Engels en 1847, en sus «Principios del comunismo», la revolución proletaria no puede ser victoriosa más que a escala mundial: «La revolución comunista (...) no será una revolución puramente nacional; se producirá al mismo tiempo en todos los países civilizados (...) ella ejercerá también sobre todos los demás países del globo una repercusión considerable y transformará completamente y acelerará el curso de su desarrollo. Es una revolución universal; tendrá, por lo tanto, un terreno universal.»
La Revolución rusa no fue vencida por las fuerzas armadas de la burguesía, durante la guerra civil (1918-1920), sino del interior, por la identificación progresiva del Partido bolchevique en el Estado. Es lo que permitió a la burguesía extender la mayor mentira de la historia que consiste o en presentar la URSS como un Estado proletario, para hacer creer que toda revolución proletaria no puede conducir sino a un régimen de tipo Estalinista.
La política de Stalin no era la de Lenin
Contrariamente a lo que afirman los ideólogos de la burguesía, no había continuidad entre la política de Lenin y la efectuada por Stalin después de la muerte de aquel. La diferencia fundamental que los separaba residía en la cuestión clave del internacionalismo. La tesis del «socialismo en un solo país», adoptada por Stalin en 1925, constituye una verdadera traición de los principios básicos de la lucha proletaria y la revolución comunista. En particular, esta tesis, presentada por Stalin como uno de los «principios del leninismo», constituye exactamente lo contrario de la posición de Lenin. El internacionalismo intransigente de Lenin, señala su adhesión total al combate del proletariado para su emancipación, es un constante de toda su vida. Su internacionalismo no se apagó con la victoria de la revolución rusa en octubre de 1917. Al contrario, concibe ésta solamente como primer paso y escalón de la revolución mundial: «La Revolución rusa no es más que un destacamento del ejército socialista mundial, y el éxito y el triunfo de la revolución que realizamos dependen de la acción de este ejército. Es un hecho de que a nadie entre nosotros olvida (...). el proletariado ruso tienen conciencia de su aislamiento revolucionario, y el ve claramente que su victoria tiene por condición indispensable y premisa fundamental, la intervención unida de los obreros del mundo entero.» («Informe a la Conferencia de los Comités de fábricas de la provincia de Moscú», 23 de julio de 1918).
Es para eso que Lenin desempeñó un papel determinante, con Trotsky, en la fundación del Internacional comunista (IC), en marzo de 1919, en particular, es Lenin quien vuelve de nuevo a redactar uno de los textos fundamentales del congreso de fundación de las IC: las «Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado». En tiempos de Lenin, la IC no tenía nada que ver con lo que pasó a ser más tarde bajo el control de Stalin: un instrumento de la diplomacia del Estado capitalista ruso y la punta de lanza de la contrarrevolución a escala mundial. Contrariamente a Lenin, Stalin afirmaba que era posible construir el socialismo en un solo país. Esta política nacionalista de defensa de la «patria del socialismo» en Rusia constituyó una traición de los principios proletarios enunciados por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: "Los proletarios no tienen patria", "Proletarios de todos los países uníos!". Esta política sirvió para justificar el refuerzo del capitalismo de Estado en URSS con el acceso a las rienda del poder de una clase de privilegiados, la burocracia, que vivía de la explotación salvaje de la clase obrera. Stalin era el brazo armado y la figura de proa de la contrarrevolución.
Si él pudo ser el verdugo de la Revolución rusa, es porque tenía algunas características de personalidad que lo volvían más apto que los otros miembros del Partido bolchevique que debían desempeñar este papel. Son precisamente estas características de personalidad de que Lenin ha señalado en su testamento:
«el camarada Stalin al convertirse en Secretario Genera ha concentrado un poder inmenso entre sus manos y no estoy seguro que él sepa siempre utilizarlo con suficientemente prudencia (...)» y en una posdata, redactada la víspera de su muerte, Lenin añadirá: «Stalin es demasiado brutal, y este defecto, plenamente soportable en las relaciones entre nosotros, comunistas, se convierten en intolerables en la función de Secretario General. Esta es la razón por la que propongo a los camaradas reflexionar sobre la manera de desplazar a Stalin de este puesto y nombrar a su lugar a otra persona que se distinga de Stalin nada más que por una ventaja - es decir, sea más tolerante, más leal, más cortés y más atento hacia los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una bagatela poco importante, pero pienso que para prevenir una escisión, y desde el punto de vista de las relaciones entre Stalin y Trotsky que examiné más arriba, no es una bagatela, a menos que sea una bagatela que puede adquirir un significado decisivo»(Testamento de Lenin, 4 enero 1924).
