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A dos meses de la elección presidencial, por todos los medios de difusión de la burguesía y a todas horas, un solo tema domina: la pelea por la presidencia. Por un lado los grupos de la burguesía que apoyan a López Obrador aseguran que hubo fraude, por el otro, las fracciones igualmente burguesas que sustentan a Felipe Calderón siguen sosteniendo que fue una elección limpia. Después de años y meses completos de propaganda electoral machacando las bondades de la democracia los trabajadores, que han sido arrastrados como nunca a las urnas engañados tras la ilusión de que con un simple voto cambiarían su destino, y sobre todo encandilados por la posibilidad de la llegada de la izquierda al poder (RM93, jul-ago 2006), tienen que soportar de nuevo una campaña por demás sórdida para imponer un solo razonamiento: si hubo fraude, la tarea sería “limpiar la elección” mediante la resistencia civil pacífica; pero, si las elecciones fueron “limpias”, habría que respetar el dictamen de los órganos electorales del Estado. Estos son los términos de la “reflexión” que el Estado capitalista está promoviendo para evitar que los trabajadores tomen conciencia de su condición de explotados, y sean conducidos mansamente a tomar partido por Obrador o Calderón, y nublar entonces la posibilidad de que reconozcan en ambos a simples personeros de la burguesía, que pese a la diferencia del tono de discurso que usan, tienen como único objetivo la perpetuación del capitalismo.
¿Debe la clase obrera defender el voto?
La democracia (y no propiamente la dictadura militar) es el instrumento político más adecuado con que cuenta la burguesía para sostener el sistema de explotación, porque mediante el derecho de voto aparenta la disolución de las clases sociales al “igualar jurídicamente” a trabajadores y burgueses, presentándolos como ciudadanos, haciendo creer que el acto pasivo e individual del voto tiene el poder de elección del gobierno. Con el derecho al voto la burguesía valida la existencia del sistema de explotación, e impone, mediante la invocación de los “mandatos democráticos”, la alineación de todos los trabajadores tras los dictados de la clase dominante, en tanto le hace creer que son copartícipes de las decisiones. Pero en el capitalismo el voto no tiene otra función que la de decidir cada tres o seis años qué miembro de la clase dominante va a dirigir la explotación de las clases oprimidas, por eso en la decadencia capitalista las elecciones parlamentarias son una mascarada hipócrita pero vital para el sostenimiento de la dictadura del capital.
Con las elecciones se refuerza la ilusión de que por este medio los explotados pueden realmente escoger a un personaje que solucione la crisis y mejore sus condiciones de vida y de trabajo. Por ello la república democrática es la hoja de parra por excelencia del dominio burgués, le permite hacer una alternancia en el gobierno y así garantizar la salud de sus mecanismos de dominio, hacer cambio de personas en el poder, de instituciones o de partidos sin que la hegemonía de la clase dominante se vea afectada, pues los partidos políticos con que cuenta son engranes del aparato estatal, no sólo porque están integrados con funciones de gobierno (como diputados o senadores y sostenidos con recursos del Estado), sino además al integrarse en el escenario social como “representaciones” de la “pluralidad política”, inyectan desde diferentes flancos y con diferentes tonos (derecha, izquierda o centro) el veneno ideológico, que permita asegurar el dominio y control de los explotados.
Las ventajas de este esquema político se evidencian –en el caso de México– al ver la confusión que ha extendido, colocando a los trabajadores ante la falsa disyuntiva: estar con Obrador o con Calderón. La clase dominante se esfuerza y gasta altas sumas de dinero por hacer creíble a la democracia y los procesos electorales, porque espera grandes “ganancias” que cobra en el momento en que logra acostumbrar al proletariado a gestionar sus intereses como clase mediante los propios métodos de su enemigo de clase.
¿Deben los trabajadores luchar contra el “fraude” y exigir “elecciones limpias”?
Las fracciones de la burguesía sumidas en unos de sus pleitos más importantes de los últimos años han logrado, una vez más, administrar sus pugnas internas sobre la alfombra de la democracia; las resoluciones más recientes de los organismos jurídicos estatales pretenden, por ejemplo, ganar tiempo, liberar tensiones, promover las negociaciones y, en su caso, el reacomodo de las diferentes fracciones que deberán llegar a algún acuerdo o, en su defecto, producirse alguna resolución impuesta por la relación de fuerzas al interior de la clase dominante; mientras tanto fuera de sus propias divisiones internas el fin último y vital de la burguesía como clase es mantener a las masas explotadas sujetas a la ilusión de que la democracia electoral y parlamentaria es el modelo político perfecto para lograr los cambios sociales, políticos y económicos que siempre han anhelado.
