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Durante una semana, a partir del 12 de mayo del 2006, el estado de Sao Paulo y en particular su capital del mismo nombre, la ciudad más grande del Cono Sur y donde también existe una de las concentraciones obreras más importantes del continente americano, se produjo uno de los conflictos armados más caóticos y violentos sin precedentes, protagonizado por las mafias de delincuentes que pululan al interior de la sociedad capitalista y cuya existencia depende en la mayoría de los casos de una simbiosis con las estructuras del poder estatal, en particular con las fuerzas policíacas: amotinamientos de decenas de miles de presos, innumerables bandas de delincuentes tomaron por asalto la ciudad en una vorágine de fuego y odio irracional disparando contra todo, quemando bancos, atacando cuarteles, matando a casi medio centenar de policías, incendiando decenas de autobuses. Por su parte, “las fuerzas del orden” no sólo se limitaron a reprimir a las mafias sino que desplegaron con la mayor fiereza el terror estatal contra la población de los barrios pobres y marginados –las tristemente célebres favelas- perpetrando las más bestiales matanzas contra los trabajadores y sus familias inermes que nada tenían que ver con lo sucedido. De nuevo la danza de las cifras de muertos, de los trabajadores, de los jóvenes ejecutados por decenas a manos de policías encapuchados –comandos de la muerte- mientras las autoridades estatales y, en primera fila, el muy progresista presidente de izquierda de Brasil, Lula Da Silva (a quien hace cuatro años se presentó como una “esperanza” para los trabajadores), empiezan a reconocer después de tantas evidencias repugnantes que “pudo haber habido abusos por parte de las fuerzas del orden”.
Paralelamente a esta barbarie los adoradores del capital, en todo el mundo, salen en su defensa enarbolando la consabida demanda de que “los gobiernos federal y estatal tienen, en lo inmediato, la obligación de esclarecer los actos criminales cometidos por las fuerzas del orden, compensar a las víctimas y sancionar conforme a las leyes a los responsables materiales e intelectuales…” (La Jornada, jueves 25 de mayo del 2006) ¡Basura! Como siempre, las jeremiadas impotentes clamando a los explotadores benevolencia sólo buscan perpetuar el orden existente mediante los hipócritas llamados a mejorar las estrategias de dominación de la burguesía, a sustituir la brutalidad por métodos más refinados, los de la democracia y la sacrosanta ley capitalistas.
En Brasil, algunos compañeros simpatizantes que actualmente sostienen un proceso de clarificación y acercamiento a las posiciones de la izquierda comunista son muy claros cuando afirman que “esas protestas de criminales no son movimientos revolucionarios, y de ninguna manera sus líderes representan un proyecto revolucionario… tampoco se trata de una causa social y mucho menos de una causa revolucionaria… es una prueba de la crisis de la democracia burguesa y del capitalismo internacional.” (Breve comunicado a la CCI del 15.05.06, subrayado en el original). Esta voz proletaria que por fin empieza a oírse en esta parte del continente será una referencia obligada de la clase obrera en el periodo que viene.
La descomposición social en pleno
El estallido reciente es una manifestación espectacular de la descomposición social capitalista que ya dura casi veinte años y que está sumiendo a la sociedad en un torbellino de caos y barbarie sin fin. En este contexto, América Latina está particularmente expuesta: millones de trabajadores siguen huyendo del campo a las ciudades buscando desesperadamente empleos, que ni aún eso, el capitalismo puede ofrecer lo que hace que millones de jóvenes proletarios sean sido excluidos del proceso productivo. Las estadísticas ya desbordaron los márgenes de maniobra que la burguesía tenía para relativizar la situación tan alarmante de las masas proletarias y demás capas no explotadoras de América Latina y ya no pueden disimular la cotidianidad de hambre y de miseria en que se pudren millones de familias enteras que se degradan sin remedio confinadas, junto a las ratas en las alcantarillas y en las pocilgas de las villas miseria, donde se vive una situación sin parangón en la historia de la humanidad; un proceso infernal producido por la crisis económica permanente que está en marcha desde fines de los años 60. “Estos millones de seres humanos se encuentran ante una ausencia casi total de sistema sanitario o de electricidad, y sus vidas, son envenenadas por el crimen, las drogas y las pandillas. Los cuchitriles de Río son, desde hace años el campo de batalla de pandillas rivales, una situación muy bien descrita en la película ‘La Ciudad de Dios’. Los obreros de América Latina, particularmente los que viven en chabolas, están además confrontados a las tasas de criminalidad más elevadas del mundo. El desgarramiento de las relaciones familiares ha llevado también a un enorme crecimiento del número de niños abandonados en las calles.” (Revista Internacional Nº 117).