A partir de mediados de los años veinte, Stalin va a efectuar una política de liquidación despiadada de todos los antiguos camaradas de Lenin utilizando en exceso los órganos de represión que el Partido bolchevique había establecido para resistir a los ejércitos blancos (en particular, la policía política, la Tchéka).
La gran "purga" Estalinista en el seno del partido bolchevique
Después de la desaparición de Lenin en enero de 1924, Stalin se apresura a colocar a sus aliados en los puestos clave en el partido. Toma como principal objetivo a Trotsky, alter ego de Lenin durante la Revolución de octubre de 1917. Stalin se combina de manera oportunista con Bujarin que comete el error fatal de teorizar la posibilidad de construir el socialismo en un sólo país (más tarde, Stalin no tendrá ningún escrúpulo en hacer ejecutar a Bujarin).
A partir de 1923-24, toda una serie de divergencias aparecieron en el Partido bolchevique. Varias oposiciones se constituyeron incluida la más importante dirigida por Trotsky al cual se adjuntaron otros militantes de la vieja guardia bolchevique (en particular, Kamenev y Zinoviev). Con la subida de la burocracia en el partido, la Oposición de izquierda había comprendido que la Revolución rusa degeneraba. Stalin ocupaba un puesto clave. Controlaba el aparato del partido así como la promoción de los dirigentes. Esto es lo que le permitió poner sus hombres en puestos clave y transformar el Partido bolchevique en máquina demoledora de militantes. Él favoreció en particular la entrada en el partido de una gran masa de arribistas. Es sobre esta gente, que sólo pretendía hacer carrera en el aparato de Estado, que Stalin se apoyó.
Tenía en adelante las manos libres para establecer la gran purga en el partido, con el principal objetivo de separar de la dirección de éste a las principales figuras de la Revolución de Octubre (Kamenev, Zinoviev, Bujarin y sobre todo Trotsky) para liquidarlos finalmente a todos.
Progresivamente Stalin retira a Trotsky todas sus responsabilidades políticas hasta que lo hace expulsar del partido en 1927 y de Rusia en 1928. Es el período en que todos los opositores a Stalin y los sospechosos llenan los «gulag». Los Procesos de Moscú (1936-38) van a permitir a Stalin liquidar la vieja guardia bolchevique bajo el pretexto falaz de la caza a los «terroristas», a raíz del asesinato del jefe del partido de Leningrado, Sergueï Kirov, el 1 de diciembre de 1934.
Se persiguió, encarceló, y finalmente se exterminó a decenas de bolcheviques, en condiciones espantosas. Era el tiempo de la gran campaña Estalinista de denuncia de los «hitléro-Trotskystas». En nombre de su falta de «lealtad» hacia la «patria del socialismo», Stalin hizo también ejecutar a millares de militantes bolcheviques entre los más implicados en la Revolución de Octubre. Era necesario amordazar definitivamente a todos los que hubiesen guardado convicciones internacionalistas y comunistas. Era necesario borrar para siempre de la memoria lo que fue realmente octubre de 1917. Era necesario hacer desaparecer todos los testigos susceptibles de contradecir la historia «oficial» descubriendo su mayor mentira: la idea según la cual Stalin habría sido el albacea testamentario de Lenin, la idea de una «continuidad» entre la política de Lenin y la de Stalin.[1]
La complicidad de la burguesía «democrática» con Stalin
Ante la barbarie de la represión estalinista, ¿cuál fue la reacción de las grandes democracias occidentales? Cuando Stalin organizó, a partir de 1936, los innobles «juicios de Moscú», dónde se ven a los antiguos camaradas de Lenin, rotos por la tortura, acusarse de los crímenes más abyectos y reclamar ellos mismos un castigo ejemplar, esta misma prensa democrática a sueldo del capital deja entender «que no hay humo sin fuego» (aunque algunos Diarios pudieron emitir algunas tímidas críticas a la política de Stalin afirmando que «se exageraba»).
Es con la complicidad de la burguesía de las grandes potencias que Stalin realizó sus crímenes monstruosos, que exterminó, en sus prisiones y en sus campos de concentración, cientos de millares de comunistas, más de diez millones de obreros y campesinos. Y los sectores burgueses que hacen prueba del mayor celo en esta complicidad, son los sectores «democráticos» (y especialmente la socialdemocracia), los mismos sectores que hoy denuncian los crímenes con la más extrema virulencia y se presentan como modelos de virtud.