El “fraude electoral”, alrededor de la cual sus diferentes fracciones han embarcado a millones de trabajadores como carne de cañón, ha sido producto, como lo hemos venido documentando (en la serie dedicada durante el último año a este asunto en RM) de las divisiones internas de la burguesía que no lograron alcanzar un acuerdo sobre una orientación política, y designar de forma ordenada al representante que más le conviene para sacar adelante su proyecto económico, político y social, y que ha buscado consolidar desde los últimos veinticinco años. En términos del pragmatismo en que se mueve la clase dominante, el establecimiento de Obrador como presidente le hubiera permitido cumplir (sin implicar ningún peligro) las tareas necesarias para el fortalecimiento del sistema, no obstante la agudización de sus fracturas internas, ha hecho que recurran otra vez a sus viejos esquemas de “fraude electoral” imponiéndose el punto de vista de una de las fracciones.
Estos acontecimientos presentados por el aparato de izquierda del capital como la violación de los “principios democráticos y la institucionalidad”, son la prueba palpable de los efectos deletéreos de la descomposición social generalizada del capitalismo que se convierte cada vez más en el factor central de la dinámica de la sociedad en todos los niveles y en particular en la vida política de la burguesía; dentro de esta última se manifiesta como un fenómeno creciente hacia la indisciplina, al “sálvese quien pueda” y al “cada quién por su lado”, lo que conduce a una tendencia de pérdida de control del juego electoral dado que los conflictos por la disputa del control del Estado son particularmente exacerbados por la agudización y profundización de la crisis económica que todo lo constriñe y obliga a una competencia más feroz y a violentos ajustes de cuentas para ganar la mejor tajada del pastel.
El verdadero fraude es proclamar que la democracia ofrece una alternativa a los trabajadores
El uso del fraude electoral es una manifestación de la fragilidad de la estructura política de la burguesía. En México durante casi tres cuartos de siglo el PRI se mantuvo como el partido único, de Estado (PNR-1929, PRM-1938, PRI-1946-2000) usando el fraude como instrumento convencional, no obstante la existencia de la disciplina y unidad de la burguesía lo permitía, sin llevar a grandes rivalidades. Sin embargo, este modelo de gobierno era demasiado arcaico y tenía que renovarse frente a las exigencias políticas y sociales, y en particular, para enfrentar de mejor manera al proletariado.
Este proceso que arranca a principios de los 80 ha tenido como eje rector estructurar todo un sistema democrático, así puso en práctica un juego de partidos menos burdo, definiendo una mejor geometría política donde es fácil repartir las tareas de control, es decir, identificar a partidos de derecha y de izquierda. En ese sentido es que provoca el nacimiento del PRD (y PT), de la misma forma crea instituciones como el IFE y otros órganos de control y vigilancia con los que renovó el aparato burocrático, buscando quitar el desprestigio ganado cuando el juego electoral tenía dominio total del PRI, fortaleciendo con ello su aparato de dominación al hacer más creíble al sistema democrático.
A pesar de las resistencias encarnizadas de algunas fracciones burguesas identificadas con el aparato anterior, el proyecto ha ido caminando y ha tenido su apuntalamiento mayor en la elección presidencial del 2000 cuando el Estado capitalista logró desplazar del poder central al PRI y encumbrar al PAN, un gran triunfo de la clase dominante al nivel de la campaña democrática, pues a partir de entonces ha podido darle vuelo a la mistificación electoral, al cuento de que “los votos sí cuentan” y que “las elecciones por fin son limpias”. Sin embargo el factor de la descomposición, que comentamos líneas arriba, está afectando la capacidad de acuerdos dentro de la clase capitalista para llevar adelante una determinada orientación en su juego electoral y además está produciendo un cierto grado de pérdida de control de sus mecanismos electorales.