La ausencia de perspectivas de la sociedad capitalista se expresa de manera fehaciente en “el aumento de la criminalidad, de la inseguridad, de la violencia urbana, en la que se han ido metiendo cada día más y más niños, los cuales acaban también siendo víctimas de la prostitución”. (“Tesis sobre la descomposición”, Revista Internacional Nº 62). Efectivamente, las causas profundas del estallido en San Pablo, Brasil, tienen que ver con el nihilismo (el no futuro), la desesperanza de la juventud cuya huida hacia adelante en mundos quiméricos de locura y de suicidio se están sintetizando cada vez más en la tendencia del “cada quien a lo suyo”, la atomización más desoladora de los individuos, la destrucción de las relaciones familiares, la aniquilación de los lazos sociales que se sustituyen por las mafias; en una palabra, la dislocación del tejido social y de la vida colectiva en el capitalismo que no ofrece la menor perspectiva positiva y en cambio se hunde cada día más una espiral putrefacta sin fin. Las bandas protagonistas de estas revueltas de violencia destructiva y ciega se alimentan precisamente de esta dinámica que se ha convertido en el factor decisivo de la evolución de la sociedad. Sobre todo, los cientos de miles de jóvenes marginados y condenados por el desempleo a la más abyecta miseria, que cotidianamente sufren en carne propia la penalización de la pobreza, que soportan bajo el capitalismo una vida cotidiana cada vez más opresiva, son engullidos por el crimen organizado que les ofrece el sustituto siniestro de una solidaridad y de lazos sociales que están totalmente ausentes en la sociedad burguesa. El drama que así se desarrolla en estas vastas regiones del planeta está alimentando como nunca en la historia las legiones de lumpenproletarios que están siendo arrojados al basurero de la sociedad burguesa.
Este es el futuro que nos ofrece la burguesía y todos sus testaferros que chillan muy fuerte por la humanización de la bestia capitalista. ¿De dónde puede surgir una alternativa al capitalismo? Efectivamente, esta es la cuestión. El proletariado se enfrenta desde hace varios años a la amenaza de una cierta muerte lenta que le pudiera impedir su afirmación como clase a la par que el capitalismo se hunde en sus propias catástrofes económicas, sociales, guerreras, ecológicas. En esta lógica irracional, las bases de la sociedad comunista podrían quedar cuestionadas sin el factor clásico de la guerra mundial (que por necesidad sería apocalíptica) pues, ahora existe la posibilidad real de un deslizamiento más lento pero igualmente mortal en el abismo sin fin de la destrucción de las bases naturales y económicas necesarias para la transformación revolucionaria. A plazo, la escalada constante de los conflictos militares regionales, las catástrofes ecológicas y la ruina social darían al traste con cualquier aspiración comunista.
La escalada de las persecuciones policiales represivas cada vez más omnipresentes es propio del Estado capitalista que ante la dislocación social endurece día con día sus mecanismos de control, como el gobierno de Lula Da Silva que así ha demostrado en qué consiste la democracia capitalista y, sobre todo, la naturaleza de los gobiernos de izquierda de la burguesía que dejan a un lado su lenguaje “reformista” persuasivo y tolerante e imponen la represión descaradamente. Frente a esta opresión capitalista, sea de derecha o de izquierda, ninguna acción individualista de rebeldía tiene sentido. ¿Qué hacer entonces? El accionar MASIVO y CONSCIENTE de los trabajadores es lo único que puede poner fin a este reino de la necesidad, por eso es fundamental que los proletarios de todo el mundo reflexionen sobre el significado de la descomposición social en la que se encuentra el capitalismo, y en la necesidad vital, para el conjunto de la humanidad, de poner fin a este sistema putrefacto.
RR/15 de junio del 2006