Es este régimen que se establece en Rusia, después de la muerte de Lenin y el aplastamiento de la revolución en Alemania (1918-23), no es más que una variante capitalista, e incluso la punta de lanza de la contrarrevolución, el que recibe un apoyo caluroso de todas las burguesías que habían combatido ferozmente algunos años antes, el poder soviético. En 1934, en efecto, estas mismas burguesías «democráticas» aceptan a la URSS en la Sociedad de las Naciones (el antepasado de la ONU) que los revolucionarios como Lenin había calificado de «cueva de ladrones» desde su fundación. Esto fue la señal de que Stalin se convirtió en un «bolchevique respetable» a los ojos de la clase dominante de todos los países, la misma clase que presentaba a los bolcheviques de 1917 como bárbaros con el cuchillo entre los dientes. Los rufianes imperialistas reconocieron en este personaje a uno de los suyos. Los que, en adelante, sufren las persecuciones de toda la burguesía mundial, son los comunistas que se oponen al estalinismo.
Es en tal contexto internacional que Trotsky, fue expulsado de país en país, sometido a una vigilancia policial en todo momento, y que debe hacer frente a las campañas de calumnias más innobles que los estalinistas desencadenan contra él y que son repercutidas complacientemente por las burguesías del Occidente «democrático».
Pero allí donde la complicidad de las grandes potencias democráticas con Stalin resultó la más evidente, es en el hecho de que ninguno haya aceptado dar asilo a Trotsky cuando se le expulsó de Rusia. Por todas partes, se consideraba al antiguo dirigente del Ejército Rojo como persona no grata. El mundo había pasado a ser para Trotsky un planeta sin visa.
En su estancia en Francia en 1935, la inteligencia compuesta de periodistas y algunos miembros de la Academia francesa (como Georges Lecomte) llegaron incluso hasta hacer circular rumores según los cuales Trotsky estaba preparando un «golpe de Estado terrorista». A raíz de estos rumores, el Estado «democrático» francés expulsó a Trotsky. Para impedir que se librara de la policía política de Stalin, el gobierno noruego le ofrece temporalmente el asilo político, aunque termina por expulsarlo. Después de haber sido un errante más de diez años, el gobierno mexicano finalmente acoge a Trotsky en 1939. Después de una primera tentativa de asesinato por un comando dirigido por un pintor estalinista, Siqueiros, Trotsky fue asesinado el 20 de agosto de 1940 por un agente de Stalin, Ramón Mercader, que se había infiltrado en su ambiente seduciendo a una de las colaboradoras del viejo revolucionario.
Trotsky sucumbe bajo los golpes de la represión estalinista al momento mismo dónde comienza a reflexionar y comprender que la URSS no es un «Estado proletario con deformaciones burocráticas» tan querido de sus epígonos de la Cuarta Internacional (de las cuales hoy se reclaman algunas organizaciones «trotskistas»).
Este recordatorio de uno de los episodios más trágicos de la historia del siglo XX revela, si fuera aún necesario, que no hay ninguna continuidad sino una ruptura radical entre la política de Lenin y la de Stalin. Sobre su lecho de muerte, Lenin había visto justamente a Stalin concentrando demasiado poder entre sus manos[2]. Su reemplazo no habría cambiado el curso de la historia: otro dirigente de su calaña habría tomado el papel de verdugo de la Revolución. Pero si finalmente se impuso, es que su personalidad lo hizo el más apto para hacer este papel al igual que la de Hitler le valió los favores de la burguesía alemana ávida de venganza después de su derrota de 1918 y después del miedo que había probado ante la revolución proletaria entre 1918 y 1923.
Contrariamente a las mentiras extendidas en exceso por la propaganda «democrática», el gusano no estaba en el fruto a partir de octubre de 1917. El bolchevismo, en sus orígenes no contenía, en germen, el terror del estalinismo. Es hasta el aplastamiento de la revolución en Alemania que se abrió la vía real a la contrarrevolución en Rusia, así como la desaparición de Lenin el 20 de enero de 1924 suprimió uno de los últimos obstáculos a la influencia de Stalin sobre el Partido bolchevique. Este último se convirtió en el partido estalinista con la adopción de la teoría del «socialismo en un solo país». El bolchevismo pertenece al proletariado, no a su verdugo, el estalinismo.
Silvestre/20-enero-2008)
Notas:
[1] Para borrar todo rastro del pasado, Stalin intentó liquidar a los militantes extranjeros que residían en Rusia, tales como a Víctor Serge al que hizo encarcelar. Si se pudo salvar, fue gracias a una campaña de movilización internacional.
[2] Es por eso por otra parte que el médico de Lenin, por orden de Stalin, consideró que no era necesario prolongar su agonía y procedió a su eutanasia (este gesto «humanitario» tenía el «mérito» de impedir a Lenin dar sus últimas directivas relativas a las derivas del partido).