Si comparamos los actuales sucesos con los de 1988, notamos que hay una diferencia sustancial, dado que las fracciones burguesas aglutinadas alrededor de Cárdenas rápidamente negociaron para continuar con sus planes a mediano y largo plazo; ahora, la rivalidad es más aguda, no obstante, lo que los iguala, es la capacidad de acuerdo que la burguesía presenta para trasladar los efectos de su fractura hacia la clase obrera, alimentando la campaña de mistificación de la democracia, retardando así la reflexión por parte de los trabajadores de lo que significa el capitalismo.
La lucha proletaria no pasa por las urnas ni por la defensa de la democracia
En este momento, la agudización de las tensiones entre las diferentes fracciones burguesas se expresa no sólo (como la burguesía intenta simplificarlo) en la exigencia (del PRD) del “respeto al voto” y (por el PAN) en el “respeto a las instituciones”, la disputa expone un enfrentamiento de intereses económicos y políticos, pero en ninguno de los bandos enfrentados los trabajadores tienen algún objetivo o interés común, es una lucha entre fracciones de la clase dominante que cada vez va usando un lenguaje más agresivo, notándose amenazas (de ambos bandos). Unos dicen radicalizarán las manifestaciones, los otros que responderán usando la violencia institucional, mediante la policía y el ejército... el peligro en todo ello es que una masa importante de trabajadores y sectores diversos de la población que ha sido enganchada por la trampa de la “defensa de la izquierda” ante el “peligro de la derecha”, puede ser lanzada hacia provocaciones y ser usada como carne de cañón, desgastando y perdiendo sus fuerzas, culminando a fin de cuentas con el fortalecimiento de alguna de las fracciones de su enemigo histórico: la burguesía.
Aunque es cierto que al interno de la clase dominante se está llevando una intensa lucha, ha sabido involucrar a los trabajadores, haciendo que tomen partido por alguna de las pandillas enfrentadas, pero además inoculan la idea de que el único camino es la democracia, por ello es que tanto derecha como izquierda dicen expresar la verdadera democracia.
El PRD y PAN, a pesar de estar colocados en diferentes bandos de la burguesía, han tenido cuidado de que los núcleos de la población usados como grupos de presión no salga de su control y se enreden en una reflexión falsa (lo mismo sobre la validez del voto, que la formación de una nueva constitución o la convocatoria a una convención nacional), buscando con ello que los trabajadores olviden su condición de explotados y se asuman como “ciudadanos mexicanos”. Pero si la carga ideológica lanzada por derecha e izquierda del capital es sofocante, la parte más radical del aparato de izquierda del capital (desde el EZLN al EPR, y desde el PCM-ml, hasta El Militante) se encargan de reforzar tal campaña: por una parte planteando al fraude como afrenta al derecho al sufragio y a la decisión de la “voluntad popular”, por otra, asustando con el espantajo del “peligro de la derecha”. Con ello lo que hacen de forma velada es reforzar el discurso de la defensa de la democracia y envenenar con la idea de que la “izquierda en el poder” podría ser un “mal menor”, por lo que los trabajadores deberían, entonces, ponerse al servicio (aunque de forma “critica”, tienen algunos el descaro de decir) de Obrador y de la fracción de la burguesía a la que representa.
Ante la presión que la burguesía de la región ejerce sobre los trabajadores, la única opción de la clase trabajadora es recobrar la historia del movimiento obrero y sus lecciones, y a la luz de ello reflexionar:
- que sus condiciones de vida no pueden ser solucionados por algún personaje por más que se diga honesto,
- que los gobiernos de derecha o de izquierda son expresiones del poder de la burguesía, por lo que nada debe esperar de ellos sino explotación, miseria y represión,
- que la campaña actual sobre la democracia va a permitir a la burguesía renovar la cara a su izquierda afectada por el descrédito sufrido en los últimos años y también reforzará un liderazgo en esa ala de su abanico político, lo que resulta en un fortalecimiento de su control sobre la clase obrera,
- que el inmediatismo, la movilización ciega, interclasista, sin objetivos de clase y fuera de su verdadero control, no tiene otro fin que el de confundir, debilitar y fortalecer los lazos de dominio,
- que ante la agudización de la crisis económica que azota al sistema y con ello la elevación de los niveles de explotación, los trabajadores no tienen más camino que el de la lucha, colocando por delante la defensa de sus condiciones de vida.
Es la lucha de los trabajadores, que no pasa ni por las urnas ni por la confianza a sectores o personajes de la burguesía, la única que puede poner fin a esta dictadura del capital.
RR, 25-08-06